Pensamiento Filosófico 1848-1900 Antología II II ÍNDICE Historia de la Filosofía, Frederick Copleston: Tomos VII, VIII y IX Schopenhauer....p 1 Kierkegaard...p.18 Los Tradicionalistas....p. 27 Filosofía Social en Franciap. 36 Marx-Engels.p. 48 Comtep. 65 Spencer.p. 78 Benthamp. 91 Stuart Mill..p. 99 Nietzschep. 122 Pierce..p. 138 William James...p. 152 Dewey.p. 160 Bergson..p. 175 Recapitulación y panorama actual de la Filosofía Alemana....p. 194 1 SCHOPENHAUER I HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VII Frederick Copleston 1 Vida y escritos. Es evidente que la capacidad de la filosofía para impresionar nuestra imaginación al presentar un cuadro dramático y original del universo, no es un criterio infalible de su verdad aunque, indudablemente, acrecienta su interés. Sin embargo, no es una propiedad que esté presente en cualquiera de las filosofías consideradas en el capítulo anterior. Es cierto que Herbart elaboró un sistema general, pero, si alguien se viese obligado a seleccionar las cosmovisiones expuestas por los filósofos del siglo XIX, a nadie se le ocurriría mencionar a Herbart. A Hegel, a Marx, a Nietzsche, sí; pero no a Herbart. Mucho menos aún al austero lógico y matemático Bolzano. Pero, en 1819, cuando Herbart era catedrático en Konigsberg y Hegel acababa de trasladarse de Heidelberg a Berlín, apareció la obra capital de Arthur Schopenhauer, la cual, aunque pasó desapercibida en aquel momento, proponía una interpretación del mundo y de la vida humana sorprendente de por sí y, en ciertos aspectos importantes, opuesta a las interpretaciones que ofrecían los grandes idealistas. Existen, en efecto, algunas semejanzas entre el sistema de Schopenhauer y el de los idealistas, pero su autor, que nunca medía sus palabras, sentía un inmenso desprecio por Fichte, Schelling y Hegel, sobre todo por este último, del que se consideraba su mayor adversario, y estaba convencido de que sólo él podía proporcionar la auténtica verdad a los hombres. Arthur Schopenhauer nació en Danzig el 22 de febrero de 1788. Su padre, un próspero comerciante, esperaba que siguiera sus huellas. y le permitió visitar Inglaterra, Francia y otros países en los años 1803 y 1804, con la idea de que al cabo de dichos viajes se dedicara a los negocios. El joven Schopenhauer cumplió su promesa, a pesar de que la carrera de comerciante no le interesara. Pero, al morir su padre en 1803, su madre le autorizó a proseguir sus estudios. En 1809 ingresó en la universidad de Gottingen para estudiar medicina. Al segundo año optó por la filosofía. Como él mismo dijo, la vida es un problema, y por ello decidió dedicar sus esfuerzos a reflexionar sobre la misma. De Gottingen, donde Schopenhauer aprendió a admirar a Platón, pasó, en 4811, a Berlín y escuchó las conferencias de Fichte y Schliermacher. Le repugnó la oscuridad del primero y la afirmación del segundo de que nadie puede ser un verdadero filósofo sin ser religioso provocó su sarcástico comentario de que nadie que sea religioso se dedica a la filosofía, puesto que no la necesita. Schopenhauer se consideró a sí mismo cosmopolita y nunca fue un nacionalista alemán. Cuando Prusia se rebeló contra Napoleón, abandonó Berlín, dado su odio confesado a los asuntos militares y, en un retiro pacífico, se dedicó a redactar la tesis doctoral Ueber die vierfache Wurzel des Satzes vom Zureichenden Grunde (La cuádruple raíz del principio de razón suficiente) con la que ganó una cátedra en Jena y que fue publicada en 1813. Goethe felicitó al autor y Schopenhauer le correspondió escribiendo un ensayo Ueber das Sehen und die Farben (Sobre la visión y los colores, 1816), en el que venía a defender a Goethe contra Newton. Pero, exceptuando el elogioso recibimiento del gran poeta, La cuádruple raíz pasó completamente desapercibida y el libro apenas se vendió. Sin embargo, como veremos posteriormente, el autor seguía considerándolo como la introducción indispensable a su filosofía. Schopenhauer vivió en Dresden desde mayo de 1814 hasta septiembre de 1818. Fue allí donde compuso su principal obra filosófica, Die Welt als Wil/e und Vorstellung (El mundo como voluntad y representación). Schopenhauer confió el manuscrito a los editores y marchó a Italia, el país del arte. La obra apareció a primeros de 1819 y el autor se consoló al saber que algunos filósofos como Herbart y Beneke, la habían tomado en consideración. Pero no le sirvió de mucho al comprobar que un libro que él había escrito creyendo revelar la verdad del universo alcanzaba tan escasa venta. Sin embargo, animado por el hecho de que el magnum opus no hubiera pasado totalmente desapercibido, y, ardiendo en deseos de comunicar la verdad al mundo, Schopenhauer se trasladó ,en 1820 a Berlín, donde inició una serie de conferencias. A pesar de no tener allí 2 la cátedra, no vaciló en dar sus lecciones a la misma hora que las de Hegel. Al cabo de un semestre. tuvo que suspenderlas. Su doctrina era muy poco representativa del Zeitgeist dominante, o espíritu de la época. En 1833, después de varios viajes, Schopenhauer se instaló en Frankfurt. Leía mucha literatura europea, consultaba publicaciones científicas y periódicos, dando muestra de su agudeza al anotar los puntos que habrían de servirle para ilustrar o confirmar empíricamente sus teorías filosóficas. Acudía al teatro con frecuencia y continuaba escribiendo. En 1836, publicó Ueber den Willenin der Natur (Sobre la voluntad en la Naturaleza) y, en 1839, obtuvo un premio de la Sociedad Científica de Drontheim en Noruega, con un ensayo sobre la paz. Sin embargo, la Real Academia Danesa de Ciencias no le concedió un premio parecido por su ensayo sobre los fundamentos de la ética. Una de las razones que se adujeron fue el escaso respeto del autor por los filósofos más conocidos. Schopenhauer sentía gran admiración por Kant, pero solía referirse a pensadores como Fichte, Schelling y Hegel con evidente menosprecio, por decirlo de alguna manera, usando expresiones que quizá resulten divertidas a generaciones posteriores. Ambos ensayos se publicaron conjuntamente, en 1841, con el título de Die bienden Grundprobleme der Ethik (Los dos problemas fundamentales de la ética). En 1844, Schopenhauer publicó la segunda edición de su obra El Mundo como voluntad y representación añadiéndole cincuenta capítulos más. Aprovecho la ocasión para dejar bien clara su opinión sobre los catedráticos de filosofía de las universidades alemanas y, por si no fuera suficiente, explicitó su punto de vista en un nuevo prólogo. En 1851, publicó con éxito una colección de ensayos titulada Parerga y Paralipómena, en la que tocaba gran variedad de temas. Finalmente, en 1859, salió a la luz una tercera edición de su magnum opus. Después del fracaso de la revolución de 1848, revolución por la que Schopenhauer no sentía la más mínima simpatía, el público estaba más dispuesto a prestar atención a una filosofía que subrayaba el mal en el mundo y la vanidad de la vida y que predicaba una actitud estética y ascética, de espaldas a lo vital. Schopenhauer conoció la fama en los últimos diez años de su vida. De todo el mundo llegaban gentes atraídas por la brillante personalidad del filósofo. En diversas universidades se daban conferencias sobre su doctrina a pesar de que los catedráticos alemanes no olvidaban las sarcásticas burlas de que habían sido objeto. Para Schopenhauer, esto significaba que por fin había alcanzado su meta. Falleció en septiembre de 1860. La cultura de Schopenhauer llegó a ser muy extensa y su calidad literaria era indiscutible. Fue una persona de carácter y nunca temió expresar su opinión, Estaba dotado de buen sentido práctico, pero era egoísta, vanidoso, molesto y, en ocasiones, grosero. No puede decirse que fuera una persona generosa. Sus relaciones con las mujeres no respondieron exactamente a lo que se espera de un hombre que habló con tanta elocuencia sobre asuntos éticos, ascéticos y místicos; sus editores suprimieron varios comentarios suyos sobre el sexo femenino. Por otra parte, su sensibilidad teórica frente a los sufrimientos de la humanidad no fue acompañada de esfuerzo práctico alguno para reducirlos. Como él mismo observó, es tan necesario que un filósofo sea santo como que un santo sea filósofo. Mientras que como persona no puede considerársele como uno de los pensadores más simpáticos, su talento literario, en mi opinión, es innegable. 2. Tesis doctoral de Schopenhauer. Schopenhauer escribe su tesis doctoral bajo la influencia de Kant. El mundo de la experiencia es el mundo de los fenómenos: es objeto para el sujeto. En función de esto se constituye el mundo de nuestras representaciones mentales (Vorstellungen). Pero ningún objeto se nos presenta en completo estado de aislamiento e independencia. Es decir, todas nuestras representaciones mentales están en relación o conexión con otras representaciones. El conocimiento o la ciencia es, precisamente, el conocimiento de estas representaciones directas. "Ciencia, por así decirlo, significa sistema de objetos conocidos y no una mera suma de representaciones. Tiene que existir una razón suficiente para que se dé tal relación o conexión. De manera que el principio general por el que se rige el conocimiento del objeto o de los fenómenos es el principio de razón suficiente. 3 Para enunciar en primer lugar el principio de razón suficiente Schopenhauer escoge la formulación wolffiana como la más general: Nihil est sine ratione cur potius sit quam no sit (Nada es sin una razón para que sea más bien que para que no sea). Pero Schopenhauer avanza hasta descubrir cuatro tipos principales de objetos y cuatro tipos fundamentales de relación o conexión. Llega a la conclusión de que existen cuatro tipos fundamentales del principio de razón suficiente y que dicho principio, considerado en su enunciación general, es una abstracción de los mismos. De aquí proviene el título de Cuádruple raíz del principio de razón suficiente. La primera clase de objetos o representaciones es la de las representaciones intuitivas, empíricas y completas. Posiblemente esto no resulte muy claro, pero, en el lenguaje del realismo, los objetos en cuestión son los objetos materiales, causalmente relacionados en el espacio y el tiempo, los que constituyen la materia de las ciencias naturales como la física y la química. Según Schopenhauer, hay que adscribir esta relación espacial, temporal y causal, a aquella actividad mental que organiza el material de los fenómenos, sensaciones elementales, de acuerdo con las formas a priori de sensibilidad espacio y tiempo, concretamente, y la forma pura de la causalidad, única categoría del entendimiento. En esto, Schopenhauer es un seguidor de Kant, a pesar de que las categorías kantianas queden reducidas a una sola. El "principio de razón suficiente del devenir" (principium rationis sufficientis fiendi) rige el conocimiento de estas representaciones, de los fenómenos, o, en términos usuales, de los objetos materiales. La segunda clase de objetos la constituyen los conceptos abstractos; su forma principal de relación es el juicio. Pero un juicio no puede expresar ningún conocimiento a no ser que aquél sea verdadero, y, "verdad es la relación de un juicio con algo diferente de aquél, algo que puede llamarse su principio". El principio o razón suficiente aparece de diversas formas. Así, un juicio, por ejemplo, puede constituir el principio de otro juicio y, si tenemos en cuenta las leyes de implicación y de inferencia de un modo formal, habremos penetrado en el ámbito de la lógica. Pero, en cualquier caso, el juicio, síntesis de conceptos, se rige por el "principio de razón suficiente del conocimiento" (principium rationis sufficientis cognoscendi). La tercera clase de objetos comprende las "intuiciones a priori de sentido externo e interno, de espacio y de tiempo". El espacio y el tiempo están constituidos de tal manera que cada parte está en cierto modo relacionada con la otra. Y, la "ley según la cual las unidades de espacio y de tiempo se determinan entre sí, la llamo principio de razón suficiente del ser (principium rationis sufficientis essendi). En el tiempo se trata de la ley de sucesión irreversible; y, en "esta conexión de unidades espacio y tiempo se basan los cálculos". Es decir, la aritmética se basa en la ley según la cual se relacionan las unidades de tiempo, mientras que la geometría se basa en la ley por la cual se rigen las respectivas posiciones de las unidades del espacio. Por ello podemos decir que los objetos matemáticos son la tercera clase de objetos, según .Schopenhauer, y que la forma específica del principio de razón suficiente que rige nuestro conocimiento de relaciones aritméticas y geométricas es la ley, o las leyes, según las cuales están relacionadas recíprocamente las partes del espacio y del tiempo. La cuarta clase de objetos contiene un solo elemento: "el sujeto del querer considerado como objeto por el sujeto cognoscente". Es decir, el objeto es el yo como fuente o sujeto de volición. El principio que rige nuestro conocimiento de la relación entre este sujeto y sus voliciones o actos voluntarios es el motivo (o razón suficiente) de la acción (principium rationis sufficientis agendi); o, más brevemente, la ley de motivación. Su implicación es el determinismo del carácter. Un hombre actúa por motivos, y los motivos por los que actúa tienen su fundamento, o su razón suficiente, en su carácter. Comprendemos la relación entre las acciones deliberadas de un hombre consigo mismo como sujeto de la volición cuando vemos estas voliciones como originadas en el carácter del sujeto. Ya consideraremos este sujeto más adelante. La terminología de Schopenhauer está basada en la de Wolff. Pero su posición general está fundamentada en la de Kant. El mundo es fenoménico, objeto para un sujeto, es la esfera de la necesidad. En realidad, Schopenhauer reconoce distintos tipos de necesidad. En la esfera de la volición, por ejemplo, rige la necesidad moral, que debe distinguirse de la necesidad física y de la lógica. Pero en la esfera de las representaciones como un todo, las relaciones mutuas están gobernadas por ciertas leyes, descritas como distintas raíces del principio de razón suficiente. 4 Conviene destacar el hecho de que el principio de razón suficiente sólo es válido en la esfera de los fenómenos, esfera de objetos que lo son para un sujeto; no alcanza el ámbito del noúmeno, realidad metafenoménica, o como quiera llamársela. Tampoco es aplicable al mundo de los fenómenos considerado como totalidad; pues dirige las relaciones entre fenómenos. De aquí que ningún argumento cosmológico para demostrar la existencia de Dios sea válido si es un argumento que, paciendo del mundo como totalidad, llegue a Dios como causa, o como razón suficiente, de los fenómenos. Schopenhauer está en esto otra vez más de acuerdo con Kant, aunque, desde luego, no es un seguidor de Kant en cuanto a la proposición de creer en Dios como asunto de fe práctica o moral. 3 El mundo como representación. La tesis doctoral que acaba de considerarse brevemente resulta árida y poco emocionante en comparación con la obra capital de Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación. Sin embargo; Schopenhauer se justifica considerando la primera como introducción a la segunda. Su magnum opus comienza afirmando que "el mundo es mi representación". Es decir, que el mundo entero, visible o, como lo define Schopenhauer, la suma total de experiencias, es objeto para su sujeto: su realidad consiste en su presentación al sujeto o en ser percibido por éste. Como ya decía Berkeley: el esse de objetos sensibles es el percipi. Conviene matizar el punto siguiente. La palabra alemana Vorstellung se ha traducido por "idea" y, en las líneas referentes a la tesis doctoral de Schopenhauer, por "representación". Pero, el título El mundo como voluntad y representación se ha hecho tan universal que resulta pedante el cambio. Al mismo tiempo, es muy importante comprender la distinción que hace Schopenhauer entre representaciones intuitivas (Intuitive Vorstellung) y representaciones abstractas (Abstrakte Vorstellung), o conceptos. Y, cuando Schopenhauer afirma que el mundo es mi representación, se refiere a las representaciones intuitivas. No quiere decir que, por ejemplo, un árbol sea igual al concepto abstracto de árbol. Significa que el árbol que percibe existe sólo en relación con él, en cuanto sujeto de la percepción, Su realidad ha sido por completo aprehendida en el acto de la percepción. El objeto es simplemente lo que yo percibo y mi manera de percibido. La postura de Schopenhauer puede aclararse de la siguiente forma. Sólo los hombres poseen conceptos abstractos: las representaciones intuitivas son comunes a los hombres y a los animales, al menos a los animales superiores. Hay un mundo de fenómenos que no sólo es para los hombres, sino que también existe para los animales; las condiciones de su posibilidad se dan también en ellos. Estas condiciones son las formas a priori de la sensibilidad, concretamente, espacio y tiempo, más la categoría del entendimiento, es decir, la causalidad. Según Schopenhauer, el entendimiento (Verstand) se da también en los animales. El principium rationis sufficientis fiendi actúa, por ejemplo sobre un perro para el que existe un mundo de objetos causalmente relacionados entre sí. Pero los animales no poseen razón (Vernunft), o facultad de abstraer conceptos. Un perro percibe los objetos en el espacio y en el tiempo y puede percibir relaciones causales concretas. Pero de ahí no se deduce que un perro sea capaz de formar el concepto abstracto de espacio, tiempo, o causalidad. Dicho de otra forma, la afirmación de que el mundo visible es el objeto de un sujeto que lo percibe es tan válida para un perro como para un hombre, pero de esto no puede deducirse que un perro pueda tener conocimiento de la verdad de tal afirmación. Según Schopenhauer, habría que añadir que el descubrimiento que hizo Kant del tiempo y del espacio como condiciones a priori del mundo visible pueden ser intuidas en sí mismas. Por ello pueden incluirse en el ámbito de nuestras representaciones intuitivas que comprenden "la totalidad del mundo visible, o bien, la totalidad de las experiencias, junto con las condiciones de su posibilidad”. Pero esto no quiere decir que un perro pueda intuir el espacio y el tiempo en sí mismos, ni alcanzar, por ejemplo, el conocimiento matemático, aunque exista para él un mundo espacio-temporal. Ahora bien, si el mundo es mi representación, mi cuerpo también tendrá que ser mi representación. Esto está claro, pero de aquí hemos de sacar algunas consecuencias. Si es verdad que el mundo existe sólo en cuanto objeto para un sujeto, entonces también es verdad que el sujeto que lo percibe se puede relacionar con el objeto. "A mi juicio, el objeto y la inteligencia son correlaciones inseparables que sólo pueden existir el uno para el otro y por eso sólo pueden existir correlativamente. 5 Ambos constituyen el mundo como representación, que es, precisamente, la apariencia kantiana y, en consecuencia, algo secundario" (Schopenhauer). El mundo como idea o representación comprende tanto lo que percibe como lo percibido. Esta totalidad es, según Kant, empíricamente real pero trascendentalmente ideal. Schopenhauer sentía un profundo respeto por Kant y se tenía por su verdadero sucesor. Sin embargo, su teoría del carácter fenoménico de la realidad empírica estaba muy modificada por factores ajenos a la teoría kantiana. Poco después de la publicación de la tesis doctoral, en 1813, Schopenhauer se encontró en Weimar con F. Mayer, notable orientalista, que le inició en los textos de la filosofía hindú. Schopenhauer continuó interesándose por la filosofía oriental hasta el fin de su vida. En sus últimos años se dedicó a meditar sobre el texto de los Upanishad. Por ello no es sorprendente que asociara su teoría sobre el mundo como idea o representación con la doctrina hindú de Maya, en la que los sujetos individuales son apariencias. Pero, considerando que el mundo es fenoménico, surge la pregunta acerca de la esencia del noúmeno. ¿Qué realidad se esconde tras el velo de Maya? La exposición de Schopenhauer sobre la naturaleza de esta realidad y de sus formas de automanifestación constituye lo más importante de su sistema. La teoría del mundo como representación aunque según Schopenhauer es una parte necesaria de su filosofía, es evidentemente el desarrollo de la postura kantiana. Pero la tesis del mundo como voluntad es realmente original y recoge la expresión de su particular interpretación de la vida humana. Antes de abordar este tema, conviene decir algo acerca de su tesis de la función práctica de los conceptos, que tiene en sí gran interés. 4. La función biológica de los conceptos y la posibilidad de las metafísicas. Como ya hemos visto, el hombre posee, aparte de las representaciones intuitivas, conceptos abstractos que son formados por la razón y presuponen una experiencia, directa o indirecta. Pero ¿por qué los formamos?, ¿qué función tienen? Schopenhauer contesta que su función primaria es práctica. "La gran utilidad de los conceptos radica en el hecho de que facilitan el manejo, la ordenación y d dominio del material original del conocimiento." En comparación con las representaciones intuitivas, cuyo conocimiento es la percepción inmediata, los conceptos abstractos resultan, en cierto modo, pobres. Omiten muchas cosas, por ejemplo, las diferencias entre los elementos individuales de una clase. Pero son necesarios para que sea posible la comunicación para retener y dominar el conocimiento experimental. "El mayor valor del conocimiento racional o abstracto radica en su comunicabilidad y en la posibilidad de retenerlo permanentemente. En este aspecto es de inestimable importancia en la práctica." Schopenhauer menciona también la importancia ética de los conceptos y del razonamiento abstracto. Un hombre moral dirige su conducta según unos principios. Y los principios requieren conceptos. Pero Schopenhauer no se interesa simplemente por apuntar algunos ejemplos del valor práctico de los conceptos. También se esfuerza en mostrar la relación de este valor práctico con su teoría general del conocimiento. El conocimiento está al servicio de la voluntad. Para no introducir implicaciones metafísicas, diremos que el conocimiento es ante todo un instrumento para satisfacer necesidades materiales o físicas, el conocimiento es el criado del cuerpo. Las necesidades animales son menos complicadas que las del hombre y, por tanto, más fáciles de satisfacer. La percepción basta para ello, sobre todo porque la naturaleza ha dotado a los animales de sus propios medios de defensa y ataque, como las garras del león o el aguijón de la avispa. Pero, con el desarrollo del organismo, particularmente del cerebro, surge el correspondiente desarrollo de necesidades y deseos; y para satisfacerlos se requiere un mayor conocimiento. En el hombre aparece la razón que le capacita para descubrir nuevos medios para cubrir necesidades, puede inventar herramientas, etc. Por este motivo la función de la razón es fundamentalmente biológica. Por así decirlo, la naturaleza la utiliza como instrumento para satisfacer las necesidades de un organismo más complicado y evolucionado que el del animal. Pero las necesidades en cuestión son necesidades físicas. A la razón le corresponde primariamente atender las necesidades de nutrición y reproducción, y las necesidades corporales del individuo y de la especie. De esto se deduce que la razón no está capacitada para rasgar el velo de los fenómenos y tocar la realidad subyacente, el noúmeno. El concepto es un instrumento práctico: atañe a numerosos objetos de la misma clase, capacitándonos para tratar fácil y económicamente con gran cantidad de material. No es 6 apto, sin embargo para penetrar la esencia de los fenómenos y llegar a la realidad subyacente, o a la cosa en sí. En todo caso, podemos preguntamos ¿de qué manera es posible la metafísica? Schopenhauer contesta que, aunque el intelecto esté por naturaleza al servicio de la voluntad, en el hombre es capaz de desarrollarse de tal manera que puede alcanzar la objetividad. O sea que, aunque la mente humana sea, en primer lugar, un instrumento que satisface las necesidades corporales, puede desarrollar una especie de energía suplementaria por la que, al menos temporalmente, puede liberarse de la servidumbre de los deseos. En estas condiciones, el hombre puede llegar a ser un espectador desinteresado; puede adoptar una actitud contemplativa, como en la contemplación estética y en la filosofía. Evidentemente, este alegato en defensa de la mente humana no elimina la dificultad que se deriva de la teoría de Schopenhauer sobre los conceptos. La filosofía sistemática y comunicable tiene que ser expresada en conceptos. Y si el concepto sólo es adecuado para referirse a los fenómenos, entonces resulta que la metafísica queda fuera de juego. Schopenhauer responde que la filosofía metafísica es posible siempre que se dé una intuición fundamental a nivel del conocimiento de la percepción, que nos permita ver directamente la naturaleza de la realidad subyacente en los fenómenos, visión ésta que la filosofía expresa en forma conceptual. Por ello, la filosofía implica un juego entre la intuición y el razonamiento conceptual. "La constante preocupación por enriquecer los conceptos con intuiciones es la misión de la poesía y de la filosofía." Los conceptos no nos facilitan un nuevo conocimiento: la intuición es fundamental. Pero, si ha de transformarse en filosofía, debe elevarse a un nivel conceptual. Schopenhauer se encuentra en una posición bastante difícil. No quiere postular como base de la filosofía una intuición excepcional que podrá ser completamente diferente de la percepción, por una parte, y, por otra, del razonamiento abstracto. De esto resulta que la intuición de que habla tiene que situarse en un nivel de conocimiento de percepción. Pero ésta se halla referida a objetos individuales y, por lo tanto, a los fenómenos, pues la individualidad pertenece a la esfera de los fenómenos. Por esta razón se ve obligado a demostrar que, incluso a nivel perceptivo, se puede dar una aprehensión intuitiva del noúmeno, aprehensión que constituye la base de la mediación filosófica. Volveremos oportunamente sobre la naturaleza de esta intuición pues conviene matizar, previamente, ciertas posturas de Schopenhauer que le revelan como precursor del pensamiento bergsoniano. Bergson ponía gran énfasis en la función práctica de la inteligencia y en la incapacidad de los conceptos de captar la realidad de la vida. Basaba la filosofía sobre la intuición, llegando a describir la labor de los filósofos como, en parte, una tentativa de meditar sobre la intuición a nivel conceptual, hasta el punto en que esto era posible. De aquí proviene el pensamiento, tanto de Bergson como de Schopenhauer, de que la filosofía implica un intercambio de reacciones entre la intuición y el razonamiento discursivo o conceptual. Mencionando esto, no pretendo afirmar que Bergson ideara su doctrina basándose en la de Schopenhauer; realmente no hay ninguna prueba evidente de ello. Es absurdo pensar que, considerando eventuales semejanzas entre los pensamientos del filósofo X y del filósofo Y, el primero tiene, necesariamente, que haber plagiado al segundo, o, al menos, estar influenciado por él. Sin embargo, a pesar de que Bergson, al tomar conciencia de la semejanza de ideas, hiciera una distinción entre su propia idea de la intuición y la del pensador alemán, es evidente la analogía que existe entre una y otra postura. En otras palabras, la dirección o línea de pensamiento que mantenía la filosofía de Schopenhauer reaparece en el pensamiento de Bergson, si los consideramos en el aspecto que aquí tratamos. Es decir que, a pesar de las diferencias entre el sistema filosófico de Schopenhauer y la filosofía de la vida que Bergson expone, la continuidad es latente. 5. El mundo como manifestación de la voluntad de vivir. Kant sostenía que la cosa en sí, lo correlativo al fenómeno, no se puede conocer. Schopenhauer nos dice que dicha cosa en sí es voluntad. "Cosa en sí significa aquello que existe independientemente de nuestra percepción, es decir, aquello que es, propiamente dicho. Para Demócrito era la materia configurada; igual que para Locke, en realidad. Para Kant era sencillamente = X. Para mí significa voluntad." Es una voluntad singular, pues la multiplicidad sólo existe en el mundo espacio-temporal, en el mundo de los fenómenos. Es evidente que sólo puede existir una realidad metafenoménica, es decir, la cosa en sí. En otras palabras, el interior del mundo, por así decido, es una realidad, 7 mientras que el exterior de éste, o la apariencia de esta realidad, es el mundo empírico que consiste en cosas limitadas. ¿De qué manera llega Schopenhauer a la convicción dé que la cosa en sí es voluntad? Para comprender la realidad se impone una introspección, ya que la "singular y angosta puerta a la verdad" se halla en la conciencia referida al interior de uno mismo, es decir, en la percepción dirigida hacia el interior. A través de esta conciencia interior llego a saber que la acción corporal, de la que se afirma que es el resultado de la volición, no es algo distinto de la volición, sino que es la volición misma. Ello significa que la acción corporal es simplemente voluntad objetivada: es la voluntad, que se hizo idea o representación. En efecto, el cuerpo entero, de hecho, no es más que voluntad objetivada, voluntad en forma de representación en la conciencia. Según Schopenhauer, esto lo puede comprender cualquiera si penetra en su propia conciencia. Una vez que se haya apropiado de esta intuición fundamental, está en posesión de la clave de la realidad. Entonces ya sólo tendrá que extender su descubrimiento al mundo en general. A ello procede Schopenhauer. Vela manifestación de una voluntad individual en el impulso por el que el imán se dirige al polo norte, en los fenómenos de atracción y repulsión, en la gravitación, en el instinto animal, en el deseo humano, etc. Hacia donde quiera que dirija su mirada, bien sea hacia el mundo inorgánico o bien hacia el orgánico, descubre siempre una confirmación empírica de la conclusión de que los fenómenos constituyen la apariencia de una precisa voluntad metafísica. Pero surge la siguiente pregunta: Si la cosa en sí se manifiesta en fenómenos tan diversos como la energía universal de la naturaleza, la fuerza de la gravedad y la volición humana, ¿por qué llamarla "voluntad"? ¿"Fuerza o energía" no serían términos más apropiados, teniendo en cuenta que la "voluntad", considerada en sí misma, "no está dotada de conocimiento y es sólo un mero impulso ciego e incesante, una infinita carrera?" El término "voluntad", que implica racionalidad, difícilmente puede ser adecuado para describir un esfuerzo ciego. Sin embargo, Schopenhauer defiende la expresión sosteniendo que debiéramos emplear los términos descriptivos más usuales. Somos conscientes de nuestra voluntad de una manera inmediata y es más conveniente describir lo que conocemos peor según lo que conocemos mejor, y no al revés. La "voluntad", aparte de ser impulso ciego, esfuerzo infinito, devenir eterno, etc., es también voluntad de vivir. En efecto, para Schopenhauer, la "voluntad" y la "voluntad de vivir" se identifican. La realidad empírica es la objetivación o manifestación de la "voluntad" metafísica y, por ello, expresa de manera necesaria la "voluntad de vivir". Schopenhauer pone múltiples ejemplos. Sólo tenemos que mirar la naturaleza y considerar la vida de las especies animales. Los pájaros construyen sus nidos para las crías que aún no conocen. Los insectos depositan sus huevos donde la larva pueda sobrevivir. Toda la gama de instintos animales manifiesta la omnipresencia de la voluntad de vivir. Si consideramos la infatigable actividad de las abejas, y nos preguntamos a qué conduce y qué resultados se siguen de ella, sólo podemos responder que a la "satisfacción del hambre y del instinto sexual", es decir, la supervivencia de la especie. Y, si consideramos el hombre, su industria y sus negocios, sus inventos y su técnica, entonces tenemos que admitir que todo 'este esfuerzo sirve exclusivamente para sustentar una serie de individuos a lo largo de su breve existencia, proporcionándoles un poco más de comodidades, y con ello contribuir a la conservación de la especie. Todo esto se deriva de la teoría de Schopenhauer de la función biológica de la razón, como atributo esencial de la misma. Hemos hecho notar que el intelecto humano es capaz de desarrollarse hasta quedar libre de la esclavitud de la voluntad. Más adelante veremos que Schopenhauer no limita el origen posible de actividades humanas a comer, a beber y a las relaciones sexuales, actividades necesarias para el mantenimiento de la vida del individuo y de la especie, pero la función primaria de la razón manifiesta el carácter de la voluntad como voluntad de vivir. 6. Pesimismo metafísico. Ahora bien, si la voluntad es esfuerzo infinito, un impulso ilimitado, no puede alcanzar nunca la satisfacción o un estado de tranquilidad. Su esfuerzo es continuo pero nunca alcanza nada. Esta característica 8 esencial de la voluntad metafísica se refleja en su autoobjetivación, sobre todo en la vida humana. El hombre busca una satisfacción, la felicidad, pero no la alcanza. Lo que llamamos felicidad o goce no es más que el cese temporal del deseo. El deseo, como expresión de la necesidad y del sentimiento de privación, es una forma de dolor. Por ello la felicidad es "la liberación del dolor, la superación de la necesidad"; es "real y esencialmente negativa, y en ningún caso positiva". No tarda en transformarse en aburrimiento y, entonces, el deseo de satisfacción resurge de modo natural. Este aburrimiento reduce el amor más apasionado a simple necesidad de compañía. Una excepcional capacidad intelectual sólo sirve para incrementar las posibilidades de sufrimiento y para hacer más profunda la soledad del individuo. Cada cosa individual, como objetivación de una única voluntad de vivir, se esfuerza por afirmar su propia existencia a expensas de las demás cosas. Éste es el motivo por el que el mundo es conflictivo. Tales conflictos manifiestan la naturaleza de la voluntad contradiciéndose a sí misma, como una voluntad torturada. Schopenhauer encontró ejemplos de esta clase, conflictos, incluso en el reino mineral. Pero es propiamente en la esfera orgánica y humana donde halla las confirmaciones más palpables. Insiste en la forma en que los animales de una misma especie se devoran unos a otros. Y, al conceptuar a los hombres, no se para en mientes. "La fuente principal de los peores males que afligen al hombre es el hombre mismo: homo homini lupus. Cualquiera que no pierda de vista esta consideración tendrá al mundo como un infierno peor que, el del Dante, ya que forzosamente un hombre es siempre causa del mal de otro hombre." La guerra y la crueldad son, por supuesto, el mejor apoyo de la doctrina de Schopenhauer. El hombre que no demostró simpatía alguna por la revolución de 1848 habla en los términos más duros de la explotación en las fábricas, de la esclavitud y de los abusos sociales. Observa que la codicia, el egoísmo y la crueldad de los hombres son la única justificación del Estado. Éste, lejos de ser una manifestación del orden divino, es sencillamente un producto de un egoísmo lúcido que intenta hacer un poco más tolerable el mundo. El pesimismo de Schopenhauer es metafísico en el sentido de que se presenta como una consecuencia de la naturaleza de la voluntad metafísica. El filósofo no se ocupa solamente en la consideración del hecho empírico de la existencia de una gran masa de mal y sufrimiento en el mundo, sino que investiga, sobre todo, sus causas. La cosa en sí es tal y como es y hemos de señalar los rasgos negros de la realidad fenoménica tal y como se observan. Sin embargo, algo puede hacerse para mitigar el sufrimiento. Esto también es un hecho empírico. Pero sería excesivo pensar que puede cambiarse el carácter fundamental del mundo y de la vida humana. Si, por ejemplo, se suprimieran todas las guerras y se satisfacieran todas las necesidades materiales de los hombres, el resultado más probable sería, según Schopenhauer, una situación de insoportable aburrimiento a la que sucedería el retorno de los conflictos. Schopenhauer se apresura a condenar el optimismo fácil de Leibniz y la forma en que los idealistas alemanes, especialmente Hegel, prescinden del lado negro de la existencia humana, o cuando, admitiéndolo, lo justifican calificándolo de "racional". 7. Breve comentario crítico. Es innecesario señalar que Schopenhauer pensaba que su teoría sobre el carácter fenoménico de la realidad empírica armonizaba con su teoría sobre la voluntad. Es decir que, una vez aceptada la tesis general de Kant sobre el carácter fenoménico del mundo, se podía continuar sin contradicción hasta llegar a revelar la naturaleza de la cosa en sí. Pero esto es dudoso. Tomemos, por ejemplo, la vía de aproximación de Schopenhauer a la voluntad, a través de la conciencia interior. Como Herbart ya observó los principios voluntaristas de Schopenhauer, considerados a partir de la percepción interior, tienen que estar sujetos a la forma de temporalidad: es conocido en actos que se suceden unos a otros y, todos ellos, son fenoménicos. No podemos llegar a la voluntad como realidad metafenoménica. Sólo puede ser fenoménica en cuanto somos conscientes de ella. Es cierto que podemos hablar de una voluntad metafísica. Pero en cuanto es pensamiento expresado tiene que ser, según parece, objeto para un sujeto de este modo, resulta fenoménica. Schopenhauer admite el hecho de que no podamos conocer la voluntad metafísica en sí y que ésta pueda tener atributos que no conozcamos ni comprendamos. Insiste, sin embargo, en que podemos llegar a conocerla, aunque sólo sea parcialmente, en su manifestación u objetivación, y que nuestra propia volición resulta ser para nosotros la 9 manifestación más evidente. En tal caso, la voluntad metafísica parece desintegrarse en fenómenos. La conclusión de que no podemos conocer la cosa en sí vuelve a imponerse. Para decido de otra forma, Schopenhauer no quiere basar su filosofía en una intuición privilegiada y esencial de la realidad última, sino más bien en una percepción intuitiva de nuestra propia volición. Esta percepción intuitiva parece, por sus propias premisas, pertenecer a la esfera de los fenómenos que incluye toda la serie de relaciones sujeto-objeto. Una vez sentada la doctrina del mundo como representación, el primer libro de Schopenhauer, su opus magnum, resulta difícil encontrar la posibilidad de acceso a la cosa en sí. Kant, probablemente, concluiría diciendo que no existe tal posibilidad. En mi opinión, esta objeción de Kant estaría justificada. Desde luego, se puede ver la independencia de la filosofía de Schopenhauer de la de Kant y presentarla como una especie de hipótesis. Supongamos que el filósofo estaba temperamentalmente predispuesto para ver con claridad y subrayar el lado negro de la existencia humana, del mundo y de la historia. Creía que, lejos de ser aspectos secundarios, eran por el contrario, los más esenciales y significativos. El análisis de los conceptos de felicidad y sufrimiento confirmaban su primera visión. A partir de aquí concibió su hipótesis explicativa del ciego y permanente esfuerzo al que llamó voluntad. Una vez reconocida esta voluntad, pudo dedicarse a descubrir nuevas confirmaciones empíricas en los reinos orgánico e inorgánico, y especialmente en el hombre. Por otra parte, esta hipótesis le capacitaba para predecir algunas generalizaciones sobre la vida humana y la historia. Evidentemente, no tengo la intención de insinuar que Schopenhauer haya querido renunciar a su tesis del mundo como representación sino que, por el contrario, siempre insistió en ella. Tampoco quiero decir que la imagen del mundo de Schopenhauer fuese aceptable en el caso de que lo hubiera hecho. Su análisis de la felicidad como esencialmente "negativa", para referimos a un sólo punto de su crítica, creo que es completamente insostenible. Me parece que la filosofía de Schopenhauer expresa más bien una "visión" del mundo muy parcial. Esta visión tal vez fuera más justa si su filosofía se propusiera como una hipótesis derivada de la consideración exclusiva de los aspectos en cuestión. Más brevemente, la visión del mundo de Schopenhauer es, como mínimo, unilateral. Pero, precisamente por esta unilateralidad y extremismo, sirve como contrapeso o antítesis a sistemas como el de Hegel, en el que se exalta el camino triunfante de la razón en la historia, y en el que el mal y el sufrimiento se esconden tras una retórica triunfalista. SCHOPENHAUER II HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VII Frederick Copleston 1. La contemplación estética como liberación de la esclavitud de la voluntad Para Schopenhauer, la raíz de todo mal reside en la esclavitud de la voluntad, esclavitud dependiente de la voluntad de vivir. Ya se ha mencionado su reivindicación del intelecto humano al que concede la capacidad de sobrepasar el nivel de desarrollo preciso para satisfacer las necesidades físicas. Éste produce, aparte de la energía que se requiere para cumplir su función primaria y práctica, una energía suplementaria por la que el hombre puede escapar tanto a la inútil vivencia del deseo y el esfuerzo, como a la egoísta autoafirmación y sus conflictos. Schopenhauer propone los caminos para liberamos de la esclavitud a que nos somete la voluntad. Uno es temporal -un oasis en medio del desierto- y otro más duradero. El primero es el de la contemplación estética, el arte, y el segundo es el ascetismo, verdadera vía de salvación. Nos ocuparemos, en primer lugar, del camino que nos libera a través del arte. inmediatamente en ideas que se refieren a las cosas individuales, igual que ocurre en los arquetipos y sus copias. Son determinadas especies o formas originarias inmutables y propiedades de todos los cuerpos naturales, tanto orgánicos como inorgánicos, y son también fuerzas naturales que se manifiestan a sí mismas de acuerdo con las leyes naturales". Existen ideas de fuerzas naturales, tales como la de la gravedad, e ideas de especies pero no existen, sin embargo, ideas de géneros, púes, mientras haya especies naturales' según Schopenhauer, no habrá géneros naturales. No debe confundirse la idea de especie con la forma inmanente de las cosas. Se dice que los miembros individuales de las diversas especies, o clases naturales, son" el correlativo empírico de la idea". Y la idea es un arquetipo eterno. Por esta razón Schopenhauer identifica sus ideas con las formas o ideas platónicas. El hombre, dedicado a la contemplación estética, llega a ser un observador desinteresado. Obviamente, la contemplación estética excluye el interés. Cuando, por ejemplo, yo veo una cosa hermosa como objeto de deseo o como 'estímulo de un deseo, mi punto de vista no es, ciertamente, el de la contemplación estética; soy un espectador "interesado". De hecho, soy un instrumento de la voluntad, o estoy a su servicio. Sin embargo, puedo perfectamente no considerar un objeto hermoso ni como objeto de deseo en sí mismo ni como estímulo, y admirado únicamente por el" significado estético que pueda tener. En tal caso soy un espectador desinteresado, y, al menos entonces, me libero de la esclavitud de la voluntad. No me explico cómo la voluntad, ciega, o el impulso continuo, puedan objetivarse a sí mismos en ideas platónicas. Creo que Schopenhauer, a pesar de sus críticas, en lo que se refiere al significado metafísico del arte y de la intuición estética, comparte sus ideas con Schelling y Hegel, pero que, al darse cuenta de que la contemplación estética ofrece la posibilidad de una liberación temporal del deseo, se atuvo a la doctrina de Platón, a quien tanto admiraba, sobre las ideas, pero esta doctrina no tiene ninguna conexión explícita con la definición de voluntad ciega, impulso o esfuerzo autotorturante. No hay por qué insistir más en ello. Lo importante es que el genio del artista es capaz de aprehender las ideas y de darles una expresión en la obra de arte. Y, en esta contemplación estética, el espectador participa al aprehender las ideas. De esta forma, se eleva sobre lo temporal y variable y contempla lo eterno e inmutable. Su actitud es contemplativa y no apetitiva. El apetito se anula en la experiencia estética. La teoría de Schopenhauer sobre la contemplación estética de los objetos naturales o de las obras de arte como liberación temporal se relaciona con una teoría metafísica sobre lo que él llama ideas platónicas. Se dice de la voluntad que se objetiva Schopenhauer exalta el papel que desempeña el genio del artista, y esto le acerca al espíritu del romanticismo. Sin embargo, no habla con mucha: precisión acerca de la naturaleza del genio y de su diferencia con el hombre corriente. Algunas veces parece decir implícitamente que 11 genio no significa solamente la capacidad de aprehender ideas sino que también supone la posibilidad de expresarlas en obras de arte. En otras ocasiones, parece querer decir que genio es solamente la facultad de intuir ideas, y que la capacidad de darles una expresión externa es un asunto que incumbe a la técnica y que, por tanto, puede adquirirse con la práctica y el estudio. La primera hipótesis está más cerca de lo que normalmente pensamos: el genio artístico supone, sobre todo, la facultad de creación. Si un hombre no posee esta facultad no se nos ocurriría considerarle como un artista. De otra manera, cualquiera que fuese capaz de la contemplación y apreciación estética sería un genio. Pero se puede argüir, de acuerdo con Benedetto Croce, que la intuición estética implica una expresión interior, en el sentido de una recreación imaginativa, a diferencia de la expresión externa. En este caso, tanto el artista creador como el hombre que contempla y aprecia la obra" de arte "expresarían", aunque ambos lo harían de distinto modo. En todo caso, a pesar de que es posible aproximar estos dos modos de expresar, en mi opinión Schopenhauer integra ambas facultades, la de intuir ideas y la de darles una forma externa, aunque para ello resulte indispensable el aprendizaje técnico. De este modo, el hombre que no es capaz de producir obras de arte puede compartir con el genio la intuición de las ideas en y por la expresión externa de las mismas. Sin embargo, lo importante es el hecho de que el hombre trascienda en la contemplación estética la sujeción original del conocimiento a la voluntad, al deseo. Se convierte en "sujeto de .conocimiento, propiamente sin voluntad, y ya no establece relaciones según el principio de razón suficiente, sino que permanece y se sumerge en la contemplación del objeto presentado, sin considerar su conexión con cualquier otro". Estamos en relación directa con lo bello cuando el objeto de la contemplación es una simple forma significativa y la idea se presenta a la percepción como algo concreto. Sin embargo, si un hombre percibe el objeto que contempla como algo hostil o amenazador para su cuerpo, es decir, la objetivación de la voluntad en forma de cuerpo humano, entonces se halla en presencia de lo sublime. Esto es, contempla lo sublime, y, a pesar de reconocer el carácter amenazador del objeto, persiste en la contemplación objetiva sin dejarse sobrecoger por la emoción egocentrista del temor. Puede decirse, por ejemplo, que quien contempla la espectacular grandeza de una tormenta sobre el mar desde una pequeña embarcación, está contemplando lo sublime si fija su atención en la grandeza de la escena y la fuerza de los elementos de la naturaleza. El hombre se libera temporalmente de la esclavitud de la voluntad al contemplar lo bello o lo sublime. Su espíritu goza de un descanso al no ser un mero instrumento de satisfacción de deseo, porque adopta una actitud puramente objetiva y desinteresada. 2. Las bellas artes Tanto Schelling como Hegel concibieron las bellas artes como series ascendientes. Schopenhauer respeta la división de las artes que ellos hicieron y clasifica las bellas artes en una serie de objetivaciones de la voluntad más o menos perfectas. La arquitectura, por ejemplo, es la manifestación de las ideas en su grado inferior, como la gravedad, la cohesión, la rigidez, la dureza, es decir, las cualidades universales de la piedra. La arquitectura es la expresión indirecta del conflicto de la voluntad, a través de la tensión material que se establece entre gravedad y rigidez. Artes hidráulicas son una manifestación de las ideas de la materia fluida; estas artes encuentran expresión en las fuentes y saltos de agua artificiales. La, horticultura y la jardinería son artes que ponen de relieve las ideas que expresan el mundo vegetal. Cuadros de valor histórico y esculturas son la expresión de la idea del hombre, si bien la escultura está más en relación con la belleza y la gracia, y la pintura expresa sobre todo el carácter y la pasión humana. La poesía es la más perfecta de las artes porque resume todas las demás. Su material inmediato son los conceptos; el poeta intenta facilitar el conocimiento de los conceptos abstractos haciendo uso de epítetos a nivel de la percepción y, de esta manera, estimula la imaginación del auditor y del lector y con ello también su capacidad de aprehender la idea representada en el objeto perceptible. Pero el objetivo principal de la poesía, a pesar de su facultad de expresar cualquiera de las manifestaciones de las ideas, es la representación del hombre como expresión de sí mismo por medio de una serie de actos y pensamientos, y las respectivas emociones que acompañan a ambos. Surgían por aquel entonces una serie de controversias entre escritores y estetas referente al rango que debía ocupar el concepto de las bellas artes. No vamos a considerar aquí la posibilidad de incluir la horticultura y las artes hidráulicas en las bellas artes. Tampoco es necesario exponer una división de las bellas artes, que en todo caso 12 depende de su correlación con un sistema metafísico discutible. Sin embargo, conviene matizar los dos puntos siguientes: En primer lugar, hay que destacar, como es de suponer, el hecho de que, para Schopenhauer, la expresión más noble de las artes poéticas sea la tragedia. En la tragedia se representa el carácter real de la vida humana y los espectadores la presencian cuando ya está transformada en arte y expresada de forma dramática; presencian con gran dolor, el lamento de la humanidad entera, el triunfo del mal, las burlas de la suerte, la irremediable degeneración de los justos e inocentes". En segundo lugar, debe considerarse el hecho de que el arte superior a todas las demás artes no sea la tragedia sino la música. Esto lo justifica Schopenhauer estimando que la música no expresa una idea, o ideas, es decir, la objetivación de la voluntad, sino que expresa la voluntad misma, la naturaleza interna de la cosa en sí misma. El hombre recibe, al escuchar música, una revelación directa, aunque no de forma conceptual, de la realidad subyacente de los fenómenos. Intuye esta realidad que se le revela en forma de arte, de un modo objetivo y desinteresado y no como expresión de la tiranía de la voluntad. Además, en caso de que fuese posible expresar audazmente en conceptos todo lo que la música expresa prescindiendo de los conceptos, nos encontraríamos ante la filosofía verdadera. 3. Virtud y renuncia: el camino de salvación La contemplación estética no ofrece más que una liberación temporal de la esclavitud de la voluntad. Schopenhauer, sin embargo, revela una liberación duradera; y ésta se consigue renunciando a la voluntad que nos induce a vivir. Sin duda alguna, el progreso moral tiene que adoptar esta forma si es posible la moralidad. Todo el mal del mundo, según Schopenhauer, emana de la voluntad de vivir, de sus manifestaciones de egoísmo, de autoafirmación, de odio y de conflictos. "En el corazón de cada uno de nosotros reside una mala bestia al acecho de oportunidades para saciar sus instintos voraces atacando a los demás y que, si no la evitamos, nos descuartiza." Esta bestia salvaje, este mal radical, es la expresión: directa de la voluntad de vivir. De aquí deduce Schopenhauer que la moralidad, si es posible, tiene forzosamente que implicar un rechazo de dicha voluntad, y, considerando que el hombre es una objetivación de la voluntad, rechazar ésta significa negarse a sí mismo; significa ascetismo y mortificación. Schopenhauer dice que el mundo posee un significado moral. Pero lo que quiere decir con esta afirmación, tan sorprendente a primera vista, es lo siguiente: la existencia, la vida, es un crimen ya de por sí; es nuestro pecado original y lo expiamos exclusivamente por medio del sufrimiento y de la muerte. Por ello, se puede decir que en el mundo reina la justicia, y que, según la famosa sentencia hegeliana, "el mundo mismo es su propio tribunal de justicia":" Es en este sentido en el que resulta exacta la afirmación de que el mundo posee un significado moral. "Si pudiéramos poner toda la miseria del mundo en un platillo de la balanza y toda la culpa del mundo en el otro, la aguja señalaría precisamente el centro." Schopenhauer habla de la voluntad como si ésta fuese culpable de todo el mal y como si, al mismo tiempo, pagara por ello; porque se objetiva a sí misma y porque sufre en ese estado de objetivación. Esta forma de exponer el tema quizá parezca un tanto extravagante, puesto que los sufrimientos de los hombres han de ser fenoménicos, según las premisas de Schopenhauer, es decir, que apenas pueden afectar a la cosa en sí misma. Prescindiendo de esta dificultad, podemos, sin embargo, deducir a partir de aquella afirmación, que la existencia o la vida misma es un crimen y que la moralidad, si existiera, se podría expresar únicamente rechazando la voluntad de vivir, apartándose de la vida. Una vez asentadas estas premisas, parece que sólo hay una conclusión posible: el máximo acto moral es el suicidio. Pero, según Schopenhauer, el suicidio no es más que un acto de sumisión a la voluntad, de ningún modo su negación. Esto lo justifica diciendo que el hombre comete un suicidio sólo a fin de librarse de ciertos males y que si pudiera escaparse de esos males que le acosan, sin recurrir al suicidio, lo haría gustosamente. Por esta razón, el suicidio, paradójicamente, es la expresión de una concesión hecha a la voluntad de vivir. En consecuencia, la negación y la renuncia a vivir han de adoptar una forma que no sea el suicidio. Pero, ¿acaso hay algún lugar para la moralidad dentro de la filosofía de Schopenhauer? El ser humano como individuo no es más que una objetivación de la voluntad individual y única, por tanto, sus actos están determinados por ella. Schopenhauer traza una línea divisoria entre carácter inteligible y carácter empírico. La voluntad metafísica se objetiva a sí misma en la voluntad individual, y esta voluntad individual, 13 considerada en sí misma y anteriormente a sus actos, es el carácter inteligible o nouménico. La voluntad individual, que se manifiesta a través de sus actos sucesivos, es el carácter empírico. El objeto de la conciencia lo constituyen los actos particulares de la voluntad; éstos se suceden el uno al otro. Así, un hombre sólo puede conocerse a sí mismo gradual e imperfectamente. En un principio, su posición es la de cualquier intruso. Es incapaz de prever sus actos futuros voluntarios; únicamente tiene conciencia de los actos ya realizados. Por ello, él mismo se cree libre, y esta sensación de libertad le resulta muy natural. Sin embargo, el acto empírico es realmente un despliegue de su carácter inteligible o nouménico. El primero es consecuencia del último y está determinado por éste. Como pensó ya Spinoza, la sensación o la convicción de libertad no es más que el efecto real de la ignorancia de las causas que determinan los actos de uno mismo. A primera vista, puede parecer inútil hacer observaciones acerca de la manera cómo debiera actuar la gente para escaparse de la esclavitud a que les someten el deseo y el esfuerzo, considerando que sus acciones están determinadas por los respectivos caracteres. Estos caracteres son objetivaciones de la voluntad, de la voluntad de vivir, que se pone de manifiesto precisamente en el deseo y esfuerzo constantes. Schopenhauer afirma, sin embargo, que el determinismo del carácter no excluye la posibilidad de cambios de conducta. Supongamos que estoy acostumbrado a actuar según mis conveniencias económicas. Pero, un buen día, alguien me convence de que la gloria celestial es más valiosa que la terrestre. Mi nueva convicción me llevará a cambiar de comportamiento. En lugar de intentar hacerme rico a expensas de alguien, le cedo a éste la oportunidad de ganancia económica. Mis amigos, suponiendo que los tuviera, dirán que he cambiado de carácter. Pero, de hecho, sigo siendo el mismo hombre de siempre. A pesar de que mis acciones hayan cambiado, mi carácter sigue siendo el mismo. Sigo obrando en virtud de un motivo personal, es decir, en virtud de una ganancia. Lo único que ha cambiado es mi concepto de qué es lo más beneficioso. Dicho de otra forma, mi carácter inteligible determina el tipo de motivos que me inducen a obrar; el motivo esencial será el mismo, tanto si me dedico a acumular riquezas en la tierra, como si renuncio a ellas para alcanzar el cielo. Este ejemplo no ayuda a entender cómo es posible negar la voluntad de vivir. Sólo ilustra un egoísmo permanente y no la emergencia de una radical negación de sí mismo. Aunque puede servir para conciliar la teoría del determinismo del carácter con los hechos empíricos que ponen de manifiesto la posibilidad de cambios de carácter, no explica de qué manera puede la voluntad de vivir volver sobre sí misma en la objetivación y a través de ella, para negarse a sí misma. De momento, basta con observar que la idea de cambio del propio punto de vista tiene un papel muy importante en la filosofía de Schopenhauer, al igual que en la de Spinoza. Schopenhauer descubre una visión progresiva, a través del velo de Maya, del mundo fenoménico de la individualidad Y la multiplicidad. Esto es posible gracias a la capacidad del intelecto de cumplir sus funciones prácticas primarias. Los grados de avance moral corresponden a los de penetración del velo de Maya. La individualidad es fenoménica. El noúmeno es uno; una pluralidad de individuos sólo existe para el sujeto fenoménico. El hombre puede desde un principio romper la ilusión de la individualidad Y llegar así a poner a los demás a su mismo nivel y no dañarles. Este hombre sería justo y no aquel que, dentro del velo de Maya, se afirma a sí mismo excluyendo a los demás. Aún se puede ir más lejos. Un hombre puede penetrar el velo de Maya hasta llegar a ver que todos los individuos en realidad sólo son uno, pues todos ellos son fenómenos de una voluntad única e indivisible. Entonces nos encontramos en el nivel ético de la simpatía. Tenemos entonces bondad o virtud que se caracterizan por el amor desinteresado a los demás. La bondad verdadera no consiste, como creyó Kant, en la obediencia al imperativo categórico, exclusivamente por cumplir el deber. La bondad verdadera es amor, agape o caritas, a diferencia del eros que está dirigido hacia sí mismo. Amor es simpatía. "Todo amor verdadero y puro es simpatía (Mitleid) y cualquier amor que no sea simpatía es egoísmo (Selbstsucht). Eros es egoísmo; ágape es simpatía.” Schopenhauer combina este entusiasmo por la filosofía hindú de Maya con una gran admiración por Buda, Quizás estaba más cerca de la ética budista que de los conceptos occidentales más dinámicos de altruismo. 14 Sin embargo, aún podemos avanzar otro paso. En la voluntad, y a través de la misma, el hombre puede llegar a un conocimiento tan claro de sí, que le lleve a sentir horror de sí mismo y a negarse así mismo. La verdad humana deja de sentirse en relación con las cosas y el hombre marcha por el camino del ascetismo y la santidad. Schopenhauer ensalza la castidad voluntaria, la pobreza y la mortificación del yo, alaba a quien se entrega a la muerte para salvarse de la esclavitud de la voluntad. Ya hemos aludido antes a la dificultad de entender el modo como la voluntad puede negarse a sí misma, Schopenhauer reconoce esta dificultad, admitiendo sinceramente que es una contradicción que la voluntad, que se manifiesta u objetiva en el fenómeno, se niegue a si misma y renuncie a lo que el fenómeno expresa, es decir, a la voluntad de vivir. Pero, en cualquier caso, este acto de radical negación de sí mismo es posible, aunque tal vez sea excepcional. La voluntad en sí misma es libre, ya que no está sujeta al principio de razón suficiente. En el caso de una negación total de sí misma, de una total renuncia de sí misma, la libertad esencial de la voluntad, la cosa en sí, se manifiesta en el fenómeno. Dicho de otra forma, Schopenhauer admite una excepción en el principio del determinismo. La voluntad metafísica, que es libre, "niega la naturaleza que fundamenta al fenómeno, mientras que el propio fenómeno continúa existiendo en el tiempo y, por ello, aparece una contradicción del fenómeno consigo mismo" y es decir, que el santo no se mata a sí mismo, continúa existiendo en el tiempo, pero renuncia por completo a la realidad que le fundamenta como fenómeno, negándola por completo. Esto es una contradicción, pero es una contradicción que manifiesta que la voluntad trasciende "el principio de razón suficiente. Por último, podemos preguntamos, ¿qué objeto tienen la virtud y la santidad? Es evidente que el hombre que niega la voluntad se moverá en el mundo como si éste no fuera nada, ya que lo único que niega es la apariencia de la voluntad. Al menos en este sentido; es cierto que, cuando la voluntad se niega a sí misma, "nuestro mundo con todos sus soles y sus galaxias no es nada". Pero, ¿qué ocurre con la muerte?, ¿supone una total extinción? Schopenhauer dice que "ante nosotros, en realidad, sólo está la nada" y si se niega la inmortalidad personal, en cierto sentido, es verdad. Si la individualidad es fenoménica, Maya, y después muerte, la salida del mundo fenoménico significa necesariamente la extinción de la conciencia. Tal vez se dé la posibilidad de una integración en la voluntad única. Schopenhauer parece creer, aunque no lo exprese muy claramente, que, para el hombre que ha negado la voluntad, la muerte significa una total extinción. Estar en vida redujo su existencia al temor y con la muerte la destruye. El hombre llegó a su última meta que es la negación de la voluntad de vivir. Schopenhauer habla de otra posibilidad más. Como ya se ha visto, afirma que la cosa en sí, como realidad última, puede poseer atributos que no sean, ni puedan ser conocidos. En ese caso, estos atributo sí pueden subsistir cuando la voluntad se haya negado a sí misma como tal voluntad. Probablemente, se dé la posibilidad de alcanzar un grado de ser por la renuncia de sí mismo, un ser que no se hunda en la nada. Este estado, difícilmente podría ser un estado de conocimiento, ya que la relación sujeto-objeto es fenoménica. Pero puede ser semejante a 'la experiencia incomunicable a que los místicos aluden confusamente. Aunque es fácil criticar esta afirmación, no vamos a hacerlo aquí. Schopenhauer se veía obligado a ello teniendo en cuenta su tesis de que conocemos la realidad última como manifestación de la voluntad pero no en sí misma. Quizá Schopenhauer pensaba que no debía excluirse la posibilidad de que las experiencias de los místicos no puedan explicarse según su filosofía de la voluntad. Sería exagerado decir que Schopenhauer supone que tanto el teísmo como el panteísmo pueden ser ciertos. Schopenhauer afirma que el teísmo es una doctrina infantil y, por tanto, incapaz de satisfacer a una mente madura. El panteísmo, en su opinión, es todavía más absurdo y, además, es incompatible con cualquier tipo de moral. Identificar al mundo, con su mal, su crueldad y su sufrimiento, con la divinidad, o interpretarlo como una teofanía, en el sentido literal, es algo inconcebible, una estupidez que sólo a Hegel pudo habérsele ocurrido. Más todavía, semejante identificación lleva a justificar todo lo que ocurre y tal justificación es incompatible con las exigencias de la moral. Pero, si la realidad última posee unos atributos distintos de los derivados de su definición como voluntad ciega, la filosofía nada puede saber de ellos. La voluntad es la cosa en sí, y negar la voluntad significa, por tanto, negar la realidad de todo lo que existe, o al menos de todo lo que podemos saber que existe. La siguiente conclusión de la 15 filosofía es obligada; "no hay voluntad, no hay representación ni mundo". Si la voluntad se vuelve sobre sí misma y se "niega" a sí misma, no queda nada. de vida o existencia. Es cierto que hay elementos de "irracionalidad" en el idealismo alemán. La teoría de Schelling de la voluntad irracional en la divinidad es un caso aparte. Pero Schopenhauer convierte los rasgos irracionales de la existencia en su fundamento, llegando a ser la verdad central del mundo, y no su verdad parcial. 4. Schopenhauer y el idealismo metafísico El lector tal vez se sorprenda de que la filosofía de Schopenhauer haya sido considerada dentro del idealismo metafísico. En cierto modo esta sorpresa está justificada, ya que, a pesar de la constante referencia de Schopenhauer a Fichte, Schelling y Hegel, su sistema sólo marginalmente puede incluirse dentro del idealismo especulativo. Schopenhauer substituye el yo de Fichte y el logos o idea de Hegel por la voluntad, pero la distinción entre fenómeno y noúmeno y la teoría del carácter subjetivo y fenoménico del espacio, del tiempo y la causalidad, proceden de Kant. No es ilógico describir el sistema de Schopenhauer como un idealismo voluntarista trascendental, ya que es un idealismo desde el momento en que el mundo es una representación. Es voluntarista porque el concepto de voluntad, más que el de razón o pensamiento, es la clave de la realidad. Es trascendental, en el sentido de que la voluntad individual, es una voluntad absoluta que se manifiesta a sí misma en tos múltiples fenómenos de la experiencia. Si consideramos la filosofía de Schopenhauer desde este triple punto de vista, se nos presenta como uno de los sistemas especulativos poskantianos al igual que los de Fichte, Schelling y Hegel; sin embargo, las diferencias con respecto a estos tres últimos filósofos son considerables. La realidad última en el sistema de Hegel es la razón, el pensamiento que se piensa a sí mismo y que se actualiza a sí mismo como espíritu concreto. Lo real es lo racional y lo racional es lo real. Para Schopenhauer la realidad es más irracional que racional: el mundo es la manifestación de un impulso ciego. Es cierto que hay semejanzas entre la razón cósmica de Hegel y la voluntad de Schopenhauer. Por ejemplo, para Hegel, la razón se pone a sí misma como su propio fin, del mismo modo que, para Schopenhauer, lo hace la voluntad. Hay una gran diferencia entre la idea, del universo como vida de la razón que se despliega a sí misma y la idea del universo como expresión de un impulso ciego e irracional Este irracionalismo metafísico de la filosofía de Schopenhauer se acentúa más en su teoría del arte que ofrece la posibilidad de transmutar los horrores de la existencia en el sereno mundo de la contemplación estética. Por una parte, aquí se substituye el optimismo metafísico del idealismo absoluto por el pesimismo metafísico y, por otra, el carácter deductivo del idealismo metafísico, que es muy lógico si consideramos la realidad como razón o pensamiento que se despliega a sí mismo, da paso a una vía de aproximación empírica. El carácter metafísico de la filosofía de Schopenhauer, junto con sus elementos marcadamente románticos, hacen que se asemeje a los sistemas poskantianos. Todo ello permite interpretar el pensamiento de Schopenhauer como una hipótesis basada en la generalización de datos de la experiencia, y, aunque esté justificado el incluirlo dentro de la metafísica especulativa poskantiana, por otra parte, es evidente que la filosofía de Schopenhauer es un precedente de la metafísica inductiva que sucedió al colapso del idealismo absoluto. Si consideramos el sistema de Schopenhauer desde la historia posterior de la filosofía, lo veremos como una transición desde el movimiento idealista a las posteriores filosofías de la vida. Pero, por otra parte, su sistema sólo es él mismo y no "una transición". Esto no niega sus relaciones con el movimiento filosófico general, pero también es excesivo considerado como un puente entre el idealismo y la filosofía vitalista en Alemania y Francia. Se puede argüir que Schopenhauer insiste en una noción de vida carente de sentido. La vida es algo que hay que negar y no algo que deba afirmarse. La teoría de Schopenhauer de renuncia y negación sólo puede ser alcanzada por una filosofía que subraye la idea de la voluntad de vivir e interprete el mundo a la luz de esta idea. El instinto y la razón son, para Schopenhauer, instrumentos biológicos, aun cuando predique el desprendimiento del intelecto humano de su orientación práctica. De esta forma, aporta el material para la substitución de la idea del pensamiento, como idea central de la filosofía, por la idea de la vida. El pesimismo de Schopenhauer no vuelve a surgir en el vitalismo posterior, pero esto no altera el hecho de que la idea de la vida 16 constituya el núcleo de su sistema. Es cierto que la idea de vida aparece ya en la filosofía de Fichte y Hegel, pero Schopenhauer concede al término "vida" una importancia esencialmente biológica, interpreta la razón (que también es una forma de vida) como un instrumento de vida, en el sentido biológico. 5. La influencia general de Schopenhauer Después de la muerte de Hegel y del fracaso de la revolución de 1848, se creó un clima de opinión más favorable al pesimismo irracionalista de Schopenhauer, quien empezó a tener seguidores. Entre ellos estaba Julius Frauenstadt (18131879) que, del hegelianismo, se convirtió a la filosofía de Schopenhauer en el curso de unas conversaciones que mantuvo con él en Frankfurt. Frauenstadt modificó ligeramente la posición de su maestro al sostener que el espacio, el tiempo y la causalidad no son meras formas subjetivas y que la individualidad y la multiplicidad no son meras apariencias. Pero defendió la teoría de que la realidad última es voluntad, y publicó una edición de los escritos de Schopenhauer. Las obras de Schopenhauer estimularon en Alemania el interés por la filosofía y la religión orientales. Entre los filósofos influenciados por Schopenhauer podemos citar a Paul Deussen (1845-1919), fundador de la SchopenhauerGesellschaft (Asociación Schopenhauer) y amigo de Nietzsche. Deussen tema una cátedra en la Universidad de Kiel. Además de una historia general de la filosofía, publicó varias obras sobre el pensamiento hindú, y contribuyó a dar a conocer la filosofía oriental como una parte más de la historia de la filosofía. La influencia de Schopenhauer fue muy importante fuera de los círculos filosóficos. Richard Wagner le concedió gran importancia. La teoría de la música como arte superior era muy del gusto del gran compositor, que llegó a considerarse como una encarnación del genio descrito por Schopenhauer. Sin embargo, no puede reducirse la visión del mundo de Wagner a la filosofía de Schopenhauer, ya que muchas de sus ideas eran anteriores a su contacto con esta filosofía y; a lo largo del tiempo, fue modificándolas. De cualquier manera, cuando en 1854 leyó a Schopenhauer, escribió una carta de reconocimiento al filósofo, y se dice que Tristán e Iseo reflejan la influencia de Schopenhauer. Este también fue muy apreciado por Thomas Mann. Schopenhauer, dentro de los círculos filosóficos, supuso más un estímulo que una fuente de inspiración continua. Sus escritos impresionaron profundamente al joven Nietzsche, aunque posteriormente repudiara la actitud de Schopenhauer frente a la vida. También hay que citar los nombres de Wilhelm Wundt y Hans Vaihinger, Como filósofos influenciados por Schopenhauer, aunque ninguno de ellos pueda ser considerado como discípulo del gran pesimista. Por lo que a Francia respecta, como ya hemos hecho notar, el error de suponer que la semejanza de ideas revela necesariamente una influencia. El desarrollo de la filosofía vitalista en Francia se comprende sin recurrir a Schopenhauer, lo que no excluye la influencia directa o indirecta que este filósofo pueda haber ejercido sobre los filósofos alemanes y franceses de esta escuela. 6. La influencia general de Schopenhauer Sin embargo, tenemos que referimos a un pensador muy similar a Schopenhauer, Eduard von Hartmann (1842-1906), oficial de artillería retirado que de dedicó a escribir sobre filosofía. Von Hartmann, que también debe mucho a Leibniz y a Schelling, trató de desarrollar la filosofía de Schopenhauer acercándola al hegelianismo. Afirmó que había elaborado su propio sistema partiendo de una base empírica y científica. Su obra más conocida es Die Philosophie des Urzbewussten (La filosofía del inconsciente, 1869). Según Hartmann, la realidad última es inconsciente, pero no puede ser, como creía Schopenhauer, una voluntad ciega. Schopenhauer suponía que la voluntad está provista de finalidad, pero debemos reconocer que el principio inconsciente tiene dos atributos correlativos e irreductibles, la voluntad y la idea. Podemos decir, de otra manera, que el principio inconsciente tiene dos funciones coordinadas: como voluntad es responsable del qué de la existencia del mundo; como idea es responsable del qué de la naturaleza del mundo. Hartmann pretende conseguir una síntesis entre Schopenhauer y Hegel. La voluntad no puede originar el proceso teleológico del mundo y la idea no puede objetivarse a sí misma en un mundo existente. Por tanto, la realidad última ha de ser a la vez la voluntad y la idea. Por el 17 contrario, hemos de volver a Schelling para considerar la noción de una idea inconsciente más allá de la naturaleza. El mundo tiene más de un único aspecto. La voluntad se manifiesta a sí misma, según Schopenhauer, en el dolor, el sufrimiento, y el mal. Pero, como sostenía Schelling, la idea inconsciente se manifiesta a sí misma en la finalidad, teleología, desarrollo inteligible y avance hacia la conciencia. Von Hartmann, no satisfecho con reconciliar a Schopenhauer, a Hegel y a Schelling, se preocupó por realizar una síntesis del pesimismo de Schopenhauer y el optimismo de Leibniz. La manifestación de absoluto inconsciente como voluntad justifica el pesimismo, mientras que su manifestación como idea justifica el optimismo. El absoluto inconsciente es uno y, por tanto, es imprescindible reconciliar el pesimismo con el optimismo. Esto exige modificar el análisis que Schopenhauer hace del placer que considera "negativo". Los placeres de la contemplación estética y de la actividad intelectual son, ciertamente, positivos. Ahora bien, en tanto que von Hartmann sostiene que el fin o telos del proceso cósmico es la liberación de la idea de esclavitud de la voluntad por medio del desarrollo de la conciencia, es de suponer que el optimismo tiene la última palabra. Von Hartmann, a pesar de insistir en la manera en que el desarrollo del intelecto pueda posibilitar los placeres supremos, concretamente los que proporciona la contemplación estética, observa que la capacidad de sufrimiento aumenta en proporción al desarrollo intelectual. Por ello, la gente primitiva y subdesarrollada es más feliz que la gente civilizada y culta. Pensar que el progreso de la civilización y del desarrollo intelectual supone un aumento de felicidad, no es más que una ilusión. Los paganos creían en la posibilidad de alcanzar la felicidad en este mundo, y esto era una quimera. Los cristianos reconocieron que la felicidad sólo se puede hallar en el cielo. Esto, sin embargo, también era una ilusión. Aquellos que lo reconocen como tal, tienden a caer en la tentación de forjarse una tercera idea, otra ilusión más, concretamente la de creer que el paraíso terrenal es algo que se puede alcanzar sin dificultad. Fracasan al no comprender dos verdades. En primer lugar olvidan que, aumentando el desarrollo intelectual y fomentando la cultura, sólo logran aumentar la capacidad de sufrimiento. En segundo lugar, olvidan que el progreso material de la civilización va acompañado por el desprecio a los valores espirituales y por la decadencia del genio. Todas estas ilusiones son la obra del principio inconsciente que se pone de manifiesto al inducir a la raza humana a perpetuarse. Von Hartmann espera con ansias el momento en que la raza humana en general logre desarrollar su conciencia del estado real de las cosas, y, por tanto, se verifique un suicidio cósmico. Schopenhauer estaba equivocado al creer que el individuo puede aniquilarse a sí mismo por medio de la negación de sí mismo y el ascetismo. Para esto requiere el máximo desarrollo posible de la conciencia, de modo que la humanidad pueda, finalmente, comprender la locura de la volición, cometer suicidio, y, destruyéndose a sí misma, poner fin al proceso del mundo. Entonces, la volición del absoluto inconsciente, que es el responsable de la existencia del mundo, habrá pasado ya, o habrá sido objetivada en humanidad. Por ello, el suicidio, por parte de la humanidad, pondrá fin al mundo. La mayoría de los lectores dirán que esta asombrosa teoría es pesimista; Von Hartmann no lo cree así. El suicidio cósmico requiere, como condición esencial, el máximo grado de evolución "de la conciencia y el triunfo del intelecto sobre la volición. Pero esto, precisamente, es el objetivo al que aspira el Absoluto como idea, como espíritu inconsciente. Por ello se puede afirmar que el mundo será redimido por el suicidio cósmico y por su propia desaparición. El mejor mundo "posible es un mundo que haya alcanzado la redención. Sólo haré dos comentarios de la filosofía de von Hartmann. En primer lugar, alegaré que un hombre que haya escrito tan cuantiosamente como lo hizo von Hartmann, no puede evitar incurrir en ciertas contradicciones. En segundo lugar, observaré que si la raza humana quiere destruirse a sí misma, cosa que hoy en día materialmente posible, no es este un deseo derivado de la sabiduría, sino de la demencia, o, en términos de van Hartmann, es un deseo debido al triunfo de la voluntad, pero no al de la idea. 18 KIERKEGAARD HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VII Frederick Copleston 1. Notas introductorias En los capítulos referentes al desarrollo del pensamiento de Schelling se mencionó ya, explícitamente, la distinción entre filosofía positiva y negativa. La filosofía negativa se mueve en el ámbito de las ideas y es una deducción de conceptos o esencias. La filosofía positiva versa sobre el qué de las cosas, sobre su existencia. La filosofía positiva no puede prescindir de la negativa; pero la filosofía negativa pasa por alto toda existencia actual. Hegel fue su principal representante en la filosofía moderna. Entre los oyentes de Schelling en Berlín, donde expuso esta distinción, estaba el danés Sören Kierkegaard. Este pensador mostró poca simpatía por el modo en que Schelling exponía su idea sobre la filosofía positiva, pero estaba completamente de acuerdo con la crítica de Schelling a Hegel Ahora bien, Kierkegaard no dejaba por ello de admirar y apreciar la magnitud de la obra de Hegel. Por el contrario, le consideraba el más importante de los filósofos especulativos y, como un pensador que había realizado un extraordinario tour de force intelectual. Pero ahí está precisamente el fallo de Hegel, en su gigantesco tour de force y nada más. Intentó captar toda la realidad en la red conceptual de su dialéctica, mientras la existencia se le escapaba a través de la malla. Para Kierkegaard, según va a explicarse, la existencia es una categoría que se refiere al individuo libre. Existir significa realizarse a sí mismo por medio de la libre elección entre alternativas y por el propio compromiso. Existir, por tanto, significa llegar a ser, cada vez más, un individuo, y cada vez menos, un simple miembro de un grupo. Significa, en otras palabras, trascender la universalidad en beneficio de la individualidad. Por tanto Kierkegaard sentía escasa simpatía por lo que consideraba núcleo de la visión hegeliana, es decir, que el hombre realiza su verdadera esencia o ser al trascender su particularidad, y llegar a ser espectador de todo tiempo y existencia como un momento en la vida del pensamiento universal. En el hegelianismo, en opinión de Kierkegaard, no hay lugar para el individuo existente y sólo puede universalizarlo fantásticamente. Lo que no podía ser universalizado se relegaba a un plano secundario, cuando precisamente lo no universalizable es lo más importante y significativo. Unirse o fundirse uno mismo en lo universal, ya sea el Estado o el pensamiento universal, equivale a rechazar la responsabilidad personal y la existencia auténtica. Con la insistencia en el compromiso por la decisión libre, autocompromiso que evidentemente implica la elección de una alternativa y el rechazo de la otra, Kierkegaard pone de manifiesto su tendencia a subrayar las antítesis y distinciones en vez de paliarlas. Así por ejemplo: Dios no es hombre, y el hombre no es Dios. La dialéctica no ofrece posibilidad de salvar el abismo que los separa. Solamente puede establecerse la relación por el salto de la fe, por el acto voluntario que religa el yo mismo con Dios, como criatura con el creador, como individuo finito con el Absoluto trascendental. Hegel, sin embargo, confunde lo que debe ser distinguido y su mediación dialéctica entre lo finito y lo infinito, entre el hombre y Dios, nos deja sin Dios y sin hombre. Sólo queda el pálido espectro de un pensamiento hipostasiado, dignificado con el nombre de espíritu absoluto. Con su acentuación del individuo, de la elección y el compromiso, el pensamiento filosófico de Kierkegaard tiende a provocar una clarificación de las cuestiones, una llamada a la decisión y un intento de llevar al hombre a ver su situación existencial y las grandes alternativas que ha de afrontar. No es un intento de dominar la realidad con el pensamiento y exponerlo como un sistema necesario de conceptos. Esta idea le era ajena y repugnaba a su espíritu. Para él, la filosofía especulativa sistemática -de la cual el idealismo constituye el ejemplo más representativo- concebía de un modo radicalmente equivocado la existencia humana. Los problemas realmente importantes, es decir, los que importan profesionalmente al individuo existente no se resuelven por el pensamiento, adoptando el punto de vista absoluto del filósofo especulativo, sino por un acto de elección al nivel de la existencia, no al de la reflexión independiente y objetiva. La filosofía de Kierkegaard es una doctrina personal. En cierto sentido todo filósofo merecedor de este nombre es un pensador 19 personal porque es él mismo quien piensa. Pero para Kierkegaard hay una conexión más íntima que en otros pensadores entre su vida y su filosofía. No se limita a considerar los problemas tradicionales o los más discutidos en círculos filosóficos contemporáneos e intentar resolverlos con un espíritu puramente objetivo y desinteresado. Sus problemas arrancan de su propia vida en el sentido de que se le presentan en forma de alternativas para una opción personal, opción que implica un compromiso radical. Su filosofía es una filosofía vivida, y su objeción al hegelianismo es que no se puede vivir con su filosofía. Es obvio que Kierkegaard ha de universalizar. Sin universalización su filosofía sería solamente autobiografía. Por otra parte, es perfectamente cierto que no es el espectador, sino el actor, quien habla. Este rasgo peculiar de su filosofía constituye su deficiencia. Dicho de otra forma, su pensamiento puede dar la impresión de excesiva subjetividad, demasiado hostil a toda objetividad; y, en efecto, no faltan quienes se niegan a considerar la doctrina kierkegaardiana como filosofía. Desde otro punto de vista, sin embargo, el carácter intensamente personal del pensamiento de este filósofo constituye u fuerza. Da a sus escritos el carácter de seriedad y de profundidad suficiente para apartarlos de un concepto de filosofía como juego o distracción académica adecuados para los que tienen la aptitud y vocación requeridas. Aparte de razones cronológicas, he incluido el capítulo dedicado a la filosofía de Kierkegaard en esta parte del presente volumen considerando que el pensamiento del filósofo danés se desarrolla en una actitud de oposición consciente al hegelianismo -o bien a la filosofía especulativa tal y como la representan los idealistas alemanes-. Prescindiendo de la cronología y tomando como criterio la influencia efectiva kierkegaardiana, hubiera resultado más conveniente posponer el estudio de este filósofo a un período posterior. A pesar de que fue uno de los pensadores más apasionados de su tiempo, su doctrina pasó desapercibida. Kierkegaard no logró suscitar interés real alguno. Los alemanes de las primeras décadas del presente siglo fueron quienes descubrieron el pensamiento del filósofo danés. Su pensamiento ha ejercido una profunda influencia en algunas fases del movimiento existencialista y también en el ámbito de la teología protestante moderna representada por Karl Barth. La preocupación de Kierkegaard por el hegelianismo en tanto que filosofía dominante en aquella época y ambiente cultural, constituye el elemento que permite ubicar el pensamiento de este filósofo. Ahora bien, las ideas que opone al hegelianismo revelan un significado totalmente independiente, y de hecho, ejercieron mayor influencia en un contexto posterior. 2. Vida y escritos. Sören Aabye Kierkegaard nació en Copenhague el 15 de mayo de 1813. Su padre le dio una educación extremadamente religiosa, pues sufría de melancolía y creía firmemente que la maldición de Dios recaía sobre sí y sobre su familia. Kierkegaard mismo sufría de igual melancolía, si bien en menor grado, y la disfrazaba de ingenioso sarcasmo. En 1830 Kierkegaard emprendió estudios de teología en la Universidad de Copenhague, sin duda siguiendo los deseos de su padre. Le interesaban poco los estudios teológicos y pronto se dedicó a los de filosofía, literatura e historia. Durante estos años se familiarizó con el hegelianismo. Kierkegaard fue en esta época un agudísimo observador de la vida, cínico y desilusionado, aunque integrado en la vida social universitaria. Alejado de su padre y de la religión que éste le había inculcado, hablaba de la "asfixiante atmósfera" creada por el cristianismo y sostenía la incompatibilidad de la filosofía con la doctrina cristiana. Su falta de fe iba acompañada de una cierta laxitud en sus principios morales. Su actitud correspondía a lo que más tarde llamaría el estadio estético de la vida. En la primavera de 1836 Kierkegaard intentó suicidarse después de haber tenido una visión interna de su cinismo. En junio del mismo año pasó por una conversión moral, en el sentido de que adoptó ciertos principios morales a los que procuró atenerse, pero que no siempre siguió. Este período de su vida es el que corresponde al estadio ético de su posterior dialéctica. El 19 de mayo de 1838, año en que falleció su padre, Kierkegaard experimentó una conversión religiosa y, con ello, una "alegría indescriptible". Volvió a la práctica de su religión y en 1840 se licenció en teología. Renunció a su compromiso con Regina Olsen, después de un año de relaciones. Kierkegaard se consideraba justificadamente inadecuado por completo para la vida matrimonial. Estaba convencido 20 de ser un hombre destinado a cumplir una misión y que su matrimonio interferiría en su vocación. En 1843 publica Kierkegaard O lo uno o lo otro, obra que esclarece su actitud frente a la vida y que pone de relieve sus sentimientos de aversión a lo que él creía el “Lo uno y lo otro" de Hegel. Seguidamente publica Temor y temblor y Repetición. Siguen en 1844, El concepto de la angustia y Fragmentos filosóficos; en 1845, Estadios de la vida y en 1846, Postscriptum no científico, tomo de extraordinaria amplitud a pesar del título. En este mismo año publica sus "discursos edificantes". Las obras de esta etapa aparecieron todas bajo diversos seudónimos, aunque la identidad de su autor era bien conocida en Copenhague. En lo que respecta a la fe cristiana, conviene observar que las obras de este filósofo fueron escritas a partir del punto de vista de un observador por comunicación indirecta -en términos de Kierkegaard- más que desde el punto de vista de un apostólico intento de comunicación directa de la verdad. En la primavera de 1848, Kierkegaard tuvo una experiencia religiosa que, según él mismo expone en su Diario, le hizo cambiar de carácter y le indujo a escribir en términos de comunicación directa. No abandonó inmediatamente el empleo de seudónimos, pero el AntiClimacus puso de manifiesto su recién estrenada orientación hacia la presentación directa y positiva de la fe cristiana. En 1848 aparecen los Discursos cristianos y escribió El punto de vista, aunque no fue publicado hasta después de su muerte. En 1849 aparece La enfermedad mortal. Kierkegaard estaba ideando un ataque directo a la Iglesia danesa oficial, la cual, en su opinión, de cristiana sólo conservaba el nombre. El filósofo afirma que dicha institución eclesiástica, al menos en lo que respecta a sus representantes, había reducido el cristianismo a un humanismo moral y cortés con un reducido número de creencias religiosas, que evitaran las posibles ofensas a la susceptibilidad de los que tenían una formación superior. Kierkegaard, sin embargo, no manifestó directamente su oposición a la Iglesia danesa hasta después de la muerte del amigo de su difunto padre, el obispo Mynster, a quien no quería ofender personalmente. De esta manera, en 1854, inició una vigorosa controversia que, en su opinión, no era más que la manifestación de simples y normales sentimientos de honradez. Sostenía que la cristiandad afeminada de la Iglesia danesa oficial tiene la obligación de reconocer que no era cristiana. Kierkegaard falleció el día 4 de noviembre de 1855. El funeral se vio perturbado por una desagradable escena cuando su sobrino interrumpió al deán protestando contra la apropiación, por parte de la Iglesia danesa, de un hombre que tan vigorosamente la había condenado. 3 - El individuo y la masa Es evidente que todo ser humano es un individuo que se distingue de las demás personas y de las cosas. En este sentido hay que destacar que incluso los miembros de una masa enfurecida son individuos. Es cierto, sin embargo, que también en este sentido la individualidad de dichos miembros se ha sumergido en una conciencia común. La masa está dominada por una emoción común y es capaz de realizar acciones que no realizarían sus miembros como individuos. Es realmente un ejemplo extremo. Pero lo he escogido para poder evaluar fácilmente el ser más o menos individual del hombre. Hay ejemplos menos dramáticos. Suponiendo que mis opiniones estén predominantemente dictadas por lo que "se piensa” mis reacciones emotivas por lo que "se siente", y mis actos por las convenciones sociales del medio ambiente en que uno se encuentra, resulta evidente que se piensa, siente y actúa como miembro de una colectividad impersonal, no como un individuo. Pero, si me doy cuenta de esta situación anónima, y empiezo a formar mis propios principios de conducta, y a actuar decididamente de acuerdo con ellos, aunque signifique ir en contra de los modos habituales de actuación de mi contexto social en un determinado sentido, puede decirse que me he aproximado más a ser un individuo, a pesar de que en otro sentido no soy ni más ni menos individual que antes. Estos conceptos merecen un análisis detallado, pero, desgraciadamente, no hay lugar para ello en el presente libro. Sin embargo, incluso la exposición sin el análisis adecuado, puede servir para facilitar la comprensión de la siguiente afirmación de Kierkegaard: "Una masa -no esta o aquella masa concreta, tampoco la masa que existe actualmente o la que ha dejado de existir hace siglos, ni la masa formada por gentes humildes y la que forman las clases superiores, las 21 que constituyen los pobres y los ricos, etc.- una masa en cuanto tal es siempre una falacia, porque convierte al individuo en un ser por completo impenitente e irresponsable o, al menos, porque debilita el sentido de responsabilidad del hombre individual y lo reduce a un fragmento". Por supuesto que Kierkegaard no se limita a considerar los peligros de dejarse integrar como miembro de una multitud en el sentido de masa. Su punto de vista es que la filosofía, con su valoración de lo universal sobre lo particular, ha intentado mostrar que el hombre realiza su verdadera esencia proporcionalmente a su elevación sobre lo que se mira despectivamente como mera particularidad y llega a ser un momento en la vida de lo universal. Kierkegaard arguye que esta teoría es falsa, tanto si lo universal es el Estado o una clase social o económica, la humanidad o el pensamiento absoluto. "He procurado expresar el siguiente pensamiento: el hecho de utilizar la categoría “género” para indicar lo que ha de ser un hombre, sobre todo en cuanto indicación de su más alto logro, no es más que un malentendido y mero paganismo, ya que el género humano difiere del género animal, no sólo por su superioridad como género, sino por la característica humana, de la que todo individuo singular dentro del género -y no sólo los individuos distinguidos, sino todo individuo- es superior al género. Porque la relación de cada uno con Dios es algo superior a la relación del individuo con el género, y de éste con Dios. En la última frase de esta cita se expresa la dirección general del pensamiento kierkegaardiano. La máxima actualización del hombre en cuanto individuo es la relación de sí mismo con Dios en cuanto tú absoluto, y no en tanto que pensamiento universal absoluto. Explicaciones más detalladas acerca del significado que para Kierkegaard tiene el hecho de devenir un individuo, se ofrecen en el contexto de la teoría de los tres estadios. De momento, es suficiente observar que significa lo opuesto a la autodispersión dentro "del uno": autosumersión del hombre en lo universal en cualquiera de sus formas. Según Kierkegaard, la exaltación de lo universal, de la colectividad, de la totalidad, es "mero paganismo". Pero insiste en que el paganismo histórico estaba orientado hacia el cristianismo, a diferencia del paganismo actual que es un alejamiento o apostasía del cristianismo. 4. Dialéctica de los estadios y la verdad como subjetividad. Hegel expone en la Fenomenología del espíritu su dialéctica de las etapas por las que el espíritu llega a la autoconciencia, a la conciencia universal y al pensamiento absoluto. La dialéctica de Kierkegaard es radicalmente distinta de la de Hegel. En primer lugar, el proceso por el cual se actualiza el espíritu en forma de individualidad: el individuo existente, no en forma de lo universal omnicomprensivo. En segundo lugar la transición de una etapa a la siguiente, se realiza no por el pensamiento sino por la opción, mediante un acto de la voluntad, y en este sentido: por un salto. No es posible superar las antítesis por medio de un proceso de síntesis conceptual, hay una opción entre alternativas, y la opción por una alternativa superior, es decir, la transición a un estadio más alto de la dialéctica, es un compromiso voluntario del hombre total. La primera esfera es la que define como estadio estético 6 que se caracteriza por la autodispersión a nivel de la sensibilidad. El hombre estético está dominado por la sensibilidad, por el impulso y la emoción. Pero no debemos concebido simplemente como el hombre groseramente sensual. El estadio estético puede ejemplificarse en el romántico o en el poeta que convierte el mundo en un reino de la imaginación. Los rasgos característicos y esenciales de la conciencia estética son: ausencia de principios morales universalmente determinados, ausencia de una determinada fe religiosa, y la presencia del deseo de gozar toda experiencia emotiva y sensual. Es cierto que puede presentarse una discriminación. Sin embargo, el principio por el que se rige la discriminación es estético y no constituye un principio de obediencia y sumisión a una ley moral universal en cuanto dictado de la razón impersonal. El hombre estético busca la infinitud en cuanto que ésta no es más que ausencia de toda limitación que no esté determinada por sus gustos. Abierto a toda experiencia emotiva y sensual, reuniendo el néctar de cada flor que encuentre, el hombre estético odia todo cuanto pueda suponer una limitación de su campo elegido, y por ello nunca revela una forma de vida definida. Dicho de otra manera, su forma de vida es la ausencia de toda forma, una autodispersión a nivel de las sensaciones. El hombre estético cree que su existencia es la expresión de la libertad. Pero, de hecho, es más que un organismo psicofísico, dotado de facultades emotivas e imaginativas y de la capacidad de goce sensible. "La síntesis alma-cuerpo está proyectada en todo hombre 22 hacia el espíritu; tal es el edificio humano. El hombre, sin embargo, prefiere permanecer en su sótano, es decir, prefiere seguir dominado por la sensualidad." La conciencia estética o la actitud frente a la vida aparece, a veces, acompañada de una vaga conciencia de este hecho, y de una vaga insatisfacción causada por la dispersión del ser humano en busca del goce y el placer sensible. Además, el hombre está tanto más cerca de la "desesperación" cuanto más consciente sea de estar viviendo en lo que Kierkegaard llama el sótano de su propio edificio. A tal nivel, no halla ningún remedio ni salvación. Por tanto, el hombre se enfrenta a dos alternativas. O bien permanece desesperado en el nivel estético, o bien ha de efectuar la transición al nivel superior, por un acto de decisión y un compromiso. El mero pensamiento no le salvará. Se trata de una opción: o lo uno o lo otro. El segundo estadio es el ético. El hombre acepta determinados principios y obligaciones morales, se somete a los dictados de la razón universal a raíz de los cuales define la forma y consistencia de su vida. El estadio estético está representado por don Juan, el estadio ético por Sócrates. El ejemplo más sencillo de transición de la conciencia estética a la moral es, según Kierkegaard, el del hombre que renuncia a la satisfacción que proporcionan los impulsos sexuales sabiendo que no es más que una atracción pasajera, y prefiere contraer matrimonio aceptando todas las obligaciones que éste implica. El matrimonio es, según Kierkegaard, una institución ética, es expresión de la ley universal de la razón. Ahora bien, el estadio ético tiene su propia heroicidad. Es capaz de producir lo que él llama el héroe trágico. "El héroe trágico renuncia a sí mismo a fin de poder expresar lo universal" Es lo que hizo Sócrates, y Antígona, dispuesta a dar su propia vida en defensa de la ley natural no escrita. La conciencia ética en cuanto tal no comprende el pecado. Es posible que el hombre ético cuente con la debilidad humana, pero piensa que es superable por medio de la fuerza de voluntad, iluminada por ideas claras. Cree en la autosuficiencia moral del hombre en cuanto ejemplifica la actitud característica de la conciencia ética como tal. Sin embargo, de hecho, el hombre puede llegar a darse cuenta de su propia incapacidad de cumplir la ley moral y adquirir la perfección de la virtud. Puede, asimismo, llegar a ser consciente de su falta de autosuficiencia, y de su pecado y culpa. Al llegar a una situación tal, ha de enfrentarse a la elección o al rechazo del punto de vista de la fe. Así como la desesperación forma la antítesis de la conciencia estética, antítesis que únicamente puede resolver o superar el compromiso ético del hombre, del mismo modo la conciencia de pecado da lugar a la antítesis en el estadio ético, antítesis que únicamente el acto de fe puede superar al relacionar el hombre mismo con Dios. Afirmar la relación del hombre con Dios, el Absoluto personal y trascendente equivale a afirmarse uno mismo en cuanto espíritu. "Al relacionarse uno mismo, con su propio ser, y al tener la voluntad de ser uno mismo el yo se fundamenta de modo transparente en el poder que lo constituye; Esta formulación... es la que define la fe." Todo hombre es una mezcla de finito e infinito. Considerado en cuanto finito, el hombre está separado de Dios, alejado de Él. Al considerar al hombre en tanto que infinito, se observa que no es Dios pero es un movimiento hacia Dios, es el movimiento hacia el espíritu. El hombre que realiza y afirma su relación con Dios en la fe deviene lo que realmente es: un individuo ante Dios. Kierkegaard recurre al símbolo de la voluntariedad de Abraham que sacrifica a su hijo Isaac porque así lo ordena Dios, para destacar la diferencia entre el segundo y el tercer estadio. El héroe trágico, Sócrates, por ejemplo, se sacrifica a sí mismo en defensa de la ley moral universal; Abraham, empero, en la opinión de Kierkegaard, no hace nada por lo universal. "De esta manera nos hallamos ante una paradoja: o el individuo en cuanto individuo es capaz de mantener una relación absoluta con el Absoluto, y en tal caso la ética no es suprema" o Abraham está perdido; no será un héroe trágico, ni tampoco un héroe estético." Se sobreentiende que Kierkegaard no pretende enunciar la proposición general que la religión implica la negación de la moralidad. Kierkegaard habla en el sentido de que el hombre de fe está en relación directa con un Dios personal cuyas exigencias son absolutas y por lo tanto no se pueden medir en términos de razón humana. En el trasfondo del pensamiento de Kierkegaard se descubre, sin duda alguna, el recuerdo de su comportamiento con Regina Olsen. El matrimonio es una institución ética, es la expresión de lo universal; por ello, si la ética, lo universal, es supremo, no hay forma de excusar la conducta de Kierkegaard. Sólo se podía justificar si tenía una misión personal de Dios, y su absoluta exigencia se dirigiera al individuo. No 23 quiero sugerir que Kierkegaard universalizara su propia experiencia en el sentido de suponer que todos tengan la misma experiencia específica. La universaliza para expresar su significación universal. A pesar de que en estos fragmentos se refiere al hegelianismo, no hay razón para afirmar que simpatiza con la idea de demostrar la existencia de Dios con argumentos metafísicos, aun partiendo de una concepción inequívocamente teísta de Dios. Si la dialéctica de Kierkegaard es una dialéctica de la discontinuidad, ya que la transición de un estadio a otro se realiza por una opción, por un compromiso, y no por un proceso continuo de mediación conceptual, es lógico que desvalorice el papel de la razón y acentúe el de la voluntad al tratar de la fe religiosa. Desde su punto de vista, la fe es un salto, una aventura, un riesgo, un compromiso con una incertidumbre objetiva. Dios es el Absoluto trascendente, el tú absoluto; no es un objeto cuya existencia pueda ser demostrada. Dios se revela a la conciencia humana, en tanto que el hombre tiene la posibilidad de tomar conciencia de su pecado y su alienación a la vez que de su necesidad de Dios. La respuesta del hombre es un riesgo, un acto de fe en un ser que está fuera del alcance de la filosofía especulativa. Este acto de fe no es algo que se pueda realizar una vez por todas, sino que ha de ser repetido constantemente. Dios se ha revelado al hombre en Cristo, en el Dios-Hombre. Cristo es la paradoja; para los judíos escándalo y para los griegos locura. La fe es un riesgo, un salto. El hombre es eternamente responsable de su creencia o incredulidad y, en consecuencia, la fe no consiste en la aceptación de la consecuencia de un argumento demostrativo, sino en un acto de voluntad. Los teólogos católicos pretenderían hacer determinadas distinciones. Pero Kierkegaard no es un teólogo católico. Acentúa deliberadamente que la esencia de la fe es un salto. No se trata, pues, de una simple oposición al racionalismo hegeliano. La exposición kierkegaardiana del punto de vista de la fe es una vigorosa protesta contra la vía que sigue la filosofía especulativa, representada principalmente por Hegel, para eliminar la distinción entre el hombre y Dios, y racionalizar los dogmas convirtiéndolos en conclusiones filosóficamente demostrables. En él "la distinción cualitativa entre Dios y el hombre se ha abolido panteísticamente". El sistema presenta un atractivo panorama de "un país ilusorio, que a los ojos de cualquier mortal parece tener un grado de certeza superior a la de la fe", pero este espejismo es destructor de la fe, y su pretensión de representar el cristianismo es falsa. "El rasgo no socrático de la filosofía moderna estriba en pretender hacerse creer a sí mismo y a nosotros que es el cristianismo." Dicho de otra forma, Kierkegaard se niega a admitir la posibilidad de hallar en esta vida un punto de vista superior al de la fe. La transformación de la fe en conocimiento especulativo no es más que una vana ilusión. Es lo que expresa claramente en su interpretación de la verdad como subjetividad: "La verdad es una incertidumbre objetiva ligada a un proceso de apropiación de la interioridad más apasionada; ésta es la verdad más alta que puede alcanzar el individuo existente” Kierkegaard no pretende negar la posibilidad de una verdad objetiva e impersonal. Pero las verdades matemáticas, por ejemplo, no afectan al "individuo existente" en cuanto tal; en otras palabras, son verdades irrelevantes para la vida comprometida del hombre total. Las acepta, no puede dejar de hacerlo, pero no se compromete. No puedo comprometerme en aquello que no puedo negar sin caer en una contradicción lógica, o con lo que es tan evidente que su negación es un absurdo. Sólo puedo arriesgarme por algo que sea dudoso, pero tan importante para mí, que su aceptación implique un compromiso apasionado: es mi verdad. "La verdad es precisamente el riesgo que elige una incertidumbre objetiva con la pasión del infinito. Contemplo el orden de la naturaleza con la esperanza de encontrar a Dios, y veo omnipotencia y sabiduría, pero también veo lo que confunde mi espíritu y provoca ansiedad. La suma es una incertidumbre objetiva. Pero por esta misma razón, la interiorización llega a ser tan intensa, porque abraza esta incertidumbre objetiva con la pasión total del infinito. Es obvio que la verdad definida en tales términos viene a ser lo que Kierkegaard entiende por fe. La definición de la verdad en tanto que subjetividad es idéntica a la definición de la fe. "No se da fe que no implique algún riesgo. La fe es precisamente la contradicción que se establece entre la pasión infinita de la interiorización del individuo y la incertidumbre objetiva." Kierkegaard afirma más de una vez que la 24 verdad eterna no es, en sí, una paradoja; si bien se convierte en verdad paradójica a partir del momento en que entra en relación con el hombre. En efecto, la naturaleza pone en evidencia la obra de Dios, pero al mismo tiempo ofrece un campo de visión que delata la autenticidad de una dirección opuesta. Tanto desde el punto de vista de la naturaleza como del punto de .vista evangelizante, se observa la inevitable permanencia de una "incertidumbre objetiva". La idea de DiosHombre es en sí un concepto paradójico en lo que respecta a la razón finita. La fe abarca lo objetivamente incierto, y lo afirma; sin embargo, ha de mantenerse por encima de un nivel insondable. La verdad religiosa existe únicamente en la "pasión" por la apropiación manifiesta en la incertidumbre objetiva. Kierkegaard no niega en ninguna ocasión la validez de posibles motivos racionales para profesar la fe, ni considera el acto de fe como simple excepción de una elección arbitraria. En cambio tiende a minimizar la importancia de los motivos racionales de la creencia religiosa y a acentuar la subjetividad de la verdad y la naturaleza de la fe como un salto. Da la impresión de que para él la fe es un acto arbitrario de la voluntad. Los teólogos católicos critican este aspecto de su filosofía. Pero si prescindimos del análisis teológico de la fe y examinamos su aspecto psicológico, es fácil reconocer que tanto católicos como protestantes pueden comprender a partir de su propia experiencia lo que quiere decir Kierkegaard cuando describe la fe como ventura o riesgo. En general, el análisis fenomenológico de Kierkegaard de las tres actitudes o móviles de conciencia que describe, posee un valor y poder estimulante que no quedan afectados por sus características exageraciones. 5. - La idea de la existencia. En el pasaje citado anteriormente, en el que se contiene la definición de verdad, se menciona" el individuo existente". y a se ha explicado que el término "existente", usado por Kierkegaard, es una categoría específicamente humana, que no puede aplicarse, por ejemplo, a una piedra. Pero es preciso añadir algo más. Para ilustrar el sentido de su concepto de existencia se vale de la siguiente analogía. Un hombre en su carro lleva las riendas, pero el caballo sigue su camino habitual sin que el conductor -que puede estar dormido- le dirija activamente. Otro hombre guía su caballo. Se puede llamar conductores a los dos. Pero en sentido estricto sólo puede decirse que el segundo es el conductor. Análogamente, aquel que se deja arrastrar por la masa y se sumerge en "uno" anónimo no se puede decir que exista, en sentido estricto, porque no es el "individuo existente" que se dirige decididamente hacia un objetivo, que nunca podrá ser logrado por completo, y que se encuentra en un estado de devenir, de irse haciendo a través de sucesivos actos de elección libre. El hombre que se contenta con el papel de espectador del mundo y de la vida y todo lo transforma en una dialéctica de conceptos abstractos, existe, pero no puede decirse que exista en sentido propio. Porque desea comprenderlo todo, pero no se compromete con nada. El "individuo existente" es el actor y no el espectador. se compromete a sí mismo y, de este modo, da sentido y dirección a su vida. Existe en virtud de un objetivo por el que se esfuerza activamente escogiendo esto y rechazando aquello. En otras palabras, para Kierkegaard, el término "existencia" tiene aproximadamente el mismo sentido que el de "existencia auténtica", usado por algunos filósofos existencialistas modernos. Si se entiende simplemente de este modo, el término "existencia" es neutral y puede aplicarse en cada uno de los, tres estadios de la dialéctica. Kierkegaard dice explícitamente que "hay tres esferas de la existencia: la estética, la ética y la religiosa". Un hombre puede existir en la esfera estética si en forma deliberada, decidida y consistente actúa como hombre estético, sin alternativas. En este sentido, don Juan tipifica el individuo existente en la esfera estética. Análogamente, el que sacrifica sus propias inclinaciones a la ley moral universal y constantemente se esfuerza por realizar un ideal moral que incita siempre a superarse, es un individuo existente en la esfera ética. "Un individuo existente está en un proceso de devenir ... En el individuo existente la consigna es siempre adelante." Pero, aunque el término existencia tiene este amplio campo de aplicación, su connotación tiende a ser específicamente religiosa. No es sorprendente, ya que la forma suprema de realización del hombre como espíritu es, su autorreligación al Absoluto personal. "La existencia es 25 una síntesis de infinito y finito, y el individuo existente es a la vez infinito y finito." Pero decir que el individuo existente es infinito no implica su identificación con Dios. Quiere decir que su devenir es un constante esfuerzo hacia Dios. "La existencia misma, el acto de existir, es un esfuerzo... [y] el esfuerzo es infinito." "La existencia es el niño que ha nacido de cara a lo infinito y lo finito, de lo eterno a lo temporal y es, por tanto, un esfuerzo constante." Se puede afirmar, consecuentemente, que la existencia comprende dos momentos: el de la separación o finitud, y, en este contexto, el del continuo esfuerzo hacia Dios. El esfuerzo tiene que ser constantemente un continuo devenir, porque la autorreligación con Dios por la fe no puede realizarse una vez por todas: ha de tomar la forma de un autocompromiso repetido constantemente. No puede pretenderse que la definición o las descripciones kierkegaardianas de la existencia sean de una claridad cristalina, aunque la noción general es suficientemente comprensible. Es obvio que, para él, el individuo existente por excelencia es el individuo ante Dios, el hombre situado en el punto de vista de la fe. 6. - El concepto de la angustia. En los escritos de los existencialistas, el concepto de angustia es fundamental pero el término no es usado del mismo modo por cada uno de los autores. En Kierkegaard se sitúa en el ámbito de lo religioso. Y en El concepto de la angustia está íntimamente asociado a la idea de pecado, Sin embargo, pienso que puede ampliarse en el campo de aplicación y decir que la angustia es el estado que precede al salto cualitativo de uno a otro de los estadios de la vida. Kierkegaard define la angustia como una "simpatía antipática y una antipatía simpática". Es el caso del muchacho que siente una atracción por la aventura, "una sed de lo prodigioso y misterioso"; al muchacho le atrae lo desconocido, pero al mismo tiempo le repele, como una amenaza a su seguridad. Van entrelazadas atracción y repulsión, simpatía y antipatía. El muchacho se encuentra en un estado de angustia, no de miedo. Porque el miedo se refiere a algo completamente definido, real o imaginario, una serpiente bajo la cama, una avispa que puede picarle, mientras que la angustia apunta a lo indefinido y desconocido, y es precisamente lo misterioso y desconocido lo que atrae y repele a la vez al muchacho. Kierkegaard aplica esta idea al pecado. En el estado de, inocencia, el espíritu está como en un sueño, en un estado de inmediatez. Aún no conoce el pecado. Puede sentir una vaga atracción, no por el pecado como algo definido, sino por el uso de la libertad y por la posibilidad de pecar. "Angustia es la posibilidad de libertad." Kierkegaard propone como ilustración el caso de Adán. Cuando a Adán, en estado de inocencia, se le prohibió comer el fruto del árbol deja ciencia del bien y del mal, bajo la amenaza de que moriría, no podía saber qué significaban el mal y la muerte, puesto que sólo obtendría este conocimiento si desobedecía la prohibición. Pero la prohibición despertó en él "la posibilidad de la libertad... la alarmante posibilidad de ser capaz de". Es lo que le produjo a la vez atracción y repulsión. Pero hay también, según Kierkegaard, una angustia en relación con el bien. Supongamos, por ejemplo, un hombre hundido en el pecado. Puede darse cuenta de la posibilidad de salir de su estado, y esto le atrae. Pero al mismo tiempo le repele tal perspectiva, porque se; siente bien en su situación pecaminosa. Entonces está poseído por la angustia del bien. Y es realmente una angustia de la libertad si suponemos que se halla en el dominio esclavizador del pecado. Para él la libertad es objeto de una antipatía simpática y de una simpatía antipática., Y esta angustia es en sí misma la posibilidad de la libertad. La noción de angustia será probablemente más comprensible si la aplicamos a otro caso. Supongamos que un hombre ha llegado a la conciencia de pecado y de su falta total de autosuficiencia. Se encuentra ante la posibilidad del salto de la fe que, como hemos expuesto, significa autocompromiso con una incertidumbre objetiva, salto a lo desconocido. Es como un hombre al borde del precipicio, consciente de la posibilidad de arrojarse, y que siente al mismo tiempo atracción y repulsión. La angustia de tal posibilidad le retiene como su presa, hasta que pueda liberarse y salvarse en la fe. No hay otro lugar donde pueda encontrar reposo. Esto parece indicar que la angustia es superada por el salto. Pero si mantenerse en el punto de vista de la fe implica un autocompromiso repetido con una certidumbre objetiva, la angustia reaparece como la tonalidad emotiva del salto repetido. 7. - Influencia de Kierkegaard. 26 Kierkegaard era, en primer lugar y ante todo, un pensador religioso. Aunque para sus contemporáneos fue una voz clamando en el desierto, su idea de la religión cristiana ha ejercido una influencia poderosa en algunas de las corrientes más importantes de la teología protestante moderna. Ya hemos mencionado el nombre de Karl Barth, cuya hostilidad a la "teología natural" está de acuerdo con la actitud de Kierkegaard contra toda ingerencia de la metafísica en la esfera de la fe. Por supuesto, se puede afirmar justamente que en la teología representada por Karl Barth no se trata tanto de seguir a Kierkegaard como de tomar de nuevo contacto con las fuentes originales del pensamiento y la espiritualidad protestante. Pero algunos efectos de los escritos de Kierkegaard, se deben precisamente a que, en parte, sus ideas eran característicamente luteranas. Al mismo tiempo, es evidente que sus escritos son capaces de ejercer influencias en otras direcciones. Por otra parte, ha tenido que proferir expresiones muy duras sobre el protestantismo. Y discernimos en su actitud no sólo un alejamiento del protestantismo afeminado, sino incluso del protestantismo en cuanto tal. No es mi propósito argüir que si hubiese vivido más tiempo habría llegado a ser católico. Es una cuestión que no se puede resolver y, por tanto, es inútil discutirla. Pero, de hecho, sus escritos han surtido efecto en algunas mentalidades que han vuelto sus ojos al catolicismo que ha mantenido siempre el ideal de lo que llamaba la cristiandad número uno. Por otra parte, se puede tener en cuenta la posibilidad de que sus escritos contribuyan a alejar a sus lectores del cristianismo. Podemos imaginar a un hombre diciendo: Sí, en efecto, Kierkegaard tiene razón. Yo no soy realmente cristiano. Y lo que es más, no quiero serlo. No me interesan los saltos, ni me apasionan las incertidumbres objetivas. No ha de sorprender, por tanto, que en el desarrollo del movimiento existencialista moderno encontremos ciertos temas kierkegaardianos divorciados de su primitivo sentido religioso y empleados dentro de un sistema ateo. Tal es el caso de la filosofía de Sartre. En lo que respecta a Karl Jaspers, el más cercano a Kierkegaard de todos los filósofos comúnmente clasificados como existencialistas, se mantiene el sentido religioso del concepto de la existencia. Pero la filosofía de Sartre nos recuerda que los conceptos de la auténtica existencia, del libre autocompromiso y de la angustia pueden ser desplazados de este entono. Estas observaciones no pretenden dar a entender que los orígenes del existencialismo moderno hayan de atribuirse a la influencia póstuma de Kierkegaard. Sería un grave error. Pero los temas kierkegaardianos inciden en el existencialismo, aunque el contexto histórico haya cambiado. Los críticos del movimiento existencialista están en perfecto derecho de ver al pensador danés como su antepasado espiritual, aunque no, naturalmente, como su causa suficiente. Al mismo tiempo, Kierkegaard ha ejercido una influencia estimulante sobre muchas personas que no se califican de existencialistas y que, por lo mismo, no son filósofos o teólogos profesionales. Como advertimos en la primera sección de este capítulo, su pensamiento filosófico tiende a convertirse en un intento de que los hombres vean su situación existencial y las alternativas a que están enfrentados. Es asimismo una llamada a elegir, a autocomprometerse, a ser "individuos existentes". Es también, naturalmente, una protesta en nombre del individuo o persona libre contra el hundimiento en la colectividad. Kierkegaard exagera, ciertamente. Y su exageración se hace más evidente cuando al concepto de existencia se le priva de la significación religiosa que él le dio. Pero la exageración sirve con frecuencia para llamar la atención sobre lo que realmente vale la pena decir. 27 LOS TRADICIONALISTAS HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO IX Frederick Copleston 1. Observaciones introductorias Para nosotros la Revolución francesa es un acontecimiento histórico cuyo desarrollo, efectos y causas pueden ser investigados desapasionadamente. En la época en que ocurrió los juicios acerca de ella iban, sin duda, acompañados y a menudo afectados de fuertes sentimientos. A mucha gente le parecía obvio que la Revolución era no sólo una liberación nacional y un impulso regenerador de la sociedad francesa, sino también un movimiento destinado a llevar igualmente la luz y la libertad a otras naciones. Por descontado que el Terror podía deplorarse, o quizás excusarse; pero los ideales revolucionarios se aprobaban y ensalzaban como una afirmación de la libertad humana y, en ocasiones, como una muy esperada extensión de la Reforma a las esferas política y social. Hubo, sin embargo, otras gentes a las que les pareció no menos obvio que la Revolución fue un evento desastroso que puso en peligro de quiebra las bases de la sociedad, cambió la estabilidad social por un anárquico individualismo, dio alocadamente al traste con las tradiciones de Francia y expresó el rechazo de los principios religiosos de la moral, de la educación y de la cohesión social. Evidentemente la hostilidad a la Revolución podía estar alentada en gran parte por motivos egoístas; pero también podía estado el apoyo a ella. Y del mismo modo que al idealismo se le podía enrolar del lado de la Revolución, no menos posible era que se diese una oposición al espíritu revolucionario sinceramente convencida de que tal espíritu era destructivo e impío. Una oposición acérrima a la Revolución fue expresada en el plano filosófico por los llamados "tradicionalistas". Tanto los fautores como los oponentes de la Revolución tendían a ver en ella el fruto de la Ilustración, aunque las evaluaciones de ésta y las actitudes al respecto diferían mucho, naturalmente, en unos y otros. Es fácil, desde luego, despachar a los tradicionalistas como a reaccionarios llenos de nostalgia del pasado y ciegos para con el movimiento de la historial Pero, por muy miopes que fuesen en ciertos aspectos, fueron también escritores destacados e influyentes y no se les puede pasar simplemente por alto en una exposición del pensamiento francés de las primeras décadas del siglo XIX. 2. De Maistre El primer escritor del que debe hacerse mención es el famoso monárquico y ultramontano conde Joseph de Maistre (175 3-1821). Nacido en Chambéry, en la Saboya, estudió leyes en Turín y llegó a ser senador de su patria. Invadida ésta por Francia, de Maistre se refugió primero en Aosta y después en Lausanne, donde escribió sus Considérations sur la France (Consideraciones sobre Francia, 1796). Había sentido en tiempos alguna simpatía por los liberales; pero en esta obra se mostró claramente opuesto a la Revolución y deseoso de que se restaurara la monarquía francesa. En 1802 de Maistre fue nombrado ministro plenipotenciario del rey de Cerdeña ante la corte del zar en San Petersburgo. Permaneció en Rusia catorce años y escribió allí su Essai sur le príncipe générateur des constitutions politiques (Ensayo sobre el principio generador de las constituciones políticas, 1814). Trabajó también en la redacción de su obra Du Pape (Del Papa), que terminaría en Turín y salió al público en 1819, y en la de las Soirées de Saint-Pétersbourg (Veladas de San Petersburgo), que apareció en 1821. Su Exame de la philosophie de Bacon fue publicado póstumo en 1836. En su juventud había estado de Maistre asociado a un círculo masónico de Lyón que se inspiraba algo en las ideas de Louis-Claude de Saint-Martin (1743-1803), a quien le habían estimulado a su vez los escritos de Jakob Boehme. Aquel círculo era opuesto a la filosofía de la Ilustración e inclinado a doctrinas metafísicas y místicas que representaban una fusión de creencias cristianas y neoplatónicas. Y Saint-Martin veía en la historia el despliegue de la divina Providencia. La historia era para él un proceso continuo enteramente vinculado a Dios, al Uno. Quizá no sea tan absurdo el querer percibir a toda costa ecos de tales ideas en las Consideraciones sobre Francia de De Maistre. Le 28 horrorizan ahí la Revolución, el regicidio, los ataques contra la Iglesia, el Terror; pero al mismo tiempo su concepción de la historia se mantiene en la línea de una evaluación exclusivamente negativa de la Revolución. Tiene por bellacos y criminales a Robespierre y a los demás dirigentes, pero los ve también como inconscientes instrumentos de la divina Providencia. Los hombres" actúan a la vez voluntaria y necesariamente". Obran como quieren obrar, pero al hacerlo así secundan los designios de la Providencia. Los cabecillas de la Revolución estaban convencidos de que la controlaban; pero no eran sino instrumentos que se utilizan y después se desechan, pues la Revolución misma fue el instrumento de que Dios se sirvió para castigar el pecado: "Jamás se había manifestado tan a las claras la divinidad en un suceso humano. Si emplea los más viles instrumentos, es porque se trata de castigar con miras a regenerar". Si las facciones implicadas en la Revolución pretendían destruir la Cristiandad y la monarquía, "se sigue que todos sus esfuerzos sólo darán por resultado la exaltación de la Cristiandad y de la monarquía". Pues hay una "fuerza secreta" que actúa en la historia. La idea de De Maistre de que la historia patentiza el obrar de la divina Providencia, cuyos instrumentos son los individuos, no era en sí una novedad, aunque él la aplicó a un acontecimiento o a una serie de acontecimientos muy recientes. La idea es obviamente objetable. Aparte lo difícil que resulta conciliar la libertad humana con la infalible realización del plan divino, el concebir las revoluciones y las guerras como castigos divinos da lugar a la reflexión de que en modo alguno son solamente los culpables (o quienes a los ojos humanos parezcan serlo) los que padecen esos terribles cataclismos. Pero de Maistre procura salir al paso a tales objeciones mediante una teoría de la solidaridad de la nación, y en definitiva de toda la raza humana, como constituyendo una unidad orgánica. Y esta teoría es lo que él opone a lo que considera él erróneo y pernicioso individualismo de la Ilustración. La sociedad política -insiste de Maistre- no es ciertamente un conjunto de individuos unidos mediante un pacto o contrato social. Ni la razón humana puede concebir a priori ninguna constitución viable prescindiendo de las tradiciones nacionales y de las instituciones que se han ido desarrollando a lo largo de los siglos. "Uno de los grandes errores de un siglo que profesó todos los yerros fue el de creer que una constitución política podía crearse y redactarse a priori, siendo así que la razón y la experiencia muestran de consuno que una constitución es obra divina y que precisamente lo más fundamental y esencialmente constitucional en las leyes de una nación es algo que no podría ponerse por escrito." Si nos fijamos en la constitución inglesa veremos que es la resultante de un gran número de factores y circunstancias convergentes que han servido de instrumentos de la Providencia. Una constitución así, que ciertamente no fue construida de un modo a priori, está siempre aliada con la religión y adopta una forma monárquica. No es, por lo tanto, sorprendente que los revolucionarios, que quieren establecer una constitución por decreto, ataquen a la religión y a la monarquía. En términos generales de Maistre se opone violentamente al racionalismo dieciochesco, por verle ocuparse de abstracciones y menospreciar las tradiciones que, en su opinión, manifiestan la obra de la divina Providencia. El abstracto ser humano de les philosophes, que no es en esencia ni francés, ni inglés, ni miembro de ninguna otra unidad orgánica, es sólo una ficción. Y lo es también el Estado cuando se le interpreta como el producto de un contrato, pacto o convención. Siempre que de Maistre hace alguna observación complementaria sobre un pensador de la Ilustración es porque le parece que trasciende la estrecha mentalidad del racionalismo apriórico. Por ejemplo, Hume es elogiado por su ataque contra la artificiosidad de la teoría del contrato social. Si de Maistre se remonta a antes de la Ilustración y ataca a Francis Bacon es porque, en su sentir, "la filosofía moderna es toda ella hija de Bacon". Otra ficción racionalista, según de Maistre, es la de la religión natural, si por este término se ha de entender una religión puramente filosófica, construcción deliberada de la razón del hombre. En realidad la creencia en Dios se viene transmitiendo a partir de una revelación primitiva que se le hizo a la humanidad, siendo el cristianismo otra nueva revelación más completa. Es decir, que sólo hay una religión revelada; y tan imposible le es al hombre construir una religión a priori como construir una constitución a priori. "La filosofía del siglo pasado, que aparecerá a los ojos de la posteridad como una de las épocas más oprobiosas del espíritu humano [] no fue de hecho otra cosa que un auténtico sistema de ateísmo práctico." 29 Según de Maistre, la filosofía del siglo XVIII ha hallado su expresión en la teoría de la soberanía del pueblo y en la democracia: Pero aquella teoría carece en absoluto de fundamento, y los frutos de la democracia son el desorden y la anarquía. Para remediar estos males hay que volver al reconocimiento de la autoridad históricamente fundada y providencialmente constituida. Esto en la esfera política significa la restauración de la monarquía cristiana, y en la esfera religiosa la aceptación de la suprema y única soberanía del Papa infalible. Los seres humanos son tales que es necesario que haya gobierno, y el poder absoluto es la única alternativa verdadera para evitar la anarquía. "Nunca he dicho yo que el poder absoluto, sea cual fuere la forma de su existencia en el mundo, no entrañe grandes inconvenientes. Antes al contrario, he reconocido expresamente el hecho, y no tengo el propósito de atenuar esos inconvenientes. Decía tan sólo que nos hallamos entre dos abismos." En la práctica, el ejercicio del poder absoluto es restringido inevitablemente por diversos factores y en cualquier caso los soberanos políticos están, o deberían estar, sometidos a la jurisdicción del Papa, en el sentido de que éste tiene derecho a juzgar las acciones de aquéllos desde los puntos de vista religioso y moral. A de Maistre se le conoce sobre todo por su ultramontanismo y porque insistió mucho en la infalibilidad del Papa bastante tiempo antes de que esta doctrina fuese definida por el Concilio Vaticano I. Pero tal insistencia no les pareció muy aceptable a todos los que compartían la hostilidad de De Maistre a la Revolución y simpatizaban con su deseo de ver restaurada la monarquía. Algunas de sus reflexiones acerca de las constituciones políticas y los valores de la tradición eran similares a las de Edmund Burke (17291797). Pero como más se le recuerda es principalmente como autor de la obra Du Pape. 3. De Bonald Figura más notable desde el punto de vista filosófico fue la de Louis Gabriel Ambroise, vizconde de Bonald (17541840). Antiguo oficial de la guardia real, fue miembro de la Asamblea Constituyente en 1790; pero en 1791 hubo de emigrar y vivió en la pobreza. En 1796 publicó en Constanza su Théorie du pouvoir politique et religieux dans la société civile (Teoria del poder politico y religioso en la sociedad civil). Vuelto a Francia fue partidario de Napoleón, en el que veía el instrumento para la unificación política y religiosa de Europa. Pero con la Restauración se declaró en favor de la monarquía. En 1800 publicó un Essai analytique sur les lois naturelles de l' ordre social (Ensayo analítico sobre las leyes naturales del orden social). A esta obra le siguió en 1802 La législation primitive (La legislación primitiva). Entre sus restantes escritos se incluyen Recherches philosophiques sur les premiers objets des connaissances morales (Investigaciones filosóficas acerca de los primeros objetos de los conocimientos morales, 1818) Y una Démonstration philosophique du príncipe constitutif de la société (Demostración filosófica del principio constitutivo de la sociedad, 1827). Se ha dicho a veces que de Bonald rechaza toda filosofía. Pero esto no es exacto. Cierto que recalca la necesidad de que la sociedad se asiente sobre una base religiosa, y que contrasta esta necesidad con la insuficiencia de la filosofía como fundamento social. A su parecer, una unión de la sociedad religiosa con la sociedad política es "tan necesaria para constituir el cuerpo civil o social como necesaria es la simultaneidad de la voluntad y la acción para constituir el ego humano", mientras que a la filosofía le falta autoridad para dictar leyes e imponer sanciones. También es verdad que tras haber examinado la sucesión de los sistemas conflictivos concluye que "Europa [] está esperando aún una filosofía". Al mismo tiempo muestra de Bonald evidente admiración a algunos filósofos. Habla, por ejemplo, de Leibniz como del "genio tal vez más capaz (vaste) de cuantos han aparecido entre los hombres". Por otra parte, distingue entre los hombres de ideas o conceptos, que de Platón en adelante "han esclarecido el mundo",y los hombres "de imaginación", tales como Bayle, Voltaire, Diderot, Condillac, Helvétius y Rousseau, que han desorientado a la gente. El describir a escritores del tipo de Bayle y Diderot como hombres de imaginación puede parecer chocante; pero es que de Bonald no se está refiriendo a pensadores de inclinación poética, sino en principio a aquellos que derivan todas las ideas de la experiencia sensible. Cuando, por ejemplo, Condillac habla de "sensaciones transformadas", la frase quizás aluda a la imaginación, que puede fingir a su capricho transformaciones y cambios. "Pero esta transformación, cuando se aplica a las operaciones de la mente, no es más que una palabra carente de significado, y Condillac mismo se habría visto en gran aprieto si hubiese tenido que darle una aplicación satisfactoria." 30 Por lo general los hombres "de imaginación", según entiende de Bonald el término, son sensistas, empiristas y materialistas. Los hombres de ideas O conceptos son en principio los que creen que hay ideas innatas y las atribuyen a su última fuente. Así Platón "proclamó las ideas innatas o ideas universales, impresas en nuestras mentes por la suprema Inteligencia", mientras que Aristóteles, por el contrario, "humilló a la inteligencia humana rechazando las ideas innatas y representando las ideas como si vinieran a la mente sólo por medio de los sentidos". "El reformador de la filosofía en Francia fue Descartes." Es verdad, sin duda, que de Bonald habla de la ausencia de filosofía entre los judíos de los tiempos del Antiguo Testamento y en otras naciones vigorosas, tales como los primeros romanos y los espartanos, y que concluye de la historia de la filosofía que los filósofos han sido incapaces de encontrar una base firme y segura para sus especulaciones. Sin embargo, rehúsa el admitir que debamos por eso desesperar de la filosofía y rechazarla en bloque. Al contrario, lo que debemos hacer es buscar "un dato absolutamente primitivo" que pueda servirnos de seguro punto de partida. Ni que decir tiene que no fue de Bonald el primer hombre que se puso a buscar una base segura para la filosofía. Ni tampoco fue el último. Pero es interesante leer que encuentra su dato o "hecho primitivo" en el lenguaje. Filosofía en general es "la ciencia de Dios, del hombre y de la sociedad". El dato primitivo que se está buscando deberá, pues, hallarse en la base del hombre y de la sociedad y es el lenguaje. Quizá parezca que el lenguaje no puede ser un hecho primitivo. Pero, según de Bonald, el hombre no podría haberlo inventado para expresar sus pensamientos, pues el pensamiento mismo, implicando como implica conceptos generales, presupone alguna especie de lenguaje. Dicho de otro modo, para expresar sus pensamientos el hombre ha de ser ya utilizador de lenguaje. El lenguaje es necesario para que el hombre sea hombre. Y la sociedad humana presupone también el lenguaje y no podría existir sin él. Al considerar de Bonald la expresión simbólica como una característica esencial del hombre no está diciendo nada que vaya a causar asombro hoy día, si bien son varias las cuestiones embarazosas que se pueden formular. Pero él pasa adelante arguyendo que el hombre recibió el don del lenguaje a la vez que el de la existencia, y que, por lo tanto, "necesariamente hubo de existir, con anterioridad a la especie humana, una causa primera de este maravilloso efecto (es decir, del lenguaje), un ser superior en inteligencia al hombre, superior a todo cuanto somos capaces de conocer y aun imaginar, del que el hombre indiscutiblemente ha recibido el don del pensamiento, el don de la palabra [...]". Vale decir, que si, según lo hizo notar Rousseau, el hombre necesita el habla para aprender a pensar, pero no podría haber construido el habla si no hubiese sido capaz de pensar, no pudo ser .él el inventor del lenguaje; y este dato sirve de base para una prueba de la existencia de Dios. No hay por qué reprocharle naturalmente a de Bonald que no se detenga ante la multiplicidad de lenguas, ni ante el hecho de que los hombres podemos inventar e inventamos expresiones lingüísticas. Lo que él sostiene es que razonablemente no se puede figurar uno al hombre como si primero desarrollase éste el pensamiento y después se pusiera: por así decirlo, a inventar el lenguaje para expresar ese pensamiento. Porque el genuino pensar implica ya la expresión simbólica, aunque no se pronuncien palabras. Ciertamente de Bonald se marca un buen punto rehusando separar de manera tajante el pensamiento y el lenguaje. Otra cuestión es que su forma de explicar la relación entre ambos pueda servir de base para una prueba de la existencia de Dios. Da él por supuesto que mientras nuestras ideas de los objetos particulares del mundo dependen de la experiencia sensorial, hay ciertos conceptos básicos (por ejemplo, el de Dios) y ciertos principios fundamentales o verdades primeras que representan una revelación primitiva hecha por Dios al hombre. Como esta revelación no podría ser captada o apropiada inicialmente sin el lenguaje, éste hubo de ser un don primitivo que le hizo Dios al hombre al crearle. Es obvio que de Bonald piensa que el hombre fue creado directamente por Dios, quien le habría creado como a "ser-utilizador-de-Ienguaje", mientras que lo más probable es que nosotros pensemos en términos de evolucionismo. La filosofía social de De Bonald es triádica, en el sentido de que, según él, "en toda sociedad hay tres personas": en la sociedad religiosa, Dios, sus ministros y el pueblo, cuya salvación es el fin al que apunta la relación entre Dios y sus ministros; en la sociedad doméstica o familia tenemos al padre, la madre y el hijo o los hijos; en la sociedad 31 política están la cabeza del Estado (que representa el poder), sus oficiales de varias clases y el pueblo o cuerpo de los ciudadanos. Ahora bien, si preguntamos si en la familia el poder le pertenece al padre a resultas de un acuerdo o pacto, la respuesta, para de Bonald, debe ser negativa. El poder le pertenece al padre naturalmente, y deriva o proviene, en última instancia, de Dios. Similarmente, en la sociedad política la soberanía le pertenece al monarca, no al pueblo, y le pertenece a aquél por naturaleza. "El establecimiento del poder público no fue ni voluntario ni forzado: fue necesario, es decir, conforme a la naturaleza de los seres en sociedad. y sus causas y orígenes fueron todos naturales." Esta idea es aplicable incluso al caso de Napoleón. La Revolución fue a la vez culminación de una larga enfermedad y un esfuerzo realizado por la sociedad para volver al orden. Era necesario,- y por lo mismo natural, que asumiera el poder alguien capaz de convertir la anarquía en orden. NapoIeón fue ese alguien. Como de Maistre, insiste de Bonald en la unidad del poder o soberanía. La soberanía debe ser una, independiente y definitiva o absoluta. También debe ser duradera, y de esta premisa deduce de Bonald la necesidad de la monarquía hereditaria. Pero la característica peculiar de su pensamiento es su teoría sobre el origen del lenguaje y de la transmisión, por su medio, de una primitiva revelación divina que está en la base de la creencia religiosa, de la moral y de la sociedad. No acaba de verse del todo claro cómo cuadra esta teoría de la transmisión de una revelación primitiva con el entusiasmo que siente de Bonald por la teoría .de las ideas innatas. Pero presumiblemente piensa que para poder hacerse cargo de la revelación se requería el innatismo de las ideas. 4. Chateaubriand Tanto de Maistre como de Bonald fueron palmariamente tradicionalistas en el sentido de que defendieron las viejas tradiciones políticas y religiosas de Francia contra el espíritu revolucionario. Precisando más, de Bonald en particular fue un tradicionalista en el sentido técnico de que propugnó la idea de tradición, o transmisión en el género humano, de una revelación primitiva. Ambos combatieron la filosofía de la Ilustración, aunque de los dos fue de Maestre el más drástico e indiscriminante al condenarla. En uno de los sentidos de la palabra "racionalismo", ambos fueron antirracionalistas. Pero de ninguno de los dos puede decirse con propiedad que represente simplemente al irracionalismo, pues ambos ofrecieron razonadas defensas de sus posiciones y apelaron a la razón en sus ataques contra el pensamiento del siglo XVIII. En cambio, en Francois-René, vizconde de Chateaubriand (17681848) hallamos un tono bastante diferente. Educado en la filosofía de los Enciclopedistas, Chateaubriand marchó al exilio durante la Revolución y, viviendo con penuria en Londres, compuso su Essai historique, politique et moral sur les revolutions (Ensayo histórico, político y moral sobre las revoluciones, 1797), obra en la que aceptó como válidas las objeciones de los filósofos dieciochescos contra el cristianismo, en especial contra sus doctrinas de la Providencia y de la inmortalidad, y llegó a sostener una teoría cíclica de la historia: en los ciclos históricos se repiten en sustancia los mismos eventos, aunque difieran las circunstancias y los seres humanos implicados en ellas. Por tanto, carece de fundamento sólido el considerar la Revolución francesa como un comienzo totalmente nuevo y que reportará continuas ventajas. En el fondo, repite las revoluciones de los tiempos pasados. El dogma del progreso es una ilusión. Posteriormente habría de decir Chateaubriand, sin duda con razón, que, a pesar de su anterior rechazo al cristianismo, seguía conservando todavía un natural religioso. En todo caso, se sentía atraído hacia la religión cristiana, y en 1802 publicó su famosa obra La Génie du Christianisme (El genio del cristianismo). El subtítulo, Beautés de la religion chrétienne (Bellezas de la religión cristiana), expresa bien el espíritu de la obra, en la que el autor apela sobre todo a las cualidades estéticas del cristianismo. "Todas las demás venas apologéticas están agotadas, y acaso hasta serían inútiles hoy. ¿Quién leería actualmente una obra teológica? Unas cuantas personas piadosas y algunos cristianos auténticos que ya están persuadidos." En lugar de ciertas apologías al viejo estilo, habría que tratar de hacer ver que "la religión cristiana es la más poética, la más humana, la más favorable a la libertad, a las artes y a las letras, de entre todas las religiones que hayan existido nunca". 32 No parece sino que Chateaubriand pretendiese argüir que la religión cristiana tiene que ser verdadera porque es bella, porque sus creencias son consoladoras y porque algunos de los más grandes artistas y poetas han sido cristianos y aparte de que, de hecho, pueda haber quienes no estén de acuerdo en cuanto a la belleza del cristianismo, tal punto de vista ofrece un blanco a la objeción de que las cualidades estéticas y consoladoras del cristianismo no prueban que sea verdadero. El que Dante y Miguel Ángel fuesen cristianos, ¿qué es lo que prueba excepto algo concerniente a sus personas? Si las doctrinas de la resurrección y de la salvación celestial sirven de consuelo a mucha gente, ¿se seguirá de ello que sean verdaderas? Se comprende que a Chateaubriand se le haya acusado de irracionalismo o de sustituir la argumentación racional por apelaciones a la satisfacción estética. Es innegable que en Chateaubrland los argumentos filosóficos tradicionales para probar la credibilidad de la religión cristiana quedan relegados a un puesto completamente subordinado, y que se recurre principalmente a consideraciones estéticas, al sentimiento y a las razones del corazón. Pero hemos de tener presente también que él está pensando en unos enemigos del cristianismo que arguyen que la doctrina cristiana es repulsiva, que la religión cristiana impide el desarrollo de la conciencia moral, que es contraria a la libertad humana y a la cultura, y que, en general, su efecto sobre el espíritu humano es paralizador y agostador. Chateaubriand pone bien en claro que no escribe para "sofistas" que "nunca buscan de buena fe la verdad", sino para quienes, seducidos por esos sofistas, han dado en el disparate de creer, por ejemplo, que el cristianismo es enemigo del arte y de la literatura, y que es una religión bárbara y cruel, destructora de la felicidad humana. Su obra se puede considerar como un argumentum ad hominem que trata de mostrar que el cristianismo no es lo que esas gentes se piensan que es. 5. Lamennais Figura más interesante resulta la de Félicité Robert de Lamennais (1782-1854). Natural de Sto Malo, siguió Lamennais en su juventud las doctrinas de Rousseau, aunque retornó pronto a la fe cristiana. Al aparecer, en 1802, la Legislación primitiva de De Bonald, a Lamennais le produjo una impresión muy profunda. En 1809 publicó unas Reflexiones sobre el estado de la Iglesia en Francia durante el siglo XVIII y sobre su situación actual en las que hizo algunas sugerencias para la renovación de la Iglesia. Ordenado sacerdote en Vannes en 1816, publicó al año siguiente el primer volumen de su Essai sur l'indifférence en matiere de religion (Ensayo sobre la indiferencia en materia de religión, 1817-1823), obra que le dio fama inmediata como apologista de la religión cristiana. En el primer volumen insiste Lamennais en que, tratándose de religión, de moral y de política, ninguna doctrina es materia de indiferencia. "La indiferencia, considerada como estado permanente del alma, es opuesta a la naturaleza del hombre y destructora de su ser." Tal tesis se basa en las premisas de que el hombre no puede desarrollarse como hombre sin la religión y de que ésta es necesaria para la sociedad, por lo mismo y en la medida en que es el fundamento de la moral, sin la cual la sociedad degenerará hasta ser mera agrupación de personas atentas sólo a sus propios intereses particulares. En otras palabras, Lamennais insiste en la necesidad social de la religión y rechaza la opinión, muy difundida en el siglo XVIII, de que la ética pueda sostenerse por sí misma, aparte de la religión, y de que podría existir una sociedad humana satisfactoria sin religión. Con este enfoque, Lamennais arguye que la indiferencia respecto a la religión es desastrosa para el hombre. Cabría mantener, desde luego, que aun cuando la indiferencia en general es indeseable, no se sigue necesariamente que todos los artículos de la fe religiosa tradicional tengan importancia y repercusión social. Pero, según Lamennais, la herejía prepara el camino al deísmo, éste se lo prepara al ateísmo, y el ateísmo da paso a la indiferencia completa. Es, pues, en el fondo un caso de o todo o nada. Tal vez parezca que Lamennais atribuye a la religión un valor exclusivamente pragmático, como si la única justificación de la creencia religiosa fuese su utilidad social. Sin embargo, esta interpretación de su actitud no es adecuada. Rechaza él explícitamente el sentir de quienes viendo la religión tan sólo como institución social y políticamente útil concluyen que es necesaria para el común del pueblo. Las doctrinas cristianas, en opinión de Lamennais, no son sólo útiles, sino verdaderas. Más exactamente, si son útiles es porque son verdaderas. 33 Ésta es la razón por la que, para él, no es justificable el andar probando y eligiendo, es decir, no hay justificación posible para la herejía. La dificultad está en ver cómo se propone Lamennais mostrar que las doctrinas cristianas son verdaderas, en un sentido de "verdaderas" que vaya más allá de la comprensión puramente pragmatista del término Pues en su opinión nuestro razonamiento está tan sometido a diversas influencias, las cuales pueden afectarle aun "sin que lo sepamos", que es incapaz de adquirir ninguna certeza. Por más que nos halaguemos creyéndonos capaces de sacar conclusiones a partir de unos axiomas evidentes por sí mismos o unos principios básicos, el hecho es que lo que a un hombre le parece verdad de suyo evidente puede no parecérselo así a otro hombre. En tal caso, es muy comprensible que rechace Lamennais cualquier intento de reducir la religión a la religión "natural" o filosófica. Pero la cuestión sigue siendo cómo se propone él hacer ver que es verdadera la religión revelada. Sostiene Lamennais que el remedio contra el escepticismo consiste en confiar, no ya en el propio discurrir privado, sino en el común consenso de la humanidad. Pues este común sentir o sentiment commun es lo que constituye la base de la certeza, El ateísmo es el fruto de la falsa filosofía y el resultado de atenerse cada uno a su propio juicio privado. Si miramos la historia de la humanidad, hallaremos una creencia espontánea en Dios, común a todos los pueblos. Pasando por alto la cuestión de si los hechos históricos son tales como asegura Lamennais, advirtamos que incurriría en incoherencia si pretendiese que la mayoría de los seres humanos, discurriendo cada uno por su cuenta, concluye que hay Dios. O sea, si el supuesto consentimiento común equivaliese a una suma de todas las conclusiones a que hubieran llegado los individuos, podría desafiarse a Lamennais a que probara que ese consentimiento poseía mayor grado de certeza que el que se atribuye al resultado del proceso individual de inferencia. Pero Lamennais recurre, de hecho, a una teoría tradicionalista. Por ejemplo, conocemos el significado de la palabra "Dios" porque pertenece al lenguaje que hemos aprendido; y este lenguaje es, en definitiva, de origen divino. "Debe ser, por lo tanto, que el primer hombre que nos los ha transmitido (a saber, ciertos conceptos o palabras), los recibió él mismo de la boca del Creador. Así encontramos en la infalible palabra de Dios el origen de la religión y de la tradición que la preserva." Decir esto equivale a decir, efectivamente, que es por autoridad como conocemos la verdad de la creencia religiosa, y que en realidad sólo hay religión revelada. Lo que se ha llamado religión natural es realmente religión revelada, y ha sido comúnmente aceptada porque los seres humanos, cuando no se les expolia ni descarría mediante falsos razonamientos, comprenden que "el hombre está siempre obligado a prestar obediencia a la más grande autoridad que le es posible conocer". El común sentir de la humanidad acerca de la existencia de Dios expresa la aceptación de una revelación primitiva; y el creer lo que enseña la Iglesia Católica expresa la aceptación de la ulterior revelación de Dios en Cristo y a través de Cristo. Esta teoría origina numerosas cuestiones muy embarazosas, de las que aquí no nos podemos ocupar. Pasemos, más bien, a examinar la actitud política de Lamennais: Dado lo que insiste en la autoridad en la esfera religiosa, podría esperarse que ensalzara el papel de la monarquía, a la manera de De Maistre y de Bonald. Pero no es esto lo que hace. Lamennais es todavía un monárquico, pero se muestra muy en contacto con la realidad de su tiempo. Así, en su obra De la religion considérée dans ses rapports avec l' ordre politique et civil (1825-1826) observa que la restaurada monarquía es "un venerable recuerdo del pasado", mientras que Francia es en realidad una democracia. Cierto que "la democracia de nuestros tiempos [] se basa en el dogma ateo de la primitiva y absoluta soberanía del pueblo". Pero las reflexiones que iba haciendo sobre este estado de cosas le llevaban hacia el ultramontanismo dentro de la Iglesia y no hacia un añorar la monarquía absoluta. En la Francia contemporánea suya la Iglesia es tolerada y hasta apoyada financieramente; mas este patronazgo estatal constituye un grave peligro para la Iglesia, por cuanto que tiende a hacer de ella un departamento del Estado y pone estorbos a la libertad que necesita para penetrar en toda la vida de la nación y cristianizada. Sólo recalcando mucho la suprema autoridad del Papa se logrará evitar la subordinación de la Iglesia al Estado y poner en claro que la Iglesia tiene una misión universal. Respecto a la monarquía, Lamennais siente aprensiones y desconfianza. En su obra Du progres de la révolution et de la guerre contre I'Église (1829), hace observar que "hacia el final de 34 la monarquía el poder humano había llegado a ser, gracias al galicanismo, objeto de una auténtica idolatría". Lamennais piensa todavía que la Revolución fue un disolvente del orden social y que es enemiga del cristianismo, pero ha pasado ya a creer que el mal para la sociedad comenzó al implantarse la monarquía absoluta. Fue Luis XIV quien "hizo del despotismo la ley fundamental del Estado". La monarquía francesa debilitó la vida de la Iglesia al subordinar ésta al Estado. Y sería desastroso que, en su deseo de la aparente seguridad que procuran el patronazgo y la protección del Estado, el clero se resignase a vivir en parecida subordinación al Estado posrevolucionario y posnapoleónico. Como salvaguardia contra esto se requiere un claro reconocimiento de la autoridad del Papa en la Iglesia. A pesar de sus continuos ataques al liberalismo y al individualismo político, Lamennais había llegado a creer que el liberalismo contenía un elemento valioso: "el invencible afán de libertad inherente a las naciones cristianas, que no pueden soportar un poder arbitrario o puramente humano". Y la revolución de 1830 le convenció de que no se podía confiar en los monarcas para regenerar la sociedad. Se hacía necesario aceptar el Estado democrático tal como era, asegurar una separación completa de la Iglesia y el Estado, y, dentro de la Iglesia, insistir en la suprema autoridad del Papa infalible. En otras palabras, Lamennais combinaba la aceptación de la idea de un Estado democrático y religiosamente no afiliado con la insistencia en el ultramontanismo dentro de la Iglesia. Esperaba, por descontado, que la Iglesia conseguiría cristianizar la sociedad; pero había llegado a creer que este fin no se alcanzaría en tanto la Iglesia no renunciase del todo al patronazgo del Estado y a su estatuto de privilegios. En 1830 fundó Lamennais el periódico L'Avenir, que propugnó la autoridad y la infalibilidad del Papa, la aceptación del sistema político francés de aquel entonces y la separación de la Iglesia y el Estado. Contó esta publicación con el apoyo de algunos hombres eminentes, tales como el conde de Montalembert (1810-1870) y el célebre predicador dominico Henri-Dominique Lacordaire (1802-1861); pero las opiniones que proponía no eran aceptables, ni mucho menos, para todos los católicos. Lamennais trató de conseguir la aprobación del papa Gregorio XVI, mas éste publicó en 1832 una encíclica (Mirari vos) en la que censuraba el indiferentismo, la libertad de conciencia y la doctrina según la cual la Iglesia y el Estado deberían estar separados, No se nombraba en la encíclica a Lamennais. Sin embargo, aunque la condena papal del indiferentismo podía entenderse como una alabanza del Essai sur l' indifférence de Lamennais, al editor de L' Avenir le afectó notoriamente la encíclica. En 1834 publicó Lamennais la obra Paroles d'un croyant (Palabras de un creyente) en la que defendía a todos los pueblos y grupos oprimidos y sufrientes y abogaba por una completa libertad de conciencia para todo el mundo. De hecho recomendaba los ideales de la Revolución libertad, igualdad y fraternidad- interpretándolos en un contexto religioso. El libro fue censurado por el papa Gregorio XVI en junio de 1834, en una carta dirigida al episcopado francés; mas para entonces Lamennais estaba ya bastante distanciado de la Iglesia y dos años después, en el escrito Affaires de Rome (Asuntos de Roma), rechazó la idea de que se pudiese lograr el orden social contando con los monarcas o con el Papa. Había pasado a creer en la soberanía del pueblo. En escritos posteriores arguyó Lamennais que el cristianismo, en sus formas organizadas, había sobrevivido a su utilidad; pero siguió manteniendo la validez de la religión, considerada como el desarrollo de un elemento divino que hay en el hombre y une a éste con Dios y con sus semejantes. En 1840 publicó un panfleto dirigido contra el gobierno y contra la policía, a consecuencia del cual hubo de sufrir un año de cárcel. Tras la revolución de 1848, fue elegido diputado por el departamento del Sena. Pero cuando Napoleón asumió el poder, Lamennais se retiró de la política. Murió en 1854, sin haberse reconciliado formalmente con la Iglesia. 6. El tradicionalismo y la Iglesia. En un sentido muy general o amplio del término, podemos describir como tradicionalistas a todos aquellos que vieron en la Revolución francesa un desastroso ataque a las valiosas tradiciones políticas, sociales y religiosas de su patria y abogaron por una vuelta a las mismas. Pero en el sentido técnico del término, es decir, en el sentido en que se usa al exponer la historia de las ideas vigentes a lo largo de las décadas que siguieron a la Revolución, se entiende por tradicionalismo la teoría según la cual ciertas creencias básicas, necesarias para el desarrollo espiritual y cultural y para el bienestar del hombre, no son mero resultado del humano razonar sino que se derivan 35 de una revelación primitiva hecha por Dios y se han venido transmitiendo de generación en generación por medio del lenguaje. Es obvio que el tradicionalismo en el sentido amplio no excluye el tradicionalismo en el sentido más estricto. Pero tampoco lo incluye. Huelga decir que un francés podía muy bien desear la restauración de la monarquía sin tener que admitir la teoría de una primitiva revelación y sin poner restricciones al alcance de la prueba filosófica. También era posible adoptar teorías tradicionalistas en el sentido técnico y, sin embargo, no pedir que se restaurara l'ancien régime. Las dos cosas podían darse juntas; pero no eran inseparables. Quizá parezca, a primera vista, que el tradicionalismo en el sentido técnico, con su hostilidad a la filosofía de la Ilustración, su insistencia en una revelación divina y su tendencia al ultramontanismo, sería sumamente aceptable para la autoridad eclesiástica. Sin embargo, aunque las tendencias ultramontanas eran naturalmente gratas a Roma, la filosofía tradicionalista concitó contra sí las censuras eclesiásticas. Refutar algunas tesis filosóficas del siglo XVIII evidenciando que se basaban en premisas gratuitas o que sus argumentos eran poco sólidos estaba muy bien: era una actividad recomendable. Pero combatir el pensamiento de la Ilustración partiendo de la base de que la razón humana es incapaz de alcanzar verdades ciertas, esto era ya algo muy distinto. Si la existencia de Dios sólo pudo conocerse por autoridad, ¿cómo se supo, a su vez, que la autoridad era digna de crédito? Y en lo que a esto atañe ¿cómo supo el primer hombre que lo que él tomaba por revelación era en verdad revelación? Y si la razón humana fuese tan impotente como los tradicionalistas más extremados llegaban a hacerla, ¿de qué modo se podría demostrar que la voz de Cristo era la voz de Dios? Se comprende que la autoridad eclesiástica, por mucho que simpatizara con los ataques a la Ilustración y a la Revolución, no se entusiasmase en favor de unas teorías que enunciaban sus demandas sin ningún apoyo racional, salvo discutibles apelaciones al común sentir de la humanidad. Pongamos un ejemplo: el segundo volumen del Essai sur l'indifférence de Lamennais ejerció considerable influencia en Augustin Bonnetty (17981879), el fundador de los Annales de philosophie chrétienne. En un artículo de esta revista escribió Bonnetty que la gente estaba empezando a entender que la religión se fundamenta toda en la tradición y no en el raciocinio. Su tesis general era que la revelación era la única fuente de la verdad religiosa, y de ahí sacaba él la conclusión de que el escolasticismo que prevalecía en los seminarios era expresión de un racionalismo pagano que había corrompido la mente de la Iglesia y había fructificado eventualmente en la destructiva filosofía de la Ilustración. En 1855 la Sagrada Congregación del Índice exigió a Bonnetty que suscribiera una serie de tesis, tales como la de que la razón humana puede probar con certeza la existencia de Dios, la espiritualidad del alma y la libertad humana, la de que el discurso racional lleva a la fe, y la de que el método empleado por Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura y los escolásticos no conduce al racionalismo. Otras proposiciones similares habían sido ya suscritas en 1840 por Louis-Eugene-Marie Bautain (1796-1867). Acaso se le ocurra al lector que el hecho de que la autoridad eclesiástica imponga la admisión de las tesis de que la existencia de Dios puede ser probada filosóficamente y otras de este tenor contribuye poco a hacer ver cómo se prueban tales cosas. Pero lo que está claro es que la Iglesia se puso del lado de lo que Bonnetty consideraba racionalismo. Y en esta materia se hicieron declaraciones definitivas en el Concilio Vaticano I, en 1870, concilio que señaló también el triunfo del ultramontanismo. En cuanto a la idea general de que Francia sólo podría regenerarse mediante un retorno a la monarquía en alianza con la Iglesia, esta idea recibió un nuevo impulso con el movimiento de la Action francaise, fundado por Charles Maurras (1868-1952). Sólo que Maurras mismo era, como algunos de sus más inmediatos colaboradores, ateo y no un creyente como lo fueron de Maistre o de Bonald. Por tanto, no puede sorprender el que su cínico intento de servirse del catolicismo para fines políticos acabara siendo condenado por el papa Pío XI. Recordemos, de pasada, que Lamennais, en su Ensayo sobre la indiferencia, había incluido entre los "sistemas de indiferencia" el que consiste en ver la religión tan sólo como un instrumento social y políticamente útil. LA FILOSOFÍA SOCIAL EN FRANCIA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO IX Frederick Copleston 1. Observaciones generales Los tradicionalistas, como hemos visto, se preocuparon por lo que consideraban el hundimiento del orden social manifestado en la Revolución y subsiguiente a ella, y atribuyeron la Revolución misma en gran medida al pensamiento y a la influencia de los filósofos del siglo XVIII. Pintar a los tradicionalistas como si fuesen tan reaccionarios que desearan la restauración del régimen pre-revolucionario junto con todos los abusos que habían hecho inevitable su ruina equivaldría a cometer con ellos una injusticia. Pero lo que sí creían ciertamente era que, para reconstruir la sociedad sobre una base firme, habían de reafirmarse los principios tradicionales de la religión y del gobierno monárquico. En este sentido miraban preferentemente hacia atrás, aunque un escritor como de Maistre, según lo hemos ya notado, fuese decidido defensor del ultramontanismo y nada amigo de la tradición galicana. Los ideólogos, considerados por Napoleón como pestilentes "metafísicos", no fueron muy dados a los pronunciamientos políticos. Pero sus métodos tenían implicaciones en el campo social. Insistieron, por ejemplo, en analizar cuidadosamente los fenómenos empíricos y en educar por medio de la discusión. El emperador pensaba, sin duda, que los ideólogos se ocupaban de trivialidades y de investigaciones inútiles o poco aprovechables; pero, en realidad, la cuestión era que se oponían a la idea de moldear a la juventud conforme a un patrón y no querían admitir el sistema educativo según lo concebía Napoleón, ni tampoco la restauración por éste de la religión católica en Francia. Los eclécticos propugnaban la monarquía constitucional y un régimen de compromiso aceptable para la burguesía. Tomaron ellos mismos parte activa en a vida política, y puede decirse que representaban a una clase que, habiendo mejorado de posición gracias a la Revolución, no deseaba ulteriores experimentos drásticos, ya fuesen conquistas imperialistas o programas de cambios socialistas. Era, sin embargo, lo más natural que hubiese también otros pensadores que estuvieran convencidos de que la Revolución debía ser llevada adelante, no en el sentido de nuevos derramamientos de sangre, sino en el de que los ideales revolucionarios tenían que hacerse realidad en una reforma de la estructura social. Con la Revolución podría haberse logrado la libertad, pero la igualdad y la fraternidad no eran, ni mucho menos, tan evidentes. Estos presuntos reformadores sociales, convencidos de que la obra de la Revolución debía ser ampliada, eran unos idealistas, y sus proposiciones positivas han sido calificadas a menudo de utópicas, en especial por Marx y sus seguidores. En algunos casos, desde luego, tal calificación tiene obvio fundamento en los hechos. Si los tradicionalistas eran soñadores, también lo eran sus contrarios. Pero admitir esta realidad tan evidente no obliga, sin embargo, a sacar la conclusión de que el marxismo sea científico en cuanto opuesto al socialismo utópico. En cualquier caso, una distinción demasiado marcada tiende a ocultar el hecho de que las ideas de los reformadores sociales franceses de la primera mitad del siglo XIX contribuyeron al desarrollo de la teoría política en sentido socialista. 2. El utopismo de Fourier Hay que admitir que no era injustificada la opinión de Karl Marx según la cual Francois Marie Charles Fourier (1772-1837) fue un bien intencionado socialista utópico creador de mitos. Pues aunque ciertamente Fourier llamó la atención sobre un problema real, la solución que propuso contenía elementos que a menudo frisaban en lo fantástico. Sus opiniones eran frecuentemente excéntricas, y algunas de sus profecías, como las que hizo sobre las funciones que podrían llegar a desempeñar los animales, venían a ser una especie de cienciaficción altamente imaginativa. Pero, como persona, Fourier era encantador y estaba inspirado por un auténtico deseo de regenerar la sociedad. Natural de Besançon, donde fue alumno de los jesuitas, Fourier era hijo de un comerciante y se ganó la vida trabajando en el comercio. Aparte de esta ocupación, se dedicó a propagar sus ideas acerca de la 37 sociedad humana. Sus escritos incluyen una Théorie des quatre mouvements et des destinées générales (Teoria de los cuatro movimientos y de los destinos generales, 1808), una Théorie de l'unité universelle (Teoria de la unidad universal, 1822) y una obra titulada Le nouveau monde industriel et sociétaire (El nuevo mundo industrial y societario, 1829). Exceptuada la enseñanza secundaria, que recibió en Besançon, fue en todo lo demás un autodidacta dotado de poderosa inteligencia, viva imaginación y multitud de conocimientos superficiales sobre muy diversos temas. Fourier fue un crítico sincero e imparcial de la sociedad establecida que conoció. Más precisamente, siguió a Rousseau en el achacar a la civilización los males de la humanidad. Allí donde haya sociedad civilizada encontraremos, según Fourier, egoísmos y mezquinos intereses disfrazados de servicios a la humanidad. Por ejemplo, los médicos se enriquecen a base de que entre sus conciudadanos se extiendan las enfermedades, las indisposiciones; los clérigos desean la muerte de sus parroquianos más ricos para obtener mayores ingresos de los funerales. Más aún, la sociedad civilizada es afligida por bordas de parásitos. Así, las mujeres y los niños son parásitos domésticos, y los soldados y los comerciantes son parásitos sociales. Claro que ni siquiera la excentricidad de Fourier llega a tanto como a sugerir que se elimine a las mujeres y a los niños. Lo que él quiere decir es que en la sociedad civilizada las mujeres y los niños viven de manera improductiva. En su opinión, las mujeres deberían emanciparse y liberarse para tomar parte en el trabajo productivo, en tanto que a los niños, que gustan de jugar en el arroyo, sugiere graciosamente que bien se les podría emplear en la limpieza de las calles. Tal como están las cosas, sólo un sector comparativamente pequeño de la población se dedica al trabajo productivo. Los ejércitos no producen sino que destruyen: en tiempo de paz son parásitos de la sociedad. En cuanto a los mercaderes y traficantes, "el comercio es el enemigo natural del productor". De ello no se sigue de ningún modo que los productores sean felices o estén libres del prevaleciente egoísmo. Sus condiciones de vida son, con frecuencia, deplorables, y "cada trabajador está en guerra con la masa y abriga mala voluntad respecto a ella en virtud de su interés personal". En fin, que a la sociedad civilizada se la halla por doquier corrompida, llena de egoísmos, discordias y desarmonías. ¿Cuál es el origen de los males de la sociedad civilizada? Según Fourier, la represión de las pasiones, de la que es responsable la civilización. El mundo fue creado por un Dios bueno que implantó en el hombre ciertas pasiones, las cuales, por lo tanto, deben de ser buenas en sí mismas. Entre las trece pasiones implantadas por Dios incluye Fourier, por ejemplo, los cinco sentidos, pasiones sociales tales como el amor y los sentimientos familiares, pasiones distributivas tales como el afán de variar (la pasión "mariposa"), y la cimera pasión por la armonía, que une o sintetiza las otras. La civilización ha reprimido estas pasiones de tal modo que ha hecho imposible la armonía. Lo que se necesita es, pues, una reorganización de la sociedad que asegure la libre suelta de las pasiones y, por consiguiente, tanto el desarrollo de los individuos como el logro de la concordia o armonía entre ellos. La organización social en que cifraba Fourier sus esperanzas era lo que llamó una "falange", grupo de hombres, mujeres y niños que sumarían en total entre millar y medio o dos millares de individuos. Los miembros de una falange serían personas de diferentes temperamentos, capacidades y gustos. Se agruparían según su ocupación o tipo de trabajo; pero a ningún miembro se le daría un trabajo para el que no fuese idóneo o que le repugnase. Si sus gustos cambiaran o sintiera la necesidad de otro trabajo, podría satisfacer la pasión "mariposa". De este modo cada miembro de una falange tendría plena oportunidad de desarrollar sus talentos y pasiones al máximo, y entendería el significado de su trabajo particular en el plan general. Habría competencia entre subgrupos, pero reinaría en el conjunto la armonía. A buen seguro que sólo con que una falange se estableciera con éxito, la evidente armonía, felicidad y prosperidad de sus miembros estimularía inevitablemente a la imitación. Las relaciones entre las distintas falanges serían elásticas, aunque se procuraría que hubiese algunos grupos de trabajadores dispuestos a realizar temporalmente diversos trabajos especiales en diferentes falanges. Por descontado que no habría guerra ninguna. En vez de guerras se celebrarían concursos gastronómicos. A la mayoría de los lectores algunas de las ideas de Fourier no podrán menos de parecerles estrambóticas o extravagantes. Creía él, en efecto, que la regeneración de la sociedad humana repercutiría notoriamente no sólo en el reino animal sino hasta en los cuerpos celestes. Pero lo extravagante de algunas de sus ideas no altera el 38 hecho de que vio con penetración un problema real que hoy día está siendo ya muy grave, a saber, el de la necesidad de humanizar la sociedad y el trabajo industriales y superar lo que se describe como alienación. La solución propuesta por Fourier adolece obviamente de los defectos del utopismo, tales como el de concebir que sólo hay una forma ideal de organización social. Al mismo tiempo, tenía sus detalles certeros. Era hasta cierto punto una solución socialista; pero no preconizaba la abolición de la propiedad privada, pues Fourier la creía necesaria para el desarrollo de la personalidad humana. Lo que sugería era que se hiciese el experimento de una sociedad cooperativa cuyos miembros se repartieran los beneficios en proporción al trabajo, al capital aportado y al talento de cada cual, - y en la que percibiesen el más alto interés aquellos que obtuvieran así menor suma de bienes. Fourier mismo nunca consiguió realizar su proyecto. Pero después de su muerte un discípulo suyo llamado Godin fundó un "falansterio" en Francia, y otro discípulo, Victor Considérant, experimentó en Texas siguiendo las directrices fourieristas. Las doctrinas de Fourier se atrajeron gran número de adictos tanto en Francia como en América, pero se comprende que su influjo fuese limitado y pasajero. Fourier se tenía a sí mismo por el Newton del pensamiento social, el descubridor de las leyes del desarrollo social y, en particular, del tránsito de la "civilización" a la sociedad armónica y perfecta que vendría a realizar el plan divino. Esta valoración suya de sus propios méritos no ha sido aceptada, Pero aunque es comprensible que sus ideas se consideren en gran parte como mera curiosidad histórica, él no careció en modo alguno de perspicacia. Evidentemente problemas como los que plantea la organización de las estructuras sociales e industriales al servicio del hombre y los del armonizar las necesidades individuales o las colectivas nos siguen acuciando todavía hoy. 3. Saint-Simon y el desarrollo de la sociedad Precursor más influyente del socialismo lo fue ClaudeHenri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825). Vástago de una familia noble algo venida a menos, fue educado Saint-Simon por preceptores privados, uno de los cuales fue el filósofo y científico d'Alembert. Seguramente sería d'Alembert quien inculcó en Saint-Simon la fe en la ciencia como fuente de ilustración, A la edad de 17 años ejercía Saint-Simon en el ejército como oficial y tomó parte en la guerra de la independencia de Norteamérica. Al estallar la Revolución, la apoyó hasta cierto punto, aunque su colaboración parece haber consistido principalmente en adquirir a poco precio propiedades confiscadas. En 1793 fue detenido, con el nombre que había adoptado para sus empresas lucrativas, pero en seguida se le dejó en libertad. Estuvo activo políticamente bajo el Directorio, pero después se dedicó por completo al desarrollo y a la publicación de sus ideas sociales, viviendo a veces en situación de grave penuria económica. En 1807-1808 publicó su Introduction aux travaux scientifiques du XIXe siecle (Introducción a los trabajos científicos del siglo XIX), y en 1813 su Mémoire sur la science de l' homme y Travail sur la gravitation universelle (Memoria sobre la ciencia del hombre y Trabajo sobre la gravitación universal). De 1814 a 1817 colaboró con Augustin Thierry; y la obra intitulada Réorganisation de la société européenne (Reorganización de la sociedad europea, 1814) apareció a nombre de los dos. Desde 1818 Auguste Comte actuó de secretario y colaborador suyo, hasta que los dos riñeron en 1824, el año anterior al de la muerte de Saint-Simon. Comte le era deudor en muchas cosas a Saint-Simon y así lo reconocería en algunas ocasiones; pero, en general, prefirió no hacerlo. Saint-Simon calificó la filosofía del siglo XVIII de crítica y revolucionaria, en tanto que la filosofía del siglo XIX estaría destinada a ser inventiva y organizadora. "Los filósofos del siglo XVIII hicieron una Enciclopedia para derribar el sistema teológico y feudal. Los filósofos del siglo XIX habrán de hacer también una Enciclopedia para dar ser al sistema industrial y científico." Es decir, los pensadores del siglo XVIII sometieron el antiguo régimen y las creencias en que se fundaba a una crítica destructiva. En opinión de Saint-Simon, si los últimos reyes de Francia hubieran tenido el buen sentido de aliarse con la ascendente clase industrial en vez de con la nobleza, habría sido posible la transición pacífica a un nuevo sistema. Pero, de hecho, el antiguo régimen fue barrido por una revolución violenta. Claro que un sistema político no puede desaparecer del todo, a no ser que en el trasfondo haya, por así decido, aguardando un nuevo sistema capaz de ocupar su puesto. En el caso de la Revolución francesa, el nuevo sistema destinado a ocupar el puesto del antiguo no estaba a punto. Nada tiene pues de sorprendente que, al cabo de algún tiempo, se restaurase la monarquía. Sin embargo, el siglo XIX estaba destinado a ser un período de nueva construcción y organización social. Y en el cumplimiento de 39 esta tarea iban a tener un papel importante aquellos pensadores que, como el mismo Saint-Simon, pudieran señalar las líneas a seguir por el proceso de organización constructiva. líneas principales, al estudio del hombre, Y cree que esta extensión completará el tránsito del estadio del pensamiento humano en que la teología y la metafísica pasaban por ser conocimiento al estadio del verdadero conocimiento positivo o científico. Pero aunque Saint-Simon recalcó los aspectos críticos y destructivos de la dieciochesca filosofía de la Ilustración, había otro aspecto de ésta que él consideró que proporcionaba la base para la construcción ulterior: la exaltación del espíritu racional y científico. En opinión de Saint-Simon, era la ciencia lo que había socavado la autoridad de la Iglesia y la credibilidad de los dogmas teológicos. Al mismo tiempo, la aplicación del enfoque científico de la física y la astronomía al hombre proporcionó la base para reorganizar la sociedad. "El conocimiento del hombre es lo único que puede conducir a que se descubran los modos de conciliar los intereses de las gentes." Y el conocimiento del hombre sólo puede lograrse tratando al hombre como una parte de la naturaleza y desarrollando la idea, preparada ya por algunos escritores de la Ilustración y por Cabanis, de que la psicología es un apartado de la fisiología, Claro que la psicología debe incluir también el estudio del organismo social, En otras palabras, se necesita una nueva ciencia, descrita por Saint-Simon como fisiología social. La sociedad y la política o, más en general, el hombre en sociedad, pueden, pues, estudiarse no menos científicamente que los movimientos de los cuerpos celestes. La aplicación, en fin, de la ciencia newtoniana al hombre mismo, a su psicología, a su conducta moral y a su política, es base indispensable para solucionar los problemas sociales de Europa. Algunos escritores han visto una discrepancia entre el ideal de Saint-Simon de unificar las ciencias y su posterior insistencia en la superior dignidad de la ciencia que se ocupa del hombre. Esto es, se ha argüido que el ideal en cuestión implica que todas las ciencias están al mismo nivel, mientras que adscribir una dignidad superior a la ciencia del hombre es dar por supuesto que hay una diferencia cualitativa entre el hombre y los demás seres y recaer en la concepción medieval de que la dignidad de una ciencia depende del enfoque de su estudio u "objeto formal". Pudiera ser así. Pero no parece necesario postular ningún cambio radical en la posición de Saint-Simon. El, a fin de cuentas, vino a sostener que la fisiología social tiene una materia de estudio específica, a saber, el organismo social, que es más que una colección de individuos; pero pide que la sociedad sea estudiada mediante el mismo tipo de método que se emplea en otras ciencias. y si añade un juicio de valor, esto no le fuerza necesariamente a ningún cambio radical de posición, por lo menos si le interpretamos como que se refiere a la importancia de la ciencia del hombre y no como si supusiera que el hombre difiere cualitativamente de los demás seres hasta el punto de que resulte imposible el estudio científico de la sociedad humana. Obviamente esta implicación no era la que él pretendía. Ciencias como la astronomía, la física y la química están ya bien establecidas sobre una "base positiva", es decir, sobre la observación y el experimento. Ahora ha llegado el tiempo de poner la ciencia del hombre sobre una base similar. Esto traerá la unificación de las ciencias y la consecución del ideal que inspiró la Enciclopedia, Verdad es que un conocimiento científico completamente unificado y definitivo acerca del mundo sigue siendo un ideal al que la mente humana puede aproximarse pero que nunca alcanzará del todo, mientras que el avance en el conocimiento científico es siempre posible. A la vez, Saint-Simon piensa en una extensión del enfoque y del método de la física clásica, considerada como definitiva en sus Desde luego, Saint-Simon no trata la sociedad de un modo puramente abstracto. Las instituciones sociales y políticas se desarrollan y cambian; y Saint-Simon supone que ha de haber una ley que gobierne tales cambios, Estudiar científicamente la sociedad humana implica, pues, el descubrimiento de la ley o las leyes de la evolución social. Y si admitimos que tal ley sólo puede descubrirse inductivamente, investigando los fenómenos históricos. y reflexionando sobre ellos, no cabe duda de que lo deseable es que el campo de observación sea lo más amplio posible. O, si el establecimiento preliminar de la ley del cambio social se basa en la investigación de un campo limitado, habrá que investigar también otros campos para ver si la hipótesis se confirma o hay que desechada. Pero aunque SaintSimon hace bastantes observaciones generales sobre los estadios históricos del proceso de la evolución social, lo que en realidad interesa es cómo entiende el paso de la civilización medieval a la moderna, aparte de lo que se le ofrece decir acerca del futuro. 40 En sus visiones generales del paso de las creencias teológicas y de la especulación metafísica a la era del saber positivo o científico, de la necesidad de una ciencia de la sociedad humana y de los cambios históricos como regidos por una ley, es palmario que Saint-Simon se anticipa al positivismo de Auguste Comte. Los discípulos de este último tendieron a minimizar la influencia de aquél; y algunos hasta intentaron hacer creer que fue Saint-Simon el influido por Comte y no precisamente al revés. Pero semejante pretensión no puede ser defendida con éxito. Lo cierto es que ambos tuvieron precursores en el siglo XVIII, autores, por ejemplo, como Turgot y Condorcet y durante su período de colaboración Saint-Simon recibiría, sin duda, estímulos de Comte. Pero es indudable que Saint-Simon concibió sus ideas básicas bastante antes del período de su asociación con Comte. y por mucho que hayan podido decir algunos de sus discípulos, Comte mismo llegó en ocasiones a reconocer, aunque sólo en su correspondencia, la deuda que tenía para con Saint-Simon. También es indiscutible que Comte elaboró sus ideas a su propio modo. Pero cabe preguntarse hasta qué punto recibió estímulos de Saint-Simon y fue influido por él en aspectos importantes, aunque no se apropiara servilmente de sus ideas. Dada la reputación de Comte como fundador del positivismo clásico, no viene mal llamar la atención sobre el importante papel que en ello le cupo a Saint-Simon. Al explicar los cambios sociales insiste mucho SaintSimon en la importancia fundamental de las ideas. Las creencias y los ideales de la Edad Media ejercieron un influjo determinante en las instituciones sociales y políticas de aquellos tiempos, mientras que el desarrollo de las ciencias y la transición al estadio del saber positivo requiere y conduce a la creación de nuevas estructuras sociales y políticas. En este recalcar el papel básico que desempeñan las ideas, SaintSimon tiene más conexiones con Comte que con Marx. Pone también de realce Saint-Simon la importancia de la vida económica del hombre con lo que se le ocurre decir sobre el ascenso de la clase de los mercaderes y de los artesanos. En su opinión, la sociedad feudal de la Edad Media alcanzó su punto culminante en el siglo XI. Después emergieron ya dentro de ella dos factores que vendrían a ser los remotos presagios de su disolución. Fue uno la introducción de las ideas científicas provenientes del mundo islámico, y el otro, el surgimiento de los municipios, que representaban a una clase de productores en un sentido que ni la Iglesia ni la nobleza feudal lo fueron. Dentro de la misma época medieval, ningún factor llegó a ser lo bastante fuerte como para construir una auténtica amenaza contra la autoridad existente. Sin embargo, en el siglo XVI el poder de la Iglesia fue debilitado por el desafío de los reforma dores, por lo que el clero decidió aliarse con la monarquía o subordinarse a ella en vez de ser, como en la Edad Media, un rival de los poderes temporales. El saber científico iba en aumento y suponía una amenaza para las creencias teológicas, pues a menudo inducía a los intelectuales a cuestionar cualquier autoridad o doctrina establecida. Añádase que, como los monarcas franceses se asociaron insensatamente con la nobleza en cuanto la tuvieron reducida a sometimiento, más bien que con los intereses de la ascendente clase de los productores, la revolución violenta llegó a ser, al fin, inevitable. La Revolución francesa fue tan sólo el resultado de un proceso que se había ido desarrollando "durante más de seis siglos". Puso en libertad a la clase ascendente y posibilitó el tránsito a la sociedad industrial. Para Saint-Simon, la sociedad contemporánea suya se hallaba en una fase intermedia entre el antiguo régimen y el establecimiento de una sociedad nueva basada en el conocimiento científico y en la industria. Las condiciones para una nueva sociedad se estaban dando ya. Importaría poco que Francia se quedase sin monarquía, sin obispos y sin terratenientes; pero lo que sí sería ciertamente grave es que perdiese la única clase útil en realidad, la de los productores o trabajadores. (Los científicos deben ser incluidos también, naturalmente, entre los elementos indispensables de la sociedad.) Pero de aquí no se sigue de ningún modo que Saint-Simon postulara el desarrollo de la democracia social o se interesara por la ampliación de la libertad a todos los ciudadanos o por su participación en el gobierno. Lo que él contempla y propugna es el gobierno de los científicos y de los dirigentes de la industria. En L' Organisation (1819) propuso que hubiese tres cámaras de expertos. La primera, o cámara de la invención, estaría formada por ingenieros y artistas, que trazarían planes o proyectos, los cuales habrían de ser examinados después por la segunda cámara, formada por matemáticos, físicos y fisiólogos. La tercera cámara sería responsable de que se ejecutaran los proyectos propuestos por la primera cámara y examinados y aprobados por la segunda. Saint-Simon llamó a este tercer cuerpo "cámara de los diputados". Constaría de representantes selectos de la agricultura y la industria; pero el electorado lo formarían sólo los productores. 41 No hay que dar demasiada importancia a estas propuestas. En su obra Du systeme industriel (Del sistema industrial, 1821-1822) Saint-Simon se contentaba más o menos con pedir que las finanzas fueran puestas en manos de una cámara de industria y que el Instituto de Francia asumiera respecto a la educación el papel que en tiempos había desempeñado la Iglesia. En todo caso, las propuestas concretas son expresión de unos cuantos presupuestos generales. Por ejemplo, se presupone que los científicos han llegado a ser la élite intelectual y que puede confiárseles la elaboración y aprobación de planes beneficiosos para la sociedad. Se presupone también que en la sociedad contemporánea los intereses que vinculan a los hombres entre sí y les llaman a deliberar y a actuar en común no son ya teológicos o militares, sino económicos. El gobierno, cuando no se le entiende como coercitivo y en conexión con aventuras militares, anda en vías de transformarse en una gerencia administrativa dedicada a promover los intereses reales de la sociedad. La sociedad industrial, según Saint-Simon, sería una sociedad pacífica, por lo menos cuando se hubiese desarrollado plenamente y tuviese la forma apropiada de gobierno o administración. Lo que llama él la clase industrial incluye no sólo a los dirigentes de la industria, sino también a los obreros. Y Saint-Simon supone que sus intereses coinciden o armonizan unos con otros. Más todavía, la clase industrial, digamos, en Francia, tiene muchas más cosas en común con la clase paralela a ella en Inglaterra que no con la nobleza francesa. El ascenso de la clase industrial proporciona, pues, la base para la solidaridad humana y para la superación de las enemistades entre las naciones. Cierto que los gobiernos, tal como existen en la actualidad, representan una prolongación del antiguo régimen, un lastre, por así decirlo, derivado de una estructura social obsoleta. Sin embargo, el paso a una forma de administración apropiada a la nueva sociedad industrial y dedicada a sus intereses justificará la confianza en que se logre la paz internacional. Esta meta no puede alcanzarse por medio de alianzas o conferencias entre unos gobiernos que no representan propiamente los intereses de la clase productiva, que es la clase naturalmente pacífica. Se requiere primero un desarrollo más pleno de la sociedad industrial. Karl Marx mostró considerable respeto por Saint-Simon. Pero obviamente no estaba de acuerdo con la suposición de éste según la cual los intereses reales o verdaderos de los dirigentes de la industria coincidían con los de los obreros. Desde el punto de vista de Marx, Saint-Simon, aun comprendiendo la importancia que tiene para el hombre la vida económica, no había llegado a comprender que hay un hiato entre los intereses de la burguesía y los del proletariado ni que se da una conexión entre la sociedad burguesa y la guerra. Resumiendo, Saint-Simon fue un utopista. Puede que tendamos a pensar que también Marx fue a su modo un utopista, y que quien tiene el tejado de vidrio haría bien en no ponerse a tirar piedras a nadie. Pero apenas cabe negar que Saint-Simon era exageradamente optimista respecto a la naturaleza pacífica de la sociedad industrial. Sin embargo, para hacerle justicia, reconozcamos que supo ver que la ignorancia no es la única barrera que obstaculiza el progreso, y que la difusión del conocimiento científico y el gobierno por expertos no bastarían para asegurar la realización del ideal de la fraternité humana. Había que contar con el egoísmo y las mezquindades del hombre. No es que recomendase el retorno al sistema de dogmas cristiano, que, en su opinión, había sido suplantado ventajosamente por el positivo conocimiento científico del mundo. Pero estaba convencido de que el ideal cristiano del amor fraterno, que había sido oscurecido por la estructura del poder eclesial y por la política de intolerancia y persecuciones religiosas, poseía un valor y una importancia permanentes. El sistema católico estaba pasado de moda, y el luteranismo había puesto demasiado énfasis en una interioridad divorciada de la vida política. Lo que ahora se necesitaba era hacer realidad el mensaje del evangelio cristiano en la esfera sociopolítica. Como Saint-Simon expresó su insistencia en la motivación éticoreligiosa en una obra que apareció el año anterior al de su muerte, se ha pensado a veces que tal insistencia representaba un cambio radical de su pensamiento y casi una retractación del positivismo. Pero este juicio es inexacto. Saint-Simon no parece que fuera nunca completamente positivista, si entendemos que tal término implica el rechazo de toda creencia en Dios. Creía, al parecer, en una Deidad inmanente e impersonal, concebida al modo panteísta, y pensaba que esta creencia era perfectamente compatible con su positivismo. Además, siempre consideró al cristianismo con respeto. Cierto que no aceptaba los dogmas cristianos, pero estimaba que el enfoque teológico de la Edad Media no fue lamentable superstición, sino necesidad 42 histórica. Y aunque, en su opinión, el estadio teológico del pensamiento había sido sustituido por el estadio científico, no pensaba que esta transición supusiera el abandono de todos los valores morales cristianos. En realidad, llegó a estar convencido de que la nueva sociedad necesitaba una nueva religión, para superar tanto el egoísmo individual como el nacional y para recrear en una forma nueva la sociedad "orgánica" de la Edad Media. Pero la nueva religión era para él la religión antigua, es decir, en cuanto a lo que él consideraba ser el elemento esencial y permanentemente válido de la antigua religión. Quizá pueda decirse que Saint-Simon preconizó un cristianismo "secularizado". El "nuevo cristianismo" era el cristianismo en cuanto aplicable y apropiado a la edad de la sociedad industrial y de la ciencia positiva. mas, los dos pensadores más importantes que fueron estimulados por su pensamiento son, sin duda, Auguste Comte y Karl Marx. Tanto Marx como Engels admiraron a Saint-Simon. Verdad es que Marx le criticó, como ya hemos dicho, de no haber sabido entender el antagonismo de clases entre los capitalistas y los obreros y de haberse concentrado, así lo opinaba Marx, en glorificar a la sociedad burguesa por su contraste con el feudalismo. Al mismo tiempo pensaba Marx que, en El Nuevo Cristianismo, Saint-Simon había hablado en pro de la emancipación del proletariado. Sabemos, por Engels, que Marx acostumbraba a expresar generalmente su aprecio por Saint-Simon, mientras que tenía a Comte por reaccionario y le consideraba un pensador de poca valía. 4. Proudhon: anarquismo y sindicalismo Saint-Simon no era un pensador sistemático. Avanzaba por numerosas líneas de pensamiento pero tendía a dejarlas cuando sólo estaban desarrolladas en parte, y no hacía ningún esfuerzo prolongado por combinarlas sistemáticamente. Pero sus ideas suscitaron amplio interés, y después de su muerte algunos de sus discípulos fundaron para propagadas el periódico Le producteur. En 1830 una publicación periódica intitulada Le globe se convirtió también en el órgano del sansimonismo. Saint-Amand Bazard (17911832), uno de los pnnClpales discípulos de Saint-Simon, trató de presentar la doctrina de su maestro en forma sistemática, prestando especial atención a sus aspectos religiosos. Sus conferencias sobre Saint-Simon suscitaron bastante interés. Pero poco antes de morir riñó con otro de los padres fundadores, Barthélemy Prosper Enfantin (1796-1864), quien poco faltó para que transformase el sansimonismo en una secta religiosa, y no precisamente austera, pues Enfantin tenía ideas muy amplias respecto al amor entre hombres y mujeres. Bazard había sido un pensador mucho más lógico; Enfantin era un publicista apasionado y tendía a trazar incesantemente nuevos proyectos Y a encargarse de nuevas causas. Sin embargo, pese a toda su actividad, la escuela sansimoniana empezó a declinar después del rompimiento entre él y Bazard. Fourier y Saint-Simon creían, a una con, los tradicionalistas, que tras el derrocamiento del antiguo régimen por la Revolución era necesaria una reorganización de la sociedad. Claro está que los dos grupos tenían ideas diferentes sobre la forma en que debería hacerse tal reorganización. Los tradicionalistas miraban hacia atrás, en el sentido de que insistían en la permanente solidez y en el valor de ciertas creencias e instituciones tradicionales, mientras que Fourier y SaintSimon miraban hacia adelante propugnando la creación de aquellas nuevas formas de organización social que creían ser exigidas por la marcha de la historia. Pero ambos grupos recalcaban la necesidad de una reorganización social. Podría parecer, pues, que Proudhon, como anarquista declarado, diferiría mucho de los tradicionalistas y de los socialistas, ya que el término mismo de anarquía sugiere una ausencia o, más bien, un rechazo de toda organización social. Sin embargo, aunque Proudhon aceptó la calificación de "anarquista" en 1840, no entendía por anarquismo un caos social generalizado, o sea la anarquía en el sentido popular del término, sino más bien la falta de un gobierno autoritario y centralizado. Lo que él deseaba era una organización social sin gobierno. Dicho en terminología marxista, preconizaba la eliminación del Estado. Hasta cierto punto, por consiguiente, había una afinidad entre Proudhon y Saint-Simon, puesto que este último proponía la transformación del "gobierno" en "administración". Y, a la vez, Proudhon iba más allá que Saint-Simon, pues esperaba que la forma de; organización social que consideraba deseable haría innecesaria la administración centralizada. La influencia de Saint-Simon no se limitó al círculo de los que pueden clasificarse como sus discípulos. Fuera de sus Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) nació en Besançon. Tras un breve período de educación escolar, pasó a ser aprendiz en la imprenta 43 diocesana de su ciudad natal y después entró a formar parte de una sociedad de impresores. Pero aunque tuvo que dejar la escuela para ganarse la vida, siguió formándose por su cuenta, y en 1838 ganó una beca que le permitió ir a París. En 1840 publicó su ensayo Qu'est-ce que la proprietè? ¿Que es la propiedad?) en el que hizo su famoso aserto de que la propiedad es un robo. A este ensayo le siguieron otros dos sobre el mismo tema (1841 Y 1842), el segundo de los cuales fue considerado como propaganda incendiaria por las autoridades civiles. En 1843 publicó Proudhon una obra titulada De la criation de l'ordre dans l' humanitéi (Sobre la creación del orden en la humanidad). Mantenía en ella que la mente humana progresa pasando por los estadios sucesivos de la religión y la filosofía al estadio científico. En este tercer estadio se le hace posible al hombre descubrir la serie de leyes que operan en el mundo, tanto en el infrahumano como en el humano. A la ciencia que muestra cómo debe aplicar el hombre el conocimiento de estas leyes en la sociedad la llama Proudhon "dialéctica serial". Al mantener que en el desarrollo social nos rigen unas leyes que pueden descubrirse mediante el estudio, Proudhon está obviamente de acuerdo con SaintSimon y también, en este punto, con Montesquieu. Durante algún tiempo Proudhon se mantuvo trabajando en Lyon, desde donde hacía visitas a París. En Lyon frecuentó a los socialistas, y en París conoció a Marx, a Bakunin y a Herzen. Introducido en las ideas de Hegel, emprendió la tarea de aplicar la dialéctica hegeliana a la esfera de la economía. El resultado de ello fue su Systeme des contradictions economiques ou Philosophie de la misere (Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria, 1846). La contradicción o antítesis entre el sistema de la propiedad destructora de la igualdad, por una parte, y el socialismo (comunismo) destructor de la independencia, por otra, se resuelve en el "mutualismo" (o "la anarquía"), sociedad de productores unidos mediante contratos libres. Marx, que había dado buena acogida al primer ensayo de Proudhon sobre la pobreza, como si representara el "socialismo científico", se apresuró a impugnar esta nueva obra en su escrito Misere de la philosophie (Miseria de la filosofía, 1847). El rompimiento entre los dos hombres no tiene por qué sorprender, pues Proudhon nunca fue comunista, y a los ojos de Marx expresaba los intereses de la pequeña burguesía. Al ser derribada la monarquía, en febrero de 1848, Proudhon solamente prestó a la revolución un apoyo muy matizado. No obstante, se mostró activo de diversos modos, haciendo una campaña en favor del establecimiento de un Banco del Pueblo, pronunciando discursos populares y fundando el periódico anarquista Le représentant du peuple (El representante del pueblo). En junio de 1848 fue elegido miembro de la Asamblea Nacional. Pero un ataque en su periódico contra Luis Napoleón, a la sazón Presidente, fue causa de que le condenaran a prisión por tres años. En 1849 escribió Les confessions d' un révolutionnaire (Confesiones de un revolucionario), y en 1851 publicó su Idée générale de la révolution au XIXe s;ecle (Idea general de la revolución en el siglo XIX), escrito en el que exponía su concepción de la sociedad libre ideal. A finales de 1851 Luis Napoleón se proclamó emperador, y cuando Proudhon salió de la cárcel en 1852, estuvo sometido a control policial. En 1853 publicó su Philosophie du progres (Piloso/la del progreso) en la que negaba la existencia de todo absoluto y de toda permanencia y sostenía una teoría del movimiento o cambio universal lo mismo a gran escala para el universo entero que en dominios particulares como los de la moral, la política y la religión. Pero cuando publicó De la justice dans la révolution et dans l'église (De la justicia en la revolución y en la iglesia, 1858), se vio en un aprieto. No, por cierto, porque rechazase ahora la idea de la resolución de la tesis y la antítesis en una síntesis y la sustituyera por una expresión de su creencia en continuas antinomias que producen un equilibrio dinámico aunque inestable entre las fuerzas o los factores, sino porque se le acusó de atacar a la religión, la moral y la ley. Para escapar de otro encarcelamiento, huyó a Bélgica, donde permaneció hasta que consiguió ser perdonado, en 1860. Estando en Bruselas escribió varias obras, por ejemplo La guerre et la paix (La guerra y la pen). De retorno en París, en 1862, publicó Proudhon su obra Du principe fédératif (Del principio federativo, 1863) y también la Théorie de la propriété (Teoría de la propiedad), que era una revisión de sus pensamientos sobre el tema. Este escrito fue publicado póstumo, como también el titulado De la capacité politique des classes ouvrieres (De la capacidad polltica de las clases obreras, 1865). 44 Proudhon descendía de una familia de campesinos y siempre estuvo del lado del pequeño productor, ya fuese rústico o artesano. Al decir que la propiedad era un robo, no quería sugerir que el labrador que poseyera y trabajara una porción de tierra y viviera del fruto de su trabajo, o el hombre que viviendo de hacer y vender sillas tuviera por suyos los instrumentos de su quehacer fuesen ladrones. Por "propiedad" entendía Proudhon realmente lo que él consideraba como un abuso, lo que él llamó el derecho a la ganga o aubana. Por ejemplo, el terrateniente que sin trabajar él mismo la tierra no por ello dejaba de percibir los beneficios producidos por los labradores era un ladrón. En el lenguaje de Proudhon podía haber un derecho a la "posesión", al uso exclusivo; pero no un derecho de "propiedad", ya que equivaldría a un derecho a explotar a otro. "Posesión" significa derecho a usar un objeto, sea éste tierra, sean utensilios. Y como "propiedad" significa mal uso o abuso de objetos (como significa explotación), no puede haber derecho a ella: implica robo. Es importante comprender que cuando Proudhon denunciaba la propiedad no estaba denunciando simplemente la explotación por terratenientes y capitalistas individuales. Creía él que, para el mantenimiento de la independencia y la dignidad humanas, los campesinos y los artesanos deberían "poseer" la tierra que trabajasen y los utensilios que empleasen, y deberían percibir el fruto de sus trabajos. De ahí que se opusiese a cualquier sistema de propiedad colectiva, que significaría que el Estado ocupaba el puesto del propietario, del terrateniente o capitalista no productivo. Refiriéndose posteriormente a su rechazo de la propiedad, en el ensayo de 1840, insiste en que "la rechacé tanto para el grupo como para el individuo, para la nación y para el ciudadano, y así, no estoy abogando ni por el comunismo ni por la propiedad estatal". Si tenemos esto en cuenta, resulta más fácil entender cómo pudo Proudhon seguir sosteniendo, en su Sistema de las contradicciones económicas, la idea de la propiedad como robo y, al mismo tiempo, ofrecer una nueva definición de ella como libertad. Constantemente hay la posibilidad de abuso, de explotación, que es a lo que él llama robo. Pero, a la vez, la propiedad es una creación espontánea de la sociedad y una defensa contra la siempre amenazante invasión del poder estatal. Proudhon acabó dudando si su distinción previa entre propiedad y posesión sería tan útil como lo había creído en tiempos. Llegó a la conclusión de que "la propiedad es el único poder que puede actuar como un contrapeso del Estado". Es comprensible que Marx, que en su análisis del capitalismo utilizó la idea proudhoniana del robo, combatiera después al escritor francés como a un mantenedor de los intereses de la pequeña burguesía. Sin embargo, aunque Proudhon cambiase su terminología, estuvo siempre del lado del pequeño productor y fue constantemente enemigo de las teorías comunistas. La revolución, producto del conflicto entre fuerzas o factores opuestos, tiene evidentemente aspectos negativos, en el sentido de que niega, destruye o derriba algo. Pero ésta es sólo una de sus caras: si la revolución niega, también ha de afirmar. La Revolución francesa afirmó los ideales de libertad, fraternidad e igualdad, pero en el lado positivo fue incompleta, fue en parte un fracaso: produjo cierta medida de libertad e igualdad política, pero no pudo producir libertad e igualdad en el plano económico. "La sociedad debería haber sido organizada después en términos de trabajo y no en los de política y guerra", pero fue esto segundo lo que ocurrió. La tarea de la Revolución, el establecimiento de "un régimen industrial igualitario", no fue cumplida. Y el teorizar social y económico de Proudhon se propone contribuir a este cumplimiento. Ni que decir tiene que para Marx es Proudhon un utopista. Y ya sabemos por qué lo dice Marx. Pero vale la pena advertir que Proudhon no cree que haya soluciones permanentes para los problemas sociales. La democracia industrial, tal como él la entiende, debe suceder al feudalismo industrial. Pero ningún planeamiento de la organización de la sociedad puede ser absoluta y definitivamente verdadero. Porque en el seno de toda sociedad humana late siempre algún tipo de oposiciones, y la emergencia de éstas implica ulteriores cambios. La propiedad (o la "posesión") debidamente distribuida salvaguarda la independencia y la igualdad. Pero es obvio que ninguna sociedad humana puede existir sin una o varias formas de organización. Tal organización puede ser impuesta desde arriba, por la autoridad del Estado en cuanto representada por el gobierno. Pero lo que Proudhon preconiza es el paso de la organización política a la económica cuando la organización o las formas de asociación económica no sean dadas desde arriba sino producidas por convenios o contratos libremente hechos por los productores. A esto es a lo que llama él "anarquía". Confía en que el gobierno estatal centralizado llegará a eliminarse, y 45 que su puesto lo ocupará un orden social 'resultante de asociaciones libremente formadas por motivos económicos, tales como las demandas de producción, las necesidades del consumo y la seguridad de los productores. "La noción de anarquía en política es tan racional y positiva como cualquier otra. Significa que, una vez hayan relevado las funciones industriales a las políticas, sólo las transacciones comerciales y los negocios producirán el orden social." En uno de sus últimos escritos declara Proudhon que él siempre ha tenido "particular horror a la regimentación". En su sentir, la libertad sólo puede florecer cuando las asociaciones y federaciones se basan en contratos libres, siendo la del contrato "la idea dominante de la política". Como él lo indica, la justicia conmutativa o regulación mediante contrato debe sustituir a los viejos sistemas de justicia distributiva, asociados a la regulación de la ley y al régimen de gobierno centralizado. En la medida en que Proudhon contempla la existencia del automantenimiento de una sociedad industrial coherente y estable en la forma de un sistema elásticamente trabado de asociaciones de productores, con contratos en vez de leyes y compañías industriales en vez de ejércitos, puede calificársele con toda razón de utópico. Porque se figura a todos los ciudadanos cooperando armoniosamente, como si fuesen unos mismos los intereses privados y los colectivos, y comportándose del modo que él considera racional. Recuérdese, empero, que el lema preferido de Proudhon es el progreso, el cambio continuo. No pretende que haya forma alguna de organización social que esté libre de cualesquiera antinomias o tensiones y que pueda considerarse como la meta última, que será alcanzada por completo y que, una vez alcanzada, representará la perfección. Está muy dispuesto a admitir que "lo que llamamos anarquía y otros llaman fraternidad" es, más o menos, un símbolo mítico, un acicate para estimular a los hombres a realizar el ideal revolucionario de la fraternidad, que en opinión de Proudhon sólo puede lograrse mediante la transformación del régimen intermedio subsiguiente a la revolución en una sociedad industrial del tipo de la que él contempla. Desea, sí, una sociedad más justa; pero precisamente porque la autoridad misma cambia y evoluciona, también el ideal de justicia es "siempre cambiante". "Nos es imposible ver más allá de la antítesis que nos está sugiriendo el presente." El utopismo de Proudhon y su idea de las leyes del cambio social están contrarrestados por su convencimiento de que no existen absolutos y no podemos hacer juicios infalibles sobre el futuro. Piénsese lo que se quiera sobre la viabilidad del tipo de sociedad industrial contemplada por Proudhon, lo cierto es que algunas de sus concepciones son bastante atinadas. Por ejemplo, sus propuestas acerca de la educación de los obreros, para superar la profunda división entre las clases cultas y las incultas y facilitar el uso provechoso del ocio, así como las relativas a que a los aprendices se les enseñen diversos oficios para aminorar la monotonía de la servil repetición de una tarea determinada. Y, a decir verdad, no eran menos certeras sus ideas sobre un sistema crediticio y un Banco del Pueblo. En cuanto a influencia, durante sus últimos años en París tuvo muchos seguidores entre los obreros; y en 1871 gran parte de la Comuna de París constaba de proudhonianos. A continuación pasó al primer plano el comunismo marxista; pero las ideas de Proudhon, por lo menos algunas de ellas, siguieron ejerciendo influencia en las mentes de muchos socialistas y sindicalistas franceses. Además, puede decirse que Proudhon ha influido en el movimiento anarquista a través de Michael Bakunin (18141876). 5. Marx y los socialistas franceses. Es obvio que, si tomáramos en sí mismos los planes de Proudhon para un Banco del Pueblo y las propuestas de Fourier para el establecimiento de falanges, no se justificaría nuestra presentación de estos dos pensadores como filósofos. Pero los dos tuvieron también sus teorías generales acerca de la historia y del progreso histórico; aunque en esto las ideas de Proudhon eran más vagas que las de Fourier. Quizá puedan considerarse las proposiciones concretas de Fourier sin hacer referencia a su teoría de los estadios por los que ha de ir pasando la autoridad. Pero la teoría está ahí, y, si interpretamos la palabra "filosofía" en un sentido amplio, puede decirse que Fourier ha esbozado una antropología filosófica y una filosofía de la historia. En cuanto a Proudhon, su negarse a admitir absolutos equivale, presumiblemente, a una teoría filosófica. Sin duda, uno y otro se salen de los patrones de precisión y argumentación estrictos que cabría esperar que aspiraran los filósofos. Pero la cuestión es que clasificarles simplemente como sociólogos, o como científicos de la política o como economistas, sería un tanto inadecuado. Dicho en otros términos, no parece del todo gratuito el hacer mención de ellos en una historia de la filosofía, por lo 46 menos si estamos dispuestos a contar entre las partes de la filosofía la teoría de la política y la teoría de la sociedad. Hay que admitir, empero, que la teoría sansimoniana del cambio histórico y social es más notable que la de Fourier, para no hablar de la de Proudhon. Además, según lo han notado los críticos del socialismo francés de los comienzos, su manera de concebir el modo en que debe cambiar la sociedad está en conexión con su idea de que el movimiento de la historia lo rige una ley. En otras palabras, de los tres escritores es Saint-Simon el que da una visión más coherente y en general más desarrollada del modelo de cambio histórico y social. No tenemos que esforzamos para pensar en él como en un predecesor de Auguste Comte y de Karl Marx. Nos hemos referido ya más de una vez a que Marx y Engels califican a los primeros socialistas franceses de utópicos. El término "utópico" -o "utopista"- sugiere naturalmente la idea de un reformador irreal o nada práctico, alguien que propone para solucionar los problemas sociales y políticos algún estado de cosas ideal que parece impracticable y tal vez fantástico. En este sentido, el término puede muy bien aplicárseles a Fourier y a Proudhon, pero es obvio que podría aplicársele también al mismo Marx, aun cuando éste fuera mucho menos dado que Fourier a describir en detalle la futura utopía. Sin embargo, aunque esta significación formase parte de la que daban al término Marx y Engels, no fue en tal elemento en el que ellos pusieron mayor énfasis. Al calificar de utópicos a los socialistas franceses, en lo que pensaban ante todo Marx y Engels era en la incomprensión por aquellos de la naturaleza del antagonismo entre las clases y de lo irreconciliable de sus intereses. Aunque los primeros socialistas creían, sin duda, que los ideales que habían hallado expresión en la Revolución francesa sólo parcial y muy imperfectamente se habían hecho realidad y era necesaria una transformación ulterior de la sociedad, tendían también a pensar que esta transformación podría llevarse a cabo de un modo pacífico, a medida que los hombres fueran comprendiendo los problemas y necesidades de la sociedad y las maneras más apropiadas de resolver esos problemas y satisfacer esas necesidades. En cambio, Marx y Engels estaban convencidos de que la deseada transformación de la sociedad sólo podría conseguirse mediante la revolución, es decir, mediante una guerra entre las clases en la que el proletariado, conducido por los intelectuales, se alzara con el poder. En su opinión, no pasaba de ser una expresión de "utopismo" el que alguien pensara que los intereses de la clase o las clases dirigentes y los de las explotadas podrían reconciliarse de un modo pacífico con sólo que se difundieran los conocimientos y la comprensión, Porque a la clase dominante lo que le interesaba era precisamente conservar en vigor el actual estado de cosas, mientras que a la clase explotada le interesaba, por el contrario, que el actual estado de cosas cambiase radicalmente. Pedir una transformación de la sociedad sin ver que sólo podría lograrse mediante una revolución proletaria era irreal y utópico. Para que la revolución proletaria propugnada por Marx y Engels tuviese lugar era un prerrequisito necesario que hubiera hombres que, comprendiendo el movimiento de la historia, pudiesen transformar a la clase explotada en un todo unido consciente de sí, en una clase no sólo "en sí” sino también "para sí”. Tenían, pues, bastante respeto a SaintSimon, no sólo porque éste concibió la historia como un movimiento regido por una ley (también Fourier la había concebido así sino además porque, en su caso, había una conexión mucho mayor que en el de Fourier entre su teoría de la historia y su idea de la deseable transformación de la sociedad. Más aún, Saint-Simon, con su noción de la fisiología social, podía decirse que había expuesto una interpretación "materialista" del hombre. Al mismo tiempo, si tenemos en cuenta el papel que atribuye Saint-Simon a los dirigentes de la industria en la transformación de la sociedad, está claro que sería también culpable de utopismo a los ojos de Marx y Engels. Pues aunque los dirigentes de la industria pudiesen aceptar cambios dentro de la trama social existente, no les interesaría contribuir a la radical transformación que se requería. Dada la gran importancia histórica del marxismo, es bastante natural enjuiciar a los primeros socialistas franceses en términos de sus relaciones con Marx y Engels. Pero aunque este enfoque sea fácilmente comprensible, no deja de ser un tanto unilateral si se insiste en considerarlos simplemente como predecesores de Marx. En cualquier caso, ellos hicieron ver con bastante claridad que, aunque la revolución había destruido el antiguo régimen, no había traído la paz y la armonía entre los individuos, los grupos y las naciones. Así lo comprendieron también, desde luego, los tradicionalistas. Pero mientras que éstos adoptaron una actitud negativa hacia la Ilustración y la Revolución, los socialistas trataron de ampliar y de aplicar más satisfactoriamente los ideales que inspiraron aquellos movimientos. Evidentemente, si 47 suponemos con Saint-Simon que el curso de la historia está regido por leyes, en un sentido al menos que haga el progreso histórico inevitable y los cambios sociales en principio predecibles, aunque de hecho sólo muy difusas o vagas predicciones se puedan hacer, se plantea entonces el problema de cómo armonizar esta visión de la historia con la importancia que sería de esperar se diera en los escritos de todo reformador social al papel de la iniciativa y la acción humanas. Pero éste es un problema que se plantea también en el caso de Marx y Engels. Si consideramos sólo las ideas de los socialistas franceses acerca de los cambios deseables, salta a la vista que no les agradaba la idea de un Estado burocrático centralizado. Verdad es que Saint-Simon comprendió la necesidad de la planificación económica; pero preconizaba la transformación del "gobierno" en una "administración" por gerentes, y en este sentido, puede decirse que se anticipó a la doctrina de la eliminación del Estado. En cuanto a Fourier y Proudhon, está claro que ambos veían con desagrado y desconfianza el creciente poder del Estado, la autoridad política centralizada. De hecho, es innegable que el control ejercido por la burocracia estatal ha aumentado mucho en la sociedad moderna. Pero resulta irónico que haya de ser éste uno de los rasgos más visibles del comunismo soviético. A pesar de las ideas más bien fantásticas de Fourier y Proudhon, hallamos en los socialistas franceses un respeto al individuo y una notoria desaprobación de la violencia. Desde luego que Marx pensó que eran exageradamente optimistas por su convicción de que podrían producirse cambios radicales sin violencias revolucionarias. Pero éste es un optimismo con el que mucha gente simpatizaría, sin importarles las propuestas concretas que hicieran aquellos escritores franceses. 48 MARX-ENGELS HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VII Frederick Copleston 1. Notas introductorias El historiador de la filosofía se encuentra en una situación bastante difícil ante el pensamiento de Marx y Engels. Por una parte la importancia e influencia de su filosofía en el mundo contemporáneo es tan patente que la práctica tan frecuente de dedicarle una corta mención en relación con el desarrollo de la izquierda hegeliana, es injustificable. Ciertamente resulta más adecuada la presentación de dicho pensamiento como una de las grandes visiones actuales de la vida y de la historia humana. Por otra parte, sin embargo, se cometería un grave error dejándose hipnotizar por la indudable importancia del comunismo hasta el punto de llegar a separar su base ideológica de su inserción histórica en el pensamiento del siglo XIX. El marxismo es, en efecto, una filosofía viviente en cuanto que inspiró, dio ímpetu y coherencia a una fuerza que, para bien o para mal, ejerce gran influencia sobre el mundo contemporáneo. Es aceptada, con mayor o menor convicción, por gran parte de la población mundial contemporánea. Conviene destacar el hecho de que su continuidad como sistema más o menos unificado se debe a su asociación con un factor extrafilosófico, a un poderoso movimiento sociopolítico cuya importancia en el mundo actual no puede negar nadie. Ciertamente esta conexión no es accidental, es decir, el comunismo no adoptó un sistema de ideas ajenas al proceso de su nacimiento y desarrollo. Pero al convertir el marxismo en doctrina de fe, el partido comunista ha impedido que el marxismo siguiera el destino de otras filosofías decimonónicas. Por todo ello queda justificado el historiador de la filosofía del siglo XIX que considere el pensamiento de Marx y Engels fundamentalmente englobado en el marco histórico, prescindiendo de la importancia actual del mismo en función de la creencia básica de un partido, cualquiera que sea el poder y la extensión alcanzados por este partido. El autor de la presente obra ha decidido, por las razones expuestas, concentrar su atención en algunos aspectos del pensamiento de Marx y Engels, limitándose breves referencias al resto de su filosofía, al desarrollo de la misma y a su impacto en el mundo contemporáneo a través del partido comunista. Es cierro que la Alemania del siglo XIX gozaba de una superproducción de doctrinas filosóficas, de manera que no es del todo injusto eludir la exposición de una u otra. Sin embargo, dado que la importancia del comunismo puede inducir al lector a creer imprescindible un estudio amplio del mismo, quizás incluso a pensar que este volumen debiera culminar en el pensamiento de Marx y Engels, se impone observar que una exposición del marxismo en cuanto cumbre y punto de confluencia de todo pensamiento alemán del siglo XIX significa falsear la visión histórica del siglo, bajo la determinante influencia de la situación política en que se halla el mundo contemporáneo. 2. Vida y escritos de Marx y Engels, el desarrollo de su pensamiento Karl Marx ( 1818-1883) era de origen judío. Su padre, judío liberal, se convirtió al protestantismo en 1816 y Marx fue bautizado en 1824. Las convicciones religiosas de su padre no eran en modo alguno profundas; Karl recibió una educación impregnada de racionalismo kantiano y de liberalismo político. Cursó los estudios de bachillerato en una escuela de Tréveris y, seguidamente, estudios en la Universidad de Bonn y luego en la de Berlín. En Berlín se asoció a los jóvenes hegelianos, miembros del llamado Club de Doctores (Doktorsclub), entablando gran amistad con Bruno Bauer. Pronto dejaron de satisfacerle las ideas y la actitud puramente teórica de los hegelianos de izquierda, y su insatisfacción se acentuó más aún cuando, en 1842, empezó a colaborar en la publicación de la recientemente fundada revista Rheinische Zeitung. de la que se hizo redactor jefe en Colonia. Este trabajo le puso en contacto directo con problemas concretos de tipo político, social y económico, de manera que llegó a la convicción de la necesidad de una teoría que arranque de la actividad práctica, de la acción, como única teoría efectiva, Esta convicción parece ser, a primera vista, completamente evidente, incluso tautológica. Pero, ocurre que Marx se estaba apartando de la idea de Hegel acerca de la comprensión del mundo como tarea del filósofo y de la posibilidad de confiar plenamente en la labor evolutiva que realiza la idea. o bien la razón en lo que respecta a dicha comprensión del mundo. Para cambiar la ideología tradicional y las instituciones actualmente existentes, no 49 basta someterlas a crítica, a no ser que ésta arranque de un principio político y social implicando la consecuente acción. Es evidente que si religión significa alienación, también lo significa, aunque de otra forma, la filosofía alemana. Ésta disocia al hombre de la realidad reduciéndolo a un mero espectador del proceso en que él mismo tiene el papel más importante. El análisis de la situación actual llevó a Marx a adoptar una actitud crítica ante la teoría hegeliana del Estado. Aparentemente fue en esta época, es decir, entre 1841 y 1843, en que escribió un estudio crítico sobre Hegel y su concepto del Estado, Kritik des Hegelschen Staatsrechts. Hegel piensa que todo espíritu objetivo alcanza su máxima expresión en el Estado y que la familia y la sociedad civil son meros momentos o fases por las que pasa el desarrollo dialéctico de la idea del Estado. Asimismo, piensa que el estado, en cuanto expresión plena de la idea en forma de espíritu objetivo, es el "sujeto", mientras la familia y la sociedad civil no son más que "predicados", Esta es, sin embargo, una concepción errónea y falseada. La familia y la sociedad civil constituyen el "sujeto", y no el Estado como opina Hegel; son las realidades básicas en la sociedad humana. El Estado hegeliano es una institución abstracta, universal, un establecimiento burocrático y gubernamental al margen de la vida humana e incluso contrario a ésta. Conviene destacar la contradicción que de hecho existe entre los intereses privados y los de orden público. En referencia a la idea de Feuerbach sobre la religión en cuanto expresión de la autoalienación del hombre. Marx alega el hecho de que en el Estado hegeliano el hombre enajena inevitablemente su verdadera naturaleza. Opina que la verdadera vida del hombre se concibe en cuanto que existe dentro del Estado, a diferencia de la realidad, donde el Estado impera sobre los seres humanos y se opone a los intereses de los mismos. Precisamente esta contradicción entre intereses privados y públicas ha de persistir hasta que el hombre llegue a ser un hombre socializado y el Estado político, tan exaltado por Hegel, abra el camino a la auténtica democracia en la que el organismo social haya dejado de ser una entidad ajena y externa al hombre y, por lo tanto también, a los intereses reales de éste. Marx ataca con igual insistencia la idea de Hegel sobre la propiedad privada como base indispensable a toda sociedad civil. Aún no ha llegado a explicitar la teoría del comunismo, pues se limita a presentar la urgencia de imponer la abolición de las monarquías y la necesidad de desarrollar una democracia social. En esta crítica a que Somete Marx el Estado político de Hegel y su noción de la democracia verdadera, se halla implícita la idea de una sociedad económica libre de clases. Conviene observar asimismo, que de igual modo se halla implícito en su crítica el interés por el hombre como tal y el internacionalismo de éste. A principios de 1843, las autoridades políticas impusieron el cierre de la Rheinische Zeitung, de manera que Marx se trasladó a París para colaborar con Ruge en la edición de los Deutsch-franzosische Jahrbücher. En el primer y único número de dicha revista publicó dos artículos, uno, sobre la crítica de la Filosofía del derecho de Hegel; otro, formado por una serie de ensayos de Bruno Bauer sobre el judaísmo. En el primero de éstos, Marx se refiere a Feuerbach, concretamente al análisis de la religión considerada como autoalienación del hombre; Marx se plantea aquí el problema de la posible causa de este fenómeno. ¿Por qué crea el hombre el mundo ilusorio de lo sobrenatural y proyecta luego en éste, su propio y verdadero ser? La respuesta es que la religión refleja y expresa la distorsión de la sociedad humana. La vida política, social y económica del hombre es incapaz de realizar su propio ser, y por ello se ve obligado a crear un mundo ilusorio, el sobrenatural, el mundo de la religión en el que busca su felicidad de manera que la religión se convierte en el opio que se administra el hombre mismo. La religión, en tanto que impide al hombre buscar su felicidad en el único lugar donde puede encontrarla, debe ser atacada y censurada como nociva. Pero la crítica de la religión es de poco valor si no va acompañada de la crítica política y social, ya que, de hecho, ataca los efectos pero no la causa. Por otra parte, la crítica por sí sola es: en todo caso, inadecuada. Es imposible cambiar la estructura de la sociedad filosofando en torno a ella. El pensamiento ha de basarse en la acción, es decir, en la revolución social. De hecho, la crítica da lugar a una serie de problemas que únicamente de esta forma se pueden resolver. Según Marx, es decir, en su lenguaje, es imprescindible superar la filosofía, y esta superación es, a la vez, la realización dé la filosofía (Verwirlclichung der Philosophte). Para ello es necesario abandonar el plano de la teoría y penetrar en la esfera de las cosas. A partir de este momento deja de ser una filosofía para transformarse en revolución social que ha de ser tarea de 50 la clase oprimida, concretamente del proletariado. El proletariado logrará emanciparse a sí mismo, y con ello a la sociedad entera una vez abolida consciente y explícitamente la propiedad privada, ya que el egoísmo y la injusticia social están ligados con la institución de la propiedad privada. En ciertos aspectos, a veces muy evidentes, se trasluce la influencia de Hegel en el pensamiento de Marx, como en la idea de la alienación y la superación de ésta, pensamiento de claro origen hegeliano. Sin embargo, es igualmente evidente el hecho de que Marx refuta la noción de la historia en cuanto manifestación o autoexpresión del absoluto definido como espíritu. Su concepto de la teoría en cuanto que se realiza a sí mismo por medio de la práctica o de la acción pone de relieve el gran parecido con el concepto hegeliano de la idea que se despliega en lo concreto. Pero, tanto para Marx como para Feuerbach, la realidad fundamental no es la idea, sino la naturaleza. En sus escritos políticos de 1844, Marx insiste en la diferencia fundamental entre la posición de Hegel y la que él mismo ha adoptado. Conviene destacar, sin embargo, la profunda admiración de Marx por Hegel. Le alaba por el hecho de haber reconocido, el carácter dialéctico de todo proceso, y por haber elaborado la doctrina acerca del desarrollo y la realización del hombre que éste mismo lleva a cabo por medio de su propia actividad, por medio de la alienación en que se halla sumergido y que luego llega a superar. Pero al mismo tiempo, Marx critica severamente la concepción hegeliana de la actividad humana en cuanto fundamentalmente espiritual, actividad espiritual del pensamiento. Es cierto que Hegel concebía al hombre como un ser que se expresa exteriormente, es decir, en la esfera de la objetividad, para volver después sobre sí mismo a un nivel superior. Su idealismo implica la tendencia a deshacerse de toda objetividad interpretándola sencillamente en cuanto a la relación de la misma con la conciencia. Por ello resulta que el proceso de la alienación del hombre y la consiguiente superación de este estado, no era para Hegel más que un simple proceso que se daba en el pensamiento y para éste, y de ninguna manera en la realidad objetiva. Queda, pues, abierta a discusión la justa o injusta, crítica de Marx a Hegel. Pero, en todo caso, al primado de la idea, Marx opone el primado de la realidad sensible, y sostiene que la forma fundamental en que se manifiesta el trabajo del hombre no es el pensamiento, sino el trabajo manual, en el cual el hombre se aliena a sí mismo en el producto objetivo de su trabajo, producto que, en la sociedad tal y como está constituida actualmente, no pertenece al trabajador. Es imposible superar esta alienación por medio de un proceso intelectual, es decir, un proceso realizado por el pensamiento que considera la idea de la propiedad privada como una etapa del movimiento dialéctico hacia una idea superior. La única posibilidad de superado la ofrece la revolución social, cuya tarea fundamental consiste en abolir la propiedad privada, efectuando así la transición al comunismo. El movimiento dialéctico por pertenecer a la esfera del pensamiento sobre la realidad; es el movimiento de la realidad misma, el proceso histórico. La negación de la negación (abolición de la propiedad privada) lleva consigo el nacimiento de una nueva situación histórica positiva, en la cual el hombre supera su alienación no sólo en el ámbito del pensamiento sino también, de hecho, en la realidad. Esta insistencia en la unidad de pensamiento y acción y en la superación de la alienación del hombre por medio, de la revolución social y la transición al comunismo, insistencia que aparece en los artículos de 1843 y en los manuscritos de 1844, puede ser considerada, al menos parcialmente, resultado de la fusión ideológica del hegelianismo izquierdista y el movimiento socialista que Marx contactó por primera vez en París. Decepcionado por la actitud predominantemente crítica y teórica de los jóvenes hegelianos, consideró mucho más satisfactoria la actitud dinámica de sus amistades de París. En dicha ciudad, Marx se dedicó al estudio de los economistas clásicos ingleses, Adam Smith y Ricardo, y entabló gran amistad con socialistas alemanes exilados y con los socialistas franceses Proudhon y Louis Blanc, además de mantener una relación amistosa con el ruso Bakunin. Si bien ya anteriormente había demostrado una tendencia a la acción, el contacto personal con el movimiento socialista le confirmó la necesidad de actuar. Sin embargo, este contacto con los socialistas en París le llevó a la conclusión de que éstos, a pesar de estar más en relación con la realidad que los filósofos alemanes no apreciaban debidamente la situación y las exigencias de la misma. Necesitaban de un instrumento intelectual que dotase de suficiente unidad lógica todo el 51 conjunto de su visión, propósito y método. Marx hablaba de la necesidad de superar la filosofía, pero a pesar de que él mismo no consideraba como sistema filosófico su propia teoría acerca de la historia, es evidente que llegó a ser una filosofía, consecuencia de su transformación del idealismo hegeliano. Ahora bien, el contacto personal de mayor importancia para Marx e el que mantuvo con Engels, quien llegó a París en 1844 procedente de Inglaterra. Este no fue, sin embargo, el primer encuentro, pues Marx y Engels se conocieron en años anteriores, aunque su amistad y colaboración datan de 1844. Friedrich Engels (1820-1895), hijo de un próspero industrial, se encargó, desde muy joven; del negocio de su padre. En 1841, año en que cumplió el servicio militar en Berlín, se asoció al círculo de Bruno Bauer y adoptó la ideología hegeliana. La lectura de las obras de Feuerbach le llevó a apartarse del idealismo para seguir el camino que ofrecía el materialismo. En 1842, Engels se trasladó a Manchester por razones comerciales de la empresa de su padre, y allí comenzó a interesarse por las ideas de los primeros socialistas ingleses. En Manchester escribió un estudio sobre las clases obreras en Inglaterra, Die Lage der arbeitenden Klassen in England (La situación de la clase obrera en Inglaterra), publicado en Alemania en 1845. Asimismo escribía artículos y colaboraba en la redacción de los Deutsch-franzosische Jahrbücher, publicando en dicha revista su Umrisse einer Krititk der Nationalöconomie (Estudio critico sobre Ia economía polltica). Resultado inmediato del encuentro de Marx y Engels en París, fue la colaboración literaria que produjo la Die heilige Familie (La Sagrada Familia) en 1845, obra dirigida contra el idealismo de Bruno Bauer y asociados, que parecía afirmar que la "crítica" era un ser trascendente que había encontrado su encarnación en la "Sagrada Familia", es decir, en la familia que constituía el círculo de Bauer, Oponiéndose a la importancia que el idealismo concedía al pensamiento y a la conciencia, Marx y Engels sostienen que las formas de Estado, ley, religión y moral, están determinadas por las etapas de la lucha de clases. A principios de 1845, Marx, expulsado de Francia, se trasladó a Bruselas donde escribió once tesis contra Feuerbach que finalizan con la famosa sentencia: los filósofos sólo se han dedicado, hasta hoy, a intentar llegar a una comprensión del mundo desde puntos de vista diferentes, sin embargo, lo necesario es cambiar el mundo. Cuando Engels se encontró con Marx en Bruselas, escribieron en colaboración la Die deutsche Ideologie (Ideología alemana), obra que se publicó por primera vez en 1932. La obra es un estudio crítico sobre la filosofía contemporánea alemana, concretamente la representada por Feuerbach, Bauer, Stirner y los socialistas alemanes. El mayor interés de esta crítica lo constituye un bosquejo de la concepción materialista de la historia. La realidad fundamental de la historia es el hombre social y su actividad en la naturaleza. Esta actividad, material o sensible, que realiza el hombre social en la naturaleza, es su propia vida, es la vida quien determina la conciencia y no, como suponen los idealistas, la conciencia quien determina la vida del hombre. Dicho de otra forma, la historia está fundamentalmente constituida por el proceso de producción material o económica. Asimismo está determinada por las diversas y sucesivas formas de producción, la formación de clases sociales, la lucha entre dichas clases e indirectamente también, por las formas de vida política, las diversas legislaciones y éticas. De hecho, el proceso histórico avanza dialécticamente, hacia la revolución del proletariado que originará el comunismo efectivo y, de ningún modo, el autoconocimiento del espíritu absoluto o de otras ilusiones filosóficas de la misma índole. En 1847 publica Marx, en francés, la Misere de la philosophie (Miseria de la filosofía), réplica a la Philosophie de la misere (Filosofía de la miseria) de Proudhon. Marx ataca en esta obra la noción de las categorías establecidas, verdades eternas y leyes naturales, característica, según él, de la economía burguesa. Sirva de ejemplo el hecho de que Proudhon, después de haber aceptado la descripción de la propiedad como equivalente al hurto, pretende elaborar un sistema socialista que despoje a la propiedad de esta característica. Ello demuestra que para Proudhon la institución de la propiedad privada equivale a un valor eterno o natural por ser un imperativo categórico establecido por la economía. No existen tales valores ni categorías; no existe filosofía alguna desarrollada a priori, que sea aplicable a la historia y a la sociedad, es decir, que sirva para comprenderlas. De hecho sólo puede existir un conocimiento crítico fundamentado por el análisis de las situaciones históricas concretas. La dialéctica no es, según Marx, una ley del pensamiento que se expresa en la realidad, sino que es inmanente en el proceso actual de la realidad, y que se 52 refleja en el pensamiento en cuanto el intelecto analiza correctamente situaciones concretas. Pero Marx, fiel a la idea de unidad de pensamiento y acción, no se dio por satisfecho sometiendo a crítica las deficiencias de los ideólogos alemanes, concretamente Bauer y Feuerbach, y las de los socialistas franceses, Proudhon y demás. Se asoció a la Liga Comunista que en 1847 le encomendó redactar en colaboración con Engels los principios y objetivos del partido comunista. Éste fue el célebre Manifiesto Comunista, publicado en Londres en 1848, poco antes de comenzar las actividades revolucionarias y las insurrecciones en toda Europa. Con el comienzo de la fase activa de la revolución en Alemania, Marx y Engels se vieron en la obligación de regresar a su patria. Tras el fracaso de la revolución, Marx, juzgado y absuelto, se trasladó de nuevo a París de donde habría de ser expulsado por segunda vez en 1849. A partir de esta fecha su vida transcurrió en Londres con la ayuda económica de su amigo Engels. En 1859 publicó en Berlín su Zur kritik der politischen öconomie (Contribución a la crítica de la economía política) cuya importancia estriba en el desarrollo de su teoría materialista, anteriormente expuesta en el Manifiesto. Otra expresión más del esfuerzo de Marx por unificar la teoría con la acción, fue la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores, generalmente conocida por "Primera Internacional", organizada en Londres en 1864, Las dificultades que ésta ofrece a partir de su fundación son muy significativas. Marx y sus amigos creían necesaria la centralización de la autoridad en manos del comité para el victorioso triunfo de las reivindicaciones del proletariado. Los demás, sin embargo, es decir, los anarquistas Bakunin y seguidores, se negaban categóricamente a aceptar la dictadura del comité central. Además de las divergencias ideológicas con estos, Marx no tardó en oponerse a las ideas de los grupos socialistas alemanes y franceses. Después del Congreso de La Haya en 1872, Marx consiguió que el Consejo General de la Primera Internacional se trasladase a Nueva York. Pero esta Asociación había cumplido ya su misión histórica y cedió el campo a otros movimientos. El primer volumen de la famosa obra de Marx, Das Kapital (El Capital), apareció en Hamburgo en 1867. El autor no vio la publicación de los siguientes volúmenes, pues murió en marzo de 1883, y el segundo y tercer volumen fueron publicados psótumamente por Engels, en 1885 y 1894, respectivamente. Otros manuscritos de Marx fueron publicados por K. Kautsky entre 1905 Y 1910 en lugares distintos. Marx sostiene en El Capital que el sistema capitalista o burgués implica inevitablemente el antagonismo de clases, puesto que el valor de una comunidad es la cristalización de su trabajo, Dicho de otra forma, el valor de una comunidad representa su trabajo acumulado. Sin embargo, el capitalista se apropia de gran parte de este valor, a expensas del obrero a quien paga un sueldo muy inferior al valor del producto. La única manera de superar este tipo de explotación es la abolición del capitalismo. Evidentemente, Marx se refiere a los abusos que actualmente se dan en el ámbito de la economía, concretamente al hecho de mantener el nivel de los sueldos en el grado más bajo posible. Sin embargo, no debe entenderse la explotación exclusivamente en este sentido, pues una vez aceptada la llamada teoría del valor del trabajo, se impone, como consecuencia inmediata, el hecho de que el sistema capitalista implica la explotación, es decir, el fraude, del trabajador. En este caso, tampoco una subida de salarios resolvería el problema. En 1878 publica Engels su famosa obra, el Anti-Dühring, compilación de varios artículos sobre el entonces importante socialista alemán Eugen Dühring. Marx escribió uno de los capítulos de esta obra. Engels escribió, además, la Dialektik der Natur (Dialéctica de la naturaleza), obra que no pudo acabar por estar demasiado ocupado con la publicación del segundo y tercer volumen de El Capital de Marx, y con los intentos de restablecer la Internacional. Dicha obra no se publicó hasta 1925, en Moscú. Engels carecía del sentido filosófico de su amigo, sin embargo, el horizonte de sus intereses era amplio y de hecho fue él quien aplicó el materialismo dialéctico a la filosofía de la naturaleza. La reputación de Engels en cuanto filósofo no es muy importante entre quienes se niegan a aceptar sus escritos como parte del credo. Conviene mencionar la obra de Engels Der Ursprung der Familie, des Privateigentums und des Staates (El Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, 1884), en la que intenta derivar el origen de la división de clases y del Estado, de la institución de la propiedad privada. En 1888 publica una recopilación de artículos sobre Ludwig Feuerbacb und der Ausgang der klassischen deutscben 53 Pbilosophie (Ludwig Feuerbacb y el fin de la filosofía clásica alemana). Fallece en agosto de 1895, tras largos años de sufrimientos causados por un cáncer. 3. El materialismo Es discutible que Hegel considere el concepto o idea lógica como realidad subsistente que se exterioriza o autoaliena en la naturaleza. Sin embargo, tanto Marx como Engels aluden al concepto hegeliano en el sentido de que el logos es realidad primaria que se expresa en su opuesto, concretamente en la naturaleza inconsciente, para volver después sobre su propio ser en cuanto espíritu y actualizar su propia esencia o definición. Obsérvese que Marx expone en el prefacio a la segunda edición alemana de El Capital que, "según Hegel, el proceso del pensamiento (trasformado por Hegel incluso en sujeto independiente que llama 'idea') es el demiurgo de lo real, a diferencia del ser real que no es más que su apariencia externa". Asimismo, Engels afirma en su obra sobre Feuerbach, que "la dialéctica es, para Hegel, el proceso de autodesarrollo del concepto. El concepto absoluto no se actualiza exclusivamente para la eternidad, sino que, no se sabe en dónde se halla presente. Este desconocimiento se debe a que dicho concepto es, además, el alma viviente y real del mundo entero. Se aliena a sí mismo en el sentido de que se transforma en naturaleza y, en tal estado y careciendo por completo de la conciencia de sí, además de presentarse como necesidad natural, pasa por un nuevo proceso de desarrollo hasta volver formalmente al estado de autoconciencia en el hombre". Marx y Engels, sin embargo, rechazan el idealismo metafísico hegeliano en lo referente al concepto, y aceptan la tesis feuerbachiana sobre la naturaleza como realidad primaria. Engels menciona reiteradas veces el hecho de que la Esencia del cristianismo de Feuerbach ha restituido su trono al materialismo y, con ello, el efecto liberador que la obra causa a todo lector. "La Naturaleza existe independientemente de toda filosofía; es la base de la existencia y evolución de todo ser humano que es, de hecho, producto de la naturaleza misma. Nada existe aparte de la naturaleza y los seres humanos y los seres superiores creados por la fantasía religiosa no son más que reflejo fantástico de nuestra propia esencia. Con esta afirmación, expuesta por Engels, surgieron numerosos seguidores de Feuerbach. En La Sagrada Familia se puede observar el entusiasmo de Marx por esta nueva concepción; igualmente advertimos cuánto se dejó influir por la misma, a pesar de todas las reservas críticas sobre el particular." En este mismo pasaje Engels habla de la reentronización del materialismo. Es obvio que ambos, Marx y Engels, eran materialistas. Pero esto no significa que negaran la realidad de la mente ni que identificaran el proceso del pensamiento, en términos generales, con procesos materiales. El materialismo significaba para ellos negar la existencia de una mente o idea previa a la naturaleza, y que se expresaba en ella. Es cierto que tal apreciación no equivale a negar que los seres humanos tengan cada uno una mente. Engels alude en la Dialéctica de la naturaleza a la ley de transformación de la cantidad en calidad y viceversa, en tanto que ley de los cambios en la naturaleza. Este tipo de transformación ocurre cuando a una serie de cambios cuantitativos sucede un abrupto cambio cualitativo, y en efecto, al llegar a cierto modelo de alguna organización compleja surge la mente como nuevo factor cualitativo. Ahora bien, Marx y Engels no han esclarecido suficientemente el problema que plantea la facultad de pensar. Marx escribe en el prefacio a la Crítica de economía política que "no es la conciencia de los seres humanos quien determina su ser, sino, por el contrario, el ser social de los hombres el que determina su conciencia". Engels observa que concebimos los conceptos en nuestra mente desde el punto de vista material como copias de cosas reales, en lugar de concebir las cosas reales como copias de uno u otro estadio del concepto absoluto". Estos pasajes se refieren al pensamiento humano en cuanto mera copia o reflejo de condiciones materiales económicas o de los procesos de la naturaleza. Dicho de otra forma, tienden a sugerir el carácter pasivo de la mente humana. Anteriormente se destacó ya la famosa afirmación que hace Marx en su última tesis sobre Feuerbach, de que "los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo, y la misión del hombre es cambiarlo". Por ello, no es sorprendente que Marx compare, en el primer volumen de El Capital, al trabajador humano con la araña y la abeja, observando que incluso al peor trabajador se le puede distinguir de la abeja, por el hecho de que aquél concibe el producto de su trabajo antes de realizado, pero no así la abeja. 54 El trabajador humano posee la voluntad de dirigir su trabajo por un objetivo. Ahora bien, si Marx y Engels desean sostener la necesidad de la actividad revolucionaria (y de hecho la sostienen) para analizar correctamente la situación y actuar coherentemente, resulta evidente que no pueden defender, a la vez, el concepto de la mente como mera pantalla en la que se reflejan pasivamente los procesos naturales y condiciones económicas. Pues, cuando substituyen el idealismo de Hegel por el materialismo, tienden a exagerar la importancia de la idea, copian en los conceptos humanos y procesos del pensamiento. Al hablar de la necesidad de una revolución social y de su consiguiente preparación, no encuentran otro camino que el de atribuir a la mente humana y a la voluntad del hombre un papel activo. A pesar de ciertas imperfecciones que presenta su materialismo, éste es fundamentalmente una afirmación de la prioridad de la materia; no se trata de la negación de la realidad de la mente. 4. Materialismo dialéctico Ahora bien, a pesar de que Marx y Engels consideran su materialismo como una contraposición al idealismo, de Hegel, no se tenían ellos simplemente como antihegelianos. Reconocían su deuda con Hegel en lo que respecta a la idea del proceso dialéctico de la realidad, es decir, un proceso que parte de la negación para llegar a la negación de la negación y, con ello, evidentemente, también a una afirmación de nivel superior. Esto mismo se puede entender de modo que resulte que el proceso o desarrollo adopta la forma de contradicción de una situación o estado de cosas realmente existente, y a ésta le habrá de seguir la contradicción de la contradicción" siendo esta última una superación de la primera. En cierto modo es ,obvio que no es tanto una cuestión de tesis, antítesis y síntesis, como de negación y la negación de sí misma, si bien la segunda negación puede considerarse, en cierto sentido, como "síntesis" en cuanto que constituye una transición al nivel superior del proceso dialéctico. Esta idea del desarrollo en cuanto proceso dialéctico es característica fundamental del pensamiento de Marx y Engels. Es cierto que existe la posibilidad de aceptar la tesis sobre la prioridad de la materia respecto al pensamiento, y cualquier forma de lo que actualmente, se llama evolución de emergencia, sin llegar a ser un marxista. El materialismo de Marx y Engels es un materialismo dialéctico; esto, en términos descriptivos hoy en uso, pues Marx no lo había llamado así. De hecho, Marx y Engels apenas explicitan la diferencia entre su concepción de la dialéctica y la de Hegel. Según ellos, Hegel hipostasió este proceso en cuanto proceso de pensamiento absoluto, autodesarrollo de la idea, ya que considera el movimiento dialéctico como exclusivo del pensamiento. La dialéctica, a través del mundo y de la historia humana, es, según Hegel, el reflejo o la expresión fenoménica del proceso del pensamiento. Marx y Engels, sin embargo, afirman la existencia del movimiento dialéctico, en primer lugar, en el ámbito de la realidad, es decir, en la naturaleza y en la historia. Consideran que el movimiento dialéctico del pensamiento humano no es más que el reflejo del proceso dialéctico de la realidad. Esta manera de invertir los términos hegelianas de la relación entre pensamiento y realidad constituía para ellos el punto de partida en cuanto a la labor reestructuradora que se hablan propuesto llevar a cabo con la doctrina de Hegel. Conviene observar que, a. pesar de ello, Marx y Engels no intentaron ocultar el hecho de que la idea de la dialéctica arranca de Hegel. Resumiendo, consideran su materialismo como doctrina fundamentalmente posthegeliana, y no como un mero retorno a algún tipo anterior de teoría materialista. Ahora bien, es cierto que Marx afirma, con Feuerbach, la prioridad de la materia sobre el pensamiento, pero, de hecho, no le interesa la naturaleza como tal, considerada separadamente del hombre. Sin embargo, no puede deducirse de ello que la naturaleza carece de realidad ontológica excepto en función de objeto de la conciencia. Sería absurdo interpretar el pensamiento de Marx como idealista. Para Marx, la naturaleza existe, en primer lugar, para el hombre, cuando éste logra diferenciarse de la misma pero reconoce, al propio tiempo, la relación del hombre con la naturaleza. El animal es un producto natural y, por tanto, lo vemos en relación con la naturaleza. Sin embargo, el animal no es consciente de dicha relación como tal, es decir, que no existe "para él". Se puede afirmar que, para el animal, no existe la naturaleza. En cuanto a la existencia de la naturaleza en relación con el hombre, conviene precisar que ésta empieza a existir para el ser humano a partir del momento en que surgen la conciencia y la relación sujeto-objeto. Es ésta una consideración fundamental para comprender lo que llamamos el devenir del hombre. El hombre ha de objetivarse a sí mismo para 55 devenir hombre; sólo puede objetivarse estableciendo Una distinción entre la naturaleza y su propio ser particular y humano. Sin embargo, el hombre está orientado hacia la naturaleza en el sentido de que tiene necesidades que únicamente pueden satisfacer objetos ajenos a sí mismo. La naturaleza está orientada hacia el hombre en el sentido de que proporciona los medios para satisfacer sus necesidades; Por otra parte, la satisfacción de sus necesidades exige al hombre una actividad o trabajo. Así las cosas, puede afirmarse que satisfacer espontáneamente las necesidades físicas primarias por la simple apropiación de un objeto adecuado es ya trabajo, aunque este trabajo no es trabajo o actividad específicamente humana, al menos en la medida en que se considere simplemente como un acto físico. Así, por ejemplo, se presenta el caso de un hombre que se agacha para beber agua en la corriente del río a fin de apagar su sed; de igual manera actúan muchos animales. El trabajo se convierte en específicamente humano sólo cuando el hombre transforma un objeto natural adecuándolo a las exigencias de sus necesidades, y se vale de ciertos medios o instrumentos. Dicho de otro modo, la forma primaria del trabajo del hombre y la relación fundamental de éste con la naturaleza, es su actividad productiva, su producción consciente de los medios para satisfacer sus necesidades. El hombre es fundamentalmente hombre económico, pero ello no significa que esté limitado a ser hombre económico y nada más. Ahora bien, el hombre no puede objetivarse y transformarse en hombre si no es también objeto para otro. Dicho de otra forma, el hombre es un ser social: la relación con sus semejantes es esencial para su ser hombre. La forma más elemental de una sociedad es la familia. Se puede decir que la realidad fundamental que ocupa a Marx, es el hombre productivo en tanto que es sujeto de una doble relación: una con la naturaleza, otra con los demás seres humanos. Más sencillamente aún, en tanto que el término "hombre productivo" ya implica de por sí una relación con la naturaleza, se puede afirmar que para Marx la realidad fundamental es el hombre productivo integrado en una sociedad. Según Marx, el hombre no es básicamente un ser contemplativo sino un ser activo; y esta actividad es el punto de partida de toda producción. De hecho, las relaciones que se establecen entre el hombre y la naturaleza son siempre relaciones cambiantes, pues no hay relaciones estáticas. El hombre utiliza medios de producción para satisfacer sus necesidades, pero al presentarse nuevas necesidades se ve obligado a desarrollar sus medios de producción. A cada etapa del proceso de desarrollo de los medios de producción para la satisfacción de las necesidades del hombre, corresponden diversas relaciones sociales. La interacción dinámica entre los medios o fuerzas de producción y las relaciones sociales entre los hombres es precisamente la base constitutiva de la historia. Con respecto a las necesidades físicas del hombre, afirma Marx que "el principal hecho histórico es la producción de medios que permiten al hombre satisfacer sus necesidades". Pero, como ya hemos dicho, esto conduce a la aparición de necesidades nuevas, al desarrollo de las fuerzas de producción, y al establecimiento de nuevas formas de relaciones sociales. Por esta razón, se ha dicho que el llamado "primer hecho histórico" contiene en sí, a modo, de germen, la totalidad de la historia del hombre. Esta historia es, según Marx, el "locus" de la dialéctica. En el siguiente apartado se expondrá, resumidamente, la dialéctica de la historia tal y como la interpretó Marx. De momento es suficiente destacar el hecho de que su teoría de la historia es materialista en el sentido de que el factor básico de la historia es la actividad económica del hombre, la actividad productiva para satisfacer sus necesidades físicas. Anteriormente hemos observado que Engels extendía el campo de la dialéctica hasta la natural a misma, y desarrolla una filosofía de la naturaleza. Pero ha sido muy discutida la compatibilidad de una ampliación tal con la doctrina de Marx. Es evidente que si, según Marx, la naturaleza existe para el hombre únicamente en la medida en que ofrece un campo de transformación mediante el trabajo humano, y el movimiento dialéctico está confinado a la historia, lo cual presupone una relación dinámica entre el hombre y su ambiente natural, es evidente que la extensión de la dialéctica a la naturaleza constituye no sólo una novedad, sino también un cambio en cuanto a la concepción marxista de la dialéctica. Es posible que también en el desarrollo del conocimiento científico del hombre se dé cierto movimiento dialéctico pero, de hecho, suponiendo que así fuera, no podría ser atribuido a la naturaleza como tal, separada del hombre. El hecho de concentrarse en la historia humana, excluyendo la filosofía de la naturaleza, no es una simple característica de Marx, sino que es una cuestión de principio. Conviene recordar que el movimiento dialéctico de la historia tal y como 56 lo presenta el marxismo no es expresión del movimiento interior del pensamiento absoluto, es el movimiento de la realidad misma. La mente humana tiene la capacidad de reproducido, pero es primariamente el movimiento de la realidad objetiva. Aunque haya acentuado ciertas afirmaciones de Marx hasta el punto de aproximar su posición a la del idealismo, no creo que su pensamiento excluya la noción de dialéctica de la naturaleza. Marx sabía que su amigo estaba trabajando en una dialéctica de la naturaleza y parece haberlo aprobado, o al menos no se mostró en desacuerdo. No me atrevería a afirmar que Marx negara la posibilidad de aplicar la dialéctica a la naturaleza, a pesar .de que se haya argüido que Engels fue infiel al pensamiento de Marx, y que intentara fundamentar una versión mecanicista del materialismo dialéctico en la cual se presentase el movimiento de la historia como mera continuación del necesario proceso de autodinamicidad de la materia. Considerando algunas de sus afirmaciones habría que pensar en su exclusión. Pero de hecho no fue así. Engels expresa en su "recapitulación sobre matemáticas y ciencias naturales" su perplejidad ante el hecho de que en la naturaleza no hay nada fijo y estático, sino que todo es movimiento, cambio y desarrollo. Estaba particularmente impresionado por tres factores, como él mismo expone; en primer lugar, por el descubrimiento de la célula, y que, según su multiplicación y diferenciación, desarrolla los cuerpos de los animales y las plantas. En segundo lugar por la ley de transformación de la energía; y en tercer lugar, por la teoría evolucionista de Darwin. Engels llegó a la conclusión, después de reflexionar sobre la naturaleza tal y como la revela la ciencia contemporánea, que "en la naturaleza, las mismas leyes dialécticas del movimiento que rigen la aparente contingencia de los sucesos de la historia se afirman en la confusión de sus cambios innumerables". En la Dialéctica de la Naturaleza Engels resume estas leyes en las de la transformación de cantidad en calidad, la penetración mutua de opuestos y la negación de la negación. En el Anti-Dühring abundan los ejemplos de esta última ley: la negación de la negación. Habla por ejemplo de la semilla de cebada de la cual se dice que es negada a partir del momento en que germina y la planta comienza a crecer. La planta sigue creciendo, produce semillas quedando negada la planta misma. De esta manera, el "resultado de esta negación de la negación será de nuevo la semilla originaria de la cebada, aunque no en su forma primitiva, sino multiplicada por diez, veinte o treinta". Ejemplo semejante al de la semilla de cebada, es el de la larva que niega el huevo del que ha salido, luego se transforma en mariposa que, a su vez, se niega al morirse. Es discutible si términos lógicos, tales como "negación" y "contradicción", son efectivamente, adecuados al contexto, pero no vamos a insistir en esta cuestión. Conviene observar que Engels saca una conclusión muy importante sobre el pensamiento humano y el conocimiento de la naturaleza de este doble campo de aplicación de la dialéctica: la naturaleza y la historia. Según Engels, el mayor descubrimiento que pudo haber hecho Hegel, fue el de comprender que el mundo no es un complejo de cosas acabadas, sino de procesos. Tanto en la naturaleza como en la historia, cada cosa es un proceso o un complejo de procesos. De ello se deduce que el mismo conocimiento humano, en cuanto espejo de esta doble realidad, es un proceso que no llega, ni puede llegar, a constituirse en sistema absoluto e inmutable de verdad. Hegel observó que "la verdad se halla en el proceso de autoconocimiento, en el desarrollo histórico de la ciencia que, partiendo del nivel inferior, pasa a niveles superiores pero no alcanza jamás el nivel supremo, el de la absoluta verdad, en el que sólo nos incumbe admirar la verdad alcanzada". No existe, ni puede existir, un sistema absoluto de la filosofía, un sistema que sólo requiera ser aprendido y aceptado; Es cierto que la filosofía se termina con Hegel si la consideramos desde el punto de vista de aquellos filósofos para quienes la meta de la filosofía está en la verdad absoluta. Esta meta ha sido superada y substituida por el conocimiento científico de la realidad, conocimiento en progresivo avance dialéctico y abierto a cambios y desarrollos que signifiquen una superación del nivel actual. Al igual que Marx, se opuso Engels a la noción de "verdades eternas". Engels no puede admitir que existan verdades de las que no se puede dudar sin ser considerado anormal. Así por ejemplo, el caso de "dos más dos son cuatro, o bien, los tres ángulos de un triángulo son iguales a la suma de dos ángulos rectos; París está en Francia, un hombre que no se alimenta ha de morir de hambre, etc.". Este tipo de verdades, dice Engels, son trivialidades, y nadie las dignifica con el solemne título de "verdades eternas" salvo cuando se trata de deducir que en el campo de la historia humana existe una ley moral eterna, una esencia eterna de la justicia, etc; Precisamente este tipo de 57 conclusiones es, de hecho, erróneo. De igual manera que las hipótesis en el campo de la física y la biología, así también la moralidad está sujeta a una revisión e incluso a cambios revolucionarios. Por esta razón, Marx y Engels no presentaron su interpretación de la realidad a manera de sistema absoluto y final de la filosofía. Evidentemente lo consideran una ciencia más que una filosofía especulativa, una substitución de todas las interpretaciones previas, tanto idealistas como materialistas. La ciencia no constituye algo, según ellos, que pudiera ofrecer alguna forma determinada y final. Si la realidad es un proceso dialéctico, lo es también el pensamiento humano en cuanto refleja la realidad y no se refugia en un mundo ilusorio de verdades eternas y esencias fijas." Considerada en sí misma, esta negación de las verdades eternas, posiciones estables y soluciones finales, lleva a pensar que una actitud de desvinculación respecto de su propia filosofía sería la más adecuada para Marx y Engels. Pero no vieron en ella sólo una interpretación del mundo y de la historia. Precisamente la actitud de desvinculación puramente teórica fue lo que reprocharon a Hegel. Pero de momento hemos de prescindir de las implicaciones de su concepción del materialismo dialéctico en cuanto instrumento práctico o arma de combate. 5. Concepto materialista de la historia Anteriormente se vio que la teoría marxista de la historia es materialista en el sentido de que considera que la realidad fundamental consiste en la relación del hombre como ser material y la naturaleza: el hombre que con su actividad física produce sus medios de subsistencia. Conviene añadir que el materialismo histórico significa, además de esto, que la actividad productiva del hombre determina, directa o indirectamente, su vida política, su ley, su moralidad, su religión, su arte y su filosofía. En el contexto presente, el materialismo no implica, como ya hemos advertido, la negación de la realidad de la mente o de la conciencia, ni tampoco la negación del posible valor de las actividades culturales que dependen de la mente. Pero sostiene la idea de que la superestructura cultural depende de, y en general está determinada por, la infraestructura económica. Marx distingue dos elementos integrantes de la infraestructura económica: las fuerzas materiales de producción y las relaciones productivas, dependiendo éstas de aquéllas. "En la producción social de su vida, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias que son independientes de su voluntad (Productionsverháltnisse) y corresponden a. un particular estadio del desarrollo de sus fuerzas materiales de producción (Produktivkráfte). La totalidad de estas relaciones productivas forma la estructura económica de la sociedad. En esta afirmación queda identificada la estructura económica de una sociedad con la suma de sus relaciones productivas. En tanto que estas relaciones corresponden a un cierto nivel del desarrollo de las fuerzas productivas, y que es un rasgo esencial de la visión de la historia de Marx que entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción surgen conflictos, es obvio que hemos de distinguir dos elementos de importancia capital en la estructura económica de la sociedad, estructura que Marx define como modo de producción (Produktionsweise). Es evidente que el término "fuerzas materiales de producción" comprende tanto las cosas materiales utilizadas por el hombre como el instrumento artificial que requiere la actividad productiva, es decir, el que sirve para la satisfacción de sus necesidades físicas, desde el pedernal hasta la más moderna y complicada maquinaria. Dicho término incluye también las fuerzas naturales en tanto que el hombre las utiliza en el proceso de su actividad productiva. De igual manera, el término puede comprender todo tipo de objetos necesarios para la producción, incluso objetos que sólo se han utilizado casual e indirectamente. Ahora bien, es evidente que si el término en cuestión se aplica exclusivamente a cosas distintas del hombre mismo, éste queda sobre entendido. Marx tiende a hablar de fuerzas de producción como si éstas realizasen uno u otro trabajo, pero es lo suficientemente lúcido para no creer que estas fuerzas sean capaces de desarrollarse sin intervención alguna del hombre. "Condición primera de toda historia humana es, naturalmente, la existencia de seres humanos individuales vivientes." En el Manifiesto Comunista habla de la burguesía en cuanto revoluciona los instrumentos de producción y, con ello, las relaciones productivas. Sin embargo, en la. Ideología alemana, observa que la producción de la vida, ya sea la vida de uno mismo por medio del trabajo, ya la vida de otros seres por medio de la procreación, implica siempre una u otra 58 relación social en el sentido de colaboración por parte de varios individuos. De esta observación se deduce que cualquier modo de producción implica un modo de colaboración, este modo de colaboración es ya en sí una "fuerza productiva". Con ello quiere poner de manifiesto que las relaciones sociales entre los hombres en el proceso de producción pueden actuar sobre las necesidades humanas y sobre sus fuerzas productivas. Ahora bien, si el modo de colaboración en el proceso de trabajo aparece como fuerza productiva, no hay razón alguna para no considerar al proletariado como fuerza productiva, a pesar de que Marx utilice este término generalmente con referencia a un instrumento o medio de producción y no refiriéndose al hombre mismo. En cualquier caso, resulta muy difícil hallar un empleo preciso y universal de dicho término en los escritos de Marx. El término "relaciones de producción" significa en primer lugar "relaciones de propiedad", Es cierto que en la Critica de la economía política se lee que "relaciones de propiedad" (Eigentumsveraltnisse) no es más que una expresión jurídica que significa sencillamente "relaciones de producción" y sin embargo, el término "relaciones de producción" se refiere, por lo general, a las relaciones sociales entre los hombres en cuanto a la implicación de éstas en el proceso de la producción. Anteriormente se ha visto que estas relaciones dependen del nivel alcanzado por el estadio de desarrollo de las fuerzas de producción. El conjunto de ambas constituye la infraestructura económica. Habitualmente se dice que esta infraestructura económica condiciona la superestructura. "El modo de producción de la vida humana condiciona el de la vida social, política y espiritual (geistigen) en general. No es la conciencia humana la que determina el ser del hombre, sino, por el contrario, es el ser social del hombre el que determina su conciencia." Evidentemente, la afirmación de que la infraestructura "condiciona" (bedingt) la superestructura es ambigua. Esta afirmación no es sorprendente si se la toma en su sentido menos profundo, pero va adquiriendo interés a medida que el significado del término "condiciona" se aproxima al de "determina". Frecuentemente se le ha interpretado en este sentido más preciso, De esta manera, hubo quienes sostuvieron, por ejemplo, que la jerarquía celestial (descendiendo desde Dios hasta los coros de ángeles y la comunión de los santos) era en la teología de la Edad Media un simple reflejo ideológico de la estructura feudal, la cual, a su vez, estaba determinada por factores económicos, Igualmente, el ascenso de la burguesía y la aparición del modo de producción capitalista quedarían reflejados en la transición del catolicismo al protestantismo, Según Engels, la doctrina calvinista de la predestinación refleja el supuesto hecho económico de que el éxito o el fracaso en la competición comercial no depende de méritos personales, sino de incomprensibles e incontrolables fuerzas económicas. Sin embargo, el mismo Engels protestó al observar que tanto su doctrina como la de Marx habían sido malentendidas. No habían pensado nunca en el hombre y sus ideas como ser que refleja las condiciones económicas en el sentido de que la relación de dependencia es una relación exclusivamente unilateral. Las ideas (es decir, el hombre inspirado por ideas) tienen la capacidad de reaccionar sobre la infraestructura que las condiciona. En realidad, al invertir la concepción idealista de la historia, Marx y Engels insisten naturalmente en la influencia determinante de la infraestructura económica, y una vez afirmada su visión del mundo en términos que inducían a creer que para ellos el mundo de la conciencia y de las ideas estaba simplemente determinado por el modo de producción económica, se vieron constreñidos a suavizar este esquema. Las estructuras políticas y sociales están determinadas, directamente, por la infraestructura económica, y menos determinadas las superestructuras ideológicas, tales como la religión y la filosofía, por ejemplo. Las ideas humanas, si bien condicionadas por la economía, tienen la posibilidad de reaccionar sobre estas condiciones. De hecho, tenían que admitir esta posibilidad de reacción, si querían justificar una actividad revolucionaria. Volvamos ahora sobre un aspecto más dinámico de la historia. De acuerdo con Marx, "las fuerzas de producción, cuando han alcanzado una cierta etapa en el proceso de desarrollo, entran en conflicto (literalmente "contradicción", Widerspruch) con las relaciones de producción ya establecidas". Dicho de otra forma, en el momento en que las fuerzas de producción se han desarrollado en una determinada época social y alcanzado un grado de perfección en que las ya existentes relaciones productivas, especialmente las relaciones de propiedad, constituyen una traba para el desarrollo progresivo de dichas fuerzas de producción, es obvio que existe una contradicción en la estructura económica de la sociedad, de manera que la revolución, 59 cambio cualitativo hacia una nueva estructura económica y hacia una nueva época social, no será más que una consecuencia lógica de la situación. Y estos cambios en la infraestructura van acompañados de cambios en la superestructura. La conciencia política, jurídica, religiosa, artística y filosófica del hombre sufre una revolución que depende y es subsidiaria de la revolución en la esfera económica. Marx insiste en que no se presenta una revolución de este tipo, es decir, un cambio que instaure una nueva época social, mientras las fuerzas de producción no se desarrollen hasta el máximo compatible con las relaciones de producción existentes y las condiciones materiales para la existencia de una forma de sociedad nueva no estén ya presentes en la sociedad anterior. Porque es una situación contradictoria aquella en que se manifiesta la contradicción entre las fuerzas de producción y las relaciones sociales existentes. El cambio cualitativo no se presenta, de hecho, en la estructura económica de una sociedad o modo de producción, hasta que la contradicción no ha madurado en la sociedad vieja a través de una serie de cambios cuantitativos. Ahora bien, si la teoría de Marx se expone de este modo parece, posiblemente, una simple teoría mecánica y tecnológica. Dicho de otra forma, induce a pensar que la revolución social tiene lugar mecánica e inevitablemente, constituyendo la transición de una era social a otra; de la misma manera, induce a creer que la conciencia de la necesidad de un cambio y la actitud revolucionaria del hombre son meros epifenómenos cuya práctica no ejerce ningún tipo de influencia real sobre la causa de los acontecimientos. Pero, si bien esta interpretación está en plena armonía con la doctrina que afirma la determinación de la conciencia por las condiciones materiales y niega la posibilidad de invertir los términos, es totalmente incompatible con la insistencia de Marx sobre la unidad de teoría y praxis y la necesidad de preparación activa de la destrucción de la economía capitalista por la revolución del proletariado. Por tanto, aunque Marx se exprese como si las fuerzas materiales de producción fueran los auténticos agentes revolucionarios, es preciso introducir las ideas de lucha de clases y agente humano. Marx y Engels parten del comienzo de la historia, de la época de comunismo primitivo en que la tierra pertenecía a una tribu que la cultivaba en comunidad, y en la que no existía división de clases. Más tarde surgió la propiedad privada, cuya consecuencia inmediata fue la división en clases económicas. Marx es consciente de que las diferencias sociales en la sociedad civilizada forman un modelo más o menos complicado. Su tendencia general es, sin embargo, la de simplificar la situación representando la distinción fundamental entre opresores y oprimidos, explotadores y explotados. Afirma que en todas las formas posibles de sociedad que presuponga la institución de la propiedad privada, se observa un antagonismo latente, o patente, entre1as clases sociales. "La historia de la sociedad es, por tanto, la historia de la lucha de clases.” El Estado se constituye en órgano central o instrumento de la clase dominante. Así, también la ley. La clase dominante pretende imponer incluso sus concepciones morales. La dialéctica marxista de la historia presenta la substitución del concepto de Estado nacional de Begel por el concepto de clase, y el de las guerras nacionales queda reemplazado por el de guerra de clases. La lucha de clases, o la guerra de clases, resulta especialmente significativa en un período en el que, en una época social determinada, las fuerzas de producción se han desarrollado hasta tal punto que las relaciones sociales existentes sólo representan trabas y obstáculos, La clase dominante (aparte defecciones individuales) pretende mantener las relaciones productivas tal y como existen en la sociedad, mientras el interés de una clase ascendente reside en destruirlas. En cuanto a la clase ascendente, cuyo afán es suprimir el anticuado orden social existente, percibe la contradicción entre las fuerzas de producción y las relaciones productivas, surge la revolución. Sucede entonces que la nueva clase dominante recurre al Estado y a la 'ley utilizándolos como instrumentos. Este proceso continúa inevitablemente hasta llegar a la abolición de la propiedad privada, y, con ella, a la desaparición de una sociedad dividida en clases antagónicas. Marx observa en el prefacio a su Contribución a la crítica de la economía política, que conviene distinguir, en sentido amplio, cuatro épocas sociales progresivas, cuyo conjunto forma la prehistoria de la humanidad (die Vorgeschichte). La primera de éstas, la época asiática que Engels llamó "organización de la gens", es la del comunismo primitivo. Anteriormente ya se había visto que éste se caracteriza por la posesión comunal de la tierra, por el trabajo conjuntamente realizado y 60 por la ausencia de propiedad privada. Con la institución de la propiedad privada -que Engels relaciona con el paso del matriarcado al patriarcado y con el progreso de los métodos de producción- se posibilitó la acumulación de la riqueza privada. Así por ejemplo, era posible que un hombre produjera más de lo indispensable para satisfacer sus necesidades. Apareció, entonces, la distinción entre rico y pobre, y se hizo necesaria una nueva organización económica y social. Respecto a qué fuerza productiva fue la causante de la transformación, debemos mencionar el hierro, aunque la cuestión no ha sido suficientemente estudiada. El aumento de la riqueza y de la propiedad privada hizo que el propietario rico necesitara disponer de mano de obra. Al no poderla encontrar en la sociedad primitiva comunista acudió a los prisioneros de guerra, esclavizándolos. estimularon el comercio, la navegación y la industria. Aparecieron nuevas fuentes de riqueza; a fines de la Edad Media, la nobleza y otros factores contribuyeron a la formación de una clase de desposeídos dispuestos a ser asalariados y explotados. Se imponía un cambio estructural en la sociedad, y el sistema gremial fue demolido por la nueva clase media evolucionando hacia la primera fase de la sociedad capitalista. Finalmente, el vapor y la maquinaria revolucionaron la industria, se abrió el mercado mundial, se desarrollaron los medios de comunicación, y la burguesía llegó a dominar aquellas clases sociales que iban subsistiendo desde la Edad Media. Marx y Engels mencionan varios factores históricos que contribuyeron a la transición de la época antigua a la época feudal, que alcanzó su fase culminante en la Edad Media; pero a pesar de ello, no ofrecen ninguna explicación convincente en lo que se refiere a la fuerza o fuerzas productivas condicionantes de esta transformación. Cualquiera que fuese la causa, el hecho es que dicha transición tuvo lugar, y que la estructura económica del feudalismo se reflejaba en las instituciones políticas y legales de la época al igual que, si bien indirectamente, en la religión y filosofía medievales. Marx es consciente de que la sociedad feudal se regía por un modelo de organización demasiado complejo para admitir fácilmente la reducción a un simple antagonismo de clases como el de señor y siervo. La sociedad capitalista, observa Marx, tiende a simplificar la estructura social y económica. Efectivamente se ha dado una tendencia general a concentrar el capital en pocas manos, en monopolios de carácter más o menos internacional o cosmopolita. Al mismo tiempo, ocurrió que los pequeños capitalistas se hundieron y se sumaron al proletariado y éste, a su vez, tiende igualmente a adoptar un carácter internacional. De esta manera se constituyeron dos clases antagónicas: los explotadores y los explotados. El término" explotación" implica naturalmente la imposición de muchas horas de trabajo a. cambio de salarios de hambre. El significado primario del término es, para Marx, puramente técnico y no emotivo, aunque de hecho combate los abusos de las primeras fases de la revolución industrial. Así es que, de acuerdo con la doctrina que expone en El Capital, la totalidad del valor de un bien reside en el trabajo incorporado, es decir, en el trabajo invertido en su producción. Por esta razón, dice Marx, el sistema salarial necesariamente ha de ser una forma de explotación, en lo que respecta a los salarios que reciben los obreros. El capitalista no deja nunca de explotar al obrero. El hecho de que algún capitalista pretenda hacer el bien intentando conceder una subida de salario al obrero y mejorando las condiciones de trabajo, no significa mejora alguna en cuanto a la situación básica que, necesariamente, es un antagonismo entre clases. Durante el Medievo se fue desarrollando gradualmente la clase media o burguesía. La propensión de ésta hacia la acumulación de riqueza halló un obstáculo en cuanto a su desarrollo en factores tales como las prerrogativas feudales y las regulaciones gremiales, y también en la carencia de fuerza de trabajo disponible. Sin embargo, el descubrimiento de América y la apertura de mercados en todas partes del mundo Ahora bien, la burguesía ha desarrollado las fuerzas de producción en proporciones desconocidas e imprevisibles hasta entonces. Ha desarrollado dichas fuerzas de tal modo que su coexistencia con las relaciones productivas presentes se ha hecho imposible. De acuerdo con Marx, este hecho se puede comprobar, por ejemplo, en la repetición periódica de las crisis económicas. Es cierto que se aproxima la hora dé liquidar el sistema económico capitalista. La tarea revolucionaria, De este modo pasamos al período de la antigüedad, caracterizado por la esclavitud y por el antagonismo de clases entre los hombres libres y los esclavos. Grecia y Roma, por ejemplo, representaban este tipo de estructura económica que dio lugar a la aparición de instituciones de tipo legal y político, correspondientes a las clases sociales y a la magnífica superestructura ideológica del mundo clásico. 61 especialmente la que se ha propuesto el partido comunista, es la de convertir el proletariado, que es una clase en sí (en términos hegelianos), en una clase para sí, una clase consciente de sí misma y de la misión que ha de cumplir. El proletariado será capaz de liquidar por completo el sistema capitalista, apoderarse del órgano del Estado y utilizarlo para establecer una dictadura del proletariado que prepare el camino a la sociedad comunista. En dicha sociedad habrá desaparecido la noción de Estado político. Porque el Estado es un instrumento que emplea la clase dominante para mantenerse como tal, frente a otra, u otras clases y en el comunismo desaparecerá la división de la sociedad en clases y con ello, la lucha de clases. Considerando que la burguesía desarrolla las fuerzas de producción, se plantea la siguiente pregunta: ¿Cuál es la nueva fuerza de producción que está surgiendo y que se encuentra con el obstáculo del modo capitalista de producción? Marx nos ofrece una respuesta. En su Miseria de la filosofía, nos dice que la mayor fuerza de producción es la constituida por la "clase revolucionaria misma". Esta fuerza de producción entra inevitablemente en conflicto con el sistema económico presente y lo elimina con la revolución. La historia humana es un proceso dialéctico que evoluciona desde el comunismo primitivo hasta el comunismo desarrollado. Las etapas intermedias son necesarias, al menos desde un determinado punto de vista, ya que a través de éstas han progresado las fuerzas de producción y han ido transformándose las relaciones de producción, de manera que resulta posible un comunismo evolucionado, incluso es éste el resultado irreductible del proceso de desarrollo de las fuerzas y relaciones de producción a lo largo de la historia. La teoría marxista de la historia es un instrumento, un arma, además de ser un análisis que el espectador hace de las diversas situaciones históricas. En primer lugar, es un instrumento que el proletariado necesita para tomar conciencia, por medio de su vanguardia, el partido comunista, de sí mismo y de la misión que ha de llevar a cabo en la historia. La teoría es también una filosofía del hombre. Marx se apropia la tesis hegeliana de que, para realizarse a sí mismo, el hombre debe objetivarse previamente. La forma primaria de autoobjetivación es la ofrecida por el trabajo, la producción. El producto viene a ser el hombre en su ser otro. En toda sociedad basada en la propiedad privada se observa que la autoobjetivación del hombre adopta la forma de autoalienación o autoenajenación, y este fenómeno se explica porque todo producto del trabajo del hombre se considera ajeno a éste. En la sociedad capitalista, el producto pertenece al capitalista, no al obrero, Asimismo, esta autoalienación económica se refleja en una autoalienación social. El hecho de pertenecer a una cierta clase no representa al hombre en su totalidad, pues, cualquiera que sea la clase a que éste pertenece, ostenta siempre algo que es propio de la otra clase. El antagonismo de clases expresa una profunda división, un autoextrañamiento, en la naturaleza del hombre. Según Feuerbach, también la religión representa el fenómeno de, la autoenajenación del hombre. En opinión de Marx, como ya se ha visto, la autoalienación humana en la conciencia religiosa es el reflejo de la más profunda autoalienación en la esfera económico-social. La única manera de superar este fenómeno nos la ofrece la abolición de la propiedad privada y el establecimiento del comunismo en la sociedad humana. Una vez superada la autoalienación en el nivel de la economía y de la estructura social, desaparecerá la expresión de la misma en el ámbito de la religión, de manera que el hombre, al menos el hombre íntegro, el hombre no escindido, existirá. La ética humana tomará el puesto de la ética de clase, y entonces reinará un humanismo genuino. Consecuencia de esto es la consideración, inevitable, de que el triunfo del proletariado sobre el sistema capitalista es más que un simple fenómeno de substitución de una clase dominante por otra. Ciertamente es así, pero, a la vez, significa mucho más. La dictadura proletaria es una fase temporal, cuya misión consiste en preparar el camino a la sociedad comunista en la que no existan clases sociales, ni se presente la autoalienación del hombre. Dicho de otra forma, el proletariado internacional se salva por medio de su actividad revolucionaria y no sólo a sí mismo, sino también a toda la especie humana. Tiene un cometido mesiánico. 6. Comentarios al pensamiento de Marx y Engels. No resulta extraordinariamente difícil dar una cierta plausibilidad a la teoría materialista de la historia. Así, para ilustrar el condicionamiento que la estructura económica de las formas políticas y legales supone y de la superestructura ideológica, se dispone de una considerable variedad de hechos que lo atestiguan. Por ejemplo, se puede aludir a la 62 conexión entre las estructuras económica y de clases de la época, y las crueles penalidades que en otros tiempos se infligían en Inglaterra a los ladrones, o 'bien la relación entre los intereses económicos de los propietarios de grandes plantaciones en los estados sureños de los USA, y la ausencia de sensibilidad moral contra la esclavitud. Igualmente puede observarse la relación entre la vida económica de una tribu que se alimenta de la caza, y las creencias de la misma en una vida más allá de la muerte; asimismo el ejemplo de la conexión entre la división de clases sociales y los versos del himno que siguen: "El rico en un castillo, el pobre en el umbral de su puerta, Dios creó dos dominios, uno alto y otro bajo, y ordenó que permanezcan respectivamente uno en cada uno". Puede mencionarse también la evidente influencia de las estructuras políticas griegas sobre la visión ideal del Estado perfecto expresada por Platón, y de igual manera la influencia de las condiciones del mundo industrial real sobre el pensamiento de Marx y Engels. Es cierto que la teoría marxista de la relación entre la infraestructura económica y la superestructura presenta cierta plausibilidad, pero, a pesar de ello, esta plausibilidad depende en gran parte de los datos subjetivamente seleccionados. Sirva de ejemplo el hecho de que para mantener intacta la validez de la teoría hay que pasar por alto la importancia del cristianismo en cuanto religión dominante en el imperio romano y más tarde en quienes forjaron la sociedad feudal de la Edad Media. Además de esto, conviene evitar la problemática de la relación entre el desarrollo de las fuerzas productivas y los orígenes del Islam. Me limitaré a referirme a factores al margen de la exposición original de la estructura ideológica, cuando se imponen dichas cuestiones, pero al mismo tiempo continuaré afirmando la verdad de esta exposición de la superestructura ideológica. Conviene precisar que admitiré la posibilidad de que la superestructura ejerza por sí misma cierta influencia sobre la infraestructura, y que se verifiquen cambios en la primera, independientemente de los que puedan tener lugar en la segunda, sin embargo, no admitiré de ninguna manera la incompatibilidad de estas concesiones con mi postura original ya expuesta. ¿Por qué habría de afirmar esto? He hablado ya sobre la relación entre la infraestructura y la superestructura en tanto que aquélla" condiciona" a ésta. Y puedo entender el término" condiciona" en sentido débil o fuerte de acuerdo con lo que exija la situación concreta tomada en consideración. Anteriormente se había mencionado que, para Marx y Engels, la dialéctica no es algo impuesto al mundo desde fuera, la expresión del pensamiento absoluto o de la razón. La dialéctica, en tanto que pensamiento, es el reflejo del movimiento interno de la realidad, de las leyes inmanentes que rigen todo desarrollo, de manera que el movimiento se presenta como necesario e inevitable. Ello no significa que el pensamiento humano deje de intervenir en dicho movimiento, pues de hecho hay continuidad entre la naturaleza, la sociedad humana y el mundo de las ideas. Recordemos una vez más la afirmación de Engels sobre "la dialéctica en tanto que es, exclusivamente, ciencia de las leyes generales del movimiento y desarrollo en el ámbito de la naturaleza, en la sociedad y en el pensamiento' del hombre". El proceso, considerado en su totalidad, sería un proceso de elaboración de las leyes inmanentes, y, en este caso, queda poco lugar para situar la actividad revolucionaria o, más estrictamente, la revolución. La actividad revolucionaria sería una fase por la cual habría de pasar inevitablemente dicho proceso. Desde cierto punto de vista, se observa que este aspecto mecanicista de la dialéctica parece ser indispensable para la convicción de Marx y Engels en cuanto a la inevitable llegada del comunismo. Pero, si es cierto que la dialéctica como agente activo en la historia de la humanidad, según Engels, está en continuidad con la dialéctica que opera en la naturaleza, es decir, si, en último término, se trata de un proceso de autodesarrollo o de autodinamismo, no habría razón alguna por la cual el proceso debiera detenerse o alcanzar una etapa en que hubiesen desaparecido las contradicciones y antagonismos, Engels destaca en un pasaje de su Dialéctica de la naturaleza que todo proceso se mueve dentro de un círculo eterno y que con una necesidad total ha de exterminar su producto más elevado, es decir, el ser pensante, y, después, volver a producirlo en otro lugar y en otra ocasión. Esta idea se encuentra casi en contradicción con el aspecto apocalíptico del marxismo que ofrece una visión de la historia en cuanto movimiento hacia una meta, hacia un paraíso terrestre. Sin embargo, desde cierto punto de vista resultan compatibles ambas consideraciones. En otras palabras, no es imposible considerar cada uno de los ciclos en tanto que conducen respectivamente a una meta. Con respecto al punto de vista teleológico de la historia, conviene 63 destacar la insistencia sobre este aspecto. Tal es su movimiento a partir del comunismo primitivo, la era de la inocencia, pasando por la caída, representada por la introducción de la propiedad privada y la consecuente aparición del egoísmo, la explotación y antagonismo de clases, para desembocar en el comunismo, entendido en el sentido actual y en cuando superador de la autoalienación del hombre. Esto implica la tendencia a reintroducir subrepticiamente la noción de la necesidad de elaborar un plan y realizado seguidamente, es decir, la realización de la idea. Dicho de otra forma, en el marxismo se presenta una ambigüedad fundamental, pues, en cierto sentido, ofrece una interpretación mecanicista del proceso histórico. Al considerar otro aspecto, se encuentra, sin embargo, la aparente necesidad de reintroducir el idealismo en el sistema marxista. Ciertamente, tampoco esto ha de sorprendernos, ya que, de hecho, el marxismo es, parcialmente al menos, una transformaci6n de la doctrina idealista cuyos elementos persisten obviamente. La asociación de la dialéctica al materialismo es una de las que mayor dificultad de comprensión presentan. Marx y Engels eran conscientes de que la dialéctica se refiere, en principio, a un movimiento del pensamiento y situaron el movimiento de la dialéctica, en primer lugar, en el objeto del pensamiento, y sólo secundariamente, y por medio de un proceso de reflexi6n, en el pensamiento humano. Esta transposición tiende a sugerir que el proceso histórico es en sí el proceso de autodesarrollo de una idea. La única alternativa es la de interpretar dicho proceso como fenómeno puramente mecanicista. La importancia de este problema es significativa. El marxismo tiende a dividirse en varias líneas de pensamiento divergentes entre sí, de manera que es muy fácil conceder la máxima importancia a las ideas de necesidad, inevitabilidad, determinismo, o bien a las ideas del voluntarismo en la actividad revolucionaria y de la acción libre. Es posible poner todo el énfasis en el elemento materialista o bien en el elemento dialéctico. De igual manera, se presenta la posibilidad de intentar considerar todos estos elementos en conjunto, dejando de lado las múltiples ambigüedades que surgen inevitablemente. Un hecho muy significativo es que, incluso en la Unión Soviética, se han manifestado diversas y contrarias líneas de interpretación y desarrollo de la teoría marxista. Las diferentes líneas de pensamiento han podido controlarse gracias al poder que ejerce la línea del partido, es decir, gracias a un factor extrafilosófico, y no a la consistencia intrínseca o a la falta de ambigüedad del pensamiento de Marx y Engels mismos. En un sentido concreto, queda fuera de cuestión una crítica tal y como he expuesto en el párrafo anterior. En otras palabras, al optar por una interpretación del marxismo en cuanto doctrina que ofrece una "visión" interesante del mundo, una crítica detallada resulta irremediablemente un método pedante y fatigoso. Es cierto que los filósofos que exponen visiones chocantes del mundo, manifiestan siempre la tendencia a partir de un determinado aspecto de la realidad para esclarecer los demás aspectos. La crítica detallada tiene poco valor, ya que precisamente es la exageración la que nos permite ver la realidad desde una nueva perspectiva. Cuando lo hayamos conseguido podremos olvidar la exageraci6n: la nueva concepción del mundo ha cumplido su misión. La filosofía de Marx y Engels nos hace ver la importancia y la influencia de largo alcance de la vida económica humana, de la llamada infraestructura. Precisamente a causa de sus exageraciones, consigue su efecto, destruyendo la rigidez de otras visiones o interpretaciones del mundo. Después de haber considerado el aspecto que para Marx y Engels tiene mayor importancia, se debe prescindir de la interpretaci6n de la doctrina marxista tal y como la exponen sus autores en sus escritos, ya que sólo ofrece una visión del mundo un tanto vulgar. Sería pedante preocuparse de cuestiones tan particulares como la relación precisa entre libertad y necesidad, el significado justo del término condición", el alcance exacto de la relatividad de la moral y de los valores. Pese a la fácil comprensión de esta actitud, la teoría marxista de la historia no es tan sólo una visión del mundo típicamente decimonónica que ha contribuido al pensamiento humano y ha quedado en el trasfondo de la historia. Es un sistema vivo y, por ende, de gran influencia, que pretende ser un análisis científico del desarrollo de la historia; análisis que permite hacer predicciones, y al mismo tiempo constituye un credo de fe para grupos humanos, cuya importancia en el mundo actual nadie se atrevería a negar. Por ello, conviene destacar la transformación de esta filosofía en el credo dogmático de un partido muy poderoso, que ha impedido el natural desarrollo de las diversas 64 líneas de pensamiento cuyos diferentes aspectos probablemente hubiesen seguido un interesante curso. Los teóricos del comunismo dirán que no puede afectar a la filosofía de Marx y Engels el hecho de haber constituido, como instrumento o arma de combate, la doctrina de un partido, ya que lo fue desde un principio y es esto precisamente lo que la distingue de todas las doctrinas filosóficas anteriores. Marx consideró su filosofía como un medio de transformación, y no simplemente como una interpretación del mundo. Pero es ineludible preguntar si el marxismo cae bajo su propio concepto de ideología, como relativa a una estructura económica temporal, o si trasciende estos límites y representa una verdad absoluta. Si el marxismo es relativo a una situación en la que el proletariado se opone a la burguesía desaparecerá cuando se haya superado este antagonismo. Si representa la verdad absoluta ¿cómo se concilia esta pretensión con su posición respecto a las leyes naturales, verdades absolutas, etc? Toda crítica basada en las ambigüedades internas de la filosofía de Marx y Engels parece fútil. Sólo afecta a aquéllos si los hay- que se sienten atraídos por el marxismo por su carácter "científico", pero no a los que ven en el marxismo lo que representa como ideal de la sociedad humana. Lo que se necesita es bosquejar otro ideal, basado en una concepción más adecuada del hombre y su vocación, y de la naturaleza de la realidad. La filosofía de Marx y Engels ha evolucionado considerablemente, y algunos tomistas piensan que entre las directrices filosóficas contemporáneas, es el marxismo representado por los filósofos de la Unión Soviética- el que les ofrece una base común de discusión, a causa de su insistencia en el realismo, tanto en la ontología como en la epistemología. Es éste un tema que va más allá de la finalidad de este libro. Pero debe tenerse en cuenta que, aunque el realismo en este sentido es común al marxismo y al tomismo, para el marxismo, el tomismo es .un sistema "idealista", porque sostiene la prioridad del espíritu sobre la materia y es precisamente esta doctrina la que negaban Marx y Engels al afirmar la verdad del materialismo. 65 COMTE HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO IX Frederick Copleston 1. Vida y escritos El impacto del desarrollo de la ciencia natural en la filosofía se dejó sentir durante el siglo XVII y se fue acentuando más en el XVIII. Como vimos ya, en el siglo XVIII comenzó la demanda, hecha en Inglaterra por Hume y en Francia por otros varios filósofos , de una aplicación extensiva del método "experimental" al estudio del hombre, de su conducta y de su vida social, y en las últimas décadas del siglo mantuvo Kant que la reflexión sobre el contraste entre los seguros y cada vez más numerosos conocimientos logrados en el área científica por un lado y los conflictivos sistemas metafísicos por otro llevaba inevitablemente a cuestionar a fondo aquella pretensión de la metafísica tradicional de proporcionar algo que pudiera llamarse propiamente conocimiento de la realidad. A la ciencia le había sido posible hasta entonces coexistir con las creencias teológicas y con la especulación metafísica, según fue el caso en la mente de Newton. Pero al ir cobrando fuerza el sentido del desarrollo histórico resultó bastante natural que se concibiese la idea de unos estadios sucesivos del pensamiento humano, es decir, la idea de un progresivo desarrollo en el que a las creencias teológicas y a la especulación metafísica vendrían a sustituirlos la explicación científica y el conocimiento positivo. Una idea así había sido propuesta por Turgot y por Condorcet en el siglo XVIII, y en el capítulo anterior nos ocupamos ya de la teoría de Saint-Simon sobre los estadios o épocas de la historia. Pero es el nombre de Auguste Comte (1798-1857), el más destacado expositor y representante del positivismo clásico, el que se ha dado en asociar tradicionalmente con la teoría del desarrollo de la mente humana desde una fase teológica, pasando por otra metafísica, hasta llegar a la del conocimiento científico positivo. Nacido en Montpellier, Comte fue educado como católico y monárquico, pero a la edad de catorce años declaró que ya no quería ser católico y parece que, por la misma época, se hizo republicano. De 1814 a 1816 estudió en la Escuela Politécnica bajo la dirección de eminentes científicos. Fue sin duda durante este período cuando adquirió el convencimiento de que la sociedad debería ser organizada por una élite de científicos. En 1816 fue expulsado Comte de la Escuela Politécnica, en la que se hizo una depuración monárquica. Pero se quedó en París y prosiguió sus estudios, que incluían el pensamiento de los ideólogos, por ejemplo el de Destutt de Tracy y el de Cabanis, y las obras de economistas políticos e historiadores como Hume y Condorcet. Además, en el verano de 1817 empezó a ser secretario de Saint-Simon. La asociación entre los dos se prolongó durante siete años, y mientras cabe discutir en qué proporción sea Comte deudor de Saint-Simon, no hay duda de que la colaboración con éste desempeñó un papel importante en la formación y en el desarrollo del pensamiento de Comte. Es cosa averiguada que Saint-Simon fue el primero que propuso algunas de las ideas que reaparecen en la filosofía de Comte. También es innegable que Comte desarrolló estas ideas a su propio modo. Por ejemplo, mientras SaintSimon tendía a pensar en términos de un método científico universal y de la aplicación de este método al desarrollo de una nueva ciencia del hombre, Comte consideraba que cada ciencia desarrolla su propio método en el proceso histórico de su emergencia y de su avance. Pero uno y otro buscaban la manera de reorganizar la sociedad valiéndose de la ayuda de una nueva ciencia del comportamiento humano y de las relaciones sociales del hombre. Se produjo entre los dos una enojosa disputa, que acabaría por separarles, cuando Comte llegó a la conclusión de que tenía motivos para creer que Saint-Simon estaba tratando de publicar un trabajo de Comte como si fuese la parte conclusiva de un trabajo suyo, sin ni siquiera reconocer en la portada al verdadero autor. En 1826 empezó Comte a dar lecciones sobre su filosofía positivista a un auditorio privado. El curso de estas lecciones hubo de interrumpirlo porque el exceso de trabajo y el agotamiento consiguiente a los disgustos de un desafortunado matrimonio le quebrantaron la salud. Tuvo hasta un intento frustrado de suicidio. En. 1829 pudo reanudar aquellas lecciones, que fueron la base de su Cours de philosophie positive (Curso de filosofía positiva, 6 volúmenes, 1830-1842). El programa estaba ya trazado en un Plan des travaux scientifiques nécessaires pour 66 reorganiser la société que había escrito en 1822. El título de este bosquejo o esquema de la filosofía positiva expresa con claridad que el interés de Comte era fundamentalmente social. En el Discours sur l'esprit positif (Discurso sobre el espíritu positivo, 1844) y en el Discours sur l' ensemble du positivisme (Discurso sobre el positivismo en conjunto, 1848) hace su aparición la idea de Comte de una religión de la humanidad. Algunos biógrafos ven en este desarrollo la influencia de la educación religiosa que había recibido Comte, con la diferencia de que Dios es sustituido, como objeto de devoción, por la Humanidad. Sin embargo, otros lo han visto, quizás un tanto fantasiosamente, como una extensión del afecto que sentía el filósofo por Madame Clothilde de Vaux, mujer cuyo marido había desaparecido para evitar el encarcelamiento por desfalco y de la que Comte se enamoró rendidamente en 1844. Comte no ocupó nunca una cátedra universitaria, y durante algún tiempo, para mantenerse, tuvo que dar lecciones particulares a los alumnos de la Escuela Politécnica. En 1851-1854 publicó su obra, en 4 volúmenes, Systeme de politique positive (Sistema de política positiva) y en 1852 el Catéchisme positiviste (Catecismo positivista). Por esta época estaba tratando de unificar los aspectos científicos y religiosos de su pensamiento. En 1856 dio a luz el primer volumen de una Synthese subjective ou systeme universel des conceptions propres a l'état normal de l'humanité (Síntesis subjetiva o sistema universal de las concepciones propias del estado normal de la humanidad). Pero este intento de realizar una síntesis de todas las ciencias en términos de sus relaciones con las necesidades humanas normales fue interrumpido por la muerte de Comte, en 1857. Sus medios de vida habían venido consistiendo principalmente en subvenciones que le proporcionaban sus fervientes seguidores. 2. Los tres estadios del desarrollo de la humanidad En un prefacio a su Curso de filosofía positiva hace notar Comte que la expresión "filosofía positiva" es empleada siempre en sus lecciones "en un sentido rigurosamente invariable" y que, por ello, sería superfluo dar otra definición que la que se contiene en este uso uniforme del término. No obstante, pasa a explicar que por "filosofía" entiende él lo que entendían los antiguos, y en particular Aristóteles, por esta palabra, a saber: "el sistema general de los conceptos humanos"; Y por "positiva" entiende la idea de que las teorías tienen por finalidad "coordinar los hechos observados". Sin embargo, esta afirmación de Comte, tomada en sí misma, es algo equívoca. Pues en su opinión las ciencias que subsumen los fenómenos o hechos observados bajo leyes generales son descriptivas y no o explicativas, en tanto que la filosofía examina la naturaleza de los métodos científicos y hace una síntesis sistemática de las diversas ciencias particulares. Pero su tesis es aceptable si la tomamos en el sentido de que la filosofía coordina indirectamente los hechos observados, ya que aspira a una síntesis general de las coordinaciones parcialmente logradas por las ciencias. Para Comte, conocimiento positivo lo es sólo el conocimiento de los hechos o fenómenos observados y el de las leyes que coordinan y describen los fenómenos. El uso por Comte de la palabra "fenómenos" expresa su convencimiento de que únicamente conocemos la realidad tal como nos aparece, pero no debe suponerse que implique que, para él, la mente humana conoce tan sólo impresiones subjetivas. En ocasiones se refiere a Hume con respeto; mas el escepticismo humeano es realmente ajeno a la mentalidad de Comte, excepto en lo que respecta a las creencias teológicas y a las pretensiones de la metafísica de proporcionarnos conocimiento sobre lo que trascienda el nivel fenoménico. Comte está más cerca de sus predecesores franceses del siglo XVIII que del empirismo de Hume. Es decir, insiste en que la genuina filosofía adopta la forma de una extensión sistemática del uso de lo que d'Holbach llamaba "buen sentido" o "ideas naturales". Y para él esto significa que sólo cuenta como conocimiento lo que puede someterse a la prueba empírica. La formulación de leyes generales nos capacita para predecir, y, por lo tanto, para comprobar. Que éste sea el modo de adquirir auténtico conocimiento es para Comte algo de sentido común o "buen sentido popular". Buen sentido que desecha "las absurdas dudas metafísicas" sobre, por ejemplo, la existencia de objetos físicos exteriores a la mente. Comte tiene poca paciencia con las especulaciones de tal cariz. Su "filosofía positiva" no es una filosofía escéptica en el sentido de que sugiera que nuestro conocimiento se limita a los datos sensibles. El espíritu o enfoque positivo presupone, naturalmente, que existen y están ya avanzadas las ciencias naturales, y es el resultado 67 de un desenvolvimiento histórico de la mente humana. En opinión de Comte, este proceso depende de la naturaleza del hombre, y es, por lo mismo, necesario. En su desarrollo histórico a través de los siglos, la mente humana va pasando por tres fases o estadios principales: el teológico, el metafísico y el positivo. Estos tres estadios del desenvolvimiento intelectual de la humanidad tienen, empero, sus análogos en la vida del individuo humano, que va pasando de la infancia a la adolescencia y a la madurez. "Cuando contempla su propia historia ¿no repasa cada uno de nosotros lo que ha ido siendo sucesivamente: teólogo en su infancia, metafísico en su juventud y físico en su madurez?" Si no muere prematuramente, el individuo normal pasa de la infancia a la madurez a través de la adolescencia. Y estas tres fases se reflejan en el desenvolvimiento intelectual de la humanidad toda entera. Si la raza sigue existiendo, las fases o estadios del desarrollo mental se suceden una a otra en un orden determinado, pues el hombre es lo que es. En este sentido, es necesario que así suceda; hipotéticamente necesario, podríamos decir. Desde luego que es bastante obvio que, a no ser que el individuo muera o que intervenga algún factor que impida el curso natural de su desarrollo, irá pasando de la infancia a la adolescencia y a la adultez. Pero aunque Comte pueda haberse visto a sí mismo como teólogo en su infancia y como metafísico en su adolescencia, no por eso tendrá que interpretar todo el mundo su propio desarrollo mental de igual manera. La teoría de los estadios de Comte se hace mucho más admisible cuando se la aplica al desarrollo intelectual de la humanidad en general. Es evidente que la principal influencia que ha llevado a Comte a formular su teoría es la de la reflexión sobre la historia humana, por más que él quiera conectada también con las fases de la vida de .cada individuo y pretenda ver estas fases escritas con gruesos trazos en la historia, En cualquier caso, examinar cómo explica Comte los tres estadios principales de la historia de la humanidad, no deja de ser un buen modo de abordar su filosofía positivista. El primer estadio, el teológico, lo entiende Comte como aquella fase del desarrollo mental del hombre en la que éste busca las causas últimas de los sucesos y las halla en las voluntades de unos seres personales sobrehumanos o en la voluntad de un solo ser de esas características, Se trata, en general, de la edad de los dioses o del Dios. Claro que se requiere una subdivisión. En la infancia de la raza, el hombre trataba de explicarse instintivamente los fenómenos, cuyas causas le eran desconocidas, atribuyéndolos a objetos, a pasiones y afectos análogos a los de los seres humanos. Dicho con otras palabras, el hombre dotaba a los objetos físicos de vida, pasiones y voluntad, de una manera vaga. Esta mentalidad animista representó lo que Comte describe como el estadio del fetichismo. Con el transcurso del tiempo, las fuerzas que animaban inmanentemente los objetos fueron proyectadas al exterior en la forma de los dioses y diosas del politeísmo. Más adelante, las divinidades de la religión politeísta fueron fusionadas en el contexto del Dios único del monoteísmo. Estos tres subestadios sucesivos del fetichismo, el politeísmo y el monoteísmo, constituyen juntos el estadio teológico. Al segundo estadio general lo llama Comte el estadio metafísico. Pero esta calificación se presta a equívocos. Pues lo que Comte tiene en su mente es la transformación de las deidades personales o del Dios único en abstracciones metafísicas, y no, por ejemplo, las metafísicas teístas de los pensadores medievales como Tomás de Aquino o, posteriormente, la del obispo Berkeley. Es decir, que en el estadio metafísico, en vez de explicar los fenómenos en términos de la actividad de una voluntad divina, la mente recurre a ideas ficticias tales como las del éter, los principios vitales, y así sucesivamente. El paso del estadio teológico al metafísico se produce cuando el concepto de una deidad sobrenatural y personal es sustituido por el concepto de la omniabarcadora naturaleza y cuando las explicaciones se hacen ya en términos de entidades abstractas de uno u otro tipo, tales como fuerza, atracción y repulsión. El tercer estadio es el positivo, o sea, el del enfoque maduro o mentalidad científica. Aquí no se intenta ya encontrar últimas causas explicativas ni discutir la "real" pero inobservable esencia íntima de los seres. La mente se interesa por los fenómenos o hechos observados, subsumiéndolos bajo leyes generales descriptivas, tales como la ley de la gravedad. Estas leyes coordinantes y descriptivas posibilitan las predicciones. Lo que connota al conocimiento real y positivo es, precisamente, la capacidad de predecir y, así, dentro de unos límites, la de controlar. El conocimiento positivo es real, cierto y útil. Pero aunque Comte califica de cierto al conocimiento positivo, insiste también en que, en un sentido, es relativo. Porque no conocemos el universo cabal o totalmente, sino sólo tal como nos 68 aparece. El conocimiento positivo es conocimiento de nuestro mundo, y la extensión de nuestro mundo, el mundo tal como nos aparece, no es algo fijo y determinado de una vez por todas. El conocimiento positivo es también relativo en el sentido de que se ha abandonado ya la búsqueda de absolutos. Aun suponiendo que haya causas últimas, nosotros no podemos conocerlas. Lo que conocemos son los fenómenos. Por eso, la mente que aprecie la naturaleza y la función del conocimiento positivo no perderá el tiempo en inútiles especulaciones teológicas y metafísicas. transición entre la infancia y la madurez, estimaba también que el estadio metafísico era un período de transición en el que las creencias y las instituciones del estadio teológico se sometían a críticas y se iba preparando el camino para el desarrollo de la mentalidad positiva. Según acabamos de resumida, quizá parezca que la teoría de los tres estadios tiene poco que ver con un interés por la reorganización de la sociedad. Sin embargo, de hecho, cada estadio es asociado por Comte a una forma distinta de organización social. Al estadio teológico lo asocia con la creencia en la autoridad absoluta y en el derecho divino de los reyes y con un orden social militarista. Es decir, que el orden social se mantiene mediante la imposición de la autoridad desde arriba, y la clase de los guerreros tiene la preeminencia. En el estadio metafísico el régimen anterior es sometido a una crítica radical; pasa al primer plano de la creencia en derechos abstractos y en la soberanía popular, y es sustituida la autoridad de los reyes y de los sacerdotes por el imperio de la ley. Finalmente, el estadio positivo es asociado con el desarrollo de la sociedad industrial. Ahora pasa a ser el centro de la atención la vida económica del hombre y surge una élite de científicos que tienen por vocación organizar y regular la sociedad industrial de un modo racional. Este tipo de sociedad es considerado por Comte, lo mismo que por algunos de sus contemporáneos, como naturalmente pacífico. Pero para su debido desarrollo se requiere una nueva ciencia: la sociología. Las ciencias naturales permiten al hombre controlar, dentro de unos límites, su entorno físico. La ciencia del hombre le permitirá organizar en paz la sociedad industrial. La emergencia del espíritu o mentalidad positiva irá, así, acompañada de una reorganización de la sociedad. Si nos contentamos con las impresiones de conjunto, la teoría de los tres estadios de Comte es obvio que puede parecer plausible. Vale decir, si consideramos tan sólo la posición dominante que tuvo la teología entre los temas de estudio durante la Edad Media, o atendemos a ciertos aspectos del pensamiento de la Ilustración dieciochesca y al subsiguiente desarrollo de la convicción de que la ciencia es el único modo viable de aumentar nuestros saberes acerca del mundo, podrá entonces parecer perfectamente razonable el dividir la historia europea en los estadios teológico, metafísico y positivo. Pero en cuanto nos ponemos a considerar la historia europea con mayor detenimiento, en seguida se hace claro que si las divisiones de Comte se toman en sentido estricto no se las puede adaptar a los hechos. Vemos, por ejemplo, que la filosofía floreció ya en la antigua Grecia, donde también alcanzaron gran desarrollo las matemáticas. Asimismo, la ciencia natural había hecho sorprendentes progresos mucho antes de que terminara lo que Comte describe como el período metafísico. Ni que decir tiene que Comte es muy consciente de ello. Y hace cuanto puede para encajar esos datos entre las líneas generales de su esquema. Reconoce, por ejemplo, que en la Edad Media la teología iba acompañada de metafísica, pero piensa que tal metafísica estaba forjada a la medida de la mentalidad teológica y formaba, en realidad, parte de la teología. Tampoco pretende Comte que la ciencia comenzase solamente con el estadio positivo. Sabe muy bien que los griegos cultivaron las matemáticas. Pero mantiene que en el desarrollo de la ciencia hubo un progreso desde la ciencia más abstracta, la matemática, a la más concreta, la sociología, que es la contribución peculiar del estadio positivo. En cuanto a la física, ciertamente empezó a desarrollarse mucho antes del estadio positivo, pero durante un tiempo expresó la mentalidad metafísica, al postular como causas explicativas entidades abstractas. Sólo al iniciarse el estadio positivo se llegó a entender la naturaleza real de la ciencia física y la de sus conceptos y leyes. Para Comte, el mundo antiguo y la Edad Media representaron la visión o mentalidad teológica, y la Ilustración representó el estadio metafísico. En el mundo de su tiempo veía el comienzo del estadio positivo. Además, del mismo modo que consideraba la adolescencia como un período de Asimismo, Comte está perfectamente dispuesto a reconocer algunos encabalgamientos entre los distintos estadios. "De este modo, tendremos que considerar, por ejemplo, que la época teológica todavía sigue existiendo en la medida en que las ideas morales y políticas hayan conservado un carácter esencialmente teológico, a pesar de la 69 transición de las demás categorías intelectuales al estadio puramente metafísico, y aun cuando haya comenzado ya el estadio auténticamente positivo respecto a las mas simples de tales categorías. Parecidamente, será necesario prolongar la época metafísica, hablando con propiedad, dentro de la fase inicial del positivismo. Procediendo de esta manera, el aspecto esencial de cada época se seguirá destacando tanto como sea posible, mientras se prepara, de suyo, la clara aparición de la época siguiente." En el caso de un individuo concreto, los rasgos psicológicos pertenecientes a una fase anterior de su desarrollo pueden persistir en el hombre adulto coexistiendo con otros rasgos característicos de la madurez. Análogamente, las expresiones de la mentalidad de una época histórica previa pueden distinguirse en un estadio posterior. "Aun en nuestros días ¿qué es en realidad, para una mente positiva, este nebuloso panteísmo del que se enorgullecen tantos profundos metafísicos, especialmente en Alemania, sino un fetichismo generalizado y sistematizado?" Algunas de las observaciones de Comte, tomadas en sí mismas, resultan bastante certeras. Pero, en general, produce la impresión de quien intenta a toda costa hacer que los hechos encajen en un esquema interpretativo basado en cierta visión de la historia europea. Naturalmente Comte está en todo su derecho al abordar la historia de Europa provisto de un plan general de interpretación y mirar si encajan en él los hechos. Pero cuantos más ajustes se ve obligado a hacer, tanto más elástica se va haciendo la división en estadios o épocas. Y si se sobreentiende que la sucesión de los estadios representa un progreso en las esferas intelectual y social, es innegable que se ha presupuesto un juicio de valor o toda una serie de juicios de valor. En otras palabras, Comte lee la historia de Europa desde el punto de vista de un positivista convencido. Lo cual no es, por cierto, ningún crimen; pero el resultado no es simplemente una descripción neutral, sino más bien una reconstrucción hecha desde un determinado punto de vista. En otras palabras, la verdad del positivismo parece ser un presupuesto de la interpretación comtiana de la historia. Comte no estaba preparado para considerar la posibilidad de un estadio post-positivista del desarrollo intelectual. Es indudable que trató de apoyar su teoría de los estadios históricos en una explicación psicológica del despliegue de la vida mental del hombre dentro del proceso de su crecimiento hacia la madurez. Pero parece estar bastante claro que esta explicación presupone también la verdad del positivismo, en el sentido de que depende de la suposición de que la mente madura y la mentalidad científica, tal como las entiende Comte, son una misma cosa. Antes de ocuparnos de la clasificación de las ciencias por Comte, quisiera hacer notar dos puntos. El primero atañe a la creencia religiosa. El modo corriente de entender a Comte es interpretarle como si sostuviese que, así como el hombre deja de creer en duendes y en hadas en cuanto comprende que no hay ninguna buena razón para pensar que existan tales seres, así abandona progresivamente la creencia en un Dios trascendente, no porque se haya demostrado la noexistencia de Dios, sino porque no hay ninguna razón positiva para creer que exista un Dios trascendente. Dicho de otro modo, la difusión del ateísmo es uno de los rasgos del avance de la inteligencia humana hacia la madurez, no el resultado de una prueba filosófica de la inexistencia de Dios. Pero aunque éste es un modo natural de interpretar la teoría de Comte de los tres estadios, en lo que él realmente insiste es en presentar como cada vez más relegado a la cuneta en el camino del progreso el recurrir a Dios como a una hipótesis para explicar los fenómenos. Es decir, que cuanto más viene el hombre a buscar "explicaciones" científicas de los hechos, menos se contenta con explicados sobrenaturalmente y cuando la mente madura ignora la explicación científica de un hecho, espera que haya alguna e investiga para encontrada, en vez de recurrir a Dios para tapar el agujero de su ignorancia. Pero, a la vez, Comte no hace profesión de ateísmo. En su sentir, el teísmo y el ateísmo se interesan por problemas que no se pueden resolver. Porque ahí no es posible ninguna comprobación empírica. Quizás haya una o muchas causas últimas. Pero, sea de ello lo que fuere, ni lo sabemos ni podremos saberlo nunca. El segundo punto se refiere al modo de correlacionar Comte tres tipos principales de organización social con los tres estadios principales del desarrollo intelectual del hombre. Está perfectamente dispuesto a admitir que el avance intelectual del hombre puede adelantarse a su progreso social, y que el espíritu positivista, por ejemplo, puede hacer su aparición antes de que se haya desarrollado la forma correspondiente de organización social. Aparte toda otra consideración, la insistencia de Comte en la necesidad de planificación social a cargo de una élite de científicos le fuerza a reconocer el hecho de que el avance mental puede ir por delante del progreso social. Al mismo tiempo, desea mantener la idea 70 de la correlación entre los dos aspectos, el cognoscitivo y el social, de un movimiento histórico. Por eso insiste en que, aun cuando el progreso intelectual del hombre rebase su progreso social, podremos distinguir igualmente los estadios preparatorios de la aparición de una nueva forma de organización social. Más aún, una vez haya tenido lugar la transición a una sociedad industrial debidamente organizada, esto reforzará y consolidará la visión positivista. 3. Clasificación y metodología de las ciencias Progresar es, para Comte, progresar en el conocimiento científico. Pero la ciencia adopta la forma de ciencias particulares. Todas ellas procuran coordinar los fenómenos, pero tratan, o bien de diferentes clases de fenómenos, o de distintos aspectos de las cosas, teniendo, como dirían los escolásticos, diferentes "objetos formales". Además siguen sus "procedimientos característicos" o métodos. Se da, pues, una cierta fragmentación de la ciencia, Y entre las tareas del filósofo una de las principales es conseguir la síntesis, sin borrar las diferencias, por medio de una clasificación sistemática. Si ha de hacerse tal clasificación, el primer requisito es averiguar cuáles son las ciencias básicas o fundamentales. Para ello, debemos considerar "sólo las teorías científicas y en modo alguno su aplicación". Es decir, no habrá que tener en cuenta el uso que de la teoría científica se haga en el campo tecnológico. Por ejemplo, las leyes generales de la física pertenecen a la física abstracta, mientras que el estudio de la tierra en particular es una ciencia concreta e implica la consideración de factores distintos de las leyes abstractas de la física. Semejantemente, pertenece a la ciencia abstracta formular las leyes generales de la vida, mientras que una ciencia como la botánica se ocupa de un tipo o nivel particular de vida. En su Curso de filosofía positiva describe Comte seis ciencias básicas, a saber: las matemáticas, la astronomía, la física, la química, la fisiología y biología, y la física social o sociología. Nótese que en la lista no aparece la psicología. Esto se explica, por una parte, porque Comte rechaza la psicología introspectiva, y por otra, porque cuando escribe todavía no ha cobrado auge la psicología empírica. La psicología, tal como él la entiende, se divide, pues, entre la fisiología y la sociología. Asignando a la fisiología, o biología, el estudio del hombre como individuo, Comte está siguiendo las huellas de Condillac y de Cabanis. El estudio de la naturaleza y de la conducta humanas como fenómenos sociales se lo asigna a la fisiología social, como Saint-Simon la llamó, o sociología. En escritos posteriores halló Comte espacio para la ética como ciencia adicional. Sin embargo la ética significaba, para él, no una ciencia normativa que se ocupase de determinar valores y reglas morales, sino más bien psicología social, un estudio del comportamiento del hombre en la sociedad, con miras a formular las leyes que nos capaciten para predecir y planificar la marcha de la sociedad. En lo que respecta a la clasificación sistemática, insiste Comte en que deberemos empezar por lo más simple y más general o abstracto y pasar de ahí, siguiendo el orden lógico de dependencias, a lo más complejo y menos general. Las matemáticas, por ejemplo, son más abstractas que la astronomía, y ésta depende de las matemáticas en el sentido de que las presupone. De parecido modo, la fisiología o biología, que trata de las leyes generales de la vida, es más abstracta que la sociología, la cual se ocupa específicamente del hombre en sociedad. Ateniéndonos a estas directrices, vamos a parar a la arriba mentada jerarquía de las ciencias básicas, dispuestas en un orden en el que la mente empieza por lo que es más abstracto y está más apartado de los fenómenos humanos concretos, vale decir, por las matemáticas, y termina en la sociología, que se ocupa de tales fenómenos en mayor grado que cualquiera de las demás ciencias. Ya hemos mencionado el hecho de que, en tanto que Saint-Simon tendía a pensar en los términos de un método científico general, Comte consideraba que cada ciencia desenvuelve su propio método. Pero esta afirmación hay que matizarla. Si nos fijamos en el uso que hace Comte de la palabra "método", él reconoce sólo un método científico. "Pues toda ciencia consiste en coordinar hechos; si las diferentes observaciones estuviesen enteramente aisladas, no habría ciencia." Si, pues, por método entendemos el observar hechos o fenómenos y el coordinarlos mediante la formulación de leyes, hay un método común a todas las ciencias. En cambio, si nos fijamos en lo que Comte llama "procedimientos", será verdad decir, como él piensa, que en el proceso de su desarrollo cada ciencia perfecciona su propio procedimiento o técnica, su propio modo de habérselas con los datos, Hay, sin duda, 71 procedimientos que no son exclusivamente propios de ninguna ciencia particular. Así, el empleo de hipótesis, la deducción y la comprobación son casos de éstos. Pero al mismo tiempo el experimento desempeña un papel, digamos, en la química que no puede desempeñar en la astronomía, mientras que en sociología se ha hecho uso de un enfoque histórico. La afirmación de que Comte reconoce una pluralidad de métodos requiere ulterior matización. Al clasificar las ciencias básicas, insiste Comte en que está siguiendo un orden lógico, pues cada una de las sucesivas ciencias presupone lógicamente a su predecesora en la jerarquía. Al mismo tiempo, está convencido de que "una ciencia no se conoce por completo mientras no se conoce su historia", es decir, que la verdadera o real naturaleza de una ciencia se revela, más que en sus orígenes, en la proporción en que está desarrollada, por el grado de perfección que ha alcanzado. Por ejemplo, las matemáticas tienen como datos originales los fenómenos considerados en sus aspectos cuantitativos, y pasan de ahí a determinar las relaciones entre cantidades dadas. Pero en su desarrollo las matemáticas se van haciendo cada vez más abstractas, hasta ser "completamente independientes de la naturaleza de los objetos examinados y atender tan sólo a las relaciones numéricas que esos objetos presentan". Según se van haciendo "puramente lógicas, racionales", y van consistiendo en "una serie más o menos larga de deducciones racionales", se transforman en lo que denomina Comte la ciencia del cálculo. Y de este modo constituyen "la verdadera base racional de todo el sistema de nuestro conocimiento positivo". En esta forma puramente abstracta, las matemáticas nos capacitan para coordinar fenómenos en otras ciencias, de un modo que sería, si no, imposible. Es cierto, claro está, que no podemos convertir, por ejemplo, la biología en puras matemáticas. Pero la biología llega a ser una ciencia real en tanto en cuanto las relaciones entre los fenómenos biológicos se determinan matemáticamente. Más todavía, en su estado desarrollado o perfecto las matemáticas son una ciencia puramente deductiva y Comte las considera como el modelo del método científico. La física, por ejemplo, va aumentando en perfección a medida que prepondera en ella el método deductivo. Si, por consiguiente, miramos las ciencias desde este punto de vista particular, podremos decir que hay un método científico modélico, ejemplificado en su mayor pureza por las matemáticas. Sin embargo, Comte no pretende que toda ciencia básica pueda transformarse en una ciencia puramente deductiva. Cuanto más nos alejamos de las matemáticas puras en la jerarquía de las ciencias, menos posible se hace tal transformación. Porque los fenómenos se van haciendo cada vez más complejos. En la práctica, pues, cada ciencia, a medida que avanza, desarrolla su propio "procedimiento", aunque haga uso, siempre que se pueda, de las matemáticas para obtener mayor precisión. La psicología no puede convertirse simplemente en matemáticas. Ni tampoco puede proceder de un modo puramente deductivo. Pero hará uso de las matemáticas siempre que pueda. 4. Tareas del filósofo en la era positiva Hemos notado que, para Comte, una de las principales funciones de la filosofía es la de conseguir la unificación o síntesis de las ciencias. Parte de esta tarea se cumple en la clasificación sistemática de las ciencias de que acabamos de tratar en la última sección. Pero Comte habla también de una síntesis doctrinal o de una unificación del conocimiento científico. Y aquí surge la cuestión de cómo haya de entenderse esta síntesis doctrinal. La meta de la ciencia es coordinar fenómenos de un determinado tipo mediante la formulación de leyes descriptivas, tales como la ley de la gravedad en la física newtoniana. A primera vista, pues, puede parecer que, por lo tanto, la meta de la filosofía en el estadio positivo de su desarrollo habrá de ser coordinar todos los fenómenos en términos de una única ley. Es decir, quizá parezca seguirse que la filosofía positiva debiera aspirar a hacer ver que las leyes más generales de las ciencias particulares pueden derivarse de una ley omnicomprensiva, o que la presuponen. Sin embargo, Comte rechaza explícitamente esta manera de concebir la función de la filosofía. "De acuerdo con mi profunda convicción personal, considero estos intentos de lograr la explicación universal de todos los fenómenos por medio de una única ley evidentemente quiméricos, aun cuando tales intentos los hagan las inteligencias más competentes. Creo que los medios de que dispone el entendimiento humano son demasiado débiles y el universo es demasiado complejo como para que semejante perfección científica podamos alcanzada nunca [...]." Podemos unificar las ciencias en el sentido de que podemos hallar un método que esté en la base de sus diferentes procedimientos; 72 pero no podemos lograr una unificación doctrinal en el sentido arriba mencionado. Esto quiere decir, de hecho, que una síntesis doctrinal no podemos lograrla siguiendo un método "objetivo", ampliando el proceso de coordinar fenómenos que es común a todas las ciencias, hasta el punto de reducir todas las leyes a una ley. Pero sí que podemos lograr una síntesis doctrinal siguiendo un método "subjetivo", es decir, viendo las ciencias en sus relaciones con la humanidad, con las necesidades del hombre como ser social. Lo cual significa que el principio sintetizador hay que buscado en la sociología. Una vez que ha surgido la ciencia del hombre, si miramos hacia atrás veremos el desarrollo de la ciencia como un progreso desde la consideración de los fenómenos no humanos a la consideración de los fenómenos humanos, como un movimiento desde el mundo externo hasta el hombre mismo. Podemos, pues, unificar las ciencias desde el punto de vista del sujeto, cuando el sujeto es ya la humanidad en general y no el sujeto individual de la epistemología. Claro que Comte no sugiere con esto que la sociología pueda ni deba absorber a todas las demás ciencias. Lo que sugiere es que la sociología, teniendo como tiene por materia de su estudio al hombre en sociedad, ofrece el principio organizativo para la unificación del conocimiento científico, a saber, la idea de la humanidad y de sus necesidades. Desde el punto de vista histórico, la sociología ha sido la última ciencia que ha aparecido en escena. Pero una vez que la teoría sociológica se ha liberado de las creencias teológicas y de las suposiciones éticas y ha alcanzado el estadio positivo de su desarrollo, tenemos derecho, por así decirlo, a invertir el orden histórico y a dar la supremacía al punto de vista humano o "subjetivo". Si se trataba de obtener conocimiento científico, objetivo, el punto de vista subjetivo había de ser despreciado. Pero cuando las ciencias básicas, incluida la sociología, se han establecido firmemente como disciplinas científicas, cabe seguir la política de unificadas en términos de sus diversas relaciones con las necesidades humanas in que disminuya por ello su objetividad científica, mientras que en una etapa anterior esta política habría sido perjudicial para el avance de las ciencias. Ahora bien, la filosofía positiva no aspira simplemente a realizar una unificación teórica de las ciencias. Tiene también una meta práctica. Comte se refiere a "la inmensa revolución social en medio de la cual estamos viviendo y respecto a la cual todas las revoluciones precedentes no han sido otra cosa que un preliminar necesario". Se requiere una reorganización de la sociedad. Pero esta tarea no puede llevarse a cabo sin un conocimiento de las leyes de la sociedad tales como las formula la sociología. Sin el conocimiento de las leyes que coordinan los fenómenos de la naturaleza, el hombre no puede controlar ni moldear con eficacia su entorno natural. Semejantemente, sin el conocimiento de las leyes relativas al hombre en sociedad, no podemos promover ni conseguir una eficaz renovación progresiva de la sociedad. Esta reorganización social es la meta práctica de la síntesis "subjetiva" de las ciencias, de su unificación concebida en términos de sus relaciones con la humanidad y las necesidades de ésta. 5. La ciencia del hombre: estática y dinámica sociales La sociología o física social presupone, según Comte, las demás ciencias básicas, y es la culminación y el desarrollo de la ciencia y la especial contribución del estadio positivo al avance intelectual del hombre. Se divide en estática social y dinámica social. La estática social estudia las leyes generales 'de la existencia común a las sociedades humanas, es decir, las condiciones esenciales de la solidaridad social. La dinámica social estudia las leyes del movimiento o desarrollo de las sociedades, las leyes del progreso social. En opinión de Comte, la estática social "constituye el nexo directo entre la ciencia definitiva y la totalidad de las ciencias preliminares, sobre todas ellas la biología, de la que parece ser aquélla inseparable". La estática social es presupuesta por y tiende hacia la dinámica social, cuyas leyes se nos dice que se aplican ante todo a la política, mientras que las de la estática social "pertenecen más bien a la moral". La sociología en su conjunto, es decir, comprendiendo la estática social y la dinámica social, concibe "el progreso como el desarrollo gradual del orden", y también "representa el orden como manifestado por el progreso". La estática social halla la base de la sociedad en la naturaleza del hombre como ser social y pone de manifiesto que en toda sociedad ha de haber división del trabajo y coordinación de los esfuerzos humanos con miras a realizar un propósito común. Evidencia asimismo la necesidad y la naturaleza fundamental del gobierno. Por lo tanto, la estática social versa primordialmente sobre el elemento del orden que 73 es esencial a toda sociedad; y en este campo Aristóteles hizo una notable contribución al pensamiento. Pero, si bien el orden es esencial a toda sociedad, el resultado de canonizar una forma dada de organización social es la petrificación. El grave defecto de los utopistas como Platón consistió en representar una forma posible de organización social como la única forma ideal del orden. Ciertamente, aun "la más poderosa inteligencia de toda la antigüedad, el gran Aristóteles, estuvo tan dominada por su siglo que fue incapaz de concebir una sociedad que no estuviera necesariamente basada en la esclavitud [...]". La idea de orden es, pues, insuficiente. Se requiere también la idea de progreso. Y ésta se estudia en la dinámica social. Sin embargo, Comte insiste en la íntima conexión que se da entre la estática social y la dinámica social. El orden sin progreso o desarrollo acaba en petrificación o en decadencia; pero el cambio sin orden suele equivaler a anarquía. Hemos de ver en el progreso la actualización de la tendencia dinámica inherente al orden social. "El progreso sigue siendo siempre el simple desarrollo del orden", y esto significa que el orden social asume diferentes formas sucesivas. El progreso es "oscilante" en el sentido de que incluye casos de retardamiento y hasta de retroceso como momentos del movimiento general de avance. Ya hemos hecho notar que Comte alaba la contribución de Aristóteles a la estática social. En el campo de la dinámica social rinde tributo a Montesquieu. "Es a Montesquieu a quien debemos atribuir el primer gran esfuerzo directo por tratar la política como una ciencia de hechos y no de dogmas." Pero, lo mismo que Aristóteles, también Montesquieu tuvo fallas: no consiguió liberar su pensamiento de la metafísica; ni entendió propiamente la necesaria sucesión de diferentes organizaciones políticas, y atribuyó exagerada importancia a las formas de gobierno. Para encontrar un avance auténtico debemos parar mientes en Condorcet, que fue el primero que vio con claridad que "la civilización se halla sometida a un avance progresivo, cuyos estadios están rigurosamente eslabonados entre sí por leyes naturales que puede revelar la observación filosófica del pasado [...]". Sin embargo, ni siquiera Condorcet entendió bien la naturaleza de los sucesivos estadios o épocas. Fue Comte mismo quien aportó esta comprensión. Según Comte, "la característica fundamental de la filosofía positiva es considerar que todos los fenómenos están sometidos a invariables leyes naturales". La expresión "todos los fenómenos" incluye naturalmente los fenómenos humanos. No pretende Comte que la coordinación de los fenómenos humanos mediante la formulación de leyes haya alcanzado igual grado de desarrollo en la sociología que el que ha alcanzado en algunas otras ciencias. Pero, así y todo, sostiene que el filósofo deberá considerar los fenómenos humanos como capaces de ser subsumidos bajo leyes. Esto quiere decir, de hecho, que las sucesivas formas de organización político-social deben correlacionarse con los sucesivos estadios del desarrollo intelectual del hombre. Según hemos visto, Comte opina que en la época teológica la sociedad era necesariamente una sociedad militar, organizada para la lucha y la conquista, y la industria no era más que lo que se requería para el mero mantenimiento de la vida humana. En la fase metafísica, que fue un período de transición, la sociedad se hallaba también .en un estado de transición "no ya francamente militar, ni todavía francamente industrial”. En el estadio positivo la sociedad está organizada con miras a la producción, y es por naturaleza una sociedad pacífica, orientada al bien común. En fin, estos tres modos sucesivos de actividad humana, "la conquista, la defensa y el trabajo", "corresponden exactamente a los tres estadios de la inteligencia: ficción, abstracción y demostración. De esta correlación básica se deriva ante todo la explicación general de las tres edades naturales de la humanidad". Pero el hombre no es simplemente un ser intelectual y activo. Está caracterizado también por el sentimiento. "En toda existencia normal domina-constantemente el afecto sobre la especulación y la acción, aunque la intervención de éstas es indispensable para que tal existencia sea capaz de sufrir y modificar las impresiones externas." El hombre tiene, por ejemplo, un instinto o sentimiento social. En la antigüedad, este instinto estuvo dirigido hacia la ciudad (la polis), y en la Edad Media halló expresión en varios tipos de corporaciones. En la época positiva o industrial, el instinto social, bajo la influencia de los unificantes factores que son la ciencia y la industria, tiende a adoptar la forma de amor a la humanidad en general. Esta idea le proporciona a Comte una base para asegurar que la tercera forma fundamental de la organización social es intrínsecamente pacífica. 74 Apenas hay que decir que así como Comte trata de conciliar su teoría de los tres estadios del desarrollo intelectual del hombre con hechos que parecen contrarios a la teoría, así también intenta conciliar con su explicación de las formas correlativas de organización social aquellos hechos históricos que podrían citarse como pruebas contra la verdad de su explicación. Por ejemplo, si se apela a la evidencia para mostrar que hasta las naciones más industrializadas pueden incurrir en acciones militares agresivas, Comte replica que es porque el proceso de industrialización comienza y se desarrolla cuando todavía siguen influyendo los modos de pensar y sentir característicos de épocas anteriores. El no pretende que una sociedad en la que se esté desarrollando la industrialización, nunca manifieste un espíritu agresivo o nunca se lance a la guerra. Lo que él afirma es que, a medida que la sociedad industrial vaya llegando a la madurez, la unificación de la humanidad, promovida por el común conocimiento científico y por la industrialización, dará como resultado, bajo la guía de una élite científica, una sociedad pacífica en la que las diferencias serán dirimidas mediante discusión racional. No se le puede, naturalmente, reprochar a Comte que trate de encajar los hechos en el entramado de una hipótesis, siempre y cuando se muestre dispuesto a revisar e incluso abandonar la hipótesis si se prueba su incompatibilidad con los hechos. Pero no está nada claro por qué un aumento de conocimiento científico haya de llevar a un aumento moral en la humanidad, ni por qué una sociedad industrial haya de ser más pacífica que una sociedad no industrializada. Después de todo, Comte no se limita a decir lo que, en su opinión, debería suceder, desde un punto de vista ético; está diciendo lo que sucederá, en virtud de la ley o leyes que rigen el desarrollo del hombre. Y cuesta evitar la impresión de que la ley de los tres estadios tiende a llegar a ser, para Comte, más que una hipótesis falsable, la expresión de una fe o de una filosofía teleológica de la historia, a cuya luz haya que interpretar los datos históricos. Si el proceso histórico es regido por una ley y el futuro es, por lo menos en principio, predecible, surge la pregunta de si queda algún espacio para la planificación social. ¿Qué puede hacer, por ejemplo, una élite científica para influir en la sociedad y en el curso de la historia? Desde un punto de vista, quizá no haya aquí ningún problema particular. Como dijimos, Comte insiste en que, si bien todas las ciencias coordinan fenómenos subsumiéndolos bajo leyes, estas leyes son .puramente descriptivas. Si halláramos que el hombre pudiera producir en el mundo físico efectos que fuesen incompatibles con las leyes físicas aceptadas hasta aquí, revisaríamos obviamente las leyes en cuestión. Las leyes, como generalizaciones descriptivas, son en principio revisables. De parecido modo, en cuanto atañe a la teoría por él profesada sobre las leyes científicas, Comte podría mantener perfectamente bien que las leyes de la sociología son susceptibles de falsación y, por lo tanto, revisables en principio. Una ley podría ser falsada por la acción humana. Sin embargo, cuando se trata de la ley de los tres estadios, Comte tiende a hablar como si fuese inviolable y como si la sociedad hubiese de desarrollarse de la forma indicada por esta ley haga el hombre lo que haga. Surge, pues, inevitablemente la pregunta de si tiene así algún sentido pedir una planificación social a cargo de una élite de científicos. Comte es plenamente consciente de la necesidad de responder a esta pregunta. Y arguye que no hay ninguna incompatibilidad entre la idea de que todos los fenómenos se rigen por leyes y la idea de la planificación y el control por el hombre. Al contrario, el poder del hombre de modificar toda suerte de fenómenos sólo puede ejercerse si hay "un real conocimiento de sus respectivas leyes naturales". Pongamos un ejemplo del mundo moderno: el conocimiento de las leyes físicas relevantes es una condición esencial para explorar con éxito el espacio. Asimismo, el conocimiento de las leyes de la conducta humana es condición esencial para una planificación social inteligente y eficaz. Según Comte, los fenómenos sociales son más complejos que los fenómenos físicos, y esto significa que las leyes formuladas en sociología son menos precisas que las leyes físicas, menos susceptibles que éstas de formulación matemática. No obstante, la formulación de leyes en sociología permite la predicción. Pues los fenómenos sociales son "tan predecibles como todos los demás tipos de fenómenos, dentro de los límites de precisión compatibles con su mayor complejidad". Y así, lejos de ser incompatible con la planificación social, la predictibilidad es condición esencial para ella. Esto parecerá, sin duda, bastante sensato. Pero, de hecho, no responde del todo a la pregunta de en qué medida puede afectar la acción humana al curso de la historia. A tal pregunta responde Comte haciendo una distinción: El hombre no puede alterar el orden de los 75 sucesivos estadios del desarrollo histórico; pero la acción o la inacción humana sí que puede acelerar o retardar este desarrollo. La emergencia del estadio positivo del pensamiento y de la correspondiente forma de sociedad es necesaria, siendo el hombre lo que es; pero el desarrollo de la sociedad industrial puede ser acelerado mediante una planificación inteligente. Porque los fenómenos sociales son, "por su naturaleza, al mismo tiempo los más modificables de todos y los que tienen mayor necesidad de ser modificados útilmente según las indicaciones racionales de la ciencia". Esta modificabilidad de los fenómenos sociales permite la planificación efectiva; pero lo que en realidad puede lograrse es limitado por lo que, evidentemente, se considera el funcionamiento de una ley inalterable. El desarrollo social es modificable "en su rapidez, dentro de ciertos límites, por un número de causas físicas y morales [...]. Las combinaciones políticas pertenecen al mundo de esas causas. Éste es el único sentido en que le es dado al hombre influir en la marcha de su propia organización" y Ciertamente Comte desea dar cabida a la iniciativa y a la acción humanas. Pero el espacio que les deja es limitado, dada su interpretación de la historia humana como regida por una ley que el hombre no puede alterar mucho más que lo poco que puede alterar las leyes físicas. Y Comte está completamente seguro de conocer la ley que rige el desarrollo de la historia humana. 6. El Gran Ser y la religión de la humanidad. Era firme convicción de Comte que la sociedad debería ser organizada por quienes poseyeran auténtico conocimiento. En esta materia estaba de acuerdo con Platón. Comte hacía escaso uso de la democracia, si se entiende que ésta implica que la voluntad del pueblo, sea cual fuere, ha de prevalecer. Se inclinaba en favor del gobierno paternalista que atiende a procurar el bien común. Así como en la Edad Media se esperaba que los individuos aceptas en la enseñanza de la Iglesia tanto si entendían como si no sus doctrinas y las razones en que se basaban, así también era de esperar que los ciudadanos de la "política positiva" aceptarían los principios sentados por la élite positivista, es decir, por los científicos y los filósofos positivistas. En la sociedad comtiana del futuro, esta élite controlaría la educación y formaría la opinión pública. Sería, de hecho, el equivalente moderno del poder espiritual del Medievo, y el gobierno, extraído de las clases de técnicos dirigentes, sería el equivalente moderno del medieval poder temporal. En el ejercicio de sus funciones el gobierno consultaría (o, por mejor decir, "consultará" dada la ley de los tres estadios) a la élite positivista, a los sumos sacerdotes de la ciencia. Aunque Comte pensaba que el período medieval había sido sustituido por las eras primero metafísica y después positivista, no fue ni mucho menos un despreciador de la Edad Media. Los científicos y los filósofos positivistas ocuparían los puestos del Papa y de los obispos, y los miembros de la clase gestora ejercerían las funciones de los monarcas y de los nobles medievales. Comte comprendió, por supuesto, que la Revolución francesa había venido a acabar con un régimen anticuado que había sido totalmente incapaz de satisfacer las necesidades de la naciente sociedad. Pero simpatizaba poco con la insistencia liberal en los presuntos derechos naturales de los individuos. La noción de que los individuos tuviesen unos derechos naturales independientemente de la sociedad y hasta en contra de ella resultaba extraña a su mentalidad. En su opinión, semejante noción sólo podía provenir de una incomprensión del hecho de que la realidad fundamental es la humanidad y no el individuo. El hombre como individuo es una abstracción. Y la regeneración de la sociedad "consiste sobre todo en sustituir los derechos por deberes, a fin de subordinar mejor la personalidad a la sociabilidad". "A la palabra derecho debería hacérsela desaparecer del verdadero lenguaje de la política tanto como a la palabra causa del verdadero lenguaje de la filosofía. Dicho de otro modo; nadie posee otro derecho que el de cumplir siempre su deber. Sólo así podrá finalmente subordinarse la política a la moral, conforme al admirable programa de la Edad Media." En la época positiva la sociedad garantizará, sin duda, ciertos" derechos" al individuo, pues esto se requiere para el bien común. Pero tales derechos no existen independientemente de la sociedad. Comte no quiere dar a entender, naturalmente, que la sociedad positiva vaya a caracterizarse por la opresión de los individuos por el gobierno. Lo que quiere decir es que, a medida que se desarrolle la nueva sociedad, la idea del cumplimiento de los propios deberes para con la sociedad y de que hay que velar ante todo por los intereses de la 76 humanidad, prevalecerá sobre la concepción según la cual la sociedad existe para servir a los intereses de los individuos. En otras palabras, confía en que el desarrollo de la sociedad industrial, cuando se organice propiamente, irá acompañado de una regeneración moral que implicará la sustitución de los intereses particulares de los individuos por el exclusivo interés en el bienestar de la humanidad. Bien podemos pensar que hay aquí algo de exagerado optimismo. Pero éste consiste, no en que Comte espere la regeneración moral, sino más bien en su confianza en que tal regeneración irá inevitablemente acompañada del desarrollo de una sociedad que se basará en la ciencia y en la industria. Cuando lo cierto es que no se ve nada claro por qué tengan que suceder así las cosas. Sea de ello lo que fuere, es indudable que, para Comte, la forma más alta de la vida moral la constituyen el amor y el servicio a la humanidad. En la fase positiva del pensamiento, la humanidad pasa a ocupar el puesto que le correspondía a Dios en el pensamiento teológico; y el objeto del culto positivista es "el Gran Ser" (le Grand Etre), la Humanidad. Ciertamente, la humanidad no posee todos los atributos que en tiempos se predicaron de Dios. Por ejemplo, mientras que al mundo se le concebía como creación de Dios y como dependiendo de él, la humanidad está "siempre sujeta a la totalidad del orden natural, del que constituye sólo el elemento más noble".Sin embargo, la "necesaria dependencia" del Gran Ser no afecta a su relativa superioridad. Y Comte elabora un sistema religioso basado, en el fondo, en el catolicismo en que él se había criado. Así, el positivismo tendrá sus santos (los grandes bienhechores de la humanidad), sus templos, sus imágenes, su conminación de los principales enemigos de la humanidad, su conmemoración de los difuntos, sus sacramentos sociales, y así sucesivamente. John Stuart Mill, que simpatizaba con la actitud positivista general de Comte, criticó con agudeza el modo en que el pensador francés aspiraba a someter a la gente a los rigores de una religión dogmática expuesta por los filósofos positivistas. Objetaba también Mili que la religión positivista de Comte no tenía ninguna conexión orgánica con su pensamiento genuinamente filosófico, sino que era un añadido superfluo y, a decir verdad, repugnante. Estos dos puntos críticos se pueden, desde luego, separar. Vale decir, podemos muy bien considerar repugnante lo que refiriéndose al de Comte describiría T. H. Huxley como un catolicismo sin cristianismo, y no por ello suscribir necesariamente la opinión de Mili según la cual la religión comtiana no tenía conexión orgánica con el positivismo. De hecho), esta opinión se ha discutido. Pero, pese a lo que digan los críticos de Mili, hay un sentido importante en el que su acusación parece plenamente justificada. Pues la idea de que a la teología y a la metafísica les ha sucedido la ciencia, y que sólo ésta nos da conocimiento auténtico y útil, no contiene la elevación de la humanidad a objeto de culto religioso ni tampoco el establecimiento de un elaborado culto religioso. La religión positivista de Comte, que influyó en bastantes de sus discípulos y llegó al establecimiento de una Iglesia positivista, no es consecuencia lógica de una teoría positivista del conocimiento. Al mismo tiempo, puede ciertamente argüirse que hay una conexión psicológica entre la filosofía positivista de Comte y su religión de la humanidad. Parece acertado decir que Comte coincidía con los tradicionalistas en creer que hacía falta una regeneración moral y religiosa de la sociedad. Pero, como creía también que Dios era una ficción, tenía que buscar en alguna otra parte un objeto de devoción. Y pensando, como pensaba, que la realidad social básica era la humanidad más bien que los distintos individuos por separado, y que éstos solamente podían trascender el egoísmo dedicándose al servicio de la humanidad, se comprende que en su Gran Ser encontrara un sustituto de lo que fue en la Edad Media el centro de la devoción y del culto. Poner de realce el servicio a la humanidad no implica, por cierto, que se establezca. ningún culto religioso. Pero, evidentemente, Comte pensaba que en la sociedad moderna la función unificante y elevadora desempeñada en otros tiempos por la creencia en Dios sólo podía cumplirla una devoción religiosa a la humanidad. Siendo así, pues, que Mili tiene sin duda razón al asegurar que una teoría positivista del conocimiento no implica la religión de la humanidad, vale la pena que recordemos que a Comte no sólo le interesaba una teoría del conocimiento, sino también la regeneración social, y que su religión positivista, por muy extravagante que parezca, era para él uno de los factores de tal regeneración. Viene aquí, empero, al caso preguntar si cuando habla del Gran Ser no está recayendo Comte en el estadio del pensamiento metafísico tal como él lo concebía. Seguramente estaría dispuesto a admitir que el Gran Ser sólo actúa a través de los individuos. Pero parece claro que, para que se la pueda considerar como objeto propio de culto por los individuos, la humanidad tiene que ser hipostasiada, concebida como una totalidad que sea algo más que la sucesión de los seres humanos individuales. Comte habla de "un ser inmenso y eterno, la Humanidad". 77 Quizá no haya que tomar demasiado en serio tales frases. Podría entenderse que expresan una esperanza de que la humanidad no será, de hecho, destruida por las "fatalidades cosmológicas" que amenazan con extinguirla. Pero, a la vez, está claro que la humanidad, como objeto de culto común, llega a ser una abstracción hipostasiada y, con ello, un ejemplo del estadio metafísico del pensamiento tal como lo describió Comte. Este aspecto de la cuestión es ilustrado por lo que Comte dice acerca de la inmortalidad. En algunos pasajes habla de la existencia continuada "en el corazón y en la mente de los demás"; pero cuando habla de que nuestra naturaleza necesita "ser purificada por la muerte". Y de que el hombre se convierte en "órgano de la humanidad" en la segunda vida, parece que esté contemplando a la humanidad como una entidad persistente irreducible a la sucesión de los seres humanos que viven en este mundo. La cuestión puede plantearse así: En el positivismo clásico de Comte, en cuanto distinto del positivismo lógico de nuestro siglo XX, no desempeña una función destacada la noción de carencia de sentido. Según hemos visto, Comte queda defender al positivismo de la acusación de ateísmo. Él no sostuvo dogmáticamente que no hubiese Dios. La tesis que en general adoptó fue la de que la idea de Dios se ha ido convirtiendo cada vez más en mera hipótesis no verificada, a medida que el hombre ha ido sustituyendo las explicaciones teológicas de los fenómenos por explicaciones científicas. Pero también se podría inferir, partiendo de algunas de las cosas que dice, que una hipótesis inverificable carecería en absoluto de significación clara. Hay ocasiones en las que esta opinión la sostiene de un modo explícito. Por ejemplo, asegura que "ninguna proposición que no sea reducible en definitiva a la simple enunciación de un hecho, ya sea particular o general, puede ofrecer sentido alguno realmente inteligible". Pues bien, de hacer hincapié en asertos como éste, resultaría difícil mantener que la tesis del Gran Ser (la Humanidad) objeto de culto y de devoción religiosa tuviese algún sentido o significación real y claramente inteligible. Pues si el Gran Ser es reducible a los fenómenos y a las relaciones entre éstos, la religión de la humanidad se convierte en algo sumamente extraño. La religión positivista de Comte requiere que al Gran Ser se le considere como una realidad irreducible a una mera colección de hombres y mujeres individuales. De ahí que, al proponer su religión, parezca deslizarse otra vez Comte hacia la mentalidad del estadio metafísico, si no, inclusive, hacia la del teológico. 78 SPENCER HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VIII Frederick Copleston 1. Vida y obras En 1858, el año anterior a la publicación de El origen de las especies de Darwin, Herbert Spencer esbozaba el proyecto de un sistema que iba a tener por base la ley de la evolución o, como él la llamó, la ley del progreso. Spencer es uno de los pocos pensadores ingleses que deliberadamente se propusieron construir un sistema exhaustivo de filosofía, y también uno de los pocos que alcanzaron en vida una reputación mundial. Spencer supo recoger una idea que flotaba en el aire y a la cual Darwin dio una base empírica en un terreno limitado, y convertida en la idea clave de una visión sinóptica del mundo y de la vida y la conducta humanas, visión optimista que parecía querer justificar la fe del siglo XX en el progreso humano y que convirtió a Spencer en uno de los mayores profetas de su época. Si bien Spencer sigue siendo una de las grandes figuras de la época victoriana, hoy da la impresión de ser uno de los filósofos más anticuados. Al contrario de Mill, cuyos escritos siguen siendo objeto de estudio, se esté de acuerdo o no con las ideas en ellos expresadas, Spencer es poco leído en nuestra época. No sólo porque la idea de la evolución se ha convertido en moneda corriente y ya no despierta gran interés, sino más bien porque después de los tremendos desastres del siglo XX se hace difícil comprender que la hipótesis científica de la evolución, por sí misma, pueda suministrar una base adecuada para esa fe optimista en el progreso humano que fue, en general, un elemento característico del pensamiento de Spencer. Por una parte, el positivismo ha cambiado su carácter y evita las nociones del mundo explícitas y exhaustivas. Por otra parte, los filósofos que creen que el curso de la evolución es, en un sentido real, favorable al hombre, generalmente recurren a teorías metafísicas ajenas al pensamiento de Spencer. Más aún, en tanto Mill no sólo se interesó por muchos problemas que todavía merecen la atención de los filósofos ingleses, sino que incluso los trató; en una forma que aún hoy se considera relevante, Spencer se destacó más por su: investigación a gran escala de una idea central que por análisis detallados. Pero aunque el pensamiento de Spencer esté tan íntimamente unido a la época victoriana que difícilmente pueda hablarse de él como de una influencia viviente hoy en día, no cabe duda de que fue uno de los principales representantes del siglo XIX. No se le puede, pues, pasar en silencio. Herbert Spencer nació en Derby el 27 de abril de 1820. Si Mill empezó a estudiar griego a los tres años, Spencer reconoce que sus conocimientos de latín y griego a los trece no eran extraordinarios. No obstante, a los dieciséis tenía ya ciertos conocimientos de matemáticas; y después de algunos meses de maestro en Derby, entró como ingeniero civil en la Birmingham Gloucester Railway. Al completarse la línea en 1841, Spencer fue despedido. "Recibí el despido con mucha alegría", dice en su diario. Pero aunque en 1843 se trasladó a Londres para empezar una carrera literaria, volvió por poco tiempo al servicio de los ferrocarriles e incluso probó fortuna como inventor. En 1848 Spencer fue nombrado subdirector del Economist y trabó amistad con G. H. Lewes, Huxley, Tyndall y George Eliot. Con Lewes en particular discutió la teoría de la evolución; entre los artículos anónimos que escribió para: el Leader de Lewes, se halla uno sobre "The Development Hypothesis" ("hipótesis del desarrollo"), donde se exponía, en líneas lamarckianas, la idea de la evolución. En 1851 publicó Social Statics (Estática social) y en 1855, y a su cargo, The Principies of Psychology (Los principios de la psicología). Por esta época empezó a preocuparle seriamente su estado de salud, y realizó varios viajes a Francia, donde conoció a Auguste Comte. Sin embargo, pudo todavía publicar una colección de ensayos en 1857. A principios de 1858, Spencer redactó un esquema de A System of Synthetic Philosophy (Sistema de filosofía sintética) cuyos prospectos, distribuidos en 1860, auguraban diez volúmenes. First Principies (Primeros principios) apareció en un volumen en 1862, y The Principies of Biology (Los principios de la biología) en dos volúmenes en 18641867. Los principios de la psicología, publicados primero en un volumen en 1855, aparecieron en dos volúmenes en 1870-1872, en tanto, los tres volúmenes de The Principies of Sociology (Los principios de la sociología) se publicaron en 1876-1896. The Data of Ethics (Los datos de la ética, 1879) se incluyeron más tarde, junto con otras dos partes, 79 en el primer volumen de The Principies of Ethics (Los principios de la ética, 1892); el segundo volumen de este trabajo (1893) lo formó Justice (La justicia, 1891). Spencer publicó también nuevas ediciones de varios volúmenes del Sistema. Por ejemplo, la sexta edición de Primeros principios apareció en 1900, mientras una edición corregida y aumentada de Los principios de la biología se publicó en 1898-1899. El Sistema de filosofía sintética de Spencer constituyó una hazaña notable llevada a cabo a pesar de su deficiente salud y de problemas económicos serios, al menos al principio. Intelectualmente fue un autodidacta, y la elaboración de su gran obra le significó tener que escribir sobre una serie de temas que de hecho nunca había estudiado. Tuvo que recoger datos de distintas fuentes, e interpretarlos luego a la luz de la idea de la evolución. En cuanto a la historia de la filosofía, casi todo su conocimiento se reducía a fuentes de segunda mano. De hecho, más de una vez intentó leer la primera Crítica de Kant; pero al llegar a la doctrina de la subjetividad del espacio y el tiempo, abandonaba el libro. Nunca supo apreciar o comprender demasiado puntos de vista que no fueran los suyos. Sin embargo, si no hubiera practicado lo que podríamos llamar una severa economía del pensamiento, es probable que no hubiera completado nunca la tarea que él mismo se impuso. De las restantes publicaciones de Spencer podemos citar: Education (La educación, 1861), libro de pequeñas dimensiones, pero que tuvo gran éxito; The Man Versus the State (El hombre frente al Estado, 1884), polémica vigorosa contra lo que el autor consideraba la amenaza de la esclavitud; y la Autobiography (Autobiografía, 1904), póstuma. En 1885 Spencer publicó en América The Nature and Reality of Religion (Naturaleza y realidad de la religión), que comprendía una controversia entre el propio Spencer y el positivista Frederic Harrison. Pero la obra fue retirada debido a que Harrison protestó por la reedición de sus artículos sin su permiso, especialmente porque en el volumen se había incluido una introducción de un tal profesor Yeomans, apoyando la posición de Spencer. A excepción del título de miembro del Athenaeum Club (1868), Spencer rechazó sistemáticamente todo tipo de honores. Cuando se le invitó a ocupar la cátedra de filosofía mental y lógica en el University College de Londres, la rechazó; y rechazó también el ingreso en la Royal Society. Parecía querer dar a entender que cuando realmente había necesitado tales ofertas, nadie se las había hecho y que cuando se las hacían ya no le hacían falta, puesto que ya contaba con una reputación. En cuanto a los honores que el gobierno le ofrecía, su oposición a distinciones sociales de este tipo le impedía aceptarlas, sin contar con su enfado por la tardanza de los ofrecimientos. Spencer murió el 8 de diciembre de 1903. Por esa época era totalmente impopular en su propio país, especialmente por su oposición a la "Boer War" (1899-1902), que consideró expresión del espíritu militarista que tanto aborrecía. En el extranjero, sin embargo, se criticó considerablemente la indiferencia inglesa ante la muerte de una de sus principales figuras. Y en Italia el Parlamento suspendió la sesión al recibir la noticia de la muerte de Spencer. 2. La naturaleza de la filosofía y sus conceptos y principios básicos Las reflexiones generales de Spencer sobre la relación entre filosofía y ciencia guardan una gran similitud con las de los positivistas clásicos, como Auguste Comte. Ciencia y filosofía tratan de los fenómenos, es decir, de lo finito, condicionado y clasificable. Es cierto que según Spencer los fenómenos son manifestaciones en la conciencia del Ser infinito, incondicionado. Pero puesto que el conocimiento significa relación y clasificación, en tanto el Ser infinito, incondicional, es por su misma naturaleza único e inclasificable, decir que un Ser tal trasciende la esfera de los fenómenos es decir que trasciende la esfera de lo cognoscible. Así, pues, el filósofo no puede estudiarlo mejor que el científico. Las causas metafenoménicas o "últimas" se encuentran fuera del alcance de la filosofía y de la ciencia. No obstante, si queremos distinguir entre filosofía y ciencia, no podemos hacerlo refiriéndonos sólo a sus objetos, porque ambas actividades se ocupan de los fenómenos. Es preciso recurrir a la idea de los distintos grados de generalización. "Ciencia" es el nombre dado a la familia de las ciencias particulares. y aunque toda ciencia implica generalización (y esto la distingue del saber desordenado de hechos particulares), incluso sus generalizaciones más amplias Son parciales 80 en comparación con las verdades universales de la filosofía, que sirven para unificar las ciencias. "Las verdades de la filosofía, así, guardan, con respecto a las verdades científicas superiores, la misma relación que cada una de éstas guarda con las verdades científicas inferiores. El saber de tipo inferior es un saber no unificado; la ciencia es un saber parcialmente unificado; la filosofía es un saber completamente unificado." Las verdades universales o máximas generalizaciones propias de la filosofía pueden considerarse bien en sí mismas como "productos de la investigación", constituyendo entonces la filosofía general, o bien pueden considerarse según el papel activo que juegan en tanto "instrumentos de investigación", es decir, en tanto verdades a cuya luz investigamos las distintas áreas específicas de los fenómenos, tales como los datos de la ética y de la sociología. Nos referimos en tal caso a la filosofía especial. Los Primeros principios de Spencer están dedicados a la filosofía general, en tanto los siguientes volúmenes del Sistema tratan de las distintas partes de la filosofía especial. Por sí solo, el estudio de Spencer sobre la relación entre ciencia y filosofía, basado en la idea de grados de unificación, parece indicar que, en su opinión, los conceptos básicos de la filosofía derivan, por generalización, de las ciencias particulares. Pero no es ésta la cuestión. Porque Spencer insiste en que hay conceptos e hipótesis fundamentales implicados en cualquier pensamiento. Supongamos que un filósofo decide tomar un dato especial como punto de partida de sus reflexiones, y que imagina que actuando en tal sentido no está presuponiendo ninguna hipótesis. De hecho, la elección de un dato especial implica la existencia de otros datos que el filósofo podía haber escogido. Lo que implica a su vez el concepto de una existencia distinta de la existencia realmente afirmada. Además, no se puede conocer ninguna cosa individual sino en cuanto se parece a otras cosas, en cuanto es clasificable en virtud de un atributo común y se diferencia o es distinta de otras cosas. En resumen, la elección de un dato especial implica una variedad de "postulados desconocidos", que en conjunto constituyen el esbozo de una teoría de la filosofía general. "La inteligencia desarrollada se forma sobre la base de ciertas teorías organizadas y concepciones consolidadas, de las cuales no puede despojarse y sin las cuales no podría dar un paso adelante, al igual que el cuerpo no podría moverse sin la ayuda de sus miembros." No puede decirse que Spencer deje completamente clara su posición. Porque habla de "hipótesis tácitas", "datos no manifiestos” "postulados desconocidos", "ciertas concepciones organizadas y consolidadas" e "intuiciones fundamentales", como si el significado de tales frases no necesitara posterior aclaración y fuera el mismo para todas ellas. Lo que está claro es que no pretende afirmar una teoría kantiana del a priori. Los conceptos e hipótesis fundamentales tienen una base empírica. Y a veces Spencer parece poner en duda la experiencia individual o conciencia. Dice, por ejemplo, que "no podemos menos de aceptar como verdadero el veredicto de la conciencia que nos dice que ciertas manifestaciones son iguales a otras y algunas son distintas de otras". La situación se complica, sin embargo, por el hecho de que Spencer acepta la idea de un a priori relativo, es decir, de unos conceptos e hipótesis que, desde el punto de vista genético, son producto de la experiencia acumulada de la raza, pero que son a priori en relación con un entendimiento individual determinado, en el sentido de que han llegado a él con fuerza de "intuiciones". Las hipótesis básicas del proceso del pensar deben ser tomadas provisionalmente como indiscutibles. Sólo pueden justificarse o adquirir validez por sus resultados, es decir, mostrando su conformidad o congruencia entre la experiencia que lógicamente cabía esperar de tales hipótesis y la experiencia que tenemos en realidad. En efecto, "la afirmación completa de la congruencia viene a ser lo mismo que la unificación total del saber, meta de la filosofía". Así, pues, la filosofía general hace explícitos los conceptos e hipótesis básicos, en tanto la filosofía especial muestra su conformidad con los fenómenos reales en los distintos campos o áreas de la experiencia. Ahora bien, según Spencer "conocer es clasificar, o tomar lo igual y separar lo diferente". Y puesto que la igualdad y la desigualdad son relaciones, podemos decir que todo pensamiento es relacional, que "la relación es la forma universal del pensar". Podemos distinguir, sin embargo, entre dos tipos de relaciones: de sucesión y de coexistencia y cada una de ellas da lugar a una idea abstracta. "El abstracto de todas las sucesiones es el Tiempo. El abstracto de todas las coexistencias es el Espacio." Tiempo y espacio son en realidad formas originales de conciencia en un sentido absoluto. Pero puesto que la generación de tales ideas se produce por una organización de experiencias que se da a lo largo de toda la evolución del entendimiento o de la inteligencia, 81 pueden tener un carácter de a priori relativo, en lo que se refiere a un entendimiento individual determinado. Nuestro concepto de Espacio es fundamentalmente el de una serie de posiciones coexistentes que no ofrecen resistencia alguna. y se deduce por abstracción del concepto de Materia, que en su forma más amplia se entiende como una serie de posiciones coexistentes que ofrecen resistencia. En cambio, el concepto de Materia se deduce de la experiencia de fuerza. Porque" ciertas correlaciones de fuerzas forman el contenido total de nuestra idea de Materia". De igual modo, aunque los conceptos desarrollados de Movimiento encierran las ideas de Espacio, Tiempo y Materia, la conciencia rudimentaria de Movimiento es tan sólo la de "una serie de impresiones de fuerza". Spencer sostiene, sin embargo, que el análisis psicológico de los conceptos de Tiempo, Espacio, Materia y Movimiento muestra que todos ellos se basan en experiencias de Fuerza. y la conclusión es que "llegamos por fin a la Fuerza como a lo último de lo último". El principio de conservación de la materia es en realidad el de conservación de la fuerza. De igual modo, todas las pruebas del principio de continuidad del movimiento "implican el postulado de que la cantidad de Energía es constante", si se entiende por energía la fuerza poseída por la materia en movimiento. y llegamos finalmente al principio de la persistencia de la Fuerza, "que, puesto que es la base de la ciencia, no puede ser formulado por ella", sino que trasciende toda demostración; principio que tiene su corolario en el de la constancia de la ley: la persistencia de ciertas relaciones entre las fuerzas. Puede objetarse que tales principios, como el de conservación de la materia, pertenecen más a la ciencia que a la filosofía. Pero Spencer contesta que son "verdades que unifican fenómenos concretos pertenecientes a todos los dominios de la Naturaleza, y como tal deben formar parte de esa concepción exhaustiva de las cosas que busca la filosofía". Además, si bien la palabra Fuerza corrientemente significa "conciencia de tensión muscular", el sentimiento de esfuerzo que experimentamos cuando ponemos algo en movimiento o nos oponemos a una determinada presión, es un símbolo de la "fuerza absoluta". Y cuando hablamos de la persistencia de la Fuerza, "entendemos en realidad la persistencia de una Causa que trasciende nuestro conocimiento y nuestra concepción". Y cómo se pueda predicar de forma comprensible la persistencia de una realidad incognoscible, tal vez no sea inmediatamente obvio. Pero si la afirmación de la persistencia de la Fuerza significa realmente lo que Spencer dice, se convierte claramente en un principio filosófico, prescindiendo incluso del hecho de que su carácter de verdad universal le permitiría, en cualquier caso, ser contado entre las verdades filosóficas, según el examen spenceriano de la relación entre filosofía y ciencia. 3. La naturaleza de la filosofía y sus conceptos y principios básicos Dichos principios generales, tales la conservación de la materia, la continuidad del movimiento y la persistencia de la fuerza, son componentes de la síntesis que la filosofía quiere alcanzar, mas, sin embargo, no constituyen tal síntesis, aun tomados en conjunto. Porque se requiere una fórmula o una ley que especifique el curso de las transformaciones sufridas por la materia y el movimiento y que sirva así para unificar todos los procesos de cambio examinados por las distintas ciencias particulares. Es decir, si partimos del hecho de que no existen un reposo o una movilidad absolutos, sino que todo objeto está sufriendo un cambio constante, bien porque recibe o pierde movimiento, bien porque cambia el modo de estar relacionadas sus partes, tenemos que afirmar la ley general de la redistribución continua de materia y movimiento. Spencer encuentra lo que busca en lo que él llama indistintamente "fórmula", "ley" o "definición" de la evolución. "La evolución es una integración de materia y una dispersión concomitante de movimiento, durante las cuales la materia pasa de una homogeneidad relativamente indefinida e incoherente a una heterogeneidad relativamente definida y coherente, y durante las cuales el movimiento retenido sufre una transformación paralela." Esta ley puede establecerse deductivamente, por deducción de la persistencia de la fuerza. Puede también establecerse o confirmarse inductivamente. Porque si consideramos el desarrollo de los sistemas solares a partir de la nebulosa, o el de los cuerpos vivos de organización y complexión superior a partir de los organismos primitivos, o el de la vida psicológica del hombre, o el del desarrollo del lenguaje, o la evolución de la organización social, en todas partes encontramos un paso de lo relativamente indefinido a lo relativamente definido, de la incoherencia a la coherencia, junto con un 82 movimiento de diferenciación progresiva, un movimiento de la homogeneidad relativa a la heterogeneidad relativa. por ejemplo, en la evolución del cuerpo vivo vemos una progresiva diferenciación estructural y funcional. Pero esto no es más que una parte de la explicación. Porque la integración de la materia va acompañada de una dispersión de movimiento. y el proceso evolutivo tiende a un estado de equilibrio, a un balance de fuerzas que se logra por disolución o por desintegración. por ejemplo, el cuerpo humano dispersa y pierde energía, muere Y se desintegra; toda sociedad pierde su vigor y decae; y el calor del sol se disipa gradualmente. Spencer se guarda bien de decir que podamos extender legítimamente lo que es cierto de un sistema relativamente cerrado a la totalidad de las cosas, al universo como conjunto. N o podemos, por ejemplo, deducir con certeza del desgaste (por decirlo así) de nuestro sistema solar, el desgaste del universo. y, por lo que sabemos, parece posible que cuando se haya extinguido la vida de nuestro planeta por dispersión del calor solar, se esté desarrollando la vida en alguna otra parte del universo. En resumen, no podemos decir que lo que ocurre en una parte debe ocurrir en el todo. Al propio tiempo, si hay una alternación de evolución y disolución en la totalidad de las cosas, debemos "mantener la idea de que ciertas Evoluciones han llenado un pasado inconmensurable y que otras Evoluciones llenarán un futuro inconmensurable". Y si ésta es la opinión personal de Spencer, podemos decir que ofrece una versión actualizada de ciertas cosmologías griegas primitivas, con sus ideas de un proceso cíclico. En cualquier caso, se da un ritmo de evolución y disolución en las partes, aun cuando no noS sea posible hacer afirmaciones dogmáticas sobre el todo. Y aunque al principio Spencer habla de la ley de la evolución como la ley del progreso, su convicción de que se da una alternación de evolución y disolución sin duda pone un límite a su optimismo. 4. La ley general de la evolución: la alternancia de evolución y disolución El ideal de Spencer de una síntesis filosófica completa exige un estudio sistemático del mundo inorgánico a la luz de la idea de la evolución. E indica Spencer que si tal tema hubiera sido tratado en el Sistema de filosofía, "habría llenado dos volúmenes, uno dedicado a la Astrogenia y otro a la Geogenia". De hecho, sin embargo. Spencer se limita, en la filosofía especial, a la biología, la psicología, la sociología y la ética. Alude, por supuesto, a algunos temas de astronomía, física y química, pero el Sistema no ofrece un tratamiento sistemático de la evolución en el mundo inorgánico. Puesto que limitaciones de espacio nos impiden hacer una recapitulación de todas las partes del sistema de Spencer, me he propuesto prescindir de la biología y la psicología y ofrecer en este apartado algunas notas sobre sus ideas sociológicas y políticas, dedicando el apartado próximo a la ética. El sociólogo estudia el crecimiento, la estructura, las funciones y los productos de las sociedades humanas. La posibilidad de una ciencia sociológica está dada por el hecho de que los fenómenos sociales presentan una relación ordenada de causa a efecto, que permite la predicción; lo cual no queda anulado por el hecho de que las leyes sociales sean estadísticas y las predicciones, en este campo, aproximadas. "Sólo una mitad de la ciencia es ciencia exacta." Lo que se requiere es la posibilidad de generalización, no la exactitud cuantitativa. En cuanto a la utilidad de la sociología, Spencer sostiene, de un modo un tanto vago, que si es posible percibir un orden en los cambios estructurales y funcionales por los que pasa la sociedad, "el conocimiento de tal orden difícilmente dejará de influir en nuestros juicios sobre lo que es progresivo y retrógrado, lo que es deseable, lo que es factible, lo que es utópico". Al considerar la lucha por la existencia en el proceso evolutivo general, encontramos analogías evidentes entre las esferas inorgánica, orgánica y superorgánica (social). El comportamiento de un objeto inanimado depende de las relaciones entre sus propias fuerzas y las fuerzas externas a las que se encuentra expuesto. De igual modo, el comportamiento de un cuerpo orgánico es el resultado de las influencias combinadas de su naturaleza intrínseca y su ambiente, sea éste inorgánico u orgánico. Además, toda sociedad humana "manifiesta una serie de fenómenos atribuibles al carácter de sus individuos y a las condiciones en las que éstos existen". 83 Sin duda es cierto que ambos grupos de factores, intrínsecos y extrínsecos, no permanecen estáticos. Por ejemplo, el poder humano -físico, emotivo e intelectual- se ha desarrollado a lo largo de la historia, mientras la sociedad en desarrollo ha producido cambios notables en su ambiente orgánico e inorgánico. Además, los productos de la sociedad en desarrollo -sus instituciones y creaciones culturales- son causa de nuevas influencias. Más aún: cuanto más se desarrollen las sociedades humanas, tanto más reaccionarán la una frente a la otra, es decir, el factor superorgánico tendrá aún mayor importancia. Pero, a pesar de la complejidad creciente de la situación, en las tres esferas es discernible análoga influencia recíproca de fuerzas intrínsecas y extrínsecas. Aunque hay una continuidad entre las esferas inorgánicas, orgánicas y superorgánicas, se da también una discontinuidad. Si se da una similitud, se da también una desigualdad. Consideremos, por ejemplo, la idea de la sociedad como organismo. Como en el caso del cuerpo orgánico en el sentido propio del término, el crecimiento de la sociedad va acompañado de una progresiva diferenciación de estructuras, que desembocan en una progresiva diferenciación de funciones. Pero este punto de semejanza entre el cuerpo orgánico y la sociedad humana constituye también un punto de discrepancia entre ambos y el cuerpo inorgánico. Porque, según Spencer, las acciones de las distintas partes de un objeto inorgánico no pueden considerarse propiamente funciones. Además, hay una diferencia importante entre el proceso de diferenciación en un cuerpo orgánico y el mismo proceso en el organismo social. Porque en el último no encontramos ese tipo de diferenciación que en el primero da lugar a la conversión de una sola parte en el órgano de la inteligencia, Y de otras partes en órganos sensoriales, mientras que otras no se convierten. En el cuerpo orgánico "la conciencia se concentra en una pequeña parte del total", en tanto en el organismo social "está difundida por todo el conjunto: todas las unidades son capaces de felicidad y miseria, si no en igual grado, por lo menos en grados aproximados". Un defensor entusiasta de la interpretación de la sociedad política como organismo podría, por supuesto, tratar de encontrar analogías específicas entre la diferenciación de funciones en el cuerpo orgánico y en la sociedad. Pero esto le llevaría a decir, por ejemplo, que el gobierno es análogo al cerebro y que las demás partes de la sociedad deberían dejar al gobierno la función de pensar y limitarse a obedecer sus decisiones. y éste es precisamente el tipo de conclusión que Spencer quiere evitar. Insiste, pues, en la relativa independencia de los miembros individuales de la sociedad política y niega el argumento de que la sociedad sea un organismo en el sentido de que sea algo más que la suma de sus miembros y posea un fin distinto de los fines de sus miembros. "Y así, puesto que no existe un sensorio social, no debe buscarse el bienestar del conjunto, considerado aparte del de sus miembros. La sociedad existe para el bien de sus miembros; no los miembros para el bien de la sociedad." En otras palabras, podemos decir que las piernas y los brazos existen para el bien de todo el cuerpo, pero en el caso de la sociedad hay que decir que el todo existe para las partes. La conclusión de Spencer, en cualquier caso, es clara. Y aun cuando sus argumentos a veces son oscuros y complicados, queda claro que en su opinión la analogía de un organismo, aplicada a la sociedad política, no sólo lleva a conclusiones falsas, sino que es peligrosa. La situación es, de hecho, la siguiente: la decisión de Spencer de aplicar la idea de la evolución a todos los tipos de fenómenos le lleva a hablar de la sociedad política del Estado como de un superorganismo. Pero puesto que es un decidido defensor de la libertad individual contra las exigencias y los abusos del Estado intenta extirparle a tal analogía su aguijón, indicando las diferencias esenciales entre el cuerpo orgánico y el cuerpo político. Y lo hace sosteniendo que si bien el desarrollo político es un proceso de integración, en el sentido de que los grupos sociales crecen y las voluntades individuales se funden entre sí, es también un paso de la homogeneidad a la heterogeneidad, de forma que la diferenciación tiende a aumentar. Por ejemplo, con el progreso de la civilización hacia el moderno Estado industrializado, las diferencias de clases de las sociedades más primitivas tienden -así lo cree Spencer- a convertirse en menos rígidas e incluso a desaparecer. Y ésta es una seña de progreso. La posición de Spencer depende en parte de su tesis de que" el estado de homogeneidad es un estado inestable; y donde hay ya cierta heterogeneidad, se tiende a una heterogeneidad mayor". Atendida esta idea del movimiento evolutivo, evidentemente se sigue que la sociedad 84 cuya diferenciación sea relativamente mayor, estará más desarrollada que aquella en la cual se dé una diferenciación relativamente menor. Al propio tiempo está claro que el punto de vista de Spencer depende también de un juicio de valor, a saber, que la sociedad en la cual la libertad individual esté muy desarrollada es más digna de admiración y de aprecio intrínsecamente que la sociedad en la que haya menos libertad individual. En efecto, Spencer cree que la sociedad que encarne el principio de libertad individual es más digna de sobrevivir que las sociedades que no encarnen tal principio. Y esto puede entenderse como un juicio meramente empírico. Pero, en cualquier caso, yo creo que Spencer considera que el primer tipo de sociedad es más digno de sobrevivir porque su valor intrínseco es mayor. Dejando aparte los estudios de Spencer sobre las sociedades primitivas y su desarrollo, puede decirse que concentra su atención principalmente en la transición del tipo de sociedad militarista o militante al tipo de sociedad industrial. La sociedad militante es básicamente "aquella en la cual el ejército es la nación movilizada en tanto la nación es el ejército en estado no activo, y en la cual, por lo tanto, el ejército y la nación tienen una estructura común".No cabe duda de que tal tipo de sociedad puede experimentar un cierto desarrollo. Por ejemplo, el líder militar llega a ser la cabeza civil o política, como en el caso del emperador romano; ya la larga, el ejército se convierte en una rama profesional especializada de la comunidad, en lugar de coincidir con la población masculina adulta. Pero en la sociedad militante en general la integración y la cohesión son elementos dominantes. El fin primordial es la protección de la sociedad, en tanto la protección de los miembros individuales importa sólo en cuanto es un medio para alcanzar el fin primario. Además, en este tipo de sociedad se exige "una disciplina constante y "la individualidad de cada miembro queda tan subordinada en lo que se refiere a la vida, la libertad y la propiedad, que en gran parte o totalmente es propiedad del Estado". Más aún, puesto que la sociedad de tipo militante tiende a la autosuficiencia, "la autonomía política pretende ir acompañada de la autonomía económica". La Alemania del Nacional Socialismo sin duda hubiera sido, para Spencer, un buen ejemplo del renacimiento de la sociedad de tipo militante en la nueva era industrial. Spencer no niega que la sociedad de tipo militante tenía un papel esencial a jugar en el proceso de evolución considerado como una lucha por la existencia en la cual sobrevive el más apto. Pero sostiene que aunque el conflicto intersocial fue necesario para la formación y crecimiento de las sociedades, el desarrollo de la civilización hace la guerra cada vez más inútil. La sociedad de tipo militante se convierte, así, en un anacronismo, y es necesaria la transición a lo que Spencer llama sociedad de tipo industrial. Lo que no significa que cese la lucha por la existencia, sino que cambia de forma convirtiéndose en "la lucha industrial por la existencia", en la cual tiene más probabilidades de sobrevivir aquella sociedad que produzca "la mayor cantidad de individuos mejores, individuos mejor adaptados a la vida del estado industrial". De este modo Spencer trata de evitar la acusación de que llegado al concepto de sociedad industrial, abandona la idea de lucha por la existencia y de la supervivencia del más apto. Sería un grave error suponer que por sociedad de tipo industrial Spencer entienda simplemente una sociedad en la cual los ciudadanos se ocupen, exclusiva y principalmente, de la vida económica de la producción y la distribución. Porque la sociedad industrial entendida en este estrecho sentido sería compatible con una regulación total del trabajo por el Estado. Y es precisamente este elemento de coacción el que Spencer trata de excluir. En el nivel económico, Spencer se refiere a una sociedad dominada por el principio del laissez faire. Así, desde su punto de vista, los Estados comunista y socialista estarían muy lejos de ejemplificar la esencia de la sociedad de tipo industrial. La función del Estado consiste en mantener la libertad y los derechos individuales y, en caso necesario, juzgar entre derechos antagónicos. No es función del Estado interferir positivamente en las vidas y conducta de los ciudadanos, excepto cuando tal interferencia se requiera para la conservación de la paz interior. Con otras palabras, en la sociedad de tipo industrial ideal, según la interpretación que Spencer da del término, adquieren más importancia los miembros considerados como individuos que la totalidad, la sociedad como conjunto. "Bajo el régimen industrial la individualidad del ciudadano, en lugar de quedar sacrificada a la sociedad, debe ser defendida por ella. La defensa de tal individualidad viene a ser el deber esencial de la sociedad." Es decir, la función cardinal del Estado viene a ser la de juzgar equitativamente los derechos antagónicos de los ciudadanos en tanto individuos y la de impedir la violación de la libertad de un hombre por otro. 85 La tesis de Spencer de la aplicabilidad universal de la ley de evolución evidentemente le obliga a sostener que el movimiento evolutivo tiende al desarrollo del Estado de tipo industrial, considerado por Spencer -de un modo un tanto optimista- como una sociedad esencialmente pacífica. Pero las tendencias del Estado a intervenir y a imponer reglas, manifestadas en las últimas décadas de la vida de Spencer, le indujeron a expresar su temor por lo que él llamó "la próxima esclavitud" y a atacar violentamente cualquier tendencia del Estado o de alguno de sus órganos a considerarse absoluto. "La gran superstición política del pasado fue el derecho divino de los reyes. La gran superstición política del presente es el derecho divino de los parlamentos." Además, "la función del 'liberalismo' en el pasado consistió en limitar los poderes de los reyes. La función del verdadero 'liberalismo' en el futuro será la de limitar los poderes de los 'parlamentos' ". Evidentemente, en este decidido ataque a "la próxima esclavitud" Spencer no podía referirse simplemente a la labor automática de cualquier ley de evolución. Sus palabras están claramente inspiradas por una apasionada convicción del valor de la libertad y de la iniciativa individuales, convicción que es reflejo del carácter y temperamento de un hombre que jamás y en ninguna época de su vida se inclinó ante la autoridad constituida por el simple hecho de serlo. Y es un hecho digno de mención que Spencer extendió su ataque a lo que él consideraba abusos del Estado con respecto a la libertad privada, hasta el punto de condenar la legislación de las fábricas, la inspiración sanitaria de los oficiales del gobierno, la administración estatal de Correos, la ayuda estatal al pobre y la educación estatal. No es preciso decir que no condenaba la reforma como tal, ni la caridad ni la existencia de hospitales y escuelas. Pero insistió siempre en que tales proyectos debían organizarse voluntariamente, oponiéndose a la acción, la administración y el control del Estado. Con pocas palabras, su ideal era una sociedad en la cual, como él decía, el individuo lo fuera todo y el Estado nada, en oposición a la sociedad de tipo militante en la 'cual el Estado lo es todo y el individuo nada. La identificación que hace Spencer de la sociedad de tipo industrial en una sociedad pacífica y antimilitarista puede parecer rara a menos que afirmemos su verdad por definición. y su defensa, llevada hasta el extremo, de la política del laissez-faire, puede parecernos excéntrica o, cuando menos, residuo de una perspectiva caduca. Spencer parece no haber entendido, como lo entendió Mill, por lo menos en parte, y como lo entendió más plenamente un idealista como T. H. Green, que la legislación social y la llamada interferencia del Estado pueden muy bien ser requeridas para salvaguardar los legítimos reclamos de todo ciudadano individual a llevar una vida humana decente. Al propio tiempo, la aversión de Spencer por la legislación social (la cual hoy en día se da por asegurada por la vasta mayoría de ciudadanos en Gran Bretaña), no debe oscurecernos el hecho de que Spencer, al igual que Mill, vio los peligros de la burocracia y de cualquier exaltación del poder y las funciones del Estado que tendiera a extinguir la libertad y la iniciativa individuales. En cualquier caso, creo que la preocupación por el bien común lleva a una aprobación de la actividad estatal hasta un grado muy superior al que Spencer estaba dispuesto a aceptar. Pero no debería olvidarse nunca que el bien común no es algo totalmente distinto del bien individual. Y Spencer sin duda tenía toda la razón al pensar que es por el bien de los individuos y de la sociedad en general que los ciudadanos deberían poder desarrollarse libremente y manifestar su iniciativa. Podemos pensar que es función del Estado crear y mantener las condiciones que permitan a los individuos desarrollarse, y que esto implica, por ejemplo, que el Estado tiene el deber de proporcionar todos los medios de educación que estén de acuerdo con la capacidad de los individuos para aprovecharlo. Pero en cuanto aceptamos el principio de que el Estado debe preocuparse por crear y mantener positivamente las condiciones aptas para que cada individuo lleve una vida humana decente de acuerdo con sus capacidades, nos exponemos al peligro consecuente de olvidar que el bien común no es una entidad abstracta a la cual deban sacrificarse despiadadamente los intereses de los individuos. Y la actitud de Spencer, a pesar de sus exageraciones excéntricas, puede servirnos para recordar que el Estado existe para el hombre y no el hombre para el Estado. Además, el Estado no es más que una forma de organización social: no es la única forma legítima de sociedad. Y Spencer ciertamente lo entendió así. Como se ha indicado ya, las opiniones políticas de Spencer eran en parte la expresión de juicios empíricos relacionados con su interpretación del movimiento evolutivo en general y en parte expresión de juicios de valor. Por ejemplo, su afirmación de que la que él llama sociedad de tipo industrial es más digna de sobrevivir que otros tipos de 86 sociedad, equivalía en parte a la predicción de que tal sociedad de hecho sobreviviría en virtud del proceso evolutivo. Pero era también parcialmente un juicio que el tipo industrial de sociedad merecía sobrevivir a causa de su valor intrínseco, era sólo en parte un juicio. En efecto, está bastante claro que en Spencer una valoración positiva de la libertad personal era el factor realmente decisivo para su idea de la sociedad moderna. Está también claro que si un hombre está decidido a que, en lo que de él dependa, sobreviva el tipo de sociedad que respeta la libertad y la iniciativa individuales, tal decisión se base principalmente en un juicio de valor más que en cualquier teoría sobre el cumplimiento automático de la ley de evolución. 5. La sociología y la política Spencer concibió su teoría ética como la culminación de su sistema. En el prefacio a Los datos de la ética indica que su primer ensayo sobre The Proper Sphere of Government (El ámbito propio del Gobierno, 1842) insinuaba vagamente ciertos principios generales sobre lo bueno y lo malo en el comportamiento político. Y añade que" durante todo este tiempo mi última intención, la que está más allá de todos los fines inmediatos, ha sido la de encontrar una base científica para los principios del bien y del mal en el comportamiento en generaI". La idea de una autoridad sobrenatural como base de la ética se ha debilitado. Lo más urgente ahora es, pues, dar a la moral una base científica independiente de las creencias religiosas. y para Spencer esto significa fundamentar la ética en la teoría de la evolución. El comportamiento en general, incluido el de los animales, consiste en una serie de actos dirigidos a determinados fines y cuanto más alto ascendamos en la escala de la evolución, encontraremos pruebas más claras de la existencia de acciones intencionales dirigidas al bien del individuo y de la especie. Pero vemos también que la actividad teleológica de este tipo forma parte de la lucha por la existencia entre distintos individuos de la misma especie y entre especies distintas. Es decir, cada criatura intenta conservarse a sí misma a expensas de otra, y cada especie se mantiene a sí misma a Costa de otra. Este tipo de comportamiento intencional en el que sale perdiendo el más débil, es para Spencer un comportamiento imperfectamente desarrollado. En un comportamiento perfecto -el comportamiento ético propiamente dicho- los antagonismos entre grupos rivales y entre miembros individuales de un mismo grupo quedarán sustituidos por la cooperación y la ayuda mutua. El comportamiento perfecto, sin embargo, sólo se logra en la medida en que las sociedades militantes den paso a las sociedades permanentemente pacíficas. En otras palabras, no puede lograrse de un modo estable más que en la sociedad totalmente desarrollada, la única capaz de vencer y superar las tensiones entre el egoísmo y el altruismo. Esta distinción entre comportamiento perfecto e imperfecto sirve de base para distinguir entre ética relativa y absoluta. La ética absoluta es "un código ideal de conducta que formula el modo de comportarse de un hombre completamente adaptado a una sociedad completamente desarrollada", en tanto la ética relativa trata del tipo de conducta que en nuestras circunstancias actuales (es decir, en sociedades más o menos imperfectas) se acerca más a este ideal. Según Spencer, es sencillamente falso que, en cualquier conjunto de circunstancias que exijan de nosotros una acción intencional, nos encontremos siempre ante un dilema entre una acción absolutamente buena y una acción absolutamente mala. Por ejemplo, puedo encontrarme en unas circunstancias tales que, actúe como actúe, haga daño a otra persona. Y una acción que hace daño a otro no puede ser absolutamente buena. En tales circunstancias, por lo tanto, tengo que procurar ver cuál de las acciones posibles es relativamente buena, es decir, cuál de ellas causará probablemente la mayor medida de bien y la menor medida de mal. No puedo pretender que mi juicio sea infalible. Sólo puedo obrar según lo que me parezca mejor, después de haberle dedicado a la cuestión toda la reflexión que parezca exigir la importancia relativa del asunto. Es cierto que puedo tener en cuenta el código de conducta ideal de la ética absoluta, peno no puede dar por supuesto honradamente que tal norma me servirá como premisa para deducir infaliblemente qué será lo relativamente mejor en las circunstancias en que me encuentro. Spencer acepta la ética utilitarista en el sentido de que concibe la felicidad como el último fin de la vida y mide la bondad o maldad de las acciones en relación a este fin. En su opinión, el "desarrollo gradual de una ética utilitarista ha sido, en realidad, inevitable". En efecto, hubo desde el principio un utilitarismo naciente, en el sentido de que siempre se han tenido algunas acciones como buenas y otras como perjudiciales 87 para el hombre y la sociedad. Pero en las sociedades antiguas los códigos éticos iban asociados a una autoridad de un tipo u otro, o a la idea de la autoridad divina y de las sanciones impuestas por apelación a la divinidad, mientras que a lo largo del tiempo la ética ha ido independizándose de creencias no éticas, y ha ido surgiendo una perspectiva moral basada simplemente en las consecuencias naturales y discernibles de las acciones. Con otras palabras, el proceso evolutivo en el campo de la moral ha favorecido el desarrollo del utilitarismo. Debe añadirse, sin embargo, que hay que entender el utilitarismo en forma que dé cabida a la distinción entre ética absoluta y relativa. En efecto, la misma idea de la evolución indica un proceso hacia un límite ideal. Y en tal progreso el mejoramiento en la virtud no puede ir separado del mejoramiento social. "Es imposible la coexistencia de un hombre perfecto y una sociedad imperfecta." Puesto que para Spencer el utilitarismo es una ética con base científica, es comprensible que desee demostrar que no es simplemente uno entre muchos sistemas mutuamente excluyentes, sino que concede sitio a todas las verdades contenidas en otros sistemas. Así sostiene, por ejemplo, que el utilitarismo bien entendido acepta el punto de vista que insiste en los conceptos del bien, el mal y el deber, más que en el logro de la felicidad. Bentham pudo creer que hay que tender a la felicidad directamente, aplicando el cálculo hedonístico. Pero se equivocaba. En realidad, habría estado en lo cierto si el logro de la felicidad no hubiera dependido del cumplimiento de una serie de condiciones. Pero en tal caso, sería moral cualquier acción, con tal que produjera un placer y esta noción no es compatible con la conciencia moral. De hecho, el logro de la felicidad depende del cumplimiento de ciertas condiciones, es decir, de la observancia de ciertos preceptos o reglas morales y a lo que debemos tender directamente es al cumplimiento de tales condiciones. Bentham creyó que todo el mundo sabe lo que es la felicidad, y que ésta es más inteligible que, por ejemplo, los principios de la justicia. Pero esta Idea es contraria a la verdad. Los principios de la justicia son fácilmente inteligibles, en tanto no es nada fácil decir lo que sea la felicidad. Spencer defiende, por lo tanto, lo que él llama un utilitarismo "racional", un utilitarismo que "tiene por objeto inmediato la conformidad con ciertos principios que, por la naturaleza de las cosas, son causa determinante del bienestar". Es más, la tesis de que pueden establecerse inductivamente las reglas morales observando las consecuencias naturales de las acciones, no lleva a la conclusión de que la teoría del intuicionismo moral sea falsa. Porque existen en realidad las llamadas intuiciones morales, si bien no consisten en algo misterioso e inexplicable, sino en "los efectos lentamente organizados de experiencias recibidas por la raza". Lo que originariamente fue una inducción de la experiencia puede, en generaciones posteriores, llegar a tener ;:>ara el individuo la fuerza de una intuición. El individuo puede ver o sentir instintivamente que una determinada acción es buena o mala; aunque esta reacción instintiva sea el producto de la experiencia acumulada de la raza. De igual modo, el utilitarismo puede muy bien reconocer cierta verdad en el argumento de que el fin al cual debemos tender es la perfección de nuestra naturaleza. Porque el proceso evolutivo tiende a hacer brotar la forma de vida superior. y aunque la felicidad sea el fin supremo, "lo que toda teoría sobre la conducta moral busca clara o vagamente es el concomitante de esa vida superior". En cuanto a la tesis de que la virtud es el fin del comportamiento humano, no es más que una forma de expresar la doctrina de que nuestro fin inmediato debe ser el cumplimiento de las condiciones necesarias para alcanzar la forma de vida superior a la cual tiende el proceso evolutivo. De haber alcanzado tal forma de vida, su efecto sería la felicidad. No es preciso decir que Spencer no podía pretender que su teoría ética se fundamentara en la teoría de la evolución sin. reconocer una cierta continuidad entre la evolución biológica y la evolución moral. Y sostiene, por ejemplo, que "la justicia humana debe ser un desarrollo de la justicia sub-humana". Al mismo tiempo, en un prefacio, suprimido más tarde, a las partes quinta y sexta de Los principios de ética, reconoce que la teoría de la evolución no ha servido de guía en la medida deseada. Parece, sin embargo, no haber entendido jamás que el proceso evolutivo, en tanto hecho histórico, no podía establecer por sí mismo los juicios de valor que él dedujo de su interpretación. Por ejemplo, aun cuando aseguremos que la evolución se mueve hacia la emergencia de un cierto tipo de vida humana en sociedad y que dicho tipo se muestra, por tanto, como el más apto para sobrevivir, no se sigue necesariamente de allí que moralmente sea el tipo más perfecto. 88 Como T. H. Huxley vio, la aptitud empírica para sobrevivir en la lucha por la existencia y la perfección moral no son necesariamente una misma cosa. Por supuesto, si partimos de la hipótesis de que la evolución es un proceso teleológico dirigido a la institución progresiva del orden moral, la situación cambia. Pero aunque una hipótesis de este tipo tal vez esté implícita en la perspectiva de Spencer, éste no pretendió aventurar tales hipótesis metafísicas. 6. Ética relativa y ética absoluta El elemento metafísico explícito en el pensamiento de Spencer es, de un modo un tanto paradójico, su filosofía de lo Incognoscible. Introduce tal tema a propósito de un estudio sobre el supuesto antagonismo entre religión y ciencia. "De todos los antagonismos en torno a la fe, el más viejo, el más extendido, el más profundo y el más importante es el antagonismo entre religión y ciencia." Por supuesto, si se entiende la religión simplemente como una experiencia subjetiva, difícilmente se plantea el problema del conflicto entre ella y la ciencia. Pero si tenemos en cuenta las distintas creencias religiosas, el caso es distinto. En lo que a los hechos particulares se refiere, las explicaciones sobrenaturales han sido reemplazadas por explicaciones naturales o científicas y la religión ha tenido que limitarse más o menos a ofrecer una explicación de la existencia del universo como totalidad. Pero sus argumentos son inaceptables para cualquiera que posea una perspectiva científica. En este sentido, por lo tanto, existe un conflicto entre las mentalidades religiosa y científica y sólo puede resolverse, según Spencer, por la filosofía de lo Incognoscible. Si partimos de la creencia religiosa, podemos ver que tanto el panteísmo como el teísmo son insostenibles. Por panteísmo entiende Spencer la teoría de un universo que se desarrolla desde la existencia potencial a la actual. Y afirma que tal idea es inconcebible. En realidad no sabemos lo que significa. Así, pues, difícilmente se plantea la cuestión de su verdad o falsedad. En cuanto al teísmo, entendido como la teoría de que el mundo fue creado por un agente externo, es también insostenible. Aparte del hecho de que la creación del espacio es inconcebible, porque su no existencia no se puede pensar, la idea de un Creador que existe por sí mismo es tan impensable como la de un universo que existe por sí mismo. La misma idea de la "existencia por sí" es inconcebible. "No se trata de una cuestión de probabilidad o de credibilidad, sino de concebibilidad." Es cierto, admite Spencer, que si nos preguntamos por la última causa o causas de los efectos producidos en nuestros sentidos, nos sentimos llevados inevitablemente a la formulación de la hipótesis de una causa primera. Y tendremos que definirla como infinita y absoluta. Pero Mansel ha demostrado que si bien la idea de una Causa Primera finita y subordinada encierra contradicciones manifiestas, la idea de una Causa Primera infinita y absoluta no queda tampoco libre de contradicciones, aun cuando éstas no sean tan inmediatamente evidentes. No podemos, por tanto, decir nada inteligible sobre la naturaleza de la Causa Primera. Y en último término nos quedamos sólo con la idea de un Poder inescrutable. No obstante, si partimos de la ciencia de nuevo nos vemos enfrentados con lo Incognoscible. Porque la ciencia no puede resolver el misterio del universo. Por una parte, no puede demostrar que el universo exista por sí, porque la idea de la existencia por sí es, como hemos visto, inconcebible e ininteligible. Por otra parte, las nociones últimas de la ciencia "son todas representativas de realidades que no pueden ser comprendidas". Por ejemplo, no podemos comprender qué es la fuerza "en sí misma". Y en último término "las ideas religiosas últimas y las ideas científicas últimas se convierten a la vez en simples símbolos de lo real, no en conocimientos de ello". Tal punto de vista se apoya en un análisis del pensamiento humano. Todo pensamiento, como hemos visto, es relacional. Y lo que no puede determinarse por sus relaciones de similitud y disimilitud con otras cosas, no es un objeto posible de conocimiento. Así, pues, no es posible conocer lo incondicionado y lo absoluto y esto se aplica no sólo al Absoluto de la religión, sino también a las últimas ideas científicas en tanto representaciones de entidades metafenoménicas o de "cosas en sí". Al propio tiempo, afirmar que todo conocimiento es "relativo es afirmar implícitamente que existe una realidad no relativa. "A no ser que se postule un No-relativo o Absoluto real, lo Relativo se convierte en absoluto, y convierte el argumento en una contradicción." De hecho, no podemos eliminar de nuestra conciencia la idea de un Absoluto más allá de las apariencias. 89 Así, tanto si nos acercamos al tema a través de un examen crítico de las creencias religiosas como a través de una reflexión sobre nuestras ideas científicas últimas o a través de un análisis de la naturaleza del pensamiento y del conocimiento, llegamos al fin a la idea de una realidad incognoscible. Y se logrará un estado de paz permanente entre religión y ciencia" cuando la ciencia se convenza plenamente de que sus explicaciones son próximas y relativas y la religión a su vez se convenza plenamente de que el misterio' que contempla es último y absoluto". Ahora bien, la doctrina de lo Incognoscible forma la primera parte de los Primeros principios y se coloca así al comienzo del sistema filosófico de Spencer en su ordenación formal. Tal hecho puede inducir al lector incauto a dar a la teoría una importancia fundamental. No obstante, cuando descubra que el Absoluto inescrutable o el Poder de la religión se equipara prácticamente con la Fuerza en tanto tal, tal vez llegue a la conclusión de que la teoría no es mucho más, si algo es, que un soborno ofrecido cortésmente al hombre religioso por otro hombre que no creía en Dios y que fue enterrado, o más bien, inclinado, sin ningún tipo de ceremonia religiosa. Es fácil entender, así, que algunos escritores hayan desechado la primera parte de los Primeros principios calificándola de excrecencia infeliz. Spencer trata lo Incognoscible con una extensión considerable. Pero el resultado final no es extraordinario desde el punto de vista metafísico, puesto que los argumentos no se han considerado detenidamente; en tanto el científico es probable que se oponga a la noción de que sus ideas básicas escapan a toda comprensión. Spencer, sin embargo, ve un cierto misterio en el universo. Sus pruebas de la existencia de lo Incognoscible son, en efecto, algo confusas. En ocasiones da la impresión de aceptar un fenomenismo a lo Hume aduciendo que las modificaciones producidas en nuestros sentidos deben ser causadas por algo que trascienda nuestro conocimiento. Otras veces, su pensamiento parece estar respaldado por una forma de razonar más o menos kantiana, derivada de Hamilton y Mansel. Las cosas externas son fenómenos en el sentido de que sólo pueden ser conocidas en la medida en que se conforman a la naturaleza del pensamiento humano. Las "cosas en sí" o noumenos no pueden ser conocidos; pero puesto que la idea del noumeno es correlativa a la de fenómeno, no podemos dejar de postularla. Spencer, sin embargo, cuenta también con lo que él llama un hecho decisivo: que además de la conciencia "definida" "hay también una conciencia indefinida que no puede formularse". Por ejemplo, no podemos tener una conciencia definida de lo finito sin una conciencia indefinida concomitante de lo infinito. Y tal razonamiento lleva a la afirmación del Absoluto infinito como una posible realidad de la cual tengamos una conciencia indefinida o vaga. No podemos saber qué es el Absoluto. Pero aun cuando neguemos toda interpretación sucesiva y definida o toda descripción del Absoluto que se muestra a sí mismo, "queda siempre detrás de ello un elemento que adopta formas nuevas". Parece que Spencer se esforzó seriamente por mantener tal razonamiento. y si bien podría parecer más conveniente convertir a Spencer en un positivista total, desechando la doctrina de lo Incognoscible por tacharla de concesión para con la gente religiosa, no parece poder justificarse tal rechazo simplista. Cuando el positivista Frederic Harrison exhortó a Spencer a transformar la filosofía de lo Incognoscible en la religión comtista de la humanidad, Spencer no quiso escucharle. Es fácil burlarse de él porque escribe "lo Incognoscible" con mayúscula, como si -según se ha dicho- esperara que alguien se descubriera ante ello. Pero parece haber estado realmente convencido de que el mundo de la ciencia es la manifestación de una realidad que trasciende el conocimiento humano. La doctrina de lo Incognoscible es probable que no satisfaga a mucha gente religiosa. Pero éste es otro problema. En lo que a Spencer se refiere, parece haber creído sinceramente que la conciencia vaga de un Absoluto o Incondicionado era un elemento ineliminable del pensamiento humano y, por decirlo así, el centro de la religión, el elemento permanente que sobrevive a la sucesión de los distintos credos y sistemas metafísicos. 7. Lo Incognoscible en la religión y en la ciencia No es preciso decir que en la filosofía de Spencer hay una buena medida de metafísica. En realidad, es difícil pensar en una filosofía que prescinda de ella. ¿No es el fenomenismo una forma de metafísica? y cuando Spencer dice, por ejemplo, que "por realidad entendemos la persistencia de la conciencia", puede decirse que ésta es una afirmación metafísica. Podríamos sin duda tratar de interpretarla como 90 una simple definición o una afirmación sobre el uso ordinario del lenguaje. Pero cuando se dice que "la persistencia es nuestra última confirmación de lo real, sea existiendo bajo su forma desconocida o bajo una forma conocida por nosotros", es razonable calificar tal afirmación de metafísica. propia filosofía la doctrina kantiana del a priori. Lo que hace es afirmar que tal teoría se basa en un hecho real, pero que tal hecho puede explicarse a la luz de las "experiencias, organizadas y consolidadas, de todos los individuos anteriores que le dejaron a él (individuo posterior determinado) sus estructuras nerviosas poco desarrolladas". Evidentemente, Spencer no puede ser definido como metafísico, si por tal se entiende al filósofo que se propone descubrir la naturaleza de la realidad última, porque en su opinión dicha realidad no puede descubrirse, y si bien es metafísico hasta el extremo de afirmar la existencia de lo Incognoscible, se dedica luego a elaborar una interpretación unificada y completa de lo cognoscible, es decir, de los fenómenos. Pero si nos gusta llamar a esta interpretación general metafísica descriptiva", somos -por supuesto- libres de hacerlo. Aunque de la preocupación de Spencer por reconciliar puntos de vista antagónicos no podemos deducir que eche por la borda al empirismo, sí podemos decir que es un empirista con una diferencia. Porque no sólo trata problemas individuales separadamente, como muchos empiristas lo pueden hacer. En su autobiografía él habla de su instinto arquitectónico, de su amor por la construcción de un sistema. Y de hecho su filosofía fue proyectada como un sistema: no sólo llegó a ser un sistema en el sentido de que las distintas líneas de investigación y reflexión fueron a converger en la formación de un cuadro completo. El principio general de interpretación de Spencer, la llamada ley de la evolución, se concibió en un primer momento y se usó luego como instrumento de unificación de las ciencias. En el desarrollo de tal interpretación, Spencer se adhiere a la tradición empirista. Es cierto que desea reconciliar opiniones antagónicas. Pero cuando se esfuerza por demostrar que su propia filosofía puede reconocer una cierta verdad en las teorías no empíricas, su forma de proceder consiste en dar una explicación empírica de los datos en los cuales se basan las teorías. Como se ha indicado ya, no le importa admitir que existan las llamadas intuiciones morales. Porque un individuo puede sentir perfectamente una aprobación o desaprobación casi instintiva de ciertas acciones y puede "ver", intuitivamente y sin ningún proceso discursivo, que tales acciones son buenas o malas. Pero según la opinión de Spencer, las intuiciones morales en este sentido son "resultado de la acumulación de experiencias de 'utilidad', organizadas y heredadas gradualmente. Podría discutirse la existencia de cosas tales como las experiencias de utilidad heredadas. Pero en cualquier caso queda suficientemente claro que la forma en que Spencer demuestra la verdad del intuicionismo moral consiste en dar una explicación empirista de los datos empíricos a que se refiere tal teoría. De igual modo, Spencer no duda en reconocer que hay algo que puede llamarse intuición del espacio, en el sentido de que en lo que al individuo se refiere es prácticamente una forma independiente de la experiencia. Pero esto en ningún modo significa que Spencer esté tratando de incorporar a su No puede decirse fácilmente que el instinto arquitectónico de Spencer, su propensión a la síntesis, fuera acompañado de una habilidad sobresaliente para el análisis esmerado o para el establecimiento exacto de su significado. Pero su poca salud y los obstáculos con que tuvo que enfrentarse en el cumplimiento de la misión que él mismo se impuso, no le dejaron tiempo o energía para mucho más de lo que de hecho podía llevar a cabo. Y aunque es probable que muchos lectores encuentren sus escritos exageradamente oscuros, su ambición e intento pertinaz de unificar nuestros conocimientos del mundo y del hombre, como también nuestra conciencia moral y nuestra vida social, a la luz de una idea que lo invadía todo, exige el tributo de nuestra admiración. Reincidió, por decido así, en la era victoriana; y como ya se ha indicado, con respecto a la influencia viva, no hay comparación entre Spencer y J. S. Mill. Pero aunque es probable que la filosofía de Spencer esté ya cubierta de polvo, merece algo mejor que la actitud desdeñosa adoptada por Nietzsche, quien la consideraba expresión típica de la mentalidad dócil y limitada de la clase media inglesa. 91 BENTHAM HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VIII Frederick Copleston 1. Nota La filosofía de David Hume, que representó la culminación del empirismo inglés clásico, provocó una viva reacción por parte de Thomas Reid y sus sucesores. En realidad, en lo que a las universidades se refiere, la llamada Escuela Escocesa fue durante las primeras décadas del siglo XIX el único movimiento vivo y fuerte del pensar. Más aún: a pesar de que en el intertanto había recibido algunos golpes de importancia y perdido su fuerza primitiva, en las universidades fue reemplazada, en última instancia, más por el idealismo que por el empirismo. Sin embargo, sería un grave error suponer que el ataque de Reid a Hume redujo el empirismo a la agonía y que tal situación se prolongó hasta que J. S. Mill le dio de alta. La filosofía no se limita a las universidades. El mismo Hume no ocupó jamás una cátedra, aunque no le faltaran méritos para ello. Y el empirismo siguió viviendo a pesar del ataque de Reid y sus seguidores, aunque sus principales representantes no fueran catedráticos ni profesores universitarios. La primera fase del empirismo del siglo XIX, conocida como movimiento utilitarista, puede considerarse iniciada por Bentham. Bentham nació en 1748, veintiocho años antes de la muerte de Hume, y algunas de sus obras se publicaron en las tres últimas décadas del siglo XVIII, aunque instintivamente tendemos a situado entre los filósofos de principios del siglo XIX, ya que entonces se hizo sentir su influencia. No es de extrañar, por lo tanto, que podamos descubrir un claro factor de continuidad entre el empirismo del siglo XVIII y el del XIX. Por ejemplo, el método del análisis reductivo, es decir, la reducción del todo a las partes, de lo compuesto a los elementos primarios o simples, que Hume practicó, fue continuado por Bentham. Esto implicó, como puede verse en la filosofía de James Mill, un análisis fenoménico del yo (self). Y en la reconstrucción de la vida mental a partir de sus supuestos elementos simples se recurrió a la psicología asociacionista, desarrollada en el siglo XVIII por David Hartley, por ejemplo; eso por no hablar del uso hecho por Hume de los preliminar principios de asociación de las ideas. Además, en el primer capítulo de su Fragment on Government (Fragmento sobre el gobierno), Bentham manifestó explícitamente su deuda para con Hume por la iluminación que significó para él leer en el Treatise of Human Nature (Tratado de la naturaleza humana) cómo Hume había destruido el mito de un contrato o acuerdo social y había mostrado que toda virtud se basa en la utilidad. Hay que decir, sin embargo, que Bentham estuvo influido también por la Ilustración francesa, en particular por Helvétius. Pero esto no altera el hecho de que, tanto con respecto al método como a la teoría, hubo un notable vínculo de continuidad entre los movimientos empiristas de los siglos XVIII y XIX en Inglaterra. Pero una vez señalada tal continuidad, hay que reparar en la considerable diferencia de matiz a propósito de diversas cuestiones. Según se lo suele presentar tradicionalmente, el empirismo inglés clásico se había preocupado predominantemente de la naturaleza, extensión y límites del conocimiento humano, mientras que el movimiento utilitarista parecía esencialmente práctico, orientado hacia la reforma legal, penal y política. Es cierto que existe el riesgo de exagerar el papel desempeñado por la teoría del conocimiento en el empirismo clásico. Hume, por ejemplo, se ocupó del desarrollo de una ciencia de la naturaleza humana. y puede argüirse, y en realidad así se ha hecho, que Hume fue en principio un filósofo moral. Pero el objetivo de Hume fue principalmente entender la vida moral y el juicio moral, mientras que Bentham aspiró principalmente a fijar criterios para juzgar -con vistas a una reforma- las ideas morales y las instituciones legales y políticas comúnmente admitidas. Tal vez sea posible aplicar aquella famosa afirmación de Marx y decir que el interés primario de Hume fue comprender el mundo, mientras que el de Bentham fue cambiarlo. Sin duda, y con gran diferencia, Hume fue el mayor filósofo de los dos. Pero Bentham tuvo el don de captar ciertas ideas ajenas, desarrollándolas y amalgamándolas para obtener un arma o instrumento de reforma social. El benthamismo en un sentido limitado, y el utilitarismo en general, expresaron la actitud de los 92 elementos liberales y radicales de la clase media frente a la tradición y los intereses creados de lo que ahora suele llamarse" el sistema establecido" (Establishment). Los excesos de la Revolución Francesa produjeron en Inglaterra una fuerte reacción que encontró una expresión notable en las reflexiones de Edmund Burke (1729-1797), quien puso el acento sobre la estabilidad social y la tradición. Pero, en todo caso, después de las guerras napoleónicas, el movimiento de reforma radical pudo hacer sentir su influencia con mayor facilidad. y en este movimiento el utilitarismo tiene una importancia histórica innegable. Como filosofía moral es demasiado simplista y pasa apenas, sin rozarlas, sobre cuestiones peligrosas y difíciles. Pero su carácter demasiado simplista, junto con su claridad al menos aparente, facilitaba sin duda su uso como instrumento para conseguir las reformas prácticas en los campos social y político. Durante el siglo XIX, la filosofía social en Inglaterra pasó por varias fases sucesivas. En primer lugar, el radicalismo filosófico asociado al nombre de Bentham y expresado ya por él en las últimas décadas del siglo XVIII. En segundo lugar, el benthamismo modificado, ampliado y desarrollado por J. S. Mill y en tercer lugar, la filosofía idealista política que apareció en el último período del siglo XIX. El término "utilitarismo" abarca las dos primeras fases, pero no, por supuesto, la tercera. El utilitarismo era en apariencia individualista, aunque tendía a lograr el bienestar de la sociedad, mientras que en la teoría política idealista la idea del Estado como totalidad orgánica pasó a primer término por influencia del pensamiento griego y alemán. 2. Vida y obra de Bentham Jeremy Bentham nació el15 de febrero de 1748. Niño precoz, a los cuatro años estudiaba gramática latina. Después de pasar por la Westminster School y por la Universidad de Oxford, instituciones que no le agradaron especialmente, su padre lo destinó a seguir la carrera del foro; pero él prefirió la vida de meditación al ejercicio de la abogacía, y encontró en la ley, en el código penal y en las instituciones políticas de su época bastantes temas de reflexión. Por decido con sencillez, se planteó cuestiones de este tipo: ¿cuál es el fin de tal ley o de tal institución? ¿Es dicho fin deseable? Si lo es, ¿la ley o la institución llevan realmente a su cumplimiento? En pocas palabras: ¿cómo deben juzgarse la ley o la institución desde el punto de vista de la utilidad? La medida de la utilidad, en su aplicación a la legislación y a las instituciones políticas, era para Bentham el grado en que éstas conducían a la mayor felicidad del mayor número posible de seres humanos o de miembros de la sociedad. El mismo Bentham observa que el principio de utilidad, interpretado como tal, se le ocurrió cuando leía el Essay on Government (Ensayo sobre el gobierno) de Joseph Priestley (1733-1804), quien afirmó taxativamente que la felicidad del mayor número de miembros de cualquier Estado era la medida por la que debían juzgarse todos los asuntos del Estado. Pero Hutcheson, en el campo de la ética, había afirmado ya que la mejor acción es la que conduce a la mayor felicidad de la mayoría. A su vez, en el prólogo a su conocido tratado sobre los crímenes y los castigos (Dei delitti e delle pene, 1764), Cesare Beccaria (17381794) había hablado de la mayor felicidad repartida entre el mayor número posible de individuos. Existían elementos utilitaristas en la filosofía de Hume, quien declaró, por ejemplo, que la "utilidad pública es el único origen de la justicia". Y Helvétius -que, como ya se ha dicho, tuvo una gran influencia sobre Bentham- fue un auténtico pionero en la teoría moral utilitarista y en la aplicación de ésta a la reforma de la sociedad. Dicho de otro modo, Bentham no inventó el principio de utilidad: lo que hizo fue interpretado y aplicado explícita y universalmente como principio básico de la moral y la legislación. En principio, Bentham se interesó fundamentalmente por la reforma legal y penal. En sus planes primitivos no entraban cambios radicales de la constitución británica. Y nunca fue un entusiasta de la democracia como tal. Es decir, no creyó más en el sagrado derecho del pueblo al gobierno que en la teoría de los derechos naturales en general, que consideraba falta de sentido. Pero aunque parezca que al principio pensó que los gobernadores y legisladores buscaban realmente el bien común -por más confusos y equivocados que pudieran estar con respecto a los medios para conseguir tal fin-, con el tiempo sin embargo, se convenció de que la clase gobernante estaba dominada por el interés propio. La oposición y la indiferencia hacia sus planes de reforma legal, penal y económica, sin duda le empujaron a esta conclusión. Así, pues, llegó a defender la reforma política como requisito previo para otros cambios. Y, en último extremo, llegó a proponer la abolición de la monarquía y de la Cámara de los Lores, la desinstitucionalización de la Iglesia de Inglaterra, la introducción 93 del sufragio universal y la renovación anual del Parlamento. Su indiferencia por la tradición como tal favoreció su radicalismo político. Lejos de compartir la opinión de Burke sobre la constitución británica, su actitud tuvo una afinidad mucho mayor con la de los philosophes franceses, con la intolerancia de éstos frente a la tradición y su creencia en que todo iría mejor si reinara únicamente la razón. Pero su requisitoria constante se centró en el principio de utilidad y no en la creencia de que la democracia tiene por sí misma un especial carácter sagrado. Tampoco movieron a Bentham en principio las consideraciones humanitarias. En el movimiento de reforma social en Inglaterra a lo largo del siglo XIX, el humanitarismo, basado a veces en creencias cristianas y otras sin referencia explícita al cristianismo, jugó indudablemente un papel muy importante. Pero aunque, por ejemplo, en su campaña contra la cruel severidad del código penal de la época y contra el penoso estado de las prisiones, Bentham exigió a menudo cambios que un simple sentimiento humanitario de hecho ya hubiera sugerido, lo que provocó en principio su indignación fue lo que él consideraba -sin duda exactamente- la irracionalidad del sistema penal, la incapacidad de éste para alcanzar su fin y para servir al bien común. Esto no significa, por supuesto, que Bentham fuera lo que normalmente se diría inhumano, sino que en principio no le movió tanto la compasión para con las víctimas del sistema penal como la "inutilidad" de tal sistema. Era un hombre de razón y entendimiento, antes que de corazón o sentimiento. En 1776 Bentham publicó en forma anónima su Fragmento sobre el gobierno, en el que atacaba al famoso jurista Sir William Blackstone ( 1 72 3-1 780) por su recurso al mito de un acuerdo o contrato social. La obra no tuvo éxito inmediato, pero en 1781 le consiguió a Bentham la amistad de Lord Shelburne, futuro marqués de Lansdowne, y Primer Ministro desde julio de 1782 a febrero de 1783. Y a través de Shelburne, el filósofo conoció a otros personajes importantes. También fue amigo de Étienne Dumont, preceptor del hijo de Shelburne, que le iba a prestar luego una ayuda inapreciable en la publicación de muchos de sus escritos, Con frecuencia, Bentham dejaba un original sin acabar y se dedicaba a otro tema; y muchos de sus escritos se publicaron gracias a la mediación de amigos y discípulos. En algún caso, aparecieron primero en francés. Por ejemplo, un capítulo de su Manual of Political Economy (Manual de economía política), escrito en 1793, apareció en la Bibliotheque britannique en 1798; y Dumont utilizó la obra en su Théorie des peines et des récompenses ( 1811). La obra de Bentham se publicó en inglés por vez primera en la edición de Obras (1838-1843) preparada por John Bowring. La Defence of Usury (Defensa de la usura) de Bentham apareció en 1787 y su importante Introduction to the Principies of Morals and Legislation (Introducción a los principios de la moral y la legislación), en 1789. La Introducción quería ser el anticipo y esquema de un gran número de tratados posteriores. Así, el Essay on Polítical Tactics (Ensayo sobre las tácticas políticas) de Bentham correspondía a una parte de este esquema. Pero aunque una parte de este ensayo fue enviada al abate Morellet en 1789, la obra fue publicada por vez primera por Dumont en 1816, junto con las Anarchical Fallacies (Falacias anárquicas), escrita alrededor de 1791. En 1791 Bentham publicó su proyecto de una prisión modelo, el llamado Panópticon. Y entró en relación con la Asamblea Nacional Francesa en vistas al establecimiento de tal institución, bajo sus auspicios, ofreciendo sus servicios gratuitos como supervisor. Pero aunque Bentham fue uno de los extranjeros a quienes la Asamblea confirió el título de ciudadano al año siguiente, su oferta no fue atendida. Otros esfuerzos parecidos para inducir al gobierno inglés a llevar a cabo el proyecto de una cárcel modelo prometieron éxito al principio; pero se frustraron después, en parte -por lo menos Bentham así quiso creerlo- por las maquinaciones del rey Jorge III. Sin embargo, en 1813 el Parlamento otorgó al filósofo una fuerte suma de dinero en compensación por sus gastos en el proyecto del Panópticon. En 1802 Dumont publicó una obra titulada Traités de législation de M. Jérémie Bentham. La obra estaba formada, en parte, por escritos del propio Bentham (algunos de los cuales se habían compuesto originariamente en francés), y en parte por un compendio de las ideas del filósofo, escrito por Dumont, La obra contribuyó mucho a consolidar la fama de Bentham. Al principio, ésta era más palpable en el extranjero que en Inglaterra. Pero con el tiempo, la estrella del filósofo empezó a brillar incluso en su propio país. Desde 1808, James Mill se convirtió en su discípulo y en difusor de sus doctrinas. Y Bentham se convirtió en lo que puede llamarse el líder o inspirador fundamental de un grupo de 94 radicales seguidores de los principios del benthamismo. En 1812 James Mill publicó una Introductory View of the Rationale of Evidence (Examen introductorio de la racionalización de las pruebas), versión de algunos escritos de Bentham. Una versión francesa de los mismos escritos fue publicada por Dumont en 1823 con el título de Traité des preuves judiciaires; y en 1825 apareció una traducción inglesa de esta obra. En 1827, con el título Rationale of Judicial Evidence (Racionalización de las pruebas judiciales), J. S. Mill publicó una edición en cinco volúmenes de los escritos de Bentham sobre jurisprudencia, edición mucho más completa que la de James Mill. Bentham también se sintió atraído por los problemas de la reforma constitucional y el tema de la codificación de la ley. En especial, le impacientaba la que juzgaba condición caótica de la ley inglesa. A pesar de haber sido escrito en 1809, su Catecbism of Parliamentary Reform (Catecismo de la reforma parlamentaria) apareció en 1817. El mismo año vieron la luz pública los Papers upon Codification and Public Instruction (Escritos sobre codificación e instrucción pública). En 1819 publicó un escrito titulado Radical Reform Bill, with Explanations (Programa de reforma radical, con explicaciones), y en 1823, Leading Principies of Constitutional Code (Principios directivos del código constitucional). El primer volumen de su Código constitucional, junto con el primer capítulo del segundo volumen, apareció en 1830. La obra completa se publicó póstumamente en 1841 editada por R. Doane. No es posible citar aquí todas las publicaciones de Bentham, pero cabe mencionar aún dos o tres títulos más. Así la Chrestomathia, una serie de escritos sobre la educación, publicados en 1816, en tanto James Mill publicaba, al año siguiente, su edición de la Table of the springs of Action (Tabla de los móviles de la acción) de Bentham, a propósito del análisis de los dolores y placeres como móviles de la acción. La Deontology or Science of Morality (Deontología o Ciencia de la moral) fue publicada póstumamente por Bowring en 1834, en dos volúmenes, el segundo de ellos de notas. Se ha aludido también a la edición de Bowring de las Obras de Bentham. La edición completa y crítica de los escritos del filósofo está aún por hacer. Bentham murió el 6 de junio de 1832, dejando dispuesto que su cuerpo fuera diseccionado para bien de la ciencia. Se conserva en el University College de Londres, fundado en 1828, en gran parte como resultado de la presión ejercida por un grupo al que pertenecía el propio Bentham y cuyo fin era el de extender los beneficios de la educación superior a quienes quedaban al margen de las dos universidades existentes; y que además excluía los exámenes de religión, por entonces en uso todavía en Oxford y Cambridge. 3. Los principios del benthamismo; algunos comentarios críticos El benthamismo se. basaba en el hedonismo psicológico, esto es, la teoría de que todo ser humano busca por naturaleza el placer y evita el dolor. Por supuesto, no era ésta una doctrina nueva. En el mundo antiguo la había postulado especialmente Epicuro, mientras en el siglo XVIII la defendieron, por ejemplo, Helvétius en Francia, y Hartley y Tucker en Inglaterra. Pero aunque Bentham no descubrió la teoría, le dio una memorable formulación. "La naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el gobierno de dos señores soberanos, el dolor y el placer... Ambos nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos: cualquier esfuerzo que hagamos para librarnos de nuestra sujeción a ellos, no hará sino demostrarla y confirmarla. De palabra, el hombre puede pretender que abjura de su imperio; en realidad, permanecerá siempre sujeto a él." Por otro lado, a Bentham le cuesta aclarar lo que significan para él "placer" y "dolor". No intenta restringir el ámbito significativo de ambos términos mediante definiciones arbitrarias o "metafísicas". Bentham entiende por ellos lo que significan en la opinión común, en el lenguaje común, ni más ni menos. "En este punto no queremos ni refinamientos ni metafísicas. No hace falta consultar ni a Platón ni a Aristóteles. Dolor y placer son lo que todo el mundo siente como tales." El término "placer" abarca, por ejemplo, los placeres de comer y beber; pero abarca también los de leer un libro interesante, oír música o realizar una buena acción. Pero Bentham no pretende sólo expresar lo que él entiende como verdad psicológica, es decir, que todo hombre se ve empujado a la acción por la atracción del placer o la repulsión del dolor. Aspira también a establecer un criterio objetivo de moralidad del carácter moral de las acciones humanas. Así, tras la frase antes citada, en la que afirma que la Naturaleza ha colocado a la 95 humanidad bajo el gobierno del dolor y el placer, Bentham añade que "al hombre solo corresponde el señalar lo que debe hacer, al igual que el determinar lo que hará. En su trono se enlazan, por una parte, los criterios del bien y del mal; por otra, la cadena de causas y efectos". Si, a pesar de todo, admitimos que "placer", "felicidad" y "bien" son sinónimos y que" dolor", "infelicidad" y "mal" son también sinónimos, inmediatamente se plantea la pregunta de si tiene algún sentido decir que debemos tender al bien y evitar el mal, si, como hecho psicológico, siempre intentamos lo uno y tratamos de evitar lo otro. Para poder contestar afirmativamente a esta pregunta, hay que presuponer dos cosas. Primero, cuando se dice que el hombre busca el placer, se entiende que busca su mayor placer o la mayor cantidad de él. Segundo, el hombre no lleva a cabo necesariamente aquellas acciones que de hecho conducen a este fin. Si presuponemos esto y superamos las dificultades inherentes a toda ética hedonista, podremos decir entonces que acciones buenas son aquellas que tienden a aumentar la medida total de placer, mientras que son acciones malas las que tienden a disminuirla, y que debemos hacer el bien y no el mal. Llegamos así al principio de utilidad, llamado también principio de máxima felicidad. Establece éste que "la mayor felicidad de todos aquellos cuyo interés está en cuestión consiste en lo bueno y lo justo (proper), y sólo lo bueno y justo y universalmente deseable, fin de la actividad humana". Las partes cuyo interés está en cuestión pueden variar, por supuesto. Si consideramos al agente individual como tal, nos referimos a su mayor felicidad. Si consideramos a la comunidad, nos referimos a la mayor felicidad del mayor número posible de miembros de la comunidad. Si pensamos en todos los seres sensitivos, debemos tener en cuenta también el mayor placer de los animales. Bentham se refiere principalmente a la mayor felicidad de la comunidad humana, al bien común o bienestar, en el sentido del bien común de cualquier sociedad política humana. Pero, en cualquier caso, el principio es el mismo, es decir, que la mayor felicidad de la parte en cuestión es el único fin deseable de la acción humana. Si por prueba entendemos la deducción desde un principio o principios más remotos, el principio de utilidad no puede probarse, porque no existe un principio ético más remoto. Al mismo tiempo, Bentham intenta mostrar que cualquier otra teoría moral supone a la larga una apelación por lo menos tácita al principio de utilidad. Sean las que sean las razones por las que uno actúa o piensa que actúa, si alguna vez nos preguntamos por qué debemos llevar a cabo una determinada acción, no tendremos más remedio que responder a base del principio de utilidad. Las otras teorías morales posibles en que Bentham piensa son principalmente teorías intuicionistas o teorías que apelan a un sentido moral, Según su opinión, tales teorías, tomadas por sí mismas, no pueden responder a la pregunta de por qué debemos realizar tal acción y no tal otra. Si los defensores de semejantes teorías intentan contestar alguna vez a estas preguntas, en último término tendrán que aceptar que la acción que debe llevarse a cabo es la que conduce a la mayor felicidad o placer de aquella parte, sea cual sea, cuyo interés está en cuestión. En otras palabras, sólo el utilitarismo puede suministrar un criterio objetivo del bien y del mal y mostrar que esto es así, es dar la única prueba que se requiere del principio de utilidad. Podemos notar de paso que aunque el hedonismo no representó sino un elemento en la teoría ética de Locke. Éste decía explícitamente que "las cosas son buenas o malas sólo por relación al placer o al dolor. Que llamamos bueno a lo que puede causar o aumentar el placer o disminuir el dolor en nosotros... Y, por el contrario, llamamos malo a lo que puede aumentar cualquier dolor o disminuir cualquier placer en nosotros..." La propiedad que Locke llama aquí “bueno", la describe Bentham como "utilidad", Porque "la utilidad es cualquier propiedad de cualquier objeto por la cual éste tiende a producir provecho, ventaja, placer, bien o felicidad, o... a evitar que se produzca daño, dolor, malo infelicidad a aquella parte cuyo interés se considera". Ahora bien, si las acciones son buenas en la medida en que tienden a aumentar el total de placer o a disminuir el total de dolor de aquella parte cuyo interés está en cuestión, como sienta Bentham, el agente moral, al decidir si una acción dada es buena o mala, deberá estimar la medida de placer y la medida de dolor que la acción parece capaz de producir, y deberá contrastar una y otra. Y a este propósito Bentham da un cálculo hedonístico o "felicífico" (felicific). Supongamos que quiero calcular la medida de un placer (o de un dolor) personal. En tal caso, debo tener en cuenta cuatro factores o dimensiones de valor: intensidad, duración, certeza o incertidumbre, proximidad o lejanía. Por ejemplo, un placer puede ser muy intenso pero de escasa duración, en tanto que otro puede 96 ser menos intenso pero tan duradero, que sería cuantitativamente mayor que el primero. Además, al considerar acciones que tienden a producir placer o dolor, debo tener en cuenta otros dos factores: fecundidad y pureza. Si de dos tipos de acción -cada uno de los cuales tiende a producir sensaciones placenteras-, uno tiende a engendrar otras sensaciones placenteras, mientras al otro no le ocurre lo mismo o le ocurre en menor grado, decimos que el primero es más fecundo o fructífero que el segundo. En cuanto a la pureza, significa libertad para engendrar sensaciones de una clase opuesta. Por ejemplo, el cultivo del gusto musical deja abierto un ámbito de placer duradero que no produce esas resacas resultantes de la acción de tomar ciertas drogas que crean hábito. Hasta aquí el cálculo de Bentham sigue las mismas líneas que el de Epicuro. Pero Bentham, en la aplicación de su teoría ética, se refiere especialmente al bien común. y añade que cuando un número de personas o una comunidad es la parte cuyo interés está en cuestión, hay que tener en cuenta un séptimo factor, además de los seis ya mencionados. El séptimo factor es la extensión, es decir, el número de personas afectadas por el placer o dolor en cuestión. Se ha dicho a veces que el cálculo de Bentham no es útil, pero que uno puede descartarlo tranquilamente al mismo tiempo que retiene su teoría moral general. Creo, sin embargo, que hay que establecer algunas distinciones. Si uno opta por no ver esta teoría más que como un análisis del significado de ciertos términos éticos, sin duda será posible sostener que el análisis es correcto y dejar de lado al mismo tiempo el cálculo hedonístico. Pero si uno ve la teoría moral de Bentham como él mismo la vio, es decir, no sólo como un análisis sino también como una guía para la acción, el caso es algo distinto. Podríamos realmente sostener, y con razón, que no puede hacerse un cálculo matemático exacto de dolores y placeres. Es bastante obvio, por ejemplo, que en muchos casos un hombre no puede hacer un cálculo matemático exacto de las respectivas cantidades de placer que resultarían de otras tantas posibles acciones. Y si lo que está en cuestión es el interés de la comunidad, ¿cómo podremos calcular la suma total probable de placer, cuando es notorio que en muchos casos lo agradable para uno no lo es para otro? Al mismo tiempo, si admitimos, como admitió Bentham, sólo diferencias cuantitativas entre los placeres, y si vemos a la ética hedonística como portadora de una regla práctica de conducta, se requerirá algún tipo de cálculo, aunque éste no pueda ser exacto. Y de hecho en ocasiones uno hace tales cálculos arriesgados. Así un hombre puede muy bien preguntarse si realmente vale la pena embarcarse en una cierta acción placentera que probablemente implicará ciertas consecuencias dolorosas. Y si considera esta cuestión seriamente, está usando una de las reglas del cálculo de Bentham. En qué relación está este tipo de razonamiento con la moral, es otra cuestión. Y es irrelevante en el contexto presente. Porque la hipótesis es que se acepta la doctrina moral general de Bentham. Ahora bien, la esfera de la actividad humana es obviamente mucho más amplia que la legislación y la gestión de gobierno. Y en algunos casos es el interés del agente individual como tal lo que está en cuestión. Así pues, yo puedo tener deberes para conmigo mismo. Pero si la esfera de la moralidad tiene el mismo fin que la esfera de la acción humana, la legislación y la gestión de gobierno caen dentro de la esfera moral. Por lo tanto, el principio de utilidad debe aplicarse a ellos. Pero aquí la parte cuyo interés está en cuestión es la comunidad: Por lo tanto, como dice Bentham, aunque haya muchas acciones, que de hecho son útiles a la comunidad pero cuya regulación por la ley no caería dentro del interés público, la legislación debe servir tal interés, debe dirigirse al bienestar o a la felicidad común. Así, pues, decimos que una gestión de legislación o de gobierno está de acuerdo con el principio de utilidad o está dictada por él cuando "su tendencia a aumentar la felicidad de la comunidad es mayor que su posible tendencia a disminuirla". La comunidad, sin embargo, es "un cuerpo ficticio compuesto por individuos que la constituyen en tanto miembros". Y el interés de la comunidad es "la suma de los intereses de los distintos miembros que la componen". Por lo tanto, decir que la legislación y el gobierno debieran tener como fin el bien común, es decir que debieran tender a la máxima felicidad del mayor número posible de los individuos que son miembros de la sociedad en cuestión. Evidentemente, si aceptamos que el interés común es simplemente la suma total de los intereses privados de los miembros individuales de la comunidad, podemos concluir que el bien común se fomenta inevitablemente si cada individuo busca e incrementa su propia felicidad personal. Pero no hay garantía de que los individuos busquen su propia felicidad de una forma racional o clara y de forma que no disminuyan la felicidad de otros 97 individuos, disminuyendo así la suma total de felicidad en la comunidad. Y de hecho está claro que se producen conflictos entre los intereses. Por lo tanto, se requiere una armonización de los Intereses con vistas a la consecución del bien común. Y ésta es la función de la legislación y del gobierno. Se ha dicho a veces que una armonización tal de intereses presupone la posibilidad de trabajar altruistamente en pro del bien común, y que Bentham, así, pasa de un modo brusco e injustificado del buscador de placer egoísta o autosuficiente al altruista patriótico. Pero hay que hacer algunas distinciones. En primer lugar, Bentham no da por supuesto que todo hombre sea por naturaleza necesariamente egoísta o autosuficiente en el sentido en que se entenderían corrientemente estos términos, puesto que reconoce los afectos sociales tanto como sus contrarios. Así, en su tabla de placeres, incluye entre los llamados placeres simples los placeres de benevolencia, que define como "los placeres resultantes de contemplar cualquier género de placer poseído -por lo menos en principio- por los seres que pueden ser objetos de benevolencia, a saber, todos los seres sensitivos que conocemos". En segundo lugar, aunque el benthamismo sin duda supone que el hombre que se recrea contemplando el placer de otro obra así intuitivamente porque le agrada a él mismo, por otro lado se apoya en los principios de la psicología asociacionista para explicar cómo un hombre puede llegar a buscar el bien de los otros sin atender al suyo propio. Al mismo tiempo, claro es que no hay ninguna garantía de que aquellos cuyo trabajo consiste en armonizar los intereses privados estén notablemente dotados de benevolencia, o que hayan aprendido de hecho a buscar el bien común con un espíritu desinteresado. En realidad, Bentham no tarda en llegar a la conclusión de que los gobernantes están muy lejos de constituir excepciones con respecto al proceder general de los hombres, quienes, abandonados a sí mismos, persiguen sus propios intereses, aunque muchos de ellos sean perfectamente capaces de ser felices con el placer ajeno. Y fue tal conclusión la que contribuyó principalmente a su adopción de las ideas democráticas. El monarca déspota o absoluto busca en general su propio interés, y otro tanto hace la aristocracia dominante. El único camino, por lo tanto, de asegurar que la mayor felicidad del mayor número posible se toma como criterio en el gobierno y la legislación es poner al gobierno, en la medida de lo posible, en manos de todos. De ahí las propuestas de Bentham en pro de la abolición de la monarquía y de la Cámara de los Lores y la introducción del sufragio universal y la renovación anual del Parlamento. Si el interés común es simplemente la suma total de los intereses privados, todo el mundo puede participar, por decirlo así, del bien común. Y la educación puede ayudar al individuo a entender que al actuar por el bien común está también actuando por su propio bien. Para evitar falsas interpretaciones hay que añadir que la armonización de intereses gracias a la ley, como Bentham propugnaba, consistía primariamente en la eliminación de los obstáculos opuestos al aumento de la felicidad del mayor número posible de ciudadanos, más bien que en lo que en general se supondría positiva interferencia en la libertad del individuo. Ésta es una de las razones por las que Bentham presta tanta atención al tema de lo penal, es decir, la imposición de sanciones por disminuir la felicidad o el bien general infringiendo las leyes existentes que son o, en cualquier caso, deben ser aceptadas con vistas a prevenir determinadas acciones incompatibles con la felicidad de los miembros de la sociedad en general. Según Bentham el fin primario del castigo es prevenir y no reformar. La reforma de los transgresores es sólo un fin subsidiario. Las observaciones de Bentham sobre algunos puntos concretos son a menudo harto agudas. Valga como ejemplo su actitud general hacia las sanciones penales. Como ya se ha dicho, el fin primario del castigo es prevenir. Pero el castigo implica la inflicción de daño, de una disminución de placer en un sentido u otro. Y puesto que todo dolor es un mal, de ello se deduce que "todo castigo es en sí mismo un mal". Y la conclusión que se ha de deducir es que el legislador no debe asignar a la transgresión de la ley una sanción penal que exceda a lo estrictamente requerido para obtener el efecto deseado. Ciertamente puede objetarse que si el fin primero del castigo es prevenir, las penas más duras serán las más eficaces. Pero si el castigo es en sí mismo un mal, aun cuando en las circunstancias concretas de la vida del hombre dentro de la sociedad sea un mal necesario, la cuestión relevante es ésta: ¿cuál es la menor medida de castigo con efectos preventivos? Además, el legislador debe tener en cuenta la opinión pública, aunque en realidad sea éste un factor variable. Porque cuanto más excesiva o inapropiada se considere una determinada sanción penal, tanto más tenderá a negar su cooperación a la ejecución de la ley. Y en tal caso se atenúa el esperado efecto 98 preventivo de la ley. Además, si una pena muy dura, como la pena de muerte, se aplica por una serie de transgresiones que difieren mucho en gravedad, es decir, en la medida de daño que producen a otros o a la comunidad en general, tal pena tiene malos resultados educativos y no contribuye al bien común. En cuanto al fin subsidiario del castigo, es decir, el contribuir a la reforma de los transgresores, ¿cómo puede cumplirse este fin, cuando las cárceles son notoriamente viveros de vicio? Por supuesto, caben opiniones distintas sobre el fin primario del castigo. Pero habría que ser un excéntrico para estar hoy en desacuerdo con la conclusión de Bentham de que el sistema penal de su época necesitaba una reforma. Y aun en el caso de que sostengamos una opinión distinta sobre la función del castigo, no podemos menos de reconocer que sus argumentos en favor de una reforma son, hablando en general, inteligibles y persuasivos. Pero al volver de semejantes consideraciones sobre la necesidad de reforma a la filosofía general de Bentham, la situación es muy distinta. Por ejemplo, J. S. Mill objetaba el que la idea de Bentham acerca de la naturaleza humana revelase estrechez de miras. Y en tanto Bentham tiende a reducir al hombre a un sistema de atracciones y repulsiones como respuesta al placer y al dolor, en el que cabe computar casi matemáticamente los más de placeres y los menos de dolores, en este punto muchos estarán plenamente de acuerdo con Mill. Al mismo tiempo J. S. Mill califica altamente a Bentham por emplear un método científico en moral y política. Éste consiste ante todo en "el método del detalle, de tratar conjuntos separándolos en sus partes, abstracciones resolviéndolas en cosas, clases y generalidades distinguiéndolas de entre los individuos que las componen; y desmenuzando cada cuestión antes de intentar resolverla". En otras palabras, Mill elogia a Bentham por su uso total del análisis reductivo, y por esta razón le considera un reformador de la filosofía. En cuanto al problema en cuestión, Mill, por supuesto, lleva bastante razón. Hemos visto, por ejemplo, cómo Bentham aplicó un tipo de análisis cuantitativo a la ética. Y lo hizo porque pensaba que era el único método científico adecuado. Era el único método que nos permitiría dar significados claros a términos tales como "bueno" y "malo". Además, para Bentham, términos como "comunidad" e "interés común" eran abstracciones que necesitaban ser analizadas si debía dárseles algún valor efectivo. Imaginar que significaban entidades peculiares fuera de los elementos en los que podía analizárselas, era dejarse llevar falsamente por el lenguaje a la postulación de entidades ficticias. Pero aunque evidentemente no puede haber una objeción válida a priori contra la experimentación por el método del análisis reductivo, está también claro que Bentham resbala suavemente sobre las dificultades y trata lo complejo como si fuera simple. Por ejemplo, todo el mundo admite la dificultad de dar una explicación clara de lo que es el bien común, si no es reductible a los bienes privados de los miembros individuales de la comunidad. Pero también es difícil suponer que una afirmación verdadera sobre el bien común sea reductible siempre a afirmaciones verdaderas sobre los bienes privados de los individuos. No podemos legítimamente dar por supuesto que tal reducción o traducción sea posible. Su posibilidad debe establecerse con ejemplos de hecho. Como dicen los escolásticos, ab esse ad posse valet illatio. Pero Bentham tiende a dar por supuesta la posibilidad y concluir sin más que quienes piensan de otra forma han caído en lo que Wittgenstein llamaría más tarde el hechizo del lenguaje. En otras palabras, aunque Bentham tuviera razón en su aplicación del análisis reductivo, no atendió suficientemente a lo que podía decirse desde otra posición. Mill, en efecto, llama la atención sobre "el desprecio de Bentham por todas las demás escuelas de pensadores". Según Mill, Bentham "no fue un gran filósofo, sino un gran reformador de la filosofía". Y si somos partidarios del análisis reductivo, probablemente estamos de acuerdo con la afirmación. De otra forma, tal vez tendamos a omitir las tres últimas palabras. La costumbre de Bentham de simplificar en exceso y pasar por encima de las dificultades, unida a esa peculiar estrechez de la visión moral a la que alude Mill adecuadamente, lo descalifica para el título de gran filósofo. Pero su lugar en el movimiento de reforma social está asegurado. Sus premisas son a menudo cuestionables, pero ciertamente Bentham tiene el don de deducir de ellas conclusiones que a menudo son inteligentes y reveladoras. Y, como ya se ha notado, la naturaleza harto simplificada de su filosofía moral facilitó su uso como instrumento o arma prácticos. 99 JOHN STUART MILL HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VIII Frederick Copleston 1. Notas preliminares Durante el siglo XVIII se había descuidado un tanto el estudio de la lógica. y en la introducción a su Sistema de lógica, Mill se refiere a Richard Whateley (1787 -1863), arzobispo de Dublín, como" el autor que ha trabajado más que nadie para restituir tal estudio al rango del que había caído en la apreciación de la clase culta de nuestro país". Pero no se sigue de ahí, por supuesto, que Mill esté totalmente de acuerdo con la idea de Whateley sobre la naturaleza y el alcance de la lógica. Whateley definió la lógica como la ciencia y el arte de razonar. Pero tal definición, sostiene Mill, es en cualquier caso demasiado estrecha para abarcar todas las operaciones lógicas y lo que es más importante, Whateley veía la deducción silogística como la norma y el tipo de toda inferencia científica, y se negaba a reconocer que la lógica de la inducción pudiera adoptar una forma científica análoga a la teoría del silogismo. No quería decir con esto, explicaba, que no pudieran establecerse reglas para la investigación inductiva. Pero en su opinión tales reglas siempre serían relativamente vagas y no podrían ser sintetizadas en una adecuada teoría científica de la lógica inductiva. El designio inicial de Mill, en cambio, consiste en mostrar que lo cierto es lo contrario. Tiene cuidado en notar que no desdeña el silogismo. Y en su Sistema de lógica trata de la inferencia silogística. Pero acentúa la naturaleza de la lógica como "la ciencia que trata de las operaciones del entendimiento humano en la búsqueda de la verdad". Es decir, da mayor relieve a la función de la lógica como generalizadora y sintetizadora de reglas para la apreciación de las pruebas, y como el paso de verdades conocidas a verdades desconocidas, que a su función de proveedora de reglas para la consistencia formal del razonar. Así, pues, lo que primariamente se requiere para el desarrollo de la lógica es precisamente el cumplimiento de la tarea que según Whateley no puede cumplirse, o por lo menos no puede cumplirse en un grado de exactitud científica; a saber, generalizar "los modos de investigación de la verdad y de apreciación de las pruebas, gracias a los cuales tantas importantes y recónditas leyes de la naturaleza se han añadido, en las diversas ciencias, al conjunto del conocimiento humano". Pero a Mill no le interesa simplemente desarrollar una teoría sistemática de la lógica inductiva según se utiliza en la ciencia natural, sino también construir una lógica de lo que él llama "las ciencias morales", que incluyen la psicología y la sociología. Es cierto que en realidad pensó en tal tema antes de sentirse capaz de llevar a término una exposición satisfactoria de la lógica inductiva, como la dada en el tercer libro del Sistema de lógica. Pero esto no impide a Mill presentar el sexto libro, que trata de la lógica de las ciencias morales, como una aplicación a ellas del método experimental de las ciencias físicas. Así, hace suyo el programa concebido por David Hume, a saber, el empleo del método experimental en el desarrollo de una ciencia de la naturaleza humana. Si se nos pregunta si el punto de vista de Mill es el de un empirista, la respuesta en gran parte depende, claro está, del significado que reciba tal término. Según lo usa el propio Mill, él no es, o en cualquier caso no quiere ser, un empirista. Así, en el Sistema de lógica habla de "la mala generalización a posteriori, o empirismo propiamente dicho", como cuando la causalidad se infiere de la conexión causal. Además, Mill se refiere a la inducción por enumeración simple como a "ese modo basto y chapucero de generalización", modo de generalización exigido por Francis Bacon y que confunde las leyes meramente empíricas con las leyes causales. Un ejemplo fácil se nos ofrece en la forma en que muchos generalizan, a partir de la gente de su propio país, sobre las gentes de otros países, "como si los seres humanos sintieran, juzgaran y actuaran igual en todas partes". Además, en la obra de Mill sobre Comte se nos dice que "la inducción directa no suele ser mejor que el empirismo", tomando evidentemente "empirismo" en un sentido despectivo. Y en todas partes se encuentran indicaciones parecidas. Pero aunque Mill ciertamente rechaza el empirismo en el sentido que para él tiene el término, es decir, en el sentido de una generalización mala y chapucera, de un procedimiento que guarda poca relación con el método o los métodos científicos, es también cierto que se arrima a Locke para sostener que la materia de todo nuestro conocimiento nos la proporciona la experiencia. Y si por empirismo se entiende eso, Mill es sin duda un empirista. A decir 100 verdad, reconoce a la intuición como fuente del conocimiento. De hecho, "las verdades conocidas por intuición son las premisas originales de las cuales se infieren todas las demás". Pero por intuición entiende Mill "conciencia", "percepción inmediata" de nuestras sensaciones y sentimientos: si por intuición se entiende "el conocimiento directo que supuestamente tenemos de las cosas externas a nuestro entendimiento", Mill no está dispuesto a reconocer que exista nada semejante. En realidad, el Sistema de lógica "proporciona lo que se había reclamado tanto, un libro de texto de la doctrina contraria: la que deriva todo conocimiento de la experiencia y todas las cualidades morales e intelectuales principalmente de la orientación dada a las asociaciones". La negación por Mill de lo que él llama la noción alemana o a priori del conocimiento humano -que se encuentra en la filosofía de Coleridge y hasta cierto punto en la de Whewell-, se complica con el hecho de que tal noción se le antoja fuente de consecuencias indeseables para las teorías moral y política, e incluso abocada a sostener actitudes y convicciones morales indeseables. "La noción de que las verdades externas al entendimiento pueden conocerse por intuición o conciencia, independientemente de la observación y de la experiencia, es actualmente, estoy seguro, el gran apoyo intelectual de las falsas doctrinas y los malos sistemas. Jamás se ideó un instrumento tal para consagrar todos los prejuicios firmemente arraigados." Así, pues, cuando el Sistema de lógica intenta explicar el conocimiento matemático, plaza fuerte de los intuicionistas, sin recurrir a la idea del conocimiento intuitivo o a priori, está llevando a cabo un valioso servicio social al tiempo que intenta solventar un problema puramente teórico. Puede objetarse que estas observaciones son, en realidad, totalmente inadecuadas para solventar la cuestión de si Mill debe o no ser definido como empirista. Por una parte, si el empirismo se identifica con la generalización mala y chapucera, es ciertamente obvio que ni Mill ni ningún otro pensador serio desearía ser llamado empirista. Porque el término se convierte en expresión de abuso, o por lo menos de menosprecio. Por otra parte, la convicción de que el material de nuestro conocimiento es suministrado por la experiencia no es por sí misma garantía suficiente para llamar empirista a un filósofo. Así, pues, la observación de que Mill ataca el empirismo en un cierto sentido del término, mientras que al mismo tiempo sostiene que todo nuestro conocimiento se basa en la experiencia, no hace más que limitar la pregunta hasta un cierto punto: no la contesta. No nos dice, por ejemplo, si Mill acepta los principios metafísicos que, aunque lleguemos a conocer sobre la base de la experiencia y o a priori, van más allá de cualquier experiencia real, en el sentido de que se aplican a toda experiencia posible. Una objeción en esta índole es perfectamente razonable. Pero es difícil dar una respuesta simple a la pregunta antes planteada. Por una parte, Mill ciertamente adopta una posición empirista cuando afirma explícitamente que no podemos alcanzar la verdad absoluta y que toda generalización es en principio corregible. Por otra parte, cuando distingue entre inducción científica adecuada y generalización chapucera, parece querer implicar que las verdades desconocidas hasta ahora pueden inferirse con certeza de verdades conocidas y, por consiguiente, que la Naturaleza posee una estructura estable, por decido así, que podría expresarse en afirmaciones que podrían ser la verdad de cualquier posible experiencia. Con vistas a la posición general de Mill en la historia de la filosofía inglesa, y con vistas a la influencia que su pensamiento ejerció, es perfectamente lógico que demos más importancia al primer aspecto de su pensamiento y le llamemos empirista. Pero no hay que olvidar también que a veces adopta posiciones que implican un punto de vista diferente. En cualquier caso, los distintos aspectos de su pensamiento sólo pueden apreciarse si consideramos lo que dice sobre cada tema en particular. 2. Nombres y proposiciones reales y nominales La lógica, sostiene Mill, estudia las inferencias de las verdades previamente conocidas; no, por supuesto, en el sentido de que el lógico amplíe nuestro conocimiento del mundo aportando de hecho un cierto número de inferencias sustanciales, sino en el sentido de que proporciona las pruebas o criterios para determinar el valor de la inferencia o de la demostración, y por lo tanto de la creencia, en cuanto ésta pretende estar fundamentada en una demostración. Pero la inferencia es "una operación que normalmente se realiza por medio de palabras, y en casos complejos no puede producirse de otra forma". Así, pues, es conveniente iniciar un estudio sistemático de la lógica con una reflexión sobre el lenguaje. Tal vez era de esperar que Mill empezara por el estudio de las 101 proposiciones. Porque lo que se infiere son proposiciones. Pero puesto que según él la proposición siempre afirma o niega un predicado de un sujeto -un nombre, dice, de otro nombre- de hecho empieza tratando de los nombres y del proceso de la nominación. No es necesario mencionar aquí todas las distinciones que Mill establece entre los distintos tipos de nombres, pero pueden señalarse los siguientes puntos. Según Mill, desde que el nombre dado a los objetos tiene, en el sentido propio, un significado, tal significado consiste en la connotación del nombre, no en su denotación. Todos los nombres universales concretos son de este tipo. Por ejemplo, la palabra "hombre" puede denotar o referirse a un número indefinido de cosas individuales, el conjunto de las cuales se dice que forma una clase; pero su significado está en lo que connota, a saber, los atributos que se predican cuando la palabra "hombre" se aplica a ciertos seres. De ahí se sigue, por tanto, que los nombres propios, como por ejemplo "Juan", que pueden aplicarse a más de un individuo, pero que no tienen connotación, no tengan, hablando estrictamente, significado. No se deduce de ahí, sin embargo, que la palabra "Dios" no tenga significado. Porque tal término no es, según Mill, un nombre propio. Sin duda, tal como lo emplea el monoteísta, tal término es aplicable a un solo ser. Pero esto ocurre porque, en su uso corriente, el término "Dios" connota un conjunto determinado de atributos que, de hecho, limitan su ámbito de aplicación. Es, así, un término connotativo, no un nombre propio, como "Juan" o "María". En realidad, Mill distingue entre palabras que nombran cosas o atributos, y palabras que entran en el "proceso de nominación". Por ejemplo, en "la mujer de Sócrates", la palabra "de" no es por sí misma un nombre. Pero algunos lógicos posteriores le han reprochado a Mill haber prescindido de voces como "o" y "si", a las que ciertamente no cabe llamar partes de los nombres. Volviendo a las proposiciones, vemos que, como ya se ha indicado, el relieve que Mill da a los nombres y a la nominación le lleva a considerar todas las proposiciones como afirmaciones o negaciones de un nombre u otro. Las palabras que son comúnmente, aunque no necesariamente, usadas para expresar la predicación afirmativa o negativa son "es" o "no es", "son" o "no son". Así, Mill toma como forma normativa, aunque no invariable, la forma "sujeto-cópula-predicado". Y advierte a sus lectores de la ambigüedad del término "es". Por ejemplo, si confundimos el uso existencial del verbo "ser" y su uso como cópula, es fácil que caigamos en absurdos tales como suponer que los unicornios deben poseer alguna forma de existencia, ya que es posible decir que el unicornio es un animal con un cuerno, o incluso porque se puede decir que es una bestia imaginaria. A lo largo de su estudio sobre el sentido o significado de las proposiciones, Mill distingue entre proposiciones reales y nominales. En una proposición real afirmamos o negamos un atributo de un sujeto: un atributo no connotado ya por el nombre del sujeto, o un hecho no comprendido ya en el significado del nombre del sujeto. Con otras palabras, una proposición real lleva consigo una información empírica nueva, verdadera o falsa, según el caso; información nueva, en el sentido de que no puede obtenerse simplemente por análisis del significado del término que funciona como sujeto. Puesto que los nombres propios no son términos connotativos y, hablando estrictamente, no tienen "significado", toda proposición de la forma "Juan está casado", que tenga como sujeto un nombre propio, debe pertenecer necesariamente a esta clase. Las proposiciones nominales, en cambio, se refieren únicamente a los significados de los nombres: el predicado puede obtenerse por análisis de la connotación o significado del término que hace las veces de sujeto. Por ejemplo, en "el hombre es un ser corpóreo": el predicado está comprendido ya en la connotación o significado del término "hombre"; porque no llamaríamos "hombre" a nada que no tuviera un ser corpóreo. Así, pues, la proposición dice algo sobre el significado de un nombre, sobre su empleo: no proporciona una información fáctica en el sentido en que la dan las proposiciones "Juan está casado" o "la distancia media entre la luna y la tierra es de 238.860 millas". La clase más importante de proposiciones nominales la constituyen las definiciones; y una definición es "una proposición declaratoria del significado de una palabra: a saber, del significado que tiene según la aceptación corriente, o del significado que quien está hablando o escribiendo quiere asignarle a los fines especiales de su disertación". Así, Mill no excluye el uso de palabras con sentidos nuevos para fines especiales. Pero insiste en la necesidad de examinar el uso ordinario cuidadosamente, antes de emprender la reforma del lenguaje. Porque el examen de los distintos matices 102 del significado que tiene una palabra en su uso corriente -o de los cambios que se dan en su uso- puede esclarecer diferencias y otros factores relevantes que el posible reformador del lenguaje debe tener en cuenta. Evidentemente, cuando Mill dice que las definiciones son proposiciones nominales no pretende implicar que sean por naturaleza puramente arbitrarias, o que la investigación de los hechos de experiencia no tenga importancia en la formación de las definiciones. Sería absurdo, por ejemplo, definir al hombre sin tener en cuenta para nada los atributos que aquellos seres a los que llamamos hombres tienen en común. La idea de Mill es que aunque la connotación del término “hombre" se base en la experiencia de los hombres, y aunque la investigación de los hechos de experiencia pueda hacer dicha connotación menos vaga y más clara, lo que la definición como tal hace es simplemente explicitar la connotación, el significado, en su totalidad o en parte, es decir, por medio de atributos distintivos escogidos. Es cierto que podemos sentirnos tentados a suponer que la definición no es puramente nominal. Pero tal tentación puede explicarse fácilmente por la ambigüedad de la cópula. Un término connotativo general como "hombre" denota un número indefinido de cosas y connota ciertos atributos que tales cosas tienen en común. Cuando se dice, por lo tanto, que "el hombre es...", tal vez tendamos a pensar que la definición afirma que hay hombres. En tal caso, sin embargo, tácitamente presuponemos la presencia de dos proposiciones, correspondientes a dos posibles usos del verbo "ser": por una parte, la definición, que simplemente explicita el significado del término "hombre", y por otra parte, una proposición existencial que afirma que hay seres que poseen los atributos mencionados en la definición. Si omitimos la proposición existencial que subrepticiamente hemos introducido, podemos ver que la definición es puramente nominal, se refiere únicamente al significado de un nombre. Volvamos por un momento a las proposiciones reales y consideremos una proposición universal, tal como "todos los hombres son mortales". Desde un cierto punto de vista, como parte de una verdad especulativa, tal como dice Mill, esa proposición significa que los atributos del hombre van siempre acompañados del atributo de ser mortal. Y, bien analizado, esto quiere decir que ciertos fenómenos van regularmente asociados a otros fenómenos. Pero también podemos ver la proposición bajo el aspecto de un memorándum para el uso práctico. Y entonces significa que "los atributos del hombre son prueba de, son señal de mortalidad". En otras palabras, nos dice lo que debemos esperar. Según Mill, estos significados distintos son, en último término, equivalentes. Pero en la inferencia científica es el aspecto práctico del significado, su aspecto predictivo, lo que importa especialmente. Observamos, no obstante, una diferencia entre las proposiciones nominales, en las que el predicado se identifica con el término que hace de sujeto o es una parte de él, y las proposiciones reales, en las que el predicado no está contenido en la connotación del sujeto. y Mill señala que "tal distinción corresponde a la llevada a cabo por Kant y otros metafísicos entre lo que ellos llaman 'juicios analíticos' y 'sintéticos'; donde los primeros son los que pueden deducirse del significado de los términos utilizados". Podemos añadir que la distinción de Mill corresponde también, más o menos, a la que Hume advierte entre las proposiciones que establecen relaciones entre las ideas y las proposiciones que establecen hechos de experiencia. Si entendemos por "verdad" la adecuación entre una proposición y el hecho extralingüístico a que se refiere, es evidente que ninguna proposición puramente nominal podrá ser llamada verdadera. Una definición puede ser adecuada o inadecuada, puede adaptarse o no al uso lingüístico; pero por sí misma no afirma nada sobre los hechos extralingüísticos. No obstante, se plantea la pregunta de si para Mill existen proposiciones reales necesariamente verdaderas. ¿Está de acuerdo con Hume en que ninguna proposición real pude ser necesariamente verdadera? O, para usar la terminología kantiana, ¿admite la existencia de proposiciones sintéticas a priori? Es un hecho notorio que Mill tiende a hablar en distintos sentidos, porque influye en su forma de hablar su reacción ante el tipo de teoría que en cada caso esté desarrollando. Así, pues, es difícil decir cuál es la opinión personal de Mill. Con todo, sin duda se opone a la idea de la existencia de un conocimiento a priori de la realidad. Y esta le inclina evidentemente a rechazar las proposiciones sintéticas a priori. Pero Mill no está sin duda dispuesto a suscribir que cuando la negación de una proposición dada se nos aparezca como increíble, tal proposición deba ser simplemente verbal. Porque sin duda hay proposiciones reales que 103 reflejan tal uniformidad o regularidad de la experiencia que su negación nos parece increíble. Y, a fines prácticos, queda justificado que las usemos como si fueran necesariamente verdaderas. En realidad, no podemos obrar de otra forma, porque ex hypothesi no hemos tenido experiencia alguna que nos haya llevado a poner en duda su aplicabilidad universal. Y es que una proposición real puede ser necesariamente verdadera en el sentido psicológico de que encontremos increíble su opuesto, sin que tenga que ser necesariamente verdadera en el sentido lógico de que debe ser verdadera en toda posible experiencia, en todo fenómeno no observado o. no experimentado. Ésta parece ser, más o menos, la posición característica de Mill. Pero para apreciar la complejidad de la situación es aconsejable considerar lo que tiene que decir sobre las proposiciones matemáticas, la gran ciudadela de los intuicionistas y defensores de un conocimiento a priori. 3. La naturaleza de las matemáticas No es preciso decir que Mill reconoce características peculiares en las matemáticas. Señala, por ejemplo, que "las proposiciones de la geometría son independientes de la sucesión de los hechos". Es más, las verdades matemáticas "no tienen ninguna relación con las leyes de causalidad... Así, cuando dos líneas rectas se cruzan entre sí, los ángulos opuestos son iguales; y esto es cierto de tales líneas y ángulos, producidos por cualquier causa". Además, el razonamiento matemático "no nos permite la introducción, en ninguna de sus coyunturas, de una hipótesis que no hayamos encontrado ya en forma de axioma, postulado o definición. Es ésta una cualidad que tiene en común con la lógica formal". Sin embargo, cuando empezamos a examinar la teoría general de Mill sobre las matemáticas surgen las complicaciones. Dugald Stewart sostenía que las proposiciones matemáticas no expresaban hechos reales, sino únicamente las relaciones existentes entre los presupuestos o hipótesis y ciertas consecuencias. Sostenía además que los primeros principios de la geometría eran las definiciones de Euclides, no los postulados y axiomas. Y puesto que consideraba arbitrarias las definiciones, le resultaba difícil explicar cómo podía aplicarse la matemática pura. Que las matemáticas pudieran adaptarse a la realidad, por decido así, y pudieran aplicarse con éxito a la física, era para él pura coincidencia. A Mill, sin embargo, no le satisfizo tal posición. Deseaba poder decir que las proposiciones matemáticas eran verdaderas. No podía reconocer, por tanto, que los teoremas de Euclides fueran deducibles de ciertas definiciones. Porque Mill sostenía, como hemos visto, que las definiciones no son ni verdaderas ni falsas. En consecuencia, tuvo que mantener que los teoremas de Euclides se deducen de ciertos postulados, que pueden ser verdaderos o falsos. Y llegó a la conclusión de que cualquier definición euclidiana es una definición sólo en parte, porque encierra también un postulado. En otras palabras, cualquier definición euclidiana puede ser descompuesta, por análisis, en dos proposiciones, una de las cuales es un postulado o hipótesis relacionado con un hecho real, mientras la otra es una verdadera definición, Así, la definición del círculo puede descomponerse en las dos proposiciones siguientes: "puede existir una figura cuyos puntos formen una línea que equidiste de un único punto situado en su centro", [y] "cualquier figura que posea tal propiedad se llama 'círculo' " La primera proposición es un postulado; y tales postulados -no las definiciones puras- constituyen las premisas de la deducción en los teoremas de Euclides, Se llena así el hueco que Stewart había abierto entre las matemáticas puras y las aplicadas, Porque las proposiciones geométricas, por ejemplo, no se deducen de definiciones arbitrarias, sino de postulados o hipótesis relacionados con afirmaciones factual es. Podemos decir, sin embargo, que en geometría "nuestros razonamientos se fundamentan en datos factuales postulados por unas definiciones y no en las definiciones mismas", y "tal conclusión", señala Mill, "la comparto con el Dr. Whewell". Pero aunque Mill pueda sentirse de acuerdo con Whewell cuando se trata de atacar la idea de Stewart de que los teoremas de la geometría euclidiana se deducen de las definiciones, el acuerdo cesa inmediatamente cuando se trata de precisar cómo conocemos los primeros principios de las matemáticas. Según Whewell dichos primeros principios son evidentes por sí mismos, no derivados de la experiencia, y se conocen por intuición. Son ejemplos del conocimiento a priori, Y Mill no quiere aceptar tal posición. En lugar de ello sostiene que en matemáticas "dichas premisas originales, de las que se deducen las restantes verdades de la ciencia, son, a pesar de que parezcan lo contrario, resultado de observaciones y experiencias fundamentadas, en suma, en la evidencia de los 104 sentidos". Jamás nos hemos tropezado con un caso que refutara un axioma matemático; y el funcionamiento de las leyes de asociación puede explicar satisfactoriamente nuestra creencia en la necesidad de tales axiomas. Dentro de la clase general de "premisas originales", Mill distingue entre axiomas y postulados incluidos en definiciones. Los axiomas son siempre verdaderos. "Que dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí es tan verdad para las líneas y figuras de la naturaleza como lo sería para las líneas imaginarias supuestas en las definiciones”'. Pero los postulados o hipótesis encerrados en las definiciones de la geometría euclidiana están tan lejos de ser necesarios que ni siquiera son verdaderos; intencionadamente se alejan, en mayor o menor grado, de la verdad". Por ejemplo, no es verdad que una línea tal como la define el geómetra pueda existir. Pero de ahí no se sigue que el geómetra intuya una entidad matemática especial. Cuando define la línea como algo que tiene longitud y no anchura, está decidiendo, para sus propios fines, ignorar el elemento de anchura, prescindir de él y considerar sólo la longitud. Así, pues, los axiomas y los postulados se derivan de la experiencia. Es evidente que cuando Mill define los principios de la matemática como generalizaciones de la experiencia no está insinuando que nuestro conocimiento de todas las proposiciones matemáticas sea, de hecho, el resultado de la generalización inductiva. Lo que dice en realidad es que las premisas últimas de la demostración matemática son hipótesis empíricas, Aquí, pues, se encuentra de acuerdo con Dugald Stewart y en oposición a Whewell. Como hemos visto, no suscribe la afirmación de Stewart de que la geometría euclidiana derive de las simples definiciones; pero tal desacuerdo desaparece cuando se trata de marcar la conformidad sustancial de ambos sobre la naturaleza de las matemáticas, "La opinión de Dugald Stewart sobre los fundamentos de la geometría es, creo yo, sustancialmente correcta: que ella está construida sobre hipótesis," Todo lo que Whewell puede demostrar, arguyendo contra esta opinión, es que las hipótesis no son arbitrarias, Pero "los que dicen que las premisas de la geometría son hipótesis, no están obligados a sostener que sean hipótesis que no guarden ninguna relación con la realidad". Dicho esto, Mill va a colocarse en una posición imposible. Por "hipótesis", señala, se suele entender el postulado o supuesto que no se conoce como verdadero, sino que se supone verdadero, porque si fuera verdadero daría cuenta de Ciertos hechos. Pero las hipótesis de las cuales está hablando no tienen nada que ver con las de este tipo. Porque, como hemos visto, los postulados encerrados en las definiciones de la geometría euclidiana se sabe que no son literalmente verdaderos. Además, cuanto de verdad haya en las hipótesis en cuestión "no será hipotético, sino cierto". Las hipótesis, sin embargo, parece que tienen dos aspectos, uno de ellos conocido como no verdadero en el sentido usual de la palabra; el otro, verdadero, y así, es difícil ver cómo pueda justificarse siquiera el hablar de "hipótesis". y la situación no mejora cuando Mill dice que llamar a las conclusiones de la geometría "verdades necesarias" significa en realidad que se deducen correctamente de presupuestos que "ni siquiera son verdaderos". Lo que quiere decir, por supuesto, es que la necesidad de las conclusiones está en el hecho de que se siguen necesariamente de las premisas. Pero si fuéramos a tomarnos literalmente la insinuación de que las verdades necesarias lo son porque se deducen de presuposiciones falsas, tendríamos que alegar que Mill decía cosas sin sentido. Y no sería justo entenderlo así. En su Autobiografía, Mill aclara que la interpretación de las matemáticas que hace suya es la explicación de las llamadas "verdades necesarias" a base de "la experiencia y la asociación". Así, pues, iría demasiado lejos quien indicara que, después de publicar el Sistema de lógica, Mill elaboró aún una nueva interpretación de las matemáticas. Incluso sería inadecuado sugerir que Mill abrigara conscientemente segundas ideas sobre la interpretación, o las interpretaciones, dadas en la Lógica. Pero difícilmente puede negarse que hizo algunas observaciones que implicaban una concepción distinta de las matemáticas. Por ejemplo, en su Examen de la filosofía de Sir William Hamilton, Mill advierte a sus lectores que las leyes del número fundamentan las leyes de la extensión, que ambas están en la base de las leyes de la fuerza, y que las leyes de la fuerza "fundamentan todas las demás leyes del universo material". De igual modo, en el "discurso" que escribió en 1866 para la Universidad de Sto Andrews, Mill da a entender que las matemáticas nos dan la llave de la Naturaleza y que no se puede decir tanto que los primeros principios matemáticos se forman por generalización inductiva de la observación de los fenómenos (que podrían ser distintos de lo que son) como que esos fenómenos son lo que son a causa de ciertas 105 leyes matemáticas. Evidentemente, esto no afectaría necesariamente a la tesis de que llegamos a conocer las verdades matemáticas sobre bases de experiencia y no a priori. Pero sí afectaría a la tesis de que la necesidad de las matemáticas es puramente hipotética. Tal vez la situación pueda resumirse así: según Mill, para el desarrollo de la ciencia del número o aritmética se requieren sólo dos axiomas fundamentales, a saber, "dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí" y "la adición de iguales a iguales da sumas iguales", "junto con las definiciones de los distintos números". Difícilmente podrán definirse tales axiomas como hipótesis empíricas, a no ser que uno decididamente confunda la cuestión psicológica de cómo llegamos a reconocerlos con la cuestión de su status lógico. y aunque Mill habla de ellos como verdades inductivas, habla también de su "verdad infalible", reconocida "desde el amanecer de la especulación". Así, sería muy posible ver tales axiomas como necesariamente verdaderos, en virtud de los significados de los símbolos nominales usados, y desarrollar una interpretación formalista de las matemáticas. Pero Mill no estaba dispuesto a reconocer que los axiomas fundamentales de las matemáticas fueran proposiciones nominales. Así, si decidió, como lo hizo, minar la ciudadela de los intuicionistas, tuvo que interpretar aquellos axiomas como generalizaciones inductivas, como hipótesis empíricas. Y la necesidad de las proposiciones matemáticas tuvo que ser interpretada simplemente como necesidad de una conexión lógica entre las premisas y las conclusiones derivadas de ellas. Al propio tiempo, Mill vio perspicazmente el éxito de la matemática aplicada en cuanto ampliación de nuestros conocimientos del mundo; y llegó a hacer observaciones que nos recuerdan a Galileo, por no mencionar a Platón. Pensó, sin duda, que la idea de que las leyes del número estaban en la base del mundo fenoménico era totalmente consecuente con su interpretación de los principios básicos de las matemáticas. Pero aunque era consecuente con la afirmación psicológica de que nuestro conocimiento de las verdades matemáticas presupone realmente una experiencia de las cosas, difícilmente podía conformarse con la afirmación lógica de que los axiomas matemáticos son hipótesis empíricas. Y hemos visto que Mill se vio en una posición difícil cuando intentó explicar en qué sentido eran hipótesis. In fine, podemos decir una o dos cosas. Podemos decir que Mill tuvo una idea empirista de las matemáticas, pero que hizo afirmaciones inconsecuentes con tal idea, y ésta es la forma tradicional de describir la situación. O bien decir, con algunos autores, que aunque Mill parece haber pensado que estaba exponiendo una interpretación unitaria de las matemáticas, de hecho podemos distinguir varias interpretaciones posibles en sus escritos, interpretaciones entre las que siguió dudando en la práctica, si no en la teoría. 4. El racionamiento silogístico Muchas de las proposiciones que creemos, hace notar Mill, las creemos no por evidencia inmediata de su verdad, sino porque se deducen de otras proposiciones cuya verdad hemos dado ya por supuesta, justificadamente o no. Dicho brevemente: muchas de las proposiciones que creemos se infieren de otras proposiciones. Pero la inferencia puede ser principalmente de dos clases. Por una parte, podemos inferir proposiciones de otras iguales o más generales. Por otra parte, podemos inferir proposiciones de otras que son menos generales que las proposiciones inferidas de ellas. En el primer caso tenemos lo que se suele llamar inferencia deductiva o raciocinio, mientras en el segundo caso tenemos una inferencia inductiva. Ahora bien, según Mill hay inferencia "real" sólo cuando se infiere una verdad nueva, es decir, una verdad que no está ya contenida en las premisas. Y en tal caso sólo la inducción puede considerarse inferencia real, puesto que "la conclusión o la inducción abarca más de lo contenido en las premisas". Cuando la conclusión está precontenida en las premisas, la inferencia no representa progreso alguno en el conocimiento y esto es cierto de la inferencia silogística. Porque" es universalmente consentido que un silogismo es vicioso si en su conclusión hay algo más de lo presupuesto en las premisas. Lo cual equivale a decir, en los hechos, que jamás se ha probado ni puede probarse nada que no sea o se suponga previamente conocido". Si en esto consistiera todo lo que Mill tuviese que decir sobre el tema, sería natural concluir que para él hay dos tipos distintos de lógica. Por una parte, la inferencia deductiva en la cual de 106 proposiciones más generales inferimos proposiciones menos generales. Y puesto que la inferencia no es válida si la conclusión no está precontenida en las premisas, por este camino no podría descubrirse ninguna verdad nueva. El razonamiento silogístico sirve para asegurar la coherencia lógica del pensamiento. Por ejemplo, si alguien habla de tal manera para mostrar que está afirmando en realidad a la vez que todos los X son Y, y que un X particular no es Y, podemos usar las formas del razonamiento silogístico para mostrarle la incoherencia lógica de su pensamiento. Pero por este camino no se descubre ni puede descubrirse ninguna verdad nueva. Porque decir que todos los X son y es decir que cada X es Y. Por otra parte, tenemos la inferencia inductiva, la inferencia usada en la ciencia física, por la cual el entendimiento va de lo conocido a una verdad desconocida antes de que el proceso de inferencia la estableciera. Brevemente: por una parte tenemos una lógica de la coherencia; por otra, una lógica del descubrimiento." En realidad, sin embargo, la situación es mucho más compleja de lo que sugiere esta reflexión preliminar. Consideremos uno de los razonamientos que Mill menciona: "Todos los hombres son mortales; el duque de Wellington es un hombre; luego, el duque de Wellington es mortal". Es sin duda obvio que consentir de las premisas mayor y menor y denegar la conclusión envolvería una inconsistencia lógica. Pero Mill a veces parece querer decir que al dar por supuesta la verdad de la premisa mayor se da por supuesta la verdad de la conclusión, de tal forma que conociendo la verdad de la mayor se conoce ya la verdad de la conclusión y esto parece cuestionable en cualquiera de sus interpretaciones de la premisa mayor. Hemos visto ya que, según Mill, la proposición "todos los hombres son mortales", considerada como lo que él llama "una parte de verdad especulativa", significa que "los atributos del hombre van siempre acompañados del atributo de mortalidad". Mill se fija aquí en la connotación de la palabra "hombre" y si la proposición "todos los hombres son mortales" se interpreta a base de la connotación de la palabra "hombre", es natural decir que la proposición se refiere a universales y no a particulares. Más aún, si interpretáramos "siempre" con el significado de "necesariamente", no habría ningún fundamento convincente para decir que el hombre que afirma que los atributos encerrados en la connotación de la palabra "hombre" van siempre acompañados del atributo de mortalidad debe saber ya por ello que el duque de Wellington es mortal. En verdad, puede decirse que el aserto en cuestión implica que si hay un ser a quien puede representarse adecuadamente como "el duque de Wellington" y que además posea los atributos que lleva consigo la connotación de la palabra "hombre", tal ser posee también el atributo de la mortalidad. Pero queda en pie el hecho de que la afirmación no presupone necesariamente ningún tipo de conocimiento cerca del duque de Wellington. Puede objetarse que Mill no interpreta "siempre" como "necesariamente". Si tal hiciera, convertiría la proposición "todos los hombres son mortales" en una proposición esencial o nominal. Porque la mortalidad sería entonces uno de los atributos que lleva consigo la connotación de la palabra "hombre". De hecho, Mill ve la proposición "todos los hombres son mortales" como una proposición real. Así, pues, siempre no significa "necesariamente", sino" dentro de los límites de la observación". Más aún: aunque Mill a veces parece implicar o sugerir una teoría realista de los universales, hay que notar que en sus reflexiones sobre el silogismo sostiene una teoría nominalista. O sea, "todos los hombres" debe entenderse como denotación. Significa "todos los hombres particulares". Y si sabemos que todos los hombres particulares son mortales, sabemos que cualquier hombre particular lo es. Las premisas de tal razonamiento son correctas. Es decir, para Mill "todos los hombres son mortales" es una proposición real y no nominal, y así mantiene una posición nominalista en su consideración del silogismo. Pero la conclusión del raciocinio no se sigue de las premisas. Porque, según la teoría nominalista de Mill, "todos los hombres son mortales" es fruto de la experiencia de hechos particulares, es decir, de hechos como que Sócrates y Julio César murieron. Y si el duque de Wellington vive, su muerte evidentemente no está incluida entre estos hechos particulares. No. puede decirse, pues, lógicamente, que el conocimiento de que todos los hombres son mortales presuponga o incluya el conocimiento de la mortalidad del duque de Wellington. La conclusión de que el duque de Wellington es mortal no está precontenida en la proposición "todos los hombres son mortales". Y parece resultar que la inferencia desde "todos los hombres son mortales" a "el duque de Wellington es mortal" no es válida. Para dar validez a la inferencia habría que decir que "todos los 107 hombres son mortales" no es simplemente fruto de la experiencia de que la gente muere, sino también una inferencia inductiva que va más allá de la evidencia empírica y funciona como una predicción al decirnos lo que debemos esperar. Después de observar en el pasado que los atributos implicados por la connotación del término "hombre" se han visto, de hecho, acompañados por la mortalidad, inferimos que lo mismo debe esperarse que ocurra en el futuro. Dicho de otro modo: "todos los hombres son mortales" viene a ser no tanto una premisa de la cual se deduzca la mortalidad de los hombres que viven y vivirán, cuanto una fórmula para hacer inferencias futuras, es decir, inferencias desde la posesión de otros atributos al atributo de la mortalidad. Y esto es precisamente lo que dice Mill: "Las proposiciones generales son simples registros de tales inferencias ya realizadas, y breves fórmulas para construir otras. La premisa mayor de un silogismo, por tanto, es una fórmula de éstas, y la conclusión no es una inferencia deducida desde la fórmula, sino una inferencia deducida según la fórmula" y las reglas de las inferencias silogísticas son reglas para interpretar correctamente la fórmula. Como tales, son útiles. y Mill puede introducir "una protesta tan fuerte como la del propio arzobispo Whateley contra la teoría que dice que el arte silogístico no sirve para los fines del razonamiento". Pero si la premisa mayor no es una proposición desde la cual se deduce la conclusión, sino una fórmula según la cual se saca la conclusión, entonces lo que constituye el antecedente lógico real son los hechos particulares observados. Con otras palabras, "toda inferencia va de lo particular a lo particular". En el pasado se ha observado una multiplicidad de relaciones empíricas particulares entre ser hombre y ser mortal. Puesto que no podemos conservarlas todas en la memoria, las grabamos en un compendioso memorándum. Pero la memoria no es una simple nota histórica. Va más allá de la evidencia empírica observada en el pasado y predice el futuro sirviendo de guía o de fórmula para elaborar inferencias. Y aunque no necesitamos moldear nuestro razonamiento, según la fórmula, en términos silogísticos, sin embargo, podemos hacerla. Las reglas de la inferencia silogística son una serie de reglas o precauciones para asegurar la corrección y consistencia de nuestra interpretación de la fórmula, midiéndose la corrección por nuestra intención de demostrar la fórmula, es decir, simplificar la construcción de futuras inferencias según nuestras inferencias pasadas. El razonamiento silogístico llega a ser así la segunda mitad del proceso total, como dice Mill, que va de la premisa a las conclusiones, es decir, de lo particular a lo particular. Con otras palabras, ha disminuido la distancia entre inferencia deductiva e inferencia inductiva. Pero hay todavía más. Mill reconoce que en ocasiones el razonamiento silogístico constituye el proceso total de razonamiento desde las premisas a la conclusión. Se dan estos casos, por ejemplo, en teología y en derecho, cuando la premisa mayor se deduce de la autoridad adecuada y no por inferencia inductiva de casos particulares. Así, un abogado puede recibir del legislador su premisa mayor bajo la forma de una ley general, y ver después si encaja o no en algún caso particular o en una serie de circunstancias. Pero Mill añade que el proceso de razonamiento del abogado "no es un proceso de inferencia, sino un proceso de interpretación". Hemos visto ya, sin embargo, que cuando la inferencia silogística constituye la segunda mitad de un proceso total de razonamiento desde las premisas a la conclusión, es de hecho el proceso de interpretación de una fórmula, es decir, de la premisa mayor. Y en tal caso desaparece la profunda distinción entre dos clases de lógica. El razonamiento silogístico es simplemente un proceso de interpretación. Puede sostenerse por sí mismo, por decirlo así, como puede ocurrir cuando un teólogo toma su premisa mayor de la autoridad de las Escrituras o de la Iglesia. O puede constituir una fase en un proceso total de inferencia de particulares a particulares. Pero en ningún caso es, por sí mismo, un ejemplo de inferencia. Y las reglas del silogismo son reglas para la buena interpretación de una proposición general, no reglas de inferencia, por lo menos en el sentido propio del término. 5. La inducción y el principio de la constancia de la Naturaleza Habida cuenta de que Mill describe el razonamiento silogístico como proceso de interpretación de una proposición universal, resultado de la inducción, no es de extrañar que defina la inferencia inductiva como "la operación de descubrir y probar proposiciones universales". A primera vista la proposición puede, en realidad, parecer un poco extraña. Porque, como hemos visto, se dice que toda inferencia va de lo particular a lo particular. Sin embargo, "los universales no son más que conjuntos de particulares, definidos en 108 cuanto a su naturaleza pero indefinidos en número". Esto equivale a decir que probar una proposición universal es demostrar que algo es cierto de toda una clase de particulares. Así, puede definirse la inducción como "la operación del entendimiento por la cual inferimos que lo que tenemos por verdadero en uno ó varios casos particulares, será verdadero en todos los casos que se parezcan al primero en ciertos aspectos determinados". Evidentemente, Mill no está pensando en la llamada "inducción perfecta", en la cual la proposición universal recoge simplemente lo que ya se ha observado como verdadero en cada uno de los miembros individuales de una clase. Porque la inducción en tal sentido no representa ningún progreso del conocimiento. Mill está pensando en la inferencia que va más allá de los datos reales de experiencia y, por ejemplo, de la verdad conocida de que algunos X son Y deduce la conclusión de que cualquier cosa que en cualquier momento posea el atributo en virtud del cual todo X es considerado como miembro de una clase, tendrá también el atributo Y. La hipótesis básica implicada en este proceso que, yendo más allá de los datos empíricos reales enuncia una proposición universal, es, según Mill, el principio de la constancia de la Naturaleza, de que todos los fenómenos ocurren según leyes universales. La proposición de que el proceder de la Naturaleza es constante es el principio fundamental o axioma universal de la inducción. Y sigue diciendo que si la inferencia inductiva de lo particular a lo particular tuviera que expresarse en forma silogística aportando una premisa mayor, el mismo principio constituiría la última premisa mayor. Ahora bien, si se define el principio de la constancia de la Naturaleza como el principio, axioma o postulado fundamental de la inducción, tal definición parece sugerir que el principio se concibe y se postula explícitamente antes de que se haga ninguna inferencia científica particular. Pero en modo alguno es ésta la opinión de Mill. Mill entiende más bien que la constancia de la Naturaleza es la condición necesaria para la validez de la inferencia científica, y que al embarcarnos en una inferencia particular implícitamente lo presuponemos así, aunque no nos demos perfecta cuenta de ello. Por lo tanto, cuando dice que si hubiera que poner en forma .silogística una inferencia inductiva el principio de la constancia de la Naturaleza se constituiría en la última premisa mayor, entiende que dicho principio es la premisa "suprimida" de la inducción. Y, siguiendo su doctrina general del razonamiento silogístico, entiende que es una tácita fórmula o axioma según el cual se realizan las inferencias; no una proposición desde la cual se deduzca la conclusión de la inferencia. Es cierto que la referencia al silogismo es bastante confusa. Porque, según hemos visto, Mill ve el razonamiento silogístico como la interpretación de una fórmula; lo que significa la interpretación cuidadosa de una fórmula conscientemente concebida y enunciada. Pero aunque es evidente que el principio de la constancia de la Naturaleza debe enunciarse explícitamente si en realidad queremos dar forma silogística a la inferencia aportando la premisa mayor suprimida, en ningún modo esto significa que toda inferencia científica encierre plena conciencia del principio o axioma según el cual obra. Mill, por tanto, no pretende sugerir que el principio de la constancia de la Naturaleza sea una verdad evidente por sí misma, conocida con anterioridad al descubrimiento de las regularidades o constancias particulares. Al contrario, "esta gran generalización se funda a su vez en generalizaciones anteriores". Y lejos de ser una de las primeras inducciones que se 'han de hacer, es una de las últimas. Esto a primera vista puede parecer incompatible con la idea de Mill de que la constancia de la Naturaleza es la hipótesis básica de la inferencia científica. Pero su posición parece ser, más o menos, la siguiente: la inferencia científica no sería válida si no hubiera constancia en la Naturaleza. Así, pues, cuando, emprendemos la investigación de la Naturaleza y nos embarcamos en la inferencia científica, presuponemos tácitamente la constancia de la Naturaleza, aunque no seamos conscientes de ella. La idea explícita de la constancia de la Naturaleza surge por el descubrimiento de constancias particulares. Y cuanto más descubrimos tales constancias, tanto más tendemos a demostrar la validez de la idea, y así ocurre con la hipótesis implícita en toda inferencia. Ahora bien, si por el principio de la constancia de la Naturaleza se entiende que el proceso de la Naturaleza es siempre constante en el sentido de que lo futuro repetirá o será siempre semejante a lo pasado, el principio, como proposición universal, es flagrantemente falso. Como observa Mill, el tiempo no sigue un proceso constante en este sentido, ni nadie espera tal cosa. Pero lo que se llama" constancia de la Naturaleza" "es un hecho complejo, 109 compuesto de todas las constancias independientes que existen con relación a un único fenómeno" y a todas estas constancias se les llama "leyes de la Naturaleza". Probablemente, pues, decir que la inferencia científica presupone la constancia de la Naturaleza es decir simplemente que la investigación científica de la Naturaleza presupone tácitamente la existencia de unas constancias en la Naturaleza. Con otras palabras, la condición de validez de las inferencias científicas es que haya ciertas constancias en el contexto o esfera que se relaciona con la inferencia. Y el descubrimiento progresivo de constancias particulares constituye la confirmación sucesiva de la validez de la inferencia científica Se dice a menudo que Mill intenta "justificar" la inferencia científica de lo desconocido a lo conocido. Y en un cierto sentido así lo hace. Pero ¿en qué sentido? Nos dice, sin duda, que "la prueba real de que lo que es verdad respecto de Juan, Pedro, etc., es verdad respecto de toda la humanidad, puede ser sólo la de que una suposición distinta sería inconsecuente con la constancia que sabemos existe en el proceder de la Naturaleza", pero no sabemos de antemano que el proceder de la Naturaleza sea constante. Debemos darlo por supuesto, y si la suposición es en parte una regla de inferencia, la consistencia nos exige que la sigamos. Pero la sola consistencia difícilmente puede constituirse en prueba de la presunción. Si, en cualquier caso, nos fijamos en los aspectos empíricos del pensamiento de Mill, en su negación del conocimiento a priori y en su opinión de que toda inferencia va de lo particular a lo particular, y lo general es sólo un conjunto de casos particulares, parece que la única justificación posible de la generalización inductiva es la verificación parcial, emparejada con la ausencia de contradicción. No podemos observar todos los casos posibles de una ley o de una constancia afirmada. Pero si verificamos la ley en todos los casos en que la examinamos empíricamente y si no conocemos ningún caso que la contradiga, parece ser ésta la única forma posible de justificar el salto inductivo de lo conocido a lo desconocido, de lo observado a lo no observado, del "alguno" al "todo". Y si la constancia de la Naturaleza no es más que el conjunto de las constancias particulares, se sigue que la constancia de la Naturaleza tiende a demostrarse en un sentido general, en el único sentido en que puede demostrarse: en la medida en que, a través de la verificación parcial y de la ausencia de contradicción, se reconocen las generalizaciones particulares inductivas como predicciones felices de los diversos fenómenos. 6. La ley de causalidad En el lenguaje corriente, como dice Mill, a las distintas constancias de la Naturaleza se les llama "leyes de la Naturaleza". Pero en el lenguaje estrictamente científico, las leyes de la Naturaleza son las constancias dadas en la Naturaleza reducidas a su más simple expresión. Son "las mínimas y más simples hipótesis, de cuya suposición se deduciría el orden total de la Naturaleza", o "las mínimas proposiciones universales de las cuales podrían inferirse por deducción todas las constancias dadas en el Universo". La misión del estudio científico de la Naturaleza consiste en averiguar cuáles son estas leyes y qué constancias subordinadas pueden inferirse de ellas, mientras la misión de la lógica inductiva consiste en determinar los principios y las reglas por las cuales se rigen los razonamientos que establecen tal conocimiento. Podemos observar de paso cómo Mill cambia de posición bajo la influencia de la naturaleza real de la ciencia. Cuando habla como empirista, nos dice que toda inferencia va de lo particular a lo particular y que las proposiciones generales logradas por generalización inductiva son fórmulas para hacer inferencias, pero no proposiciones desde las cuales se deduzcan unas conclusiones. Ahora nos dice que el estudio científico de la Naturaleza abarca la deducción de leyes menos generales desde leyes más generales. Evidentemente, sigue siendo cierto que los particulares como tales no pueden deducirse de una proposición universal. La proposición universal nos predice algo y tenemos entonces que examinar si la predicción se confirma o se niega en la experiencia. Al mismo tiempo parece haber un cambio de énfasis. Al tratar del silogismo, Mill considera el proceso de inferencia como nominalista; cuando pasa a la inducción, tiende a adoptar una posición más realista, tiende a dar por supuesto que la naturaleza posee una estructura estable que puede representarse en el edificio de la ciencia. Algunas leyes o constancias, tales como las proposiciones de la geometría, no tienen nada que ver con la sucesión temporal. Otras, como las proposiciones aritméticas, se refieren a fenómenos sincrónicos o coexistentes y consecutivos. Y la más importante de ellas es la ley de causalidad. "La verdad de que todo hecho que tiene un principio tiene una causa es coextensiva con la experiencia 110 humana." De hecho, el reconocimiento de la ley de causalidad es "el pilar principal de la ciencia inductiva". Es decir, que la ciencia inductiva fija determinadas leyes causales y supone que todo suceso ocurre según una ley causal determinada. Así, pues, es esencial al desarrollo de una teoría de la inducción el definir la idea de causalidad con la mayor claridad posible. Mill no muestra ningún interés por las últimas causas en sentido metafísico. Más aún, puesto que intenta determinar el concepto de causalidad sólo en cuanto puede obtenerse de la experiencia, no propone introducir la noción de ningún misterioso vínculo necesario entre causa y efecto. Tal noción no es necesaria en una teoría de la ciencia inductiva. No es preciso ir más allá de la "verdad familiar de que la individualidad de la sucesión se encuentra por observación entre cada hecho ocurrido en la naturaleza y algún otro hecho que lo haya precedido". Al propio tiempo es descaminado afirmar que Mill reduzca la relación causal a una sucesión invariable. Porque esto podría implicar que en su opinión la causa de un fenómeno dado puede identificarse con otro fenómeno cualquiera de los que, según confirma la experiencia, le preceden siempre. Más bien identifica la causa de un fenómeno dado con la totalidad de los antecedentes positivos o negativos que se requieren y bastan para que el fenómeno se produzca. "La sucesión invariable, por lo tanto, no es sinónimo de causalidad, a no ser que además de invariable sea incondicional." 61 Y la causa de un fenómeno es, hablando propiamente, "el antecedente o la concurrencia de antecedentes de los que es invariable e incondicionalmente consecuencia". Ahora bien, acerca de la ley de causalidad dice Mill que" de la universalidad de su verdad depende la posibilidad de reducir a reglas el proceso inductivo" y de hecho, en la práctica, da por supuesto que todo fenómeno tiene una causa en el sentido antes expuesto. Todos los fenómenos de la naturaleza son consecuencias" incondicionales" de causas previamente puestas. Y la inteligencia que conociera todos los agentes causales existentes en un momento dado, junto con sus posiciones y las leyes que regulan sus operaciones, "podría predecir toda la historia consecutiva del universo, a menos que sobreviniera la volición inesperada de un poder capaz de controlar el universo". Pero ¿cómo sabemos que la ley de causalidad es una verdad universal? Mill sin duda se niega a decir que sea una proposición a priori, evidente por sí misma, ni que sea deducible de una proposición de este tipo. Por lo tanto, tiene que afirmar que es un producto de la inferencia inductiva. Pero ¿qué tipo de inferencia inductiva? Para la investigación de las leyes causales particulares Mill recomienda el método de la eliminación, como se verá en el próximo apartado. Pero el método o, mejor, los métodos de investigación experimental por el proceso de la eliminación presuponen la verdad de la ley de causalidad. Así, pues, difícilmente podrá establecerse tal ley por este proceso. Lo cual significa que tenemos que volver a la inducción por enumeración simple. Es decir: en la experiencia ordinaria encontramos que cada suceso tiene una causa, y cuando emprendemos el estudio científico de la Naturaleza lo hacemos ya con la convicción y la esperanza de encontrar conexiones causales. No puede negarse, creo, que Mill está en una posición más bien difícil. Por una parte desea decir que la ley de causalidad es una verdad universal y cierta que da validez a la inferencia científica. Y sostiene que la inducción por enumeración simple llega a ser tanto más cierta cuanto más se ensancha el campo de observación. Así, "la clase de verdades más universal, la ley de causalidad, por ejemplo, y los principios del número y la geometría, quedan debida y satisfactoriamente probados sólo por tal método y no son susceptibles de ninguna otra prueba". La ley de causalidad "precede a todas las constancias observadas, en lo que a la universalidad se refiere, y por tanto (si son ciertas las observaciones precedentes) en lo que se refiere a la certeza". Además, "si es cierta, como lo es, la ley de causa y efecto tiene la capacidad de impartir su certeza a todas las demás proposiciones inductivas que puedan deducirse de ella". Por otra parte, Mill sostiene que la inducción por enumeración simple es falible. La certeza de la ley de causalidad es "total para cualquier fin práctico". Pero al mismo tiempo "la constancia en la sucesión de los hechos, llamada también 'ley de causalidad', debe tomarse no como una ley del universo, sino sólo como ley de aquella parte del universo que entra en el ámbito de nuestros medios de observación segura, con un grado de extensión razonable para la aplicación a otros casos. Extenderla más es sentar una suposición sin pruebas, y a la que sería inútil intentar asignar un grado de probabilidad, no disponiendo de ningún fundamento empírico capaz de apreciarlo". 111 El resultado parece ser más o menos el siguiente: en la experiencia ordinaria encontramos que los hechos tienen causas. Y la experiencia, junto con la función de las leyes de asociación de ideas, puede justificar nuestra seguridad absoluta en la validez universal de la ley de causalidad. y así la ley puede desempeñar respecto a la inferencia científica, la función que Mill asigna a la premisa mayor del silogismo. Es decir, es a la vez fruto de la experiencia pasada y predicción de lo futuro. Es una regla o fórmula de inducción científica. Más aún, la inferencia científica confirma siempre la ley de causalidad y jamás la niega. Si de hecho llegamos a una conclusión errónea y afirmamos que A es la causa de C cuando no es así, luego vemos que alguna otra cosa, digamos B, es la causa de C, y no que es incausado. Así, pues, para cualquier fin práctico la ley de causalidad es cierta y podemos confiar en ella sin miedo. Pero desde el punto de vista puramente teórico no podemos decir que su infalibilidad se mantenga en regiones del universo a las que no llegue la experiencia humana. Si se objeta que Mill quiere claramente atribuir a la ley de causalidad una certeza absoluta que le permita constituirse en el fundamento absolutamente firme de la inferencia científica, la objeción puede ser concedida. "Que todo hecho que empieza a existir tiene una causa... puede aceptarse como cierto. El conjunto de los hechos presentes es el resultado infalible de todos los hechos pasados y, más inmediatamente, de todos los hechos que han existido en el instante anterior. He aquí, pues, una importante secuencia, que sabemos es constante. Si el estado anterior total del universo entero pudiera repetirse de nuevo, le seguiría otra vez el estado presente." Pero aunque Mill puede creer en la universalidad e infalibilidad de la ley de causalidad, el problema está en que sus premisas no dan una justificación adecuada de su creencia. Y, como hemos visto, él mismo se encuentra compelido a reconocer ese hecho. 7. Investigación experimental y deducción Mill está muy lejos de creer que el empirismo, en cuanto mera observación, pueda hacer progresar mucho el conocimiento científico. Tampoco cree que el experimentalismo, en cuanto hace experimentos bajo control, constituya la totalidad del método científico. Sabe que la función de las hipótesis" debe ser juzgada como absolutamente indispensable en la ciencia... Sin tales presupuestos, la ciencia jamás podría haber alcanzado su estado actual; son escalones necesarios en el progreso hacia algo más cierto; y casi todo lo que ahora es teoría fue en algún momento hipótesis". Por supuesto, Mill tampoco olvida, el papel de la deducción. "El entendimiento humano está en deuda con el 'método deductivo' -caracterizado así en sus tres partes constitutivas: 'inducción', 'raciocinio' y 'verificación' - por sus más notorios triunfos en la investigación de la Naturaleza." Puesto que se suele dar más relieve a los métodos de investigación experimental de Mill -que resumiremos brevemente a continuación- hay que reconocer también, desde el principio, que el experimentalismo que Mill distingue del simple empirismo, no implica una ceguera total respecto a la naturaleza real del método científico. Mill distingue entre hipótesis puramente descriptivas e hipótesis explicativas. Tomemos la simple afirmación de que las órbitas de los planetas son elípticas. Dicha afirmación se limita a describir los movimientos de los planetas sin ofrecer ninguna explicación causal. Y si la hipótesis se verifica, ésta es la única prueba requerida para la comprobación de su verdad. "En todos estos casos, la verificación es una prueba; si la hipótesis concuerda con los fenómenos no se necesita otra prueba de ella." Pero en el caso de las hipótesis explicativas la situación es distinta. Supongamos que de la hipótesis X deducimos que, si es verdadera, los fenómenos a, b y c deberán producirse en ciertas circunstancias determinadas. Y supongamos que se verifica la hipótesis. La verificación no prueba la verdad de X; porque podrían deducirse las mismas consecuencias de las hipótesis Y y Z. Nos encontramos, pues, ante tres causas posibles. Y para descubrir la causa verdadera tenemos que eliminar dos de ellas. Realizado esto, la hipótesis originaria se convierte en una ley de la Naturaleza. El concepto de la ciencia física aquí implicado es claramente realista. Mill habla como si ya supiéramos que la Naturaleza es constante, en el sentido de que "el conjunto de los hechos actuales son el resultado infalible de todos los hechos pasados". Pero cuando contemplamos la Naturaleza no nos encontramos inmediatamente con constancias particulares. Y la suma resultante de la mera observación no nos permitirá reducir la constancia general a una serie de constancias particulares. Porque" el orden de la Naturaleza, tal como se percibe a primera vista, presenta en cada instante un caos seguido de otro caos" Con otras palabras, cuando 112 buscamos la causa de un efecto dado, nos encontramos frente a una pluralidad de causas prima facie o de posibles causas; y la simple observación no nos permite determinar la causa verdadera. Tampoco nos sirve para esto el simple análisis mental o razonamiento. El razonamiento es, en realidad, indispensable. Porque en la ciencia tenemos que formar hipótesis y deducir sus consecuencias. Pero una hipótesis no puede convertirse en ley de la Naturaleza, a no ser que se eliminen las demás posibilidades. Y esto requiere métodos de investigación experimental. Evidentemente, todo esto presupone la existencia de una constancia objetiva de la Naturaleza, además de unas leyes causales reales que no han sido aún descubiertas. Dados los aspectos empiristas del pensamiento de Mill, no podemos sin duda probar la constancia general de la Naturaleza más que a posteriori y en forma progresiva, a medida que vayamos descubriendo relaciones causales empíricas. Pero esto no significa que Mill esté realmente convencido de que existan tales relaciones por descubrir. E indudablemente por tal razón tiende a hablar, según hemos visto, como si la constancia general de la Naturaleza pudiera conocerse con anterioridad al descubrimiento científico de leyes causales particulares. Mill enuncia cuatro métodos de investigación experimental. Los dos primeros son respectivamente, el método de concordancia y el método de diferencia. El canon o principio regulador del método de concordancia dice que si dos o más instancias del fenómeno que se investiga tienen una sola circunstancia en común, la sola circunstancia en que concuerdan todas las instancias es la causa (o el efecto) del fenómeno dado". El canon del método de diferencia declara que si consideramos un caso en el cual el fenómeno investigado ocurre y un caso en el cual no ocurre, y si encontramos que ambos tienen en común todas las circunstancias menos una, que está presente sólo en el primer caso, tal circunstancia es el efecto o la causa, o una parte indispensable de la causa, del fenómeno en cuestión. Ambos métodos son métodos de eliminación: el primero se apoya en el axioma de que se puede eliminar todo lo que no esté relacionado por una ley causal con la aparición del fenómeno investigado; el segundo se apoya en el axioma de que no puede eliminarse todo lo que guarda esa relación, Y Mill combina ambos métodos en el método conjunto de concordancias y diferencias. El canon del tercer método experimental, el método de residuos, se enuncia así: "Quítese de cualquier fenómeno la parte conocida, por inducciones previas, como efecto de ciertos antecedentes, y el residuo del fenómeno será el efecto de los antecedentes restantes". El cuarto método, el de las variaciones concomitantes, se usa especialmente en los casos en que el experimento artificial no es practicable. Su canon declara que todo fenómeno que cambia siempre que otro fenómeno cambie también en un determinado sentido, es una causa de tal fenómeno o su efecto o está conectado con él a través de algún hecho causal. Por ejemplo, si vemos que los cambios en la posición de la luna van seguidos siempre de variaciones correspondientes en las mareas, podemos concluir que la luna es la causa, total o parcial, determinante de las mareas, aun cuando, evidentemente, no tenemos medios para eliminar a la luna y ver lo que ocurre en su ausencia. Ahora bien, Mill habla realmente como si sus cuatro métodos de investigación experimental, que él ve como "los únicos modos posibles de investigación experimental", fueran métodos de descubrimiento. Y se le ha objetado a veces que en realidad sólo son vías para comprobar la validez de hipótesis científicas que han sido elaboradas por otros medios, Pero para hacer justicia a Mill hay que añadir que insiste más en la condición de los métodos como métodos de prueba que en su función como posibles métodos de descubrimiento. "Si siempre se producen los descubrimientos por observación y experimentación sin deducción, los cuatro métodos son métodos de descubrimiento; pero aunque no fueran métodos de descubrimiento, no sería menos cierto que son los únicos métodos de 'prueba' y en calidad de tales, incluso los resultados de la deducción son atribuibles a ellos." Mill reconoce, por supuesto, que la experimentación tiene un campo de aplicación limitado. En astronomía no podemos realizar los experimentos que podemos realizar en química. Y lo mismo ocurre, más o menos, en psicología y sociología. Por ende, pues, el método de tales ciencias, "si han de realizar algo de valor, debe ser en gran medida, si no principalmente, deductivo". Pero su principio general es que "la observación sin experimento (prescindiendo de la deducción) puede indagar las consecuencias y coexistencias, pero no puede probar la causalidad". Y los cuatro métodos mencionados anteriormente son métodos de prueba, métodos que convierten una hipótesis en una asegurada ley causal. Mill, por lo tanto, no está dispuesto a aceptar la idea, que atribuye a Whewell, de que cuando 113 falta la refutación empírica debemos contentamos con dejar en pie una hipótesis hasta que aparezca otra hipótesis más simple, igualmente consecuente con los hechos empíricos. En su opinión, la falta de refutación no es en ningún aspecto la única prueba que requieren las leyes físicas. Y por esto insiste en el uso de los métodos de investigación experimental, siempre que sean practicables. ¿Consigue Mill justificar la inferencia inductiva desde lo observado a lo no observado, desde lo conocido a lo desconocido? Si concentramos la atención en su aserción explícita de que toda inferencia va de lo particular a lo particular, y si suponemos que todos los particulares son entidades completamente aisladas (es decir, si concentramos la atención en los elementos nominalistas del pensamiento de Mill) hay que contestar negativamente. Mill, por supuesto, podía haber intentado elaborar una teoría de la probabilidad. Pero, a falta de tal teoría, tal vez hubiera sido mejor decir que la ciencia se justifica por sus logros y no necesita posterior justificación teórica. Al mismo tiempo podemos decir que Mill proporciona tal justificación. Pero sólo dando por supuesto que en la Naturaleza hay una estructura de constancias reales que son algo más que puras consecuencias empíricas. Con otras palabras, él justifica la inferencia científica asumiendo, una posición realista y olvidando las implicaciones del nominalismo. 8 El método en las ciencias morales La aspiración de Hume a ampliar el reino de la ciencia desde el estudio del mundo material no-humano al hombre mismo, creando una ciencia de la naturaleza humana, se había visto parcialmente cumplida en los predecesores empiristas de Mill. Los psicólogos asociacionistas intentaron fundamentar la psicología, el estudio de la vida espiritual del hombre, sobre bases científicas. Bentham, a su vez, creía estar desarrollando una ciencia de la vida moral del hombre y del hombre en sociedad. Como hemos visto, J. S. Mill consideraba que la idea de la naturaleza humana de Bentham era estrecha y miope. Y era muy consciente de que la ciencia de la naturaleza humana no había progresado en proporción al progreso realizado por las ciencias físicas. Así, pues, quien pretendiera crear una lógica de las" ciencias morales" no podía limitarse al problema de establecer en forma abstracta y explícita un método o métodos de demostración que ya se habían utilizado para conseguir admirables resultados concretos. Su trabajo debía ser en gran medida de tanteo, la indicación de un sendero a seguir en el futuro, más que la reflexión sobre un camino ya andado. Pero en cualquier caso era lógico que Mill insistiera en la necesidad de desarrollar una lógica de las ciencias morales. No quiero decir con esto que estuviera influido exclusivamente por sus predecesores ingleses, porque la filosofía social francesa fue también un factor estimulante. Pero, dado el movimiento general del pensar, era lógico que un hombre que deseaba construir una lógica de la inferencia inductiva y que al mismo tiempo se interesaba profundamente por el pensamiento y la reforma sociales, incluyera al hombre en sociedad en el campo de sus reflexiones sobre el método científico. El sexto libro del Sistema de lógica se titula "Sobre la lógica de las ciencias morales". Por "ciencias morales" entiende Mill aquellas ramas del saber que guardan relación con el hombre, siempre que no tengan un carácter estrictamente normativo y que no puedan clasificarse como partes de la ciencia física. La primera condición excluye la ética práctica o "moralidad", es decir, la ética expresada en forma imperativa. "El modo imperativo es la característica del arte, que en eso se distingue de la ciencia." La segunda condición excluye el estudio de los estados del entendimiento en cuanto se consideren inmediatamente causados por estados corporales. El estudio de las leyes reguladoras de las relaciones entre los estados del entendimiento pertenece a la psicología como ciencia moral; pero el estudio de las leyes reguladoras de las sensaciones consideradas como directamente dependientes de ciertas condiciones físicas pertenece a la fisiología, que es una ciencia natural. Con tal que tengamos en cuenta estas calificaciones, podremos decir que las ciencias morales abarcan la psicología, la etología o ciencia de la formación del carácter, la sociología y la historia, si bien la ciencia histórica es en realidad una parte de la sociología general, es decir, de la ciencia del hombre en sociedad. Lo que se necesita, en opinión de Mill, es rescatar a las ciencias morales del “empirismo". Es decir, las leyes descriptivas puramente empíricas deben convertirse en leyes explicativas o causales o en leyes deducidas de éstas. Tal vez hayamos observado, por ejemplo, que en todos los casos conocidos los seres 114 humanos se comportan, en ciertas circunstancias, de una manera determinada. Generalizamos entonces y decimos que los seres humanos se comportan de tal manera. Pero la simple observación de un cierto número de casos no nos garantiza, en realidad, que la ley empírica tenga valor universal. Tal garantía puede proporcionada sólo la averiguación de la causa o las causas que determinan el comportamiento humano en determinadas condiciones. Y sólo averiguando tales relaciones causales puede desarrollarse una verdadera ciencia de la naturaleza humana. De esto no se sigue, por supuesto, que podamos siempre acertar en la práctica las leyes exactas. Pero éste por lo menos, es el ideal. Así, una vez más, en la distinción entre empirismo y ciencia advertimos que Mill creyó firmemente en la existencia de relaciones causales objetivas por descubrir. El tema principal de la psicología como ciencia moral son "las constancias de sucesión, las leyes, últimas o derivadas, según las cuales un estado mental sucede a otro", es causado por o al menos es causado para seguir a otro. Estas leyes son las de la asociación de ideas, comprobadas ya, y que según Mill sólo podían comprobarse por los métodos de investigación experimental. Así, pues, la psicología es "a la vez, o principalmente, una ciencia de la observación y de la experimentación". Sin embargo, cuando en etología consideramos la formación del carácter, especialmente el carácter propio de una nación, queda poco lugar para la experimentación. Pero la simple observación no basta para establecer a la etología como una ciencia. Así, pues, su método debe ser "a la vez deductivo". Es decir, debe presuponer la psicología, y sus principios deben deducirse de las leyes generales de la psicología, mientras que las leyes empíricas ya aceptadas referidas a la formación del carácter -individual o nacional- deben poderse derivar de tales principios y, por tanto, deben poder funcionar como verificaciones de ellos. Más aún, una vez establecidos firmemente los principios de la etología, quedará abierto el camino para el desarrollo de un arte correspondiente, a saber, el de la educación práctica, que hará posible la utilización de los principios con vistas a la producción de efectos deseables o a la prevención de efectos indeseables. La ciencia social, la ciencia del hombre en sociedad, estudia "las acciones de las masas humanas colectivas, y los distintos fenómenos que constituyen la vida social". Abarca, por supuesto, el estudio de la política. En las ciencias sociales o en sociología, como en etología, la producción de experimentos artificiales es impracticable, en tanto la simple observación no basta para crear la ciencia. Al propio tiempo, el método deductivo utilizado en geometría no suministra un modelo apropiado. Bentham, sin duda, se esforzó por deducir una teoría político-social de un solo principio, a saber, el de que los hombres buscan siempre su propio interés. Pero en realidad no siempre es cierto que las acciones humanas estén invariablemente gobernadas por intereses egoístas. Y, al efecto, tampoco es universalmente cierto que estén gobernadas por motivos altruistas. En general, los fenómenos sociales son demasiado complejos y son resultado de demasiados factores diversos, para que puedan deducirse de un solo principio. Si busca un modelo de método, el sociólogo debería acudir a la ciencia física y no a la geometría. Porque el científico físico admite que una variedad de causas contribuye a la producción de un efecto, y lo mismo una variedad de leyes. Mill subraya la Utilidad, en las ciencias sociales, de lo que él llama el método deductivo inverso o método histórico. Empleando tal método, el sociólogo no deduce de las leyes conclusiones a priori y luego las verifica mediante la observación; primero obtiene las conclusiones de la experiencia, como generalizaciones empíricas aproximadas, y luego las relaciona "con los principios de la naturaleza humana por medio de razonamientos a priori, cuyos razonamientos constituyen así una verificación real". Tal idea la tomó Mill -y lo reconoce francamente- de Auguste Comte: "Era una idea completamente nueva para mí cuando la encontré en Comte: y si no hubiera sido por él, no habría llegado a ella tan pronto (caso de haber llegado algún día)". Pero si bien Mill insiste en la utilidad del método deductivo inverso, no está dispuesto a admitir que sea el único método adecuado en sociología. Porque también podemos servimos del método deductivo directo, siempre que seamos conscientes de sus limitaciones. Por ejemplo, si sabemos que X es una ley de la naturaleza humana, podemos deducir que los seres humanos tenderán a actuar de un modo determinado. Pero no podemos saber y predecir positivamente que actúen de tal modo en un momento determinado. Porque no podemos conocer de antemano, o al menos sólo raras veces, todos los demás agentes causales en 115 juego, que puedan contrarrestar el efecto de la causa con que contamos o combinarse con ella para producir un efecto bastante distinto del que se habría dado, de no concurrir otros agentes causales. Sin embargo, el método deductivo directo, tiene sin duda su utilidad en la predicción de las tendencias que han de actuar. y esto tiene importancia en la política práctica. La tiene, además, de un modo especial, en una ciencia como la economía política, que "considera a la humanidad preocupada únicamente por adquirir y poseer un bienestar". Sin duda no es esto lo que la humanidad hace, pero el hecho es que cuanto más simplifiquemos nuestra noción del hombre, tanto más campo podemos dejar al método deductivo directo. y al revés, cuanto más compleja sea la situación considerada, tanto más tendremos que recurrir al método deductivo inverso. evidente que el concepto de Mill de la ciencia social, en tanto incluye la explicación del comportamiento humano en términos de leyes causales, presupone la predecibilidad, en principio, de todas las voliciones y acciones humanas. Este tema se ha tratado ya en relación con la teoría ética de Mill; pero Mill insiste en que tal predecibilidad no debe confundirse con el "fatalismo", entendiendo por tal que la voluntad humana no juega ningún papel en la determinación de la causa de los hechos. Porque la voluntad humana es por sí misma una causa, y muy poderosa. Además, en sociología hay que mantener un término medio entre creer que no puede averiguarse ninguna ley causal determinada y creer que es posible predecir la marcha de la historia. Las leyes sociales son hipotéticas, y las generalizaciones basadas en estadísticas, por su misma naturaleza admiten excepciones. En sociología, Mill sigue a Comte al distinguir entre estática y dinámica sociales. La primera indaga y verifica las regularidades de la convivencia en sociedad. Es decir, investiga las acciones y reacciones mutuas de los fenómenos sociales contemporáneos, haciendo abstracción, en la medida de lo posible, del proceso continuo de cambio que siempre, aunque gradualmente, está modificando el complejo total de los fenómenos. La dinámica social, en cambio, estudia la sociedad como ser en estado de movimiento continuo o cambio continuo, e intenta explicar las consecuencias históricas de las condiciones sociales. Pero si bien podemos averiguar algunas leyes universales del cambio o progreso histórico, no es posible predecir la medida del progreso. Porque no podemos predecir la aparición de aquellos individuos excepcionales que ejerzan una marcada influencia en el curso de la historia. Mill sin duda expresa su creencia de que con el progreso de la civilización los medios colectivos tienden a predominar más y más, y que en la medida en que esto ocurre la predicción se hace más fácil. Pero está pensando, por ejemplo, en la diferencia entre una sociedad en la cual muchas cosas dependen de los caprichos de un individuo, el monarca absoluto, y una sociedad en la cual el pueblo expresa libremente su voluntad por medio del sufragio universal. En otras palabras, las generalizaciones empíricas tienen un poder predictivo mayor cuando se refieren a los hombres en masa, que cuando se refieren al individuo. Al llegar a este punto, Mill remite al ensayo de Macaulay sobre Dryden y critica la tesis, allí expresada, de la inoperatividad relativa de grandes individuos históricos. No podemos dar por supuesto legítimamente, por ejemplo, que sin Sócrates, Platón y Aristóteles, la filosofía europea se hubiera desarrollado como lo hizo, ni tan sólo que se hubiera desarrollado. Tampoco podemos afirmar justificadamente que si Newton no hubiera existido, algún otro habría desarrollado prácticamente por esa misma época su filosofía natural. Es un completo error suponer que la verdad de que todas las voliciones y acciones humanas sean causadas, implica la conclusión de que los individuos de talento sobresaliente no puedan ejercer una influencia excepcional. Es Es cierto que uno de los objetivos primordiales de la ciencia social es relacionar tales generalizaciones empíricas con las leyes de la naturaleza humana. Pero la situación es demasiado compleja para que sea posible predecir infaliblemente el proceso histórico, aun cuando, según Mill, los cambios en la sociedad humana han facilitado el acercamiento a una ciencia de la historia o de la dinámica social. 9. La materia como posibilidad permanente de las sensaciones La concepción general que Mill tiene de las ciencias, físicas o morales, presupone sin duda la existencia del mundo exterior, Bueno será volver ahora a su examen de las bases de nuestra creencia en tal mundo, examen que en gran parte se encuadra en el marco de su crítica a la filosofía de Sir William Hamilton. 116 Hamilton sostenía que en la percepción tenemos un conocimiento inmediato del ego y del no-ego, del yo y de algo que existe aparte del yo, Mill, sin embargo, aunque no vacila en reconocer que, como decía Hume, creemos instintivamente en la existencia de un mundo exterior, se esfuerza en mostrar que tal creencia puede explicarse psicológicamente, sin que sea necesario recurrir a la hipótesis de que ella exprese un dato original de la conciencia. Mill enuncia dos postulados, Según el primero, el entendimiento es capaz de expectación, mientras el segundo afirma la validez de la psicología asociacionista. Sobre la base de ambos postulados, afirma que hay asociacionistas "que dando por supuesto que no ha existido una intuición consciente del mundo exterior, no tendrían más remedio que promover la creencia en un mundo exterior permanente y se sentirían motivados a considerado como una intuición". Supongamos que tengo ciertas sensaciones visuales y táctiles que producen en mi mente una asociación de ideas. Por ejemplo, cuando estoy sentado ante la mesa de mi despacho, tengo aquellas sensaciones visuales a las que llamo "ver la mesa" y las sensaciones táctiles a las que llamo "tocar o sentir la mesa" y se produce una asociación tal que cuando tengo una sensación visual de esta clase se me presenta como posibilidad una sensación táctil. y recíprocamente, cuando tengo sólo una sensación táctil (como cuando la habitación está completamente a oscuras) se da allí como posibilidad una sensación visual. Más aún, cuando dejo la habitación y luego vuelvo a ella, tengo similares sensaciones. Así, pues, se forma en mi mente una asociación tal, que cuando estoy fuera de la habitación estoy firmemente persuadido de que, si en cualquier momento entrara en ella, tendría o podría tener sensaciones similares. Además, puesto que esas posibles sensaciones forman un grupo, y puesto que además tal grupo sabemos que se encuentra dentro de variadas relaciones causales, pienso inevitablemente en la posibilidad permanente de las sensaciones como si fueran un objeto físico permanente. Las sensaciones reales son transitorias y fugitivas. Pero las posibilidades de la sensación, asociadas como un grupo, permanecen. Así, llegamos a distinguir entre sensaciones y objetos físicos. Pero el fundamento de que creamos en tales objetos externos es la existencia de distintos racimos o grupos de posibles! sensaciones asociados mutuamente, grupos que son permanentes en comparación) con las sensaciones reales. Otra cuestión. Nos damos cuenta de que las posibilidades permanentes de la sensación -en las cuales pensamos como en unos objetos físicos- "pertenecen tanto a otros seres humanos o sentientes como a nosotros mismos", aunque es indudable que aquéllos no experimentan las mismas sensaciones reales que nosotros. Y esto pone el sello final a nuestra creencia en un mundo exterior común. Ahora bien, la teoría de Mill, tal como ha sido bosquejada hasta aquí, podría acaso ser tomada simplemente como un registro psicológico de la génesis de una creencia. Es decir, podría ser entendida como si fuera libre de todo compromiso ontológico, como no implicando ninguna afirmación acerca de la naturaleza ontológica de los objetos físicos.. De hecho, sin embargo, Mill procede a definir la materia como "una posibilidad permanente de sensación", en tanto los cuerpos son grupos de posibilidades simultáneas de sensaciones. A decir verdad, indica que se trata de definir la materia, más bien que de denegar su existencia. Pero deja claro que, como "todos los berkelianos", él cree en la materia sólo en el sentido de su definición, definición que -dice- comprende el significado total que la gente común adjudica a tal término, sea cual sea el que algunos filósofos y teólogos puedan haberle dado. Así, el propio Mill se compromete claramente en una afirmación ontológica. La definición de la materia como posibilidad permanente de sensación es, sin embargo, ambigua. Porque fácilmente sugiere la idea de un fundamento permanente de posibles sensaciones, fundamento que es en sí incognoscible. Y si esto fuera lo que Mill intentó expresar, inevitablemente se abriría una zanja entre el mundo de la ciencia y la realidad física que lo fundamenta. Las verdades científicas se referirían a los fenómenos, y no a las "cosas en sí". Pero aunque Mill indica una vez y otra que "toda materia, aparte de los sentimientos de los sentientes, no tiene más que una existencia hipotética e insustancial, es una simple hipótesis para explicar nuestras sensaciones", deja bien claro que no intenta afirmar la validez de esta hipótesis. Por supuesto, si interpretamos a Mill con los trazos por los cuales Berkeley es a menudo interpretado -o sea, como diciendo simplemente que las cosas materiales no son más que lo que percibimos y lo que podemos percibir que sean y que no existe un sustrato incognoscible, según postulaba Locke- la naturaleza de la 117 ciencia, tal como la describe Mill, no aparecería como afectada. Pero aunque sin duda es parte de lo que Mill quiere decir, como lo muestra su convicción de que su definición de la materia le coloca junto al hombre corriente, queda en pie el hecho de que Mill habla de las cosas materiales como si fueran "sensaciones". Así dice, por ejemplo, que "el cerebro, tanto como las funciones mentales, es, en cuanto materia misma, un conjunto de sensaciones humanas reales o inferidas como posibles, en suma, las que se le ofrecen al anatomista cuando abre el cráneo...". Y de ahí parece seguirse que la ciencia física investiga las relaciones entre sensaciones, principalmente, por supuesto, sensaciones posibles, pero en definitiva sensaciones. Sin duda, el propio Mill habla de las relaciones causales o consecuencias constantes como existentes entre las series de sensaciones posibles. Es comprensible que ciertos empiristas posteriores hayan tratado de olvidar tal conclusión, absteniéndose de decir que las cosas materiales son sensaciones o datos de los sentidos. En vez de esto, se han limitado a decir que una proposición en la que se menciona un objeto físico o material, en principio puede traducirse a otras proposiciones en las que sólo se mencionen datos de los sentidos; donde la relación entre la sentencia original y su traducción sea tal, que si la primera es verdadera (o falsa) la segunda será verdadera (o falsa) y viceversa. La cuestión de si tal afirmación ha sido fructífera no nos detendrá ahora. La cosa es que, en lo que a Mill se refiere, él habla como si la "materia" de la ciencia física fueran las sensaciones humanas. Es ésta, sin embargo, una posición difícil de sostener. Supongamos que las sensaciones se interpreten como estados subjetivos. Esto opondría graves dificultades a las ideas de Mill a propósito de la génesis de nuestra creencia en un mundo externo, tal como se ha expuesto antes. Por ejemplo, Mill dice que "encontramos", que hay posibilidades de sensación tan comunes a los demás como a nosotros mismos. Pero los demás no serán para mí más que posibilidades permanentes de sensación. Y si se entiende la palabra "sensación" como un estado subjetivo, parece deducirse que los demás hombres, y sin duda todas las cosas, quedarían reducidas a mis estados subjetivos. En el campo científico, esto desembocaría en un estudio de las relaciones entre mis sensaciones. ¿Pero es creíble que si un atomista observa un cerebro humano, el objeto de su observación sea solo el conjunto de sus propios estados subjetivos reales y posibles? En pocas palabras, el resultado lógico de definir a los objetos físicos en términos de sensaciones, cuando la sensación se entiende como un estado subjetivo, es el solipsismo. Y nadie cree en realidad que el solipsismo sea verdadero. Puede objetarse que Mill jamás pretendió decir que la ciencia se preocupara sólo de estados subjetivos, en cualquiera de los sentidos ordinarios del término, y la objeción es naturalmente válida. Está perfectamente claro que Mill no intentó sostener que el conjunto del mundo físico consistiera en sus sensaciones (las de Mill) en un sentido subjetivo. Pero entonces tenemos que "cosificar" las sensaciones convirtiéndolas en objetos físicos comunes, o bien debemos suponer que decir que un objeto físico es una posibilidad permanente de sensaciones equivale a decir que un objeto físico es aquello que puede causar sensaciones en un sujeto sentiente. La primera posibilidad sería una tesis muy singular, mientras que la segunda tendería a introducir de nuevo el concepto de "cosas en sí" y separación entre el mundo de la ciencia y la realidad física, a la que ya se ha aludido. El hecho es que, después de mostrar, para su propia satisfacción por lo menos, que nuestra creencia en el mundo exterior puede explicarse genéticamente en términos de asociación de ideas, Mill se deja llevar por afirmaciones ontológicas sin tener realmente en cuenta sus implicaciones con respecto a la naturaleza de la ciencia física. Y parece indudable en cualquier caso que el análisis empírico del objeto físico realizado por Mill no es en realidad compatible con una concepción realista de ciencia que fundamente su doctrina sobre las leyes causales. 10. El análisis del entendimiento y el espectro del solipsismo Mill estaba obviamente predispuesto, por la tradición empirista, a dar un concepto de la mente análogo al de los empiristas. "No tenemos un concepto de la mente en sí, aparte de sus manifestaciones conscientes. No podemos conocerlo ni imaginárnoslo más que representado en la sucesión de múltiples sentimientos a los cuales los metafísicos llaman estados o modificaciones de la mente' ". Por supuesto, es evidente que tenemos que hablar de la mente como si fuera algo fijo en comparación con los estados mentales cambiantes. Pero SI no hubiera que tener en cuenta en la situación ningún factor especial 118 podríamos definir perfectamente a la mente como posibilidad permanente de estados mentales. De hecho, sin embargo, el análisis fenoménico de la mente ofrece problemas especiales. Porque "si hablamos de la mente como serie de sentimientos, necesariamente tenemos que completar la afirmación diciendo que se trata de una serie de sentimientos conscientes de sí mismos en cuanto pasados y futuros". ¿Cómo podrían las series, en cuanto tales ser conscientes de sí mismas? Nada nos hace suponer que lo material goce de conciencia; pero la mente sin duda la tiene. Aunque Mill se da cuenta de este problema y reconoce que el lenguaje expresa la irreductibilidad de la mente a la serie de fenómenos mentales, no está dispuesto a sacrificar el fenomenismo. Así, pues, se ve obligado a afirmar que la serie de sentimientos, como dice él, puede ser consciente de sí misma en tanto que serie, aunque sin duda es incapaz de explicar cómo es posible tal hecho. "Creo que lo más sensato, con mucho, que podemos hacer es aceptar este hecho explicable, sin ninguna teoría que explique su posibilidad; y cuando tengamos que hablar de eso con términos que presupongan una teoría, habrá que servirse de tales términos con reservas respecto a su significado . En conexión con el análisis del concepto de mente, Mill plantea el problema del solipsismo. Según Reid, hace notar, no tengo ninguna prueba de la existencia de otros yos, si no soy más que una serie de sentimientos o un "hilo de conciencia". Mi llamada conciencia de otros yos no es más que la conciencia de mis propios sentimientos privados. Pero tal línea de argumentación, afirma Mill, es "uno de los errores más palpables de Reid". Por una parte, aun cuando yo crea que mi propia mente es una serie de sentimientos, nada me impide concebir a las demás mentes como series parecidas de sentimientos. Por otra parte, por vía de inferencia se me hace evidente la existencia de otras mentes distintas a la mía, como muestran las reflexiones siguientes. Las modificaciones en la posibilidad permanente de sensaciones a la cual llamo "mi cuerpo", me evocan sensaciones reales y estados mentales que forman parte de la serie a la cual llamo "mi mente", Pero me doy cuenta de la existencia de otras posibilidades permanentes de sensaciones que no tienen que ver, en este sentido, con mi vida mental. Y al propio tiempo me doy cuenta de una serie de acciones y otros signos externos en tales posibilidades permanentes de sensación o cuerpos, que puedo interpretar como signos o. expresiones de estados mentales internos análogos a los míos. Es bastante común la idea de que conocemos la existencia de otras mentes por inferencia a partir del comportamiento corporal externo, El problema está, sin embargo, en que Mill ha analizado ya los cuerpos en términos de sensaciones. Es evidente que nunca intentó decir o implicar que el cuerpo de otra persona fuera pura y únicamente un conjunto de mis sensaciones, reales y posibles. Pero en cualquier caso debe enfrentarse con la objeción de que sólo soy consciente del cuerpo de otro a través de mis sensaciones y que, si se define el cuerpo en términos de sensaciones, Mill debe reconocer o que tales sensaciones son mías o que las sensaciones pueden existir por sí mismas, o que un cuerpo es base de posibles sensaciones. En el primer caso, la conclusión lógica es el solipsismo, En el segundo caso, nos encontramos ante una tesis muy peculiar. En el tercer caso, como se ha señalado ya, se desmorona el análisis fenoménico de las cosas materiales. Y puesto que el análisis fenoménico de la mente ofrece una dificultad especial -el propio Mill o reconoce explícitamente-, éste es a fortiori un tema sujeto a dudas. El solipsismo ha mostrado el espectro fantasmagórico del fenomenismo. No quiere decir esto que los fenomenistas se hayan adherido realmente al solipsismo. No han hecho cosa semejante. El problema ha consistido más bien en establecer el fenomenismo de tal forma, que no condujera ni a una conclusión solipsista, por una parte, ni, por otra, a un abandono implícito del fenomenismo. Tal vez el intento más feliz en el establecimiento de la posición fenomenista haya sido la versión lingüística moderna, a la cual nos referimos en el apartado anterior. Pero tal postura puede parecer una evasión de los problemas críticos. Al propio tiempo, si empezamos por buscar substratos escondidos, caeremos en otros problemas. Y nada nos impide simpatizar con el subyacente sentido 119 común de las aproximaciones de algunos recientes devotos del culto al lenguaje corriente. El problema está, sin embargo, en que una vez devueltas las cosas al lenguaje corriente, los problemas filosóficos familiares tienden a plantearse de nuevo 11. La religión y la teología natural según Mill. Como se ha indicado en la nota biográfica, Mill fue educado por su padre sin ningún tipo de creencia religiosa, Sin embargo, no compartió la marcada hostilidad de James Mill hacia la religión, en cuanto intrínsecamente perjudicial para la moral. Fue, pues, más propicio a la consideración de las pruebas de la existencia de Dios. Respecto al argumento ontológico, en su modalidad cartesiana, señala que" no es probable que satisfaga a nadie en nuestra época" y, puesto que veía la relación causal como una relación esencial entre los fenómenos, tampoco es de extrañar que afirmara, con Hume y Kant, que "la prueba de la 'causa primera' no vale por sí misma para la fundamentación del 'teísmo' ". Sin embargo, está dispuesto a considerar seriamente el argumento del designio de la Naturaleza, en cuanto es "un argumento de carácter estrictamente científico, que no retrocede ante el examen científico, sino que exige ser juzgado según los cánones establecidos de la 'inducción'. El argumento del designio se fundamenta totalmente en la experiencia" Queda en pie el problema de si la prueba de una realidad metafenoménica puede ser llamada adecuadamente "científica"; pero la idea principal de Mill es que aun cuando el argumento de la finalidad de la Naturaleza concluya afirmando la existencia de un ser divino que en sí mismo trasciende el alcance de la investigación científica, tal argumento se basa en hechos empíricos, en una forma fácilmente comprensible, y formula una inferencia, cuya validez queda abierta a la discusión razonable. La formulación del argumento ofrecida por Paley de nada sirve. Es cierto, nos encontramos con un reloj en una isla desierta, inferimos de hecho que un ser humano lo ha puesto allí. Pero lo haremos sólo porque sabemos por experiencia que los relojes son objetos fabricados y manejados por seres humanos. Sin embargo, no tenemos experiencia previa de objetos naturales hechos por Dios. Razonamos por analogía, es decir, razonamos por semejanzas entre fenómenos que ya sabemos producto del designio humano y otros fenómenos que atribuimos luego al trabajo productivo de una inteligencia supramundana. Hay que añadir, sin embargo, que el argumento de la finalidad de la Naturaleza se apoya en una analogía especial, a saber, la acción en común de varios factores hacia un mismo fin. Por ejemplo, del orden y estructura de las distintas partes del aparato visual que en conjunto producen la vista, el argumento infiere la labor de una inteligencia supramundana. No podemos excluir, claro está, todas las demás explicaciones de tal fenómeno. Así, pues, el argumento no puede conducir más que a una conclusión con un grado limitado de probabilidad. Pero el tal argumento no por esto deja de ser una inferencia inductiva razonable. "Creo que debe admitirse que, en el estado actual de nuestro conocimiento, las adaptaciones de la Naturaleza proporcionan un amplio balance de probabilidad en pro de la creación dirigida por la inteligencia:" Según Mill, sin embargo, no podemos aceptar la existencia de Dios como verdad probable, y al mismo tiempo afirmar la omnipotencia divina. Porque designio implica la adaptación de unos medios a un fin, y la necesidad de usar medios revela una limitación de poder. "Toda señal de 'designio' en el 'cosmos' es una prueba contra la omnipotencia del planeador," Éste no me parece un argumento muy efectivo. Porque si bien el argumento del designio tomado en sí mismo, concluye sólo afirmando la existencia de un planeador, no de un creador, no por ello se demuestra que el planeador no sea el creador, Y es difícil ver cómo el mero hecho de usar medios para un fin sea una prueba contra la omnipotencia. Pero el interés primordial de Mill está en otro sitio, a saber, en el argumento de que hay una incompatibilidad evidente entre afirmar al mismo tiempo que Dios sea omnipotente e infinitamente bueno. Y ésta es una índole de argumentación mucho más interesante. La tesis de Mill es que si Dios es omnipotente puede evitar el mal, y que si no lo hace no puede ser infinitamente bueno. No sirve decir con el deán Mansel que el término "bueno" es predicado de Dios analógicamente y no en el mismo sentido en que se aplica a los seres humanos, Porque de hecho esto equivale a decir que Dios no es bueno en ningún sentido que pueda darse a tal término. En fin, si queremos sostener que Dios es bueno, debemos decir también que su poder es limitado o finito. 120 Mill no tiene inconveniente en reconocer como razonable la creencia de que Dios desea la felicidad del hombre. Porque esto es sugerido por el hecho de que el placer parece ser el resultado del normal funcionamiento del organismo humano y el dolor resulta de alguna interferencia en tal funcionamiento. Al propio tiempo, es difícil pensar que Dios creara el universo con el único fin de hacer feliz al hombre. Todo parece indicar que, si hay un creador inteligente, éste tiene otros motivos además de la felicidad de la humanidad, o de los seres sentientes en general, y que tales motivos, sean los que sean, son para él de gran importancia. Con otras palabras, la teología natural no nos lleva muy lejos. Sin duda no es irracional -por lo menos en cuanto sabemos hasta ahora- creer en un ser divino inteligente con poder limitado. Pero la actitud adecuada que hay que adoptar es la que Mill llama "un escepticismo racional", que es algo más que un puro agnosticismo, pero algo menos que un asentimiento firme. Todo esto estaría muy bien si los que realmente se interesan por el problema de la existencia de Dios se ocuparan única y exclusivamente en buscar una hipótesis explicativa. Pero es evidente que no es asÍ. Para una persona religiosa la creencia en la existencia de Dios no es exactamente lo mismo que creer que el arquitecto de la catedral de San Pablo fue Sir Christopher Wren, y Mill reduce el problema a la cuestión del valor pragmático o la utilidad de la religión. Si bien reconoce que se ha hecho mucho daño en nombre de la religión y que algunas creencias religiosas pueden ser perjudiciales para el comportamiento humano, no está dispuesto a compartir la opinión de su padre, de que la religión es "el mayor enemigo de la moral". Porque la religión, como la poesía, puede proporcionar al hombre ideas que trasciendan a las que de hecho le ofrece la vida humana. "Por lo tanto, el valor de la religión para el individuo, en el pasado y en el presente, como fuente de satisfacción personal y de sentimientos elevados, no puede discutirse." Y en el cristianismo encontramos un concepto de la bondad ideal encarnado en la figura de Cristo. Sin duda no faltará quien juzgue inmoral la indicación de que el valor pragmático de la religión proporciona un argumento para creer en Dios y crea que de una traición a nuestro deber de prestar atención únicamente al peso de la evidencia empírica. Pero aunque tal punto de vista es comprensible, Mill, en cualquier caso, ve la función de la religión en la historia humana como algo más que la solución de un rompecabezas intelectual a base de una hipótesis inductiva. Al mismo tiempo, Mill se plantea la cuestión de si el edificio moral de las religiones superiores no podría conservarse sin la creencia en un Ser sobrenatural. Y en lo que se refiere a la provisión de un objeto ideal de la emoción y del deseo, sugiere que "la 'religión de la humanidad' provee a tal necesidad en, grado tan eminente y en un sentido tan alto como lo hacen las religiones sobrenaturales, incluso en sus mejores manifestaciones, y mucho más que cualquiera de las otras". Es cierto que algunas religiones tienen a ventaja e mantener la esperanza en la inmortalidad. Pero a medida que vayan mejorando las condiciones de esta vida y los hombres crezcan más felices y sean más capaces de lograr la felicidad por un comportamiento no egoísta, los seres humanos, cree Mill. "se preocuparán cada vez menos de esta esperanza lisonjera". Sin embargo. si incluimos en la religión de la humanidad la creencia en la existencia de un Dios de poder limitado, que la teología natural justifica como verdad probable, tal creencia añade a otros alicientes para trabajar por el bienestar de nuestros prójimos la convicción de que "todos podemos cooperar con el Ser invisible al que debemos todo lo que es agradable en la vida". Así, pues, aun cuando la religión de la humanidad esté destinada a ser la religión del futuro, no excluye necesariamente la creencia en Dios. Mill está de acuerdo, pues, con Auguste Comte en que la llamada "religión de la humanidad" es la religión del futuro, aunque no esté de acuerdo con las fantásticas proposiciones de Comte para la organización de tal religión. Al mismo tiempo, no excluye la creencia en un Dios finito con el cual el hombre pueda cooperar. Y aunque su idea de la religión claramente no es la que satisfaría a un Kierkegaard ni, a decir verdad, a nadie que entienda la religión como algo que compromete absolutamente el "yo" hacia el Absoluto personal, sin embargo no cree, como algunos empiristas que le precedieron, que uno pueda desembarazarse de la religión por un estudio psicológico de la forma en que haya podido originarse la creencia religiosa, o bien apelando a los daños que se han hecho en nombre de la religión. Aunque las premisas empiristas determinan en realidad su valoración de la fuerza de los argumentos de la existencia de Dios, Mill se esfuerza por mantener una posición intelectual abierta. Y aunque ve que las pruebas ofrecidas representan "sólo uno de los grados más bajos de probabilidad". 121 Cuando se publicaron póstumamente, en 1874, los Three Essays on Religion (Tres ensayos sobre la religión), algunos círculos positivistas se sorprendieron al ver hasta qué punto hacía Mill concesiones al teísmo. En cualquier caso, Mill había viajado una modesta distancia, más allá del punto en el que su padre se había detenido. 122 NIETZSCHE I HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VII Frederick Copleston 1. Vida y obra Una vez introducidos en el siglo XX, puede parecer inadecuado, a esta altura del volumen, dedicar dos capítulos a un filósofo que murió físicamente en 1900, e intelectualmente algunos años antes. Pero, aunque desde un punto de vista cronológico este proceder es discutible, puede también argumentarse en favor de cerrar un volumen sobre la filosofía alemana del siglo XIX con un pensador que murió en 1900, pero cuya influencia no se sintió plenamente hasta el siglo actual. Cualquier cosa que se piense de las ideas de Nietzsche, es indudable que su vasta reputación y el poder de sus ideas actúan como un fuerte excitante en la mente de buen número de personas y esto es algo que difícilmente puede decirse de los materialistas, neokantianos y metafísicos inductivos, de los que hemos tratado en los capítulos precedentes. Friedrich Wilhelm Nietzsche nació el 15 de octubre de 1844 en Rocken, en la Sajonia prusiana. Su padre, un pastor luterano, murió en 1849 y el niño se crió en Naumburgo, en un ambiente piadoso y femenil, con su madre, su hermana, una abuela y dos tías. De 1854 a 1858 estudió en el Gymnasium local, y de 1858 a 1864 fue alumno del célebre internado de Pforta. Su admiración por el genio griego despertó en su época de estudiante, siendo sus autores clásicos favoritos Platón y Esquilo. NietzSche hizo también ensayos como poeta y músico. En octubre de 1864 fue a la Universidad de Bonn, junto con su compañero Paul Deussen, el futuro filósofo y orientalista. Al año siguiente se trasladó a Leipzig para continuar sus estudios filológicos bajo la dirección de Ritschl. Hizo gran amistad con Erwin Rohde, estudiante entonces y más tarde profesor de universidad y autor de Psyche. En aquella época Nietzsche había abandonado ya el cristianismo, y cuando en Leipzig llegó a conocer la obra principal de Schopenhauer, uno de los aspectos que más le interesó, según declaró él mismo, fue el ateísmo del autor. Nietzsche había publicado algunos trabajos en el Rheinisches Museum, y cuando la Universidad de Basilea preguntó si su autor era persona adecuada para ocupar la cátedra de filología de dicha universidad, Ritschl no dudó en pronunciarse totalmente a favor de su alumno favorito. El resultado fue que NietzSche, antes de haberse doctorado, fue designado como profesor de universidad y en mayo de 1869 dio su primera clase sobre Homero y la filología clásica. Al estallar la guerra franco-prusiana Nietzsche se incorporó al cuerpo de ambulancias del ejército alemán, pero la enfermedad le obligó a dejar este trabajo, y tras un período insuficiente de convalecencia, se reintegró a sus deberes profesionales en Basilea. Las visitas que Nietzsche hacía desde Basilea a la villa de Richard Wagner, en el lago de Lucerna, constituían un gran consuelo para él. Ya en sus tiempos de estudiante en Leipzig, había sentido gran admiración por la música de Wagner, y su amistad con el compositor posiblemente influyó en sus escritos negativamente. En Die Geburt der Tragodie aus dem Geiste der Musik (El origen de la tragedia), que apareció en 1872, presenta el contraste entre la cultura griega anterior y posterior a Sócrates, con menosprecio hacia la posterior, y argumenta entonces que la cultura alemana contemporánea mostraba un gran parecido con la cultura griega ulterior a Sócrates, y que sólo podría salvarse si se impregnaba del espíritu de Wagner. Naturalmente el trabajo fue recibido con gran entusiasmo por parte de Wagner, pero los filósofos reaccionaron de modo muy diferente. Wilamowitz-Moellendorff concretamente, entonces un joven, lanzó un violento ataque contra el libro. Y ni siquiera la leal defensa de Rohde pudo impedir que Nietzsche perdiera prestigio en el mundo de la erudición clásica. Pero todo esto carece de interés aquí. Nietzsche nos interesa como filósofo, moralista y psicólogo, y no como profesor de filología en Basilea. De 1873 a 1876, Nietzsche publicó cuatro ensayos, bajo el título común de Unzeitgemässe Betrachtungen (Consideraciones intempestivas). En el primero de estos ensayos ataca vehementemente al infortunado David Strauss, como representativo del filisteísmo de la 123 cultura alemana. En el segundo, ataca la idolatría del conocimiento histórico, como un sustituto de la cultura viva. El tercer ensayo estaba dedicado a elogiar a Schopenhauer como educador, en detrimento de los profesores universitarios de filosofía; y en el cuarto describía a Wagner como fundador del renacimiento del genio griego. En 1876, fecha de la publicación del cuarto ensayo, titulado Richard Wagner en Bayreuth, Nietzsche y Wagner habían comenzado ya distanciarse. Su ruptura con el compositor significó el final de la primera fase o período de la evolución de Nietzsche. Si en el primer período condenaba a Sócrates, el racionalista, en el segundo tiende a exaltarle. En el primer período, la cultura, y por lo tanto la vida humana en general, se le define justificándose en la producción del genio, el artista creador, poeta y músico; en el segundo, Nietzsche prefiere la ciencia a la poesía, pone en duda todas las creencias aceptadas y juega, bastante bien, el papel de un filósofo racionalista de la Ilustración. Característica de este segundo período es Menschliches, Allzumenschliches (Humano, demasiado humano) que originalmente se publicó en tres partes, 1878-1879. El trabajo es positivista en apariencia. Nietzsche ataca a los metafísicos de un modo indirecto, tratando de demostrar que los aspectos de la experiencia y los conocimientos humanos, que se había supuesto necesitaban explicaciones metafísicas o justificar una superestructura metafísica, podían ser explicados en líneas materialistas. Por ejemplo, la diferencia moral entre bueno y malo tuvo su origen en la experiencia de algunas acciones como beneficiosas para la sociedad, y de otras como perjudiciales, aunque en el curso del tiempo, el origen utilitario de la distinción se perdió. De nuevo, de la creencia en la autoridad surge la conciencia: No es la voz de Dios, sino la de los padres y educadores. Su mala salud. junto con una insatisfacción que rayaba en disgusto, y sus dudas profesionales, llevaron a Nietzsche a renunciar a su cátedra de Basilea, en la primavera de 1879. Durante los diez años siguientes, llevó una vida errante, buscando la salud perdida en distintos lugares de Suiza e Italia, con viajes ocasionales a Alemania. En 1881 Nietzsche publicó Morgenrote (Aurora) en que, según él declaró, iniciaba su campaña contra la moralidad de la autorrenuncia. Siguió en 1882 Die frohliche Wissenschaft (Gaya ciencia), en donde hallamos la idea del cristianismo como hostil a la vida. La idea de que Dios está muerto, tal como Nietzsche la expone, abre vastos horizontes a los espíritus libres. Ninguna de las obras tuvo éxito. Nietzsche envió una copia de Aurora a Rohde, pero su antiguo amigo ni siquiera lo agradeció. Y la indiferencia con que sus escritos eran acogidos en Alemania no contribuyó realmente a aumentar su afecto hacia sus compatriotas. En 1881; la idea del eterno retorno asaltó a Nietzsche mientras estaba en Sils-Maria, en la Engadina. En un tiempo infinito, existen ciclos periódicos en los que todo lo que ha sucedido se repite de nuevo. Esta deprimente idea se apareció a Nietzsche con la fuerza de una inspiración. Concibió entonces el plan de presentar las ideas que se agitaban en su mente, poniéndolas en labios del sabio persa Zarathustra. El resultado fue su trabajo más famoso: Also Sprach Zarathustra (Así habló Zarathustra). Las dos primeras panes se publicaron separadamente en 1883. La tercera, en la que se proclamaba la teoría del eterno retorno, apareció a principios de 1884, y la cuarta fue publicada a comienzos de 1885. Zarathustra, con sus ideas de superhombre y la transmutación de los valores, expresa la tercera fase del pensamiento de Nietzsche. Su estilo poético y profético le da la apariencia de ser la obra de un visionario. Las exposiciones más serenas de las ideas de Nietzsche pueden hallarse en Jenseits von Gut und Bose (Más allá del bien y del mal,1866) y en Zur Genealogie der Moral (La genealogía de la moral, 1887), que probablemente son, como Zarathustra, sus escritos más importantes. Más allá. mereció una apreciativa carta de Hippolyte Taine, y después de la publicación de La genealogía de la moral Nietzsche recibió una cana parecida de Georg Brandes, el crítico danés que más tarde dio un ciclo de conferencias sobre las ideas de Nietzsche en Copenhague. Más allá del bien y del mal tenía como subtítulo Preludio para una filosofía del futuro. Nietzsche proyectaba una exposición sistemática de su filosofía, para lo cual tomó muchísimas notas. Su idea del título adecuado cambió diversas veces. En un principio, iba a ser La voluntad de poder, una nueva interpretación de la naturaleza o La voluntad de poder, un ensayo hacia una nueva interpretación del universo. En otras palabras, al igual que Schopenhauer había basado una filosofía en el concepto de la voluntad de vivir, Nietzsche basaría 124 una filosofía en la voluntad de poder. Luego cambió el énfasis y el título propuesto fue Der Wille Zur Macht: Versuch einer Umwerzung aller Werthe (La voluntad de poder, un ensayo hacia la transmutación de todos los valores). Pero, de hecho, el proyectado magnum opus no fue nunca completado, aunque Der Antichrist (El Anticrlsto) estaba destinado a ser su primera parte. Las notas de Nietzsche para el trabajo que proyectaba se publicaron póstumamente. Nietzsche dejó la obra que planeaba, para escribir un feroz ataque contra Wagner, Der Fall Wagner (El caso Wagner, 1888) seguido por Nietzsche contra Wagner. Este segundo ensayo, así como otros trabajos de 1888, Die Gottzändmmerung (El crepúsculo de los idolos), El Anticristo y Ecce Homo, una especie de autobiografía, fueron publicados solamente después del derrumbamiento de Nietzsche. Los trabajos de este año muestran signos evidentes de tensión e inestabilidad mental; Ecce Homo en particular, con su exaltado espíritu de autoafirmación, da una clara impresión de desarreglo psíquico. A finales de año empezaron a aparecer en él signos evidentes de locura, y en enero de 1889, Nietzsche fue trasladado de Turín, donde se hallaba, a la clínica de Basilea. Nunca se recobró totalmente, pero tras un tratamiento en Basilea y en Jena, pudo irse a Naumburgo, a casa de su madre. Después de la muerte de ésta, vivió con su hermana en Weimar. Por entonces era ya un hombre famoso, pero desgraciadamente no podía apreciarlo. Murió el 25 de agosto de 1900. 2. Las fases del pensamiento de Nietzsche como máscaras En la sección precedente nos hemos referido a períodos o fases de la evolución del pensamiento de Nietzsche. El mismo filósofo describió estas fases como máscaras. Por ejemplo, aseguraba que la actitud de un espíritu libre, esto es, de un observador de la vida, crítico, racionalista y escéptico, que él adoptó en su segundo período, era una "pose excéntrica", una segunda naturaleza, por decirlo así, que era asumida como un medio para alcanzar su original o auténtica naturaleza. Había que abandonarla, lo mismo que las serpientes abandonan su piel vieja. Además Nietzsche estaba habituado a hablar de doctrinas o teorías particulares, como si fueran estratagemas de autoconservación o tónicos autoadministrados. Por ejemplo, la teoría del eterno retorno era una prueba de fuerza, del poder de Nietzsche para decir "sí” a la vida, en lugar del "no" de Schopenhauer. ¿Podía él afrontar la idea de que toda su vida, cada momento de ella, cada sufrimiento, cada angustia, cada humillación, se repetirían innumerables veces, por un tiempo sin fin? ¿Podía afrontar este pensamiento, y aceptarlo, no sólo con estoica resignación, sino incluso con alegría? El hacerlo así sería una muestra de fuerza interior, del triunfo en sí mismo de la actitud afirmativa de la vida. Desde luego Nietzsche no se dijo un buen día: "Ahora voy a disfrazarme durante un tiempo de positivista, de observador científico y fríamente crítico, porque pienso que esto puede ser bueno para mi salud mental". Al contrario, intentó seriamente desempeñar tal papel, hasta que, habiéndolo superado, lo reconoció como un tónico autoadministrado, y como una máscara, bajo la cual, la dirección real de su pensamiento podía desarrollarse oculta. Pero ¿cuál era la dirección real de su pensamiento? Según lo que él mismo Nietzsche dice de ganar su auténtica naturaleza, parece lógico suponer que la doctrina de sus últimos trabajos, y de las notas para La voluntad de poder, publicadas póstumamente, representa su pensamiento real. Pero si nos atenemos a la teoría de las máscaras, es posible aplicarla también a su tercer período. Como ya se ha mencionado, Nietzsche hablaba de la teoría del eterno retorno, como una prueba de fuerza; y esta teoría corresponde a su tercer período. Además fue en el tercer período en el que expuso claramente su relativista y pragmática idea de la verdad. Su teoría general de la verdad era realmente más social que personal, en el sentido de que las teorías, para ser verdaderas, han de ser biológicamente correctas para una especie dada, o para cierta clase de nombre. Así, la teoría del superhombre sería un mito que poseería autenticidad en tanto que permitiera a los hombres de tipo superior desarrollar sus facultades. Pero si nos atenemos a la idea de las máscaras, debemos tomar tal afirmación en el sentido de que "el criterio de verdad radica en la intensificación del sentimiento de poder" en un sentido personal, y aplicado tanto al tercer período del pensamiento de Nietzsche como al del primero y segundo. En este caso, desde luego, no queda "pensamiento real" de Nietzsche que pueda exponerse en términos de teorías filosóficas precisas. Porque el conjunto de su pensamiento expreso pasa a ser un instrumento mediante el cual Nietzsche, como individuo existente (utilizando la frase de Kierkegaard), persigue realizar sus propias posibilidades. Sus ideas representan un dato, con el que hemos de tratar de discernir el significado de una existencia. Tenemos entonces la 125 clase de interpretación de la vida y trabajo de Nietzsche, de la que Karl Jaspers nos ha dado un buen ejemplo. No tengo intención de discutir el valor de la interpretación existencial de la vida e ideas de Nietzsche. Pero en un libro como éste, el lector tiene derecho a esperar un resumen completo de lo que Nietzsche dijo, de su cara pública, o apariencia, por así decirlo. Después de todo, cuando un filósofo expone sus ideas en un papel, y las publica, éstas adquieren vida propia y ejercen mayor o menor influencia, según el caso. Es cierto que la filosofía de Nietzsche carece de la solidez de sistemas tales como los de Spinoza o Hegel, pero Nietzsche era totalmente consciente de esto. Si se quiere hallar en su filosofía "profundidad" alemana, hay que buscar bajo la superficie. Pero aunque el propio Nietzsche atrajo la atención hacia los aspectos personales de su pensamiento, y hacia la necesidad de indagar bajo la superficie, el hecho es que él mantenía ciertas convicciones muy firmemente y que llegó a creerse un profeta, una fuerza renovadora, y a creer que sus ideas eran "dinamita". Si en su propio concepto de la verdad sus teorías asumen necesariamente el carácter de mito, estos mitos estaban íntimamente ligados a los juicios de valor que Nietzsche defendía ardorosamente. y estos juicios de valor han sido, quizá más que ninguna otra cosa, la causa de su gran influencia. 3. Los primeros escritos de Nietzsche y la crítica contemporánea Ya hemos referido cuándo Nietzsche, siendo estudiante, en Leipzig, descubrió El mundo como voluntad y representación, de Schopenhauer. Pero aunque recibió un fuerte estímulo del gran pesimista, no fue sin embargo discípulo suyo. En El origen de la tragedia, por ejemplo, sigue realmente a Schopenhauer en la medida en que acepta lo que él llama "unidad primordial" que se manifiesta en el mundo y en la vida humana. Nietzsche, al igual que Schopenhauer, describe la vida como terrible y trágica, y habla de su transmutación mediante el arte, el trabajo del genio creativo. Al mismo tiempo, aun en sus primeros escritos, cuando la influencia de la filosofía de Schopenhauer es evidente, la dirección general de su pensamiento va hacia la afirmación de la vida, más que hacia su negación. Y cuando en 1888 reflexionó sobre El origen de la tragedia y afirmó que expresaba una actitud ante la vida que era la antítesis de la de Schopenhauer, tal afirmación no carecía de fundamento. Los griegos, según Nietzsche en El origen de la tragedia, sabían muy bien que la vida es terrible, inexplicable y peligrosa. Pero aunque comprendían el carácter real del mundo y de la vida humana, no se entregaban al pesimismo volviendo las espaldas a la vida. Lo que hacían era transformar el mundo y la vida humana por medio del arte. Y por esto eran capaces de decir sí al mundo como un fenómeno estético. Había, sin embargo, dos formas de hacerlo, las cuales correspondían respectivamente a las actitudes o mentalidades apolínea y dionisíaca. Dionisio es, para Nietzsche, el símbolo del flujo de la vida misma, que rompe todas las barreras e ignora todas las limitaciones. En los ritos báquicos o dionisíacos, podemos ver que los devotos ebrios pasaban a ser, por así decido, uno con la vida. Las barreras establecidas por el principio de individuación tienden a derrumbarse; el velo de Maya es descorrido, y hombres y mujeres se lanzan a la corriente de la vida patentizando la unidad primordial. Apolo, por el contrario, es símbolo de luz, de medida, de límite. Representa el principio de individuación. Y la actitud apolínea está expresada en el mundo brillante de la visión de las divinidades olímpicas. Pero podemos, por supuesto, dejar las teorías metafísicas sobre la unidad primordial, hablar del principio de individuación de Schopenhauer, y expresar el problema de forma psicológica. Bajo la moderación, tan a menudo atribuida a los, griegos, bajo su devoción al arte, a la belleza y a la forma, Nietzsche ve el oscuro, turgente e informe torrente del instinto, del impulso y la pasión que tiende a arrasar todo a su paso. Ahora bien, si aceptamos que la vida es en sí misma un objeto de horror y terror, y que el pesimismo, en la actitud negativa de la vida, puede eludirse sólo por la transmutación estética de la realidad, existen sólo dos formas de hacerlo. Una es cubrir la realidad con un velo estético, creando un mundo ideal de forma y belleza. Ésta es la forma apolínea, que tuvo su expresión en la mitología olímpica, en las artes épicas y plásticas. La otra posibilidad es la de afirmar triunfalmente y 126 abrazar la existencia en toda su oscuridad y horror. Ésta es la actitud dionisíaca y sus formas peculiares de arte son la tragedia y la música. La tragedia transforma realmente la existencia en un fenómeno estético, pero no la cubre con un velo, sino que la exhibe en una forma estética y en consecuencia, la afirma. En El origen de la tragedia, tal como indica el título, Nietzsche se interesa directamente por el origen y desarrollo de la tragedia griega. Pero no podemos discutir aquí el asunto. Ni nos proponemos analizar hasta dónde son aceptables, desde el punto de vista de la erudición clásica, las teorías de Nietzsche sobre el origen de la tragedia. Lo importante es que la suprema realización de la cultura griega, antes de que fuera enturbiada por el espíritu del racionalismo socrático, radicaba, según Nietzsche, en una fusión de elementos apolíneos y dionisíacos. Y Nietzsche veía en esta fusión el fundamento para una norma cultural. La cultura auténtica es una unidad de las fuerzas de la vida, el elemento dionisiaco, con el amor a la forma y la belleza, característico de la actitud apolínea. Si la existencia se justifica como un fenómeno estético, la flor de la humanidad estará constituida por aquellos que transforman la existencia en tal fenómeno y capacitan a los hombres para que la vean de este modo y la afirmen. En otras palabras, el genio creador será el producto cultural más elevado. En el período que hemos considerado, Nietzsche habla realmente como si la producción del genio fuera el principio y el fin de la cultura, su justificación. Nietzsche lo expone bien claramente en su ensayo sobre Der griechische Staat (El Estado griego, 1871). En él y en otros escritos, insiste en que el trabajo y esfuerzo de la mayoría en la lucha de la vida se justifica formando la infraestructura de la que puede surgir el genio en arte, música o filosofía. El genio es el órgano gracias al cual, por así decido, puede ser redimida la existencia. Basándose en estas ideas, Nietzsche procede a dar una valoración altamente crítica de la cultura alemana contemporánea. Contrasta, por ejemplo, el conocimiento histórico sobre culturas antiguas, con la cultura en sí misma, descrita como "unidad de estilo artístico en todas las manifestaciones de la vida de un pueblo". Pero una crítica de la cultura alemana de su época no exige que la analicemos ahora. En su lugar anotaremos dos o tres ideas generales que sirven también respecto a las últimas ideas de Nietzsche. Nietzsche cambia el planteamiento de si la vida debe dominar al conocimiento, o el conocimiento a la vida. "¿Cuál de los dos es el poder más alto y decisivo? Nadie dudará que la vida es el más alto poder y el dominante..." Esto significa que la cultura del siglo XIX, caracterizada por el dominio del conocimiento y la ciencia, está expuesta a la venganza de las fuerzas vitales, cuya explosión dará lugar a una nueva barbarie. Bajo la superficie de la vida moderna, Nietzsche ve fuerzas vitales que son “salvajes, primitivas y totalmente inhumanas y no las contempla con una expectación miedosa, como contemplaría el caldero de la cocina de una bruja; durante un siglo estaremos expuestos a las convulsiones de un mundo agitado". En la sociedad del siglo XIX podemos ver tanto una complacencia en la condición lograda por el hombre, como una amplia tendencia, mantenida por el Estado nacional y manifiesta en los movimientos hacia la democracia y el socialismo, a promover una mediocridad uniforme, hostil al genio. Pero no existe razón que haga suponer que el desarrollo de las posibilidades del hombre haya llegado a su fin. Y la aparición de las fuerzas destructoras latentes facilitará el camino para el nacimiento de especímenes humanos superiores, en forma de individuos excepcionales. Este criterio tal como Nietzsche lo expone encierra claramente una perspectiva suprahistórica. Implica, por así decido, el rechazo de la canonización hegeliana de lo actual, en nombre de una manifestación necesaria del Logos o idea, y una visión de valores que trasciende la situación histórica. El ser humano es moldeable; es capaz de trascenderse, de realizar posibilidades nuevas, y necesita una visión, un objetivo, un sentido de dirección. La ciencia empírica no puede proporcionar esta visión. Y aunque Nietzsche no dice mucho sobre cristianismo en sus primeros escritos, es evidente que no considera la religión cristiana como fuente de la necesaria visión y permanece la filosofía representada no por doctos profesores de universidad, sino por una especie de pensador solitario con una clara visión de las posibilidades de la autotrascendencia del hombre, y sin miedo a "arriesgarse". Una vez determinada en qué medida son alterables las cosas, puede prepararse la filosofía "con coraje despiadado, para la tarea de mejorar aquel aspecto del mundo que ha sido reconocido como susceptible de ser cambiado". Cuando en los últimos años Nietzsche reflexiona sobre estos primeros ensayos, ve en este ideal del filósofo 127 como juez de la vida y creador de valores, a Zarathustra o a sí mismo. Ambos pasan a ser una misma cosa. 4. La crítica de las morales En los primeros escritos de Nietzsche está implícita una crítica de la actitud ética, en la medida en que implica la afirmación de una ley moral universal y de valores morales absolutos. Hemos visto que, según su propia exposición, en El origen de la tragedia se reconocían solamente los valores estéticos. Y en su ensayo sobre David Strauss, Nietzsche refiere que la suma y esencia de la moralidad consiste en considerar que todos los demás seres humanos tienen las mismas necesidades, pretensiones y derechos que uno mismo, y pregunta entonces de dónde procede este imperativo. Strauss parece dar por sentado que el imperativo tiene su base en la teoría darwinista de la evolución. Pero la evolución no proporciona tal base. La clase hombre comprende una multitud de tipos diferentes, y es absurdo pretender que nos comportemos como si las diferencias y distinciones individuales no existieran o carecieran de importancia. y hemos visto que Nietzsche da más importancia a los individuos prominentes que a la raza o especie. Nietzsche comienza a hablar con algún detalle de moralidad en Humano, demasiado humano. El trabajo no es un tratado sistemático; está realmente compuesto de aforismos. Pero si confrontamos las observaciones referentes a la moralidad, surge una teoría más o menos "coherente. El primer signo de que el animal ha pasado a ser hombre aparece cuando sus inclinaciones no se dirigen ya hacia la satisfacción momentánea, sino hacia lo reconocido como provechoso de un modo más duradero. Difícilmente podremos hablar de moralidad hasta que lo útil se entienda en el sentido de servicio para la existencia, supervivencia y bienestar de la comunidad. Pues "la moral es, primordialmente, un medio de preservar la comunidad y de evitar su destrucción". Para que el individuo amolde su comportamiento a los intereses de la sociedad puede utilizarse en primer lugar la coacción, la coacción es substituida por la fuerza de la costumbre, y, a veces, la voz autoritaria de la comunidad toma la forma de lo que llamamos conciencia. La obediencia puede pasar a ser una segunda naturaleza, por así decido, y estar mezclada con el placer. Al mismo tiempo, los epítetos morales pasan de las acciones a las intenciones de los agentes. Y se originan los conceptos de virtud y de hombre virtuoso, En otras palabras, la moral se interioriza mediante un proceso de refinamiento progresivo, Nietzsche habla como un positivista y su concepto de moral muestra cierto parecido con lo que Bergson llama moralidad cerrada. Pero una vez que contemplamos la evolución histórica de la moral, vemos una "historia dual primitiva de bien y mal" y el desarrollo de la idea de dos perspectivas morales es realmente característico de Nietzsche. Pero es mejor discutir la idea en relación con sus últimos escritos. En Más allá del bien y el mal, Nietzsche dice que ha descubierto dos tipos primarios de moral, "la moral de los jefes y la moral de los esclavos". Están mezcladas en todas las civilizaciones superiores, y elementos de ambas pueden hallarse incluso en el mismo hombre. Pero es importante distinguidas, En la moral de los jefes o moral aristocrática, "bueno" y "malo" equivalen a "noble" y "plebeyo", y los epítetos son aplicados más a los hombres que a las acciones. En la moral de los esclavos, la norma es lo que es beneficioso para la sociedad del débil e importante. Cualidades tales como simpatía, bondad y humildad, son ensalzadas como virtudes, y los individuos fuertes e independientes son considerados como peligrosos, y por lo tanto como "mal". La moral de los esclavos es, pues, una moral gregaria. Sus valoraciones morales son expresión de las necesidades del rebaño. Este punto de vista se halla expuesto más sistemáticamente en La genealogía de la moral, donde Nietzsche utiliza el concepto de resentimiento. Un tipo superior de hombre crea sus propios valores partiendo de la abundancia de su vida y energía. El sumiso e impotente, sin embargo, teme al fuerte y poderoso e intenta contenerlo y domeñarlo afirmando como absolutos los valores del rebaño. "La rebelión de los esclavos en la moral comienza con el resentimiento, pasando a ser creativo y originando el nacimiento de valores." Por supuesto este resentimiento no es abiertamente reconocido por el rebaño y puede actuar de modos indirectos y desviados. Pero el psicólogo de la vida moral puede detectar y poner de relieve su presencia y sus complejos modos de acción. Por tanto, lo que vemos en la historia de la moral es el conflicto de dos actitudes morales. Desde el punto de vista del hombre superior, en 128 cierto sentido, puede la coexistencia de ambas. Esto es, podrían coexistir si el rebaño, incapaz de cualquier cosa superior, estuviera dispuesto a mantener sus valores para sí mismo. Pero, por supuesto, no quiere hacerla. Intenta imponer universalmente sus valores. Y según Nietzsche, así sucedió, al menos en el occidente, en la cristiandad. Nietzsche no niega todo valor a la moral cristiana. Admite, por ejemplo, que ha contribuido al refinamiento del hombre. Pero ve en ella, al mismo tiempo, una expresión del resentimiento característico del instinto del rebaño, o moral de los esclavos. Y el mismo resentimiento es atribuido a los movimientos democráticos y socialistas que Nietzsche interpreta como consecuencias del cristianismo. Nietzsche sostiene, por lo tanto, que el concepto de un sistema moral uniforme, universal y absoluto, va a ser rechazado, pues la moral de los esclavos es el fruto del resentimiento y representa la vida inferior, la vida humillante, la degradación, así como la moral aristocrática representa el movimiento de la vida superior. Y en lugar del concepto de un sistema moral universal y absoluto (o de diferentes clases de valores, si cada clase se considerara abarcando a todos los miembros de la sociedad) podemos establecer el concepto de una graduación de rango entre los diferentes tipos de moral. El rebaño tiene a su disposición su propia clase de valores, ya que no posee la fuerza de imponerlos al hombre superior artífice, a la vez, de sus propios valores que le capacitarán para trascender su actual condición. Por lo tanto, cuando Nietzsche habla de una posición más allá del bien y del mal, está pensando en superar la llamada moral del rebaño, que en su opinión reduce a todos a un nivel vulgar, favorece la mediocridad e impide el desarrollo de un tipo superior de hombre. No quiere decir que deba abandonarse todo respeto a los valores, ni que toda autolimitación deba ser arrojada por la borda. El hombre que rechaza la fuerza valiosa de lo que normalmente se llama moral puede ser tan débil y degenerado que se destruya a sí mismo. Solamente el tipo superior de hombre puede ir con seguridad más allá del bien y del mal, en el sentido en que se usan estos términos en la moral del resentimiento y lo hace así para crear valores que serán, a la vez, una expresión de vida superior y un medio de intentar trascenderse a sí mismo hacia el superhombre, hacia un nivel superior de existencia humana. En cuanto al contenido de los nuevos valores realmente Nietzsche no da muchas explicaciones. Algunas de las virtudes que él resalta parecen sospechosamente viejas, aunque sostiene que están "transvaloradas", debido a que expresan diferentes motivaciones, actitudes y valores. Puede decirse sin especificar demasiado, que lo que Nietzsche pretende es la mayor integración posible de todos los aspectos de la naturaleza humana. Acusa al cristianismo de despreciar el cuerpo, el impulso, el instinto, la pasión, el desarrollo de la mente libre y sin trabas, los valores estéticos. .Pero, claro está, él no busca la desintegración de la personalidad humana en un remolino de impulsos en lucha y pasiones desatadas. Todo consiste en un problema de integración, como una expresión de fuerza, no de mutilación o de mortificación provocada por el miedo basado en la autoconciencia de la propia debilidad. Es innecesario decir que Nietzsche enfoca muy unilateralmente la doctrina cristiana del hombre y de los valores. Pero es esencial para él aferrarse a esta unilateralidad. De otro modo le sería muy difícil afirmar que ofrece algo nuevo, aunque fuese el tipo de ideal humano que algunos nazis gustaban atribuirle. 5. Ateísmo y sus consecuencias. En La Gaya Ciencia Nietzsche subraya que "el acontecimiento más importante de la época actual -que 'Dios ha muerto', que la fe en el dios cristiano ha sido imposible de mantener- ya empieza a disipar las primeras nubes sobre Europa. Al fin el horizonte se presenta libre ante nosotros, a pesar de no ser brillante; al fin el mar, nuestro mar, se abre. Quizá nunca se haya abierto así un mar". En otras palabras, el declive de la creencia en Dios abre el camino a las energías creadoras del hombre, a su desarrollo total;.el dios cristiano, con sus mandatos, con sus prohibiciones, queda a un lado del camino; y los ojos del hombre no estarán más vueltos hacia un mundo irreal y sobrenatural, hacia el otro mundo, sino hacia éste. Tal punto de vista lleva claramente implícita la idea de que el concepto de Dios es hostil a la vida. Y es, precisamente, éste el empeño de Nietzsche, empeño que él expresa con una vehemencia cada vez mayor. "El concepto Dios -dice en El ocaso de los dioses- ha sido hasta ahora la objeción mayor contra la existencia". Y en El anticristo leemos que "con Dios se declara la guerra a la vida, a la naturaleza y a la voluntad de vivir. Dios es la fórmula de toda calumnia 129 contra este mundo y de toda mentira respecto al más allá". Es innecesario multiplicar las citas. Nietzsche llega a aceptar que la religión, en algunas de sus fases, ha expresado la voluntad de vivir o, más bien, la de poder; pero su actitud general es que la fe en Dios, especialmente en el dios de la religión cristiana, es hostil a la vida, y que cuando expresa la voluntad de poder, tal voluntad es la de los tipos inferiores de hombre. Dada esta actitud, es comprensible que Nietzsche tienda a considerar la elección entre teísmo, especialmente teísmo cristiano, y ateísmo como una cuestión de inclinación o de instinto. Reconoce que han existido hombres ilustres que han sido creyentes, pero mantiene que, al menos en nuestros días, cuando la existencia de Dios no puede ya garantizar la fuerza, la libertad intelectual, la independencia, es importante para el futuro del hombre defender el ateísmo. La fe es un signo de debilidad, de cobardía, de decadencia, una actitud negativa ante la vida. Verdaderamente Nietzsche intenta hacer un esbozo de los orígenes de la idea de Dios, y delicadamente introduce la falacia primaria de que una vez mostrado el proceso de formación de la idea de Dios, es innecesario demostrar su no existencia. También alude de pasada a objeciones teóricas contra la creencia en Dios. Pero, hablando de modo general, se da por supuesto el carácter ilusorio de tal creencia. Y el motivo decisivo de su rechazo es que los hombres (o el propio Nietzsche) pueden ocupar el lugar de Dios como legislador y creador de valores. Desde un punto de vista puramente teórico, la condenación nietzscheana del teísmo en general y del cristianismo en particular, es de escaso mérito. Sin embargo, no es éste un aspecto de la cuestión al que él conceda gran importancia. En lo que se refiere a la teología, no es necesario preocuparse de tales fábulas. El odio de Nietzsche hacia el cristianismo procede principalmente de su idea de cómo actúa sobre los hombres haciéndolos débiles, sumisos, resignados, humildes, de cómo tortura su conciencia, y cómo los incapacita para desarrollarse libremente. Impide el desarrollo de individuos superiores, o, como en el caso de Pascal, los destruye. Es realmente notable que, en su ataque al cristianismo, Nietzsche hable a menudo de la seducción y la fascinación que provocan las creencias y los ideales cristianos. Está claro que él mismo siente tal atracción y que la rechaza, en parte, con el fin de probarse a sí mismo que "si bien yo soy un decadente, soy también lo contrario”. Su rechazo de Dios le insufla su propia fuerza interior, su capacidad para vivir sin Dios. Pero, desde el punto de vista puramente filosófico, las conclusiones que deriva del ateísmo son más importantes que los factores psicológicos que sostienen su rechazo del Dios cristiano. Algunos han imaginado, piensa Nietzsche, que no existe necesariamente conexión entre la creencia en el Dios cristiano y la aceptación de los criterios y de los valores morales cristianos. Es decir, han pensado que los últimos pueden mantenerse más o menos intactos, al desaparecer el primero. Asistimos así al nacimiento de fórmulas secularizadas del cristianismo, tales como la democracia y el socialismo, que han intentado mantener una parte considerable del sistema moral prescindiendo de sus fundamentos teológicos. Pero, en opinión de Nietzsche, tales intentos son vanos. La "muerte de Dios" provocará, más tarde o más temprano, pero inevitablemente, el rechazo de los valores absolutos, de la idea de una ley moral objetiva y universal. Los europeos, sin embargo, han sido educados en la aceptación de estos valores morales asociados con la fe cristiana y, según sostiene Nietzsche, dependientes, en un cieno sentido, de ella. Si los europeos pierden su fe en estos valores, pierden su fe en todos los valores. Ellos sólo conocen la "moral", una moral que fue canonizada por el cristianismo que la dotó de un fundamento teológico. El desprecio de todos los valores, que brota del sentimiento de la carencia de objetivo del mundo, es uno de los principales elementos del nihilismo. "La moralidad fue el principal antídoto (Gegenmittel) contra el nihilismo teórico y práctico." Ella adscribe un valor absoluto al hombre e, "impidiéndole despreciarse a sí mismo como ser humano, se vuelve contra la vida y desespera de la posibilidad de conocimiento; fue un medio de preservación". Realmente, el hombre que se preservó de este modo, mediante la moral cristiana, fue el hombre de calidad inferior. Pero la cuestión es que la moralidad cristiana logró imponerse de un modo general bien directamente, bien de un modo derivado. Por tanto, la destrucción de la fe en los valores morales cristianos, expone al hombre al peligro del nihilismo, no porque no existan otros valores posibles, sino porque la mayoría de los hombres, al menos en occidente, no conocen otros. El nihilismo puede adoptar diversas formas. Existe, por ejemplo, un nihilismo pasivo, una aceptación pesimista de la ausencia de valores y 130 de la falta de objeto de la existencia. Pero existe también un nihilismo activo que busca destruir todo aquello en lo que antes creía. Nietzsche profetiza el advenimiento de un nihilismo activo que se manifestará en guerras ideológicas que harán estremecerse al mundo. "Habrá guerras tales como no se han vista jamás en la tierra. Sólo a partir de ahora existirá en el mundo política a gran escala." Según Nietzsche, el advenimiento del nihilismo es inevitable. Significará el ocaso de la civilización cristiana decadente de Europa. Al mismo tiempo, se despejará el camino hacia un nuevo horizonte, hacia la transformación de los valores, hacia el nacimiento de un tipo superior de hombre. Por esta razón "este forastero que llama a la puerta, el más horrible que hayamos visto", debe recibir nuestra bienvenida. NIETZSCHE II HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VII Frederick Copleston 1. La hipótesis de la voluntad de poder "Este mundo -asegura Nietzsche- es la voluntad dé poder, y únicamente ella." Tales palabras son una adaptación de las conclusiones con que Schopenhauer cierra su magnum opus; el modo en que Nietzsche acostumbra a hablar de la "voluntad de poder", inclina a pensar que no hizo sino transformar la voluntad' de existencia o voluntad de vivir de Schopenhauer en voluntad de poder. Aunque esta impresión es, en cierto modo, correcta, no debemos pensar que Nietzsche imagina el mundo como apariencia de una unidad metafísica que lo trasciende. Nunca se cansa de combatir la distinción entre este mundo, identificado con una realidad meramente fenoménica, y una realidad trascendente que es "realmente real". El mundo no es para él una ilusión. La voluntad de poder no existe en un estado de trascendencia. El mundo, el universo, es una unidad, un devenir; y es la voluntad de poder en el sentido en que tal voluntad es su carácter inteligible. En todas partes y en cada cosa podemos ver cómo se expresa a sí misma la voluntad de poder. Y aunque quizá pudiera decirse que tal voluntad constituye para Nietzsche la realidad interna del universo, sólo existe en sus manifestaciones. La teoría de Nietzsche es, por tanto, una interpretación del universo, un modo de enfocarlo y describirlo, más que una doctrina metafísica sobre una realidad que subyace tras el mundo visible y lo trasciende. En el fondo del pensamiento de Nietzsche se encuentra, está claro, la huella de Schopenhauer. Pero Nietzsche no pasó inmediatamente de la lectura de El mundo como voluntad y representación a elaborar una teoría general del universo. Más bien, lo que hizo fue descubrir manifestaciones de la voluntad de poder en los procesos físicos humanos y extender esta idea a la vida orgánica en general. En Más allá del bien y del mal subraya que el método lógico nos impulsa a preguntamos si podemos hallar un principio informador, una forma básica de actividad causal, a través de la cual podamos unificar los fenómenos vitales. En la voluntad de poder encuentra tal principio. "Toda cosa viva busca, ante todo, descargar su fuerza; la misma vida es voluntad de poder, la autoconservación es, tan sólo, una de las consecuencias indirectas y más comunes de ella." De ahí Nietzsche extiende tal principio informador al mundo como un todo. "Dado que hemos podido explicar toda nuestra vida instintiva como el desarrollo y la ramificación de una forma fundamental de voluntad, es decir, la voluntad de poder, de acuerdo con mi tesis; dado que pueden referirse todas las funciones orgánicas a tal voluntad de poder, estamos en el derecho de definir toda fuerza activa como voluntad de poder. El mundo contemplado desde dentro de sí mismo, el mundo definido y caracterizado de acuerdo con su 'carácter inteligible', sería 'voluntad de poder' y nada más Por tanto, la teoría nietzscheana de la voluntad de poder, más que una tesis metafísica a priori, es una hipótesis empírica radical. Si creemos, dice, en la causalidad de la voluntad, lo que es, realmente, creer en la causalidad misma, "debemos intentar afirmar la hipótesis de la causalidad de la voluntad como forma única de causalidad". En idea de Nietzsche, al menos, la teoría era una hipótesis explicativa, y en su proyectada magnum opus planeaba aplicarla a diferentes clases de fenómenos, mostrando cómo podrían unificarse mediante tal hipótesis. Las notas que tomó para esta tarea nos indican la trayectoria de su pensamiento y en las dos secciones siguientes me propongo dar algunos ejemplos de sus reflexiones. 2. La voluntad de poder manifestada en el conocimiento; visión nietzscheana de la verdad "El conocimiento -insiste Nietzsche-, obra como un instrumento del poder. Es obvio, por tanto, que aumenta con el aumento del poder." El deseo de conocimiento, la voluntad de saber, depende de la voluntad de poder, es decir, del impulso de un tipo determinado de seres de dominar un cierto campo de la realidad y ponerlo a su servicio. El objetivo del conocimiento no es saber, en el sentido de comprender la verdad absoluta en sí misma, sino controlar. Nuestro deseo de elaborar esquemas, de imponer orden y forma a la multiplicidad de sensaciones e impresiones con la amplitud que nuestras necesidades prácticas exigen. La realidad es un devenir; somos nosotros quienes la 132 transformamos en un ser, imponiendo normas estables al flujo del devenir. Tal actividad es una manifestación de la voluntad de poder. La ciencia, por tanto, puede definirse o describirse como la "transformación de la naturaleza con el propósito de gobernarla". El conocimiento es, por supuesto, un proceso de interpretación, pero este proceso está basado en las necesidades vitales y expresa el deseo de controlar el flujo del devenir, incontrolable de otro modo. Es cuestión de extraer una interpretación del interior de la realidad, más que de, digamos, sobre ella o fuera de ella. Por ejemplo, el concepto del yo o del self (sí mismo) como una sustancia permanente es una interpretación impuesta al flujo del devenir, es una creación nuestra que obedece a motivos prácticos. Ciertamente, la idea de que somos "nosotros" quienes interpretamos los estados psíquicos como similares y quienes los atribuimos a un sujeto permanente, enreda a Nietzsche en dificultades obvias y, a juicio del autor, insolubles. Sin embargo, su argumento general es que no podemos sostener legítimamente la objetividad de una interpretación en base a su utilidad. Pero una mentira útil, una interpretación carente de objetividad, en el sentido en que la entienden los que creen en una verdad absoluta, podría ser indispensable y estar justificada por nuestras necesidades. no ven correctamente tienen ventajas frente a los que ven que todo 'fluye'." Del mismo modo, la ley de la causalidad ha sido asimilada hasta un punto tal por los hombres que "no creer en ella significaría la ruina de nuestra especie". Lo mismo podríamos decir de las leyes de la lógica. Las ficciones que han mostrado ser menos útiles que otras, o claramente nocivas, se consideran "errores". Sin embargo, aquellas que han probado su utilidad para la especie y han alcanzado el rango de "verdades" indiscutibles, han pasado a formar parte del lenguaje. Precisamente en esto radica el peligro, podemos confundidas con el lenguaje e imaginar que nuestro modo de hablar sobre el mundo refleja necesariamente la realidad. "Las palabras y los conceptos nos extravían constantemente, llevándonos a creer que las cosas pensadas son más simples de lo que realmente son, que existe una separación entre ellas, que son indivisibles y que existen por sí mismas.. Una mitología filosófica yace oculta bajo el lenguaje, y surge continuamente, por mucho cuidado que pongamos." Ahora bien, de acuerdo con Nietzsche, no existe la verdad absoluta. El concepto de verdad absoluta es una invención de los filósofos, insatisfechos del mundo del devenir y que anhelan el mundo confortable del ser. "La verdad es ese género de error sin el cual un determinado tipo de seres vivos no podría vivir. La valoración de la vida es, en definitiva, lo más importante." Todas las "verdades" son "ficciones”; todas las ficciones son interpretaciones; todas las interpretaciones son perspectivas. Hasta cada instinto tiene una perspectiva propia, un punto de vista que procura imponer a los otros instintos. Las categorías racionales son también ficciones lógicas, perspectivas lógicas, no necesariamente verdades, no formas a priori. Dentro de un punto de vista de perspectiva caben, claro está, diferencias. Algunas perspectivas demuestran ser prácticamente indispensables para el bienestar de la raza. Otras, sin embargo, no lo son en absoluto. En este punto la importancia de las valoraciones adquiere especial relieve. Por ejemplo, el filósofo que interpreta el mundo como la apariencia de un Absoluto que trasciende al cambio y es lo único "realmente real", adopta una perspectiva basada en una valoración negativa, del futuro del mundo. Tal actitud muestra, al mismo tiempo, qué tipo de hombre es. Algunas "ficciones", claro está, son muy útiles, y prácticamente necesarias para los hombres, por lo que éstos pasan a consideradas dogmas indiscutibles. Por ejemplo, "que existen cosas permanentes, que existen cosas iguales, que existen cosas, substancias, cuerpos..." Fue necesario, para poder vivir, que el concepto de cosa o de sustancia se impusiese al flujo constante de los fenómenos. "Los seres que La objeción elemental que podemos enfrentar a la visión nietzscheana de la verdad es que presupone la posibilidad de ocupar una perspectiva absoluta desde la cual puede afirmarse la relatividad de toda verdad, o su carácter ficticio, y que tal presupuesto entra en contradicción con la interpretación relativista de la verdad. Esta objeción no perdería su valor aunque Nietzsche aceptase que también su visión del mundo, y aun de la verdad, constituía una perspectiva, una "ficción". 133 Una pequeña reflexión es suficiente para ver esto con claridad. Aun así, es interesante observar cómo Nietzsche se anticipa a John Dewey en el uso de un enfoque instrumental o pragmático de la verdad, incluso frente a la firme solidez de la verdad absoluta, tanto lógica como teórica. Para él, aun los principios lógicos fundamentales, son simple expresión de la voluntad de poder, instrumentos que posibilitan al hombre el dominio del flujo del devenir. 3. La voluntad de poder en la naturaleza y en el hombre Si Nietzsche está dispuesto a aplicar su noción de verdad a las supuestas verdades eternas, deberá hacer lo mismo, a fortiori, en lo que respecta a las hipótesis científicas. La teoría atómica, por ejemplo, es, de hecho, una ficción, es decir, un esquema impuesto a los fenómenos por los científicos con el fin de controlados. No podemos hacer otra cosa que expresamos como si realmente existiese una distinción entre la posición de la fuerza o la energía y la fuerza misma. Sin embargo, esto no debe impedimos ver que el átomo, como entidad, como lugar de energía, es un símbolo inventado por el científico, una proyección mental. Si damos por supuesto el carácter ficticio de la teoría atómica, podemos pasar a decir que cada átomo es un quantum de energía o, mejor, de la voluntad de poder, que procura descargar su energía, irradiar su fuerza, su poder. Las llamadas leyes físicas representan relaciones de poder entre dos o más fuerzas. Necesitamos unificar, necesitamos fórmulas matemáticas para poder abarcar, clasificar, controlar. Pero esto no prueba que las cosas obedezcan leyes, en el sentido de reglas, o que existan cosas substanciales que ejerzan fuerza o poder. Existen, simplemente, "quanta dinámicos en una relación de tensión con otros quanta dinámicos”. En lo que respecta al mundo orgánico, "llamamos vida a una pluralidad de fuerzas; unidas por un proceso nutritivo común". Podríamos definir la vida como "una forma permanente de procesos de afirmaciones de fuerza, en la cual los distintos contendientes se desarrollan desigualmente". Dicho de otro modo, el organismo es una compleja maraña de sistemas que giran y se desarrollan alrededor del sentimiento de poder y que, siendo expresión de la voluntad de poder, busca obstáculos con el fin de superados. Por ejemplo, la alimentación y la asimilación son interpretadas, por Nietzsche, como manifestaciones de la voluntad de poder. Lo mismo podemos decir de todas las demás funciones orgánicas. Por lo que se refiere a la evolución biológica, Nietzsche ataca al darwinismo. Insiste, por ejemplo, en que durante la mayor parte del tiempo invertido en la formación de un órgano determinado, éste no es de utilidad para su poseedor y no puede ayudarle en su lucha contra las "circunstancias externas" y contra sus enemigos. "Darwin sobreestima de modo absurdo la influencia de las 'circunstancias externas'. El factor esencial del proceso vital es, precisamente, el tremendo poder para crear y construir formas desde dentro, un poder que usa y explota el medio ambiente." Además, el supuesto de que la selección natural obra en favor del desarrollo de las especies y de los individuos más fuertes y mejor constituidos de éstas, es, para Nietzsche, gratuito. Precisamente, los mejores individuos son los que perecen y los mediocres los que sobreviven. Salvo excepciones, los mejores son débiles en comparación con la mayoría. Tomados individualmente, los miembros de la mayoría pueden ser inferiores, pero cuando se agrupan, bajo la influencia del miedo y de los instintos gregarios, son más poderosos. Por tanto, si basamos nuestros valores morales en los datos de la evolución, debemos concluir que "la mediocridad tiene mayor valor que los individuos excepcionales, y que los decadentes son más valorados que los mediocres". Pero los valores más altos hay que buscados entre los individuos superiores que, en su soledad, se ven estimulados a proponerse metas sublimes. En el campo de la psicología humana, Nietzsche encuentra una gran oportunidad de diagnosticar las manifestaciones de la voluntad de poder. Por ejemplo, rechaza, por considerada totalmente infundada, la teoría psicológica en que se basa el hedonismo, principalmente la noción de que la persecución del placer y la huida del dolor son los motivos fundamentales de la conducta humana. Según Nietzsche placer y dolor son fenómenos concomitantes en la lucha por un aumento de poder. El placer puede definirse como el sentimiento de aumento de poder, y el dolor como el resultado de sentir obstaculizada la voluntad de poder. Al mismo tiempo, el dolor actúa a veces como estímulo de tal voluntad. Todo triunfo presupone un obstáculo, una barrera que debe superarse. Es, por tanto, absurdo considerar al dolor como puro mal. El 134 hombre lo necesita constantemente como estímulo para impulsar su esfuerzo y para obtener nuevas formas de placer que acompañan a los resultados de los triunfos que el dolor incita a perseguir. Aunque no podamos entrar en detalles del análisis psicológico de Nietzsche, es digno de destacar el importante papel que juega en él el concepto de sublimación: A su entender, por ejemplo, la automortificación y el ascetismo pueden ser formas sublimadas de una crueldad primitiva que es una expresión de la voluntad de poder. Suscita, además, la cuestión de por qué se subliman los instintos en, digamos, la visión estética del mundo. En todas partes ve Nietzsche la acción, a veces tortuosa y oculta, de la voluntad de poder. 4. El superhombre y el orden de rangos Según Nietzsche, el rango está determinado por el poder. ,."Es la cantidad de poder lo que determina y diferencia los rangos." De aquel podríamos deducir que si la mayoría mediocre posee mayor poder que los individuos no mediocres, también posee un valor superior al de éstos. Pero éste no es, claro está, el punto de vista de Nietzsche. Él entiende el poder como una cualidad intrínseca del individuo. Así dice, "yo distingo entre un tipo que representa la vida ascendente y otro que representa la decadencia, la descomposición, la debilidad". Aunque la mayoría mediocre unida lograse el poder, no representaría la vida ascendente. Sin embargo, los mediocres son necesarios. "Una cultura elevada puede existir únicamente sobre una amplia base, sobre una mediocridad poderosa y profundamente consolidada." De hecho, desde este punto de vista, Nietzsche da la bienvenida a la expansión del socialismo y de la democracia. Ambos ayudan a crear los requisitos básicos de la mediocridad. En un famoso pasaje de la primera parte de Zarathustra, lanza un ataque contra el Estado nacional, "el más frío de todos los fríos monstruos", el nuevo ídolo que se erige a sí mismo como objeto de adoración e intenta reducido todo a un estado común de mediocridad. Pero aunque condena al Estado nacional desde este punto de vista, principalmente por impedir el desarrollo de individuos excepcionales, insiste también en que la mediocridad es necesariamente un medio para un fin: la aparición de un tipo superior de hombre. No es misión de la nueva casta o tipo de hombres más elevado, dirigir a las masas como un pastor dirige su rebaño. Es más bien función de las masas colocar los fundamentos sobre los cuales los nuevos supuestos señores de la tierra puedan dirigir su propia vida, y hacer posible que surjan tipos de hombres aún más superiores. Pero, antes de que esto suceda, han de venir los nuevos bárbaros, según expresión de Nietzsche, que quebrarán el dominio real de las masas, y harán posible, así, el desarrollo libre de individuos excepcionales. Como un acicate y una meta para los hombres potencialmente superiores, Nietzsche ofrece el mito del superhombre (der Uebermensch). "No la 'humanidad' sino el superhombre es la meta." "El hombre es algo que debe ser superado; el hombre es un puente y no un fin.” Pero no debemos deducir de ahí que del hombre surgirá el superhombre a causa de un proceso inevitable. El superhombre es un mito, una meta para la voluntad. "El superhombre es el sentido de la tierra. Deja a tu voluntad decir: el superhombre tiene que ser el sentido de la tierra." Nietzsche asegura que "el hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre un abismo". Pero el hombre no va a evolucionar hasta el superhombre por un proceso de selección natural. De acuerdo con este proceso la cuerda podría caer al abismo. El superhombre no podrá llegar a menos que los individuos superiores tengan la audacia de transformar todos los valores, de quebrar las viejas tablas de valores, especialmente los valores cristianos, y crear otros nuevos partiendo de su vida y de su poder fecundos. Los nuevos valores marcarán una dirección y una meta a los hombres superiores, y el superhombre es, será, su personificación. Si reprocháramos a Nietzsche su incapacidad para dar una descripción clara del superhombre, podría replicarnos que, como éste no ha existido aún, difícilmente podría hacer de él una descripción detallada. Pero, aun así, si la idea del superhombre está destinada a actuar como un acicate, un estímulo y una meta, debe poseer algún contenido. Podríamos decir, quizá, que es el concepto de la integración y el desarrollo más altos posibles del poder intelectual, la fortaleza de carácter y de voluntad, la independencia, la pasión, la habilidad y el físico. Nietzsche alude en una ocasión a "el César romano con el alma de Cristo". El superhombre podría ser Goethe y Napoleón en una sola persona, apunta Nietzsche, o el dios epicúreo apareciendo de nuevo sobre la tierra. Sería un hombre profundamente culto, adornado de 135 todas las gracias corporales, poderoso y tolerante a la vez, sin considerar nada prohibido salvo la debilidad, ya bajo la forma de "virtud" ya bajo la de "vicio", el hombre que ha llegado a ser totalmente libre e independiente y que afirma la vida y el universo. En conclusión, el superhombre es todo lo que hubiese anhelado ser el afligido, el solitario, el atormentado y olvidado herr professor doctor Friedrich Nietzsche. 5. El superhombre y el orden de rangos El lector de Zarathustra puede fácilmente pensar que la idea del superhombre, conjugada con la de la transformación de los valores, es la principal de la obra. Y puede sentirse inclinado a concluir que Nietzsche aboga, en definitiva, por un desarrollo constante de las potencias del hombre. Pero Zarathustra no es únicamente el profeta del superhombre sino también el maestro de la doctrina del eterno retorno. Además, en Ecce Homo, Nietzsche nos informa de que la idea fundamental de Zarathustra es la del eterno retorno, que considera "la más alta fórmula de la actitud afirmativa hacia la vida que se haya logrado jamás". También nos dice que este "pensamiento fundamental" de la obra aparece por vez primera en el aforismo último de La Gaya Ciencia. Si, por lo tanto, la doctrina del eterno retorno es la idea fundamental de Zarathustra, difícilmente podemos menospreciada considerándola una excrecencia extraña en la filosofía de Nietzsche. Seguramente Nietzsche halló la idea del eterno retorno deprimente y opresiva pero, como pronto afirmó, la usó como prueba de su fortaleza, de su capacidad de decir "sí" a la vida tal como es. Así, en el notable aforismo de La Gaya Ciencia imagina a un espíritu apareciendo ante él y diciéndole que su vida, hasta en sus detalles más nimios, retornará de nuevo innumerables veces. Se plantea entonces si ha de dejarse vencer por este pensamiento y maldecir al mensajero, o aceptar el mensaje con un espíritu de afirmación de la vida, considerando que el eterno retorno coloca el sello de la eternidad sobre el mundo del devenir. De modo similar; en Más allá del bien y del mal, habla del hombre que acepta el mundo, el cual desea jugar de nuevo un sinnúmero de veces, y que grita encore no sólo al juego sino también a los actores. Nietzsche esgrime la idea contra la "estrechez y la simplicidad mitad alemanas, mitad cristianas" con la que se presenta el pesimismo de la filosofía de Schopenhauer. Además, en la tercera parte de Zarathustra, habla del sentimiento de disgusto ante el hecho de que, aun el hombre más inferior retornará, y que él mismo ha de "volver de nuevo a su propio yo para vivir una vida idéntica, en sus más importantes y en sus más nimios acontecimientos". Entonces procede a dar la bienvenida a ese retorno. "Oh, ¿cómo podría no arder en esta eternidad, en este círculo que enlaza los círculos: el círculo del retorno?" Asimismo, en las notas para su magnum opus se refiere varias veces a la teoría del eterno retorno como un gran pensamiento disciplinario, opresivo y liberador a la vez. Al mismo tiempo, presenta la teoría como una hipótesis empírica, y no meramente como un pensamiento aleccionador o una prueba de la fuerza interior. Leemos así que "el principio de conservación de la energía exige el retorno eterno". Si podemos considerar el mundo como un quantum determinado de fuerza o energía y como un número determinado de centros de fuerza, se sigue de ello que el proceso del mundo habrá de tomar la forma de sucesivas combinaciones de centros, siendo el número de tales combinaciones determinable en principio, es decir, finito. "En un tiempo infinito se deberían haber dado todas las combinaciones posibles. Como entre cada combinación y su retorno subsiguiente tendrían que darse todas las otras combinaciones posibles, y como cada una de ellas condiciona la sucesión total de combinaciones en las mismas series, ha de existir un ciclo de series absolutamente idénticas.” Una de las razones principales de la insistencia de Nietzsche en la teoría del eterno retorno es que le permite salvar un vacío de su filosofía. Traza sobre el flujo del devenir la imagen del ser, sin crear un ser que trascienda al universo. Además, al impedir la introducción de una deidad trascendente, corta el paso al panteísmo, a una nueva introducción subrepticia del concepto de Dios bajo el nombre de universo. De acuerdo con Nietzsche, si decimos que el universo nunca se repite, pero siempre está creando nuevas formas, manifestamos un anhelo de la noción de Dios. El propio universo se asimila al concepto de un Dios creador, y tal asimilación es excluida por la teoría del eterno retorno. La teoría excluye también, evidentemente, la idea de un "más allá" personal, sin embargo, crea un sustituto de la misma aunque la posibilidad de vivir la propia vida de nuevo, en todos sus detalles y un número sin fin de veces, sólo pueda ejercer una atracción muy limitada. En otras palabras, la teoría del eterno retorno expresa la resuelta 136 voluntad de Nietzsche de aceptar el mundo (Diesseitigkeit). El universo está cerrado en sí mismo, su significación es puramente inmanente, y el hombre verdaderamente fuerte, el auténtico hombre dionisiaco, afirmará este universo con firmeza, con coraje y aun con alegría, despreciando el escapismo como una manifestación de debilidad. Se ha dicho algunas veces que la teoría del eterno retorno y la del superhombre son incompatibles. Pero tal afirmación tiene escaso valor argumental, y difícilmente podemos decir que son lógicamente incompatibles. La teoría de los ciclos de retorno no excluye la del deseo del superhombre, o del superhombre mismo. Si bien es cierto que la teoría del eterno retorno elimina el concepto del superhombre como objetivo final de un proceso de creación no repetible, también lo es que Nietzsche no admite tal concepto, sino que, por el contrario, lo excluye por considerado una reintroducción subrepticia de una interpretación teológica del universo. 6. Consideraciones sobre la filosofía de Nietzsche. Algunos discípulos de Nietzsche han procurado transformar su pensamiento en un sistema, que aceptan como una especie de evangelio e intentan propagar, Pero, hablando en términos generales, su influencia ha tomado la forma de pensamiento estimulante en distintas direcciones. Esta influencia estimulante ha sido muy amplia, pero no ha tenido un carácter uniforme. Nietzsche ha significado distintas cosas para distintas gentes. En el campo de la moral y de los valores, por ejemplo, ha contribuido al desarrollo de una crítica naturalista de la moral, en unos casos, mientras que en otros ha llevado a elaborar una fenomenología de los valores. Otras personas, con una mente filosófica menos académica, se han sentido más atraídas por su teoría de la transformación de los valores. En el campo de la filosofía social y cultural algunos lo han utilizado para atacar a la democracia y al socialismo en favor de doctrinas como el nazismo, mientras que otros lo han presentado como un gran europeo, o un gran cosmopolita, un hombre que estaba por encima de cualquier punto de vista nacionalista. Para algunos ha sido, sobre todo, el hombre que diagnosticó la decadencia y el inminente colapso de la civilización occidental, y para otros su filosofía encarnaba el auténtico nihilismo, para el cual él precisamente proclamaba poseer el remedio. En el campo de la religión es para unos un ateo radical, empeñado en demostrar la perniciosa influencia de las creencias religiosas; otros han visto tras su vehemente ataque al cristianismo la evidencia de una preocupación fundamental por el problema de Dios. Algunos lo han analizado principalmente desde el punto de vista literario, como un hombre que supo desarrollar la potencialidad del lenguaje alemán; otros, como Thomas Mann, han sido influidos por su distinción entre los puntos de vista y las actitudes apolíneas y dionisíacas; otros aún, se sienten atraídos por sus análisis psicológicos. Evidentemente, el método de expresión de Nietzsche es responsable, en parte, de esta diversidad de interpretaciones, ya que muchos de sus libros consisten en aforismos. Sabemos que en algunos casos anotaba los pensamientos que le asaltaban en sus paseos solitarios y los unía después formando un libro. Los resultados son los que de un método tal se puede esperar. Por ejemplo, una reflexión sobre la sumisión de la vida burguesa, y el heroísmo y el autosacrificio presentes en la guerra y en el carácter del guerrero, da lugar a un aforismo o a un pasaje en favor de la guerra y de los guerreros en un momento, mientras que en otra ocasión la reflexión sobre el mismo tema le lleva a escribir sobre la destrucción Y. la devastación, sobre la pérdida de los mejores elementos de la nación, a menudo sin ganancia apreciable para ésta, sólo en beneficio de un puñado de individuos egoístas, y a concluir condenando la guerra como estúpida y suicida, igual para los vencedores que para los vencidos. De este modo, el comentador tanto puede presentar a Nietzsche como un amante de la guerra, como considerado un pacifista. Todo lo que se requiere para aclarar la cuestión es una selección cuidadosa de los textos. Complica la situación, evidentemente, la relación de la filosofía de Nietzsche con su vida y sus problemas personales. Podemos, además de centrar la atención en la palabra escrita, desarrollar una interpretación psicológica de su pensamiento y, tal como antes apuntamos, es posible hacer una interpretación existencial del significado del todo complejo que forman su vida y su obra. Es indiscutible que Nietzsche fue, en algunos aspectos, un pensador agudo y profético. Consideremos, por ejemplo, sus investigaciones en el campo de la psicología. Aunque no aceptemos como válido todo su análisis, debemos reconocer que formuló un número importante de ideas que han pasado a ser de uso común en la moderna psicología. Basta con que consideremos su teoría de los 137 ideales y motivaciones que operan encubiertamente o su concepto de la sublimación. Su uso del principio de la voluntad de poder como clave de la psicología humana es una idea que encuentra su expresión clásica en la teoría psicoanalista de Alfred Adler, aunque podamos añadir que Nietzsche lo exagera en extremo, y que, cuanto más amplio se hace la idea, más indefinido pasa a ser su contenido. Al mismo tiempo, el experimento de Nietzsche de usarla como clave de !a vida psíquica del hombre, lleva a centrar la atención sobre la actuación de un impulso poderoso, aunque no sea único. Además, si nos detenemos a contemplar los acontecimientos del siglo XX, a la luz de la predicción nietzscheana de la llegada de los "nuevos bárbaros" y de las guerras mundiales, no podemos dejar de reconocer que tuvo una profunda visión de la situación, muy superior a la de sus contemporáneos que se entregaban a una fe optimista y complaciente en la inevitabilidad del progreso. Aunque Nietzsche tuvo una visión clara en muchas cuestiones, fue, sin embargo, miope en otras. Por ejemplo, cometió un fallo al no haber prestado atención suficiente al problema de si su distinción entre vida ascendente y descendente, y la que estableció entre tipos superiores e inferiores de hombres, no presuponía tácitamente una auténtica objetividad de los valores que él rechazaba. Podría, claro está, hacerlo cuestión de gusto y de preferencia estética, tal como afirmó a veces. Pero entonces puede plantearse un problema semejante respecto a los valores estéticos, aunque quizá la distinción entre lo alto y lo bajo pase a ser simplemente cuestión de sentimiento subjetivo y no se exige que los sentimientos de uno hayan de ser aceptados por los demás como una norma. Además, como ya hemos indicado antes, Nietzsche no prestó la atención necesaria al problema de cómo el hombre puede imponer una estructura inteligible al flujo del devenir, estando él mismo sometido a dicho flujo, y existiendo como sujeto sólo como parte de la estructura que intenta imponer. En lo que respecta a la actitud de Nietzsche hacia el cristianismo, su ataque cada vez más violento contra él va acompañado de una progresiva incapacidad de hacerle justicia. Puede decirse que la vehemencia de su ataque es expresión en parte de una tensión interna y de una incertidumbre que intenta ahogar. Como él mismo decía, tenía sangre de teólogos en sus venas. Pero, si hacemos abstracción de la vehemencia y la unilateralidad de su ataque al cristianismo en particular, podemos decir que esta actitud forma parte de su campaña general contra todas las creencias y todas las filosofías que, como el idealismo metafísico, atribuye al mundo, a la existencia humana y a la historia, un significado, un propósito, o una meta, distinto al impuesto libremente por el hombre mismo. El rechazar la idea de que el mundo ha sido creado por Dios con un propósito, o que es la automanifestación de la idea absoluta del espíritu, da al hombre la libertad de atribuir a la vida el sentido que él quiera darle. Y la vida no tiene otro sentido. La idea de Dios, sea teísta o panteísta, da así paso al concepto del hombre como ser que da sentido al mundo y crea valores. ¿No podríamos sin embargo, decir que es, en último término, el propio mundo el que tiene la última palabra, y que el hombre, que le otorga sentido y establece la moral, es absorbido como una mota insignificante de polvo por los ciclos sin sentido de la historia? Si esto es así, el esfuerzo del hombre para dar sentido y valor a su vida aparece como un "No" desafiante, como un rechazo a la falta de sentido del universo, más que como una actitud positiva respecto a éste. ¿ Debemos por el contrario decir que la interpretación del mundo como carente de un sentido preestablecido, o de un propósito, y como una serie de ciclos sin fin es una ficción que manifiesta la voluntad de poder del hombre? Si así es, la cuestión de si el mundo tiene o no un sentido dado, o un propósito, sigue en pie. Una cuestión final. Los filósofos profesionales que leen a Nietzsche pueden interesarse especialmente en su crítica de la moral, o en su análisis fenomenológico, o en sus teorías psicológicas, pero lo que probablemente llame la atención del lector común son los remedios que el filósofo expone contra la amenaza de lo que denomina nihilismo, la crisis espiritual del hombre moderno. Será su idea de la transformación de los valores, su concepción del orden de rangos y el mito del superhombre lo que atraerá su atención. Podemos decir, sin embargo, que lo realmente significativo, en lo que podríamos llamar el aspecto no académico de Nietzsche, no son sus supuestos antídotos contra el nihilismo sino más bien su propia existencia y su pensamiento, como expresión dramática de una viva crisis espiritual para la cual no hay ninguna salida en su propia filosofía. 138 PEIRCE HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VIII Frederick Copleston 1. Vida de Peirce Si bien pueden encontrarse ideas pragmatistas en los escritos de otros pensadores, el iniciador del movimiento pragmatista en Norteamérica fue en todos los aspectos Charles Sanders Peirce (1839-1914). Es cierto que el término "pragmatismo" se asocia principalmente con el nombre de William James, porque el estilo de James, como orador y como escritor, y su evidente preocupación por los problemas generales que interesaban a los hombres de pensamiento, le ganaron rápidamente un prestigio público duradero, mientras que Peirce fue poco conocido o apreciado como filósofo durante su vida. Pero tanto James como Dewey reconocieron su deuda para con Peirce. Y desde su muerte, la reputación de Peirce ha ido creciendo, aun cuando, por la naturaleza de su pensamiento, sigue siendo en gran medida un filósofo para filósofos. Peirce era hijo de un matemático y astrónomo de Harvard, Benjamín PeIrce (1809-1880) Y sus propios estudios culminaron en la licenciatura en Química que obtuvo en Harvard en 1863. Desde 1861 a 1891 figuró en el Consejo administrativo del United States Coast and Geodetic Survey, aunque desde 1869 perteneció también, y durante varios años, al Observatorio de Harvard. El único libro que publicó, Photometric Researches (Investigaciones fotométricas, 1878), contenía los resultados de una serie de observaciones astronómicas propias. Durante los años académicos 1864-1865 y 1869-1870, Peirce enseñó en Harvard la historia primitiva de la ciencia moderna, y en 1870-1871 explicó lógica. De 1879 a 1884 fue docente de Lógica en la Universidad John Hopkins, pero por diversas razones no se le renovó el contrato. Y ya nunca más tuvo un puesto académico, a pesar de los esfuerzos de William James en su favor. En 1887 Peirce se instaló con su segunda mujer en Pennsylvania e intentó arreglárselas escribiendo reseñas y artículos para diversos diccionarios. De hecho escribió mucho, pero aparte de algunos artículos, su obra permaneció inédita hasta la publicación póstuma de sus Collected Papers (Escritos reunidos), de los que aparecieron seis volúmenes en 1931-1935 Y otros dos volúmenes en 1958. Peirce no aprobó la forma en que William James desarrollaba la teoría del pragmatismo, y en 1905 cambió el nombre de su propia teoría, sustituyendo pragmatism por pragmaticism y anotando que el término era lo suficientemente feo como para no correr el peligro de que nadie se lo apropiara. Al mismo tiempo tuvo en mucho la amistad de J ames, quien hizo lo que pudo por conseguir un trabajo remunerativo para el filósofo abandonado y acosado por la pobreza. Peirce murió de cáncer en 1914. 2. La objetividad de la verdad Tal vez sea cierto que la mayoría de la gente para quien la palabra "pragmatismo" tiene un significado definido la asocia primariamente con un cierto concepto de la naturaleza de la verdad, a saber, con la tesis de que una teoría es verdadera en la medida en que "funciona", en la medida en que, por ejemplo, es útil o fructífera socialmente. Hay que decir, pues, desde el principio, que la esencia del pragmatismo o pragmaticismo de Peirce consiste en una teoría del significado, más que en una teoría de la verdad. Es tal teoría del significado la que examinaremos aquí. Por ahora, podemos considerar brevemente qué dice Peirce sobre la verdad. Y veremos que, sea o no cierto que la identificación de la verdad con "lo que funciona" represente la opinión real de William James, sin duda no representa la de Peirce. Peirce distingue distintos tipos de verdad. Hay, por ejemplo, lo que él llama verdad trascendental, que pertenece a las cosas en cuanto tales. Y si decimos que la ciencia busca este tipo de verdad, habrá que entender que la ciencia investiga los caracteres reales de las cosas, los caracteres que éstas tienen, los conozcamos o no como tales. Pero aquí lo que nos interesa es lo que Peirce llama verdad compleja, que es la verdad de las proposiciones. Ésta, a su vez, puede subdividirse. Tenemos, por ejemplo, la verdad ética o veracidad, que consiste en la 139 adecuación de una proposición con las convicciones de quien habla o de quien escribe. y tenemos la verdad lógica: la adecuación de una proposición con la realidad, en un sentido que debemos definir ahora. "Cuando hablamos de verdad y falsedad nos referimos a la posibilidad de que la proposición sea refutada." Es decir, si pudiéramos deducir legítimamente de una proposición una conclusión contradictoria con respecto a un juicio perceptivo inmediato, la proposición sería falsa. Con otras palabras, una proposición es falsa si la experiencia puede refutada, Si la experiencia no puede refutada, la proposición es verdadera. Tal vez esto parezca indicar que para Peirce verdad y verificación son una misma cosa. Pero pronto veremos que con razón niega tal identidad; porque lo que dice no es que una proposición sea verdadera si se verifica empíricamente, sino que es verdadera si la experiencia no la refuta, siempre que tal comprobación sea posible. De hecho, tal vez no lo sea. Pero podemos seguir diciendo que una proposición será falsa si, hablando crudamente, en el caso de que la confrontación con la realidad fuera posible se mostrara en desacuerdo con ésta tal como se nos da en la experiencia; y que de lo contrario será verdadera. Peirce puede, pues, decir sin peligro de incoherencia que "toda proposición es verdadera o falsa". Ahora bien, hay ciertas proposiciones cuya refutación no puede concebirse. Tales, por ejemplo, las proposiciones de la matemática pura. Así, según la interpretación de la verdad antes mencionada, la verdad de una proposición en matemática pura descansa" en la imposibilidad de encontrar un solo caso en el cual falle". Peirce escribe a veces de un modo un tanto desconcertante sobre las matemáticas. Dice, por ejemplo, que el matemático puro trata exclusivamente de hipótesis que son producto de su propia imaginación, y que ninguna proposición pertenece a la matemática pura "hasta que queda desprovista de todo significado definido". Pero aquí hay que entender "significado" en el sentido de "referencia". Una proposición de la matemática pura no dice nada sobre las cosas reales: el matemático puro, como dice Peirce, no se preocupa de si hay o no hay cosas reales que correspondan a sus signos. Y tal ausencia de "significado" es, por supuesto, la razón por la cual las proposiciones de la matemática pura no pueden ser refutadas y son, por lo tanto, necesariamente verdaderas. Hay otras proposiciones, sin embargo, que no sabemos con certeza absoluta SI son verdaderas o falsas. Son las que Leibniz llama verdades de hecho, para distinguirlas de las verdades de razón. E incluyen, por ejemplo, las hipótesis científicas y teorías metafísicas sobre la realidad. En el caso de una proposición que no puede ser refutada sabemos que es verdadera. Pero una hipótesis científica puede ser verdadera sin que nosotros lo sepamos. Y de hecho no podemos saber con seguridad que es verdadera. Porque aunque la refutación empírica demuestre que una hipótesis es falsa, lo que llamamos verificación no prueba que una hipótesis sea verdadera, si bien es cierto que da una base para aceptada provisionalmente como tal. Si de la hipótesis X se deduce legítimamente que en ciertas circunstancias debe ocurrir el suceso y, y si en tales circunstancias y no ocurre, podemos concluir que X es falsa. Pero que Y ocurra no prueba infaliblemente que X sea verdadera. Porque puede ocurrir, por ejemplo, que la conclusión de que en las mismas circunstancias deba darse el evento y pueda deducirse de la hipótesis Z que por otras razones sea preferible a X. Las hipótesis científicas pueden gozar de distintos grados de probabilidad, pero todas ellas están sujetas a una posible revisión. De hecho, todas las formulaciones de lo que pasa por el conocimiento humano son inseguras, falibles. No es necesario añadir que el principio de la falibilidad de Peirce no implica una negación de la verdad objetiva. La investigación científica está movida por una búsqueda desinteresada de la verdad objetiva. Nadie plantearía una pregunta teórica si no creyera que existe la verdad. Y "la verdad consiste en una adecuación de algo independiente de su ser pensado o de la opinión de cualquier hombre sobre tal tema". Pero si combinamos la idea de la búsqueda desinteresada de la verdad objetiva conocida como tal con el principio de la falibilidad, según el cual el dogmatismo es el enemigo de la búsqueda de la verdad, tenemos que pensar en la verdad absoluta y final como el fin ideal de la investigación. Tal ideal permanece eternamente por encima de nuestros esfuerzos por alcanzado, y sólo podemos aproximarnos a él. La verdad puede definirse, pues, desde distintos puntos de vista. Desde uno de ellos, la verdad puede significar" el Universo de toda la Verdad". "Todas las proposiciones se refieren a uno y el mismo sujeto particular..., a saber, a La Verdad, que es el universo de los universos y cuya realidad se da por supuesta." Desde un punto de vista 140 epistemológico, sin embargo, puede definirse la verdad como "la concordancia de una afirmación abstracta con el límite ideal hacia el cual tendería una investigación limitada para obtener una convicción científica". No debe extrañar que este pasaje recuerde la noción idealista de la verdad como totalidad, el sistema total de la verdad, y no lo que normalmente se entendería por el término "pragmatismo". Peirce, en efecto, reconoció abiertamente ciertos puntos de similitud entre su propia filosofía y la de Hegel. 3. Rechazo del método de la duda universal Con respecto a la búsqueda de la verdad, Peirce rechaza la tesis cartesiana de que hay que empezar dudando de todo hasta encontrar un punto de partida indudable y libre de presupuestos. En primer lugar, no se puede dudar simplemente a voluntad. La duda real o verdadera aparece cuando una cierta experiencia, externa o interna, entra en conflicto o parece estado con alguna de nuestras creencias. Y cuando tal ocurre, emprendemos una nueva investigación con el fin de superar el estado de duda, bien reestableciendo la creencia original sobre una base más firme, bien sustituyéndola por otra creencia mejor fundada. Así, la duda es un estímulo para la investigación y en este sentido tiene un valor positivo. Pero para dudar de la verdad de una proposición, debe existir una razón que nos haga dudar de la verdad de tal proposición o de otra que dependa de ella. Todo intento de aplicar el método de la duda universal no lleva más que a una duda falsa o ficticia. Y ésta no es de ningún modo la duda propiamente dicha. Peirce sin duda está pensando en primer lugar en la investigación científica. Pero aplica sus ideas en una forma totalmente general. Todos partimos de ciertas creencias, a las cuales Hume llama creencias naturales y el filósofo, de hecho, tratará de hacer explícitas las creencias naturales que damos por supuestas, y las someterá a un examen crítico. Pero ni siquiera puede dudar de ellas a voluntad: necesita una razón que le haga dudar de la verdad de esta o aquella particular creencia. Y si tiene o cree tener tal razón, verá también que su propia duda presupone otra creencia o creencias. Con otras palabras, no podemos tener, ni lo necesitamos, un punto de partida absolutamente libre de presupuestos. La duda universal cartesiana no es de ningún modo una duda real. "Porque la duda real no empieza dudando." El partidario de Descartes contestaría tal vez que en principio opera con una duda "metódica", más que con una duda "real" o "genuina". Pero la tesis de Peirce es que la duda metódica, en cuanto se diferencia de la duda real, no es duda en absoluto. O tenemos un motivo para dudar o no lo tenemos. En el primer caso, la duda es real. En el segundo caso, la duda es solo fingida o falsa. Teniendo en cuenta tal punto de vista, es fácil entender la afirmación de Peirce de que" el espíritu científico exige que el hombre esté en todo momento dispuesto a desprenderse de su bagaje de creencias en el instante en que la experiencia las desmienta". Y Desde luego, está hablando de creencias teóricas, caracterizadas sobre todo por la expectación, Si un hombre mantiene la creencia X, cree que, por ejemplo, en ciertas circunstancias debe ocurrir el hecho Y. Y si éste no ocurre, dudará, por supuesto, de la verdad de la creencia. Antes de que la experiencia y la creencia se contradigan, todo hombre de espíritu científico debe estar dispuesto a abandonar cualquier creencia sobre el mundo en el caso de que tal contradicción ocurra. Porque, como ya hemos visto, considera que todas sus creencias están sometidas a una posible corrección. Pero de ningún modo se sigue de ahí que deba empezar o que empiece con la duda universal. 4. La lógica, las ideas y el análisis pragmatista del significado El pragmatismo, tal como lo concibe Peirce, "no es una Weltanschauung (visión del mundo) sino un método de pensamiento con el fin de aclarar las ideas". Pertenece, pues, a la metodología, a lo que Peirce llama "metodéutica". Y puesto que acentúa los fundamentos y conexiones lógicas del pragmatismo, vale la pena decir primero algo sobre su concepto de la lógica. Peirce divide la lógica en tres partes principales, la primera de las cuales es la gramática especulativa. Trata ésta de las condiciones formales de los signos desprovistos de significado. Un signo, al que Peirce llama "representamen", representa a un objeto para alguien a quien le sugiere un signo más desarrollado: el "interpretante". El signo, por supuesto, representa a un objeto por referencia a ciertos "caracteres” y a esa referencia se la llama "el fundamento". Pero puede 141 decirse que la relación significativa de la función semiótica de los signos es para Peirce una relación triádica entre el representamen, el objeto y el interpretante. La segunda gran división de la lógica, la lógica crítica, trata de las condiciones formales de verdad de los símbolos. Bajo este título, habla Peirce del silogismo o argumento, que puede dividirse en argumento deductivo, inductivo y "abductivo". El argumento inductivo, de carácter estadístico, parte de la hipótesis de que lo que es verdadero de un número determinado de miembros de una clase, es verdadero de todos los miembros de tal clase. Y en relación con la inducción, Peirce considera la teoría de la probabilidad. El argumento abductivo tiene carácter predicativo. Es decir, formula una hipótesis derivada de los hechos observados y deduce lo que ocurriría si la hipótesis fuera cierta. Y luego puede comprobarse la predicción. Desde un cierto punto de vista, nos dice Peirce, el pragmatismo puede definirse como la lógica de la abducción. La fuerza de tal afirmación quedará clara en seguida. La tercera gran división de la lógica, la retórica especulativa, trata de lo que Peirce llama las condiciones formales de la fuerza de los símbolos o "las condiciones generales de la relación de los símbolos y de los otros signos con los interpretantes a los que intentan determinar". En la comunicación, un signo da lugar a otro signo -el interpretanteen el intérprete. Peirce insiste en que el intérprete no es necesariamente un ser humano: Y puesto que quiere, en lo posible, prescindir de la psicología, presta mas atención al Interpretante que al Interprete. En cualquier caso, se simplifica la cuestión si pensamos que un signo produce otro signo en una persona. Podemos ver, pues, que la retórica especulativa tratará en gran medida de la teoría del significado. Porque significado es "el pretendido interpretante de un símbolo". Si hablamos de un término, de una proposición o de un argumento, su significado será el pretendido interpretante en su totalidad y puesto que el pragmatismo es para Peirce un método o regla para determinar el significado, es obvio que pertenece a la retórica especulativa, o está en íntima conexión con ella, que también puede llamarse "metodéutica". Más exactamente, el pragmatismo es un método o una regla para aclarar las ideas, para determinar su significado. Pero hay distintos tipos de ideas. En primer lugar, está la idea de una percepción o de un dato sensible en sí mismo, sin relación con ninguna otra cosa. Tal sería la idea de lo azul o de lo rojo. En la terminología de Peirce, tal es la idea de una "primeridad". En segundo lugar, está la idea del actuar que implica dos objetos, a saber, el agente y el paciente o aquel sobre el que recae la acción. Tal es la idea de una "segundidad". En tercer lugar, está la idea de una relación de signo: de un signo que significa para un intérprete que una determinada propiedad pertenece a un cierto objeto o, mejor, a un cierto tipo de objeto. Tal es la idea de una "terceridad". Y a tales ideas, que pueden concebirse como ideas universales, Peirce las llama conceptos o concepciones intelectuales. En la práctica, el pragmatismo es un método o una regla para determinar su significado. Peirce formula el principio del pragmatismo de diversas formas. Una de las más conocidas es la siguiente. "Para comprobar el significado de una concepción intelectual, hay que considerar las consecuencias prácticas que podrían derivarse necesariamente de la verdad de tal concepción; y la suma de tales consecuencias constituirá el significado completo de la concepción." Por ejemplo, supongamos que alguien me dice que un cierto objeto es duro, y supongamos que no sé lo que significa la palabra "duro". Se me puede explicar que decir que un objeto es duro significa, entre otras cosas, que si alguien presiona moderadamente sobre él, no se comporta de la forma que lo hace la mantequilla; que si alguien se sienta sobre él, no se hunde en el objeto, etc. Y la suma total de "consecuencias prácticas" que se siguen necesariamente de ser cierta la afirmación de que un objeto es duro, dan el significado total del concepto. Si yo no creo todo esto, sólo tengo que separar todas estas" consecuencias prácticas" del significado del término. Veré entonces que es imposible distinguir entre los significados de "duro" y "blando". Ahora bien, si entendemos que el sentido de las palabras de Peirce es que el significado de un concepto intelectual es reductible a las ideas de determinados datos sensibles, tenemos que llegar a la conclusión de que Peirce está contradiciendo su afirmación de que los conceptos intelectuales no son reductibles a ideas de "primeridad". Y si interpretamos que lo que dice es que el significado de un concepto intelectual es reductible a las ideas de determinadas acciones, tendremos que llegar a la conclusión de que contradice su afirmación de que tales conceptos no son reductibles a ideas de "segundidad". Pero 142 Peirce no dice ni una cosa ni la otra. Su tesis es que el significado de un concepto intelectual puede explicarse a base de las relaciones necesarias entre las ideas de segundidad y las ideas de primeridad, es decir, entre las ideas de volición o acción y las ideas de percepción. Como él explica, cuando habla de "consecuencias" se está refiriendo a la relación (consequentia) entre un consiguiente y un antecedente, y no simplemente al consiguiente (consequens). De este análisis se sigue evidentemente que el significado de un concepto intelectual tiene una cierta relación con la conducta. Porque las proposiciones condicionales en las que se explica el significado tratan de la conducta. Pero, también es obvio, Peirce no está insinuando que para entender o explicar el significado de un concepto intelectual tengamos que hacer, de hecho, algo, o llevar a cabo determinadas acciones mencionadas en la explicación del significado. Yo puedo explicarle a un intérprete el significado de "duro" provocando en su entendimiento la idea de que si tuviera que llevar a cabo una determinada acción con respecto al objeto calificado de duro, tendría una experiencia determinada. No es preciso que de hecho lleve a cabo la acción para entender lo que significa "duro". Ni siquiera es necesario que la acción sea posible, siempre que sea concebible. Con otras palabras, el significado de un concepto intelectual puede explicarse a base de proposiciones condicionales; pero, para entender el significado no es preciso que las condiciones se cumplan de hecho. Sólo es preciso que se conciban. Hay que notar que esta teoría del significado no contradice la tesis de Peirce, antes mencionada, de que hay que distinguir entre verdad y verificación. Si, por ejemplo, digo que un objeto determinado pesa, y si explico que esto significa que cuando falte una fuerza opuesta el objeto caerá, lo que digo es que el cumplimiento de la proposición condicional verificará mi afirmación. Pero verificar significa demostrar la verdad de una proposición, es decir, que tal proposición es verdadera antes de cualquier verificación, verdadera independientemente de que yo o cualquier otro realicemos una determinada acción. 5. El pragmatismo y el realismo Aunque esto nos lleve a la ontología, es preciso insistir aquí en la convicción de Peirce de que la teoría pragmatista del significado exige la negación del nominalismo y la adhesión al realismo. Un concepto intelectual es un concepto universal, cuyo significado se explica mediante proposiciones condicionales. Tales proposiciones condicionales son, en principio, verificables. Y la posibilidad de verificación muestra que por lo menos algunas de las proposiciones que explican el significado de los conceptos intelectuales expresan algo de la realidad, que lo es independientemente de su ser expresado en un juicio. Por ejemplo, la afirmación "el hierro es duro" es una predicción; si X entonces Y. Y normalmente la predicción realizada o verificada demuestra que debe haber ahora algo real, de una naturaleza general, que dé cuenta de una realidad futura. Tal cosa real ahora es para Peirce una posibilidad real, que compara con la esencia o naturaleza común de la filosofía de Duns Scoto; pero para Peirce tiene una estructura relacional, expresada en la proposición condicional que explica el significado del concepto universal. Así, Peirce la llama "ley". Los conceptos universales, pues, tienen en la realidad un fundamento objetivo o una contrapartida, a saber, las "leyes". Hemos hablado de ideas de terceridad. Pero el realismo de Peirce puede verse también en su exposición de las ideas de primeridad. La idea de lo blanco, por ejemplo, tiene su contrapartida objetiva en la realidad, a saber, no sólo las cosas blancas, sino la blancura como esencia. La blancura como tal, como realidad no existe. Sólo existen como tales las cosas blancas. Pero para Peirce la blancura es una posibilidad real. Desde el punto de vista epistemológico, es la posibilidad real de una idea; de una idea de primeridad. En general, el conocimiento humano y la ciencia exigen como condición necesaria la existencia de un reino de posibilidades reales, de "esencias", de una naturaleza general. Así, no podemos aceptar la tesis nominalista de que la generalidad pertenece sólo a las palabras en cuanto representan una pluralidad de entidades individuales. 6. El análisis pragmatista del significado y el positivismo La formulación del principio pragmatista, citado en el apartado cuarto de este capítulo, recuerda inmediatamente el criterio neopositivista del significado. Pero para poder hablar de la relación 143 entre la teoría del significado de Peirce y el positivismo hay que indicar antes algunas diferencias, a fin de aclarar el problema. En primer lugar, cuando el propio Peirce habla de positivismo se refiere, huelga decirlo, al positivismo clásico representado, por ejemplo, por Auguste Comte y Karl Pearson. Y si bien reconoce que el positivismo en este sentido ha prestado un servicio a la ciencia, ataca también explícitamente algunos elementos que descubre o achaca a tal corriente filosófica. Por ejemplo, atribuye a Comte la opinión de que una verdadera hipótesis debe ser prácticamente verificable por observación directa; y se apresura a rechazar tal punto de vista, aduciendo que para que una hipótesis sea significativa lo único que se requiere es que puedan concebirse sus consecuencias prácticas, no que sea verificable en la práctica. Además, Peirce se niega a aceptar que sólo lo directamente observable deba ser postulado en hipótesis. Porque en la hipótesis se infiere lo futuro, un "será" o "sería", y un "sería" ciertamente no es directamente observable. Más aún, es falso considerar a las hipótesis como simples artificios imaginarios que estimulan la observación. Una hipótesis puede tener, por ejemplo, una probabilidad inicial, en cuanto resultado de una inferencia legítima. En general, pues, Peirce cree a los positivistas demasiado preocupados por el proceso de la verificación práctica y demasiado dados a decir que esto o aquello es inconcebible. No obstante, no se puede inferir sin más de la crítica de Peirce a Comte y Pearson que su teoría del significado no tenga nada en común con el neopositivismo (o positivismo lógico, como suele llamársele en Inglaterra). Porque si bien los neopositivistas en principio tendieron a identificar el significado de una hipótesis empírica con su modo de verificación, no quisieron implicar que su significado pudiera identificarse con el proceso real de verificación. Identificaron el significado con la idea del modo de verificación, considerada, según la terminología de Peirce, como las consecuencias prácticas de la hipótesis. Además, no insistieron en que una hipótesis deba ser verificable directamente para ser significativa. No es mi intención mostrarme de acuerdo con el criterio del significado neopositivista. De hecho, no estoy de acuerdo con él. Pero esto no importa ahora. Lo que importa es que la teoría del significado expuesta por los neopositivistas, en cualquier caso, no queda afectada por algunas de las críticas apuntadas por Peirce, justamente o no, contra el positivismo tal como él lo conocía. Debe señalarse también que el problema no está en decidir si Peirce fue o no un positivista, porque está perfectamente claro que no lo fue. Como se verá en seguida, esbozó una metafísica que en ciertos aspectos por lo menos se parece al idealismo absoluto de Hegel. El problema es más bien decidir si los neopositivistas tienen motivos para ver en Peirce a su predecesor, no sólo en el sentido de que sus análisis "pragmaticistas" del significado tengan una clara afinidad con los suyos, sino también en el sentido de que si hubiera sido realmente consecuente con su teoría del significado habría descartado la metafísica que de hecho desarrolló. Con otras palabras, dada su teoría del significado, ¿tenía Peirce que haber sido positivista? Es decir, ¿debía haber anticipado el neopositivismo en una medida mucho mayor a la que de hecho lo hizo? En su conocido escrito sobre How to make our ideas clear (Cómo aclarar nuestras ideas) Peirce afirma que "la esencia de una convicción es el establecimiento de un hábito; y las distintas convicciones se distinguen por los distintos modos de acción a que dan lugar". Si no hay ninguna diferencia entre las formas de conducta o acción a que dan lugar dos convicciones prima Jade distintas, no tenemos dos convicciones sino una. Es fácil poner un ejemplo. Si un hombre dice que cree que hay otras personas además de él mismo, mientras que otro hombre dice que cree lo contrario, y si vemos que ambos actúan exactamente de la misma forma, hablando con los demás, preguntándoles, escuchándoles, escribiéndoles cartas, etc., es lógico que decidamos que, diga lo que diga, el segundo hombre en realidad cree lo mismo que el primero, es decir, que además de él hay otras personas. Peirce aplica esta idea al supuesto conflicto de creencias entre católicos y protestantes con respecto a la Eucaristía, sosteniendo que mientras ambas partes se comporten de la misma forma no puede haber una diferencia real en la creencia. En cualquier caso, a primera vista esta tesis parece estar en clara contradicción con los hechos. Por ejemplo, los católicos practicantes hacen una genuflexión ante el Santo Sacramento, rezan ante el Tabernáculo donde se guarda el Santo Sacramento, etc., mientras los protestantes de que habla Peirce no 144 hacen nada de esto por la simple razón de que no creen en la "presencia real". Pero si consideramos más de cerca lo que Peirce dice sobre el tema, veremos que lo que en realidad afirma es que los católicos y los protestantes esperan los mismos efectos sensibles del Sacramento. Porque, dejando a un lado sus creencias religiosas, ambas partes esperan, por ejemplo, que el consumir el pan consagrado tendrá los mismos efectos físicos que el consumir el pan no consagrado. Y esto es, por supuesto, totalmente cierto. El católico que cree en la transustanciación no niega que, después de la consagración, la "especie" del pan tendrá los mismos efectos sensibles que el pan no consagrado. La importancia del argumento de Peirce respecto a su relación con el positivismo tal vez no se vea a primera vista. Pero de hecho, su forma de razonar es importante en extremo, porque dice explícitamente que quiere señalar "la imposibilidad de pensar en una idea que se refiera a algo distinto de los efectos sensibles concebidos de las cosas. Nuestra idea de algo es nuestra idea de sus efectos sensibles, y si creemos que tenemos otra idea nos engañamos, y confundimos una simple sensación que acompaña al pensamiento con una parte del pensamiento mismo". En el contexto inmediato esto significa que afirmar que un objeto tiene los efectos sensibles del pan y pretender al mismo tiempo que sea el Cuerpo de Cristo es incidir en una "jerga absurda". En un contexto más amplio, parece deducirse claramente de la tesis de Peirce que todo lo que se diga en metafísica sobre realidades espirituales, que no pueda explicarse con el lenguaje que sirve para hablar de los "efectos sensibles", no tiene sentido, o que no tiene más que un sentido emotivo. No es preciso decir que no estamos hablando de la controversia teológica entre católicos y protestantes. Si he mencionado el pasaje en que Peirce se refiere a este tema es sencillamente porque en él afirma explícitamente que la idea que tenemos de cualquier cosa es la idea de sus efectos sensibles. Y si tal afirmación no es fundamento suficiente para la tesis de que algunos aspectos del pensamiento de Peirce constituyen una anticipación del neopositivismo, es difícil encontrar otras afirmaciones que sirvan a tal propósito. Lo que no significa que no haya otros aspectos de su pensamiento que se alejan profundamente del positivismo. Y nadie, que yo sepa, ha intentado negado. 7. Ética pura y ética práctica En cuanto a la ética, puede notarse que Peirce la define de varias maneras, como, por ejemplo, la ciencia del bien y del mal, la ciencia de los ideales, la filosofía de los fines. Pero también nos dice que "hay demasiada tendencia a definir la ética como la ciencia del bien y del mal". Es cierto que la ética trata del bien y del mal; pero la cuestión fundamental es otra: ¿Cuál es mi fin? ¿Para qué existo? Con otras palabras, el problema fundamental de la ética consiste en determinar el fin de la conducta, entendiéndose por conducta la acción deliberada y sometida a autocontrol. El concepto del bien es, pues, básico en la ética de Peirce. Según Peirce, sin embargo, la ética se divide en dos grandes ramas. La ética pura investiga la naturaleza de lo ideal: el summum bonum o el fin último de la conducta. "La vida no puede tener más que un fin. y a la ética le toca determinarlo." La ética práctica trata de la adecuación de una determinada acción al ideal, al fin. La primera, la ética normativa, puede ser llamada una ciencia pre-normativa, mientras que la ética práctica es de carácter estrictamente normativo. Ambas son imprescindibles. Por una parte, un sistema de ética práctica nos proporciona un programa para la futura conducta deliberada o controlada. Pero toda conducta deliberada tiene un fin, está referida a un fin. Y puesto que el fin o el objeto último los determina la ética pura, ésta se halla presupuesta en la ética práctica. Por otra parte, el pragmatismo exige que el concepto del fin pueda explicarse a base de las consecuencias prácticas ya concebidas, en proposiciones condicionales que refieran a la conducta deliberada o controlada. De aquí no se deduce, sin embargo, que el pragmatista sea en ética defensor de la acción por la acción misma. Porque, como hemos visto, la acción deliberada o racional -y éste d el objeto de la ética- va dirigida a la realización de un fin, un ideal. "La ética pura", nos dice Peirce, "ha sido y será siempre teatro de discusiones puesto que su estudio consiste en el desarrollo gradual hacia el reconocimiento claro de un fin satisfactorio". Tal objeto o fin satisfactorio de la conducta debe ser un fin infinito, es decir, un fin que pueda perseguirse indefinidamente. Y hay que encontrado en lo que podríamos llamar la racionalización del universo. Porque el fin racional o 145 razonable es el único plenamente satisfactorio en sí mismo. Lo que significa que el summum bonum o bien supremo es en realidad el proceso mismo evolutivo en cuanto racionalización progresiva de la realidad, como el proceso por el cual lo que existe va siendo cada vez más racional. El fin último es, pues, un fin cósmico. Pero "en sus últimas etapas la evolución se realiza cada vez más bajo un autocontrol". Y es aquí donde entra la acción específicamente humana. El autocontrol es lo que posibilita "un deber-ser de la conducta". Peirce, pues, ve el proceso cósmico como algo que tiende a la realización de la razón o la racionalidad, y considera al hombre cooperador en tal proceso. Además, puesto que el fin último es un fin general, un fin cósmico (por decirlo así) tiene que ser también un fin social, común a todos los hombres. La conciencia, creada y modificada por la experiencia, es en cierto sentido pre-ética: pertenece a lo que Peirce llama una conciencia de la comunidad, que existe a un nivel del alma en el cual los individuos no pueden distinguirse fácilmente. Y de hecho, una gran parte de la vocación moral está condicionada por el lugar y la función de cada uno en la comunidad a la cual pertenece. Y debemos vislumbrar, por encima del organismo social limitado, "una identificación de los propios intereses con los de una comunidad ilimitada". Y el amor universal es el ideal moral más importante. Puesto que el pragmatismo de Peirce es primariamente una teoría del significado y un método para aclarar los conceptos, es antes de nada una materia de la lógica; pero sin duda, puede aplicarse a la ética. Porque hay que interpretar los conceptos éticos como formas de conducta pensadas de antemano aunque, como hemos visto, la reflexión o la conducta deliberada o controlada conduzcan inevitablemente a la reflexión como término de la conducta. Si interpretamos los conceptos y las proposiciones éticas a base de las consecuencias buenas y malas, no podemos evitar preguntamos: ¿ qué es lo bueno? Con otras palabras, el pragmatismo no es sólo una doctrina práctica, de la acción por la acción misma. La teoría y la práctica, insiste Peirce, van juntas. Por esto, el pragmatismo aplicado a la ciencia no es una doctrina de la acción por la acción. Hemos notado ya que Peirce rechazó lo que consideraba el culto positivista de la verificación real. Es cierto que puede decirse que el análisis pragmatista de las hipótesis científicas anticipa la conducta o la acción; pero en sí mismo el análisis es una investigación teórica. De igual modo, la ética anticipa la conducta moral; es una ciencia normativa. Pero, no obstante, es una ciencia, una investigación teórica, aunque, por supuesto, sería estéril si no le siguiera la conducta. A veces Peirce parece decir que la ética es fundamental y que la lógica es una aplicación de aquélla. Porque pensar o razonar es en sí una forma de conducta, y "no es posible ser total y racionalmente lógico sino sobre una base ética". En efecto, la lógica, en cuanto trata de lo que debemos pensar, "tiene que ser una aplicación de la doctrina de lo que deliberadamente decidimos hacer, que es la ética". Y al mismo tiempo, Peirce no quiere decir en realidad que la lógica pueda derivarse de la ética en mayor medida que la ética pueda derivarse de la lógica. Para él son ciencias normativas distintas. Pero puesto que el pragmatismo enseña que "hay que interpretar lo que pensamos a base de lo que estamos dispuestos a hacer", tiene que haber ciertas relaciones entre la lógica y la ética. Una relación que merece ser notada es la siguiente. Hemos visto que, según Peirce, ningún individuo en ningún momento puede alcanzar una certeza absoluta con respecto a la verdad de una hipótesis. Al mismo tiempo puede darse una aproximación "infinita" o ilimitada a esa certeza a través de la ilimitada y continua comunidad de observadores, mediante una verificación repetida, que abra la posibilidad de llegar al límite ideal de la certeza. Así, en la esfera moral, el experimento de la conducta, por decido así, tiende a favorecer, a través de la comunidad ilimitada de la humanidad, el reconocimiento claro de la naturaleza del fin supremo de la vida y de su "significado": sus implicaciones con respecto a la acción concreta. Y podemos vislumbrar, como límite ideal, en cualquier caso, el acuerdo universal. En realidad, Peirce no duda en decir que "con respecto a los fines morales podemos esperar con fundamento que la discusión hará que en último término una u otra parte modifique sus sentimientos hasta llegar así a un acuerdo total". Esto, evidentemente, presupone que la base de la moral es objetiva, que el bien supremo o fin último está por descubrir y que en principio es posible llegar a un acuerdo sobre él. y tal punto de vista sin duda distingue la ética de Peirce de la teoría emotiva, 146 especialmente en su forma más arcaica y cruda, asociada con la primera época del neopositivismo moderno. Lo mismo puede decirse de su idea de analizar las proposiciones morales según el método con que analiza las proposiciones científicas, por no hablar de su idea general de la evolución como un proceso que tiende a la racionalización de la comunidad ilimitada, idea mucho más afín al idealismo absoluto que al positivismo. principios lógicos en cuanto principios del ser, el universo debe tener una explicación unificativa. En otra época, Peirce acentuaba la base observativa de la metafísica. "La metafísica, aun la mala metafísica, en realidad se apoya, consciente o inconscientemente, en observaciones." Y según esto, Peirce deduce las categorías ontológicas fundamentales de la fenomenología o "faneroscopia", investigando los elementos formales irreductibles en todas y cada una de las experiencias. Dice también que "la metafísica es la ciencia de la realidad", y para Peirce la realidad no incluye sólo la que existe de hecho, sino también la esfera de la posibilidad real. 8. La metafísica y la visión del mundo de Peirce A veces, Peirce da una versión completamente positivista de la metafísica. Por ejemplo, en un escrito sobre el pragmatismo dice que éste servirá para demostrar que "casi todas las proposiciones de la metafísica ontológica son jergas sin sentido -la definición de una palabra por otras palabras y luego por otras, sin llegar nunca a una concepción real- o son solemnes absurdos". Cuando la filosofía quede limpia de parejas tonterías, se reducirá a problemas que puedan ser investigados por los métodos de observación de las ciencias reales. El pragmatismo es, pues, "una especie de cuasipositivismo". Al mismo tiempo, Peirce sigue diciendo que el pragmatismo no se limita a ridiculizar a la metafísica, sino" que de ella extrae una esencia preciosa que servirá para dar luz y vida a la cosmología y a la física". En cualquier caso, su intención no es rechazar la metafísica, puesto que él mismo la está haciendo. Y si bien es cierto que Peirce a veces se burla de la metafísica, esto no le impide tener su propia suerte de metafísica. Peirce da una serie de definiciones o explicaciones distintas de la metafísica, por supuesto cuando no emplea el término peyorativamente. Dice, por ejemplo, que "la metafísica consiste en las consecuencias de haber aceptado absolutamente los principios lógicos, no sólo como regulativamente válidos, sino como verdades del ser". Según esta idea, Peirce relaciona las categorías ontológicas fundamentales con las categorías lógicas de "primeridad", "segundidad" y "terceridad". Y afirma que puesto que la metafísica es consecuencia del reconocimiento de los Hasta cierto punto por lo menos, todas estas formas de definir la metafísica pueden armonizarse. Por ejemplo, decir que la metafísica es la ciencia de la realidad no es incompatible con la afirmación de que se basa en la experiencia o en la observación. Incluso tal vez sea posible armonizar la tesis de que la metafísica Se basa en la observación con la tesis de que es consecuencia del reconocimiento de unos principios lógicos, siempre que no se interprete esta segunda tesis en el sentido de que la metafísica pueda inferirse de la lógica sin recurrir a la experiencia. Al mismo tiempo, no parece posible elaborar con las reflexiones de Peirce un sistema de metafísica totalmente coherente y libre de ambigüedades. Por una parte, no parece que Peirce haya cambiado definitivamente de parecer respecto a la relación exacta entre ontología y lógica. Pero por lo que nos importa ahora, es mejor que nos limitemos a indicar brevemente algunas de las ideas metafísicas de Peirce. No podemos ponernos a crear aquí ese sistema consistente que nuestro filósofo jamás redondeó. Podemos empezar con las tres categorías fundamentales de Peirce. La primera -la de "primeridad"- es "la idea de que lo que es, es tal cual es independientemente de cualquier otra cosa". Peirce la llama la categoría de la cualidad, en el sentido de "talidad" (suchness). Desde el punto de vista fenomenológico podemos pensar en un sentimiento, tal el de tristeza, o en una cualidad sensible como la de lo azul, sin referida a un sujeto u objeto, viéndola simplemente como un algo, "un estado de sentimiento puramente monádico". Para convertir el concepto psicológico en un concepto metafísico, nos dice Peirce, tenemos que pensar en una mónada como "naturaleza pura, o como una cualidad, en sí misma, sin partes o elementos y sin corporeidad". Pero el término "mónada", con sus asociaciones leibnizianas, puede ser ambiguo. Porque Peirce sigue diciendo que los significados de los nombres de las 147 llamadas cualidades secundarias son los mejores ejemplos de mónadas que pueden darse. Es comprensible, pues, que hable de la categoría de primeridad como de la categoría de la cualidad. En cualquier caso, la primeridad es un elemento que invade todo el universo, que representa el elemento de unicidad, novedad y originalidad que está presente en todas partes, en todo fenómeno, en todo hecho y en todo suceso. Para tener una idea de lo que esto significa, Peirce propone que nos imaginemos el universo tal como se le apareció a Adán cuando lo vio por primera vez, antes de haber notado sus diferencias y de haberse dado cuenta reflexivamente de su experiencia. La segunda categoría fundamental, la de "segundidad", es diádica y corresponde a la idea de la segundidad en lógica. Es decir, la segundidad es "la idea de estar relacionado, el concepto de reacción frente a alguna otra cosa". Desde un cierto punto de vista a la segundidad puede llamársele "hecho", mientras que, desde otro punto de vista, es existencia o realidad. Porque" existencia es aquella forma de ser que está en oposición a otra". Y también esta categoría invade el universo. Los hechos son hechos, como suele decirse; y por eso a veces hablamos de hechos "brutos". La realidad o existencia implica en todas partes esfuerzo y resistencia. En tal sentido, es una categoría diádica. La tercera categoría fundamental, la de "terceridad", es la categoría de la mediación, siendo su prototipo lógico la función mediadora de un signo entre el objeto y el intérprete. Ontológicamente, la terceridad media entre la primeridad como cualidad- y la segundidad -como hecho o como acción y reacción. Introduce, así, una continuidad y una regularidad, y toma la forma de leyes de varios tipos o grados. Por ejemplo, puede haber leyes de cualidad que determinen "sistemas de cualidades", de los cuales el más perfecto ejemplo conocido es la ley de la mezcla del color, de Sir Isaac Newton, junto con el suplemento a ella del Dr. Thomas Young". Puede haber también leyes de hecho. Así, si cae una chispa en un barril de pólvora (en cuanto "primero"), causa una explosión (en cuanto "segundo"), y lo hace según una ley inteligible que tiene, así, una función mediadora. Hay también, pues, leyes de regularidad que nos permiten predecir que los futuros hechos de segundidad tendrán siempre un determinado carácter o cualidad. En sus distintas formas, sin embargo, la categoría de terceridad, como las de primeridad y segundidad, invade el universo; y podemos decir que todo está en cierta relación con todo lo demás. Ahora bien, de la cualidad puede decirse, en la terminología de Mill, que es una posibilidad de sensación permanente. Es, sin embargo, una posibilidad real, independiente de la experiencia subjetiva. Y podemos decir, así, que la primera cualidad nos da el primer modo de ser, a saber, una posibilidad real, aunque el concepto de posibilidad es sin duda más amplio que el de cualidad. De igual modo, la segunda categoría, que desde un cierto punto de vista es la de la actualidad o existencia, nos da el segundo modo de ser, a saber, la actualidad en cuanto distinta de la posibilidad. Es más, al implicar el concepto de ley, la tercera categoría nos da el tercer modo de ser, que Peirce llama "destino", en cuanto gobierna los hechos futuros. Pero hay que tener en cuenta que en Peirce el concepto de "destino" es más amplio que el concepto de ley, si por ley se entiende la idea que de tal concepto tiene el determinismo. Porque estar libre de una ley determinante es tan "destino" como estar sujeto a ella. Tenemos, pues, tres categorías ontológicas fundamentales y tres modos de ser metafísicos correspondientes. Peirce distingue también tres modos o categorías de existencia o realidad. La primera es lo que se llama" azar", término usado "para expresar con alguna precisión las características de la libertad o espontaneidad". El segundo modo de existencia es la ley porque, aunque haya varios tipos de leyes, todas ellas son resultado de la evolución. El tercer modo de existencia es el hábito, o, mejor, la tendencia a "habituarse". La palabra "hábito", sin embargo, debe entenderse en un sentido amplio. Porque, según Peirce, todas las cosas tienen una tendencia a adquirir hábitos, sean seres humanos, animales, plantas o sustancias químicas. Y las leyes que establecen las uniformidades o regularidades son resultado de un largo período de adquisición del hábito. Podemos considerar ahora brevemente el mundo o universo real a la luz de estos modos o categorías de realidad o existencia. "En el mundo hay tres elementos activos: primero, el azar; segundo, la ley; tercero, la adquisición de hábitos." Peirce nos invita a que pensemos en el universo en su estado original de indeterminación pura, estado en el que no había cosas distintas, ni hábitos ni leyes, estado en el que reinaba el azar absoluto. Desde un cierto punto de vista, tal indeterminación absoluta era la "nulidad", la negación de toda determinación; mientras que desde otro punto de vista, es decir, en 148 cuanto posibilidad real de toda determinación, era el "ser". Al mismo tiempo, el azar es espontaneidad, libertad, creatividad. Se anula, pues, a sí mismo como posibilidad o potencialidad ilimitada al tomar la forma de posibilidades de este o aquel tipo, es decir, de ciertas cualidades o modos de ser definidos, que caen bajo la categoría ontológica de la primeridad. Y puesto que el universo evoluciona y las "mónadas" accionan y reaccionan en la "segundidad", se forman hábitos y se producen aquellas regularidades o leyes que caen en la categoría de la terceridad. El límite ideal del proceso es el reinado completo de la ley, lo opuesto al reinado absoluto del azar. Esa primera etapa es evidentemente, en un sentido real, una abstracción. Porque si el azar es espontaneidad y creatividad, difícilmente puede hablarse, como Peirce reconoce explícitamente, de un tiempo o período determinado en el cual hubiera una indeterminación absoluta. De igual modo, el reinado total de la ley, con la ausencia de todo azar o espontaneidad, es también en un cierto sentido una abstracción, un fin ideal. Porque según el principio del "tychismo" de Peirce, el azar está siempre presente en el universo. Así, podemos decir que el universo es un proceso de determinación creativa y continua que va desde un límite ideal de indeterminación absoluta al límite ideal de la determinación absoluta, o, mejor, desde el límite ideal de la mera posibilidad al límite ideal de la actualización total de la posibilidad. Otra forma de expresado es decir que la evolución es un proceso progresivo desde un azar absoluto, considerado como "un caos de sentimientos impersonalizados", al reinado de la razón pura encarnada en un sistema perfectamente racional. Hemos visto ya, a propósito de su teoría ética, que Peirce considera al universo como un proceso hacia una encarnación de la racionalidad cada vez más plena. De la teoría de Peirce del azar absoluto como estado primitivo del universo, no se sigue que el azar sea la única explicación de la evolución. Al contrario, "la evolución no es ni más ni menos que la elaboración de un fin determinado", de una causa final. Y tal idea capacita a Peirce para adoptar y adaptar la vieja idea del significado cósmico del amor, idea que nos remonta en cualquier caso al filósofo griego Empédocles. Un fin último opera por atracción, y la respuesta es el amor. Así, a la idea de "tychismo" hay que añadir la de "agapismo" como categoría cosmológica. Y a ambas hay que añadir una tercera: el "synechismo" o "la teoría de que todo lo que existe es continuo". El synechismo puede decirse que acaba con el dualismo último de materia y espíritu. En efecto, "lo que llamamos materia no está completamente muerto, sino que es simplemente el espíritu aferrado a unos hábitos" que le hacen actuar con un grado especialmente alto de regularidad mecánica. Y Peirce indica que el "tychismo" debe dar lugar al "idealismo al modo de Schelling, quien sostiene que la materia es sólo espíritu especializado y parcialmente amortiguado". Tan convencido está de esto, que no duda en decir que "la única teoría inteligible del universo es la del idealismo objetivo de que la materia es espíritu desgastado, convirtiéndose así los hábitos persistentes en leyes físicas". A la pregunta de si Peirce creía en Dios, hay que responder afirmativamente. Pero si se pregunta qué parte juega el concepto de Dios en su filosofía, la respuesta es más compleja. Su principio general es el de que la filosofía y la religión no deben mezclarse. Lo que no le impide escribir sobre Dios. Pero cuando habla de la "inspiración" (musement) como de una actividad del entendimiento que lleva directamente a Dios, no está pensando en lo que se llamaría normalmente un argumento metafísico sistemático. Si, por ejemplo, contemplo el cielo estrellado, como hacía Kant, y dejo al instinto y al corazón que hablen, no puedo dejar de creer en Dios. El recurso al propio "instinto" es más efectivo que cualquier argumento. Peirce, sin duda, dice claramente que en su opinión la contemplación de los "tres universos" del tychismo, agapismo y synechismo, engendra la hipótesis o, en último término, la convicción de que los tres, o en cualquier caso dos de los tres, tienen un Creador independiente de ellos". Pero Peirce denomina a este razonamiento el "argumento ignorado", o también el "argumento humilde", y lo somete a la autoridad de la "inspiración". La dirección del pensamiento de Peirce es, sin embargo, clarísima. Una teoría de la evolución que entronizara la ley mecánica por encima del principio del crecimiento o desarrollo creativo, sería contraria a la religión; pero "una filosofía verdaderamente evolutiva... está tan lejos de oponerse a la idea de un creador personal, que es realmente inseparable de tal idea". Así, mientras en su metafísica sistemática Peirce se concentra en la teoría de las categorías, su perspectiva general es sin duda teísta. 149 9. Algunos comentarios sobre el pensamiento de Peirce. Desde el punto de vista de la historia del pragmatismo, la principal contribución de Peirce es, desde luego, su análisis del significado, su regla para clarificar conceptos. Y, en un sentido general, el valor de tal contribución es obvio. Porque es un buen aguijón o estímulo que nos permite dar un contenido concreto a nuestros conceptos, en lugar de dejar que las palabras se encarguen de aclarar las ideas. Dicho de otro modo, es un estímulo para el análisis conceptual. Me parece totalmente obvio, por ejemplo, que si no hubiera una diferencia determinada entre las que Peirce llama" consecuencias prácticas" o "efectos prácticos" de las palabras "duro" y "blando", de hecho no habría ninguna diferencia en el significado de ambas. Es cierto que, como criterio general del significado, el principio del pragmaticismo de Peirce está expuesto al mismo tipo de objeciones que suscita el criterio neopositivista del significado. Es muy difícil interpretar todas las afirmaciones empíricas como predicciones o conjuntos de predicciones. Pero esto no altera el hecho de que el principio del pragmaticismo revela aspectos de la situación semántica que deben ser tenidos en cuenta en el desarrollo de una teoría del significado. Con otras palabras, la contribución de Peirce a la lógica es muy valiosa. Y si él permitió que lo que él vio claramente oscureciera otros aspectos de la situación, no hay en esto nada excepcional. Hemos notado, sin embargo, que al aplicar el principio del pragmaticismo a un propósito determinado, Peirce afirma rotundamente que nuestra idea de cualquier cosa es nuestra idea de sus efectos sensibles. Si se toma en serio tal afirmación en su forma universal, ella parece minar la perspectiva metafísica del mismo Peirce. Sin duda, Peirce trata de aplicar su principio al concepto de Dios sin disolver el concepto. Y sugiere que a la pregunta de qué entiende por "Dios", el pragmaticista puede responder que así como un conocimiento amplio de las obras de Aristóteles nos familiariza con el pensamiento del filósofo, así el estudio del universo físico-psíquico nos familiariza con lo que podría llamarse en sentido análogo el "pensamiento" divino. Pero si se toma en serio lo que dice en otro lugar sobre "los efectos sensibles", parece deducirse o que no tenemos un concepto claro de Dios o que la idea de Dios es simplemente la idea de sus efectos sensibles. Y de hecho, Peirce en un momento determinado insinúa que la cuestión de si realmente existe un Dios es la cuestión de si la ciencia física es algo objetivo o simplemente una construcción ficticia del entendimiento científico. Una objeción posible a todo esto es que la última frase toma una observación fuera de su contexto general, y que en cualquier caso se da demasiada importancia a la afirmación de que nuestra idea de cualquier cosa es la idea de sus efectos sensibles. Después de todo, al hacer tal afirmación Peirce hablaba de los efectos sensibles del pan. Además da varias formulaciones del principio de pragmatismo, y teniendo en cuenta la forma en que suele usar el principio no debemos dar demasiada importancia a una afirmación hecha en un contexto especial. Esto es sin duda cierto. Pero Peirce hizo la afirmación en cuestión. Y lo que tratamos de decir aquí es que Peirce no construyó un sistema en el cual todos los elementos de su pensamiento se armonizaran y fueran coherentes. Peirce llegó a la filosofía a través de las matemáticas y la ciencia, y su teoría del significado sin duda le fue sugerida en gran parte por el estudio de las afirmaciones científicas en cuanto hipótesis falibles, en cuanto predicciones verificables o refutables. Pero sus intereses eran amplios y su pensamiento era original y fértil; y desarrolló una visión del mundo metafísica en la cual, sin olvidar el pragmatismo, exigía que la naturaleza y el alcance del principio pragmatista fueran repensados. Decir que no es posible sintetizar la lógica de Peirce y su metafísica sería decir demasiado, por lo menos si se entiende la síntesis como una función que permita la revisión y la modificación de los elementos que haya que sintetizar. Pero, en cualquier caso, tenemos dos cosas claras: primera, que Peirce no elaboró él mismo tal síntesis; y, segunda, que no es posible ninguna síntesis si el principio pragmatista se entiende de tal forma que conduzca directamente al neopositivismo. Pero decir que Peirce no acabara una síntesis totalmente coherente de los distintos elementos de su pensamiento no significa negar que fuera un pensador sistemático, en un sentido real. En efecto, desde un cierto punto de vista: no exageramos mucho si decimos que le poseyó una pasión por el sistema. No tenemos más que pensar, por ejemplo, en la forma en que aplicó las ideas de primeridad, segundidad y terceridad, para enlazar la lógica, la epistemología, la ontología y la cosmología. Es innegable que de sus distintos escritos se desprenden los esbozos generales de un impresionante sistema. 150 Hemos dicho que Peirce llegó a la filosofía desde las matemáticas y la ciencia. Podría esperarse, pues, que su metafísica fuera una prolongación o extensión de sus reflexiones sobre la idea científica del mundo. Y hasta cierto punto así es. Al propio tiempo, los resultados generales tienen una marcada afinidad con el idealismo metafísico. Pero Peirce era muy consciente de esto y creía que si alguien construía una visión del mundo basada en la concepción científica de éste, inevitablemente se sentiría empujado hacia el idealismo metafísico, idealismo capaz de asimilar el "realismo escolástico" en que insistía siempre Peirce. En otras palabras, no partió de premisas idealistas. Partió del realismo y quiso mantenerlo. Pero admitió que si bien su enfoque era distinto del de los idealistas, sus conclusiones se parecían mucho a las de éstos. Una situación muy parecida la encontramos en el caso de Whitehead en el siglo actual. Hemos indicado ya que Peirce es partidario de la noción de materia de Schelling, y que afirma explícitamente que el idealismo objetivo es la única teoría inteligible del universo. Aquí puede notarse su afinidad parcial con Hegel. Es cierto que a veces Peirce se opone a Hegel, sosteniendo, por ejemplo, que éste tendió demasiado a olvidar que había un mundo de acción y reacción, y que despojó de actualidad la "primeridad" y "segundidad". Pero al hablar de su propia teoría de las categorías, Peirce anota el "sonido hegeliano" de lo que tiene que decir e indica que sus afirmaciones son afines a las de Hegel. "A veces estoy de acuerdo con el gran idealista, ya veces me aparto de sus huellas." Si en ocasiones está dispuesto a decir que rechaza completamente el sistema de Hegel, también en ocasiones está dispuesto a decir que ha resucitado el hegelianismo en una forma nueva, e incluso pretende que, en la medida en que pueda identificarse un concepto filosófico con la idea de Dios, Dios es la Idea absoluta de Hegel, la Idea que se manifiesta a sí misma en el mundo y tiende a su autorrevelación total en el límite o término ideal del proceso evolutivo. No es del todo extraño, pues, que Peirce hable de Hegel como, "en ciertos aspectos, el más grande filósofo que jamás existió", aun cuando también lo critique por una lamentable deficiencia "en la severidad crítica y en el sentido de lo real". Hemos mencionado a Whitehead. No parece haber ninguna prueba de que Whitehead recibiera la influencia de Peirce, ni tan sólo de que estudiara las obras de Peirce. Pero este hecho hace más notable el parecido de ambos pensamientos. Por supuesto, es un parecido limitado pero, sin embargo, real. Por ejemplo, la teoría de Whitehead de los objetos eternos y de las entidades reales, en cierto modo fue anticipada por Peirce en su distinción entre "lo general" y los hechos. Además, la teoría de Whitehead de la novedad en el universo, en el proceso cósmico, recuerda la teoría de Peirce de la espontaneidad y la originalidad. Más aún, tal vez no sea del todo fantasioso ver en el pensamiento de Peirce una anticipación de la famosa distinción de Whitehead entre la naturaleza primordial y la derivada de Dios. Porque Peirce nos dice que Dios, como Creador, es el "Absoluto Primero", en cuanto término del universo, mientras como Dios completamente revelado es el "Absoluto segundo". Es posible que esto recuerde más a Hegel que a Whitehead; pero es que la filosofía de Whitehead, no obstante su intención original anti-idealista, tiene un cierto parecido en su forma final con el idealismo absoluto. Volvamos finalmente al propio Peirce. Fue un filósofo original y un poderoso pensador. Y la afirmación de que sea el más grande de todos los filósofos puramente norteamericanos en modo alguno es irrazonable. Tuvo una fuerte tendencia al análisis cuidadoso y estuvo lejos de ser uno de esos filósofos cuyo principal interés parezca ser el de elevar y edificar al lector. A! propio tiempo, desarrolló un pensamiento especulativo que trató de encontrar una interpretación general o suprema de la realidad. Y tal vez sea correcto pensar que su combinación es precisamente lo que hace falta. Al mismo tiempo, el ejemplo de Peirce es muestra de lo difícil que es efectuar tal combinación. Porque en su pensamiento se encuentran ambigüedades no resueltas. Por ejemplo, Peirce es un idealista a ultranza. La realidad es independiente de la experiencia y del pensamiento humanos. Es más, la realidad debe ser definida precisamente partiendo de tal independencia. Y tal comprensión de la realidad es lo que permite a Peirce atribuir una realidad independiente al mundo de lo posible y describir a Dios como la única realidad absoluta. Al propio tiempo, su pragmatismo o pragmaticismo parece exigir lo que Royce llamó la interpretación "racionalista crítica" de la realidad, es decir, la hecha en términos de concebible experiencia humana. Lo que produce la experiencia real es efectivamente real. Lo que se piensa como causa de 151 una experiencia posible, es potencialmente real, una posibilidad real. En tal interpretación de la realidad no podemos afirmar que Dios sea un ser que existe realmente sin afirmar que es objeto de la experiencia real. Por otro lado, tendríamos que analizar el concepto de Dios en forma que quedara reducido a la idea de aquellos efectos que experimentamos. Volvemos pues, una vez más, a la tensión latente en la filosofía de Peirce como totalidad entre su análisis metafísico y su análisis lógico del significado de los conceptos, el cual parece apuntar en una dirección completamente diferente de la de su metafísica especulativa. 152 WILLIAM JAMES HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VIII Frederick Copleston Vida y obras de William James La concepción de James del empirismo radical y de la experiencia pura El pragmatismo como teoría del significado y como teoría de la verdad. Las relaciones entre el empirismo radical, el pragmatismo y el humanismo en la filosofía de James El pragmatismo y la fe en Dios El pragmatismo en Norteamérica y en Inglaterra 1. Vida y obras de William James William James (1842-19l0) nació en Nueva York y realizó parte de sus estudios en Norteamérica y parte fuera de ella, adquiriendo en el proceso una soltura en los idiomas francés y alemán. En 1864 entró en la Harvard Medical School y en 1860 se doctoró en Medicina. Después de un período de poca salud y depresión mental, fue nombrado instructor de anatomía y fisiología en Harvard. Pero se interesó también por la psicología y en 1875 empezó a dar cursos sobre esta materia. En 1890 publicó sus Principies of Psycbology (Principios de Psicología), en dos volúmenes. Exceptuando un temprano interés por la pintura, los estudios superiores de James fueron, pues, principalmente científicos y médicos. Pero, como su padre, Henry James senior, fue hombre de profundos sentimientos religiosos y se encontró envuelto en un debate intelectual entre la noción científica del mundo como concepción mecanicista que excluía la libertad humana, y la noción religiosa que incluiría no sólo la creencia en Dios, sino también en la libertad del hombre. En lo que se refiere a la legitimidad de la creencia en la libertad, James encontró un apoyo en los escritos del filósofo francés Charles Renouvier (1815-1903). Y en gran parte fue el deseo de superar la oposición entre la perspectiva que él creía ver en la ciencia y la perspectiva que le sugerían sus inclinaciones humanistas lo que llevó a James a la filosofía. En 1879 empezó a enseñar la materia en Harvard y al año siguiente llegó a profesor auxiliar de filosofía. En 1885 se le nombró profesor de filosofía. En 1897 James publicó The Will to Believe and Other Essays in Popular Philosophy (La voluntad de creer y otros ensayos de filosofía popular). Sus famosas Varieties of Religious Experience (Variedades de la experiencia religiosa) aparecieron en 1902. A éste le siguió Pragmatism (El pragmatismo) en 1907, A Pluralistic Universe (Un universo pluralista) en 1909 y, en el mismo año, The Meaning of Truth (El significado de la verdad). Los escritos de James publicados póstumamente incluyen Some Problems of Pbilosopby (Algunos problemas de filosofía, 1911), Memories and Studies (Memorias y estudios, 1911), Essays in Radical Empiricism (Ensayos sobre empirismo radical, 1912), y Collected Essays and Reviews (Colección de ensayos y reseñas, 1920). Sus Letters (Correspondencia), editadas por su hijo, Henry James, aparecieron en 1926. 2. La concepción de James del empirismo radical y de la experiencia pura En el prólogo a La voluntad de creer James define su actitud filosófica como de empirismo radical. Explica que por empirismo entiende la postura que "se limita a considerar sus conclusiones más firmes sobre los hechos de experiencia como hipótesis susceptibles de modificación en el curso de la experiencia futura". En cuanto a la palabra "radical" indica que la misma doctrina del monismo se considera hipotética. En principio esto parece muy extraño. Pero en el contexto a que nos referimos J ames entiende por monismo la idea de que la multiplicidad de las cosas forma una unidad inteligible. N o entiende por monismo la tesis de que el mundo es una sola entidad o un solo hecho. Al contrario, renuncia a tal teoría en favor del pluralismo. Lo que dice es que el empirismo radical postula una unidad no inmediatamente dada, pero que tal postulado, que nos invita a descubrir conexiones unificatorias, es considerado en sí mismo como una hipótesis por verificar, y no como un dogma indiscutible. En Algunos problemas de filosofía, en el ámbito de una relación de los distintos tipos de metafísica, se habla del empirismo como 153 opuesto al racionalismo. "Los racionalistas son hombres de principios; los empiristas, hombres de hechos." El filósofo racionalista, tal como James lo ve, va del todo a sus partes, de lo universal a lo particular, y trata de derivar unos hechos de unos principios. Además, tiende a proclamar una verdad última en defensa de su sistema de conclusiones deducidas. El empirista, al contrario, parte de los hechos individuales; va de las partes a los todos; y prefiere, si puede hacerla, explicar los principios como inducciones de los hechos. Además, la proclamación de una verdad última es ajena a su pensamiento. No cabe duda de que aquí no hay nada nuevo. James presenta los modos de discrepancia usuales entre racionalismo y empirismo en una forma más o menos popular. Pero en el prólogo de El significado de la verdad encontramos una exposición más claramente definida del empirismo radical. Se dice allí que consiste "primero en un postulado, después en una afirmación de un hecho, y finalmente en una conclusión general". El postulado es que sólo lo definible a partir de la experiencia debe considerarse tema de discusión de los filósofos. Así, si hay algún ser que trascienda toda experiencia posible, trasciende también el campo filosófico. La afirmación de un hecho dice que las relaciones, conjuntiva y disyuntiva, son tan objetos de experiencia como las cosas relacionadas. Y la conclusión general de tal afirmación es que el universo inteligible posee una estructura continua, en el sentido de que no consta simplemente de entidades que pueden relacionarse sólo mediante categorías impuestas desde fuera. James insiste en la realidad de las relaciones. "El empirismo radical forma las relaciones conjuntivas por su valor nominal, sosteniendo que son tan reales como los términos que unen." Y entre las relaciones conjuntivas está la relación causal. Así, lo que James llama empirismo radical se distingue del empirismo de Hume, según el cual" el entendimiento no percibe jamás una conexión real entre distintas existencias". Se opone también a la teoría de las relaciones de Bradley. "La concepción de Mr. Bradley muestra el poder más extraordinario para percibir separaciones, y la más extraordinaria impotencia para comprender conjunciones." El significado de la palabra "experiencia" es notablemente impreciso. Pero según James la experiencia ordinaria, por la cual nos damos cuenta de que hay distintas categorías de cosas y de relaciones, nace de la pura experiencia, definida como" el flujo inmediato de vida que nos proporciona el material para una reflexión posterior con categorías conceptuales" Y es cierto que sólo de los recién nacidos y de la gente en estado de semi-coma puede decirse que gocen en su pureza de un estado de experiencia pura, que no es sino otro nombre para el sentimiento o la sensación". Pero la experiencia pura, la inmediatez del sentimiento o la sensación, es el embrión desde el que se desarrolla la experiencia articulada; y en nuestra experiencia ordinaria quedan aún elementos o partes de ella. De esta doctrina de la experiencia pura podemos inferir dos conclusiones. Primera: en este flujo básico de la experiencia, las distinciones propias del pensamiento reflexivo, como las de conciencia y contenido, sujeto y objeto, entendimiento y materia, no han surgido aún en las formas que les damos. En este sentido, la experiencia pura es "monista". Y James puede hablar de ella como "la única cosa material o primaria en el mundo, una cosa de la cual todo está compuesto". Ésta es la teoría del "monismo neutro", que James asocia con el empirismo radical. La experiencia pura no puede decirse que sea, por ejemplo, ni física ni psíquica: lógicamente precede a la distinción y es, pues, "neutra". En segundo lugar, sin embargo, el hecho de que el empirismo radical sea pluralista y no monista en el sentido ontológico, y afirme la realidad de muchas cosas y de las relaciones entre ellas, significa que la experiencia pura debe considerarse como conteniendo en sí potencialmente las distinciones de la experiencia desarrollada. Está acribillada, como dice James, no sólo de nombres y adjetivos, sino también de preposiciones y conjunciones. La relación causal, por ejemplo, está presente en el flujo de la sensación, puesto que toda sensación tiene carácter teleológico. Ahora bien, si el monismo puro se entiende en un modo estrictamente psicológico, es decir, como la mera afirmación de que la forma primitiva y básica de la experiencia es un estado de "sentimiento" en el cual las distinciones como la de sujeto y objeto no se han dado todavía, sin duda es compatible con un pluralismo realista. Pero si se entiende en el sentido ontológico de que el flujo de la experiencia indiferenciada es la "materia" ontológica de la que emerge todo, es difícil que no conduzca directamente a alguna forma de idealismo 154 monista. Sin embargo. James parte del supuesto de que la teoría de la experiencia pura, sin duda psicológica en principio, es compatible con la noción pluralista del universo que él asocia con el empirismo radical. En la medida en que el empirismo implica un pluralismo y una creencia en la realidad de las relaciones puede decirse que es una visión del mundo. Pero si se entiende simplemente en términos de los tres elementos mencionados arriba, a saber, un postulado, la afirmación de un hecho y una conclusión general, es una visión del mundo más bien embrionaria que completamente desarrollada. El problema de Dios, por ejemplo, queda sin plantear. James, de hecho, sostiene que hay experiencias religiosas específicas que insinúan la existencia de una conciencia sobrehumana limitada y no omni-inclusiva, en un sentido que se opondría al pluralismo. Y señala que si el empirismo tuviera que "asociarse con la religión -como hasta ahora, por un raro error, se ha asociado a la irreligión-, creo que marcaría el comienzo de una nueva era de la religión y también de la filosofía". Pero el teísmo de James se tratará más apropiadamente después de haber esbozado los principios básicos del pragmatismo y la relación entre el pragmatismo y el empirismo radical. 3. El pragmatismo como teoría del significado y como teoría de la verdad. En principio y primariamente el pragmatismo es, nos dice James, "sólo un método". Porque en primer lugar es "un método para zanjar querellas metafísicas que, de otra forma, serían interminables". Es decir, si A propone la teoría x y B propone la teoría y, el pragmatismo examinará las consecuencias prácticas de cada una de ellas. Y si no encuentra ninguna diferencia entre las respectivas consecuencias prácticas de ambas, concluirá que, en todos los sentidos, son una y la misma teoría, con una diferencia puramente verbal. En tal caso, toda discusión posterior sobre A y B se considerará absurda. Tenemos pues, sin duda, un método para determinar el significado de los conceptos y teorías. En una conferencia dada en 1881, James notaba que si dos definiciones aparentemente diferentes de algo tienen las mismas consecuencias son en realidad una y la misma definición. y tal es la teoría del significado expresada en El pragmatismo. Para lograr una claridad perfecta en el pensamiento de un objeto, debemos considerar sólo los posibles efectos de tipo práctico que el objeto pueda tener: las sensaciones que puedan esperarse de él y las reacciones que debamos preparar. Nuestra concepción de tales efectos, sean inmediatos o remotos, es pues para nosotros la totalidad de la concepción del objeto, en la medida en que tal concepción tenga un significado positivo". Descrito así, el pragmatismo de James evidentemente sigue las líneas principales del método pragmatista concebido por Peirce. James estuvo sin duda influido también por otros pensadores, como los científicos Louis Agassiz y Wilhelm Ostwald; pero no hizo nunca un secreto de su deuda para con Peirce. Se refiere a él en una nota al pie relativa a la conferencia de 1881. Vuelve a admitir su deuda para con Peirce en una conferencia pública dada en 1898. Y después del pasaje citado en el último párrafo añade que "éste es el principio de Peirce, el principio del pragmatismo", e indica que la doctrina de Peirce era desconocida hasta que él la divulgó en la conferencia de 1898 y la aplicó a la religión. Es cierto que hay algunas diferencias entre la posición de Peirce y la de James. Por ejemplo, cuando Peirce hablaba de las consecuencias prácticas de un concepto insistía en la idea general del hábito de una acción, la idea de la forma general en que el concepto podría modificar la acción intencional. James, en cambio, tiende a insistir en los efectos prácticos particulares. Como hemos visto en el pasaje de El pragmatismo citado arriba, él pone el acento en las sensaciones y reacciones particulares. Así, Peirce le acusó de haberse pasado de lo universal a lo particular, influido por una psicología ultrasensacionalista; de ser, como precisó Dewey, más que un nominalista. En la terminología de Peirce, James trabaja más con antecedentes y consecuentes que con consecuencias, entendiéndose por tal la relación concebida entre un antecedente y un consecuente. Al mismo tiempo, si el pragmatismo de James no fuera más que un método para aclarar los conceptos, para determinar sus significados, podría decirse que adopta el principio de Peirce, aun cuando le da, como dijo Dewey, un giro "nominalista". De hecho, sin embargo, el pragmatismo para James no es sólo un método para determinar los significados de los conceptos. Es también una teoría de la verdad. En efecto, James afirma explícitamente: "el punto central de mi libro titulado 155 El pragmatismo es el estudio de la relación llamada 'verdad', que puede obtenerse entre nuestra idea (opinión, creencia, afirmación o lo que sea) y su objeto". Y fue, en gran parte, el desarrollo del pragmatismo por James en una teoría de la verdad, lo que indujo a Peirce a rebautizar su propia teoría con el nombre de "pragmaticismo". Es importantísimo entender que la teoría de la verdad de James no presupone la negación de la teoría de la verdad como correspondencia. La verdad es para él una propiedad de algunas de nuestras creencias, no de las cosas. "Las realidades no son verdaderas, simplemente son; y las creencias son verdaderas por si mismas." En el lenguaje moderno, la verdad y la falsedad se predican de las proposiciones, no de las cosas o los hechos. Hablando estrictamente, en cualquier caso, lo que es verdadero es la proposición que enuncia un hecho, no el hecho mismo. La existencia de Julio César en un período determinado de la historia no puede decirse propiamente verdadera; pero la afirmación de que él existió es verdadera. en tanto la afirmación de que no existió es falsa. Al mismo tiempo, la afirmación de que Julio César existió no es verdadera en virtud de los significados de los símbolos o las palabras empleados en la afirmación. Podemos decir, pues, que es verdadera en virtud de la relación de correspondencia con la realidad o el hecho. En opinión de James, sin embargo, decir que una creencia verdadera (habla también de ideas verdaderas) es la que se corresponde o está de acuerdo con la realidad, plantea un problema más que resolverlo. Porque ¿qué se entiende exactamente por "correspondencia", en tal contexto? ¿Copiar? Puede decirse que la imagen de un objeto sensible es una copia del objeto. Pero no es tan fácil ver cómo una idea verdadera de -digamos- la justicia pueda ser descrita razonablemente como una copia. El análisis de James de la "correspondencia" se da en esta línea. La verdad es la relación entre dos partes de la experiencia. El terminus a quo de la relación es una idea que pertenece al aspecto subjetivo de la experiencia, en tanto el terminus ad quem es una realidad objetiva. ¿Cuál es, pues, la relación entre ambos términos? Aquí es necesario servirse de la interpretación pragmatista de la idea Como plan o regla de acción. Si la realización de este plan nos lleva al terminus ad quem, la idea es verdadera. Más exactamente, "tales hechos mediadores hacen verdadera a la idea". En otras palabras, la verdad de una idea es el proceso de su verificación o validez. Si, por ejemplo, estoy perdido en un bosque y entonces surge un camino que creo que probable o posiblemente lleve a una casa habitada donde pueda obtener orientación o ayuda, mi idea es un plan de acción. Y si mi seguimiento de tal plan verifica o hace válida la idea, el proceso de verificación constituye la verdad de la idea: es la "correspondencia" a la cual se refiere realmente la teoría de la verdad como correspondencia. Ahora bien, hay que señalar que en la misma página en que James nos dice que una idea "se convierte en verdadera, es hecha verdadera por los hechos", también nos dice que "las ideas verdaderas son aquellas que podemos asimilar, hacer válidas, corroborar y verificar". En otras palabras, no puede dejar de reconocer que hay verdades que pueden o podrían verificarse, pero que no han sido verificadas aún. Sin duda está dispuesto a declarar que las verdades no verificadas "forman el agobiantemente amplio número de verdades de las cuales vivimos", y que la verdad vive "en gran medida apoyada en un sistema de crédito". Pero si las verdades se hacen verdaderas por verificación o convalidación, de ahí se sigue que las verdades no verificadas son potencialmente verdaderas, verdades in posse. Y esto permite a James dar un palo a los racionalistas o intelectualistas filosóficos, que defienden las verdades estáticas, atemporales, anteriores a cualquier verificación. "La verdad intelectualista es una verdad pragmatista sólo in posse." Y la total elaboración de la verdad se desmoronaría si no se apoyara en algunas verdades realmente verificadas, es decir, en ciertas verdades reales, al igual que se desmoronaría un sistema financiero que careciera de una base sólida en metálico. Al hablar de la teoría de la verdad de James es obviamente importante no caricaturizarla. James estaba inclinado a escribir en un estilo popular y a usar frases bastante sencillas que provocaron interpretaciones erróneas. Por ejemplo, la forma de expresar la tesis de que una idea o creencia es verdadera si "funciona", era fácil que indujera a la conclusión de que aun una falsedad podría ser llamada "verdadera" si fuera útil o conveniente creer en ella. Pero cuando James dice que una teoría "funciona", entiende que" debe mediar entre todas las verdades previas y ciertas experiencias nuevas. Debe procurar en lo 156 posible no trastornar el sentido común y la creencia anterior, y debe conducir a uno u otro fin razonable que pueda ser verificado exactamente. 'Funcionar' significa ambas cosas". También provocó interpretaciones erróneas la forma en que James hablaba de la satisfacción como elemento básico de la verdad. Porque la forma de expresado sugería que en su opinión puede decirse que una creencia es verdadera si produce un sentimiento subjetivo de satisfacción, y que así abría la puerta a cualquier tipo de complacencia imaginativa. Pero esta no era en modo alguno su intención. "La verdad en la ciencia es lo que nos da la mayor medida posible de satisfacción, incluido el gusto, pero la consecuencia con la verdad anterior y con el hecho nuevo es siempre la exigencia más fuerte." El "funcionar" con éxito de una hipótesis, en el sentido explicado anteriormente, implica la satisfacción de un interés. Pero la hipótesis no se acepta sólo porque uno quiera que sea cierta. Ahora bien, si no hay ninguna prueba que nos empuje a escoger una hipótesis en lugar de las otras dos que pretenden explicar el mismo grupo de fenómenos, es cuestión de "gusto" científico escoger la hipótesis más económica o más elegante. Es realmente cierto que en su célebre ensayo sobre La voluntad de creer, James declara explícitamente que "nuestra naturaleza pasional no sólo legalmente puede sino que debe determinar nuestra opción entre varias proposiciones, siempre que haya una opción real que por su naturaleza no pueda ser determinada con fundamentos intelectuales". Pero aclara que por opción real entiende una opción "de tipo obligatorio, vivo y momentáneo". Es decir, cuando se trata de un asunto vivo e importante, que influya en la conducta, cuando no podemos dejar de escoger entre dos creencias y cuando el asunto no pueda decidirse con fundamentos intelectuales, podemos escoger basándonos en fundamentos "pasionales", podemos ejercitar la voluntad de creer, siempre que reconozcamos una opción como lo que es. Se trata, pues, del derecho a creer en ciertas circunstancias. Y estemos de acuerdo o no con James, no podemos creer que diga que estamos autorizados a creer cualquier proposición que nos proporcione un consuelo o satisfacción, aun cuando la balanza de pruebas se incline a mostrar que la proposición es falsa. Es cierto, por ejemplo, que según James podemos, cuando lo demás es igual, adoptar una idea de la realidad que satisfaga mejor el aspecto moral de nuestra naturaleza que cualquier otra idea. Y no puede decirse que todo el mundo vaya a estar de acuerdo con él. Pero éste no es motivo para no tener en cuenta la determinación" cuando lo demás es igual", donde "lo demás" incluye, por supuesto, las verdades ya conocidas y las conclusiones deducibles de ellas. Si hay que tener cuidado en no caricaturizar la teoría pragmatista de la verdad, no por esto debemos decir que sea inmune a toda crítica seria. Un planteamiento crítico evidente, atribuido por James a los "racionalistas", es que, en la medida en que identifica la verdad con la verificación, la teoría pragmatista confunde la verdad de una proposición con el proceso de demostrar esa verdad. Ésta fue una de las objeciones de Peirce a la conversión del pragmatismo de método para determinar el significado en te ría de la verdad. La respuesta de James consiste en retar a su crítico -al racionalista, como le llama él- a que explique "qué significa la palabra 'verdad' aplicada a una afirmación sin aludir al concepto del funcionamiento de la afirmación". En la opinión de James, el racionalista no puede explicar qué entiende por correspondencia con la realidad sin referirse a las consecuencias prácticas de la proposición en cuestión, a lo que la verificaría o la haría válida en el caso de que fuera verdadera. El racionalista, pues, implícitamente se adhiere a la teoría pragmatista de la verdad, aunque se proponga atacarla en nombre de una teoría distinta. Lo peligroso de este tema es que está demasiado expuesto a confusiones. Supongamos que digo que la afirmación de que Julio César pasó el Rubicón es verdadera en virtud de su correspondencia con la realidad, con el hecho histórico. y supongamos que tengo que explicar qué entiendo por tal relación de correspondencia con la realidad. Difícilmente podré hacerlo sin referirme a los hechos o, mejor, a la acción o series de acciones a que la afirmación se refiere. y es totalmente cierto que el que hayan ocurrido tales acciones en un momento histórico determinado es en último término lo que hace válida o "verifica" la afirmación. En este sentido, no puedo explicar lo que entiendo por correspondencia sin referirme a lo que haría válida o verificaría la afirmación. Al mismo tiempo, el término "verificación" normalmente se entendería como referencia a las medidas que podríamos tomar para demostrar que una afirmación es cierta, cuando ya sabemos lo que la afirmación significa. Es decir, normalmente se entendería por verificación la referencia a posibles medios para 157 demostrar que prevalecen o prevalecieron realmente los hechos que deben prevalecer o haber prevalecido si la proposición es verdadera. Y si se entiende la verificación en este sentido, parece perfectamente correcto decir con el "racionalista" que se trata de demostrar la verdad de una afirmación, más que de hacerla verdadera. Podríamos, sin embargo, definir primero lo "verdadero" de tal forma, que diera a entender que sólo las afirmaciones realmente verificadas son verdaderas. Una afirmación que pudiera ser verificada, pero no verificada aún, sería entonces potencialmente verdadera, una verdad in posse. Pero es evidente que James no ve la teoría pragmatista de la verdad como el resultado puro y simple de una definición arbitraria. Así, no es irrazonable decir que la teoría es aceptable o inaceptable según se reduzca o no a una tesis que, una vez entendida, aparece como obvia. Es decir, si se reduce a la tesis de que una afirmación empírica es verdadera o falsa, según los hechos afirmados o negados sean (hayan sido y puedan ser) el caso en cuestión o no, la teoría es aceptable, aunque lo que se afirme sea "trivial”. Pero si la teoría identifica la verdad de una afirmación con el proceso que demostraría que los hechos afirmados o negados son o no el caso en cuestión, es muy difícil que escape a las objeciones de los "racionalistas". No pretendo que estas notas constituyan una respuesta adecuada a la pregunta de James sobre la naturaleza de la correspondencia. Desde el punto de vista del lógico profesional, no serviría decir, por ejemplo, que una proposición es una copia o imagen de la realidad. Aun prescindiendo del hecho de que no se acomodaría a las proposiciones de la matemática pura y de la lógica formal, es una descripción demasiado imprecisa de la relación entre una proposición empírica verdadera y el hecho afirmado o negado. Y James vio muy bien esto. Pero hay que indicar que incluso él pareció sentir que su teoría de la verdad corría el riesgo de ser reducida a la trivialidad. Porque dice que uno puede esperar que le ataquen primero la teoría, que después se la admitan como verdadera, pero obvia e insignificante, y finalmente que se la considere "tan importante que sus adversarios pretendan que ellos fueron sus descubridores". Pero si la teoría contiene algo más que lo que es "obvio", es ese algo más lo que tal vez acabemos por considerar como el elemento discutible del pragmatismo de James. 4. Las relaciones entre el empirismo radical, el pragmatismo y el humanismo en la filosofía de James ¿Qué relación hay entre el pragmatismo y el empirismo radical? Según James, no hay conexión lógica entre ellos. El empirismo radical "se tiene sobre sus propios pies. Uno puede rechazarlo totalmente y seguir siendo pragmatista". Y sin embargo nos dice también que" el establecimiento de la teoría pragmatista de la verdad es un escalón de primera importancia para hacer que prevalezca el empirismo radical". Hasta cierto punto es sin duda justa la afirmación de James de que el empirismo radical y el pragmatismo son independientes entre sí. Por ejemplo, es muy posible defender que las relaciones son tan reales como sus términos y que el mundo tiene una estructura continua, sin aceptar los conceptos pragmatistas de significado y verdad. Al mismo tiempo el postulado del empirismo radical es, como hemos visto, que sólo pueden considerarse tema de discusión filosófica los asuntos definibles en términos derivados de la experiencia. y respecto a la relación de verdad el pragmatista sostiene que "todo es en sí experienciable... La 'funcionalidad' que deben tener las ideas para ser verdaderas se refiere a las funciones particulares, físicas o intelectuales, reales o posibles, que las ideas puedan realizar dentro de la experiencia concreta". Con otras palabras, el pragmatismo consideraría que sólo pueden pretender ser verdaderas las ideas que puedan ser interpretadas en términos de "funciones" experimentables. La aceptación de tal punto de vista evidentemente tendería a hacer prevalecer el empirismo radical, si por empirismo radical se entiende el postulado antes mencionado. Podríamos expresado así. El pragmatismo, señala James, "no tiene más doctrina que su método". El empirismo radical, en cambio, que James plasma en una metafísica o visión del mundo, tiene sus teorías. Tales teorías, consideradas en sí mismas, podrían defenderse con otros fundamentos que los proporcionados por el empirismo radical. Esto es cierto, por ejemplo, de la fe en Dios. Pero según James el uso de la teoría pragmatista de la verdad, o método de determinar la verdad o la falsedad, contribuiría en gran parte 158 a hacer prevalecer las teorías del empirismo radical. Tal vez fue excesivamente optimista al pensar esto, pero así es como pensaba. Ahora bien, James usa también la palabra "humanismo" para definir su filosofía. En un sentido más restringido, usa el término para referirse a la teoría pragmatista de la verdad en tanto teoría que acentúa el elemento "humano" en la creencia y en el conocimiento. Por ejemplo, "el humanismo dice que la satisfactoriedad es lo que distingue lo verdadero de lo falso". Dice que se llega a la verdad "sustituyendo opiniones menos satisfactorias por otras más satisfactorias". Hemos notado ya que James trata de evitar el subjetivismo puro, insistiendo en que una creencia no puede ser calificada de satisfactoria y por tanto de verdadera si es incompatible con creencias previamente verificadas, o si las pruebas disponibles testifican contra ella. Pero, según él, ninguna creencia puede ser final, en el sentido de no poder ser revisada. y esto es precisamente lo que ve el "humanista". Ve, por ejemplo, que nuestras categorías de pensamiento se han desarrollado en el curso de la experiencia, y que aun cuando no podamos dejar de usadas, es posible que cambien en el curso de la evolución. Para decirlo con frase de Nietzsche, los humanistas piensan que nuestras creencias son humanas, demasiado humanas. y en este sentido debe entenderse la definición del humanismo de James, como la teoría de que "si bien una parte de nuestra experiencia puede apoyarse en otra para hacerla lo que es en cualquiera de los varios aspectos en que pueda considerársela, la experiencia como totalidad está cerrada en sí misma y no se apoya en nada". Lo que quiere decir es que si bien es cierto que hay normas que crecen con la experiencia, no hay una norma absoluta de verdad fuera de la experiencia que rija a todas las demás verdades. El humanista considera que la verdad es relativa a la experiencia cambiante, y así, relativa al hombre; y considera la verdad absoluta como "ese punto inestable ideal hacia el cual imaginamos que todas nuestras verdades contemporáneas convergerán algún día" Y, para hacerle justicia, James está dispuesto a aplicar esta perspectiva al propio humanismo. Pero también el término "humanismo" lo usa James en un sentido más amplio. Así, nos dice que el problema entre el pragmatismo y el racionalismo y, por lo tanto, entre el humanismo y el racionalismo, no es simplemente un problema lógico o epistemológico: "se refiere a la estructura del universo mismo" Y El pragmatista ve el universo como inacabado, cambiante, en crecimiento y maleable, El racionalista, al contrario, sostiene que hay un universo "verdaderamente real" completo y no sometido al cambio, J ames está pensando en parte en "el Uno místico de Vivekanda". Pero piensa también, por supuesto, en el monismo de Bradley, para quien el cambio no es completamente real y los grados de verdad se miden por relación con la experiencia absoluta única que trasciende nuestra aprehensión. Ahora bien, el propio James hace notar que la definición del humanismo citada antes en el penúltimo párrafo parece a primera vista excluir el teísmo y el panteísmo, Pero insiste en que éste no es en realidad el problema, "Yo mismo entiendo el humanismo teística y pluralísticamente." El humanismo se conviene así en una metafísica o visión del mundo pluralista y teísta que coincide con el empirismo radical desarrollado. Pero el teísmo de James lo consideraremos aparte en la próxima sección. 5, El pragmatismo y la fe en Dios Al hablar de la aplicación del pragmatismo como método a problemas filosóficos sustanciales, James hace notar que la crítica de Berkeley del concepto de sustancia material tenía un carácter completamente pragmatista. Porque para Berkeley el "valor en caja" como dice James- del término "sustancia material" está en las ideas y las sensaciones. De igual modo, al estudiar el concepto de alma, Hume y sus sucesores "bajan con él al torrente de la experiencia, y lo canjean por un valor de cambio mucho menor, en la moneda de las 'ideas' y de sus relaciones especiales". El propio James aplica el método pragmatista a un problema de interés personal, íntimo, a saber, al conflicto entre teísmo y materialismo. En primer lugar, teísmo y materialismo pueden considerarse retrospectivamente, como dice James. Es decir, podemos partir del supuesto de que el teísta y el materialista ven el mundo y su historia de la misma forma, y que el teísta entonces añade la hipótesis de Dios que ordena la marcha del mundo, en tanto el materialista excluye tal hipótesis como innecesaria y en su lugar recurre a la "materia". ¿Cuál de ambas posiciones vamos a escoger? En cualquier caso, según los principios pragmatistas no podemos escoger. Porque 159 "si no se puede deducir de nuestra hipótesis nada relativo a la experiencia o a la conducta, el debate entre materialismo y teísmo se hace inútil e insignificante". En el universo hay lugar para la novedad, y el esfuerzo humano tiene que aportar una contribución positiva en el establecimiento de un orden moral. Pero si el teísmo y el materialismo se consideran "prospectivamente", en relación a lo que prometen, a lo que respectivamente puede esperarse de ellos, la situación cambia totalmente. Porque el materialismo nos promete un estado del universo en el cual los ideales humanos, los actos humanos, la conciencia y los productos del pensamiento serán como si nunca hubieran sido, en tanto el teísmo "garantiza un orden ideal que se conservará permanentemente". De una forma u otra, Dios no permitirá que el orden moral sea arruinado o destruido. James se sirvió, pues, del pragmatismo como sostén de una visión religiosa del mundo. Pero hemos visto que al establecer la teoría pragmatista del significado declaró que nuestra concepción total de un objeto es reductible a nuestras ideas de los "efectos posibles de tipo práctico que puedan resultar del objeto" mencionando explícitamente las sensaciones que podemos esperar Y las reacciones que debemos preparar. y con razón podemos dudar de que éste sea un fundamento prometedor para una visión teísta del mundo. Pero, como indicamos en el apartado biográfico, la reconciliación de una perspectiva científica con una perspectiva religiosa constituía para él un problema personal. Y tomando una teoría de la verdad construida sobre una teoría del significado que empezaba por un análisis de las hipótesis científicas, la usó para cimentar la única visión del mundo que realmente le satisfacía. En el proceso, por supuesto, hubo de llevar el concepto de experiencia más allá de la experiencia sensible. Así, afirmó que el empirismo religioso es mucho más verdaderamente" empírico" que el empirismo irreligioso, puesto que el primero se toma en serio las distintas experiencias religiosas, mientras que el último no lo hace. En un cierto sentido, su problema fue el mismo que el de Kant: reconciliar la perspectiva científica con la conciencia moral y religiosa del hombre. Su instrumento de unificación o armonización fue el pragmatismo. El resultado lo presentó como el desarrollo del empirismo radical Y la actitud adoptada la describió como humanismo. Desde este punto de vista, pues, el teísmo y el materialismo son muy distintos. Y según los principios pragmatistas podemos, en igualdad de condiciones adherimos a la creencia que responda mejor a las exigencias de nuestra naturaleza moral. Pero James no intenta implicar que no haya ningún tipo de prueba en favor del teísmo fuera del deseo de que sea cierto. "Yo mismo creo que la prueba de Dios descansa en primer lugar en las experiencias personales internas." En Un universo pluralista resume lo que ya ha mantenido en Variedades de la experiencia religiosa diciendo que" el creyente es prolongación, por lo menos respecto a su propia conciencia, de un yo más amplio del cual fluyen las experiencias que salvan". Además, "todas las pruebas que tenemos parecen llevamos muy fuertemente a una cierta creencia en la vida sobrehumana, en la cual tal vez seamos, desconocidos para nosotros mismos, co-conscientes". Al mismo tiempo, el mal y el sufrimiento en el mundo llevan a la conclusión de que esta conciencia sobrehumana es finita, en el sentido de que Dios es limitado" en poder, en conocimiento o en ambos a la vez". Esta idea de un Dios finito la usa James en su sustitución del "meliorismo" por optimismo, en una parte y por pesimismo en otra. Según el meliorista, el mundo no debe mejorar necesariamente, ni tampoco empeorar: puede mejorar si -digamos- el hombre libremente coopera con el Dios finito en mejorarlo. En otras palabras, el futuro no está determinado inevitablemente, ni para bien ni para mal, ni siquiera por Dios. 160 DEWEY HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VIII Frederick Copleston 1. Vida y obras John Dewey (1859-1952) nació en Burlington, Vermont. Estudió en la Universidad de Vermont y fue luego profesor de escuela secundaria. Pero su interés por la filosofía le llevó a someter al juicio de W. T. Harris un ensayo sobre los presupuestos metafísicos del materialismo, con vistas a publicado en The Journal of Speculative Philosophy, y Harris le animó tanto, que acabó por entrar en la Universidad John Hopkins en 1882. Allí siguió los cursos de lógica de C. S. Peirce, pero quien influyó principalmente en su pensamiento fue G. S. Morris, el idealista, con quien Dewey inició una relación de amistad personal. Desde 1884 hasta 1888 Dewey enseñó en la Universidad de Michigan, primero como instructor de filosofía y luego como profesor asistente; después pasó un año como profesor en la Universidad de Minnesota. En 1889.volvió a Michigan como jefe del departamento de filosofía, y ocupó este puesto hasta 1894, en que se trasladó a Chicago. Durante este período, Dewey trabajó en problemas lógicos, psicológicos y éticos, y se separó del idealismo que había aprendido de Morris. En 1887 publicó su Psychology (Psicología); en 1891, Outlines of a Critical Theory of Ethics (Esbozo de una teoría crítica de la ética); y en 1894, The Study of Ethics.. A Syllabus (Syllabus para el estudio de la ética). Desde 1894 hasta 1904, Dewey fue jefe del departamento de filosofía de la Universidad de Chicago, donde fundó el Laboratory School en 1896. Las publicaciones de esta época incluyen: My pedagogic Creed (Mi credo pedagógico, 1897), The School and Society (La escuela y la sociedad, 1900), Studies in Logical Theory (Estudios sobre teoría lógica, 1903), y Logical Conditions of a Scientific Treatment of Morality (Las condiciones lógicas para un tratamiento científico de la Moral, 1903). En 1904 Dewey se trasladó como profesor de filosofía a la Universidad de Columbia, pasando a ser Professor Emeritus en 1929. En 1908 publicó Ethics; en 1910, How We Think. (Cómo pensamos) y The Influence of Darwin ánd Other Essays in Contemporary Thought (La influencia de Darwin y otros ensayos sobre el pensamiento contemporáneo); en 1915, Schools of Tomorrow (Las escuelas del mañana); en 1916, Democracy and Education (Democracia y educación) y Essays in Experimental Logic (Ensayos de lógica experimental); en 1920, Reconstruction in Philosophy (La reconstrucción en filosofía); en 1922, Human Nature and Conduct (Naturaleleza humana y Conducta); en 1925, Experience and Nature (Experiencia y Naturaleza), y en 1929, The Question Certainty (La busca de la certeza). En cuanto a sus publicaciones posteriores, Art as Experience (El arte como experiencia) y A Common Faith (Una fe común) aparecieron en 1934: Experience and Education (Experiencia y educación) y Logic The Theory of Inquiry (La lógica, teoría de la investigación), en 1938; Theory of Valuation (La teoría del valor), en 1939: Education Today (La educación hoy), en 1940; Problems of Men (Los problemas de los hombres), en 1946, y Knowing and The Known (El conocer y lo conocido), en 1949. Fuera de los Estados Unidos, por lo menos, Dewey es probablemente más conocido por su instrumentalismo, su versión del pragmatismo. Pero no fue ciertamente el tipo de hombre que se preocupa sólo por las teorías generales sobre el pensamiento y la verdad. Como indica la lista precedente (y parcial) de sus obras, le interesaron profundamente los problemas del valor y de la conducta humana, de la sociedad y de la educación. Especialmente en este último campo ejerció una gran influencia en Norteamérica. Evidentemente, sus ideas no consiguieron un reconocimiento universal. Pero no podían ser ignoradas. Y, en general, podemos decir que William James y John Dewey fueron los dos filósofos que trabajaron más por allegar la filosofía a la atención del público culto de los Estados Unidos. 2. El empirismo naturalista: el pensamiento, la experiencia y el conocimiento 161 Dewey define a menudo su filosofía como naturalismo empírico o empirismo naturalista. Y tal vez pueda ilustrarse el significado de tales definiciones diciendo algo sobre su estudio de la naturaleza y la función del pensamiento. Podemos empezar considerando el significado, en tal contexto, del término "naturalismo". En primer lugar, el pensamiento no es para Dewey una realidad última, un absoluto que cree la realidad objetiva en sentido metafísico. Tampoco es algo que en el hombre represente el elemento no natural, en el sentido que coloque al hombre por encima de o en contraposición a la Naturaleza. Es, a la larga, una forma altamente desarrollada de la relación activa entre un organismo vivo y su ambiente. De hecho Dewey, a pesar de su tendencia a usar un lenguaje conductista, es consciente de que la vida intelectual del hombre tiene caracteres peculiares propios. El hecho es, sin embargo, que se niega a partir, por ejemplo, de la distinción entre sujeto y objeto como punto de partida absoluto, pero ve que la vida intelectual del hombre presupone unas relaciones anteriores y se desarrolla a partir de ellas, cayendo así totalmente en el ámbito de la Naturaleza. El pensamiento es uno entre otros procesos o actividades naturales. Todas las cosas en cierto modo reaccionan ante su entorno. Pero es evidente que no todas reaccionan del mismo modo. Ante un conjunto determinado de circunstancias, una cosa inanimada, por ejemplo, puede reaccionar o no hacerlo. Una situación determinada no plantea ningún problema que la cosa pueda reconocer como problema y frente a la cual pueda reaccionar según un procedimiento selectivo. Sin embargo, cuando volvemos a la esfera de la vida, encontramos respuestas selectivas. A medida que los organismos vivos van siendo más complejos, su entorno se vuelve más ambivalente. Es decir, va siendo más inseguro qué tipo de respuestas o acciones es el exigido por los intereses de la vida, qué acciones encajarán mejor en una serie que mantenga la continuidad de la vida. Y "en la medida en que tales respuestas sustituyan a la duda como duda, adquieren una naturaleza mental". Es más, cuando tales respuestas muestran una tendencia directa a transformar lo precario en seguro y a solucionar lo problemático, "son tan intelectuales como mentales". Podemos decir, pues, que para Dewey el pensamiento es una forma altamente desarrollada de la relación entre el estímulo y la respuesta al nivel puramente biológico. Es cierto que en las interacciones con su ambiente el organismo humano, como cualquier otro, actúa primariamente conforme a unos hábitos establecidos. Pero surgen situaciones que el pensamiento reconoce como problemáticas y que por lo tanto exigen una investigación o reflexión, quedando así interrumpida, en un cierto sentido, la respuesta inmediata. Pero en otro sentido, la respuesta no queda interrumpida. Porque el fin del pensamiento, estimulado por una situación problemática, es transformar o reconstruir el conjunto de condiciones antecedentes que han planteado el problema o la dificultad. En otras palabras, tiende a producir un cambio en el ambiente. "No hay ninguna investigación que no implique algún cambio en las condiciones circundantes." Es decir, la conclusión a que llega el proceso investigador es una acción o un conjunto de acciones proyectadas, un plan de acción posible que transformará la situación problemática. El pensamiento es, pues, instrumental Y tiene una función práctica. Sin embargo, no es del todo exacto decir que esté subordinado a la actividad, porque él mismo es una forma de actividad. y puede considerársele parte de un proceso total de actividad por el cual el hombre trata de resolver las situaciones problemáticas produciendo ciertos cambios en su ambiente, transformando una situación "indeterminada" -una situación cuyos elementos chocan o no están armonizados y, así, plantea un problema en el que hay que pensar- en una situación" determinada", en un conjunto unificado. En este sentido, pues, el pensamiento no interrumpe el proceso de respuesta; porque él mismo es parte de la respuesta total. Pero el proceso investigador presupone el reconocimiento de una situación problemática como problemática. Puede decirse, pues, que interrumpe la respuesta, si se entiende por tal una respuesta instintiva o una respuesta que es simple consecuencia de un cierto hábito establecido. Por supuesto, el hombre puede reaccionar ante una situación problemática de un modo no inteligente. Para tomar un ejemplo sencillo: puede perder los estribos y destrozar una herramienta o un instrumento que no funcione bien. Pero es evidente que tal tipo de reacción no sirve para nada. Para resolver el problema, el hombre tiene que averiguar qué le ocurre al instrumento Y pensar en la forma de arreglarlo y la conclusión a que llega es un plan de acción posible calculada con el fin de transformar la situación problemática. 162 Éste es un ejemplo de sentido común. Pero Dewey no permitirá que haya un golfo infranqueable o una distinción rígida entre el nivel del sentido común y, por ejemplo, el de la ciencia. La investigación científica puede dar lugar a largas operaciones que no son acciones patentes en el sentido ordinario del término, sino operaciones con símbolos. y todavía el proceso total de hipótesis, deducción y experimentación controlada, no hace más que reproducir en un modo mucho más complicado y complejo el proceso de investigación provocado por ciertos problemas prácticos de la vida diaria. Incluso las complicadas operaciones con símbolos van dirigidas a transformar la situación problemática que da lugar a las hipótesis. Así, el pensamiento es siempre en cierto sentido práctico, se dé al nivel del sentido común o al nivel de la teoría científica. En ambos casos es una forma de hacerse cargo de una situación problemática. Hay que notar que cuando Dewey habla de transformar el ambiente, no hay que entender este término como una referencia exclusiva al ambiente físico del hombre, el mundo de la Naturaleza física. "El ambiente en que viven, actúan y piensan los seres humanos, no es simplemente físico. Es también cultural." Y, por ejemplo, un conflicto de valores en una determinada sociedad da lugar a una situación problémática, cuya solución produciría un cambio en el ambiente cultural. Tales reflexiones sobre el pensamiento y su función básica se relaciona con el hecho de que "el hombre, que vive en un mundo de casualidades, tiene que procurarse una seguridad". Y, por supuesto, es obvio que cuando el hombre se encuentra ante una situación amenazante o peligrosa y la reconoce como tal, lo que se requiere es acción y no sólo pensamiento. Al mismo tiempo Dewey huelga decirlo, sabe muy bien que la investigación y el pensamiento no llevan necesariamente a la acción, en el sentido ordinario de la palabra. Por ejemplo, la investigación de un científico puede concluir en una idea o conjunto de ideas, es decir, en una teoría o hipótesis científica. Las reflexiones de Dewey sobre el pensamiento, de hecho, implican la tesis de que "las ideas son planes y designios anticipativos que se dan en una reconstrucción concreta de las condiciones anteriores de la existencia". Una hipótesis científica es predictiva y, por lo tanto espera impacientemente, por decido así, la verificación. Pero puede darse el caso de que el científico no esté en condiciones de verificarla aquí y ahora. O tal vez prefiera no hacerlo. En tal caso, su investigación concluye en un conjunto de ideas, y carece de un conocimiento justificado. Pero esto no altera el hecho de que las ideas son predictivas, son planes de acción posible. De igual modo, si un hombre se encuentra ante una situación moralmente problemática que le incita a la investigación o al estudio, el juicio moral que formule al final es un plan o directriz de acción posible. Cuando un hombre se compromete con un principio moral, expresa su disposición a obrar de un cierto modo en determinadas circunstancias. Pero aunque su pensamiento esté así dirigido a la acción, la acción no se sigue necesariamente. El juicio que formula es la directriz de una acción posible. Ahora bien, hay un sentido real en el cual cada situación problemática es única e irrepetible. Y cuando Dewey piensa en este aspecto del tema tiende a despreciar las teorías generales. Pero es obvio que el científico trabaja con conceptos y teorías generales; y que Dewey reconoce tal hecho lo muestra su insistencia en que la relación de una teoría con la acción consiste en una relación "con las formas posibles de obrar, más que con las formas que se reconocen como real e inmediatamente necesarias". Al mismo tiempo, la tensión entre la tendencia a desdeñar los conceptos y teorías generales, aludiendo al hecho de que la investigación viene provocada por situaciones particulares problemáticas e intentos de transformarlas, y el reconocimiento del hecho de que el pensamiento científico trabaja con ideas generales y construye teorías generales, soluciones generales, muestra por sí sola lo que Dewey tiene que decir sobre la naturaleza de la filosofía. Pero podemos dejar este tema para el próximo apartado. Hemos visto que la noción de pensamiento de Dewey es "naturalista", en cuanto lo describe como el desarrollo de la relación entre un organismo y su entorno. "Las operaciones que efectúa están prefiguradas en el comportamiento de tipo biológico, y éste prepara el camino para aquél. El naturalismo, por supuesto, no niega las diferencias, sino que está encargado de dar cuenta de ellas sin invocar ninguna fuente o agente no natural. En otras palabras, el pensamiento debe ser representado como un producto de la evolución. La noción que tiene Dewey del pensamiento puede calificarse también de "empirista", en el sentido de que lo describe como algo que 163 está partiendo de las experiencias y regresando a ellas. El proceso investigador se pone en movimiento cuando el sujeto encuentra una situación problemática en su entorno, y concluye, real o idealmente, en una transformación del entorno o, sin duda, del hombre mismo. Al mismo tiempo, Dewey afirma que el objeto del conocimiento es hecho o construido por el pensamiento. Y puesto que tal afirmación parece denunciar a primera vista una posición más idealista que empirista, esto necesita alguna explicación. La experiencia, dice Dewey, es en general una transacción, un proceso de acción y reacción, una relación activa entre un organismo y su entorno. Y según Dewey, la experiencia primaria o inmediata tiene un carácter no cognoscitivo. No contiene "ninguna división entre el acto y lo material, sujeto y objeto, sino que los contiene a ambos en una totalidad indivisa". El sujeto no objetiva lo que experimenta a modo de un signo con un sentido o significado, Tales distinciones, como la que se da entre sujeto y objeto, surgen sólo en la reflexión. Y una cosa asume o, mejor, se reviste de significado, sólo en tanto resultado de un proceso de investigación o pensamiento. Una pluma estilográfica, por ejemplo, tiene sentido para mí en relación a su función o funciones. Así, puesto que Dewey reserva el término "objeto de conocimiento" para el final de tal proceso, puede decir que el pensamiento hace o construye al objeto de conocimiento. Por una parte, Dewey se esfuerza por mostrar que sus reflexiones sobre la actividad del conocer no implican la conclusión de que las cosas no existan antes de ser experimentadas o pensadas. Por otra parte, al identificar el objeto de conocimiento con el término de la investigación no tiene más remedio que decir que es, en cierto modo, el producto del pensamiento. Porque el término de la investigación es la situación determinada que sustituye a una situación indeterminada o problemática. Dewey afirma, sin embargo, que "el conocimiento no es una distorsión o perversión que adjudique a su objeto (subject-matter) unos rasgos que no le pertenecen, sino un acto que confiere al material no cognitivo unos rasgos que no le pertenecían". La resolución de una situación problemática o el proceso de revestir algo con un significado determinado, no es más distorsión o perversión que el acto por el cual el arquitecto da a la piedra o a la madera unas cualidades y relaciones que anteriormente no tenían. Una razón por la cual Dewey adopta esta extraña teoría del conocimiento que identifica el objeto del conocimiento con el fin del proceso de investigación es que desea librarse de lo que llama "la epistemología del espectador". Según tal teoría tenemos por un lado al conocedor y por otro al objeto de conocimiento, al cual no le afecta en absoluto el proceso del conocer, Se nos plantea entonces el problema de tender un puente entre el proceso del conocer, que se produce totalmente dentro del "sujeto-espectador", y el objeto indiferente al hecho de ser conocido, Pero si entendemos que el objeto del conocimiento como tal llega a ser a través del proceso de conocer, el problema desaparece. La afirmación de que el objeto de conocimiento llega a ser por el proceso del conocer debería, considerada en sí misma, ser una tautología. Porque es tautológico decir que nada se constituye en objeto de conocimiento más que siendo conocido. Pero es obvio que Dewey no pretende formular una tautología: pretende decir algo más. Y lo que intenta es describir el proceso del conocer como una forma altamente desarrollada de la relación entre un organismo y su entorno, relación por la cual se produce un cambio en el entorno. En otras palabras, trata de describir el conocimiento desde un punto de vista naturalista, y de excluir de él cualquier noción que lo presente como un fenómeno misterioso completamente sui generis. Trata también de unificar la teoría y la práctica, Así, define al conocimiento más como un hacer o elaborar que, como en la llamada teoría del espectador, como un "ver". 3. La función de la filosofía La forma en que Dewey da cuenta del pensamiento y el conocimiento afecta de modo evidente a su concepto de la filosofía y sus juicios sobre otros filósofos. Por ejemplo, se opone resueltamente a la idea de la filosofía como actividad que estudia la esfera del ser y la verdad inmutables y eternas. Podemos explicar fácilmente la génesis de tal idea. "El mundo es precario y peligroso." Es decir, los peligros a que el hombre está expuesto son situaciones objetivas. y cuando el hombre las reconoce como un riesgo, se convierten en situaciones problemáticas que el hombre trata de resolver. Pero sólo tiene medios limitados para ello. Además, en su busca de la seguridad y por tanto de la certeza, el hombre sabe que el mundo empírico, que es un mundo 164 cambiante, no puede proporcionarle la seguridad y la certeza absolutas. Y encontramos a los filósofos griegos, como Platón, formulando una aguda distinción entre el mundo cambiable y empírico y la esfera del ser y la verdad inmutables. Así, la teoría se divorcia de la práctica. Es cierto que la filosofía sigue siendo una actividad. Porque el pensamiento siempre es una actividad. Pero con Aristóteles, por ejemplo, la actividad puramente teorética, la vida de contemplación, es ensalzada por encima de la vida práctica, de la vida de acción en un mundo cambiante y se hace necesario recordarle al pensamiento su verdadera función de resolver las situaciones indeterminadas o problemáticas transformando al entorno y al hombre mismo. El pensamiento y la práctica deben unirse de nuevo. Tal unión del pensamiento y la práctica se ve con particular claridad en el surgimiento de la ciencia moderna. En las primeras épocas de la historia, el hombre trató de controlar las fuerzas misteriosas y amenazadoras de la Naturaleza por medio de la magia, o las personificó y trató de apaciguadas, aunque también recurría a actividades más sencillas como la agricultura. Más tarde, como hemos visto, se produjo el divorcio entre la teoría y la práctica, consumado gracias a la filosofía, y la idea del hombre como espectador fue sustituida por la del hombre como actor. Pero con la ciencia moderna aparece una nueva actitud con respecto al cambio. Porque el científico ve que sólo puede entenderse el proceso del cambio relacionando los fenómenos y, dentro de ciertos límites, sólo puede controlársele produciendo los cambios que deseamos e impidiendo los que consideramos indeseables. El pensamiento, pues, ya no apunta a una esfera celestial del ser y la verdad inmutables: vuelve a dirigirse al entorno experimentado, si bien apoyándose en una base más segura que la que le sostenía en las primeras épocas de la humanidad. y con el crecimiento y el progreso constante de las ciencias, toda la actitud del hombre hacia el pensamiento y el conocimiento se transforma. y esta nueva actitud o visión de la función del pensamiento y del conocimiento tiene que quedar reflejada en nuestro concepto de la filosofía. Ahora bien, las ciencias particulares no son filosofía, sino que corrientemente se ha concebido a la ciencia como la descripción de un mundo indiferente a los valores morales, que elimina de la Naturaleza todas las cualidades y los valores. Y "así nace el problema primordial de la filosofía moderna: la relación entre la ciencia y las cosas que apreciamos y queremos Y que tienen un cierto poder en la dirección de la conducta". Este problema, que preocupó, por ejemplo, a lmmanuel Kant, se ha convertido "en la versión filosófica del conflicto popular entre ciencia y religión". Y los filósofos de las tradiciones espiritualista e idealista, desde la época de Kant -o, mejor, desde la de Descartes- en adelante han tratado de resolver el problema diciendo que el mundo de la ciencia puede considerarse sin peligro como la esfera de la materia y del mecanismo, desprovista de valores y cualidades, porque "la materia y el mecanismo tienen su fundamento en el entendimiento inmaterial". Con otras palabras, los filósofos han intentado reconciliar la idea científica del mundo, tal como ellos la concebían, con una afirmación de la realidad de los valores, desarrollando para ello distintas versiones de la misma dicotomía o dualismo que caracterizó al platonismo. Evidentemente, Dewey no tendrá nada que ver con esta forma de solucionar el problema. Porque en su opinión conduce sólo a la resurrección de una metafísica pasada de moda. Pero si rechaza la idea de que hay unos valores inmutables que trascienden el mundo mutable, no tiene la más mínima intención de empequeñecer, y mucho menos de negar, los valores. Así, su naturalismo le obliga a sostener que los valores están en cierto modo comprendidos en la Naturaleza, y que el progreso del conocimiento científico no representa ningún tipo de amenaza contra la realidad del valor. "¿Por qué no nos dedicamos a emplear nuestros éxitos científicos para mejorar nuestros juicios sobre los valores y para regular nuestras acciones a fin de que nuestros valores sean más seguros y tengan una parte mayor en la existencia?" No le toca al filósofo demostrar en general que hay valores. Porque la creencia en unos valores y juicios de valor es una característica ineludible del hombre; y cualquier verdadera filosofía de la experiencia es consciente de este hecho. "La existencia de lo inevitable no necesita pruebas.” Pero los afectos, deseos, propósitos y artificios del hombre necesitan ser dirigidos; y esto sólo es posible por medio del conocimiento. Aquí la filosofía puede servir de guía. El filósofo puede examinar los valores e ideales aceptados por una sociedad determinada a la luz de sus consecuencias, y puede al mismo tiempo tratar de resolver las contradicciones entre los valores y los ideales que surgen en una sociedad, señalando el camino hacia posibilidades nuevas, transformando así las situaciones indeterminadas o problemáticas del entorno cultural en situaciones determinadas. 165 La función de la filosofía es, pues, a la vez crítica y constructiva o, mejor, reconstructiva. Y es crítica con vistas a una reconstrucción. Así, podemos decir que la filosofía es esencialmente práctica. Y puesto que no cabe duda de la competencia del filósofo frente a la del científico en su propio campo, Dewey lógicamente pone el acento en la filosofía moral y social y en la filosofía de la educación. Es cierto que el filósofo no debe limitarse de ningún modo a estos temas. Como sostiene Dewey en Estudios sobre teoría lógica, una filosofía de la experiencia incluye en su campo de investigación todos los modos de la experiencia humana, tanto el mundo científico como el moral, religioso y estético, y también el mundo socio-cultural en su forma organizada. Y debe investigar las relaciones entre los distintos campos. Pero si se piensa en la solución de las situaciones problemáticas específicas, es cierto que el filósofo no está en mejor posición que el científico para resolver los problemas científicos. Desde este punto de vista, pues, es natural que Hegel llegara a decir que "la tarea de la filosofía futura es la de clarificar las ideas de los hombres respecto a las contiendas sociales y morales de su época. Su objetivo es llegar a ser, en la medida de lo humanamente posible, un órgano para tratar tales conflictos". Ahora bien, si se considera que el filósofo está llamado a echar luz sobre las situaciones problemáticas específicas, es comprensible que las nociones y teorías generales deban ser despreciadas. Podemos entender, por ejemplo, la aserción de Dewey de que en tanto el debate filosófico se ha llevado en el pasado "en términos de el estado, el individuo", lo que se necesita ahora es echar luz sobre "este o aquel grupo de individuos, este o aquel ser humano concreto, esta o aquella institución o convenio social especiales". Con otras palabras, cuando se trata de poner de relieve la función práctica de la filosofía, Dewey tiende a despreciar los conceptos y teorías generales, en tanto divorciadas de la vida y de la experiencia concretas y asociadas a una idea de la filosofía como actividad puramente contemplativa. Su actitud es expresión de su protesta contra el divorcio entre teoría y práctica. El lector objetará sin duda que al filósofo le compete tan poco resolver, por ejemplo, los problemas políticos específicos como resolver los problemas científicos específicos. Pero Dewey no pretende decir en realidad que tal sea la misión del filósofo. Lo que afirma es que" el verdadero logro de la reconstrucción filosófica" se encuentra en el desarrollo de unos métodos para reconstruir las situaciones problemáticas específicas. Con otras palabras, Dewey se ocupa de "transferir el método experimental, desde el campo técnico de la experiencia física al más ancho campo de la vida humana". Y tal transferencia requiere evidentemente una teoría general del método experimental, en tanto la aplicación del método "implica una dirección ideológica y epistemológica". Ciertamente, Dewey no tiene la más mínima intención de promover el desarrollo de un método que pretenda tener una validez a priori absoluta y universal. Insiste en que lo que se requiere es un examen inteligente de las consecuencias reales de las costumbres e instituciones heredadas y tradicionales, con vistas a un examen inteligente de las formas en que deberían modificarse esas costumbres e instituciones a fin de producir las consecuencias que se consideran deseables. Pero sigue siendo cierto que gran parte de este examen está dedicado a desarrollar una lógica general de la experiencia y una teoría general del método experimental. Sería, pues, caricaturizar groseramente la teoría práctica real de Dewey si se dijera que menosprecia todos los conceptos y las teorías generales; más aún que si dijéramos que en realidad trabaja sin tales conceptos y categorías. Sin ellos no podría ser filósofo. Es cierto que en su contribución a un volumen de ensayos titulado Creative Intelligence (La inteligencia creadora, 1917), Dewey afirma rotundamente que puesto que la "realidad" es un término denotativo, que designa indiferentemente todo lo que ocurre, "no es posible ni se necesita" ninguna teoría general de la realidad, conclusión que no parece deducirse de las premisas. Pero puede decirse con justicia que en Experiencia y Naturaleza (1925) desarrolla tal teoría, si bien reconoce que no es la teoría de una realidad trascendente a la Naturaleza. De igual modo, aunque en La reconstrucción en la filosofía no habla de "el Estado", eso no le impide desarrollar una teoría del Estado. Además, cuando afirma que cualquier filosofía que no esté aislada de la vida moderna debe enfrentarse con" el problema de restaurar la integración y la cooperación entre las creencias del hombre sobre el mundo en que vive y sus creencias sobre los valores y los fines que deben dirigir su conducta", está aludiendo a un problema sobre el que no se puede hablar sin tener unas ideas generales. No se trata ciertamente de sostener que Dewey se esté contradiciendo continuamente. Por ejemplo, uno puede prescindir de "el Estado", entendiendo por tal una esencia eterna, y sin embargo hacer generalizaciones basadas en un examen de los Estados reales. Más bien se trata de sostener que 166 la insistencia de Dewey en el campo de la práctica, como fin de la investigación en la reconstrucción de una situación problemática específica, le lleva a hablar a veces de un modo que no cuadra con su práctica real. 4. El instrumentalismo: la lógica y la verdad Hemos anotado ya que Dewey acentúa la importancia de la investigación, entendiendo por tal "la transformación controlada o directa de una situación indeterminada en otra tan determinada en sus distinciones y relaciones constituyentes, que convierte los elementos de la situación original en un conjunto unificado". Está pidiendo, pues, una nueva lógica de la investigación. Si se toma la lógica aristotélica desde un punto de vista puramente histórico, en relación con la cultura griega, "merece la admiración que ha recibido". Porque es un análisis admirable del "raciocinio, aislado de las operaciones que lo componen". Al mismo tiempo, el intento de conservar la lógica aristotélica cuando el progreso de la ciencia ha minado el fundamento ontológico de las esencias y las especies en que se apoya, es "la causa principal de la confusión que existe en la teoría lógica". Más aún, si se conserva esta lógica una vez se han repudiado sus presupuestos ontológicos, se convierte inevitablemente en una teoría puramente formal y totalmente inadecuada en tanto investigación lógica. Es cierto que la lógica de Aristóteles sigue siendo un modelo, en el sentido de que combina en un esquema unificado el sentido común y la ciencia de su época. Pero su época no es la nuestra. Y lo que nos hace falta es una teoría unificada de la investigación, que haga aplicable a otros campos "el patrón auténtico de la investigación experimental y operacional de la ciencia". Con esto no se pide que todos los demás campos de investigación sean reducidos a la ciencia física. Se dice más bien que la lógica de la investigación hasta ahora ha encontrado su principal ejemplificación en la ciencia física, y que necesita ser abstraída, por decido así, y convertida en una teoría general de la investigación, que pueda usarse en todas las "investigaciones relacionadas con la reconstrucción deliberada de la experiencia". Nos recuerda, pues, la exigencia de Hume según la cual el método de investigación experimental, que ha demostrado ser tan provechoso en la ciencia física o en la filosofía natural, debería aplicarse a los campos de la estética, la ética y la política. Pero Dewey, al contrario de Hume, desarrolla un estudio elaborado de tal lógica de la investigación. Sería imposible hacer aquí un sumario de tal estudio. Pero podemos mencionar algunos de sus elementos. En general, la lógica se considera como un instrumento, es decir, como un medio de hacer inteligente, en lugar de ciega, la acción implicada en la reconstrucción de una situación indeterminada o problemática. La acción inteligente presupone un proceso de pensamiento o investigación, y ésta requiere una simbolización y una formulación proposicional. Las proposiciones en general son los instrumentos lógicos necesarios para llegar a un juicio final de interés existencial; y al juicio final se llega a través de una serie de juicios intermedios. Así, puede definirse el juicio como "un proceso continuo para resolver una situación indeterminada, inestable, en una situación determinadamente unificada, a través de una serie de operaciones que transforman el objeto dado al principio". El proceso total de juicio y raciocinio puede considerarse, pues, como una fase de acciones inteligentes, y al mismo tiempo como un instrumento para la reconstrucción real de la situación. Las proposiciones universales, por ejemplo, son formulaciones de modos posibles de actuar o de obrar. Todas ellas son del tipo del "si/luego". Si el pensamiento lógico es instrumental, su validez queda demostrada por su éxito. Así, la norma de validez es "precisamente el grado en que el pensamiento se deshace realmente de la dificultad (la situación problemática) y nos permite proceder con modos de experimentación más directos, que adquieren en seguida un valor más seguro y más profundo". De acuerdo con este principio, Dewey rechaza la idea de unos principios básicos de la lógica como verdades a priori, establecidos antes de toda investigación, y los explica como productos del mismo proceso de investigación. Son condiciones que, en el proceso continuo de investigación, se han mostrado implicados o exigidos por el éxito del mismo. Al igual que las leyes causales tienen un carácter funcional, así también los llamados primeros principios de la lógica. Su validez se mide por su éxito. El instrumentalismo en lógica está, pues, en relación con el naturalismo de Dewey. Los principios lógicos básicos no son verdades trascendentales que trasciendan el mundo empírico mudable y que haya que aprehender instintivamente: los produce el proceso real de la relación activa del hombre con su entorno. 167 En un ensayo sobre el desarrollo del pragmatismo norteamericano, Dewey define el instrumentalismo como "un intento de constituir una teoría lógica exacta de los conceptos, de los juicios y de las inferencias en sus distintas formas, considerando primariamente el modo en que funciona el pensamiento en las determinaciones experimentales de las futuras consecuencias". Pero hay también una teoría instrumentalista de la verdad, sobre la que debemos decir algo. En una nota a su Lógica, Dewey indica que "la mejor definición de la verdad que yo conozca, desde un punto de partida lógico, es la de Peirce", a saber, que la verdad es la opinión que se considera aceptada en último término por todos los investigadores. Cita también, aprobándola, la afirmación de Peirce de que la verdad es la concordancia de una afirmación abstracta con el límite ideal al que tendería toda investigación ilimitada para aportar una convicción científica. En otro lugar, sin embargo, Dewey insiste en que a la pregunta de qué es la verdad aquí y ahora, por decido así, sin referencia al límite ideal de toda investigación, hay que contestar que una afirmación o una hipótesis es verdadera o falsa en la medida en que nos conduce o nos aparta del fin que nos hemos propuesto. Con otras palabras, "la hipótesis que funciona es la verdadera". Según Dewey, tal concepto de la verdad se deduce de hecho del concepto pragmatista del significado. Dewey señala cuidadosamente que si se dice que la verdad es la utilidad o lo útil, tal afirmación no pretende identificar la verdad "con un fin puramente personal, un fruto querido por un individuo particular". La idea de utilidad en este contexto debe interpretarse en relación con el proceso de transformación de una situación problemática. y una situación problemática es algo público y objetivo. Un problema científico, por ejemplo, no es una preocupación neurótica privada, sino una dificultad objetiva resuelta mediante métodos objetivos apropiados. Por este motivo Dewey evita hablar, con James, de la verdad como lo satisfactorio o lo que satisface. Porque tal modo de hablar sugiere una satisfacción emotiva privada. Y si se usa el término "lo satisfactorio", debemos entender que la satisfacción en cuestión es la exigida por una situación problemática general, no la satisfacción de las necesidades emotivas de un individuo. Por este motivo, la solución de un problema científico podría causar gran infelicidad a la raza humana. Ahora bien, en cuanto funcionara o mostrara su utilidad transformando una situación problemática objetiva, sería verdadera y "satisfactoria". Aunque insiste en que el instrumentalismo no niega la objetividad de la verdad sometiéndola a los caprichos, deseos y necesidades emotivas del individuo, Dewey sin embargo sabe, como es lógico, que su teoría se opone a la de las verdades eternas, inmutables. En realidad, es obvio que intenta tal oposición. Considera que la teoría de las verdades eternas, inmutables, implica una cierta metafísica o visión de la realidad, a saber, la distinción entre el campo fenoménico del llegar a ser y el campo del ser perfecto e inmutable, aprehendido en forma de verdades eternas. Tal metafísica está claro que se opone al naturalismo de Dewey. Así, las llamadas verdades eternas son para él simples instrumentos que sirven para conocer el único mundo del llegar a ser, instrumentos que muestran constantemente su valor en la práctica. Con otras palabras, su significado es más bien funcional que ontológico. Ninguna verdad es absolutamente sacrosanta, pero ciertas verdades tienen en la práctica un valor funcional constante. Esta teoría de que no hay unas verdades sacrosantas, sino que todas las afirmaciones que creemos son corregibles en principio, o desde el punto de vista puramente lógico, evidentemente tiene importantes aplicaciones en los campos moral y político. "Generalizar el reconocimiento de que lo verdadero significa lo verificado, y no otra cosa, carga al hombre con la responsabilidad de deponer los dogmas morales y políticos y someter al test de las consecuencias sus más caros prejuicios." Según la opinión de Dewey, ésta es una de las razones principales por las cuales la teoría instrumentalista de la verdad produce el miedo y la hostilidad en muchos pensamientos. 5. La teoría moral Dejando a un lado por ahora toda crítica a la teoría instrumentalista de la verdad, podemos volver a la ética, referida, según Dewey, a la conducta inteligente con vistas a un fin, a la conducta conscientemente dirigida. Un agente moral es el que se propone llevar a cabo un fin por medio de una determinada acción. Pero Dewey insiste en que la actividad conscientemente dirigida hacia un fin considerado valioso por el agente, presupone unos hábitos, a modo de disposiciones 168 adquiridas para responder de una forma determinada a determinadas clases de estímulos. "El acto debe preceder al pensamiento, y el hábito a la capacidad de evocar el pensamiento a voluntad." Como dice Dewey, sólo el hombre que tiene ya unos hábitos en cuanto a la postura y que es capaz de estar en posición erguida, puede formarse la idea de la postura erguida como un fin que debe ser conscientemente perseguido. Nuestras ideas, como nuestras sensaciones, dependen de la experiencia. "y la experiencia de la cual ambas dependen es obra de los hábitos; originariamente, de los instintos." Nuestros propósitos y fines, en la acción, nos vienen a través de los hábitos. La insistencia de Dewey en la importancia de la psicología del hábito en la ética se debe en parte a su convicción de que los hábitos, en cuanto exigencias de cierto tipo de acciones, "constituyen el yo", y de que "el carácter es la interpenetración de los hábitos". Porque si tal interpenetración, en tanto integración armoniosa y unificada, es algo que debe realizarse y no un dato original, evidentemente la teoría moral deberá tener en cuenta los hábitos, en cuanto trata del desarrollo de la naturaleza humana. Pero la insistencia de Dewey en la psicología del hábito se debe también a su decisión de incluir a la ética en su interpretación naturalista general de la experiencia. El naturalismo no puede aceptar ideas como las de unas normas eternas, valores absolutos subsistentes o un legislador moral sobrenatural. Toda la vida moral, en tanto se admite que implica la aparición de elementos nuevos, debe considerarse como un desarrollo de la interacción del organismo humano y su entorno. Así, el estudio de la psicología biológica y social es indispensable para el filósofo moral que trata de la vida moral tal como existe en realidad. Se ha indicado ya que, para Dewey, entorno no significa sólo el entorno físico, no humano. De hecho, desde el punto de vista moral, las relaciones del hombre con su entorno social son de primera importancia. Porque es un error suponer que la moral tiene que ser social: "la moral es social". Éste es un simple hecho empírico. Es cierto que en una medida considerable las costumbres, que son uniformidades del hábito ampliamente difundidas, existen porque los individuos se enfrentan con situaciones similares ante las que reaccionan de forma parecida. "Pero en mayor medida las costumbres persisten porque los individuos forman sus hábitos personales en condiciones establecidas por costumbres anteriores. Normalmente un individuo adquiere la moral del mismo modo que hereda el habla de su grupo social." Y esto tal vez sea más obvio en el caso de las formas de sociedad más primitivas. Porque en la sociedad moderna, por lo menos en la del tipo democrático occidental, al individuo se le ofrece un amplio ámbito de modelos de costumbres. Pero en cualquier caso, las costumbres, en tanto exigen ciertos modos de actuar y en tanto forman ciertas perspectivas, constituyen normas morales. Y podemos decir que, "a fines prácticos, la moral significa las costumbres, los modos populares, los hábitos colectivos establecidos". Al mismo tiempo las costumbres, en tanto uniformidades difundidas del hábito, tienden a perpetuarse aun cuando no respondan a las necesidades del hombre en sus relaciones con su entorno. Tienden a convertirse en una rutina mecánica, en un obstáculo para el crecimiento y el desarrollo humano. Y decir esto implica que en el hombre hay otro factor importante en moral además del hábito. Este factor es el impulso. En realidad, los hábitos, como disposiciones adquiridas para actuar en cierto sentido, son secundarios con respecto a los impulsos no adquiridos y no aprendidos. Tal distinción, sin embargo, plantea un problema. Por una parte, los impulsos representan la esfera de la espontaneidad y, por tanto, la posibilidad de reorganizar los hábitos de acuerdo con las exigencias de las situaciones nuevas. Por otra parte, en su mayoría los impulsos humanos no están definitivamente organizados y adaptados del modo en que lo están los instintos animales. Así, adquieren el significado y la determinación requeridos en la conducta humana sólo al ser canalizados en hábitos. Por lo tanto, "la dirección de la actividad innata depende de los hábitos adquiridos, y los hábitos adquiridos pueden ser modificados sólo redirigiendo los impulsos". ¿Cómo es posible, pues, que el hombre cambie sus hábitos y costumbres para enfrentarse con situaciones nuevas y con las nuevas exigencias de un ambiente mudable? ¿Cómo es posible que el hombre cambie? La pregunta sólo puede contestarse recurriendo a la idea de inteligencia. Cuando las condiciones mudables del ambiente hacen a un hábito inútil o perjudicial, o cuando se da una oposición de hábitos, el impulso queda libre del control del hábito y busca una nueva dirección. Abandonado a sí mismo, por decirlo así, el impulso simplemente se libera de las 169 cadenas del hábito en un salto feroz. En la vida social, esto significa que si las costumbres de una sociedad han pasado de moda o se han vuelto perjudiciales, y si la situación se abandona a sí misma, la revolución es inevitable, a no ser que la sociedad simplemente quede sin vida y fosilizada. La única posibilidad es, sin duda, la redirección inteligente del impulso hacia otras nuevas costumbres y la creación inteligente de instituciones nuevas. En resumen, "un corte en la corteza de la tarta de la costumbre libera los impulsos; pero a la inteligencia le corresponde buscar las formas de usarlos". En cierto sentido, pues, la inteligencia, al tratar de transformar o reconstruir una situación moral problemática, tiene que deliberar acerca de los fines y medios. Pero para Dewey no hay unos fines fijos, que el entendimiento pueda aprehender como algo dado desde el principio y eternamente válido. Tampoco admitirá que el fin sea un valor situado más allá de la actividad que trata de alcanzarlo. "Los fines son consecuencias previstas que surgen a causa de la actividad y que sirven para dar a la actividad un nuevo significado y para dirigir su curso futuro." Cuando las condiciones existentes no nos satisfacen, podemos, por supuesto, representamos un conjunto de condiciones que, en caso de realizarse, serían satisfactorias. Pero Dewey insiste en que una representación imaginaria de este tipo se convierte en un propósito verdadero o en un "fin a la vista" sólo cuando se elabora por medio del proceso concreto y posible de realización del mismo, es decir, a través de unos "medios". Tenemos que estudiar las formas en que la actividad causal produce resultados similares a los que deseamos. y cuando examinamos la línea de acción propuesta, entre las series de actos contemplados, podemos distinguir entre los medios y los fines. Evidentemente, la inteligencia puede actuar con las normas morales existentes. Pero consideramos ahora situaciones problemáticas que exigen algo más que la manipulación de las ideas y normas morales corrientes de una sociedad. Y en tal situación, la función de la inteligencia es la de pensar y realizar las posibilidades de crecimiento, de reconstrucción de la experiencia. De hecho, "el mismo crecimiento es el único 'fin' moral". Además, "el único fin es el crecimiento o la reconstrucción continua de la experiencia". Es natural preguntarse ahora: ¿crecimiento en qué dirección? ¿Reconstrucción con qué fin? Pero si tales preguntas se refieren a un fin último distinto del propio crecimiento o de la propia reconstrucción, no tienen sentido en la filosofía de Dewey. Es cierto que admite que el fin moral es la felicidad o la satisfacción de las fuerzas de la naturaleza humana. Pero puesto que la felicidad se convierte en vida, y "la vida significa crecimiento", parece que volvemos al mismo lugar. El crecimiento en tanto fin moral es el que hace posible el crecimiento futuro. Con otras palabras, el propio crecimiento es el fin. Hay que recordar, sin embargo, que para Dewey ningún fin puede separarse de los medios, del proceso que conduce a su realización. Y nos dice que "el bien consiste en el significado que atribuimos a una actividad cuando el conflicto y el enredo de varios impulsos y hábitos incompatibles acaba en una liberación por la acción unificada y ordenada". Así, tal vez pueda decirse que para Dewey el fin moral es el crecimiento en el sentido de un desarrollo dinámico de la naturaleza humana armoniosamente integrada, siempre que no veamos como fin último un estado de perfección fijo y determinado. Para Dewey no hay otro fin último que el propio crecimiento. La consecución de un "fin a la vista", definido y limitado, abre nuevos horizontes, da pie a nuevas tareas, nuevas posibilidades de acción. Y el crecimiento moral consiste en aprehender y realizar tales posibilidades. Dewey trata, pues, de desprenderse del concepto de un reino de valores distinto del mundo de los hechos. Los valores no son algo dado: los constituye el acto de valoración, el juicio de valor. Tal juicio no consiste en decir que algo es satisfactorio. Porque decir esto es simplemente afirmar un hecho, como la afirmación de que algo es dulce o blanco. Un juicio de valor consiste en decir que algo es "satisfactorio" en el sentido de que cumple unas condiciones específicas. Por ejemplo, una actividad determinada ¿crea las condiciones para un desarrollo posterior, o bien las evita? Si la respuesta es que las crea, con ella digo que la actividad vale, es un valor. Puede objetarse que decir que algo cumple ciertas condiciones específicas es una declaración de hecho no menor que decir que un objeto es satisfactorio, en el sentido de que yo o mucha gente o todos los hombres lo encuentran satisfactorio. Pero Dewey sabe que preguntar si algo es un valor, es preguntar si "es algo apreciable y estimable, algo que debe ser disfrutado"; y que decir que es un valor, es decir que es algo que debe ser deseado y disfrutado. De ahí la definición siguiente: "Los juicios sobre valores son juicios sobre las 170 condiciones y resultados de los objetos experimentados; juicios sobre lo que debe regular la formación de nuestros deseos, afectos y goces." No obstante, Dewey pone el acento en el juicio de valor como término del proceso de investigación provocado por una situación problemática. Porque esto le permite decir que su teoría de los valores no excluye la objetividad de éstos. Un valor es algo que se adapta "a las necesidades y exigencias impuestas por la situación", es decir, algo que se enfrenta con las exigencias de una situación problemática objetiva con vistas a su transformación o reconstrucción. Un juicio de valor, en tanto hipótesis científica, es predictivo y, por lo tanto, verificable empírica o experimentalmente. "La valoración de los modos de acción como mejores o peores, más o menos útiles, está experimentalmente justificada en la medida en que no consiste en proposiciones valorativas de un objeto impersonal." La transferencia a la ética del método experimental de la física significaría, por supuesto, que todos los juicios y creencias sobre los valores deberían ser considerados hipotéticos. Pero interpretados así es trasladados del reino de lo subjetivo al de lo objetivo o verificable. Y su formación necesitaría tanto cuidado como el que se dedica al encuadramiento de hipótesis científicas. 6. Algunas implicaciones en las teorías social y de la educación La insistencia de Dewey en el crecimiento implica sin duda que la personalidad es algo que hay que llevar a cabo, algo que se está haciendo. Pero la persona humana no es, por supuesto, un átomo aislado. No se trata sólo de un ser individual con la obligación de tener en cuenta su circunstancia social: es un ser social, le guste o no. Y todas sus acciones "llevan el sello de su comunidad, con la misma fuerza con que lo lleva el lenguaje que habla". Esto es cierto incluso de los tipos de actividad que la sociedad en general desaprueba. La relación del hombre con sus coetáneos es lo que le proporciona las oportunidades de actuar y los instrumentos para sacar provecho de tales oportunidades. Y esto Se verifica en el caso del ladrón o del tratante de blancas no menos que en el del filántropo. Al propio tiempo, la circunstancia social, con sus instituciones, tiene que organizarse y modificarse en la forma más adecuada para promover el desarrollo más completo posible de las capacidades de los individuos, en las formas deseables. y a primera vista nos encontramos ante un círculo vicioso. Por una parte, el individuo está condicionado por la circunstancia social existente con respecto a sus hábitos de acción y a sus fines. Por otra parte, si hay que cambiar o modificar la circunstancia social, esto pueden realizado sólo los individuos, pero los individuos ligados en un trabajo común y que comparten los mismos fines. ¿Cómo es, pues, posible que el individuo, que está inevitablemente condicionado por su entorno social, se dedique a cambiar ese entorno de un modo deliberado y activo? La respuesta de Dewey es la que cabía esperar, a saber, que cuando surge una situación problemática, como el conflicto entre las crecientes necesidades del hombre, por una parte, y las instituciones sociales existentes por otra, d impulso incita al pensamiento y a la investigación a transformar o reconstruir el entorno social. Como en moral, la tarea más inmediata es siempre lo primero en el pensamiento de Dewey. La función de la filosofía política es criticar las instituciones existentes a la luz del desarrollo y de las necesidades mudables del hombre, y discernir y señalar posibilidades prácticas, para que el futuro pueda hacer frente a las necesidades del presente. En otras palabras, para Dewey la filosofía política es un instrumento de acción concreta. Esto significa que no es la misión del filósofo político construir utopías. Ni tampoco debe sucumbir a la tentación de delinear" el Estado", el concepto esencial de estado que se supone eternamente válido. Porque hacer tal es canonizar de hecho, aun cuando se haga inconscientemente, una situación existente, probablemente una situación que se ha puesto ya en duda y se ha sometido a la crítica. En cualquier caso, las soluciones que pretenden cubrir todas las situaciones obstaculizan la investigación en lugar de ayudada. Si, por ejemplo, tratamos de determinar el valor de la institución de la propiedad privada en una sociedad y en una época determinadas, no representa ninguna ayuda la afirmación de que la propiedad privada es un derecho sagrado, inviolable y eterno, o la afirmación de que constituye siempre un robo. Es obvio que el proceso de crítica de las instituciones sociales existentes y de indicación del camino de nuevas posibilidades concretas requiere ciertas normas a las cuales el hombre pueda referirse. Y para Dewey el examen de todas estas instituciones, sean políticas, jurídicas o industriales, es "su contribución al crecimiento completo de cada miembro de la sociedad". Por este motivo él es 171 partidario de la democracia; es decir, por cuanto está fundamentada "en una fe en las posibilidades de la naturaleza humana, una fe en la inteligencia humana y en el poder de la experiencia en colaboración y cooperación". Así, "la primera condición de unos ciudadanos organizados democráticamente es un tipo de conocimiento y de aprehensión que todavía no existe", si bien podemos indicar algunas de las condiciones que deben cumplirse para que exista. La democracia, como sabemos, es, pues, el establecimiento del libre uso del método experimental en la investigación y en el pensamiento sociales, necesario para la solución de los problemas concretos, sociales, políticos e industriales. Hemos visto que para Dewey el fin moral es el crecimiento y que el valor de las instituciones sociales y políticas se mide por el grado en que ellas facilitan tal crecimiento. La idea de crecimiento es también la clave de su teoría educativa. En efecto, "el proceso educativo y el proceso moral son una misma cosa". Y la educación "toma del presente el grado y tipo de crecimiento que hay en él". Y puesto que la potencialidad de crecimiento o desarrollo no cesa con el fin de la adolescencia, no hay que concebir la educación como una preparación para la vida. La misma educación es un proceso de vida. De hecho, "el proceso educativo no tiene un fin fuera de sí mismo; él mismo es su fin". Es cierto que la escolaridad formal tiene un término; pero la influencia educativa de la sociedad, las relaciones sociales y las instituciones sociales afecta tanto a los adultos como a los jóvenes. y si, como debiéramos, echamos una amplia mirada a la educación, veremos la importancia de realizar las reformas sociales y políticas que se juzgan más aptas para promover la capacidad de crecimiento y para incitar las respuestas que faciliten un desarrollo futuro. La moral, la educación y la política están íntimamente relacionadas. Dada esta idea general de la educación, es natural que Dewey insista en la necesidad de hacer de la escuela, en la medida de lo posible, una comunidad real que reproduzca en una forma simplificada la vida social y provoque, así, el desarrollo de la posibilidad del niño de participar en la vida de la sociedad en general. Más adelante insiste, como cabía esperar, en la necesidad de educar al niño para la investigación inteligente. Impresionado por el contraste entre la falta de interés que muestran muchos niños por las enseñanzas escolares, y el vivo interés que muestran por las actividades ajenas a la escuela en las cuales pueden participar personal y activamente, Dewey llega a la conclusión de que los métodos escolares deberían ser cambiados, para permitir al niño participar activamente tanto como sea posible en los procesos concretos de investigación que conducen desde las situaciones problemáticas hasta el comportamiento creativo o hasta acciones externas necesarias para transformar la situación. Pero no podemos entrar en más detalles en cuanto a las ideas de Dewey sobre la educación, en el sentido corriente del término. Su tesis principal es que la educación no debe ser simplemente una instrucción sobre distintos temas, sino más bien un esfuerzo coherente y unificado para fomentar el desarrollo de unos ciudadanos capaces de promover el crecimiento futuro de la sociedad, sirviéndose fructíferamente de la inteligencia en un contexto social. 7. La religión en una filosofía naturalista Durante muchos años, Dewey se mostró un tanto reticente con respecto a la religión. En Naturaleza humana y conducta (1922) habla de la religión como "un sentido de la totalidad", y señala que "la experiencia religiosa es una realidad, en la medida en que, en medio del esfuerzo por prever y regular los objetivos futuros somos sostenidos y desplegados en la debilidad y en el fracaso por el sentido de una envolvente totalidad. Y en La busca de la certeza (1929) lo encontramos sosteniendo que la Naturaleza, incluida la humanidad, en tanto fuente de los ideales y posibilidades de cumplimiento a la vez que morada de todos los bienes alcanzables, es capaz de incitar a una actitud religiosa que puede definirse como un sentido de las posibilidades de la existencia y una dedicación a la causa de su realización. Pero éstas son más o menos indicaciones accidentales, y hasta 1934 Dewey no trató realmente el tema de la religión, en Una fe común, que fue la versión en forma de libro de una serie de "Terry Foundations lectures" dadas en Yale University. Aunque Dewey anteriormente había escrito poco sobre religión, dejó bien claro que rechazaba todo credo definido y toda práctica religiosa. Y de hecho era obvio que en su naturalismo empírico no había lugar para la fe o el culto a un ser divino sobrenatural. Al propio tiempo, Dewey manifestó claramente que daba un cierto valor a lo que él llamó una actitud religiosa. Y en Una fe común, lo hallamos distinguiendo entre el nombre "religión" y el adjetivo "religioso". Rechaza el nombre 172 por cuanto rechaza todo credo, institución y práctica religiosa definida. Acepta el adjetivo por cuanto afirma el valor de la religión como un atributo de la experiencia. Hay que entender, sin embargo, que Dewey no está hablando de ninguna experiencia específicamente religiosa y mística, como la que podría servir de soporte a la fe en una deidad sobrenatural. Piensa en un atributo que puede pertenecer a una experiencia que ordinariamente no se definiría como religiosa. Por ejemplo, la experiencia o el sentimiento de formar una unidad con el universo, con la Naturaleza como conjunto, tiene tal cualidad. Y en Una fe común Dewey asocia la cualidad de ser "religioso" y la fe en "la unificación del yo por la fidelidad a unos fines ideales que lo incluyen todo, fines que la imaginación nos ofrece y a los cuales responde la voluntad humana considerándolos dignos de controlar nuestros deseos y posibilidades de elección". En cuanto a la palabra "Dios", Dewey está dispuesto a conservada, siempre que se entienda por ella no un ser sobrenatural existente, sino más bien la unidad de las posibilidades ideales que el hombre puede realizar por medio de la inteligencia y la acción. "No estamos ante unos ideales completamente incorporados a la existencia, ni tampoco ante unos ideales que sean simples ideales sin base, fantasías, utopías. Porque hay en la naturaleza y en la sociedad fuerzas que producen y sostienen los ideales. Éstos son unificados luego por la acción que les da una coherencia y una solidez. A esta relación activa entre lo ideal y lo real es a lo que yo daría el nombre de 'Dios'." En una filosofía naturalista, dicho de otro modo, no hay lugar para un Dios tal como es concebido en las religiones judía, cristiana y mahometana. Pero una filosofía de la experiencia debe incluir a la religión en cualquier sentido del término. Así, la cualidad de ser "religioso" debe separarse, por decirlo así, de las experiencias religiosas específicas, en cuanto son experiencias que pretenden tener por objeto un ser sobrenatural, y religarse a otras formas de experiencia. Como indica Dewey en Una fe común, el adjetivo "religioso" puede aplicarse a actitudes que pueden adaptarse con respecto a cualquier objeto o cualquier ideal. Puede aplicarse a la experiencia estética, científica o moral, o a la experiencia de la amistad y el amor. En este sentido, la religión puede difundirse por la totalidad de la vida. Pero el mismo Dewey insiste en el carácter religioso de la experiencia de la unificación del yo. Puesto que" el yo apunta siempre a algo que está más allá de sí mismo", la unificación ideal depende de una armonización del yo con el universo, con la Naturaleza como totalidad. Y aquí Dewey insiste, como hemos visto, en el movimiento hacia la realización de las posibilidades ideales. Tal vez cabría esperar que admitiera un principio divino activo que actuara en y a través de la Naturaleza con el fin de realizar y conservar los valores. Pero si bien muchas de sus afirmaciones apuntan a una idea de este tipo, su naturalismo le impide en realidad dar tal paso. 8. Algunos comentarios críticos a la filosofía de Dewey. Es evidente que la filosofía de Dewey no es una metafísica, si por tal entendemos un estudio o teoría de la realidad metaempírica. Pero si bien, como Se ha notado ya, niega, por lo menos en una ocasión, que sea necesaria y aun posible una teoría general de la realidad está bastante claro que desarrolla una concepción del mundo, Y a las concepciones del mundo se las suele clasificar bajo el título de metafísica, Sería ingenuo decir que Dewey simplemente toma el mundo tal y como lo encuentra, Porque es evidente que lo interpreta. Por esta razón, a pesar de todo lo que tenga que decir contra las teorías generales, en realidad no niega el intento de determinar los rasgos generales como dice él, de cualquier tipo de existencia. Lo que hace es insistir en que "la aprehensión genérica de la existencia, la única que puede definir a la metafísica en un sentido empíricamente inteligible es ella misma un hecho sobreañadido o una interacción, y está sometida por tanto al mismo requisito de inteligencia que cualquier otro hecho: a saber la investigación de las relaciones directrices y consecuencias de lo que descubre. El universo no es una serie infinita autorrepresentativa sólo porque al serie añadida una representación se convierta en un universo distinto". En tanto se admita la metafísica en el sentido de ontología, sus hallazgos se convierten en hipótesis de trabajo tan sujetas a revisión como lo están las hipótesis de la ciencia física. Seguramente la propia concepción del mundo de Dewey es una hipótesis de trabajo de este tipo. Es discutible que tal concepción del mundo muestre huellas del pasado hegeliano de su autor, por lo menos en tanto la Naturaleza sea sustituida por el Espíritu de Hegel, y en tanto Dewey tienda a interpretar los sistemas filosóficos del pasado en relación con las culturas que los 173 engendraron. Este segundo punto nos ayuda a explicar el hecho de que Dewey, cuando trata de los sistemas pasados, atiende muy poco, si lo hace, a los argumentos que sus autores aducen en su defensa, y en cambio se detiene en la incapacidad de tales sistemas para enfrentarse con las situaciones problemáticas que surgen en la cultura contemporánea. Tal actitud está, por supuesto, de acuerdo con su idea instrumentalista de la verdad, Pero el resultado es que el lector atento y crítico de sus libros saca la impresión de que la visión naturalista del mundo se da por supuesta, no se prueba. Y en mi opinión, tal impresión está justificada. Dewey da por supuesto sencillamente, por ejemplo, que la época de las explicaciones teológicas y metafísicas ha pasado y que tales explicaciones eran falsas. Y la observación de que tales explicaciones no sirven como instrumentos para resolver, digamos, los problemas sociales contemporáneos, es insuficiente para demostrar la validez de la presuposición. Tal vez se objete que si la filosofía de la experiencia de Dewey. su visión del mundo general consigue dar una relación coherente y unificada de la experiencia como conjunto no se necesita ya ninguna justificación posterior para la exclusión de las hipótesis superfluas que trascienden los límites del naturalismo. Pero habría que discutir si la filosofía de Dewey como una totalidad es realmente coherente. Consideremos, por ejemplo, su negación de los valores absolutos y de unos fines estables. Dewey afirma, como hemos visto, la objetividad de los valores, pero los considera relativos a las situaciones problemáticas que dan lugar al proceso de investigación que acaba en un juicio de valor. No obstante, ciertamente parece que Dewey hablara del "crecimiento" como si fuera un valor absoluto y un fin en sí mismo, un fin fijado por la naturaleza del hombre y en último término por la naturaleza de la realidad. Además, Dewey no olvida explicar que no tiene la intención de negar la existencia de un mundo anterior a la experiencia humana; y afirma que experimentamos muchas cosas como anteriores a nuestra experiencia de ellas. Al mismo tiempo se observa una fuerte tendencia a interpretar la "experiencia" en términos de la reconstrucción de situaciones, reconstrucción que hace al mundo distinto de lo que hubiera sido sin el pensamiento operativo humano. Y esto apunta a una teoría de la experiencia creadora que tiende a convertir lo dado anteriormente en una especie de misteriosa cosa en sí. Es obvio que la presencia de inconsistencias en el pensamiento de Dewey no refuta al naturalismo. Pero, en cualquier caso. da del punto de vista naturalista una idea mucho más expuesta a la crítica de lo que habría estado si Dewey hubiera conseguido dar una visión del mundo o interpretación de la experiencia unificada y coherente. Está claro que no basta decir que según las propias premisas de Dewey su visión del mundo es una hipótesis de trabajo que debe ser juzgada por sus "consecuencias", y no por la ausencia relativa de unas pruebas anteriores a su favor. Porque el "funcionamiento" de una visión del mundo se demuestra precisamente por su capacidad de damos un dominio coherente y unificado de los datos. Si nos volvemos a la teoría lógica de Dewey, encontraremos de nuevo algunos problemas. Por ejemplo. aunque admite, por supuesto, que hay unos principios lógicos básicos que han demostrado ser siempre instrumentos objetivamente útiles para enfrentar las situaciones problemáticas, insiste en que desde un punto de vista puramente lógico, ningún principio es sacrosanto; en principio todos son revisables. Al mismo tiempo. Dewey evidentemente da por supuesto que la inteligencia no puede quedar satisfecha con una situación problemática, con un conflicto o "contradicción" no resuelta. Como en la filosofía de Hegel, el entendimiento se siente forzado a superar tales contradicciones. Y esto parece implicar una necesidad absoluta del intelecto, necesidad difícil de reconciliar con la idea de que ningún principio lógico sea absoluto. Una vez más parece haber cierta ambigüedad en el uso de la palabra" consecuencias". Una hipótesis científica se considera predictiva y se verifica si las consecuencias predichas, que constituyen el significado de la hipótesis, se realizan. Que la verificación satisfaga subjetivamente a la gente o no, es irrelevante. En tal contexto, Dewey es cuidadoso en evitar la objeción, a que se expone James, de que el carácter "satisfactorio" de una proposición sea la prueba de su verdad. Pero cuando llegamos a las esferas social y política, podemos observar una tendencia a caer en la interpretación de las" consecuencias" como consecuencias deseables. Dewey contestaría seguramente que él está hablando de consecuencias "intentadas". La solución a una situación problemática social o política "intenta", tiene como significado, ciertas consecuencias. Y, como en el caso de la hipótesis científica, la verificación hace válida la solución propuesta. Que a la gente le guste o no la solución está fuera de asunto. En ambos casos, en el de la solución o plan social o político, y en el de la hipótesis científica, la 174 prueba de la verdad o validez es objetiva. Con todo, parece totalmente obvio que en la práctica Dewey distingue entre planes y soluciones políticas y teorías, en términos de su contribución al "crecimiento", a su promoción de un fin que él considera deseable. Por supuesto, uno podría aplicar el mismo criterio en un sentido análogo a las hipótesis científicas. Por ejemplo, una hipótesis que tienda a detener la futura investigación y el progreso científico no puede aceptarse como verdadera. Pero en tal caso la prueba de la verdad ya no es simplemente la verificación de las consecuencias que se considera forman el significado de la hipótesis, aunque tal vez de hecho tienda a coincidir con la idea de la verdad de Peirce como el límite ideal en que toda investigación converge. La fuerza de la filosofía de Dewey se halla sin duda en el hecho de que su autor está siempre atento a la realidad empírica o a las situaciones concretas, y al poder de la inteligencia y la voluntad humanas para enfrentarse con tales situaciones y crear otras posibilidades de desarrollo futuro. Dewey hace bajar a la filosofía a la tierra y trata de demostrar su importancia con respecto a los problemas concretos, morales, sociales y educativos. Y esto ayuda a explicar su gran influencia. Es un autor más bien oscuro, no un autor conspicuamente preciso y claro. Su éxito en despertar el interés de tantos de sus coetáneos no se debe a sus dotes literarias: debe atribuirse en gran parte a la relevancia práctica de sus ideas. Además, su visión general del mundo sin duda es capaz de atraer a quienes consideren a las teorías teológicas y metafísicas como pasadas de moda o acaso como dirigidas a preservar intereses creados, y a quienes al mismo tiempo busquen una filosofía esperanzadora, que no recurra en modo alguno a realidades sobrenaturales, sino que en cierto sentido justifique una fe en el progreso humano ilimitado. Por estas razones, ponerse a buscar inconsistencias y ambigüedades en el pensamiento de Dewey tal vez les parezca a algunos un juego poco deportivo, vana mutilación de una filosofía que, en gran parte, está firmemente enraizada en el suelo de la experiencia. A otros, sin embargo, les parecerá tal vez que la relevancia práctica se adquiere, por decido así, al precio de una explicación, examen y justificación total de los fundamentos de la filosofía. También puede parecer que a la larga la filosofía de Dewey se apoya en un juicio de valor, el valor de la acción. U no puede, por supuesto, basar una filosofía en uno o varios juicios de valor. Pero en tal caso es preferible que el juicio se ponga al descubierto. De lo contrario, uno puede pensar, por ejemplo, que la teoría instrumentalista de la verdad no es más que el resultado de un análisis desapasionado. 175 BERGSON I HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO IX Frederick Copleston 1. Vida y obra Henri Bergson (1859-1941) nació en París y estudió en el Lycée Condorcet. Según refiere él mismo, le atraían tanto las matemáticas como las letras, y cuando finalmente optó por las últimas, su profesor de matemáticas visitó a sus padres para protestar de tal decisión. Al dejar en 1878 el liceo, pasó Bergson a estudiar en la Ecole Normale. Durante los años 1881-1897 enseñó sucesivamente en los liceos de Angers, Clermont-Ferrand y París. De 1897 a 1900 fue profesor en la École Normale y de 1900 a 1924 2 enseñó en el College de France, donde sus conferencias atraían incluso a gentes no académicas y pertenecientes al gran mundo de París. Siendo ya miembro del Instituto y de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, fue elegido para la Academia Francesa en 1914 y recibió en 1928 el premio Nobel de Literatura. Tras la Primera guerra mundial, se afanó Bergson por promover el buen entendimiento internacional, y durante algún tiempo presidió el comité para la cooperación intelectual establecido por la Sociedad de Naciones, hasta que se vio forzado a retirarse por su mala salud. El último año de su vida se aproximó mucho Bergson a la Iglesia Católica, y en su testamento declaró que se habría hecho católico de no haber sido por su deseo de permanecer junto a los suyos -él era judío- durante la persecución que estaban padeciendo de los nazis. La primera obra famosa de Bergson fue su Essai sur les données immédiates de la conscience (Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia), que apareció en 1889. El tema de que trata está tal vez mejor indicado en el título que se puso a la versión inglesa: Time and Free Will (El tiempo y la voluntad). A esta obra le siguió en 1896 la titulada Matiere et mémoire, que dio a Bergson la ocasión de tratar más en general la relación entre la mente y el cuerpo. En 1900 publicó el ensayo intitulado Le rire (La risa), y, en 19o3 apareció en. Revue de métaphysique et de morale su Introductton a la metaphystque (Introducción a la metafísica). Su obra más famosa, L' évolution créatrice apareció en 1907, Y fue seguida por L' énergie spirituelle en 19lo y Durée et simultanéité. II En 1932 publicó Bergson su notable trabajo sobre la moral y la religión, Les deux sources de la morale et de la religion. Una colección de ensayos titulada La pensé e et le mouvant fue publicada en 1934. Tres volúmenes de Écrits et paroles fueron preparados por R. M. Mossé-Bastide y publicados en París en 1957-1959, con un prefacio de Edouard Le Roy. En 1959, año centenario del nacimiento de Bergson, salió al público una edición de sus obras. 2. Idea bergsoniana de la filosofía Aunque Bergson tuvo en tiempos mucho renombre, su empleo de la imagen y la metáfora, su estilo a veces un tanto hinchado o también rapsódico, y cierta falta de precisión en su pensamiento han contribuido a que no le tengan en demasiada estima como filósofo quienes identifican la filosofía con el análisis lógico o conceptual y quienes atribuyen gran valor a la precisión del pensamiento y del lenguaje. Ya se entiende que esto ocurre, en primer lugar, en los países donde ha prevalecido el movimiento analítico y allí donde se ha tendido a ver en Bergson más a un poeta, o hasta a un místico, que a un filósofo serio. En algunos otros países, incluido el suyo, ha caído en el olvido por otra razón, a saber: la eclipsación de la filosofía de la vida por el existencialismo y la fenomenología. Parece ser que la agitación que hace pocos años se produjo en torno a los escritos de Teilhard de Chardin reavivó un tanto el interés por Bergson, en vistas de las afinidades que hay entre los dos pensadores. Pero aunque lo mucho que llego a estar en boga Teilhard de Chardin y el que se reconociese una relación entre el y su predecesor Bergson puede haber contribuido a que el pensamiento de éste parezca más actual y relevante, no por ello disminuye la fuerza de las objeciones con que los analistas lógicos o conceptuales impugnan el estilo bergsoniano de filosofar, objeciones que, obviamente, son similares a las que se le pueden hacer a Teilhard de Chardin. 176 Las acusaciones contra el modo de filosofar de Bergson no carecen, por cierto, de base. Pero, al mismo tiempo, él no pierde ocasión de recalcar que no trata de cumplir el tipo de tarea a la que los analistas lógicos se dedican por más que fracasen notoriamente en el intento. Bergson tenía su propia idea de la naturaleza y la función de la filosofía, y su modo de filosofar y hasta su estilo dependían de esa idea, Convendrá, pues, que empecemos dando una breve explicación de su concepto de la filosofía. En un ensayo que escribió especialmente para incluido en la colección intitulada La pensée et le mouvant, comenzaba Bergson afirmando, quizás un tanto sorprendentemente, que "lo que más falta ha estado haciendo en filosofía, es la precisión". Lo que al escribir esto ocupaba su mente, eran los defectos, según los veía él, de los sistemas filosóficos, los cuales "no están hechos a la medida de la realidad en que vivimos", sino que son tan abstractos y tan vastos como para tratar de abarcarlo todo, lo real, lo posible "y hasta lo imposible". A él le pareció al principio que la filosofía de Herbert Spencer era una excepción, por cuanto que, a pesar de algunas vagas generalidades, llevaba la marca de la actualidad y estaba modelada a tenor de los hechos. Al mismo tiempo, Spencer no había penetrado muy a fondo en las ideas básicas de la mecánica, y Bergson resolvió completar esta tarea. Sin embargo, al tratar de hacerlo, se vio obligado a considerar el tema del tiempo. Tuvo que distinguir entre el tiempo matemático del hombre de ciencia, tiempo que se rompe y se reparte en momentos y que es concebido de una manera espacial, y el tiempo "real", pura duración, continuidad, que nosotros podemos captar en la experiencia interior, pero sólo con dificultad somos capaces de conceptualizado. Consecuentemente, Bergson viene a concebir que la filosofía o metafísica se basa en la intuición, a la que él contrasta con el análisis. Por análisis entiende la reducción de lo complejo a sus constitutivos simples, como cuando un objeto físico es reducido a moléculas, a átomos y finalmente a "partículas" subatómicas, o como cuando una idea nueva es explicada a base de ordenar de otro modo ideas que ya se tenían. Por intuición entiende él la "conciencia inmediata" o percepción directa de una realidad. Bergson contrasta también la simbolización, que es requerida por el pensamiento analítico, con la intuición, que no necesita de simbolizaciones. Pero aunque la percepción intuitiva de una realidad pueda darse, de suyo, sin que esté expresada en símbolos lingüísticos, evidentemente no puede haber filosofía sin conceptualización y lenguaje. Huelga decir que Bergson es muy consciente de esto. Para captar el contenido de una intuición y estimar su significado y su alcance ilustrativo, se requiere un esfuerzo de reflexión. La idea que expresa una intuición parece ser, al principio, más bien oscura que clara; y aunque pueden emplearse términos apropiados, tales como "duración real", la expresión lingüística no será realmente entendida a no ser que se participe en la intuición. El filósofo debe esforzarse por conseguir claridad, pero no la logrará a no ser que la intuición y la expresión vayan, digámoslo así, de la mano, o que la simbolización se contrarreste mediante un retorno a la aprehensión intuitiva de aquello de lo que el filósofo está hablando. Además, las imágenes pueden desempeñar un papel muy útil sugiriendo el contenido de una intuición y facilitando la participación en ella. Resulta muy fácil decir que la filosofía se basa en la intuición. Pero ¿cuál es el objeto de esa intuición? Podría responderse, en general, que es el movimiento, el devenir, la duración, aquello que sólo puede conocerse por aprehensión inmediata o intuitiva y no a través de un análisis reductivo que lo distorsione o que destruya su continuidad. Decir esto equivale a decir (dentro del marco del pensamiento de Bergson) que el objeto de la intuición es la realidad. Pues en la segunda de sus Conferencias de Oxford hace nuestro filósofo la tan frecuentemente citada afirmación de que "hay cambios, pero no hay, bajo el cambio, cosas que cambien: el cambio no necesita soporte alguno. Hay movimientos, pero no hay objeto inerte, invariable, que se mueva. El movimiento no implica un móvil". En el primer caso, empero, el objeto de la intuición es, como ocurría con Maine de Biran, la vida interior del yo, del espíritu. Bergson observa, por ejemplo, que la existencia sólo es dada en la experiencia. A continuación pasa a decir que esta experiencia recibirá el nombre de visión o contacto, de percepción externa en general, si de lo que se trata es de un objeto material; suele recibir, en cambio el nombre de 'intuición' cuando atañe al espíritu. Cierto que, según el mismo Bergson, lo que ante todo le interesa es la duración real. Pero la encuentra en la vida del yo, en "la visión directa del espíritu por el espíritu" en la vida interior. Bergson puede, así, mantener que, mientras la ciencia positiva se ocupa del mundo material, la metafísica "se reserva para sí el espíritu". Esto tal vez parezca patentemente falso, dada la existencia de la 177 psicología. Sin embargo, para Bergson la psicología, siendo una ciencia, trata el espíritu o la mente como si fuese material. Es decir, analiza la vida de la mente de un modo apto para representarla en analogía con los objetos espaciales y materiales. El psicólogo empírico no afirma necesariamente que los fenómenos mentales sean materiales; pero su reductivo análisis de los objetos físicos lo hace extensivo a la mente y se muestra reacio a considerar a ésta como algo superior. En cambio, el metafísico toma por punto de partida una actuación intuitiva o inmediata de la vida interior del espíritu tal como es vivida, y trata de prolongar esta intuición en su reflexión. Así pues, la ciencia y la metafísica tienen diferentes objetos o materias de estudio, según Bergson. Asigna él "la materia a la ciencia y el espíritu a la metafísica". Está, por lo tanto, bastante claro que no considera la filosofía como una síntesis de las ciencias particulares. No hay para qué sostener que la filosofía pueda "ir más allá de la ciencia en la generalización de los mismos hechos". La filosofía "no es una síntesis de las ciencias particulares". Los objetos de la ciencia y de la filosofía son diferentes. Y lo son también sus métodos. Pues la ciencia es obra de la inteligencia y trabaja a base de análisis, mientras que la metafísica es, o está basada en y vive de, intuición. Ahora bien, el decir que la ciencia y la metafísica difieren una de otra por la materia y el método no es, ni mucho menos, dejar zanjada la cuestión. Porque para Bergson la realidad es cambio o devenir, duración real o vida del espíritu, y el mundo material del físico lo considera, ampliando la teoría del hábito de Ravaisson, como una especie de depósito hecho por la vida en el movimiento de su avance creativo. A la pregunta, pues, de si es la ciencia o la metafísica la que nos revela la realidad, habrá que responder que es la metafísica. Porque es sólo en la intuición donde la mente puede percatarse de un modo directo del movimiento real de la vida. Procura Bergson hacer ver que él no tiene interés ninguno en despreciar la ciencia, y que tampoco quiere sugerir que al filósofo pueda sede provechoso dejar de lado los hallazgos del científico. Explica, por ejemplo, que cuando insiste en la diferencia entre las ciencias positivas y la filosofía lo que le importa es purificar a la ciencia del "cientismo", es decir, de una metafísica que se disfraza de conocimiento científico positivo, y liberar a la filosofía de autoconcebirse erróneamente como una superciencia capaz de suplantar al científico en sus tareas o de proporcionarle generalizaciones a partir de datos que el científico es incapaz de procurarse. Saliendo al paso a las acusaciones que se le hacían de ser adverso a la ciencia, hace notar Bergson que una vez más lo que necesitamos es una filosofía que se someta al control de la ciencia y que pueda también contribuir al avance de ésta". El funcionamiento de la inteligencia es necesario para la acción, y la ciencia, producto de la inteligencia, es necesaria para que el hombre pueda tener control conceptual y práctico de su ambiente. Es más, la ciencia -Bergson lo sugiere con alguna vanidad- puede, proporcionar verificación a la metafísica, mientras que la metafísica, como esta basada en la intuición de la verdad, puede ayudar a la ciencia a corregir sus errores. Por lo tanto, permaneciendo distintas, la ciencia y la filosofía pueden cooperar, y ninguna de ellas deberá ser despreciada. Dado que difieren en su materia y en su método, son ociosas las disputas sobre su relativa dignidad. Obviamente se justifica que Bergson insista en la necesidad del funcionamiento de la inteligencia, y también en la de la ciencia. A buen seguro, las ideas de Bergson no son siempre, ni mucho menos, claras e inequívocas. En ocasiones habla, por ejemplo, como si el mundo de las cosas individuales, de las substancias que cambian, fuese una ficción o fabricación de la inteligencia. En otros momentos supone que, en su actividad individualizante, la inteligencia hace distinciones objetivamente fundadas. Su significación precisa queda oscura. Al mismo tiempo, es evidente que no nos sería posible vivir, en ningún sentido reconocible del "vivir", simplemente con la conciencia de un continuo flujo del devenir. Sin un mundo de cosas distintas no podríamos vivir ni actuar. Y este mundo no lo podríamos entender ni controlar sin la ciencia. De ahí que Bergson haga muy bien asegurando que no intenta combatir a la ciencia tachándola de superflua. Pero, una vez dicho todo esto, sigue siendo verdad que para él es la intuición, no la inteligencia, y la metafísica más bien que la ciencia, las que nos revelan la naturaleza de la realidad subyacente al construido, aunque necesariamente construido, mundo del científico. y cuando Bergson dice que la metafísica se somete al control de la ciencia, lo que realmente quiere decir es que en su opinión la ciencia moderna se está desarrollando de tal modo que más bien confirma que desmiente sus teorías filosóficas. En otras palabras, si damos como verdadera la tesis de Bergson, parece seguirse que en aspectos importantes la metafísica ha de ser 178 superior a la ciencia, por mucho que Bergson haya procurado desentenderse de tales juicios de valor. Ya hemos hecho referencia a la actitud negativa de Bergson para con los sistemas filosóficos. Ni qué decir tiene que no le atraen nada las tentativas de deducir a priori la estructura de la realidad partiendo de proposiciones pretendidamente verdaderas y evidentes de por sí. Quien estima que "la filosofía nunca ha admitido con franqueza esta continua creación de imprevisible novedad" es obvio que no está dispuesto a ver con buenos ojos ningún sistema de tipo espinozista. De hecho, Bergson niega explícitamente que tenga: la intención de construir cualquier especie de sistema omnicomprensivo. Lo suyo es considerar distintas cuestiones sucesivamente, reflexionando sobre los datos con que se cuenta en diversos campos. Algunas de las cuestiones que a los filósofos metafísicos les han parecido muy importantes son despachadas por Bergson como pseudoproblemas: "¿ Por qué hay algo y no nada?", y "¿ Por qué hay orden y no desorden?", son preguntas que pone como ejemplos de pseudoproblemas o, por lo menos, de cuestiones mal planteadas. En vista de su fama de aficionado a los altos vuelos poéticos y al lenguaje imaginativo e impreciso, complácele a Bergson recalcar el hecho de que él intenta ser todo lo concreto y fiel que se puede ser para con la realidad tal como la experimentamos. Cierto que de sus escritos sucesivos emerge una visión del mundo más o menos unificada. Pero esto se debe a la convergencia de sus varias líneas de pensamiento más que a ninguna intención deliberada de construir un sistema omnicomprensivo. Hay, naturalmente, algunas ideas-clave que se repiten y que aparecen por doquier, como las de intuición y duración; pero no son postuladas de antemano como las premisas de un sistema deductivo. Cuando Bergson trata de la vida mental, no hay gran dificultad en comprender lo que entiende él por intuición, aunque a uno no le acabe de gustar el término. Es equivalente a la conciencia inmediata de Maine de Biran. Pero cuando Bergson vuelve a una teoría general de la evolución, como en L' évolution créatrice, no es tan fácil ver cómo puede decirse que esta teoría está basada en la intuición. Aunque nosotros tengamos conciencia inmediata de un ímpetu vital o élan vital en nosotros mismos, hace falta extrapolar bastante las cosas para convertir esta intuición en la base de una teoría general de la evolución. Las miras de la filosofía de l' esprit llegan a ser mucho más amplias que las de cualquier tipo de psicología reflexiva. Pero será mejor que no discutamos estas materias antes de haber examinado los temas que Bergson investigó sucesivamente. 3. Tiempo y libertad En el prefacio a Tiempo y voluntad libre anuncia Bergson su intento de establecer que "toda discusión entre los deterministas y sus oponentes implica una confusión previa de la duración con la extensión, de la sucesión con la simultaneidad y de la cualidad con la cantidad". Tan pronto como quede eliminada esta confusión se verá seguramente cómo se esfuman las objeciones contra la libertad, así como las definiciones que de ésta se han dado y "en cierto sentido, hasta el problema mismo de la voluntad libre". En tal caso, Bergson tiene que explicar desde luego la naturaleza de la presunta confusión, antes de pasar a hacer ver cómo afecta su eliminación al determinismo. Los objetos físicos los concebimos, según Bergson, como existiendo y ocupando posiciones en "un medio homogéneo y vacío", o sea, en el espacio. Y es el concepto del espacio el que determina nuestra idea ordinaria del tiempo, el concepto del tiempo que se emplea en las ciencias naturales y para los fines de la vida práctica. Es decir, concebimos el tiempo según la analogía de una línea ilimitada compuesta de unidades o momentos exteriores unos a otros. Esta idea da origen a acertijos semejantes a los que propuso antiguamente Zenón. Pero nos capacita para medir el tiempo y para fijar la ocurrencia de eventos, como simultáneos o como sucesivos, en el interior de ese tiempo que es él mismo vacío y homogéneo como el espacio. Este concepto del tiempo es, de hecho, la idea espacializada o matematizada de la duración. La duración pura, de la que podemos percatarnos intuitiva o inmediatamente en la conciencia de nuestra propia vida mental interior, es decir, cuando penetramos en su hondura, es una serie de cambios cualitativos que se fusionan y compenetran entre sí, de suerte que cada "elemento" representa el todo, lo mismo que una frase musical, y no es realmente una unidad aislada, sino sólo por efecto de la abstracción intelectual. La duración pura es una continuidad de movimiento, con diferenciaciones cualitativas pero no cuantitativas. Se la puede, pues, calificar de heterogénea, no de homogénea. Ahora bien, el lenguaje "requiere que establezcamos entre 179 nuestras ideas las mismas distinciones claras y precisas, la misma discontinuidad, que entre los objetos materiales". El pensamiento discursivo y el lenguaje exigen que rompamos el ininterrumpido fluir de la conciencia dividiéndolo en estaciones distintas y numerables que se suceden una a otra en el tiempo, representado como un medio homogéneo. Este concepto del tiempo es, empero, "tan sólo el espectro del espacio apareciéndosele a la conciencia reflexiva", mientras que la duración pura es "la forma que adopta la sucesión de nuestros estados de conciencia cuando nuestro ego se deja a sí mismo vivir, cuando se abstiene de hacer una separación entre su estado presente y los que le precedieron". Puede decirse, en efecto, que la idea de duración pura expresa la naturaleza de la vida del yo más profundo, en tanto que el concepto del yo como una sucesión de estados representa el yo superficial, creado por la inteligencia espacializante. La duración pura es captada en la intuición, en la que el yo coincide con su propia vida, mientras que el yo de la psicología analítica es el resultado de Un mirarnos a nosotros mismos como a espectadores externos, como si estuviésemos mirando objetos físicos exteriores a nosotros. Supóngase ahora que concebimos el yo como una sucesión de estaciones o estados distintos en el tiempo espacializado. Nada más natural entonces que pensar que; el estado precedente es la causa del estado siguiente. Más aún, los sentimientos y los motivos los tendremos por entidades distintas que causan o determinan otras entidades sucesivas. Esto quizá parezca exagerado y traído por los pelos. Pero puede verse que no lo es con sólo reflexionar sobre cualquier charla en torno a motivos que determinen decisiones. En tal lenguaje, a los motivos se los hipostatiza claramente y se les confiere una existencia sustancial propia. Bergson afirma así que hay una estrecha vinculación entre el determinismo y la psicología asociacionista. Y en su opinión nada se le puede replicar al determinismo si se supone que esta psicología es suficiente. Pues tiene escaso sentido describir un estado de conciencia como la oscilación entre dos decisiones mutuamente exclusivas y la opción, luego, por una de ellas cuando habría podido optarse por la otra. Si se acepta la psicología asociacionista como adecuada y suficiente, es pérdida de tiempo andar buscando respuestas al determinismo. Una vez nos hayamos dejado meter en su propio terreno, no podremos refutar a los deterministas. Lo que hace falta es traer a debate toda su concepción del yo y de la vida del yo. Y, según ve Bergson las cosas, esto significa contraponer la idea de duración pura a la del tiempo espacializado o geométrico. Si al tiempo se le hace similar al espacio y se conciben los estados de conciencia por analogía con los objetos materiales, el determinismo es inevitable. En cambio, si la vida del yo es vista en su continuidad, en su ininterrumpido fluir, también puede comprenderse que algunos actos broten de la totalidad, de la personalidad entera; y estos actos son libres. "Somos libres cuando nuestros actos dimanan de toda nuestra personalidad, cuando la expresan, cuando tienen con ella aquel indefinible parecido que en ocasiones halla uno entre el artista y su obra." Lleva, así, adelante Bergson aquella insistencia en la libertad humana que encontramos entre sus predecesores en el movimiento espiritualista. Buena parte de lo que a este propósito se le ocurre, especialmente en forma de crítica o ataque, da bastante en el blanco. Está bien claro, por ejemplo, que decir que las decisiones de un hombre son determinadas por sus motivos es inducir a equivocación, puesto que sugiere que un motivo es una entidad sustancial que empuja a un hombre, como desde fuera, a actuar en un sentido determinado. Además, mientras el determinismo del carácter, según es presentado por escritores como J. S. Mill, puede resultar muy aceptable, decir que las acciones de un hombre son determinadas por su carácter implica que al sustantivo "carácter" le corresponde un bloque entitativo que ejerce actividad causal en una única dirección sobre la voluntad. En general, la tesis de Bergson de que los deterministas, especialmente los que presuponen la psicología asociacionista, son cautivos de una concepción espacial está bien argüida. Pero de ello no se sigue que Bergson defienda la "libertad de indiferencia". Pues, tal como concibe él esta teoría, implica la misma especie de error que puede hallarse en los deterministas. Opina Bergson que "toda definición de la libertad asegurará la victoria del determinismo". Porque la definición es el resultado del análisis, y éste implica la transformación del proceso en una cosa y de la duración en extensión. La libertad es la indefinible "relación del yo concreto con el acto que este yo realiza". Es algo de lo que nos percatamos inmediatamente, pero no es algo que sea susceptible de prueba. Pues el intento de probado supone ya adoptar el mismo punto de vista que lleva al determinismo, el punto de vista desde el cual se identifica el 180 tiempo con el espacio o, en cualquier caso, se lo interpreta en términos espaciales. Bergson, naturalmente, no mantiene que todas las acciones realizadas por un ser humano sean acciones libres. Distingue entre" dos diferentes yos, uno de los cuales es algo así como la proyección externa del otro, su representación espacial y, podríamos decir, social". Recuérdasenos aquí la distinción kantiana entre el yo fenoménico y el yo nouménico; pero Kant es hallado en falta por Bergson respecto a su explicación del tiempo. Para Bergson, actos libres son aquellos que proceden del yo considerado como duración pura, "Actuar libremente es recuperar la posesión de uno mismo, volver a entrar dentro de la duración pura." "Pero una gran parte de nuestras vidas es vivida al nivel del yo superficial, nivel en el que, más que actuar nosotros mismos, se actúa sobre nosotros, por ejemplo mediante la presión social. Y por eso es por lo que raramente somos libres." Esta teoría le permite a Bergson, al parecer, evitar la embarazosa posición de Kant, es decir, la noción de que unas mismas acciones son desde un punto de vista determinadas y desde otro, libres. Hasta para Bergson, desde luego, un acto libre, que brota del yo "más profundo" o de la personalidad entera, aparece como determinado y es situado, por así decido, en el tiempo homogéneo y espacializado. Pero este punto de vista lo considera erróneo, aun cuando sea preciso adoptarlo para fines prácticos, sociales y científicos. Lo que a Bergson se le ofrece decir sobre los dos niveles del yo recuerda no sólo la filosofía kantiana, sino también la más reciente distinción existencialista. Entre la existencia auténtica y la inauténtica. Hay, por supuesto; diferencias entre la filosofía de Bergson y el existencialismo, como las hay también entre las diversas ramas del existencialismo, Y tampoco es cuestión de representarse el existencialismo como un desarrollo histórico de la filosofía bergsoniana de la vida. Se trata más bien de afinidades. En la corriente espiritualista y en el existencialismo podemos ver un ataque contra el "cientismo", ataque que se manifiesta con el insistir en la libertad humana y con la interpretación de la misma a base de la idea de algún tipo de yo más profundo. Si consideramos la filosofía de Karl Jaspers, veremos que su tesis de que desde la posición de espectadores externos, que es la del científico objetivante, se hace imposible evitar un determinismo por lo menos metodológico, mientras que la libertad es algo de lo que el agente, en cuanto agente, tiene conciencia, es una tesis próxima a la de Bergson. Que quienes influyeron en el pensamiento de Jaspers fuesen Kant, Kierkegaard y Nietzsche más bien que Bergson, no altera el hecho de que hay alguna afinidad entre sus líneas de pensamiento. 4. Memoria y percepción: la relación entre el espíritu y la materia En Materia y memoria intenta Bergson resolver el problema de la relación entre el espíritu y el cuerpo. En la introducción dice que el libro afirma la realidad de ambos, del espíritu y de la materia, y que su posición es, por ende, francamente dualista. Cierto que habla de la materia como de un agregado de imágenes; pero al emplear la palabra "imagen" no pretende dar por supuesto que el objeto físico exista sólo en la mente humana. Quiere, más bien, que se entienda que el objeto es lo que nosotros percibimos .que es, y no algo enteramente diferente, Si se trata, por ejemplo, de un objeto rojo, es el objeto lo que es rojo. La rojez no es algo subjetivo. En fin, el objeto físico es "una imagen, pero una imagen que existe en sí misma". Entre tales objetos físicos hay uno que yo conozco no sólo por percepción sino también" desde dentro mediante afecciones. Es mi cuerpo". ¿Cuál es la relación entre mi cuerpo y mi espíritu? En particular, ¿son identificables los procesos mentales con los procesos físicos que se producen en el cerebro, de suerte que el hablar de aquellos primeros y el hablar de estos últimos sean simplemente dos lenguajes o modos de hablar que se refieren a lo mismo? ¿O es la mente, el espíritu, un epifenómeno del organismo cerebral, de manera que dependa por completo, en todo momento, del cerebro? Enunciando de otra forma la cuestión, ¿Es la relación entre el espíritu y el cerebro de tal especie que quien tuviese un completo conocimiento de lo que estaba pasando en el cerebro tendría por ello mismo un conocimiento detallado de lo que estaba sucediendo en la conciencia? Observa Bergson que "la verdad es que habría un modo, sólo uno, de refutar el materialismo: el de probar que la materia es ni más ni menos que lo que parece ser". Porque si la materia no es otra cosa que lo que parece ser, ya no hay razón ninguna para atribuir la materialidad a capacidades ocultas tales como el pensamiento. Ésta es una razón de que siga Bergson tratando algo por extenso la naturaleza de la materia. Pero, aunque lo que Bergson considera que es la actitud del sentido común bastaría, la reflexión filosófica requiere algo más y Bergson trata 181 de solucionar su problema mediante un estudio de la memoria, basándose en que la memoria, por representar "precisamente el punto de interacción entre el espíritu y la materia", parece proporcionar el más fuerte apoyo al materialismo y al epifenomenismo. Sin embargo, el estudio de la memoria implica también un estudio de la percepción, puesto que la percepción está "totalmente impregnada de imágenes mnémicas" que la completan a la vez que la interpretan. Para ahorramos una larga disquisición, distingue Bergson entre dos especies de memoria: en primer lugar está la memoria consistente en mecanismos motores que parecen o son hábitos. Así, puede uno aprenderse, como se suele decir, de carretilla, cierta serie de palabras, una lección o un poema. Y cuando se produce el estímulo apropiado, se dispara el mecanismo y comienza a funcionar. Se da aquí "un cerrado sistema de movimientos automáticos que se suceden unos a otros en el mismo orden y ocupan el mismo tiempo". La memoria, en este sentido de repetición mecánica, es un hábito corporal, como el de andar; considerada precisamente como tal, no incluye representación mental del pasado, sino que es más bien una aptitud corpórea, una disposición orgánica a responder de cierto modo a determinados estímulos. La memoria así entendida no la tienen tan sólo los seres humanos. A un loro, por ejemplo, se le puede entrenar para que responda a un estímulo emitiendo ciertas palabras sucesivamente. Esta clase de memoria es diferente dé lo que Bergson llama "memoria pura", la cual es representación y registra "todos los sucesos de nuestra vida diaria", sin descuidar ningún detalle. La memoria en este sentido es espiritual, y ya se comprende que admitir su existencia equivale a admitir que una parte de la mente es infraconsciente. Si el total de mi pasado se almacena, digámoslo así, en mi mente en forma de imágenes mnémicas, es obvio que sólo unas pocas de esas imágenes son devueltas íntegramente a la conciencia en un momento dado. Deben de estar, pues, almacenadas en la zona infraconsciente de la mente. En efecto, si la totalidad de mi pasado, con todos sus detalles, estuviese presente a mi conciencia simultáneamente, la acción llegaría a ser imposible. Y aquí tenemos la clave para entender la relación entre el cerebro y la memoria pura. Es decir, la función del cerebro, según Bergson, es impedir que la memoria pura invada la conciencia, y dejar entrar sólo en ésta aquellos recuerdos que tengan que ver de algún modo con la acción propuesta o requerida. En sí misma, la memoria pura es espiritual; pero sus contenidos son como filtrados por el cerebro. Naturalmente que la memoria pura y la memoria-hábito van juntas en la práctica, por ejemplo en la repetición inteligente de algo aprendido, Pero no debería confundírselas, Pues esta confusión es lo que presta apoyo al materialismo. El concepto de memoria pura es conectado por Bergson con el de duración pura. Y sostiene, recurriendo al estudio de fenómenos patológicos como la afasia, que no hay ninguna prueba decisiva de que los recuerdos estén localizados espacialmente en el cerebro, En su opinión, el cerebro no es un almacén de recuerdos, sino que desempeña un papel análogo al de una central telefónica. Si se pudiese penetrar en el cerebro y ver claramente todos los procesos que en él tienen lugar, probablemente todo lo que encontraríamos allí serían "movimientos planificados o preparados". O sea, que el estado cerebral representa sólo una pequeña parte del estado mental, a saber "aquella parte que es capaz de traducirse en movimientos de locomoción". En otras palabras, Bergson trata de refutar el paralelismo psico-físico o psico-neural, arguyendo que el estado del cerebro indica el del espíritu o de la mente en tanto en cuanto que la vida psíquica está orientada hacia la acción y es el remoto comienzo o, por lo menos, la preparación de la acción. La percepción, insiste Bergson, es de diferente naturaleza que el recuerdo. En la percepción el objeto percibido está presente como objeto de una intuición de lo real, mientras que en el recuerdo se rememora un objeto ausente. Pero aunque la percepción sea una intuición de lo real, es erróneo suponer que la percepción en cuanto tal esté orientada al conocimiento puro. Por el contrario, está "enteramente orientada hacia la acción". O sea, que la percepción es, básicamente, selectiva con miras a la posible acción o reacción. Es de carácter utilitario. Se concentra de raíz en lo que pueda responder a una necesidad o a una tendencia. Y cabe suponer que en los animales la percepción no es, generalmente, sino esto. A medida que ascendemos por los estadios de la evolución de la vida orgánica hasta entrar en la esfera de la conciencia y la libertad, va aumentando el área de la acción posible y de la subjetividad de la percepción. Pero la percepción en sí misma, la "percepción pura", está orientada a la acción. Y no es lo mismo que el recuerdo. Si nuestras percepciones fuesen todas "puras", simples intuiciones de objetos, la función de la conciencia sería unirlas 182 por medio de la memoria. Pero esto no sería convertirlas en recuerdos o actos de recordación. De hecho, empero, la percepción pura tiene bastante de concepto límite. "La percepción nunca es un simple contacto de la mente con el objeto presente. Está toda ella impregnada de imágenes mnémicas que la completan interpretándola." La memoria pura se manifiesta en imágenes, y estas imágenes entran a formar parte de nuestras percepciones. En teoría podemos distinguir entre memoria pura Y percepción pura. Y para Bergson es importante que se haga la distinción. De lo contrario, por ejemplo, el recuerdo se interpretaría como una forma despierta de la percepción, cuando, de hecho, difiere de ella en especie y no sólo en intensidad. Pero, en la práctica, el recuerdo y la percepción se interpenetran. Dicho con otras palabras, la percepción, en su forma concreta o actual, es una síntesis de memoria pura y percepción pura, y, por lo tanto, "de mente (esprit) y materia". En la percepción concreta la mente contribuye con imágenes mnémicas, que dan al objeto de la percepción una forma completa y significante. En opinión de Bergson, esta teoría ayuda a superar la oposición entre el idealismo y el realismo y derrama también luz sobre la relación entre la mente o el espíritu y el cuerpo. "La mente (el espíritu) toma prestadas de la materia las percepciones, de las que saca su alimento, y se las devuelve a la materia en forma de movimiento sobre el que ha puesto la impronta de su propia libertad." La percepción pura, que como concepto límite es la coincidencia del sujeto y el objeto, pertenece al lado de la materia. La memoria pura, que manifiesta duración real, pertenece aliado del espíritu. Pero la memoria, como "síntesis del pasado y el presente con miras al futuro" conjunta o une las sucesivas fases de la materia para utilizadas y manifestarse a sí misma mediante las acciones, las cuales son la razón de que el alma esté unida con el cuerpo. En opinión de Bergson, el espíritu y la materia, el alma y el cuerpo, están unidos para la acción; y esta unión ha de entenderse no en términos espaciales, sino en términos de duración. Como ocurre con otros escritos de Bergson, la mayoría de los lectores de Matiere et mémoire encuentran a menudo difícil comprender su sentido preciso y tienen su buen derecho a sospechar que, si no logran hallarlo, no es por culpa de ellos. Ahora bien, la posición general de Bergson puede resumirse así: El cuerpo es "instrumento de la acción y sólo de la acción". La percepción pura es acción virtual, por lo menos en el sentido de que destaca del campo de los objetos el objeto que interesa desde el punto de vista de la posible acción corpórea. La acción virtual de las cosas sobre nuestro cuerpo y de nuestro cuerpo sobre las cosas es nuestra percepción misma." Y el estado del cerebro corresponde exactamente a la percepción. Pero, de hecho, la percepción no es "percepción pura, sino que está enriquecida y es interpretada por la memoria, que, en sí misma, como "memoria pura", es "algo distinto de una función del cerebro". La percepción, tal como realmente la experimentamos (o sea, impregnada de imágenes mnémicas), es, por lo tanto, un punto en el que el espíritu y la materia, el alma y el cuerpo, se interseccionan dinámicamente, con una orientación a la acción. Y mientras que el elemento "percepción pura" corresponde exactamente al estado del cerebro o a los procesos cerebrales, no puede decirse lo mismo del elemento "memoria pura". El espíritu o la mente no es en sí una función del cerebro, ni un epifenómeno, pero, en cuanto orientado a la acción, depende del cuerpo, del instrumento de la acción; y la acción virtual, que prefigura o planifica y prepara la acción real, depende del cerebro. Una lesión del cerebro puede inhibir la acción; pero, en cambio, no debe pensarse que ninguna lesión destruya la mente o el espíritu en sí. 5. Instinto, inteligencia e intuición en el contexto de la teoría de la evolución. En Tiempo y voluntad libre y en Materia y memoria, Bergson, tratando problemas particulares, introduce a los lectores a sus ideas del tiempo matemático o espacializado y de la duración pura; de la inteligencia analítica, dominada por el concepto de espacio, y por el de !a intuición; de la materia como el campo del mecanismo, y del espíritu como la esfera de la libertad creativa; del hombre como agente más que como espectador, y de la inteligencia que sirve a las necesidades de la acción, aunque el hombre, por la intuición, es capaz de captar la naturaleza del devenir, tal como se manifiesta en su propia vida interior. En La evolución creadora expone estas ideas en un contexto más amplio. El año del nacimiento de Bergson, 1859, fue también el de la publicación de El origen de las especies. Pero aunque la teoría de la evolución en general penetraba todo su pensamiento, Bergson se sentía incapaz de aceptar cualquier interpretación mecanicista de ella, incluyendo el darwinismo. La teoría de la "selección natural", por ejemplo, en la que a través de variaciones casuales el organismo se va 183 adaptando para sobrevivir, le parecía totalmente inadecuada. En el proceso de la evolución podemos ver un auge de la complejidad. Ahora bien, la mayor complejidad implica mayor riesgo. Si el valor sobrevivencia fuese el único factor, cabría esperar que la evolución se detuviese en los más simples tipos de organismo. En cuanto a las variaciones ocasionales o fortuitas, si ocurriesen en una parte de un todo (por ejemplo en el ojo), podrían impedir el funcionamiento de este todo. Para que el todo funcione bien ha de haber coordinación o coadaptación y atribuir ésta simplemente al "azar" es pedir demasiado a la credulidad. Al mismo tiempo, a Bergson le parecía inaceptable explicar la evolución en términos de finalidad, si la idea de finalidad hubiese que entenderla en el sentido de que el proceso evolutivo fuese simplemente el logro o la realización de un fin predeterminado. Pues este tipo de teoría eliminaba toda novedad y creatividad y en algunos aspectos importantes se asemejaba al mecanicismo. Claro que añadía la idea de un fin preconcebido o predeterminado; pero ni en el caso de una explicación mecanicista ni en el de una explicación teleológica 69 quedaba lugar alguno para la emergencia de lo nuevo. En opinión de Bergson, la clave de la evolución de la vida en general hemos de buscarla en la vida interior del hombre. En nosotros mismos tenemos conciencia, o más bien podemos tenerla, de un ímpetu vital, un élan vital, que se manifiesta en la continuidad de nuestro propio devenir o duración. Por lo menos como hipótesis especulativa nos es lícito extrapolar esta idea y postular "un ímpetu original de vida, que va pasando de las semillas de una generación a las de la generación siguiente por conducto de los organismos desarrollados que forman el vínculo unitivo entre las generaciones seminales". Este ímpetu es considerado por Bergson como la causa de las variaciones, al menos de las pasadas, que produjeron el cúmulo de las nuevas especies. Su modo de obrar no debe tenerse por análogo al de los artífices mecánicos que juntan piezas ya preparadas para formar un todo, sino más bien como una acción organizadora, que procede de un centro hacia fuera, efectuando la diferenciación en el mismo proceso. El élan vital tropieza con la resistencia de la materia inerte; y en su esfuerzo por vencer esta resistencia abre nuevas sendas. De hecho, es el choque de la "explosiva" actividad del ímpetu vital con la materia que se le resiste lo que origina el desarrollo de diferentes líneas y niveles de evolución. En su enérgico actuar creativo, el ímpetu vital trasciende la fase de organización que ha alcanzado. Por eso Bergson compara el movimiento evolutivo con el fragmentarse de una bomba al explotar, siempre que nos imaginemos que los fragmentos son ellos también otras tantas bombas que a su vez explotan. Cuando el ímpetu vital organiza con éxito la materia a un cierto nivel, continúas e dando el ímpetu a ese nivel en las series de individuos, miembros de la especie en cuestión. Pero la energía creadora del élan vital no se agota a un nivel determinado, sino que se sigue expresando nuevamente. Según Bergson, la evolución avanza en tres direcciones principales: la de la vida de la planta, la de la vida instintiva y la de la vida inteligente o racional. Con esto no se niega que las diferentes formas de vida tengan un origen común en organismos más primitivos y apenas diferenciados. Ni se pretende dar por supuesto que no tienen nada en común, pero sí se quiere decir que no se han sucedido simplemente una a otra. Por ejemplo, la vida vegetativa o de la planta no ha sido sustituida por la vida animal. Bergson piensa, pues, que es más razonable considerar que los tres niveles siguen tres tendencias divergentes de una actividad que se ha dividido en el curso de su desarrollo, que no que sean tres grados sucesivos de una y la misma tendencia. El mundo de las plantas se caracteriza por el predominio de los rasgos de fijeza o estabilidad e insensibilidad, mientras que en el mundo de los animales hallamos la movilidad y la conciencia (en algún grado) como características predominantes. Además, en el mundo animal cabe distinguir entre las especies en que la vida intuitiva ha llegado a ser la característica dominante, que es el caso de insectos como las abejas y las hormigas, y las especies vertebradas en las que ha emergido y se ha desenvuelto la vida inteligente. Lamenta Bergson tener que advertir que, para discutir debidamente su teoría de que la evolución sigue tres tendencias divergentes, es necesario hacer unas distinciones más tajantes que las que en la actualidad suelen hacerse. "Casi no hay ninguna manifestación de la vida que no contenga en un estado rudimentario, latente o virtual las características esenciales de la mayoría de las demás manifestaciones. La diferencia está en las proporciones." De ahí que al grupo haya que definido no por su simple posesión de ciertas características, sino más bien por su tendencia a acentuadas. Por ejemplo, en la realidad de los hechos, la vida intuitiva y la vida 184 inteligente se interpenetran en varios grados y proporciones. Mas no por eso difieren menos en especie, y es importante consideradas por separado. Tanto el instinto como la inteligencia los define Bergson refiriéndose a la fabricación y al empleo de instrumentos. El instinto es "una facultad de usar y construir instrumentos organizados", es decir, instrumentos que son parte del mismo organismo. La inteligencia es "la facultad de hacer y emplear instrumentos no organizados", esto es, instrumentos artificiales o utensilios. La actividad psíquica, en cuanto tal, tiende a actuar sobre el mundo material. Y puede hacerla directa o indirectamente. Suponiendo, pues, que haya que hacer una elección, cabe decir que "el instinto y la inteligencia representan dos soluciones divergentes, igualmente elegantes, de un mismo problema". Por lo tanto, si al hombre se le considera históricamente, deberá presentársele, según Bergson, no como homo sapiens sino como homo faber, el hombre trabajador, fabricante o constructor de utensilios para actuar sobre su entorno material. Porque el hombre es inteligente, y "la inteligencia, considerada en lo que parece ser su aplicación original, es la facultad de fabricar objetos artificiales. en particular utensilios para hacer utensilios, y de variar su fabricación indefinidamente. Sea lo que fuere lo que la inteligencia haya llegado a ser en el curso de la historia humana y del progreso científico del hombre, su rasgo esencial es su orientación práctica. Está, como el instinto, al servicio de la vida. Puesto que el intelecto humano está orientado originariamente a construir, a actuar sobre el entorno material del hombre por medio de los instrumentos que crea, se interesa primero y ante todo por los cuerpos inorgánicos, por objetos físicos externos a los demás objetos físicos y distintos de ellos, y, en tales objetos, por las partes consideradas en cuanto tales, clara y distintamente. En otras palabras, el entendimiento humano tiene por objeto principal suyo lo que es discontinuo y estable o inmóvil; y tiene el poder de reducir un objeto a sus elementos constitutivos y de volver a juntar estos elementos. Naturalmente puede interesarse también por los organismos vivos, pero tiende a tratarlos del mismo modo que a los objetos inorgánicos. El científico, por ejemplo, reducirá el ser vivo a sus componentes físicos y químicos y tratará de reconstruirlo teóricamente a partir de esos elementos. Para decirlo en forma negativa, "el entendimiento se caracteriza por una incapacidad natural para comprender la vida". No puede captar el devenir, la continuidad y la duración pura en cuanto tales. Trata de encajar a la fuerza lo continuo en sus propios casilleros o categorías, introduciendo claras y tajantes distinciones conceptuales que son inadecuadas al objeto. Es incapaz de pensar la duración pura sin transformarla en un concepto espacializado, geométrico, del tiempo. Toma, por así decirlo, una serie de fotografías estáticas de un movimiento creativo continuo, que elude tal tipo de captación. En fin, el intelecto, aunque admirablemente adaptado para la acción y para hacer posible el control del medio ambiente (y el del hombre mismo en la medida en que éste puede convertirse en objeto científico), no está dotado para captar el movimiento de la evolución, de la vida, "la continuidad de un cambio que es movilidad pura". Divide el continuo devenir en una serie de estados inmóviles. Más aún, como el entendimiento analítico procura reducir el devenir a los elementos dados y reconstituirlo a partir de esos elementos, no puede admitir la creación de algo nuevo e imprevisible. El movimiento de la evolución, la actividad creadora del élan vital, se representa o bien como un proceso mecánico o bien como la progresiva realización de un plan preconcebido. En ninguno de los dos casos queda lugar para la creatividad. Si suponemos, con Bergson, que la evolución es la actividad creadora de un impulso vital que utiliza y, por así decirlo, eleva a la materia en su continuo movimiento ascendente, y si, como Bergson asegura, el intelecto humano o la inteligencia es incapaz de captar este movimiento tal como en realidad es, se sigue de aquí que el intelecto es incapaz de entender la realidad o que, por lo menos, sólo puede aprehenderla distorsionándola y caricaturizándola. Bergson dista, pues, mucho de sostener que la función primordial del intelecto sea conocer la Realidad, con mayúscula, y que sus funciones de análisis científico y de invención tecnológica sean secundarias o incluso aplicaciones de inferior grado. Por el contrario, el intelecto se ha desarrollado ante todo para la acción y para lograr el control práctico del medio ambiente, y sus usos lógico y científico le son connaturales, mientras que para lo que no está dotado por la naturaleza es para captar la Realidad. El hombre, como ya se notó antes, es homo faber más que homo sapiens, al menos en lo que concierne a su naturaleza originaria. 185 Puestas así las cosas, surge obvia la pregunta de si nos es posible conocer de algún modo la naturaleza de la realidad, es decir, la realidad tal como es en sí. Pues ¿qué otros medios tenemos de conocer sino el intelecto? El instinto podrá estar más próximo a la vida. Quizá sea, como asegura Bergson, una prolongación de la vida. Pero el instinto no es reflexivo. Volver al instinto sería abandonar la esfera de lo que ordinariamente suele llamarse conocimiento. Por lo tanto, si el pensamiento conceptual es incapaz de captar la verdadera naturaleza de lo real, del devenir creativo, parece seguirse que nunca podremos conocerlo y que estamos condenados a vivir contentándonos simplemente con nuestras propias representaciones ficticias de la realidad. Ni que decir tiene que Bergson se hace también una pregunta así, y trata de responderla. De hecho, la línea principal de su pensamiento es deducible de lo que ya queda expuesto. Pero en L'évolution créatrice aparece dentro del amplio contexto de la teoría de la evolución y conectada con la idea de las direcciones o tendencias divergentes del proceso evolutivo. La inteligencia se interesa por la materia, y "mediante la ciencia, que es su obra, nos irá revelando cada vez más por completo el arcano de las operaciones físicas". Pero sólo puede captar la vida traduciéndola en términos de inercia. El instinto está orientado hacia la vida, pero carece de conciencia reflexiva. Sin embargo, si el instinto, que es una prolongación de la vida misma, pudiera ampliar su objeto y reflexionar también sobre sí, "nos daría la clave de las operaciones vitales". Y esta idea se verifica en la intuición, la cual "es instinto que ha llegado a hacerse desinteresado, consciente de sí, capaz de reflexionar sobre su objeto y de ampliarlo indefinidamente". La intuición presupone el desarrollo de la inteligencia. Sin este desarrollo, el instinto habría permanecido fijado a los objetos de interés práctico, atendiendo sólo a los movimientos físicos. En otras palabras, la intuición presupone la exigencia de la conciencia reflexiva, que después se divide en inteligencia e intuición, correspondiendo respectivamente a la materia y a la vida. Este desdoblamiento de la conciencia está, pues, relacionado con la doble forma de lo real, y la teoría del conocimiento debe depender de la metafísica." Supongamos con Bergson que la inteligencia está orientada a la materia y la intuición a la vida. Supongamos también que la inteligencia desarrollada crea las ciencias naturales. La implicación obvia es que la filosofía, puesto que trata de la vida, se basa en la intuición. En efecto, Bergson nos dice que, si pudiera prolongarse la intuición más allá de unos pocos instantes, los filósofos estarían todos de acuerdo. Pero la lástima es que la intuición no se puede prolongar tanto como para hacer desaparecer inmediatamente los sistemas de filosofía rivales. En la práctica, ha de haber intercambio entre intuición e inteligencia. La inteligencia tiene que aplicarse al contenido de la intuición; y lo que la inteligencia haga de este contenido ha de ser contrastado y corregido por referencia a la intuición. Tenemos que funcionar, por así decido, con los instrumentos de que disponemos; y la filosofía difícilmente puede alcanzar el grado de pureza que alcanza la ciencia positiva en la medida en que ésta se libera de los supuestos y los prejuicios metafísicos. Ahora bien, sin la intuición la filosofía es ciega. Bergson empleaba la intuición de nuestra propia libertad, de nuestra propia actividad creadora libre, como una clave para penetrar la naturaleza del universo. "El universo no está hecho, sino que se está haciendo de continuo." Más precisamente, hay hacer y deshacer. Bergson emplea la metáfora de un chorro de vapor que sale a alta presión de una caldera, y que al condensarse vuelve a caer en forma de gotas. "Así, de un inmenso depósito de vida deben de estar saltando incesantes chorros, cada uno de los cuales, al recaer, es un mundo." La materia representa la recaída, el proceso del deshacerse, de la degradación, mientras que el movimiento de la vida en el mundo representa lo que queda del impulso ascensional en el movimiento invertido. La creación de las especies vivientes se debe a la actividad creativa de la vida; pero, desde otro punto de vista, las especies en su autoperpetuarse representan un recaer, una degradación. "Materia o espíritu, la realidad se nos ha aparecido como un perpetuo devenir. Se hace o deshace a sí misma, pero nunca es algo (simplemente) ya hecho." ¿Cómo justifica Bergson -podemos preguntar- tal extrapolación de la experiencia que en nosotros mismos tenemos de una libre actividad creadora? ¿O acaso pretende que podemos intuir el devenir en general, el élan vital cósmico? En su Introducción a la metafísica formula él esta cuestión: "Si la metafísica ha de proceder por intuición, si la intuición tiene por objeto la movilidad de la duración, y si la duración es en esencia psicológica, ¿no estaremos encerrando al filósofo en la exclusiva contemplación de sí mismo?" Responde Bergson que la 186 coincidencia, en la intuición, con nuestra propia duración nos pone en contacto con una continuidad total de duraciones y, así, nos capacita para trascendemos. Pero, al parecer, esto sólo puede ocurrir si la experiencia de nuestra propia duración es una intuición de la actividad creadora del impulso vital cósmico. Es lo que parece dar por supuesto Bergson cuando se refiere a una "coincidencia de la conciencia humana con el principio viviente del que dimana", un "contacto con el esfuerzo creativo". En otro sitio afirma que "la materia y la vida que llenan el mundo están también en nosotros; las fuerzas que operan en todas las cosas las sentimos en nosotros mismos; sea cual fuere la esencia íntima de aquello que es y de aquello que se está haciendo, nosotros participamos en ello". Así que, presumiblemente, es nuestra participación en el élan vital o su operación en nosotros lo que capacita a Bergson para basar una teoría filosófica general en una intuición que, en primera instancia, es intuición de la duración en el hombre mismo. El concepto del élan vital tiene algún parecido, de todos modos, con aquel del alma del mundo que encontrábamos en la filosofía antigua y en algunos filósofos modernos tales como Schelling, Bergson habla también del impulso vital como "supra-conciencia" y lo compara a un cohete cuyos extinguidos fragmentos caen como materia. Además, emplea la palabra "Dios", describiendo a Dios como "un continuo surgimiento" o de manera más convencional como "incesante vida, acción y libertad". En La evolución creadora, el concepto de Dios es introducido simplemente en el contexto de la teoría evolucionaría, significando un inmanente impulso vital cósmico que no es creador en el sentido tradicional judeocristiano, sino que usa la materia como el instrumento para la creación de nuevas formas de vida. Pero las ideas de Bergson acerca de Dios y la religión será mucho mejor dejadas para el capítulo siguiente, donde examinaremos su obra relativa al tema. Nos hemos referido ya a la falta de precisión lingüística de Bergson. Pero si el pensamiento conceptual es incapaz de aprehender la realidad tal como ésta es en sí, difícilmente podemos esperar un alto grado de precisión. "Las comparaciones y las metáforas sugerirán aquí lo que uno no logra expresar [] Tan pronto como empezamos a tratar del mundo espiritual, la imagen, aunque con ella sólo se intente sugerir, puede damos la visión directa, mientras que el término abstracto, que es de origen espacial y que pretende expresar, nos deja la mayoría de las veces entregados a la metáfora." Como, en vista de las premisas de Bergson, no parece que quede gran cosa de provecho que decir sobre esta materia, pasaré a advertir que en este capítulo no me he propuesto determinar las influencias que recibió el pensamiento de Bergson. Poco puede dudarse, por ejemplo, de que le influyó la concepción de Ravaisson hacer a del movimiento inverso de la materia y del mecanismo como una especie de recaída de la libertad en el hábito. Pero aunque Bergson se refiere a varios filósofos eminentes del pasado, tales como Platón, Aristóteles, Spinoza, Leibniz y Kant, y entre los modernos a Herbert Spencer y a algunos científicos y psicólogos, hace muy pocas referencias a sus predecesores inmediatos. Reconoció tener alguna deuda para con Plotino, Maine de Biran y Ravaisson; pero aunque es demostrable, a pesar de sus negativas al respecto, que probablemente había leído artículos y libros de más de un predecesor inmediato y de algún contemporáneo, no se sigue necesariamente que tomara, sin más, de ellos la idea en cuestión. Las disputas sobre su originalidad o falta de tal se prestan a ser, de suyo, inconclusivas. Ni tiene el asunto mayor importancia. Dondequiera que se originasen, las ideas que se apropió Bergson forman ya parte de su filosofía. 187 BERGSON II HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO IX Frederick Copleston 1. Observaciones introductorias En el último capítulo hemos expuesto el procedimiento general de Bergson, su modo de tratar las cosas, refiriéndonos a Tiempo y voluntad libre, Materia y memoria y La evolución creadora. Selecciona él ciertos conjuntos de datos empíricos que le interesan o le llaman más la atención y trata de interpretarlos en términos de algunas hipótesis coordinantes o de algún concepto básico. Por ejemplo, si los datos inmediatos de la conciencia sugieren que la mente trasciende la materia, mientras que la investigación científica parece apuntar en la dirección del epifenomenismo, la cuestión de la relación entre la mente o el espíritu y la materia (o entre el alma y el cuerpo) se presenta una vez más y reclama el despliegue de una teoría que compagine ambas series de datos. Pero mientras Bergson está con frecuencia seguro de que una determinada teoría es inadecuada o errónea, no es propenso en cambio a proclamar dogmáticamente sus propias teorías como si fuesen la verdad última y definitivamente probada. Lo que hace es mostramos un cuadro que, en su opinión, representa mejor que otros el panorama, y trata entonces de convencernos con argumentos persuasivos de que su pintura es, efectivamente, la mejor; pero a menudo manifiesta tener conciencia del carácter especulativo y exploratorio de sus hipótesis explicativas. En su última obra de más vuelos, Las dos fuentes de la moral y de la religión, sigue Bergson su procedimiento acostumbrado tomando por punto de partida datos empíricos que están en relación con la vida moral y religiosa del hombre. En el campo de la moral, por ejemplo, ve que hay hechos que muestran que se dan conexiones entre códigos de conducta y algunas sociedades concretas. Al mismo tiempo, ve el papel que juegan en el desarrollo de las ideas y de las convicciones éticas ciertos individuos que se han destacado por encima de los patrones generales de sus sociedades. Asimismo, en el área de la religión, considera Bergson los aspectos sociológicos de la religión y sus funciones sociales en la historia, sin dejar de tomar también en cuenta los niveles personales y más profundos de la conciencia religiosa. Para la información tocante a los datos empíricos confía en gran parte en los escritos de sociólogos como Durkheim y Lévy-Bruhl y para lo que atañe a los aspectos místicos de la religión, se fía de escritores como Henri Delacroix y Evelyn Underhill. Pero la cosa es que su teoría de las dos fuentes de la moral y la religión está basada en su convencimiento de que pueden distinguirse conjuntos de datos empíricos que resultan inexplicables como no sea por medio de una teoría o una explicación compleja de este tipo. Bergson no comienza su tratamiento de la moral formulando explícitamente ciertos problemas o cuestiones, sino que la naturaleza de sus cuestionamientos emerge con más o menos claridad de su reflexión sobre los datos. Un modo de formular su problema sería preguntar: ¿Qué parte desempeña la razón en la moral? Sin duda que a la razón ha de asignársele algún papel; pero éste no consiste en el de ser una fuente. Bergson opina que son dos las fuentes de la moral, una infra-racional y otra supraracional. Dado como trata el instinto, la inteligencia y la intuición en La evolución creadora, era de esperar esta tesis. En otras palabras, las convicciones que Bergson tiene ya formadas influyen ciertamente (como no podía ser menos) en sus reflexiones sobre los datos pertinentes a la vida moral y religiosa del hombre. A la vez, sus ideas religiosas aparecen en Las dos fuentes bastante más desarrolladas que cuanto lo habían sido en La evolución creadora. En fin, la concepción general bergsoniana, según queda dicho, emerge o es construida a partir de una serie de investigaciones particulares o líneas de pensamiento que están conectadas entre sí por la continua presencia de ciertos conceptos clave, tales como los de duración, devenir, creatividad e intuición. 2. La moral cerrada Bergson inicia su tratamiento de la moral reflexionando sobre el sentido humano de obligación. Dista mucho de estar de acuerdo con Kant en cuanto a que la moral se derive de la razón práctica. Tampoco está dispuesto a otorgar al concepto de obligación la posición preeminente que ocupa en la ética kantiana. Al mismo tiempo, Bergson reconoce desde luego que el sentido de la obligación es un rasgo prominente de la conciencia moral. Además, 188 concuerda con Kant en que la obligación presupone la libertad. "Un ser no se siente obligado si no es libre, y toda obligación, en sí misma, implica libertad." No es posible desobedecer a las leyes de la naturaleza. Pues éstas son declaraciones del proceder real de los seres; y si encontramos que algunos seres actúan contra una supuesta ley, reformulamos la ley de tal modo que cubra las excepciones. En cambio, si que es muy posible desobedecer una ley o regla moral. Porque en este caso no se da necesidad, sino obligación. Cuando se habla de obediencia a las leyes de la naturaleza, no hay que tomado a la letra; pues tales leyes no son prescriptivas sino descriptivas. En cambio, la obediencia y la desobediencia a las prescripciones morales son fenómenos corrientes. La cuestión que Bergson plantea es la de la causa o la fuente de la obligación y la respuesta que da es que su fuente es la sociedad. Vale decir, que obligación significa presión social. La voz del deber no es algo imperioso, algo que venga de otro mundo; es la voz de la sociedad. El imperativo social pesa sobre el individuo en cuanto tal. Por eso se siente él obligado. Pero el individuo humano es también miembro de la sociedad. De ahí que durante mucho tiempo observemos las reglas sociales sin reflexión y sin experimentar en nosotros ninguna resistencia. Sólo al experimentar tal resistencia somos de hecho conscientes de un sentido de la obligación. Y como estos casos son infrecuentes en comparación con el número de veces que obedecemos más bien de un modo automático, es erróneo interpretar la vida moral en términos de un hacerse violencia, un vencer la inclinación, y así sucesivamente. Teniendo el hombre, como tiene, su "yo social", su aspecto sociable, es generalmente proclive a adaptarse a la presión social. "Cada uno de nosotros pertenece a la sociedad tanto como se pertenece a sí mismo." Cuanto más ahondamos en la personalidad, más inconmensurable resulta. Pero lo que es evidente es que en la superficie de la vida, donde principalmente moramos, hay una solidaridad social que nos inclina a adaptarnos sin resistencia a las presiones sociales. Bergson se toma la molestia de argüir que este tipo de visión no implica que el individuo que viviese solo no tendría conciencia de deberes, sentido de obligación. Pues dondequiera que vaya, hasta en una isla desierta, el hombre lleva consigo su "ego social". Está aún unido en espíritu a la sociedad, que sigue hablándole en su pensamiento y en su lenguaje, los cuales han sido formados por la sociedad. "Generalmente, el veredicto de la conciencia es el que sería dado por el ego social." Aquí podemos hacer nosotros dos preguntas. Primera: ¿Qué es lo que entiende Bergson por "sociedad"? Y segunda: ¿Qué entiende por "obligación"? A la primera se responde muy fácilmente: por sociedad entiende Bergson, en el contexto, cualquier "sociedad cerrada", según él se expresa. Puede ser una tribu primitiva o un Estado moderno. Con tal que sea una sociedad concreta que tenga conciencia de sí como tal sociedad, distinta de otros grupos sociales, es, en la terminología de Bergson, una sociedad cerrada. Y de la sociedad así entendida es de donde emana la obligación y la función de la presión social, que da origen al sentido de obligación en los individuos miembros de la sociedad, es mantener la cohesión y la vida de esa sociedad. A la segunda pregunta es más difícil responder. A veces parece que Bergson entiende por obligación el sentido o sentimiento de obligación. Cabe decir que, para él, un hecho empírico, como es la presión social constituye la causa de un sentimiento específicamente ético. Pero otras veces habla como si la conciencia de la obligación fuese el mismo caer en la cuenta de la presión social. En cuyo caso, parece identificarse la obligación con un hecho empírico no moral. Para mayor complicación del asunto, Bergson introduce la idea de la esencia de la presión social, que describe también como la totalidad de la obligación, y la define como" el extracto concentrado, la quintaesencia de los mil hábitos especiales que hemos contraído de obedecer a las mil demandas particulares de la vida social". Quizá lo natural sea entender que esto se refiere a una generalización hecha a partir de obligaciones particulares, con lo que "la totalidad de la obligación sería lógicamente posterior a las obligaciones particulares". Pero esta interpretación cuesta mucho aceptada. Pues la totalidad de la obligación es descrita también como "el hábito de contraer hábitos", y aunque se diga que es la suma de los hábitos, es también la necesidad de contraer hábitos y una condición necesaria para la existencia de sociedades. En cuyo caso cabe presumir que es lógicamente anterior a las reglas sociales. Pero aunque Bergson emplea el término "obligación" de un modo lamentablemente impreciso, es decir, en varios sentidos, lo que en cualquier caso está claro es que, para él, la causa eficiente de la obligación es la presión ejercida sobre sus miembros por una 189 sociedad cerrada, y que su causa final es el mantenimiento de la cohesión y la vida de la sociedad. Así que la obligación es algo relativo a la sociedad cerrada y tiene una función social. Además, su origen es infraintelectual. En sociedades tales como las de las abejas y las hormigas, la cohesión social y el servicio a la comunidad corren a cargo del instinto. Pero imaginándonos que la abeja o la hormiga se hicieran conscientes y capaces de reflexión intelectual, podríamos figurárnoslas preguntándose por qué habrían de seguir actuando instintivamente como lo han hecho hasta ahora. Cabría ver aquí un caso de presión social que se haría sentir mediante el yo social del insecto, siendo la conciencia de tal presión un sentido de obligación. Por lo tanto, si personificamos a la naturaleza, como Bergson tiende a hacerlo, puede decirse que la presión social y la obligación son los medios empleados por la naturaleza para asegurar la cohesión y conservación de la sociedad cuando emerge el hombre en el proceso de la evolución creadora. La moral de la obligación es, pues, de origen infraintelectual, en el sentido de que es la forma que adopta en la sociedad humana la actividad instintiva de los miembros de las sociedades infrahumanas. La cohesión de una sociedad no queda permanentemente asegurada, como es obvio, por la simple presión para que se observen unas reglas que serían clasificadas como reglas morales entre los miembros de una sociedad avanzada, acostumbrados a distinguir entre convencionalismos sociales y normas éticas. Una sociedad primitiva, si se la considera desde un punto de vista, hace extensivo el alcance de la obligación moral a reglas de conducta que nosotros probablemente no clasificaríamos como normas morales. Conforme se amplía la experiencia y progresa la civilización, la razón humana empieza a distinguir entre las reglas de conducta que todavía siguen siendo necesarias o auténticamente útiles para la sociedad y aquellas otras que ya no son necesarias o útiles. Empieza también a distinguir entre las reglas que se ve que son imprescindibles para la cohesión y la conservación de cualquier sociedad tolerable y los convencionalismos que difieren de una sociedad a otra. Además, cuando un código de conducta tradicional ha sido alguna vez puesto radicalmente en cuestión por la inteligencia humana, la mente suele buscar razones que apoyen ese código. La razón tiene, por consiguiente, mucho que hacer en el campo ético. Pero esto no quita que la ética de la obligación sea, de suyo, de origen infraintelectual. La razón no la origina, sino que empieza a operar sobre lo que ya hay, clarificando, discriminando, poniendo en orden y defendiendo. 3. La moral abierta; interpretación de ambas La moral de la obligación, propia de la sociedad cerrada, no abarca todo el campo de la moral según lo considera Bergson. Cae bien él en la cuenta de que el idealismo moral de quienes han incorporado a sus propias vidas valores y patrones más altos y de más universal efecto que los códigos éticos ordinarios en las sociedades a que pertenecen no se puede explicar con facilidad en términos de presión social de un grupo cerrado. De ahí que afirme la existencia de un segundo tipo de moral que difiere en especie de la moral de la obligación y que se caracteriza por el llamamiento y la aspiración, siendo propia del hombre en cuanto hombre o de la sociedad ideal de todos los seres humanos más bien que del grupo cerrado en cualquiera de sus formas. Considérese, por ejemplo, un personaje histórico que no sólo proclama el ideal del amor universal sino que también lo incorpora a su propia personalidad y vida. El ideal, así asumido, actúa por atracción y llamamiento y no por presión social; y quienes responden al ideal son atraídos por el ejemplo más bien que impelidos por el sentido de la obligación que expresa la presión de un grupo cerrado. Esta moral abierta y dinámica es, para Bergson, de origen supra-racional. La moral de la obligación tiene, según hemos visto, un origen infraintelectual, siendo el análogo, al nivel humano, de la constante e indefectible presión del instinto en las sociedades infrahumanas. Pero la moral abierta se origina en un contacto entre los grandes idealistas y profetas morales y la fuente creadora de la vida misma. Es, en efecto, el resultado de una unión mística con Dios, que se expresa en el amor universal. "Las almas místicas son las que han arrastrado y continúan arrastrando tras sí a las sociedades civilizadas." Hay una inclinación natural a pensar que todo es cuestión de grado, y que el amor a la tribu puede convertirse en amor a la nación y éste en amor a todos los hombres. Pero Bergson no admite semejante cosa. Las morales cerrada y abierta difieren, según él, en especie y no sólo en grado. Aunque la moral abierta implica, de hecho, el ideal del amor universal, se caracteriza esencialmente no tanto por su contenido (que, tomado en sí 190 mismo, podría ser lógicamente una extensión del contenido de la moral cerrada) cuanto por un impulso vital en la voluntad que es del todo diferente de la presión social u obligación. Este ímpetu o impulso vital, descrito también por Bergson como "emoción", es de origen supra-racional. En términos de la teoría de la evolución, expresa el movimiento creativo de la vida ascendente, mientras que la moral cerrada representa más bien un cierto depósito fijo de este movimiento. Como Bergson insiste en la diferencia entre los dos tipos de moral, los trata, naturalmente, uno después de otro. Pero aunque piensa que la sociedad humana primitiva estuvo dominada por la mentalidad cerrada, reconoce desde luego que, en la sociedad actual, los dos tipos no sólo coexisten sino que se interpenetran. Podemos ver, por ejemplo, cómo se manifiestan ambos tipos en una nación cristiana. Lo mismo que cabe considerar por separado la memoria pura y la percepción pura, aunque en la percepción concreta se interpenetran, así también podemos y debemos distribuir y considerar separadamente las morales cerrada y abierta, aunque en nuestro mundo actual coexistan y se mezclen. En el unirse los dos tipos de moral es un factor importante la razón o inteligencia humana. Tanto el enfoque infraintelectual de la presión social como el llamamiento supra-intelectual son proyectados, por así decido, al plano de la razón en la forma de representaciones o ideas. La razón, actuando como intermediaria, tiende a introducir universalidad en la moral cerrada y obligación en la moral abierta. Los ideales presentados por la moral abierta sólo llegan a hacerse efectivos en la sociedad en tanto en cuanto son interpretados por la razón y armonizados con la moral de la obligación, mientras que la moral cerrada recibe de la moral abierta un influjo de vida. Así pues, en su actual forma concreta la moral incluye tanto "un sistema de órdenes dictadas por impersonales exigencias sociales como un grupo de llamamientos hechos a la conciencia de cada uno de nosotros por las personas que representan lo mejor que hay en la humanidad". Aunque las morales cerrada y abierta se mezclan la una con la otra, sigue hablando una tensión entre ellas. La moral abierta trata de infundir nueva vida y de introducir nuevos puntos de vista en la moral cerrada, pero ésta tiende a echar abajo, digámoslo así, a aquélla, convirtiendo lo que es esencialmente llamamiento y aspiración en un código fijo y minimizado o destrozando los ideales. Sin embargo, puede considerarse posible el avance moral del hombre. En el capítulo séptimo de Las dos fuentes observa Bergson que la tecnología moderna ha posibilitado la unificación del hombre en una sociedad. Claro que podría llegarse a tal unificación por el triunfo de un imperialismo que representaría simplemente la mentalidad cerrada a gran escala. Pero también podemos imaginarnos una sociedad verdaderamente humana en la que el factor unitivo fuese la libre respuesta del hombre a los más altos ideales y no la fuerza bruta y el poder tiránico de un imperialismo mundial. En tal sociedad la obligación no desaparecería, pero sería transformada por la respuesta del hombre a ideales que son, en definitiva, la expresión de un influjo de vida divina tal como se lo transmiten a la sociedad las personas que se han abierto a la vida divina. 4. La religión estática como defensa contra el disolvente poder de la inteligencia Ya hemos tenido ocasión de referimos a un tema religioso, el del misticismo, en relación con la moral abierta. Pero Bergson distingue, como era de esperar, entre dos tipos de religión, calificándolos respectivamente de estático y dinámico. Corresponden a los dos tipos de moral, siendo de origen infraintelectual la religión estática y supraintelectual la dinámica. Imaginémonos, una vez más, que a una abeja o a una hormiga se la dota de pronto de inteligencia y conciencia de sí. Naturalmente, el insecto tenderá a actuar en su propio interés privado en vez de seguir sirviendo a la comunidad. En otras palabras, la inteligencia, desde el momento en que emerge en el curso de la evolución, es un poder potencialmente disolvente respecto al mantenimiento de la cohesión social. La razón es crítica y cuestionadora; capacita al hombre para usar su iniciativa y, con ello, pone en peligro la unidad y la disciplina sociales. Sin embargo, la naturaleza no se queda sin saber qué hacer. Se pone entonces en funcionamiento lo que Bergson llama la facultad mitificadora, y aparece la deidad protectora de la tribu o de la ciudad "prohibiendo, amenazando, castigando". En la sociedad primitiva, la moral y la costumbre se identifican y la esfera de la religión coincide con la del uso social. Los dioses protegen la estructura de lo consuetudinario imponiendo la observancia de las costumbres y 191 castigando la desobediencia aun en el caso de que la infracción no sea conocida por los demás hombres. Por otro lado, aunque el impulso vital aparta de los animales la imagen de la muerte y no hay razón para suponer que un animal pueda tener nunca noción de la inevitabilidad de su propia muerte, el hombre sí que es capaz de concebir que él morirá, en realidad, inevitablemente. ¿Qué es lo que hace aquí la naturaleza? "A la idea de que la muerte es inevitable le opone la imagen de la continuación de la vida después de la muerte; esta imagen, introducida por la naturaleza en el campo de la inteligencia, vuelve a poner las cosas en orden." La naturaleza alcanza así dos fines: el de proteger al individuo contra el deprimente pensamiento de la inevitabilidad de la muerte, y el de proteger a la sociedad. Porque una sociedad primitiva necesita la presencia y la permanente autoridad, de los antepasados. Además, como el hombre primitivo es extremadamente limitado en cuanto a su poder de influir sobre el medio ambiente y controlado, y como constantemente se ve forzado a reconocer lo mucho que dista de lograr con sus acciones los resultados apetecidos, la naturaleza o el impulso vital hace aparecer en él la imagen de unas potencias amigas a las que crea interesadas en ayudad e y a las que pueda elevar preces. En general, pues, la religión estática es definible como "una reacción defensiva de la naturaleza contra lo que en el ejercicio de la inteligencia pudiera haber de deprimente para el individuo y de disolvente para la sociedad". Vincula al hombre con la vida y al individuo con la sociedad por medio de mitos, Se la encuentra ante todo, de una forma u otra, entre los primitivos; pero de esto no se sigue, naturalmente, que cese con el hombre primitivo. Por el contrario, ha seguido floreciendo. Ahora bien, decir esto equivale a decir que la mentalidad primitiva ha sobrevivido en la civilización. Lo cierto es que todavía sobrevive, aunque el desarrollo de la ciencia natural ha contribuido, sin duda, poderosamente al descrédito de los mitos religiosos. Bergson opina que, si en una guerra moderna ambas partes contendientes se muestran confiadas en tener a Dios de su lado, se está manifestando con ello la mentalidad propia de la religión estática. Pues aunque ambas partes hagan profesión de invocar al mismo Dios, al Dios de toda la humanidad, cada una de ellas tiende a tratado, en la práctica, como a una deidad nacional. También la persecución religiosa era una expresión de la mentalidad primitiva y de la religión estática. Pues se tomaba por criterio de la verdad de algo el que tal algo fuese creencia universal de una sociedad. De ahí que a la increencia no pudiera vérsela con ecuanimidad. Se consideraba que la creencia común era un ingrediente necesario de la solidaridad o cohesión social. 5. Religión dinámica y misticismo En cuanto a la religión dinámica, su esencia es el misticismo, cuyo resultado último es "un contacto y, por consiguiente, una parcial coincidencia con el esfuerzo creativo del que es manifestación la vida. El esfuerzo es de Dios, si no es Dios mismo. El gran místico es un individuo que trasciende los límites asignados a la especie por su naturaleza material y continúa así y prolonga la acción divina. Tal es nuestra definición". Y Para Bergson, por lo tanto, el misticismo completo no quiere decir sólo un movimiento hacia arriba y hacia dentro que culmina en un contacto con la vida divina, sino también un movimiento complementario hacia abajo o hacia fuera, por el que, a través del místico, se le comunica a la humanidad un nuevo impulso de la vida divina. En otras palabras, Bergson concibe lo que llama él "misticismo completo" como algo que produce actividad en el mundo. Y, en cambio, al misticismo consistente sólo en apartarse de este mundo para centrarse en Dios, o cuyo resultado sea una captación intelectual de la unidad de todas las cosas, matizada de simpatía o de compasión pero no de actividad dinámica, lo considera él incompleto. Y encuentra que un misticismo así está representado especial aunque no exclusivamente por los místicos del Oriente, mientras que "el misticismo completo es, en efecto, el de los grandes místicos cristianos". No podemos detenernos a discutir aquí las opiniones de Bergson sobre los misticismos oriental y occidental. Pero hay uno o dos puntos que merecen notarse. En primer lugar, Bergson plantea la cuestión de si el misticismo nos proporciona un modo experimental de resolver los problemas de la existencia y la naturaleza de Dios. "Generalmente hablando, juzgamos que existe el objeto que es percibido o que puede ser percibido. Que es, pues, dado en una experiencia real o posible." Bergson conoce bien las dificultades, o por lo menos algunas de las dificultades, que entraña el probar que una experiencia determinada sea una 192 experiencia de Dios. Pero sugiere que la reflexión sobre el misticismo puede servir para confirmar una posición ya alcanzada. Es decir, establecida la verdad de la evolución creadora, y si admitimos la posibilidad de una experiencia intuitiva del principio de toda vida, la reflexión sobre los datos del misticismo puede añadir probabilidad a la tesis de que hay una actividad creativa trascendente. En todo caso, el misticismo, según Bergson, puede aclararnos algo acerca de la divina naturaleza. "Dios es amor y es objeto de amor: he aquí toda la contribución del misticismo." Bergson suele escribir de una manera impresionista, y no es precisamente su fuerte el ponerse a resolver las dificultades como un profesional de la lógica. Pero su tesis general es clara: la reflexión sobre la evolución debe convencernos de que hay una energía creadora inmanente que opera en el mundo, y la reflexión sobre la "religión dinámica" o misticismo derrama ulterior luz para comprender la naturaleza de ese principio de vida, revelándonoslo como amor. En segundo lugar, si "la energía creadora debe ser definida como amor", tenemos derecho a concluir que la creación es el proceso por el que Dios trae al ser "a otros creadores, para tener junto a sí a unos seres dignos de su amor". En otras palabras, la creación aparece como con un fin o una meta: traer a la existencia al hombre y transformarle mediante el amor. En el capítulo final de Las dos fuentes, Bergson contempla el avance de la tecnología como la progresiva construcción de lo que cabría describir como un cuerpo (la unificación de la humanidad a los niveles de la civilización material y de la ciencia), y la función de la religión mística como la de infundir un alma en ese cuerpo. El universo aparece así como "una máquina de hacer dioses", una humanidad deificada, en cuanto transformada mediante un influjo del amor divino. Se rechazan las objeciones que tienen por base la insignificancia física del hombre. La existencia del hombre presupone unas condiciones, y estas condiciones presuponen otras. El mundo es la condición para la existencia del hombre. Esta concepción teleológica de la creación quizá parezca contradecir al anterior ataque de Bergson contra toda interpretación de la evolución en términos finalísticos. Pero lo que entonces tenía en su mente era, desde luego, el tipo de esquema finalístico que suele incluir el determinismo. En tercer lugar, Bergson piensa que el misticismo derrama luz sobre el problema de la supervivencia. Pues podemos considerar la experiencia mística como una participación en la vida que es capaz de un indefinido progreso. Habiendo establecido ya que la vida del espíritu no puede en ningún caso ser descrita con propiedad en términos puramente epifenomenistas, la ocurrencia del misticismo, que "presumiblemente es una participación en la esencia divina", añade probabilidad a la creencia de que el alma sobrevive después de la muerte del cuerpo. Así como Bergson ve los tipos cerrado y abierto de la moral interpenetrarse el uno con el otro en la vida moral del hombre tal como existe en la realidad, así también ve la religión real como un mezclarse varios grados de las religiones estática y dinámica. Por ejemplo, en el cristianismo histórico podemos ver el impulso de la religión dinámica manifestándose recurrentemente; pero también podemos discernir multitud de rasgos de la mentalidad característica de la religión estática. Lo ideal es que la religión estática sea transformada por la religión dinámica; pero, aparte de casos límite, en la práctica se entremezclan las dos. 6. Comentarios. Si alguien pregunta qué entiende Bergson por moral cerrada y moral abierta, por realidad estática y realidad dinámica, no hay gran dificultad en mencionar ejemplos de conjuntos de fenómenos a los que estos términos se refieren. Mas no por esto ha de aceptarse necesariamente la interpretación bergsoniana de los datos históricos o empíricos. Está claro que él interpreta los datos dentro del marco de conclusiones a las que ha llegado acerca de la evolución en general y de las funciones del instinto, de la inteligencia y de la intuición en particular. La pintura que él tiene ya en su mente le predispone a dividir la moral y la religión en tipos distintos que difieren en especie. Es obvio que a él le parece que sus reflexiones sobre los datos éticos y religiosos confirman las conclusiones que previamente ha adoptado; y al presentar como lo hace las formas de la vida moral y religiosa del hombre está reaccionando a base del concepto del mundo que tiene ya en su mente. Al mismo tiempo, se pueden admitir los datos que aduce Bergson (datos, por ejemplo, que atañen a la relación entre diferentes códigos de conducta y diferentes sociedades) pero adaptándolos a diferente esquema interpretativo, a otra visión 193 general. Claro que no es cuestión de reprocharle a Bergson el que nos ofrezca su propia visión general. Se trata simplemente de indicar que también son posibles otras que no impliquen el dualismo bergsoniano. Ahora bien, ¿hasta qué punto conviene insistir en este tema del dualismo? Que Bergson mantiene un dualismo psicológico de alma y cuerpo está bastante claro. También lo está que en su teoría de la moral y la religión hay un dualismo de orígenes. Esto es, se dice que la moral cerrada y la religión estática son de origen infraintelectual, mientras que se califica de supraintelectual el origen de la moral abierta y de la religión dinámica. Pero Bergson intenta unir el alma y el cuerpo por medio del concepto de acción humana. Y en su teoría de la moral y la religión los diferentes tipos de moral y de religión son todos explicados últimamente en términos de la divina actividad y finalidad creadora. A pesar, pues, de los rasgos dualistas de su filosofía, Bergson proporciona los materiales para una línea de pensamiento como la de Teilhard de Chardin, que es de carácter monista. En todo caso, lo que en realidad cuenta es la descripción general, el conjunto del cuadro. Naturalmente que se pueden tomar en consideración puntos concretos, tales como la explicación bergsoniana de la obligación moral. Y entonces es fácil criticar su, a veces, inconsistente y a menudo impreciso uso del lenguaje y su incapacidad de realizar análisis detenidos y rigurosos. También se puede estudiar largamente la influencia ejercida por algunas de sus opiniones, tales como la de la vital o biológica función primaria de la inteligencia. Pero probablemente lo más acertado sea decir que la mayor influencia de Bergson fue la de su visión general, que ofreció una alternativa frente a las posiciones mecanicista y positivista. En otras palabras, esta visión ejerció en muchas mentes una influencia liberadora. Porque brindaba una interpretación del mundo positiva y para muchos muy atractiva, una interpretación que no se limitaba a la crítica y al ataque de otros puntos de vista ni era tampoco una vuelta a modos de pensar pretéritos. No parecía ser una filosofía pensada por alguien que combatiese añorando el pasado, sino más bien la expresión de una previsión del futuro. Era capaz de suscitar el entusiasmo, como cosa nueva e inspiradora, que introducía destellos novedosos en la teoría de la evolución. Bergson tuvo varios discípulos, entre ellos Edouard Le Roy(1870-1954) que le sucedió en su cátedra del Colegio de Francia. Pero escuela bergsoniana en sentido estricto, no la hubo. Se trataba, más bIen, de una influencia difusa, que a menudo es difícil de precisar. Por ejemplo, William James saludó la aparición de La evolución creadora, diciendo que señalaba una nueva era del pensamiento; y él fue sin duda influido en alguna medida por Bergson. Pero también es verdad que a Bergson se le ha acusado de basar su idea de la duración real en la teoría de James sobre la corriente de la conciencia. (Bergson negó esto, a la vez que rendía tributo a James reconociéndole similaridades de pensamiento.) Asimismo, hay ideas, como la de la función originariamente biológica o práctica de la inteligencia, que son por cierto rasgos característicos de la filosofía de Bergson, pero podrían también derivarse de la filosofía alemana, por ejemplo de las obras de Schopenhauer. Prescindiendo de las investigaciones eruditas acerca de los modos especiales en que Bergson influyera o pudiera haber influido en otros filósofos franceses y de diversos países, bástenos con decir que en su momento cumbre Bergson apareció como el adalid de la corriente vitalista del pensamiento o filosofía de la vida y que, en cuanto tal, ejerció una amplia pero no fácilmente definible influencia. Merece, con todo, añadirse que su influencia se hizo sentir fuera de las filas de los filósofos profesionales; por ejemplo, en el conocido escritor francés Charles Pierre Péguy (1873-1914) y en el revolucionario teorizante social y político Georges Sörel (1847-1922). Antes de hacerse tomista, Jacques Maritain fue discípulo de Bergson; y aunque criticó después la filosofía bergsoniana, conservó un profundo respeto a su antiguo maestro. Finalmente, según dijimos antes, Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) tenía afinidades obvias con Bergson y puede considerarse que continuó su forma de pensar en el mundo contemporáneo, siempre y cuando no dé uno la errónea impresión de querer decir con esto que Teilhard tomara simplemente sus ideas de Bergson o de Le Roy. 194 FILOSOFÍA ALEMANA RETROSPECTIVA Y PANORAMA ACTUAL HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VII Frederick Copleston 1. Algunos problemas suscitados por la filosofía alemana del siglo XIX Kant pretendió superar lo que conceptuaba como el escándalo de los sistemas metafísicos contradictorios, y establecer la filosofía sobre bases seguras. También vimos cómo Fichte insistía en que la filosofía era la ciencia fundamental, en la que todas las otras se basaban. Pero cuando afirmaba esto se estaba refiriendo, claro está, a la Wissenschaftslehre, es decir, a su propia filosofía. Y su sistema es sólo uno más entre las series de interpretaciones personales, aunque interesantes y hasta fascinantes a veces, de la realidad, que surgen en el siglo XIX como los altos picos de una cordillera en el horizonte. Otros ejemplos son, el teísmo especulativo de Schelling, el idealismo absoluto de HegeI, la filosofía del mundo como voluntad y representación de Schopenhauer, la visión de Kierkegaard de la historia humana y la filosofía de Nietzsche de la voluntad de poder. Sólo un hombre muy arriesgado podría afirmar que tal serie proporcionaba una confirmación empírica de la validez de la afirmación de Fichte a favor del carácter científico de la filosofía. Puede decirse, en verdad, que las diferencias entre las filosofías, aunque son considerables, no prueban que la filosofía no tenga un valor cognoscitivo, pues pudiera ser que cada filósofo expresase una verdad, la aprehensión de un aspecto real de la vida humana y de la historia, y que estas verdades fuesen complementarias entre sí. Es decir, el elemento de conflicto no surge de una incompatibilidad entre las ideas fundamentales sobre las que descansan los distintos sistemas, sino más bien del hecho de que cada filosofo exagera un aspecto del mundo o de la vida y de la historia humana, transformando así una parte en el todo. Por ejemplo, Marx centra su atención en los aspectos reales del hombre y de la historia humana; y no hay ninguna incompatibilidad fundamental entre estos aspectos y, digamos, los aspectos religiosos de la existencia humana en los que se centra Schelling. La incompatibilidad surge cuando Marx transforma una Idea que expresa un aspecto parcial del hombre y de la historia en la clave para resolver todos los problemas. Una cuestión que plantea este modo de enfocar las cosas es que elimina los axiomas de los sistemas filosóficos, y que ello les priva de su mayor interés. Podría decirse, por ejemplo, que la filosofía de Marx tiene interés precisamente a causa del elemento de exageración que permite contemplar toda la historia humana con una cierta perspectiva. Si privamos al marxismo de axiomas tales como el de que sin una base económica en la vida del hombre no existiría arte, filosofía o ciencia, perdería una gran parte de su interés y todo su carácter provocador. Del mismo modo, si limitamos en la filosofía de Nietzsche la idea de que la voluntad de poder, o de alcanzar el poder, a uno más de los factores influyentes en la vida humana, sería compatible con una versión reducida del marxismo, pero sólo a cambio de ser reducida ella misma a una proposición perfectamente obvia. Un modo posible de refutar esta línea de argumentación sería decir que las exageraciones en un sistema filosófico servían a un propósito útil. Es precisamente la exageración el elemento que destaca y atrae la atención, y que sirve para llevamos de un modo eficaz a la verdad básica que contiene el sistema. Una vez digerida esta verdad, podemos olvidamos de la exageración. No es tanto cuestión de destruir el sistema como de usarlo como un medio de percepción, y olvidamos después del instrumento por medio del cual pudimos percibir, a menos que necesitemos referimos de nuevo a él para volver sobre la percepción cuestionada. Pero aunque esta línea de pensamiento no deje de ser razonable en sí, nos es de poca utilidad para apoyar la afirmación de Fichte de que filosofía es la ciencia de las ciencias. Supongamos que reducimos las filosofías de Schopenhauer, Marx y Nietzsche a proposiciones como la de que existe gran cantidad de mal y de sufrimiento en el mundo, la de que tenemos que producir comida y consumida antes que desarrollar las ciencias, y la de que la voluntad de poder puede operar en forma simulada e indirecta. Tenemos entonces tres proposiciones, las dos primeras son obvias para la mayoría de la gente, mientras que la tercera, que es la más interesante, es una proposición psicológica. Ninguna sería designada normalmente como una proposición filosófica. Las proposiciones filosóficas de Schopenhauer, Marx y Nietzsche pasarán a ser así instrumentos para arrastrar la atención hacia otro tipo de proposiciones y éstas no serán, evidentemente, todas las que tenía 195 en el pensamiento Fichte cuando afirmó que la filosofía era la ciencia básica. quería decir que debía derivarse sistemáticamente de una verdad fundamental. Podría objetarse que sólo he centrado mi atención en los sistemas más originales, en los picos de las montañas, y que he olvidado las faldas, los movimientos generales del neokantismo. Podría aducirse que, si bien es cierto que, si buscamos interpretaciones altamente personales e imaginativas del universo y de la vida humana, debemos buscarlas en los filósofos famosos, también lo es que, para encontrar un trabajo más humilde en filosofía, unos esfuerzos de paciente cooperación para resolver los distintos problemas, debemos acudir a los movimientos generales en los que las tendencias particulares se sumergen en lo universal. Los metafísicos inductivos, sin embargo, tenían una idea distinta de la filosofía. Y si centramos nuestra atención en Nietzsche, nos encontraremos con que rechaza el concepto de verdad absoluta y subraya los fundamentos valorativos de los diferentes tipos de filosofía, los juicios de valor que dependen de los tipos de hombres que los formulan. ¿Es cierto esto, sin embargo? Entre los neokantianos, por ejemplo, existen, claro está, lazos de familia que justifican esta denominación que implica un movimiento definido, distinto de otros. Pero si nos detenemos a analizarlo cuidadosamente, no sólo descubrimos distintas tendencias generales en el movimiento, sino también una multitud de filosofías individuales. En el movimiento de los metafísicos inductivos, unos filósofos usan la idea como clave para interpretar el mundo, mientras que otros no lo hacen. Wundt usa su interpretación voluntarista de la psicología humana como base para una filosofía general, mientras que Driesch usa como base su teoría de las entelequias, derivada de su estudio de los procesos biológicos. Realmente, un sentido de la proporción y las exigencias de la economía mental sugieren que es mejor en muchos casos olvidar o dejar que sean absorbidos los sistemas individuales por el conjunto del movimiento general. Esto, claro está, no altera el hecho de que cuanto más de cerca estudiamos la filosofía del siglo XIX, más percibimos que las corrientes generales tienden a diferenciarse en filosofías individuales. Realmente, no es exagerado afirmar que en este siglo cada profesor de filosofía parece considerar necesario elaborar su propio sistema. Puede haber, por supuesto, distintas opiniones dentro de la estructura de una convicción común sobre la naturaleza y la función de la filosofía. Así, los neokantianos estaban más o menos de acuerdo respecto a los límites de la filosofía. Aunque los puntos de vista opuestos acerca de su naturaleza y su función no han de coexistir necesariamente con puntos de vista y aun con sistemas distintos, es innegable que en el pensamiento alemán del siglo XIX existían concepciones muy distintas de lo que la filosofía debía ser. Cuando Fichte, por ejemplo afirmaba que la filosofía tenía que ser una ciencia, No es necesario decido: el hecho de que dos filósofos difieran no prueba por sí mismo que uno de ellos tenga razón. Y aunque ambos estén equivocados, otros filósofos pueden estar en lo cierto. Al mismo tiempo los sistemas contradictorios del siglo XIX y aún más, los puntos de vista en contradicción sobre la naturaleza y el alcance de la filosofía, muestran que el intento de Kant de establecer definitivamente la verdadera naturaleza y la función de la filosofía era, desde el punto de vista histórico, imposible. Los viejos problemas se replantean por sí mismos con renovada fuerza. ¿Puede ser una ciencia la filosofía? ¿Cómo? ¿Qué tipo de conocimiento podemos buscar legítimamente a través de ella? ¿Ha sido la filosofía superada por el crecimiento y el desarrollo de las ciencias particulares? ¿Posee todavía un campo propio? ¿Cuál es ese campo? ¿Cuál es el método apropiado para investigarlo? No debe sorprendemos demasiado que el juicio de Kant acerca de la naturaleza y los límites de la filosofía científica no haya logrado una aceptación universal, pues guardaba estrecha relación con su propio sistema. Dicho de otro modo, era un juicio filosófico como los de Fichte. Hegel, Marx. NietZSche, Eucken y muchos otros. De hecho, teniendo en cuenta que no estamos haciendo una proposición acerca del uso corriente y convencional de los términos o acerca de los distintos usos del vocablo "filosofía" en la historia, cualquier pronunciamiento que podamos hacer sobre la "verdadera" naturaleza y la función de la filosofía es un juicio filosófico, hecho desde una determinada filosofía y que expresa o implica una determinada postura filosófica. No es, evidentemente, intención del autor sugerir que no deba adoptarse ninguna posición filosófica definida, o que es inadecuado emitir juicios filosóficos sobre la naturaleza y la función de la filosofía. Ni tampoco es su intención sugerir que no puedan aducirse buenas razones para elegir un juicio en lugar de otro. A la vez, no quiero dar en este momento un salto brusco desde mi papel de historiador al papel que me corresponde como portavoz de un sistema filosófico 196 determinado. Prefiero, en lugar de ello, echar una ligera ojeada a algunas de las soluciones, ofrecidas por el pensamiento alemán durante la primera parte del siglo actual, al tipo de problemas que hemos planteado antes. Este procedimiento servirá para proporcionar una especie de puente entre el pasado y el presente. 2. La solución positivista Una posible respuesta a las cuestiones relativas al alcance de la filosofía es la que sostiene que las ciencias particulares son únicamente fuentes de conocimiento acerca del mundo, y que la filosofía no posee un campo propio en el sentido de que su función es investigar un nivel o tipo especial de ser. Es, realmente, muy comprensible que, a la vez, los hombres consigan adquirir conocimientos filosóficos del mundo mediante la especulación filosófica, pero en el curso de su desarrollo, las distintas ciencias han ocupado una parte tras otra del campo que antes se asignaba a la filosofía. Ha habido así una substitución gradual de la especulación filosófica por el conocimiento científico, y no debe sorprendernos que los filósofos que piensan que pueden aumentar nuestro conocimiento de la realidad por medios distintos a los empleados por el método científico de hipótesis, deducción y verificación, sólo logren elaborar sistemas en conflicto, que tal vez posean algún valor estético o alguna significación emotiva, pero que no podemos seriamente atribuirles valor cognoscitivo. Si la filosofía ha de ser científica y no una poesía enmascarada de ciencia, su función ha de tener carácter puramente analítico. Puede, por ejemplo, aclarar algunos de los conceptos fundamentales empleados en las ciencias e investigar sobre la metodología científica, pero no puede adelantarse a las ciencias para añadir o para completar nuestro conocimiento científico del mundo. Esta actitud general positivista, la convicción de que las ciencias empíricas son la única fuente realmente segura de conocimiento del mundo, está muy extendida. En el siglo XIX alcanzó su expresión clásica en la filosofía de Auguste Comte, y hemos visto que también halló forma, si bien a menor escala, en las corrientes de pensamiento materialistas y positivistas en Alemania. Pero también hicimos notar cómo algunos filósofos alemanes, que representaban esta corriente de pensamiento, fueron más allá de las ciencias particulares para elaborar un punto de vista general. El monismo de Haeckel es un ejemplo. Fue esta tendencia de la filosofía desarrollada dentro de la Weltanschauung o visión total, lo que el positivismo del siglo XX se encargó de eliminar. Una objeción obvia a la reducción de la filosofía a la postura de servidora de la ciencia es que existen cuestiones y problemas que no pertenecen a ninguna ciencia particular, que exigen repuestas que han sido tradicional y propiamente consideradas como pertenecientes al campo de la investigación filosófica. El positivista está, evidentemente, convencido de que las cuestiones acerca de la realidad última o del Absoluto, sobre el origen de los seres finitos, y otras semejantes, no pueden ser solucionadas realmente por los filósofos metafísicos, del tipo de Schelling, por ejemplo. Pero aunque estemos de acuerdo en que tales problemas no han sido, de hecho, satisfactoriamente resueltos, o aunque no estamos en disposición de resolverlos aquí y ahora, podría además demostrarse que el planteamiento y la discusión de tales problemas tienen un gran valor, pues ayuda a mostrar los límites del conocimiento científico y nos recuerda los misterios de la existencia finita. Por lo tanto, una exclusión efectiva de la filosofía metafísica exige el establecimiento de dos tesis complementarias. Debería demostrarse que los problemas metafísicos son insolubles por principio y no que nosotros no estemos en disposición de resolverlos aquí y ahora; debería demostrarse además que los problemas que son insolubles por principio son pseudoproblemas, en el sentido de que no son cuestiones reales, sino expresiones verbales que carecen de un significado claro. Es precisamente esto lo que los neopositivistas del Círculo de Viena y sus seguidores quisieron mostrar en los años veinte del siglo actual al desarrollar un criterio de significación, el denominado principio de verificabilidad, que excluiría de un modo efectivo los problemas y las proposiciones metafísicas de entre los problemas y proposiciones significativos. Aparte de las proposiciones puramente formales de la lógica y de la matemática pura, las proposiciones significativas fueron consideradas hipótesis empíricas, cuyo significado coincidía con el previsible, aunque no necesariamente realizable, sistema de verificación en la experiencia sensible. Y, por lo tanto, como es inconcebible una verificación empírica en la experiencia sensible de la proposición de Parménides de que todas las cosas son en realidad un ser que no cambia, ésta no puede ser considerada significativa. Así establecido, sin embargo, el criterio neopositivista de significancia fue incapaz de evadirse a la crítica, tanto desde fuera como desde dentro del movimiento, y acabó siendo un principio puramente metodológico, útil al propósito de delimitar lo que podría 197 denominarse con propiedad hipótesis científicas o ha llegado a ser tan alterado y recortado que resultó totalmente ineficaz para la tarea de excluir la filosofía especulativa. El hecho en cuestión es que, según mi opinión, el neopositivismo como filosofía fue un intento de proporcionar una justificación teórica al positivismo como mentalidad o actitud, y que el criterio de significación neopositivista está fuertemente influido por las presunciones filosóficas implícitas en tal actitud. Además, su efectividad como arma contra la filosofía metafísica depende de estos presupuestos no explícitos, pues una vez que lo fuesen, el positivismo aparecería como una discutible filosofía más. Evidentemente, esto no entraña la desaparición del positivismo como mentalidad o actitud. El hecho de la aparición y de la crítica (en parte autocrítica) del neopositivismo ha tenido la gran ventaja de sacar a la luz del día los presupuestos ocultos. Fue uno de los problemas de la mentalidad positivista, que había llegado a estar muy extendida durante el siglo XIX, alcanzar reflexivamente conciencia de sí misma y analizar sus propias presunciones. Realmente, tal autoconciencia fue alcanzada en el campo filosófico y dejó intocadas grandes áreas de la mentalidad positivista. Pero esto simplemente ayuda a ilustrar la necesidad de la filosofía, una de cuyas funciones es precisamente hacer explícitas y someter a examen crítico las presunciones ocultas implícitas en actitudes filosóficas no reflexivas. 3. La filosofía de la existencia De acuerdo con los neopositivistas, la filosofía puede llegar a ser científica, pero sólo a costa de hacerse puramente analítica y abandonando cualquier intento de incrementar nuestro conocimiento positivo de la realidad. Otro modo posible de describir la función y la naturaleza de la filosofía es decir que tiene como campo propio todo cuanto se refiere al ser, y negar al mismo tiempo que sea o pueda ser una ciencia, universal o especial, equiparable a las ciencias empíricas particulares. En cierto sentido la filosofía continúa siendo lo que siempre fue, algo referente al ser (das Sein) como distinto del die Seienden. Era un error suponer que podía erigirse ciencia del ser, pues el ser es inobjetivable, no puede ser objeto de investigación científica. La función primera de la filosofía es despertar en el hombre conciencia del ser que trasciende a todos los seres y los sustenta. Como no puede haber ninguna ciencia del ser, ningún sistema metafísico poseerá validez universal. Los distintos sistemas son claves personales para interpretar al ser, que es inobjetivable. Esto no significa, sin embargo, que carezcan de valor, pues un gran sistema metafísico puede abrirnos la puerta que el positivismo cierra. Hablar del escándalo de los sistemas en conflicto implica una concepción errónea de la verdadera naturaleza de la filosofía, puesto que la objeción únicamente sería válida si la filosofía, para justificarse como tal, fuera una ciencia, y éste no es el caso. Realmente, al proclamar que la filosofía es una ciencia, los metafísicos del pasado han dado motivo para hablar del escándalo de los sistemas diferentes e incompatibles. Pero una vez eliminada tal pretensión, y aceptado que la verdadera misión de la metafísica es la de inculcar al hombre una conciencia del ser envolvente, en el que él y todos los demás seres finitos se apoyan, la base del escándalo desaparece, pues era de esperar que aparecieran distintas interpretaciones personales del ser trascendente. Lo importante es ver en ellas lo que realmente son y no tomar de las proposiciones extravagantes de sus autores sólo en su valor superficial. Tal punto de vista representa un aspecto de la filosofía del profesor Karl Jaspers (n..1883). Pero éste combina la aceptación de la afirmación kantiana de que la especulación metafísica no puede proporcionar conocimiento teórico, con una teoría de la "existencia" que muestra la influencia de Kierkegaard. El ser humano puede ser objetivado y estudiado científicamente, por ejemplo, por el fisiólogo y el psicólogo. El individuo se presenta entonces como clasificable de un modo o de otro, pero cuando lo analizamos desde el punto de vista del propio agente libre, desde dentro de la vida escogida libremente, el individuo aparece como lo único existente, como el ser que trasciende libremente lo que ya es y que se crea a sí mismo, por el ejercicio de su libertad. Realmente, desde tal perspectiva, el hombre es siempre la acción, su propio hacer: Existenz es siempre existencia posible (mogliche Existenz). No se puede hacer un estudio científico del hombre partiendo de este enfoque. Sólo la filosofía puede analizar e iluminar la "existencia", de modo tal que capacite al individuo existente para entender lo que significa, en términos de su propia experiencia. Puede también dirigir la mirada hacia la acción mediante la cual, especialmente en ciertas situaciones, el individuo llega a tomar conciencia de su finitud y de la presencia envolvente del ser como lo trascendente que sustenta a todos los otros seres. Pero un ser trascendente no puede nunca ser objetivado ni reducido a la conclusión de una demostración o prueba, y el hombre que toma conciencia de él como el complemento inobjetivable y la base de los seres finitos, es libre de afirmarlo, como 198 Kierkegaard, mediante lo que Jaspers denomina "fe filosófica", o de rechazarlo, tal como Nietzsche hace. han intentado reivindicar a la filosofía su carácter científico y asignarle algunos ámbitos de actuación. No podemos detenernos más en la filosofía de Jaspers; la hemos mencionado, no tanto por ella misma como por mostrar uno de los modos en que el pensamiento alemán de la primera mitad del siglo XIX establece la naturaleza y las funciones de la filosofía. En estas breves notas sobre la aparición de la fenomenología, no debemos olvidar a Franz Brentano (1838-1917). Después de estudiar con Trendelenburg, Brentano se hace sacerdote católico. En 1872 logró una cátedra en Würzburg, y en 1874 en Viena. Pero en 1873 había abandonado la Iglesia, y su situación de ex sacerdote casado hacía difícil su vida como profesor universitario en la capital austriaca, por lo que en 1895 renunció a la cátedra y fijó su residencia en Florencia, de donde más tarde, al estallar la Primera Guerra Mundial, se trasladó a Suiza. Podemos añadir, sin embargo, que Jaspers, como antes Kant, intenta poner la fe en la libertad humana y en Dios, fuera del alcance de la crítica científica. Podemos ver un retorno evidente a los temas kantianos. La distinción que hace Jaspers entre el hombre visto desde un punto de vista científico externo y desde el punto de vista “interno existencial", corresponde en cierto modo a la distinción kantiana entre el nivel del fenómeno y del nóumeno. Existen al mismo tiempo diferencias evidentes entre Kant y Jaspers. Por ejemplo, el énfasis kantiano en la ley moral, sobre la que basa prácticamente la fe en Dios, desaparece, ocupando su lugar el concepto de Kierkegaard del individuo existencial. Además, la "fe filosófica" de Jaspers, que es una versión más académica del latido de fe de Kierkegaard, se dirige hacia Dios como ser, no, como en el caso de Kant, como instrumento que resume la virtud y la felicidad. Una objeción obvia que podemos hacer a este modo que tiene Jaspers de colocar la metafísica fuera del alcance de la crítica científica es la de que al hablar de libertad y, aún más, del ser, es necesario objetivar lo que de acuerdo con él no puede ser objetivado. Si no podemos objetivar al ser no podemos tampoco mencionarle, sólo podemos permanecer en silencio. Pero se podría, claro está, usando la distinción de Wittgenstein, decir que, para Jaspers, la filosofía intenta "mostrar" lo que no puede "decirse". Realmente el hincapié de Jaspers en la función "iluminadora" de la filosofía apunta en esa dirección. 4. La aparición de la fenomenología; Brentano, Meinong, Husserl, el amplio uso del análisis fenomenológico Para los neopositivistas, la filosofía puede ser científica, pero, el mero hecho de serlo no la convierte en una ciencia en el sentido de poseer un campo peculiar y propio. Para Jaspers la filosofía posee en cierto sentido un campo propio, pero no es una ciencia y se mueve en campos distintos a las otras ciencias. Los fenomenólogos, sin embargo, En 1874 publicó un libro titulado Psycologie vom empirischen Standpunkt. La psicología empírica, afirma, no es la ciencia del a, término lleno de implicaciones metafísicas, sino una ciencia de los fenómenos psíquicos. Cuando Brentano habla de la psicología empírica se refiere a la psicología descriptiva más que a la genética, y la psicología descriptiva es para .él un análisis d los actos psíquicos o de los actos de la conciencia en relación con objetos "inexistentes", es decir, con objetos contenidos dentro de los actos mismos. Toda conciencia es conciencia de. Pensar es pensar alguna cosa y desear es desear alguna cosa. Por tanto cada acto de conciencia es "intencional", "implica" un objeto. Y podemos considerar el objeto como implícito y como inexistente, sin plantearnos la problemática de su situación y su naturaleza extramental. Esta teoría de la intencionalidad de la conciencia, que retrocede al pensamiento aristotélico-tomista, no es en sí misma una teoría subjetivista. La psicología descriptiva, tal como Brentano la interpreta, no dice que los objetos de la conciencia no posean existencia independiente, sino que los considera como inexistentes, por la buena razón de que está analizando los actos psíquicos, o actos de la conciencia y no las cuestiones ontológicas relativas a la realidad extramental. Está claro que para analizar la conciencia uno se puede concentrar en los objetos inexistentes de ella, o en la referencia intencional como tal. Brentano tiende a concentrarse en el segundo aspecto, distinguiendo tres tipos principales de referencia intencional. El primero es la simple representación, en la que no se plantean problemas de verdad o falsedad. El segundo es un juicio que implica aceptación (Anerkenen) o rechazo (Verwerfen), en otras palabras: afirmación o 199 negación. En tercer lugar están los movimientos de la voluntad y de los sentimientos (Gemütsbewegungen), donde las actitudes o estructuras fundamentales de la conciencia son amor y odio, o, como también dice Brentano, placer y desagrado. El punto principal es que la teoría de Meinong ayudó a centrar la atención sobre los objetos, considerados precisamente como objetos de la conciencia, como, usando la terminología de Brentano, inexistentes. Podemos añadir que, así como Brentano creyó en la existencia de juicios lógicos evidentemente verdaderos creyó también que existían sentimientos morales realmente correctos o verdaderos. Es decir, hay bienes, objetos de aprobación moral o de placer, que son realmente, y siempre, preferibles. Pero, desde el punto de vista de la fenomenología, la aportación importante del pensamiento de Brentano es la doctrina de la intencionalidad de la consciencia. El fundador real del movimiento fenomenológico fue, sin embargo, Edmund Husserl (1859-1938) y no Brentano o Meinong. Después de haber terminado su doctorado en matemáticas, Husserl asistió a las clases de Brentano en Viena (1884-1886) y bajo su influencia se consagró a la filosofía. Fue profesor de filosofía en Gottingen, y más tarde en Freiburg-im-Breisgau, donde tuvo por discípulo a Martin Heidegger. Las reflexiones de Brentano ejercieron influencia sobre un número de filósofos agrupados generalmente bajo la denominación de Escuela Austriaca, como Antón Marty (1847-1914), profesor en Praga, Oskar Kraus (1872-1942), un discípulo de Marty, también profesor en Praga; y Carl Stumpf (1848-1936), que fue un relevante psicólogo y tuvo a Edmund Husserl entre sus discípulos. En 1891 publicó una Philosophie der Arithmetik (Filosofía de la Aritmética), en la que mostró una cierta tendencia al psicologismo, es decir, a fundamentar la lógica en la psicología. Por ejemplo, el concepto de multiplicidad que es esencial para el concepto de número está basado en el acto psíquico de agrupar juntos diversos contenidos de la conciencia en una representación. Este enfoque fue criticado por el célebre matemático y lógico Gottlob Frege (1848-1925), y Husserl, en sus Logische Untersuchungen (Investigaciones Lógicas, 1900-1901) sostiene claramente que la lógica no es reductible a psicología. La lógica se ocupa de la esfera del significado, esto es, de lo que es significado (gemeint) o entendido, no de la sucesión de los auténticos actos psíquicos. En otras palabras, debemos distinguir entre conciencia, como un complejo de datos psíquicos, sucesos o experiencias (Erlebnisse), y los objetos de la conciencia que se significan o entienden. Estos últimos "aparecen" para, o por, la conciencia, y en este sentido son fenómenos. Sin embargo los primeros no aparecen, son vividos o experimentados a través de ella (erlebt). Evidentemente esto no significa que los actos psíquicos no puedan ser reducidos a fenómenos por reflexión; sin embargo, si los consideramos según aparecen en la conciencia, no son actos psíquicos reales. Debemos hacer, sin embargo, mención especial de Alexius Meinong (1853-1920), alumno de Brentano en Viena y profesor de filosofía, más tarde, en Graz. En su teoría de los objetos (Gegenstandstheorie) distingue diferentes tipos de ellos. En la vida ordinaria entendemos por el término "objetos" cosas particulares existentes, como árboles, piedras, mesas, etc. Pero si consideramos "objetos" como los objetos de la conciencia, podemos ver fácilmente que también existen otros tipos, de los mismos, aparte de los generalizados. Por ejemplo hay objetos ideales, como valores y números, a los que podemos atribuir realidad, aunque no existan del mismo modo que existen los árboles y las vacas. Hay además objetos imaginarios, como una montaña de oro o el rey de Francia. No existe una montaña de oro, no hay rey en Francia desde hace muchos años. Pero si podemos hablar de montañas de oro, debemos estar refiriéndonos a algo, pues hablar de nada es no hablar. Hay un objeto presente en la conciencia, aun cuando no exista extramentalmente una cosa existente que se le corresponda. La teoría de las descripciones de Bertrand Russell fue creada para enmarañar la línea de argumentación de Meinong y despoblar el mundo de objetos reales en algún sentido, pero que no existen. Esto es, sin embargo, irrelevante para nuestros propósitos. Esto implica una distinción entre significados y cosas, distinción que tiene considerable importancia. El no lograr hacer tal distinción fue una de las principales razones de que los empiristas se vieran obligados a negar la existencia de ideas o conceptos universales. Las cosas, incluidos los actos psíquicos reales, son todas individuales o particulares, en tanto que los significados pueden ser universales, y como tales son "esencias". 200 En la obra Iden zu einer reinen Phänomenologie und phänomenologischen Philosophie (Ideas para una fenomenología y una filosofía fenomenológica, 1913), Husserl denomina al acto de conciencia noesis, y a su objeto correlativo, lo que es significado o entendido, noema. Más adelante habla de la intuición de las esencias (Wesensschau). En matemática pura, por ejemplo, hay una intuición de las esencias que da origen a proposiciones que no son generalizaciones empíricas, sino que pertenecen a un tipo diferente, el de las proposiciones a priori. La fenomenología en general es el análisis descriptivo de las esencias o estructuras generales. Podría por tanto haber una fenomenología de los valores. Pero podría existir también un análisis fenomenológico de las estructuras fundamentales de la conciencia, supuesto, claro está, que estas estructuras estén "reducidas" a esencias o eidé. Una cuestión en la que Husserl insiste es la de la suspensión del juicio (la denominada epojé) en lo que respecta a la posición o referencia ontológica o existencial de los objetos de la conciencia. Por medio de esta suspensión, se dice que la existencia es "puesta entre paréntesis". Supongamos, por ejemplo, que queremos desarrollar un análisis fenomenológico de la experiencia estética de la belleza. Para ello, suspendemos todo juicio sobre la subjetividad o objetividad de la en sentido ontológico y dirigiremos la atención simplemente a la estructura esencial de la experiencia estética tal como aparece en la conciencia. La razón por la que Husserl insiste en la suspensión del juicio resulta evidente al considerar las implicaciones del título de una de sus obras, Philosophie als strenge Wissensechaft (Filosofía como ciencia estricta, 1910-1911). Como Descartes, Husserl quiso colocar a la filosofía sobre bases firmes, y, en su opinión, para hacer esto es necesario ir más allá de todas las presunciones, hasta el punto en que uno no pueda tener duda. Ahora bien, en la vida ordinaria hacemos todo tipo de suposiciones existenciales, acerca, por ejemplo, de la existencia de los objetos físicos independientemente de la conciencia. Deberíamos, por tanto, prescindir de esta "actitud natural" (natürliche Einstellung), o ponerla entre paréntesis. No se trata de que la actitud natural sea equivocada y que las suposiciones que implica estén justificadas, sino de que metodológicamente debemos prescindir de tales suposiciones e ir más allá a la conciencia misma de la cual es imposible dudar o prescindir. Además no podemos, por ejemplo, discutir provechosamente la posición ontológica de los valores, mientras no esté completamente claro aquello de lo que estamos hablando, lo que valor "significa", y esto es lo que nos revela el análisis fenomenológico. Por tanto la fenomenología es filosofía fundamental, debe preceder y fundamentar cualquier filosofía ontológica y toda metafísica. Como ya he apuntado antes, el empleo que Husserl hace de la epojé recuerda el método de la duda usada por Descartes. De hecho, Husserl vio en la filosofía de Descartes, una cierta anticipación de la fenomenología. Al mismo tiempo, insistió en que la existencia de un yo, en el sentido de substancia espiritual, o como Descartes dijo, una "cosa pensante" (res cogitans) debe ser puesto en entredicho. Está claro que el ego no puede ser simplemente eliminado, pero el sujeto que se requiere como correlativo al objeto de la conciencia es simplemente el yo puro o trascendental, el sujeto puro en cuanto tal, no un alma o una substancia espiritual, cuya existencia es algo que no debemos enjuiciar desde el punto de vista de la fenomenología pura. El uso metodológico de la epojé no hace, por sí solo, a Husserl idealista; Decir que la existencia de la conciencia es la única entidad innegable o indudable, no es necesariamente decir que la conciencia es lo único existente. Sin embargo, Husserl da el paso hacia el idealismo al intentar deducir la conciencia del yo trascendental y hacer la realidad del mundo dependiente de tal conciencia. Ninguna cosa puede concebirse sino como objeto de la conciencia. Por lo tanto el objeto ha de estar constituido por la conciencia. Perceptible ya en Ideas, esta orientación idealista del pensamiento de Husserl aparece con más claridad en Formale und trancendentale Logike. (Lógica formal y trascendental, 1929), donde la lógica y la ontología tienden a coincidir, y en Méditations cartésiennes (Meditaciones cartesianas, 1931). Es comprensible que este paso al idealismo no favoreciese la aceptación por parte de otros fenomenólogos del uso que Husserl hacía en principio de la epojé. Martin Heidegger, por ejemplo, rechazó firmemente la exigencia de la epojé e intentó usar el método fenomenológico para desarrollar una filosofía del ser no idealista. El análisis fenomenológico puede utilizarse provechosamente en varios campos. Alexander Pfander (1870-1941) lo aplicó a la psicología, Oskar Becker (n. 1889), discípulo de Husserl, a la filosofía y a las matemáticas, Adolf Reinach (1883-1917) a la filosofía del derecho, Max Scheler (1874-1928) al campo de los valores, y otros en los campos de la estética y de la conciencia religiosa. Pero hacer uso del método no implica ser "discípulo" de Husserl. Scheler, por ejemplo, fue por sí 201 mismo un eminente filósofo. El análisis fenomenológico ha sido utilizado por pensadores cuya posición filosófica general es marcadamente distinta de la de Husserl. Baste con mencionar a los existencialistas franceses Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty (nacidos en 1905 y 1908, respectivamente) o a los tomistas contemporáneos. No está fuera de razón afirmar que la amplia utilización del análisis fenomenológico constituye, no sólo un testimonio elocuente de su valor, sino también de que es un factor unificante. También podemos decir que la exigencia de Husserl de la epojé ha sido generalmente menospreciada o rechazada, y que la fenomenología se ha usado dentro de las estructuras de los distintos filósofos para poner fin a los conflictos entre sistemas, más que como fundamento de una filosofía, lo que no satisface totalmente las primitivas esperanzas de Husserl. Además, la naturaleza de lo que se denomina análisis fenomenológico puede también cuestionarse. Por ejemplo, aunque la relación entre la fenomenología continental y el análisis conceptual o "lingüístico" que se practica en Inglaterra, es uno de los principales temas que permiten un diálogo fructífero entre grupos de filósofos, que, en otros aspectos pueden encontrar dificultades para entenderse, uno de los principales planteamientos de tal diálogo es precisamente la naturaleza de lo que se denomina análisis fenomenológico. ¿Es legítimo hablar de un análisis fenomenológico de las "esencias"? ¿En qué sentido exacto, si es así? ¿Es el análisis fenomenológico una actividad específicamente filosófica? ¿Es quizá más propio de la psicología, por un lado, y del denominado análisis lingüístico, por otro? No podemos discutir tales cuestiones aquí, pero el hecho de que puedan plantearse sugiere que Husserl fue tan excesivamente optimista como lo fue Descartes, y como lo fueron Kant y Fichte, al suponer que habían superado definitivamente la fragmentación de la filosofía. 5. La vuelta a la ontología; N. Hartmann Hemos visto que a finales del siglo XIX, el neokantismo era la filosofía académica dominante, o Schulphilosophie en las universidades alemanas. Podemos asociar con esta tradición un interés por las formas de pensamiento y de juicio, más que por las categorías objetivas de las cosas. Sin embargo, fue un discípulo de Cohen y Natorp, en Marburgo, llamado Nicolai Hartmann (1882-1950) quien expresó en su filosofía lo que podemos llamar un retorno a las cosas, y desarrolló una notable ontología realista. Aunque podría parecer fuera de lugar colocarle aquí, y exponer en toda su extensión las ideas de un filósofo que pertenece totalmente al siglo XX, una exposición somera de su línea de pensamiento servirá para ilustrar un enfoque importante de la naturaleza y función de la filosofía. En sus Grundzüge einer Metapbysike der Erkenntnis (Principios de una metafísica del conocimiento, 1921) Nicolai Hartmann pasa del neokantismo a una teoría realista del conocimiento y en publicaciones posteriores desarrolla una ontología que toma la forma de un análisis de las categorías de los diferentes modos o niveles del ser. Así en su Ethik (Etica, 1926) se dedicó al estudio fenomenológico de los valores que posee el ser ideal, mientras que en Das Problem des geistigen Seins (El problema del ser espiritual, 1933) consideró la vida del espíritu humano tanto en su forma personal como en su objetivación. Zur Grundlegung der Ontologie (Una contribución a la fundación de la ontología, 1935), Moglichkeit und Wirklichkeit (Posibilidad y realidad, 1938), Der Aujbau der realen Welt. Grundriss der allgemeinen Kategorienlehre (La construcción del mundo real. Esquema de la doctrina general de las categorías, 1940) y Neue Wege der Ontologie (Nuevas vías en ontología, 1941) representan la ontología general, mientras que en Philosophie der Natur (Filosofía de la naturaleza, 1950) presta especial atención a las categorías de los niveles orgánico e inorgánico. Por lo tanto, el pensamiento de Hartmann se dedica, en general, al estudio de los principios o categorías del ser de estructura universal, tales como unidad o multiplicidad, persistencia y devenir o cambio, antologías regionales, esto es, análisis de las categorías específicas de los seres inorgánicos, los seres orgánicos, etc. Y de este modo distingue entre ser-ahí (Dasein) y ser-así-o-así (Sosein). Pero su ontología va tomando la forma de un análisis fenomenológico de las categorías ejemplificado en los seres dados por la experiencia. La idea de ser subsistente, en el sentido del acto infinito de existencia, ipsum esse subsistens es totalmente ajeno a su pensamiento. También queda excluida toda metafísica del ser trascendente, en el sentido en que Dios lo es. En realidad la metafísica para Hartmann se debate en problemas imposibles, mientras que la ontología es perfectamente capaz de alcanzar resultados definidos. La ontología de Hartmann, por lo tanto, es una superación del neokantismo, en la medida en que implica un estudio de las categorías objetivas del ser real. Es una superación del positivismo en cuanto asigna a la filosofía un campo propio definido, los diferentes niveles o tipos del ser, considerado precisamente como tal. Y aunque Hartmann emplea el método de análisis fenomenológico, no se encierra por ello en 202 la esfera subjetiva a la que la observancia de la epojé husserliana le hubiera condenado. Al mismo tiempo, su ontología es una doctrina de categorías, no una metafísica del ser (Das Sein) como fundamento de los seres (Die Seienden). De acuerdo con él, la filosofía científica no puede investigar acerca del ser, que queda más allá de los seres como tales. Hay en realidad, el ser ideal de los valores que son reconocidos en grados variables por la mente humana, pero aunque estos valores poseen realidad ideal, no existen como tales, y los seres existentes son los que forman el mundo. 6. Metafísica del ser; Heidegger, los tomistas La vuelta de la filosofía al pensamiento del ser (Das Sein) está representada principalmente, en la filosofía alemana contemporánea, por el enigmático Martin Heidegger (n. 1889). Según Heidegger, toda la filosofía occidental ha olvidado al ser y se ha sumergido en el estudio de los seres. La idea del ser ha significado bien un concepto pleno e indeterminado obtenido pensando independientemente de las características determinadas de los seres, o bien el supremo ser en la jerarquía de los seres, es decir Dios. El ser, como el ser de los seres, como el que vela por los seres y como el que ostenta la dualidad de sujeto y objeto que sirve de presupuesto para el estudio de los seres, es desechado y olvidado, permanece oculto, velado. Heidegger se pregunta, por lo tanto, ¿cuál es el significado del ser? Para él no es ésta una cuestión tan sólo gramatical, es la búsqueda de un desvelamiento del ser de los seres. El hecho de que el hombre pueda hacerse esta pregunta, muestra, según Heidegger, que tiene un sentido prerreflexivo del ser, y en la primera parte de Sein und Zeit (Ser y tiempo, 1927) inicia un análisis ontológico-fenomenológico del hombre como el ser que es capaz de plantear tal cuestión, y que está, por tanto, abierto al ser. Lo que él llama ontología fundamental se convierte así en un análisis existencial del hombre como "existencia" (Dasein). Aunque el propósito de Heidegger es llevar de este modo al ser a mostrarse a sí mismo, nunca logra realmente ir más allá del hombre, y en la medida en que la finitud y la temporalidad del hombre se aclaran, la obra tiende a dar la impresión, aunque sea incorrecta, de que el ser es para el autor esencialmente finito y temporal. La segunda parte de Ser J tiempo no llegó a publicarse. En los últimos escritos de Heidegger, hay una gran parte dedicada a la apertura del hombre hacia el ser, y a la necesidad de mantenerlo vivo, pero difícilmente puede decirse que haya logrado un ser desvelado. Ni él podría proclamar haberlo hecho. En realidad, aunque Heidegger afirma que el mundo en general y los filósofos en particular han olvidado al ser, parece incapaz de explicar claramente lo que han olvidado, o por qué este olvido puede ser tan desastroso como él asevera. Las afirmaciones de Heidegger acerca del ser, distintas de su análisis existencial del hombre, son tan proféticas que no podemos decir que añadan algo a la ciencia del ser. La idea de la metafísica como una ciencia del ser, la mantienen mucho más claramente los modernos tomistas especialmente los que emplean lo que ellos llaman el método trascendental. Inspirado en Kant, más particularmente en los idealistas alemanes, como Fichte (puesto que Kant se refiere sólo a la deducción trascendental de las formas del pensamiento) el método trascendental se compone de dos fases principales. Es necesario establecer la metafísica como una ciencia para preparar unos fundamentos que no puedan cuestionarse, y ésta es la fase o momento reductivo. La otra fase consiste en la deducción sistemática de la metafísica desde el punto de partida básico. El método trascendental es usado por estos filósofos para establecer una metafísica tomista sobre una base segura, desde la cual puedan deducida sistemáticamente, no para producir un nuevo sistema metafísico, en lo que se refiere al contenido, sino para descubrir nuevas verdades iluminadoras acerca del mundo. Visto desde fuera, parece consistir únicamente en echar el vino viejo en odres nuevos. Al mismo tiempo, es evidente que el problema del método científico tiende inevitablemente a surgir y a crecer en importancia, proporcionalmente a la concentración del interés en la tarea de convertir, tal como sucede con los tomistas en cuestión, la aprehensión irreflexiva implícita del ser en conocimiento explícito sistemáticamente fundamentado. 7. Reflexiones finales. Este bosquejo, voluntariamente esquemático, de algunas corrientes del pensamiento filosófico alemán de la primera mitad del siglo XX, no da mucha base para que se pueda afirmar que las divergencias entre los sistemas y las tendencias se hayan superado. Al mismo tiempo 203 sugiere que, para justificar su pretensión de ser algo más que un auxiliar de las ciencias, la filosofía debe ser metafísica. Si sostenemos que sólo podemos estudiar los aspectos del mundo que analizan las ciencias particulares, la filosofía, si ha de continuar existiendo, debe ocuparse tan sólo de la lógica y de la metodología de las ciencias o del análisis del lenguaje ordinario, pues es evidente que no puede competir con las ciencias sobre su propia base. Para disponer de un campo propio, distinto del análisis del lenguaje ordinario o del de las ciencias, debe considerar a los seres simplemente como tales. Pero si se limita, como con Nicolai Hartmann, a trabajar dentro de las categorías de los diferentes niveles de los seres finitos revelados por la experiencia, el problema crucial del ser o la existencia de los seres se pasa sencillamente por alto; y aunque tal problema se elimine por considerado no significativo, puede no estar justificada tal exclusión. Si, por el contrario, admitimos la cuestión como genuinamente filosófica, el problema del Absoluto aparece planteado nuevamente, y quedará demostrado que era correcta la afirmación de Schelling de que no puede plantearse problema filosófico más importante que el de la relación entre la existencia finita y el Absoluto incondicionado. Esta referencia a Schelling no equivale a la pretensión de volver al idealismo alemán. Yo pienso en el hombre como espíritu en el mundo. El hombre no está sólo localmente presente en el mundo, sino que, por naturaleza, está también implicado en él. Se encuentra en el mundo dependiendo de otras cosas para su vida, para la satisfacción de sus necesidades, para el material de su conocimiento, para su actividad. Además, por el hecho real de que se concibe como ser en el mundo, se separa del mundo; el hombre no está totalmente inmerso en el proceso del mundo. Es un ser histórico, pero en el sentido de que puede objetivar la historia es un ser suprahistórico. No es posible, claro está, hacer una separación completa entre estos dos aspectos del hombre. Es un ser en el mundo, un ser "mundano", cuando se separa del mundo; y se separa del mundo en cuanto ser en el mundo. Considerado como espíritu, como separado del mundo, es capaz, y de hecho logra, llegar a los problemas metafísicos, logra una unidad apartando o superando la situación sujeto-objeto. Considerado como ser inmerso en el mundo, se inclina, por naturaleza, a considerar estos problemas vacíos e inútiles. En el desarrollo del pensamiento filosófico se repiten estas tendencias o actitudes diferentes, asumiendo formas históricas distintas, históricamente explicables. El idealismo alemán fue una forma históricamente condicionada, de la tendencia o dirección metafísica. La metafísica inductiva fue otra. Podemos apreciar la misma tendencia fundamental, afirmándose en formas diferentes en las filosofías de Jaspers y Heidegger. En el plano de la filosofía cada tendencia o actitud procura justificarse teóricamente. Pero la dialéctica continúa. No quiero decir que no exista medio de diferenciar las justificaciones alegadas. Por ejemplo, en tanto el hombre puede objetivarse y contemplarse como objeto de la investigación científica, se siente inclinado a considerar el estudio de su ser-aparte del mundo, o su aspecto espiritual, como carente en cierto modo de sentido. Sin embargo, como ya Fichte advirtió, el mero hecho de que sea él el que se objetiva a sí mismo indica que no puede objetivarse totalmente, y que una reducción fenomenalística del yo es inviable e ingenua. Una vez comprendido esto, surge de nuevo la metafísica. Sin embargo el influjo del aspecto "mundano" del hombre también resurge y los objetivos logrados en un momento se pierden, aunque sólo para volver a ganados de nuevo. Evidentemente, la referencia a las dos tendencias o actitudes basadas en la naturaleza dual del hombre serían una grosera simplificación si las consideráramos como la única clave de la historia de la filosofía. Para explicar el verdadero desarrollo de la filosofía deben tenerse en cuenta muchos otros factores. Aunque no se dan repeticiones simples en la historia, puede esperarse que las tendencias persistentes tiendan a repetirse constantemente en formas históricas variables. Como subrayó Dilthey, quien entiende la historia hace también la historia. La dialéctica de la filosofía refleja la compleja naturaleza del hombre. La conclusión puede parecer pesimista, puesto que no proporciona ninguna buena razón para suponer que alcancemos nunca un acuerdo universal y definitivo ni aun respecto al alcance de la filosofía. Pero si los desacuerdos fundamentales surgen de la auténtica naturaleza del hombre mismo, difícilmente podemos esperar otra cosa que un movimiento dialéctico, una repetición de ciertas tendencias fundamentales y de ciertas actitudes en diferentes formas históricas. Es esto lo que ha sucedido hasta ahora, a pesar de los bienintencionados esfuerzos de llevar el proceso a una conclusión, y difícilmente puede ser acusado el autor de pesimismo indebido, si espera la continuación del proceso en el futuro.