Las leyes psíquicas

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 PSICOLOGÍA A LA CARTA Las leyes psíquicas Introducción Iniciamos una nueva etapa de la travesía por nuestra persona. Con la carta de ruta, que comenzáramos la entrega anterior. En este momento, vamos a ahondar en quienes somos. Hay un refrán por ahí, que dice que: Obras son amores y no buenas razones. Por eso, nos vamos a aproximar a lo que hacemos y por qué lo hacemos. En muchas ocasiones, nos justificamos en nuestra manera de ser, pero ¿realmente somos como actuamos, o hay algo más? Como en otros momentos, solo tenemos papel para una ligera aproximación, el resto, queda para estudio y análisis personal de quienes somos. Escribe Shearson Lehman (de la famosa Lehman Brothers) que “tus palabras expresan tus intenciones, pero los actos hablan más fuerte que las palabras” 1. Un punto de partida Vamos a empezar esta reflexión situándonos en nuestro momento actual. Un presente que tiene una historia llena de personas y de acontecimientos. Como en una película, podemos intentar reproducir los más significativos. Esos, que nos han ayudado a ser una parte de quienes somos. Este ejercicio nos incita a caer en la cuenta, de que no hemos llegado aquí solas. No nos hemos hecho a nosotras mismas. Por otra parte, también nos muestra en que nos hemos transformado. Esas zonas que no son como nos gustaría. Esa forma de ser nuestra, que no responde a nuestra imagen ideal, que ya comentamos con anterioridad. Lo que está claro es que nos somos fruto de la casualidad, ni nos hemos forjado como personas aleatoriamente. Tu comportamiento, deseos, preocupaciones, esperanzas, alegrías; tus miedos, tu rabia, tu tristeza; en resumen, tu actual forma de pensar, sentir y actuar se ha ido construyendo a lo largo del tiempo, con la influencia de modelos que has ido contemplando en la infancia, adolescencia, juventud…y el momento en el que estés. El moldeamiento y el modelado es algo permanente. Esta carga social, se ha servido de la genética para terminar resultado el producto de lo que hoy eres. Con esto no estoy diciendo, que todo sea dejarse hacer. Tu papel es plenamente activo en lo que eres. No somos meros sujetos pasivos de nuestra historia, aunque si estamos condicionadas por nuestra personalidad y nuestro ambiente. Lo que también es cierto, es que hay partes en uno y otro que son modificables. Mi temperamento no es modificable, pero mi carácter sí. Entendemos por temperamento la carga biológica que determina mi carácter. Mientras el carácter es la tendencia a comportarnos de una determinada manera. El carácter desarrolla los factores individuales, que conforman el particular modo de reaccionar y enfrentar la vida que presenta una persona. Para entenderlo vamos a poner un ejemplo. Un rasgo de mi temperamento es la timidez. Esta se traduce en un carácter: reservado, de poca comunicación, relativa expresión de emociones, cierto temor a ámbitos sociales… Mi timidez no me la puedo quitar, pero si puedo trabajarme los rasgos del carácter en que se traduce. Este es el centro sobre el que vamos a ir desarrollando esta y otras reflexiones. Destacar desde ya, que no vamos a juzgarnos por nuestra manera de ser. Solo vamos a intentar conocer aquellos aspectos que podemos modificar en nosotras para ser mejores personas. Tampoco se trata de refugiarnos en esa otra forma de ser que me aporta beneficios. Para entendernos, y continuando con el ejemplo. Mi timidez me puede interesar porque mostrándome reservada, puedo conseguir las simpatías de las personas que me rodean, y que entienden esta ACTITUD (y estoy dando un salto) como necesitada de protección, de estímulo… La actitud a la que me refiero, es esa manifestación que hago de mi temperamento y que se traduce en comportamiento. Esto es lo que antes me mencionaba como modificable. Hablando más claro todavía: mi timidez no tiene que ser justificante de mi aislamiento. Puedo ser una persona tímida, y proponerme ser lo más sociable que mi temperamento me permita. No está reñida la timidez con la cercanía, la comunicación o el interés por las demás personas. Este es el punto de partida: no vale justificar mi comportamiento en mi manera de ser porque somos responsables de lo que hacemos y constructoras de lo que somos. 2. Una recomendación Con esto no quiero defraudar a nadie, pero tampoco engañarnos. Si nos decidimos a confrontarnos con nuestro ego (como decimos los/as psicólogos/as), tenemos que asumir desde ya, que el primer obstáculo que hay que salvar es que empezamos con pérdidas a corto plazo. Es el primer pago por el cambio a mejor. Parece paradójico, pero se entiende con el tiempo. También es verdad, que lo que consigo no se ve inmediatamente, e incluso nos podemos ver tentadas a tirar la toalla. Por eso en estos casos, de manera especial, es fundamental la perseverancia y la motivación. Pongo otro ejemplo para entendernos. Las que empezamos a ir al gimnasio para mejorar la forma física, los primeros días terminamos con agujetas. Menuda pérdida a corto plazo. Conforme el ejercicio va prolongándose en el tiempo las agujetas desaparecen, porque los músculos se han ido familiarizando con el ejercicio. A largo plazo agradecemos el proceso porque hemos conseguido mejor ritmo cardiaco, el sistema respiratorio oxigena mejor… Pues a partir de ahora, y para la que quiera, le propongo ir al gimnasio de su interioridad para conocerse mejor. Tendrá el corazón más sano, y respira más aire limpio. Y una segunda recomendación: quien desee entrar por las puertas de este gimnasio, debe dejar fuera expresiones y pensamiento como “Yo soy así” o “Yo no puedo”. No solo son falsas, sino autolimitadoras. 3. Poder es querer Es una frase conocida, que en este punto es todo un reclamo. Cuantas veces miramos a otras personas y envidiamos su suerte. Y más cuando después las comparamos con nosotras mismas. Podemos llegar incluso a idealizarlas. Bárbaro error. Una actitud que en el fondo justifica nuestro poco esfuerzo, nuestra autocomplacencia, nuestra queja y el lamento por lo mal repartida que está la fuerza de voluntad en el mundo. Un planteamiento que revela que desde Cristo hasta el último pordiosero, pasando por políticos, místicos, criminales, santos, suicidas, famosos, compañeros de trabajo, vecinos…todos/as, estamos hechos de la misma materia. La única diferencia reside en la voluntad. Esto no es un don que se haya repartido injustamente. Quizás es que no nos hemos servido la cantidad necesaria. No voy a enrollarme mucho en esto, porque nos daría para otro artículo; por eso solo voy dejar claro que cuando racionalmente comprendemos que debemos variar algún comportamiento y nos refugiamos en el “no puedo”, lo más honesto sería decir “no quiero”. Un no quiero que tiene como razón fundamental el miedo a lo que me pueda encontrar o la frustración por no saber si lo conseguiré. Un signo que traduzco en inmadurez, infantilismo y cobardía, en la comodidad de repetir como un/a crio/a lloroso/a: no puedo, no puedo… 4. Finalidad Todo esfuerzo tiene su recompensa, aunque tarde en llegar. El premio que te espera merece la pena: liberarte de tus propias cadenas para encontrarte contigo misma libre, madura y satisfecha 5. Una propuesta de trabajo Traza dos columnas en un cuaderno. Recoge en la columna de la izquierda tus limitaciones y en la de la derecha las capacidades que necesitas para superarlas. 6. Para concluir Un sabio paseaba por el bosque con su discípulo. Al anochecer, fueron a guarecerse en una casita pobre, que se caía a pedazos. En ella moraba un matrimonio con sus tres hijos, mal vestidos, sucios, delgados. Todos ellos vivían a costa de una vaquita que producía algunos litros de leche cada día. Una parte de la leche la aprovechaba la familia y la otra le servía para comprar una pequeña cantidad de alimentos y ropas. Por la mañana el sabio agradeció la acogida y siguió su camino. Más adelante vio la vaquilla y pidió a su discípulo que la empujase al precipicio, para matarla. El discípulo no cuestionaba las órdenes, pero la escena lo perturbó. Sin la vaca, las posibilidades de subsistencia de aquella familia eran mínimas. Tres años después, el discípulo pasó por la misma región. Decidió visitar la casita y…¡Sorpresa! En lugar de la cabaña había una hermosa residencia. Alrededor de ella pastaban animales, los trigales ondeaban al viento y los árboles exhibían sus frutas maduras. Luego aparecieron el padre, la madre y los tres hijos, saludables y bien vestidos. El visitante preguntó la razón del cambio, y el padre explicó: “Nosotros teníamos una vaquita, pero se cayó por el precipicio y murió. No nos quedaban alternativas. Sin la vaquita nos vimos obligados a hacer otras cosas: plantar árboles, criar animales, cultivar la tierra. Nos dimos cuenta de que éramos capaces de hacer cosas que nunca habíamos hecho hasta entonces” Mª Victoria Romero Hidalgo [email protected] 
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