EL HERMANO PESADILLA Capítulo anterior: Jacob se enamoró de la más bella, pero Labán lo engañó y le “encajó” a Lía –de hermosos ojos y nada más- y de yapa a una esclava, Zilpá. El casorio no podía deshacerse pero en aquel tiempo los polígamos no tenían problemas, así que negoció con el suegro. Finalmente pudo desposar a “su” Raquel, que trajo al grupo familiar a la esclava Bilhá. En pocas palabras: el tipo buscaba una esposa, terminó con cuatro mujeres, y con todas generó descendencia. Eso sí, sin faltar el respeto a ninguna, prefirió y amó hasta el fin a la que había elegido1. Y de los doce hijos, ¿quiénes fueron los más consentidos? Pues, lógicamente, los hijos de la mujer amada. Los más esperados, por la larga esterilidad de su madre, José y el pequeño Benjamín (en cuyo parto murió Raquel). Por todo eso: por ser los hijos de Raquel, por haber sido los más deseados, y por huérfanos, Jacob les dedicaba una atención casi infinita. Y “los diez” juntaban bronca, en particular contra José, que siempre daba la nota. “Pepito” tenía lo suyo: facilidad para llamar la atención y caer bien a los desconocidos, un “pico de oro”, práctico y eficiente, con capacidad de liderazgo y, encima, con sueños… Se descabezaba un sueñito y salía anunciando que sus hermanos tendrían que arrodillarse en su presencia, y cosas por el estilo. ¡Faltaba más! Y, además, como en cualquier familia numerosa de laburantes, sólo le comprarían ropa al hijo mayor, que se la pasaba al segundo, y éste al tercero, y así… Pero a José le compraron una túnica nueva y de buen paño. La envidia hacía hervir de rabia a los demás hermanos. Cuando todavía era un adolescente de los que quiere llevarse el mundo por delante, Jacob lo mandó al campo, a cuidar el ganado con sus hermanos. Y allá se fue, feliz y contento con su túnica, a hablarles de sus sueños, de las reverencias, de sus proyectos y chifladuras. Cuando llegó, los otros maldijeron al viejo por la ocurrencia… Entonces apareció una caravana de mercaderes rumbo a Egipto. “Los diez” se pusieron de acuerdo: “lo vendemos como esclavo y nos hacemos unos pesos para celebrar”. Al pobre viejo, lo engañaron con la túnica enchastrada con sangre del capón faenado para el festejo… Lejos de su patria y de sus hermanos, la suerte de Pepe tuvo altibajos. De simple esclavo pasa a administrar una gran fortuna. Cae en la cárcel injustamente y sale convertido en hombre libre y mano derecha del faraón. La historia aquella de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas, ¿te acordás? Durante las vacas gordas, el Excelentísimo Señor Don José (había que llamarlo de esa manera), achicó los gastos superfluos del estado e incentivó el empleo, mejorando y ampliando los canales para el riego y construyendo graneros y corrales por todo el país. Cada zafra resultaba mejor que la anterior, y Don José “macheteaba” y guardaba… Cuando llegaron los tiempos difíciles, el país de Egipto, administrado por Pepe, tenía tanta abundancia que los extranjeros, si demostraban ser buenas personas y trabajadoras, eran asistidos por el sistema de previsión social. Jacob, que con su numerosa familia ya se estaba comiendo los ahorros, mandó a “los diez” a 1 Cfr. Gn 29,1-30,22. Te hice el favor de resumir en este párrafo un capítulo y medio. Ahora, dale, leete toda la historia de José, desde 37,2 hasta el final del Génesis. ¡Está buena! mendigar ante el Excelentísimo Señor Don José, ignorando que era su hijo perdido. Y claro, cuando lo enfrentan no lo reconocen: habían vendido a un adolescente y ahora encuentran a un adulto de barba y bigotes, ante el cual todos se prosternan y hablan con respeto. Pero él sí los semblanteó: diez tipos con la misma nariz ganchuda, hablando de un padre viejo que cuida como a un tesoro al hijo menor y que vive llorando la muerte de otro… No hubo venganzas; sólo perdón, llanto y abrazos, con los setenta integrantes de la familia reunidos y radicados felizmente en Gosén, junto al delta del Nilo. La lógica inicial de esta historia de envidias era que José se convirtiera en arena. Para eso fue vendido: para aniquilar al “soñador”. Sólo el Señor pudo aprovechar un crimen para asegurar el crecimiento de su pueblo. Por las dudas, voy a tomar más en serio a mi esposa y a sus sueños. eduardo martínez addiego