Mujer y Madre, regalo de Dios Sección: Sociedad Autor: Germán Díaz [email protected] El poeta correntino Julian Zini, sacerdote de la diócesis de Goya, escribió estos hermosos versos que se recitan y se cantan al ritmo de chamamé para homenajear a su madre y a la Virgen Madre: “Durante las nueve lunas que me llevaste en tu seno, fuiste escribiendo en mi alma esto que soy por adentro. Hasta que el día esperado me diste a luz con un rezo, que iba diciendo la abuela a su san Ramón partero. Si soy carne de tu carne, si soy sueño de tus sueños, pedazo de tus entrañas, hijo tuyo verdadero. Cómo no voy a cantarte con el mejor de mis versos, madre mía, madre nuestra, si sos lo que yo más quiero. Por eso, no falto nunca a las fiestas de mi pueblo, porque a los pies de la Virgen se hace sagrado el recuerdo. Vos… mi madre de la Tierra. Ella… mi madre del Cielo. Las dos están en mi canto, las dos están en mis ruegos. Después anduve en tus brazos bebiendo amor de tus pechos, me acuerdo de que tu ternura quería comerme a besos. Así aprendí a ver el mundo como vos, con ojos buenos, y me abrí paso en la vida valiéndome de tu ejemplo. Si soy carne de tu carne si sos lo que yo más quiero”1. Una madre, aun en las peores condiciones humanas, en las circunstancias más difíciles, ante la humillación y la vergüenza, siempre pero siempre, sigue siendo una madre. Una mujer cualquiera, en la pobreza o en la ignorancia, si es favorecida o bendecida con el milagro de la concepción, cambia su naturaleza, su rostro, su estatus, su mirada. Luego la bendición del nacimiento convertirá a esa mujer rica o pobre, sana o enferma, linda o fea, pecadora o santa, profesional o ignorante en un ser único: madre. Desde ese momento, habrá un niño o una niña que dirá esta es mi madre. Ya nada volverá a ser igual. A pesar de algunas raras y pocas excepciones, el hijo o la hija siempre ama a la madre, y la madre casi siempre ama al hijo o la hija. En el caso del padre, las condiciones culturales e incluso biológicas que han determinado su existencia han marcado de otra manera su relación con la vida que nace. No por ser menos, sino distinto el lazo que se crea. A pesar de que hoy por hoy, muchas madres abandonan a sus hijos por un hombre, por trabajo, por viajes, por lo que sea, sigue siendo lo corriente ver a madres sacrificar su vida en favor de los hijos. Esos hijos que no quieren a sus madres, no las aceptan o sienten vergüenza de ella, es bueno que sepan que ellas les permitieron vivir. Más allá de las hechos que se sucedieron después del nacimiento, si lo entregó en adopción, si no lo cuidó suficientemente, si lo abandonó a su buena suerte; esa madre hizo el primer acto heroico de recibirlo en su seno y de soportar el parto para que ese niño naciera. Podría no haberlo hecho. Podría haber interrumpido el embarazo. Pero no lo hizo. Por eso, existe ese hijo que reniega de su madre. Por eso, puede llorar el abandono ese hijo que un día vio la luz. Por una madre que dijo sí a la vida. Esa madre podría haber hecho mejor las cosas. Es verdad. Podría haber asumido su maternidad. Podría haberse ocupado más de ese hijo y menos de sí misma. Pero no pudo, no le dio la cabeza, la superaron las circunstancias. Quizás muchas razones explican el porqué de una madre abandónica. Pero antes de ser abandónica fue una madre. Eligió entre ser asesina y ser madre. En el medio de esas locuras en que a veces a todos nos pone la vida: eligió ser madre. Con irresponsabilidad, con inmadurez, con falta de realismo, con poco amor; pero eligió la vida. Se decidió por ser madre. Siempre, a pesar de todo, será su madre. Nuestra sociedad aún conserva esa veneración por las madres, que tal vez en otros lugares se han perdido. El culto a la maternidad y a la madre propiamente dicha es casi una constante en algunas culturas. El ejemplo más palpable es la cantidad de plazas y plazoletas que exhiben una estatua con una madre que amamanta a su hijo. Es, sin duda, el tierno homenaje a una mujer que da vida. Nunca pero nunca se construirá, salvo que el mundo esté totalmente loco, un monumento al aborto. Qué hermosos versos dedica la Biblia a la madre: Se viste de fuerza y dignidad, y se ríe del día de mañana. Abre su boca con sabiduría, lección de amor hay en su lengua. Esta atenta a la marcha de su casa, y no come pan de ociosidad. Se levantan su hijos y la llaman dichosa; su marido, y hace su elogio. ¡Muchas mujeres hicieron proezas. Pero tú las superas a todas! Engañosa es la gracia, vana la hermosura, la mujer que teme a Yahveh, esa será alabada. Dadle del fruto de sus manos y que en las puertas la alaben sus obras2. Una vez alguien me dijo: “La madre, qué hermoso es tenerla viva, disfrutarla y sentarse a conversar con ella”. Dichosos los que pueden agradecer a Dios hoy ese regalo. 1 . Letra: Julián Zini Música http://youtu.be/ByCmM9GHZz8 2 Proverbios 31, IX. 25-31