E. 9. LA CUPULA DE SANTA MARIA DEL FIORE. Ascensión hasta la luz Vista lejana de la Cúpula de Brunelleschi. Tinta y acuarela sobre papel © José Antonio Ramos Abengózar 79 Vista desde una calle cercana. Tinta y acuarela sobre papel La cúpula, toda cúpula, al igual que el Panteón se ha realizado como símbolo cósmico y de creación. Es el origen. Pero en Santa María del Fiore los aspectos materiales y puramente constructivos o sencillamente históricos o turísticos nos permiten una involución física, una alteración de las intenciones y las bases arquitectónicas para obtener una experiencia de ascensión, de purificación, de conocimiento. Se nos presenta un medio de vuelta a casa de manera casual. Todo lo creado es motivo de novedad continua, trascendiendo sus siempre limitadas intenciones primeras. A medida que miramos a Santa María del Fiore desde nuestros interesados supuestos el laboratorio de la arquitectura empieza a descubrir aspectos novedosos, demostrando que el trabajo de laboratorio, que aleja de situaciones reales es básico para la obtención del conocimiento. Seamos interesados. Esta cúpula es muy distinta al resto, no guarda normalidad, todo es de otra manera. Empezando por su imagen, ¿qué tiene para hacerse querer?. Su aspecto de extremada sensatez y normalidad respecto al problema a resolver la dota de un talante misterioso, como si lo más normal, tuviera un componente natural que lo hiciese infinito, como infinita es la naturaleza. Es como enganchar algo divino casi sin querer, para que en su análisis o intento de control el hombre pudiera tener una información o pista necesaria en su camino de vuelta a casa. Aunque sea una traslación muy exagerada el Gimnasio Maravillas de Alejandro de la Sota puede llegar a producir un efecto similar. Su extremada lógica y equilibrio, su aparente falta de ambición ha creado un edificio misterioso y por más que definimos o justificamos, no sabemos su causa. La relación exacta de estructura y forma hace que la obra sea extraordinaria, la inexistencia de otra mejor obliga a aceptarla de manera incondicional, no pudiendo incorporar criticas negativas, sumando cualidades desde su construcción y obligando a que sea intocable. El espíritu nos dice que cualquier retoque es fatal, hasta las piezas cerámicas rojas deben ser sustituidas por piezas preparadas en el tiempo con igual vejez. Vista desde el Campanil de Giotto. Tinta y acuarela sobre papel © José Antonio Ramos Abengózar 80 Repasemos aunque sea sin orden aquello que nos inquieta. Se nota toda su materialidad, su pieza sobre pieza, su realidad constructiva nada prepotente, su aceptación, sin vestirse de más. Turba este fenómeno de polos opuestos o contrastes, lo sublime en lo sencillo, lo exquisito en lo normal. Como Dios hecho hombre, o la divinidad en un pesebre. Ella posee al mundo en toda su épica y a su vez nosotros la podemos poseer y respirar a su lado. ¿Qué cuento o imaginación supera esta visión?. Este fenómeno queda potenciado por su base. Santa María del Fiore es una magnifica elevación de mármoles de colores perfectamente tallados y dispuestos, en la más clara demostración de belleza, una montaña tallada sobre la que se coloca la cúpula apuntada, forrada pobremente. Sin embargo el sentido de todos los mármoles es sustentar a dicha cúpula. Cuando las fuerzas flaquean, cuando todo parece que está hecho y solo hay que colocar el remate sin más pretensiones que por fin cerrar, surge el sentido, la sorpresa, el protagonista. La iglesia cambia y se convierte en sierva de esa obra, Florencia cambia, el mundo cambia. El mundo quiere mirar a Florencia. Cuando entramos en tan ambiciosa montaña la sorpresa es tremenda, porque todas las pistas exteriores se transforman en sus contrarios. La iglesia es pobre, exageradamente poco ambiciosa. La piedra no brilla, ni la luz hace brillar nada. La cúpula que era lo más pobre solamente sube un grado de la pobreza interior por su tamaño y su dibujo repleto de color, pero de color apagado. No es posible que la historia se acabe aquí. Preferiríamos que el final hubiera estado en el exterior. Existe la posibilidad de introducirnos en sus entrañas, caminar por los lugares que le dan el ser, conocer desde dentro. Es una ascensión hasta brotar a otro estado, al infinito, fuera de toda realidad humana. Existe un inicio, un intermedio y un final, el resto es un camino en espera, tres pues los estados del animo, aunque el recorrido es un descubrimiento de su estructura, su construcción. El lugar del descanso de la jornada, el apoyo y resguardo. Interiores de la cúpula. Tinta y acuarela sobre papel © José Antonio Ramos Abengózar 81 El final es el punto débil e inmaterial, la linterna separa dos mundos, un lugar de dos realidades, una inmaterial conexión como la del Dios Todopoderoso insuflando vida al hombre en la creación de Miguel Angel en la Sixtina. Ese punto donde el aire infinito adquiere forma, donde la materia se desvanece hasta quedar convertida en algo inmaterial. Ese esfuerzo de materia y espíritu, donde siempre el espíritu se deja atrapar por la materia que lo desea, es el que nos debe hacer retornar. Detalle de la cúpula. Tinta y lapicero sobre papel © José Antonio Ramos Abengózar 82