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SOUS EMBARGO AU PRONONCÉ
DISCURSO DEL SEÑOR NICOLAS SARKOZY,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA FRANCESA,
CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DE LA
XVI CONFERENCIA DE EMBAJADORES FRANCESES
París - 27 de agosto de 2008
Señor Primer Ministro,
Señor Presidente del Senado,
Señor Presidente de la Asamblea Nacional,
Señor Ministro de Asuntos Exteriores y Europeos,
Señoras y Señores Ministros,
Señoras y Señores Parlamentarios,
Señoras y Señores Embajadores,
Hace diez días, diez soldados franceses fallecieron en Afganistán durante combates contra terroristas
talibanes. Fallecieron al servicio de una causa justa, en el marco de una misión aprobada por la ONU:
la lucha contra el terrorismo, la lucha por nuestros valores, por la libertad y los derechos humanos en
un país martirizado por una barbarie oscurantista. Acordémonos: las lapidaciones en los estadios, las
mutilaciones, los derechos de las mujeres abofeteados. Nuestros soldados fallecieron para proteger a
Francia, para proteger a los franceses de la amenaza directa del terrorismo, que nace en gran medida
en esta región del mundo. Esto es de lo que se trata en Afganistán.
Hace un año, les decía aquí mismo que uno de los principales desafíos de los próximos años sería
evitar la confrontación entre el Islam y Occidente. Una confrontación que quieren provocar estos
extremistas, que rechazan toda apertura, toda modernidad, toda diversidad. Les decía que nuestro
deber era ayudar, animar a las fuerzas de moderación y de modernidad en Afganistán. Esto es lo que
hemos ido haciendo y lo que seguiremos haciendo.
Nuestra presencia militar, decidida, con razón, desde 2001, ha sido reforzada. Francia desempeña todo
su papel con sus Aliados europeos – 25 de los 27 miembros de la Unión -, americanos, canadienses,
turcos, para estabilizar este país e impedir el regreso al poder de un régimen aliado con Al Qaeda. Este
fortalecimiento, lo hemos decidido en el marco de la nueva estrategia de los Aliados, definida por
iniciativa de Francia durante la Cumbre de Bucarest. Sigue siendo válida: un compromiso en la
duración; un enfoque global, civil y militar, con una coordinación aumentada de la ayuda; la
cooperación necesaria de Pakistán; pero sobre todo el traslado progresivo a los afganos mismos de sus
responsabilidades de seguridad. Es, a mi modo de ver, el objetivo prioritario porque es la primera
condición de éxito a largo plazo. En la región Centro, la de Kabul, es Francia quien, desde el mes de
agosto pasado, está encargada de organizar, en un plazo máximo de un año, este traslado de
responsabilidades en provecho del ejército afgano. Desde mañana mismo, el 28 de agosto, la seguridad
de la ciudad de Kabul le será confiada.
Seul le prononcé fait foi
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Algunos dicen: hay que dar mayor importancia a la reconstrucción. Es lo que he hecho: nuestra ayuda
civil ha sido multiplicada por dos. Nuestro país ha organizado, el pasado mes de junio, una
conferencia de apoyo a Afganistán, que ha sido un éxito notable, dado que ha reunido unos 20 mil
millones de dólares de ayuda para los próximos años.
Por supuesto, la situación sigue siendo difícil y peligrosa. Pero midamos el progreso realizado:
instituciones democráticas con nuevas elecciones en 2009/2010; la escolarización de cerca de 6
millones de niños contra 800.000 en 2001; un sistema de salud que permitió reducir la mortalidad
infantil en una cuarta parte: son 40.000 niños salvados cada año; en todos los campos, un progreso sin
precedentes de la igualdad entre hombres y mujeres; infraestructuras restauradas; 4.000 kilómetros de
carreteras construidas... ¿Quién creerá que todo esto hubiese sido posible sin nuestra presencia militar?
¿Cual sería la alternativa? Una retirada militar vendría acompañada por la vuelta de los talibanes y de
Al Qaeda, y sin duda de la desestabilización del Pakistán vecino. No se puede concebir. Seamos
claros: Francia, miembro permanente del Consejo de Seguridad, asumirá sus responsabilidades. No
cederá ante los terroristas. Combatirá contra ellos, donde quiera que se encuentren, con la convicción
de que el pueblo afgano, apoyado por sus aliados, saldrá ganando contra la barbarie y le podrá hacer
frente progresivamente por sus propios medios.
Señoras y señores embajadores,
Desde nuestro primer encuentro, hace exactamente un año, el mundo ha conocido varias evoluciones
mayores que señalan, en cierto modo, un cambio de época.
Las opciones de ruptura que yo propuse a los franceses y que están siendo ejecutadas desde hace
quince meses se encuentran, si fuera necesario, validadas: en un mundo donde todo cambia a un ritmo
acelerado, Francia debe cambiar profunda y rápidamente si quiere quedarse en el pelotón de cabeza, el
de las naciones que escriben la Historia en lugar de sufrirla.
En la misma Francia, el proceso continuo de reformas continuará en todos los ámbitos y al mismo
ritmo. Mi determinación es total, como lo es la del Gobierno. Sencillamente no tenemos elección, y los
franceses lo han entendido. El mundo también, que percibe que Francia se mueve, que niega la
decadencia anunciada, y demuestra su capacidad para transformarse.
El reposicionamiento de Francia sobre el tablero mundial ha sido conducido con la misma
determinación, pese a las interrogaciones expresadas aquí o allí. Quince meses nos dan una distancia
suficiente para emitir un juicio sobre los efectos de estas rupturas en política exterior que había
anunciado durante la campaña electoral. Deseo con ustedes establecer un primer balance en cinco
campos mayores.
Primera ruptura: la relación con Estados Unidos y la Alianza Atlántica.
Quise situar, francamente y distintamente, a Francia en el seno de su familia occidental, restaurar una
relación confiada con el pueblo y los dirigentes americanos y renovar nuestra relación con la Alianza
Atlántica. ¿Por qué?
Durante las décadas de coacción bipolar, como durante la década de situación unipolar, era justo y
deseable que nuestro país marcara su diferencia con relación a Washington. Pero entramos, desde hace
unos años, en un período radicalmente diferente, que va a durar varias décadas y que calificaré de “era
de las potencias relativas”. No es que Estados Unidos hayan perdido sus bazas estupendas; pero la
ascensión fulgurante de China, de India, de Brasil, la vuelta de Rusia, crean una nueva situación:
ningún país se halla ya en estado de imponer solo su visión de las cosas; las condiciones objetivas de
un nuevo concierto de las grandes potencias existen, pero éste queda por organizar. Así como queda
por inventar el nuevo orden internacional que el mundo necesita para tratar los problemas globales.
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En este período de transición, donde las referencias se difuminan, me pareció necesario afirmar con
nitidez dónde se sitúa Francia y cuáles son los valores y los intereses que son, para ella, esenciales.
Observo que ya no hay nadie, hoy en día, para decir o escribir que, actuando así, Francia hubiera
alienado su independencia o perdido su soberanía. Pero permanece, en la mente de algunos, una
inquietud: ¿No correrá Francia el peligro de perder una parte de su margen de maniobra o de ver su
imagen dañada a través del mundo?
Estoy convencido de lo contrario: Francia, me parece, ganó en credibilidad; aumentó su margen de
acción y su capacidad de influencia en el interior como en el exterior de su familia.
La cumbre de la OTAN de Bucarest, el pasado mes de abril, fue un perfecto ejemplo de ello: por
primera vez desde la creación de la Alianza, el presidente de Estados Unidos llevó su apoyo público,
claro y nítido, al proyecto de Defensa europea; lo hizo porque está convencido de que llevando este
proyecto, Francia no deseaba debilitar la Alianza Atlántica, de que los dos eran complementarios y no
antagonistas. Las autoridades polacas y otras, supuestas “atlantistas”, por la misma razón, han
expresado su apoyo a nuestro enfoque.
Segunda ruptura: nuestro posicionamiento en Oriente Próximo.
Cuántas veces habré oído expresar un temor que podría resumir así: “si exponéis con demasiada
claridad la amistad de Francia con Israel, me decían, vamos a perder nuestras relaciones privilegiadas
con el mundo árabe...”.
Siempre estuve convencido de que lo contrario era lo cierto. Restaurar una relación de confianza,
fuerte y durable, con los líderes y el pueblo israelí era, a mis ojos, natural y la condición misma de un
renadío de influencia de Francia en Oriente Próximo. Primero, porque no se puede contribuir a la paz
si no tenemos la confianza de las partes implicadas. Además, porque se pueden decir muchas cosas
cuando se es recibido como amigo.
El discurso que pronuncié en la Knesset contenía varios mensajes difíciles de oír para la
mayoría de los diputados y del pueblo israelí. No obstante, la acogida fue muy cálida, en Israel, pero
también entre los palestinos y todo el mundo árabe.
Una semana antes del inicio la Presidencia francesa de la Unión Europea, cuando Francia se
preparaba para entrar en el Cuarteto, era importante que nuestro país expresase su mensaje con fuerza
y claridad, el mismo mensaje para ambas partes: un mensaje de amistad, un mensaje de compromiso,
un mensaje de verdad sobre las condiciones de la paz.
Otra evolución capital: nuestras relaciones con Siria.
Hace un año, había afirmado toda la importancia de la reconciliación entre todos los que
estaban dispuestos a evolucionar. Hemos empezado con Libia y hemos seguido con Siria.
Aquí también, ¡cuántas cosas no habré oído! Según algunos, incluyendo a Washington, la
única opción ofrecida a nuestra diplomacia era el aislamiento de ese país.
He preferido comprometerme por otro camino, por cierto más arriesgado, pero más
prometedor: el del diálogo claro, el que desemboca en progresos tangibles. Nada resultó fácil y la falta
de avance me ha conducido, el pasado 30 de diciembre, a suspender todo diálogo hasta el desarrollo
que esperábamos, con la Liga Árabe: la elección en Líbano del Presidente Sleiman.
Mi entrevista con el Presidente Bachar al Assad, el 12 de julio en París, ha permitido anotar
dos nuevos avances: el anuncio solemne del establecimiento de las relaciones diplomáticas, por
primera vez en la historia, entre Beirut y Damasco, y la decisión de Siria de ver a Francia, a su debido
tiempo, co-apadrinar con Estados Unidos la negociación directa sirio-israelí, así como la aplicación
del acuerdo de paz que resultará, incluyendo a todos los arreglos de seguridad.
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Aquí también, la relación de confianza restaurada con el otro socio de la paz, Israel, como con Estados
Unidos, ha tenido un papel mayor: también es porque Siria sabe que tenemos ahora las mejores
relaciones con estos dos países que Damasco quiso ver a Francia asumiendo, en el momento adecuado,
esta responsabilidad sin precedentes. Iré a Siria los días 3 y 4 de septiembre para proseguir, en este
asunto y otros, este útil dialogo.
Mi esperanza es que, en un plazo no demasiado lejano, Líbano e Israel querrán a su vez iniciar
conversaciones indirectas y que Francia podrá contribuir a su éxito, a petición de las dos partes.
Pero la validación más brillante del nuevo curso de nuestra política en Oriente Próximo vino con la
cumbre de la Unión para el Mediterráneo los 13 y 14 de julio. Durante el décimo aniversario del
proceso de Barcelona, un solo dirigente máximo árabe había aceptado desplazarse: el presidente
Mahmoud Abbas. En París, todos los países invitados, menos uno, estaban representados a nivel de
jefe de Estado o de Gobierno. Hecho sin precedentes: todos estaban sentados, con el primer ministro
de Israel y los dirigentes europeos, alrededor de la misma mesa redonda. Este gran proyecto es ahora
una realidad y Francia, con la co-presidencia egipcia, hará todo para que las cuatro reuniones
ministeriales que se sucederán en otoño permitan la aplicación rápida de los seis ambiciosos proyectos
adoptados el 13 de julio.
Tercera ruptura: La Unión Europea.
Se ha glosado mucho sobre las tensiones franco-alemanas, especialmente a propósito del proyecto de
Unión para el Mediterráneo. No es anormal, sobre temas mayores, que las posiciones de nuestros dos
países sean, al principio, diferentes. Lo importante es la voluntad que nos anima de llegar a un buen
término. Es lo que conseguimos hacer, en este tema como en muchos otros y, después de un período
de afinado, la entente franco-alemana, que sigue siendo indispensable, es más fuerte que nunca.
Pero la ruptura todavía está en otras partes. Cuando entré en funciones, Francia estaba en el banquillo
de Europa. Por culpa del referéndum de 2005, pero no sólo por esta razón: nuestro país se había
quedado a una práctica del juego europeo que quizás tenía sus méritos hace veinte años, pero que
estaba en total desfase con las realidades de la Europa de hoy.
De entrada, quise instaurar una colaboración estrecha y confiada con la Comisión y su excelente
presidente, como con el Parlamento Europeo, su presidente y los dirigentes de los grupos
parlamentarios que recibí individualmente en el Elíseo, en una acción sin precedentes.
En el mismo sentido, he iniciado un diálogo sistemático con todos los socios. Especialmente, pienso
en el Reino Unido, del cual estoy seguro que tiene un papel esencial que representar para modernizar
nuestra Europa; pienso también en los países de Europa central y oriental, con los cuales nuestras
relaciones se habían enfriado, mientras que muchos de ellos comparten nuestra visión de una Europa
más política y voluntarista. Porque en una Europa con 27, cada uno debe hacer oír su voz, debe
sentirse escuchado y respetado. Esa es la condición de cualquier acuerdo y así, de este modo, ha sido
como hemos logrado la firma del Tratado de Lisboa. En esta misma disposición de escucha atenta
acudí a Dublín en julio.
Querría, delante de ustedes, dar las gracias a François Fillon, Bernard Kouchner, Jean-Pierre Jouyet, a
todos los responsables parisinos, como a los embajadores involucrados. Han preparado la presidencia
francesa con método, ambición, y, sobre todo, con esa voluntad de escucha y de diálogo sin la cual
ningún éxito es posible. Hoy, Francia está de nuevo en el centro del juego europeo, ¡y juega colectivo!
Cuarta ruptura: África.
En primer lugar, existe un juicio que recuso, el de “Franciafrica”, si se trata de acusar a las relaciones
que Francia y sus antiguas colonias han querido mantener tras las independencias, a diferencia del
Reino Unido, de Portugal o de España. Honra a Francia que hayamos acompañado, a petición de ellos,
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esos nuevos Estados, con una ayuda masiva y multiforme. Asumo sin complejos las relaciones que la
Historia tejió.
Al mismo tiempo, hay que reconocer un real problema de percepción, en particular en el seno de las
jóvenes generaciones que son el futuro del continente. La investigación que condujeron, a petición
mía, nuestros embajadores en África, y se lo agradezco, ha ilustrado, sin disimulo, la imagen de una
Francia que explotaría por su único beneficio los recursos del continente a través de unas redes
inamovibles.
Las realidades económicas contradicen totalmente esas percepciones, y les ruego que las hagan
conocer y reconocer. Pero en política, las percepciones suelen ser relevantes. Hay que tenerlas en
cuenta y corregir lo que puede llevar a equívocos. Es el sentido del discurso que pronuncié ante el
parlamento sudafricano, en Ciudad del Cabo, el pasado 28 de febrero, subrayando la urgente necesidad
de modernizar nuestras herramientas de ayuda para el desarrollo para apoyar al sector privado en
primer lugar; enseñando nuestra voluntad de establecer cooperaciones estables con Sudáfrica, Angola,
Nigeria, sin desatender a los amigos de siempre; afirmando por último la importancia de nuestra
relación con un continente cuya paz, desarrollo y prosperidad, pero también fracasos, serán también
los nuestros en Europa.
Más allá de las palabras, quise apoyar esta nueva política africana con actos: es, tras discutir con
nuestros socios interesados, la revisión sistemática de nuestros acuerdos de defensa y la reducción de
nuestras implantaciones militares. Se trata de adaptarlos a nuestra vocación actual, que es la formación
de unidades africanas regionales de mantenimiento de la paz. Es el estricto respeto de nuestros
compromisos, pero sin intervención en los conflictos internos, como lo hemos demostrado el mes de
julio pasado en Chad. Es la cooperación con la ONU, la Unión Africana y las organizaciones
subregionales para la resolución de los conflictos, así como para la defensa y la promoción de los
principios que los mismos africanos adoptaron: rechazo de los golpes de Estado, afirmación de la
democracia y de los derechos humanos. Nuestro reciente papel en Mauritania ofrece una perfecta
ilustración.
Quinta y última ruptura: los Derechos Humanos, precisamente.
Dije que sería una prioridad de nuestra política exterior. Y efectivamente, es una prioridad, una
preocupación de cada momento.
Y sin embargo, ¡qué no habré oído! Respeto y apoyo a quienes se comprometen en el terreno y
quienes, por su palabra, por su testimonio, juegan un papel insustituible de alerta y de presión. Les
pido simplemente que entiendan que un jefe de Estado, o un ministro de Asuntos Exteriores, se
encuentra en una situación diferente, implicando modos de acción que, aunque diferentes, no son
menos respetables.
Con Bernard Kouchner hemos decidido que Francia tenía que comprometerse más en la búsqueda de
una solución en Darfur, que es sin duda hoy la peor tragedia con la que el mundo tiene que
enfrontarse. De allí la conferencia de París en el mes de junio del año pasado, de allí los esfuerzos
pendientes para restablecer el curso del diálogo sin el cual no habrá ninguna solución política durable;
de allí el despliegue de nuestra iniciativa de la fuerza europea en la frontera de Chad para proteger a
cientos de miles de refugiados y de desplazados. Lo que está en juego, es la estabilidad de la región
entera. Lo que está en juego, es la vida de millones de seres humanos.
En cualquier sitio donde las tropas francesas se despliegan en operaciones, desde Afganistán hasta
Costa de Marfil, desde el Líbano hasta Kosovo, están realmente para promover la paz, la democracia,
las libertades.
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Queda, en este punto esencial de los derechos humanos, un debate difícil, sobre las modalidades de
una acción eficaz. Quiero, aquí, entregar, como ejemplo, mi pensamiento en el caso de dos países:
Rusia y China. Todos los testimonios lo confirman, los ciudadanos de esos dos países ofrecen un
amplio apoyo a sus dirigentes. No es que ignoren el camino que queda por hacer en el ámbito de las
libertades y de la democracia. Pero porque consideran que lo que ha sido cumplido en términos de
desarrollo económico y humano es notable y les ha devuelto su orgullo nacional.
¿Deberíamos pues callar en lo que se refiere a los derechos humanos o renunciar a su carácter
universal? ¡No, por supuesto! En mi desplazamiento a Moscú el 12 de agosto para lograr el cese de los
combates en Georgia, ¿no era acaso el destino de decenas de hombres, de mujeres y de niños lo que
estaba en juego ? Y creo que soy el primer presidente francés en haberse expresado públicamente, ante
mi homólogo chino, en conferencia de prensa, sobre nuestras posiciones sobre la pena de muerte y las
libertades de los medios de comunicación. Pero tenemos que tratar estos temas difíciles, y
especialmente el de las minorías, en un modo que llegue a resultados tangibles y positivos, no a una
confrontación estéril. No hay que olvidar que también, con estos dos países tratamos de problemas tan
complejos como los de Darfur o de Afganistán, de Irán o de economía mundial.
Existe un camino. Continuaré siguiéndolo, con el único propósito de conseguir resultados, pero sin
crear un antagonismo durable, que no serviría ninguna causa, y menos aún la de los derechos
humanos.
Y para mí, una vida es una vida, y estoy orgulloso de haber contribuido a la liberación de las
enfermeras búlgaras negociando con el coronel Gadafi; como en la de Ingrid Betancourt y de otros
rehenes de Colombia, hablando con el presidente Uribe por supuesto, pero también con el presidente
Chávez. Y me pelearé hasta la liberación del soldado Shalit. Me han preguntado a veces por qué me
empeñaba tanto para lograr esas liberaciones de rehenes. Pues porque se trata de los derechos
humanos, simplemente. Mi deber de presidente, y de ser humano, era y sigue siendo el de no ahorrar
ningún esfuerzo para sacarlos del infierno.
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Señores y señoras embajadores,
El año que hemos vivido ha marcado, para mí, un cambio de época. Permítanme volver sobre este
tema y decirles porqué.
El análisis que les propuse el año pasado de la mundialización y de los principales retos a los cuales
Francia está enfrentada sigue siendo válido.
Y sin embargo, tres factores han combinado sus efectos para cambiar la situación.
El primer factor que marcó el año pasado fue naturalmente la crisis financiera que empezó con el
escándalo de las « subprimes », las faltas graves - pero todavía impunes - de las agencias de
calificación y, de manera general, los excesos de un capitalismo financiero que ha conocido serias
derivas: disimulación de los riesgos, sofisticación incontrolada de los instrumentos financieros,
lagunas de la regulación y persistencia de los paraísos fiscales que captan una parte del ahorro mundial
que sería más justamente utilizado para financiar las inversiones y el crecimiento. El coste de estos
extravíos para el sistema bancario internacional será al final, según el FMI, del orden de un billón de
dólares. Pero el coste para la economía real será aún más elevado.
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Mientras que las precedentes crisis financieras tenían como principales epicentros los países
emergentes, ahora es el corazón del capitalismo el que se ve afectado, con la perspectiva, si no
hacemos nada, de una desconexión durable del crecimiento de los países de la OCDE con la de los
países emergentes, por el momento menos afectados. Por eso tenemos primero que seguir haciendo lo
máximo al nivel de la Unión Europea para favorecer el crecimiento de la economía europea.
Restablecer la confianza pasa por la consolidación del sector financiero europeo y una acción decidida
para reforzar la transparencia, la responsabilidad y la supervisión de los actores. Es así como la Unión
Europea llevará la contribución más eficiente al esfuerzo que debe ser mantenido de manera más larga
con sus socios para corregir los fallos y las lagunas del sistema financiero internacional.
El segundo factor que cambió el entorno desde hace un año es la explosión de los precios de las
materias primas que han llegado, globalmente, a su nivel más alto desde la segunda guerra mundial.
Las razones son numerosas y conocidas. No me extiendo sobre esto. Lo que importa aquí es medir las
consecuencias de este choque profundo, más allá de su efecto recesivo sobre el crecimiento mundial.
Y sobre todo hay que determinar las acciones a emprender para corregir los efectos.
Quiero primero hablar de los productos agrícolas. Es chocante observar que el mundo se dejó
sorprender por lo que todos los datos estadísticos nos anunciaban. Mientras que se necesita alimentar
cada año a 50 millones de personas más, mientras que los países emergentes modifican rápidamente
sus costumbres alimentarias, la producción mundial no siguió ese ritmo. Con el aumento del coste de
los insumos, la explosión de los precios se volvía una certeza. Hemos visto los resultados: una
treintena de países tuvieron que enfrentarse a motines del hambre, desde Haití hasta Guinea.
Durante la cumbre de la FAO, en Roma el 3 de junio, propuse un plan en tres puntos que fue recogido
por toda la comunidad internacional y que hay que ejecutar con determinación: creación de un grupo
de expertos, como el GIEC para el clima, para disponer de previsiones fiables por producto y por área;
sobre estas bases, adopción de una estrategia mundial ejecutada de manera coherente por todas las
instituciones internacionales comprometidas, desde la FAO hasta la OMC, pasando por el FMI; por
fin, movilización de las capacidades financieras existentes, por la reinversión del Banco Mundial y de
los bancos regionales en el desarrollo agrícola, particularmente en África, y llamada a inversores a
largo plazo, como los fondos soberanos. Sobre este asunto mayor, deseo que Francia siga en la
iniciativa.
En cuanto al precio de los hidrocarburos, cada uno es consciente ahora de que hemos entrado, de
manera definitiva, en la era de la energía escasa y cara. Los precios seguirán fluctuando alrededor de
una tendencia alcista a largo plazo y las décadas futuras serán marcadas por dos limitaciones
ineludibles: salir de una economía basada en los hidrocarburos; mejorar la eficiencia energética de la
economía mundial. Es un inmenso esfuerzo que queda, en su mayor parte, por llevar a cabo. 2008
marca, de este punto de vista, el principio de un verdadero cambio de época, que verá particularmente
decenas de países seguir la vía que Francia eligió hace mucho, la nuclear civil.
El tercer factor, de orden político, es la confirmación de una fuerte tendencia dentro de los países
emergentes y en Rusia: a medida que se afirman sus éxitos económicos, esos países viven un renadío
de nacionalismo. Lo hemos visto en China durante los Juegos Olímpicos, vividos como la
consagración de la vuelta pacífica de este país al primer plano, después de un siglo y medio de
dificultades y humillaciones; lo vemos en India, cuyos grandes grupos se van a la conquista del
mundo; lo vemos en Rusia, donde el traumatismo de los años noventa lleva desafortunadamente a una
voluntad de restauración que ciertas personas califican de imperial.
Las cartas de la potencia económica o política se vuelven a repartir. Estrategias de exportación o de
control de los abastecimientos de las materias primas, modifican profundamente el funcionamiento de
los mercados mundiales. En 2007, la China pasó delante de Estados Unidos para ocupar el rango de
segundo exportador mundial. Mientras que la población en edad de trabajar de Estados Unidos, de
Japón y de la Unión Europea representa en total 500 millones de personas, dos mil trescientos
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millones de trabajadores de los países emergentes entran progresivamente en un mercado del trabajo
globalizado.
Fortalecidos por este nuevo entorno económico, los países emergentes y Rusia quieren integrar este
nuevo concierto de grandes potencias, pero con sus condiciones. Se terminó la época en que
Occidente llevaba la voz cantante, servía de referencia e imponía su visión. Un ejemplo entre otros: la
OMC.
Durante las rondas de negociación precedentes, cuando Estados Unidos y la Unión Europea llegaban a
un acuerdo, todos los demás actores no tenían otra elección más que la de alinearse con el acuerdo
concluido. En julio, en Ginebra, el fracaso ha sido consumido cuando India se negó a ceder a las
exigencias americanas, suscitando el desconcierto de Brasil que deseaba un acuerdo. ¡Siete años de
negociación en el marco del ciclo de Doha para acabar así! ¿Seguimos sin cambiar nada? ¿No sería
mejor pensar en una reunión de los principales jefes de Estado comprometidos para reflexionar sobre
los medios de salir de este bloqueo y, para el futuro, sobre los cambios a llevar a las modalidades
mismas de las negociaciones comerciales multilaterales? Francia siempre se pronunció a favor de la
libertad de comercio. Desea que Europa, el conjunto más abierto en el mundo, tenga iniciativa, sin
ingenuidad y en un espíritu de reciprocidad.
En el nuevo concierto de las potencias, el interés general queda muy por detrás de la defensa vigorosa
de las prioridades nacionales. Los gigantes emergentes tienen desde ahora los medios para hacerse oír,
pero se sigue el reflejo de cada uno por su lado. La búsqueda de compromisos que satisfagan sobre los
asuntos globales, desde el medio ambiente hasta la energía o hasta la estabilidad financiera, se ha
vuelto mucho más difícil. Es un hecho que hay que tener en cuenta.
¿Qué podemos concluir de estos tres desarrollos que marcaron el año pasado y que comportan riesgos
mayores?
Para Francia, dos respuestas complementarias se imponen con evidencia: por un lado hay que reforzar
a Europa, indispensable actor global, y volver a lanzar con determinación las iniciativas sobre la
gobernanza mundial. Frente a los desafíos del siglo XXI, no podemos apoyarnos sobre las
instituciones internacionales del siglo XX.
¿Cómo convencer a las potencias emergentes de jugar colectivo si no les asociamos al juego? La
reforma del Consejo de Seguridad debe ser reactivada y Francia apoya el principio de una solución
provisional. La transformación del G8 en G13, o mejor en G14, para permitir la participación de un
país árabe, va por buen camino: Bajo el impulso de Francia, la próxima cumbre del G8 se llevará, más
de la mitad del tiempo, en formato G13.
Pero hay otra gran obra que tenemos que abrir si queremos disponer durante este siglo XXI de las
herramientas de ese “multilateralismo eficiente” más que nunca necesario para arreglar los problemas
globales de nuestro tiempo. ¿De qué se trata?
Desde la creación del sistema de las Naciones Unidas y de las instituciones de Bretton Woods justo
después de la guerra, el número de Estados se ha multiplicado por cuatro y el de las organizaciones
internacionales lo hizo por diez. Hoy, los mismos Estados crean derecho y adoptan decisiones en cada
una de estas instituciones sin preocuparse por su coherencia global – ni siquiera de su compatibilidad . En una palabra, el sistema internacional está tan fragmentado que no existe en ningún lugar una
visión global.
El ejemplo de la OMC es esclarecedor. No sólo se volvió más difícil, de un ciclo de negociación a
otro, encontrar el camino hacia un compromiso aceptable para todos, sino que tampoco nadie se
pregunta si las opciones negociadas sobre la agricultura, por ejemplo, permitirán responder al
diagnóstico alarmante puesto de relieve en el marco de la FAO, y serán coherentes con las estrategias
desarrolladas por el Banco Mundial.
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Los mismos Estados participan en diferentes organizaciones. Pero todavía no existen foros de
reflexión y de arbitraje capaces de asegurarse de la coherencia del conjunto del sistema multilateral, y
sobre todo de la pertinencia de las orientaciones elegidas. Por supuesto, para las cuestiones de
seguridad, es el Consejo de Seguridad ampliado el que tendrá, todavía más que hoy, vocación de ser el
órgano de decisión. Para los asuntos económicos y los registros globales, sólo veo el futuro G13/G14
como lugar informal pero eficiente de arbitraje, de puesta en coherencia, y de impulso. Es decir la
importancia de esta transformación progresiva del G8 en G13/14.
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Señoras y señores embajadores,
En esta cuestión de la gobernanza mundial del siglo XXI, la Unión Europea puede ser una referencia y
un actor mayor. ¿Por qué?
La era de las “potencias relativas” en la que entramos y las carencias de un sistema multilateral
fragmentado son portadoras de riesgos de inestabilidad, de rivalidades, de enfrentamientos. Pero este
nuevo escenario puede también desembocar sobre una cooperación más sólida y más durable si se
funda sobre principios compartidos y compromisos elaborados en común.
Sin embargo, desde hace cinco décadas, los europeos han aprendido a practicar entre sí esta necesaria
cooperación entre “potencias relativas”. Forjar juntos, buscar cada día soluciones que tomen en cuenta
los intereses de cada uno para traducirlos en una acción colectiva se ha vuelto algo natural para los
europeos. Así es como hemos fundado el mercado común, creado el euro, negociado el Tratado de
Lisboa.
Yo creo que les toca a los europeos proponer al mundo este enfoque cooperativo. Hoy, las nociones de
enemigo o adversario han perdido actualidad entre las grandes potencias. Toda la cuestión es saber si
es posible hacer prevalecer sobre las ideas de competencia y de rivalidad las de colaboración
responsable y armonía.
Para esto, todavía falta que la propia Europa se dote de las instituciones que necesita para asumir sus
responsabilidades, las de un actor global. Es el primer mérito del Tratado de Lisboa, con la creación de
un presidente estable del Consejo europeo actuando en concertación estrecha con los jefes de Estado y
de Gobierno de la Unión y con un Alto Representante dotado de un verdadero servicio diplomático
europeo, apoyado por medios financieros del presupuesto comunitario.
Como presidente del Consejo Europeo, mi deber es hacer todo lo posible para reunir a la familia
europea. El pueblo irlandés tiene derecho a que le escuchemos y que le respetemos. Al mismo tiempo,
todos necesitamos el Tratado de Lisboa. Con el primer ministro Brian Cowen, vamos a identificar las
garantías que puedan permitir a Europa salvar esta nueva etapa de su construcción. Si es necesario, iré
de nuevo a Dublín.
La crisis en Georgia mostró, por primera vez, que Europa podía, si lo quería, estar en primera línea al
empezar un conflicto para buscar una solución de paz. ¿No es la misión primera de la Unión la de
asegurar la paz y proteger a los europeos? Lo que está en juego en este conflicto es absolutamente
esencial. Su desenlace determinará para mucho tiempo la relación de la Unión con Rusia. Para los
europeos, sólo puede haber y sólo habrá soluciones fundadas en el derecho; en un diálogo que incluya
a todas las partes interesadas; y, por último, sobre el respeto de la soberanía, la independencia y la
integridad nacional de Georgia en sus fronteras internacionalmente reconocidas.
El acuerdo de alto el fuego en seis puntos del 12 de agosto que lleva la firma del presidente Medvédev,
la del presidente Saakachvili y la mía, tiene que ser aplicado en su totalidad. Las fuerzas militares que
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todavía no se han retirado hasta las líneas anteriores al desencadenamiento de las hostilidades tienen
que retirarse sin demora. El mecanismo internacional que debe reemplazar a las patrullas rusas debe
ser desplegado rápidamente. Las discusiones internacionales, previstas en el punto 6 del acuerdo,
sobre las modalidades de la seguridad y de la estabilidad en Abjazia y en Osetia del Sur deben abrirse
lo antes posible. En este contexto, la Unión Europea ha condenado firmemente ayer la decisión por
parte de Rusia de reconocer la independencia de estos dos territorios. Esta decisión, que pretende
cambiar unilateralmente las fronteras de Georgia, es, simplemente, inaceptable.
Más fundamentalmente, Europa necesitó siglos de enfrentamiento y dos guerras mundiales para
entender que la paz y la prosperidad se construyen con los vecinos, cuyos intereses son respetados y
tomados en cuenta. Este camino es el que propone Europa a Rusia y a todos los estados europeos que
no forman parte de la Unión: juntos podemos construir un futuro de paz y de prosperidad compartida.
Nadie desea volver a aquellos tiempos de la guerra fría. La OTAN no es un adversario sino un socio
de Rusia. En cuanto a la Unión Europea, tiene la voluntad de construir con este país una relación densa
y positiva. Le corresponde hoy a Rusia tomar una decisión fundamental. Francia, con sus socios de la
Unión, ha demostrado por sus iniciativas cuánto deseaba que esta decisión sea la del acuerdo y la
cooperación, la del respeto de los principios de la carta de la ONU y de la OSCE. El Consejo europeo
del 1 de septiembre será la ocasión para los 27 países de la Unión de definir una línea común sobre
esta cuestión esencial.
El segundo círculo de nuestro vecindario es naturalmente el del Mediterráneo y de Oriente Próximo.
Ya he evocado el lanzamiento de la Unión para el Mediterráneo; no vuelvo más a este tema excepto
para decir que a mi parecer, lo que se juega aquí es tan importante como lo que deseamos cumplir en
el suelo europeo.
Pero hay otra cuestión donde Europa ha decidido y sigue teniendo un papel mayor: Irán. Desde 2003,
Alemania, Reino Unido, y Francia, con el Alto Representante, han definido, en nombre de Europa, una
estrategia de diálogo y de sanciones fundadas en una convicción: la comunidad internacional no puede
aceptar que Irán se dote del arma nuclear. Reunidos por Estados Unidos, Rusia y China, los europeos,
en un periodo de interrogaciones y de campaña electoral americana, tienen que mantener el rumbo con
firmeza y determinación y aumentar las sanciones en todos los ámbitos. Y esto por dos razones: nadie
tiene mejor estrategia que proponer y si fracasásemos, todos sabemos ante qué alternativa catastrófica
estaríamos, como resumí el año pasado en pocas palabras: la bomba iraní o el bombardeo de Irán.
Deseo que se mantenga el diálogo con Irán y que sus dirigentes tomen consciencia de la gravedad del
desafío para su país. Les invito a reflexionar sobre cómo juzgarán las generaciones futuras sus
decisiones de hoy. Porque es Irán quien debe decidir. Todo tiene que estar puesto en obra para
convencerle de privilegiar la cooperación frente al aislamiento y la confrontación.
En el campo de la paz y de la seguridad, se ignora demasiado a menudo que la Unión ha llevado a
cabo, a lo largo de estos diez últimos años, una quincena de operaciones militares y de policía, desde
los Balcanes hasta el Oriente Próximo o África. Ha llegado el momento de pasar a una nueva etapa
dando un nuevo impulso a la construcción de la Europa de la Defensa con el fin de que pueda aportar a
la seguridad del mundo una contribución creciente. De aquí al final de nuestra presidencia, si
actuamos de manera concreta, pragmática, podemos progresar hacia la adopción de una “estrategia de
seguridad” actualizada y completa; lo haremos poniéndonos de acuerdo sobre el nivel de ambición que
queremos dar a nuestras operaciones y sobre los medios militares y civiles que nos harán falta;
decidiendo desarrollar, entre países voluntarios, los equipamientos que necesitamos; organizando la
formación de nuestros oficiales en el marco de un “Erasmus militar”; por último, progresando hacia
una industria europea de defensa fuerte y competitiva.
Como actor creciente de la paz y de la seguridad en el mundo, la Unión puede también tener un papel
decisivo en la búsqueda de soluciones para los problemas globales del siglo XXI. La Unión debe
promover sus valores, defender sus intereses, proteger a sus ciudadanos, exigir cada vez que sea
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necesario la reciprocidad. Pienso examinar con la Comisión la manera para que la Unión, que aporta el
60 % del total mundial de la ayuda al desarrollo y que es, con gran diferencia, la primera potencia
comercial del planeta, pueda dar mejor a conocer sus bazas y utilizarlas mejor al servicio de sus
objetivos.
Pienso en particular en la agricultura, donde la Unión Europea es un actor de primera línea. Debemos
seguir modernizando la PAC y preparar los principios fundadores de la PAC del mañana. Ese es uno
de los grandes desafíos de la Presidencia francesa.
Frente a la desaceleración económica que alcanza el mundo entero y que amenaza a Europa en
particular, la Unión debe reaccionar con diligencia y determinación. Los objetivos de la Presidencia
francesa son más actuales que nunca: fortalecimiento rápido de las reglas y de las normas referentes a
la estabilidad y a la supervivencia financiera, las agencias de calificación, la solvencia, porque la falta
de transparencia y la incertidumbre crean la desconfianza; acción de apoyo de la actividad orientada a
las pymes, especialmente en el marco del “Small Business Act” europeo; fuerte impulso a las políticas
relativas a la eficiencia energética. Estoy firmemente decidido a acelerar todavía más, junto con la
Comisión, el Parlamento Europeo y nuestros 26 socios, la adopción de estas medidas destinadas a
proteger y reforzar el crecimiento europeo.
En el campo tan delicado de las migraciones, el pacto europeo que Europa adoptará en otoño podría
servir como referencia. Basado en el reconocimiento de la utilidad de una inmigración legal
organizada y asumida, en la lucha contra la inmigración ilegal y una verdadera concertación con los
países interesados, este pacto propondrá a los socios de Europa una acción basada en la cooperación y
el beneficio recíproco.
Pero es sin duda en el campo de la energía y del clima donde la Unión puede, de manera más
relevante, contribuir a construir el mundo del siglo XXI. Se trata del tema que más impacto tiene a
largo plazo, dado que el futuro del planeta depende de nuestra capacidad para tratarlo colectivamente.
Somos conjuntamente la primera generación que sabe con certeza que la actividad humana tiene un
efecto directo sobre el cambio climático y la última generación capaz de actuar antes de que las
consecuencias irreversibles trastornen los equilibrios planetarios.
La negociación de Bali, que finalizará en diciembre de 2009 en Copenhague, dirá si todos los Estados
son capaces de unirse sobre unos objetivos ambiciosos tanto como realistas. En realidad, una quincena
de países son responsables del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero: la mitad de ellos
son miembros del G8 y la otra mitad representa a los grandes emergentes, entre ellos China e India. En
esta negociación en la que cada uno espera que se mueva el otro para actuar, la Unión Europea es la
única capaz de provocar una dinámica dirigida al éxito, es decir a los necesarios compromisos
recíprocos de todas las partes. En esto consiste el capítulo “energía-clima” que distribuirá los
esfuerzos que la Unión está dispuesta a realizar entre sus 27 países miembros. Todo se disputará al
final de este año y me comprometeré personalmente, con Jean-Louis Borloo, para que Europa esté a la
altura del envite.
Señoras y señores embajadores,
Como ven, mucho más de lo que piensa, la Unión Europea puede contribuir a construir el mundo del
siglo XXI. Primero, por lo que ella representa: el ejemplo más acabado de un proceso en el que se
substituye la rivalidad por la cooperación a través de unas reglas comunes y un espíritu de
compromiso permitiendo, cada día, superar las discrepancias de intereses.
En segundo lugar, por el papel insustituible que está llamada a tener en la construcción de un mundo
de prosperidad, estabilidad y democracia.
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Estoy plenamente convencido que el siglo XXI puede ser también el siglo de Europa. Para ello, la
Unión debe mostrarse digna de la herencia recibida de los padres fundadores y demostrar a sus socios
tanto como a sus ciudadanos que es capaz de ambición, voluntad y visión.
Esta es la misión fundamental que incumbe a Francia con motivo de su presidencia. Francia, por su
parte, debe permanecer en la vanguardia del proyecto europeo, de la misma manera que debe seguir
siendo una potencia con vocación mundial. Y debe organizarse en consecuencia. Los dos Libros
Blancos, uno sobre la política exterior y europea, el otro sobre la defensa y la seguridad nacional,
definen las disposiciones a tomar para que el Estado y sus grandes instituciones puedan, en este
mundo en profunda mutación, seguir asumiendo sus responsabilidades con imaginación,
determinación y eficiencia.
Bernard Kouchner, Jean-Pierre Jouyet, Alain Joyandet y Rama Yade les hablarán de ello en detalle,
con Louis Schweitzer y Jean-Claude Mallet, en el transcurso de los dos próximos días. Quiero
expresar, aquí, mi apoyo sin reserva a estas reformas necesarias. Y quiero expresarles, señoras y
señores embajadores, mi reconocimiento por el trabajo que ustedes hacen, cada día, al servicio de
Francia y de Europa.
Muchas gracias.
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