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Versión digitalizada para su difusión en medios electrónicos por la
Arquitecta Yesica Soledad Lamanna
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ANALES
del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas
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INSTITUTO DE ARTE AMERICANO E INVESTIGACIONES ESTÉTICAS
Director: MARIO J. BUSCHIAZZO
Secretario: HÉCTOR C. MORIXE
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MARIO J. BUSCHIAZZO
1902-1970
C
ON la desaparición del arquitecto Mario J. Buschiazzo, se cierra el ciclo pionero en el
campo de los estudios de la historia de la arquitectura del país y los que, en nuestro medio,
se realizan a escala del ámbito latinoamericano. Asimismo sus trabajos y planes recientes,
interrumpidos por una muerte prematura, dejan delineados los senderos de importantes renovaciones
que, en el área, representan la herencia intelectual y formativa para sus no pocos discípulos.
Su irrupción en el campo docente universitario a poco tiempo de recibido y en concurso de
oposición pública que aún hoy recuerdan quienes tuvieron oportunidad de escucharlo, dio la tónica
de lo que constituirían tres características relevantes de su vida profesional (las más apreciadas por
los alumnos e investigadores que le conocieron): la de una acción agresiva por su sentido permanente,
renovador y de cambio; la de una claridad de objetivos, casi siempre inmediatos; y la de un
pragmatismo arrollador.
Esas características de su personalidad le permitieron descollar, aún en un medio difícil para
quienes, como él, desconocían la política en el actuar.
Debemos ubicar los comienzos de su carrera en una circunstancia en que nuestra arquitectura
vivía en la vigencia de los estilos y en la que no tardaría en insistirse sobre la necesidad de
propuestas nacionales basadas en la plástica del pasado colonial.
Embarcado Buschiazzo en esos momentos en las investigaciones que, con el tiempo, le
llevarían a aportar una valiosa contribución al esclarecimiento de la influencia arquitectónica
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española en América y a la estructuración del panorama de la arquitectura colonial argentina, supo
hacer uso de esas mismas investigaciones para negar sus posibilidades como fuente de inspiración
formal.
Al esgrimirlas como herramientas argumentales, fustigó toda propuesta neocolonial,
insistiendo en la necesidad de proteger lo auténtico. Posteriormente, aunque en un plano de
intuición, por entonces expresó su interés por el hecho arquitectónico como inseparable del contexto
socioeconómico-cultural del momento en estudio.
Sus aseveraciones, la más de las veces descarnadas y por lo tanto demoledoras, le valieron no
pocos opositores de una generación de arquitectos de renombre que no supieron ver que, con esa
franqueza de acción, se iniciaba en nuestro medio la renovación más importante en cuanto a
objetivos de investigación primero y enseñanza de la historia después, y que como instrumento de
crítica arquitectónica solo a costa de duros esfuerzos llegaría a imponerse en las postrimerías de la
década del 50.
Es menester (decía), como paso previo que ponga en nuestras manos material
de trabajo probado, esclarecer e inventariar el patrimonio. Sería esta primera etapa de
los estudios, la que ocuparía casi toda su vida.
El Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas, creado por su inspiración en
1948, fue el instrumento de acción que sirvió no sólo como organismo aglutinante para la
investigación sistemática, sino, también, para la formación de un grupo de profesores.
En 1958 sus trabajos rebasaron el ámbito colonial para internarse en el de las postrimerías
del siglo diecinueve y comienzos del veinte, al mismo tiempo que insistía en lo insuficiente del estudio
de los edificios aislados de su entorno urbano o rural. Más, aún, ante contextos con cualidades
cambiantes por las acciones superpuestas de generaciones sucesivas, como el que supone América.
A la luz de esta situación consideró como necesario rehacerlo todo, inclusive tantos años de
escritos e investigaciones propias, que dejaban de ser punto de llegada para convertirse en punto de
partida, para una reformulación de los estudios histórico-arquitectónicos americanos a partir de la
Conquista.
La complejidad de la tarea impuesta por esa nueva escala no lo amedrentaba, puesto que ésta
no le era ajena por su participación en la acción directa en los grupos planificadores de Puerto Rico.
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Allí, delimitando y proponiendo soluciones al área histórica de la ciudad, sumó su aporte al
de otros profesionales que han hecho posible materializar uno de los trabajos latinoamericanos de
mayor aliento en la especialidad. La experiencia material adquirida en el quehacer a escala del
diseño urbano, las falencias de la profesión para enfrentar estos problemas y el resultado de esos
trabajos-, lo hicieron insistir en la urgencia del reenfoque de los estudios ya referidos.
Era por ello, sin duda alguna, entre nosotros la figura indicada para conducir esa empresa.
Su desaparición deja un claro que sólo podrá llenarse con la suma de esfuerzos de todos los que
fuimos sus colaboradores.
JORGE O. GAZANEO
EXTRACTO DEL “CURRICULUM VITAE” DEL ARQUITECTO
MARIO J. BUSCHIAZZO
Graduado arquitecto en la Universidad de Buenos Aires, en julio de 1927.
Profesor Honorario en el Colegio Nacional de Adrogué, 15 de marzo de 1923 a
setiembre de 1950; simultáneamente titular de varias cátedras en el mismo.
Docente libre de Historia de la Arquitectura II, dicta un curso paralelo en la
Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires,
de 1933 a 1935.
Profesor Adjunto en agosto de 1935 y luego Titular, por concurso de
oposición, en la misma Facultad, mayo de 1941.
Titular de Historia de la Arquitectura, cursos
II
y
III,
en la Facultad de
Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, desde su fundación,
1948.
Profesor de dedicación exclusiva, Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la
Universidad de Buenos Aires, en 1957, y promovido a la más alta categoría docente
que acuerda la Universidad: Profesor Emérito, en marzo de 1968.
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Profesor Titular Interino de Historia de la Arquitectura y del Arte, en la
Universidad Nacional de La Plata, 1956 a 1958.
Profesor Extraordinario de la Universidad Nacional Autónoma de México,
desde noviembre 1952.
Doctor Honoris Causa de las Universidades: Católica de Santiago de Chile (set.
1943); Nacional Autónoma de México (nov. 1952); y Nacional del Brasil, Río de
Janeiro (marzo 1966).
Académico de Número de las Academias Nacionales de Bellas Artes
(setiembre 1963), y de la Historia (junio 1964).
Miembro Honorario o Correspondiente de: Academia Nacional de la Historia
de Panamá; Sociedad Geográfica y de Historia de Potosí; Sociedad Geográfica de
Sucre; Asociación de Arquitectos de Chile; Academia Nacional de la Historia de
Venezuela; Sociedad de Arquitectos del Perú; Sociedad de Arquitectos del Uruguay;
Sociedad Chilena de Historia y Geografía; The Hispanic Society of America;
Academia Nacional de Ciencias de Bolivia; Academia Nacional de Bellas Artes de
Portugal; Instituto de Cultura Hispánica de Madrid; Junta de Estudios Históricos de
Mendoza; Instituto Arabe Argentino de Cultura; Colegio de Arquitectos del Perú;
Sociedad Central de Arquitectos de Buenos Aires; Junta de Estudios Históricos de
Neuquén.
Académico de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de
Valparaíso, Chile; de la Real Academia de San Fernando, España; de la Academia
Nacional de la Historia del Perú.
Miembro de Número de: Junta de Historia Eclesiástica Argentina; Sociedad de
Historia Argentina; Instituto Browniano y Comisión Nacional de la Reconquista.
Ciudadano Honorario de la Ciudad de San Juan de Puerto Rico, Antillas; Huesped
de Honor de la Ciudad de Santo Domingo, República Dominicana, en abril de 1952.
Vocal de la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos, en mayo
1963, reelecto en octubre de 1965.
Varios premios entre los que se destacan: Medalla de Oro y Diploma al mejor
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trabajo en el V Congreso Panamericano de Arquitectos de Montevideo; Diploma de
Honor en la Exposición Ibero-Americana de Arquitectos, Estocolmo, Suecia, mayo
1946; Premio y Medalla “Cervantes” de la Hispanic Society of America, febrero
1954; Faja de Honor de la Sociedad de Historia Argentina, al libro “Historia de la
Arquitectura Colonial en Ibero-América”, 1962.
Becado por “American Federation of Learning Societies” y el Departamento
de Estado de los EE. UU. de Norte América, y por el Instituto de Cultura
Hispánica de Madrid, en 1941 y 1948 respectivamente, en misión de intercambio
cultural; por el gobierno italiano, Ministero delle Publica Istruzione en 1948 y beca
Rockefeller para investigar en las Universidades Ann Arbor, Michigan y Austin,
Texas, en 1960.
Cursos dictados en las Universidades de Montevideo, Uruguay; Chuquisaca,
Bolivia; Yale, Columbia y Harvard de EF. UU.; Central de Madrid, Facultad de
Filosofía y Letras de Sevilla, Laboratorio de Arte, de Puerto Rico; Escuela de
Arquitectura de Venecia; Lisboa, Portugal; Javeriana de Bogotá, Colombia; Sevilla,
Granada, Murcia y Valencia, España.
Más de cincuenta títulos, sin contar sus artículos en periódicos y revistas,
prólogos de obras especializadas, reseciones bibliográficas, comentarios en ANALES,
numerosos informes y conferencias.
Sus obras más conocidas: La Arquitectura Colonial en Hispano-América, 1940,
Medalla de Oro del V Congreso Panamericano de Arquitectos, Montevideo,
Uruguay; Historia de la Arquitectura Colonial en Ibero-América, Faja de Honor de la
Sociedad de Historia Americana; Historia del Arte Hispano-Americano, en colaboración
con los profesores de universidades españolas: Diego Angulo Iñiguez y Enrique
Marco Dorta; De la Cabaña al Rascacielos; Bibliografía de Arte Colonial Argentino, 1947;
las diversas obras editadas por la Academia Nacional de Bellas Artes: La Catedral de
Córdoba; La Iglesia de la Compañía; La Iglesia del Pilar; las Estancias Jesuíticas de Santa
Catalina, de Jesús María, y del Valle de Catamarca. Ediciones especiales de La arquitectura
en la Argentina, 1967, y Las Estancias Jesuíticas de Córdoba, 1969, con diapositivas en
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color.
Restauraciones a escala de diseño arquitectónico, como arquitecto de la
Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos: Cabildo de Buenos Aires;
Casa Histórica de Tucumán; Cabildo de Salta; Convento de San Francisco, Santa Fe;
Misión Jesuítica de San Ignacio, Misiones; Posta de Sinsacate, Córdoba; Capilla de
Purmamarca, Jujuy; Iglesia y Convento de San Bernardo, Salta; Casa natal de
Sarmiento, San Juan; Casa donde falleció Sarmiento, Asunción del Paraguay; Quinta
de Pueyrredón, San Isidro; Capilla de Mercadillo, Córdoba; Palacio San José, del
General Urquiza, Entre Ríos; Reducción de Lules, Tucumán; Capilla del Señor de
los Milagros, Catamarca; Convento de Santo Domingo, San Juan; Estanzuela de los
Echagüe, Santa Fe; y Capilla de Chichigasta, Tucumán.
Restauraciones a escala de diseño urbano: reconstrucción del núcleo histórico
de San Juan de Puerto Rico, por especial encargo del Gobierno de la ciudad.
Creación del INSTITUTO
DE
ARTE AMERICANO
E
INVESTIGACIONES
ESTÉTICAS, resolución de julio 24 de 1946, del Consejo Superior de la Universidad
de Buenos Aires para el que realizó su actual organización, numerosas publicaciones
y trabajos de investigación.
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HACIA UN NUEVO ENFOQUE DEL ARTE
COLONIAL SUDAMERICANO
L’ art vit des contraintes et meurt
de la liberté.
ANDRÉ GIDE
E
S
ya casi un lugar común decir que la Historia del arte debe ser reescrita cada
veinte años. En el caso de América del Sur esa afirmación es tanto más cierta
si se piensa que, comparada con la Historia de Europa o la de los Estados Unidos, la
nuestra soporta el peso de un considerable retraso1.
El argumento que voy a desarrollar podría enunciarse en pocas palabras, más o
menos así: después de la desestima del arte colonial en el siglo XIX, parecería que los
historiadores de estos últimos cincuenta años, interesados en demostrar la
importancia de ese arte olvidaron que, en última instancia, el fenómeno artístico no
es sino un episodio de la más vasta Historia general de la cultura.
O, para decirlo aun de otra manera: ya es hora de reincorporar la materia
estudiada por los especialistas al dominio de la comprensión global de ese lugar del
mundo que se llama la América del Sur a lo largo de los cuatro siglos de su Historia
colonial. Los pioneros hicieron ya su trabajo de revaloración; los investigadores
serios, el suyo, que se traduce en una serie de monografías; el gran tratado existe ya
desde hace quince años2. Son necesarios ahora los artículos y libros (de los cuales ya
PIERRE CHAUNU, L’Amérique et les Amériques, París, 1964, p. 381 sqq., da una excelente bibliografía, tanto más
“filtrada” cuanto el autor es de una exigencia implacable.
2 D. ANGULO IÑÍGUEZ, Historia del Arte Hispanoamericano, Barcelona, 1956, 3 vol. (en colaboración con E. MARCO
DORTA y M. J. BUSCCHIAZZO).
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hay, por cierto, algunos excelentes ejemplos)3 que se embarquen en la vía
pluridisciplinaria: es decir, que sean capaces de insertar la obra de arte “total”
(arquitectura, pintura, escultura, decoración)
dentro de las otras actividades
políticas, religiosas, sociales, económicas, etc., que constituyen la Historia como
conjunto, que no es nunca la mera yuxtaposición de una serie de detalles estudiados
minuciosamente.
La era de la incomprensión fue, en cierto modo, fatal. Se destruyeron infinidad
de monumentos, se “mejoraron” otros, en el más triste sentido de la palabra: muy
pocos edificios se libraron de la deformación ignorante o del resentimiento
acumulado. Una lista implacable de monumentos definitivamente mutilados o
arruinados se impone4. A veces, por fortuna, el mal se refiere sólo al interior de las
iglesias o a sus fachadas: los dos puntos más sensibles en la apreciación superficial
de un edificio. Sus plantas, aunque muchas veces “disfrazadas”5, recuerdan, en
general, todavía lo que fueron en su origen. Su masa estructural, contrafuertes,
cúpula también. Y es que es más fácil alterar algo aplicándole una simple máscara de
quita y pon, que cambiar radicalmente los huesos del cuerpo construido.
Sí, el desastre ha ocurrido más bien al nivel de los interiores y las fachadas,
donde la “representatividad” llega al punto máximo. El espacio interno de las
catedrales de Córdoba, Potosí, Cartagena de Indias (por dar sólo unos ejemplos) ha
sido desvirtuado por los falsos mármoles, los estucos, las bóvedas pintadas. Como
son edificios más bien bajos de techo y potentes a causa de los temblores de tierra,
sus pilares no se prestan a ser tratados en “clásico a lo Viñola” y siempre resultan
ridículos, achaparrados, pretenciosos. Aquellos encantadores espacios tal como
En cuanto a los libros pensamos, por ejemplo, (sin que la lista sea exhaustiva) en: GEORGE KUBLER, Art and
Architecture in Spain and Portugal, Harmondsworth, 1959; M. J. BUSCCHIAZZO, Historia de la Arquitectura colonial en
Iberoamérica, Buenos Aires, 1961; F. GIL TOVAR y C. ARBELÁEZ CAMACHO, El arte colonial en Colombia, Bogotá, 1968,
etc. Entre los ensayos recordamos el famoso de A. Neumeyer y los más recientes del mismo G. Kubler, E. W. Palm,
José de Mesa y Teresa Gisbert, G. Gasparini, P. Gabriel Guarda, S. Sebastián, F. Chueca Goitia, H. Schenone, etc.
4 MARIO J. BUSCHIAZZO, Exposición de planos y fotografías de monumentos históricos, Buenos Aires, 1939, establecía la lista de
los principales monumentos desaparecidos de la época colonial.
5 La catedral de Tunja, en Colombia, podría ser un buen ejemplo. El desaparecido C. Arbeláez Camacho me explicaba
de viva voz cómo se había procedido a practicar “cateos” en los pilares para demostrar el núcleo verdadero,
respetando el cual habría que restaurar el monumento. Las autoridades responsables no aceptaron aún esos trabajos.
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fueron concebidos en su origen, se han transformado por obra y gracia de un cura
párroco, de un obispo o de un presidente de la república “progresistas”, en un
alarde de nuevo rico de la cultura, un “quiero y no puedo” verdaderamente
consternante. El espíritu entre pobre e ingenioso (tan buen consejero en arte) que
hacía contrastar una pared blanca de cal con un retablo oscuro o policromado y
dorado a la hoja (no a la purpurina), se ve ahora sustituido por una pobre imitación
incalificable. Cuando el viajero ilusionado se acerca a uno de esos monumentos que
le placen por su mole externa y se prepara al goce estético de un interior que le esté
relacionado, cuántas veces se encuentra con un mamarracho pintado de colorinches
agresivos y fuera de lugar: proporciones equivocadas, altares de pacotilla, santos de
santería, ángeles ñoños con un cordón eléctrico que sirve para iluminar falsas
bujías... Entonces un gran desánimo se apodera de él y piensa: ¡cuán bajo hemos
caído! ¿Será posible que esta pobre América del Sur no encuentre nunca el justo
medio, que escape de un exceso para despeñarse en el contrario... igualmente
nefasto?
Dejemos este triste episodio de lado. Lo hecho, hecho está y parece ingenuo
también querer restaurar “como antes” esos edificios. A veces, sin embargo, se
puede. Otras (como ocurre ahora en Chile, Venezuela, la Argentina) se trata del
esfuerzo de lo que, religiosos y laicos de excelente intención, quieren hacer a fuerza
de buen gusto. El propósito de poner en valor la “pieza única” (retablo, imagen)
dentro de un marco de despojamiento moderno parece, en principio, laudable. El
resultado no siempre es muy convincente que digamos. Tiene como motor la misma
inspiración que el arreglo de los museos italianos de la posguerra: despojar a los
cuadros de sus marcos de origen para presentarlos en un ambiente neutro como
“figuras” que aparecen terriblemente crudas en el nudismo integral del muro. Eso es
“hacer moderno con lo antiguo” y resulta tan criticable como la integración que el
museo siglo XIX trataba de hacer con las mismas obras. Pero nos alejamos del tema.
Volvamos cincuenta años atrás. La élite descubrió los valores del arte colonial,
al mismo tiempo que Europa descubría el arte negro, polinesio y en general el arte
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de los salvajes, de los primitivos, de los ingenuos. Por un movimiento pendular
(conocido en Historia) íbamos a pasar del desprecio más total a la sobrevaloración
indeterminada. Ya es hora de que revisemos serenamente esos conceptos.
Los que he llamado los pioneros fueron, en general, nacionalistas en el mejor
sentido del término. A veces lo eran sin siquiera darse cuenta, lo que es bastante
peligroso de por sí6. Resultaban también, con la misma ingenuidad, teorizadores o
generalizadores de una materia especialmente compleja y rica. No seamos
demasiado rigurosos con ellos. Se trataba en realidad de autodidactas. Hace medio
siglo apenas si podía leerse un puñado de libros renovadores, de esos que parecen
cambiarnos de cuajo las ideas7. Esos autores de los que hablamos, más curiosos que
el resto pero menos bien preparados al manejo de las ideas puras que los
especialistas, realizaban rápidamente y como sobre la marcha unas pseudo-síntesis
que a nosotros, hoy, nos dejan totalmente insatisfechos.
Seamos, sin embargo, justos. Esos autores tienen sobre todo la importancia de
haber sido los primeros que se atrevieron a romper lanzas con el sentir general de
apatía o de destrucción de todo aquello que recordara la colonia. Lo español tuvo
hasta 1920 o 1930 mala prensa en Sudamérica, especialmente en la Argentina y más
aún en Buenos Aires (Salta o Córdoba, por ejemplo, siempre han sido más
“hispanizantes”). La primera impresión que ese hecho nos causa se relaciona con el
infaltable rencor de toda antigua colonia para con su metrópoli respectiva: es lo que
pasa hoy en la India con el Imperio Británico o en Argelia con Francia. José Luis
Romero8, interpreta ese sentir de una manera más matizada pero que coincide en la
desestima del valor español.
Lo cierto es que, en la Argentina por lo menos, se tomaban como modelos lo
J. L. BORGES ha dicho, en su incomparable estilo, cómo cambió sus temas locales por otros árabigos o chinos para
que no entendieran su actividad como un simple brote de nacionalismo intempestivo.
7 José Ortega y Gasset, dirigiendo la editorial de la Revista de Occidente, fue el responsable (hace cincuenta años) que se
difundieran libros como los de Wölfflin, Worringer. Weisbach fue también conocido desde hace mucho en
Sudamérica. En los escritos de Angel Guido se ve, por ejemplo, el reflejo de esa bibliografía en la que figuraban en
buen sitio los trabajos de Eugenio D’ Ors.
8 J. L. ROMERO, L’ Amérique latine et l’ idée d’ Europe, Diogéne, París, n° 47, 1964, p. 86: La emancipación aceleró la evolución
de las ideas. España fue el pasado, y Europa (que representaba la libertad de conciencia, el pensamiento racional, la ciencia moderna, el
desarrollo técnico, la libertad de comercio) fue el presente y el futuro. La imagen de una Europa sin España, es decir, sin el tradicionalismo
conservador, se arraigó entre los grupos predominantes. Fue entonces cuando se empezó a dar un juicio positivo sobre lo que era europeo
mientras que lo español se hacía definitivamente negativo. (Traduzco del texto francés).
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francés o lo inglés. Lo que venía de España era considerado obligatoriamente como
pobre, vergonzoso, indigno. En una palabra, para los argentinos de las clases
dirigentes, lo español “no estaba de moda”. El primero en atreverse a romper el
esquema fue, precisamente, un representante de esa minoría culta (que, a la larga,
terminan por imitar las masas), el novelista Enrique Larreta. Apenas empezado el
siglo
XX,
Larreta publicaba La gloria de Don Ramiro que, bajo forma novelesca,
constituía un verdadero ensayo de recreación de la vida española en tiempos de
Felipe II.
En lo que respecta a la plástica colonial tres hombres iban a desempeñar un
papel equivalente: Juan Kronfuss, Martín Noel y Angel Guido, desde Córdoba,
Buenos Aires y Rosario, respectivamente. El primero por ser profesor alemán (o sea
europeo y culto); los otros, arquitecto e ingeniero respectivamente, resultaron
figuras providenciales. Kronfuss investiga y dibuja; Noel (amigo de Larreta) ha
estudiado arquitectura en París; Guido, al igual que los otros dos, es hombre de
lecturas. Entre los tres, digamos, “descubren” la arquitectura colonial española y la
proclaman con entusiasmo en artículos y libros a partir de 1920. Fueron ellos los
primeros en relevar los planos, dibujar los detalles de lo que aun existía, hacer
fotografiar los monumentos, no sólo argentinos sino sudamericanos en general.
Para ello tuvieron que viajar, desplazarse, y algunos como Noel llegaron a formar
colecciones de arte que hoy, afortunadamente, forman parte del patrimonio
nacional. Si muchas de sus nociones nos parecen hoy superadas o encontramos
espúreos algunos de sus planteos, no podemos, con todo, dejar de reconocer que
son ellos los que pusieron en marcha esta máquina de la investigación del arte
plástico colonial sudamericano.
La segunda ola, la de los investigadores puros, se superpone como siempre en
estos casos, a la que acabamos de mencionar. Sus límites son imprecisos. No hay
duda de que un historiador como el jesuita peruano Rubén Vargas Ugarte, por la
generación a la que pertenece debe ser considerado también un precursor, sin dejar
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por eso de poseer todas las virtudes del perfecto científico. Dos estudiosos
peruanos están en ese mismo caso aunque sean más jóvenes que el P. Vargas
Ugarte. Me refiero a los arquitectos Emilio Harth-terré y Héctor Velarde. Lo mismo
podía decirse del ya desaparecido historiador ecuatoriano José Gabriel Navarro.
Este nuevo tipo de historiador, más erudito y menos nacionalista, en general,
que el pionero que se sentía descubridor, no parte ya de lecturas o de viajes sino que
trata de apoyarse en documentos concretos. Desde 1930 hasta nuestros días, puede
decirse que un puñado de hombres valiosos en todos los países sudamericanos y
también en el resto del continente y en Europa, han estado trabajando en todos los
dominios: explorando archivos, publicando textos y planos, determinando autores y
fechas; en una palabra, dándose al ejercicio científico que supone la práctica de la
Historia concebida como una disciplina formativa y seria.
Ya sabemos, sin embargo, que “los árboles impiden ver el bosque”, y que
muchas veces esos investigadores se limitan a elucidar algunos problemas de detalle,
persiguiendo incansablemente eso que, según mi maestro Pierre Francastel,
constituye una de las plagas modernas: el juego (a menudo gratuito) de las
atribuciones, y la búsqueda insaciable de los prototipos. Y ya sabemos que siempre hay
un prototipo..., si lo sabemos buscar. A condición de que distingamos entre
prototipos vistos y prototipos mentales, que son casi ideas platónicas que alguien ha
tratado de concretizar.
Sin despreciar esa clase de estudios, completamente indispensable por otra
parte, lo que hay que preconizar hoy en la Historia del arte sudamericano es una
serie de ensayos o de libros en que el mismo monumento (una vez elegido por su
calidad, interés, estado de conservación) resulte sometido a todos los niveles de la
significación, o sea que se lo vea alternada o simultáneamente no sólo como obra de
arte sino como realización religiosa, problema constructivo, económico, social, etc.
No se tratará tampoco de hablar en abstracto sino de comparar una serie de
obras concretas entre sí. Estudiar indefinidamente un solo y mismo objeto puede
llevar y lleva, de hecho, al inmovilismo más completo. No es verdad que podamos
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pasar la vida estudiando, por ejemplo, un monumento. Llegaríamos quizá a saberlo
todo de él sin haberlo por eso realmente profundizado. No lo entenderíamos mejor, al
contrario, terminaríamos por no entenderlo en absoluto.
Es decir que nos hacen falta: de un lado, especialistas aun más “especializados”
si así puede decirse; y de otro, hombres con una mentalidad capaz de trazarnos un
cuadro de conjunto, en el cual los hechos estudiados encuentren apoyo en una
realidad tangible, sin caer jamás en las generalizaciones demasiado vagas. El papel
del historiador ideal contemporáneo es difícil, justamente en razón de la cantidad de
hilos que debe tener en la mano antes de lanzarse a explicitar su versión del arte de
una época. Sin embargo, si esta labor está destinada a acrecentar y mejorar nuestro
conocimiento, ella debe forzosamente operar sobre la totalidad de la significación y
no ya contentarse con la parcial iluminación de un problema, aunque sea mediante
el despliegue de la mayor erudición.
Veamos un poco cuáles podrían ser las condiciones previas de esa Historia del
arte colonial que postulo. Por comenzar creo que habrá que practicar un balance
severo que puede revelarse eminentemente sano. Superando cualquier noción de
nacionalismo a escala nacional o continental, no habrá que dar meramente curso a
una admiración beata que evite las comparaciones para no salir malparada. Sí, en vez
de tratar de contentar a todo el mundo, yo diría que hay que decir toda la verdad a
riesgo de resultar desagradable.
¿Cuáles son, por último, estas verdades que yo creo que estamos obligados a
decir a fondo y lo más pronto posible? Vayamos directamente a algunas de las
cuestiones fundamentales. La primera podría enunciarse brutalmente más o menos
así: en Sudamérica el arte colonial cuenta apenas con un puñado de obras maestras. Ya sé que
esta afirmación que parece temeraria corre el riesgo de hacer temblar de indignación
a más de uno. Sobre todo a esos bien pensantes que no se atreven a plantearse cara a
cara los problemas y prefieren vivir toda la vida en el limbo del conformismo.
En efecto, la primera cosa que choca al hipotético historiador “ingenuo” (si ese
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monstruo realmente existe) es que, del inmenso territorio poblado por los españoles
en la América del Sur entre los siglos
XVI
y XIX, sólo algunos pocos países, los más
ricos entonces, y apenas unas cuantas ciudades, sean capaces de ofrecer un interés
artístico a la escala europea. Al lado de la insolente riqueza de Europa hay que
convenir que la gigantesca América del Sur hace irremediablemente el papel de
parienta pobre. Ecuador, Bolivia y Perú son (para no entrar en detalles) los únicos
países actuales que merecen la atención de aquellos que buscan obras de arte
verdaderamente superiores9.
Eso en lo que respecta a la primera limitación. Ahora bien, si el número de las
obras “posibles” resulta así, de entrada, terriblemente limitado, nuestra selección
tendrá que ir aun más lejos, ya que sólo podremos retener dentro de la lista aquellas
que están en pie y que siguen intactas o han sido convenientemente restauradas10.
Se plantearán, sin duda, problemas de inventario11. La simple lista de los
monumentos no puede satisfacernos y, de hecho, ya ha sido establecida
suficientemente. Lo que debería guiamos ahora será una tipología12 en la que
tratemos de distinguir los encabezamientos y las series que, fatalmente, les siguen13.
Otros tratamientos inteligentes de la misma materia serían por ejemplo: la
clasificación por programas, y la clasificación por actitudes.
Hace dos años me permití hacer una pequeña encuesta entre algunos especialistas sobre las obras que consideraban
fundamentales en Sudamérica. Casi todos coincidieron en los mismos monumentos, con pequeñas variantes. El
número de esas obras es relativamente restringido, a veces hay una sola iglesia o edificio considerado importante en
ciudades de primera categoría.
10 Me propongo realizarla en forma de repertorio sistemático que pueda ayudar al estudioso y al viajero.
11 Pierre Francastel consagró hace unos años un admirable seminario a problemas relacionados con la forma y el
alcance que puede tener un inventario monumental en nuestros días. Espero que próximamente esas reflexiones salgan a
la luz pública.
12 Personalmente, no creo mucho en los llamados “estilos” ni “escuelas”. Si hay que clasificar una materia confusa me
parece mejor hacerlo de acuerdo a una grille (como se dice en Arquitectura) concreta e irrefutable: en tina de las
coordenadas irán los lugares geográficos, en la otra las fechas. En vez de preguntarse dónde habrá que colocar a la
catedral de Puno como “estilo”, anotar simplemente sus medidas, su material y procedimiento constructivo, la altura
sobre el nivel del mar, el clima de la región, su fecha y el nombre de su presunto autor. Todos datos concretos y
controlables.
13 G. Gasparini, en carta particular me decía que no creía mucho en la utilidad de aplicar la noción de encabezamiento y
de serie en América, porque la arquitectura colonial es la extensión del sentir arquitectónico europeo, una actividad esencialmente
repetitiva y propia de las manifestaciones provinciales. Yo me refiero aquí a series particularmente sudamericanas. Acabo de
escribir un artículo (inédito aun) sobre La Compañia, del Cuzco. Creo que esa iglesia constituye el encabezamiento en una
serie de otros templos que se encuentran allí mismo en el Cuzco y un poco por toda la región circundante: desde el
Callao a Arequipa. Me parece importante marcar la diferencia del monumento que genera un movimiento y de los que
no hacen sino seguirlo. El mismo papel le asigno a la iglesia de San Francisco, de Quito, que fue copiada allí mismo
un siglo después por la iglesia de La Compañía (D. BARÓN, Architecture colonial a Quito: les églises de Saint-François et de
“La Compagnie”, de próxima aparición en los Cuadernos de Historia Mundial, Unesco, París).
9
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Me explico. En vez de la convencional división de la Arquitectura en civil y
religiosa14, me parece más justo considerar los distintos programas dividiendo, si es
necesario, el edificio en sus partes. Tomadas así las obras sudamericanas me parece
que entran cómodamente en tres apartados: iglesias; edificios colectivos utilitarios (que
pueden ser civiles, religiosos o mixtos, como los hospitales); y en fin: casas que, a su
vez, se reparten en rurales y urbanas. Salta a la vista que, bajo este aspecto, no hay
duda de que es el rubro iglesias (que comprenderá, bien entendido: catedrales,
iglesias conventuales y parroquiales, capillas) el que concentra mayor potencial
artístico en una Historia, como la sudamericana, marcada fuertemente por la
Evangelización. Hay, pues, tres historias más o menos paralelas por realizar: la del
templo, la del palacio o edificio público (en el que se incluyen las fortificaciones) y la
de la habitación privada que se confunde, en el caso de la hacienda o estancia, con el
desarrollo rural, y en el caso de la vivienda común, con el desarrollo urbanístico.
Conste (antes de seguir más adelante) que no pretendo con lo ya dicho y con lo
por decir, erigirme en juez y proponer mi sistema como el único o el mejor. Nada
de eso. No hago aquí sino exteriorizar mis deseos: por una parte, lo que quisiera
poder yo mismo realizar, y por otra, lo que me produciría satisfacción encontrar en
la obra ajena de otros especialistas.
Sigo, pues, con mi hipótesis. El historiador francés Victor Duruy, criticaba la
Historia de su tiempo a la que llamaba telegráficamente: la Historia-batalla. Del
mismo modo, creo que nosotros hemos ya sacrificado demasiado tiempo a la
Historia-monumento; es hora de reaccionar, sometiendo a la materia histórica a
toda clase de tratamientos.
Utilizando estrictamente las obras que figuran en sus museos, los
organizadores europeos de exposiciones han logrado presentar de cien maneras
diversas y didácticas, el mismo material. Una vez, por ejemplo, se tratará de la
Naturaleza muerta a través de los siglos; otras, en cambio, la selección se llamará La
Vicente Lampérez y Romea llamó a sus obras, respectivamente, Arquitectura civil española y Arquitectura cristiana
española. En mi tesis de doctorado publicada con el nombre de L’ architecture en Castilla au XV le siécle, París, 1967, traté
de justificar la mezcla de lo “civil” y lo “religioso” en obras mixtas como los colegios, hospitales, etc.
14
25
pintura italiana en el siglo
XVI
(o
XVII,
o XVII); otras, en fin, el enfoque se realizará en
torno a la pintura española, francesa, flamenca, holandesa, etc. El espectador asiduo
tendrá la sorpresa de encontrarse varias veces con los mismos cuadros: en efecto, lo
que varía en cada caso es el contexto en que esos cuadros se muestran, lo que los
organizadores han tratado de demostrar o probar. En ocasiones se tratará de la
variedad y la evolución de un género pictórico; en otras, de la complejidad de un medio
cultural; en otras, por último, de algún aspecto particular de la cuestión. Las obras se
podrían así (casi indefinidamente) confrontar y oponer teniendo en cuenta esos u
otros esquemas mentales: la calidad, la materia, el tema, etc.
Y vuelvo a lo nuestro: mutatis mutandis, aun dentro de nuestro repertorio
limitado de edificios coloniales interesantes y bien conservados, podemos aun
“jugar” mucho. Mucho más de lo que se ha jugado hasta ahora, en que no hemos
hecho más que preparar las fichas históricas. Y todos los juegos que no sean gratuitos
o antojadizos están permitidos. O sea, que lo que propongo, es una liberación del
marco de la Historia tradicional, que no puede consistir solamente en la
acumulación de nuevos datos o en la discusión incansable de las fuentes.
Por ejemplo, el mismo plantel de obras válidas podrá ser sometido, en distintas
ocasiones, a otros tipos de análisis o de clasificación: por ejemplo, la útil dicotomía
de la arquitectura culta y de la popular o espontánea15. Y digo dicotomía, suponiendo
que la materia tratada entre naturalmente en ese esquema, cuando en realidad
sospecho que más de una iglesia importante no encajará exactamente en el casillero
que le preparamos. Mejor así, eso nos confirmará en la idea de hasta qué punto no
hay una fórmula que sirva para cualquier caso ni que sea capaz de abarcarlo todo.
Es éste, sólo otro enfoque más. De todas maneras, se les puede reprochar a los
autores tradicionales no haber subrayado bastante enérgicamente la fundamental
diferencia que opone una actitud culta a la actitud espontánea, no tanto al nivel del
principio que las informa, sino, sobre todo, al nivel de los resultados que esas
mismas actitudes provocan. Estos esfuerzos de ordenar nuestro material de base, de
15
Cf. D. BAYÓN, L’art architectural de l'Amérique espagnole, Annales, París, abril-junio de 1959.
26
distintas maneras, resultan en seguida remunerativos: apenas separamos los
monumentos en esos dos o más grupos, comprendemos que las catedrales
obedecen casi siempre al esquema culto, mientras que las iglesias conventuales se
inscriben preferentemente en el otro bando, el de la espontaneidad. Nadie mejor
que los propios religiosos para saber cuáles son sus necesidades y cómo quieren
expresarlas en su arquitectura. Terceros en discordia, nos preguntaremos si los
jesuitas entran en el esquema “espontáneo”. Leyendo a los cronistas16 vemos cómo,
a veces, algún Padre traía desde Roma (casi como un fetiche) la planta del Gesú,
para hacerla copiar en América. ¿La copiaban, efectivamente, como creen J. G.
Navarro o E. Marco Dorta17? Quizá la copiaran en un sentido mental, como una
abstracción. De la misma manera que puede decirse que Diego Siloe había copiado,
en la Capilla Circular de la catedral de Granada, la imagen que los hombres del
Quinientos se hacían del Santo Sepulcro de Jerusalén, sin haberlo naturalmente
nunca visto. Estamos en un caso análogo al de la “imitación de la naturaleza”, de
Platón, que tanto ha envenenado el pensamiento estético durante siglos18, y eso en
razón de un desdichado malentendido, puesto que, por último, “imitación” no
quería decir lo mismo para el filósofo que para nosotros. Cosa parecida ocurre con
el término “copia”.
Vayamos ahora a otro punto que me parece hay también que superar: la idea
de tratar por separado la envoltura arquitectónica y la decoración que encierra, vale
decir el continente y el contenido de sillerías, retablos, imágenes, cuadros.
Entendámonos. Al nivel didáctico es, por supuesto, perfectamente válido enfocar
ambos aspectos de la cuestión, de manera alternada. Lo que me parece erróneo es
querer mantenerlos separados en el momento de la comprensión total de la obra19.
R. VARGAS UGARTE, S. J., Historia del Colegio y Universidad del Cuzco, copia la crónica anónima que continúa la Historia
e enarración, del P. Vega. El autor desconocido nos cuenta la llegada de ese documento (la planta del Gesú) y la
importancia que se dio al acontecimiento.
17 Cf. D. BAYÓN, Architecture coloniale á Quito: les eglises de Saint-Francois et de “La Compagnie”, Cuadernos de Historia
Mundial, París.
18 Cf. D. BAYÓN, Construcción de lo visual, Puerto Rico, 1965, p. 28.
19 Copio aquí un texto del malogrado Carlos Arbeláez Camacho que figuraba en una exposición del Museo de Bogotá
en diciembre de 1968 y que ilustraban magníficas fotos de ese gran fotógrafo que es el arquitecto colombiano Germán
Téllez. Ese texto (que ignoro si existe en forma de libro o artículo) dice así: Se juzga invariablemente la arquitectura colonial
con el enfoque y la escala de valores correspondientes a las artes plásticas, y a esto se añade la confusión de suponer que, cuanto más
16
27
En efecto, una iglesia colonial sudamericana debe ser siempre para nosotros un
complejo significante20. No podemos separar (artificialmente, para mí) la arquitectura, de
la decoración que ella reclama y que la justifica. Hay que pensar que esa decoración
pintada, esculpida o ambas cosas a la vez (como en el caso de los suntuosos
retablos), constituye, muchas veces, lo más logrado dentro de la perfección
compositiva y la expresividad de todo el llamado estilo colonial.
Es peligroso, por lo tanto, no ver que en América del Sur (más que en ninguna
otra parte del mundo occidental) sólo poseemos “conjuntos” que no podemos
descomponer, bajo ningún pretexto, en un mero conjunto de piezas sueltas. Los
conceptos de la Gestalt nos han familiarizado con la idea de un todo, de una
totalidad operatoria. Se diría que, en razón misma de la calidad menos sostenida o
del carácter algo más rudo del arte colonial, cualquiera de sus monumentos tendrá
que ser visto como un esfuerzo “colectivo” de todos sus elementos reunidos,
puestos a significar. Es decir, que una forma debe reforzar a su vecina, y que los
aportes no se limitarán a la vista, sino que irán más lejos hasta el sonido de la música
y las campanas, hasta el perfume del incienso que llena las naves y produce el rapto
de los sentidos.
Una iglesia en esas condiciones vale por su exterior (masa, decoración
esculpida de su fachada), tanto como por su interior donde se descubren en una
penumbra propicia: los restablos dorados y policromados, las sillerías del coro o los
confesonarios tallados en maderas preciosas, los sombríos lienzos, a veces
gigantescos, cuyo fin perseguido no es tanto el puramente artístico sino más bien el
moralizador, exactamente como un gran libro piadoso abierto ante los ojos de los
decoración posea un templo o una casa, más importante será su arquitectura.
La decoración no interviene en los conceptos básicos que guían la creación arquitectónica en la colonia. Opera como un modificativo “a
posteriori” sobre una obra pensada con implacable sencillez y claridad volumétrica. Es posible por ello juzgar los dos fenómenos
independientemente, el decorativo y el arquitectónico, puesto que su ejecución artesanal es, así mismo, aislada en uno y otro caso. Así, por
ejemplo se evita el error crítico de tildar de “barroca” una arquitectura que, espacialmente es ajena a tal actitud estilística, pero que incluye,
a manera de complemento, es decir, de modo adjetivo, decoración tallada o pintada dentro del repertorio formal barroco. La convivencia
formal de la arquitectura y la decoración coloniales es notable, en razón de la mesura y discreción de la primera, que acepta y recibe sin
debate los acentos ambientales que proveen las artes plásticas aplicadas. Pero sería inútil buscar “integración de las artes” en este caso. Se
trata más bien de una feliz coexistencia artística.
Agrego yo, que no estoy de acuerdo con esta manera de enfocar el asunto y que prometo discutirlo in extenso en un
próximo libro.
20 Cf. D. BAYÓN, Deux versions, du “colonial”; le Nord-est du Brésil face á l’ Amérique espagnole, Cuadernos de Historia
Mundial, París.
28
analfabetos. Y no olvidemos tampoco en este complejo que debe significar al
mismo tiempo muchas cosas: el son de las campanas que llaman a la distancia, que
puntúan la jornada; la música del órgano que invade el espacio y retumba bajo las
bóvedas; los prestigios de la luz de los cirios, del humo del incienso, de la riqueza de
los ornamentos sagrados. El abad Suger conocía ya, en pleno siglo
XII,
el partido
que podía sacarse de una iglesia, verdadera “máquina de orar” en el sentido en que
Le Corbusier, en nuestro tiempo, habla de la casa como de una “máquina de
habitar”.
La iglesia católica, sobre todo en esos países y en esos tiempos posteriores al
Concilio de Trento y a la Contrarreforma, debía ser siempre y antes que nada un
teatro de calidad. Intimo, sombrío, propicio al recogimiento y la confesión durante
la larga jornada; teatro “total”, gran espectáculo en el momento culminante de los
oficios sacros. Un espectáculo que debía edificar, deslumbrando, a los españoles,
cristianos de siempre, para confirmarlos en su fe que corría el riesgo de entibiarse en
las tentaciones sudamericanas; pero que debía edificar sobre todo a los indios recién
convertidos, decidiéndolos a aceptar un sincretismo fácil que los misioneros les
proponían. El de su vieja fe reinterpretada a la luz de otra religión muy civilizada,
como el cristianismo, que justamente a fuerza de ser civilizada resultaba lo bastante
“abierta” y “ambigua” como para prestarse a multitud de interpretaciones.
Hasta ahora no han aparecido entre mis propuestas ninguna que tenga directa
relación con “escuelas” ni con “estilos”, y es que si desconfío de ellas aplicadas a
Europa, me parecen completamente inutilizables tratándose de Sudamérica. Me
explico: no es que sean nociones falsas en sí mismas, pero se prestan terriblemente a
las peores confusiones. Yo comprendo, por ejemplo, que la idea de “estilo” es
cómoda porque representa una abreviatura para calificar una manera de sentir e
interpretar las formas; a condición de que el tiempo en que ese estilo se genera sea
un tiempo “homogéneo”, un tiempo “civilizado”. El caso de Europa, con sus
grandes ciclos, o el del arte extremo oriental pueden prestarse a la interpretación
29
estilística. América del Sur o el África, en sus relaciones con una cultura más antigua
y más evolucionada como la europea, no pueden entra y, sin violencia, en un
esquema semejante. Pasado a otro tiempo mental y a otras circunstancias históricas,
el estilo resulta así una trampa porque se vacía de su contenido y no quiere significar
nada.
Es decir, cuando entramos en otra cultura hay que cambiar también de sistema
de referencias. En una palabra: hay que dar otra vez las cartas. Los “cuadros
históricos” en forma de coordenadas se hacen, justamente, para mostrar, por
ejemplo, que cuando en el siglo
XII
la Europa occidental “vivía” el románico y el
gótico, el continente americano, el asiático o el africano estaban en tal o cual
momento de su propio devenir. Las exploraciones antiguas por tierras incógnitas,
suponían no sólo aventurarse por un espacio desconocido sino también penetrar en
tiempo histórico, fundamentalmente distinto del que “llevaban” los conquistadores,
tiempo que atrasaba con respecto a su hora intelectual. Esos exploradores viajaban
para atrás en el tiempo, lo remontaban como un río, al revés del personaje de H. G.
Wells que viajaba para adelante, o sea en el futuro.
No es, repito, que la noción de estilo sea falsa (ya he dicho que constituye,
sobre todo, una comodidad de expresión) sino que la considero prácticamente
inaplicable al caso sudamericano. De todos modos, cuando no hay, digamos, más
remedio que usarla yo diría que lo sano es usarla en su sentido más lato y
únicamente en su sentido cronológico. O sea: estrictamente como un episodio del
devenir de las formas. Barroco, sí, como manifestación del siglo
XVII,
o una de las
manifestaciones de ese siglo y que supone ciertas características de cargazón,
retorcimiento, ampulosidad, dinamismo. Nunca en todo caso como “categoría”
recurrente, ni como “eón dorsiano”, es decir un estado de espíritu que aparece varias
veces a lo largo de la Historia.
Y sigo diciendo que, personalmente, si prefiero no usar de la noción de estilo
ni siquiera cuando hablo de arte europeo21, no es por ninguna fobia particular22 sino
D. BAYON, El Greco (inédito), libro en que he tratado de no usar ni una vez la noción de estilo para elucidar la figura
del pintor.
21
30
porque, sencillamente, me parece un concepto tan manido que, al igual que la
metáfora gastada, ha perdido su cuño y es el refugio de los perezosos mentales.
Tanto se ha abusado del cartel (alarmante o elogioso) de Barroco23, que por último no
quiere ya decir casi nada para nosotros. Y conste que lo que digo del barroco lo
pienso, pari passu, del clásico, manierista, primitivo, ingenuo, mestizo. Se salvan
quizá
expresiones
como
románico,
gótico,
renaciente
porque
designan
inconfundiblemente un sistema de signos “datable” en el tiempo y no tanto lo que
llamamos ahora una “mentalidad”.
Habría que hablar ahora, por último, de las largas descripciones que, en los
libros tradicionales, siguen abarcando una buena mitad de los textos, o sea, del
espacio disponible. En una época visual como la nuestra, y en tiempos en que la
imagen gráfica triunfa en todos los dominios y cambia el sentido mismo de nuestra
civilización24, es intolerable tener que seguir reclamando más y más ilustraciones.
Será una lucha feroz con los editores pero tendremos que usar cada vez más mapas,
planos en escala, diagramas de toda índole; tendremos que publicar cada vez más
fotos: en blanco y negro y en color. Todo lo que pueda ser visto y comprendido
directamente por la imagen, no deberá ser explicado con palabras cuyo alcance
nadie entiende, ni siquiera los especialistas fogueados.
En una palabra: ya estamos plenamente en la madurez científica del estudio de
este arte y, más allá de él, englobándolo, de esta cultura colonial sudamericana.
Tiene que venir ahora el juego más atrevido de las hipótesis, a la luz de las cuales
nuestro panorama tendrá forzosamente que cambiar. Un sólo libro importante25,
una nueva interpretación del sentido general de la Historia del continente, puede y
G. KUBLER, The Shape of Time, New Haven, 1962, p. 128 sqq., analiza el problema extensamente, apoyándose
justamente en la noción de Barroco. El también parece estar contra la noción de “estilo”.
23 PIERRE CHARPENTRAT, Le mirage baroque, París, 1967, logra de-mistificar el término barroco, haciendo notar la
proliferación abusiva de sus sentidos lo que equivale a su neutralización conceptual.
24 Lo ha dicho PIERRE FRANCASTEL, incansablemente, en todos sus últimos libros: La réalité figurative, París, 1965, y La
figure et le lieu, París, 1967; MARSHALL MCLUHAN lo retorna también en The Gutenberg Galaxy y Understanding Media: the
Extension of Man.
25 Pienso, por ejemplo, en la obra fundamental dirigida por JAIME VICENS VIVES, Historia de España y América,
Barcelona, 1961 (5 tomos); en el libro de EMILIO ROMERO, Historia económica del Perú, Lima, s. f. (2 tomos); en el ya
citado trabajo de PIERRE CHAUNUN, L’ Amérique et les Amériques, París, 1964; y en otros que siguen apareciendo en
Europa y América. Cualquiera de esos libros verdaderamente importantes nos obligaría, de hecho, a revisar todos
nuestros conceptos sobre el desarrollo del arte colonial.
22
31
debe llevarnos a reconsiderar de nuevo todos los problemas. En ese sentido, hay
que propiciar una actitud abierta, en continuo devenir, y no un saber basado
exclusivamente en los libros ya escritos y en los documentos de archivos. Las
fuentes “no escritas” de la Historia (un cuadro, una iglesia) son tan probatorias
como un contrato o un tratado comercial.
La Historia es un territorio que se explora. Algunas aproximaciones me han
parecido cuestionables y he discutido su vigencia; otras, en cambio, que no quiero
aquí detallar, se nos imponen como fundamentales y, sin dejar de citarlas haciendo
justicia a su paternidad, deberán ser retomadas y desarrolladas por todos los que nos
ocupamos de estos asuntos. A lo largo de mis páginas espero ir tocándolas
sistemáticamente todas: aquellas en que creo y aquellas en que no creo, dando, por
supuesto, las buenas razones que me impulsan en un sentido o en el otro26. No es
cuestión aquí de un principio de autoridad ni de meros caprichos. El historiador
(como todo investigador serio) debe estar dispuesto a reconocer sus errores y
también comprometerse a no pasar en silencio un punto del que disiente, por
importante o respetable que sea el autor de la tesis.
Como siempre, en cuestiones de cultura, el camino está por hacerse. Mejor
dicho, se está haciendo bajo nuestros propios pies a medida que avanzamos en el
conocimiento. Y somos nosotros mismos los obreros de ese camino que,
misteriosamente, sabemos apenas de dónde sale pero que no sabemos en absoluto
adonde nos lleva.
DAMIÁN BAYÓN
Espero poderlo hacerlo próximamente en un libro en preparación que se titulara algo así como Problemas del arte
colonial sudamericano.
26
32
EL PADRE POZZO Y LA ARQUITECTURA ARGENTINA
L
A influencia artística del Padre Pozzo fue enorme en Europa, sobre todo
durante el período rococó. Tanto en los detalles arquitectónicos como en la
composición de los retablos y las pinturas de bóvedas con falsas perspectivas, en
Italia y los países germánicos la mayoría de las realizaciones más destacadas se
derivan directamente de los modelos y diseños que forman parte del tratado de
Perspectiva, del Padre Pozzo, publicado en dos tomos (1693-1700) y del que pronto
se hicieron traducciones al francés, inglés y alemán1.
El Padre Andrea Pozzo, también llamado Pozzi, Puteus o Puteo, cuando se
latinizaba su nombre, nació en Trento en 1642 y falleció en Viena en 1709.
Formado en Lombardía, trabajó en Italia y Austria, en las ciudades de Roma y
Viena, centros cosmopolitas de aquella época. Sus grandes obras de pinturas de
bóvedas, como la Gloria de San Ignacio, en la iglesia del mismo nombre, en Roma,
resultan sorprendentes por su extraordinario despliegue de imponentes perspectivas
monumentales. Con arcos y columnas fingidas que, ilusoriamente, parecen
prolongar los muros de la iglesia, estas pinturas conducen la mirada del espectador
hacia el infinito. Producto de una inspiración irrealista y a la vez razonadora, revelan
una propensión a lo ambiguo, en la que se confunden la lógica arquitectónica con el
juego de lo ilusorio, la verdadera construcción y el espacio.
La cúpula pintada de la iglesia de los jesuitas, de Viena, hoy de la Universidad,
y el fresco del Triunfo de Hércules, del Palacio Lichenstein, fueron determinantes
para los países septentrionales que, al igual que en la época manierista, con los
diseños de ornamentos arquitectónicos, marqueterías y decoraciones de complicadas
perspectivas, en el barroco fueron seducidos por los colosales y raros delirios del
Para la bibliografía y problemas sobre el Padre Pozzo, Vid. NINO CARBONERI, Andrea Pozzo Architetto (1642-1709),
Trento 1961 y REMIGIO MARINI; Andrea Pozzo, Pitiore, Trento 1959.
1
jesuita italiano. En los retablos de iglesia, las creaciones del Padre Pozzo para las
iglesias del Gesú y San Ignacio, de Roma, divulgadas por las láminas de grabados, en
especial las de su libro, fueron también decisivas para los países católicos. En
Hispanoamérica los retablos del crucero de la iglesia de la Compañía, de Quito,
sirven de ejemplo de lo que afirmamos, ya que son copia casi fiel de los de la iglesia
de San Ignacio, de Roma2. En la arquitectura, la marca del Padre Pozzo es más
difícil de analizar. Más que a conjuntos de fábricas enteras se debe a la intrusión de
detalles bizarros y extraños, tales como las guarniciones de vanos, marcos, tarjas y
ornamentos arquitectónicos. Muchas veces éstos son producto de trasladar a la
piedra o al estuco obras imaginadas para la carpintería o de anteriores modelos
borrominescos, tratados con una cierta deformación3. En el rococó, los modelos
divulgados por el tratado del Padre Pozzo se transforman, atectónica y lúcidamente,
integrándose a edificios de esquemas y composiciones de diferente índole, ya sean
las tradicionales de Vignola o las de tratadistas franceses como Davilier y Briseux y
los germanos Nicolai Goldmann y Sturm.
De la influencia del Padre Pozzo en Hispanoamérica el caso sin duda más
notorio es el de Córdoba, en la Argentina. Ciudad situada en la zona central del país,
Córdoba fue la principal población de la Argentina durante la época de la
dominación española hasta que, en 1776, Buenos Aires pasó a ser la capital del
entonces nuevo Virreinato del Río de Plata. Centro de una región de feraz
agricultura y abundante ganadería, con su clima templado y sus medianas sierras, fue
además la etapa más importante del camino de caravanas que a través de Potosí y el
Cuzco unía a Buenos Aires con Lima, la capital del Virreinato del Perú que, por
medio del puerto del Callao, canalizaba todo el tráfico comercial y político con la
metrópoli. En la cultura su papel fue también primordial, distinguiéndose los
El primero que señaló influencia fue el historiador del Arte ecuatoriano JOSÉ GABRIEL NAVARRO en su libro La
Iglesia de la Compañía de Quito (Madrid, 1930), que en la página 80 dice que: son copia fiel y exacta de los de San Ignacio,
trazados por el P. Pozzi en 1680, y copiados también en la Basílica de la Merced y en la Iglesia del Hospital de la misma ciudad de
Quito, pág. 73. Navarro, en la página 80 atribuye, en esto con excesiva ligereza, al P. Pozzo el papel introductor y
divulgador en América de las columnas salomónicas, que él llama báquicas.
3 PAOLO PORTOGHESI, Borromini nena cultura europea, Roma, 1964, pág. 104, señala que insieme ad. expressioni di ossequio
verso “quel grande Autore” si troyano schemi decorativi e compositivi di diretta ma epidermica derivazione.
2
34
jesuitas que, desde Córdoba, administraban toda una red de estancias por medio de
las cuales explotaban las riquezas agrícolas de la región. La Compañía, que contaba
en Córdoba con un seminario y un colegio convictorio, fundó, también allí, la
primera Universidad del país. En el terreno artístico, su acción fue grande. Los
mejores arquitectos de la ciudad pertenecían a la orden y a ellos se debe la
introducción de las novedades más señaladas que, después, en manos de maestros
de obras desconocidos, dieron a Córdoba un estilo peculiar.
Los arquitectos jesuitas que trabajaron en Córdoba, que procedían de
diferentes países de Europa, además de conocer la técnica constructiva, poseían una
cultura cosmopolita que estaba alimentada no sólo por el recuerdo de sus años de
formación en sus respectivos países de origen, sino también por los tratados de
Arquitectura y dibujo que, con sus láminas de grabados, les proporcionaban los
modelos prestigiosos que luego utilizaban con aplicación en sus obras. Un ejemplo
que demuestra lo que afirmamos es el del hermano Philippe Lemaire. Este
arquitecto, de origen francés, que en castellano firmaba Lemer, a mediados del siglo
XVII
cubrió con bóvedas de madera la iglesia de la Compañía, de Córdoba. Según las
Cartas Anuas, de la Compañía, Lemer sacó la forma de esa estructura de un libro impreso
entre los «galos». Como ha comprobado Buschiazzo, ese libro no era otro que el
tratado Nouvelles inventions pour bien bastir et á petits fraiz (1561) del gran arquitecto
Philibert de L’Orme4.
En lo que se refiere a la influencia del tratado del Padre Pozzo en Córdoba,
hay que señalar tres obras importantes. Las dos primeras son la Portada del
convento de las Teresas, de 1770, y la no hace mucho tiempo demolida, Portada de
la Casa de Allende, que siempre han llamado la atención de los historiadores del
Arte por su remate en forma de penacho. Sin poder atribuirse a ningún arquitecto,
como dice Buschiazzo, puede afirmarse con absoluta seguridad que el desconocido autor del
convento [de las Teresas] es el mismo que hizo la Casa de Allende, pues ambos portales son
exactamente iguales, salvo mínimas y casi imperceptibles diferencias. Al estudiarlas, Buschiazzo
4
MARIO J. BUSCHIAZZO, Historia de la Arquitectura Colonial en Iberoamérica, Buenos Aires, 1961, pág. 142.
35
considera que el curioso penacho que corona la portada del monasterio es el rasgo más original
del hermoso monumento. A propósito del cual pudiera ser su modelo nos dice que
Angulo ve en dicho motivo un recuerdo de ejemplos peninsulares, como los de la Colegiata de
Granada o el Palacio de Valverde de Ecija. Pero Buschiazzo se inclina a creer en un influjo
más cercano, acaso de proveniencia brasileña5. Estas dos opiniones son válidas en tanto que
se refieren a fuentes comunes, más o menos acentuadas según fue mayor o menor la
influencia estilística salida del Padre Pozzo. Ahora bien, en el caso de Córdoba,
Argentina, no se trata de un modelo que ha pasado a través de transformaciones tan
profundas como las del castizo barroco y rococó andaluz o el, más cosmopolita,
brasileño. Se trata de una obra en la que casi no existe interpretación del diseño
original, a no ser en la utilización de su función, ya que, como vamos a ver, en
principio se hizo una portada copiando el modelo de un retablo. El arquitecto que
las trazó, probablemente jesuita, debía poseer el tratado de Perspectiva del Padre
Pozzo, en el que en las láminas 79 y 80 figuran dos altares que, con escasísimas
variaciones, fueron convertidos, con cierta ingenuidad, en portales.
Es interesante señalar cómo esta transmutación de funciones, lo mismo que la
simplificación del modelo, es típicamente hispanoamericana. El fenómeno se ha
producido hasta nuestro siglo, hasta la aparición de la arquitectura racionalista. En
muchas obras provincianas del eclecticismo del siglo
principios del siglo
XX,
XIX
o de Art Nouveau en
encontramos motivos ornamentales o de accesorios
decorativos de carpintería y cerrajería usados como formas arquitectónicas. El
resultado es insólito y, por su ambigüedad, de un efecto que nos recuerda el gusto
manierista y barroco.
A propósito de las proporciones de los remates de las portadas cordobesas, un
tanto exageradas respecto al modelo del Padre Pozzo, hay que recordar que el
empleo de penachos o peinetas que sobresalen por encima de las cornisas del
edificio, es propio del barroco español e hispanoamericano. En España sólo basta
MARIO J. BUSCHIAZZO, Documentos de Arte Argentino, Cuaderno
21.
5
36
XI,
La Catedral de Córdoba, Buenos Aires, 1941, pág.
citar cuatro ejemplos señeros, obras de grandes artistas del siglo XVIII: los colegios
de San Telmo, de Sevilla, y el de Calatrava, de Salamanca, el monasterio de San
Martín Pinario, de Santiago de Compostela y San Marcos, de León. En
Hispanoamérica, donde la arquitectura civil, salvo en México y en obras
excepcionales, es de menores dimensiones, limitándose, por regla general, a edificios
de una sola planta, la fachada está marcada por la importancia de la portada y su
remate. En Perú, los grandes frontones curvos de las casas arequipeñas pueden
servir de muestra de lo que afirmamos. En Argentina, son muchos los ejemplos que
podrían citarse de portadas que rompen con la masa horizontal del edificio. Por
desgracia la mayoría han desaparecido, pero son de sobra conocidos, como la
antigua casa de Basavilbaso, en Buenos Aires, la casa de Sobremonte, en Luján, y la
Real Dirección y Administración de Tabacos, de Buenos Aires, esta última de tardía
influencia del Padre Pozzo. La lista podría ser mayor, pero hay que señalar que
ninguna de estas portadas con peineta llegó a alcanzar la pomposidad y prestancia
de las citadas cordobesas.
Pero los modelos del Padre Pozzo, al igual que en la Compañía, de Quito,
fueron a veces empleados en su casi total integridad, con igual fin con el que fueron
diseñados por el jesuita italiano. El retablo de la capilla de la iglesia del Pilar, de
Córdoba, era una copia, algo torpe, de la lámina 79 del Tratado de Pozzo. A veces la
influencia es ya un tanto difusa, pero no por ello menos significativa, como pasa en
el retablo mayor de la Catedral de Buenos Aires, obra, muy tardía y modificada, del
final del dominio español.
Un edificio de estilo barroco cosmopolita, con influencia indudable del Padre
Pozzo, es la iglesia de la estancia jesuítica de Alta Gracia, no lejos de la capital de
Córdoba.
Fábrica de bella ubicación, formando un conjunto urbanístico muy armónico,
pese a las diversas transformaciones que ha sufrido la plaza en pendiente en que se
encuentra, esta iglesia tiene una planta que resulta excepcional dentro de la
37
38
39
40
41
arquitectura española e hispanoamericana, donde el tipo de espacio prismático se
repite monótonamente. En Alta Gracia el interior, con ligera inflación curva, tiene
un crucero de testeros semicirculares que ensanchan el espacio de la cúpula y juegan
con los chaflanes de las puertas, una la de la sacristía y la otra una alacena, que
flanquean la capilla mayor de testero plano. A esta novedad del espacio, que sin
embargo habría que estudiar con la tendencia de la época por romper con lo
tradicional, como la iglesia de Huérfanos, de Lima, Perú, y las Teresas, de
Cochabamba, Bolivia, para América del Sur, hay que añadir la utilización en las dos
puertas del presbiterio de un tipo de frontón invertido copiado de la lámina 100, del
segundo libro, del Tratado del Padre Pozzo. La iglesia de Alta Gracia, concluida en
el año 1762, es pues un ejemplo palmario de un modelo de puerta que, en nuestro
conocimiento, no se repite en América y que solamente se utiliza por la misma
época como repisa o soporte para un monumento realizado en fábrica sólida, en el
muro de la Epístola de la iglesia del convento de monjas de Santa Clara, de Sucre,
Bolivia.
Pero este tipo de puerta con frontón invertido, como es sabido, no es del
Padre Pozzo, aunque en el caso cordobés indudablemente procede de su tratado. Su
creador fue el manierista florentino Bernardo Buontalenti, arquitecto, decorador y
hombre de ciencia, que tanto se interesó por el incesante juego de las
transformaciones visuales que provocan el asombro del espectador. Realizado por
Buontalenti para la Puerta de los Suplicios, de la Galería de los Uffizi, en Florencia,
la fortuna de este frontón fue grande y variada. Se utilizó con relativa abundancia en
el manierismo y figuró en el tratado de Arquitectura de Dietterlin. En el barroco
reaparece transformado por el Bernini en la entrada de la Capilla del Santo Crucifijo,
en la basílica de San Pedro, del Vaticano, en Roma. En Flandes lo utilizó Luc Fay d’
Herbe, discípulo de Rubens; en Austria, Fischer von Erlach, en una chimenea del
castillo de Klesheim. Filippo Juvara llegó a proyectarlo para el cuerpo central de una
monumental fachada. En el barroco romano lo utilizó Giuseppe Sardi en las
ventanas de las fachadas de iglesias. El italiano Nasoni lo divulgó en Portugal, y
42
Domenico Guidi, hacia 1680, con igual distribución que en Alta Gracia respecto al
ábside, flanqueando aquí en vez de un altar el sepulcro del príncipe-obispo Friedrich
von Essen, lo usó en la Elisabetkapelle de la catedral de Breslau. Citar los ejemplos de
su difusión durante el siglo
XVIII
en los países germánicos y eslavos sería establecer
una larga lista que pensamos publicar en breve. En España es, quizá, donde se
encuentran solamente escasos ejemplos. Aparte de un temprano frontón recto,
invertido, de la Casa del Popolo, en Baeza, en el siglo
XVI,
sólo puede señalarse, en
el siglo xviii, la Portada de la capilla del Hospital de Santa Cruz, en Barcelona, en la
que el gran arquitecto catalán Pere Costa se inspiró directamente en el modelo del
Padre Pozzo. El otro ejemplo barroco de utilización de estos frontones es de
Vicente Acero y Avero en la girola de la catedral de Cádiz, pero allí ya muy
transformado por la impronta del gran arquitecto andaluz, amigo de novedades
pero, sin embargo, tan apegado a la tradición castiza española6.
Que los modelos cordobeses se inspiraron en el Padre Pozzo no queda duda.
Basta sólo compararlos con las láminas del tratado, para comprobar que son una
simplificación más o menos torpe, pero exacta, como sucede con la crátera de la
Casa de Allende que, en las Teresas, se sustituye por un corazón. Incluso en el
exterior de la cúpula de la iglesia de Alta Gracía podríamos ver la influencia de la
La influencia del P. Pozzo en España no ha sido todavía estudiada. Sólo se han hecho algunas referencias a ello,
como la de KUBLER sobre Aldehuela en Teruel, La Arquitectura de los siglos XVII y XVIII, Madrid, 1957, pág. 324.
Es interesante señalar las referencias al P. Pozzo en los tratadistas de arquitectura en España. Entre los primeros en
fecha, hay que notar la del arquitecto TEODORO ARDEMANS que en sus Ordenanzas de Madrid, publicadas en Madrid,
en 1719, incluye en la lista de nombres de los Artífices, Pintores, Arquitectos Españoles y Estrangeros al Padre Pedro de Poza,
Pintor y Arquitecto, al lado de Bernini y Jacome Bibiana. El error de transcripción de Pedro por Andrés no supone el
que Ardemans se refiera ni a Prieto del Pozzo, pintor veneciano del siglo XVI ni a Giovanini Pietro Pozzo, fresquista
del siglo XVIII, cuya obra es posterior a la publicación de las citadas Ordenanzas. Que se trata del jesuita lo demuestra
el ponerle delante lo de Padre.
PALOMINO, que reproduce firmadas como dibujadas por él y no por el Padre Pozzo, las láminas 42 y 55 del tratado
del jesuita italiano, edic. Aguilar, págs. 600 y 623, lo cita tres veces en el texto de su libro El Museo Pictórico y Escala
Optica, Madrid, 1715-1724. En el tomo I, libro II, capítulo X, edición Aguilar, pág. 257, dice que sobre la Perspectiva han
escrito muchos...; como lo son los dos [libros] modernos de Andrea Pozzo, también jesuita, con la explicación en latín y toscano, de lo más
peregrino que en la perspectiva se ha visto. En el tomo I, libro II, capítulo IX, edición Aguilar, pág. 249, al enumerar los
religiosos y eclesiásticos que han ejercitado el arte de la pintura incluye a Andrea Pozzo y en el prólogo del tomo II,
edición Aguilar, pág. 427, afirma que para su libro se ha valido de los autores más clásicos en cada asunto... Para la
Arquitectura y Perspectiva del Viñola, Andrés Pozo y Samuel Moralois.
ANTONIO PONZ en su Viaje de España, en el tomo VII, publicado en Madrid, en 1778, edición Aguilar, pág. 588, al dar
noticia de los libros que tratan de la Arquitectura dice que los libros de perspectiva y arquitectura de Andrés Pozo son demasiado
conocidos de los profesores, lo que en parte puede parecer paradójico cuando se tiene en cuenta las intransigentes ideas
antibarrocas de la mayoría de los arquitectos de entonces y, sobre todo, las del decididamente neoclásico abate Ponz.
6
43
que para una Casa Religiosa, en las láminas 109 y 110, diseñó el jesuita italiano. Pero
lo que confirma más nuestro aserto es saber que los jesuitas argentinos poseían, por
lo menos, un ejemplar del famoso tratado de Perspectiva del arquitecto italiano.
Torre Revello sin llegar a identificarlo con él, transcribe un asiento sacado de los
inventarios de incautación de los bienes de la Compañía, realizado en Buenos Aires
en 1767. Entre los libros pertenecientes al Colegio de San Ignacio se lee Potey, De
Perspectiva y Arquitectura, Roma 1700. Se trata de una defectuosa transcripción del
nombre Pozzo, Puteus o Puteo7. Como se sabe, el primer libro de su Perspectiva
pictorum et architectorum, fue estampado en Roma en 1693, y el segundo en 1700
(haciéndose una impresión parcial del segundo volumen en 1698)8. Precisamente en
el libro segundo, publicado en 1700, es en el que figuran las láminas 79, 80 y 100
que sirvieron de inspiración en Córdoba para realizar las obras de arquitectura que,
por su extraña originalidad y su excepcional diseño respecto a lo hispánico, siempre
llamaron la atención de los curiosos de la arquitectura.
ANTONIO BONET CORREA
JOSÉ TORRE REVELLO, Tratados de Arquitectura utilizados en Hispanoamérica (siglos XVI a XVIII), en Inter-American
Review of Bibliography, vol. VI, n° 1, enero-marzo 1956, págs. 15 y 22.
8 Del tratado de Perspectiva y Arquitectura existe edición italiana y latina del 1er, libro, de 1693; del 2º libro, de 1698 y
1700, Roma; latino-alemana, de 1706 y 1709, Augsburgo; francesa-flamenca, 1709, Bruselas; inglesa, 1693 y 1707,
Londres. De los jesuitas portugueses en chino, en 1737.
7
44
MARTIN DE VOS EN AMERICA
L
os estudios realizados durante los últimos años en la pintura colonial
hispanoamericana han puesto de relieve la importancia del influjo de la pintura
flamenca. Hoy podemos tener la seguridad que al igual que en la pintura española
del siglo XVII, en la pintura hispanoamericana de los siglos XVI, XVII y XVIII el factor
más importante en la composición y creación de temas provino de Flandes. La
mayor parte de los pintores usaron para sus cuadros estampas flamencas que fueron
importadas, con profusión, a España y de allí a Hispanoamérica, mediante pedidos
hechos a impresores flamencos, especialmente a la casa Plantin-Moretus. Esta
importante firma despachó a través del tiempo miles de grabados y estampas,
sueltas, en series o formando parte de libros, que sirvieron en América para
inspiración de los pintores de la etapa virreinal1. A este fin contribuyeron un grupo
de los mejores dibujantes y grabadores flamencos de la segunda mitad del siglo XVI.
Son conocidos los nombres de los hermanos Wierix, Sadeler, Bol, Golzzíus,
Vredeman, quienes, entre otros, crearon multitud de composiciones tanto de tipo
religioso como mitológico, alegórico, histórico, etc., que llegaron a América
estableciendo un nexo cultural entre las diversas partes del entonces pujante
Imperio Español. Pero no sólo fueron los grabados, estampas y libros los
portadores del estilo flamenco sino que también llegaron a tierras americanas, tablas
y cuadros en número no despreciable que traen no ya, tan sólo la composición, sino
la pintura misma. A pesar de la destrucción, desaparición, depredaciones y otras
causas, que disminuyeron durante el siglo
XIX
el rico patrimonio artístico de los
países hispanoamericanos, aún se conserva un buen grupo de obras flamencas que
1 PAL KELEMEN, Baroque and Rococo in Latin America, New York, 1951, pp. 197-203, hace una extensa mención de los
grabadores y pintores flamencos que influyeron en la pintura virreinal. MARTÍN S. SORIA, La pintura sudamericana del
siglo XVI, Buenos Aires. 1956, pp. 83-105, y La pintura en el Cuzco y el Alto Perú. 1550-1770, en Anales del Instituto de
Arte Americano e Investigaciones Estéticas, n° 12, Buenos Aires, 1959, pp. 24-32, señala asimismo una serie de
influencias de los grabadores y pintores flamencos en Sudamérica.
45
esparcidas por el continente muestran la presencia de la pintura flamenca.
Señalaremos algunos ejemplos que puedan ilustrar este aserto2. En México hay
cuadros de Martín de Vos, Gerard David, Ambrosio Benson. En Sud América
existen obras de Quintin Metsys, Pieter de Coeck, Pieter Aersten, Wilhem Key,
Martín de Vos, etc., todas ellas llegadas al continente durante el siglo
XVI
y
comienzos del XVII3. El predominio de la escuela de Amberes es evidente y muestra
como la primacía que esta escuela tuvo en Flandes, repercutió en las Indias.
En estas notas nos ocuparemos de la obra e influencia que dejó el importante
pintor amberés del siglo XVI, Martín de Vos4. Si bien se han dado noticias sobre sus
obras existentes en distintos puntos del continente, no se ha hecho aún, que
sepamos, un trabajo de conjunto que reúna los cuadros suyos en América y el
influjo que ejercieron sobre la pintura virreinal.
Nacido en Amberes en 1530, 1531 o 15325, firma su primer cuadro conocido
en 1554. Se trata de la Resurrección, en el Museo de Aix-en-Provence. Trabajó
como discípulo en el taller del célebre Frans Floris, habiéndose titulado de maestro
en 1558. En esta misma fecha emprende el viaje a Italia, que era casi obligado para
todo pintor flamenco que se respetase. Ese mismo camino habían seguido años
antes Van Orley, Jan Matsys, Denis Calvert, el propio Frans Floris. etc.6. Martín de
Vos, hace un largo recorrido por la península. Se sabe de su estancia en Roma, pues
allí dejó un cuadro en la iglesia de San Francisco, en Ripa: se trata de la Inmaculada
Concepción7. También pintó para el Palacio Colonna otra obra: Las cuatro
Nos referimos a obras flamencas que llegaron a América durante la época virreinal (1492-1825).
Ver MARTÍN S. SORIA, ob. Cit. MANUEL TOUSSAINT, Pintura colonial en México, México, 1965, pp. 51-64; JOSÉ DE
MESA Y TERESA GISBERT, Pinacoteca Nacional, La Paz, 1961; Museo Religioso Charcas, La Paz, 1962; Museos de Bolivia, La
Paz, 1969.
4 Al escribir este trabajo nos enteramos que el historiador mexicano don Francisco de la Maza tiene en prensa un libro
sobre las pinturas de Martín de Vos en México. El distinguido historiador y erudito mexicano ha tenido la gentileza de
enviarnos parte de su texto y las fotografías de Cuautitlán que se reproducen en este artículo, además de las de un
tapíz y un grabado a los que hacemos referencia. Agradecemos sinceramente su desprendimiento y fineza. En otro
trabajo posterior estudiaremos el influjo de Martín de Vos en los pintores de la época virreinal, a través de grabados
de su obra.
5 Sobre la fecha del nacimiento de Martín de Vos hay diversas versiones. LEO VAN PUYVELDE, La peinture flamande au
siecle de Bosch et Brueghel, París, 1962, p. 384, señala: 1532. ROBERT L. DELEVOY, Diccionnaire des Peintres, indica, 1531 o
1532. M. EEMANS, La Peinture flamande au XVI siecle, Bruselas, 1963, p. 18, pone 1530.
6 I. Fiamighi e l’Italia, Venezia, 1951, pp. 16 y ss. Le siecle de Bruegel, Musees des beaux-arts de Belgique. Bruxelles, 1963,
pp. 95, 125, 141.
7 M. EEMANS, ob. cit., fig. 59. La atribución de esta obra se debe a Van Mander, quien, según dice, vio pintar el
2
3
46
estaciones8. Luego estuvo en Florencia y Venecia, donde al parecer frecuentó el
taller del célebre Tintoretto junto con Paul Franck.
El contacto con el genial pintor veneciano dejaría honda huella en nuestro
artista, sobre todo en el colorido. A los pocos años el artista regresa a Amberes
donde pone taller propio y recibe aprendices a partir de 15649. Por ser el mejor
discípulo de Frans Floris, fallecido en 1573, recibe la herencia de su maestro y
empieza una vida artística muy próspera y considerada entre sus compatriotas. Salvo
un corto viaje para decorar una capilla del castillo de Guillermo II, de BrunswickLunenberg, en Celle-les-Hanovre, el resto de su vida lo pasa en Amberes. En 1571
es designado vice-decano del gremio de pintores y al año siguiente jefe de la misma
corporación. Se conoce un contrato de 1572, por el que se compromete a pintar seis
cuadros para las pequeñas bóvedas de la tribuna de la catedral de Amberes. Su vida
se desarrolla normal y fecunda hasta su fallecimiento, acaecido el 4 de septiembre de
160310.
La obra de Martín de Vos en Europa es extensa en número, aunque no puede
compararse en este campo con la de otros contemporáneos suyos que fueron más
fecundos. El maestro pertenece a la segunda generación de pintores que viajan a
Italia, por lo que fueron llamados romanistas, y su estilo pertenece en forma franca y
decidida al manierismo flamenco derivado de Italia, que se enseñorea de Flandes
entre 1550 y 1600, hasta la aparición de Rubens. Sin duda alguna, Martín de Vos es
el pintor más destacado de su generación en Amberes, como afirma Van Puyvelde11.
Su taller se llena de encargos de cuadros religiosos, retablos, pintura mitológica,
retratos y también de numerosos pedidos de grabados y estampas, sobre todo por
comisión de la Casa Plantin.
Sus principales cuadros han sido extensamente estudiados por los
investigadores.
cuadro.
8 ROBERT L. DELEVOY, ob. cit., p. 655. Van Mander indica que durante la estancia veneciana, Martín de Vos era
empleado por el Tintoretto para hacer paisajes en los fondos de sus cuadros.
9 LEO VAN PUYVELDE, ob. Cit., p. 384.
10 Ibídem.
11 Ibídem, p. 381.
47
Después de sus primeras obras conocidas, La Resurrección, de 1554, y La
Inmaculada, de San Francisco, en Ripa, de Roma12, sobre los que gravitan influjos
tanto flamencos como italianos, se abre un período de franca prevalencia de valores
flamencos tradicionales que se puede ver en La Historia de Rebeca (1562), del
Museo de Ruán; en La Adoración de los Magos, y Anunciación (1569)13, del Castillo
Celle-les-Hanovre y especialmente en el monumental Juicio Final, del Museo de
Bellas Artes, de Sevilla (1570)14, que recoge la rica vena de la pintura flamenca del
siglo
XV
y la revitaliza con formas nuevas muy a la italiana. Esto se puede ver
especialmente en la representación del infierno, que entronca con la vigorosa
pintura de Bosch y Brueghel.
Cuando su pintura es conocida y aceptada en Amberes, surgen los encargos,
numerosos por cierto, de las órdenes religiosas y de los devotos que le llevan a
pintar retablos de altar. Esta producción que se inicia a partir de 1574, lleva su arte a
la plenitud, tanto en composición como en colorido.
A partir del cuadro La Incredulidad de Tomás (1574)15, hasta su muerte,
Martín de Vos produce uno tras otro grandes cuadros para retablo, algunas veces
sueltos, otras acompañados por sus tablillas laterales. Entre estos cuadros se cuentan
las obras maestras del pintor como el Retablo de Santa Ana, de 1585, hoy en el
Museo de Gante, que había sido precedido en once años por la Incredulidad de
Santo Tomás, hoy en el Museo de Amberes; como encargo del gremio de peleteros,
hecho en 1589, está el Cristo apareciendo a sus discípulos en el lago Tiberíades16. A
este mismo estilo y época pertenece El profeta Jonás echado al mar17. Quizá el más
interesante de los cuadros de este período es el Triunfo de Cristo, firmado y fechado
en 1590, del que dice Van Puyvelde: El cuadro está conforme con las nuevas prescripciones de
la vigésimo quinta sesión del Concilio de Trento, que recomienda a los artistas reservar en los
La composición de la Inmaculada Concepción es curiosa y se halla dentro de un fuerte sentido alegórico, que tiene
mucho de común con lo que será la pintura virreinal en América en los siglos XVII y XVIII. Quizás es por esta razón
que religiosos e impresores eligieron a este maestro para la confección y envío de los grabados a América.
13 LEO VAN PUYVELDE, ob. cit., p. 381.
14 DIEGO ANGULO, Pintura del Renacimiento, Ars. Hispaniae XII, pp. 222, 314 y 342.
15 LEO VAN PUYVELDE, ob. cit., 382.
16 Ibidem, pág. 382.
17 H. GERSON, Art and architecture in Belgium, Baltimore, 1960, fig. 30.
12
48
cuadros de altar para Cristo lugar principal colocando en segundo término a los santos patronos18.
Efectivamente los santos Jorge y Margarita están colocados detrás de Jesucristo; a
los costados del retablo se hallan sendas representaciones del Bautismo de
Constantin y la construcción de una iglesia por Constantin. El retablo entero fue
encargo del gremio de alabarderos. Las últimas obras conocidas de Martín de Vos
son La caída del Maná, en colección particular de Londres y San Lucas pintando a la
Virgen, en el museo de Amberes19.
En cuanto a sus cuadros más célebres Apolo y las Musas, y las Bodas de Caná
(éste último en la Catedral de Amberes), pertenecen a su primera época, es decir,
que han sido pintados inmediatamente después de su vuelta de Italia20.
Martín de Vos en México
Nos referimos a continuación a un aspecto poco conocido de la obra de
Martín de Vos: los cuadros existentes en Hispanoamérica que llevan su firma y las
obras que se le atribuyen, así como los que fueron pintados bajo su influencia.
El grupo más interesante es el conjunto de cuatro tablas firmadas que se halla
en la pequeña iglesia de Cuautitlán, Estado de México. Este modesto templo, hoy
desmantelado, pertenece al grupo de conventos franciscanos que fueron fundados
por doce de los primeros misioneros de la orden, que realizaron su campaña
evangelizadora por el valle de México dejando casas en la propia ciudad de México,
Texcoco, Xochimilco, Tlaxcala, Tlamanalco, etc. Estos conventos, varios de ellos
desaparecidos, como el de la ciudad de México, seguían las corrientes del primer
plateresco español, aún muy mezclado con las formas góticas. Rodeados de un
amplio atrio, en cuyas esquinas se abren capillas-posas, las iglesias se yerguen
austeras, con silueta medieval, rematadas con almenas y merlones a la usanza gótica.
LEO VAN PUYVELDE, ob. cit.. 382.
Ibídem, p. 382. Este cuadro influyó, a través de grabados, en pintores de Bolivia del siglo XVII.
20 M. EEMANS, ob. cit., reproduce en color Las bodas de Caná. Atribuimos esta obra a la etapa post-italiana del
maestro, por su franco carácter veneciano y su aire tintorettesco, patente especialmente en las actitudes y caracteres
somáticos de las Musas. La ordenación de la composición y perspectiva de Las bodas de Caná, recuerdan la forma
diagonal, en profundidad, tan típica del maestro veneciano.
18
19
49
Amplias capillas abiertas para el culto al aire libre, adosadas a estos templos y cruces
misionales, de gran belleza escultórica, como en el caso de Cuautitlán, están
colocadas en la parte central de los atrios21.
No conocemos la procedencia de los cuadros de Martín de Vos que se hallan
en la iglesia de Cuautitlán, pero presumiblemente provienen, como el resto de obras
flamencas que se hallan en América, de envíos hechos de Flandes a España, y de allí
a México. El conjunto de cuatro tablas está constituido por la Coronación de la
Virgen, San Miguel Arcángel, San Pedro, y San Pablo; es de presumir que este
conjunto estuvo destinado a formar parte de un retablo, actualmente desaparecido.
La firma se halla a los pies del cuadro de San Miguel y dice textualmente MERTINO
DE VOS ANTUPIECIS INVENTOR ET FECIT
- 158122.
Esta firma, sobre todo la mención de Amberes, nos hace ver que los cuadros
estaban destinados a salir de la localidad y del país, y quizá fue condición de quien
los encargó o compró, el que se pusiese, ya que por entonces Amberes tenía fama
mundial como centro de pintura.
El parentesco de este grupo de cuadros con las obras realizadas por Martín de
Vos entre 1564 y 1580 es evidente; especialmente en las figuras de San Pedro y de
San Pablo se pueden reconocer las de los apóstoles que rodean a Cristo en la
Incredulidad de Santo Tomás, y los que aparecen en la Resurrección, de 1554.
Un tanto distinto es el San Miguel que se alza triunfal sobre el espacio pisando
la figura del ángel del mal, representado por una curiosa mezcla de efebo, mujer y
ofidio; la vestimenta es la armadura romana con faldellín que se ha hecho tan típica
para representaciones del santo arcángel; sin embargo es muy curiosa la
representación del sol, la luna y las estrellas, que campean sobre el pecho del
arcángel y que, con posterioridad, aparecen como elementos decorativos y
simbólicos en muchas iglesias hispanoamericanas23. El faldellín del arcángel está
GEORGE KUBLER, Mexican architecture of the sixteenth century, New Haven, 1948, p. II, págs. 456-457. JOHN
MCANDREW, The open air churches of sixteenth-century México, Cambridge, 1965, pp., 249, 251, 253, 358.
22 Hacen mención a los cuadros de Cuautitlán: MANUEL TOUSSAINT, Arte colonial en México, México, 1962, p. 78; y
Pintura Colonial en México, p. 85 y 254. La nota 1 del cap. XIV, está redactada por el editor del libro, Xavier Moysen.
23 Mucho se ha discutido sobre el sol y la luna como emblemas en la ornamentación hispanoamericana. Se les atribuye
un origen precolombino, pero sin descartar esta hipótesis hay que considerar este ejemplo del ángel de Vos, cuya
21
50
constituido por placas en las que se han retratado las diversas jerarquías angélicas.
Esta costumbre de poner en los vestidos de los santos, en forma de bordados,
episodios relacionados con la figura principal, es muy de la época; así en el Entierro
del Conde de Orgaz, del Greco, en la capa pluvial de San Agustín, y en la dalmática
de San Esteban, se pueden ver escenas de la vida de ambos santos. La figura del
demonio fue creación feliz de Martín de Vos, pues se repetirá varias veces a través
de la época virreinal en Hispanoamérica.
El arcángel San Miguel, de Martín de Vos, fue grabado antes de su envío a
América, por el maestro flamenco Samuel Van Hoogstratem, en Amberes, en 1575,
y salió bajo la marca de Adrián Huberti. La fecha de este grabado plantea un
problema, ya que el cuadro está firmado en 1581. Ello demuestra que el pintor hizo
antes un dibujo, que sirvió de modelo común para grabado y pintura24.
Influjo de esta obra de Martín de Vos se puede ver en algunas obras mexicanas
y peruanas posteriores. En el mismo México aparece San Miguel, conservado en el
Museo Regional de Guadalajara, que repite al pie de la letra la composición, aunque
dándole un sentido de gracia popular, muy característico del siglo XVIII, en América.
La fuente indudablemente es el ya mencionado grabado de Hoogstratem.
Citaremos además un relieve de sillería de coro, en madera, que se halla en la
ciudad de México. En dicha obra se advierte una estilización que tiende a lo popular
y que define los planos violentamente. Es interesante anotar que el ángel del mal se
ha convertido acá en una especie de ser mixto, muy semejante a una sirena. No
debemos olvidar el importante papel que jugó la sirena, como elemento decorativo,
en las portadas de la arquitectura colonial hispanoamericana de la zona andina,
especialmente en el siglo XVIII25.
Cuadro muy próximo al arcángel de Cuautitlán es el existente en la sacristía de
la catedral de Lima, que presenta una composición similar al cuadro de México,
fecha de 1581, coincide con la de 1580 en un mapa indio del pueblo Coxcatlán, en que aparecen como símbolos
marianos en el fresco de la Purísima, del convento de Huejotzingo, y en la portada de la iglesia de San Agustín, en
Potosí, Bolivia, que data de 1625.
24 JOSÉ DE MESA Y TERESA GISBERT, The painter Mateo Mexia, and his Works in the convent of San Francisco de Quito, en
“The Americas”, XVI, 4 abril 1960, p. 395.
25 JOSÉ DE MESA Y TERESA GISBERT, Renacimiento y manierismo en la arquitectura mestiza, en Boletín del Centro de
Investigaciones Históricas y Estéticas, nº 3. Caracas. 1965, pp. 14-34.
51
aunque se nota en su factura que es obra de artista americano de comienzos del
siglo xvii. Dada la distancia geográfica que separa ambas obras, solo cabe pensar que
el citado cuadro fue tomado del grabado de Van Hoogstratem.
El influjo del San Miguel, de Martín de Vos, pasó también a otros países
americanos; así, por ejemplo, vemos como en Ecuador el maestro Mateo Mexía, que
trabaja entre 1607 y 1615, reproduce el mismo arcángel, con leves variantes, en un
cuadro que se halla en el convento de San Francisco, de Quito26. Mexía coloca al
demonio en posición opuesta al cuadro de Cuautitlán, es decir, a la izquierda, y
añade a la palma una lanza que sostiene el mensajero celestial, además de la balanza
en que se pesan las almas.
Nada más opuesto entre el arte de Martín de Vos, plenamente ligado al
manierismo, y el de Mexía, apegado al arcaísmo, que lo une a la pintura española. El
cuadro de Cuautitlán tuvo también repercusión en la obra de Zurbarán, San Miguel
venciendo a Lucifer, en el Museo Metropolitano de Nueva York, y que Soria coloca
entre 1625-26; se halla obviamente inspirado en la obra de Martín de Vos, a través
del grabado citado27.
El pintor de Extremadura ha seguido las normas tradicionales para la
realización de la figura del arcángel, conservando la vestidura, el atributo de la palma
e, incluso, el grupo de nubes sobre las que destacan el Mensajero de Dios. Es la
figura de Lucifer la que cambia Zurbarán, por parecerle quizá poco movida.
Además, con ese sentido tan realista del barroco, cambia la figura del ser híbrido
que usa Martín de Vos y lo convierte en un ser humano con alas y cola. Tanto este
cuadro de Zurbarán, como el de la catedral de Lima y el de Mexía, de Quito,
prueban la extensa difusión de las fuentes flamencas a través del grabado en la
pintura del mundo hispánico que, sin embargo, no quita originalidad a los artistas
que producen obras tan distintas desde el punto de vista estético.
La Coronación de la Virgen adelanta en mucho al tema similar, La Inmaculada
26
27
JOSÉ DE MESA Y TERESA GISBERT The painter Mateo Mexía, p. 395.
MARTÍN S. SORIA, The paintings of Zurbarán, p. 133.
52
Concepción, pintada por Martín de Vos para San Francisco, en Ripa, de Roma28. La
Concepción, estática y un tanto dura, de la etapa italiana, ha sido vencida por el
ejemplo americano en que aparece todo el cuadro sacudido por un golpe de viento
que mueve y agita los paños del traje de la Virgen, y comunica esa movilidad a todo
el cuadro, colocando a los ángeles en violentos escorzos, como se advierte en el
ángel de la izquierda, que en movimiento ascendente, es una de las creaciones más
manieristas del pintor de Amberes. La Virgen María, de esta Coronación, tuvo
notable influjo sobre otras composiciones existentes en el Perú, de las cuales
hablaremos más adelante y que hay que adscribir al círculo de imitadores de Martín
de Vos.
En el Museo Religioso, que mantiene la catedral de México, se halla otra
importante obra de este pintor. Se trata de un San Juan Evangelista, firmado en la
parte inferior derecha29. El cuadro muestra al santo evangelista escribiendo, mientras
un ángel le descubre una visión: la Jerusalén celestial. Este tema de la ciudad celeste,
muy tratado en la época, refleja la aplicación de las utopías de tipo filosófico y
político al aspecto religioso. Es curiosa la representación de la ciudad del cielo
resguardada por serafines, a la cual se accede mediante doce puertas abiertas en la
alta muralla, y en el centro se yergue un monte, en torno al cual circulan una
multitud de personas; calles longitudinales dividen la ciudad. El cuadro, por su
factura, parece pertenecer a la década 1580-90, período en el que se alargan
notablemente las figuras del maestro. Hay que notar, sin embargo, que existe poco
parentesco entre el ángel de este San Juan y el San Miguel, de Cuautitlán. La figura
de la catedral de México es mucho más alargada y esbelta. El plegado de los paños
responde a formas estéticas, acercándose más a las composiciones europeas del
pintor. No conocemos en América réplicas o variantes de esta obra, que tiene un
antecedente grabado en 1579 por Sadeler sobre composición del pintor amberés, y
que une la figura del San Miguel, de Cuautitlán, a un San Juan usado en otras
28
29
Reproducción en M. EEMANS, ob. cit., fig. 59.
Este cuadro fue publicado por MANUEL TOUSSAINT, ob. cit., fig. 92.
53
pinturas de Martín de Vos30.
Otro cuadro de Martín de Vos existente en la capital de México es Tobías y el
Angel San Rafael31. Pintado sobre tabla, ha sido recortado para colocarlo dentro de
un marco mixtilíneo. El pintor de Amberes reproduce la escena del Antiguo
Testamento: el viaje del joven Tobías guiado por el celestial mensajero, en primer
plano, en tanto que en el fondo se desarrolla el ataque del pez al inexperto israelita
que es salvado por el ángel. A ambos viajeros acompaña un perro.
A este respecto cabe consignar que aparecen este tipo de animales domésticos
en otras obras de Vos, como, por ejemplo, San Pablo en Atenas. La gran semejanza
que existe entre el arcángel San Rafael y el San Miguel, de Cuautitlán, hace presumir
que ambas obras son contemporáneas o sea que habrá que colocar este cuadro hacia
1581. La factura pictórica y el dibujo del cuadro de México son muy sueltos y
muestran al artista en la plenitud de su poder como pintor.
En colección particular de México existe un cuadro de medianas dimensiones,
que representa a la Virgen con el Niño y Santa Ana, que puede atribuirse a Martín
de Vos. La escena, dividida en dos partes, da lugar a un rompimiento de gloria, en lo
alto, en que aparecen unos angelitos portando un libro de música con el canto del
Ave María.
Esta obra, extraña por cierto dentro de la producción del pintor, tiene en sí un
sentido de arcaísmo que nos lleva hacia los cuadros de Mabuse y Van Orley. La
actitud frontal de las figuras, así como la incorporación y ornamentación clásica en
el trono en que se hallan los protagonistas del lienzo, muestran claramente la
dependencia que el pintor de Amberes tiene hacia sus predecesores.
En la sacristía de la catedral de Lima y junto al San Miguel ya mencionado,
existe un pequeño lienzo: La Inmaculada Concepción, de características muy
similares a la Coronación, de Cuautitlán. La Virgen, sobre fondo de paisaje costero,
se eleva al cielo sobre una media luna sostenida por siete querubines. En la parte
baja aparece el demonio con una cabeza humana y un cuerpo de serpiente; a los
30
31
La referencia y fotografía de este grabado la debemos a Francisco de la Maza.
Citado y reproducido en ibídem, p. 93.
54
costados se desarrollan emblemas de las Letanías. Este cuadro, que no parece de
mano del maestro, debe repetir alguna composición de Martín de Vos que no
conocemos. La factura, tanto en la pasta pictórica como en el plegado de paños,
rostro de ángeles, etc., repite muy de cerca los cuadros de Cuautitlán. Esta
Inmaculada fue muy popular en todo el virreinato del Perú, ya que de ella existen
una serie de copias basadas en el cuadro limeño, entre las que podemos citar una
muy próxima al original, que se halla en la iglesia de Guaqui, del departamento de La
Paz, Bolivia; la obra boliviana repite con mucha fidelidad el modelo y es obra de
algún maestro de la escuela paceña de la segunda mitad del siglo XVII.
Un retablo lateral de la iglesia de Tlaxcala, en México, también está próximo al
estilo de Martín de Vos. El pintor de los lienzos de Tlaxcala, repite la composición
del cuadro de Lima en la Inmaculada, una de las pinturas del retablo. En esta obra,
que se origina seguramente en un grabado, hecho sobre original de Martín de Vos
que desconocemos, se conservan las líneas generales de la composición, aunque han
variado ciertas formas del paisaje, y en los atributos de la Letanía se colocan letreros
latinos explicativos.
Hay que hacer notar la gran vigencia de este tipo de composición en toda
Hispanoamérica. La firme creencia de los españoles en la Inmaculada Concepción
pasó a América, y en iglesias y colecciones particulares se pueden ver cantidad de
obras con esta advocación.
Existe diferencia entre este tipo de Inmaculada, que se repite en América
durante los siglos
XVII
y XVIII y la otra que crearan los italianos, más renacentista, y
que está plasmada en la obra de Bernardo Bitti, pintor que trabajó en el Perú y
Bolivia32, y en las de Angelino Medoro33, que trabajó en Colombia, Ecuador y Perú,
y en aquella Inmaculada italianizante, La Benedicta, que aparece en México, en el
Museo de Tepoztlán34. Todos los ejemplos de este segundo tipo son más planos,
con las vestiduras más recogidas, y en algunos la Virgen ostenta un velo sobre la
JOSÉ DE MESA Y TERESA GISBERT, Bernardo Bitti. La Paz, 1961.
JOSÉ DE MESA Y TERESA GISBERT, El pintor Angelino Medoro y su obra en Sudamérica. En Anales del Instituto de Arte
Americano e Investigaciones Estéticas, nº 18. Buenos Aires, 1965, p. 44, fig. 18.
34 Instituto Nacional de Antropología e Historia, Colegios de Tepoztlán, México, 1964, fig. 71.
32
33
55
cabeza. En cambio, la Inmaculada creada por de Vos, es más ampulosa, con paños
volantes y más ligada a la idea barroca del tema que posteriormente desarrollará la
escuela española.
De esta manera se puede ver la importancia que tuvo Martín de Vos,
conjuntamente con los maestros italianos, en la creación de un tipo de Inmaculada
que pervivió en América durante la etapa virreinal.
Varia y copiosa fue la labor de los manieristas ambereses como Martín de Vos,
quien, a más de dedicarse a la pintura, nos ha dejado trabajos de artes menores. En
colección particular de México existe un gran tapiz, con referencia de que el cartón
original fue del maestro. No conocemos la procedencia de este tapíz, cuya fotografía
nos ha enviado con gentileza nuestro amigo don Francisco de la Maza. Con orlas
florales a los costados, y en la parte superior, representa una escena de la vida de
Alejandro Magno que consignan varios de los historiadores de la antigüedad. Se
trata de la apología que hace Alejandro de la castidad, cuando le son presentadas las
mujeres de la familia de Darío tomadas prisioneras por su ejército. En la escena
aparecen dos perros, uno de los cuales es Peritas, criado por Alejandro, y al que
tenía notable afecto. En el fondo se ven las tiendas del campamento del
conquistador macedonio35.
Influencia de Martín de Vos en Perú y Bolivia
Fuera del arcángel y la Inmaculada, de la catedral de Lima, ya estudiados, y de
los cuadros que de éstos derivan, existen en el antiguo Virreinato peruano otros
muy relacionados con la obra de Martín de Vos. Así existen en Perú y Bolivia un
grupo de obras que, de una u otra forma, siguen el cuadro y los personajes del
célebre Juicio Final, de Martín de Vos, que se conserva en la catedral de Sevilla. Es
La fotografía de este tapíz nos ha sido proporcionada por don Francisco de la Maza, así como la referencia de otra
obra existente en México, La Anunciación de los pastores, en propiedad particular y que no se puede conocer debido
a que sus propietarios no la dejan fotografiar.
35
56
de dominio de los investigadores el profundo influjo que este cuadro ejerció en los
pintores sevillanos de las últimas décadas del
XVI
y principios del
XVII
36
. En los
casos que reseñamos a continuación, hay que ver el doble influjo de la composición
total por un lado y, por otro, el de algunos personajes aislados, como Cristo y los
humanos que asisten al juicio. Con respecto a la composición total, derivan, de
algún modo, del original de Sevilla, un par de cuadros relativos al Juicio Final, que se
conservan en la sacristía de la catedral de Lima: uno que representa La salvación de
los buenos y otro el Id malditos al fuego eterno. Ambas obras son, indudablemente,
de pincel flamenco del primer tercio del siglo XVII, y están ligadas en su concepción
pictórica a las obras del tenebrismo. Tanto la disposición general de la parte
celestial, como la de los Bienaventurados y Condenados, responde al tipo general
que creó Martín de Vos en el cuadro de Sevilla y que, a su vez, se inspira en
composiciones de otros maestros de la escuela flamenca como Lucas de Leyde y
Pierre Pourbus.
Mucho más aproximada a la mano del maestro es una pequeña tabla que se
encuentra en el Museo de Charcas, Sucre, Bolivia. Representa a Cristo Triunfador
de la Muerte: con una palma en la mano y con el torso desnudo, apoya una de sus
plantas en la serpiente, que representa al demonio y la otra en una calavera, símbolo
de la muerte.
La manzana del pecado original rueda por el suelo, avasallada por el triunfo del
Salvador. La figura deriva de la similar en el Juicio de Sevilla, en que Cristo adopta la
misma pose; en cambio la figura de Jesucristo recuerda la de otros Cristos del
maestro flamenco, como el del Triunfo de Cristo, retablo de 1590, en el Museo de
Amberes. Como ya señalara el investigador Martín Soria, el cuadro de Sucre tiene un
precedente español que se halla en la colección Viñes, de Barcelona37. El conjunto
de la composición señala una diagonal de importancia formada por la palma, la
mano de Cristo, la rodilla derecha, el plegado del manto y el pie izquierdo que
aplasta al demonio. Es curiosa la presencia de la palma en mano de Cristo, no muy
36
37
MARTÍN S. SORIA, ob. cit., pág. 91, figs. 53 y 54.
Ibidem.
57
común en las representaciones de este tipo y que repite el mismo atributo que ya
vimos en el San Miguel, de Cuautitlán.
En la misma ciudad de Sucre y en colección particular hemos encontrado una
preciosa pintura, al parecer de mano de Martín de Vos, cuyo tema es la
Anunciación. La obra se halla realizada sobre tabla y muestra una curiosa
iconografía en lo que respecta al arcángel Gabriel. La escena se desarrolla en un
interior flamenco del siglo
XVI,
muy rico en ornamentación y decorado con lujosos
muebles de época. La vestidura del arcángel en lo formal, con hábitos talares y
amplia capa recogida sobre el hombro derecho, deriva de los pintores flamencos del
siglo
XVI,
especialmente Van Eyck y Van der Weyden. Las alas que ostenta San
Gabriel, en cambio, son las mismas que vemos en el ángel junto a San Juan, de
México. Es similar también el tratamiento de las vestiduras. La figura de la Virgen,
de cánones muy alargados, como el ángel, recuerda muy vivamente al grupo de las
Musas que, al parecer, data de la primera etapa de la producción del maestro; guarda
también cierto parentesco con María, del cuadro de Santa Ana, de México, ya
comentado y con algunas figuras de las Bodas de Caná.
El brillante colorido de la obra y su composición general nos hace colocar esta
obra alrededor de 1565-70, luego de su vuelta de Italia, en que aún existe influjo
italiano. La simbiosis lograda en esta obra, de lo italiano como lo flamenco, la
muestra como una pieza de gran categoría digna de la mano del maestro.
Dentro de la línea de Martín de Vos está, por último, un pequeño cobre,
actualmente en el Museo de Arte de La Paz, que representa la Inmaculada. Es obra
flamenca muy próxima al taller del maestro de Amberes y anuncia en los ángeles
algo del arte de Rubens.
JOSÉ DE MESA Y TERESA GISBERT
58
59
60
61
62
63
64
65
66
67
68
CONSTRUCCIÓN TRADICIONAL DE MADERA
EN EL SUR DE CHILE *
E
s ley sobradamente conocida que los climas y materiales constructivos
propios de cada región imponen a la arquitectura de las distintas zonas de un
país, características propias, que las distinguen de otras áreas del mismo y que, en
cambio, las emparentan con otras familias arquitectónicas a veces muy distantes,
pero en las cuales precisamente la identidad de tales condiciones, imponen leyes que
vienen a resultar comunes.
Especialmente interesante debe resultar para la investigación de la historia de la
arquitectura hispanoamericana el intento de determinar las influencias e
interrelaciones que hayan podido existir en estos campos, y ello será apasionante si
los apartados objetos de tales estudios constituyen parcela distinta dentro del común
patrimonio artístico de estos países o tema frecuentemente soslayado por la
historiografía referente a su arquitectura.
Nuestros tratados históricos sobre arquitectura virreinal centran su atención en
el estudio de monumentos edificados en materiales que, como la piedra, el ladrillo o
aun el adobe, brindan hasta hoy una fácil lectura de sus peculiaridades artísticas, que
permiten establecer con relativa exactitud su relación con los correspondientes
precedentes peninsulares que, pródigos en las regiones artísticamente más ricas del
continente y más resistentes a los agentes destructivos o de simple deterioro, son
posibles de un fácil análisis, enriquecido por la opinión reiterada de generaciones de
eruditos.
Es necesario reconocer, sin embargo, que tales ejemplos no agotan el
panorama arquitectónico de Hispanoamérica, que quedan parcelas aun no
estudiadas de su arte, las que, por falta de análisis o por lo deleznable de su
construcción
* El estudio que ahora publicamos no comprende las iglesias, que serán objeto de un trabajo especial.
69
(destruidas por agentes propios de descomposición cuando no por catástrofes
masivas, como grandes incendios) permanecen al margen del análisis crítico y que,
sin ser necesariamente obras de un valor tal que puedan hacer variar radicalmente la
evaluación de nuestras artes, por lo menos la enriquecen con el mérito de la
diversidad o de una originalidad que por lo exótica puede resultar de un valor,
aunque restringido, no por eso menos precioso.
Limitamos concretamente nuestro superficialísimo estudio a la construcción en
madera en la región austral de Chile, comprendida dentro de los antiguos gobiernos
de Valdivia y Chiloé (hoy provincias de Valdivia, Osorno, Llanquihue, Chiloé y
parte de las de Temuco y Aysén) sometidas desde 1552 y 1567, respectivamente, al
dominio de España y decantadas desde entonces en una tradición ininterrumpida de
más de cuatro siglos de civilización y cultura.
No abordamos por ahora el principal apartado de su arquitectura, la
construcción de iglesias, para desarrollarlo, más madurado, en trabajo ulterior. No
tocamos importantes ejemplos de arquitectura civil o industrial que se desenvuelven
paralela e íntimamente a los estudiados a continuación; nos constreñimos
específicamente a la construcción habitacional y, necesariamente limitados al análisis
de los ejemplos subsistentes, sucumbidos los especímenes más venerables aunque
tratados a manera de antecedente imprescindible, caemos necesariamente en los que
más sorprenden al visitante de estas regiones: el vasto muestrario del siglo
XIX
y su
prolongación, en cuanto a continuidad formal y constructiva, hasta nuestra presente
centuria.
La producción de maderas
Enclavadas en las lluviosas latitudes australes y desprovistas del agente secante
del sol del trópico, estas regiones, designadas modernamente por los geógrafos
como la zona de los bosques, mostrábanse pobladas desde remotas edades por la
llamada selva fría, pródiga en ricas maderas, dura en su clima, pero grata a la
habitabilidad humana, libre de alimañas, fieras e insectos venenosos, generosa su
70
costa en pescados, mariscos y algas comestibles, capaces de garantizar ampliamente
las necesidades de la subsistencia.
Densamente pobladas al arribo de los españoles, los cronistas están de acuerdo
en certificar el natural generalmente pacífico de sus habitantes, su industria y
habilidad manuales, sobre todo en el arte de construcción de embarcaciones.
Asentada la colonización española, es sintomático el desarrollo de todas las
manufacturas derivadas de las maderas que, junto con la explotación de metales
preciosos, constituyen rubro preferente de exportación al virreinato del Perú,
determinando por el frecuente comercio una posición económicamente privilegiada.
Desde el gobierno de don García de Mendoza (1557-1561) data en Valdivia la
instalación de la primera sierra hidráulica1, que en 1560 sabemos positivamente la
sirven los indios encomendados a Francisco de Niebla2. Saldríamos de los límites de
nuestro estudio si nos extendiésemos en la descripción de sus famosos astilleros:
gracias a ellos era, según Mariño de Lobera, la segunda ciudad de Chile, y su puerto,
según Vázquez de Espinosa, el de más trato y frecuencia del reino. Chiloé, más
aislado, no desconoció el auge de una industria maderera en la cual la exportación
de diversas especies y la construcción de barcos constituían los elementos básicos de
la misma.
El Padre Bernabé Cobo describe los tipos de madera ocupados en Lima,
provenientes de estas provincias australes, y el distinguido historiador del arte
peruano Emilio Harth-terré se ha referido a su uso allí desde el siglo
3
XVI
. El virrey
Amat describiría en su célebre Historia geographica é hidrographica al rey de la flora
austral, el alerce, diciendo que es un árbol que crece a mucha elevación y de hermosa
proceridad y pompa, algunos [...] tan gordos, que trabajan cuatro peones de hacha en su
circunferencia para boltearlo, sin embarazarse unos a otros, [...] el uso de esta madera (agrega), es
para la tablazón que se consume en todo este Reyna y las costas del Perú, para donde se comercia
CDIHCh. XXVIII, 415. Consúltese en la página 66, al término de este trabajo, las siglas empleadas en las notas del
mismo.
2 Ibídem, XVII, 266. El P. Rosales asegura que cuatro de estas sierras echaban diariamente 150 a 200 tablas para el
mercado del Perú. DIEGO DE ROSALES, Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano, Valparaíso, 1877, I, 464.
3 EMILIO HARTH-TERRÉ y ALBERTO MÁRQUEZ ABANTO, Historia de la casa urbana virreinal de Lima. Lima, 1962, 71 sq.
1
71
de Valdivia y Chiloé4. [...] El ciprés y el laurel (refiere el Padre Rosales) demás de gozar del
noble privilegio de la incorruptibilidad, son muy vistosos, y algunos de tanta corpulencia y estatura,
que rinden tablas de seis palmos de ancho, respiran suavísimo olor y sirven para ministerios más
honrosos que los otros árboles plebeyos, porque de ellos se hacen santos, figuras de talla, imágenes,
retablos y cosas de curiosidad y moldura5 y cuando a fines del período español el secretario
de la Capitanía General, Judas Tadeo Reyes, escribe un tratado sobre las maderas de
Chile, se explaya en las propiedades de cada una de las de nuestras regiones6.
Encontramos maderas de Valdivia en los palacios de los virreyes de Lima7, de
los presidentes de Chile8, de los gobernadores de Valparaíso9 y de la Real Casa de
Moneda, de Santiago10; en las catedrales de esta ciudad11 y de Concepción12; en la
iglesia de la Compañía, del mismo Santiago13, de Atacama y Copiapó14; en las
fortificaciones del Callao y Valparaíso15 y en las múltiples necesidades de la Armada
4 MANUEL DE AMAT y JUNIENT; Historia geographica é hidrográphica con derrotero general correlativo al Plan de el Reyno de
Chile... RChHyG. 54 Santiago, 1927, 412.
5 OC., 1, 222.
6 JUDAS TADEO REYES, Relación de las diferentes maderas que se encuentran en el Reino de Chile. RChHyG. 124, Santiago,
1956, 215 sq. Sobre las maderas de la zona estudiada Vid. CLAUDIO GAY, Cuadro de la vegetación chilena, en El
Agricultor, 2, Santiago, dic. 1838, y en el Archivo Gay-Morla, del Nacional, de Santiago, vol. 56, 183-184. Cfr. Sobre el
corte y las cualidades de las diversas especies de maderas de Chile. Anales de la Universidad de Chile, VII, Santiago, 1850, 195
sq.; PAULINO CARDENAS HARD, La industria maderera y su incremento en Chiloé, Ancud, 1953; GUILLERMO FRICK,
Observaciones sobre el cultivo del trigo y memoria sobre los árboles y arbustos de la provincia de Valdivia, Valdivia, 1899; VLADIMIR
C. CHASER, Informe al Gobierno de Chile sobre la industria de la madera en las provincias de Chiloé y Aysén, Roma, 1962; Sh. Luis
HUNT, Proyecto para los terrenos del fundo Pichicoro en Chiloé Continental, una central maderera con aserraderos mecanizados.
Valparaíso, 1880; IGNACIO LEYTON V., Estudio económico del abastecimiento de madera de una central de aserradería en bosque
nativo, Santiago, 1964; P. G. LORENTZ, Maderas de Chiloé y de Valdivia de las cuales sesenta muestras se exhiben por la Compañía
de maderas y buques, Valparaíso, 1875; F. W. NEGER, Informe sobre las observaciones botánicas efectuadas en la cordillera de
Villarrica en el verano de 1896-1897, en Anales de la Universidad de Chile, 103, Santiago, 1899, 903 sq.; NORMA URIBE
URIBE, La industria maderera en la isla de Chiloé, Ancud, 1957; MOISÉS YUDELE y CHARLES H. BROWN, Clasificación
preliminar del bosque nativo de Chile, Santiago, 1967; G. MITTAK, El Alerce, publicación científica, Nº 3, de la Universidad
Austral de Chile, Valdivia, 1959; R. JUACIDA, Ensayos de prevaporizado para la impregnación con sales de durmientes de coigüe
(Nothofagus dombeyi [Mirb] Oerst), Valdivia, 1969; J. E. DÍAZ-VAZ, El Pentacloro penato de sodio en el control de dos hongos de
prueba que manchan la madera de tepa (Laurelia philippiana Looser), Valdivia, 1969; A. N. NORAMBUENA, Determinación de
algunas propiedades mecánicas de Laurelia philippiana Nothofagus dombeyi en base a tres métodos normalizados, Valdivia, 1967; W.
G. KAUMANN y W. MITTAK, Ensayo de secado de coigüe (Nothofagus dombeyi), Valdivia, 1966; F. SAELZER, El bosque durante
la colonia y primeros decenios de vida de la independencia, Valdivia, 1966; W. G. KAUMANN y W. MITTAK, Problems un drying
chilean Coigüe, Valdivia, 1964.
7 CDIHCh. IV, 129.
8 EUGENIO PEREIRA SALAS, Historia del arte en el reino de Chile, Santiago, 1965, 119.
9 CG. 114, p. 3ª.
10 ERNESTO GREVE, Historia de la Ingeniería de Chile, II, Santiago, 1938, 195.
11 En 1747, Cfr. PEREIRA SALAS, O. c., 122.
12 En 1743. CG. 38.
13 ALONSO DE OVALLE, Histórica Relación del Reyno de Chile. CHCh, XIII (Santiago, 1888), 215.
14 AJCh. 76, 42 y GREVE, O. C., III, 218.
15 CG. 794, ibidem, 930.
72
del Mar del Sur16; en destinos tan dispares como el nuevo cabildo de La Serena o las
lanzas de la guardia virreinal17.
Valdivia era productora de gran cantidad de muebles que trabajaban los
artífices locales y que abastecían las necesidades del virreinato hasta Guayaquil18.
Fuera de los retablos e imágenes aludidos por Rosales, sabemos que el de la
Compañía, de Santiago, estaba coronado por una notable representación de la
Santísima Trinidad, de esta procedencia; que la sacristía de la iglesia de Bucalemu
tenía otros muebles tallados en realce, del mismo origen19; que la ciudad exportaba
puertas, y ventanas con balaustres y postigos tallados20, cuando no remos para las
galeras del Callao (1739), duelas para su pipería o cureñas enteras para los castillos
de Valparaíso21.
Amplias construcciones albergaban la carpintería de ribera, astilleros y
maestranza real22, y del gobernador Garland es el proyecto presentado en agosto de
1766, para instalar un equipo de seis sierras de uso continuo así de día como de noche al
cuidado de un solo hombre, o de dos cuando más, como son las muchas que V. S. habrá visto en
Europa23.
El desarrollo de la imaginería chilota, salida de manos de santeros locales, es
hasta hoy abrumadora en ejemplos24; el Abate Molina menciona la habilidad de sus
carpinteros, taraceadores y torneros [...] Aman la carpintería (dice en otra ocasión) con motivo
de las frecuentes ocasiones que tienen de ejercitarla, por ser todas sus iglesias y casas de madera25.
La abundancia de este material en las islas es tan abrumadora, que de él está
En 1782. CG. 828.
CG. 695; Cfr. RA. 766 y CHCh. XXXIX, Santiago, 1910, 114.
18 FV. 207, 66; Cfr. inventario estancia Quechereguas, en Aconcagua, 1725 (Notarial de San Felipe 5, 149); en
Valdivia, 1755 (CG. 831); en Santiago, 1767, en inventario de bienes de Manuela Jáuregui y en el de Bernarda
Ocampo, Valparaíso, 1712. BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA, Historia de Valparaíso. 1, Valparaíso, 1869, 368. El
ejemplar mejor conservado que conocemos es el perteneciente a la familia Vío Henríquez, de Valdivia, de la segunda
mitad del siglo XVIII, exhibido en Santiago en la exposición histórica e inconográfica sobre la Toma de Valdivia,
Biblioteca Nacional, diciembre 1969.
19 PEREIRA SALAS, O. C., 117 y 231.
20 Ibídem, 54; cfr. CG. 872. Valparaíso, 1719.
21 En 1762. Cfr. CG. 695.
22 AGI. Chile 247.
23 AGI. Indiferente General 1531.
24 Cfr. ISIDORO VÁZQUEZ DE ACUÑA G., Costumbres religiosas de Chiloé y su raigambre hispana, Santiago, 1956, 51 sq.
25 CHCh. XVI. Santiago, 1901, 256 y 286.
16
17
73
pavimentado el largo camino de San Carlos a Castro26. En 1787 navegan en sus
costas nada menos que 824 embarcaciones de este material, fabricadas allí mismo27;
exporta anualmente doscientas mil tablas de alerce, cuatro mil ejes para carruajes28 y
seiscientos bastones de Juma29.
Resulta obvio deducir de tal número de datos, tomados al azar, el interés que la
arquitectura, síntesis unificadora de un material constructivo tan específico, debió
revestir necesariamente en ambas zonas.
Antecedentes prehispánicos
Al abordar la casa habitación como tema de nuestro estudio, aunque sea
brevemente, debemos hacer mención de las raíces prehispánicas que sin duda
debieron inspirar no pocos modelos del período español, subsistentes hasta hoy en
la arquitectura popular de Valdivia y Chiloé. Sin descartar la influencia que la misma
península30 haya podido proporcionar a la construcción palafítica de la bahía de
Corral, en Valdivia, del barrio Angelmó, en el moderno Puerto Montt31, o en cada
una de las caletas del mar interior de Chiloé, aunque de modo especial en el
espectacular conjunto de la antigua ciudad de Castro32, no es aventurado ver en tan
Biblioteca de Palacio, Madrid, Ms. 2840, 70; Cfr. CHARLES DARWIN, Viaje de un naturalista alrededor del mundo, Buenos
Aires, 1945, 350.
27 Museo Naval, Madrid, Ms. 122.
28 CHCh. XXVI. Santiago, 1901, 258.
29 MIGUEL DE OLIVARES, Historia militar, civil y sagrada de Chile, CHCh. XXVI. Santiago, 1901, 224.
30 Sobre la construcción palafítica española cfr. EUGENIUSZ FRANKOWSKY, Hórreos y palafitos de la Península Ibérica,
Madrid, 1918; JUAN LÓPEZ SOLER, Los Hórreos gallegos, en Sociedad Española de Etnografía y Prehistoria. Actas y
Memorias, X, 1931, 97 sq.; JORGE DÍAZ, ERNESTO VEIGA DE OLIVEIRA y FERNANDO GALHANO, Espigueiros
portugueses, Porto, 1963; Id.: Palheiros del litoral central portugués, Lisboa, 1964; JOSÉ MANUEL GÓMEZ-TABANERA, Análisis
del Hórreo Hispánico, en Actas del IV Congreso Nacional de Arquitectura Típica Regional, Tarragona, 1968. Sobre el
Mazot, construcción palafítica alpina, cfr. JORGE PHILIPPE, Chalets de Montaña, Barcelona, 1966, 13.
31 En ambos lugares fueron barridos en el maremoto de 1960.
32 Este conjunto debiera necesariamente, más que preservarse, protegerse y promoverse con los adelantos de confort,
técnica e higiene, como una de las más acertadas soluciones de habitación insular. Un palafito confortable (en Castro,
aunque los hay de condición denigrante, abundan ejemplares muy dignos y otros de varias plantas) permite armonizar
la función vivir con la actividad propia del trabajo pesquero en una integración e inmediatez difícil de lograr en otra
solución equivalente; el régimen local de mareas permite el funcionamiento orgánico de actividades complementarias
como el resguardo, construcción y mantención de embarcaciones e industrias caseras en un marco plástico de
inigualados valores; las vistas desde el palafito al mar y de la ciudad que ampara a sus pies este mundo arquitectónico
acuático, no han sido aun asumidas como valores urbanos de gran contenido estético y funcional, no obstante el
hecho de que, eliminados muchos de ellos en las grandes marejadas de los sismos de 1960, han vuelto a resurgir
espontáneamente con un ímpetu que merecería ser encauzado y asumido como un valor.
26
74
abundante muestrario de este género de construcciones un elemento de raigambre
prehispánica, común, por lo demás, a otras regiones americanas pródigas en
maderas o vinculadas a lagos, archipiélagos y marismas que facilitan la comunicación
por piraguas o canoas33. En todo caso, de ser tal su origen o complementado por
influencias de ascendencia peninsular, el palafito austral ilustra desde otro ángulo y
de manera peculiarísima, las ricas posibilidades de la construcción urbana en madera
dentro de la zona y constituye un apartado propio dentro de su arquitectura
habitacional (fig. 1).
La casa urbana durante el periodo virreinal
Nos referimos concretamente ahora a las casas edificadas en condiciones que
pudiéramos calificar como normales y a sus expresiones en el tránsito del período
español al período independiente, hasta llegar a su derivación actual.
En el siglo
XVIII
habían llegado a configurarse dentro de características muy
propias, que las diferenciaban ya enteramente de las del resto del país, hasta
constituir objeto de admiración para los visitantes. Distinguíalas no solo su material
constructivo sino, además, su concepción interna de planta concentrada, en la que el
patio no desempeñaría el papel coordinador de las diversas habitaciones, según el
uso característico de la zona central del reino, sino el de un agregado en cierta
manera marginal, propio para la construcción de dependencias de servicio (cocina,
leñera, bodegas, caballerizas) al cual no se abría necesariamente la interioridad del
vivir familiar, introvertido en el ancho cuerpo principal de edificación, de doble
crujía, cubierto por enormes techumbres, óptimamente acondicionado para la
conservación del calor producido por braseros o chimeneas, eliminando en lo
posible aberturas que, en contacto demasiado directo con el exterior, provocasen
enfriamientos en el ambiente34. Los clásicos corredores, o en su defecto generosos
Cfr. GRAZIANO GASPARINI, La casa colonial venezolana, Caracas, 1962, 22 sq.
La casa de los gobernadores de Valdivia, levantada por Navarro y Santaella hacia 1740 tenía planta en U (“tres
paños”); Cfr. AGI. Chile 98. Igual forma luce la proyectada en 1794 para los de San Carlos de Ancud por el ingeniero
33
34
75
aleros, aislaban las paredes de la humedad de las lluvias, permitiendo en las calles la
continuidad de la circulación bajo techo y en la estación veraniega su uso como
ampliación de la zona de estar interior.
En Valdivia murábanse externamente de postería labrada clavada en el suelo,
generando anchas y acogedoras paredes de dos tercias, vara entera y aun más de
sección, reservando para el interior tabiques o atajadizos en la mayoría de las
divisiones, permitiendo el uso de un cómodo sistema de armarios, alacenas y
muebles empotrados35, de batientes finamente labrados.
El programa de estas construcciones era vasto; tuvimos oportunidad de
conocer la última de las grandes casonas dieciochescas que subsistió en la ciudad
hasta 1955, con algo más de dos siglos de antigüedad36, con su patio empedrado de
lajas, su pozo de torno, su gran cuadra con estrado y techumbre de preciosa
armadura mudéjar; debemos a un testigo ocular la descripción de otra histórica
residencia de la ciudad, la del maestre de campo, Gregorio Henríquez y Santillán,
que abarcaba un cuarto de manzana, contaba aparte la casa principal tres patios con
dependencias para la servidumbre, bodega de frutos y materiales ...y capilla privada37, que consta
existía además en otras mansiones opulentas de la ciudad38.
Cálidas en los tonos y texturas de sus ricas maderas labradas a mano con
primorosos caprichos de talla, hay constancia de la existencia de cielos
artesonados39, estrados de madera de laurel, preciosas puertas cuarteladas adornadas
con molduras barrocas y ventanas enrejadas, más que con obra de forja, con rica
balaustrería de madera40. Resulta interesante destacar el señorío de estas robustas
casonas, tan mal vistas a mediados del siglo XIX.
Enfrentando las descripciones peyorativas de Pérez Rosales o Philippi, con los
Juan Feliú, Biblioteca de la Academia Chilena de la Historia, Archivo O’ Higgins, Ms. pª 6.
35 Vid, descripción de esquineros labrados en una casa valdiviana de fines del siglo XVIII, en CM., 4724.
36 OMAR BUSCH, La Señora Safira Irigoyen de Icarte, en El Correo de Valdivia, 13 de agosto de 1950.
37 CAMILO HENRÍQUEZ PLAZA DE LOS REYES, Prócer de la Independencia y fundador del Periodismo, en El Correo de
Valdivia, 20 de julio de 1969.
38 Mención al oratorio privado de la residencia Lorca y Vega Bazán en Archivo de la Catedral de Valdivia. Libro III de
matrimonios, 5 v. y a las preseas del de Vicente de Agüero en 1784 en su testamento ante Manuel Aycardo Osuna
(Archivo de la familia Guarda Geywitz).
39 FERNANDO GUARDA GEYWITZ, Historia de Valdivia, 1552-1952, Santiago, 1953, 142.
40 Ibídem, 185.
76
inventarios u otros elementos de juicio que fluyen de la fuente documental, cuando
no las descripciones de otros europeos llegados al lugar contemporáneamente, si no
es nuestra personal inspección, aquellas hidalgas residencias, saturadas de varonil
empaque, sin elementos arquitectónicos postizos y adornadas con la suntuosidad del
barroco virreinal en lo referente a muebles, colgaduras, pinturas, espejos y platería,
no sólo salen gananciosas, sino se perfilan como ejemplares principales en el elenco
de la mejor arquitectura producida en nuestro territorio.
Dentro de su conjunto, las cocinas, edificios construidos independientemente
en prevención de posibles incendios, contenían un hogar, horno para pan y en la
techumbre, buhardas para la libre salida del humo; taller de elaboración de infinitas
menestras, especies ahumadas y conservas, la mayoría suspendida desde el tijeral,
todo un mundo de utensilios también labrados en madera se inventariaba junto a los
preciados objetos de cobre y hierro, pailas, pesas, “romanas”.
Cabían aun caballerizas, no tanto para carruajes, cuanto para el uso de sus
dueños41; junto a ellas, depósito de arneses y sillas de montar, incluidas las de uso
para las damas, con adornos de plata42, y las refinadas de manos, con sus costosas
vidrieras43; en fin, todo el cúmulo de exigencias derivadas de un programa de
ostentosa vida señorial.
Las cubiertas en todas estas construcciones terminábanse normalmente a dos
aguas o vertientes, o creando en el tímpano norte una tercera para protegerse de las
lluvias que trae este viento en la zona; el techo de pabellón, normal en las
habitaciones indígenas, no fue conocido en las construcciones urbanas habitadas
por españoles y solo excepcionalmente la adición de sendas faldas triangulares
pequeñas, útiles para favorecer la ventilación44. Su armadura fue la clásica de par y
nudillo, de inspiración mudéjar. Ya en el siglo
XVI
se nos decía como característica
de las casas de Valdivia que eran techadas de tablazón a la usanza de Flandes45. Las
CG. 116, pª 2.
Vid. Testamento de Vicente de Agüero, cit., supra 40.
43 GUARDA, O.C., 186.
44 Vid. MARIO CEREGHIINI, Introduzione alla architettura Alpina, Milán, 1943, XII.
45 GUARDA, o.c., 38.
41
42
77
tablas de alerce eran su terminación más frecuente, a pesar de los múltiples ensayos
por descubrir la fórmula de tejas de barro cocido que llegasen a ser impermeables.
El tejemaní o tejuela solo aparece en Valdivia hacia 1799 en la fábrica de la nueva
iglesia de San Francisco, como un experimento alambicado y costoso46. No sabemos
exactamente qué utilización se dió al espacio comprendido entre cielos y cubiertas
en los casos en que el alfarge no se dejaba a la vista; ciertamente los tirantes en los
nudillos limitaban su uso. Sin embargo los documentos mencionan a veces
soberados, teniendo además el edificio de las Cajas Reales en 1776, mojinete,
antecedente primario del mirador del siglo XXX47.
En las casas más modestas se techaba con totora, especie de paja que llaman
junquillo48, la cual brotaba en setiembre permitiendo ser segada en febrero, momento
en que se repasaban las cubiertas con esta terminación tan típica, práctica y menos
expuesta a la voracidad del fuego49.
Eran precisamente los incendios la contrapartida de esta arquitectura, para
cuya prevención, aparte medidas urbanas tales como el ensanche de las calles y la
construcción aislada de los edificios, recurríase al curioso expediente de destecharlos
tan pronto estallasen en cualquier punto de la ciudad. Eran los tejados, con su
musgo seco en el verano, los principales agentes para su propagación; los gruesos
muros de postería, en cambio, mostrábanse poco sensibles como agentes de
combustión y no pocos conflictos de esta especie fueron conjurados con el
acelerado recurso a esta medida.
Aunque se ha dicho que la duración de estos edificios era efímera, diversos
datos permiten afirmar lo contrario. Numerosas construcciones del Valdivia
virreinal llegaron con vida hasta este siglo, en que no sucumbieron tanto por su
vejez cuanto por el desvastador incendio que, en 1909, consumió dieciocho
manzanas del centro de la ciudad; las que no tocó este flagelo subsistieron hasta
mediados de nuestro siglo
XX,
estando sus maderas, según hemos tenido
CG. 958.
RA. 2639, 3ª.
48 VICENTE CARVALLO GOYENECHE, Descripción Histórico Geográfico del Reino de Chile, CHCh. X, 179.
49 MIGUEL DE AGUIRRE; Población de Baldivia..., CHCh. XLV, Santiago, 1923, 81.
46
47
78
oportunidad de comprobarlo, en óptimo estado de conservación50.
Los cambios de 1850
La casa urbana sureña sufre una evolución radical a mediados del siglo
XIX,
a
raíz de la colonización alemana de Valdivia y el auge de los puertos de Corral y San
Carlos de Ancud, abiertos a un intenso movimiento de barcos que en tránsito de
Europa a Estados Unidos recalan en sus aguas.
La colonización de Valdivia se regulariza a partir de 1850 y se proyecta a los
antiguos centros urbanos del interior, Río Bueno, La Unión y Osorno y, más lejos, a
la recién creada provincia de Llanquihue con su novísima capital, Puerto Montt. No
sólo llegan profesionales y artesanos capaces de adaptar las técnicas en boga
entonces en Europa, sino un conglomerado de personas que, acostumbrados al
sistema de vida propio de su país, con mentalidad totalmente diferente a la
tradicional del lugar (de honda raigambre española) introducen hábitos de
economía, practicabilidad y confortabilidad que, en el marco de Valdivia, vienen a
resultar revolucionarios y a los cuales no tardan en plegarse sus antiguos habitantes,
por una parte bastante insensibles a los valores de su arquitectura propia
(súbitamente mirada como algo viejo, anacrónico) y por otra parte conscientes de
los valores de la ajena, de deslumbrante apariencia, presentada, además, con el
irresistible atractivo de todo lo importado de Europa.
Tres parecen ser los aportes más radicales que transtornan la concepción
constructiva de la casa, incidiendo más profundamente en sus características totales:
el reemplazo del sistema de postería labrada por tabiques, aun en las paredes
exteriores, el cierre de los corredores por las galerías vidriadas y la regularización del
El gobernador Cayetano Letelier especificaba al Ministro de Hacienda en carta fechada en Valdivia el 26/IV/1821:
La duración de las casas aquí se computa de treinta a treinta y cinco años, poco más o menos, porque siendo de postes enterrados en la
tierra, la humedad de ésta pudre aquella parte de madera sobre que tiene acción y una vez podrido el cimiento Adios casa... de manera que
un hombre que aquí fabrica una no sabe si podrá concluir en ella los días restantes de su vida, pero si sabe que no puede dejar a sus hijos
en qué vivir, si no levanta otra o reedifica la primera, CM. 4717. Esto está sin embargo, en contradicción con otros datos
documentales, como los referentes a las casas del comisario general D. Tomás de Carminati, vendidas ya con uso a los
jesuitas en la misma ciudad en 1749 y expertizadas por el ingeniero Olaguer Feliú en 1801, siendo encontradas en
buen estado, sobre todo en el interior. CG. 705. Vid. supra, 38 y 39.
50
79
uso de miradores insertados en la cubierta, con la consiguiente habilitación del piso
alto. Fuera de esto (y acaso lo que hace más atractiva la nueva moda) las
construcciones comienzan a revestirse de una exornación clásica labrada en perfiles
de madera por medios mecánicos, poniendo al alcance de todos, de manera
económica, formas reputadas por elegantes.
Si bien cada una de estas características había aparecido en embrión durante el
período precedente; es la introducción de nuevas técnicas industriales la causa de su
empleo masivo. L. Benevolo ha señalado cómo tanto el aumento de población
como la inmigración exigen en ese momento histórico la construcción de casas en
cantidad hasta entonces desconocida; la máquina lleva inexorablemente hacia soluciones
menos costosas, el estilo se limita a apariencias formales... considerándolo finalmente como una
simple revestidura decorativa, aplicable a un esqueleto dado51.
El auge constructivo del sur de Chile se inscribe así dentro de un proceso
contemporáneo, cuyas mejores expresiones se dan en el territorio de Estados
Unidos, en las zonas más recientemente incorporadas a la colonización; desde luego,
es absolutamente original en relación al centro de Chile, donde la tradición sigue por
cauces inalterables, y solo similar a concentraciones mineras de fugaz
desenvolvimiento como Copiapó, o a puertos como Valparaíso, La Serena o
Caldera, necesariamente abiertos a la influencia extranjera.
En Valdivia el inglés Carlow tiene montado desde 1823 el primer aserradero
mecánico de Sudamérica52, y cinco años más tarde el norteamericano Robert D.
Burr monta el propio en Dalcahue, dentro de la isla grande de Chiloé53. En 1848 es
un chileno, Manuel Jesús Jiménez, quien en Valdivia da nuevo impulso a este género
de industria, que antes de la regularización de la corriente migratoria alemana
conoce además la instalación en Chaihuín, al sur de Corral, del gran aserradero de la
sociedad Vergara y Cotapos, que desde 1843 emplea más de trescientos obreros; en
LEONARDO BENEVOLO, Historia de la arquitectura moderna, I, Madrid, 1963, 31 y 42.
RICARDO LONGEVILLE VOWELL Memorias de un oficial de marina inglés al servicio de Chile durante los años de 1821-1829.
En Viajes relativos a Chile, traducidos y prologados por José Toribio Medina y ordenados por Guillermo Feliú Cruz, II,
Santiago, 1960, 198.
53 VÁZQUEZ DE ACUÑA, o.c., 86.
51
52
80
1847, en la Aguada del mismo Corral, se monta el establecimiento planificado por el
ingeniero Ernesto Frick, a base de energía hidráulica, el más moderno del país54.
En síntesis, sin llegar a la simplificación de soluciones del género del balloon
frame, invención, según todas las probabilidades, de G. W. Snow55, junto con aislar la
construcción del contacto directo con la humedad del suelo, levantándola mediante
soleras de piedra asentada en mortero de cal, se eliminan simultáneamente los
problemas de descomposición de las maderas y los elevados costos de la postería,
llevándose en su reemplazo a las paredes exteriores del edificio las tabiquerías hasta
entonces relegadas a una protegida interioridad. Terminadas por fuera con tinglados
de tabla lisa y por dentro con este mismo elemento dispuesto en diagonal, se
asegura el arriostramiento estructural contra vientos y terremotos, ofreciendo a la
vez una tersa superficie para extender telas y papeles pintados, que contribuyen a
eliminar toda filtración de aire, ofreciendo una terminación pulcra y agradable a la
vista, cuando no directamente lujosa56.
La aparición de las galerías vidriadas débese obviamente a la facilidad creciente
obtenida en la fabricación del vidrio plano y su irrupción en el mercado con
caracteres de panacea universal. Así como en el centro del país su aparición se
traduciría en el cierre de los patios con grandes claraboyas, en un clima tan lluvioso
como el de Chile austral el cierre de los corredores con este elemento transparente
solucionaba a un tiempo varios problemas, no solo protegiendo las paredes de la
construcción, sino aislándolas térmicamente, generando una zona de estar grata, en
contacto directo con la naturaleza. Los patios empedrados se transforman en
jardines y las plantas de interior irrumpen en las galerías, que son auténticos
invernaderos.
Es difícil determinar con exactitud la aparición de esta modalidad en Valdivia,
pero con seguridad por 1863 ya se está usando en el Liceo de Hombres y en 1873
SAINT AUGUST, Un viaje a la Provincia de Valdivia. Un gran establecimiento industrial. Valparaíso, 1883, 20 sq.
BENEVOLO, o.c., 1, 273.
56 El sistema era usado en construcciones modestas en la época virreinal, cfr. Expediente sobre refacción de la Iglesia misional
de Valdivia, Ms. 1809, CG. 958, 14; se refiere a un edificio de 1769.
54
55
81
en el Seminario Conciliar de Ancud57. En casos más tardíos como la mansión
Roepke, de Valdivia, la galería se ha desarrollado hasta constituir un pabellón anejo
de elegantes ventanales cerrados con arcos de medio punto (fig. 2).
El mirador, consecuencia de la habitabilidad del entretecho desde el momento
en que la armadura de par y nudillo es substituida por tijerales más simples, hace su
aparición simultánea, y ya figura en planos de construcciones dibujados por
Guillermo Frick en 186458. Afectan la apariencia de una desproporcionada lucarna o
mansarda (que también se incorpora al elenco de nuevos elementos arquitectónicos
en boga) centradas en medio del volumen del edificio, interrumpiendo a veces los
dos faldones de la cubierta. Su mejor realización y, sin duda, ejemplar único en el
país, se dio en el palacete construido hacia 1876 por Javier Dueñas Carrera (fig. 3),
magna construcción de planta cuadrada rodeada de clásicos corredores por sus
cuatro costados, centrados a su vez por otros tantos miradores y coronada por una
generosa linterna techada en pabellón, reflejo todo de las excepcionales
solicitaciones espaciales de su emplazamiento, en un lugar eminente, con amplias
vistas sobre el hermoso río Valdivia59.
La decoración estilística
Hemos mencionado el hecho de haber sido el adorno aplicado al esqueleto
constructivo una de las razones del éxito de las nuevas técnicas. Debemos añadir
que se puede seguir una línea progresiva en el desarrollo de esta ornamentación:
desde su relegación a las solas ventanas y sobrias pilastras de perfil neoclásico, hasta
las fantasías de principios de este siglo, pueden observarse pasos intermedios (figs. 4
y 5). Tres hechos sin embargo se dan paralelamente a este desarrollo: uno es la
construcción según el sistema de fachada continua, edificada directamente a ras de
MI. 620, nº 93.
Ibídem, 518, 9.
59 La datación no es precisa, aunque consta que en 1879 se realizó allí un baile de gala fue demolida en 1956,
;
habiéndonos cabido la oportunidad de examinar sus maderas, sus excepcionales escuadrías y su óptimo estado de
conservación.
57
58
82
la acera, otro es el aparecimiento del antejardín, entre la acera y la fachada, y el
tercero, que es simultáneo, el uso creciente de revestimientos y decoraciones de
hierro galvanizado en planchas.
La fachada continua significaba en esta arquitectura una filiación respecto a la
tradición urbana española y prestábase para dar a las fachadas de las casas una
majestad grata a los sentimientos aristocráticos de las familias acaudaladas. Los más
antiguos ejemplos de que hay memoria en Valdivia están representados por la
residencia de Juan de Dios Barril Castelblanco, levantada en 1852 y demolida a los
cíen años cabales (fig. 6), y la de Juan Francisco de Adriasola y Lorca, edificada al
mismo tiempo junto al río en la esquina con la calle Chacabuco y derivada más tarde
al indigno destino de mercado, con el nombre de “vaquería”; esta residencia, dado
lo excepcional de su situación, rompió su fachada abriendo una elegante galería que
con variantes reproducirían otras casonas del mismo género, como la de Rufina
Mena y Guarda (fíg. 7), en el ángulo norponiente de la Plaza de la República y la de
Carlos Anwandter, en la Isla Teja, existentes ya en 1870. Las variaciones de este tipo
de casón con dos plantas principales, claro volumen y sobria decoración se
muestran en ejemplos tan abundantes que sería ocioso enumerarlos60.
La casa exenta, separada de otras no solo por los costados, sino de la acera por
un jardín, permitía automáticamente una mayor libertad en planta y fachada y con
ello proporcionales artificios en la decoración (figs. 8, 9 y 10); su última consecuencia
será el chalet que puebla, con abrumadora cantidad de especímenes, los balnearios
tradicionales de norte a sur del país.
El mérito de esta solución en la zona estudiada, consiste en lo remoto de su
aparición: sábese que el primero fue levantado hacia 1848 como casa de campo,
junto al río, para Ventura de la Fuente y García, ministro tesorero de la hacienda
pública de Valdivia. El apogeo del género se producirá en el momento del tránsito
hacia el nuevo siglo y los primeros años de éste; se han podido detectar sus fuentes
Entre otras el viejo palacio de la Intendencia, destruido por una tromba marina en 1881, las de Anwandter y
Körner, en la calle de la Independencia; la de Santiago Aguirre, en la de San Francisco; la de Juan Angel Agüero y
Guarda, en la plaza (fig. 7); deben citarse construcciones similares en Osorno, Río Bueno y La Unión.
60
83
de inspiración en obras tales como Familien häuser för Stadt und Land, (Berlín, 1906),
usado por constructores en Valdivia hasta los años 1930, en cuyas páginas es fácil
percibir tanto el agotamiento plástico de la época como las ideas burguesas sobre el
concepto habitacional. El neogótico y el neorrománico, el orientalismo (torres
bulbosas) y, en general, todo género de revivals, alternan con elementos art nouveau y
demás expresiones del modernismo aparecidas en Europa Central. El más antiguo
exponente conocido parece ser la residencia de Isabel Henríquez de Fournier,
magnífica residencia de gran programa y ricamente alhajada, levantada alrededor de
1880 en la Plaza de Río Bueno (fig. 11)61.
Una modalidad que marca con sello propio los muchos ejemplos de esta
arquitectura es el aludido uso de planchas de hierro galvanizado, limitado
primariamente al solo revestimiento de cubiertas, en reemplazo de los tejados de
madera, pero que pronto descendió a las superficies verticales, usándose ya en su
forma más simple, planchas acanaladas, o más decorativas, imitando textura de
ladrillo, almohadillado de piedra o diseños ornamentales como escamados,
hexágonos o figuras geométricas de contornos multiformes (fig. 12). Todo este
material importábase por catálogo, primero desde Inglaterra y luego desde
Alemania, y representó un brillante desarrollo del arte de la hojalatería, promovido a
un grado de verdadero virtuosismo. Calles valdivianas, como la de General Lagos,
ofrecen hasta hoy notables muestras del género que, sin lugar a dudas, produjo de
una parte aciertos notorios y de otra representa nítidamente el sentir de una época,
expresado en determinados casos de manera magistral. La practicidad de este
elemento impermeable, que a la vez protegía las maderas de la combustibilidad
transmitida en caso de un incendio venido de una propiedad vecina, explica su
propagación, que debe ser citada como manifestación típica de un momento
histórico de la construcción en madera62.
En Chiloé se desarrolló a fines del XIX y principios del XX una escuela local de
constructores, cuya fuente originaria era la ebanistería propiamente tal. Achao, en la
61
62
HERNÁN KOENIG, Las casas del Sur, en El Correo de Valdivia, 31 de marzo de 1949.
BERNARDO HANTELMANN Z., Monografía de la edificación en Valdivia, en El Correo de Valdivia, 11 de agosto de 1963.
84
isla de Quinchao, cuenta con notables ejemplos de casas construidas por mueblistas,
entre las que sobresale además por su relación con el paisaje, a pesar de sus moldes
urbanos, la de la familia Bóquez Andrade, de principios de siglo (fig. 13)63. Llama la
atención en todas ellas la virtuosidad y variación de los revestimientos de paredes
con tejuelas de finas maderas (fig. 14).
Nueva faz de las ciudades del sur
No es del caso detenerse aquí en un estudio sobre los artífices de esta
arquitectura que, entre arquitectos, ingenieros, constructores y artesanos, forman
legión. Merecen citarse, sin embargo, algunos nombres que pueden ayudar a título
de mera orientación. Desde luego, es frecuente tanto en Valdivia como en Chiloé la
confección de planos y la construcción de edificios importantes, sobre todo
públicos, por profesionales, como Manuel Aldunate, empleados en el Ministerio de
Obras Públicas u otra importante dependencia fiscal64.
Los ingenieros Guillermo y Ernesto Frick, y Guillermo D611, están activos en
Valdivia desde antes de 1850, en que aparecen Augusto Eisendecher, Federico
Hettich, Santiago Bracuning [sic] y otros que sería largo enumerar. En Osorno
vemos actuar en 1865 a Santiago Momberg y Ernesto Ewrtz como “facultativo”65.
En Ancud se cita en 1859 como “ingeniero alemán” a Francisco Stolf que, por
octubre de aquel año, confecciona los planos para el nuevo Seminario Conciliar,
diciéndose que tiene su residencia en Llanquihue66. A estos hombres débese un
avance considerable en la calidad de la construcción en madera, que culmina en
Valdivia desde el momento en que, incendiada la ciudad en 1909, es necesario
reconstruirla en un instante de gran auge económico; casas como la residencia
Commentz Hoffmann, Hoffmann Deppe o Skalweit Haverbeck, obra del industrial
63 Información proporcionada por el arquitecto Hernán Montesinos, del Instituto de Teoría e Historia de la
Arquitectura de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile.
64 Cfr. Anales de la Universidad de Chile, LXVIII (Santiago, 1885), 1031 y MIRIAM WAISBERG, La Clase de Arquitectura y
la Sección de Bellas Artes, en Revista de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile, I. Santiago, 1961, 32 sq.
65 MI 444
.
.
66 Ibidem, 280, n° 103.
85
Rodolfo Auras, son muestras arquetípicas de una manera de hacer perfecta, que
desbordaría los limites provinciales hasta realizar en la capital la ebanistería de obras
tan importantes como el Banco Central, el Hotel Carrera o el Palacio Cousiño de
Macul, ya casi en nuestros días.
Más importante, con todo, es destacar el radical cambio que en su fisonomía
experimentaron las antiguas poblaciones de vieja tradición española, transformadas
en escenario de típico carácter centroeuropeo, si bien siempre con toques propios.
En una memoria publicada por Manuel S. Fernández, en 1854, se indicaba que
en tres años la sola ciudad de Valdivia había levantado en su casco urbano 208
edificios y refaccionado al nuevo estilo más de 300 antiguos67. El año anterior, R.
Manns apuntaba: Valdivia ha cambiado favorablemente de aspecto y desde mi llegada el lujo
entre chilenos y alemanes ha aumentado... ¡hasta existe a la fecha un edificio de tres pisos! 68. De
San Carlos de Ancud escribía antes el intendente Eugenio Necochea al asumir su
puesto que, planteada en un terreno desigual se asemeja algo a la [población] que hay en los
cerros y quebradas de Valparaíso; tiene bastante extensión, se encuentran muy buenas casas, todas
de madera y algunas empapeladas, como la de D. Juan Felipe Carvallo69.
Es lírica la descripción que Carlos García Huidobro hace de Corral, el puerto
de Valdivia, en 1864: todas las ideas que teníamos de edificios, todas las ideas de vegetación que
podíamos habernos forjado en nuestra mente, todas las ideas de gusto arquitectónico, de caprichos de
ornato, de jardines de casas poéticas etc., se desvanecen a la vista de Corral. Acostumbrados a ver
nuestros edificios de ladrillos o adobes, con su aspecto tan severo y sombrío.... y encontrar ahora un
género de casas enteramente nuevo, podré decir un estilo joven, alegre y risueño, produce una
impresión muy agradable; la pesadez y seriedad de los edificios del norte, se reemplaza aquí por una
ligereza de gusto y alegría en el edificio que nos resalta inmediatamente. Las casas son muy
pequeñas pero todas de madera y pintadas al óleo con diversos colores... Las ramas de los árboles
caen sobre las casas y parece que las albergan, resaltando ellas del fondo obscuro de los vegetales...70.
GABRIEL GUARDA O. S. B.
Anales de la Universidad de Chile, XX, Santiago, 1854, 205.
R. MANNS, Geschichtliche Monastsblaeter.
69 Cfr. RChHyG. 82. Santiago, 1937, 10.
70 Anales dé la Universidad de Chile, XXV. Santiago, 1864, 450.
67
68
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SIGLAS
AGI.: Archivo General de Indias, Sevilla.
AJCh.: Archivo de Jesuitas de Chile, Archivo Nacional, Santiago de Chile.
CDIHCh.: Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Chile.
CG.: Archivo de la Capitanía General, Archivo Nacional, Santiago de Chile.
CHCh.: Colección de Historiadores de Chile...
CM.: Archivo de la Contaduría Mayor, I” Serie. Archivo Nacional, Santiago de
Chile.
FV.: Fondo Varios. Archivo Nacional, Santiago de Chile.
MI.: Archivo del Ministerio del Interior, Archivo Nacional, Santiago de Chile.
RA.: Archivo de la Real Audiencia, Archivo Nacional, Santiago de Chile.
RChHyG.: Revista Chilena de Historia y Geografía.
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MOBILIARIO LUSO-BRASILEÑO EN EL RIO DE LA PLATA
SIGLO XVIII
L
AS influencias luso-brasileñas en las artes virreinales rioplatenses del siglo
XVIII
fueron muy fuertes, especialmente en la arquitectura, la orfebrería y el
mobiliario. Tan preponderantes llegaron a ser esos aportes que podemos afirmar
que, en la citada centuria, el mueble luso-brasileño (ya fuese importado o hecho en
el Río de la Plata por artesanos de ese origen) desplazó por completo al mueble
español y perduró casi toda la centuria siguiente.
Ya me he referido en otra oportunidad a las causas de esa poderosa influencia,
destacando más que las razones de vecindad geográfica, las del sistema monopolista
español, que obligó a las alejadas regiones del Plata a realizar un activo contrabando
para poder sobrevivir. Cuando se estudia cualquier aspecto de nuestra historia, es
forzoso tener en cuenta continuamente el cambio de panorama económico sufrido:
las hoy ricas y florecientes regiones de la América Austral fueron las más pobres y
abandonadas durante el período hispánico, que concentró su atención en las zonas
mineras, pobladas por indígenas de más avanzada civilización desde antes del
descubrimiento. El cierre casi total del comercio rioplatense provocó un auge
extraordinario del contrabando, y sabido es que la ciudad de Colonia del
Sacramento debió su creación y prosperidad no sólo a propósitos de expansión
geopolítica sino también a ese contrabando. Desde luego, no fue Portugal el único
país que comerció clandestinamente con el Río de la Plata, pues en tal sentido
Holanda, Francia y sobre todo Inglaterra tuvieron activa participación. Pero es
evidente que en lo que se refiere al tema nuestro, la intervención luso-brasileña fue
fundamental y decisiva.
No obstante nuestra búsqueda, la documentación compulsada no me ha
permitido saber con certeza en que medida se importaba (legal o ilegalmente) el
96
mobiliario, y en qué grado se lo fabricaba aquí. En general, por razones obvias, me
inclino a suponer que se prefirió importar la madera y tallarlo localmente. Esto lleva
a pensar en qué medida fue obra de artesanos portugueses o españoles, y también
en este aspecto supongo que primó la mano de obra extranjera, pues como veremos
más adelante, se registran numerosos nombres de carpinteros, tallistas y ebanistas
portugueses que consiguieron asentarse en estas regiones pese a las expresas
prohibiciones reales. Esto no obsta para que los artesanos locales hayan aprendido y
copiado los modelos importados, cosa que se aprecia sobre todo en el interior del
país, pero lo evidente es que el mobiliario llamado de don Juan
V
y después el de
José I desplazó por completo al español hasta bien avanzado el siglo pasado. Luego,
después de las luchas civiles que ensangrentaron al país en el período de su
organización, comenzó el aluvión inmigratorio europeo y el tremendo desarrollo
comercial, que terminó de cortar los lazos con España. El mobiliario europeo,
francés o inglés, y por cierto no siempre de muy depurado gusto, fue arrinconando
al viejo mueble llamado “colonial”, hasta que el redescubrimiento de su valor
artístico lo sacó del olvido para convertirlo en pieza de museo o lujo de
coleccionistas y pudientes.
Breve historia del mueble español y portugués
en el siglo XVIII
Un fenómeno interesantísimo debe hacerse notar en la evolución del
mobiliario peninsular: su paralelismo hasta fines del siglo XVII y su absoluto divorcio
a partir de ese momento. Tanto el mueble español como el portugués sufrieron un
desarrollo muy parecido desde la Edad Media, al extremo de podérselo confundir a
veces. La silla de brazos renacentista, de formas rígidas, cedió su lugar en el siglo
XVII
a la silla o al sillón de alto respaldo, las más de las veces formado de cuero
repujado y a veces terciopelo o damasco. Las únicas diferencias apreciables entre lo
lusitano y lo hispano radicaban en la mayor riqueza de los primeros: los cueros
97
portugueses trabajaban más cargadamente que los cordobanes; los clavos eran más
grandes; los pies más torneados, y los travesaños más ricamente tallados.
A mediados del siglo xvii las artes portuguesas recibieron fuerte influjo
holandés, que exportó a dicho país no sólo muebles sino también gran cantidad de
azulejos de Delft. No olvidemos que esos aportes llegaron también al Brasil, pues
que, de 1632 a 1654, Pernambuco estuvo bajo el dominio de Holanda. De esta
época data la adopción de esas gruesas patas de mesa con enormes discos y bolachas,
así como el uso de cierto típico estriado que los portugueses llaman tremido,
inventado por los alemanes y flamencos al usar un tipo especial de cepillo de
carpintero. Estos motivos decorativos, conjuntamente con los paneles de
altorrelieve
llamados
almofadas,
caracterizaron
al
mueble
luso-brasileño,
especialmente en armarios y mesas, si bien no influyó mucho en nuestro mobiliario,
aunque se importaron algunas piezas de gran categoría que actualmente figuran en
museos y colecciones privadas.
Pero al llegar al siglo
XVIII
se produjo una curiosa bifurcación de fundamental
importancia para nuestro estudio, pues en tanto que el mueble español pasó casi
bruscamente a formas barrocas y pesadas, el portugués se afinó derivando
rápidamente hacia una estilización curvilinea de indudable filiación inglesa. En
términos generales, hay que reconocer que España se mantuvo un tanto al margen
de la evolución refinada que se adueñó de Europa en esa centuria, en tanto que
Portugal aceptó los avances de la vida confortable que imperaba en las cortes de
Francia e Inglaterra. No es ahora el momento de investigar y analizar las causas,
98
pero es evidente que en el siglo que con razón fue llamado del reinado de la mujer y de
la silla, España continuó con su línea severa, prefiriendo una dureza austera a la
muelle blandura que la moda y el avance de la civilización imponían en el resto del
mundo.
Lo cierto es que podemos afirmar que el mueble inglés y su derivado
portugués no tuvieron boga alguna en España y sus colonias, excepto en el Río de la
Plata y zonas de influencia, como ya veremos. No deja de ser curioso que la única
región española donde se usó ese tipo de mueble fue Galicia, vecina precisamente a
Portugal. El mejor ejemplo de esto se puede ver en el salón de actos del Hospital
Real (hoy transformado en Hospital de los Reyes Católicos), de Santiago de
Compostela, donde hay un conjunto de sillas y sillones que encuadran
perfectamente dentro del tipo lusitano.
Sabido es que Inglaterra y Portugal mantuvieron y mantienen estrecho
contacto desde los tiempos del casamiento del rey Don Juan
I
con Felipa de
Lancaster y sobre todo desde la época de la guerra de separación de España. El
tratado de 1661 estipuló, entre otras cláusulas, el casamiento de doña Catalina de
Braganza, hija de Juan
IV,
con Carlos
II
de Inglaterra, lo que afianzó más los
contactos. Cuando en 1693 la reina Catalina regresó a Portugal, el influjo inglés se
acentuó, pues no sólo llevó su mobiliario sino que impuso sus modas de trajes y
costumbres, incluso contrariando la voluntad de su hermano Don Pedro II. A su
vez, Portugal dejó en Inglaterra muchos aportes orientales a través de los variados
objetos que llevaba de Japón y China, lo que ciertamente influyó en el mobiliario,
especialmente en los dibujos de su tapizado. Aún más, muchos tratadistas sostienen
que de estos contactos con Oriente arranca el origen de la pata en forma de garra de
tres uñas apretando una bola, en lo que se pretende ver un simbolismo budista.
Lo cierto es que a partir del último tercio del siglo
XVII
el mueble inglés ya
había hecho su penetración en Portugal. La guerra con España y las relaciones poco
cordiales con Francia favorecieron este predominio inglés, en tanto que lo francés se
imponía en el resto del mundo. Portugal aceptó de buen grado las hermosas líneas
99
del moblaje inglés, enriqueciéndolo con expresiones más barrocas, y sólo en vísperas
del rey José I (1760-1777) comenzó a notarse cierto afrancesamiento, especialmente
en el empleo de formas rococó en la terminación de patas y en los penachos de los
respaldos.
El mueble inglés que dió origen a la versión portuguesa es el que se llamó
“Guillermo y María”, y sobre todo el “Reina Ana”, en boga a fines del siglo XVII. En
la colección Untermyer, del Museo Metropolitano de Nueva York, hay ejemplares
de sillas y sillones ingleses cuyo parentesco con el mobiliario portugués salta a la
vista. Desde luego, con esto queda dicho que no comparto la opinión de Nogueira
de Brito así como la de Olivier, quienes ven el origen de las formas juaninas en el
mobiliario de los Borbones franceses.
Los aportes gálicos son de menor importancia y llegan al mobiliario portugués
cuando éste alcanza su madurez, ya mediada la centuria. Conservando la silueta
general del mueble inglés, pero con el refinamiento del rococó y la imaginación
barroca portuguesa llega a crearse este tipo de mueble que se ha divulgado bajo el
nombre de “juanino” o “Juan V”, pero que en realidad alcanza su pleno desarrollo
en tiempos de su sucesor.
Queda así delineada una secuencia de filiación artística (Holanda, Inglaterra,
Portugal, Brasil, Río de la Plata) en la que acontecimientos políticos y económicos
tuvieron decidida participación, originándose de tal modo un curioso fenómeno de
producción artesanal lusitana en medio del imperio hispánico. Y aún cabría agregar
que esta influencia portuguesa no se concretó a lo rioplatense sino que se adentró
por el centro y norte del país e incluso llegó a Chile, como lo prueban las
abundantes piezas de las colecciones de Mercedes Larrain de Iñiguez y de Pedro
Ruiz Tagle, erróneamente clasificadas como de estilo “Reina Ana”.
Los artesanos
Ya en otra oportunidad me he referido a la notable abundancia de artistas y
100
artesanos portugueses que hubo en el Río de la Plata desde comienzos de la
colonización. La mayor riqueza de los Virreinatos de Nueva España y Perú atrajo a
los artistas, que en México, Lima y Quito tenían mayores y mejores oportunidades
de desarrollar sus habilidades y ganar dinero. La prohibición de comercio directo
con España fue otro factor decisivo en esta carencia de artesanos, al mantenerse
estancada la vida de estas regiones. Los comerciantes limeños se opusieron siempre
a que se abriese al comercio las zonas del Plata, con evidente intención de colocar
así sus productos. Más, viendo que a favor de esa prohibición la industria brasileña
tenía franca acogida en Buenos Aires y zonas del interior, lograron del Rey de
España que crease en 1622 la aduana “seca”, situada en la ciudad de Córdoba, que
cargaba con impuestos del 50 % a todos los productos que se llevasen al Perú
provenientes de estas regiones. Al mismo tiempo se promulgaron nuevas
pragmáticas, prohibiendo terminantemente la entrada de todo producto foráneo e
incluso llegó a disponerse la expulsión de los extranjeros y en especial de los
portugueses que, legal o ilegalmente, hubiesen asentado sus reales en estas zonas.
Pero como la carencia de artesanos era tan grande y los lusitanos eran bien
vistos y cotizados por su habilidad, en repetidas oportunidades el Cabildo de
Buenos Aires se negó a cumplir dichas órdenes. Abundan en las Actas Capitulares
las referencias a Reales Cédulas disponiendo la expulsión, a las que se respondía con
la clásica fórmula de acatar y no cumplir. Leída en sesión la pragmática, la besaban, la
ponían sobre el corazón, y de inmediato iniciaban una reclamación ante el Consejo
de Indias, expedienteo que se prolongaba largos años, mientras los artesanos
portugueses continuaban con su labor sin ser molestados.
En razón misma de ser el mobiliario obra popular y anónima, es muy difícil dar
con precisión nombres de artesanos lusitanos que hayan trabajado en el Río de la
Plata en esa especialidad. Los Censos y Padrones abundan en nombres, pero dan en
forma imprecisa el oficio de cada uno, pues tan pronto los llaman carpinteros como
estatuarios o escultores o Billeteros. Sólo en los casos de carpinteros de ribera, es decir
navales, se aclara bien y se limita su oficio. Como además, en un trabajo anterior dí
101
una nómina de 42 artesanos de la madera, en esta oportunidad sólo voy a agregar
algunos nuevos nombres aparecidos y aquellos que específicamente consta que
trabajaron en ebanistería.
Entre los carpinteros que no figuran en la nómina citada mencionaré a Blas
Gómez Cansado, Antonio de la Rocha Bautista, Alfonso Caraballo, Manuel Antonio
y Domingo Castro. Todos estos se avecindaron en Buenos Aires de 1617 a 1619,
con permiso del Cabildo. En 1778 consta que actuaban como tallistas Cosme
Duarte, Eduardo Fernández y Francisco Pereyra, los tres portugueses. Oriundo de
Oporto era Juan de Acosta Azevedo, carpintero y tornero de obra negra. Juan de Acosta,
de nación portuguesa y de oficio tornero con especial habilidad y único en este oficio actuaba en
Buenos Aires hacia el primer tercio del siglo
XVIII;
cuando llegó la Real Cédula de
1738 disponiendo la expulsión de todos los extranjeros, el Cabildo se opuso
terminantemente a la salida de Acosta, prueba indudable de su valía y de la
necesidad de artesanos que había en el Virreinato. En el Censo de 1748 figura como
Billetero o fabricante de sillas, Juan Pablo Maidana. Y aún cabe suponer que Manuel
Días, Domingo Pereira de Braga, Pedro Carmona y José de Sosa Cavadas actuasen
también como ebanistas; por lo menos hay en nuestros museos y colecciones
algunas piezas de tal calidad que sólo escultores habilísimos eran capaces de
ejecutar. Es probable que para la obra gruesa tuviesen a su servicio a aprendices o
carpinteros de menor valía, pero las tallas del famoso sillón de la Catedral (fig. 4), o
las del escaño de La Merced (fig. 6) muestran la mano de artistas hechos a trabajar la
escultura delicada y minuciosa de la imaginería o el retablo.
Schenone y Ribera, en el Catálogo de la Exposición del Arte Luso-Brasileño en
el Río de la Plata, 1966, dan una nómina de 38 artesanos portugueses de la madera,
entre carpinteros, tallistas, ensambladores, etc., algunos de los cuales han sido
probablemente ebanistas, pero como los documentos de donde fueron tomados
esos datos no lo aclaran, se ignora si realmente tuvieron relación con el tema que
nos ocupa. De todos modos, esa nómina, agregada a la que acabo de dar, es buena
prueba del predominio artesanal portugués en el Río de la Plata hasta llegar al
102
período de nuestra Independencia.
El material
En los primeros tiempos de la colonización se echó mano de toda clase de
maderas para construir muebles. El Padre Sánchez Labrador ha dejado una nómina
extensísima de ellas, y a juzgar por los ejemplos que nos han llegado, las preferidas
fueron el nogal, el cedro, el roble del país o palo-trébol, el iviraró y el palo-santo.
Entre nosotros el palo-santo (bulnesia Sarmientii) y el jacarandá o pau-preto
(prosopis Kuntzei) son dos maderas distintas, en tanto que en Portugal se los
confunde como si fuesen una misma cosa.
Por supuesto, todas estas maderas se traían de las misiones jesuíticas del
Paraguay o de los bosques del norte, pues es bien sabido que la vegetación chaparra
de las pampas no producía madera apta para trabajos de ebanistería. Al promediar el
siglo
XVII
comenzó a popularizarse el jacarandá, que llegó a desplazar casi
totalmente a las demás maderas. El uso de este material continuó hasta pleno siglo
XIX,
cuando el mueble portugués fue reemplazado por el Luis Felipe, para el cual se
prefirió la caoba, utilizada tanto en tablas como en enchapado.
Evidentemente las enormes distancias a que se encontraban los bosques
misioneros y norteños hizo que se prefiriese la importación de maderas del Brasil,
que resultaban más económicas. Entre 1821 y 1825 se publicó en Buenos Aires un
periódico titulado El Argos, en cuya primera plana figuraban las listas de entrada y
salida de barcos con sus cargamentos, así como otros avisos comerciales, en los que
encontramos abundantes pruebas de lo que acabamos de manifestar. Así, por
ejemplo, en el n° 25, del año 1822, puede leerse el siguiente aviso: Al lado de la plaza
del Fuerte, en la casa que hay junto a la Fonda Inglesa, se halla en venta una porción de tablones,
tirantes y trozos de jacarandá recientemente importados. Y en el n° 41: Bergantín nacional
María, de la Bahía de Todos los Santos, salió el 23 de abril, su capitán D. Pantaleón Pereyra,
cargamento azúcar, almidón y maderas, consignado a D. Custodio José Moreira. O si no en el
n° 42: Goleta portuguesa Venganza, del Río Grande, salió el 28 de mayo, al mando de su
103
capitán D. Antonio Trabajos de Rosa, cargamento yerba y tablas, consignado a D. Bernardo José
Besa.
Además, es bien conocido el libro de Concolorcorvo, en el que afirma que en
1773 había en Buenos Aires pocas casas altas, pero unas y otras bastante desahogadas y
muchas bien edificadas, con buenos muebles que hacen traer de la rica madera del Janeiro por la
Colonia del Sacramento.
Aun cuando ya lo hemos expresado en trabajos anteriores, cabe repetir aquí
algunos datos tomados de inventarios sucesorios que traen más pruebas en favor de
lo antedicho. Así, en el inventario de los bienes del portugués Fernando de Horta,
fechado en Buenos Aires en 1606, se habla de un catre de palo santo del Brasil; en el
inventario de Francisco Gaete, de 1665, se mencionan seis sillas del brasil de madera de
jacarandá, dos cajas con cerraduras de madera del brasil, una carreta y caja de madera del Brasil.
Finalmente, entre los bienes de doña María de la Vega, fallecida en 1664, figuran un
estrado grande de jacarandá con balaustres y molduras, tres tarimas para el mismo, 24 sillas de la
misma madera, dos bufetes de jacarandá, seis taburetes y un contador de la misma madera.
Sillas y sillones
En las sillas y sillones es donde mejor se puede seguir la evolución de las
formas en su tránsito de lo español a lo portugués. Ya hemos dicho que durante los
primeros tiempos de la colonización predominaron los sillones fraileros, de formas
104
rectas, asiento y respaldo de cuero, con tallas hechas muchas veces con cuchillo o
herramientas toscas. A lo sumo ha de haberse usado en el estrado de los
Gobernadores, Oidores y Alcaldes o en los salones de las familias pudientes, esa
típica silla con patas torneadas y alto respaldo de cuero liso o repujado. Las únicas
variantes dentro de estos tipos consistían en la mayor o menor abundancia de
claveteado y, a veces, el uso de damasco acolchado en lugar del cuero, tanto en el
asiento como en el respaldo.
Estas formas más o menos rígidas fueron cediendo su lugar a otras más
barrocas, en las que todo el juego estético se hacía en base a curvas y contracurvas,
reemplazando el respaldo de cuero por madera, ya fuera plena, en forma de jarrón o
violín (el llamado respaldo violonné), o bien perforada con entrecruzamiento de
varillas ligeras. A medida que el barroquismo se fue acentuando, el abandono de las
líneas rectas fue mayor, llegándose incluso a la disimetría de las formas, visible en
los penachos que a veces coronaban los respaldos, o en las tallas que adornaban los
travesaños.
Uno de los rasgos dominantes de este mobiliario lusitano-rioplatense es la
variedad de curvaturas de las patas y sus terminaciones. Desde la pata ligeramente
curvada se llega hasta la oposición de dos curvas violentas, que en el Río de la Plata
se llamó “pata de cabra”, y que no es otro que el cabriolé francés, transformación de
la designación inglesa de cabriole-leg. En realidad, entre nosotros se acostumbró
referirse más al extremo mismo de la pata, al hablar de “pata de burro” o “pata de
105
cabra”. La pata en forma de garra, tipo Reina Ana, fue poco usada en el Río de la
Plata, prefiriéndose la de cabra, que más tarde derivó hacia la de “voluta” por
influencia francesa. La “pata de burro” es una variante tosca del club-foot inglés, y su
aspecto varía desde la forma achatada que recuerda la cabeza de una víbora (el snakefoot que tanto usaron los norteamericanos) hasta una especie de estilización de la
pezuña o vaso del burro. El ejemplo que nos muestra la figura 1, procedente de
Córdoba, es típico de la manera tosca que denota al artesano local, carente de la
habilidad de los portugueses. Es una silla baja, que aquí denominaban “ratona”, con
pata de burro o mejor aun de víbora, y el asiento de cuero toscamente repujado. Las
patas posteriores y travesaños son aun rectos y el jarrón o violonné sumamente
pesado.
Sin llegar todavía a la finura y gracia que veremos después, la silla de la figura 2,
perteneciente a la catedral de Buenos Aires, nos muestra ya una evolución hacia lo
portugués mucho más acentuada. Aún conserva las patas traseras rectas, pero las
delanteras se curvan tendiendo a la pata de cabra, y terminan en unas volutas que
muestran cierto afrancesamiento de las formas. El respaldo es pleno, pero tapizado
en terciopelo como el asiento.
En cambio la silla que ejemplifica la figura 3 es obra mucho más avanzada, en
la que las curvas y contracurvas dominan. La pata es cabriolé, pero en lugar de la
pezuña caprina tiene unas tallas con tendencia al rococó, que se repiten en la parte
superior de las patas, en la faja central del bastidor y en el remate del respaldo. Este
es sumamente interesante porque las líneas que lo delimitan ya no son continuas
sino que se quiebran en oposición de curvas y contracurvas, aparentando estar
formado por varias piezas distintas.
Pieza máxima en la ebanistería portuguesa en el Río de la Plata es el sillón
perteneciente a la Catedral de Buenos Aires (fig. 4), durante mucho tiempo atribuido
erróneamente al jesuita José Schmidt. Era éste un hábil artesano bávaro, que tuvo
destacada actuación en obras de arquitectura, pero no hay ningún documento ni
indicio que justifique esa atribución, como no hay tampoco certeza de que haya sido
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fabricado en los talleres jesuíticos de San Pedro Telmo, como se ha dado en decir.
De todos modos, es pieza de extraordinaria calidad, sobre todo por la finura y gracia
de sus tallas, fuertemente influenciadas por la rocaille de moda, como lo prueba la
venera o coquilla del penacho, colocada entre volutas que crean una especie de
frontis, forma de origen inglés muy usada en Portugal.
Este sillón influyó mucho en el mobiliario rioplatense, apareciendo con
frecuencia copias más o menos inspiradas en él, como el que pertenece al
monasterio de clarisas de Buenos Aires, u otro que también existe en la Catedral, o
un sillón muy parecido a éste existente en San Francisco, de Salta. Es interesante
poner en paralelo el sillón de la catedral con los otros para ver la diferencia esencial
que va de la delicada artesanía portuguesa a la tosquedad de los carpinteros locales.
Una variedad que se usó mucho en nuestro país fue la de las sillas
“encadenadas” o escaños de tres, cuatro y cinco sillas unidas. Dos ejemplos
mencionaremos en esta ocasión: uno de ellos pertenece a la catedral de Buenos
Aires (fig. 5) y aunque la línea anglo-portuguesa sea dominante, las tallas muestran
decididamente el avance de lo francés. El otro ejemplo (fig. 6) se sabe que perteneció
a los mercedarios, como lo prueba el escudo de la Orden esculpido en el remate o
florón. Muestra una curiosa oposición entre la tosquedad de sus patas de burro y la
finura de los remates, así como la violenta torsión de los brazos extremos
Por último, cabe anotar que la silla de ángulo, que los portugueses llaman
cadeira de canto, también fue usada en el Virreinato del Río de la Plata.
Las mesas
Idéntica evolución puede advertirse en las mesas. El tipo español de mesa de
pata torneada sólo existió en los primeros tiempos coloniales, para ceder pronto su
lugar a expresiones foráneas: el mueble directamente importado del Brasil o el
realizado aquí, pero por artesanos portugueses, y de acuerdo a las formas que
imperaban en su país de origen.
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Existen en colecciones privadas, museos e iglesias algunos ejemplos del mueble
brasileño (figs. 7 y 8) llamado de bolachas, y aun cuando son piezas de gran valor
artístico, la certeza de que han sido traídas de Río de Janeiro les resta importancia
para nuestro estudio. En cambio hay todavía infinidad de mesas, en todas sus
variantes: de centro, de arrimo, de aletas, extensibles, ratonas, etc., cuyas líneas y
características responden al proceso que acabamos de analizar en las sillas. Aparecen
desde las patas ligeramente curvadas hasta la oposición de dos curvas que generan la
pata cabriolé (fig. 9), que en algunos casos llega a ser de violentísima curvatura (figs. 10
y 11).
La pieza de mayor valor, equivalente por su importancia al sillón catedralicio,
es la enorme mesa de la sacristía del Pilar, de Buenos Aires (fig. 12), de furioso
barroquismo en sus curvaturas y tallas, y cuya tapa de mármol la hace de peso
descomunal.
Las camas
Desde luego, no cabe suponer que el resto del mobiliario pudiese apartarse de
lo que hemos visto y estudiado. La influencia portuguesa fue también dominante en
las camas, como lo prueba la simple comparación de la figura 14 con la lámina LXIII
del libro de Silva Nascimento. Ambas tienen seis patas de tijera, dosel sostenido por
columnas de estrías en espiral, cabecera recortada y sumamente tallada terminada en
plumero, etc.
Las patas, sobre todo cuando no eran de tipo tijera, siguieron idéntica
evolución que las de las sillas, así como los respaldos. Algunos de estos llegaron a
ser tan ricamente esculpidos que alcanzan la misma jerarquía que el famoso sillón de
la catedral, como por ejemplo una cama que pertenece a la familia de Fernández
Blanco de Gowland, de la cual lamentablemente no pude obtener fotografía.
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Las cómodas
El viejo arcón, arca o baúl, pesado e incómodo, fue cediendo su lugar a la
cómoda, mueble de origen italiano que pronto fue adoptado por casi todos los
países europeos. En Portugal y Brasil se prefirió el tipo llamado “cómoda-papelera”,
combinación de guardarropa y escritorio. La tapa, inclinada, al rebatirse formaba la
mesa de escribir, dejando entonces al descubierto toda la cajonería, frecuentemente
con algunos cajoncillos secretos, llamados así ya sea por su ubicación disimulada o
por la forma de abrirse.
No es raro ver el tipo de “cómoda-retablo” que llevaba sobrepuesto al mueble
de base un segundo cuerpo en forma de armario, en cuyo interior se colocaba la
imagen de devoción del dueño de casa. Es en estos muebles donde puede verse con
más evidencia el aporte inglés; el magnífico ejemplar que ilustra la figura de la página
82 del catálogo de la colección Muñiz Barreto parece en verdad inspirarse en los
clásicos bureau-cabinet ingleses, como los dos que posee la colección Untermyer del
Museo Metropolitano de Nueva York. Desde luego, estos no tienen las curvas ni las
tallas portuguesas, y además la parte superior se usa para guardar papeles o libros en
lugar de santos, pero la idea de colocar ese elemento Vertical sobre la cómoda
misma es inglesa, creando así uno de los muebles más típicos del mobiliario sajón.
La cómoda-retablo de la colección Muñiz Barreto a que me refiero consta que
procedía de Pernambuco, y es muy interesante porque el remate del nicho muestra
esa combinación de frontis a la manera inglesa con un triple penacho a lo portugués,
lo mismo que el sillón de la catedral de la figura 4.
La cómoda-escritorio estilo “Don José” que ilustra la figura 15, procedente de
Río de Janeiro, fue muy común en nuestro país hasta tiempos recientes. Incluso
cuando la moda Luis Felipe desalojó al mueble hispano-lusitano, este tipo de
cómoda persistió de tal modo que se produjo una hibridación mitad francesa, mitad
lusitana, realizada por lo general en caoba, en lugar de jacarandá.
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Todas estas cómodas, con más o menos variantes, adoptaban la misma forma:
costados planos, frente cóncavo-convexo-cóncavo, y ángulos a 45 grados, muy
tallados, terminando en dos anchas patas puestas también en escorzo, generalmente
de voluta y tallas muy acentuadas. Aún cuando se conservan ejemplares con taraceas
e incrustaciones, el tipo dominante y corriente carecía de ellas, reservando su lujo
para las abultadas tallas, los herrajes y el acentuado bombée de su frente, de corte
netamente juanino.
Aún quedaría por estudiar el aporte luso-brasileño en los retablos e imaginería,
pero esto significaría salir del estricto campo que hemos fijado para este artículo. De
todos modos, digamos que también en estos dos aspectos de las artes de la madera
hubo también fuerte influencia, contribuyendo a la formación de este curioso islote
artístico en un medio si no hostil, por lo menos ajeno y extraño.
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CARPINTERIA DE PUERTAS EN LA CAPITANIA
GENERAL DE CHILE
L
AS puertas de madera de la Capilla Real del “Perdón” (de monumentales
proporciones) en la Catedral de Granada, las de las iglesias de San Francisco
de Salamanca, San Martín de Sevilla, de la Catedral de León, del palacio del
Infantado en Guadalajara y la del palacio de Oñate en Madrid, son algunos ejemplos
aislados de una lista interminable de realizaciones que muestran el extraordinario
grado de perfeccionamiento técnico-artístico de estos elementos arquitectónicos, en
la España del siglo
XVI,
época de la llegada a Chile de su conquistador y capitán
general Pedro de Valdivia.
No dudamos que los esfuerzos de los primeros carpinteros llegados a esta
región se encaminaron a reproducir lo que se había hecho y se estaba haciendo en la
madre patria. Resulta por lo tanto difícil observar, salvo una excepción que ya
veremos, características propias u originales en la carpintería de puertas de la
arquitectura colonial chilena y, más aún, afirmar algo exacto en este sentido si se
considera que necesitaríamos visualizar estos elementos no sólo en Chile, sino
también en Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Centro América, México, California y
por último España misma.
Sin embargo, es posible hacer referencia a cierto aspecto que podríamos llamar
local o nacional, que nos parece no ha sido profundizado por los investigadores,
cual es el variado, permanente y adecuado uso por parte de los constructores de la
época, de la madera que abundaba a lo largo de Chile.
La lista de los árboles que existían en el territorio de la Capitanía General
sobrepasa el centenar, y sólo mencionamos aquellos que pudieron ser utilizados: el
alerce, con el que fabricaron numerosas embarcaciones; el algarrobo; el avellano; el
canelo, utilizado con frecuencia para roperos, por su resistencia a la polilla; el ciprés
121
de la cordillera (sillería de coro y artesonado de la nave central de San Francisco); el
de las Guaitecas; el coigüe que crecía en la zona central y con el que se hicieron los
pilares de los corredores de la hacienda jesuítica de Calera de Tango; el laurel; el
lingue; el luma, famoso por su dureza por lo que se le utilizaba para puntas de arado,
ejes y varas de carruajes; el nogal, igual al de España; la patagua, cuyo uso frecuente
atestiguan los inventarios de las propiedades de los jesuítas, en los que se menciona
repetidas veces la existencia de cierta cantidad de tablas de patagua nuevas; el pino;
el raulí; el roble; etc. Como se ve la lista es larga para todos los usos y gustos.
¿Qué mejor material que la madera para romper la monotonía y tristeza de una
arquitectura
primitiva,
vestirla
interior
y
exteriormente,
complementarse
estructuralmente con el adobe, dar la tónica del rango de los edificios y de su
propietario? Los artesonados representan un papel constructivo y decoran los
interiores del salón principal o de la nave central; los retablos se ejecutan de madera;
las ménsulas rematan los aleros; las vigas son talladas; los pilares-esquinas alternan
con los de piedra; zapatas y pilares dan vida a los corredores en la ciudad y en el
campo; las puertas y ventanas toman gran variedad de formas agregándoseles
trabajados dinteles, sopandas y ménsulas y, por último, como no había hierro sino
para clavos de herraduras, las rejas se hacen con balaustres de madera. El hierro
reemplazará más tarde estos pequeños balaustres torneados, pero incorporará, en
cambio, decorativos clavos a las puertas.
No caeremos en el error de afirmar un carácter original para estos diversos
elementos de carpintería que hemos mencionado, exceptuando tal vez las puertas
del siglo xviii, pero creemos que el abundante y variado uso que se hizo en conjunto
de ellos, imprimió a esta modesta arquitectura colonial civil, especialmente en sus
dos primeros siglos de vida, un sello particular muy propio del país.
No pretendemos que aún aisladamente hayan existido en Chile trabajos de
carpintería de tanto mérito como los realizados en el palacio de Torre-Tagle, de
Lima, o en las sillerías de coro de la Catedral de esta ciudad y la del Cuzco, o como
los numerosos retablos españoles, mexicanos peruanos. En la extrema Capitanía no
122
hubo nada comparable, pero en cambio y dentro de sus posibilidades se gestó una
fusión permanente y generalizada de carpintería con arquitectura. Esta es nuestra
íntima sensación, nacida y desarrollada al calor de las investigaciones realizadas, y
confirmada por lo que a puertas se refiere con el numeroso material que hemos
podido detectar en las zonas norte y central, tesis que se confirma con los estudios
llevados a cabo por F. G. Guarda y R. Montandon en la zona sur, isla grande de
Chiloé.
Siglo XVI
Habiendo visto que los carpinteros residentes en esta ciudad han incurrido en la pena que
estaba puesta que no cortasen madera alguna sin licencia dijeron: Que mandaban o mandaron a
Sebastián de Segovia, carpintero, haga a su costa unas puertas o unas ventanas de casa del
Cabildo, o dos bancos para la dicha casa, que sean cada banco de diez pies y dos palmos de ancho
los cuales han de ser traídos a la casa del Cabildo1.
Las mismas actas del Cabildo mencionan a los carpinteros Antonio Bobadilla y
Francisco de Gálvez participando en diversas actividades constructoras,
acompañados de ayudantes españoles y nativos.
Figuran también en ellas el arancel de los herreros para la hechura de
herraduras, clavos de herraduras, hachas, azuelas, sierras, barrotes, escoplos, picas,
llaves, rejas, etc. En varias ocasiones el Cabildo modificó este arancel, reduciendo
los precios. En las actas del 22 de febrero y 10 de diciembre de 1548, como también
en la del 1° de julio de 1549, se fija el precio de la hechura de una reja, pero en la del
16 de noviembre de 1592 ya no se habla de reja a solas, sino de rejas de arar, por lo
que pensamos que las actas anteriores se referían también a rejas de arado y no a
rejas de ventana. Basados en esta escasa documentación, sólo caben conjeturas con
relación al desarrollo de la carpintería de puertas en el siglo XVI.
Un hecho curioso constituye lo establecido con fecha 19 de agosto de 1549 y
1
I,
Acta del Cabildo de Santiago, del 8 de abril de 1552, Colección de Historiadores de Chile, Santiago de Chile, 1861, tomo
pág. 292.
123
confirmado en el acta ya citada del 8 de abril de 1552, que establece prohibición
para el corte de madera salvo permiso expresamente solicitado. Sea por defensa de
los bosques y del escaso hierro que poseían por motivos gremiales y tributarios,
existió desde los primeros años de la colonia una cierta reglamentación para los
carpinteros, lo que implica su reconocimiento oficial como elementos necesarios
dentro de la comunidad, que la carpintería nació en Chile junto con la colonia, y que
en el primer grupo de conquistadores venían artesanos tan capacitados que Pedro de
Valdivia encomendó a algunos de ellos la construcción de un barco, se cree que en
la desembocadura del Aconcagua; murieron sin embargo a manos de los indios sin
haber llegado a terminar su obra.
Las puertas mandadas hacer a Sebastián de Segovia para la casa del Cabildo,
tuvieron seguramente un tosco bastidor hecho con troncos delgados desbastados
con la azuela, sobre el que iban ligados con cueros crudos, tablones cortados a sierra
y terminados también a azuela. No había tiempo y herramientas para tallar y cepillar.
El cuero crudo del animal recién muerto, que se acorta al secarse, se utilizó como
ligaduras para puertas, fueran entabladas o de coligues, para los envigados de
techumbres, para ligar estos mismos coligues formando con ellos una superficie que
recibía la capa de barro en la que se asentaba la teja, para colgar campanas en las
iglesias, etc.
A lo largo de la historia de las puertas como también de las ventanas y rejas
coloniales, es necesario diferenciar aquellos elementos creados con la mayor
simplicidad y economía para responder a un papel estrictamente funcional, de
aquellos que dada su ubicación, calidad representativa del edificio o bien el rango y
poder económico de su propietario, debían además poseer condiciones materiales,
artesanales y artísticas especiales.
Las puertas de tipo “simple” y estrictamente utilitario construidas con tablas
amarradas o encoladas sobre un bastidor ensamblado, se fabricaron indudablemente
desde los tiempos de Pedro de Valdivia, siendo probablemente de este tipo todas las
del siglo
XVI.
Las del tipo que podríamos llamar “trabajado”, representativas, al
124
parecer sólo empezaron a producirse en el siglo XVII.
Numerosas puertas simples adquieren más tarde grandes proporciones,
agregándoseles como ornamento y refuerzo de su estructura, clavos con cabezas de
bronce, hierro o cobre, que toman diversidad de tamaños y formas. Son las llamadas
tachonadas que pensamos no se fabricaron en este siglo dada la escasez de metales
en general.
Es posible aventurar, en resumen, que las puertas del siglo xvi fueron las del
tipo más sencillo, debido al desconocimiento de las posibilidades de las maderas,
unido a una cierta falta de herramientas y capacidad artesanal pero, sobre todo, a la
falta de tranquilidad y seguridad, y a la necesidad de que los carpinteros se volcaran
a faenas más útiles que las de tallar puertas. No es posible ubicar con certeza, dentro
de este siglo, a ninguna de las que todavía existen; sin embargo hemos localizado
una con ligaduras de cuero que nos parece un excelente ejemplo (fig. 1).
Siglo XVII
La hermosa puerta que comunica la sacristía con el claustro del Convento de
San Francisco, en Santiago (fig. 2), cuya construcción se atribuye a la década 16101620, es pieza de inestimable valor, no sólo por su magnífica calidad intrínseca, sino
también por su especial significado histórico. La circunstancia de que en esos años
el edificio en que se halla colocada estuviese ya construido, no acusando la puerta
recortes o añadidos, señala que se fabricó especialmente para ese vano. Se sabe
además que en esa época trabajaban en Chile maestros perfectamente capacitados
para realizar la labor de talla de sus tableros, canes y sopandas. El carácter más
renacentista que barroco que le imprimen el tipo de su talla, la forma, distribución y
composición de sus tableros, confirma que los historiadores no se han equivocado y
que esta puerta se fabricó en Chile en los primeros años del siglo XVII.
Con la del corredor de San Leonardo (desaparecida), se integraban dentro del
conjunto de magnífica carpintería que era todo el Convento de San Francisco, con
125
los artesonados de la nave central, de la iglesia, del zaguán del comedor, la sillería de
coro, la galería del segundo piso, el claustro del segundo patio, etc.
La importancia histórica que tiene para nosotros esta puerta de San Francisco,
deriva justamente del conocimiento de su época de fábrica, que permite incorporar
al siglo
XVII
las que presentan con ella una clara afinidad de forma constructiva,
composición de sus tableros y semejanza en el tallado.
Puertas de este tipo que los europeos clasifican como renacentistas del siglo
XVI,
abundan en España y sus antiguas colonias de América. En Chile se fabricaron
en el siglo
XVII
y no en el
XVI,
agregando al natural atraso producto de la distancia,
las influencias venidas desde la Madre Patria y filtradas a través del Virreinato (fig. 3).
Así como algún maestro venido de España o del Perú, inspirado en las puertas de su
tierra realizó aquí la de San Francisco y ésta hizo escuela y se propagó, suponemos
también producto de los recuerdos de otro artesano la primera puerta de tableros
con bizcochos que reemplaza a la demorosa y costosa talla, pero que no rompe los
moldes renacentistas (fig. 4).
Las puertas de este siglo son pues características por sus tableros cuadrados y
rectangulares, lisos, tallados o con bizcochos. Algunas de ellas llevan postigos que se
protegen con torneados barrotes de madera. Posteriormente en el siglo
XVIII,
a las
que no llevaban barrote se les agregaron rejas de hierro y en otros casos se
reemplazó el postigo por un vidrio. La técnica del barrote torneado de madera tuvo
gran desarrollo y se fabricaron con ella hermosas rejas e, incluso, puertas enteras
como la de la figura 6. Con esto se pretendía reemplazar la falta de rejas de hierro
forjado. En algunas ocasiones para darle mayor realce y calidad a la puerta, se la
acompañó de un dintel a la vista, labrado o tallado y se agregaron canes y sopandas.
La técnica de fabricación es, en general, la misma, con un elemento básico
llamado bastidor, formado por el montante o durmiente o quicionera, el batiente, el
cabezal superior y uno o varios peinazos. Al inferior solía llamárselo cabío. Estas
diversas piezas del bastidor van unidas entre sí por ensambles hechos a media
madera o a caja y espiga, reforzado con cola que obtenían cociendo retazos de cuero
126
animal y, a veces, con un tarugo de 3/8” o 1/2” de madera dura.
En la figura 3 puede apreciarse, sin embargo, que para la colocación de los
trozos de madera que dividían al bastidor en cuadros más pequeños, se usaba un
ensamble en forma de cuña, mucho más simple y primitivo que los del bastidor
mismo.
Las escuadrías de este bastidor varían desde más o menos 2” X 3”, hasta 4” x
7”, medidas en base a la llamada pulgada castellana de 2.75 cms.
A las diversas piezas con que se fabricaba el bastidor se les hacía un rebaje de
1” o más. Sobre este rebaje se colocaba el tablero que ya venía preparado, y que se
dejaba fijo con un junquillo por la otra cara del tablero. El tablero se fabricaba con
tablones de 2” x 10” como máxima sección, ensamblados con tarugos. Este tablero
macizo se rebajaba o tallaba a voluntad. Sería difícil superar hoy en día la calidad de
los cortes, ensambles, cepilladuras, etc., realizados por los carpinteros coloniales,
aunque se dispusiera de la más completa variedad de herramientas manuales.
Los españoles acostumbraban clasificar sus puertas según su estructura o
según su función. O hablaban de puertas de tablas, de bastidor, de cuadro y de
cuarterones (San Francisco) o de puertas cocheras, carreteras, bastardas, etc.
Es probable que en ciertos casos incurramos en error al clasificar algunas
puertas como propias de este siglo, ya que ellas bien pueden ser originarias del siglo
XVI
o del
XVIII,
pero la carencia de documentos escritos y la necesidad de darles
orden y clasificación, nos obliga a adoptar un método que partiendo de uno que
otro ejemplar cuyo origen conocemos, y apoyados por el estudio simultáneo con
otros países y documentos afines a la materia, nos lleva a un cuadro general lógico y
armónico. Aunque en general se la considere arbitraria y elemental, en el caso de
este trabajo la división de siglo en siglo se justifica. Recordamos que la conquista se
inició a mediados del siglo
principios del
XVII,
XVI,
que la puerta de San Francisco se fabricó a
los primeros barcos no españoles venidos a nuestras costas
trayendo vidrio y barras de hierro llegan a principios del siglo XVIII, Toesca trabaja a
fines de este mismo siglo, y por último la Independencia se proclama a principios
127
del siglo xix. Los diversos terremotos que asolaron al país golpeando duramente su
arquitectura y marcaron épocas en su historia, no significaron mayor destrucción
para las puertas.
Siglo XVIII
Un cambio profundo y de gran interés, experimenta el trabajo de las puertas de
este siglo con respecto al anterior. La puerta barroca reemplaza a la renacentista. Se
conservan siempre los tableros, pero éstos adquieren mayores dimensiones y no son
necesariamente rectangulares o cuadrados, presentándose en algunos casos con la
arista superior o inferior inclinadas. Desaparece la labor de talla que se concentraba
en el centro de los tableros y los bizcochos que los ocupaban totalmente. El motivo
de interés y de ornamentación de éstos se traslada ahora a los bordes, que se
recortan a varios plintos con curvas caprichosas y culebreantes. El centro se
presenta desnudo y liso, pero en las puertas más ricas adquiere una ligera
convexidad.
Otro elemento que desaparece es el barrote de madera torneado, desplazado
por el hierro forjado, con el que los herreros fabricaron las rejas que eran necesarias.
Algunas de éstas llegaron seguramente hechas a Chile, pero el hierro llegó sobre
todo en barras y con éstas se fabricaron a la medida las que eran necesarias; mejor
prueba de ello no puede haber que aquellas que se hicieron para las puertas (fig. 5 y
6). La reja permitió a su vez el uso del vidrio, pero, en ciertos casos, el vidrio se
coloca sin aquellas y defendido interiormente por postigos. En resumen, se
presentan todas las combinaciones, la puerta llena sin postigos, sólo con postigos,
con postigos y vidrio, con postigos y reja, con postigos, vidrios y rejas, y sólo con
rejas.
Pero lo más interesante no es la diversidad y adaptabilidad que toman las
puertas, sino las características especiales ya descritas del recorte de los tableros y de
sus centros lisos sin decoración. Hemos señalado que puertas del tipo renacimiento
128
como la de San Francisco, existen muchas similares en España, México y Perú, pero
puertas de esta clase que podemos llamar con justicia “barrocas chilenas del siglo
XVIII”,
como las que prestan todavía sus servicios en la calle Principal n° 1589 de
Algarrobo, o en las casas de la Hacienda Calera, de Tango, o en las de la Compañía,
en Graneros, o en Santiago, calle Mac Iver esquina Santo Domingo (fig. 5), y muchas
otras, no las encontramos en Europa o en América. Lejanos recuerdos de ellas
podemos ver en la ornamentación de los confesonarios de la iglesia de San Luis en
Sevilla2, pero esto, aunque pueda explicar su remoto origen no disminuye su
originalidad, ya que una cosa es decorar un confesonario, y otra es crear con la
estructura adecuada para ello un sinnúmero de puertas y ventanas de todos tamaños
y para todos los usos. Los carpinteros criollos fabricaron en este siglo puertas de
gran calidad, con maderas y con una expresión formal propia.
Existió también pero en mucho menor cantidad, la puerta barroca de origen
europeo, y peruano, de tableros entrantes y salientes, con talla decorativa central y
recortes, en los que predomina la línea recta sobre la curva (fig. 7), inconfundible con
la chilena, en la que no hay una sola línea recta.
La fabricación de las puertas características de este siglo presenta menos
dificultades que las del siglo anterior, por el menor número de tableros por hoja,
desaparece la puerta de cuarterones, el bastidor hecho con piezas de 2 1/2” x 5”, 3”
x 5” o mayores aún, lleva doble rebaje en el batiente si la puerta es de dos hojas, con
lo que se aseguraba el traslado y rebaje sencillo en el cabezal, los peinazos y el
montaje. El tablero se hace con tablas de menor escuadría que en sus antecesores,
1” x 5” en lugar de 2” x 10”, encaja en estos rebajes por el lado de su cara lisa, y
queda aprisionado por el lado de su cara tallada con la tabla que se coloca
sobrepuesta a todas las piezas del bastidor, en la que ya se ha hecho antes de
colocarse la característica talla curva a varios plintos. El frente de la puerta queda
entonces constituido por la tabla tallada, y por la cara trabajada del tablero. Como el
lado interior de la puerta presentaba un aspecto demasiado simple, al bastidor se le
2
A. SANCHO CORBACHO, Arquitectura barroca sevillana del siglo XVIII, Madrid, 1952, lámina 259.
129
hacen a sierra algunos recortes decorativos.
Esto en lo que se refiere a las puertas del tipo que hemos denominado barroco
chileno. La puerta lisa o sencilla que alcanza a veces grandes dimensiones, está
formada generalmente por un bastidor que puede o no estar rebajado, y por tablas
que cubren de una sola vez toda la puerta en su longitud. Los tradicionales clavos o
tachones con cabeza de bronce o cobre, remachados por detrás, afianzan
sólidamente estas tablas al bastidor.
Es interesante señalar que para el adecuado funcionamiento de estas puertas de
gran tamaño se usaba el pivote, o quicio, que consistía en redondear la parte
superior e inferior del montante, para que descansara en una cazoleta también de
madera o plomo, cobre o piedra, dentro de la que giraba. Este sistema dió tan
buenos resultados, que la ya citada de San Francisco y las grandes puertas de la
fachada principal del templo de Santo Domingo, aún lo utilizan. En general, es
posible afirmar que las puertas de este período son de estructuras más livianas que
las anteriores, lo que denota un progreso técnico.
130
131
132
133
134
Siglo XIX. Hasta la época de la Independencia
(1810-1820)
Muy corto es el plazo para que pueda apreciarse alguna franca variación en la
evolución de las puertas de esos últimos años de colonialismo. Se produce sí un
cambio notable, gestado ya a fines del siglo anterior. En arquitectura el barroco
pierde su primacía frente a la reacción clásicista. En las puertas ya no se busca lo
decorativo y artesanal sino lo práctico (fig. 8). Puede decirse que, junto con
desaparecer el arte barroco, murió la puerta tallada o trabajada en forma tal que
colocada en cualquier lugar era por sí sola una pieza artística. Los tableros son ahora
lisos y de bordes rectos, cada vez más grandes, dos o tres por hojas, y sólo se les
agrega una moldura corrida aplicada al batiente.
Para obtener una visión completa de este período, sería necesario entrar de
lleno al estudio de la arquitectura del siglo
XIX.
colonia, con las últimas consecuencias del siglo
Pero ésto termina junto con la
XVIII,
y lo señalado sirve sólo para
conectar con lo que viene después, que esperamos alguna otra persona desarrolle, o
tal vez nosotros mismos.
JUAN BENAVIDES COURTOIS
135
LA IMAGINERIA JESUITICA EN LAS MISIONES
DEL PARAGUAY
L
a realización de este catálogo descriptivo de la imaginería jesuítica conservadas
en las misiones del Paraguay, tiene por objeto cubrir, aunque solo sea en parte,
la ausencia de documentación básica sobre las distintas expresiones artísticas
conservadas en el área de las misiones guaraníticas.
La carencia de esa información integral, proveniente tanto de inventarios como
de relevamientos prolijos, ha parcializado y condicionado los análisis que en la
historia del arte y de la arquitectura se han efectuado sobre los temas vinculados a
esta región.
Se nos plantea así la urgencia de encarar una primera etapa que llene estos
requisitos de información documental, posibilitando el análisis a partir de bases más
amplias y seguras. Por ello, aún limitándonos inicialmente a una tarea descriptiva,
hemos preferido dar a conocer la documentación recopilada, máxime cuando la
estimamos por su volumen cuantitativo y su variedad como la más significativa en
este campo específico.
Este inventario de imaginería jesuítica del Paraguay, fue realizado mediante la
colaboración de los Departamentos de Historia, de la Facultad de Humanidades, y
de Historia de la Arquitectura, de la Facultad de Ingeniería, Vivienda y Planeamiento
de la Universidad Nacional del Nordeste.
Para llevar a cabo esta tarea se concretaron dos viajes al Paraguay durante los
años 1967 y 1968, participando de los mismos los autores del estudio junto con
Jorge Omar Ott, responsable de la Sección Audiovisual de la Facultad de
Humanidades.
En la oportunidad se recorrieron los distintos pueblos misioneros y se visitó la
Exposición de Imaginería y Bibliografía Jesuítica, realizada en Asunción con motivo
del Bicentenario de la expulsión de los religiosos.
136
La instalación de las Misiones
Como resultado de la predicación de los padres jesuitas, a principios del siglo
XVII
se desarrolló una vigorosa labor misional entre los indios guaraníes de la
provincia del Paraguay.
Desde 1610, las regiones más densamente trabajadas fueron las zonas del
Guayrá, ubicada entre el Paraná y el Paranápanema; la del Tape, al oriente del río
Uruguay; y la del Itatín entre los paralelos 20 al 24 sobre el curso del Río Paraguay.
A partir de 1631, la presión de los invasores paulistas sobre las poblaciones
indígenas, seguida de tremendas depredaciones y la esclavitud de millares de
guaraníes, decidió a los padres jesuítas a emigrar de esas regiones tan separadas entre
sí y concentrarse en una zona más protegida, ubicada al oeste del río Uruguay y al
sureste del Tebicuary. Esta región corresponde hoy a las provincias de Corrientes,
Misiones y el sur de la República del Paraguay.
El gigantesco éxodo obligó a abandonar las viejas poblaciones y establecerse
en los pueblos ya existentes en esa región.
Los pueblos ubicados en el Paraguay
Las poblaciones que quedaron definitivamente ubicadas en territorio
paraguayo fueron ocho: San Ignacio Guazú, Santa María de la Fe, Santa Rosa,
Santiago, Santos Cosme y Damián, Nuestra Señora de la Encarnación, Jesús y
Trinidad. Los asentamientos de las mismas sufrieron, sin embargo, varias mudanzas
posteriores, originadas en la búsqueda de emplazamientos adecuados. Tal el caso de
San Ignacio (fundado en 1610 y reubicado en 1628 y 1667), Santiago (fundado en
1651 y trasladado en 1669); Nuestra Señora de la Encarnación (fundado en 1615 y
trasladado en 1703); Jesús (fundado en 1685 con varios traslados hasta su
localización actual); y Santos Cosme y Damián (fundado en 1632 y reubicado
sucesivamente en 1638, 1718, 1740 y definitivamente en 1760). Otros pueblos como
137
Santa Rosa de Lima (fundado en 1698) y Trinidad (fundado en 1706), se generan en
el deseo de posibilitar la absorción del exceso de población de las misiones de Santa
María de la Fe y San Carlos.
Dimensiones y estado actual de conservación
Si bien no se conservan planos originales de las poblaciones guaraníes ubicadas
en el Paraguay, es posible adquirir una idea de sus proporciones a través de la
comparación con los pueblos ubicados en territorio argentino y brasileño, de los
cuales existe mayor documentación gráfica1.
Sin embargo, una primera aproximación a sus dimensiones urbanas, surge de la
lectura de sus cifras de población en el siglo XVIII que corresponden al momento de
asentamiento definitivo y de mayor plenitud.
PUEBLO
Habitantes
Habitantes
San
1702
Ignacio 3700
1733
1750
1768
1784
1266
2167
1926
867
_
4296
3954
1100
Guazú
Santa
María 2739
de la Fe
Santa Rosa
4000
2755
2524
2243
237
Santiago
3842
3479
3968
2822
1215
Se conservan diseños de Candelaria (1791, y de fines del siglo XVIII), San Carlos (1818), y Concepción de la Sierra,
dentro de la República Argentina. San Borja (1816), San Nicolás, San Luis, San Lorenzo, San Juan y Santo Angel
(todos de fines del siglo XVIII), dentro del Brasil. Modernamente han sido cuidadosamente relevados varios pueblos,
tales como San Ignacio Miní, Yapeyú, San Miguel, Trinidad y Santos Cosme y Damián. Cfr.: GUILLERMO FURLONG,
S. J., Misiones y sus pueblos de Guaraníes, Buenos Aires, 1962, pp. 186-201; HERNÁN BUSANICHE, La arquitectura en las
misiones jesuíticas guaraníes, Santa Fe, 1955, pp. 20-43; HERNÁN GÓMEZ, Yapeyú y San Martín, Buenos Aires, 1923;
VICENTE NADAL MORA, San Ignacio Miní, Buenos Aires, 1955; LUCAS MAYERHOFFER, Reconstitucao do poyo de Sao
Miguel das missoes, Río de Janeiro, 1947; JUAN QUEIREL, Las ruinas de misiones, Buenos Aires, 1901; los relevamientos de
Otto Waldin, en PABLO HERNÁNDEZ, S. J., Organización social de las doctrinas guaraníes de la Compañía de Jesús, Barcelona,
1913, t. I; JUAN GIURIA, La arquitectura en el Paraguay, Buenos Aires, IAA, 1950, pp. 27-52.
1
138
Santos Cosme 1573
1236
_
2337
1100
4782
6393
_
4784
Jesús
1018
2241
1819
2365
1300
Trinidad
_
3598
2629
2866
1100
y Damián
Nuestra
Señora de la
Encarnación
El estado actual de estas poblaciones permite apreciar hoy conjuntos muy
importantes de edificación, fundamentalmente en Trinidad, Santos Cosme y
Damián y, en menor proporción, en Jesús. Hay algunos restos significativos en San
Ignacio Guazú y Santa Rosa, mientras que el volumen de lo conservado en Santa
María de la Fe, Santiago y Nuestra Señora de la Encarnación es de nivel
insignificante o inexistente.
El hecho de que en el Paraguay, sobre el antiguo trazado misionero se haya
formado una población respetando generalmente sus lineamientos, ha asegurado
una protección eficaz frente al avance de la selva, de la cual carecen los pueblos del
territorio argentino.
Desde el punto de vista arquitectónico, la misión de Santos Cosme y Damián
(1760) reviste interés excepcional por el hecho de conservar la mayoría de sus
principales
elementos
arquitectónicos
(inclusive
techos
y
cielorrasos),
convirtiéndose, por ello, en la principal fuente de referencia para comprender el
sistema constructivo misionero.
Por la calidad de su fábrica, cabe destacar a los conjuntos de Trinidad y Jesús.
El primero, con su templo de original trazado y con espléndida ornamentación, se
aparta de la tipología clásica de las misiones, ya que posee dos plazas una de las
cuales cuenta con una notable arquería de piedras. En Jesús, llama la atención la
maciza mole de la iglesia inconclusa, única por su concepción en esta arquitectura
misionera, ya que se asemeja a las expresiones macizas de los templos-fortalezas,
139
mientras que por otra parte exhibe rasgos mudéjares en sus portadas. Cabe aquí
acotar el hecho de la existencia de bóvedas de ladrillo en Trinidad y Jesús, realizadas
casi con certeza por el arquitecto jesuita José Grimau, oriundo de Cataluña.
Del resto de las misiones, (excepción hecha del oratorio de Nuestra Señora de
Loreto y la torre de Santa Rosa), sólo quedan lienzos de muros (Santiago, Santa
María de la Fe) o restos de viviendas indígenas (San Ignacio Guazú).
Ninguno de los pueblos del Paraguay ha sido sometido a un tratamiento de
restauración tan completo como los de San Ignacio Miní (Argentina) y San Miguel
Arcángel (Brasil).
La imaginería. Consideraciones previas
Sin duda después de la arquitectura, la expresión artística que tanto cuantitativa
como cualitativamente se destaca en las misiones, es la imaginería y el tallado en
madera.
El importante lote que hemos podido inventariar en los pueblos del Paraguay
es demostrativo del alto nivel y la precisión alcanzada en los talleres guaraníes.
Lamentablemente el estado de conservación y las deficientísimas condiciones en que
se encuentran ubicadas (la mayoría de las veces apiladas en reducidos espacios, sin
posibilidad de moverlas o alzarlas), significaron un condicionamiento importante
para juzgar en plenitud los méritos evidentes del conjunto.
Podemos, pese a ello, afirmar que la muestra es homogénea en calidad,
descollando algunas piezas excepcionales y predominando nítidamente las tallas
completas frente a las imágenes de vestir o de candelero.
Como bien señala el Padre Furlong es un error considerar de procedencia europea a las
obras de rasgos más finos y de méritos más innegables, y considerar de factura indígena, las más
toscas y primitivas. Todas estas estatuas como se deduce por el material usado, son de origen
americano, aún cuando en unas predomina el aire de la estatuaria italiana y en otros la alemana.
140
Hubo maestros de ambas escuelas y es evidente que contaron con abundantes discípulos2.
Algunas constancias testimoniales permiten conocer que ciertas imágenes
tenían procedencia europea; tal el caso de Nuestra Señora de la Encarnación, en la
Misión homónima, y una Virgen, un San José, un San Juan Bautista y tres Niños
Jesús, en las misiones de Santiago y Trinidad. De todos ellos sólo queda, según
nuestro inventario, el San José, de la Misión de Santiago.
La situación actual de la imaginería
en los pueblos paraguayos
Que cuantitativamente el número de imágenes que tenían las misiones es muy
superior al conservado actualmente, no sólo podemos deducirlo del conocimiento
de las procedentes de Trinidad, que hay en el Museo de La Plata3, o las de San
Ignacio Guazú que se exhiben en la Colección Gancedo, en Santiago del Estero,
sino también de las mismas descripciones del siglo
XIX
y los inventarios del siglo
XVIII.
Como comprobación de lo afirmado podemos recurrir a la descripción que
Martín de Moussy realiza de la Iglesia de Santa Rosa, en 1864. Allí menciona que la
cúpula esculpida y pintada de rojo y oro, tiene en los cuatro ángulos, que forman los arcos que la
sostienen, un nicho con la estatua de un Papa. Las doce columnas de cada lado que sostienen la
nave tienen la estatua de un Apóstol de tamaño natural y las siete capillas laterales no son menos
ricas ni ornamentadas. Cuatro confesionarios artísticamente esculpidos y pintados están situados en
el espacio que media entre las capillas. El Bautisterio que es un pequeño santuario opuesto a las
paredes de la iglesia, está enriquecido con un grupo escultórico de madera representando el Bautismo
GUILLERMO FURLONG S. J., ob. cit., pág. 494.
En el Museo de La Plata se conservan diversas imágenes, muebles y objetos de culto, adquiridos por el Museo en
1887 y provenientes de la misión de Trinidad. Entre las imágenes se anotan las siguientes tallas: San Miguel Arcángel;
cinco cabezas de ángeles alados; dos santos de la Compañía de Jesús; San León Magno; San Gregorio; Sansón y el
león; un ángel orante; dos imágenes de la Santísima Trinidad (falta el Espíritu Santo en forma de paloma). En el
Museo se conservan, además, otras imágenes y objetos pertenecientes a las misiones argentinas; cuatro de ellas se
exhiben hoy en el Museo Histórico Colonial de Luján, provincia de Buenos Aires. Cfr.: MAXIMINO DE BARRIO, Las
colecciones de las Misiones Jesuíticas del Paraguay existentes en el Museo de La Plata. En Revista del Museo de La Plata, t. XXXIII,
3º serie (Buenos Aires, 1932), pp. 195-205.
2
3
141
de Jesús. La sacristía emplazada en la cabecera de la Iglesia, contiene un magnífico altar
sobrecargado de esculturas y de grandes armarios apoyados en las paredes, también esmeradamente
tallados4.
Por su parte Brabo da a conocer que en la misma iglesia, existían cinco estatuas
grandes doradas y estofadas en el altar del Santo Cristo, siete tenía el de San José,
tres el de San Juan Evangelista y cinco el de Santa Bárbara. Estas últimas
correspondían a una Virgen de la Asunción, San Juan Nepomuceno, San Francisco
Javier, San Ignacio y San Javier. Por otra parte en el presbiterio había ocho estatuas
de ángeles, y en los nichos grandes la Virgen del Rosario y el San Miguel que
también menciona posteriormente Moussy. En la sacristía estaba la imágen de La
Piedad5.
De todo ello podemos inferir que, de aproximadamente unas 45 imágenes
localizadas en la Iglesia de Santa Rosa, solamente quedan 16, pudiendo identificarse
hoy La Piedad, el conjunto del Baptisterio y el de la Anunciación, habiendo
desaparecido en su totalidad el grupo de ángeles y apóstoles, así como los Papas y el
altar de Santa Bárbara.
Podemos sumar a ello que desconocemos el número preciso de imágenes que
se veneraban en el Oratorio de Nuestra Señora de Loreto y en la capilla de San
Isidro Labrador, que integraban el conjunto de la misión de Santa Rosa y de los
cuales por lo menos conservamos los respectivos titulares.
La estimación nos lleva pues con certeza a afirmar que, en este caso, por lo
menos las dos terceras partes del conjunto de imágenes se ha perdido, debiendo
también contabilizar negativamente la destrucción de los magníficos frescos que
ornaban el Oratorio de Nuestra Señora de Loreto, de los cuales sólo quedan
fragmentos.
Si tomamos las referencias existentes respecto a la Misión de Trinidad,
podemos constatar que había tres grupos de la Santísima Trinidad: uno en el altar de las
MARTÍN V. DE MOUSSY, Descriptión geographique et statistique de la Confédération Argentine. París, Didot, 1868, t. III, pág.
713-714.
5 FRANCISCO JAVIER BRABO, Inventarios de los bienes hallados a la expulsión de los jesuitas y ocupación de sus temporalidades por
decreto de Carlos III, en los pueblos de Misiones. Madrid, 1872.
4
142
Almas del Purgatorio; otro tallado en una pieza, estaba puesto en un nicho de madera y servía a
los barqueros que bajan en sus barcos y el tercero se hallaba en las sacristía6. Aún se conservan
los dos primeros conjuntos, uno de ellos, el del altar, formado por las grandes
imágenes del “Santo Padre” y el “Hijo”, así como la representación de paloma del
Espíritu Santo. La segunda representación conocida localmente como “Santísima
Trinidad del Paraná” es una pieza notable por su composición escultórica, tanto por
la superposición de las figuras como por su estructuración en torno a un eje de
simetría, del cual arrancan con la misma inclinación y ritmo, los brazos y alas. La
tercera Trinidad se conserva en el Museo de La Plata.
En la misión de Santiago, por su parte, existían diez imágenes de la Virgen
María, realizadas en talleres locales y una traída de España. En la actualidad sólo se
conservan seis, entre ellas una Virgen del Pilar que puede ser la procedente de
España.
De la misión de Nuestra Señora de la Encarnación (Itapua) nada queda en la
actualidad; sin embargo era esta una de las mejores iglesias, construida por el
Hermano José Brasanelli quien también dirigió y enseñó el oficio a los artesanos
guaraníes. De San Ignacio Guazú, iglesia de la que se conservan fotos interiores,
tenemos un importante conjunto que, sin embargo, es claramente reducido en
comparación con las contenidas en los poblados retablos. A ello debemos sumar las
piezas existentes en la Colección Gancedo (Santiago del Estero) y las quemadas
durante el incendio que destruyó la iglesia a principios de este siglo.
El estado de la imaginería
Como bien señalan Ribera y Schenone, la mayoría de las imágenes jesuíticas
estaban labradas en el cedro lgary, habitualmente empleado también en la
construcción de los retablos.
Cada sector artesanal dentro del taller guaranítico, tenía su ubicación funcional
ADOLFO LUIS RIBERA y HÉCTOR SCHENONE, El arte de la imaginería en el Río de la Plata. Buenos Aires, IAA, 1948,
pág. 72.
6
143
precisa, llamándose Retablo-Apohava a los tallistas de altares, púlpitos y
confesonarios; Santo-Apohava a los imagineros y Quarepotiyu-Subayahara a los
doradores.
En el conjunto de las obras podemos observar que más del 75 % de las
mismas, poseen dimensiones superiores al metro de altura, lo que define claramente
la predilección por las grandes esculturas de bulto, máxime que, como hemos
anticipado, las imágenes de vestir no alcanzan al 10 % de la muestra.
La mayoría de las imágenes conservan vestigios de su pintura original,
generalmente muy dañada o perdida, a excepción de unos pocos ejemplares
utilizados habitualmente para el culto (patronos y varias imágenes en Santos Cosme
y Damián, Virgen del Baptisterio en Santiago, Nuestra Señora de la Asunción en
Santa María de la Fe, etc.). En estos casos las imágenes han sido lamentablemente
repintadas con colores puros o muy saturados en tonos bajos.
Si bien la falta de ubicación y conservación adecuada ha deteriorado muchas
imágenes, en otros casos las ha preservado de ciertos atentados al buen gusto, de los
cuales participan entusiastamente devotos y cofradías. El hecho de que la única
iglesia jesuítica en uso, Santos Cosme y Damián, sea la que conserva el mayor
número de imágenes repintadas y apolilladas, debe pues llamar la atención en ese
sentido.
La tipología de las imágenes registradas
La representación iconográfica de las imágenes alcanza un sustancial valor a
través de los rasgos expresivos de su variedad. Predominan nítidamente en el
conjunto las representaciones del Santoral, que alcanzan a un 47 % del total de las
imágenes, pudiendo constatarse en las mismas un 9 % de imágenes de santas
(fundamentalmente Santa Ana, Santa Bárbara y Santa Rosa), un 27 % de santos no
jesuitas (predominan San José, San Isidro y San Juan) y un 12 % de jesuitas (San
Ignacio, San Francisco Javier y San Estanislao de Kostka).
144
Por su parte, las representaciones cristológicas totalizan un 25 % de la muestra,
y comprende diversas alternativas iconográficas, desde “El Niño Alcalde” a las
distintas versiones de los “Pasos” del Vía Crucis.
Las imágenes que simbolizan las distintas expresiones marianas alcanzan al 16
% de la totalidad del conjunto, sobresaliendo nítidamente la veneración por las
Asunciones.
Finalmente el resto de las imágenes, que llega al 12 %, corresponde a
representaciones trinitarias de ángeles y arcángeles.
El diseño de la imaginería
Pocas son las imágenes que, por su factura, demuestran tosquedad o
desproporciones manifiestas, habiéndose acotado en el inventario cuando ello
sucedía. No son válidas pues para estas imágenes, la gran mayoría de las cuales data
del siglo
XVIII,
las palabras del Padre Xarque cuando afirmaba que apenas se hallaría
un indio que obre con arte como maestro, dando razón de lo que obra: lo que saben es imitar, y
para que no erren, es necesario de los Padres continua vigilancia, por su dejado natural, y también
porque no les disuenan los yerros, por la ignorancia científica del arte7.
Más aún, si comparamos estas imágenes con las provenientes de las misiones
jesuíticas de Santa Fe y Chaco constatamos la mayor calidad y homogeneidad de
nivel de las de procedencia guaranítica8. Puede, pues, afirmarse que el grueso de las
imágenes supera holgadamente el nivel medio de la producción de imaginería que se
ha efectuado en nuestro territorio, incluyendo las escuelas de imaginería popular del
noroeste y constituyéndose, por lo tanto, en testimonio artístico de primera línea,
cuyo valor quizás, no ha sido todavía suficientemente apreciado.
Creemos, pues, que este catálogo descriptivo contribuirá a resaltar la
importancia de esta expresión artística americana, máxime cuando lamentablemente
FRANCISCO XARQUE, Insignes misioneros de la Compañía de Jesús en la provincia del Paraguay. Pamplona, 1687. Cfr. Ribera y
Schenone, ob. cit., pág. 55.
8 Primer salón de arte sagrado y retrospectivo de Santa Fe. Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez.
Santa Fe, 1940.
7
145
las piezas similares correspondientes a las misiones guaraníticas, de territorio
argentino, se han perdido o dispersado estérilmente.
Nuestro objetivo estaría plenamente satisfecho si, como corolario de nuestra
inquietud, las imágenes de las Misiones del Paraguay fueran inventariadas
exhaustivamente y colocadas de manera tal que, permitiendo apreciarlas en su real
mérito, quede asegurada también su conservación definitiva.
ERNESTO J. A. MAEDER
RAMÓN GUTIÉRREZ
CATALOGO DESCRIPTIVO
MISIÓN DE SANTA ROSA
Inventario de las imágenes conservadas en la Iglesia de Santa Rosa y el Oratorio de Nuestra Señora de Loreto
1. Cristo Crucificado.
7. Imagen de santa no identificada. 1.35 m. Madera
0,95 m. La cruz mide 2 metros. Madera
policromada. Tiene en las manos vela y cántaro.
tallada y policromada. Brazos articulados. Muy
Túnica y manto. Pintura muy estropeada.
estropeado.
8. Virgen de Loreto con el Niño.
2. Santa Rosa de Lima.
1.10 m. Madera policromada y estofada.
1.10 m. Madera repintada. Patrona de la
Túnica roja, dorada y verde. El Niño tiene una
misión.
manzana. Imagen de gran calidad. Ojos de vidrio.
3. San Isidro.
Puede ser de factura española. Patrona del
1.15 m. Madera policromada. Manto rojo y
azul. Brazo izquierdo articulado. Servía de patrono
en una capilla adyacente.
9. Cristo Crucificado.
Total 0.40 m. Cristo 0.20 m. Madera
4-5. Dos imágenes no identificadas.
pintada. Imagen muy rústica y simple.
1.30 cada una. Carecen de brazos y están muy
estropeadas. Madera poli-cromada, pintura perdida.
10. San Juan Bautista.
1.30 m. Madera policromada. Tiene
6. Piedad.
Cordero, libro y estandarte. Túnica colorada.
1.25 x 0.90 m. Madera policromada. Imagen
sedente de la Virgen con Cristo en brazos. Cuerpos
desproporcionados.
Oratorio.
Pintura
y
dorados
muy
estropeados.
146
Imagen de interés, muy trabajada.
11. Cristo.
0.97 m. Imagen de vestir. Sin gran valor.
12. Virgen con el Niño.
la Anunciación. Tiene base. Es una imagen muy
0.57 m. Madera policromada. Ropaje
interesante. Falta una de las alas.
14. Anunciación.
muy oscuro. Tosco.
13. Angel alado.
1.15 m. Madera policromada. Tiene rotos tres
1.20 m. Madera policromada. Túnica
dedos.
dorada. Pertenece al conjunto de
Otras piezas de equipamiento
15. Retablo de un cuerpo con hornacina central
fuente a la cual se refiere Martín V. de Moussy en su
(probablemente de Santa Rosa). Tiene 2.80 x 4
relato de Santa Rosa.
m, de altura. Termina en frontis triangular con
17. Dos columnas de madera de 1.40 m. de alto.
diseños de ángeles. Tiene cuatro columnas, dos
Fuste acanalado y basamento tallado.
de fuste salomónico y dos de base salomónica.
18. Tableros de madera pintada de 0.36 por 1 m.
16. Pileta de piedra, de 1.35 de largo por 1.10
Predominan los colores rojo y negro.
de ancho. Apoyada en una gran piedra de
1.30m. de lado. Debe tratarse de la
MISIÓN DE LOS SANTOS COSME Y DAMIÁN
Inventario de imágenes conservadas en la sacristía y nave de la Iglesia
1. San Damián.
4. San Miguel con el Demonio.
2 m., con base de 0.50 m. Madera
1.30
m.
Madera
policromada.
Espada
policromada. Con pluma y frasco. Túnica.
flamígera. Túnica, manto y botas. San Miguel con alas
Imagen muy repintada recientemente.
y brazos adicionados. Demonio con nariz y mano
2. San Cosme.
izquierda rota. Muy realista y de buena calidad.
2 m., con base de 0.50m. Madera
5. Jesús en la columna.
policromada. Fresco sobre el pie. Túnica.
1.50 m. Madera policromada. Con columna de
También muy repintada recientemente.
flagelamiento con base.
3. Imagen inidentificable.
6. San Casiano.
0.75 m. Madera policromada. Túnica.
Muy deteriorada, carece de cabeza y brazos.
1.20 m. Madera policromada. Traje talar. Con
base, muy pintada, carece de mano derecha.
147
7. Jesús Nazareno.
1.30
m.
13. Virgen Dolorosa.
Madera
policromada.
Túnica.
1.10 m. De vestir. Túnica y manto negro.
Repintada, con base, muy deteriorada por el
14. Cristo Resucitado (Triunfante). 1.40 m. Madera.
taladro.
Asta y bandera. Pintura ocre, tiene base.
8. San Juan (Atribuido).
15. San Juan.
0.70 m. Madera policromada. Copa en la
1.30 m. De vestir. Túnica blanca. Muy
mano. Túnica (repintada). Parece de factura
tosco.
española.
16. San José.
9. Jesús en la columna.
1.30 m. De vestir. Túnica blanca. Muy
0.85 m. Madera policromada. Columna muy
tosco.
17. Virgen del Rosario.
trabajada. Factura popular, desproporción en la
cabeza y en las manos.
1.10 m. De vestir. Rosario, corona. Túnica
10. San José con el Niño.
y manto (modernos). Tosca.
18. Verónica.
0.82 m. Madera barnizada. Túnica y manto.
Muy dañada mano izquierda y roto el pie derecho.
1.40m. De vestir. Túnica y manto blanco.
Niño roto los pies. Parece factura española.
Tosca.
11. San Isidro.
19.San Cosme.
0.90 m. Madera policromada. Azada y
0.70 m. Madera. Túnica. Muy repintado,
báculo. Talla tosca, recién repintado.
con base.
12. Inmaculada Concepción.
20. San Damián.
0.85 m. Madera policromada. Túnica y
0.70 m. Madera. Túnica. Muy repintado,
manto. Muy burda y totalmente repintada.
con base.
Otros elementos de equipamiento
21. Fragmentos de púlpito.
24. Sillón con brazos para confesonario.
Base 1.20 alto (columna). Tablas decoradas.
1.40 alto, 0.70 ancho, 0.75 prof. Madera
4 de 1.20 m. Muy repintadas.
tallada. Aguila bicéfala en respaldo.
22. Sillón con brazos.
25. Confesonario.
Alto 1.30 X 0.78 ancho x 0.70 profundidad.
Alto 2.10, ancho 0.86, prof. 0.96m.
Madera policromada. Trabajado respaldo, patas
Madera. Puertas con batiente central
curvas y travesaño.
23. Sillón con brazos.
1.20 m. alto, 0.73, 0.80 ancho. Madera
policromada. Muy trabajado, con cabezas, asiento
de madera y respaldos de cuero.
148
(1.08 x 0,40) Rustico y muy deteriorado.
27. Pila Bautismal
Puertas talladas.
0.60 de ancho, 0.65 altura. Piedra roja trabajada.
26. Pila de agua bendita (dos).
Conjunto de lapidas.
Colocadas en el suelo. Datan entre los
años 1787 y 1842 ( son 15 lapidas en total)
1m. base, 045 diametro pila, 0.70 base
(diametro). Piedra blanca.
MISIÓN DE SANTA MARÍA DE LA FE
Inventario de imágenes conservadas en la Iglesia de Santa María de la Fe
1. San José con el Niño.
1.45 m. Madera policromada. Túnica y
manto. Imagen perteneciente a un fragmento de
libro abierto en la mano izquierda. Túnica y manto.
Tiene una mano suelta.
7. Santa Candelaria.
retablo que se conserva en buen estado. Este
1.40 m. Madera policromada. Con una vela o
retablo tiene 1.30 por 2 m. y posee sagrario con
cirio en la mano derecha. Túnica y capa. Ropaje muy
monograma I. H. S. Realizado en madera
trabajado. Ojos de vidrio, sin base. Dedos de la mano
policromada, tiene sobre la imagen de San José
rotos.
una paloma, que simboliza el Espíritu Santo,
8. Nuestra Señora de la Asunción. 1.15 m. Madera
con las alas desplegadas y pintada de negro.
policromada. Carece de los atributos. Túnica dorada.
2-3. Dos angelitos.
No tiene base. Dedos rotos.
0.85 m. Madera policromada. Túnicas
9. San Roque.
1 m. Madera policromada. Tiene bastón en
blancas. Brazos articulados, sin alas.
4. San Ignacio de Loyola.
mano izquierda y un perro a la derecha. Túnica, capa
1.90 m. Madera policromada. Trozo de
y botas. Conservado en una hornacina de madera
bastón en la mano derecha. Túnica y capa. Con
policromada de 1.10 por 1.50 ni. La hornacina está
base y algunos dedos rotos.
flanqueada por columnas y en su remate tiene los
5. Santa Ana.
monogramas IHS y OSP.
1.65 m. Madera policromada. Túnica,
10. Pastor con ovejas.
manto y faja. Tiene base.
6. San Joaquín.
1.66 m. Madera policromada. Con un
0.97 m. Madera policromada. Túnicay cordón.
Tiene base y está conservado en una hornacina de
tres cuerpos de 1.40m. de altura el central y 1.17 los
laterales, teniendo un largo de 2.38 m.
149
La imagen del pastor es bastante burda.
adicionadas dos espadas. Túnica blanca con
También se guardan en esta hornacina una
dibujos. Con base.
cabeza de Cristo y una paloma, así como dos
19. Imagen de Santo (no identificado). 1.25 m.
ovejas pertenecientes seguramente al conjunto
Madera policromada. Actitud orante, falta un
del pastor. Todas estas piezas están bastante
atributo en mano izquierda. Túnica y manto.
deterioradas.
Bastante deteriorada.
11. San Antonio Abad.
20. Virgen coronada.
1.10 m. Madera policromada. Tiene
1.30 m. Madera policromada. Túnica blanca,
cayado y campana. Túnica y manto blanco.
manto negro, cinturón de madera imitando soga.
12. San Estanislao de Kostka.
Imagen en actitud orante, tiene una cruz y posee
0.90 m. Madera policromada. Túnica y
base.
roquete. Brazo adicionado.
21. Imagen de Santo (no identificado). 1.30 m.
13. San Miguel con el demonio.
Madera policromada. Túnica. Factura tosca.
22. Cristo yacente.
1.50 m. Madera policromada. Tiene
espada en la mano derecha. Falta la mano
1.55 m. Madera policromada. Articulado
izquierda y un cuerno del diablo. La imagen está
con bisagras en codo y hombros.
hecha por fragmentos y las alas adicionadas.
23. San Ignacio de Loyola.
14. Santa Bárbara.
1.80 m. Madera policromada. Manípulo en
1.20 ni. Madera policromada. Tiene
la mano izquierda del santo. Imagen muy decorada
copón e iglesia en los brazos. Túnica y capa.
y bien conservada.
Imagen interesante y bien conservada.
24. San Estanislao de Kostka.
15. Imagen de Santo (no identificado). 1.20 m.
1.50 m. Madera policromada. Túnica negra y
Madera policromada. Con copón en la mano.
sobrepelliz blanca. Algunos dedos rotos.
Túnica y capa.
25. San Francisco Javier.
16.San Rafael con el dragón.
1.70 m. Madera policromada. Túnica y
1.40 m. Madera policromada. Espada en
estola con dorados. Brazos y manos adicionados.
25.Santa Cecilia.
la mano derecha. Túnica muy trabajada. Alas
adicionadas.
1.90 m. Madera policromada. Túnica
17. Imagen de Santa (no identificada). 1.18 m.
negra y roja. Imagen sedente.
26.San Luis Gonzaga.
Madera policromada. Con una flor en la mano.
Túnica dorada.
0.90 m. Madera policromada. Túnica
18. Santa Catalina.
y roquete de muchos pliegues.
1.15 m. Madera policromada. Tiene
150
28-29-30. Gaspar, Melchor y Baltasar, Reyes Magos.
brazos articulados. Está guardado en un
1m., 0.90 y 0.75 m. (uno arrodillado).
catafalco procesional de madera policromada y calada
Madera policromada. Túnicas y mantos. Muy
que tiene unas dimensiones de 0.90 x 1.90 m. Pieza
estropeados los tres.
interesante.
31. Pastor con oveja.
40. Cristo en el Huerto de los Olivos. 1.30 m. Madera
0.80 m. Madera policromada. Muy
policromada. Túnica. Imagen arrodillada con los
estropeado.
brazos abiertos. Con base.
32. Cristo, Salvador del mundo.
41. Imagen femenina orante.
1.50 m. Madera policromada. Capa de
1.20 m. Madera policromada. Túnica y manto
tela encolada. Montado sobre un asno y con
con pliegues. Manos juntas y ojos hacia arriba. Bien
piernas articuladas.
conservada. Muy interesante.
33. San Luis Gonzaga.
42. Imagen femenina (no identificada). 1.40 Bi. Madera
1.60 m. Madera policromada. Túnica y
policromada. Túnica y manto. Actitud orante, manos
roquete. Tiene base, mano izquierda con dedos
juntas. Con corona desmontable. Bien conservada.
rotos.
43. San Juan.
34. Cristo de la columna.
1.55m.
Madera
1.40 m. Imagen de vestir. Cara y manos de
policromada.
Falta
madera. Túnica blanca, cordón y estola. Con corona
columna. Cabello natural, brazos adicionados,
desmontable.
trabajo interesante.
44. Cristo.
35. Imagen de santa (no identificada). 1.15 m.
1.50 m. Madera policromada. Pertenece a una
Madera policromada. Túnica y manto con
estación de Vía Crucis (probablemente falta la cruz).
muchos pliegues. Tiene base. Dedos de mano
Muy roto, brazos agregados. Expresión naturalista.
derecha rotos.
45 .San Pedro.
36. Cristo de la columna.
1.10 m. Madera policromada. Brazos
1.90 m. Madera policromada. Cruz patriarcal,
llaves y mitra desmontable. Sotana y capa, estola roja.
atados. Muy rústico.
Bien conservada, muy buena imagen. Expuesta en
37. San Sebastián.
Asunción con motivo del bicentenario de la Expulsión
1.80 m. Madera policromada. Túnica,
manto y falda negra de centurión. Botas con
de los Jesuitas. 1967.
46. Cristo crucificado.
liga y florón. Casco. Brazo derecho adicionado.
2m. Madera policromada. Un poco deteriorado.
38. Cristo resucitado.
1.36 m. Madera policromada. Falta
atributo original, tiene una cruz agregada
posteriormente. Túnica flotante de color rojo.
Brazo articulado.
39.Cristo yacente.
1.20 m. Madera policromada. Tiene
151
47. Imagen de santo (no identificado). 0,90 m. Madera
policromada. Sotana y cordón.
52. Virgen María.
1.30 m. Imagen de vestir. Cabeza y
48. Nuestra Señora de la Asunción
manos de madera. Tiene cabello natural.
2m. Madera policromada. Tiene Niño en
brazos. Luna y cabeza de tres ángeles a los pies.
53. Cristo crucificado.
0,65 m. Madera policromada. Colocado
Túnica dorada y capa. Corona de plata y piedras.
en altar mayor.
Imagen importante, utilizada actualmente como
54-55. Querubines.
Patrona.
0,65 m. cada uno. Madera policroma-da.
49. Virgen Dolorosa.
Imágenes de pie.
1.50 m. Imagen de vestir. Cara y manos de
madera. Túnica negra. Forma conjunto de Calvario
56. Cristo yacente.
1.60 m. Madera policromada. Brazos
con las imágenes 43 y 46.
adicionados.
50. Cristo crucificado.
57-58-59. Cabezas de ángel.
1 m. Madera policromada.
0,20 m. cada una. Madera policroma-da o
51. Pastor.
barnizada.
0,55 m. Madera policromada. Arrodillado en
actitud orante.
60. Cristo crucificado.
1.75 X 0.80 m. Madera policromada, muy
trabajado.
Equipamiento de la antigua iglesia jesuítica guardado en Santa María de la Fe
con
Seis columnas de fuste acanalado de 1.60
monograma de María. Parece de una pileta, tiene 0.60
metros y basamento de 0.80. Madera muy
x 0.70 m. por 0.33 de profundidad. Pieza muy
trabajada. Conjunto de capiteles de columnas.
interesante.
Trozos de barandilla de coro y comulgatorio.
Pieza
de
mármol
verde
jaspeado,
Sillones. Uno de 0.50 X 0.30 m. con respaldo
Tableros de puerta trabajados. Cirial similar al
de San Ignacio Guazú.
de 1.05 de alto. Otro con brazales, deteriorado.
Armario de 1.75 x 2.15 m. y 0.85 de
Fragmentos de piedra de la pila bautismal.
Campana de hierro, en uso en campanario de
profundidad. Tiene dos puertas con bastimento
madera. Tiene la siguiente inscripción: AN 1725. S.
central, seis tableros en cada hoja. Bisagras de
ROSA ORA PRO NOBIS TU ROSA FLAVESCENS TU
hierro, llave y cerradura.
ROSA SEMPER ADEST.
Hornacina de madera con puerta de
madera policromada. Tamaño 1.10 por 0.70 m.
y 0.62 de profundidad. Bisagras de hierro.
152
Remate
triangular
madera
cromada y angelitos, planchas de madera para
policroma-da con dos ángeles laterales y
cuarterones de puerta, algunos muy interesantes pues
monograma radial IHS. Tiene 2.75 m. de
están recién comenzados a trabajar, bases de ciriales,
largo por 0.80 m. de alto.
restos de sillones. Una teja muy interesante de tipo
Diversos
objetos
de
amontonados.
colonial, cuyas dimensiones eran 0.70 m. de largo,
Entre ellos pueden mencionarse una base
0.4.5 m. de ancho la boca grande, y 0.30 m. la boca
de imagen de la Virgen, de madera poli-
chica, la flecha es de 0.10m.
MISIÓN DE SANTIAGO
Inventario de imágenes conservadas en la Iglesia de Santiago
9. Virgen de la Asunción.
1. San Felipe.
2
m. Madera policromada. Es
0,70m. Madera policromada. Túnica y manto.
curioso el gesto del brazo derecho.
Tiene un Niño Jesús en brazos.
2. Virgen María.
10. Virgen Dolorosa.
1.40 m. Madera policromada. Muy
1m. Imagen de vestir. Cabeza y manos de madera.
repintada se guarda en el actual bautisterio.
Túnica negra.
3-4. Querubines.
11. Cristo atado a la columna. 1.20 m. Madera policromada.
0,70
m.
cada
uno.
Madera
5.San
policroma-da. Ambos querubines tienen los
brazos rotos.
1.50 m. Madera policromada. Flechado.
12. Cristo atado a la columna.
5. Cristo crucificado.
1.60 m. Madera policromada. Con corona de
1.40 m. Madera policromada. Brazos
adosados. La cruz tiene 2 metros de altura.
espinas.
13. Cristo con la cruz.
6. San Juan.
1.30m. Madera policromada. Pertenece a una
1.50 m. Imagen de vestir. Cabeza y
manos de madera. Túnica blanca.
estación del Vía Crucis.
14. San José.
7. Cristo, Salvador del mundo.
1.50
Esteban.
m.
Madera
0,80 m. Madera policromada. Tiene un Niño en
policromada.
Imagen ecuestre, ubicada sobre un burro.
brazos.
16-17-18-19. Pastores.
Muy repintada.
0,80 m. Madera policromada. Muy deteriorados.
8. Cristo triunfante.
1.40 m. Madera policromada. Brazo
articulado. Faltan atributos.
153
20. Cristo con la cruz.
31. Imagen de santo (no identificado). 1.20m.
0,90 ni. Madera policromada. Estación del
Madera policromada. Estropeada.
San
Francisco
Vía Crucis. Arrodillado y con corona de espinas.
32.
21. San Luis Gonzaga.
policromada.
1.30 ni. Madera policromada. Túnica y
Javier.
1,20m.
Madera
33. Piedad.
roquete.
1.10 m. Madera policromada. Virgen
22. Santo (no identificado).
sedente con Cristo en brazos. Virgen sin rostro.
No tiene brazos; cabeza muy deteriorada.
Imagen buena pero muy dañada.
23. Cristo crucificado.
34. Busto de un santo (no identificado). 0,40m.
2 m. Madera policromada. No tiene ni cruz
Madera policromada. Muy dañado.
35. San Isidro.
ni brazos.
24. Imagen de un santo (no identificado). 1.80 ni.
1.40m. Madera policromada. Sin atributos.
36. Santa María de la Cabeza.
Madera policromada. Muy deteriorado.
25. Cristo en el Huerto de los Olivos. 0,90 ni. Madera
1.40m. Madera policromada. Le falta un
policromada. Arrodillado.
brazo.
26. Virgen de la Anunciación. 0,95 ni. Madera
37. Pastor.
policromada.
0,70 m. Madera policromada.
27. Jesús niño.
38. Virgen del Pilar.
0,60m. Madera policromada. Se conserva
1.30 ni. Madera policromada. Tiene al
sólo el torso.
Niño en brazos.
28. Virgen de la Asunción.
39. Santiago.
1.10 ni. Madera policromada. Con luna y
1.30 ni. Madera policromada.
40. San Luis Gonzaga.
cabeza de angelitos.
29. San Ignacio de Loyola.
1.30 ni. Madera policromada. Estas tres
1.10 ni. Madera policromada. San Ignacio
últimas imágenes se encuentran en el Altar
predicando con los brazos abiertos.
Mayor de la actual Iglesia.
30. Virgen de la Asunción.
41. Santiago Apóstol.
1.10 ni. Madera policromada. Cara de niña.
Guardado en una casa particular. Es el
patrono de la Iglesia.
En la sacristía se guardan siete fragmentos más de imágenes (bustos, torsos, brazos, etc.) que no pudieron ser
claramente identificados.
154
Equipamiento de la iglesia jesuítica
guardado en la actual iglesia de Santiago
Un sillón y una silla con brazos y
respaldar
de
madera
tallados.
Muy
metro, cuatro columnas de 1.50 m. que constituyen la
parte superior del retablo.
deteriorados. 0.60 X 0.60 y 0.60 X 0.40)
Nicho con tapa realizado en madera policromada. Tiene
metros.
0.50 X 0.65 y 0.33 de profundidad.
Fragmentos de columnas. Parte del
retablo principal y sagrario de 0.80 X 1
MISIÓN DE SAN IGNACIO GUAZÚ
Inventario de imágenes conservadas en el Museo de San Ignacio Guazú
1. Virgen con el niño.
1 m. Madera policromada. Niño Jesús
colores de la bandera paraguaya. Brazo izquierdo roto.
Tiene vástago de apoyo.
con corona. Imagen de bulto, aunque
ahuecada. Pintura muy deteriorada.
5. Santa Ana.
2. San Ignacio de Loyola.
1.85 m. Madera estucada y pintada
1.27 m. Madera estucada y policromada (azul,
colorada y ocre). Túnica y capa con pliegues muy
(negro, dorado, rojo). Túnica con pliegues
acusados. Brazos adicionados, mano derecha rota.
muy trabajados. Buena factura. Ojos de
6. San Pedro.
madera pintados. Base de madera.
3. San Isidro.
0,73 m. Madera policromada. Cayado
1.60 m. Madera policromada. Tiene una espada y
un libro en la mano izquierda. Túnica completa. Con
base, espada y brazos adicionados. Dedos de la mano
de pastor. Túnica y manto. Imagen para ser
derecha rotos.
colocada sobre una columna. Tiene una
7. Santa Isabel.
mano totalmente desproporcionada.
4. San Rafael.
0,75 m. Madera policromada, botas de
tela encolada. Vestido como centurión con
1.40 m. Madera policromada. Túnica y manto;
cordón con moño dorado. Túnica con flores de lis.
Brazos adicionados.
8. Niño alcalde.
casco de madera, falda, coraza con arabescos
1.10m.
Madera
policromada.
Tiene
cruz
y banda, botas y ligas. Alas, brazos y casco de
adicionada posteriormente. Túnica, muy trabajada en
madera adicionados. Alas pintadas con los
sus pliegues. Imagen muy bien conservada.
155
9. San Francisco de Asís.
16. Angel Mitaí (criatura chica).
1.47 m. Madera policromada. Tiene un libro
1.30 m. Madera policromada. Túnica con
en la mano izquierda. Sotana con cordón de madera.
cordón. Con base, brazo derecho adicionado y
Dedo de la mano izquierda roto.
dedos rotos.
10. San Pedro.
17. Cristo resucitado.
1.60 m. Madera policromada. Libro en mano
1.45 m. Corona de madera desmontable.
izquierda y llaves en mano derecha (adicionados).
Forma parte de un conjunto de la Pasión.
Túnica y manto, con faja.
Espalda adicionada. Tiene base de madera.
11. Jesús camino del calvario.
Brazos articulados en el codo.
1.20 m. Madera policromada. Falta la cruz
18-19. Angeles.
que sin duda constituía el atributo de la imagen.
0,60 m. cada uno. Madera dorada. Sin
Túnica con cordón. Brazos adicionados, mano
base. Trabajados solo de medio lado para
derecha rota. Cuerpo de la imagen burdo.
adicionarlos a retablo.
12. Santo Domingo de Guzmán.
20. Santa Lucía.
1.40m. Madera policromada. Bandera en
0,98m. Madera policromada. Faltan los
mano izquierda, libro en mano derecha y sobre él
atributos del platillo con ojos. Pedazo de bastón.
una iglesia. Túnica blanca y manto negro.
Túnica y manto. Tiene base de madera.
Interesante y en buen estado de conservación.
21. San Estanislao de Kostka.
13. Virgen de la Asunción.
1.40m. Madera policromada. Tiene Niño
1.60 m. Madera policromada. Base de luna y
en brazos. Sotana negra con dorados, sobrepelliz
cinco cabezas de angelitos. Túnica y manto.
blanca con filigranas doradas. Tiene base y está
Basamento de madera.
en muy buen estado. Factura similar al San
14. San Francisco Javier.
Francisco Javier (nº 14).
1.75 m. Madera policromada. Sotana negra,
22. San Antonio.
sobrepelliz blanca con filigrana dorada, estola roja.
1.16 m. Madera policromada. Libro en
Muy buen estado general aunque se advierten tres
mano izquierda. Falta atributo de la pluma en
dedos rotos.
mano derecha. Hábito negro y cordón de madera
15. Angel Custodio.
dorado. Tiene base de madera.
2.10 m. Madera policromada. Túnica, manto,
23. Jesús resucitado.
faja y botas. Es la pieza de mayor tamaño de cuantas
1.60 m. Madera policromada. Manto con
se conservan. Interiormente con huecos, tiene dos
pliegues dispuestos de tal forma que se pueda
tapas en la parte trasera. Alas y brazos adicionados.
observar el lanzazo. Falta el brazo derecho y
Dedos rotos en ambas manos.
tiene rota la mano izquierda. Base de madera.
24. San Francisco de Gerónimo. 1.10 m. Madera
policromada. Sotana negra y sobrepelliz blanca.
Sin base.
156
25. Cristo yacente.
negra con dorados. Brazos adicionados en el codo. Mano
1.30 m. Madera policromada. Túnica
de madera con moño en costado derecho.
derecha rota.
30-31-32-33. Conjunto de cuatro tablas talladas.
Brazos articulados en los hombros. Cuerpo
0,40 x 0,55, 0,39 X 0,57 m., 0,43 X 0,64 y 0,40 x
muy trabajado con gotas de sangre.
0,48 m. Madera barnizada. Cabezas de ángel, dos de ellas
26. San Miguel y el demonio.
con brazos, rodeadas de follaje. Pueden haber sido
1.95m. Madera policromada. A San
cuarterones de un altar o puerta. Fueron presentadas en
Miguel le falta la lanza. Túnica dorada,
la VI Bienal del Museo de Arte Moderno de San Pablo el
manto, pechera verde, banda, faja, moño,
9/XII/1961.
botas y ligas con cabeza de angelitos. San
D.P.H.A.N.”.
Miguel: mano derecha rota y articulada, pies
34-35. Cabezas de ángel con alitas. 0,40 x 0,28 m. y 0,30 x
adicionados. Demonio: mano izquierda rota,
0,23 m. Madera policromada. Muy deterioradas.
faltan los cuernos y la cola. Pieza muy
36. Cabeza de ángel.
Dice
al
dorso
“Restauradas
por
0,13 x 0,13m. Madera barnizada. Muy estilizada y
interesante.
27. Angelito.
bien conservada. Sin alas.
0,52 m. Madera policromada. Rotas
37. Cabeza de ángel con orla.
0,30 X 0,20 in. Madera policromada. Muy
las manos. Alas adicionadas. Trabajado de
un solo lado, para ser agregado a un retablo.
arruinada.
28. Santa Rosa de Lima.
38-39-40-41. Cuatro tableros de madera pintada.
0,60 x 0,33 m. Policromados. Motivos decorativos
1.65 m. Madera policromada. Túnica
ocre y capa azul. Sin base, falta mano
y florales. Pintura muy borrada.
derecha.
29. San Miguel.
1.10 m. Madera policromada. Imagen
para ser colocada sobre un demonio que
falta. Falta también la lanza. Túnica dorada,
falda y pechera
Equipamiento de la iglesia jesuítica existente actualmente en San Ignacio Guazú
Un banco de refectorio de 3 m. de
largo. Respaldo con barrotes apareados y
inferiores salomónicos. Brazales rematan en cabezas de
ángeles.
machiembrados.
Púlpito de 1.30 m de altura el balcón y 1.60 m. la
Tres sillones de madera trabajados.
base de columna. Altura total 2.90 m. Totalmente
Asiento 0, 64 x 0,50 m. Alto de respaldo 1.04
realizado en madera tallada y policromada. Armado en
m.
cuatro secciones circulares separadas por columnitas.
Tallados
y
policromados.
Madera
machiembrada. Travesaños
157
Una de estas secciones da lugar al acceso. Los
Conjunto de columnas salomónicas de
motivos decorativos son predominantemente flores,
2.60 m. de altura que correspondían al primer
lises, coronas y se reiteran en todos los paños.
tramo del retablo del Altar Mayor de la Iglesia
Guarda inferior de rosetones y remata en cornisa de
jesuítica de San Ignacio Guazú, según se
madera. La columna de base tiene cinco tramos
desprende de las fotos existentes. Otras
definidos: el superior de carácter lotiforme y el
columnas salomónicas son de 2.10 m y
tercero es un dado cuadrado con esquinas achatadas.
corresponden al segundo tramo estando muy
Apoya el conjunto en una base muy trabajada.
estropeadas y apolilladas. Hay también columnas
Púlpito bastante deteriorado.
estriadas de 1.80 m. de alto seguramente
Sagrario de madera, 0,62 x 0,69 m. Decorado
pertenecientes a algún altar lateral, al igual que
con motivos vegetales estilizados pintados en rojo y
otras de 1.35 m. Existen 6 remates de madera
dorados. Puerta del sagrario de 0,20 x 0,27 m. con la
pertenecientes a las columnas del templo y sobre
figura de una Custodia y flanqueada por dos
los cuales apoyaban las ménsulas de las cuales se
columnas. Cornisas superior y en la base. Interior del
conservan cinco. Los remates o tambores tienen
sagrario dorado. La puerta tiene cerradura metálica.
1.40m. y 0.55 m. de diámetro, mientras que las
Sagrario de madera de 0,73 x 0,77 m. La
ménsulas tienen 1.30 m. de largo.
puerta de 0,64 X 0,40 m. tiene bisagras y cerradura
Un monograma I.H.S. de madera dorada
metálica. El interior dorado contrasta con los
de un metro de diámetro. Tiene diseño solar y
costados externos de madera vulgar y pintura verde.
debió pertenecer a algún retablo.
Este sagrario es de mucho menor calidad que el
anterior.
Se conserva también un conjunto de 18
piezas verticales de retablos, todas ellas de
Hornacina de cajón, de madera barnizada.
madera y muy trabajadas. Algunas de ellas están
Tiene 0,67 x 0,46 m. con puerta doble. En la puerta
doradas. Por otra parte hay 10 piezas de cornisas
y en el fondo se aprecian el monograma de Jesús y
o ménsulas de retablos, casi todas ellas doradas.
María.
Se completa este conjunto con un
Hornacina abierta de 0,75 x 0,48 m. Realizada
interesante lote de 8 piñas y florones tallados y
totalmente en madera dorada con dos piezas
sin dorar que demuestra la utilización de la flora
superpuestas.
local en la decoración.
Originalmente
debió
tener
dos
columnas adelante. Remata la hornacina en una
semicúpula.
Hay también más de 15 piezas de adornos
y fragmentos de retablo hechos en madera, pero
Un cirial de 1.75 m. de alto realizado en
madera dorada y con angelitos adicionados. Está
bien conservado.
que no revisten particular interés.
Conjunto de baldosas de piedra. Las hay
octogonales de 0.10m. de lado, por 0,23 m. de
diámetro y otras cuadradas de 0,20 m. de lado.
Todas ellas carecen de dibujos.
158
Se guarda la base y el tambor de la pila
piedra de 0,58 x 0,56 m. El cuadrante tiene
bautismal realizados en piedra pero bastante
doble recuadro que encierra los números
estropeados.
romanos. Está rota la aguja que, en su
Cuadrante del reloj de sol realizado en
tiempo, proyectaba la sombra.
MISIÓN DE TRINIDAD
Inventario de imágenes conservadas en el museo
1. Nuestra Señora de la Asunción.
articulados. Caja de madera nueva. Escultura de
1.30 m. Madera estucada y policromada. Un
ángel a sus pies y cabecitas de ángeles [luna
menguante invertida]. Túnica. Manto rojo, con
muy buena calidad.
8. Cristo crucificado
2.50m. cruz. 1.40 m. imagen. Madera
dorados. Ojos de vidrio. Rota la mano derecha.
policromada. Dedos rotos de la mano derecha.
2. Cristo crucificado.
Articulado.
0,95 m. cruz. 0,50 m. Cristo. Madera pintada.
9. Nuestra Señora de la Asunción. 0,85 m. Madera
Muy tosco y deteriorado. Brazos adicionados al
policromada. Muy retocada pintura. Falta mano
hombro.
derecha.
3. Cristo triunfante.
10. Cristo sedente (forma parte de un conjunto
1.30 m. Madera policromada. Base. Cruz o
estandarte en mano derecha, adicionado. Dedos
trinitario).
1.50 m. Madera policromada. Túnica. Ojos
rotos.
de vidrio, brazos articulados. Roto el brazo
4. Espíritu Santo (en forma de paloma). 0,45 m.
izquierdo.
Madera dorada. Cruz de malta atrás.
11. Dios Padre (Padre eterno [sic], forma parte del
5. Nuestra Señora de la Asunción, con Niño en brazos.
conjunto trinitario), sedente.
1.25 m. Madera policromada. Angeles al pie.
1.55 m. Madera policromada. El mundo en
Muy trabajado. Buena factura.
mano izquierda. Estola y manto. Ojos de vidrio.
6. San José.
Falta mano derecha.
1.40 m. Sin brazos. Cabeza muy trabajada,
cuerpo rústico. Inconclusa. Sin pintar.
12. Virgen.
1.30 m. Imagen de vestir, con pelo natural.
7. Cristo yacente.
Corona de plata adicionada. Manto tela blanca,
1.60 m. Madera policromada. Brazos
moderna. Expresión rostro muy interesante.
13. Santo no identificado [¿San Isidro?]. 1.10 m.
Madera policromada. Bastón adicionado. Túnica
y batas. Muy estropeado, dedos rotos.
159
14Laterales retablo, con rostros ángeles. 2.00 m.
0,90 m. Madera policromada. Concepción muy
Madera pintada.
especial. Triángulo sobre la cabeza de Dios Padre.
15.Santísima Trinidad del Paraná. (Conjunto
Pintura muy retocada. Manos de Dios Padre rotas.
triple; Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu
16-17. Dos Angeles, colocados entrada. 0,98 m. Piedra
Santo [paloma] ).
blanca. Muy estropeados.
MISIÓN DE JESÚS
Inventario de imágenes conservadas en la sacristía y museo1
1. Nuestra Señora de la Asunción. 0,85 m. Madera
7. Cristo en el Huerto.
policromada. Manto. Faltan dos manos;
0,90 m. Madera policromada. Túnica. Presenta
estropeada.
rotura de las manos y de la nariz. Sólo conserva
2. San Luis Gonzaga.
pintura en el rostro.
1.20
m.
Madera,
policromada.
8. Santa Ana, con la Virgen en el regazo.
Sacerdotal, con sobrepelliz. Muy dañada la
1.10 m. Madera policromada. Talla muy buena,
cabeza, los dedos y la base por los taladros.
en una sola pieza. Faltan brazos de la Virgen Niña.
3. Santa Bárbara.
Pintura algo perdida.
1.10 m. Madera policromada. Sostiene
9. Niño Jesús alcalde.
en su mano izquierda una iglesia o edificio.
1.15 m. Madera policromada. Cruz agregada
Mano derecha rota, pintura deteriorada.
(falta la original). Túnica y manto. Buena talla, pero
4. Figura femenina sin identificar, orante (puede ser
repintada recientemente; buen tratamiento de los
de un conjunto de la Anunciación).
pliegues de la ropa.
0,58 m. Madera policromada. Túnica y
10. Cristo triunfante.
manto.
1.20 m. Madera policromada. Portaestandarte
5. Virgen Niña.
mano izquierda. Buena talla, brazo adicionado en
0,86 m. Madera. Muy repintada, feo
hombro, faltan dos dedos mano derecha. Tiene base.
11. Cristo flagelado.
aspecto.
6. Nuestra Señora de la Asunción. 1.10 m. Madera
policromada. A sus pies luna menguante y
ángeles.
Túnica. Buena
factura,
1.25 m. Madera policromada. Faltan pies y
manos. Rostro noble. Conjunto muy estropeado.
pintura
desvaída, rostro noble.
160
12. Cristo crucificado.
16. San José.
1.40m. la imagen, 2 m. la Cruz. Madera
1.10 m. Madera barnizada. Túnica y manto.
barnizada. Talla de muy buena calidad.
Faltan tres dedos en una mano y dos dedos en otra.
13. Un ángel con niño de la mano. 1.30 m. Madera
17. Niño Jesús [¿de Praga?].
policromada. Túnica y batas. Faltan manos.
0,60 m. Imagen de bulto en madera. Mundo
Niño muy estropeado y madera carcomida.
con cruz, en mano izquierda. Vestido de tela moderna.
14. Virgen María, orante.
Rostro repintado.
0,92 m. Madera barnizada, oscura.
18. Virgen Dolorosa.
Túnica y manto.
15 .El Santo Cristo. Busto.
1.10 ni. Imagen de vestir. Manto blanco.
19-20. Dos ángeles, en restauración en Asunción.
0,50 m. Madera barnizada. Rostro
trabajado, de notable expresión.
Otros elementos
21. Dos tambores de madera. 0,60m. Madera labrada, con rostros de ángeles.
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164
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BATALLA DE MAIPÚ
DIBUJO DE TEODORO GERICAULT
E
L dibujo de Teodoro Gericault, Batalla de Maipú, que se publica en estas
páginas por vez primera, por una atención de Mlle. Popovich, conservadora
del Museo Municipal de Bellas Artes de Rouen, Francia, con intervención del Dr.
José H. Ledesma, Agregado Cultural de la Embajada Argentina en Francia, fue
ejecutado a lápiz por el artista a fines de 1818 o principios de 1819, como se verá.
Algunos años antes, el teniente coronel Ambrosio Cramer, antiguo oficial de los
ejércitos de Napoleón, se presentó al general San Martín, que se encontraba en
Mendoza organizando el Ejército de los Andes, para ofrecer sus servicios en la
guerra de la independencia hispanoamericana. Cramer había combatido contra los
Borbones en Francia; para él, ponerse a las órdenes de San Martín era continuar la
guerra contra los Borbones en otro escenario distinto, pero no por eso menos
atrayente. Es sabido que Cramer combatió valerosamente en Chacabuco, pero se
retiró del ejército de San Martín antes de Maipú. Pasó entonces a prestar servicios
en el Ejército del Norte, como ayudante de campo del general Belgrano. En julio o
agosto de 1818 se encontraba en Buenos Aires en viaje hacia Europa, donde
permaneció hasta junio de 1820, fecha en que estuvo de regreso en Buenos Aires.
Cuando Cramer partió para París tuvo la idea de hacer ejecutar en Francia algunos
grabados con retratos y escenas de la guerra hispanoamericana. Es evidente que la
iniciativa se le ocurrió en Buenos Aires, pues Cramer llevó consigo a París el retrato
ecuestre del general San Martín, grabado por Pablo Núñez de Ibarra en julio o
agosto de 1818, que sirvió de modelo a la pieza equivalente realizada por Gericault,
como más adelante aclaro. Es posible que Cramer haya conocido a Gericault antes
172
de su venida a América. Lo cierto es que fue compañero de armas del después
general francés Federico Correard, hermano o primo de Alejandro Correard, uno
de los sobrevivientes del naufragio de la Meduse. Todos, Gericault, los Correard,
Cramer, eran jóvenes de la misma edad, más o menos, sin duda compañeros y
amigos.
En los últimos meses del año 1818 Gericault vivía encerrado en un taller que
había alquilado expresamente en París para pintar su obra maestra: El naufragio de la
Meduse, enorme tela de treinta y cuatro metros cuadrados de superficie, que se
conserva hoy en el Museo del Louvre. El tema del cuadro era esencialmente
político. La fragata Meduse había naufragado frente a las costas de Africa por una
impericia del capitán, favorito del rey Borbón. Ciento cuarenta y nueve náufragos
trataron de buscar su salvación en una balsa que se construyó con los restos del
navío. Abandonados a la deriva, fueron muriendo de hambre y de sed, quemados
por el sol o ahogados. En medio de atroces sufrimientos, sólo se salvaran seis, entre
ellos el médico Dr. Savigny y el ingeniero Alejandro Correard, que asesoraron y
sirvieron de modelos a Gericault para componer su monumental trabajo. Gericault
alternaba su ciclópea tarea con la ejecución de pequeñas litografías sobre temas de
las guerras napoleónicas, que realizaba con extraordinaria rapidez y singular
maestría. En tales circunstancias Cramer fue a visitar a Gericault, probablemente
llevado por Correard, y le pidió que le hiciera cuatro litografías sobre asuntos de la
guerra hispanoamericana (los retratos de San Martín y Belgrano y las batallas de
Chacabuco y Maipú) asegurándole que harían su fortuna vendiéndolas a su regreso
a Buenos Aires. Charles Clement, principal historiador de la vida del artista, dice
que Gericault accedió al pedido de Cramer, y que ejecutó las cuatro litografías, que
son de una gran rareza, agrega, pero no se cuentan entre sus mejores, porque
Gericault no tenía los elementos necesarios para realizarlas. Tengo para mí, como
lo he dicho en otras oportunidades, que esta referencia de Clement, recogida
oralmente cincuenta años después de la muerte del artista, no refleja exactamente la
verdad de lo ocurrido. Gericault dibujó el retrato de San Martín directamente sobre
173
la piedra, siguiendo el modelo del grabado de Núñez de Ibarra, que corrigió según
las indicaciones de Cramer y también según su propio criterio1; dibujó también
sobre la piedra el retrato de Belgrano, sobre la base de algún apunte que ha de
haber llevado Cramer2, siempre según las indicaciones del bizarro militar francés,
que había estado presente en la acción y aparece abajo, a la derecha de la escena,
montando un brioso caballo. La ejecución de la Batalla de Maipú ofrecía, empero,
más dificultades. Cramer no había estado en la acción, como se ha dicho, y sólo
tenía referencias de ella por terceras personas. En definitiva, Gericault compuso la
escena representando el momento en que el general O’ Higgins se acerca a San
Martín para darle el abrazo histórico en celebración de la victoria. A la derecha
puede verse al general español Ordóñez que presenta a los prisioneros de guerra.
Gericault no se decidió a realizar esta composición directamente sobre la piedra,
como lo había hecho con las piezas anteriores. Dibujó, en cambio, un croquis a
lápiz, que es un breve estudio de la escena, y es el que se reproduce en estas
páginas. Es evidente que ello le demandó un poco más de trabajo del que estaba
acostumbrado a realizar; de ahí la queja que tantos años después recogió Clement.
Pero quedó indudablemente satisfecho con el resultado porque firmó la litografía
en su estado final, actitud poco frecuente en él.
El dibujo de Gericault que se reproduce no sólo es una importante pieza de la
iconografía sanmartiniana, sino una pequeña obra de arte, digna de su eximio autor.
Toda la escena ha sido dibujada invertida para ser copiada en la misma posición
sobre la piedra y asegurar el correcto resultado final. Los breves trazos que
describen el caballo de San Martín y los personajes son típica expresión del arte
breve y minucioso de Gericault en el dibujo, que anuncia la llegada del
romanticismo. El original de este boceto perteneció a la antigua colección de M. de
Triqueti, una de las más importantes que existieron sobre la obra del artista ruanés.
Fue catalogada por Clement con el número 19 de la sección Dibujos. Después de la
1
2
Confr. el trabajo titulado Las litografías argentinas de Gericault, “La Nación”, Buenos Aires, 16 de agosto de 1969.
Véase Iconografía de Belgrano y la Batalla de Chacabuco, “La Nación”, Buenos Aires, 14 de junio de 1970.
174
175
muerte de M. de Triqueti, pasó al Museo Nacional de Bellas Artes de Rouen, donde
ahora se conserva. Siempre ha sido considerada como ejecutada en 1819. Yo
mismo lo estimé así en el trabajo antes citado. Nuevas comprobaciones han
planteado la posibilidad de una duda porque parece probable que el retrato ecuestre
del general San Martín (ejecutado por Gericault junto con la litografía de la batalla
de Maipú y las otras dos piezas a que me he referido), haya sido enviado a Londres
a fines de 1818. Por lo menos, existe una carta de Alvarez Condarco dirigida a
Bernardino Rivadavia el 16 de noviembre de 1818, que parece referirse a ese
retrato. El detalle no es verdaderamente fundamental, pero de todas maneras
conviene dejarlo establecido.
BONIFACIO DEL CARRIL
176
LA IGLESIA DE CHIU-CHIU
E
L desierto de Atacama, planicie que se presenta siempre cubierta por arena
muy fina, casi impalpable, se extiende al norte de Chile, a unos 3.000 metros
sobre el nivel del mar. En la ladera de uno de los pocos ríos que lo cruzan, el salado
Loa, está la iglesia de Chiu-Chiu. El templo es centro del pueblo que vive en un
pequeño oasis. A su alrededor la pampa inmensa; más lejos, circundándola como
gigantesco anillo la cordillera de la costa, roja, amarilla y marrón (que separa la
pampa del mar) y al oeste los primeros contrafuertes de los Andes, más altos, más
lejos, más azules.
En el entorno árido sólo la proximidad del río ofrecía posibilidad de
asentamiento. Y efectivamente, esta zona (faja longitudinal que se extiende a unos
200 km. del mar) fue poblada desde tiempo inmemorial, como lo demuestra la
presencia del Pucará de Lassana, pocos kilómetros más al norte. Este y los demás
pueblos atacameños fueron ocupados por los españoles. Así Chiu-Chiu fue
denominado Atacama la Chica o la Baja, en contraposición de Atacama la Grande,
hoy San Pedro de Atacama. Ambos fueron sede de dos parroquias o “Doctrinas de
indios”1.
La iglesia de Chiu-Chiu fue fundada como las vecinas de Caspana, Ayquina
Conchi, San Pedro de Atacama2, Toconao, Peine, Socaire a principios del siglo
XVII.
Luego de haber consultado los libros parroquiales de San Francisco de Chiu-
Chiu, de Atacama la Baixa, hoy dia existentes en el arzobispado de Antofagasta,
1No
hay noticias de que en Atacama se levantasen iglesias en encomiendas o estancias, ya que en esta zona las tierras
no se repartían como en las del lago Titicaca o en el norte argentino. Las doctrinas de indios estaban sometidas a la
jurisdicción del virreinato del Cuzco. Y toda esta zona al virreinato del Perú hasta 1824.
2 Algunos estudiosos consideran que San Pedro fue fundada en 1557. Si así fuera, hoy es un poco difícil asegurarlo ya
que la iglesia actual es una reconstrucción del siglo XVIII, restaurada en el siglo pasado, dado que la original fue
destruida por un terremoto. Todas estas capillas se levantan en pueblos que se encontraban a lo largo del Camino del
Inca, o en sus ramificaciones.
177
178
podemos afirmar que en 1611 ya existía el templo, dado que dicho año comienzan
a anotarse los bautismos,matrimonios que tiene lugar en el3. La iglesia estaba bajo la
advocacion de San Francisco de Asis y de ella dependian los anexos de San Juan de
Calama, San Lucas de Caspana, Nuestra Señora de Guadalupe o de Copacabana de
Ayquina y Santa Maria Magdalena de Cobija (esta última en la costa)4.
Como todas las iglesias de Puna, del Altiplano y de la Quebrada, Chiu-Chiu
pertenece a ese tipo de arquitectura que Aparicio llama “arquitectura natural”, o
sea, realizada con los medios de la region circundante. Medios escasos y pobres
que, no obstante esto, o tal vez debido a ello, consiguen crear obras de
proporciones sencillas, simples y claras, directamente relacionadas con las
dimensiones humanas5.
Los muros están construidos de adobe combinado con piedras canteadas; la
puerta, de cardón como toda la carpintería, tiene hojas sin bisagras que giran sobre
un eje de madera incrustado en las piedras del dintel y del umbral, todo amarrado
Libro de varias hojas 1611-1698 de la parroquia de San Francisco de Chiu-Chiu de Atacama de Baiza.
JOSE MARIA CASASSSAS CANTO, Noticias sobre la iglesia católica en la provincia de Antofogasta, Ed. Orbe. Santiago de
Chile, s/d.
5 M. ASENCIO, R. IGLESIA y H. SCHENONE, Arte y arquitectura puneñas, Filmediciones Valero, Buenos Aires, 1967.
3
4
179
con correas de cuero. El techo a dos aguas, es de planchas de cardón (madera que
crea un admirable dibujo con sus ranuras simétricas) que descansan sobre vigas de
chañar y algarrobo ensambladas, sin clavos. Por encima del soporte se ha extendido
una cubierta de paja y adobe. Todo revocado y pintado a la cal.
Esta “arquitectura natural” que se acomoda al entorno geográfico, es una
respuesta a las necesidades básicas que motivan su existencia, y adhiere a prototipos
foráneos que sirven de guía estética a sus improvisados constructores6.
En el norte de Argentina y Chile casi nunca se siguen ejemplos españoles sino
del Alto Perú, elaboraciones americanas de prototipos españoles que se prestan
más a las necesidades criollas. Esto se nota claramente en un conjunto de fachadas
que se resuelven por medio de un portal avanzado (característica a la que nos
referiremos más adelante).
Esta especie de pórtico y la, o las torres, constituían el principal elemento
simbólico de la naturaleza religiosa del edificio. Las torres, además de cumplir una
función simbólica, tenían las campanas cuyo sonido atravesaba y hería el silencio
absoluto del desierto llamando a los fieles a la casa de Dios. Tan importantes eran
las torres que, en algunos casos, están adelantadas a la iglesia: en Uquía (norte
argentino) la torre forma parte del muro del atrio; en Toconao, en cambio, su
curiosa torre escalonada, constituye por sí sola un monumento que adelanta y
anuncia a la casa de Dios.
Frente a la iglesia, el portal avanzado recibe e invita a los fieles a penetrar en
ella. Un profundo arco semicircular cobija la portada, definiendo un cubículo
estratificado entre el exterior y la caja del edificio. Este espacio compartimentado
prepara la llegada al interior mediante un elemento de tránsito que al proyectarse hacia afuera
da aire a la fachada7. Este tipo de arco es característico de las portadas españolas de
los siglos XVI y XVII8 pero como forma y concepto espaciales, tiene una trayectoria
que la entronca con la precedente arquitectura islámica y posteriormente con la
ASENCIO, IGLESIA y SCHENONE, op. cit.
CARLOS ALBERTO PAOLASSO, Ideas estructurales españolas en la arquitectura del Alto Perú, Anales del Instituto de Arte
Americano, n° 20, Buenos Aires, 1967.
8 FERNANDO CHUECA GOITÍA, Invariantes castizos de la arquitectura española, Madrid, 1947.
6
7
180
arquitectura que desde el sur del Perú y Alto Perú se extiende hasta los confines del
antiguo Tucumán.
América ofrece numerosos ejemplos de esta solución arquitectónica: a orillas
del Titicaca encontramos San Pedro de Zepita, Santa Catalina de Juliaca, Santiago
de Pomata, San Martín de Vilque y la iglesia de Lampa; en La Paz, San Pedro y
Santo Domingo; en Potosí, la iglesia de Belén. En Argentina, Casabindo en la
Puna9, San Carlos en los valles calchaquíes y Santa Gertrudis de Candonga en la
provincia de Córdoba. En todos estos ejemplos el arco parece la prolongación hacia el
exterior de la bóveda de cañon que cubre la nave10.
Este tipo de solución es tan común que se lo puede considerar característico
de la arquitectura mestiza del siglo XVIII. Esto explica la imitación de que fue objeto
por las iglesias más pobres. Así aparecen ejemplos donde (obligado por limitaciones
técnicas) el arquitecto suplanta el arco por una forma de artesa invertida, que
remata en un perfil de dos aguas. En el exterior sobresale la prolongación de las
cerchas que cubren la nave. Este tipo de espacio aparece en la Merced de Potosí,
Santa Lucía de Cayara, en las iglesias de Carma, Porco, Llica, Cahua y Yocalla en
Bolivia; y en Vavi, Uquia, Huacalera, Tumbaya y Purmamarca en la quebrada de
Humahuaca.
Hay otra solución popular, intermedia de las dos anteriores: una estructura de
madera se extiende desde la entrada hasta un nuevo plano de fachada perforado
por un arco de grandes dimensiones. Algunos ejemplos de este tipo de solución,
tan ligado al sentimiento musulmán del espacio, son la iglesia de Molinos en los
valles salterios, la capilla del Valle Hermoso en Córdoba, y Chiu-Chiu en la Puna
chilena11.
En Chiu-Chiu como en casi todas las portadas de las iglesias de su tipo, la
Casabindo se encuentra en una ramificación del Camino del Inca.
MARIO J. BUSCHIAZZO, Historia de la arquitectura colonial en Iberoamérica, Buenos Aires, 1961.
11 PAOLASSO, op. cit.
9
10
181
182
183
fachada (flanqueada por dos pequeñas torres gemelas12 tal vez desproporcionadas
en su pequeñez con respecto al conjunto carece de decoracion
Es en estos muros desnudos, exaltados por la geometría impregnada de mudejarismo
característica de nuestra arquitectura popular, donde resalta el hallazgo de ese espacio de transición
entre exterior, paramento de la fachada y ámbito interno13. Los únicos recursos decorativos
utilizados por el creador son simples, el idioma es llano y directo. Un reborde en la
parte alta de la fachada y la cornisa a la altura del techo le permiten jugar con las
luces y sombras, creando una guarda decorativa que acentúa el geometrismo del
conjunto. El mismo trabajo adorna el muro donde se abre la entrada lateral de
bellísimas proporciones. Esta y la escalera del lado derecho se corresponden a la
izquierda con la masa del baptisterio. El ábside (como en la mayoría de las iglesias
españolas y americanas) es rectangular. Poderosos taludes imprimen una fuerte
sensación de solidez a este muro liso y sin ventanas, ayudando a crear con sus
formas el ritmo de volúmenes y vacíos que caracteriza a este monumento.
Por más raíces culturales que busquemos y comparaciones que surjan al
contemplar esta obra, debemos reconocer en ella a la expresión más directa del
hombre. Ejemplo de arquitectura popular, que encanta por la simplicidad y claridad
de su lenguaje, que es el mismo en la Puna que en el norte de Africa, en el sur de
España o en las islas griegas. Paralelo de culturas que se da, no importa su posición
en el tiempo o el espacio.
El interior de Chiu-Chiu es muy simple: una nave única estrecha y larga se
desarrolla marcadamente aislada del exterior. Este aislamiento (limitación común a
todos los templos de la Puna, impuesta por el clima) se debe sobre todo al grosor
de los muros y a la escasez de aberturas. Unicamente dos ventanas en la nave, y una
por capilla, el ingreso principal y uno lateral (constituido por un vigoroso arco de
medio punto que perfora el ancho muro derecho) comunican con el exterior. La
escasez de técnicas y medios se nota en la carencia de arcos (sólo los nombrados y
Las torres originales fueron destruidas por un terremoto y suplantadas por campanarios de madera hasta que se
reconstruyeron las actuales mucho más acordes con el conjunto.
13 PAOLASSO, Op. Cit.
12
184
los que comunican con las capillas) y en la simplicidad de la decoración interior. En
la capilla lateral izquierda unas pinturas muy ingenuas imitan, sobre un arco de
madera, grandes vasos con flores. En la capilla lateral derecha es digno de mención
el simple y macizo altar escalonado.
El primer escalón se ensancha y hace más alto para crear un nicho que guarda
un pequeño Cristo atado a la columna. Figura popular, seguramente proveniente
del Alto Perú, que llama la atención por la finura de su modelado. Domina el altar
una figura de San Roque que, a pesar de estar muy repintada, deja sentir su calidad
y sus años.
Esta es indudablemente la imagen más antigua de la iglesia. El San Roque está
enmarcado por un arco de madera en el que quedan pocos restos de pintura. Hay
en esta capilla dos figuras muy graciosas por su ingenuidad: el buen y el mal ladrón.
Otras de carácter eminentemente popular, realizadas posiblemente por un artesano
local que logró una esquemática composición vertical.
En la nave14, sobre el muro izquierdo, un pequeño nicho alberga la imagen de
la Virgen del Carmen. El muro frontal está trabajado a manera de retablo15.
Siguiendo la solución más simple y directa la pared ha sido excavada por tres
hornacinas separadas por columnas muy simples y pilastras adosadas a la pared.
Con esto se crea un cuerpo dividido en tres calles, la central con dos registros. Un
frontón de graciosas líneas quebradas remata el conjunto. Esta compartimentación
es muy común en la Puna chilena, pero, a veces, los ejemplos se nos aparecen más
complejos, como en la iglesia de San Pedro de Atacama (muy restaurada y
repintada) donde además de encontrarnos con un testero dividido en tres calles,
tenemos dos registros, lo que permite albergar seis imágenes. En Chiu-Chiu sólo
tenemos tres nichos, más una pequeña hornacina que se alza por encima de la
cornisa que cierra el retablo. En el nicho central (flanqueado por dos pilastras con
capiteles trabajados y dos figuras de querubines) un estupendo Taitacha de los
Cabe hacer notar la presencia de poyos o bancos de piedra adosados a los muros.
El altar fue construido con posterioridad a la iglesia. ROBERTO MONTANDON, Iglesias y capillas coloniales en el desierto
de Atacama, Santiago de Chile, s/d.
14
15
185
temblores, domina a dos figuras menores. La imagen es seguramente de
procedencia altoperuana. Por debajo del retablo, en lugar del banco común, una
serie de escalones que jerarquizan los elementos antes citados, sirven también para
colocar candelabros, floreros, ofrendas y más imágenes. Sobre el altar un delicioso
sagrario de madera adornada con dibujos geométricos en oro, constituye el único
adorno. Por su traza y elementos decorativos pertenece a la escuela altoperuana.
No podemos abandonar el interior de Chiu-Chiu sin hacer mención de sus
imágenes más notables. Un San Francisco muy lindo que se mueve en un gesto
muy suelto. Y sobre todo la Dolorosa. La Virgen es una imagen de vestir,
seguramente altoperuana. La cara (moldeada en yeso policromado con ojos de
cascarón de vidrio) y las mantos son de factura muy fina. Nada repintada, esta
Dolorosa (del tipo de la iglesia de Yavi (norte argentino)) mantiene toda la frescura
y expresividad originales.
Capítulo aparte es el Cristo atado a la columna que se encuentra en la capilla
lateral izquierda. Está colocado por delante de un pequeño arco de madera dorada y
policromada, de marcado carácter popular (esquemátismo, planismo, formas
determinadas linealmente, ingenuidad). El Cristo, que se mantiene intacto, es de
factura finísima, proveniente tal vez de taller altoperuano. Se destaca por las
proporciones perfectas, por la expresividad de sus manos y de la delicada cara, de
facciones angulosas y muy esbeltas. De acuerdo a una difundida costumbre
sudamericana, la imagen está cubierta con una falda en forma de pollera, realizada
en tela labrada y realzada con lentejuelas. Este elemento se usa no sólo para cubrir
la figura sino también para enriquecerla.
A lo largo de la nave y sin integrarse con el espacio central se alinean: el
baptisterio16 (de donde una angosta escalera cavada en el muro conduce al coro),
dos capillas-crucero laterales y sobre el presbisterio, la sacristía. Estos espacios
complementarios, más una bodega que sin comunicarse con el interior está adosada
al muro oriente, se revelan exteriormente con toda claridad. A esto debemos sumar
En el baptisterio se destaca un pie en piedra blanca torneado por los lugareños, que sirve de soporte a la pila
bautismal de cobre batido.
16
186
la escalera (del ancho de la caja muraria en la que se encuentra insertado el arco de
entrada lateral), que a la derecha del templo conduce a los techos. Delicioso detalle
que recuerda claramente innúmeras construcciones del levante español, y que
valoriza la simplicidad del conjunto y la fuerza del material utilizado en la
construcción con su juego de luz y sombra, masas y vacíos que zigzaguean
lateralmente hasta la torre. El conjunto nos ofrece un volumen recortado y
asimétrico, fuertemente unido a la tierra por los gigantescos contrafuertes que
acentúan el carácter macizo de toda la construcción. El todo, circundado por un
muro bajo, con entradas al sur y al este, una mole blanca y compacta valorizada por
la luz fuerte y limpia, se destaca sobre el marrón dorado de la pampa y sobre el azul
transparente y diáfano del cielo.
IRMA SYLVIA ARESTIZABAL
187
RELACIONES DOCUMENTALES
UN PROYECTO DE SENILLOSA PARA LA FACHADA
DE SAN IGNACIO
A pesar de suponerse que después de tantos años de investigación no pueden
hacerse descubrimientos en el Archivo General de la Nación, siguen apareciendo
documentos que arrojan nueva luz, a veces sobre estudios ya publicados. Es lo que
acaba de suceder con un lote de planos de Senillosa Biedma-Pillado, que el Padre
Guillermo Furlong (el más perspicaz de nuestros investigadores) descubrió hace
poco tiempo. El propio Padre Furlong publicó no hace mucho un excelente libro
sobre los planos conservados en dicho repositorio, libro en el cual, por supuesto,
no figura su nuevo hallazgo1. De Paula escribió en estos ANALES un artículo que en
su momento creíamos exhaustivo2. Nosotros mismos, hace años, al estudiar el
Colegio y Templo de San Ignacio3, dimos algunas noticias sobre su fachada,
ignorando desde luego el proyecto de Senillosa que hoy damos a conocer por
gentileza de quien lo descubrió. Antonio Zinny4 y Enrique Udaondo5 también se
refirieron a la intervención de Senillosa, concretándose a indicar que a mediados del
siglo pasado dicho técnico le agregó la torre derecha (según se mira de frente a la
fachada), que nunca se había terminado.
Lamentablemente solo se conoce el proyecto, pues no hay documentación
alguna que lo acompañe. No hay duda de que esos documentos existieron y acaso
GUILLERMO FURLONG S. J., Cartografía Histórica Argentina. Mapas, planos y diseños que se conservan en el Archivo General de
la Nación. Buenos Aires, 1963.
2 ALBERTO S. J. DE PAULA, Don Felipe Senillosa, en ANALES del Instituto de Arte Americano, nº 18, Buenos Aires,
1965.
3 MARIO J. BUSCHIAZZO, La construcción del Colegio e Iglesia de San Ignacio de Buenos Aires, en ANALES del Instituto de
Arte Americano, n° 13, Buenos Aires, 1960.
4 ANTONIO ZINNY, Apuntes biográficos del Sr. D. Felipe Senillosa, Buenos Aires, 1867.
5 ENRIQUE UDAONDO, Reseña histórica del templo de San Ignacio, 1722-1922, Buenos Aires, 1922.
1
188
algún día aparezcan. Un artículo publicado en el diario La Tribuna6 nos informa
que Senillosa el 22 de marzo de 1852 fue nombrado miembro de la comisión para examinar el
edificio que antes había pertenecido al extinguido Colegio de ciencias morales, que hoy ocupa la
Universidad y formar un presupuesto para su reparación. Como sabemos que falleció en
1858, entre estas dos fechas debe situarse la terminación del campanario de la
derecha. En cuanto a la realización de otros trabajos en el templo, tampoco se sabe
nada ni han aparecido presupuestos o gráficos que permitan juzgarlos. Udaondo
dice que Senillosa lo renovó casi por completo a mediados del siglo pasado. Dicho templo se
diferenciaba en un principio muy poco del de La Merced, construido bajo la dirección de arquitectos
jesuitas. No creo que haya habido tales y tan importantes reformas. Una fotografía
de comienzos del siglo actual nos muestra la fachada casi igual a la que ahora luce7;
las escasas modificaciones se hicieron hacia 1906, cuando el Ing. Gramondo dirigió
la renovación total del revoque, conservando casi todo lo existente. Y en cuanto al
parecido con La Merced, huelgan los comentarios.
Udaondo, en su mencionada reseña sobre San Ignacio, habla de algunas
refacciones practicadas bajo la dirección del arquitecto Barabino, el año 1859, dato que le fuera
facilitado por Enrique Peña. Desde luego, no serían trabajos de importancia puesto
que poco antes había terminado Senillosa su intervención en el templo. Digamos de
paso que Miguel Barabino tuvo bastante actuación en Buenos Aires; su obra más
conocida es la histórica escuela de Catedral al Norte (1858-60), que aun cuando
algo modificada y ampliada, se mantiene en pie, en la calle Reconquista 461.
Con todo el respeto que me merece la obra de Senillosa, opino que ha sido
una suerte que no se llevara a cabo la reforma que nos muestra el plano que hoy
damos a conocer. Hubiese sido nefasto destruir una de las mejores obras del
período colonial para disfrazarla con un telón neo-clasicista, que obligaba al
proyectista a hacer pininos para adaptarse a lo existente. Al fin resultó mucho más
6
7
La Tribuna, n° 1251, Buenos Aires, 7 y 8 de enero de 1858.
Véase fotografía en ANALES del Instituto de Arte Americano, n° 13, Buenos Aires, 1960.
189
190
agradable y equilibrado que se concretase a repetir la arquitectura de la torre
izquierda. Es posible que las pilastras que adornan los cubos de ambas torres hayan
sido agregadas por Senillosa, pero mientras no aparezca la documentación todo
queda en conjeturas.
El proyecto que publicamos parece indicar que la torre que terminó Senillosa
estaba concluida hasta el tercer cubo inclusive, y que su trabajo se redujo a agregarle
los dos últimos cuerpos y el chapitel redondo. Cuando en 1889 se demolió la torre
del Cabildo se colocó en San Ignacio la histórica campana capitular, la cual estuvo
allí hasta 1940, en que se la devolvió a su primitivo emplazamiento. Esa campana
tiene esta inscripción: Mefecit Juan Perez - Anno 1763 - N. S. de la Concepción. En San
Ignacio quedaron otras dos campanas, una que data de 1845, con la leyenda Nomen
Domini benedictus y la llamada Stella Maris, algo más moderna, fundida en Buenos
Aires en 1866 por Antonio Massa.
Se ha dicho que el reloj colocado en la torre terminada por Senillosa era el
primitivo que tuvo el Cabildo, lo que no es exacto pues se trata del segundo,
colocado en 1861. El anterior, que databa de 1765, fue cedido al templo de
Balvanera, en donde quedó hasta que al hacer reformas en dicha iglesia se lo
eliminó por estar ya inútil. En realidad el primer reloj público estuvo desde 1714 en
la torre izquierda de San Ignacio. Así se deduce de varios documentos, entre otros
un Memorial del Padre Antonio Machoni que ordenaba ese año construir en la torre de
la Iglesia una casilla de cal y ladrillos o de madera para el reloj, de modo que éste quede
resguardado de las lluvias y los vientos8.
MARIO J. BUSCHIAZZO
8
Archivo General de la Nación, Sección Colonia, Legajo Compañía de Jesús, 1703-1722.
191
NOTAS BIBLIOGRAFICAS
R. P. GUILLERMO FURLONG S. J., Historia Social y Cultural del Río de la Plata, 15361810; Ediciones TEA (Tipográfica Editora Argentina), Buenos Aires, 1969. Tres
volúmenes in folio menor, 578 + 508 + 756 pp., con numerosas ilustraciones en
negro y blanco intercaladas en el texto y láminas a todo color fuera de texto.
Esta monumental obra, que es a la vez motivo de orgullo para nuestra cultura
y para las artes tipográficas, es en principio la recopilación de la extraordinaria labor
realizada por el Padre Guillermo Furlong a lo largo de su vida, que ha llegado a los
ochenta años en plena salud y actividad envidiables. Decimos en principio porque no
se trata de una mera reproducción de todos sus trabajos sino el aprovechamiento
de esa inmensa labor pretérita para darle un sentido orgánico integral, agregando a
la vez nuevos datos y rectificando juicios que el tiempo ha hecho madurar.
El primer volumen se subtitula “El trasplante social” y en sus dieciocho
capítulos se analiza en profundidad el proceso, según el cual, la herencia
proveniente de Europa se fue transformando hasta adquirir características propias,
que a la postre irían a desembocar en la forma de nuestra auténtica nacionalidad.
Este proceso se sigue a través del estudio de la adaptación del colono, de la
evangelización de los indígenas, de la evolución del idioma. Esta línea general, en la
que se persigue (con sobrada razón) mostrar lo mucho y bueno que nos legó
España, se enriquece con el estudio minucioso de la vivienda, la educación, la
beneficencia, la poesía y la música, los deportes, las modas, el yantar, el trabajo
artesanal, los transportes, etc. No ha quedado un rincón sin escudriñar, no ha
escapado a la mirada perspicaz del Padre Furlong ni una sola de las expresiones de
ese proceso que desembocaría en la hermosa realidad actual. Todo esto se
acrecienta con una inmensa cantidad de ilustraciones realmente excepcional.
192
El segundo volumen está dedicado a la ciencia. Con erudición y al mismo
tiempo amenidad que hace agradable su lectura, van desfilando por las densas
páginas del libro, en ocho capítulos, cuanto se hizo en los tiempos hispánicos sobre
crónicas e historia, paleontología, geografía, filosofía, derecho, medicina, ciencias
naturales y ciencias exactas. Desde el pintoresco Schmidel hasta Dobrizhoffer,
desde Lozano hasta Segurola desfilan y son analizados en su vida y en su obra. El
libro se cierra con el legendario episodio del “mesón de fierro”, enorme meteorito
caído en el Chaco en tiempos inmemoriales y cuyo emplazamiento, pese a que se
conocía ya en 1576, se ha perdido, no obstante existir trozos del mismo en los
museos de Buenos Aires, Madrid, Berlín y Londres, prueba irrefutable de su
existencia.
El tercer volumen es, desde luego, el que más interesa a nuestro Instituto por
que está dedicado a las artes. Consta de diez capítulos que abarcan desde los libros
y prensa hasta la artesanía del cuerpo. Particularmente interesantes son los estudios
dedicados al músico jesuíta Domenico Zípoli y a los arquitectos del período
colonial. La antes discutida figura de Zípoli (que hacia 1930 se creía imposible que
hubiese vivido y producido en Córdoba) es revalorada, tal como lo hiciera el
musicólogo uruguayo Lauro Ayestarán, mostrando no sólo su genio sino su
influencia, que llegó a las misiones guaraníes y al Perú, de donde se pidieron sus
Sonate d’Intavolatura.
Al estudiar el grabado el P. Furlong prueba una vez más que la famosa lámina
de San Juan Nepomuceno, firmada por “el indio Miguel Tilcara”, fue hecha en las
misiones de Chiquitos y no en las del Paraguay, como todavía se repite
erróneamente.
Refiriéndose a los arquitectos del período colonial, el P. Furlong da mayor
importancia al hecho de que el Hermano Felipe Lemer (constructor de la bóveda
de madera de La Compañía, en Córdoba) hubiese trabajado en carpintería naval,
que al influjo de Filiberto Delorme señalado por el Arq. Carlos L. Onetto. Creemos
que la opinión de Onetto es muy acertada, pues habiendo adquirido no hace mucho
193
un ejemplar de Les nouvelles Inventions pour bien bastir et á Petit fraiz (1568) pude
comprobar que la bóveda cordobesa está directa y fielmente inspirada, por no decir
copiada, en la estructura que ilustra la lámina 81 del capítulo vi, creación del célebre
arquitecto francés.
Mucho nos halaga la opinión del Padre Furlong acerca de que fue el Hermano
Blanqui el autor de los planos del Cabildo de Buenos Aires, en contra de la opinión
de Torre Revello, que lo atribuía a Prímoli. El hallazgo del Libro de Fábrica que
oportunamente dimos a conocer, vino a comprobar nuestra suposición con
pruebas irrefutables.
Terminaremos esta reseña señalando nuevamente que a los extraordinarios
méritos de su texto se agrega el de la presentación tipográfica. Son tres magníficos
volúmenes, ilustrados con abrumadora abundancia de grabados en offset y grandes
láminas de plana entera a todo color. Es una obra que honra a su autor, a los
editores y a los artesanos del taller bonaerense “Los Castellanos”, donde fuera
impresa.
MARIO J. BUSCHIAZZO
GABRIEL GUARDA, La ciudad chilena del siglo XVIII. Centro Editor de América Latina,
Buenos Aires, 1968. 1 vol. in 8º, 96 pp. más 3 ilustraciones en el texto, más XXIX
pp. ilustrac.
La historia y el urbanismo del período posterior a la conquista española en la
América Latina, se ven enriquecidos con este volumen de la serie “Monografías de
Historia Urbana” que viene publicando esa editorial. Gabriel Guarda es un
apasionado investigador en el tema, que sabe mostrar con acertado método y en
forma por cierto muy amena, los resultados del notable espíritu civilizador que guió
a esforzados gobernantes y pioneros conquistadores de la Madre Patria, no solo en
aquella difícil y, a veces, casi milagrosa conquista, sino también con posterioridad
194
hasta alcanzar el siglo inmediatamente anterior al de la independencia, en esta parte
de América. Siglo éste en el que ofrece su país una verdadera eclosión de
fundaciones urbanas (pese al indómito aborigen) que el autor analiza prolijamente
en sus diversos aspectos.
En anterior trabajo, Santo Tomás de Aquino y las Fuentes del Urbanismo Indiano
(Santiago, 1965), con motivo de su recepción como miembro titular de la Academia
Chilena de la Historia (donde ocupara el sillón del recordado profesor Alfredo
Benavides) dio muestras de su versación en el tema. Se recordará que allí analizó la
discutida filiación del trazado de las ciudades americanas y, en contra de lo
sostenido por varios autores, pudo evidenciar su desvinculación de los teorizadores
del renacimiento o el manierismo italiano, para enraizarla directamente en la
España Medieval, incluso para el clásico ordenamiento ortogonal del “damero”,
aún cuando su origen pueda encontrarse en el cardo romano, la Grecia helenística
y, todavía, en forma más lejana, en los primeros conjuntos urbanísticos de la baja
Caldea. A este trabajo sigue en 1967, Influencia militar de las ciudades del Reino de Chile
y, con escasa diferencia, el que nos ocupa.
No debe extrañar así, que su resultado nos permita contar con un estudio
completo de la evolución de las ciudades allende los Andes, en un siglo
particularmente definitorio para su historia. El volumen que comentamos, pese a su
limitada extensión, reúne entre otras virtudes aquellas condiciones: es de grata
lectura, ofrece un conjunto de ilustraciones seleccionadas que complementan
eficazmente el texto, además de una lista con el “Elenco de fundaciones”,
clasificadas por orden alfabético, con indicación de la cronología y, por último,
abundante bibliografía.
Cinco capítulos: De la guerra a la paz, Génesis de las fundaciones, El proceso
fundacional, Realizaciones y Escenografía, ofrecen en forma clara, primero: el
medio (aquella loca geografía de Subercaseaux) acosado por las incursiones de Drake
y Hawkins en el siglo XVI, por los holandeses, por Brower y Herckmans en el siglo
siguiente y, en fin, un cortejo de piratas, todo lo que le permite catalogar a Chile
195
como verdadero talón de Aquiles dentro del imperio español y a la vez: niña de los ojos
del monarca y quebradero de cabeza de sus colaboradores en el Consejo de Indias. Campo de
Agramante llama el autor y Flandes Español los cronistas del siglo
XVII,
con lo que
queda definido el momento histórico.
Analiza el origen de los nucleamientos urbanos, la razón estratégica y la
influencia militar, la traza libre, marcando la “génesis de las fundaciones”; en tanto
que, el “proceso fundacional” le permite considerar las causas que posibilitan el
florecimiento urbano del siglo
XVIII,
a la vez que rinde homenaje a los
conquistadores, entre ellos, al presidente José Antonio Manso de Velasco, quien
careciendo de antecedentes técnicos precisos [...], un precario mapa del reino [...], informes
descriptivos de testigos oculares, un censo aproximado de la población del país, [...] y unos pocos
dineros, [...] con una imaginación poco común, zanjaba las dificultades [...] inaugurando el
período de tan numerosas fundaciones, en el siglo que le ocupa. La referencia de la
real cédula de Felipe V, de 1703, con medida draconianas para obtener... la congregación
en sociedad de españoles diseminados en los campos para dar con ello, ejemplo a los indios [...] y
finiquitar la guerra de Arauco, hablan de la energía y la fe con que se llevó a cabo tal
obra civilizadora en la conquista por parte de España. Entre los teorizantes, destaca
la labor del jesuita Joaquín de Villareal y del misionero franciscano Antonio Sors y
Lleonart.
Resulta interesante destacar el párrafo en que se refiere a los especialistas,
cuando afirma que en toda la época no actuó un técnico en urbanismo, en el sentido que hoy
entenderíamos por tal y entonces, en el diseño de los planos, se repite el fenómeno del siglo XVI,
cuando era el mismo capitán o el alarife de la hueste conquistadora, quien suplía el lugar del
facultativo con estudios en el tema.
La legislación respectiva es revisada desde su origen y con ella se llega a la
firme convicción de la ventaja que proporciona el trazado en cuadrícula, por
entonces ponderado casi de manera uniforme por los europeos e idea rectora para
las ciudades americanas; pero también su adaptación a funciones especiales; las
muestras de una reglamentación promulgada explícitamente para Chile, cuyo inspirador
196
sería el citado jesuita Villareal, como informante oficioso del propio Felipe V. La previsión
que estas normas reglamentarias contenían, no solo para la elección del lugar, sino
también las que correspondían a las vistas, provisión de agua, ancho especial de sus
calles en razón de los terribles sismos; los espacios abiertos para plazas mayores y
secundarias, el origen de los paseos arbolados (las renombradas alamedas de aquel
siglo XVIII); todo es motivo de oportunas observaciones por parte del autor, quien
comparte la profesión de arquitecto con la religiosa.
En ese capítulo
III
y en especial en el último, cuando se refiere a los espacios
urbanos y singularmente a la ciudad de Santiago, en el siglo
XVIII,
partiendo del
cardo y decumanus máximo, es, en efecto, sagaz su juicio crítico desde el punto de vista
del arquitecto, en su sentido más lato: el del urbanista.
Creemos, en suma, que se trata de un libro útil no sólo para especialistas, y
que trasciende el interés local, no obstante su vocación orientada a los temas de su
país, tal como lo evidencian las obras citadas y el artículo que se publica en el
presente número de ANALES, del mismo autor.
HÉCTOR C. MORIXE
PÁL KELEMEN, Art of the Americas, Ancient and Hispanic, with a comparative chapter on the
Philippines, editor T. Y. Crowell, New York, 1969. 1 vol. in-8, 402 pp., con 338 ill.
en offset intercaladas en el texto.
Este libro, lo mismo que el del profesor Castedo que comentaremos
inmediatamente después, viene a probar una vez más la ignorancia en que se
encuentra el pueblo norteamericano respecto de Iberoamérica y el apetito con que,
en buena o en mala hora, intenta ponerse al día. El propio Kelemen lo dice
abiertamente en el prólogo de este nuevo libro suyo, escrito para el “lector
general”, para el hombre de la calle.
Con el antecedente de sus excelentes libros anteriores, Kelemen (rara avis, un
197
europeo que ha sabido captar lo americano) estaba en inmejorables condiciones
para realizar esta tarea de divulgación. Su texto, dividido en dos grandes secciones
(la época antigua y la escena colonial) se complementa con una tercera dedicada a
las Filipinas, lo cual nos parece un acierto, pues pese a haber sido colonia
norteamericana hasta no hace mucho, poco o nada se habían ocupado de su arte
sus antiguos poseedores. Como el autor lo hace notar, la demora en estudiar este
semidesconocido campo artístico ha sido funesta, pues la
II
Guerra Mundial
destruyó tal cantidad de monumentos que hoy es poco menos que imposible
investigarlo a fondo, especialmente en Manila. A tal punto ha sido nefasta esta
laguna que María Lourdes Díaz-Trechuelo, autora del magnífico libro “Arquitectura
española en Filipinas”, así como el no menos excelente de Pedro Ortiz Armengol,
“Intramuros de Manila”, se resienten por falta de material gráfico directo, que ha
debido ser suplido en gran parte con planos y grabados antiguos.
Cabe destacar que tanto en el texto como en las ilustraciones el autor ha
tratado de no recorrer caminos muy trillados. Sin dejar de referirse a los clásicos y
consabidos ejemplos, ha agregado nuevos y acertados enfoques, incluyendo los
tejidos y la orfebrería, dos temas que no suelen incluirse en las historias corrientes
del arte. Pero indudablemente la parte más original (para el lector
hispanoamericano por lo menos) es la que se refiere a Filipinas y su comparación
con el arte colonial de nuestro continente. Con ejemplos bien elegidos muestra el
autor la fuerte influencia china y los resultados tan distintos de los surgidos en
América, pese al común origen hispánico de uno y otro. La existencia de
civilizaciones anteriores a la llegada de los españoles en América, cosa que no
sucedió en Filipinas, dio lugar a un arte que Kelemen siempre sostuvo que era
mestizo, híbrido, independizado de sus orígenes europeos.
Cierra el libro un Apéndice de muy especial interés, en el que el autor registra
documentadamente el “descubrimiento” y la apreciación del arte iberoamericano,
primero en Europa y luego en los Estados Unidos de Norte América, todo ello de
reciente data. Con significativa elocuencia demuestra lo que ha costado y cuesta
198
desarraigar de las mentes europeas (y de los maestros europeos que en gran
cantidad se han trasladado a Norteamérica) la idea de que fuera del Gótico o el
Renacimiento nada hay que tenga verdadera validez. Y transcribe un ejemplo que
horroriza: en la publicación “Crítica de los Cursos de Yale”, que se edita anualmente
para que los estudiantes puedan elegir su inscripción, se dice que Historia del Arte nº .
[aquí el número del curso correspondiente] es buena solamente para aquellos
específicamente interesados en Latinoamérica, desde que muchas de las pinturas y edificios
abarcados requieren un amor especial si se desea apreciar sus “excentricidades”. ¡Esto lo dice la
propia Universidad en el programa de sus cursos!
MARIO J. BUSCHIAZZO
LEOPOLDO CASTEDO, A History of Latin American Art and Architecture, editor F. A.
Praeger, New York, 1969. 1 vol. in-8, 320 pp. con 223 ill. en el texto, en blanco y
negro y en color + 3 cuadros cronológicos + 4 mapas.
Una de las características de la idiosincracia norteamericana es la de proceder
por entusiasmos repentinos que abarcan todo el país, como si fueran órdenes
dictadas por decreto. Hasta hace poco la ignorancia que tenían respecto de
Iberoamérica era casi total, desde la geografía hasta las artes. Confundir capitales
era tan frecuente como el suponernos en estado semisalvaje. Se pensaba que del
Río Grande para abajo todo era guitarras, ranchos, maracas o revoluciones más o
menos pintorescas. Pero repentinamente, sin que mediara causa inmediata aparente,
hemos pasado a un primer plano de peligroso entusiasmo, como si se asistiera a un
descubrimiento. Digo peligroso, porque lo que comenzó con un criterio puramente
turístico se ha transformado en pasión de coleccionistas. Y sabido es que, en
materia de reunir objetos, los norteamericanos, con sus poderosos dólares, no
tienen rivales. Esto es particularmente temible para el acervo histórico centro y
sudamericano, en momentos en que una frecuente mala interpretación de algunas
199
resoluciones del Congreso Vaticano II, está dando lugar a verdaderos saqueos de
piezas artísticas que emprenden viaje a los museos y colecciones de América del
Norte.
Pero, dejando de lado este aspecto negativo, no puede menos que
satisfacernos esta valoración de nuestras artes, ignoradas hasta no hace muchos
años, incluso en la misma culta Europa. El libro del profesor hispano-chileno
Leopoldo Castedo viene a conformar esta avidez de conocimientos, al poner en
manos del lector no especializado una visión integral, completísima, de cuanto ha
producido Iberoamérica desde los tiempos precolombinos hasta las más recientes
manifestaciones del arte contemporáneo. Partiendo de las más remotas
producciones de la alfarería o la arquitectura nahua, olmeca, maya, etc., hasta las
obras arquitectónicas o pinturas de avanzada, todo desfila en apretada y bien
equilibrada síntesis. Precisamente uno de los méritos de este excelente libro es el
haber podido compendiar la variada producción de tantas regiones y civilizaciones,
como el propio autor lo reconoce.
No es posible pasar revista en esta breve recensión a todos los temas que se
enfocan en este libro. Bástenos decir que, pese a la vastedad de los tópicos, casi
nada fundamental ha escapado a la erudición y a la perspicacia de Castedo. La
bibliografía prueba que el autor está rigurosamente al día, y como la apreciación es
directa y personal, ya que es un infatigable viajero, el resultado no puede ser mejor.
Pero lo que nos interesa destacar fundamentalmente es la, a nuestro juicio,
acertada posición crítica en que se coloca el profesor Castedo. Frente a un grupo de
“americanistas” (todos de origen europeo), que sostienen que el arte
hispanoamericano no es más que una secuela subdesarrollada de las artes
occidentales, sin méritos propios, Castedo vuelve por los legítimos fueros de lo
nuestro, justipreciándolo como una rama más del barroco peninsular, que por
cierto no debe medirse con la vara de lo foráneo. Con este criterio, ni Alemania ni
Europa Central tendrían “su” barroco, que aún cuando en algunos aspectos
reconocen un origen itálico, terminaron por crear formas propias, audaces y
200
distintas.
Castedo analiza las condiciones geográficas, religiosas, temperamentales, los
aportes indígenas o negroides y, en general, todos aquellos factores que han
contribuido a dar carácter al arte americano, cuyo barroquismo acepta, al punto de
destacar que en Sudamérica cuando aparece una planta curva es notable precisamente
porque es inusual. Esto es lo que les cuesta comprender o aceptar a los críticos
europeos, excepción hecha de los españoles. Ya lo hemos dicho muchas veces: para
apreciar y sentir el arte del período virreinal es necesario haber nacido en España o
en Hispanoamérica. De lo contrario, es un arte que no lo entenderán jamás quienes
recurren a paralelos y a juicios comparativos, cuando en realidad se precisa ante
todo una sensibilidad congénita, no estereotipada por cánones supuestamente
ortodoxos.
MARIO J. BUSCHIAZZO
FRANCISCO DE LA MAZA, El Arte Colonial en San Luis Potosí, edición del Instituto de
Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México. 1 vol.,
in-4, 94 pp. de texto ± 96 pp. de ilustraciones + 1 ilustración en color. México,
1969.
Aunque radicado en la ciudad de México desde hace años, el historiador
Francisco de la Maza es oriundo de San Luis Potosí. Por tal razón, sumada a su
reconocida capacidad, nadie está en mejores condiciones para estudiar el arte de la
mencionada ciudad, especialmente del período virreinal, que domina como pocos.
Y a fe que lo ha hecho bien, documentadamente, con suma amenidad y desde
luego, con un cariño por la patria chica que no puede disimular.
Comienza con una recopilación de descripciones de la ciudad por cronistas
como Fr. Diego de Basalenque, Fr. Antonio Vázquez de Espinosa, Fr. José Arlegui
e historiadores como José A. de Villaseñor Sánchez y Joel Poinsett. De estas
201
crónicas entresacamos algunas referencias interesantes sobre la intervención de
artesanos indígenas, como aquella en que se dice que lo más apreciable es el trabajo de
estos indios o castas a quienes se debe la baratura de los efectos, la asistencia y fidelidad en sus
ocupaciones y el primor de las obras. Unos son arquitectos, que fabrican de mezcla y piedra
colaterales que parecen de cera, y no hay orden de este grande arte en que no sean perfectos para
imitar y ejecutar.
Al estudiar la evolución urbana de la ciudad, de la Maza, con sobrada razón,
fustiga a los modernos urbanistas que abren calles indiscriminadamente,
demoliendo cuanto encuentran a su paso. Uno de los aspectos más notables de este
libro es la franqueza con que el autor señala errores, abusos, licencias, todo ello
escrito con valentía. No se salvan de esta sana crítica ni los canónigos, que
destruyeron los altares barrocos de la Catedral, ni los mercedarios, cuyo cronista P.
Francisco Pareja es el más pobre y zonzo de los historiadores de la Nueva España, ni el P.
Luis del Refugio Palacio, autor de horrendos altares en San Francisco. Con
ponderable ecuanimidad señala algunos conceptos peyorativos de Manuel
Toussaint sobre las pinturas de Antonio de Torres, pese a que nos consta que
conserva agradecido recuerdo del que fuera maestro suyo y de muchos otros
americanistas.
Entra luego a estudiar la arquitectura civil, señalando la influencia de Serlio en
la fachada de la Casa Capitular y, desde luego, castigando a los infaltables y
numerosos demoledores de mansiones beneméritas, reemplazadas algunas por
aberraciones como el Cine Azteca, cuyo nombre de la Maza comenta jocosamente
puesto que es como decir un anion medieval.
La parte dedicada a la arquitectura religiosa es la más densa, ya que acabamos
de ver que la destrucción de casas ha sido tremenda. Entre las muchas obras
valiosas que analiza, destaca la fachada de la Catedral, tratada a manera de biombo,
como la Basílica de Guadalupe de la misma ciudad o La Soledad, de Oaxaca. Hace
muchos años llamé la atención sobre este curioso tipo de fachadas desplegadas en
planos como paneles articulados, que atribuí a las influencias orientales llegadas por
202
vía del galeón de Manila. Ignoro si el caso de la Catedral de San Luis Potosí se
encuadraría dentro de esta suposición.
El autor dedica entusiastas y justificados párrafos al relieve de piedra
policromada que decora el capialzado de la puerta de la sacristía. Es en verdad pieza
excepcional, en la que se representan dos escenas de la vida del poverello de Asís, con
un fondo de paisaje que probablemente sea el único de su género en Nueva
España. La única lámina en color de este libro reproduce el relieve mencionado.
Al estudiar la portada de los Arcángeles que da acceso al camarín en la iglesia
del Carmen, de la Maza la señala como la obra más audaz del barroco mexicano, última
gran realización de ese estilo. Con razón dijo Toussaint que después de ella no
quedaba si no la repetición o la muerte. Basándose en cierto párrafo de una petición de
los vecinos al Rey, el autor sugiere que acaso el artífice de la portada fuera un
indígena.
En suma, este nuevo libro de de la Maza agrega nuevos méritos al autor de
“Cartas Barrocas desde Castilla y Andalucía” y de tantas otras obras de valía,
documentadas, serias, y siempre bien escritas, con gracejo al par que pleno dominio
del castellano.
MARIO J. BUSCHIAZZO
203
INDICE
La Dirección:
Mario J. Buschiazzo ………………………………………………………11
Damián Bayón:
Hacia un nuevo enfoque del arte colonial sudamericano……………….…...17
Antonio Bonet Correa:
El Padre Pozzo y la arquitectura argentina…………………………………33
José de Mesa y Teresa Gisbert:
Martín de Vos en América ………………………………………………...45
Gabriel Guarda O. S. B.:
Construcción tradicional de madera en el sur de Chile……………………...69
Mario J. Buschiazzo:
El mobiliario luso-brasileño en el Río de la Plata. Siglo XVIII…………...…..96
Juan Benavides Courtois:
Carpintería de puertas en la Capitanía General de Chile ……………...…...121
E. J. Maeder y R. Gutiérrez:
La imaginería jesuítica en las misiones del Paraguay …………………...…136
Bonifacio del Carril:
Batalla de Maipú. Dibujo de Teodoro Gericault ………………………… 172
Irma Sylvia Arestizábal:
La iglesia de Chiu-Chiu ………………………………………………….. 177
Relaciones documentales ………………………………………………... 188
Notas bibliográficas ……………………………………………………... 192
204
ANALES, nº 23,
se terminó de imprimir
en los talleres gráficos de
Domingo E. Taladriz,
San Juan 3875, Buenos Aires,
el 22 de octubre
de 1970.
205
PUBLICACIONES APARECIDAS
MARIO J. BUSCHIAZZO: Bibliografía de Arte Colonial Argentino, 1947.
Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas, n° 1, año 1948; n° 2, año
1949; n° 3, año 1950; n° 4, año 1951; n° 5, año 1952; n° 6, año 1953; n° 7, año
1954; n° 8, año 1955; n° 9, año 1956; n° 10, año 1957; n° 11, año 1958; n° 12,
año 1959; n° 13, año 1960; n° 14, año 1961; n° 15, año 1962; n° 16, año 1963;
n° 17, año 1964; n° 18, año 1965; n° 19, año 1966; n° 20 año 1967; n° 21, año
1968; n9 22, año 1969; nº 23, año 1970.
ADOLFO L. RIBERA y HÉCTOR SCHENONE: El arte de la imaginería en el Río de la Plata.
1948.
VICENTE NADAL MORA: El azulejo en el Río de la Plata, siglo XIX. 1949.
K. J. CONANT: Arquitectura moderna en los Estados Unidos. 1949.
JUAN GIURIA: La arquitectura en el Paraguay. 1950.
RAÚL GONZÁLEZ CAPDEVILA: Amancio Williams. 1955.
MARTÍN S. SORIA: La pintura del siglo XVI en Sudamérica. 1956.
JORGE O. GAZANEO y MABEL SCARONE: Eduardo Catalan. 1956.
MARIO J. BUSCHIAZZO: Skidmore, Owings y Merrill. 1958.
JORGE O. GAZANEO y MABEL SCARONE: Lucio Costa. 1959.
MIGUEL ASENCIO: Paul Rudolph. 1960.
FÉLIX E. BUSCHIAZZO: Félix Candela. 1961.
J. DE MESA Y T. GISBERT: Historia de la pintura cuzqueña, 1962.
RICARDO BRAUN MENÉNDEZ: Bresciani, Valdés, Castillo, Huidobro, 1962.
JUAN PABLO BONTA: Eladio Dieste. 1963.
FEDERICO F. ORTIZ: S.E.P.R.A. 1964.
M. J. BUSCHIAZZO, R. BRAUN MENÉNDEZ y HORACIO J. PANDO: La arquitectura en
Buenos Aires (1850-1880). 1965.
MARCELO A. TRABUCCO: Mario Roberto Alvarez. 1965.
M. J. BUSCHIAZZO, R. BRAUN MENÉNDEZ y HORACIO J. PANDO: Arquitectura del
Estado de Buenos Aires (1853-1862). 1965.
JORGE O. GAZANEO y MABEL SCARONE: Tres asentamientos rurales. 1965.
RAFAEL E. J. IGLESIA: Eero Saarinen. 1966.
JOSÉ XAVIER MARTINI y JOSÉ MARÍA PEÑA: La ornamentación en la arquitectura de
Buenos Aires (1800-1900). 1966.
JORGE O. GAZANEO y MABEL SCARONE: Arquitectura de la revolución industrial. 1966.
JOSÉ XAVIER MARTINI y JOSÉ MARÍA PEÑA: La ornamentación en la arquitectura de
Buenos Aires (1900-1940). 21 parte, 1967.
JORGE O. GAZANEO y MABEL SCARONE: Revolución industrial y equipamiento urbano.
1967.
RICARDO ALEXANDER y EDUARDO CERVERA: Philip Johnson. 1967.
LUCÍA ELDA SANTALLA: Julián García Núñez. 1968.
JOSÉ XAVIER MARTINI y JOSÉ MARÍA PEÑA: Alejandro Virasoro. 1969.
206
Toda correspondencia o pedido de canje debe dirigirse a
INSTITUTO DE ARTE AMERICANO
Director
Casilla de Correo 3790 — Buenos Aires
207
208
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