Descargar - Seminario. "Salud Mental y Defensa Pública

Anuncio
Principio de inocencia. A propósito de su efectiva aplicación en el proceso:
María Graciela Cortázar
Sumario: I. Introducción al concepto de la garantía y su aplicación en el proceso penal. II.
Antecedentes históricos. III. El principio en la Constitución Nacional de 1853. IV. La
presunción de inocencia en el ámbito de los derechos humanos. V. Las verificaciones
normativas en la legislación interna: el principio de inocencia y sus derivaciones.
I. Introducción al concepto de la garantía y su aplicación en el proceso penal.
El principio de inocencia o presunción de inocencia es un principio jurídico penal que
establece la inocencia de la persona como regla interpretativa aplicable desde el inicio hasta
la finalización del proceso. Solamente a través de un proceso en el que se demuestre la
culpabilidad de la persona, podrá el Estado aplicar una pena o sanción.
El estado jurídico de inocencia, conocido también como “presunción de inocencia”, es uno
de los elementos esenciales que integran el sistema procesal de garantías. Esta condición de
derecho de la persona frente al poder punitivo del Estado ha sido tratada por los autores en
el estudio del principio de inocencia y de sus repercusiones en los diversos ámbitos de la
justicia penal, principio que es fundamento inmediato de otros de otros que junto con él
conforman una de las principales directrices de un moderno modelo de enjuiciamiento
criminal, cual es la garantía del proceso justo o debido proceso.
La presunción de inocencia como base de sustentación de la persecución penal es una
conquista del liberalismo y del surgimiento de concepciones político institucionales
antropocéntricas que anteponen la libertad, la dignidad de la persona a cualquier otra
finalidad.
Por ello se hace necesario revisar esta garantía a la luz de los procesos históricos de la
humanidad para verificar su surgimiento lógico en épocas de evolución institucional que
estaban signadas por determinadas concepciones políticas. Los antecedentes históricos del
principio de inocencia pretenden además dar a conocer la evolución y el origen de este
principio por la importancia que representa su contenido.
De igual manera se plasmarán los conceptos y significados que el término como tal
engloba, con el objetivo de dar un concepto claro de este principio en el ámbito del
Derecho en general y en el campo del Derecho Procesal Penal en particular.
Por la relevancia del tema planteado, se hace referencia a la naturaleza de la presunción de
inocencia, considerándola como una garantía básica del proceso penal y del debido proceso,
siendo también una regla de tratamiento del imputado, una regla de juicio del proceso y
finalmente considerando a este principio como una presunción iuris tantum.
Es preciso resaltar los alcances que el principio de presunción de inocencia denota como
tal, para poder delimitar claramente el campo de acción del mismo.
II. Antecedentes históricos.
Es correcto afirmar que pueden hallarse antecedentes del principio en el Derecho
Romano, pero debe advertirse que a partir de la influencia del Cristianismo, se invierte
progresivamente su esencia hasta terminar desapareciendo con la profundización de las
prácticas inquisitivas en la baja Edad Media.
En el comienzo de la Edad Moderna, y principalmente de la pluma de Hobbes,
Montesquieu y Beccaria, se reinstala el principio y se afirma.
De esta manera, Beccaria, en su obra De los Delitos y de las Penas establece que la
presunción de inocencia es un principio necesario, manifestando que: “un hombre no puede
ser llamado reo antes de la sentencia del juez, ni la sociedad puede quitarle la pública
protección sino cuando esté decidido que ha violado los pactos bajo los que fue concedida”1
En el siglo XVIII se transforma en uno de los postulados fundamentales que
presidieron la reforma liberal ante el sistema represivo que imperaba en la época y es
precisamente en 1789 que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano lo
sanciona en forma explícita.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano constituye un hito
dentro del movimiento iluminista que reaccionó a toda una organización político-social
totalitaria, que tenía como uno de sus principales instrumentos un modelo de justicia penal
1
Beccaria, Cesare, De los delitos y de las penas,
represivo, fundado en las pruebas legales y el uso indiscriminado de la tortura como un
medio válido para obtener la confesión.
Según la lógica del sistema inquisitivo prerrevolucionario, el acusado no era un
simple sospechoso, más bien se le estimaba culpable, y a él le correspondía el deber de
destruir las conjeturas de culpabilidad, demostrando su inocencia. Esto respondía a que en
este modelo de enjuiciamiento se invirtió la máxima actori incumbit probatio. La forma
inquisitiva de enjuiciamiento criminal de la Edad Media, fue instrumento eficaz para uno de
los postulados de la ideología absolutista, que tuvo su apogeo a mediados de la Edad
Moderna: el poder de castigar entre los atributos personales del soberano, unido al poder
de prisión extraprocesal, mediante el cual el rey o sus representantes disponían
arbitrariamente de la libertad de los súbitos, sin ningún juicio.
Toda esta discrecionalidad del despotismo, que usó y abusó de sus ilimitados
poderes tanto en lo político como en lo judicial, no fue suficiente para detener la creciente
delincuencia directamente relacionada con el desarrollo productivo generado por la
Revolución Industrial, y la creciente migración de la población rural hacia las ciudades. Se
hizo necesaria una reestructuración de la justicia penal y la máxima era: “no castigar
menos, pero castigar mejor”.
La crítica certera al Derecho represivo y a todo el sistema político que lo sustentaba,
vino de la mano del pensamiento iluminista del siglo XVII que se caracterizó por ser
racionalista, utilitario y jusnaturalista y cuyos exponentes más notables fueron
Montesquieu, Voltaire y Rousseau, entre otros. Estos intelectuales diseñaron el ideario
reformista de todo un sistema político-social vigente que avasallaba la persona y los
derechos del individuo.
Decidida fue la opción de Montesquieu por la protección de los inocentes sin
excepción, calidad que tiene todo individuo antes de una condena criminal, postulado en
que fundamentó el nexo entre libertad y seguridad del ciudadano. Sin eufemismos escribe
Montesquieu diciendo que la libertad política consiste en la seguridad, o al menos en creer
que se tiene la seguridad. Esta seguridad no está nunca más comprometida que en las
acusaciones públicas o privadas. Por consecuencia, de la bondad de las leyes criminales
depende principalmente la libertad del ciudadano. Mostraba así que cuando la inocencia de
los ciudadanos no está asegurada, tampoco lo está su libertad.
Por su parte, Voltaire fue de los más críticos del Derecho Penal de su tiempo y a
propósito de la Ordenanza Criminal Francesa de 1670, postuló el juzgamiento por jurados
en juicio oral y público; defendió la asistencia judicial por abogado; apoyó el sistema de
íntima convicción en la valoración de la prueba; calificó como irracional la tortura,
consecuencia del sistema de prueba legal y abogó por la libertad de defensa.
Pero sin duda fue Cesare Bonesana, marqués de Beccaria, el que alcanzó más
notoriedad en el examen de las instituciones penales de su época, materiales y procesales, y
su única obra “De los delitos y de las penas” le valió incluso el título de fundador de la
ciencia penal moderna. Confeso discípulo de Montesquieu, postuló una reforma total en
materia penal y procesal penal; observó el encarcelamiento preventivo como una pena
anticipada y por ello exigió para su procedencia que la ley estableciera suficientes
elementos que fundaran una probabilidad satisfactoria sobre la participación del individuo
en el delito de que se le acusaba; demandó la separación en los recintos carcelarios entre
acusados y convictos, favoreció el juicio por jurados en audiencia oral y pública, atacó el
sistema de prueba legal y postuló morigerarlo, clasificando las pruebas legales en perfectas
e imperfectas.
Los pensadores iluministas elevaron el estado de inocencia a un sitial
preponderante, consagrándolo como uno de los postulados esenciales de sus ideas
reformistas en el marco de la justicia penal, que sustituía el procedimiento inquisitivo, por
el de un proceso acusatorio, público y oral que asegurara la igualdad entre la acusación y la
defensa.
III. El principio en la Constitución Nacional de 1853.
La CN impide que se trate como culpable a la persona a la que se le atribuye un
ilícito, un hecho amenazado de pena o una conducta prohibida y lo prohíbe cualquiera sea
el grado de verosimilitud, de convicción probatoria al respecto. Esta prohibición –que
aparece formulada de modo terminante– rige hasta tanto el Estado, a través de sus órganos
establecidos al efecto (jueces) pronuncie sentencia penal firme que declare su culpabilidad
y le imponga pena.
El art. 18 de la Constitución Nacional dice enfáticamente: “Ningún habitante de la
Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso”. Se
extrae de esta norma constitucional, además de otras exigencias procesales, el principio de
inocencia como presunción que beneficia a la persona imputada hasta tanto no recaiga
sentencia firme.
Es claro que esta afirmación conceptual surge de la necesidad que la CN impone de
un juicio previo, por lo que bien se afirma sin hesitación que el imputado ”es inocente
durante toda la tramitación del proceso”2 Y es correcto ampliar su alcance al decir de
Clariá Olmedo, como principio garantizador para toda la sociedad, en forma tal que: ”los
habitantes de la Nación gozan de un estado de inocencia mientras no sean declarados
culpables por sentencia firme, aun cuando respecto a ellos se haya abierto una causa penal y
cualquiera sea el proceso de esa causa”3. La inocencia de los imputados en materia penal
acompaña a estos siempre, durante el desarrollo de todo el proceso. Cesa solamente cuando
se consolida como estado natural del hombre a partir de la resolución procesal que lo
declara en forma definitiva o cuando se transforma en condena irrecurrible, dando lugar a
una nueva condición jurídica para el sujeto: la de condenado.
Es inexacto decir que el principio de inocencia no se encuentra previsto en la
Constitución Nacional en forma expresa antes de 1994. Esta garantía es propia y esencial
al sistema republicano de gobierno que aparece en el artículo 1° CN y por ende ya está
implícitamente reconocida en ella –de modo necesario– en virtud del artículo 33.
La declaración estudiada no significa que la sentencia de condena constituya la
culpabilidad, sino, por el contrario, significa que la sentencia condenatoria es la única
forma de declarar esa culpabilidad, de señalar a una persona como autora culpable de un
hecho punible o partícipe en él y la única forma de imponer una pena a alguien.
Como se dijo al principio, es importante por lo tanto destacar que el principio de
inocencia que se analiza aquí quiere significar que toda persona debe ser tratada como si
fuera inocente, desde el punto de vista del orden jurídico, hasta tanto no exista una condena
penal firme. Es correcto afirmar que la persona imputada goza de la misma situación
jurídica que un inocente, en lugar de decir que la persona imputada es inocente. Los
discursos que dan sentido sustancial al principio confunden su aplicación y pueden
2
Velez Mariconde, Alfredo, Derecho Procesal Penal ( 2da edición). Buenos Aires, Editorial Lerner, 1969,
página 59
3
Claria Olmedo, Jorge A., Tratado de Derecho Procesal, Tomo I, Buenos Aires, Editorial Ediar, 1960,
página 251.
colaborar a que se pretenda su limitación solamente a casos en los cuales exista grado de
menor evidencia sobre la autoría o responsabilidad.
Se trata de un punto de partida político que asume la ley de enjuiciamiento penal en
un Estado de Derecho y que tiene su origen como reacción contra un modo de persecución
penal que partía desde el extremo contrario. El principio no afirma que el imputado
esencial o factualmente sea en verdad inocente, sino que no puede ser considerado culpable
hasta que una decisión judicial, poniendo fin al proceso, lo condene y habilite de tal forma
la aplicación de pena o consecuencia jurídica que corresponda por esa declaración de
culpabilidad dictada por un órgano estadual competente a esos fines.
IV. La presunción de inocencia en el ámbito de los derechos humanos.
A partir de mediados del siglo XX, el desarrollo del derecho internacional de los derechos
humanos también dedicó especial protección a la libertad ambulatoria y al estado jurídico
de inocencia, combinando ambos principios para reforzar la necesidad de establecer el
derecho de toda persona a gozar su libertad durante el proceso penal.
El principio aparece regulado en los Tratados Internacionales sobre derechos humanos
como, por ejemplo, la Convención Americana sobre Derechos Humanos o Pacto de San
José de Costa Rica y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Específicamente, desde el Derecho Internacional, se regula: “Toda persona acusada de un
delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad,
conforme a la ley y en un juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías
necesarias para su defensa”(Art. 11 Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Y
“Garantías Judiciales […] Toda persona inculpada de delito tiene derecho a que se presuma
su inocencia mientras no se establezca legalmente su culpabilidad
( Art. 8 de la
Convención Americana de Derechos Humanos).”
Las reglas del derecho internacional de los derechos humanos, en este sentido, revisten
extrema importancia en relación al principio de inocencia. Estas reglas contienen una serie
de exigencias específicas que deben ser respetadas por los estados ante toda privación de
libertad. Este deber atribuido a los estados, cuyo cumplimiento es exigible, deriva del
carácter obligatorio y vinculante de los instrumentos jurídicos internacionales destinados a
proteger derechos inherentes al ser humano, considerados fundamentales.
Así, por ejemplo, las Reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos, Los Principios
básicos para el tratamiento de los reclusos, El conjunto de Principios para la protección de
todas las personas sometidas a cualquier forma de detención o prisión y Las Reglas de las
Naciones Unidas para la protección de los menores privados de la libertad, entre otros.
Se impone una exigencia normativa que requiere que toda persona sea considerada y
tratada como inocente hasta tanto no se obtenga el pronunciamiento de una sentencia
condenatoria firme, que destruya el estado jurídico de inocencia que el ordenamiento
jurídico reconoce a todos los seres humanos.
Por ello, el imputado, a pesar de ser sometido a una persecución penal, debe recibir un
tratamiento distinto al de las personas condenadas. En este sentido, la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos ha establecido, al decidir un caso: ”Este principio
construye una presunción a favor del acusado de un delito, según la cual éste es
considerado inocente mientras no se haya establecido su responsabilidad penal mediante
sentencia firme. El contenido de la presunción de inocencia exige que la sentencia de
condena y por ende la aplicación de la pena, solo pueda estar fundada en la certeza del
tribunal que falla acerca de la existencia de un hecho punible atribuible al acusado”4 La
exigencia impide que se trate como culpable a la persona solo sospechada de haber
cometido una conducta delictiva, sin importar el grado de verosimilitud de la sospecha,
hasta que un tribunal competente no pronuncie una sentencia que afirme su culpabilidad e
imponga una pena.
V. Las verificaciones normativas en la legislación interna: el principio de inocencia y
sus derivaciones.
A.- La regla del in dubio pro reo y favor rei.
El principio de inocencia se encuentra recogido en las legislaciones procesales que
reglamentan el proceso constitucionalmente diseñado en el ámbito interno de un Estado.
En nuestro país, y en el ámbito de la Provincia de Buenos Aires, el artículo 1 del CPPBA lo
recoge expresamente.5
4
CIDH, Demanda ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra la Rep. Arg., caso “ Guillermo
José Maqueda”, p- 746
5
El Código Procesal Penal de la Nación lo recepta en el art. 1 y también se verifica en forma expresa en los
textos de los Códigos de Procedimiento de Catamarca ( art. 1); Corrientes ( art. 1); Entre Río ( art. 1 c) ;
El principio de inocencia tiene derivaciones procesales de importancia que exigen su
verificación a lo largo de su aplicación concreta en diversos momentos o instancias del
proceso.
Dije al inicio que el principio de inocencia constituye un principio político interpretativo a
la luz del cual se deben aplicar siempre las reglas específicas en los procesos concretos. El
primero de los principios derivado de aquel es el conocido como in dubio pro reo o en
caso de duda a favor del reo“o su modalidad ampliada de favor rei , es decir el sentido
mas favorable al reo
El principio in dubio pro reo, si bien proviene hoy del de inocencia, se sostiene que puede
rastrearse en el Derecho Romano de la última época imperial, en el brocárdico que
afirmaba: “es preferible dejar impune al culpable de un hecho punible que perjudicar a un
inocente6”.
El contenido del principio derivado es claro: se exige que la sentencia de condena y su
consecuencia, la aplicación de pena, solo puedan fundarse en certeza del Juez acerca de la
existencia de un hecho punible que se atribuye a la persona sometida a proceso.
La ausencia de certeza es la imposibilidad estatal para destruir la situación de inocencia que
construye la ley (presunción) para amparar a la persona imputada y que de no ser destruida
conduce a la absolución. Cualquier grado menor a la certeza respecto a la verdad, conduce
necesariamente a la absolución (duda o probabilidad).7
A partir de la reforma constitucional que introducen los Tratados Internacionales se verifica
que estos incluyen el aforismo por remisión al principio de inocencia, citándose
expresamente el requerimiento de certeza para poder condenar, al igual que la
imposibilidad absoluta de revertirse la carga de la prueba (por ejemplo CADH, 8 n 2;
PIDCyP,14,n 2 )
La garantía del in dubio pro reo aparece en la sentencia definitiva operando como su
ámbito natural. Es allí donde la regla cumple su papel esencial. Algunos códigos modernos
que la contienen la ubican en el capítulo dedicado a regular esa etapa procesal, en tanto que
Formosa ( art. 1); Jujuy ( art. 5); La Pampa ( art. 1); Misiones (art. 1); Santa Fe ( art. 5); San Juan ( art. 1) ;
Tucumán ( art. 1).
6
En lengua original: “Satius esse impunitum relinqui facinus nocentis quam innocentem damnari”.
7
La CSJN reconoce la vigencia constitucional del principio in dubio pro reo (Fallos CSN, t 295, p. 782) y lo
ha aplicado en sus propias decisiones (Fallos CSN, t. 215, p. 269; t. 281, p.69).
otros la ubican entre las reglas generales. El Código Procesal de la Provincia de Buenos
Aires adopta esta forma y en su artículo 1 introduce, en el título la mención de favor rei
como regla ampliada y en su texto enuncia: :”.en caso de duda deberá estarse siempre a lo
que sea más favorable al imputado”.
La falta de certeza o el estado de duda que obligue a la reafirmación del principio de
inocencia, a través de la regla in dubio pro reo o del amplio favor rei que lo contiene, se
puede presentar tanto en lo que hace a la imputación y sus elementos, incluso en la
normativa fundante de la acción u omisión
típicas, como en la determinación de la
participación de la persona imputada y su culpabilidad, y asimismo a las causas de diverso
orden que excluyen condena y pena, al igual que los presupuestos fácticos que
individualizan la pena ( art. 41 CP). Todo ello debe ser reconstruido conforme al principio
in dubio pro reo.
No se discutió en la jurisprudencia la regla del favor rei para la determinación de los hechos
que importan en la sentencia, sí fue puesta en duda en su alcance de interpretación y
aplicación de la ley.
Nuestro Código Procesal Penal ha optado por receptar el criterio del favor rei aplicado a la
interpretación normativa que se conoce como principio de interpretación restrictiva, que se
encuentra regulado en el artículo 3 del CPPBA. “Interpretación. Toda disposición legal que
coarte la libertad personal, restrinja los derechos de la persona, limite el ejercicio de un
derecho atribuido por este Código o que establezca sanciones procesales o exclusiones
probatorias, deberá ser interpretado restrictivamente.”
Maier entiende que el principio no siempre se corresponde con la finalidad indicada, ya
que es admisible la interpretación extensiva y la analógica in bonam parte , no prohibida
por el principio de legalidad penal en tanto sea aplicación de una facultad o autorización
concedida al imputado8.
Entiendo que la afirmación – acertada en general del Profesor Julio Maier - ha sido
perfectamente salvada por el legislador provincial, que solo impide la interpretación
extensiva desfavorable desde el texto del artículo 3. Esto deja con total posibilidad de
8
Maier, Julio B, Derecho Procesal Penal, Tomo I. Fundamentos., Buenos Aires, Editores del Puerto, 1996,
2da. Edición, pág. 503.
aplicación en su caso a la interpretación extensiva de facultades normativas si favorecen al
reo.
B.- Onus probando ( carga probatoria del acusador).
La necesidad de afirmar la certeza de existencia de un hecho punible como medio para
justificar la sentencia de condena, ha llevado a afirmar en el proceso penal que la carga de
la prueba de inocencia no la tiene el imputado o lo que es igual, que corresponde a la
acusación demostrar la culpabilidad de aquel. Finalmente, es correcto afirmar que toda la
teoría de la carga probatoria carece de sentido en el proceso penal. Quien resulta imputado
no necesita construir su inocencia,
la que ya ha sido construida de antemano
constitucionalmente, beneficiándoselo con la presunción de tal estado mientras dure el
proceso. Será la condena, que procure, pida e intente justificar con prueba plena y cierta el
acusador, la que deberá destruir esa presunción que lo acompaña.
La vigencia absoluta de la regla derivada ha sido sostenida con énfasis por nuestra Corte
Suprema, frente a interpretaciones de los Tribunales que pretendieron imponer al imputado
la obligación de probar cuando invocaba un hecho que excluyera la condena o pena. En
estos casos la CN rechazó las sentencias sosteniendo que “el fallo importa violación a la
garantía del art. 18 CN, pues invierte la carga de la prueba y la exige al imputado”9
Es deber del acusador público investigar la verdad objetiva acerca de la hipótesis delictual
objeto del proceso, tanto en perjuicio como a favor del imputado, ligado así a la exigencia
de no solicitar condena cuando tiene elementos que le indican la falta de certeza al respecto
de la hipótesis sostenida. No es el imputado el que debe probar la existencia de los hechos
exculpatorios que alega sino, como parte de su hipótesis punible, el Fiscal mostrar su
inexistencia. Y si existieran, deberá sostenerlos y pedir la absolución en razón de la
exigencia de las reglas que rigen su actuación objetiva.
C.- El trato de inocente: su vigencia en materia de coerción personal.
Decía Concepción Arenal en 1877: “Imponer a un hombre una grave pena, como es la
privación de libertad, una mancha en su honra, como es la de haber estado en la cárcel, y
esto sin haberle probado que es culpable y con la probabilidad de que sea inocente, es cosa
que dista mucho de la justicia”.
9
Fallos, CSJN, t. 275, p. 9,.t.292. P. 561, t. 295, p. 782
Los intentos por conciliar el principio de inocencia con la vigencia de restricciones o
coerciones personales durante el proceso pretenden sostenerse en la necesidad de
afianzamiento de la justicia como motivación para decisiones que -en los hechos- implican
una excepción a la exigencia constitucional de trato como no culpable a quien no ha sido
aún declarado como tal Por eso entendí atinada la cita de Arenal, dejando claro que, a mi
juicio resulta falaz la dicotomía que pretende válida la opción entre justicia y garantías.
El ámbito de mayor dificultad de aplicación práctica del principio de inocencia en su
sentido constitucional es sin duda el de las medidas cautelares, específicamente las de
coerción personal.
En términos claros y directos, resulta complejo hacer coexistir la vigencia ineludible del
principio de inocencia como garantía constitucional, con la previsión no excepcional y el
uso ordinario de medidas de coerción personal sobre el imputado, especialmente la prisión
preventiva.
Las medidas de coerción personal, como una especie de las genéricas medidas cautelares
del proceso, son aquellas restricciones que se adoptan especialmente respecto del imputado
o sospechado de participación en un delito, para asegurar la procedencia de este proceso y
evitar su frustración.
Nuestros Códigos Procesales regulan dichas medidas, admitiendo en términos generales,
toda la gradación desde las más leves a las más gravosas, distinguiéndose la misma en todas
las legislaciones, en cuanto a su duración y requisitos para el dictado.
Es conocido que son medidas de coerción personal la citación, el arresto, la aprehensión, la
detención y la prisión preventiva. Manifestaciones de poder restrictivo de la libertad
personal de quien se halle vinculado a un proceso penal, las que se requieren y adoptan
como medio para garantizar la realización del mismo. Esta manifestación de poder estatal
deriva del principio de afianzamiento de la justicia como exigencia ciudadana a sus
representantes- (Preámbulo de la Constitución Nacional).
Por esta razón del afianzamiento de la justicia como justificativo para que el proceso o la
continuidad de la investigación sea lo que permita exceptuar una garantía individual es que
comencé el análisis con la opinión de Concepción Arenal. Esta célebre experta en derecho
penitenciario sostiene que la idea de justicia se encuentra negada en la clásica medida de
coerción. Y afirma además que resulta imposible su justificación por medio de argumentos
teóricos y de cuño constitucional liberal.
El Título VI del CPPBA contiene todas las medidas de coerción en relación principalmente
al imputado y es significativo que en el inicio del tratamiento, dentro del capítulo I, fija un
principio base que parece recoger el principio de inocencia como delimitador del alcance de
estas medidas cautelares del proceso, las que no pueden (o no deberían) ser sino
excepcionales, provisorias, proporcionales y temporales10. El art. 144, en ese norte, señala
que el principio rector del proceso es la libertad del imputado durante el mismo. Esta idea
central del sistema que fue nuclear en los redactores del Código Procesal original, sufrió
tanto el texto de este artículo como el resto del articulado, progresivas modificaciones que
en la actualidad vacían de contenido el principio rector o regla general del art. 144. Este
artículo aparece desde la ley 13449, reforzado con un texto muy enfático que en la realidad
forense no se observa cumplido. La ley 13449 agregó al art. 144 del CPP un párrafo final
que dice: ”La libertad personal y los demás derechos y garantías reconocidos a toda persona
por la Constitución de la Provincia sólo podrán ser restringidos cuando fuere absolutamente
indispensable para asegurar la averiguación de la verdad, el desarrollo del procedimiento y
la aplicación de la ley”.
El texto original del art. 144 y el agregado enfático de su último párrafo son
indudablemente aplicación al proceso concreto del principio de inocencia que aquí se
analiza. Ahora bien, el resto del articulado en materia de coerción personal y el ambiguo
plexo normativo relativo a la excarcelación y a las medidas de atenuación de la coerción o
medidas alternativas a la prisión preventiva, convierten al principio general no en una regla
limitadora sino en un principio ambiguo y casi sin sentido alguno, por más que la buena
doctrina y con razón entienda que, sin perjuicio del agregado “siempre que no se den los
supuestos previstos por la ley para decidir lo contrario” la regla del art. 144 del CPPBA es
la libertad del imputado por directa derivación del principio de inocencia.11
10
El Código Procesal Penal de la Nación regula en su Título IV, dentro de la “Situación del imputado” y a
partir específicamente del art. 280, todo lo vinculado a la coerción personal y en líneas generales merece –
más allá de que el proceso nacional es de raíz inquisitorial- las mismas observaciones que se hacen en
relación al CPPBA, en cuanto a las dificultades de ver plasmado en la norma procesal , el principio de
inocencia cuando se trata de aplicación de medidas de coerción personal
11
La opinión de Granillo Fernández y Herbel está en esa dirección constitucional obviamente obligatoria, no
obstante lo cual resulta a mi juicio innegable el efecto distorsivo del principio que acarrea el resto de los
artículos al momento de resolver casos concretos.
Cierto es que la coerción personal debe ser la última medida a tomarse en el proceso por
derivación directa del principio de inocencia, lo cual, lamentablemente no se advierte en la
realidad a pesar de la normativa procesal y de la claridad conceptual del texto
constitucional y los Tratados Internacionales.12
También los arts. 145 a 148 del CPPBA, todos del capítulo I, pertenecientes a las “reglas
generales” en la materia, regulan una serie de cuestiones que dan cuenta del principio de
inocencia como base de sustentación del proceso y limitador del alcance de las medidas de
coerción, y en tal sentido se resalta el principio de “mínima afectación” del arresto o
detención en la persona y reputación de los afectados (art.145). Se regula expresamente la
exigencia de requisitos para la procedencia de las medidas (art. 146) que remarca el sentido
instrumental y excepcional de la medida al requerir apariencia de responsabilidad,
verificación del peligro cierto de frustración procesal, proporcionalidad entre la medida y el
objeto tutelado y contracautela sólo cuando la petición es de particular damnificado o actor
civil. El art. 147 regula la condición de provisionalidad de la medida y su revisión para el
caso de desaparecer la condición que motivó su dictado.
El art. 148 que regula a partir de la ley 13449 los supuestos interpretativos de peligro de
fuga y entorpecimiento, es el que neutraliza el impacto como regla general que quiso el
legislador que tuviera el art. 144. Por vía de supuestos legislativos genéricos y regulaciones
en abstracto, se permite al Fiscal la omisión de prueba concreta del peligro de fuga o
entorpecimiento procesal. En lo concreto se reemplaza la exigencia de verificación de los
supuestos que permiten excepcionar el principio de inocencia por el uso de pautas tasadas,
propias del método inquisitorial que coloca a todos los imputados en la misma situación
siempre que su caso caiga en el supuesto previsto por la norma procesal. Con esta forma de
interpretación, la regla de coerción aparece permitida siempre. Así se desdibuja el sentido
constitucional del proceso y el principio de inocencia. Este sistema hace posible que
siempre que un imputado se encuentre en la situación del presupuesto normativo su libertad
pueda restringirse. La exigencia de verificación concreta de procedencia e “imprescindible
necesidad” se suple por el presupuesto genérico de la ley y la excepcionalidad desaparece.
12
La Corte Interamericana de Derechos Humanos fijó estándar en el sentido de que la medida de coerción
como última ratio” se funda en el principio de inocencia (Chaparro Álvarez y Chapo Iñiguez vs Ecuador del
21/11/2007).
El principio de inocencia, en su aplicación a las medidas de coerción, aparece restringido y
relativizado.
La denegación del principio de inocencia en relación a las medidas cautelares aparece más
claramente en la regulación de la excarcelación, cuando el legislador en el art. 171 sostiene,
a los fines de acreditar el peligro de fuga o entorpecimiento investigativo, que su existencia
puede “inferirse” del art. 148 al que ya me referí. Nuevamente aquí, habilitando la prisión
preventiva, por vía de la denegación de la excarcelación, el legislador omite la aplicación
del principio de inocencia que por directa derivación constitucional debiera ser garantía de
toda persona sometida a proceso. Y lo hace permitiendo a quien juzgue que no exija la
probanza concreta del peligro procesal sino la simple presunción por darse indicadores
genéricos previstos en la ley.
También se deja de aplicar la Constitución Nacional y los Tratados Internacionales, en
relación al principio de inocencia, en la regulación de las alternativas a la prisión
preventiva, ya que el texto del art. 159 parece restringir su alcance a los supuestos
específica y taxativamente regulados, quitando a los jueces la exigencia de evitar la
coerción personal más gravosa, como es la prisión preventiva siempre que sea posible, toda
vez que debieran ser de aplicación las reglas generales de los arts. 144 y 145 que imponen
la menor afectación posible. Nuevamente la regulación específica, la previsión de supuestos
normativos, omite la consideración en cada caso y por directa derivación hace desaparecer
la garantía como vigente siempre y nuevamente, insisto, lo excepcional se convierte en
regla. La prisión preventiva aparece nuevamente aquí como el principio y la alternativa
menos dañosa, una excepción para casos extremos.
El art. 160 también aparece limitando lo que debiera ser la regla, al exigir “fundamento
suficiente” para la aplicación de medidas restrictivas diferentes al encierro, lo que conlleva
-una vez más- a relativizar el principio de inocencia.
Y lo que sostengo desde un análisis de cotejo normativo se corrobora por criterios
jurisprudenciales que convierten a la prisión preventiva en una medida que es pedida
regularmente y aplicada sin demasiada complejidad argumental. La prisión preventiva es
una medida ordinaria en los procesos penales bonaerenses, ya sea por el tipo de delito que
por amenaza de pena impide la excarcelación, o por encontrarse el imputado en alguno de
los supuestos que en abstracto la norma del art. 148 brinda a quien juzga para presumir el
peligro procesal.
En uno u otro supuesto, la procedencia de la prisión preventiva se hace casi automática y
por esa razón y la mora judicial inexplicable, sobre todo en las instancias superiores, se
produce la penosa realidad carcelaria de la provincia, donde más del 80 por ciento de los
detenidos en ellas son procesados.
En la práctica, los presos preventivos (“sometidos a medidas de coerción personal”, para
ser técnicamente correcta y políticamente eufemística) son la abrumadora mayoría en las
cárceles de la Argentina y América, ya que en toda la región no se cumplen penas formales
sino que se atraviesan períodos de prisionización sin condena hasta que, por aplicación
analógica de beneficios legales regulados para condenados en un sistema progresivo de
penas, obtienen con mucha dificultad la salida de la cárcel mucho antes de la firmeza de
sentencia alguna respecto del hecho por el cual sufrieran dicha prisión. La cárcel que sufre
el preventivamente preso bajo cautela es idéntica a la que sufre el penado y pese a las
prohibiciones legales, a las mandas constitucionales y las recomendaciones y reglas
internacionales, se los mezcla.
En muchos casos, la prisión es una medida más gravosa para procesados que para penados,
ya que su condición les impide gozar de los llamados beneficios previstos exclusivamente
para condenados. No solo es la prisión preventiva una pena anticipada sino que se anticipa
una más grave que la impuesta por la eventual condenación. Y a esto hay que agregarle que
este anticipo más gravoso lo es sin la certeza de que la condena recaiga efectivamente, dado
que resulta posible la absolución, a pesar de lo cual, la pena .no debida- se cumple.
Se advierte entonces que el axioma que impide la pena sin una sentencia judicial que la
ordene, decisión que deberá provenir de un procedimiento previo ajustado a la Constitución
y a la ley, ha fundado, de modo correcto, la pretensión de que el imputado no pueda ser
tratado como un culpable o dicho en sentido positivo, pueda exigir ser tratado como
inocente es su derecho y por tanto posee una garantía que resulta exigible).
Se ha visto también y resulta admisible constitucionalmente que no sea posible eliminar, no
obstante, toda la posibilidad de uso de la coerción personal por parte del Estado. A pesar de
ello, que aparece admitido por la propia Constitución Nacional en la admisión del arresto y
como imperativa exigencia de asegurar el afianzamiento de la justicia proclamado en el
Preámbulo, entiendo que el CPPBA no regula adecuadamente y dentro del adecuado marco
constitucional la coerción personal que, como se viera, aparece -desde las últimas reformas
y no por la letra original de la ley 11922- negando el principio de inocencia y habilitando la
utilización de la restricción de libertad durante el proceso como regla y no de modo
excepcional.
El principio de inocencia es, como sostiene el Profesor Maier13, el principio limitador de las
medidas de coerción personal que, como intenté analizar, a mi juicio no se encuentra
receptado en el CPPBA y conduce a una desnaturalización del mismo en la práctica.
Finalmente debe decirse que para los supuestos de aplicación ineludible de una medida
coercitiva personal, el principio de inocencia que acompaña como garantía al imputado, le
exige a la autoridad judicial un sinnúmero de obligaciones para su efectiva realización en
cada caso en el que una medida de coerción sea aplicada. Y así debe la judicatura verificar
y garantizar el alojamiento diferenciado de procesados y condenados. También que el
derecho a la información del imputado sea respetado, que la correspondencia y los medios
de escritura en principio sean permitidos libremente. Y que se regulen con respeto a la
dignidad humana y en interés del detenido, las visitas, en tiempo y lugar adecuados
previendo el ejercicio de la vida sexual y la realización de contacto con sus vínculos
afectivos. Debe garantizarse el ejercicio de sus derechos civiles y políticos y que no sea
obligatoria ninguna prestación especial.
Este listado, que no resulta excluyente ni taxativo, es la enunciación de los derechos que
toda persona posee, que no resulta constitucionalmente válido restringir a quien no debe
soportar castigo alguno y que, por tanto, cuando se encuentre vigente una medida de
coerción personal, resulta necesario controlar por medio del órgano jurisdiccional que la
haya dictado, que se garantice su vigencia a riesgo de estar restringiendo derechos
arbitrariamente y agravando las condiciones de detención que podrían habilitar la
interposición de habeas corpus correctivos y responsabilizar al Estado por vulneración de
garantías convencionalmente reconocidas.
13
Maier, Julio B, Derecho Procesal Penal, T. I, Fundamentos. Buenos Aires, Editores del Puerto, 1996,
página 512.
Descargar