DEMOCRACIA Y RESPONSABILIDAD CIVIL

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DEMOCRACIA Y RESPONSABILIDAD CIVIL
Por Victorio Magariños *
Todo grupo social necesita un sistema de ordenación que haga posible la
convivencia pacífica. Su dirección y desarrollo, que tiene carácter político, se realiza
por personas investidas de facultades extraordinarias, pues, para cumplir el fin básico,
la paz social, son imprescindibles mecanismos demando y coacción. El poder se
constituye entonces en la clave del sistema político. Pero el poder que acumulan los
dirigentes es de tal intensidad que necesita limitarse. Tiende naturalmente a
extenderse a todos los ámbitos sociales, a interferir en la vida íntima de las personas
que componen el grupo, a mantenerse e incluso a perpetuarse en la familia a través de
la sucesión.
Esta tendencia expansiva del poder provoca abusos que se traducen en
desequilibrio e injusticia. Es preciso controlar el acceso al mismo a través de métodos
de selección adecuados, y limitar su duración y ejercicio. A este fin responde la
democracia. El pueblo elige los gobernantes y refrenda la ley básica sobre la que se
asienta una sociedad organizada. La sumisión al Derecho legítimamente establecido,
tanto por su origen (voz del pueblo) como por su contenido (Derecho justo), y el
control de su cumplimiento a través de una función judicial independiente es lo que
determina el sistema democrático.
** Académico de la Real Academia Sevillana de Legislación y Jurisprudencia.
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Sin embargo, la democracia, que es un sistema de límites al poder, se ha
mitificado de tal modo que basta que un Estado adopte su estructura formal para que
se dé por cerrada, buena y suficiente. En realidad, las democracias sufren también las
consecuencias negativas del impacto de aquel efecto expansivo del poder y la tensión
poder-control suele saldarse con ganancia o preponderancia del primero. Por eso, en
ocasiones, la democracia se convierte en coartada y amparo formal de conductas
abusivas.
No debemos olvidar que el control popular es muy imperfecto. La elección de
los gobernantes se realiza a través de instituciones intermedias, los partidos, cuya
finalidad es alcanzar el poder, por lo que tiñen la democracia de su propia
idiosincrasia; lo que explica que, a menudo, se salten los límites necesarios para su
equilibrio. Esta deficiencia, que es estructural y que en España está agravada por un
sistema electoral erróneo, se acrecienta cuando el control tampoco funciona durante
el ejercicio del mandato por una corrupta intervención sobre los órganos encargados
del mismo que, al perder independencia, quedan anulados en la práctica. Es el caso de
España, donde no existe independencia de poderes y, en consecuencia, las
instituciones políticas fundamentales están devaluadas, desde las Cortes al Tribunal
Constitucional.
La democracia también sufre las consecuencias negativas del efecto
Expansivo del poder y a veces se convierte en coartada de abusos
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Un elemento que puede encauzar el sistema es la responsabilidad civil,
que es el complemento ético y la consecuencia del ejercicio del poder
Cuando el Poder más directo, el Ejecutivo, salta los controles establecidos en
las leyes o los elude, e interfiere y neutraliza los demás poderes, provocando
inseguridad y conflicto, ya no estamos en un verdadero sistema democrático, sino
ante una estructura formal que sólo sirve para amparar o cobijar bajo su nombre y
prestigio una actuación desviada. Estamos entonces ante un poder incontrolado.
Estamos en una democracia aparente.
El problema es hondo y su solución muy difícil, pues la democracia real,
verdadera, sólo puede funcionar cuando el pueblo tiene cultura política, ilusión,
preocupación y participación suficiente para evitar la corrupción y el desvío, que se
inician ya en los propios partidos políticos, deteriorados actualmente desde el punto
de vista funcional y de la ética política. Urge pues encarrilar el sistema democrático,
fortaleciendo el Estado de Derecho y asegurando la independencia de los órganos de
control. Pero habrá que pensar también en medidas que hagan más difícil el abuso de
poder y contribuyan a que la gestión de la cosa pública sea honesta y eficaz.
Conviene recordar que toda situación de poder debe ir acompañada como su reverso
natural de la responsabilidad más completa.
En el campo privado, en el que el Derecho está mucho más perfeccionado,
tanto en su formulación como en su cumplimiento, existe una correlación efectiva
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entre poder y responsabilidad. Concretamente, existen preceptos en el Código Civil
que obligan al cumplimiento de lo pactado y, en general, a indemnizar los perjuicios
causados interviniendo culpa o dolo. Es la expresión normativa de un deber elemental
para el buen funcionamiento social: cumplir lo convenido y responder de actuación
negligente. En relación con la gestión de patrimonios ajenos se exige al administrador
o apoderado la rendición de cuentas, diligencia especial y consecuente
responsabilidad por daños y perjuicios causados por culpa. Lo que supone una
garantía de buen funcionamiento en el ámbito privado, pues permite que las personas
puedan proyectar su vida con cierta tranquilidad y confianza en que las delegaciones
se realizarán con honestidad, prudencia y lealtad.
No ocurre lo mismo en el ámbito político, en el que, precisamente, el poder por
delegación alcanza su mayor intensidad. Lo primero que sorprende es el
incumplimiento sistemático de la oferta electoral. Los políticos ofrecen lo que saben
de antemano que no van a cumplir. Esto en el Derecho privado es impensable: cuando
alguien ofrece algo y la persona a la que va dirigida la oferta acepta, el primero o
cumple o responde. Los políticos, en cambio, consideran normal el incumplimiento, y
sostienen, irresponsable y cínicamente, que las promesas electorales «sirven para lo
que sirven». Es cierto que se puede alegar cambio de circunstancias. Pero es que el
ofrecimiento de los políticos se hace al margen de los cambios que se puedan
producir. Lo que supone, sencillamente, un engaño a los ciudadanos. Intolerable en
una sociedad avanzada.
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Veamos qué ha sucedido en los últimos tiempos en relación con la gestión de la
cosa pública. Hemos asistido a un derroche de dinero del pueblo en obras cuyo
importe desbordaba en mucho el nivel económico del país. Se han realizado gastos
superfluos en bienes de lujo, de los que se podía y debía prescindir. Se han creado
organismos y cargos sin una justificación objetiva y fundada. Se han dictado normas
descabelladas, causadoras de desequilibrios y de empobrecimiento del erario público.
Y adoptado medidas tan precipitadas que rápidamente han sido sustituidas por otras
al comprobarse su ineficacia.
Todo ello ha generado empobrecimiento y daños con una incidencia directa en
los ciudadanos que sufren no sólo las consecuencias económicas de tal desbarajuste
sino también perjuicios morales, como los derivados del dolor y la angustia causados
por la vertiginosa caída de sus ingresos y la inseguridad derivada de una política
errática. En todas esas medidas o decisiones ha concurrido negligencia, ligereza o
imprudencia. Por lo tanto se dan los presupuestos para que pueda exigirse
responsabilidad civil, tal como sucede en el ámbito privado. Cuando se producen
tales desmanes, la responsabilidad de sus autores no se puede saldar con un mero
apartamiento del cargo o con una sanción electoral. El voto que le ha llevado al poder
no es un voto sin causa, sino que se realiza bajo el presupuesto de que el
representante actuará como un buen gestor y, por tanto, con rigor, prudencia y
eficacia.
Una sociedad avanzada debe contar con resortes jurídicos que impidan que se
produzcan daños a causa de conductas dolosas o negligentes. Y no son suficientes los
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que derivan una responsabilidad política, sin repercusión alguna sobre el patrimonio
del autor. Es preciso regular y exigir la responsabilidad civil que, al igual que en el
campo privado, afecte directamente al patrimonio del culpable.
De este modo, cuando el que ejerce el poder sepa que pone en riesgo sus
propios bienes si causa daño a los ciudadanos con actuaciones imprudentes o
culposas, o saltando o eludiendo los controles legales establecidos o la normativa
procedente, es muy probable que su actuación sea más rigurosa, equilibrada, honesta
y eficaz.
La democracia no es un sistema cerrado, sino que está en constante evolución.
Es, en definitiva, un método para equilibrar y ajustar el ejercicio del poder, y, por
tanto, habrá que ir modulándola con el fin de mejorar o establecer nuevos medios que
permitan encauzar rectamente las facultades extraordinarias que acumulan en
cualquier sistema los gobernantes de turno. Uno de ellos pudiera ser la
responsabilidad civil, que constituye el complemento ético y la consecuencia lógica
del ejercicio del poder.
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