El laberinto del libre albedrío.

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Juncosa Aín C. Psicologia.com. 2013; 17:17.
http://hdl.handle.net/10401/6216
Artículo original
El laberinto del libre albedrío
Carlos Juncosa Aín1*
Resumen
La cuestión del libre albedrío trata sobre una dimensión fundamental de la naturaleza humana.
En el presente trabajo se revisan las principales posturas respecto a este debate: determinismo,
indeterminismo, compatibilismo, incompatibilismo y libertarismo. Si por libre albedrío
entendemos que el agente debe disponer de verdaderas alternativas de actuación ante una
situación y responsabilidad última sobre sus actos, argumentamos que tal concepción de libre
albedrío es una ilusión. Sin embargo, ello no tiene por qué menoscabar el valor de la vida ni
ciertas instituciones sociales relevantes como la administración de justicia.
Palabras claves:
libertarismo.
Libre
albedrío,
determinismo,
compatibilismo,
incompatibilismo,
Recibido: 18/12/2012 – Aceptado: 27/03/2013 – Publicado: 19/11/2013
* Correspondencia: [email protected]
1 Licenciado en Psicología, Máster en Filosofía Teórica y Práctica, Enfermero Especialista en Salud Mental.
Psicologia.com – ISSN: 1137-8492
© 2013 Juncosa Aín C.
1
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Introducción
En una de sus múltiples incursiones en el tema del libre albedrío, Daniel Dennet afirma que se
trata de uno de nuestros más difíciles problemas intelectuales y que, en buena medida, su
dificultad radica precisamente en su importancia. De este modo, el hecho de que personas
inteligentes hayan escrito de manera irreflexiva sobre el libre albedrío lo atribuye a la enorme
importancia del tema, la cual conduce a muchos autores a no querer afrontar sus implicaciones
“en caso de que la verdad sea demasiado horrible para vivir con ella”. Dice Dennet:
Cuando consideramos si el libre albedrío es una ilusión o una realidad, estamos mirando
hacia un abismo. Lo que parece enfrentarnos a una inmersión en el nihilismo y la
desesperación. Nuestra razón para vivir parece ponerse en peligro. ¿Que hacer? Si es
realmente así de importante el asunto, quizá podría ser racional lanzar más humo.1
Ciertamente la literatura sobre el libre albedrío es abrumadora. Resulta sorprendente que una
pregunta de formulación tan aparentemente sencilla haya dado lugar a tan intrincado laberinto.
Sin duda, los aspectos emocionales implicados en la cuestión juegan un papel poderoso en su
oscuridad y, al sopesar muchos de los hilos argumentales propuestos por los diversos autores, se
tiene la irritante sospecha de que tras algunos sutiles razonamientos se oculta una intolerable
angustia frente a la posibilidad de encontrarse con una verdad “demasiado horrible”.
En las páginas siguientes, intentaré sintetizar las posturas más relevantes frente al problema del
libre albedrío, para finalmente exponer, de manera justificada, mis conclusiones al respecto.
Definir el libre albedrío
Cuando hablamos de libertad, nos referimos habitualmente a la libertad de hacer lo que
queremos, es decir, de actuar según nuestros deseos o voliciones. En este sentido, soy libre
cuando nada me impide hacer lo que quiero, cuando nada limita mis actos acordes con mi
querer. Por supuesto, esta libertad no se da en estado puro: nos limita la naturaleza en general,
nuestra constitución física y la del propio mundo, y nos limitan también nuestra personalidad,
las condiciones sociales en que vivimos y la relación con los otros individuos. En general, las
personas sienten escasa preocupación o sensación de injusticia frente a las limitaciones
naturales, como son el hecho de no poder volar agitando los brazos a la manera de los pájaros o
de ser incapaz de correr a setenta kilómetros por hora. Peor se asumen las incapacidades,
también naturales, que a veces impone la enfermedad, como cuando se padece paraplejia tras
un accidente o se pierde la vista. En estos casos, con frecuencia, se experimenta una sensación
de injusticia por verse privado de facultades normalmente disponibles para el hombre, como si
se fuese objeto de un agravio por parte de la vida o el destino. Los límites a nuestros actos
impuestos por las condiciones sociales y la relación con otros individuos conectan con las
cuestiones de la libertad política y las diversas concepciones de la justicia social, y han sido un
factor clave en el desarrollo de la historia humana, pues al ser el hombre un animal social, que
vive en relación constante con los otros, las libertades de cada uno pueden entrar fácilmente en
conflicto con las de los demás, como de hecho ocurre.
Pero esta libertad de “hacer lo que se quiere”, a la que nos hemos referido hasta el momento, es
en cierto sentido superficial si la ponemos en contraste con una libertad más profunda, que
Dennet, Daniel C., “Some Obsevations on the Psychology Of Thinking About Free Will”, en Are We Free? Psychology
and Free Will, Baer, J., Kaufman, J. C. y Baumeister, R. F. (Eds.), New York: Oxford University Press, 2008.
1
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pudiera definirse como la libertad de “querer lo que se quiere”. Schopenhauer lo expresó
admirablemente: “Verdad es que el hombre puede hacer una cosa cuando quiere, y que podría
hacer otra si quisiera, pero reflexione y piense si es capaz de querer una como otra”2.
Pues a esta segunda libertad, más profunda, es a la que se refiere el debate del libre albedrío.
Volker Gadenne lo deja bien claro al diferenciar una libertad de acto y una libertad de volición.
“Libertad de acto es poder hacer lo que se quiere; libertad de volición es la facultad de
determinar uno mismo los propios actos de voluntad”3.
En la misma línea, Robert Kane4 define una libertad como poder o habilidad de hacer algo en
ausencia de coacciones o impedimentos, equivalente, por tanto, a la libertad de acto. Y, por otra
parte, una libertad de la voluntad (o libre albedrío propiamente dicho, equivalente a la libertad
de volición) que implicaría la posibilidad de elegir cómo actuamos, la posibilidad de haber
podido actuar de otro modo en la misma situación, y que, en definitiva, implica que la fuente
última de nuestros actos se encuentra en nosotros, no fuera en factores más allá de nuestro
control.
El mismo autor, al final de su excelente revisión, define cinco libertades diferentes que han
entrado en juego en la discusión sobre el libre albedrío.
1. Libertad de autorrealización: el poder o habilidad de hacer lo que queremos,
la cual implica ausencia de coacciones externas u obstáculos que nos impidan
convertir nuestras necesidades e intenciones en actos.
2. Libertad de autocontrol (reflexivo o racional): el poder de entender y evaluar
reflexivamente las razones y motivos sobre las que se quiere actuar o se debe
actuar, y controlar la propia conducta de acuerdo con tales razones
reflexivamente consideradas.
3. Libertad de autoperfeccionamiento: el poder de comprender y apreciar las
razones correctas para actuar y guiar la propia conducta de acuerdo con las
razones correctas.
4. Libertad de autodeterminación: el poder o habilidad de actuar según el
propio libre albedrío en el sentido de una voluntad (carácter, motivos y
propósitos) de propia creación —una voluntad de la que uno mismo, en
cierto grado, es responsable de su formación.
5. Libertad de autoformación: el poder de formar la propia voluntad de una
manera que no está determinada por el pasado personal, sino por virtud de
una creación de voluntad o de acciones de autoformación sobre las cuales se
tiene un control voluntario múltiple.
Las tres primeras de estas libertades —autorrealización, autocontrol y autoperfeccionamiento—
podrían ser compatibles con un mundo determinista; sin embargo, las dos últimas —
2
Schopenhauer, Arthur, La libertad, Madrid: Editorial ALBA, 2000.
3
Gadenne, Volker, Filosofía de la psicología, Barcelona: Herder, 2006.
4
Kane, Robert, A Contemporary Introduction to Free Will, New York: Oxford University Press, 2005.
3
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autodeterminación y autoformación— no serían compatibles con el determinismo, pues
requieren que al menos algunos actos de la vida del agente sean indeterminados, de forma que
el agente pudiera haber hecho otra cosa en las mismas circunstancias.
Determinismo, indeterminismo y libre albedrío
El problema del libre albedrío surge realmente cuando nos preguntamos si nuestras acciones
podrían estar determinadas por factores fuera de nuestro control y, tal vez, desconocidos para
nosotros mismos. De esta forma, el determinismo se convierte en una cuestión vital.
Un evento está determinado cuando hay condiciones previas cuya ocurrencia es condición
suficiente para que ocurra dicho evento, de manera que el evento es necesario o inevitable dadas
las condiciones determinantes5. Una buena caracterización del determinismo en su versión
científica, en la línea marcada por Laplace a principios del siglo XIX, es la siguiente:
“a) todo fenómeno posee una causa suficiente; b) en cualquier momento dado, y teniendo en
cuenta el pasado, sólo es posible un único futuro; c) dado el conocimiento de todas las
circunstancias antecedentes y todas las leyes de la naturaleza, un agente podría predecir, en
cualquier momento dado, la historia subsiguiente del universo”6.
Así pues, desde la perspectiva determinista se niega la existencia del azar, aunque nuestro
impreciso conocimiento de las leyes naturales y de las condiciones antecedentes pueda generar
la apariencia de que ciertos fenómenos ocurren por azar.
En un marco de referencia como este, la posibilidad de la libertad humana parece peligrar
gravemente. No obstante, debemos tomar en consideración el hecho de que el determinismo no
es una teoría probada, sino tan solo un dogma. Más aún, el determinismo no puede ser nunca
demostrado, pues una sola prueba en su contra lo refutaría. Las leyes que conocemos sobre el
funcionamiento de la naturaleza es posible que resulten ser falsas al incrementar nuestro
conocimiento, y también podría ocurrir que los fenómenos cambien su comportamiento y se
produzcan de forma no prevista por la ley en el futuro; en definitiva, las leyes naturales se basan
en la inducción, se formula la ley por la regularidad de una serie de casos observados, y nada
garantiza que esa regularidad haya estado siempre vigente o se prolongue en adelante.
El determinismo entendido según las ideas de Laplace, y apoyado en la física newtoniana, fue
considerado cierto por muchos filósofos y científicos, pero actualmente la física cuántica ha
supuesto un fuerte apoyo al indeterminismo. La conducta de las partículas elementales no es
completamente predecible y sólo puede ser explicada mediante leyes probabilísticas, no
deterministas. Los físicos suelen precisar que esta incertidumbre o indeterminación no depende
de nuestro desconocimiento de las partículas y las leyes que las gobiernan, sino de su propia
naturaleza, que combina propiedades de partícula y de onda.
Pero no por ello hemos de zanjar el asunto afirmando que el mundo es en parte indeterminado
y, por tanto, el libre albedrío tiene cabida en él. R. Kane señala cuatro razones por las que se
mantiene la discusión sobre el libre albedrío y el determinismo:
5
Kane, Robert, A Contemporary Introduction to Free Will, New York: Oxford University Press, 2005.
6
Audi, Robert (ed.), Diccionario Akal de Filosofía, Madrid: Ediciones Akal, 2004.
4
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1.
Todavía no está claro cómo interpretar el mundo cuántico de las partículas
elementales. Aunque en general se piensa que la conducta de las partículas
elementales implica azar e indeterminación, hay interpretaciones de la teoría
cuántica que son deterministas.
2.
Aun cuando realmente exista indeterminación en el comportamiento de las
partículas elementales, su efecto puede no ser significativo en el nivel de
grandes sistemas físicos, como el cerebro y el cuerpo humano, luego tal
indeterminación nada tendría que ver con el libre albedrío.
3.
En el caso de que fenómenos cuánticos indeterminados pudieran tener efectos
sobre la conducta humana, ¿implicaría esto libre albedrío? Tales fenómenos
podrían ocurrir al azar y ser impredecibles e incontrolables, ¿acaso alguien
consideraría libre albedrío estar sujeto a ese errático comportamiento de las
partículas? En este sentido, si el libre albedrío no parece compatible con el
determinismo, tampoco parece serlo con el indeterminismo.
4.
Los desarrollos recientes de la biología, bioquímica, neurociencia, psiquiatría,
psicología y otras ciencias sociales y de la conducta, al contrario de lo ocurrido
en la física, tienden a presentar una visión más determinista del ser humano,
demostrando importantes influencias sobre su conducta de factores fuera de
su control.
Así pues, queda planteado el próximo punto a tratar: la cuestión de la compatibilidad: ¿son o no
compatibles determinismo y libre albedrío?
Compatibilismo e incompatibilismo
El compatibilismo es el punto de vista que mantiene que determinismo y libre albedrío son
compatibles. Entre los filósofos que lo han defendido se encuentran figuras tan relevantes como
Thomas Hobbes, John Locke, David Hume y John Stuart Mill. Su argumento se basa en la idea
de libertad como capacidad de (1) hacer lo que se quiere o desea y (2) la ausencia de coacciones
o impedimentos para actuar. En este sentido, parece que no existe contradicción entre
determinismo y libre albedrío, y la cuestión quedaría zanjada de forma sencilla.
Sin embargo, enseguida notaremos que con esta conceptualización nos estamos quedando en el
nivel de la libertad de acto, la libertad superficial que se refiere a la capacidad de poder hacer lo
que se quiere, pero no damos respuesta a la pregunta más profunda sobre la libertad de volición.
Tomando en cuenta esta última, parece razonable afirmar que el libre albedrío exige que (1)
existan caminos alternativos hacia el futuro y, por tanto, (2) la posibilidad de haber hecho en
cualquier punto del pasado algo diferente a lo que se hizo, lo cual nos conduce a lo que
habitualmente se entiende como libertad de elección o decisión. Aun así, los compatibilistas
pueden insistir en su mismo análisis y afirmar que una libertad de elección es compatible con el
determinismo si no hay coacción y elegimos lo que queremos.
Pero esta respuesta no es satisfactoria cuando pensamos que el libre albedrío o la libre voluntad
precisan, como acabamos de decir, la existencia de alternativas y el poder haber hecho otra cosa.
O visto de otro modo, en palabras de Schopenhauer: “¿El mismo querer es libre?” Tales
planteamientos llevan a muchos autores a defender la incompatibilidad entre determinismo y
libre albedrío. Ciertamente, si el determinismo rige el mundo, sólo existe un posible futuro y
este hecho por sí mismo excluiría la posibilidad del libre albedrío en opinión de muchas
5
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personas, pues la libertad de elección quedaría limitada a una mera sensación que se
experimenta, y un demonio laplaciano7 conocería en cada momento lo que una persona va a
hacer y decidir.
Los incompatibilistas, en mi opinión, tienen una fuerte posición, que se puede exponer de
manera precisa y clara siguiendo el “argumento de la consecuencia”8, que en palabras de Peter
van Inwagen, dice así:
If determinism is true, then our acts are the consequences of the laws of nature and events in
the remote past. But it is not up to us what went on before we were born; and neither is it up
to us what the laws of nature are. Therefore the consequences of these things (including our
own acts) are not up to us9.
Resulta sencillo desglosar este argumento para más claridad:
1- No dependen de nosotros los eventos remotos del pasado y no dependen de nosotros las leyes
de la naturaleza.
2- Si el determinismo es cierto, nuestros actos son consecuencias necesarias de los eventos
remotos del pasado y de las leyes de la naturaleza.
3- No dependen de nosotros las consecuencias de los eventos remotos del pasado y de las leyes
de la naturaleza.
4- Por lo tanto, no dependen de nosotros nuestros propios actos, pues son consecuencia de
eventos remotos y de las leyes de la naturaleza (las cuales no dependen de nosotros).
Realmente, si damos por verdadero el determinismo, difícilmente puede negarse de manera
convincente ninguna de las afirmaciones del “Argumento de la consecuencia”, y si nuestros
actos están totalmente determinados por causas ajenas a nuestro control, no queda espacio
alguno para el libre albedrío.
Libertarismo
El punto de vista libertario va más allá de la postura defendida por los compatibilistas, que no
exigían caminos alternativos hacia el futuro ni la posibilidad de haber hecho otra cosa en cada
momento. Los libertarios postulan el libre albedrío en el sentido más profundo, como libertad
de volición. Su punto de vista dice que (1) el libre albedrío y el determinismo son incompatibles,
que (2) el libre albedrío existe verdaderamente, y que, por tanto, (3) el determinismo es falso.
7 La expresión “demonio laplaciano o de Laplace” se refiere al modo en que explicaba el mencionado autor el
determinismo. Para él, una inteligencia capaz de analizar todos los datos y que conociera todas las fuerzas que actúan en
la naturaleza en un momento dado, así como la posición en ese mismo momento de todas las cosas en el universo, lo
conocería todo, tanto el pasado como el futuro. La cita de Laplace puede verse en Hoefer, Carl, "Causal Determinism",
The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Spring 2010 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL =
<http://plato.stanford.edu/archives/spr2010/entries/determinism-causal/>.
Puede encontrarse una buena exposición y discusión del mismo en Kane, Robert, A Contemporary Introduction to
Free Will, New York: Oxford University Press, 2005.
8
9 El fragmento procede de Inwagen, Peter van, An Essay on Free Will, Oxford: Oxford University Press, 1983, y es citado
por Robert Kane.
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Sin embargo, aquí nos encontramos con lo que podríamos considerar un callejón sin salida del
libre albedrío10 o, en palabras de G. Watson, el “dilema libertario”: si bien el libre albedrío no
parece compatible con el determinismo, tampoco parece compatible con el indeterminismo.
Como ya vimos, si un acontecimiento no está determinado, podríamos decir que ocurre al azar,
pero ¿acaso los eventos que ocurren al azar pueden entenderse como acciones libres y
responsables?
Los libertarios, por tanto, deberían explicar cómo el indeterminismo y el libre albedrío se hacen
compatibles. Y lo han intentado de múltiples maneras, apelando en general a entes un tanto
misteriosos, como el agente causal que propone Chisholm, para quien “cuando actuamos somos
un motor primero, no movido a su vez”11, es decir, algo que parece escapar a las leyes naturales
habituales.
Escepticismo sobre el libre albedrío
Actualmente, tiene pocos defensores el determinismo duro al estilo de Laplace, pero todavía
cabe defender un determinismo suave que reconozca la existencia de procesos caóticos y leyes
físicas probabilísticas. No obstante, la posición escéptica respecto al libre albedrío puede
mantenerse al margen de que el determinismo sea o no cierto en algún grado. Este punto de
vista queda expresado nítidamente en el “argumento básico” de Galen Strawson:
1- El agente actúa a causa de la manera que es, por su naturaleza o carácter.
2- Para ser verdaderamente responsable de sus actos, el agente debe ser responsable de ser
como es, de su naturaleza y carácter.
3- Pero para ser verdaderamente responsable de la propia forma de ser, el agente debería haber
hecho algo en el pasado que le convirtiera en responsable de ser como es en el presente.
4- Y para ser responsable de aquello que se hizo en el pasado para ser lo que se es actualmente,
el agente tendría que haber sido antes responsable de la manera que era (su naturaleza y
carácter) en aquel tiempo.
5- Vemos, pues, que hemos llegado a una regresión que nos llevará finalmente a la primera
infancia de la persona, cuando no puede afirmarse que su naturaleza haya sido formada por ella
misma, sino que es producto de la herencia, la educación inicial y demás factores fuera de su
control.
Las razones principales por las que es frecuente rechazar la idea de la compatibilidad entre
determinismo y libre albedrío son que este último parece requerir: (1) posibilidades alternativas
de actuación y que la elección entre ellas dependa del sujeto, y (2) que la fuente última de las
acciones esté en el propio sujeto y no en otras cosas fuera de su control. Ciertamente, el
“argumento de la consecuencia” de Inwagen y el “argumento básico” de Strawson parecen
incidir en el segundo punto, pues ambos tratan de mostrar que los actos dependen en última
instancia de factores más allá del control del sujeto (los eventos pasados, las leyes naturales y su
carácter o naturaleza). Así pues, se puede enfocar la cuestión centrándose en este aspecto
10
Todo buen laberinto tiene varios callejones sin salida.
Chisholm, R. M., “Human Freedom and the Self”, en Watson, Gary (ed.), Free Will, Oxford: Oxford University Press,
2003.
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7
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concreto, denominado “responsabilidad última”. La idea esencial es que para ser el “último
responsable” de un acto el sujeto debe ser responsable de algo que es una razón, causa o motivo
suficiente para que tal acto ocurra. Y si un acto puede ser explicado de forma suficiente por el
carácter o los motivos del sujeto, unidos a las circunstancias del momento, entonces, para ser
último responsable, el sujeto debería ser también, en parte, responsable de actos o elecciones
pasadas que forjaron el carácter y los motivos actuales. En cualquier caso, desde los análisis de
Inwagen y Strawson, siempre se llega a factores fuera del control del sujeto, de manera que la
posibilidad de ser último responsable y, por tanto, de tener libre albedrío, quedaría descartada.
Ciencia, neurociencia y libre albedrío
Considerando que los libertarios, en general, no han dado una buena explicación de cómo
reconciliar su punto de vista sobre el libre albedrío con los conocimientos de la ciencia moderna
sobre el hombre y el cosmos, Robert Kane presenta una propuesta en este sentido12. En esencia,
Kane toma en consideración la física cuántica, que introduce en la naturaleza fenómenos
probabilísticos, y por tanto indeterminados, y la combina con la teoría del caos. Si en el cerebro
ocurren eventos cuánticos indeterminados, estos podrían resultar amplificados por los
fenómenos descritos por la teoría del caos, de manera que sería posible un efecto a nivel
neuronal y, por consiguiente, también un efecto sobre el procesamiento cognitivo. Hay
momentos en que estos fenómenos indeterminados pueden tener una influencia relevante en los
actos humanos: cuando el sujeto se encuentra inmerso en un conflicto de la voluntad,
especialmente si tiene que ver con un acto de “autoformación”, es decir, cuando tiene que
decidir entre diversas alternativas sobre los actos mediante los cuales se convierte a sí mismo en
el tipo de persona que es. Lo que el sujeto experimenta como incertidumbre interna es una
ventana de oportunidad, que por un momento elude la rígida determinación de los eventos
pasados. Para Kane, bajo tales condiciones, en las que el indeterminismo surge en una situación
con alternativas en conflicto, las elecciones no pueden considerarse accidentales o al azar, pues
son fruto de la voluntad del sujeto, sea cual sea la alternativa elegida.
Por supuesto, esta perspectiva ha sido también criticada por los escépticos. En mi opinión, a
pesar de los explícitos intentos por evitarla, la postura de Kane sigue siendo débil frente a la
crítica que se refiere a la confusión de la libertad de la voluntad y el azar. Imaginemos a un
sujeto dudando entre “n” alternativas en conflicto por las cuales siente una atracción similar. Si
no existe una razón, motivo o causa para inclinarse por una u otra, y al final la situación se
resuelve por la súbita aparición de un fenómeno cuántico indeterminado, ¿podemos calificar de
libre tal decisión? A mí no me lo parece. Que una ruleta microscópica en mi cerebro acabe
inclinándome en una u otra dirección, no me hace sentir más libre. Como mucho, puedo sentir
cierto alivio al pensar que existen caminos alternativos hacia el futuro y que yo no sería del todo
previsible para un demonio laplaciano; pero ello no me convierte en totalmente libre, pues en
vez de depender de causas deterministas previas, dependo ahora de fenómenos cuánticos
azarosos y fuera de mi control voluntario, con lo cual no soy último responsable de mis actos.
En cuanto a las implicaciones del conocimiento científico en el problema del libre albedrío, es
obligado mencionar las investigaciones de Benjamin Libet. Registrando mediante
electroencefalograma la actividad cerebral, se ha identificado el llamado “potencial de
disposición”, que se asocia a las decisiones motoras. Libet pidió a los sujetos de uno de sus
experimentos que, observando un cronómetro, se fijasen en el momento en que tomaban la
12
Puede encontrarse detallada en el capítulo 12 del mencionado A Contemporary Introduction to Free Will.
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decisión consciente de realizar un determinado movimiento. Los resultados mostraron que el
comienzo del potencial de disposición ocurría antes de la decisión consciente de realizar el
movimiento (unas 350 milésimas de segundo). Por tanto, sería razonable suponer que la
decisión consciente es consecuencia de procesos cerebrales previos no conscientes, lo cual
vendría a poner en duda la existencia de una voluntad libre. Pero también se encontró que
algunos sujetos afirmaban que no realizaron al final el movimiento decidido. Libet interpretó
tales hallazgos en el sentido de que la conciencia no puede inducir acciones, pero sí
interrumpirlas mediante una especie de veto, de manera que realiza una función de control y
selección de las mismas. En todo caso, las investigaciones de Libet han sido muy discutidas y sus
interpretaciones muy diversas, por lo que tampoco inclinan la balanza en uno u otro sentido de
forma definitiva.
Conclusiones y discusión
Tras esta revisión, en la que he tratado de bosquejar las principales posturas frente al problema
del libre albedrío, es el momento de exponer mis conclusiones.
1. Considero que el verdadero problema del libre albedrío se refiere a la libertad de
volición, a la capacidad de determinar uno mismo los propios actos de la voluntad.
2. El libre albedrío exige “responsabilidad última”, que la fuente última de las acciones
esté en el propio sujeto y no en otras cosas más allá de su control.
3. El libre albedrío exige posibilidades alternativas de actuación en cada momento o,
al menos, en ciertos momentos clave, en los que se decide el propio carácter que luego
determinará las acciones concretas en interacción con las circunstancias.
4. El determinismo no es compatible con el libre albedrío al que yo me refiero, en el
sentido de libertad de volición. Si el determinismo es cierto, no existen alternativas posibles de
actuación ni cabe ser último responsable de los actos y decisiones realizados. Tanto el
“argumento de la consecuencia”, tal como lo expone Inwagen, como el “argumento básico” de
Strawson son difíciles de rebatir.
5. Sin embargo, el determinismo no está demostrado en nuestro universo; más aún, el
determinismo absoluto es un dogma: por muchas pruebas que tengamos a su favor siempre será
posible que nuevas observaciones lo refuten. Actualmente, la física cuántica ha introducido
fenómenos cuánticos indeterminados que ocurren de manera probabilística. Sin embargo, hay
autores para los que la física cuántica también admite un análisis determinista. En definitiva, no
podemos afirmar que el universo sea determinista o no.
6. Se ha especulado con la posibilidad de que eventos cuánticos indeterminados en el
cerebro, amplificados por los fenómenos estudiados por la teoría del caos,
pudieran introducir la indeterminación en el procesamiento cognitivo y, por
tanto, en la toma de decisiones.
7. Sea nuestro universo gobernado por un determinismo absoluto o no, la posición libertaria se
encuentra ante un callejón sin salida, el llamado “dilema libertario” de G. Watson. El libre
albedrío no parece compatible con el determinismo, pero ¿acaso es compatible
con el indeterminismo? Lo que no ocurre por una causa, razón o motivo habrá de ocurrir
por azar, ¿acaso nos sentiremos más libres porque en nuestro cerebro exista una especie de
ruleta que pueda inclinar una decisión en una u otra dirección?
9
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8. El libre albedrío exige conciencia. En mi opinión, la capacidad del libre albedrío se
aplica, exista o no, al sujeto como ser consciente. De hecho, la cuestión del libre albedrío emerge
con la sensación consciente que las personas experimentamos de poder elegir entre diversas
alternativas de actuación en muchos momentos de nuestra vida (quizá en la mayoría). Este
aspecto de la cuestión a menudo queda implícito, pero tal vez la clave del problema se oculte allí.
P. F. Strawson afirmó, en este sentido, que la libertad depende de la conducta de un agente que
es “inteligible en términos de propósitos conscientes más que en términos tan sólo de propósitos
inconscientes”13. Supongamos, por ejemplo, que cometemos un crimen en estado de
sonambulismo. Sin duda, no sentiríamos que ese acto había sido libremente ejecutado.
Tampoco creo que calificásemos de libre a un robot que al tomar sus decisiones, además de sus
programas y reglas de funcionamiento, se valiese de un ingenioso dispositivo cuántico que
introdujese, de vez en cuando, cierto grado de indeterminación en sus decisiones.
Como hemos visto antes, los experimentos de Libet inciden directamente en el tema de la
conciencia: si existe un potencial de disposición que precede en 350 milisegundos a la decisión
consciente de realizar un movimiento, entonces podríamos decir que no es el sujeto consciente
quien decide, sino procesos cerebrales no conscientes. Por tanto, cabe suponer (siguiendo una
de las posibles interpretaciones de dicho experimento) que la conciencia no es más que un
epifenómeno sin valor causal sobre la conducta, luego las sensación de libertad de elección que
experimentamos desde nuestra mente consciente no sería sino una ilusión. Como escribió
Patricia Churchland, “the problem is that choices are made by brains, and brains operate
causally; that is, they go from one state to the next as a function of antecedent conditions”14.
9. El libre albedrío, que exige posibilidades alternativas, responsabilidad última y
conciencia, no existe: es una ilusión. La cuestión del libre albedrío se refiere al ser
consciente, al “yo consciente” que cada persona experimenta. Es ese “yo consciente” quien siente
que puede hacer tanto una cosa como otra. Si hay fenómenos indeterminados en el universo y
estos pueden ocurrir en el sistema nervioso humano e inducir indeterminismo en la toma de
decisiones, como sugiere R. Kane, entonces podrían existir posibilidades alternativas de elección
y acción. Sin embargo, la responsabilidad última del yo consciente no parece posible: el
“argumento de la consecuencia” de Inwagen y el “argumento básico” de Strawson apuntan es esa
dirección al situar en el exterior del sujeto las causas de la conducta, y los hallazgos de Libet
pueden interpretarse en el sentido de que no es el “yo consciente” quien decide, sino procesos no
conscientes sobre los cuales la conciencia no tiene control. Los argumentos e investigaciones del
psicólogo Daniel M. Wegner, expuesto en The Illusion of Free Will, dan también apoyo a esta
perspectiva.
10. La ilusión del libre albedrío surge por un malentendido de la conciencia. Desde
mi punto de vista, el libre albedrío entendido como libertad de volición y como responsabilidad
última (que es el que plantea un verdadero problema) es en sí contradictorio y, por tanto,
imposible. El yo consciente siente que puede hacer tanto una cosa como otra en un momento
dado, pero para sentirse libre requiere además ser dueño de esa decisión, no le vale que dependa
de una ruleta cuántica oculta en su cerebro o de cualquier otro tipo de suceso al azar. Ser dueño
de una decisión es realizarla según el propio carácter, los propios motivos y razones, por eso no
nos sirve la decisión al azar. Pero aparte de que el carácter, los motivos y las razones es muy
Citado por Daniel Dennet en “Some Obsevations on the Psychology Of Thinking About Free Will”, en Are We Free?
Psychology and Free Will, Baer, J., Kaufman, J. C. y Baumeister, R. F. (Eds.), New York: Oxford University Press, 2008.
13
14
Churchland, Patricia, “The Big Question: Do we have free will?”, New Scientist Magazine, 18 de noviembre de 2006.
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probable que dependan de factores fuera de nuestro control, cuando nos guiamos por ellos
parece que no hay lugar para las alternativas de acción. Luego, de nuevo, rechazamos el libre
albedrío.
Resumiré esquemáticamente mi argumento para más claridad:
—El libre albedrío del “yo consciente” exige (1) responsabilidad última y (2) alternativas
posibles.
—O decidimos en función de motivos y razones en interacción con las circunstancias, o
decidimos por azar (una decisión compleja puede combinar las dos modalidades, pero si se
descompone en decisiones simples, siempre actúa uno u otro mecanismo).
—Al decidir al azar, el yo consciente puede tener varias alternativas posibles (si existen
fenómenos indeterminados), pero no es último responsable, pues decidir al azar es decidir sin
control. Luego, al decidir al azar, no hay libre albedrío.
—Al decidir en función de motivos y razones en interacción con las circunstancias, es de esperar
que una combinación concreta de diversos parámetros lleve a una y sólo una posible decisión.
Luego, no habría diversas alternativas, y, por tanto, no habría libre albedrío. Más aún, las
razones y los motivos, como muestran el “argumento de la consecuencia” y el “argumento
básico”, descartan por sí mismos la responsabilidad última, pues no han podido ser forjados por
el “yo consciente”.
11. La forma restringida del “yo consciente” es el origen del malentendido del libre
albedrío. No siempre la palabra “yo” la usamos con el mismo sentido y extensión. “Yo tengo
una lesión en el cerebro”, “yo tengo hiperglucemia”, “yo tengo muchos traumas”: en estas frases
“yo” parece referirse a algo muy amplio, ese “yo” tiene cerebro, un cuerpo que puede padecer
algún problema, e incluso una historia. Un “yo” amplio que considere como parte suya e
inseparable su historia (educación y experiencias en general), su cuerpo y su constitución
genética no podría plantearse lógicamente que su libertad pueda estar limitada por los
mencionados aspectos, ya que no son algo externo, sino parte de él. Ese “yo” es precisamente su
constitución genética, su cuerpo, su historia, no puede pretender ser libre de sí mismo. Quizá el
problema surge porque el “yo” que se plantea la cuestión del libre albedrío es un “yo”
restringido, el “yo consciente” (que sólo es la punta del iceberg del sujeto), un “yo” sin cuerpo,
sin cerebro ni historia, y que puede sentirse herido, coaccionado o privado de libertad si algún
día sospecha o le sugieren que sus decisiones provienen de su educación, de cómo procesa la
información su cerebro (en su mayor parte bajo el nivel de la conciencia), de las características
de su cuerpo o de su carga genética. El “yo extenso”, el que tiene historia y cuerpo, no podría
quejarse de carecer de libertad por actuar en función de lo que es, pues si alguno de esos factores
se eliminase, él mismo dejaría de ser, sería en todo caso alguien diferente. Sin embargo, el “yo”
que se pregunta sobre el libre albedrío, ese “yo consciente”, es en realidad ciego para la mayor
parte de lo que constituye el sujeto, el verdadero sujeto de la acción y la decisión, el “yo extenso”
con cuerpo e historia, que es quien realmente decide. El “yo consciente” no se da cuenta de que
quiere ser libre respecto a algo que le es inseparable, que es él, sin lo cual no existiría. Es esta
ceguera del “yo consciente” la que produce la ilusión y preocupación del libre albedrío. Cuando
el “yo consciente” toma una decisión, es en realidad todo su cuerpo y toda su historia lo que la
toma. La mayor parte del proceso es quizá inconsciente, y la conciencia tan sólo conoce el
resultado.
La distinción que he utilizado entre el “yo extenso”, con cuerpo e historia, y el “yo consciente” o
restringido coincide en gran medida con la que realiza S. Blackmore en “The Meme Machine”.
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Veamos una cita, tomada de D. Dennet, donde queda muy clara la idea que he tratado de
expresar:
Por tanto, ¿tiene Benjamín libre albedrío o no? Si por “Benjamín” te refieres a un cuerpo y un
cerebro, entonces, ciertamente Benjamin tiene elección. Los seres humanos toman
decisiones constantemente… ¿Es esto suficiente para lo que llamamos libre albedrío?
Creo que no, porque en el corazón del concepto de libre albedrío yace la idea de que debe ser
el yo consciente de Benjamin quien tome la decisión. Cuando pensamos sobre el libre
albedrío imaginamos que “yo” lo tengo, no que lo tiene este conglomerado de cuerpo y
cerebro. El libre albedrío tiene lugar cuando “yo” conscientemente, libremente y
deliberadamente decido hacer algo, y lo hago. En otras palabras, el agente debe ser “yo” para
que sea libre albedrío.15
Tras citar a Blackmore, Dennet continúa con unos interesantes comentarios en los que critica el
uso del concepto de “yo consciente” en referencia a la discusión del libre albedrío. En su
opinión, tal entidad responde a la idea cartesiana de yo o “res cogitans”, y cualquier análisis
sobre el libre albedrío que dependa de tal concepto habrá de fracasar. Para este autor existe un
concepto valioso y exento de misterio lo bastante amplio para asumir la responsabilidad y actuar
moralmente, por el contrario, “if you make yourself really small, you can externalize virtually
everything”16. En todo caso, esta propuesta parece volver a la posición de los compatibilistas
clásicos, que analizaban el libre albedrío en la misma línea que la libertad de acto, como la
capacidad de (1) hacer (o decidir) lo que se quiere o desea y (2) la ausencia de coacciones o
impedimentos para actuar (o decidir). Quizá esta sea una perspectiva mucho más sensata y
productiva para una discusión; sin embargo, es un cambio de tema, no una solución al problema
del libre albedrío tal como lo habíamos definido, el que se constituye como verdadero problema
cuando nos planteamos si existen posibilidades alternativas en nuestra vida (o sólo un camino
que seguir), y si la responsabilidad última de nuestros actos está en nosotros (o fuera de nuestro
control).
12. Responsabilidad y castigo en un mundo sin libre albedrío. Algunas instituciones y
prácticas sociales de gran importancia parecen descansar sobre la creencia de que los individuos
poseen libre albedrío y son, por tanto, últimos responsables de sus actos. Los diversos modos de
castigo y recompensa, la distribución de la riqueza, el poder, el prestigio, la admiración, el
desprecio…, ya sean administrados de manera institucionalizada o informal, son consecuencias
que se aplican a la conducta de los sujetos, pretendiendo justificarse por el hecho de ser
merecidas. Pero si no somos últimos responsables de nuestros actos, pudiera haber en tales
prácticas una gran injusticia. Y, de hecho, las leyes no se aplican siempre del mismo modo. A un
niño o a un enfermo mental grave no se les aplican las mismas penas que a un adulto
mentalmente competente. En tales casos se reconoce la fuerza determinante del trastorno
mental o de la inmadurez, pero bien podría ser que todos seamos tan víctimas de la biología y el
entorno como lo son el niño y el enfermo mental. Entonces ¿qué justicia hay en los castigos y
recompensas establecidos? Una teoría retributiva no parece sostenerse si negamos el libre
albedrío. Pero existen otras justificaciones para aplicar consecuencias positivas o negativas a
diversos comportamientos. Como ha sugerido Ted Honderich, el castigo aplicado al criminal
puede justificarse por su efecto disuasorio, por su capacidad para reducir la comisión de futuros
delitos (tanto del propio criminal como de otros sujetos que son conocedores de los castigos a
15 Dennet, Daniel C., “Some Obsevations on the Psychology Of Thinking About Free Will”, en Are We Free? Psychology
and Free Will, Baer, J., Kaufman, J. C. y Baumeister, R. F. (Eds.), New York: Oxford University Press, 2008.
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Cita una frase propia procedente de un trabajo previo, The Elbow Room.
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los que se exponen). Igualmente, los diversos modos de recompensa se justificarían por su
capacidad para fomentar conductas prosociales. Derk Pereboom propone otra vía de
justificación del castigo: el modelo de la cuarentena, que apela al derecho de la sociedad a aislar
al criminal peligroso como medida protectora, tal como se hace con un enfermo contagioso.
Así pues, los sistemas de castigo y recompensa son inteligibles incluso si renunciamos a la idea
del libre albedrío. En mi opinión, son incluso perfectibles desde esta perspectiva, pues
quedarían suficientemente justificados por su capacidad de prevenir conductas sociales
desfavorables, y, al mismo tiempo, resultan liberados de la carga, a veces cruel e inútil, de la
venganza y el exceso de rigor, abriéndose incluso la puerta a una actitud compasiva hacia el
infractor, quien es, quizá, la primera víctima de sus propias circunstancias y constitución.
13. ¿Podemos vivir sin libre albedrío? ¿Cuál es la actitud más favorable? Tal vez
nuestro orgullo pueda verse herido si aceptamos que nuestros logros no son tan nuestros como
creíamos, pero nos aliviará pensar que tampoco lo son nuestros fracasos. Y nada nos impide
sentir gratitud hacia un universo o azar que nos ha favorecido en su devenir. Pero creámonos
últimos responsables o no de nuestros actos, como señala Honderich, la mayoría de las
esperanzas que dan sentido a la vida se mantienen. No podemos estar seguros de lo que el
futuro deparará, esté determinado o no, tengamos sobre él control o no, pero sí sabemos que si
queremos alcanzar un objetivo hay que caminar hacia él e invertir un esfuerzo. Si mi sueño es
escribir una novela, exista o no el libre albedrío, tendré que sentarme al ordenador e intentarlo
duramente. Incluso si “somos autómatas conscientes”, usando la expresión de Thomas Henry
Huxley17, todavía tenemos la capacidad de disfrutar de la experiencia consciente del mundo, de
la sorpresa de los acontecimientos, de nuestras esperanzas y sueños con su corte de
incertidumbre, éxito y fracaso, y de nuestra capacidad de emocionarnos en respuesta a los
acontecimientos. Sea o no cierto el determinismo, creo que podemos afirmar con seguridad que
no somos al cien por ciento previsibles: nos asombran con frecuencia las personas que mejor
creíamos conocer, nos asombramos de nosotros mismos cuando descubrimos nuestras propias
reacciones en situaciones inéditas o incluso en las más comunes, y podemos afirmar con gran
probabilidad que nunca existirá el demonio laplaciano (o la máquina capaz de emularlo) que
posea la facultad de predecir la conducta humana al detalle. Esta cualidad de ser en la práctica
imprevisibles (dejando de lado el hecho de que no cumplamos los requisitos de un estricto libre
albedrío, al fin y al cabo ilusorio y contradictorio), sumada a la natural tendencia de nuestras
emociones a reaccionar ante los avatares de la vida, parecen base suficiente para vivir
plenamente y sin reservas.
Jean-Paul Sarte, que defendía una tesis radicalmente opuesta a la nuestra, afirmaba que “no
hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad” y, aún con más vehemencia, “el
hombre está condenado a ser libre”. Su posición es atractiva, y anima a responsabilizarse de la
propia vida y las propias decisiones, aunque la razón nos aparte de ella. Pero Sartre extraía de la
afirmación de la libertad consecuencias que incluso el determinista podría asumir como
aceptables. Decía el gran existencialista: “tú no eres otra cosa que tu vida”, y “es necesario que el
hombre se encuentre a sí mismo y se convenza de que nada puede salvarlo de sí mismo”18. En
efecto, no somos más que nuestra vida, porque es viviendo como llegamos a conocernos y como
nos definimos, ya que no existe el demonio laplaciano que nos pueda decir a priori lo que somos
17 Citado por D. Dennet en ., “Some Obsevations on the Psychology Of Thinking About Free Will”. Huxley fue un
influyente y enérgico defensor de las teorías darwinistas, por lo que fue apodado como “el bulldog de Darwin”.
Todas las citas de Sartre pertenecen a El existencialismo es un humanismo, breve y estimulante compendio del
existencialismo de este autor.
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y seremos, lo que implican la miríada de factores que nos han forjado y nos afectan. Y también
podemos mostrar acuerdo con la idea de que nada puede salvarnos de nosotros mismos y la
actitud que ello implica, pues cuando el “yo consciente”, con su perspectiva falsa y su ceguera
hacia el sujeto íntegro (con cuerpo, cerebro e historia), clama contra las condiciones adversas de
su vida y su naturaleza para excusarse de sus actos, olvida que todo eso que maldice es él mismo.
Luego más honesto parece comprometerse con los propios actos, con la propia vida, y aceptar la
responsabilidad que de ella deriva.
Por último, es obligado señalar que quien se enfrente al problema del libre albedrío siempre, por
muy seguro que pretenda estar de su análisis, albergará una sombra de duda: tal vez se
equivoque, pues bien ha de saber que muchos hombres de talento opinan lo contrario que él, sea
cual sea su posición. Y si la duda es inextinguible, ¿que actitud práctica es mejor tomar ante la
vida? ¿Acaso realmente tenemos elección en este punto? ¿Qué haremos si creemos firmemente
en el determinismo y negamos el libre albedrío? Una respuesta: me tumbaré a un lado del
camino, sin pensar en nada, sin luchar por nada, esperando simplemente que las leyes que
determinan mi vida me empujen hacia ese único camino inevitable. Pues no. Si es cierto que
fuerzas ajenas a nosotros nos arrastran hacia un futuro único, lo harán a través de (o junto a)
nuestras emociones, motivaciones, sentimientos, tribulaciones, decisiones, esfuerzos, placeres,
penalidades y el sinfín de turbulencias que agitan esta conciencia humana tan pequeña y tan
grande a la vez. Pero, ¿y si erramos en nuestro análisis y el libre albedrío existe de verdad?
Entonces, si nuestro error nos llevó a tumbarnos a un lado del camino, nuestra vida habrá sido
un terrible fracaso, no por lo no conseguido, sino por lo no intentado, por haber abdicado de
nuestros sueños, por haber desertado de la vida. Así pues, vemos que sólo una opción nos puede
reportar alguna ganancia y ninguna pérdida: la opción por la vida y las emociones que depara,
por el compromiso con nosotros mismo, con lo que somos y seremos, aparte de que la razón nos
diga, quizá para consuelo o desagravio, que en última instancia nada dependía de nosotros.
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Referencias
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2003.
—Churchland, Patricia, “The Big Question: Do we have free will?”, New Scientist Magazine, 18 de noviembre de 2006.
—Dennet, Daniel C., La evolución de la libertad, Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 2004.
—Dennet, Daniel C., “Some Obsevations on the Psychology Of Thinking About Free Will”, en Are We Free? Psychology
and Free Will, Baer, J., Kaufman, J. C. y Baumeister, R. F. (Eds.), New York: Oxford University Press, 2008.
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—Honderich, Ted, ¿Hasta que punto somos libres? El problema del determinismo, Barcelona: Tusquets Editores, 1995.
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—O'Connor, Timothy, "Free Will", The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2010 Edition), Edward N.
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Juncosa Aín C. 2013; 17:17. http://hdl.handle.net/10401/6216
Cite este artículo de la siguiente forma (estilo de Vancouver):
Juncosa Aín C. El laberinto del libre albedrío. Psicologia.com [Internet]. 2013 [citado 19 Nov
2013];17:17. Disponible en: http://hdl.handle.net/10401/6216
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