Normalidad democrática-electoral en México Mtra. María del Carmen Alanis Figueroa Directora Ejecutiva de Capacitación Electoral y Educación Cívica Instituto Federal Electoral. IFE, México Como todos ustedes saben, en México, el dilatado proceso de transición a la democracia se ha dado por la vía de las urnas, es decir, de elecciones libres, competitivas y equitativas. No se trata de un hecho aislado de alternancia en el poder, sino de un complejo proceso en el que la sociedad civil, el gobierno y el trabajo de instituciones electorales han logrado que las reglas del juego democrático, sean conocidas, respetadas, obedecidas, y aplicadas por todos. La construcción de la democracia pasó por un esfuerzo consciente de la mayoría de los actores políticos por evitar el uso de la violencia, privilegiando la negociación y el impulso de reformas electorales como elemento activo de los procesos de democratización. En las últimas cuatro décadas, las distintas fuerzas políticas han mantenido ese esfuerzo de revisión, actualización y perfeccionamiento de la normatividad que regula las instituciones políticas y las elecciones en México, lo cual ha permitido modificar la composición y forma de integración de los órganos de representación garantizando una mayor pluralidad, fortalecer el régimen de partidos y elevar su competitividad, garantizar condiciones de equidad en la contienda electoral, consolidar los atributos de independencia y autonomía de las autoridades electorales, así como establecer mejoras sustantivas en el ámbito de la justicia electoral. Más que eso, como afirma José Woldenberg, “la transición mexicana, fuertemente centrada en el tema electoral, fue en realidad mucho más que electoral”, de manera que gracias a este proceso tenemos hoy un presidencialismo acotado, Seminario Perspectivas desde la normalidad democrática-electoral en México Madrid, 19, 20 y 21 de noviembre de 2003 independencia de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, federalismo más efectivo, autonomía de los grupos sociales y elecciones altamente competitivas.”1 La democracia entra en una fase de normalidad cuando se consolida, es decir, cuando el conjunto de reglas formales derivadas del marco normativo integrado por los preceptos constitucionales, legales y reglamentarios representa ya una estructura firme y eficaz y, por otra parte, cuando el compromiso de los actores políticos y de los ciudadanos con los procedimientos democráticos se convierte en un hábito cotidiano. La democracia supone una forma específica de convivencia social, con arreglo a valores como el respeto, la tolerancia, el pluralismo, el apego al estado de derecho, entre otros, que exigen a gobernantes y a gobernados un conjunto de actitudes y de competencias cívicas bien establecidas, por lo tanto, en lo que hay que trabajar de manera intensa es precisamente en la sustentabilidad de las prácticas e instituciones democráticas. Para decirlo con otras palabras, la consolidación de la democracia no es una situación irreversible: las instituciones y prácticas democráticas pueden deteriorarse, perder legitimidad y enfrentar la amenaza de la regresión autoritaria. En ningún país del mundo la democracia llegó para quedarse, mucho menos cuando los niveles de cultura política de una porción importante de su población aún refleja desinformación, apatía, desconfianza hacia “lo público” y hacia ”la política” y, lo más importante, desconocimiento de sus derechos fundamentales y de las ventajas que ofrece para su tutela un régimen democrático. La perdurabilidad de una democracia estable encara hoy el desafío, no sólo de contar con una institucionalidad moderna e innovadora, sino el de lograr una 1 Véase “Seis tesis sobre la transición a la democracia” en José Woldenberg, La construcción de la democracia, México, Plaza y Janes, 2002, pp. 21-33 2 Seminario Perspectivas desde la normalidad democrática-electoral en México Madrid, 19, 20 y 21 de noviembre de 2003 cultura política (de gobernantes y gobernados) en la que las competencias cívicas y el capital social constituyan su fortaleza. Tradicionalmente la consolidación democrática se relacionaba con la capacidad de supervivencia de la democracia misma, es decir, evitar la regresión al autoritarismo, a través de normas y prácticas que permitan generar confianza y respaldo por parte de los ciudadanos hacia las instituciones de la democracia (voto, elecciones libres, rendición de cuentas, etc.), así como con los valores democráticos (diálogo, tolerancia, legalidad, pluralismo, igualdad, etc). Posteriormente el concepto se fue extendiendo a terrenos como la solución de la pobreza y desigualdad, a un extremo tal que se ha dicho que en tanto no estén resueltos estos dos problemas –pobreza y desigualdad-, no podemos hablar de un régimen democrático “consolidado”. Estos problemas de índole social están vinculados con la capacidad de un régimen, sea este democrático, totalitario o autoritario para distribuir efectivamente la riqueza. Otra cuestión es si la democracia es el régimen más efectivo para lograrlo, en virtud de las garantías que ofrece para la protección de los derechos fundamentales. Por lo pronto, lo correcto es rescatar el significado original de la “consolidación”, es decir, aquel que tiene que ver con la supervivencia del régimen democrático y la prevención de una regresión autoritaria. Cito aquí a Pippa Norris, Catedrática de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, quien ha señalado que “…la consolidación de las reglas del juego democrático en México implica la conjunción equilibrada de instituciones democráticas y de ciudadanos participativos conscientes de su peso específico con el propósito de resistir las amenazas de desestabilización y los cuestionamientos autoritarios”2 2 Pippa NORRIS. La participación ciudadana: México desde una política comparada; ponencia presentada en el Coloquio para el análisis de encuestas nacionales sobre cultura política y prácticas ciudadanas, organizado por el IFE, CIDE, ITAM y SEGOB, agosto 14-16,2003. 3 Seminario Perspectivas desde la normalidad democrática-electoral en México Madrid, 19, 20 y 21 de noviembre de 2003 Luego entonces, la consolidación democrática implica construir un sólido andamiaje anclado en las dos dimensiones fundamentales de la cultura política del ciudadano: la conductual que se refiere al activismo político, y la actitudinal que hace referencia a la aprobación de los ideales democráticos y a la confianza en el gobierno. De esta forma, podemos afirmar que un régimen democrático se ha consolidado cuando los ciudadanos aceptan que las instituciones formales son estables, cuando los actores políticos aceptan las reglas del juego y están dispuestos a contender conforme a ellas. Se alcanza entonces un estado de normalidad. Sin embargo, esta situación de estabilidad del régimen, puede darse en diferentes niveles de calidad democrática, lo cual depende en gran parte de las competencias cívicas (conocimientos, valores, destrezas y habilidades) y el capital social (reglas, normas de reciprocidad, redes de participación y, fundamentalmente, confianza). En un caso extremo, en un régimen democrático en el que predominara una ciudadanía de “baja intensidad”, como define O’Donnell a la población que carece de los recursos mínimos necesarios para ejercer de manera efectiva sus derechos y obligaciones como ciudadano, y con un capital social muy escaso, la legitimidad del régimen se puede deteriorar hasta el punto de poner en riesgo la continuidad de las instituciones democráticas. En el largo plazo, la calidad de la democracia afecta la consolidación del régimen. En México hemos logrado grandes avances en la construcción de nuestro sistema democrático-electoral. Contamos con instituciones estables y legítimas que organizan y supervisan la competencia política, y con un amplio sector de ciudadanos que valoran estas instituciones y participan en la vida política del país siguiendo las reglas del juego democrático. Sin embargo, nos queda un gran camino por recorrer en la construcción de competencias cívicas y capital social. 4 Seminario Perspectivas desde la normalidad democrática-electoral en México Madrid, 19, 20 y 21 de noviembre de 2003 Por lo tanto, la tarea fundamental para mejorar la calidad de la democracia en México debe ser una intensa labor de educación cívica. II Trataré de explicar con más detalle lo anterior. Un régimen democrático debe garantizar, al menos, la celebración periódica de elecciones libres y equitativas para renovar a sus gobernantes, y el respeto de los derechos civiles y políticos de la población. Actualmente en México tenemos un marco legal que permite, aunque con importantes variaciones regionales, que estas funciones básicas del régimen democrático se realicen normalmente. Contamos con partidos que compiten por el poder dentro del marco democrático, autoridades electorales legítimas y autónomas y una efectiva división de poderes. Evidentemente, hace falta todavía instaurar plenamente el estado de derecho, ampliar el acceso a la justicia para el ciudadano común y mejorar el sistema de rendición de cuentas de las autoridades públicas, por mencionar algunas asignaturas pendientes; pero estos son aspectos del sistema político que tienen que ver menos con las reglas e instituciones formales del régimen y más con los valores, actitudes, capacidades y prácticas cotidianas de gobernantes y gobernados, es decir, son elementos que inciden directamente en la calidad de nuestra democracia. Esta no depende exclusivamente de la construcción o permanencia de normas e instituciones formales. Si bien las elecciones son un momento clave en la democracia moderna, ésta debe fincarse en el terreno de una participación libre, informada, consciente y responsable de los ciudadanos, y de una cultura propiamente democrática tanto en los gobernantes como en los gobernados. Datos de la más reciente Encuesta Nacional de Cultura Política que la Universidad Nacional Autónoma de México realizó por encargo del Instituto Federal Electoral nos permiten inferir que las instituciones estables y legítimas del régimen 5 Seminario Perspectivas desde la normalidad democrática-electoral en México Madrid, 19, 20 y 21 de noviembre de 2003 democrático mexicano están produciendo, en algunos casos, resultados lejanos a las expectativas de los ciudadanos, muchos de los cuales se sienten poco representados por sus partidos políticos y su gobierno, y esto se traduce en una desconfianza hacia el quehacer político y sus protagonistas. Una llamada de atención al respecto fue el alto grado de abstencionismo registrado en las pasadas elecciones federales de julio del presente año (cerca del 60%). Aún y cuando en todo régimen democrático sea suficiente, para acreditar su legitimidad, el respeto de sus reglas y procedimientos, la escasa presencia de los ciudadanos en las urnas, en cualquier caso, muestra un déficit de compromiso cívico. De lo anterior podemos deducir que, para mejorar la calidad de la democracia en México, se requieren, al menos, dos tareas fundamentales: i) elevar la representatividad, responsabilidad y eficiencia de las autoridades públicas, y ii) incrementar la participación política de los ciudadanos, dentro del marco de las instituciones democráticas. Incrementar la participación democrática de los ciudadanos y la representatividad y eficiencia de las autoridades públicas depende, en parte, de la reforma del propio régimen, es decir, de modificar o crear instituciones y reglas formales. En México ya se han dado pasos de gran importancia en esa dirección. Un ejemplo muy significativo es el que se refiere a la rendición de cuentas, aspecto fundamental de toda democracia. Al respecto, Luis Carlos Ugalde, actual Consejero Presidente del IFE, señaló con toda claridad (cito): Parece una mala broma darnos cuenta que después de alcanzar la alternancia y la competitividad entre partidos, la responsabilidad y responsividad de nuestros gobernantes sigue siendo muy limitada. Aun con elecciones limpias y equitativas, muchos gobernantes siguen siendo insensibles frente a las necesidades y las 6 Seminario Perspectivas desde la normalidad democrática-electoral en México Madrid, 19, 20 y 21 de noviembre de 2003 demandas de los votantes. México es ya una democracia formal, pero la calidad de sus gobiernos sigue siendo muy baja, en buena medida porque a pesar de ser electos por la ciudadanía, le rinden pocas cuentas a ella.3 Afortunadamente, a principios del año 2002 se aprobó la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental, primera ley federal del país en la materia, la cual, aunque representa un gran avance de nuestro régimen político en materia de rendición de cuentas, no agota las reformas pendientes. Es necesario, por ejemplo, evaluar qué tan funcional es para la eficiencia democrática mantener la regla de la no reelección inmediata de los legisladores --regla que, por cierto, no se aplica mas que en México y Costa Rica. Sin embargo, incluso si se llevaran a cabo todas las reformas necesarias y se diseñara un régimen casi perfecto, seguiría siendo insuficiente para incrementar la representatividad, responsabilidad y eficiencia de las autoridades públicas. Es aquí donde entra el segundo requisito para mejorar la calidad de nuestra democracia: la participación ciudadana. Ésta es la que activa los mecanismos legales, la que le da sustancia a las reglas y a los procedimientos, la que determina, en última instancia, el funcionamiento de las instituciones: su eficacia y eficiencia. III En un régimen democrático, la participación ciudadana es factor clave para elevar la calidad de la democracia, pues de esta participación (en las elecciones, en la vigilancia de las autoridades políticas, en la vida pública en general) depende la eficiencia y eficacia de los gobiernos, y por lo tanto, la posibilidad de mejorar las condiciones de vida de la población. Al respecto, Amartya Sen afirma que la democracia “mejora las posibilidades de los individuos para expresar y defender sus demandas de atención política (incluidas sus exigencias de que se satisfagan sus necesidades económicas)”, porque al tener que hacer frente a las críticas de 3 Luis Carlos Ugalde, Rendición de cuentas y democracia. El caso de México, Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, México, IFE, 2002, p. 53 7 Seminario Perspectivas desde la normalidad democrática-electoral en México Madrid, 19, 20 y 21 de noviembre de 2003 los gobernados y buscar su apoyo en las elecciones, los gobernantes se ven incentivados a escuchar las demandas de la sociedad y responder a ellas. 4 El régimen, entonces, abre espacios y establece canales para que la mayoría de los ciudadanos participen en la toma de las decisiones colectivas. Es decir, el régimen posibilita, pero no garantiza la participación. La intensidad y la calidad de la participación política de una sociedad dependen de su capital humano y social. Es este el punto clave que me interesa subrayar y con el cual voy a finalizar mi intervención. Recuperando la tradición de la sociología weberiana, en los últimos años un nutrido grupo de investigadores sociales han puesto el acento en la cultura para explicar el progreso humano. Las actitudes, valores y orientaciones prevalecientes en una sociedad determinan en gran parte las tendencias y el ritmo del progreso económico y la democratización política, afirman autores como Samuel Huntington y Lawrence Harrison.5 Un concepto clave de esta propuesta teórica es el de capital social, el cual consiste básicamente en normas de reciprocidad, reglas y redes de participación cívica que generan la confianza social indispensable para lograr la cooperación voluntaria y coordinada entre los individuos y grupos sociales; es decir, para resolver el dilema de la acción colectiva sin tener que pagar los altos costos que conlleva la intervención de una autoridad externa. En su famosa investigación sobre las tradiciones cívicas en la Italia moderna, Robert Putnam6 demostró que el capital social, al favorecer la cooperación, la participación cívica y el fortalecimiento de la sociedad civil, facilita la 4 Amartya Sen, Desarrollo y libertad, México, Planeta, 2000, p. 185, 190-91 Culture Matters. How Values Shape Human Progress, Nueva York, Basic Books, 2000. 6 Making Democracy Work. Civic Traditions in Modern Italy, New Jersey, Princeton University Press, 1993. 5 8 Seminario Perspectivas desde la normalidad democrática-electoral en México Madrid, 19, 20 y 21 de noviembre de 2003 gobernabilidad democrática y la prosperidad económica. La ausencia de capital social genera lo contrario. Los resultados de la más reciente elección federal en México, así como los datos de las encuestas nacionales de cultura política, indican que nuestra situación, de acuerdo con es esquema analítico de Putnam, puede tipificarse como una sociedad que carece de confianza y con poca disposición a la colaboración colectiva. En última instancia, la participación electoral, como todo tipo de participación política, depende del nivel de confianza de los ciudadanos en los procedimientos, autoridades e instituciones políticas así como también en la adecuada actividad de los partidos políticos, de sus candidatos y de la rendición de cuentas. Si realmente queremos una democracia de alta calidad, es necesario ir más allá de las reformas legales: hay que crear capital social, normas de reciprocidad, redes de participación cívica, confianza... esto último es fundamental, pues como afirma Ludolfo Paramio, “sin confianza no hay democracia”. Esta es la reforma que hace falta en México, así como en un buen número de países en los que datos de encuestas de cultura política muestran riesgos evidentes de una regresión autoritaria. Se trata de una reforma lenta (pues su evolución sólo es perceptible en décadas) que requiere de un continuo e intenso trabajo de perfeccionamiento institucional y, sobre todo, de educación cívica. Estos instrumentos, educación y diseño institucional, que deben ir dirigidos a “transformar los usos de la vida colectiva y el carácter mismo del ciudadano medio”, decía Ortega y Gasset, como “un aparato ortopédico que apoyándose en la realidad defectuosa, produzca automáticamente, sin vana violencia exterior, la rectificación del hueso desviado”. 9 Seminario Perspectivas desde la normalidad democrática-electoral en México Madrid, 19, 20 y 21 de noviembre de 2003 La importancia de concentrar nuestros esfuerzos en esta dirección, no es un asunto menor, ni que deba ser soslayado. Es en el terreno de la educación cívica en donde se juega, en buena medida, la sustentabilidad de la democracia moderna. Muchas gracias 10