La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales 1. Conmemoraciones Debemos a Norbert Elias algunas esclarecedoras páginas sobre el tema del tiempo como institución social. Al apartarse de las nociones filosóficas que asumían al tiempo como hecho objetivo de la naturaleza o bien, en el lado opuesto, como simple representación subjetiva, el sociólogo alemán optó por entenderlo como una de las herramientas que las comunidades humanas han desarrollado para guiar sus conductas y alcanzar sus fines específicos. Las maneras en que modulamos, codificamos y rememoramos el paso del tiempo expresan nuestras concepciones del mundo, los valores y conocimientos que compartimos, la conciencia que nos formamos de la historia. Los calendarios son esquemas, casillas y cifras que dotamos de significado, de acuerdo a las enseñanzas recibidas y transmitidas en el seno de un determinado grupo social. Entre las costumbres que hemos perfeccionado en nuestro trato con los calendarios se hallan las efemérides y las conmemoraciones, pilares de nuestra educación cívica. En la misma retícula que anuncia el tiempo por venir de un año cualquiera, se le ha hecho lugar al recuerdo de vidas y acontecimientos que pertenecieron a la sucesión de otras eras. Historias cumplidas, sin posibilidad alguna de modificar su destino, se han apoderado de una fecha y han conocido los privilegios de la gloria eterna. El retorno cíclico de un día con efeméride al calce mantiene vigente la fama de quienes por la vía del arrojo, la generosidad, el carisma o el talento, hicieron algo que reconocemos como trascendente. El calendario se desdobla entonces como almanaque, mural, altar, panteón o mausoleo. En el calmo o agitado transcurrir de nuestra vida cotidiana, regido por las coordenadas que establecen las reparticiones de meses y días, resuena de tanto en tanto el fragor de otras batallas y resplandece el brillo de otras épocas. Esos ecos y cintilaciones nos advierten que la historia no es sólo aquello que ya pasó y se va quedando atrás, sino también el modo en que lo sucedido participa, desde las veleidades de la memoria colectiva y personal, en la conformación de nuestro presente. Si todo calendario y sus usos son expresión de uno de los tantos pactos que regulan a la vida social, no es exagerado hablar de la existencia de un tiempo mexicano, tema que a algunos críticos culturales pudiera parecerles mera invención de los afanes mitológicos de Octavio Paz y Carlos Fuentes. No nos referimos solamente a la materia evasiva y gelatinosa de esos modismos lingüísticos que tanto desquician a los visitantes extranjeros de nuestro país, quienes nunca podrán entender el misterio de que “al ratito” quiera decir “mañana” y “mañana” muy probablemente “nunca”. El país surgido de la conquista española que trajo aparejada la violenta sustitución de creencias, costumbres y cosmovisiones, y que en su lucha por establecer un estado soberano ha vivido el constante asedio de los imperios y las fatales consecuencias de sus propios defectos e incapacidades, debió llevar al terreno de los códigos y simbologías del tiempo la experiencia de sus múltiples desmembramientos, mestizajes, crisis y refundaciones. La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales Basta con echar una ojeada a los días que la memoria calendárica mexicana propone como festivos, de guardar o dignos de recuerdo, para entender la variedad de afluentes culturales que nutren nuestra identidad colectiva. El sincretismo religioso, lo sagrado y lo profano, lo impuesto por los distintos poderes y lo elegido por el ánimo popular, lo importante y lo baladí, conviven en las casillas que custodian nuestras efemérides y conmemoraciones. La nómina de nuestros días-homenaje exhibe nuestra inclinación por los mitos y los milagros, nuestras simpatías por el martirologio y el carácter de un nacionalismo más reactivo que propositivo, más vocinglero y faramalloso que comprometido con las necesidades del país. El calendario mexicano, dispuesto a la celebración con cualquier pretexto, nos ha dado días para honrar a los santos y vírgenes que nos consuelan en nuestros pesares, y a los héroes que nos libraron de la esclavitud y la injusticia. Hay fechas en que se debe rendir tributo a la madre, al profesor, al árbol, a la novia, al compadre, al abañil, a la secretaria e incluso al taco. Otras más dedicadas a recordarnos el inicio de un alzamiento insurgente, la promulgación de una Carta Magna, la caída de un Apóstol de la Democracia. Al paso del tiempo, algunos de esos homenajes se han convertido en pálidas compensaciones de un aprecio o respeto que fuera del ámbito simbólico deja mucho que desear. Al pie de los monumentos dedicados a los caudillos revolucionarios, en las fechas consagradas al recuerdo de sus nacimientos o muertes, políticos de dudosa reputación se hacen lenguas sobre el futuro venturoso del país que aquellos héroes hicieron posible con su sacrificio. Insolados y aburridos, los escolapios que los escucharon por obligación regresan a sus casas a confirmar, en los alimentos que reciben y en los techos que los cobijan, la distancia que separa a la realidad de la retórica. Ser el fantasma de un programa traicionado o una promesa no cumplida es uno de los servicios que a la memoria colectiva prestan los días-homenaje, prolíficos convocantes de monumentos, ofrendas y piezas oratorias. El 18 de marzo, día en que los mexicanos celebramos la nacionalización del petróleo decretada en 1938, se cuenta entre esas fechas difíciles de exorcizar. Efeméride de una de las victorias históricas que gobierno y pueblo mexicanos obtuvieron en el siglo XX, desde hace algunas décadas es también el inevitable © Pedro Meyer 1987 recuerdo de todo lo que dejamos de hacer o hemos desperdiciado a costa de un recurso valioso y no renovable. Los veneros que nos fueron escriturados nada menos que por el diablo, según se afirma en el más citado y declamado poema de Ramón López Velarde, no han brindado únicamente el combustible que anima nuestros motores, industrias y transportes. El oro negro, materia y símbolo, ha alumbrado las esperanzas, pesadillas y delirios de un país que se enorgullece de su riqueza en el subsuelo y suele olvidar las carencias que tiene en la superficie. La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales 2. Lázaro Cárdenas La industria petrolera en México tuvo sus inicios en los primeros años del siglo XX, al cobijo del régimen de Porfirio Díaz. Las primeras fuentes de su aprovisionamiento fueron las chapopoteras, los hidrocarburos que conseguían salir a la superficie a través de las fracturas producidas en las capas del subsuelo. Entre 1910 y 1920 se desarrolló la exploración tecnificada y la perforación basada en conocimientos geofísicos. Empresas estadounidenses fueron las primeras beneficiarias de ese recurso que tuvo como su primer producto comercial al kerosén, combustible que substituyó al aceite de ballena en los requerimientos de la iluminación artificial. El triunfo de la revolución y el mandato constitucional de 1917, que expresamente reconocía el dominio que sobre las riquezas del suelo y el subsuelo tenía la nación, causó cierta alarma a las compañías petroleras extranjeras –representantes de capitales estadounidenses, ingleses y holandeses–, pero no modificó su posición privilegiada. Jesús Silva Herzog, testigo y protagonista de la expropiación petrolera de 1938, resumió así este periodo: “Desde 1914 hasta 1922 o 1925, hubo un hervidero, una fiebre de lucro tremenda; luchaban unas compañías contra otras [...] La historia de esos años está llena de chicanas, de incendios y de asesinatos. De incendios de juzgados pueblerinos, para hacer desaparecer las escrituras de los terrenos petrolíferos; de asesinatos de aquellos propietarios que se negaban a vender sus terrenos a las grandes empresas petroleras.” El establecimiento de “guardias blancas” en los campos donde se extraía el petróleo, el apoyo a movimientos contrarrevolucionarios –como el encabezado por Manuel Peláez–, la presión a través de conductos diplomáticos y la amenza de una intervención armada, fueron otros de los recursos que los concesionarios del petróleo utilizaron para manifestar su poder e influencia. Entre 1901 y 1937, un millón ochocientos sesenta y seis mil barriles de petróleo se produjeron en México y de su comercialización los mexicanos no obtuvieron sino migajas. En 1936, un conflicto obrero-patronal fue el inicio del proceso que condujo a la nacionalización del petróleo. El Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, fundado ese mismo año, presentó un proyecto de contrato colectivo a los representantes de la veintena de empresas foráneas que explotaban la riqueza petrolera. La falta de acuerdo entre las partes provocó la intervención del gobierno del presidente Lázaro Cárdenas del Río como mediador. Rotas las negociaciones de nueva cuenta en abril de 1937, al mes siguiente se declaró una huelga general en todos los centros de trabajo de la industria petrolera. Ante la amenza de parálisis que implicaba la falta de combustibles, el gobierno federal propuso como solución que el sindicato petrolero planteara ante el Tribunal del Trabajo un “conflicto de orden económico”, vía legal para confirmar que las empresas estaban en condiciones de atender sus exigencias. Tres peritos, entre ellos Silva Herzog, se hicieron cargo de evaluar las condiciones financieras de las empresas, que alegaban no tener capacidad de pago. © Pedro Meyer La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales Los resultados del peritaje, que implicó un enorme esfuerzo y se realizó a marchas forzadas, indicaron que las compañías estaban en posibilidad de aumentar salarios y prestaciones, en un monto de 26 millones de pesos. Esa resolución desató la indignación de los concesionarios, que de inmediato iniciaron una campaña periodística en contra de quienes se habían responsabilizado del peritaje. Las conclusiones de los peritos fueron avaladas por el laudo que la Junta Federal de Conciliación de Arbitraje pronunció el 18 de diciembre de 1937. Las compañías petroleras contratacaron retirando sus fondos de los bancos mexicanos, haciendo propaganda a favor de una devaluación y privando de mantenimiento a sus instalaciones. La presentación de una demanda de revisión del laudo ante la Suprema Corte de Justicia fue el último recurso legal utilizado por los concesionarios. De nueva cuenta la sentencia les fue desfavorable y decidieron oponerse a su cumplimiento. El presidente Cárdenas se mantuvo firme en la defensa del fallo del máximo tribunal mexicano. Los trabajadores petroleros emplazaron nuevamente a huelga para el día 18 de marzo de 1938. El desacato de los empresarios y el desabasto de combustibles que implicaba el paro de actividades de los trabajadores, hicieron que Lázaro Cárdenas tomara la decisión que iba a cambiar el perfil del México moderno. A las ocho de la noche de aquel día, ante los micrófonos de la radio, dio lectura al decreto que expropiaba, por razones de utilidad pública, las instalaciones y equipos de las compañías petroleras. 3. Pemex © Pedro Meyer 1987 La formación de la empresa paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex), que desde 1938 se hizo cargo de la infraestructura petrolera del país, dejada en el abandono por sus anteriores propietarios, califica como hazaña en más de un sentido. La nacionalización del petróleo reafirmó la potestad del Estado mexicano sobre las riquezas de la nación, al tiempo que sentó un magnífico precedente en contra de los afanes intervencionistas de intereses extranjeros. La recuperación de un recurso a todas luces estratégico permitió, en el corto y en el largo plazos, la modernización económica del país, el desarrollo de sus comunicaciones y la ampliación de su planta industrial. En la historia del México posrevolucionario, ninguna otra acción gubernamental concitó tanto apoyo popular y La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales fervor nacionalista como la expropiación realizada por el general Lázaro Cárdenas, mandatario que tuvo en las organizaciones obreras y campesinas a sus principales aliados. Las marchas callejeras de respaldo político, los actos de solidaridad en que personas de todos los estratos y edades ayudaron al pago de las indemnizaciones reclamadas por los exconcesionarios, la improvisación de técnicos y remiendos a que obligó la necesidad de levantar una industria boicoteada por sus anteriores propietarios –y por los gobiernos extranjeros que defendían sus intereses–, desataron la energía social que hizo de la expropiación un ejercicio de revaloración colectiva. La confianza de los mexicanos en sus propias posibilidades y talentos salió fortalecida de aquel suceso y sus secuelas. Veinte años despúés, Jesús Silva Herzog percibía así los efectos de esa reivindicación nacionalista: “Ahora sabemos que somos capaces de construir caminos para trepar las montañas en automóvil; sabemos que somos capaces de construir grandes presas y sistemas de riego para domeñar las corrientes bravías de los ríos; sabemos que podemos también, con el trabajo del mexicano, aumentar nuestra capacidad de energía eléctrica; sabemos que Moctezuma, el viejo Emperador azteca, estaba equivocado cuando pensaba que los que venían de Oriente eran ‘hijos del sol’...” Entre los años cuarenta y sesenta, la institución pública descentralizada “Petróleos Mexicanos”, que llevaba como lema “Al servicio de la Patria” y tuvo entre sus logotipos comerciales la figura de un charro, expandió su presencia por toda la república y se convirtió en piedra angular de los distintos modelos de desarrollo económico implementados por los gobiernos herederos de la Revolución. Ciudades y poblados como Poza Rica, Tuxpan, Salamanca, Minatitlán, San Juan Ixhuatepec o Las Choapas, vincularon el ritmo de su vida cotidiana a los avatares de las instalaciones que Pemex ubicó en su entorno. Al mapa del estado de Tabasco se agregó una ciudad bautizada con el nombre de la paraestatal: Ciudad Pemex. Las aguas del Golfo de México se comenzaron a poblar de islas artificiales que no tenían más propósito que la extracción de petróleo. Los fabricantes de pinturas, velas, cerillos o productos farmacéuticos; los tractores, aviones, carcachas y automóviles último modelo; el sistema carretero, las estufas hogareñas y toda máquina que funcionara a base de combustión interna, © Pedro Meyer 1987 requirieron de los productos que Pemex distribuía a través de sus bombas, pipas y ductos. De acuerdo a las cifras oficiales, el monto de los cerca de 39 millones de barriles de petróleo crudo que se habían producido en 1938, se había multiplicado por más de cuatro veces en 1969.Y detrás de esa producción estaba un gremio, el de los trabajadores petroleros, que había hecho crecer en grado semejante su capacidad técnica, su influencia política y su poderío económico. La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales Parte de un sistema corporativo que fue sostén de los gobiernos emanados del partido que gobernaba México desde 1929, la empresa Pemex no sólo se vio afectada por la evolución del mercado internacional al que concurrían sus hidrocarburos. Convertida en la principal fuente de divisas extranjeras y en un inmenso complejo industrial, ligada a los más diversos intereses laborales y comerciales, la paraestatal no pudo regirse solamente por los cálculos técnicos y los requerimientos que planteaba su modernización tecnológica. Los inmensos recursos que proveía y recibía, hicieron de Pemex un apetecible botín político y económico. Por sus veneros también fluyeron los dineros sucios de la corrupción tecnocrática, empresarial y sindical. Si los productos de la entidad pública que hacía alarde de su origen nacionalista estaban en todas partes, no pocos de sus más jugosos beneficios habían sido burda o sutilmente privatizados. Por distintas vías –asesorías técnicas, alquiler de equipos, socios prestanombres, celebración de “contratos-riesgo”– las compañías extranjeras siguieron sacando provecho de la riqueza petrolera mexicana. En esa condición polivalente de empresa de servicio público, arca nacional y bolsa de negocios gremiales y particulares, Pemex acompañó, sirviendo de paraguas, colchón o caja chica, la etapa en que el régimen priísta conoció las crisis económicas y políticas que revelaron su decadencia. 4. La administración de la abundancia Los gobiernos mexicanos pasaron de la “revolución equilibrada” del presidente Adolfo López Mateos (1958-1964) al “desarrollo estabilizador” de Gustavo Díaz Ordaz, y de ahí a la “apertura democrática” de Luis Echeverría (1970-1976), exhibiendo en el camino la dificultad de mantener el orden antidemocrático y paternalista que había sido sostén del poder priísta. José López Portillo, quien se vio a sí mismo como la última expresión de la Revolución hecha gobierno, recibió un país arruinado por el fracaso de las políticas populistas, la devaluación del peso frente al dólar, la carga de la deuda externa y la fuga de capitales. El futuro de su gobierno (1976-1982) no parecía promisorio. Pero las buenas noticias llegaron de las profundidades del subsuelo. El día de su toma de posesión, el 1 de diciembre de 1976, informó que las reservas probadas de petróleo eran mucho mayores que las hasta entonces calculadas: no se componían de 6,400 millones de barriles sino de casi lo doble de esa cantidad –11,000 millones–. Tal riqueza colocaba al país en el selecto círculo de las potencias petroleras, precisamente en un momento en que la disputa por los hidrocarburos era el asunto dominate de la política internacional. El nuevo director de Pemex, el ingeniero Jorge Díaz Serrano, contratista multimillonario que había mantenido estrechos vínculos con empresas trasnacionales, fue el encargado de manejar los preciados recursos en que se debía sustentar el milagro de “un país permanentemente próspero, un país rico donde el derecho al trabajo sea una realidad”. La apuesta de López Portillo y Díaz Serrano por aumentar aceleradamente la producción y venta de petróleo y gas no rindió los frutos esperados. Cuando los precios de los hidrocarburos sufrieron una fuerte caída y hubo de pagarse el costo de los proyectos fallidos con el aumento del défict público, el prometido viaje al país de las maravillas se convirtió en violento retorno a los sótanos del subdesarrollo. En el frenesí de nuestro breve boom petrolero las autoridades no quisieron escuchar las advertencias de ciertas voces críticas. Los La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales periodistas Heberto Castillo y Manuel Buendía, y los caricaturistas Eduardo del Río Rius y Rogelio Naranjo, expresaron en diferentes publicaciones su opinión en contra de las imprevisiones, abusos y falsedades de la política impulsada por Díaz Serrano. La posible construcción de un gasoducto que iría desde Cactus, Chiapas, hasta Hidalgo, Texas, el proyecto más megalomaníaco y riesgoso de la administración de Díaz Serrano, hizo que se avivaran las defensas antimperialistas de quienes creían que la política petrolera mexicana se había subordinado a las estrategias del gobierno estadounidense. Las caricaturas que en torno a los asuntos petroleros realizó Naranjo son el más lúcido y despiadado retrato de aquel sueño de nuevos ricos con final trágico. En una de ellas Pemex es representado como una torre de pozo petrolero vistiendo un frac remendado, mientras fuma, con estilo de tramp o limosnero elegante, el cigarillo que remata su juerga. Ante la riqueza que se veía venir, el presidente López Portillo dio el siguiente consejo a sus colaboradores y conciudadanos: “Tenemos que acostumbrarnos a administrar la abundancia de un recurso que no es renovable, el riesgo del derroche hace al hijo pródigo...Cuidado con la prodigalidad, no tenemos que regresar vencidos.” La prevensión se volvió profecía. La anhelada prosperidad nacional nunca llegó. Se volvió resplandor inútil, como las llamas del pozo Ixtoc I, ubicado en las aguas del Golfo de México, que un accidente hizo arder durante varios meses en 1979. Se esfumó, al igual que las ambiciones presidenciales de Jorge Díaz Serrano, quien a comienzos del siguiente sexenio fue llevado a la cárcel luego de declarársele culpable de fraude maquinado. 5. Cincuentenario Pemex llegó a sus cincuenta años de existencia en un país que se afanaba en resurgir de su bancarrota. La palabra crisis, definitoria ya no de una circunstancia sino de una fatalidad histórica, nunca faltaba en las explicaciones técnicas o piadosas que los ciudadanos mexicanos recibían sobre los tumbos y recaídas de su economía. El gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988) dedicó buena parte de sus esfuerzos a campear el vendaval constituido por una inflación galopante –que llegaría en diciembre de 1986 a 105.7 %–, una deuda externa impagable –que obligó a arduas negociaciones con la banca comercial internacional– y el justificado descontento social que tenía, entre sus principales causas, la carestía de los productos de consumo diario y el escaso poder adquisitivo de los salarios. Los terremotos que en septiembre de 1985 sacudieron a la ciudad de México completaron el desastroso panorama de los años en que se vivió la resaca del despilfarro petrolero. Ese periodo fue asimismo el telón de fondo del fulgurante ascenso al poder político de los jóvenes tecnócratas que propusieron, como panacea modernizadora, el recetario del neoliberalismo. Las políticas de austeridad, los recortes presupuestales y los © Pedro Meyer 1987 La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales topes salariales que implementó De la Madrid fueron el anuncio del fin del Estado expansivo y benefactor que había sido sostén del proyecto posrevolucionario. Como en los gobiernos que le antecedieron y siguieron, el petróleo fue la principal fuente de divisas y de aportaciones fiscales durante la administración delamadridista. En el informe anual que en 1988 presentó Francisco Rojas Gutiérrez, a quien en aquel sexenio se confió la dirección de la paraestatal, se mencionaban un promedio de exportación de 1,345 millones de barriles diarios y una facturación global de venta de 7,883 millones de dólares. Mantener el impulso de la industria petrolera había tenido costos no sólo económicos que se hicieron públicamente notorios en 1983. El petróleo, tabla de salvación de la economía nacional, tenía otros significados en las localidades en que era extraído, como en ciertas comunidades de Tabasco. Los ecosistemas, la vida silvestre, los cuerpos y afluentes acuáticos, las actividades agrícolas y pesqueras de esos lugares fueron severamente afectados por la jauja del oro negro. En el primer volumen de Las Razones y las obras, publicación editada por la Unidad de la Crónica Presidencial del gobierno de De la Madrid, se daba noticia de ese ecocidio: “La dimensión del crecimiento petrolero en los años recientes, la naturaleza de su industria, la infraestructura que requiere y el hecho de que este hidrocarburo sea dañino si en el proceso de extracción se derrama sobre la tierra hicieron inevitable que se provocaran daños ambientales, particularmente graves en los municipios tabasqueños de Huimanguillo, Cárdenas, Comalcalco y Paraíso. Según un estudio de la delegación estatal de la SPP [Secretaría de Programación y Presupuesto], una superficie aproximada de 60,000 hectáreas de lagunas, ríos y tierras agrícolas en Tabasco estaba contaminada por los desperdicios petroleros, con los consecuentes perjuicios para miles de campesinos”. © Pedro Meyer 1987 La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales Los tabasqueños damnificados por el petróleo exigieron el pago de indemnizaciones, agrupándose en la organización llamada Pacto Ribereño para negociar con el gobierno. A los desacuerdos sobre el modo en que se harían efectivos aquellos resarcimientos siguieron marchas, tomas de instalaciones de Pemex y bloqueos de los caminos por donde transitaban los vehículos de esta empresa. En esas protestas surgidas en el sureste mexicano se manifestaban no sólo una serie de contingencias locales. Los entornos enchapopotados y paisajes tiznados, así como el crecimiento desordenado de las ciudades que giraban en torno a las actividades petroleras, eran una prueba más de las deficiencias estructurales del modelo de industrialización que tenía como punta de lanza la acelerada extracción y venta de hidrocarburos. © Pedro Meyer Aún en esos complicados años ochenta del siglo pasado, Pemex mantuvo su prestigio como emblema nacionalista. Gigantesca en sus proporciones, esquilmada por los vivales, ordeñada por los contratistas, controlada desde abajo por los líderes sindicales y desde arriba por los técnicos y los burócratas, a fin de cuentas pródiga en sus dones, representaba al mismo tiempo la soberanía recuperada y la posibilidad de imaginar otros futuros, así fuera sobre las ruinas del pasado reciente. En la agenda de las organizaciones de izquierda la defensa de la paraestatal como patrimonio de todos los mexicanos ocupaba un lugar prioritario. Ni siquiera los más pragmáticos impulsores del “adelgazamiento del Estado” se atrevían a proponer en público la privatización de la paraestatal que era la principal herencia del cardenismo, si no es que su testamento político encarnado. Ninguno de los bandos y sectores que integraban el espectro político mexicano, de los nacionalistas de viejo cuño a los modernizadores a la última moda, podía olvidar que el 18 de marzo de 1988 se cumplía medio siglo de la fundación de Petróleos Mexicanos. La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales En aquel año llegaba asimismo a su término el mandato de Miguel de la Madrid. En medio de la agitación política que implicaba la elección de su sucesor, se dieron los festejos del cincuentenario de Pemex. El gobierno que estaba obligado a cumplir con esta efeméride, atado a múltiples compromisos y retado desde varios frentes, ya no podía presumir la disciplina que el sistema político mexicano había lucido en otros días. La contienda electoral de 1988 evidenció las fracturas de la prolongada hegemonía priísta. De las propias filas del aparato oficial salió el candidato de oposición que encabezó el mayor movimiento contestatario del que se hubiera tenido noticia desde la insurgencia estudiantil de 1968: el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo único del general que había expropiado el petróleo. Luego de ser parte de la Corriente Democrática del partido oficial y de escindirse de esta organización, a la que acusaba de haber traicionado sus principios, Cárdenas compitió en las urnas bajo las siglas de un amplio frente partidista, del que eran parte el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana y el Partido Mexicano Socialista –cuyo primer candidato, Heberto Castillo, declinó a su favor–. Fueron necesarios todos los apoyos, presiones y ardides del aparato gubernamental –incluida la sospechosa “caída del sistema” de cómputo que llevaba la cuenta de los votos–, para que Carlos Salinas de Gortari fuera investido como nuevo presidente. Derrotado en los conteos electorales, pero refrendado en su liderazgo social, años más tarde Cárdenas Solórzano fue uno de los fundadores del Partido de la Revolución Democrática, la organización que llevaría a la izquierda mexicana a la obtención de sus mayores triunfos políticos. En el imaginario mexicano, prolongación etérea del altivo porte de nuestras estatuas, el apellido Cárdenas no podía separarse de la expropiación del petróleo ni ésta de las propuestas progresistas que algún día fueron parte del programa nacionalista revolucionario. No en balde tres generaciones de mexicanos habían reiterado con dibujos, declamaciones, desfiles, carros alegóricos y artesanías escolares que “el petróleo es nuestro”. Entre el Cárdenas padre de 1938 y el Cárdenas hijo de 1988 había más vasos comunicantes que los vínculos familiares. A través del candidato del Frente Democrático Nacional se hacía presente no sólo el semblante adusto del general revolucionario que la devoción popular había consagrado como Tata. El ideario que el ingeniero Cárdenas defendía, implicaba la recuperación del camino que se había desviado cuando buena parte de sus sucesores subordinaron la justicia social a otros propósitos. En la visión estratégica de los políticos y empresarios que vinculaban el progreso México a la reducción de las regulaciones proteccionistas, el acotamiento de la presencia del sector público y la aceptación de las nuevas condiciones de la economía globalizada, aquella reafirmación nacionalista resultaba anacrónica. Aunque el camino al poder todavía pasaba por la validación de un partido nominalmente revolucionario, la clase política emergente no se sentía en deuda con una lucha armada que había sucedido ocho décadas atrás. En el año electoral de 1988 hubo un claro deslinde entre los proyectos de nación que representaban Cuauhtémoc Cárdenas y Carlos Salinas de Gortari. Esa fue la coyuntura histórica en la que el libro fotográfico Los cohetes duraron todo el día de Pedro Meyer se hizo posible, salió de la imprenta y luego desapareció sin mayores explicaciones. La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales 6. Cohetes De acuerdo a un contrato firmado con Pemex el 20 de julio de 1987, el fotógrafo Pedro Meyer se comprometió a realizar “una obra artística que constará de una Exposición Fotográfica y un volumen (Clise) de la misma, sobre la industria petrolera con motivo del L aniversario de la expropiación petrolera”, a cambio de lo cual iba a recibir un pago consistente en 36,214,200 pesos. Este proyecto era parte de las actividades conmemorativas que la paraestatal debía organizar en cumplimiento del Decreto Presidencial publicado el 8 de junio de ese mismo año. Aquella obra artística, tentativamente titulada “Testimonios de una expropiación”, debía dar “a conocer al pueblo de México que los trabajadores petroleros son hoy, la base fundamental para el desarrollo de una Industria Petrolera propia”. Entre los compromisos del fotógrafo estaba la obtención “en número suficiente” de retratos en blanco y negro “de las personas que vivieron la época de la expropiación, siendo trabajadores de la Industria del Petróleo”. Se convino asimismo que la paraestatal, además de brindar las facilidades para que Pedro Meyer pudiese realizar sus tomas fotográficas, © Pedro Meyer 1987 asumiría el pago de transportación, hospedaje y alimentación que implicaran los desplazamientos a las instalaciones petroleras ubicadas en el interior de la república. Carlos Landeros Gallegos, subgerente de Relaciones Públicas, fue designado supervisor del proyecto por parte de la empresa. Entre junio y octubre de 1987, Meyer recorrió el Distrito Federal y siete estados –Campeche, Chiapas, Puebla, San Luis Potosí, Tabasco, Tamaulipas y Veracruz–, para producir el material que sería base del libro y la exposición conmemorativos. Esos viajes no eran su primera aproximación a los ámbitos de la industria petrolera. En su archivo se conservan más de 2,500 imágenes, la mayoría en color, tomadas entre junio de 1980 y noviembre de 1983, que documentan la vida de lugares en que la extracción y/o el procesamiento de hidrocarburos eran actividades determinantes. Algunas de ellas formaron parte de uno de los dos fotoensayos que envió aTime-Life Books en la última de esas fechas, los cuales se proponían mostrar el nuevo perfil de los puertos de Coatzacoalcos,Veracruz y Salina Cruz, Oaxaca, puntos terminales de la línea ferroviaria interoceánica que por entonces se planeaba construir. Una selección del material remitido sirvió para ilustrar, junto a otras fotografías de la autoría de Graciela Iturbide, el reportaje “A paternal union’s powerful embrace”, incluido en el libro Mexico, de la serie Library of Nations, que aquella editorial publicó en 1985. Como su título lo indicaba, el impreso hacía referencia a la enorme influencia laboral, económica y social del sindicato de trabajadores petroleros, tomando como ejemplo el poblado de Nanchital, Veracruz, construido por esta organización en las proximidades del complejo petroquímico Pajaritos. La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales Más de trece mil imágenes tomó Pedro Meyer en la segunda mitad de 1987, durante las visitas de reconocimiento que hizo a una parte significativa del orbe llamado Petróleos Mexicanos –más de la mitad de ellas ocurridas en instalaciones y poblados del estado de Veracruz–. El fotógrafo cumplió con la encomienda de retratar a trabajadores jubilados que aún conservaban en su memoria emociones, nombres, escenas, historias personales de las jornadas heroicas de 1938. El testimonio de Florencio Arévalo, uno de esos hombres curtidos por el tiempo, le proporcionó el título para el libro que meses después se editó con la selección de aquel abundante material fotográfico: “Durante los días previos a la expropiación, nos mantuvimos en asamblea permanente. Cada vez que había noticias del comité ejecutivo nacional, hacíamos estallar cohetes para llamar a la gente y leerles los últimos telegramas. El 18 de marzo de 1938 eran tantas las noticias, que los cohetes duraron todo el día”. Los cohetes duraron todo el día, libro de gran formato diseñado por Pablo Meyer, hijo del fotógrafo, y en cuya edición de imágenes se hizo notar el ojo de Pablo Ortiz Monasterio, salió de los talleres de Artes Gráficas Panorama en septiembre de 1988, pocos meses después de que se llevaron a cabo las elecciones más reñidas de la era priísta y pocos meses antes de que asumiera el poder presidencial Carlos Salinas de Gortari, y de que éste se atreviera a encarcelar al capo mayor del sindicato petrolero, Joaquín Hernández Galicia, alias La Quina, mereciendo por esa acción el mote de Giant Killer que le otorgó una publicación estadounidense. En un corpus de 169 imágenes Meyer resumió el relato con el que quiso dar cuenta del dinamismo de una industria estratégica, a la cual definían o dotaban de significados específicos no tanto sus potencialidades fabriles o maquinistas cuanto las capacidades humanas y las relaciones sociales que involucraba en su vida diaria. Meyer entendió desde un principio, quizá por causa de sus previos acercamientos al mundo petrolero, que un proyecto fotográfico subordinado a lo que él mismo describió como “el esplendor de las instalaciones” iba a conducir a una elegía de la técnica en abstracto: los pozos, torres, ductos, depósitos y plataformas que integraban el inventario de toda empresa petrolera en cualquier parte del mundo. © Pedro Meyer 2005 La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales En realidad Pemex, por su historia en el corto y en el largo plazos, por sus virtudes y defectos, porque la echaban a andar mexicanos y no noruegos, era mucho más que una compañía dedicada al negocio de la extracción y procesamiento de hidrocarburos. “Pronto descubrí que el universo de Pemex, lo representaban no sólo los trabajadores directamente vinculados a la extracción del ‘oro negro’ –reconocía Meyer en el prefacio de Los cohetes duraron todo el día–; también son petroleros el oficinista, el bombero, el piloto de un helicóptero, el cocinero en una plataforma marina, el buzo, el médico, el soldador de tubos, la maestra en la escuela, etc., así como todas aquellas personas que sirven a esta industria desde su periferia: el contratista, el chofer de una pipa, el zapatero o el sastre que arreglan la ropa para los trabajadores, el paletero, el campesino o pescador de la región, etc. Para mí cada uno de ellos, y sus familias, en cualquier hora del día o de la noche, también son, de alguna manera petroleros”. En esa comprensión ampliada de Pemex, en la que las instalaciones estaban presentes “a manera de marco ambiental”, iba a radicar la diferencia del proyecto de Meyer con las aproximaciones anteriores al mundo del petróleo mexicano. © Pedro Meyer 1987 La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales 7. Símbolos, documentos, representaciones Debido a que desde los inicios de la era posrevolucionaria ya no fue asumida sólo como materia prima o producto, y fue objeto de múltiples valoraciones simbólicas –emblema del progreso industrial, blasón del ímpetu nacionalista, palanca del desarrollo, reserva fiel y generosa de una prosperidad que algún día habrá de llegar–, el oro negro de nuestros diabólicos veneros no ha sido menos que el águila y la serpiente, la virgen morena, los charros y los volcanes Popo e Izta, y ha inspirado por su parte un mundo de representaciones bidimensionales y tridimensionales, fotográficas y cinematográficas, que son uno más de los reductos en que se manifiesta nuestra contradictoria mexicanidad. Lázaro Cárdenas es el santo patrono de la imaginería mexicana derivada del petróleo. No hay monumento, efigie o busto del general que no termine por remitir al triunfo de la nación sobre los turbios intereses de las compañías extranjeras. Si Hidalgo es la independencia, Cuauhtémoc la raza indómita, Juárez la ley sin fueros y Zapata la tierra justamente repartida, el prócer de Jiquilpan será por siempre la soberanía recuperada. En el álbum de nuestras evocaciones nacionalistas hay pocas escenas tan conmovedoras como © Pedro Meyer las que registraron las camáras en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes mientras la gente contribuía con sus modestas o valiosas posesiones, gallinas o joyas, al pago de las indemnizaciones a los exconcesionarios del petróleo mexicano. De Leopoldo Méndez a Abel Quezada hay una amplia galería de trazos realistas o caricaturescos que se refieren a diferentes vicisitudes de nuestra industria petrolera. El director Fernando de Fuentes y el cinefotógrafo Gabriel Figueroa, integrantes del equipo que filmara Allá en el rancho grande (1936), el éxito con el que despegó el cine mexicano, fueron reclutados por las compañías petroleras extranjeras para producir un documental encomiástico de sus aportaciones a la economía mexicana –Petróleo ¡La sangre del mundo!–, precisamente en el momento que se iniciaba el conflico obrero-patronal que concluyó con la expropiación petrolera. Manuel Álvarez Bravo, por su parte, participó como cinefotógrafo en el documental que el ingeniero Felipe Gregorio Castillo dirigió en 1940 –El petróleo nacional–, el cual mostraba la pujanza de la empresa que ya para entonces funcionaba con el trabajo de técnicos y obreros mexicanos. En 1961, Roberto Gavaldón dirigió una version cinematográfica de La Rosa Blanca, una novela del enigmático escritor B. Traven, cuya trama narraba los crímenes y corruptelas mediante los que una compañía estadounidense se apoderaba del petróleo que había bajo los terrenos de una comunidad campesina. La película fue enlatada por varios lustros, al parecer porque los censores oficiales consideraron que sus referencias a los métodos y ambiciones de las trasnacionales norteamericanas iban a causar disgustos diplomáticos. La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales Quizá el antecedente más afín al proyecto de Pedro Meyer sea el trabajo que el fotoperiodista Héctor García realizó en y para Pemex en los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado. “El fotógrafo fue contratado para registrar los trabajos de exploración, perforación y refinamiento que realizaba la paraestatal; las nuevas instalaciones y equipos de que era dotada; las visitas de los funcionarios que la dirigían; e incluso los accidentes que ponían en peligro la vida de los trabajadores petroleros”, se informa en el número monográfico que la revista Luna Córnea dedicó al reportero gráfico. Concentrado en las labores que se realizaban en las instalaciones petroleras, García desarrolló con fortuna compositiva el tema del trabajo como acción transformadora. En 1963, bajo el título El petróleo de México, presentó una selección de sus imágenes en el Club de Periodistas y en la Galería Pemex, esta última entonces ubicada en Avenida Juárez 89. Deben contarse por centenas los fotógrafos que cultivaron, antes que Pedro Meyer, en atención a los más diversos encargos, la iconografía de Pemex. La mayoría de las imágenes que salieron de sus cámaras fueron parte de bitácoras, informes técnicos, apoyos pedagógicos y promociones comerciales o institucionales. No tuvieron más fines que los simplemente utilitarios: dar seguimiento a la construcción de una obra, explicar el modo en que debía usarse o montarse una máquina o una compleja instalación, presumir el avance tecnológico, promover la imagen de un funcionario, un líder sindical o de la propia paraestatal. Al renunciar a la “vistosidad” del color, ampliar el abanico temático de sus registros visuales y entreverar éstos con el testimonio coloquial de los trabajadores jubilados, Meyer produjo un libro conmemorativo descentrado, misceláneo, reacio al entusismo fácil o demagógico que suele caracterizar a los festejos oficiales. Semblantes avejentados pero risueños, trabajadores de panza protuberante, niños descalzos, uniformes manchados y sudados, oficinas con vista al mar –en fotomural–, cuerpos desnudos enchapopotados, animales playeros, guisos cocinados en el fogón de un tambo, un vendedor de ajos, un cortejo fúnebre y un cazador de armadillos, hablaban de Pemex como realidad social, paisaje alterado y estación de tránsito de todas las emociones que nos definen como humanos. No parece aventurado pensar que esa elección a favor del ruido laboral y callejero, tan distante de los lugares donde los cuellos blancos especulaban con las cifras de la macroeconomía, contó en la decisión que tomaron funcionarios de la paraestatal o del gobierno de hacer perdedizo el libro que habían patrocinado. Pero es más seguro, como lo cree el propio autor de Los cohetes duraron todo el día, que la obesión anticardenista del presidente electo Carlos Salinas de Gortari fuera la causa por la que a los festejos del cincuentenario de la expropiación petrolera no hubiera sido invitado el disolvente libro que llevaba como guardas las reproducciones fotográficas de las primeras planas que El Universal y Excélsior publicaron el sábado 19 de marzo de 1938. Algo tenían en común el futuro inventor del “liberalismo social” y sus aguerridos opositores: tanto uno como otros veían en la figura de Cuautémoc Cárdenas el espectro o la sombra del prócer de Jiquilpan. © Pedro Meyer La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales 8. Herejías En 1988 no hubo distribución de Los cohetes duraron todo el día ni tampoco la exposición que, montada en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, iba a ser su complemento. En quién sabe qué herrumbrosa bodega se empolvan los ejemplares de un libro que, sin embargo, ha sido recopilado por Martin Parr en su célebre antología de libros fotográficos. Casi veinte años después, el proyecto Herejías, el sistema de catalogación y difusión que Pedro Meyer ha creado para dar a conocer la totalidad del trabajo que ha realizado en medio siglo, nos da la oportunidad de recuperar no sólo aquel libro requisado sino el universo iconográfico que le dio sustento, es decir: las 15,948 imágenes que se adscriben a la categoría “Trabajos por encargo” y, dentro de ésta, al tema “Petróleos Mexicanos”. La disponibilidad de ese universo de imágenes permite reconstruir los tanteos, abordajes y encuentros –planificados o azarosos– que podían o no resolverse en una imagen interesante o lograda. En el espacio ilimitado del ciberespacio, en el que no hay páginas ni muros que se agoten, el fundador de ZoneZero nos da la oportunidad de cotejar y modificar la selección y la edición que se imprimió como Los cohetes duraron todo el día. La invitación a hacer nuevas lecturas de esos mismos materiales, al gusto mío, de quien ahora me esté leyendo o de otros cibernautas que en futuro paseen por este sitio, se abren paso cuando tenemos a la vista nos sólo imágenes elegidas sino también documentos sobre procesos de trabajo. Hay sin embargo algunos peligros de normalización en esa prodigalidad de imágenes infinitamente clasificables y semejantes en su apariencia. He utilizado el término polvo icónico para referirme a esos materiales que, con ayuda de la aceleración tecnológica, pierden su localización, su arraigo, su encuadre, su punto de vista. Por esa razón necesité de construir o reconstruir las coordenadas históricas de los varios sujetos, procesos y discursos que se cifran en la serie Petróleos Mexicanos de Pedro Meyer. © Pedro Meyer 1980 La fiesta del petróleo: Los 50 años de Pemex y los cohetes de Pedro Meyer Curaduría de: Alfonso Morales La posibilidad de ver y volver a ver esa colección de imágenes en distintas ciudades y continentes, en horarios comunes y extraordinarios, no me fue suficiente para entender cabalmente el mundo de formas, signos, indicios reunidos en ese material fotográfico. Y al mismo tiempo puedo decir que descubrí o inventé otro fotógrafo, distinto al que se hace presente en las publicaciones e impresiones firmadas por un tal Pedro Meyer. ¿Se enfrentó mi curaduría a un autor, a una base de datos, a un nuevo canon tecnológico, a la irremediable trasmutación de las imágenes –toda clase de imágenes– a un solo código de información? ¿Puede una curaduría, tarea que no se puede reducir a la selección y ordenamiento de un corpus de imágenes, poner en perspectiva documentos visuales que sólo fueron contemplados en su dimensión digital? No lo sé. Vale mucho la pena seguírselo preguntando. Alfonso Morales Museógrafo, investigador, curador, escritor y editor. Es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la Universidad Autónoma de México. Fue miembro del equipo fundador del Centro de Información Gráfica del Archivo General de la Nación. Ha coordinado investigaciones y exposiciones, nacionales e internacionales, sobre diferentes temas relacionados con la cultura popular mexicana: el teatro de revista, el circo, la historieta, los juegos de azar, la música, la radio y el cine. Ha organizado el rescate, catalogación y difusión de diferentes archivos fotográficos, artísticos y periodísticos. Ha escrito espectáculos para teatro y cabaret. Fue ganador de un Ariel por la dirección artística de la película La leyenda de la máscara, realizada por José Buil. Ha publicado artículos y ensayos sobre la fotografía en México y ha colaborado en diversos proyectos editoriales. Actualmente está a cargo de la dirección de la revista de fotografía Luna Córnea, que se edita en el Centro de la Imagen.