HEREDERO APARENTE, VALIDEZ DE LOS ACTOS DEL. El Código

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357802. . Tercera Sala. Quinta Época. Semanario Judicial de la Federación. Tomo LII, Pág. 1442.
HEREDERO APARENTE, VALIDEZ DE LOS ACTOS DEL. El Código Civil de 1884, al
igual que la legislación francesa, no contiene un precepto que determine, en forma precisa,
cuál es la suerte que deban correr los actos ejecutados por el heredero aparente, durante el
tiempo en que tuvo a su disposición los bienes que le correspondían en la herencia, en el
supuesto de que era realmente el heredero. Sin embargo, el estudio de varias disposiciones
legales, diseminadas en diversos capítulos del código, y metódico análisis de las mismas,
permite descubrir un sistema completo, armónico, lógico, equitativo y justo, que sirve para
resolver las diversas situaciones jurídicas creadas por los actos de disposición de bienes, de
los que tienen sobre ellos un título aparente, es decir, aparentemente justo, pero que a la
postre resulta nulo; sistema que armoniza con la doctrina elaborada con relación a los efectos
de la buena fe de los terceros adquirentes, sin menospreciar el derecho de los titulares
verdaderos, enfrente de los actos de disposición de los aparentes y que varía según la
condición y época en que esa disposición se realice, y más concretamente, según la buena o
mala fe de los titulares aparentes. Ese sistema, en sus lineamientos generales, puede
esbozarse, en su expresión más sencilla y lacónica, en la siguiente forma: las enajenaciones a
título oneroso, efectuadas por poseedores de bienes, con un título legal pero injusto (titulares
aparentes), y llevadas a término por ellos, de buena fe, con adquirente también de buena fe,
en ningún caso pueden ser atacados por el titular verdadero, que venza en el juicio respectivo
al titular aparente. Si el enajenante es de mala fe y el adquirente de buena, el verdadero sólo
puede reivindicar la cosa, en caso de insolvencia demostrada del enajenante. Si el adquirente
es de mala fe, el verdadero puede en todo caso pretender la reivindicación. La mala fe del
enajenante existe siempre que la enajenación la realice después de emplazado a juicio, por el
verdadero titular que le disputa la legitimidad de su título. Su buena fe se presume siempre
que la enajenación la efectúa antes de que haya surgido cuestión en que alguien le discuta la
legitimidad de su título, la extinción del mismo o su mejor derecho. Estas conclusiones se
deducen del contenido de la ley: el artículo 3322 del Código Civil dispone, que si el que entró
en posesión de la herencia y la perdió después por incapacidad, hubiere enajenado el todo o
parte de los bienes, antes de ser citado en el juicio de interdicción (debe decir de
incapacidad), y aquél con quien contrató, hubiera tenido buena fe, el contrato subsistirá; más
el heredero incapaz estará obligado a indemnizar al legítimo, de todos los daños y perjuicios.
Examinado detenidamente este precepto, se advierte que regula en realidad los efectos
jurídicos de un caso especial de disposición por un heredero aparente, y ninguna repugnancia
legal ni doctrinaria existe para aplicarlo por analogía de razón, a casos semejantes de
apariencia; pues no existe diferencia fundamental entre el caso en que la herencia se pierde
por sentencia que declara la incapacidad del heredero, de aquel en que, por sentencia, se
desconoce su derecho por nulidad del testamento, por falta de prueba del entroncamiento o
por existir otros parientes con mejor derecho, que lo excluyen de la sucesión; y no existe
repugnancia legal ni doctrinaria alguna, desde el momento en que es admitido por la ley y por
la doctrina, que a falta de disposición expresa, se apliquen preceptos que resuelvan casos
iguales o semejantes, toda vez que en donde existe la misma razón debe existir la misma
disposición, como reza un conocido principio de derecho. Para hacer resaltar las
características del precepto que se comenta, a fin de comprobar la exactitud del sistema
enunciado, debe advertirse, desde luego, que el mismo se ocupa de enajenaciones hechas
antes de que el heredero incapacitado sea citado a juicio en que se discuta su derecho; esto es,
cuando debe presumirse en él la buena fe, porque todavía no se promueve cuestión en su
contra para arrebatarle lo que como dueño disfruta, debiendo hacerse notar que por una
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deducción lógica, la presunción de buena fe del enajenante, cesa en el preciso momento en
que se le cita a juicio y en que para la subsistencia de la operación, se requiere también la
buena fe del tercero adquirente. Conviene también apuntar que en el capítulo a que este
artículo corresponde, nada se establece para el caso de que la enajenación se efectúe después
de la cita al juicio, y aunque argumentando contrario sensu podría decirse que en tal caso la
operación no subsiste, la conclusión no es verdadera en esa forma absoluta, porque el sistema
se complementa con disposiciones que prevén el caso de la mala fe del enajenante, en
concurrencia con la buena fe del adquirente. En el capítulo del Código Civil relativo a "La
presunción de muerte del ausente", se encuentran los artículos 662 y 663, que
respectivamente, dicen: "Si el ausente se presentare o se probare su existencia después de
otorgada la posesión definitiva, recobrará los bienes en el estado en que se hallen, el precio
de los enajenados, o los que se hubiesen adquirido por con el mismo precio, pero no podrá
reclamar frutos ni rentas". "Cuando hecha la declaración de ausencia, o de presunción de
muerte de una persona, se hubiesen aplicado sus bienes a los que por un testamento o si él, se
tuvieron por herederos y después se presentasen otros pretendiendo que ellos deben ser
preferidos en la herencia y así se declarare por sentencia que cause ejecutoria, la entrega de
bienes se hará a éstos en los mismos términos en que, según los artículos 647 y 662, debiera
hacerse al ausente, si se presentare". Como fácilmente se advierte, estos dos artículo
implícitamente reconocen la subsistencia de las enajenaciones hechas por el poseedor
definitivo, desde el momento en que le imponen la obligación de devolver el fruto de la
enajenación; pero los mismos se contraen en enajenaciones en las que la presunción de buena
fe del enajenante existe por tratarse de operaciones efectuadas antes de que se presente el
ausente o se reclame el mejor derecho por herederos preferentes, y les es aplicable el
comentario anterior, al margen del artículo 3322. El artículo 2637 del propio ordenamiento,
previene que: "rescindida la donación por supervivencia de hijos, serán restituidos al donante,
los bienes donados o su valor, si han sido enajenados antes del nacimiento de los hijos", y el
artículo 2647 dice, que es aplicable a la revocación de las donaciones por ingratitud, lo
dispuesto en los artículos 2636 a 2639; pero sólo subsistirán las hipotecas registradas antes de
la demanda y sólo se restituirán los frutos percibidos después de ella". Aunque es cierto que
estos artículos no comprenden casos sustancialmente iguales a los anteriores, dada la
naturaleza de la donación y de las acciones revocatorias, en los diversos casos en que es
permitido ejercitarlas, se advierte la unidad y uniformidad de criterio y de tendencias del
legislador, para respetar las enajenaciones efectuadas antes de la causa de la rescisión o de
intentar la demanda de revocación. Los casos hasta aquí examinados, presuponen la buena fe
del enajenante y del adquirente, y en lo que ve a los efectos de la enajenación entre el titular
verdadero y el aparente o desapoderado, fácilmente se advierte que son fundamentalmente los
mismos que se producen en los casos del pago de lo indebido, de que se ocupen los artículos
1545 a 1549 del Código Civil; y es natural que así sea, porque filosóficamente el pago llena
la finalidad de satisfacer un derecho, es idéntico el fenómeno que se produce cuando se paga
a alguno lo que realmente no se le debe, que cuando se le aplica por herencia una cosa a la
que en realidad no tiene derecho, y que, según el uso vulgar del lenguaje forense en materia
de sucesiones, se le da en pago de su haber hereditario. Continuando el examen del problema
relacionado con el aspecto de la eficacia de la enajenación, para el tercer contratante,
conviene ver lo que sucede cuando el enajenante es de mala fe, ya que sólo se han glosado
artículos que se colocan prácticamente dentro del supuesto o presunción de la buena fe del
mismo. El caso está claramente previsto en los artículos 1553 y 1554 del Código Civil, que
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dicen, respectivamente: "Si el que recibió la cosa de mala fe la hubiere enajenado a un tercero
que tuviese también mala fe, podrá el dueño reivindicarla y cobrar de uno u otro los daños y
perjuicios". "Si el tercero a quien se enajenó la cosa, la recibió de buena fe, solamente podrá
reivindicarla si la enajenación se hizo a título gratuito o si el que enajenó estuviere
insolvente. El dueño podrá reclamar en el primer caso, los daños y perjuicios al que enajenó
la cosa, conservando a salvo este derecho, en el segundo caso, para cuando el insolvente
mejore de fortuna". La parte medular de estas disposiciones en el aspecto que se estudia, es la
que se relaciona con el hecho de que el enajenante de la cosa la recibió sin derecho y la
transmitió de mala fe; pero a la filosofía del precepto nada importa que la hubiese obtenido
por pago de un crédito o por aplicación de un derecho hereditario que, a la postre no
constituyera un título justo en su favor. La mala fe del enajenante y del adquirente, justifican
el derecho de reivindicación del titular verdadero. La concurrencia de la mala fe del
enajenante y de la buena fe del adquirente, inclinan favorablemente para éste, el criterio del
legislador hasta donde no lesione un derecho respetable y de indiscutible buena fe, el del
titular verdadero que accionó contra el aparente, antes de la enajenación. Así se explica que el
criterio general del respeto a la buena fe del tercer adquirente que el código adopta, sufra un
quebranto, un excepción enfrente de un derecho tan respetable como el suyo, por anterior, del
titular verdadero que, oportunamente, abrió controversia para el reconocimiento de su
derecho. En presencia del conflicto entre el tercer adquirente de buena fe, que deriva su
derecho de un titular aparente que contrato de mala fe y el titular verdadero que con oportuna
diligencia demandó al aparente, antes de que efectuara la disposición, resulta equitativa y
justa la posición en que se coloca el legislador, de permitir la subsistencia de la enajenación,
si el titular verdadero tiene manera de alcanzar la integridad de su derecho, del enajenante de
mala fe, por la ejecución en sus bienes; mas si éste es insolvente, resulta natural que ceda el
derecho del adquirente en beneficio del titular verdadero.
Amparo civil directo 902/29. Groth Rodolfo. 6 de mayo de 1937. Unanimidad de cuatro
votos. El Ministro Sabino M. Olea propuso su excusa para intervenir en este negocio.
Disidente: Luis Bazdresch. La publicación no menciona el nombre del ponente.
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