Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 AMOR ROMÁNTICO Y DESIGUALDAD DE GÉNERO Coral Herrera Gómez Experta en Género y Comunicación Audiovisual Universidad Carlos III Madrid, España Recibido en junio de 2011. Aceptado en enero de 2012. Resumen Abstract Palabras clave: romanticismo, patriarcado, utopía, realidad, filosofía, normalidad, teorías. Keywords: romanticism, patriarchy, utopia, reality, philosophy, normal, theories. El romanticismo patriarcal que impregna las estructuras amorosas occidentales de la actualidad es una construcción cultural creada a través de los relatos y las teorías legitimadoras que reifican un sistema amoroso basado en la dualidad, la heterosexualidad, la monogamia y el fin reproductivo. A lo largo de la historia, se ha impuesto socialmente la idea de que la identidad de las mujeres está basada en gran parte en la capacidad femenina de amar a los hombres, perpetuando su sujeción al poder patriarcal con base en teorías que justifican y a la vez construyen un ideal romántico que ha evolucionado hasta convertirse, hoy en día, en una utopía emocional colectiva y a la vez individualista, acorde con el sistema capitalista y democrático. The patriarchal romantic love that permeates western structures is nowadays, a cultural construction created through the stories and theories legitimizing that reify a system based on the duality of love, heterosexuality, monogamy and reproductive purpose. We will see how throughout the history is socially imposed the idea about women are only women if they are able to love men, perpetuating the subjection of women to patriarchal power. This idea is based on theories that justified, and build, a romantic ideal that has evolved today, in a collective emotional utopia, yet individualistic, according to the capitalist and democratic system. Sobre la Autora Coral Herrera Gómez: española radicada en Costa Rica, Experta en Género y Comunicación Audiovisual. Licenciada en Humanidades y Comunicación y Doctora en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid, con calificación CUM LAUDEN. Principales Áreas de Investigación: Teorías de Género, Teoría de la Comunicación y Semiótica, Sociología, Estudios Culturales, Antropología, Teoría del Espectáculo, Filosofía, Literatura, Historia, Historia del Arte, Estética, Psicología Social. Docente de cursos especializados en centros de educación superior, ha dictado conferencias y ponencias en foros, seminarios y congresos. Publicaciones: La Construcción Sociocultural de la Realidad, del Género y del Amor Editorial Fundamentos, Madrid 2011; Hombres, mujeres y trans: más allá de las etiquetas, Editorial Txalaparta, previsto para Febrero 2011. Correo electrónico: koralherreragomez-mail@ yahoo.com Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Publicado: Enero 2014 79 Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 Amor romántico y desigualdad de género Desde épocas remotas las mujeres han estado marginadas de una enorme cantidad de actividades y en consecuencia también privadas de una enorme cantidad de fuentes diversas de satisfacción. Reducidas al ámbito doméstico y a los vínculos inmediatos, el amor y los afectos cargan con el enorme peso de brindar satisfacción por todo de lo que han sido privadas. De esta manera, el amor de pareja suele ocupar para una gran mayoría de mujeres el eje central de satisfacción, llegando incluso a ser considerado por ellas mismas como la fuente «natural» de satisfacción femenina. La mitificación del amor romántico en nuestra cultura patriarcal ha tenido muchas más consecuencias para las mujeres que para los hombres, porque ha logrado, a través de los relatos, seducirnos con la idea de que lograr el amor de un hombre es el único modo de alcanzar la felicidad. Además, existe una fuerte presión social para que las mujeres obtengan un compañero, resumido en el mandato que equipara la feminidad con la capacidad de amar : “Una mujer que al amor no se asoma no merece llamarse mujer”. Después, las mujeres lo han interiorizado como una necesidad consustancial a su género. Es decir, nos creemos que la feminidad consiste en ser capaz de amar incondicionalmente, de autosacrificarse, de entregarse por completo; la mayor parte de las protagonistas de relatos y leyendas son mujeres llenas de ternura y devoción por su amado, mujeres que esperan, mujeres que anhelan ser las elegidas por los héroes. Desde la cultura se nos ofrecen modelos idealizados de lo que debe de ser un hombre y una mujer, pero también se ha idealizado el amor romántico burgués e individualista, mientras se han marginado o invisibilizado otras formas de entender y de vivir el amor. En cuestiones de sexo y sentimientos, el ejemplo de pareja joven, monogámica, heterosexual y con afanes reproductivos es el que se presenta como lo normal, y lo deseable. Las historias de amor que inundan los diferentes soportes artísticos y culturales están basadas en una polarización de los estereotipos y los roles de género para vendernos la necesidad de encontrar a la media naranja, a la persona que nos completa y que nos aporta aquello que no tenemos. 80 Publicado: Enero 2014 Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 Estoy convencida de que el amor romántico se ha edificado sobre la idea de la necesidad, fundamentalmente para crear estructuras de dependencia mutua ofrecidas a las masas como una utopía emocional individualista. Como en cualquier área de la vida, la idealización conlleva una frustración, tanto para las personas que se enamoran y se emparejan como para los/as que no consiguen encontrar su príncipe azul o princesa de cuento. La necesidad de parejas heterosexuales que formen familias “tradicionales” posee una explicación económica muy obvia. Primero, porque separar a los seres humanos, en dos grupos opuestos que dependan mutuamente el uno del otro, constreñir el erotismo a grupos de dos, supone el triunfo de la represión sexual que según teóricos como Freud es necesaria para que la sociedad funcione correctamente y para que no estalle el caos. Segundo, propiciar la sexualidad reproductiva frente a la sexualidad basada en el placer, el intercambio, y la comunicación cuerpo a cuerpo tiene la ventaja de crear grupos familiares homogéneos, plenamente adaptados al orden social, que reproduzcan, generación tras generación, los mismos esquemas de organización social. El sistema social y político está basado en el dualismo heterosexual: hombres y mujeres que sigan reproduciéndose, produciendo y consumiendo. La pareja estable que trae nuevos/as trabajadores al mundo ha de educar a sus vástagos para que sean capaces de adaptarse a una realidad que han heredado sin que la cuestionen. Para ello es necesario que asuman como algo normal y natural la división sexual del trabajo, la desigualdad, los salarios, los horarios de trabajo, el funcionamiento socio-político, legal y económico de esa realidad. ¿Aman igual los hombres y las mujeres? Sin duda, los ardores de la espera, el flechazo, la “cristalización”, los celos, son sentimientos comunes a ambos sexos. Sin embargo, a lo largo de la historia hombres y mujeres no han asignado al amor idéntico lugar, no le han concedido ni la misma importancia ni la misma significación. Lipovetsky (1999) Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Publicado: Enero 2014 81 Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 La respuesta a esta pregunta en un contexto cultural patriarcal1 como el nuestro es, evidentemente, no. En este artículo quiero profundizar en esa desigualdad de género que los relatos nos transmiten a través de los estereotipos, los roles, y los modelos idealizados de relación tato amorosa como sexual que nos proponen. El pensamiento occidental se desarrolló sobre la clasificación de la realidad en etiquetas binarias que sirven para discriminar (hombre/ mujer, blanco/negro, rico/pobre, etc.) y que sirven para construir, a través de las dicotomías, modelos de sentimientos y relaciones afectivas basadas en la supremacía de lo masculino frente a lo femenino. Por eso, en esta construcción socio- afectiva la identidad de género cumple un papel esencial, porque perpetúa la discriminación. El poder femenino ha sido siempre representado a través de las imágenes de mujeres monstruosas (las harpías, las gorgonas, las brujas, Medusa, Lilith, las vampiresas, las sirenas…), todas ellas mujeres libres, insaciables, voraces, fagocitadoras. Las mujeres malas son aquellas que no se adaptan al canon de mujer buena, es decir, aquellas que no respetan a Dios, que no asumen la ley patriarcal, que disfrutan de su sexualidad con libertad, que no se someten a un dueño. Estas imágenes negativas del imaginario colectivo patriacal han sido utilizadas como la excusa perfecta para imponer el poder masculino por la fuerza, bajo la idea de que las mujeres libres ponen en peligro el orden social, la estabilidad familiar, la paz de la comunidad. Un ejemplo de ello es la cantidad de hombres que se han quejado sobre la subyugación masculina al poder de seducción femenino: las féminas son tan bellas que hechizan a los hombres con sus armas de mujer. El deseo masculino convierte a los hombres en esclavos de las mujeres, porque aunque puedan comprarlas, someterlas, confinarlas en casa, vigilarlas y controlar sus vidas y su sexualidad, 1 Las definiciones acerca del patriarcado son innumerables; pero básicamente es una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la ideología dicotómica del “nosotros/los otros”, es decir, una forma de pensamiento que divide el mundo en dos esferas: una representa el bien, otra el mal, y por eso clasifica la realidad en base a oposiciones: los poderosos y los sometidos, los fuertes y los débiles, los ricos y los pobres, los hombres y las mujeres. Las sociedades no patriarcales son minoritarias en el planeta, pero ello evidencia que no todas las comunidades se relacionan en estructuras jerárquicas en las que un grupo minoritario domina al resto. Según mi punto de vista, el patriarcado es un sistema cultural basado en el poder de unos pocos varones sobre el resto: hombres, mujeres, niños y niñas, animales, seres vivos y recursos naturales. Desde la Antropología Cultural pensamos en los patriarcados, en plural, porque son construcciones simbólicas y políticas que varían cultural e históricamente. 82 Publicado: Enero 2014 Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 es mucho más difícil, casi imposible, dominar sus sentimientos y sus emociones más profundas. Quizás por eso podemos afirmar que el amor ha sido también el último reducto de la libertad femenina en las culturas patriarcales, sencillamente porque son muchos los hombres acostumbrados a dominar que se sienten impotentes a la hora de “obligar” a una mujer a enamorarse de ellos. Son muchas las féminas que se han rebelado, por ejemplo, a los matrimonios concertados entre sus padres y sus maridos; desde el siglo XIX, debido a la expansión del romanticismo, las muchachas burguesas anhelaron unirse en matrimonio a sus amados, reivindicaron la libertad de elección, y muchas lo lograron, aún desafiando la ley del pater. Muestra de ello son la Julieta de Shakespeare o la Melibea de La Celestina de Rojas, que prefieren la muerte al matrimonio forzado. También podemos ver historias de amantes que se rebelan en los cantes de flamenco o en la literatura árabe o china, donde siempre se narran tragedias románticas de este tipo. Otro argumento que se esgrime a favor del amor como transgresión es la cantidad de productos culturales en los que los hombres expresan la impotencia que sienten cuando tratan de convencer a una mujer para que les corresponda sin éxito alguno. Por ejemplo, los boleros, tangos y canciones de pop interpretadas por los hombres, en las que suplican a la amada que vuelva, se quejan por la indefensión que sienten al enamorarse o el dolor que el rechazo femenino les provoca, si bien es cierto que existe una violencia intrínseca en muchas de estas canciones. Es decir, los reproches de amor más que lamentos, son condenas a las mujeres por su libertad, por su negativa a someterse al poder del macho que las reclama. Y es que en muchas de esas canciones y otros productos culturales, los hombres distinguen entre las mujeres buenas, aptas para ser esposas, y las malas; esas de las que se enamoran pero a las que nunca otorgan el derecho al trono. Son mujeres destinadas a ser las amantes o las segundas, y en casi todas las producciones culturales, existe una doble moral que concede al hombre todos los privilegios sexuales y afectivos. Según esta doble moral, los hombres necesitan la fidelidad femenina para mantener su estabilidad afectiva y psicológica, pero necesitan también variedad sexual con muchachas jóvenes y atractivas. El hecho de que los hombres necesiten criadas que cumplan también sus deberes afectivos y sexuales, junto con el hecho de que Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Publicado: Enero 2014 83 Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 hayan logrado la subordinación femenina, hace necesario analizar la dependencia emocional de las mujeres y el plus de cariño y cuidados que reciben los hombres simplemente por ser hombres. A las mujeres se las educa, en la cultura patriarcal, para que el centro de su vida sea el amor, para que críen nuevos hombres, pequeños reyes que gobernarán en su propio reino familiar. A los hombres, en cambio, se les presentan modelos activos, héroes con grandes misiones cuyo trofeo final será una mujer, que es un premio a su valentía, nunca una meta a alcanzar. En todas las culturas patriarcales, los varones son más valorados, a los niños se les quiere, reciben los mejores alimentos y no son asesinados o abandonados por el género al que se les adscribe al nacer, como ocurre con las niñas de la India, China y multitud de sociedades patriarcales. Los varones son, en este sentido, dignos de respeto y admiración solo por el género al que pertenecen, como si constituyesen una clase social privilegiada. Anna Jonásdóttir (1993) denuncia que el orden patriarcal continua ejerciendo un enorme poder en las vidas de las personas y cita uno de los lemas de la Sociedad Federica Bremer: “La dominación masculina ahora se sostiene de forma voluntaria”. Jonásdóttir afirma que en los países desarrollados, donde la revolución feminista está logrando grandes avances en la lucha por la igualdad, la explotación patriarcal de las mujeres ya no se impone por la fuerza, sino que se reproduce por sí sola, con o sin la voluntad de las propias mujeres. Y una de las claves para esta sujeción “voluntaria” es la dependencia emocional femenina, provocada, entre otros muchos factores, por la presión social que se ejerce sobre la soltería femenina, y la idea comúnmente aceptada de que una mujer sola no vale nada y que promueve la obsesión de muchas mujeres por tener a su lado un varón, pese a que el precio porpagar sea demasiado alto. Por eso creo que el poder patriarcal sigue ejerciendo una gran influencia en las vidas cotidianas de las personas, sobre todo a través de sus relaciones sexuales, emocionales y sentimentales. La dependencia emocional femenina es un mecanismo del patriarcado para reforzar la sujeción económica y política, en el nivel de las emociones y los sentimientos. El patriarcado determina enormemente las relaciones entre las mujeres y entre mujeres y hombres. En este sentido, el amor romántico es el último reducto en 84 Publicado: Enero 2014 Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 el que el poder patriarcal se sigue ejerciendo, según Anna Jonásdóttir2 (1993), que afirma que las actividades en torno a las que gira la lucha sexual no son el trabajo ni los productos del trabajo, sino el amor humano — cuidados y éxtasis— y los productos de estas actividades: nosotros mismos, mujeres y hombres vivos, con todas nuestras necesidades y nuestros potenciales. Para la autora, el núcleo de dominación masculina yace en el seno de la relación sexual, no solo en las relaciones íntimas de pareja en el matrimonio o la cohabitación, sino también a un similar intercambio desigual de cuidados y placer que tiene lugar entre hombres y mujeres en otros contextos: en el trabajo, dentro de la política, etc” Según este punto de vista, los hombres se apropian de la fuerza vital y la capacidad de las mujeres mucho más de la que aportan ellos: «Si el capital es la acumulación de trabajo alienado, la autoridad masculina es la acumulación de amor alienado. El autosacrificio femenino es definido por Jonásdóttir como la clave de la dominación masculina y la norma social que logra que la gente olvide sus propios derechos e intereses. Un ejemplo de ello, según Anna Jonásdóttir (1993), es el hecho de que las amas de casa se hagan cargo de una parte “desproporcionada de tareas serviles y desagradables para que los demás miembros de la familia no tengan que hacerlo y disfruten de más tiempo para dedicarlo a otras actividades”. Gilles Lipovetsky (1999) también afirma que la cultura amorosa se ha construido basándose en la disimilitud de los roles masculinos y femeninos: En materia de seducción, corresponde al hombre tomar la iniciativa, hacer la corte a la dama, vencer sus resistencias. A la mujer, dejarse adorar, fomentar la espera del pretendiente, concederle eventualmente sus favores. En cuanto a la moral sexual, se despliega según un doble estándar social: indulgencia con las calaveradas masculinas, severidad en lo tocante a la libertad de las mujeres. Si bien exalta la igualdad y la libertad de los amantes, no por ello el amor deja de ser un dispositivo que se ha edificado socialmente a partir de la desigualdad estructural entre el lugar de los hombres y las mujeres. 2 La explotación de sexo/género es la apropiación de ciertos poderes o capacidades humanas/naturales que son indispensables para las personas: “Lo que los hombres controlan y explotan en este modo de producción no es el trabajo de las mujeres, sino el amor de las mujeres y el poder de vida resultante de él”. Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Publicado: Enero 2014 85 Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 Por esto autores como Byron afirmaban que el amor, conjugado en masculino, no constituye sino una ocupación entre otras, mientras que colma la existencia femenina. Y Stendhal, al hablar de los pensamientos femeninos, añade: “Los diecinueve veintésimos de sus ensoñaciones habituales son relativos al amor” Para Nietzsche el amor significa dos cosas diferentes para el hombre y para la mujer. En ella, el amor es renuncia, fin incondicional, “entrega total en cuerpo y alma”. No ocurre lo mismo con el hombre, que quiere poseer a la mujer, tomarla, a fin de enriquecerse y acrecentar su potencia de existir: “La mujer se da, el hombre se aumenta con ella”. Autores como Georges Duby entienden que esta sobrevaloración femenina del amor se explica porque implica, por parte de las mujeres, poder ejercer cierto dominio sobre los hombres. Desde esta perspectiva, mi opinión es que el amor romántico es un instrumento de control social sobre las mujeres, principalmente porque se nos inocula la idea de que somos incompletas e incapaces de ser autónomas, porque existe una media naranja hecha a nuestra medida, porque solo amando somos seres completos. Además, en todos los cuentos se nos enseña desde pequeñas que algún día vendrá un hombre a salvarnos, para mantenernos de por vida y que no tengamos que sufrir más penalidades, como es el caso de todas las princesas, que llevan una vida aburrida (La Bella Durmiente) o llena de penalidades (Blancanieves, harta de cocinar y limpiar para los enanitos), y que son elegidas por el príncipe azul para vivir en su palacio con todas las necesidades cubiertas. El amor romántico está basado en el individualismo, ya que de hecho la herencia romántica del XIX provino de la clase media, y en este sentido afirmo que es egoísta porque logra que hombres y mujeres focalicen su erotismo, afecto, sexualidad y atención en una sola persona. El romanticismo no cree en el amor colectivo, nunca cultivó el ansia de luchar contra las injusticias del mundo, ni en pro de la igualdad de clases o de género. Los románticos quieren escapar, buscan mundos de ficción para evadirse, paisajes románticos y figuras idealizadas a las que amar. De esta ideología escapista surge esta utopía emocional basada en el dúo, en las soluciones individuales, en la felicidad restringida a un nido de cuatro paredes. Creo que esta utopía que se expande por el planeta gracias a la globalización, refuerza la 86 Publicado: Enero 2014 Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 disolución de las redes de solidaridad y ayuda mutua, promueve el que la gente se encierre en sus hogares y se vacíen las calles. Esto es especialmente visible en las ciudades, donde cunde el anonimato y el individualismo encierra a las personas en equipos de dos integrantes pero nunca iguales, sino supuestamente en complemento y jerarquía, cuya dicha máxima es consumir y consumir, y emular a las grandes películas de Hollywood donde se nos vende la idea de que amor y prosperidad económica van dadas de la mano. Y, sin embargo, el amor no nos salva de la pobreza, aunque nos cuenten el mito de la Cenicienta en diversos formatos, repetidamente, año tras año. El cuentito ha logrado que sean muchas las generaciones de mujeres que creen en el matrimonio por amor como tabla de salvación de una realidad que no les gusta, tal y como le sucedía a Cenicienta antes de ser rescatada por su príncipe azul. Y es que el cuento es creíble porque muchas mujeres han logrado una buena posición social cuando han sido amadas por hombres poderosos, dado que el poder político, social y económico les estaba vedado. Es decir, a través del matrimonio han logrado acceder a espacios públicos y status económicos superiores al suyo y, por ello, siempre se nos cuentan relatos en los que las muchachas pobres salen de la miseria cuando logran enamorar a jóvenes ricos y apuestos; esta es la base narrativa de muchas de las telenovelas actuales. Hasta después de la Segunda Guerra Mundial, la única salida profesional posible para las mujeres ha sido entonces el matrimonio, a través del cual han tenido acceso al mundo público. En este sentido, Enrique Gil Calvo (2000) entiende que las bodas son ritos emancipadores para las mujeres en el caso de la hipergamia: Toda mujer tiende a identificar el ritual amoroso con la posibilidad objetiva que se le presenta de lograr su propio ascenso social gratuito, sin recíproca responsabilidad alguna de su parte. Es la magia del amor. De ahí que para la mitología femenina, la boda sea el ritual que representa simbólicamente las oportunidades de éxito social, y eso aún hoy. Simone de Beauvoir (1949) puso el acento en el hecho de que a las mujeres burguesas se las educa en la cultura patriarcal para que sientan que su destino es el amor. Como ellas no pueden moverse por sí mismas, ni trabajar, ni tomar decisiones, ni tomar el control Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Publicado: Enero 2014 87 Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 de sus vidas, la manera en que aumentan su reconocimiento social es adquirir el estatus de casadas, de mujeres susceptibles de ser amadas y mantenidas. En cambio, la cultura masculina presta al ritual amoroso una atención muy reducida, porque el amor se considera «cosa de mujeres». Los varones, según Gil Calvo (2000), centran sus esfuerzos rituales en la lucha por el poder político y social, el lugar clave para el ascenso y el éxito social. Enrique Gil Calvo ilustra esta disparidad de roles y expectativas analizando el fenómeno de la puerilización de las mujeres, su humillación ritual en público: Fingiéndose menores de lo que son, a la espera de que las escojan como dignas merecedoras del privilegio de ascender. Es un rito de inversión del estatus que espera cumplir el doble objetivo de conservar el estatus y apuntar a un estatus más alto. [...] Una emancipación ascendente obtenida a ese precio es un regalo envenenado que podría no merecer la pena: sobre todo por la sujeción, pues se funda en la imagen de la minoría de edad de la mujer. La pareja canónica sigue siendo la relación entre el mayor y la menor; según Enrique Gil Calvo es así como se naturaliza y justifica el complejo de supremacía masculina: “Con esta minoría de edad relativa se refuerzan todas las demás desigualdades sociales, laborales y profesionales que suelen subordinar a las mujeres, sometiéndolas al mayor poder político y económico de sus compañeros masculinos” La repartición jerárquica de roles (maestro/alumno, jefe/ subalterno) se adopta con facilidad porque son roles de género, es decir, construcciones culturales que sitúan con más facilidad a los hombres es una posición de superioridad, aunque posean menos habilidades y capacidades que sus compañeras. Cuando se invierten los roles (la mujer es poderosa y el hombre se siente esclavizado por amor), el hombre experimenta la sensación de perder sus atributos esenciales: autocontrol, disciplina, racionalidad, orden, fuerza y poder. Por eso muchas mujeres bellas o excesivamente poderosas debido a su inteligencia, su profesión o su brillantez personal a veces se encuentran con dificultad para ser elegidas por los hombres como futuras esposas. Los hombres se sienten más seguros con mujeres menores porque es más fácil tener influencia sobre ellas, tener cosas que 88 Publicado: Enero 2014 Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 enseñarles, obtener su admiración y respeto. Es cierto que las mujeres inteligentes son más divertidas y es posible tener con ellas relaciones de compañerismo, pero en general a los hombres, educados para ser competitivos y exitosos, les cuesta relacionarse en igualdad de condiciones con el medioambiente, con los animales y seres vivos, y con hombres y mujeres. Es decir, establece con la tierra, los recursos y la gente relaciones de explotación, casi siempre de modo jerárquico. Y el género ha sido un factor fundamental en ese establecimiento de la jerarquía, por eso las mujeres hemos sido tratadas como las otras, las grandes desconocidas cuyos comportamientos a menudo han resultado inexplicables a los hombres. El confinamiento femenino, en la mayor parte de las culturas, al ámbito doméstico ha dificultado que hombres y mujeres se conozcan, se comprendan, compartan y se traten de un modo igualitario. Ante el miedo a lo desconocido, el hombre ha rebajado a la mujer a la categoría de inferior, y por tanto, se ha relacionado con ella siempre desde una posición de poder. La dominación masculina convirtió a la mujer en un bien del mismo modo que los y las esclavas eran bienes intercambiables a través del comercio; su función ha sido siempre, desde la instauración de la propiedad privada, la de traer herederos al mundo, aportar dotes matrimoniales y servir de criada del hogar. De ahí la importancia económica, social y sentimental que tienen las mujeres para los hombres, que aúnan en una sola persona todas las capacidades necesarias para sobrevivir en la vida cotidiana y como especie. Prueba de la importancia social de las mujeres-esposas es que cuando desaparecen (por abandono, enfermedad, muerte o divorcio), los hombres tradicionales se derrumban porque desconocen toda la magia doméstica que las madres patriarcales transmiten a sus hijas pero no a sus hijos. Probablemente no solo a causa de la infravalorización de estas tareas a nivel simbólico, sino también porque de algún modo ese conocimiento sobre multitud de tareas cotidianas ha otorgado poder a las mujeres sobre los hombres. Las madres patriarcales han criado hombres que no pueden ser autónomos a no ser que sean ricos y puedan pagar criadas; han educado hombres inútiles y dependientes en los aspectos más básicos de la vida (nutrición, higiene, educación, apoyo psicológico y afectivo, limpieza, etc.) que necesitan obligatoriamente a las mujeres para el día a día. Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Publicado: Enero 2014 89 Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 De este modo, el patriarcado se sustenta sobre un “hacer como si” las mujeres son inferiores cuando la realidad es que los hombres dependen de ellas en su día a día. En el seno de esta performance, el papel de las mujeres es “hacer como si” asumiesen esa inferioridad. Esto explica que muchas traten de apaciguar los miedos masculinos intentando no destacar demasiado en los grupos y no parecer demasiado brillantes para poder relacionarse con hombres. Es una forma de empequeñecerse para que el otro se sienta superior, y por tanto, crea tener el control de la situación con alguien que les admira sin cuestionarlos. Muchas mujeres encuentran por ejemplo que ocupar altos cargos políticos o económicos, o vender millones de discos, es anti erótico para los hombres. Por todo ello, a veces las mujeres se infantilizan para ligar y ser amadas por el hombre patriarcal, y esa sumisión llega a ser real en sus consecuencias en la vida cotidiana: muchas dejan su carrera profesional para ser amas de casa, o realizan más renuncias en su área laboral que sus compañeros, lo que perjudica su posibilidad de ocupar puestos de mayor responsabilidad. Aún hoy en día, muchas dejan los estudios, las profesiones, e invierten en la carrera del amor. Según Gil Calvo (1997), el riesgo que conlleva la puerilidad femenina: es asumir una predisposición permanente hacia la irresponsabilidad. El estilo ritual expresivo de la minoría de edad se caracteriza por ceder a los demás el protagonismo y la capacidad de decisión, pues no es propio de menores tomar la palabra, elevar la voz ni asumir iniciativas por propia elección. Y esta presunta impotencia que se atribuye a los menores es utilizada como gran coartada eximiente, que disculpa el refugio en la pasividad. De ahí la propensión a evadirse y protegerse tras un padre-marido. Los estudios sociológicos revelan que la verdadera emancipación de las mujeres no se produce al enamorarse y emparejarse, sino después, cuando se separan o enviudan, porque toman conciencia de su poder real. Los datos avalan las tesis sobre el empoderamiento femenino de Helen Fisher (2000), ya que las mujeres más mayores pertenecientes al Estado del Bienestar están situándose como una de las fuerzas sociales más poderosas en Occidente, pues tienen salud, energía, poder adquisitivo, experiencia en la vida, y redes sociales 90 Publicado: Enero 2014 Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 que les reportan gran satisfacción. Estas mujeres no necesitan ya hombres, de modo que se relacionan con ellos de un modo más libre e igualitario, muchas veces bajo la fórmula de «tú en tu casa y yo en la mía» (especialmente si pueden permitírselo económicamente). Porque, una vez alcanzada la autonomía, las mujeres menopáusicas no quieren renunciar a ella por la llegada del amor. El Romanticismo Patriarcal Sin embargo, el romanticismo tiene una doble dimensión. Porque si por un lado perpetúa la dependencia mutua y la falta de autonomía y libertad personal de hombres y mujeres, por otro es una herramienta de subversión a la ley del pater que muchas mujeres han utilizado para conquistar su libertad. En las sociedades en las que no existe libertad para amar ni para relacionarse sexualmente, los relatos amorosos son trágicos, estremecedores, llenos de intensidad, plagados de nuncas y parasiempres. El obstáculo exacerba las pasiones; en el caso por ejemplo del mundo islámico o la etnia gitana, los amores narrativos siempre se dan con el trasfondo de una prohibición. Son amores transgresores que atentan contra el honor de esposas, maridos y padres guardianes que comercian con sus hijas. Cuando van a entregárselas a alguna familia para que se case con un miembro de la misma, surge un tercero en discordia: un hombre que ama a una mujer a la que no tiene derecho. Es el caso de Romeo y Julieta, de Tristán e Isolda, de Calisto y Melibea. Suele ser un hombre enemigo de la familia o un hombre de otra clase social, otro país, otra raza, otra religión... Ante la prohibición de su amor, los amantes se ven impulsados irremediablemente hacia la transgresión. Pero esta impotencia de la razón ante el corazón, esta claudicación ante el amor como fuerza contra la que nada se puede hacer, es precisamente lo que legitima la transgresión. Las niñas dulces o las esposas fieles cometen adulterio porque se ven atrapadas en las redes del hechizo mágico del amor. El amor se presenta así como algo ajeno a la voluntad; es una infección de la que te contagias y no puedes deshacerte; es como una enfermedad que invade tu cuerpo y tu raciocinio, y que modifica las acciones y los comportamientos humanos. En este tipo de narraciones el amor Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Publicado: Enero 2014 91 Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 es subversivo porque justifica la liberación de la mujer del orden patriarcal que la mantiene sujeta. Durante siglos, Familia e Iglesia han invadido el cuerpo femenino, normativizándolo y encerrándolo; amar entonces la convierte en un ser libre. El amor ha liberado y esclavizado a la mujer según las épocas y las narraciones, pero lo mismo sucede con los hombres. En la época del amor cortés, los hombres eran vasallos de sus damas, y a ellas se encomendaban como siervos. Es una época que ensalzó la figura de la mujer, del mismo modo que el Romanticismo siete siglos después, en el que los hombres se suicidaban por amor. Para Octavio Paz (1993), el engrandecimiento de la figura femenina es común a las culturas amorosas porque el amor requiere que las dos personas se sitúen en un plano de igualdad. Es decir, el amor se da siempre en personas que se admiran y se respetan mutuamente, no en situaciones de subordinación. Sin embargo, paralelamente a esta dimensión liberadora, también es necesario analizar cómo el amor ha contribuido a la dominación masculina sobre las mujeres en nuestra cultura patriarcal. Todos los escritos que poseemos del pasado acerca del amor (excepto la poetisa Safo, algunas escritoras y filósofas medievales, y las escritoras románticas del siglo XIX) fueron llevados a cabo por hombres; los más famosos poetas, los novelistas de éxito, los trovadores medievales que cantaban al amor, los contadores de historias, e incluso las obras de teatro más importantes, fueron firmados por hombres. Ellos fueron, hasta el siglo XIX, los verdaderos protagonistas y creadores del amor; las mujeres mientras eran el objeto de su amor, de sus alabanzas y su admiración. También eran objeto de sus iras, dolores, y frustraciones, lo que sin duda ha determinado no solo un tipo de ideología amorosa (de tipo patriarcal), sino que también la literatura, y todas las artes y expresiones culturales, se han visto afectadas por la visión masculina de las mujeres y el amor. Casi todos los escritores han condenado a las mujeres libres; quizás para reflejar las constricciones social y culturales de la época, y denunciarlas, o bien para consolidar la doble moral patriarcal. La mayor parte de los relatos de transgresiones femeninas atacan la ley del pater y la primacía del mundo masculino, y también la mayor parte acaban en tragedia (muerte, suicidio, ostracismo y exclusión social, destino trágico...). La ley patriarcal castiga a las mujeres que pretenden romper las normas morales y sexuales de su sociedad; sin embargo, cuanto más 92 Publicado: Enero 2014 Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 oprimida está la mujer en su cultura, más se exacerba la fantasía romántica o pasional en el imaginario colectivo. Cierto que sirve como vía de escape a la realidad de la vida cotidiana (los matrimonios de conveniencia, los matrimonios aburridos) pero las consecuencias de llevar esa estructura sentimental a la realidad son terribles para las mujeres, que sin embargo siguen jugándose la vida para poder llevarlas a cabo. Creo que esta dimensión dual y contradictoria del amor (como arma de control social y como fenómeno transgresor y subversivo) corresponde a la diferencia entre el amor institucionalizado, cuyo fin sería el matrimonio, y el amor en su dimensión emocional, subjetiva, personal. Cuando los sentimientos no están organizados o heterodirigidos política, económica y socialmente, resultan entonces amenazantes para el orden establecido, y por ello, potencialmente revolucionarios. La eterna lucha entre el individuo y la sociedad a la que pertenece se revela aquí en toda su intensidad: por un lado están las normas amorosas y los contratos entre familias, y por otro lado el deseo y las emociones. Por eso nuestro mundo no acaba nunca de estar cerrado y quizás por eso el poder teme tanto la incontingencia, que es lo contrario de la norma, la ley, y el orden. ¿Es posible el amor igualitario? Conclusiones El amor entre hombres y mujeres no podrá ser igualitario mientras la estructura patriarcal siga jerarquizando a los grupos humanos. Las relaciones amorosas podrían construirse desde la libertad, no desde la necesidad, si ser mujer no fuera un motivo de discriminación. Para ello las instituciones (Estado, Iglesia, poder judicial, etc.) deberían de dejar de legislar sobre el cuerpo y la sexualidad femenina; habría que eliminar las empresas de tráfico de mujeres, asegurar su autonomía económica, su acceso a la educación, la cultura y la salud, permitir la igualdad de oportunidades, la libertad de movimientos, la solidaridad de género. Mientras los hombres sigan copando los cargos políticos y empresariales más altos, y mientras sigan teniendo salarios más elevados y menor dificultad que nosotras para conciliar vida familiar y vida laboral, las relaciones seguirán siendo dependientes y plagadas de conflictos. El amor romántico, entonces, revela así su dimensión política y económica, pues es una utopía posmoderna que nos seduce para que adquiramos modos de ser hombres, modos de ser mujeres y modelos Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Publicado: Enero 2014 93 Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 prefabricados de relacionarnos entre nosotros. El poder del patriarcado en el terreno emocional perpetúa la dependencia mutua entre hombres y mujeres, pero también el modo de organizarnos social, económica, política y afectivamente, porque permite que todo siga como está, y porque impide los cambios y avances en la lucha por la igualdad. Por eso, creo que es fundamental fomentar la diversidad sexual, y aprender a relacionarnos desde la igualdad, el respeto, la libertad. Por eso la propuesta es organizarnos de otra manera, creando redes de cooperación, solidaridad y afecto que nos permitan tener relaciones sexuales y afectivas alejadas de la estructura lógica del amo y el esclavo. Creo que además, hay que luchar contra la rivalidad femenina que promueve la cultura machista, contra las relaciones competitivas de las mujeres en torno a los hombres, y además se hace necesario romper con la tiranía de la heterosexualidad para que las mujeres podamos establecer entre nosotras relaciones de amor y de cariño. También creo importante incluir a los hombres en esta lucha por la igualdad; son muchos los grupos de hombres antipatriarcales que están apoyando las luchas feministas y que están cuestionando la virilidad hegemónica, y los modelos masculinos tradicionales, porque desean liberarse también. Juntos y juntas podremos eliminar las jerarquías de género, romper con los estereotipos y los roles tradicionales, proponer otros modelos amorosos, otras formas más abiertas y sanas de amar, sin luchas de poder. Es fundamental, creo, para acabar con el individualismo que confina a la gente a parejas de dos en dos, para eliminar la violencia y la crueldad contra las mujeres, para construir un mundo más pacífico, solidario e igualitario. Bibliografía De Beauvoir, Simone: El segundo sexo. La experiencia vivida, Ediciones Siglo XX, Buenos Aires, 1949. Coria, Clara: El amor no es como nos contaron... ni como lo inventamos, Paidós, Buenos Aires, 2005. Fisher, Helen: El primer sexo, Taurus, Madrid, 2000. Gil Calvo, Enrique: Medias miradas. Un análisis cultural de la imagen femenina, Anagrama, Barcelona, 2000. 94 Publicado: Enero 2014 Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°20 (2): 79-95, julio-diciembre 2011 Gil Calvo, Enrique: El nuevo sexo débil. Los dilemas del varón posmoderno, Temas de Hoy, Ensayo, Madrid, 1997. Jónasdóttir, Anna G: El poder del amor. ¿Le importa el sexo a la Democracia?, Cátedra, Madrid, 1993. Lipovetsky, Gilles: La tercera mujer, Anagrama, Colección Argumentos, 1999. Paz, Octavio: La llama doble. Amor y erotismo, Seix Barral, Barcelona 1993. Licencia Creative Commons Atribución-No-Comercial SinDerivadas 3.0 Costa Rica. Publicado: Enero 2014 95