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NO
TE
METAS
CON
MIGUEL
Relato colectivo de alumnos de 3º G del I.E.S. Benjamín de Tudela
Autores: Pedro Almeida, Marta Aurensanz, Sara Sánchez, Alisson Barea, María Cuartero,
Diego Enériz, Amaya García, Omar Laamarti, Pablo Ochoa, Halima Ouisnaf, Raquel
Salvatierra, Silvia Segura, Fermín Zubiri
Era el siglo XXI. Jacob, un niño de 12 años vivía en un apartamento con sus
padres y su hermana. Había decidido que iría con sus amigos a una discoteca, pero
no pidió el consentimiento a sus padres. Llegó el día, y sin que su madre se enterara,
ya que no estaba en casa, salió por la puerta y fue al encuentro de sus amigos en la
entrada de la discoteca.
Jacob entró. Ya dentro de la discoteca, buscó a su mejor amigo, Miguel, que
siempre estuvo con él desde que eran muy pequeños. Lo encontró al cabo de cinco
minutos. Jacob saludó a Miguel, y empezaron a hablar del instituto, padres,
hermanos, y otras cosas. Después, Jacob miró su reloj y se dio cuenta de que era
muy tarde: la una de la madrugada.
El chico decidió volver a casa. Se despidió de sus amigos y fue a paso rápido
hacia su piso. Subió por las escaleras, ya que el ascensor hacía mucho ruido. Cogió
las llaves y abrió la puerta. Entró. Su madre estaba esperándole en el sofá, en el
salón. Por señas, le indicó a Jacob para que se sentara allí. La bronca fue
monumental, duró unos cuarenta minutos. Después se echó a dormir.
Eran las nueve de la mañana cuando Jacob despertó. Era sábado. Siguió su
rutina diaria, pero en la casa había mucho silencio, excepto por algún sonido
procedente de la calle, de la televisión o el móvil. Horas después entró en su cuarto
y empezó a hablar en el grupo de WhatsApp a través del móvil. Había muchas cosas
que parecían haber pasado por la mañana. Pensó, y después, tecleó:
- ¿Cómo estáis?
No hubo respuesta; el chat se había parado. La pregunta se repitió. Nada.
Hizo la misma pregunta diez minutos después. Todo era silencio.
Entonces, apagó el teléfono. Se vistió y se preparó, y después salió a la calle.
Tenía una cosa en mente: ir a la casa de Miguel. Estaba preocupado por la extraña
reacción del grupo a su pregunta.
Llegó a la casa de su mejor amigo, el que había estado con él ayer por la
noche, en la discoteca. Llamó al timbre, pero nadie respondió. Llamó a la puerta y
al timbre de nuevo. Pensó que, probablemente, hubiesen salido. Fue a buscarle a
los parques y sitios donde podría estar. Pasó una hora, no había ni rastro de dónde
podría estar su amigo. Y entonces, confuso y preocupado, volvió a casa.
Cada minuto que pasaba, Jacob tenía la conciencia menos tranquila, no
paraba de hacerse la misma pregunta, ¿dónde estará Miguel?, ¿le habrá pasado
algo? Intentó mantener la calma, pero no le sirvió de nada, no podía dejar de
pensar en su amigo.
Después de una noche horrible sin pegar ojo, ya no podía esperar más. Al
punto de la mañana volvió a ir a casa de Miguel, pero, de nuevo, no hubo ni rastro
de él. En el grupo de WhatsApp nadie le contestaba, era todo tan raro…
Jacob estaba seguro de que a su amigo le había pasado algo, su instinto se lo
decía. De nuevo, se repetía la misma pregunta, ¿dónde podía estar Miguel? Jacob
estaba demasiado nervioso como para hacer nada por sí solo, debía recurrir a
alguien que le ayudara a descubrir lo que estaba pasando, pero, ¿a quién? Sus
amigos le ignoraban, como si no existiese para ellos, y sus padres estaban
demasiado enfadados con él como para decirles nada. No tenía a quien recurrir.
Al cabo de un rato pensando en el sofá, se le iluminó la mirada. Acababa de
acordarse de Claudia, una chica a la que había conocido aquella noche en la
discoteca. Por un momento tuvo la esperanza de poder resolver este enigma en el
que se había convertido su vida en tan solo unas horas. Solo tenía que contactar
con Claudia, cosa que le iba a resultar muy fácil, ya que le había dado un papel con
su teléfono durante la fiesta.
Sin perder ni un minuto, fue a su mesa a coger el móvil para llamarla, pero
no estaba allí. Su madre se lo había quitado como castigo por no haberle pedido
permiso ni a ella ni a su padre para ir a la discoteca. Por un momento, Jacob se dio
por vencido, pero se dio cuenta de que un simple móvil no podía arruinarle el plan.
Se acordó de que su hermana Paula estaba en clases de natación, y
habitualmente se olvidaba el móvil en casa. Sin pensárselo dos veces, Jacob entró
en la habitación de su hermana, y así era, Paula se había dejado el móvil encima de
su cama. Sus padres siempre le reñían por lo despistada que era, pero, para Jacob,
era una de las cosas que más adoraba de su hermana.
No podía esperar más, cogió el móvil y marcó el número de Claudia. Dos
minutos después del comienzo de la conversación, Jacob se quedó blanco, como si
fuera a desmayarse.
Según lo que le había dicho Claudia, a altas horas de la madrugada, dos
hombres se llevaron a Miguel en un coche negro.
Durante aquel momento, Claudia estaba fuera de la discoteca con los amigos
de Jacob fumándose un cigarro, y al ver a Miguel entrando en el coche, creyeron
que serían unos familiares que venían a recogerle, así que no le dieron importancia
alguna.
Unas horas después de que acabara la fiesta, Claudia y el resto de los
testigos recibieron un mensaje anónimo, informándoles de que Miguel había sido
secuestrado y que si a alguien se le ocurría contar algo de lo sucedido a la policía,
lo matarían. Por eso, los amigos de Jacob no le contestaban por el grupo de
WhatsApp. Todo empezaba a tener sentido.
Jacob no sabía qué hacer. Si iba a contarlo todo a la policía, los
secuestradores se darían cuenta de que alguno de los testigos del secuestro se
había chivado, y desde ese momento todos estarían en peligro. Pero, por otra
parte, debía hacer algo, la vida de su mejor amigo corría peligro.
Jacob estaba realmente asustado y por primera vez en su vida le pareció
sentir realmente miedo. Tras mucho pensárselo, decidió actuar. No podía quedarse
de brazos cruzados mientras su mejor amigo estaba en manos de unos
delincuentes. ¿Pero qué podía hacer? Necesitaba ayuda.
En ese momento, Paula entró en el salón, pillando a Jacob con su móvil, y
cómo no, sin su permiso. Acababa de llegar de sus clases de natación.
- Jacob, ¿qué haces con mi móvil? -le preguntó, mosqueada.
Jacob se quedó quieto, mirándole fijamente. No aguantaba más aquella
presión. Se echó a llorar allí, delante de su hermana pequeña, que cada vez estaba
más confundida con lo que estaba ocurriendo.
- ¡¡Jacob!! ¿Qué te pasa? ¡¡Deja de llorar y explícame qué está pasando!! -gritó
Paula.
Jacob se calmó y le contó a Paula todo lo ocurrido desde que se escapó para
ir a la discoteca. Paula estaba muy sorprendida, lo que su hermano le acababa de
contar le recordaba a las historias que sucedían en las series policiacas que tanto le
gustaba ver.
- ¡Eh! ¡Ya lo tengo! -exclamó-. ¡Yo puedo ayudarte a encontrar a Miguel!
- ¿¿¿¡¡¡¡Qué!!!!??? Ni de broma, tú no vas a involucrarte en esto, Paula, es
peligroso.
- ¿Por qué no? Sólo tengo 2 años menos que tú, además… tú mismo has dicho
que necesitabas ayuda…
- Pues sí, sí la necesito… Pero no quiero ponerte en peligro, si algo te pasara…
Yo sería el responsable, el que debería cargar con las culpas, soy tu hermano
mayor y se supone que debo cuidar de ti…
- Vamos, Jacob, intentémoslo, es Miguel… -dijo ella, mirándole fijamente a los
ojos.
Fueron miles las emociones que Paula pudo ver en los ojos de su hermano, y
miles fueron las que recorrieron el cuerpo de Jacob en solo unos segundos. Sentía
miedo, pero también sentía rabia. Rescataría a Miguel, aunque fuera lo último que
hiciese. Esa misma noche, mientras sus padres dormían, Paula y Jacob se fugaron
de casa para, por primera y quizás última en sus vidas, salvar a un adolescente de
las manos de unos secuestradores.
No hacía mucho que habían abandonado la seguridad de su casa, cuando
notaron algo raro. Era una sensación extraña, no sabían bien cómo describirla, pero
sentían que unos ojos les vigilaban desde la oscuridad. Paula, que había hecho
acopio de un valor que no creía tener, no quiso preocupar a su hermano, así que
siguió caminando. Pero la verdad es que él también tenía aquella sensación y
notaba cómo los pelos de la nuca se le erizaban.
Acababa de dar la una de la madrugada y Jacob y su hermana no sabían bien
por dónde empezar a buscar, sencillamente se dejaban llevar por sus piernas, que
les llevaron hasta la entrada de la discoteca donde había tenido lugar aquel horrible
incidente.
A unos metros de la puerta, una chica hacía señas a Jacob y él, sorprendido,
se aproximó. Era Claudia. Jacob sintió una inmensa alegría, ya que ella había
presenciado lo ocurrido y podría describirlo hasta el más mínimo detalle. Sin perder
un instante acudieron hacia ella.
Tras reconstruir los hechos varias veces, se dieron por vencidos, no había
nada, no había marcas de ruedas… ni nada que les pudiera ayudar. Hasta las
grabaciones de aquella fatídica noche habían desaparecido misteriosamente. No
dieron muchas explicaciones al dueño de la discoteca de por qué querían ver esas
grabaciones, pero algo le decía a Jacob que aquel hombre sabía muy bien lo
ocurrido… Tal vez le estaban amenazando o quizás hubiese tenido algo que ver,
pero fuera como fuese él no se fiaba de aquel hombre.
Jacob poco a poco iba perdiendo todas sus esperanzas de recuperar a su
amigo… y por primera vez pensó: “¿qué podría hacer yo realmente por él?, no sé
nada sobre lo que hay que hacer en estas circunstancias y aunque lo supiese
necesitaría mucha ayuda”. Pero su hermana y Claudia no pensaban igual, ya habían
comenzado y no querían dejarlo.
Ya eran las tres de la madrugada, Jacob intentaba convencer a Paula de que
volviese a casa, que no eran horas de que una niña de su edad anduviese por la
calle. Tras varios intentos, esta accedió. Ambos se despidieron de Claudia, ya solo
les faltaban unos pasos para girar la esquina, cuando a los dos hermanos les dio por
mirar hacia atrás. Se quedaron de piedra ante aquella escena, un hombre alto,
vestido de negro, estaba metiendo por la fuerza a su amiga en un coche. Querían
gritar, pedir ayuda, pero su miedo era tal que no les salía la voz. Aquello no podía
estar pasando. En ese instante Jacob se dio cuenta de que aquel hombre les estaba
mirando fijamente, y rápidamente cogió a su hermana por el brazo y echaron a
correr. Enseguida oyó el ruido del motor del coche y la desesperación le invadió.
Sin pensárselo dos veces le dijo a su hermana que corriera lo más rápido posible
hacia casa, que oyese lo que oyese siguiera adelante, que nunca se detuviese ni
mirase hacia atrás. Él se quedaría como distracción, porque sabía muy bien que si
no les alcanzaría a los dos.
Paula sollozando hizo lo que su hermano le pedía y corrió todo lo rápido que
sus piernas le permitían.
Aquel hombre misterioso alcanzó a Jacob y este casi no opuso resistencia, ya
que no podía pensar con claridad para darse cuenta de lo que estaba pasando. El
Hombre de Negro (así es como se le ocurrió a Jacob llamarle) sabía perfectamente
quién era él y le amenazó para que dejara de investigar sobre la búsqueda de su
amigo o si no, mataría a todos sus seres queridos dejándole a él con vida para que
viera cómo todo el mundo que le importaba moría poco a poco y por su culpa.
Jacob se tranquilizó y empezó a pensar. Hábilmente consiguió meter la mano
en el bolsillo de aquel tipo y, con mucho disimulo consiguió robarle su móvil y
metérselo en su bolsillo sin que El Hombre de Negro se fijara. Estaba demasiado
ocupado contándole lo que les haría a cada uno de sus seres queridos si no dejaban
de investigar inmediatamente.
Jacob no estaba seguro de lo que iba a hacer, por una parte Miguel era su
mejor amigo y tenía que hacer algo, pero por otro lado aquel hombre era muy
peligroso y estaba seguro de que sus amenazas no eran ningún chiste. De todas
formas, en ese momento tenía que decirle que iba a dejar de investigar para que le
soltara y le dejara irse. Así lo hizo y aquel hombre dio por concluida su “entrevista”
con Jacob.
Volvió a casa, esta vez su madre no le estaba esperando sola, también
estaban su padre y su hermana. Jacob supuso que Paula no habría aguantado y les
había contado todo, pero no fue el caso, Paula les había mentido pese a que ella
estaba totalmente en contra de las mentiras, pero esta vez era una emergencia.
Les había contado a sus padres que Miguel había tenido un coma etílico y que,
como buen amigo que era su hermano, le había acompañado al hospital y que a
ella le había obligado a volver a casa al ver la hora que era.
Sus padres le preguntaron por Miguel, se dieron las buenas noches y se
fueron a dormir. Jacob no entendía muy bien a qué venía de repente ese interés
por Miguel, así que respondió con algo que siempre funciona, "bien" y tampoco
entendía por qué no le habían regañado. Pero “a caballo regalado no le mires el
diente”, pensó para sus adentros, así que obedeció y se fue a dormir.
Paula esperaba a su hermano en su cuarto para contarle su pequeña gran
mentira. Jacob le agradeció muchísimo que le hubiera encubierto y quedaron en
que necesitaban descansar y se fueron a dormir. De manera resumida, él también
puso al día a su hermana. Se le quedó mirando unos instantes, antes de volver a su
habitación…, su hermana pequeña ya no le parecía tan pequeña.
Por la mañana, desayunando, Jacob recibió un mensaje de Claudia que
preguntaba qué había pasado y que si estaban bien. Jacob le propuso quedar para
contárselo todo. Su hermana, obviamente, también quiso ir.
Ahí estaban los tres, en el bar al lado de casa de Jacob y Paula y no muy lejos
de la de Claudia. Jacob había estado meditando durante toda la noche sobre qué
iba a hacer ahora... La amenaza había sido muy clara, así que Jacob le contó todo a
Claudia y les pidió a las dos chicas que le dejaran investigar a él solo, que sería muy
precavido. Pero Paula y Claudia se negaron rotundamente, estaban todos juntos en
esto.
Ahora tenían en mente una cosa, averiguar la clave del móvil de El Hombre
de Negro.
Tras varios intentos fallidos, los tres amigos se dieron cuenta de que así no
conseguirían descifrarlo, por lo que llamaron al padre de Claudia, el cual gracias a
sus grandes conocimientos de informática logró jaquearlo y adivinarlo. Una vez que
el teléfono no les presentaba ninguna oposición, Paula, Jacob y Claudia hurgaron
en él descubriendo muchas cosas, como que el dueño del móvil se llamaba Javier
Bontel, que vivía en las afueras, y que su edad rondaba los cuarenta y cinco años.
También lograron averiguar en un grupo de WhatsApp que Javier, junto a otros tres
compañeros, tenían preso a Miguel en un edificio de la calle San Francisco.
Al descubrir esta información no se lo pensaron dos veces e idearon un plan
para rescatar a Miguel de las garras de los secuestradores y otro para salir ilesos de
lo que podría ser una trampa. Este plan fue muy difícil, ya que debían realizarlo sin
contar con la ayuda de la policía. Por ello avisaron a Carmelo y Ramón, dos
compañeros de su clase de gran corpulencia física y robustez y en los cuales tenían
gran confianza.
El primer paso que dieron fue hacer una visita al ayuntamiento, con el fin de
pedir unos planos de dicho edificio. Una vez que tenían en su poder los planos,
idearon el plan, que consistía en que Paula y Claudia, al ser de menor tamaño,
deberían entrar por un amplio conducto de desagüe, al cual se accedía a través de
las alcantarillas. Esto daba a un cuarto situado al lado de la sala principal, en la cual
intuían que se encontraban Miguel y sus secuestradores. La segunda parte del plan
consistía en que Ramón y Carmelo, imitando ser la policía, harían huir a los
secuestradores pensando que les iban a detener. Para ello pintarían palos de
escoba de negro simulando una metralleta. En caso de que los secuestradores les
descubrieran, los dos amigos correrían hasta refugiarse en un edificio abandonado
situado al lado de donde tenían encerrado a Miguel. Por último, Jacob entraría por
una ventana situada en el lado sur del edificio con el fin de asustar a un posible
secuestrador que se quedase vigilando, mientras Paula y Claudia rescataban a
Miguel.
Tras pensar el plan, se pusieron manos a la obra, no sin antes haber reunido
los trajes de policías para Ramón y Carmelo, las metralletas falsas, un plano de las
alcantarillas para Paula y Claudia y mucho valor, que buena falta les iba a hacer.
Al día siguiente, tras levantarse a las cinco de la mañana, quedaron en un
pequeño parque con todas sus ropas en las mochilas… y con una única idea en sus
cabezas, rescatar a Miguel y terminar de una vez con esta pesadilla.
Aunque estaban muy nerviosos, ninguno había olvidado hacer un falso
justificante para el instituto, entregándolo cada uno a un amigo para que no
sospecharan los profesores, que bastante preocupados estaban ya con la
desaparición de Miguel.
Iniciaron la marcha por las calles a oscuras, esperando con ganas que
amaneciera antes de llegar a la calle San Francisco. La sensación de frío aumentó
cuando se cruzaron con el camión que limpiaba las calles, y tuvieron que saltar para
evitar que les salpicara. Se miraban unos a otros tiritando. Después de un buen rato
caminando, llegaron a una plaza cercana a su destino. Les sonaba que en ella había
baños públicos y cruzaron los dedos esperando que estuvieran abiertos a esa hora.
Contrariados, descubrieron que había un hombre limpiándolos en ese momento y
que con su mirada les indicaba que ni se les ocurriera entrar mientras estuvieran
mojados. Se sentaron en un banco para repasar su plan. Su respiración se paró al
ver que un coche patrulla de la policía municipal pasaba muy despacio bordeando
la plaza. Los agentes les miraron sin ningún disimulo, pero el grupo, aunque
deseaba más que nunca la ayuda de la policía, hizo creer a los agentes que
esperaban un autobús para irse de excursión.
A todo esto, el empleado de la limpieza ya se había marchado, y pudieron
entrar a los baños para que Ramón y Carmelo se pusieran los trajes. La luz de la
mañana, y un vaso de Colacao caliente que Claudia había llevado en un termo, les
hizo animarse a llevar a cabo su plan.
Se acercaron silenciosos al edificio en el que creían que estaba Miguel y
buscaron la alcantarilla por la que tenían que entrar. Extrañados, descubrieron dos
alcantarillas por las que poder acceder y después de mucho debatir decidieron
dividirse y entrar en dos grupos: Claudia, Paula y Jacob irían por una y Carmelo y
Ramón por la otra. En ese momento, los dos hermanos lamentaron no haber
llevado unos viejos walkie-talkies que les habían regalado unas navidades y que
apenas habían usado. No valía la pena lamentarse. Se despidieron mirándose
intensamente, con una mezcla de miedo y ganas de llevar a cabo el plan.
La alcantarilla pesaba más de lo que ellos creían y Jacob tuvo que hacer un
gran esfuerzo para levantarla y dejarla a un lado sin hacer ruido. El olor que salía
de allí era repugnante, pero ninguno de los tres dijo nada. Claudia decidió ir la
primera, seguida de Paula y por último Jacob, que volvió a poner la tapa tras de él.
En ese momento, Paula tuvo que esconder la cara para que no la vieran llorar, tenía
mucho miedo.
Jacob se dio cuenta de la situación de su hermana, y le lanzó una mirada
tranquilizadora y, una vez bajadas las escaleras de la alcantarilla, le susurró al oído
que todo saldría bien.
Una sensación de temor y sorpresa les recorría el cuerpo de arriba a abajo,
pues nunca habían experimentado nada semejante.
Carmelo y Ramón, que habían bajado por otra alcantarilla, se encontraban
totalmente inquietos, ya que oían ciertos ruidos en aquellos túneles y estaban en
modo alarma ambos compañeros. Por muchas veces que Carmelo le comentaba a
Ramón que esos ruidos podían provenir de ratas y otros animales residentes en el
corredor, este último no conseguía quitarse la idea de que les estaban vigilando. El
ambiente tampoco ayudaba, ya que estaban a oscuras y apenas podían iluminar el
camino con una pequeña linterna que les había entregado Jacob antes de
emprender la misión.
Por otra parte iban Jacob, su hermana y Claudia, que estaban siguiendo las
pautas hechas antes de iniciar el rescate a su amigo Miguel. Todo iba sobre ruedas
hasta que Jacob, que era el cabecilla del grupo, inclinó la cabeza hacia atrás y pegó
un grito al ver que Claudia ya no se encontraba entre ellos, pues la última vez que
la vio fue cuando habían bajado las escaleras. Rápidamente Paula, su hermana
pequeña, saltó sobresaltada del chillido que había soltado Jacob, unos pocos
segundos más tarde se dio cuenta de la situación y vio que efectivamente Claudia
había desaparecido.
Lo ocurrido no entraba en el plan, ya que rescatar a una persona no es lo
mismo que rescatar a dos y también cambia mucho el saber que seguramente te
tienen vigilado. Ante esta situación, Jacob le ordenó a su hermana que fuesen
agarrados de la mano, de esa forma irían más seguros.
Tras andar aproximadamente una hora y media sin destino ninguno, Paula
se asustó al ver que un cuerpo estaba tirado en el suelo. No tardó en avisar a su
hermano de lo que había visto.
- Claudia… ¡Es Claudia! -gritó Jacob a su hermana.
Ambos corrieron rápidamente para incorporarse a su lado, Claudia no se dio
cuenta, ya que estaba muerta. A los dos hermanos se les puso la piel de gallina, y
por su cuerpo corría una sensación de nerviosismo, tristeza e impotencia.
Al fijarse más en el cadáver hallaron una nota, ponía en letras bien claras: ‘’El
juego ha empezado’’.
Paula, que no soportó más la presión, se echó a llorar. Jacob, estaba
confundido, no sabía si consolar a su hermana pequeña o consolarse a sí mismo.
Ambos estaban en estado de shock y no sabían muy bien lo que debían hacer, por
una parte Jacob, pensaba en salir ya de esa pesadilla y salvar a su hermana
pequeña, y dejar a su amigo Miguel en las manos de estos psicópatas, ya que veía
más oportuno salvar a Paula. Y por otro lado, recordaba todos los favores y
momentos vividos con su mejor amigo y pensaba que no debía dejarle en este
momento.
El plan principal debía cambiar notablemente, ya que ahora la prioridad era
la supervivencia.
No soportaría que la matasen, se decía una y otra vez Jacob en su cabeza,
refiriéndose a su hermana pequeña. En ese momento era lo único que le mantenía
con fuerzas, ya que él consideraba un deber protegerla, cada poco tiempo Jacob le
echaba una mirada a su hermana, comprobar que ella estaba bien le aliviaba.
- ¿Por qué me miras? -le dijo Paula a su hermano. Sé en lo que estás pensando,
pero tranquilo, en estas circunstancias preocúpate por ti mismo ahora, yo
me las podré arreglar solita, que ya has cuidado de mí demasiado estos diez
años -continuó ella.
Esta vez el que se echó a llorar fue él y le dio un abrazo intenso a su hermana
pequeña. Aun sin decir ninguna palabra, Paula entendió el estado sentimental y
emocional de su hermano en esos momentos, iba a hablar, pero se calló, en su
interior prefería no interrumpir el abrazo.
En ese instante, Carmelo y Ramón decidieron dirigirse hacia donde provenían
esos ruidos del demonio que les atormentaban la cabeza.
- Carmelo, si no avanzamos hacia esos ruidos jamás encontraremos ninguna
pista de lo sucedido.
- Está bien, tenemos que afrontar la situación, no digo que vaya a ser fácil y
menos con tanta presión.
Al tiempo que Ramón y Carmelo avanzaban hacia aquellos misteriosos
ruidos, Paula y Jacob decidían continuar adelante, lamentándose a su vez de la
muerte de su querida amiga Claudia, que yacía tumbada con el rostro oculto bajo
el jersey de Jacob, que había depositado sobre ella como muestra de afecto y
agradecimiento por su valentía al acompañarles.
Paula, atemorizada por todo lo sucedido, se dirigió hacia su hermano
haciéndole la pregunta de hacia dónde les llevarían sus pasos a lo largo de esos
asquerosos túneles. Jacob a su vez no supo qué decirle, porque la “comandante”
del grupo era Claudia y no se encontraba presente.
- Carmelo, observa esa gran puerta metálica al fondo del pasillo, se puede ver
una pequeña hilera de un líquido rojo que se encuentra reciente.
- Vayamos a ver qué se esconde detrás de estos malditos muros, que me están
volviendo loco.
Conforme entraban, un hombre misterioso vestido de negro saltó encima de
Carmelo hincándole una puñalada certera en el corazón y matándole al instante. El
misterioso hombre giraba la cabeza mientras sacaba el enorme cuchillo
ensangrentado del difunto Carmelo, esbozando una alegre sonrisa. Ramón no se lo
pensó dos veces y tras ver que detrás de la puerta ocultaban dispositivos de
grabación que guardaban todos los datos de lo sucedido en las alcantarillas, y al ver
a su amigo caer al suelo, corrió tan rápido como le daban las piernas, escuchando
a su vez unos ladridos de perros correr tras de sí.
No muy lejos de allí…
- Escóndete -le susurraba Jacob a su hermana tras escuchar unos rápidos
pasos.
- No sabemos quién puede ser, lo mejor es que estemos atentos.
- Tranquila, si pasa por aquí, yo mismo me encargaré de enfrentarme a él
atacándole cuando menos se lo espere.
En ese instante Ramón se acercó a la posición en la que se encontraban los
dos hermanos como una flecha, con la presión de unos feroces perros que le
seguían como si fuese su presa. Jacob estiró la pierna para ponerle la zancadilla,
haciéndole así caer contra el suelo de morros. En ese instante Jacob se dio cuenta
de que no era su enemigo y rápidamente, tras pedirle perdón por lo ocurrido, le
preguntó por la situación de Carmelo. Este le contestó con una fría mirada y
diciéndole que se lo contaría más adelante, que no había tiempo.
Los ladridos de perros se acercaban adonde se encontraban y sin pensárselo
dos veces los hermanos, muy asustados, le ayudaron a levantarse y echaron los tres
a correr a la salida de la alcantarilla más cercana.
Fuera de ese laberinto, se pusieron a andar los tres sin demora y sin rumbo
fijo, pero contándose entre ellos lo sucedido allí abajo. Este tema no se lo podían
decir a la policía porque se meterían en un buen lío. Después de andar un buen
rato, también llegaron a la conclusión de que la policía se daría cuenta de que los
dos jóvenes, Claudia y Carmelo, se hallaban desaparecidos.
Después de media hora de caminata, entraron a la biblioteca del pueblo y
tras hablar un buen rato llegaron a la conclusión de que ellos también necesitaban
estar alejados de la sociedad, que pareciera que también estaban desaparecidos,
para así no tener ningún contacto con la policía.
La antigua caseta del bosque que construyeron en su infancia podía ser un
buen escondite, puesto que nadie tenía idea de su existencia
A Paula se le ocurrió que debían conseguir unos equipos de visión nocturna
para que así cuando volviesen a entrar a las alcantarillas para seguir recabando
información no necesitaran linternas y que no les viesen las cámaras que se
situaban a lo largo de las cañerías.
Jacob se acordó de su antiguo vecino cascarrabias que se hallaba jubilado y
que aún disponía de suficiente material de su antiguo trabajo: espía.
Alguien debía contactar con él y contarle lo sucedido, y tras debatir y debatir
Paula fue la encargada de ir a hablar con él sin que se enterase nadie, puesto que
era la más pequeña en tamaño y la más dulce y convincente a la hora de hablar.
La noche discurría rápido y mientras observaban las estrellas los tres juntos
recordaban a sus queridos amigos y les agradecían desde el corazón todo lo que
habían hecho por ellos, jurando en ese mismo instante que terminarían lo
empezado y llevarían a cabo la misión comenzada días atrás.
El sentimiento de venganza y tristeza era el que les mantenía unidos y con
ganas de seguir aquella terrorífica misión. Ninguno de ellos podía creer lo que
estaba pasando, era todo tan de película y tan arriesgado que prefirieron
descansar y no preguntarse el cómo ni el por qué.
Al día siguiente, Jacob abrió los ojos, miró a la izquierda y posteriormente a
la derecha en busca de los pocos amigos que habían sobrevivido. Al ver que no se
hallaba nadie, se levantó rápidamente y sin conciencia de lo que estaba pasando,
bajó corriendo en busca de su hermana y de su amigo.
Un gran alivio le vino al cuerpo cuando escuchó la voz de su hermana que se
encontraba junto a Ramón planeando cómo acabar definitivamente con aquella
pesadilla.
- ¿Dónde habéis estado? ¡No me volváis a dar estos sustos! -Exclamó Jacob
con una mirada de alivio.
-
Nos hemos despertado y ya que no teníamos nada que hacer nos pusimos
mano a la obra con el nuevo plan. -Respondió la hermana con seguridad.
Sin pensárselo dos veces Jacob se unió a ellos. Pasaban las horas y ninguno
se atrevía a proponer alguna idea, no querían sentirse culpables si esto salía mal.
Paula, la persona menos esperada, empezó a poner en marcha sus ideas.
Ella era una chica bastante madura para su edad y todas aquellas películas
que veía cada domingo empezaron a servirle de algo. Se sentía dentro de la pantalla
del cine, toda aquella situación le recordó a una película que había visto con su
madre: Game over. Empezó a debatir dentro de ella misma cuál era el objetivo de
ese juego, ¿ganarán o perderán?, ¿quién será el siguiente valiente que dará su
vida?
- Yo me rindo… No se me ocurre nada… Nosotros somos muy débiles para
poder enfrentarnos a semejante monstruo, -dijo Jacob con un tono de
tristeza y rabia.
Aquella frase no era bienvenida por su hermana, jamás pensó que su
hermano tiraría la toalla tan pronto, él que era siempre el valiente, el rebelde, el
dispuesto a todo… Verle de aquella manera y oír eso de él le partía el alma.
Paula borró esa frase de su mente, dio un salto y, conteniendo las lágrimas
que fluían por sus ojos, subió a la caseta, cogió el material y se puso en marcha.
Jacob y su amigo no sabían qué le estaba pasando, pero vieron en su rostro una
cara de venganza y de triunfo que ellos decidieron también buscar su material y
unirse a ella, aunque seguían sin tener un plan.
Media hora más tarde ya tenían todo listo, el material que les había dejado
el amable vecino y todas las cosas necesarias para volver a descender por las
alcantarillas y arriesgarlo todo con el fin de rescatar a Miguel y de desenmascarar
a los secuestradores que habían acabado ya con la vida de dos amigos. Se
encontraban los tres reunidos debajo de la copa de un gran árbol en el bosque,
donde estaba su escondite, preparándose y dándose ánimos para luchar y darlo
todo por descifrar aquel extraño enigma que les había causado insomnio tantas
noches, después del día en que Jacob se enteró de que su mejor amigo había sido
secuestrado.
Paula se sentía, por raro que pareciese, tranquila, relajada, muy segura, llena
de energía y con muchas ganas de empezar a caminar por los túneles subterráneos
que supuestamente les conducirían al lugar donde se encontraba su querido
Miguel. No quiso dar explicaciones de por qué estaba así, pero ella sabía
perfectamente que durante la noche, como no conseguía conciliar el sueño,
empezó a rezar, a pedir a Dios y a entablar una larga conversación desahogándose
y pidiendo ayuda y consejo mientras le agradecía el que siguieran con vida todavía.
No pensó en contárselo a su hermano Jacob ni a Ramón, puesto que Ramón era
ateo y Jacob nunca había entendido, ni lo había intentado, aquella religión. Sin
embargo, Paula tenía una fe plena gracias a su abuela, que la llevaba a misa todos
los domingos y le enseñaba a rezar. Después de rezar a Dios, consiguió dormirse sin
problemas y soñó con un plan que parecía que podía romperse en cualquier
momento, pero que afortunadamente fue infalible. Aun sabiendo que era un
sueño, ella mantuvo la esperanza, diciéndose “los sueños, si crees en ellos, con
esfuerzo y empeño pueden hacerse realidad”.
En aquel momento, en el que Paula estaba recordando en su mente todo lo
que había ocurrido aquella noche, estaban sentados esperando a que pasara por
lo menos una hora más antes de volver a introducirse por aquellos desagradables
laberintos. Decidieron desayunar fuerte para poder tener toda la energía que horas
más tarde les haría tanta falta. Jacob abrió los paquetes de galletas, que habían
comprado el día anterior en la tienda del pueblo, tapados para no ser reconocidos
con los ahorrillos que consiguieron juntar entre todos, mientras Ramón buscaba las
dos cajas de leche para acompañar. Al mismo tiempo, Paula se alejó unos pasos
para ver si cerca de la parte en la que se encontraban del bosque había algún río o
arroyo para lavar y limpiar un poco su ropa manchada de barro y de sangre de la
pobre Claudia. Además, se sentía muy tranquila, ya que, esa noche, había sentido
una presencia muy agradable que le había inspirado mucha confianza y fuerza para
seguir adelante.
Mientras los dos chicos comían y cogían fuerzas para estar mejor que nunca,
Paula, paseando en busca de agua para lavarse, encontró una carta en la que ponía:
“Alejaros, dejad de meteros en este tema, vuestro amigo está perdido y vosotros
pronto lo estaréis como no nos dejéis llevar a cabo nuestra tarea. Estáis avisados,
niñatos.”
Paula llegó corriendo, sofocada, hasta el lugar donde estaban y leyó con voz
temblorosa aquella misteriosa carta, porque cuando la encontró, cerca había un
charco de sangre reciente y decidió huir a toda prisa intentando sacar de su cabeza
la idea de que cerca estaba el cuerpo de su querido e inocente amigo Miguel.
Ramón y Jacob no podían creerlo, este misterio estaba comenzando a
superarles. Sin embargo, seguían con la idea en la mente de que lo más importante
ahora era mantenerse unidos y con fuerzas para conseguir zanjar cuanto antes esta
oscura pesadilla. Escribieron con una rama en la tierra una frase que les ayudaba
siempre: “Todos para uno y uno para todos”.
Luego, los tres emprendieron lo más rápido posible camino hacia el pueblo,
hacia las lúgubres alcantarillas. Quizá esta sería la última vez que veían aquel
escondite del bosque, quizá sería la última vez que estaban los tres juntos, con vida.
Los tres, cuando llegaron, se dieron un abrazo por si no salían vivos de esa
situación. Primero entró Ramón a la alcantarilla, luego Paula y por último Jacob,
esta vez decidieron no ir separados por si acaso. Empezaron a oír ruidos y Ramón
dijo:
- Chicos, yo creo que deberíamos volver a casa, esto se nos ha ido un poco de
las manos.
Jacob y Paula le contestaron:
- Tú haz lo que quieras, pero nosotros no vamos a abandonar a uno de
nuestros mejores amigos porque aún seguimos con la esperanza de que él
siga vivo.
Al final Ramón entró en razón y se quedó con ellos. Siguieron caminando y
de repente se encontraron un papel en el que ponía “YA VEO QUE NO OS DAIS POR
VENCIDOS, SI QUERÉIS VOLVER A VER A VUESTRO AMIGO, DEBERÉIS PASAR UNA
SERIE DE PRUEBAS”.
Ellos, aunque estaban asustados, decidieron hacer las pruebas de la carta. La
primera fue pasar por un túnel lleno de serpientes y tenían que conseguir una
canica. Ramón fue el primero en pasar por aquel túnel y después fueron los dos
hermanos, la consiguieron fácilmente, pero de repente oyeron un grito y era
Ramón que le había mordido una serpiente, Jacob fue corriendo y le dijo:
- ¿Estás bien Ramón?, ¿puedes seguir caminando?
Ramón le susurró al oído:
- Quiero que sigáis sin mí, decidle a Miguel que le aprecio mucho y que siento
no haberle devuelto los diez euros que le robé de su cartera.
Jacob, muy triste, le contestó:
- Tranquilo... se lo diré.
Mientras se iban alejando lentamente los dos hermanos, vieron cómo las
ratas y demás bichos se acercaban al cuerpo de su amigo muerto por la mordedura
de la serpiente.
La canica que habían cogido llevaba dentro de ella otra pista en la que decía:
“SI ESTÁIS LEYENDO ESTO ES QUE HABÉIS COMPLETADO LA ANTERIOR PRUEBA. LA
SIGUIENTE CONSISTE EN TIRARSE AL AGUA DEL TÚNEL Y CONSEGUIR EL OTRO
MENSAJE QUE ESTÁ DENTRO DE UNA BOTELLA”.
Los dos hermanos se miraron y Paula decidió ser ella la que se tiraría al agua
a por la botella, pero su hermano no le quería dejar, aunque le reprochó que ella
iba a clases de natación y aguantaba bien la respiración bajo el agua. Después de la
pequeña discusión que tuvieron, Paula se quitó los zapatos y se tiró al agua,
mientras ella buscaba aquella botella su hermano estaba muy preocupado.
Paula, mientras nadaba, intentaba buscar aquella botella, la encontró y la
cogió, cuando la recogió subió otra vez para entregársela a su hermano, mientras
nadaba se le enganchó el pie en unas cadenas viejas y oxidadas, ella intentaba
escapar pero no podía. Sentía que alguien le agarraba del pie. Ella, asustada, se las
intentaba quitar, pero de tanto tiempo que estuvo debajo del agua se quedó sin
respirar.
Jacob, saltó al agua sin pensárselo dos veces, sacó a su hermana que aún
tenía pulso y consiguió recoger la botella en la que ponía: "¿De verdad creías que
iba a ser tan fácil?"
Sacó corriendo a su hermana de aquellas alcantarillas con lágrimas en los
ojos. Llamó al 112 y se fue para que no le reconocieran.
Huyó a una cueva minera de las montañas. Era una cueva oscura y tenebrosa,
pero el deseo de venganza le cegaba el entendimiento y entró como si fuera su
casa. Cuando ya llevaba treinta minutos andando, se dio cuenta de que estaba
perdido y le entró un gran miedo.
Jacob empezó a correr desesperado, pero no encontraba la salida. Se chocó
contra la pared y se desmayó. Al despertar se dio cuenta de que estaba rodeado de
cajas llenas de polvo. Empezó a abrirlas y “TIN, TIN, TIN, PREMIO”: había armas
antiguas, por las películas él pensaba que eran de los vaqueros. Cogió una y un poco
de munición y buscó la salida, ya más tranquilo. La encontró, pero sin embargo no
se quiso ir. Se volvió a adentrar en la cueva y durmió en la sala de las cajas.
La primera noche fue dura, no paraba de oír a los lobos aullar, el frío sonido
del viento que retumbaba por las paredes o a las pequeñas ratas caminar.
Estuvo dos semanas en esa cueva y la conocía como la palma de su mano,
durante ese tiempo aprendió a disparar de una manera excepcional, tanto con las
pistolas y revólveres o con un arco que se había hecho. No solo eso, también
elaboró un plan que no podía fallar, pero esta vez en su territorio.
Cogió el móvil del secuestrador y mandó un WhatsApp al grupo "Me apetece
jugar. ¿Por qué no venís a buscarme?"
Los secuestradores localizaron el móvil vía satélite y en unas horas ya
estaban en la puerta de la cueva bien armados, donde Jacob había dejado una nota
manchada de sangre de algún animal: "me toca cazar". Estos se rieron, pero lo que
no sabían, era que, antes de que los secuestradores aparecieron Jacob había
preparado trampas por toda la cueva.
Los secuestradores al entrar en la cueva pisaron una cuerda, ésta hizo que
un gran trozo de madera cayese y, aunque consiguieron esquivarlo, cerró la puerta.
Esto hizo pensar a los secuestradores: uno creía que eso no lo había hecho el niño,
sino alguien hace 200 años; otro pensaba que ya no había más trampas y el otro
estaba muerto de miedo.
Pronto llegaron a un lugar donde tenían que separarse con otra nota donde
ponía: "¿No os recuerda esto a nada?"
El miedica se fue por un lado y el jefe y el Hombre de Negro por el otro. Jacob,
que estaba detrás de una roca, lanzó una flecha a la pierna del Hombre de Negro y
otra a la mano del jefe y como ya era de noche se escabulló por la oscuridad.
Éstos, cabreados y heridos, se quitaron las flechas, se pusieron las gafas de
visión nocturna y empezaron a gritar: "¡¡venga, ven si te atreves!!"
Jacob decidió dejar que se tranquilizasen mientras iba a por el miedica. Actuó
sin piedad, clavándole una flecha en el pecho.
Los caminos se juntaron, el miedo se palpaba en el ambiente, Jacob les tenía
apuntados con el revólver, aunque ellos no lo sabían. Jacob estaba sudando
mientras les apuntaba con el frío revólver, no sabía si disparar... Y al final... ¡¡Pum!!
Disparó, pero no a ellos sino a una cuerda, que al romperse elevó una vieja
red y les atrapó. Entonces llamó a la policía y les dijo que fueran a la cueva, luego
dejó el móvil y se fue a las alcantarillas a buscar lo que quedaba de sus amigos, pero
no había nada. Al colarse en el edificio, vio a todos sus amigos muertos juntos en
un círculo, con un hueco y a Miguel en medio, en una silla. Jacob se echó a llorar,
de repente vino la policía y Jacob se lo explicó todo entre lágrimas.
Este volvió a casa.
Al día siguiente, todos en su casa estaban tristes, pero al menos la policía
había conseguido todas las pruebas y habían llevado a juicio a aquellos malvados.
Dos meses después, el juez anunció que tendrían solo un mes de prisión; todo el
mundo sabía que le habían sobornado, pero no había pruebas.
Jacob, lleno de rabia, decidió vengarse. Elaboró un plan fácil: cuando salgan
de prisión cogería su pistola y les mataría por detrás.
Llegó el día, Jacob estaba nervioso, pero lo tenía que hacer por sus amigos.
Cogió la pistola. Llegó a la prisión y ya les estaba viendo. De repente, sus ganas de
vengarse crecieron, se fue detrás de ellos, anduvo un poco y cuando iba a sacar el
revólver apareció una persona por delante con una AK12 y les mató a los tres. ¡Era
el padre de Miguel!, rápidamente tiró el arma y la policía le cogió, sin embargo no
le importó. Había vengado la muerte de su hijo y a la vez, sin saberlo, había salvado
a Jacob de ir a la cárcel.
En el juicio le tocó un juez compasivo y consiguió rebajarle la condena a tres
meses, ya que entendía lo que había hecho.
Aquí termina la historia de Jacob, un niño como los demás, que tuvo que
madurar pronto para sobrevivir.
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