DDT-09 (00 pags)

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ESPAÑOL
DDT
con el público. El resultado de ello es que
en algunas ocasiones, dice Susan Sontag,
el artista rompe su relación viva o directa
con el público, como en el caso de Glenn
Gould, por ejemplo, que a partir de un
momento determinado se encierra en su
estudio, alejándose del contacto directo
con el público. Hay otras actitudes al respecto, por ejemplo la de quienes abandonan definitivamente su trabajo, se alejan
tanto del público vivo, como de su propio
hacer creativo. Y finalmente una tercera
actitud, la de quienes se concentran sólo
en la investigación, en el proceso, llegando
a impugnar la existencia y el valor del
resultado. Ocurre que, sin evitar este cuestionamiento, la compañía Gelabert
Azzopardi tiene una actitud más peculiar.
No huye del público. Tampoco mantiene al
público únicamente bajo el aspecto de los
que “degustan” su trabajo. No se concentra herméticamente en un proceso creativo. Ni nos propone, en sustitución, una
mera visita guiada al museo de su trabajo. Sino que, aunque hay una pequeña
dosis de cada una de estas opciones mencionadas, hace otra cosa. Algo más radical e inusual. Nos convida a conocer el
proceso, o mejor dicho las diferentes particularidades del proceso; y así el público
se ve compartiendo con la compañía los
momentos a los que induce el propio trabajo del coreógrafo: ver, escuchar, sentir,
comparar, racionalizar, intuir, dejarse llevar, etcétera. Pero no queda sólo en eso.
Pues también hay un momento crucial en
el que se invita al público a ver una mirada. A ver cómo se construye la mirada del
coreógrafo. Algo que al público normalmente se le mantiene oculto, pues sólo le
ofrece el resultado, la imagen construida,
pero no la mirada en cuyo proceso se
construye la imagen generada.
III
Esta propuesta se llama Una semana con
el público. Y debemos recordar que el
público no es, como dice Beckett bromeando, un cuerpo con muchos culos, sino
un ser colectivo y transitorio: una aparición. Un ser considerado de pronto como
un igual pero teniendo conciencia de las
diferencias. Un ser diferente al ser colectivo de la Compañía, y con diferentes exigencias, necesidades, y recorridos en su
propio interior. No es extraño, por ese
motivo, que esta palabra “público” se
comenzara a utilizar en el sentido que le
damos actualmente, sólo a partir del siglo
XVII, instalándose así definitivamente en el
siglo XVIII. Con ese término se le diferenciaba tanto del auditorio de la corte (que
está por encima del comediante), como
del auditorio del pueblo llano de procedencia exclusivamente rural (que está, en
general, a expensas del comediante). El
“público”, en cambio, era aquello que
después se convertiría en un ciudadano (y
no hay que olvidar que “ciudadano” es
una palabra que significa “próximo”). Por
tanto, toda esta propuesta hace honor a la
compañía Gelabert Azzopardi, por la forma
tan próxima con la que vuelve a restituir el
sentido original del público.
Las maneras de acercarse a la danza que
tiene Cesc Gelabert no se limitan a una
perspectiva única, no depende de una poética ceñida o a un movimiento autócrata de
danza. Más bien parece como si su ideal
fuese precisamente el opuesto. Al no tener
una referencia cerrada en su práctica creativa, su punto de observación en la danza es
anfibológica, y permite ver así, al menos
durante esta semana, una especie de fenomenología paradójica respecto a ella. Pues
lejos de haber aplicado una perspectiva
doctrinal sobre la danza, su palabra la ha
mostrado siempre en el límite y en los límites. Y uno de sus límites es el propio público. Evidentemente, es ese un límite que no
podrá nunca de explorarse, pero que no
todos los coreógrafos tienen el coraje de
asumir esa frontera de la danza.
Por ello, en esos coloquios diarios, el
punto de partida –implícito y provisorio,
como buen punto de partida– ha sido el
reconocimiento de la capacidad de la
danza para originar efectos plurales sobre
el público. Pero ese aspecto de sentido
común que se da por sentado, comenzaba
a metamorfosearse en seguida. Pues a
partir de allí se advierten la trascendencia
de los medios y de los procedimientos que
la danza utiliza para conseguirlo. En algún
momento se consigue incluso formular la
cuestión sobre lo que queda de la tradición de la composición coreográfica clásica y se señala la búsqueda de efectos
construidos casi matemáticamente, así
como los elementos encontrados intuitiva
y fortuitamente. Pero como ni el arte ni la
danza son para sí mismos, sino para y
–sobre todo– con los otros, el público
adquiere conciencia de que incluso “pasivamente” desempeña un papel activo. Y
que siempre está inventando igualmente
(entendiendo “inventar” en su sentido etimológico de “venir al encuentro de algo”),
descubriendo y complementando lo que el
creador ha concebido. La danza es creación dirigida y es en su confrontación
donde se realiza como obra, donde se
hace real. Donde se convierte finalmente
en acontecimiento. Es decir, en problema.
Porque en su pura testimonialidad el
espectador es necesariamente coadyuvante, y por tanto coautor.
Nadie deja de advierte una especie de historicidad de la percepción: el público
aprende a ser público; se exige progresivamente más a sí mismo en favor de su papel
coadyuvante. Y ante la propia movilidad
histórica de la existencia humana es imposible entender que el público sea un horizonte cerrado. El acontecimiento de la
danza lo compromete en la realidad fáctica
de lo escénico y en la dialéctica del estar
dentro y fuera del hecho artístico. La percepción no es un acto de la subjetividad,
sino la entrada en el acontecer de una tradición, por lo que cada espectador actualiza un ejercicio de innovación y un hábito.
En sus comentarios sobre sus propias
obras, Cesc Gelabert insiste en que cada
composición es una especie de estructura
apelativa. Una estructura que solicita al
espectador. De modo que los sentidos se
generan en el proceso escénico como producto de la interacción entre coreografía y
público. Y de ahí que insista en que la
danza escénica sólo despliega sus efectos
al ser percibida. La danza tiene su lugar
en los límites del sistema de sentido, y
cada coreografía cumple entonces con su
función al superar en la escena sus realidades deficitarias; su necesidad de ser
colmada por la participación del público.
Una semana llena de misterios, de preguntas, de inquietudes, de definiciones,
de suspensiones…, de experiencias de lo
intersticial. ■
Notas procedentes del coloquio celebrado
el día 16 de marzo de 2008 después de
la función.
YVONNE,
PRINCESA
DE BORGONYA
de
WITOLD GOMBROWICZ direcció JOAN OLLÉ
PRESENTACIÓ
El príncep Felip s’avorreix. La vida ordenada, les situacions esperades, les relacions d’acord amb les lleis de la natura o
amb l’etiqueta dels poders i de les funcions, tot això li fa néixer, al final d’aquesta diada nacional, una molt romàntica lassitud malencònica. Si passés alguna cosa a la seva vida que no fos “una
altra vegada” o “sempre el mateix”... Tot
rumiant, Felip topa amb un horòscop providencial des de tots els punts de vista
que li promet una gran expansió de les
forces vitals i hores propícies a empreses
d’envergadura; només s’ha d’esperar; una
ocasió de posar-se a prova es presentarà
ben aviat. Yvonne entra en escena.
Hi ha personatges que ens fan tornar
millors; d’altres en canvi tenen el do de
crispar-nos els nervis, d’incitar-nos a l’agressivitat. L’apàtica Yvonne és d’aquests. Els amics de Felip no resistiran
les ganes de sacsejar-la. Però el prín-
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de julie sermon
cep, en canvi, imaginarà una farsa més
noble i, responent al desafiament del
destí, jugarà la carta de la seva màxima
llibertat: decidirà casar-se amb Yvonne.
Però no sabrà tenir-hi paraules vanes ni
jocs innocents i, sense adonar-se’n,
Felip entaularà una partida metafísica,
els encadenaments catastròfics de la
qual acabaran per capgirar tot el palau.
D’Yvonne, temible força d’inèrcia, en
diuen que és bleda, lletja, ingrata, repugnant, d’una consistència i d’una constitució emprenyadores. Ella, en canvi,
no diu res. Gombrowicz tria fer-ne un
personatge gairebé mut que preservarà
fins al final el seu enigma, mentre al
seu voltant cauran totes les màscares.
Volent penetrar el misteri i el silenci
obstinat d’Yvonne, fent hipòtesis sobre
què deu pensar, voler, ser o sentir, tots
els personatges són empesos, en efecte,
a revelar-se sota la seva cara més
inconfessable, entre el pecat venial i el
137
pecat capital. Víctima expiatòria, «bócemissari» fet a mida, Yvonne ha de ser
sacrificada.
Més que deforme, Yvonne acaba essent
una identitat informe: que es presta a
totes les formes i a totes les significacions
–les que els altres volen veure-hi o donarli. Com sempre en Gombrowicz, la paraula enunciada té lloc de veritat, i sobretot,
a força d’establir-se. És anomenant les
coses com les fem aparèixer, igual que la
GOMBROWICZ
Witold Gombrowicz (Maloszyce, 1904 –
Vence, 1969), un escriptor capriciós i
versàtil però de constància infrangible,
un filòsof instintiu i eclèctic però de rigor
acadèmic incorruptible, sorprèn amb
totes i cadascuna de les seves creacions.
Gombrowicz va debutar el 1933 amb set
relats breus titulats Memòries dels temps
de la immaduresa. La crítica, gairebé
unànime, va qualificar aquell llibre d’avortament literari i el seu autor d’immadur i petulant. Gombrowicz va trigar quatre anys a contestar als seus detractors, i
ho va fer el 1937 amb la novel·la
Ferdydurke, avui un clàssic europeu, on
a partir d’una visió càustica dels mecanismes de creació i promoció de la literatura va analitzar les relacions entre l’individu i la societat amb un mètode que
anunciava l’arribada de l’existencialisme.
Tanmateix, van ser pocs els que d’entrada van saber valorar correctament la
importància de Ferdydurke, i entre ells
destaquen dos escriptors polonesos d’a-
138
realitat dels éssers, de les relacions, dels
esdeveniments, que depèn del tot dels
mots que triem per qualificar-los (de
petits arranjaments a grans desviacions).
És aquest teatre de la “verbomàquia”,
dels humors inestables, de les forces i
dels sentits reversibles, el que desplega
Yvonne, princesa de Borgonya en una
forma que, convocant tots el gèneres (la
tragèdia shakespeariana, el drama
romàntic, el vodevil) reinventa per al
teatre la tradició del conte filosòfic. ■
segons jerzy slawomirski
vantguarda: Stanislaw Ignacy Witkiewicz
fill i Bruno Schulz. Més tard, la crítica
anomenaria aquests tres autors els tres
mosqueters, malgrat que no tenien en
comú res més que l’originalitat del talent
i el respecte distant que es mostraven.
L’agost del 1939, Gombrowicz va fer
un viatge a bord del transanlàntic
Chrobry, que inaugurava una línia regular de Gdynia a Buenos Aires. El dia 1
de setembre va esclatar la Segona
Guerra Mundial i Gombrowicz, un veritable nàufrag de la història, es va quedar en terra argentina sense mitjans de
subsistència i amb un passatge de tornada a un país que havia deixat d’existir. El fracàs estrepitós de tots els seus
esforços per fer-se lloc en el món literari de l’Argentina i una aspra visió de
la cultura i la tradició europees des de
la perspectiva de l’altre costat de
l’Atlàntic són els elements que
envaeixen obsessivament les pàgines
del seu Dietari, i formen també el canemàs de la novel·la Trans-Atlàntic
(1953). Com passa tantes vegades, l’infortuni va contribuir al desenvolupament d’un talent que, per florir, no
necessitava res més que una llibertat
absoluta, limitada tan sols per les traves
inherents a la condició humana. Segons
l’autor de Ferdydurke, només l’escriptor
a l’exili pot ser veritablement lliure, perquè la pèrdua de la pàtria comporta l’alliberament de l’artista de tots els factors
polítics, socials, ideològics i religiosos
que, en circumstàncies normals, el lliguen de peus i mans.
El primer gran èxit internacional va arribar
l’any 1960 amb la publicació de la traducció francesa de Pornografia, i es va consolidar cinc anys més tard gràcies a la gran
rebuda que va tenir Cosmos. També als anys
seixanta els tres drames de Gombrowicz
–Yvonne, princesa de Borgonya (1938), El
casori (1953), L’opereta (1966)– van entrar
a formar part del repertori d’alguns teatres
europeus de prestigi. L’any 1963
Gombrowicz va rebre una beca de la
Fundació Ford que li va permetre tornar a
instal·lar-se a Europa, primer a Berlín i
després al sud de França, on va passar els
darrers cinc anys de la seva vida. ■
Fragments de la introducció de Jerzy Slawomirski a la primera edició del
Dietari de Witold Gombrowicz, Edicions 62.
YVONNE
Les Memòries del temps de la immaduresa em van proporcionar un cert prestigi entre els cercles d’avantguarda. Vaig
començar a freqüentar els cafès literaris
de Varsòvia, tot i que no en les millors
companyies. El grup de poetes
Skamander i el seu setmanari ‘Les notícies literàries’ se situaven al capdavant
de la generació jove; era seguint la seva
estela com s’aconseguien honors i s’obtenia publicitat. Jo no em vaig sumar a
la taula dels skamandrites (potser a
causa de la meva timidesa camperola,
potser perquè no volia assumir el paper
de neòfit… o fins i tot perquè volia ser
profeta a la meva terra), sinó que vaig
aconseguir una taula pròpia, una taula
insòlita a la qual s’asseien candidats i
pretendents de l’art encara en bolquers,
segons witold gombrowicz
provincians, pensadors despentinats,
joves poetes famolencs, somiadors
excèntrics, tot plegat amanit amb alguns
talents autèntics… I jo, en aquesta companyia, amb una obstinació incoercible,
amb una constància fèrria, molt digna
d’admiració, deia una i altra vegada,
cada tarda, cada nit, bajanades i bajanades i més bajanades que tanmateix no
ho eren realment, ja que en certa manera constituïen les meves veritats.
Mantenir l’estil, aquesta era la meva llei
suprema. La veritat és que no donava la
impressió de prendre’m a mi mateix
massa seriosament, i fins i tot feia tot el
possible per no donar la impressió de ser
seriós. Encantat com estava per la
Forma, em sentia disposat a convertirme’n en bufó per tota l’eternitat.
139
En aquella època, vaig fer amistat amb el
notable Bruno Schulz (encara molt poc
conegut a França) i amb Adolf Rudnicki.
De fet, la major part dels meus amics
intel·lectuals els vaig trobar entre els jueus
i ells constituïen la major part del meu
públic. De vegades em deien el rei dels
jueus. (Els dec molt.) Però… què havia de
fer? Seguia sense sentir-me prou fort per
entaular la partida amb el meu destí. Per
tal de guanyar temps, vaig començar a
escriure una obra de teatre. Així va néixer
Yvonne, princesa de Borgonya.
Aquesta obra em va valer una sorpresa.
Publicada, si no recordo malament, el
1935 a la revista Skamander, no va
atraure gens d’atenció i els teatres polonesos de preguerra no hi van mostrar cap
interès. Llavors vaig agafar la mania de
menysprear les actrius i, per humiliar les
més famoses, sempre que me’n trobava
una al davant em presentava. Un dia
que, en una recepció, em presentava per
cinquena vegada a una figura molt de
moda, ella va agafar un got ple d’aigua i
me’l va llançar a la cara tot cridant: “Ara
sí que es recordarà de mi!”. Potser no
vaig triar la millor manera de fer-me
admetre als cercles teatrals.
En resum, Yvonne va passar inadvertida a
la Polònia de preguerra i, per part meva,
quan la guerra em va sorprendre a
l’Argentina, gairebé l’havia oblidada. Vint
anys més tard, els seus èxits a París, a
Estocolm i a altres llocs van caure damunt
meu com la fruita madura de l’arbre. Va
ser un auxili inesperat en la dura batalla
que mantenien les meves novel·les. La
història tragicòmica d’Yvonne pot resumirse en poques paraules. El príncep Felip,
140
hereu del tron, troba durant un passeig
aquesta noia desprovista d’encant, d’atractiu: Yvonne és malgirbada, apàtica,
anèmica, tímida, poruga i avorrida. Des
del primer moment, el príncep no l’aguanta, li crispa els nervis; però al mateix
temps no suporta el fet de veure’s obligat
a detestar la malaurada Yvonne. Tot el seu
ésser es rebel·la contra les lleis de la natura que obliguen els joves a estimar només
les noies seductores: “No penso sotmetre’m, l’estimaré!”. Llança un desafiament
a les lleis de la natura i es promet amb
Yvonne. Introduïda a la cort reial com a
promesa del príncep, Yvonne esdevé un
factor de descomposició. La presència
muda i esporuguida de les seves múltiples
mancances revela a cadascú les pròpies
tares, els propis vicis, les pròpies indignitats… La cort no triga a convertir-se en
una incubadora de monstres. I cadascun
d’aquests monstres somia assassinar la
insuportable Yvonne. La cort mobilitza
finalment les seves pompes i les seves
obres, la superioritat i els esplendors i, utilitzant el seu immens poder, la mata.
Aquesta és la història d’Yvonne. Resulta
tan difícil de comprendre? Tanmateix,
estic disposat a admetre que tinc mala
sort i que, per tant, el més senzill i més
clar de les meves obres és rebut de la
manera més complicada i aberrant.
Encara avui m’arriben a les mans crítiques d’Yvonne on es parla de sàtira
política contra el règim actual de Polònia
(Yvonne simbolitzaria Polònia o bé la llibertat) o de sàtira contra la monarquia.
Bé, oblidem-ho. El que mereix ser subratllat és una altra cosa: en primer lloc,
que Yvonne procedeix més de la biologia
que no de la sociologia; i en segon lloc,
que neix d’aquella regió del meu interior
on m’assaltava l’anarquia il·limitada de
la forma, de la forma humana, de la seva
rauxa i el seu desvergonyiment. Així
doncs, seguia essent dins meu… i jo em
trobava dins seu… ■
Capítol dedicat a Yvonne dins Testamento, de Witold Gombrowicz, ed. Anagrama 1991.
BALANÇ DE GOMBROWICZ COM A ESCRIPTOR
Quantes pàgines he escrit al llarg de la
meva vida? Unes 3000. Amb quin
resultat, si ens referim a mi, personalment? He emprès aquestes converses
amb la intenció de lligar la meva literatura amb la meva vida. Doncs bé, m’ha
servit tota aquesta literatura per resoldre els meus problemes, les meves
dificultats personals?
Per què, doncs?... Gairebé em fa vergonya. On m’han conduït els meus atemptats contra la Forma? A la Forma, precisament. A força de trencar-la, m’he convertit en aquell escriptor el tema del qual és
la Forma. Heus aquí la meva forma i la
meva definició. I avui jo, individu viu, sóc
el servent d’aquell Gombrowicz oficial que
he creat amb les meves pròpies mans. No
puc fer altra cosa que seguir endavant. Els
meus impulsos d’altre temps, les meves
ficades de pota, les meves dissonàncies,
tota aquella immaduresa que em posava a
prova… on han anat a parar? A la vellesa,
la vida em resulta més fàcil. Navego amb
seguretat entre les meves contradiccions,
la meva veu s’ha fet més ferma, sí, sí,
m’he fet un racó, compleixo el meu paper,
sóc un servent. De qui? De Gombrowicz.
Renaixerà la meva rebel·lia d’altre temps
en la imaginació d’algú altre, de nou jove
i captivadora? No ho sé. Aconseguiré
almenys una vegada rebel·lar-me contra
ell, contra aquest Gombrowicz? No n’estic gaire segur. He maquinat diversos
estratagemes que em permetrien alliberar-me de la seva tirania, però els anys i
les malalties m’han fet perdre facultats.
Desfer-se de Gombrowicz, comprometre’l, destruir-lo, això sí que seria vivificador… però no hi ha res de més dificultós que lluitar contra la pròpia cuirassa.
Tornar a l’abans del començament, refugiar-me en la meva immaduresa inicial
(aquesta Immaduresa constitueix per a
mi una cosa encara més important que
la Forma, però en parlo poc en aquestes
converses perquè no resulta fàcil fer-ho,
i jo prefereixo que es busqui a la matèria viva de la meva obra artística.)
Però, rebel·lar-me? Com? Jo? Un servent? ■
Capítol final de Testamento, de Witold Gombrowicz, volum que recull les converses
de l’escriptor amb Dominique de Roux, un any abans de morir. Anagrama 1991.
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ESPAÑOL
ESPAÑOL
DDT
YVONNE, PRINCESA
DE BORGONYA
de WITOLD GOMBROWICZ
dirección JOAN OLLÉ
PRESENTACIÓN de julie sermon
El príncipe Felipe se aburre. La vida ordenada, las situaciones esperadas, las relaciones acorde con las leyes de la naturaleza o con la etiqueta de los poderes y de las
funciones, todo eso le provoca, al final de
esta fiesta nacional, una muy romántica
lasitud melancólica. Si ocurriese algo en
su vida que no fuera “otra vez”, o “siempre lo mismo”. En su cavilar, Felipe
encuentra un horóscopo providencial
desde todos los puntos de vista que le promete una gran expansión de las fuerzas
vitales y horas propicias para empresas de
envergadura; sólo debe esperar, muy pronto se presentará una ocasión para ponerse
a prueba. Yvonne entra en escena.
Existen personajes que nos hacen mejores; otros en cambio tienen el don de
ponernos de los nervios, de incitarnos a la
agresividad. La apática Yvonne es de
estos. Los amigos de Felipe no resistirán
las ganas de turbarla. Pero el príncipe, en
cambio, imaginará una más noble farsa y,
respondiendo al desafío del destino, jugará la carta de su absoluta libertad: decidirá casarse con Yvonne. Pero no sabrá tener
palabras vanas ni juegos inocentes con
ella y, sin darse cuenta, Felipe iniciará una
partida metafísica cuyos encadenamientos
catastróficos acabaran por desbaratar al
palacio entero. De Yvonne –temible fuerza
de inercia–, dicen que es blanda, fea,
ingrata, repugnante, de consistencia y
constitución molestas. Ella, en cambio,
nada dice –Gombrowicz elige convertirla
en un personaje mudo que preservará su
enigma hasta el final, mientras a su alrededor caerán todas las máscaras.
Queriendo penetrar en el misterio y el
silencio obstinado de Yvonne, haciendo
hipótesis sobre lo que ella puede pensar,
querer, ser o sentir, todos los personajes
son empujados, en efecto, a revelarse bajo
su rostro más inconfesable, entre el pecado venial y el pecado capital. Víctima
expiatoria, “chivo” a medida, Yvonne debe
ser sacrificada.
Mucho más que deforme, Yvonne se convierte al fin en una identidad informe: que
se presta a todas las formas y a todas las
significaciones –las que los demás tienen
ganas de ver en ella o de adjudicarle.
Como siempre en Gombrowicz, la palabra
enunciada tiene lugar de verdad, y sobre
todo, a base de establecerse. Es nombrando las cosas como las hacemos aparecer,
igual que la realidad de los seres, las relaciones, los sucesos, que depende del todo
de las palabras que elegimos para cualifi-
142
DDT
carlos (de pequeños acuerdos a grandes
desviaciones).
Es este teatro de la “verbomaquia”, los
humores inestables, las fuerzas y los sentidos reversibles, lo que despliega Yvonne,
princesa de Borgoña en una forma que,
convocando a todos los géneros (la tragedia shakespeariana, el drama romántico,
el vodevil) reinventa para el teatro la tradición del cuento filosófico.
GOMBROVICZ según jerzy slawomirski
Witold Gombrowicz (Maloszyce, 1904 –
Vence, 1969), un escritor caprichoso y
versátil pero de constancia infrangible, un
filósofo instintivo y ecléctico pero de un
rigor académico incorruptible, sorprende
en todas y cada una de sus creaciones.
Gombrowicz debutó en 1933 con siete
relatos breves titulados Memorias de los
tiempos de inmadurez. La crítica, casi
unánime, cualificó aquel libro de aborto
literario y a su autor de inmaduro y petulante. Gombrowicz tardó cuatro años en
contestar a sus detractores, y lo hizo en
1937 con la novela Ferdydurke, hoy un
clásico europeo, en la que a partir de una
visión cáustica de los mecanismos de creación y promoción de la literatura analizó
las relaciones entre el individuo y la sociedad con un método que anunciaba la llegada del existencialismo. Sin embargo,
fueron pocos los que desde un principio
supieron valorar correctamente la importancia de Ferdydurke, y entre ellos destacan dos escritores polacos de vanguardia:
Stanislaw Ignacy Witkiewicz hijo y Bruno
Schulz. Más adelante, la crítica llamaría a
estos tres autores los tres mosqueteros, a
pesar de no tener nada en común más que
la originalidad del talento y el respeto distante que se mostraban.
En agosto de 1939, Gombrowicz realizó
un viaje a bordo del trasatlántico Chrobry,
que inauguraba la línea regular de Gdynia
a Buenos Aires. El día 1 de septiembre
estalló la Segunda Guerra Mundial, y
Gombrowicz, un verdadero náufrago de la
historia, se quedó en tierra argentina sin
medios de subsistencia y con un pasaje de
vuelta a un país que había dejado de existir. El estrepitoso fracaso de todos sus
esfuerzos por ganarse un lugar en el mundillo literario de Argentina y una áspera
visión de la cultura y la tradición europeas
desde la perspectiva del otro lado del
Atlántico son los elementos que invaden
obsesivamente las páginas de su dietario,
y forman también el entramado de la novela Tras-Atlántico (1953). Como sucede
tantas veces, el infortunio contribuyó al
desarrollo de un talento que, para florecer,
sólo necesitaba una libertad absoluta,
limitada tan únicamente por las trabas
inherentes a la condición humana. Según
el autor de Ferdydurke, sólo el escritor en
el exilio puede ser verdaderamente libre,
porque la pérdida de la patria conlleva la
liberación del artista de todos los factores
políticos, sociales, ideológicos y religiosos
que, en circunstancias normales, lo atan
de pies y manos.
El primer gran éxito internacional llegó en
el año 1960 con la publicación de la traducción francesa de Pornografía, y se consolidó cinco años después gracias a la
gran acogida que obtuvo Cosmos. También
en los años sesenta los tres dramas de
Gombrowicz –Yvonne, princesa de
Borgoña (1938), La boda (1953), La opereta (1966)– entraron a formar parte del
repertorio de algunos teatros europeos de
prestigio. En 1963, Gombrowicz recibió
una beca de la Fundación Ford que le permitió volver a instalarse en Europa, primero en Berlín y después en el sur de
Francia, donde pasó los últimos cinco
años de su vida.
Fragmentos de la introducción
a la primera edición del Dietario de
Witold Gombrowicz. Edicions 62.
YVONNE según witold gombrowicz
Las Memorias del tiempo de la inmadurez
me proporcionaron cierto prestigio entre
los círculos de vanguardia. Empecé a frecuentar los cafés literarios de Varsovia,
aunque no en las mejores compañías. El
grupo de los poetas de Skamander y su
semanario Las noticias Literarias figuraban a la cabeza de la joven generación; era
en su estela donde se conseguían honores
y se obtenía publicidad. Yo no me sumé a
la mesa de los skamandritas –quizá a
causa de mi timidez campesina, quizá
porque no quería asumir el papel de neófito... o incluso porque quería ser profeta
en mi tierra-, sino que me conseguí mi
propia mesa, una mesa insólita a la que
venían a sentarse candidatos y pretendientes al arte todavía en pañales, provincianos, pensadores desgreñados, jóvenes
poetas hambrientos, soñadores excéntricos, todo ello aderezado con algunos
talentos auténticos... Y yo, en esta compañía, con una obstinación incoercible, con
una constancia férrea, muy digna de admiración, decía una y otra vez, todas las tardes, todas las noches, sandeces, sandeces
y más sandeces, que sin embargo no eran
tales, pues en cierto modo constituían mis
verdades. Mantener el estilo, ése era mi
ley suprema. Ciertamente, no daba la
impresión de tomarme demasiado en
serio, e incluso hacía todo lo posible para
no dar la impresión de ser serio.
Hechizado como estaba por la Forma, me
sentía dispuesto a convertirme en su
bufón por toda la eternidad.
En esa época, entablé amistad con el
notable Bruno Schulz (todavía muy poco
conocido en Francia) y con Adolf
Rudnicki. De hecho, la mayor parte de mis
amigos intelectuales los conseguí entre los
judíos, y ellos constituían la mayoría de mi
público. A veces me llamaban el rey de los
judíos. (Les debo mucho.)
Pero... ¿qué hacer? Seguía sin sentirme lo
bastante fuerte para entablar la partida
con mi destino. Con objeto de ganar tiempo, empecé a escribir una obra de teatro.
Así nació Yvonne, princesa de Borgoña.
Esta obra me valió una sorpresa.
Publicada, si no recuerdo mal, en 1935 en
la revista Skamander, no atrajo en absoluto la atención, y los teatros polacos de preguerra no mostraron interés por ella.
Contraje entonces la manía de despreciar a
las actrices, y para humillar a las más célebres, siempre que me encontraba frente a
ellas, me presentaba. Un día en que,
durante una recepción, me presentaba graciosamente por quinta vez a una figura
muy en boga, ésta cogió un vaso lleno de
agua y me la tiró a la cara, gritando:
«¿Ahora sí que se acordará de mí!» Puede
que no escogiera la mejor manera de
hacerme admitir en los medios teatrales.
En resumen, Yvonne pasó inadvertida en
la Polonia de preguerra, y por mi parte,
cuando la guerra me sorprendió en
Argentina, casi la había olvidado. Veinte
años más tarde, sus éxitos en París, en
Estocolmo y en otros sitios cayeron sobre
mí como la fruta madura de un árbol. Era
un socorro inesperado en la dura batalla
que mantenían mis novelas.
La historia tragicómica de Yvonne puede
resumirse en pocas palabras. El príncipe
Philippe, heredero del trono, encuentra
durante un paseo a esta muchacha desprovista de encanto..., de atractivo:
Yvonne es desmañada, apática, anémica,
tímida, miedosa y aburrida. Desde el primer momento, el príncipe no puede
aguantarla, le crispa los nervios; pero al
mismo tiempo, no puede soportar el verse
obligado a detestar a la desdichada
Yvonne. Todo su ser se rebela contra las
leyes de la naturaleza que constriñen a los
jóvenes a amar tan sólo a las muchachas
seductoras: «¡No pienso someterme, la
amaré!» Lanza un desafío a las leyes de la
naturaleza y se compromete con Yvonne.
Introducida en la corte real como novia del
príncipe, Yvonne se convierte en un factor
de descomposición. La presencia muda,
amedrentada, de sus múltiples carencias
revela a cada uno sus propios fallos, sus
propios vicios, sus propias indignidades...
La corte no tarda en transformarse en una
incubadora de monstruos. Y cada uno de
esos monstruos sueña con asesinar a la
insoportable Yvonne. La corte moviliza al
fin sus pompas y sus obras, su superioridad y sus esplendores y, utilizando su
inmenso poder, la mata. Esta es la historia
de Yvonne. ¿Resulta tan difícil de comprender? Con todo, estoy dispuesto a
admitir que tengo mala pata, y que, en
consecuencia, lo más sencillo y más claro
de mis obras es recibido de la manera más
complicada y aberrante. Todavía hoy llegan a mis manos críticas de Yvonne en las
que se habla de sátira política contra el
régimen actual de Polonia –Yvonne simbolizaría a Polonia o la libertad- o de sátira
contra la monarquía. Bien, olvidémoslo.
Es otra cosa la que merece ser subrayada:
en primer lugar, que Yvonne procede en
mayor medida de la biología que de la
sociología; y en segundo lugar, que nace
en esa región de mi interior donde me
asaltaba la anarquía ilimitada de la forma,
de la forma humana, de su desenfreno y
de su desvergüenza. Seguía pues estando
en mí..., y yo me hallaba en su interior...
Capítulo dedicado a Yvonne en
Testamento, de Witold Gombrowicz, ed.
Anagrama 1991.
BALANCE DE GOMBROWICZ COMO
ESCRITOR
¿Cuántas páginas he escrito a lo largo de
mi vida? Unas 3000. ¿Con qué resultado,
si nos referimos a mí, personalmente? He
emprendido estas conversaciones con la
intención de atar mi literatura con mi vida.
Pues bien, ¿me ha servido toda esta literatura para resolver mis problemas, mis dificultades personales? ¿Por qué, pues?...
Casi me da vergüenza. ¿Dónde me han llevado mis atentados contra la Forma? A la
Forma, precisamente. A base de romperla,
me he convertido en aquel escritor cuyo
tema es la Forma. He aquí mi forma y mi
definición. Y hoy yo, individuo vivo, soy el
sirviente de aquel Gombrowicz oficial que
he creado con mis propias manos. No
puedo hacer otra cosa que seguir adelante.
Mis impulsos de otro tiempo, mis meteduras de pata, mis disonancias, toda esa
inmadurez que me ponía a prueba…
¿dónde han ido a parar? En la vejez, la vida
me resulta más fácil. Navego con seguridad entre mis contradicciones, mi voz se
ha hecho más firme, sí, sí, me he hecho un
rincón, cumplo mi papel, soy un sirviente.
¿De quién? De Gombrowicz. ¿Renacerá mi
rebeldía de otro tiempo en la imaginación
de otra persona, de nuevo joven y cautivadora? No lo sé. ¿Conseguiré al menos una
vez rebelarme contra él, contra este
Gombrowicz? No estoy demasiada seguro.
He maquinado varias estratagemas que
me permitirían liberarme de su tiranía,
pero los años y las enfermedades me han
hecho perder facultades. Deshacerse de
Gombrowicz, comprometerlo, destruirlo,
esto sí que sería vivificador… pero no hay
nada más dificultoso que luchar contra la
propia coraza. Volver al antes del comienzo, refugiarme en mi inmadurez inicial
(esta Inmadurez constituye para mí una
cosa todavía más importante que la Forma,
pero hablo poco de ella en estas conversaciones porque no resulta fácil hacerlo, y yo
prefiero que se busque en la materia viva
de mi obra artística.) Pero, ¿rebelarme?
¿Cómo? ¿Yo? ¿Un sirviente? ■
Capítulo final de Testamento, de Witold
Gombrowicz, volumen que recoge las
conversaciones del escritor con
Dominique de Roux, un año antes de
morir. Anagrama, 1991
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