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s. t. coleridge
/// Monodia sobre la Muerte de Chatterton
Oh, qué misterio parece el temor de la muerte,
viendo cuán alegremente nos hundimos todos en el sueño,
bebés, niños, jóvenes y hombres,
la noche sucediéndose a la noche durante setenta años.
Pero doblemente extraño, cuando la vida es sólo un aliento
con el que suspiramos y jadeamos, trepando por la áspera
pendiente de la Necesidad.
¡Aléjate, Sombrío Fantasma! ¡Rey Escorpión, aléjate!
Reserva tus terrores y tus aguijones despliega
para los cobardes Riqueza y Culpa vestidos con pompa.
Ay, estoy junto a la tumba de uno, para quien
una Naturaleza pródiga y un Destino mezquino
(aquélla otorgando todo, éste reteniendo todo),
hicieron que cada oportunidad, tañendo fúnebre desde
distantes cúpulas o campanarios,
sonara como el llamado ansioso de una Madre a la búsqueda.
Regresa, pobre niño. A casa, fatigado faltador.
A ti, Chatterton, estas piedras no consagradas protejan
de la penuria y las yermas heladas del abandono.
Demasiado tiempo expuesto a la ráfaga tomentosa,
encontraste reposo aquí, bajo este suelo.
Tú, oh palabra vana, tú no habitas esta gleba.
En la resplandeciente hueste de los perdonados,
estando tú, ante el trono de la Misericordia y de tu Dios,
el triunfo del Amor redentor suena en el himno
(créelo, alma mía) acompañado por arpas de serafines.
Sin embargo, a menudo, por fuerza (es el llamado de la
sufriente Naturaleza)
lloro porque el genio celestial así cayera.
Y a menudo, en la hora más triste de la fantasía, mi alma,
prevenida, se estremece ante la copa envenenada.
Ora gime mi enfermo corazón, mientras aún veo
tu cuerpo de lívido color.
Ora la indignación interrumpe el débil suspiro,
o fulgura a través de la lágrima que brilla en mi ojo.
¿Es ésta la tierra del verso ennoblecido por la canción?
¿Es ésta la tierra donde nunca en vano el genio
vertió su alto canto?
¡Ay de mí! Y sin embargo, Spenser, el más gentil bardo
divino,
bajo la sombra helada de la desilusión,
sus cansados miembros reclinó en solitaria angustia
y sobre su querida muerta
la piedad sin esperanza agachó la cabeza,
mientras "en medio del granizo de esa tormenta sin merced"
se hundió en la fría tierra la forma fámelica de Otway.
Sublime de pensamiento, confiado en la fama,
el bardo vino de los valles donde serpentea el Avon.
Joven de corazón ligero, sí, mientras se apresura
medita en la canción futura.
¡Qué intrépidamente Ælla combate al enemigo dacio
y mientras la multitud, fluyendo con fuerza,
gira en torbellino, se amontona en oleadas,
exultante en la fértil agonía de los espíritus,
en mareas de poder parece fluir su sangre vital
y ahora sus mejillas resplandecen con ardores más hondos,
sus ojos tienen significados gloriosos que dicen
más que lo que la luz del día exterior brilla allí,
un triunfo más sagrado y una meta más severa!
Las alas crecen dentro de él y él vuela alto,
sobre el canto de guerra o amor del bardo o ministril.
Amigo de los sin amigos, salud para el sufriente,
escucha la plegaria de la viuda,las preces del hombre bueno;
en escenas de gozo transmuta su riqueza imaginada,
los jóvenes y viejos verán ahora días felices.
Sobre muchos yermos hace surgir cuidados vergeles,
da el cielo azul a muchos ojos de prisioneros.
De pronto con ira aferra el acero patriota
y hace que la Opresión sienta su propia vara de hierro.
¡Dulce flor de esperanza, vivaz hijo de la libre Naturaleza,
que tan bellamente desplegaste tu temprano capullo,
llenando todo el aire con suntuoso perfume!
En vano para ti sonrieron todos los aspectos celestiales;
del duro mundo poca tregua pudieron obtenerla helada mordía aguda afuera, el cáncer acechaba adentro.
Ah ¿hacia adónde huyeron los encantos de la Gracia
primaveral,
y el brillo del Goce desbordado que iluminaba tu rostro?
Joven de alma tumultuosa y mirar trasnochado.
Tu forma consumida, tus pasos acelerados veo,
sobre tu frente pálida se inicia el letal rocío,
y ¡oh la angustia de ese suspiro estremecido!
Tal fue el combate de la hora sombría,
cuando el Cuidado, de marchita frente,
preparó el poder mortalmente frío del veneno:
ya se erguía la copa hacia tus labios,
cuando junto a ti se paró el manso Afecto
(su pecho desnudo y violentamente pálida su mejilla).
Tu mirada hosca ordenó que posaras
sobre escenas que bien podían aplacar tu corazón;
tu cuna natal hizo relampaguear ante tu vista,
tu cuna natal, donde quieta en el crepúsculo
la Paz sonriendo se sentaba, escuchando tu lay.
Los gritos de tus hermanas te hizo oir
y notar la conmovedora lágrima de tu madre;
mira, mira el convulsivo latir de su pecho,
su silenciosa agonía de dolor.
¡Ah, arroja el cáliz ponzoñoso de tu mano!
Y lo hubieras arrojado ante su suave orden,
si no hubieran surgido la Desesperanza y la Indignación
para contar de nuevo la historia de tu dolor,
para contar el agudo insulto del corazón insensible,
la temida dependencia de la mente vulgar,
para contar cada punzada con la que se duele tu corazón,
el descuido, el desprecio riente y la necesidad combinados.
Retrocediendo rápido tú ordenaste al amigo del dolor
desatar la negra marea de la Muerte por cada vena que se
hiela.
¡Oh, espíritu bendito!
Si alrededor del trono del Eterno,
entre las flamas de los Serafines,
tú viertes el himno agradecido,
o si surcando el reino sagrado
extasías a los ángeles con tu verso,
otórgame, como a ti, la lira para tañer,
para que, como tú, arda con el fuego divinoPero, ah! cuando rujan las olas del dolor
dáme un pecho más firme para enfrentar su odio
y volar más allá de la tormenta con alta mirada exultante.
Oh bosques, que ondeáis sobre la rocosa pendiente del Avon,
dulce es vuestra hondura murmurante al oído de la Fantasía
pues aquí gusta ella de tejer coronas de ciprés,
vigilando, con ojo pensativo, los entristecedores tintes del
crepúsculo.
Aquí, lejos de los hombres, en esta espesura sin sendero,
en solemnes pensamientos solía el Bardo andar errante,
como rayo de estrella sobre la lenta marea en retirada,
brillando sola, entre las abiertas ramas del alto árbol.
Y aquí, en la ansiosa hora de la Inspiración,
cuando más la gran alma siente el poder subyugador
de estos desiertos, estas cavernas por las que iba errando,
alrededor de las que vuelan vociferantes gaviotas,
con salvaje e irregular andar pasó de largo,
a menudo vertiendo al viento una canción rota:
después, sobre el temido ceño de una ruda roca
se detenía abruptamente-y miraba las olas allá abajo.
¡Pobre Chatterton! Pena por tu suerte
aquél que te hubiera ensalzado y amado antes de que fuera
tarde.
¡Pobre Chatterton! Adiós. De los más oscuros tonos
esta guirnalda arrojo sobre tu tumba sin forma;
pero no te atrevas a seguir pensando en el triste tema,
no sea que penas afines persuadan a un destino afín:
pues, ay, grandes gotas de hiel, sacudidas por el ala de la
Locura,
ennegrecieron la clara promesa de mi primavera
y el severo Hado traspasó con invisible dardo
la última esperanza pálida que tembló en mi corazón.
Fuera de aquí, pensamientos oscuros, no más se demorará mi
alma
en alegrías que fueron. No más soportará el pesar
la vergüenza y angustia del perverso día,
sabiamente olvidadizo. Por sobre las olas del océano
sublime de esperanza busco el valle con la choza
donde la Virtud serena puede perderse con paso descuidado
y, danzando al ritmo del roundelay lunar,
las mágicas Pasiones tejen un sagrado hechizo.
¡Oh Chatterton! Si todavía vivieras,
seguramente izarías la vela al viento
y amarías conducir el tintineante tronco con nosotros
sobre el valle no parcelado de la serena Libertad.
Y nosotros, en la sobria velada, nos amontonaríamos junto a
ti,
suspendidos en éxtasis de tu majestuosa canción,
y recibiríamos con sonrisas a la Poesía de ojos jóvenes,
todos hábilmente enmascarados, como canosa ancianidad.
¡Ay, vanas fantasías, la volátil progenie
del dolor autosatisfecho en su ensueño!
Y sin embargo yo querría seguir el dulce sueño
donde Susquehana vierte su indócil flujo
y, en alguna colina cuya falda ceñuda de bosques
ondula sobre los murmullos de su marea ya más calma,
erigir para ti un solemne Cenotafio,
dulce arpista de la música que el tiempo amortaja.
Y allí, tristemente calmado por el viento de fúnebre canto,
meditaré sobre los dolorosos males que dejé atrás.
(1790-1796)
Traducción: LAURA CERRATO
Coleridge, S. T. THE POETICAL WORKS OF S. T. COLERIDGE. London: Ward,
Lock & Co. Ltd., s/d.
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