ACÁ - Partido Ciudadanos

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El problema constitucional
¿Es legítima nuestra actual Constitución?
Si la Constitución chilena vigente adolece de algún vicio es sobre su origen y en ningún
caso sobre su ejercicio.
No hay dudas de que es ilegitima en su origen formal y materialmente. Pero ocurre
exactamente lo contrario respecto a su ejercicio: es absolutamente legítima en el fondo y
en la forma.
Es formalmente legítima no solo porque es respetada por todos, sino porque toda
nuestra institucionalidad jurídica y política emana de su texto. De no entenderlo así, no
serían legítimos ni el Gobierno, ni el Congreso ni las normas dictadas por ellos.
Uno de los grandes avances de la consolidación de la nueva República democrática post
dictadura, es que ese viejo debate se había dado por zanjado el día que Aylwin, en 1984,
llamó a asumir la Constitución como una realidad práctica. Lo cierto es que la
Constitución comparte vicios de ilegitimidad de origen con otras en el mundo, como la
Ley Fundamental Alemana -redactada y firmada por los aliados en 1949-, y la japonesa impuesta y redactada por EEUU en 1945-. También comparte su falta de legitimación
democrática real con las chilenas de 1833 y 1925. Pero con todas ellas comparte un
ethos: han sido legitimadas en su ejercicio y operan como leyes fundamentales. Son
legítimas pues han electo Gobiernos, Congresos y dictado leyes sujetas a su texto. Han
funcionado las instituciones en su marco y hemos reclamado la protección de los
derechos contenidos en ellas. En el caso de la chilena, sus más de 220 reformas -así
como las más de 70 de la alemana- la han fortalecido. La Constitución de 1980 no solo
existe, sino que funciona y se aplica.
Quienes propician la idea de una nueva Constitución suponen, además, algo que a
Ciudadanos nos parece errado: que, en cualquier caso, la Constitución se habría
deslegitimado en los últimos años, particularmente a partir de la incapacidad del país de
dar solución a los problemas sociales que sucesivamente fueron presentándose.
Sostenemos que tal creencia –no del todo explicitada- no es más que una hipótesis
infundada. La Constitución no sólo fue legitimándose con el tiempo, sino que en su
esencia continúa legitimada desde que la ciudadanía, en su mayoría, así lo vive, y
entiende que los problemas sociales no son consecuencia de la Carta Fundamental.
Por consiguiente, como Ciudadanos, no compartimos el argumento de la ilegitimidad de
la actual Carta Fundamental, al momento de abordar la discusión constitucional. Y por lo
mismo, tampoco creemos en un mundo de blancos y negros, entre los "que validan la
Constitución de la dictadura" y los "santos demócratas que añoran cambiarla" por
considerarla ilegitima. Creemos que hay mucho más que decir sobre esto.
Lo sensato parece, en lugar de ello, es tomarnos en serio el debate constitucional. Es
sano para una democracia estudiar continuamente el perfeccionamiento constitucional,
pero insano hacerlo botando la estantería, antes de discutir en su mérito la eficacia de la
actual ley fundamental.
La esencia de este proceso analítico (¿qué es lo bueno y qué es lo malo?) debe estar
centrada en la actual Constitución y en el Poder Constituyente derivado, que
históricamente hemos radicado en nuestro Congreso. Y complementar este proceso
deliberativo generado por la democracia representativa con la participación directa de la
ciudadanía, opinando dentro de los márgenes acordados por sus representantes. Lo que
hay que evitar es aumentar los grados de incertidumbre y las expectativas sobre los
efectos de la Constitución. No podemos seguir diciéndole a la ciudadanía, so pena de
pecar de demagogos, que contar con un nuevo texto va a resolver la crisis de legitimidad
y confianza que hoy existe en nuestro país.
Por eso queremos defender la idea de que la incrementalidad de los cambios trae
mejores resultados que un proceso constitucional de carácter refundacional.
Eso pone en realce uno de los grandes avances de la cultura liberal: darle valor a la
democracia representativa, a la buena gestión política y a la seriedad técnica que obliga a
demostrar primero el mérito de lo propuesto, en lugar de postular la necesidad de
destruir lo establecido. Y creemos que ese debe ser el camino inicial para discutir sobre
una nueva Constitución. Justo lo contrario a lo que el gobierno hoy está haciendo.
No podemos reemplazar los virtuosos mecanismos de la democracia representativa
(participación de todos a través del voto) por mecanismos participativos pero
escasamente representativos (cabildos u otros a los que sólo algunos asisten o
participan). La regla, entonces, debe ser complementar la democracia representativa - y
la necesaria especialización de las funciones que emanan de ella- por algunos
mecanismos de participación directa de los ciudadanos.
El esfuerzo colectivo de aprender a escuchar debe darse en el marco de dicha
democracia representativa consustancial al ideario liberal, que incluye el derecho de
participar y de no hacerlo.
Nuestro proceso de maduración constitucional
En el segundo semestre del 2015, la Presidenta de la República anunció que abriría un
proceso constituyente que culminaría en una Nueva Constitución para Chile que
terminara por derogar la de 1980, a más de 30 años de funcionamiento. De resultar,
sería la undécima Constitución de la República, después de las Constituciones de 1811,
1812, 1814, 1818, 1822, 1823, 1828, 1833, 1925 y 1980. En televisión y radios se
comenzó a divulgar una campaña llamada “constitucionario”, que sin la debida seriedad,
trató de explicarle a los ciudadanos la utilidad de una Constitución. Hasta ahora el debate
está reducido al proceso de generación de la Constitución más que a sus contenidos.
Así, el campo de batalla está marcado entre quienes bregan por una Asamblea
Constituyente o por un proceso de reformas en el Congreso. Poco y nada se habla de los
contenidos.
Nuestra historia constitucional nos muestra siete constituciones más las leyes federales
de 1826, las que fueron los esfuerzos que nos llevaron al paradigma de lo que,
entendemos, es la República de Chile: democrática, unitaria, sujeta al Estado de Derecho,
con clara división de poderes, límites al poder estatal y protección de derechos
fundamentales. Tres de nuestras Constituciones de mayor data (1833, 1925 y 1980)
consolidaron esta visión institucional, primando en ellas el objetivo primigenio de
“sustentar un Gobierno de leyes, no de hombres” y por lo mismo, limitar el poder y
organizar el Estado. La Constitución normativa ha ganado la batalla contra las
Constituciones aspiracionales en Chile y en general, en todas las sociedades del mundo
que participan de la democracia liberal.
De la Constitución de 1980 decir lo obvio. El debate permanente sobre su legitimidad de
origen es absurdo si es que se considera que tratamos con una institución viva, que nos
ha regido, efectivamente, los últimos 26 años. Tiene aciertos originales (autonomía
constitucional de órganos tales como el Banco Central y la Contraloría, la creación y
fortalecimiento del Recurso de Protección y el Tribunal Constitucional, la ampliación del
catátolgo de derechos fundamentales, etc) y tiene pecados iniciales (desconfianza de la
democracia, excesivo presidencialismo, naturaleza pétrea de su reforma y compleja
arquitectura normativa a través de leyes de quórums distintos), todo acerca de lo cual, se
ha escrito bastante. Hoy lo cierto es que esta Constitución, ampliamente reformada, se
parece mucho más al ideal constitucional que se tenía el año 2005 que a la idea que se
buscó imponer en 1980 y por ello, consideramos, ya es un absurdo seguir con el
recurrente debate acerca de la legitimidad de su origen.
El dilema acerca de la Constitución perfecta
¿Existe la Constitución perfecta? La respuesta evidente es que no. Lo que hay son
constituciones más queridas o respetadas por sus respectivas naciones. Y las que lo son
comparten al menos tres características: son reconocidas como ley fundamental,
normativamente efectivas y políticamente validadas. Es decir: formal y sustantivamente
respetadas.
¿Es necesaria una nueva Constitución?
Al concentrarse las criticas a la Constitución en su origen, se esconden los argumentos
del porqué cambiarla según su valor normativo y como norma fundamental. Lo cierto es
que la Constitución aún puede –y debe- ser estudiada para su perfeccionamiento. Y nos
parece absolutamente legítimo que dicho análisis incluya la posibilidad final de tener que
dictar una nueva Constitución, de estimar que la actual no responde a las necesidades
económicas, sociales, culturales y jurídicas de Chile. Pero como resultado de la evidencia
y no sólo de la pasión. El fin, no puede ser tener per se una nueva Constitución. Lo que
deberíamos aspirar es a tener una "Mejor Constitución" y analizar en su mérito la actual,
para saber si es necesario derribarla o perfeccionarla.
El problema del cambio constitucional
El Congreso es el depositario principal de la potestad constituyente derivada en cuanto
institución democrática, colegiada y elegida por todos los chilenos. Eso constituye el
mejor reflejo de nuestra confianza en la democracia representativa, como mecanismo
para adoptar las decisiones relevantes.
En el año 2018 tendremos un Congreso más representativo y con mayor transparencia.
Pues bien, esa es una oportunidad para usarlo como herramienta de cambio
constitucional. Un verdadero Congreso Constituyente.
Le hemos dado demasiadas vueltas al método cuando tenemos hace tiempo legisladores
electos, financiados y con las atribuciones necesarias para las reformas que necesitemos.
Así como nada nace de la nada, se puede hacer una nueva Constitución a partir de la
vigente. Las formas para que ocurra este debate deben darse en el marco de procesos
participativos y abiertos.
I. Riesgos del debate actual
El actual derrotero que está tomando el debate constitucional conlleva dos
riesgos a considerar. El desafío es efectuar las necesarias reformas
constitucionales evitando que estos riesgos se gatillen, y que el remedio termine
siendo peor que la enfermedad.
i.
La ansiedad constitucional. El primer riesgo emana de los ansiosos, los que ven en
la Constitución la solución para todo, que miran esta norma jurídica como una piedra
filosofal capaz de redimir, resolver y sanar todos las debilidades de una democracia y
conflictos de una sociedad. Se equivocan. El actual desencanto con la política y
descrédito de la clase política –y de las élites empresariales, sindicales y eclesiásticas—
no se subsana con una nueva Constitución. Se subsana modificando leyes que no tienen
carácter constitucional y –esto es tanto o más importante— modificando malos hábitos y
prácticas malsanas de las élites que la ciudadanía crecientemente rechaza.
ii.
El iluminismo constitucional. El segundo riesgo emana de los iluminados, los que
quieren hacer la Constitución desde cero, en un acto de fe ciega en la ingeniería jurídica.
Una generación de economistas fue criticada, con razón, por la arrogancia intelectual de
pretender rehacer la sociedad desde su laboratorio. Hoy otra generación de
profesionales arriesga cometer el mismo error, reinventando el marco constitucional a su
imagen y semejanza en un momento constitucional que, en su descripción, adquiere
ribetes cuasi religiosos. Hay al menos dos equivocaciones en esta postura. La primera es
política: Chile no acaba de adquirir la independencia ni viene saliendo de una guerra civil;
no hay justificación alguna para partir de cero. La segunda es práctica/epistémica: las
mejores leyes suelen hacerse pausadamente, a través de las modificaciones sucesivas y
el ensayo y error.
II. La alternativa
Proponemos un proceso de reformas constitucionales que sea claro y que siga un
camino incremental, consultivo, institucional y democrático.
i.
ii.
iii.
iv.
Que sea ajeno a la ansiedad constitucional, que supone que todos los
males de Chile se resuelven con una nueva Constitución.
Que se aleje de la fe ciega en la ingeniería jurídica que parte de cero e
ignora la historia política y constitucional de Chile
Que rechace el iluminismo constitucional y acepte que las mejores cosas se
hacen de a poco.
Realista y pragmático, en el sentido de que mantiene los logros de la actual
Constitución, y elimina sus errores o debilidades.
III. El cambio medular: Una Constitución sustancialmente nueva
Creemos que no es necesario esperar el fin de un proceso como el iniciado por el
gobierno para dar curso al cambio constitucional.
Queremos cambios aquí y ahora, para eso el gobierno cuenta con las herramientas
necesarias para impulsar ciertas reformas respecto a las cuales existe un profundo
acuerdo y que son necesarias para dotar de legitimidad el proceso de deliberación
venidero.
Las reformas que pueden iniciarse hoy son:
1. Quórum de reforma legal y constitucional mas democráticas. La constitución
vigente constituye un obstáculo importante para el diseño e implementación de
reformas políticas relevantes dado los altos porcentajes de votación que exige
2.
3.
4.
5.
6.
7.
para llevar adelante ciertos cambios. El gobierno puede remediar esto
presentando un proyecto de reforma constitucional que reforme la multiplicidad
de quórum, garantizando la aprobación de ciertos proyectos bajo la regla de
mayoría, y estableciendo un quórum especial solo para la aprobación de ciertos
asuntos de especial relevancia nacional.
Al TC no se le puede imputar ser una tercera cámara. Creemos que es necesario
un órgano que controle la constitucionalidad de los proyectos que salen del
Congreso. Además creemos necesario impulsar reformas para eliminar el control
preventivo y forzoso, dejando el control abstracto de constitucionalidad para
casos determinados. Creemos también, que debe seguir radicada en el TC la
atribución de controlar la supremacía de la Constitución cuando sea requerido
por una minoría parlamentaria en los mismos casos que hoy previenen los
números 3, 4 y 5 del artículo 93 de la Constitución.
Límite a la reelección indefinida en el parlamento. Hoy en el congreso hay
parlamentarios que sin haber enfrentado siguiera un primaria, llevan en su cargo
mas de 20 años. No habrá renovación en Chile si permitimos la elección de por
vida de los parlamentarios. La ventaja de quién está en el cargo crea una barrera
artificial que dificulta la sana competencia política y genera oportunidades para
crear clientelismo.
Primacía de la ciudadanía en la elección de sus representantes. La constitución de
1925 contemplaba la posibilidad de llamar a elecciones complementarias en caso
que fuese necesario reemplazar a un parlamentario -por fallecimiento o
imposibilidad de ejercer el cargo-. En el año 1973 esta normativa quedó sin efecto
y la constitución vigente le entrega a los partidos la faculta de nombrar al
reemplazo del parlamentario en caso de imposibilidad. Creemos que debe ser la
ciudadanía quien elija a sus representantes, mas aún si este por cualquier razón
se ve imposibilitad de ejercer su cargo.
Igualdad real para todos. Unas de las más grandes desigualdades hoy existentes
es la que descansa en la discriminación arbitraria que nuestra Constitución
autoriza al no asegurar de forma absoluta el derecho de todos los ciudadanos a
las instituciones que nuestro ordenamiento jurídico establece para poder
desarrollar sus proyectos de vida y salvaguardar sus intereses.
El centralismo político y administrativo no da para más. Los sucesos recientes
ocurridos en algunas regiones del país muestran que las herramientas actuales
no satisfacen las necesidades de la población regional. El ideal descentralizador
que emana del artículo 3 de la Constitución no ha mostrado ser eficaz por lo que,
consideramos, Chile, sin abandonar su carácter de Estado unitario, debe dirigir su
mayor esfuerzo institucional hacia una efectiva regionalización, que dote a los
gobiernos respectivos (Intendentes, Gobierno Regional) de atribuciones y
recursos que, autónomamente, les permitan enfrentar, administrar y resolver sus
conflictos sociales.
La experiencia de los últimos 3 gobiernos ha mostrado los efectos negativos del
periodo de 4 años que hoy establece la Constitución, luego de la reforma del año
2005. Es cierto que esos 4 años de mandato pueden ser más que suficientes
cuando existe un mal gobierno pero no lo es menos que la calidad de las
inversiones en infraestructura ha decaído sostenida y permanentemente en los
últimos años. Lo anterior obedece, precisamente, a mandatos cortos y al hecho
que los proyectos de infraestructura (energética, industrial, de conectividad, etc.)
suelen no ser populares ni conllevan los votos necesarios para sostener el poder.
Invitamos a reflexionar acerca si ha sido o no la mejor decisión establecer
mandatos presidenciales de 4 años.
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