Sr. Presidente del Colegio de Abogados de Córdoba – Dr. César Alejandro Tejerina / Sr. Director del Instituto de Estudios Jurídicos del Colegio de Abogados de Córdoba – Dr. Marcelo Echenique S _____ / ______ D Consideraciones en torno al Capítulo 1 del Título Preliminar del Anteproyecto de Código Civil de la República Argentina. El proyecto de Código Civil enviado al Congreso para su tratamiento y sanción, determina en su normativa, especialmente en sus tres primeros artículos, un marco general de solución de conflictos en materia judicial. Las referidas disposiciones normativas se encuentran dirigidas a la actuación del Poder Judicial, marcando líneas de actuación en para su desempeño funcional. En ese contexto, merece especial relevancia la manera en cómo ha sido disciplinada normativamente la “interpretación” de la ley. A manera de adelanto, expresamos nuestra opinión relativa a que la mencionada normativa no mejora en nada la situación actual en torno a la interpretación ya que no cambia en lo más mínimo el statu quo actual siendo la misma, por el contrario, susceptible de generar nuevos problemas o nuevos interrogantes que pueden entorpecer la resolución de conflictos por vía judicial. Todos los abogados litigantes y los jueces conocemos que un juez puede echar mano a los criterios interpretativos consagrados en el art. 2º, que existen “principios” jurídicos que subyacen a las normas o al derecho en general que definen la suerte de los casos judiciales tanto como las normas expresas (“reglas” en terminología más exacta de la Teoría General del Derecho), que cuando hay un vacío o laguna legal los usos, prácticas o costumbres pueden ser dirimentes y que si una decisión jurisdiccional no se encuentra razonablemente fundada la misma es susceptible de quedar invalidada por vicio de arbitrariedad. No hace falta ser un refinado filósofo del Derecho o un actualizado constitucionalista para conocer lo que acabamos de expresar. Sin embargo, como dijimos, la normativa sí es susceptible de generar una serie de dudas o interrogantes. En efecto, de la lectura del artículo 1º del Capítulo 1 del Título Preliminar, surge la obligación expresa de interpretar el derecho conforme las disposiciones de la Constitución Nacional y tratados internacionales en los que el Estado sea parte. Si bien esta disposición puede parecer superflua o ya consolidada en nuestras prácticas judiciales, pareciera denotarse que el legislador ha hecho una opción concreta y preferente en cuanto a los métodos interpretativos, instaurando en un nivel superior y como criterio rector la usualmente denominada interpretación “coherentista” del ordenamiento jurídico, por sobre otros criterios interpretativos, tales como, por ejemplo, la interpretación literal o la intencionalista (que atiende a la voluntad del legislador histórico) o la sistemática (se suele visualizar bajo el argumento interpretativo denominado sedes materiae, el cual atiende al contexto normativo específico en el cual se encuentra la norma), etc. Pero, luego de que parece ejercerse aquella supuesta preferencia interpretativa, el proyecto impone otros criterios complementarios en su artículo 2º. El artículo 2º impone al juez que las leyes sean interpretadas de acuerdo a sus palabras, sus finalidades, leyes análogas, disposiciones que surgen de los tratados sobre derechos humanos, los principios y los valores jurídicos de modo coherente con todo el ordenamiento. Aún cuando esta norma complemente la idea interpretativa “coherentista”, no expone el orden de prelación entre los diversos métodos que enuncia ni entre la idea de una interpretación coherentista y los métodos prescriptos en el art. 2º. Entonces, surgen, entre otros, los siguientes interrogantes ante un caso concreto que el juez debe resolver ¿el juez debe agotar previamente el método literal antes de poder optar por una interpretación teleológica, o por el contrario, puede optar por uno de los dos de manera discrecional?, ¿hay equivalencia de métodos, jerarquías, subsidiariedad o alternativos?, ¿se descartan métodos interpretativos que han sido utilizados en reiteradas oportunidades por nuestros Tribunales y, en especial, por los Tribunales Superiores y la Corte Suprema de Justicia pero que no son mencionados en el artículo (por ejemplo, argumento económico que prescinde de una interpretación que suponga una reiteración de lo ya establecido por otro artículo, el argumento ad absurdum que reniega de interpretaciones que contrasten con el sentido común, etc)? Lo cierto es que el articulado del Código pretende regular algo que, por definición y conforme lo sostiene con elevado grado de consenso la Filosofía del Derecho, resulta irregulable a priori, es decir, con independencia del texto legal concreto a interpretar, de las circunstancias de su específica creación y de las circunstancias de su específica aplicación. Invariablemente, por necesidades axiológicas y pragmáticas, la jurisprudencia terminará apelando a distintos métodos interpretativos que exceden los señalados por el Código Civil (de hecho, viene ocurriendo sistemáticamente desde el siglo XVIII en que se impuso en el mundo occidental la obligación de los jueces de fundar sus sentencias), transformándose, en tales casos, la normativa restringida del Código Civil en un corsé incompatible con las exigencias dinámicas y cambiantes de justicia de una sociedad. El artículo 2º plantea también la siguiente duda: ¿sólo los valores o, por el contrario, también los principios deben ser “jurídicos”? Si se opta por lo primero, llegaremos inevitablemente a la conclusión de que los jueces podrán fundar sus decisorios en principios morales o socio-económicos desvinculados del material normativo vigente. Si se opta por lo segundo la disquisición resulta innecesaria. En ambos casos, debiera eliminarse uno u otro de los extremos de la conjunción (o la palabra “principios” o la palabra “valores”). El artículo 2º suscita otros interrogantes: ¿qué es lo que exactamente se quiere decir cuando se obliga al juez a interpretar la ley de modo coherente con todo el ordenamiento? ¿acaso se trata de una exigencia diferente a la consagrada en el artículo 1º?, si fuese así, ¿se trata, acaso, de que en un caso civil tiene igual nivel de validez para su solución una ley tributaria, laboral o de naturaleza administrativa que el propio Código Civil?, si esto nos parece absurdo, ¿a qué se refiere semejante exigencia de hacer coherente la ley con “todo” el ordenamiento? O bien la norma es superflua o conduce a resultados absurdos. En ambos casos, lo aconsejable es descartarla. El artículo 3º, si bien no altera la situación actual, tampoco genera dudas o confusiones que supongan un empeoramiento. Así las cosas, para no incurrir en una posición meramente refractaria, podemos sugerir para el mejoramiento de la normativa el mantenimiento del artículo 1º, agregando a su redacción la autorización expresa de “aplicar” leyes análogas (la analogía es dudosamente interpretativa) para la resolución de casos, eliminar el artículo 2º y mantener el artículo 3º en su redacción actual. Por supuesto, quedamos a vuestra disposición para una consideración más extensa o detallada de lo antedicho si se considerase necesario. SIN OTRO PARTICULAR, SALUDAMOS A UD. ATENTAMENTE. Ab. Jorge Augusto Barbará – Director de Sala de Filosofía del Derecho Ab. Cristian Raniero Ayán – Secretario Académico de Sala de Filosofía del Derecho