Las Españas - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

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AÑO I
★
No. 2
★
PR E CIO 50 Cis
NOV IE M BR E 29 D E 1956
__________________________
Tres Poemas d tr^
Gil Vicente
Del rosal.
"DOS ESPANAS”
POR
P ed ro fínsrh G im nern
..
A
D e l rosal vengo, mi madre;
vengo del rósale.
A riberas de aquel vado
viera estar rosal granado;
vengo del rósale.
Facsímil de "La B aria del Infierno”
- Lisboa, 1562-
HORA, como siem pre, h ay dos Es*• pañas. D esgraciadam ente el m u n ­
do h a conocido a menudo sólo una, y
m uchos españoles han sufrido su con
tagio. Nos p reguntaríam os a veces: ¿E n
dónde está la au tén tica E sp añ a? ¿Es
<.ue se ha escrito su verdadera historia?
E n la E spaña “ oficial” an te la que
tien en em bajadores muchos pueblos de­
A riberas de aquel río
m ocráticos, se clam a por un a co n tin u i­
dad histórica y se p retende r e s ta u ra r
viera estar rosal florido;
la “v erd a d era" tradición española, d e­
vengo del rósale.
p u ra d a de desviaciones. E sp añ a es la
q u e se supone hecha por los R eyes C a­
Viera estar rosal florido,
tólicos “ restau rad o res del o rd en ” , a r tí­
cogí rosas con sospiro;
fices de su “ unidad nacional” y de su
vengo del rósate.
'
“ u nidad religiosa” , perseguidores de ju ­
díos y de m usulm anes; p o r C arlos V
Del rosal vengo, mi madre;
—u n alem án— ; por Felipe II en cen d e­
vengo del rósale.
dor de hogueras co n tra erasm istas, p ro
te sta n te s y flam encos, p erfeccionador
★
del absolutism o de los Reyes C atólicos
y del estado burocrático, en lu ch a con­
tr a to d a E uropa p ara m an ten er u n im­
Decid que no sé .. .
perio imposible y un a unidad católica
ye. ro ta d efinitivam ente; p o r F elipe III
D e c i d que no sé quién so,
an iq u ilad o r de la in d u stria y la agricul
tu r a de los moriscos y por el Conde■ni qué digo,
D uque perseguidór de portugueses, an ­
ni qué haga, ni que siga,
daluces y catalanes p ara reducirlos to ­
ni sé si soy hombre yo,
dos a un a uniform idad de la que to ­
ni estoy conmigo.
m aba como símbolo las “ leyes d e Cas­
tilla ” ; de Felipe V realizador de ia u n i­
Decidle que no tengo nombre,
PATIO DEL PALACIO DEL INFANTADO — Guadalaiaraj
form id ad a sangre y fuego, alegando el
que el suyo me lo ha quitado
(Destruido por la aviación nazi-falangista)
derecho de conquista como fu n d am en ta
y consumido;
ju ríd ic o del D ecreto de N ueva P lanta.
y decid que no soy hombre,
Su E sp añ a im perial, m enguado su po­
EN LA DISTANCIA QUE DUERME
derío p o r la envidia de las potencias,
y, si hombre, desventurado
co rro íd a por la “ n efa sta in flu en cia ex
y destroído.
tr a n je r a ” , in tro d u cid a por C arlos III j
sus m inistros, por la E nciclopedia y ls
S oy quien anda y no se muda,
Revolución, por el liberalism o del si
soy quien calla y siempre grita
por Manuel Altolaguirre
glo XIX, por la Institución lib re di
sin sosiego,
enseñ an za y por la Segunda R epública
>
soy quien vive en muerte cruda,
dencias
con
la
del
gran
poeta
francés
AY amigos distantes, que nos
sólo tien e como momentos luminoso:
, Paul Eluard, al que traduce (1926) soy quien arde y no se quita
acompañan desde hace muelle
re sta u ra d o re s F ernando V II, la “ epope
de su fuego.
tiempo, sobre una distancia tan dor­ antes de que trascendiera su fama.
y a ” c a rlista y finalm ente Jo sé A ntonk
Y, sin embargo, nada hay más dis­
mida, que nunca la siento fuera de
P rim o de R ivera y Franco. E l ideal ei
tante
de la poesía de Cernuda que las
Soy quien corre y está en cadena, v olver al siglo XVI y, a ser posible
mis ojos sino doiiéndome en esa oscuaventuras literarias de los surrealistas
. ra intimidad del alma en donde nun­
r e s ta u ra r el Im perio, por lo m enos ei
soy quien vuelve y no se aleja
franceses. A pesar de que nuestro poe­
ca mueren los afectos.
la dirección espiritual de A m érica.
. del amor,
a! Cid— un refugiado castellan o en tie ­
rra s de moros. A niquilado el pueblo cas­
tellano en V illalar, en su ú ltim a reb el­
d ía lib ertaria, se logró id e n tifica rlo
ap arentem ente con E sp añ a, se contagió
esta idiea a algunas de sus m ejo res m en­
tes y Quevedo llam aba a los catalanes,
que defendían sus lib e rtad e s “ a b o rto
m onstruoso de la p o lítica” y “provin­
cia ap estad a”. C onsecuentes con srt
concepción de E sp añ a se abom ina h a s ­
ta de Cánovas y de la R estau ració n
alfen sin a que se contagió del “ m o rb o
lib eral” y no hay que d ecir que de l a
política autonóm ica de la R epública q u e
llevaba a la “ E spaña r o ta ” de C alvo
Sotelo.
Voces desconocidas u olvidadas, h o y
consideradas por ellos como “ an tip a­
trió ticas ’, de los que lu ch aro n en e l
pasado co n tra tal concepción de E sp añ a
—recordem os sólo a P i y M argall— o>
que han sido fusilados o qu e lo h u b ie ra n
sido de caer en las g a rra s de los “ im ­
p eriales”— pensemos en C om panys, e n
A zaña y en nosotros m ism os— han d a­
do o tra in terp retació n de E sp añ a y d e
su historia. La “ h etero d o x a”, en r e a ­
lidad la verdadera.
A zaña reconoció la d iversidad de p u e ­
blos que integraban a E sp añ a con igual
dignidad, declaraba q u e la unidad d e
E spaña no la habían hecho los R eyes
Católicos ni la m o n arq u ía de los Austria s y Borbones y que la ib a a re a li­
za r por prim era vez la República en
lf 3 1 y pro testab a en u n discurso m e­
m orable de que C astilla hubiese in te n ­
tad o jam ás esclavizar a los pueblos es­
pañoles y de que h u b ie ra existido ia
p reten d id a hegem onía castellan a. Cas­
tilla, como toda E sp añ a, como A m éri­
ca, había sido victim a del despotism o
de sus m onarcas. Su p u eblo te rm in a b a
su historia colectiva en V illalar. S u s
valores postum os y ta n gloriosos no los
engendró el Im perio ni la p o lítica des­
pótica. Tenían raíces m ás hondas en eí
subsuelo de la h isto ria p en in su lar, e n
donde se en trelazan fra te rn a lm e n te con
las de los demás pueblos que, en sus
ta vive “tragando sueños”, a pe.ar de
deseos de alcanzar u n a m ayor lib e rtad
Los precedentes d e esa E sp añ a lo y de realizar su p ersonalidad, no hay
que las palabras de su sueño se pier­■ soy quien placer ha por pena,
en cu en tran , algunos en los reyes di que considerar como rep ro b o s, sino caden en la nieve y de que “aquellai soy quien pena y no se aqueja
León, continuadores de la m onarquú
noche el mar no tuvo sueño”, a pesar del dolor.
mo fau to res en co n ju n to de u n a tr a ­
de tantas hermosas fantasías de estai
visigótica — de origen germ ánico— y ei
dición d>e la que no d eb e ren eg arse
índole, Luis Cernuda es un poeta her­
el Im perio rom ano, considerado a ve La nueva E spaña que q u e ría cre ar la
*
mano por su acento de Garcilaso y
ces como p refig u ració n del español de R epública había de ser la co n tin u ad o ra
Becquer, y su poesia sueña dentro de
siglo XVI. E fectivam ente, los rom ano
de esa “tradición co rreg id a p o r la r a ­
Cantarcillo
la mejor tradición de la poesia espa­
p re fig u ra ro n los m odernos m étodos im zón”, que no e ra la d el Im p erio --q u e
ñola.
p eriales, con las m atanzas en mas: no rep resen tab a a la v erd ad era E sp a ­
“La Realidad y el Deseo”, título de
—E step a, Coca—y con asesinatos poli ña, sino a la política de las casas. e¡t.
C sU A L es la niña
su libro debiera traducirse “La Rea­
ticos—V iriato. Los reyes visigodos in tra n je ra s. a rem olque de in tereses ño
que coge las flores,
lidad y el Sueño”, porque todo lo que
te n ta ro n la unidad católica por la fu er españoles.
t
si
no tiene amores?
desea, desde su indolente conciencia
zr, obligando a convertirse a los judíos
¿Dónde está, pues, la v erd a d era E s­
juvenil le parece un sueño. Hasta el1
confiscándoles sus bienes. Ya hubo mi
p añ a y su verdadera, trad ició n , en l a
i
Cogía
la
niña
amor que tan oscuramente lleva en la
núsculos em peradores de las E sp añ a
que pueden h erm an arse todos, castellaa
la rosa florida.
e n tre los reyes de A sturias-L eón, acó
sangreiios, andaluces, gallegos, vascos y c a ta ­
E l hortelanico
ssidos en sus m ontañas por los ejército
lanes? ¿Dónde está la E sp añ a en que,
“Si mis ojos se cierran
m usulm anes. A lfonso VI o ste n ta b a e
prendas le pedía,
las naciones libres de A m érica— crisol
es para hallarte en sueños' .
mismo títu lo , a la vez que d esterrab :
Cl
ñ/t n
f i M I / M '/ ’ f
de- pueblos-—pueden reco n o cer y a m a r
Luis Cernuda, con los ojos cerra­
la m adre de una p a rte de su ascenden­
dos, una vaga promesa acunando su
cia y de su civilización? L a sangro d e
cuerpo, se rebela contra ese fatal hun­
los antepasados de B olívar, da H idalgo,
dimiento cuando exclam a:
de S ucre y de San M artín no puede s e r
la m ism a que la de Torqueniv.da c d e
“No me dejes que me anegue
M A N U E L A L T O L A G U IR R E —JOSE R E N A U —J. GIL los verdugos de su p ro p ia p a tr.s.
Despertar de L. Cernuda
H
Hoy quiero recordar a Luis Cernud a : Ante el cielo cuadrado, azul, de
mi ventana, recuerdo el verso suyo:
“ Los durmientes desfilan como nu­
bes” y le veo como el soñador más
luminoso, como el poeta mejor ilu­
minado de toda la poesia española de
hoy.
Cuando le conocí, ahora me doy
cuenta, estaba misteriosamente dormi­
do. Caminaba desdeñoso por su sue­
ño, un sueño más alto que la vida y
se abandonaba al canto, soñando con
la belleza.
,
“El hombre es una nube de la que
el sueño es viento” y Luis Cernuda
así pasaba empujado por el aire cie­
go, dándome la leve presencia de su
espíritu.
Yo le conocí cuando era muy jo­
ven- Me parecía cansado “porque an­
taño soñó mucho día y noche”. C eció con indolencia. Ahora leo en su
libro:
“La almohada nos abre
los espacios risueños’'.
En este número, originales de:
el sueño entre sus plumas’’,
versos que se relacionan con aquel
En ese espacio de la alegría se refu­ poema suyo tan fam oso:
gia el poeta sin conciencia ya. cantan­
do con una onírica sinceridad pagana.
“Estar cansado tiene plumas...’’
Su poesía de entonces, tan viva para.
(P a sa a la pág. 12)
siempre, tiene algunas secretas coinci-
A L B E R T —PE D R O B O SC H G IM PERA—J. H E R R E R A
PE TE RE — L U IS S A N T U L L A N O — J U A N D A V ID
^
G ARCIA BACCA— A. RO D R IG U E Z L U N A A . S U A REZ G U ILLE N —A D O L F O V AZQUEZ H U M A S Q U E
E sa E spaña hay que b u sc arla d eb a jo
de la su p e re stru ctu ra qu e la h a a n e g a ­
do secularm ente. L a su p e re stru c tu ra —el
Im perio rom ano-visigodo-leonés irastam ara-habsburgo-B orbóm co fala n g ista—
(P a sa a la Pág. 1 2 )
C dL¿to4¿ a Z
t
EL MAESTRO FALLA HA MUERTO
★
D e b ió se r ta l e l
N a c ió M a n u e l d e F a lla y M a te u e n la
í
1': LLE G A D O a nuestras manos varios ejemplares del Boletín editado
en París por los intelectuales españoles desterrados en Francia. Su
publicación representa esfuerzos y sacrificios ejemplares, y una manera de
sentir viva, angustiosamente, la M IS IO N — no la función— del intelectual
en esta hora
r is u e ñ a C á d iz , e l 2 3 d e N o v ie m b r e
36 7 6 .
Lo acontecido en España ha sido de tales proporciones, que ni el número}
de muertos, de desterrados, de familias deshechas y de riquezas destruidas dan
idea del cataclismo producido, de sus estragos psicológicos y de sus incalculables
consecuencias. Allí no hay posibilidad de restaurar nada, porque de le caído
no queda sino polvo y amargura.
H ay que empezar p o r el principio, por sacar a luz los viejos cimientos,
— lo entrañable, lo substancial de nuestro pueblo— y construir de nuevo con él
y para él, que es nuestro, como nosotros somos suyos, pero entre todos, porque
aun así, aun juntándonos desesperadamente, es posible que seamos pocos para
empeño tan vasto, en el tiempo que cabe en nuestras vidas.
de H aydn:
v e in te , el
n e n te
En
c e n te n a r io
de
C e r v a n t e s . A J o s é B e r g a m ín le h a n p ed do
un
jo te y
c u r s illo
en tero
se p ro p o n en
£ n e l p r im e r n ú m e r o
PADAS”,
n u estro
de
T o m á s , a F e d e r ic o
de O m s
N avarro
y
c o la b o r a d o r ,
ES­
C a r lo s
G .m e n e z h a b la b a d e l m a e s t r o . D ia s d e s
p u é s n o s lle g a la n o t i c ia d e s u m u e r te .
E s o tro
e s p a ñ o l,
o tro
gran
españ ol
q u e c a e l e j o s d e la P a t r ia , d e s g a j a d o d e
r ila
p o r la m is m a
m a n o q u e la e n s a n ­
tro .
A hora,
r u i e n e s a s e s in a r o n
jo r a m ig o , q u ie n e s
a su
m e­
le h ic ie r o n s a lir
de
de
Los
a m a r g u r a , r e c la m a n
m u e r to s n o
lim p io
y
su
con
su
n o v e la “ M E ­
grande
b ie n
bandera
para
ta d a p o r E . M . C . E .— y D i e s t e , c o n su s
Y
P E R D IC IO N ” ,
p r e m io d e l
“V IA JE ,
que
C lu b
ha
“ EL
DUELO
o b t e n id o
M E JO R
el
L IB R O
B e r g a m ín , b a
de
■o n f e r e n c i a s
so b re
cel
O ro,
S ig 'o d e
PAÑA,
T IE R R A
CANTO S”,
p o s,
C aracas
por
con
lo s
el
e s p a ñ o le s
la
de
e s p a ñ o la
titu lo , “ E S ­
SA N TO S
de
en
cu rso
lite r a tu r a
DE
(A g u ja
dado
un
N avegar
de
lo s
Y
DE
t ie m ­
S ig lo s
m anadas
d e la c a y o s
NEO
arab an
de
m ás d e sta c a d o s del
c o n s titu ir
G A R C IA L O R C A ” .
el
“ATE­
S e proponen
d a r a c o n o c e r !a h is t o r ia y la l it e r a t u r a
e s p a ñ o la s ,
Posle de la capilla deS. Miguel de Lino
-Oviedo-{edificada por Ramiro I en 845)
y
e str e c h a r
la s
r e la c io n e s
de
fu é
don
M a n u e l e n la s la d e r a s d e l C e r r o d e l S o l,
p a sa d o
A lta ,
el
m uy
b a r r io
de
p r ó x im a
la
A n t e q u e r u e la
a la in c o m p a r a b le
vega
g r a n a d in a
y
en
el
h o r iz o n t e
m o le in m e n s a d e S ie r r a N e v a d a .
F u é a m e d ia d o s d e s e p t ie m b r e
su
r e t ir o
g r a n a d in o
y
a fr o n ta r
la
q u e la s c u m b r e s d e
G r a n a d a n o a p a c ie n t a n la s r a í c e s d e s u
a lm a ” . — y a ñ a d e—
“ L o s m o n t e s d e la
a r g e n t i n a p r o v in c ia d e C ó r d o b a , ---- c u y o
n o m b r e a v iv a la
lo
le jo s
n o s t a lg ia —
el h o r iz o n t e d o n d e
c ie r r a n
el
a
m ú s ic o
b u s c a la q u ie tu d d e su a lm a ” .
En
e ste
“ v o lu n t a r io ”
d e s t ie r r o ,
c u l­
m in a c ió n d e su e s p a ñ o lid a d , e l m a e s t r o
F a lla h a m u e r to . Y h a m u e r t o sin o l v i ­
d a r lo s im p e r a t iv o s d e s u f e , q u e e s la
n u estra .
ju n to
La
fe
en
la
E sp añ a
etern a ,
a la c u a l, lle v a b a c l a v a d a
e n lo
m á s h o n d o la in d e c ib le t r a g e d i a d e s u
p u e b lo .
‘L A S
E S P A Ñ A S ” c o n s id e r a
un
deber
d e la e m ig r a c ió n r e p u b lic a n a e n M é x ic o ,
y
c o n c r e ta m e n te
de
su s
i n t e le c t u a l e s ,
la o r g a n iz a c ió n d e u n a c t o d e h o m e n a j e
a D o n M a n u e l d e F a lla y o f r e c e s u c o o ­
p e r a c ió n p a r a lo s t r a b a jo s q u e c o n esti»
f i n s e r e a lic e n .
la
de
dru gad a, p ara
de
a s e s in a r lo c o b a r d e m e n te
y a b a n d o n a r su c u e r p o e n u n a c a r r e te -
c r im e n y d e r u in a .
CONVIVENCIA
Y UNIDAD
N U E V O P R E S ID E N T E D E LA
R E P U B L IC A
M E X IC A N A I
AG RADECE SU S PALABRAS
D E S IM P A T IA Y A L IE N T O
PA R A N U E ST R A CAUSA.
COM O TO D O S LO S R E P U ­
B L IC A N O S
E S P A Ñ O L E S ,
H ACEM O S V O TO S PORQUE
EL PU EBL O
DE
M E X IC O
B A J O L A D IR E C C IO N D E L
P R E S ID E N T E
A L E M A N
C O N T IN U E
MARCHA N D O
H A C IA E L B IE N E S T A R Y LA
G R A N D E Z A D E SU P A T R IA
MES
P r o c e d e n te de
gado a
P a r ís
B u e n o s A ir e s , h a l l e ­
el p o eta
A rtu ro S erra n o
F la j a .
M E X IC O
J u a n R e j a n o y D a n ie l T a p ia B o lív a r ,
s id o
n om b rad os,
r e s p e c t iv a m e n t e ,
R e d a c t o r - J e f e d e la r e v is ta
de
la
“ U n io n
de
I n t e le c t u a le s L ib r e s '’.
M E X IC O
J u a n G il A lb e r t , e s t á e s c r ib ie n d o u n
lib r o
t it u la d o ,
“DE
EL
M IT O S ” . “ L a s E s p a ñ a s”
O C IO
se
Y
SUS
h onra p u ­
b lic a n d o e n e s t e n ú m e r o u n o d e s u s c a ­
D ía s p a s a d o s , e l p o e t a e s p a ñ o l A lv a r o
A r a u z , h u b o d e m a n ife s ta r
d e m anera
c o r r e c t a , p e r o e n é r g i c a , su r e p u ls a a
d e t e r m in a d o a c t o r f a l a n g i s t a , e m p e ñ a ­
d o , a l p a r e c e r , e n e s t a b l e c e r r e la c io n e s
con
q u ie n e s h u b ie r o n
d e a b a n d o n a r su
p a ir a p o r h a b e r s a b d o d e f e n d e r la .
“ L L E T R E S ” , r e v i s t a d e lit e r a t u r a c a t a la n a , p u b lic a r á e n b r e v e lo s s i g u i e n ­
t e s t tu fo s : “ P e s c a d o r s d 'a n g u ile s ” ( T e a t r o ) p o r R a m ó n V in y e s ; “ L ír ic a U n i­
v e r s a l’
( P o e m a s ) r o r J u a n C l m e n t;
c u lt u r a le s e n t r e el B r a s il y lo s i n t e le c ­ “ P ic n i c ” ( C u e n ' o s ) p o r P e d r o C a ld e r s ,
t u a le s e s p a ñ o le s q u e b a n p e r m a n e c 'd o y “ C a r n a v a l” ( C u e n t o s ) p o r M e r c e d e s
l e a le s a su p a tr ia .
p a r a i n s t a l a r s ’.t m o ra d a .
L e v á n t a s e la c a s a q u e
b a la n c e
M E X IC O
L o s in t e le c t u a l e s
B rasl
e le g id a
un
y
X V I y X V II).
B R A S IL
t o r ia s d e a p a r e c id o s , la c iu d a d
una
M E X IC O
J o sé
c o n s u s g it a n o s , s u s d ia b le r ía s y s u s h i s ­
s in o
N u e s t r o q u e r id o a m ig o , e l i l u s t r e e s ­
U n iv e r s id a d
lo s c u a le s v o lv ió a E s p a ñ a ,
se r
h om b re
VENEZUELA
c r ito r
v ie jo
t ie n e n
puede
q u ie n e s
ca d á v e*
p ítu lo s .
D EL M ES”.
P e d r e l!.
su
no
un
M O R IA S D E L E T I C I A V A L L E ” , — e d i­
t r e s o b r a s t e a t r a le s ,
F e lip e
r e a liz a d o
r r o r iz a d o d e t a n t o c r im e n , t e m ie n d o p o r
s u v id a , b u s c ó r e f u g i o e n c a s a d e l a m i­
g o . D e e lla s a c a r o n a l p o e t a u n a m a ­
h a b la n , y
“ U lt r a m a r ” , ó r g a n o
R osa,
ver
y
y R a f a e l D .e s t e b a n t r i u n f a d o e n B u e r.cs A ir e s .
B reve”
3 9 3 6 , c u a n d o F e d e r ic o G a r c ía L o r c a , h o ­
D ir e c t o r y
L o s e s c r it o r e s e s p a ñ o l e s R o s a C h a c e l
c a t a lá n ,
lo g r a
de
a v e n t u r a t r is t e d e l d e s t ie r r o .
“ A ñ o s v a n y a c o r r id o s , — n o s d ic e u n o
c o n t in u ó
su G r a n a d a c o n e l a lm a lle n a d e a s c o
ban
A R G E N T IN A
V id a
donde
A lh a m b r a . D e s d e a llí s e d o m in a la r ic a
g r ie n t a y e n v ile c e .
p o s ib le ­
m e n te a P e d r o S a lin a s y A m é r ic o C a s­
“ La
y f u é G r a n a d a , la d e s u A M O R B R U J O ,
“LAS
so b r e e l Q u i­
in v it a r a
m ú s ic a
1917
al ca b o d e
F A LL A : Dibujo de Picasso
F R A N C IA
el
de
M a d rid ,
s u e ñ o d e v is it a r P a r ís.
S i e t e a ñ o s v iv ió e n la c a p it a l f r a n c e s a ,
NOTI CI AS DEL
fe ste ja r
a
s u s e s t u d i o s , b a jo la d ir e c c ió n d e l e m i­
F.;i todo c to es menester soñar, / ero con los ojos abiertos, tensa la voluntad,
metidos en faena, y de manera tan limpia y abnegada como están haciéndole
los hombres que luchan y caen sobre la tierra nuestra; con el mismo espíritu
que alienta en estas páginas llegadas desde Francia como mensaje de fe y como
ejempjo inapreciable.
para
a u to r
s e t r a s la d ó
Necesitamos SE R , ser plenamente, y desbordarnos fronteras afuera con
sólo nuestra voz, — ¡tan profundamente humana, tan maestra en dignidad!—
en la que hay, o puede haber, una manera más clara y más profunda de entender
la vida
L o s i n t e le c t u a le s v e n e z o l a n o s s e p r e ­
‘‘L a s S .e t e P a la b r a s d e C r is ­
to e n la C r u z ” , y a n t e s d e c u m p lir lo s
g r a n d e la
d o n a r — e s t a v e z p a r a s ie m p r e — la p a z
d e 3u s b ió g r a f o s —
lo s o n c e a ñ o s , i n ­
F r a n c is c o d e C á d iz , e l c é le b r e o r a t o r io
“ L A S E S P A Ñ A S ” SA L U D A AL
p aran
t a m b ié n ,
t e r p r e t ó a l p 'a n o , e n la i g le s ia d e S a n
España, no invertebrada, sino desvertebrada intencionalmente, desfigurada
y torcida a fuerza de ortopedias, necesita, antes que nada, descubrirse, saberse
tal cual es, palparse cuerpo y alma hasta entender cada repliegue, cada hondón
suyos, hasta encontrar razón a un entusiasmo que no pare en fulgurante
llamarada.
VENEZUELA
g a d ita n o s
p e r t e n e c ía n a f a m ilia s o r iu n d a s d e V a ­
Pero no es de ceniza de lo que queremos hablar, sino de estas páginas que
tenemos ante los ojos.
Y es ahí, donde la coincidencia es posible; ahí y no en esc runruneo de
fantasmas que barajan palabras muertas, aferrados a la escoria de lo que fue,
y que hablan de vida mientras intentan sofocarla y confundirla con ¿<u muerte’.
p ad res,
le n c ia y C a t a lu ñ a .
A p e n a s c u m p lid o s
Implícitamente, estas páginas llenas de fervor y de inquietud dolorosa
por España, son severo reproche para quienes han ido difuminando en sus
adentros la tragedia indecible de nuestra Patria; para quiere, la olvidan,
atentos sólo a su dolor pequeño, personal; para quienes no tienen dedos ni
ojos sino para hurgar y contemplar la gusanera más o menos lírica que llevan
en el alma; para quienes la falsifican hasta convertirla cu tropo literario, en
material frío, en cómoda aureola para este m uele carasol de América.
H ay en ellas, hay en los trabajos que las nutren, la honda angustia del
hombre español de nuestro tiempo, enfrentado a un montón de ruinas — en el
sent.do mas amplio y mas tremendo del vocablo— que se amontonan sobre el
solar físico de la Patria, y sobre la carne y sobre la fe de nuestro pueblo.
Pero junto a la angustia, o en ella misma y por ella misma, la esperanza crece
raíces nuevas, desesperadas raíces, de donde brota esc imaginar la España del
futuro, ese soñarla y buscarle forma, esc de asosiego, ese afán casi doloroso
por E N C O N T R A R L A y volverla a su ser
Sus
de
a sco , ta n
a m a r g u r a d e l m a e s t r o , q u e d e c id ió a b a n ­
R cd ored a.
E l problem a que a los españoles,
que deseam os un a nueva E spaña, nos
a sa lta con m ás fu erza, es el de la
convivencia en tre los hom bres y los
pueblos que fo rm an nuestro conjunto
pen in su lar, con sus d istintas y com
p lejas d iferencias nacionales. No cree
mos que a horas de hoy pueda silen­
ciarse el hecho de que h ay gentes de­
dicadas a sem b rar el odio y la d isco idía e n tre los hom bres y pueblos espa­
ñoles. Sólo hay u n a m an era de posi­
b ilitar este odio: false ar la realid ad
no sólo n u e stra realidad p resente, sirio
tam bién deform ando n u estra tr a d i­
ción histórica y cultural.
E n esta h o ra terrib le p ara todos ios
pueblos hispánicos ninguno puede re ­
h u ir su responsabilidad ni tam poco
m onopolizar el heroísm o que el hom
b re español derrochó en n u e stra gue
rra , en la que todos lucharon p ara que
con ella se in iciara un nuevo periodo
de n u e stra vida nacional, p ara que ella
rep resen tase el fin de n u estra deca­
dencia. Me a tre v e ría a decir que este
mismo anhelo que sen tían los com ba
tien tes de la República e ra com partido
por m uchos, de ios que íu -h a^ a n en
las trin c h e ra s enemigas.
No h ab ía en el fre n te de M adrid el
7 d e N oviem bre, diferencias e n tre los
soldados qu e estaban defendiendo la
cap ital de las E spañas, eran ca ste lla­
nos, valencianos, catalanes, vascos ex­
trem eños, d e todos, absolutam ente to­
dos los pueblos españoles; tam poco en
los días del E bro se p reg u n tab an los
soldados donde habían visto su prim e
ra luz y tam poco hoy en la lucr a clan
d estin a se p reg u n ta n nu estro s hom bre"
cual es su len g u a m aterna. H ablan dis­
tin ta s lenguas, sí, pero todos expresan
el mismo sentim iento: forjem os u n a E s­
p añ a en donde se pueda vivir digna
m ente. E n su desorientación ideológica
todos se dicen: busquemos un ideal n a ­
cional alred ed o r del cual trab ajem o s
ju n to s. Creo debemos de luchar a brazo
p artid o , como dice el p rofesor Gallegos,
p o r en c o n tra r este ideal capaz de u n ir­
nos, de hacernos d a r cuenta de que no
somos lo qu e creem os ser, que n u estras
d iferencias, desde un punto de vista
ideológico, son ficticias y que n u estras
d iferen cias de carácter nacional no son
un obstáculo p ara la colaboración y
p a ra la convivencia.
Debemos de conocer la diversidad de
n u e stra tie r ra y acep tarla y debemos de
1
— r a todos la unidad.
E l prim er paso en este cam ino de í ' 1
teg ració n nacional es la p rev ia d efin i­
ción de n u estra personalidad como ín
dividuos y como naciones. Sólo cuando
cada uno tenga consciencia p len a de su
posibilidades y dfe sus lim itaciones po­
drem os llegar a un acuerdo sobre núes
tro s problem as comunes. P a ra nosotro
es legítim o cu alq u ier esfu erzo que tie n ­
da a establecer y d efin ir la personalidad
individual y colectiva de los hom bros y
pueblos que form an n u estra E sp añ a v
p o r lo mismo rechazam os c u a lq u ie r in ­
ten to de definirnos con v alo ies n eg a­
tivos, con a n tis .
Un castellano lo es, no p o r el hecho
de qu e los catalanes, los vascos o los
gallegos tengan talos o cuales v irtu d es
y defectos, sino por un hecho y u n as
realid ad ajenos a estos; ig u a lm e n te
los gallegos, los vascos, los catalan es
lo son independientem ente de las v irtu ­
des y defectos de Castilla. E l a n t i j a ­
m ás podrem os utilizarlo como elem en­
to d efinidor de personalidad alguna.
E n el m om ento en que todos los es
pañoles y las E spañas se hay an encon­
tra d o plenam ente a si mism os, podrán
y deberán d a r a la nuev a E sp añ a qu e
su rja de los esfuerzos y sacrificios co­
m unes, u n a p a rte de su personalidad.
P a r a ello es necesario elim in ar de n u es­
tro pensam iento todos los lu g ares co
m uñes, falsos las más de las veces, que
son un obstáculo p ara n u e stra conviven­
cia, y tam bién aquellos que elim inan
de n u estra realidnd p resen te los pro b le­
m as. N uestra misión es v er claram en
te las dificultades y e n fre n ta rn o s a ellas
con la resolución in q u e b ra n tab le de re
solverlas, sin ce ja r en n u estro em peño
h a s ta alcan zar el fin deseado.
No creem os que n ingún ca ta lán , que
lo sea dignam ente, pu ed a d ejarse en ­
g a ñ a r p o r las concesiones q u e F ran co
hace a la cu ltu ra ca talan a al d e ja r qu-’
se b ailen sardanas y en B aiceio n a f u n ­
cionen seis te atro s en ca ta lán , ni los
vascos por el hecho de que hay an sido
devueltas, a los capitalistas de su país,
algunas regalías de tipo económico.
Vascos, catalanes, castellanos, g a lle ­
gos y todos los pueblos p eninsulares
son victim as de un mismo reg im en y sus
problem as fu n d am en tales son los m is­
mos. La liberación de cu alq u iera de
ellos y la resolución de n u e stra s d ifi­
cultades comunes no puede ser a costa
del resto de los españoles.
José Puche Planas
_____________
F R A N C IA
VENEZUELA
M u y en b rev e ap a recerá “ IN D E P E N -
N u e s t r o a m ig o y c o la b o r a d o r , e l D r .
D E N C I A ” , r e v is t a e d it a d a p o r lo s in t e -
J u a n D a v id G a r c ia E a e c a , e s t á d e s a r r o -
le c t u a l e s e s p a ñ o le s d e s t e r r a d o s e n F r a n -
ll a r d o u n c u r s o d e c o n f e r e n c ' a s
U n iv e r s id a d d e C a r a c a s .
e n la
MI S
PRECEPTORES
- D e 44E l Ocio y sus M itos”
por Juan Gil Albert
A Antonio Rodríguez Luna, su contenido en palabras ininteligibles
en cuya casa ni"o. los do­ para mí, pero aquel sonar de algo que
se lamenta deliranteménte, mezcla de
mingos, cante jondo.
gorjeo y de quejido, y que da a la
UAN.DO de niño se ha oído sangre que lo escucha una reacción de
cantar a un arriero, hay pa­ empalidecimiento, rompía los límites
ra siempre en el alma una de­ de mi concordia infantil y, puedo ex­
sazón y amargura que no pueden presarlo ahora, actuaba sobre mí, co­
ser borradas por aliciente alguno, mo si abriera a mis sentidos la vir­
de tal modo, como la ropa de los vie­ ginidad de una consternación placen­
jos armarios, queda penetrada toda tera ; e a es la sensación que recuerdo,
ella con el sabor de los embalsamien­ lili cont aste con el trastorno que se
había producido, yo nada preguntaba
tos.
Desconozco lo que esta expeiiencia sobre motivos tan oscuros, ni ante
pueda ser para los demás, la desco­ aquc.la especie de miedo que me in­
nozco en el sentido individual de xa lía. miedo orgánico atravesado re­
excepción o matiz que en cada cual pentinamente por una oleada de pla­
repercute, porque a todas luces se cer y ni siquiera parecía interesarme,
me alcanzan los efectos de deleite con una de esas preguntas con las que
tan desgarrador en las inclinacione los niños to turan a las personas ma­
de un pueblo- Si en los otros pueblos yores por quien era el que cantaba
de la tierra el canto es una dulce o con aquella voz y por qué una canción
apasionada expansión del espántq, era cosa tan lastimosa que paralizaba
solo en el español se ha dado voz a la respiración y no daba, por lo de­
la carne, y comprendo como esta de­ más el consuelo de las lágrimas. Sin
lirante melodia carnal pueda sonar im­ que yo pudiera percibirlo, se estaba
púdica en oídos ajenos. ¡ Quien sabe gestando mi pacto con las fuerzas sag ada, que actúan en la naturaleza
si no lo e s !
La mía fué la siguiente: vivíamos porque entre tanta curiosidad que un
en un casal enclavado en la montaña; niño pregunta, suele quedar siempre,
las roídas almenas de un castillo cer­ en el más tenebroso de los secretos,
caban nuestras tierras y asomados a aquello que es lo único a lo que tien­
sus bastiones con trazas amarillentas de su vocación, la certera apetencia de
de perdices, contemplábamos la vega y su sangre. Claro que, en distintas
los naranjales como alfombrados de ocasiones, porque estuviera corretean­
verdor hechos a la suavidad del aire do fuera de los cercos de la casa, o
y a la tibieza de la luz. En la falda contemplara desde las murallas, los
de nuestra colina se asentaba Játiva, caminillos del matorral que trepaban
empolvada, con ese mismo polvo blan­ pedregosos por la ladera del monte,
co e impalpable que asedia como una había visto a unos hombres, los arrie­
nubecilla la marcha de cualquier caba­ ros, junto a sus asnos que transpor­
llería o vehículo; atravesarla era oler taban carga ¿Torosa de pino fresco,
a jazmín, o sentir en el bochorno de como si alguien en algún confín estu­
la siesta, el martilleo musical de los viera necesitado de aire más puro y
herreros. Por lo demás, nosotros que­ estos seres pacientes fueran los desigdábamos en lo alto, dueños del confín
y resguardados de la penosa realidad
en aquel ancho retiro veraniego al que
las murallas morunas prestaban, ondu­
lando sobre la cresta de los montes,
una aguerrida sombra, como hechizo
de cuentoEste era el marco de mi experien­
cia, la cual provenía de una canción
“¿ i' a qué quieres saber más?
que sonaba por los aires, en las horas
¿No sabes que morirás?
centrales y calurosas de la mañana o,
¿No es este saber bastantef
en las primeras lumbres del anochecer,
4No
está la verdad delante
días había en que se escuchaba igual­
Sí. Muriendo la hallarás".
mente en ambas ocasiones, como si en
A n g e l G a n iv e t
la tarde se respondiera con equivalen­
te patetismo al augurio matinal. Yo
no conocía la tristeza, no ya en mí,
que ni aun por haberme tropezado con
I OS grandes suicidas españoles día
ella, vivía, como si dijéramos, ajeno
logan, a tra v é s de sus acerbos
a su realidad. Y al oír aquella voz, monólogos, en la com ba de los siglos
me dije entre dos juegos, como ante dispares. Séneca, L a rra y G anivet, to ­
un descubrimiento al cual le presta­ dos y cada uno, “ escultores de su
mos la palabra que se despliega en alm a”. Pero así corno en el filósofo cor­
nuestros labios por vez primera : eso es dobés la experiencia dolorosa es m ar­
la tristeza. Solo que después, he se­ cadam ente coto cerrad o , neto indivi­
guido llamando con el mismo nombre dualismo, en F íg aro y en Pío Cid el
a diversos estados más o menos anor­ fondo de su m o rtal in q u ietu d m uéstrase
males o caprichosos de mi ánimo o del estrem ecido de solidaridad hum ana, de
humor ajeno, pero en aquel momento, am bición colectiva.
Sobre L arra se h a encarnizado la in
yo realizaba la comprensión de una
realidad en su magna apariencia: si, comprensión, se cebó el olvido pillastre.
aquello era la Tristeza, casi un ser P ara los literato s cam aleónicos su av en ­
con rostro y actitudes, era, como todo tu ra y su obra, la v alien te consecuencia
lo que al hombre le hace convulsionar que expresan, es u n quem ante rep ro ­
las entrañas, una encarnación, la tris­ che. Baste re c o rd a r el respingo elusivo
teza encarnada. \ o , como chico, po­ del inefable E ugenio d’O rs: “F íg aro no
co o nada podia decir de, esa voz, que me entusiasm a dem asiado, era y a m u­
no fuera aquel golpe inicial, golpe a cho s o c i ó lo g o ...” “ ...Se dice que le ase­
la vez tan vehemente y aterciopelado, sinó la realidad española. S í ; como la
que poco menos que imposible me se­ estu fa mal encendida y hum osa al hom ­
ría el diferenciar en él, los límites bre que no h a ten id o aliento p ara le­
fundidos de su dolor y su complacen­ vantarse del lecho y a b rir la v en tan a”.
cia. Apenas oídas las primeras notas Y después de esa sentencia, el doctor
de aquellos que yo llamaría hoy, ras­ en barroquerias no se inm uta.
O tros, no desprovistos de cordialidad
guños de eternidad, mi naturaleza in­
fantil sufría algo asi como un cambio y clara intención, trig o m ás limpio, lo
de temperatura, algo que, estoy segu­ tachan de afran cesad o . Los in d efecti­
ro, suponia también en mi epidermis bles comodones se lo q u itan de encim a
una alteración del color, y aunque con­ con un gesto despectivo, y las frases
tinuara jugando o, entorno a mis en­ de ta n d a : to tal, se perdió por unas f a l­
tretenimientos, algo de mi, muy hondo, das, estaba intoxicado de rom anticism o,
más hondo que el corazón y menos lo- la epidemia de la época. H ay quien le
calizable, estaba ya suspenso de la serm onea porque sus escritos son en de­
montaña, cautivo en la desolación de masía periodísticos, sin redaños creado­
aquel hechizo, casi tangible de penoso- res. Y se establece un clim a de descré­
Las frases espectrales llegábanme con dito, de a rb itra ria descalificación, echan-
C
nados para calmarle, con este trase­
gar, ansias tan extrañas. Viéndolos
un día, se me vino la sospecha, no sé
si por el misterio trashumante que los
envolvía, que pudieran ser ellos los
que cantaban; iban sin embargo si­
lenciosos, bajo las haldas negras de
sus sombreros de paño y de vez en vez,
prorrumpían en alguna palabra incom­
prensible, o hacían un chasquido ani­
mal con la lengua y el paladar y sus
borricos simuüaban un momentáneo
apresuramiento. Sí, ellos eran, me dije,
eligiéndolos entre cualquiera de los
otros seres que en tomo mío vivíanEsperé que se hubieran alejado, con el
oído atento y alerta la respiración y
así fué, que cuando habían dejado
atrás los bastiones del castillo, en ple­
na serranía, oí lejano, como si apu­
ñalara el aire, aquella congoja. Si era
en la mañana, durante el calor, el
confín parecía apretarse como un ser
vivo al que se sometiera a un delica­
do tormento; los tomillos, el espliego,
la salvia y el hinojo, olían casi áspe­
ros en su suave costumbre y las ci­
garras de los olivares, vibraban acom­
pasadas como teclado de la copla, cual
hacen las estrellas, cuando la luna con
su atormentado rostro reaparece y se
cierne en la intensidad del firmamen­
to ; si era de regreso en las horas azulosas del atardecer, entonces parecia
como si aquel estertor musical, rocia­
do con los ayes de una lúgubre loza­
nía, nos hiciera bajar a las entrañas
mismas de la tierra, y allí ya, como si
estuviéramos por vez primera en nues­
tro mundo, ya sin engaños, nos pusié­
ramos a llorar con un caudaloso fre
nesi, sin darnos apenas cuenta, en
aquella infinita desolación, que el sa­
bor de las lágrimas vertidas, nos gus­
taba.
CASTILLO DE JATIVA
Hecho aquel descubrimiento de los
arrieros, que no confié a nadie, yo a
menudo tan comunicativo, puse un día
ia atención en el hombre que cuidaba
nuestra huerta .y podaba, sirviéndose
de grandes tijeras, los arbustos del
jardín, porque me asaltó de improviso
la idea de que acaso él fuera también
de aquéllos; tenia también su asno de
mansedumbre junto al cual lo veía yo
entrar y salir en la finca, con un ca-
minar pesado y lento en el que había
sin embargo una pausada oscilación
muy viril. Terminadas sus labores, se
sentaba de noche a la puerta de su
casa, en una silla pequeña, casi de ni­
ño, mientras su mujer y sus chicos
andaban por dentro, alumbrándose con
candiles de aceite. Era un hombre cin­
cuentón, de ampiio busto, con el vello
canoso sobresaliendo por el cuello mal
abotonado de su camisa de dril, de lo
que estaban hechos también sus largos
calzones de rayadillo, los que recojidos a media pierna para el riego o el
entrecavar, dejaban ver la reciedum­
bre de sus hinojos. Su noble cabeza
tenía el pelo creciéndole a la manera
de los romanos antiguos, liso de la
por Manuel Andújar
coronilla hacia la frente y su iostro
curtido revelaba, como las nueces oto­
ju g a b a sin cu quería, con las c a rta s so
ñales, el momento en que toda criatu­
b re la mesa. Con su ya tópico p e tó le
ra de Dios está cuajada para su deci­
tazo , a p a rte de su honradez ideológica,
sivo desprendimiento- Colgábanle so­
puso de relieve la llaga en que aun
bre las rodillas sus manazas en la
debem os h u rg ar, el hecho ca ta stró fico
sombra de la noche y el descanso y
de que en E spaña, década tra s década,
su mutismo tenía una densidad tal que,
se h ay a m alogrado, y enconado, la t i ­
a mí por lo menos, me imponía res­
tu la d a revolución burguesa. Su desenga­
peto. Poco iba a tardar en convencer­
ño am oroso representó, posiblem ente, la
me de que mis presentimientos no eran
g o ta de ag u a que colma el vaso. El
descabellados.
MARIANO JOSE DE LARRA
- Acusación que Perdura do m ano a lo que, aseveran, en tra ñ a de
cobardía su fin.
Mas p a ra ju z g a r u n a existencia co­
mo la de L a rra , ta n com pleja y m etida
en sí psicológicam ente, enraizada a ia
p ar — y con ardoroso dram atism o— a
un a e ta p a decisiva de n u estra H isto­
ria, es inadm isible pagarse de ap a rien ­
cias, áu n q u e éstas sean sonadas. La e s­
cen o g rafía ta p a la verdad monda. A
reserv a de ex am in ar su “fenóm eno”
con m ayor sosiego, creemos de simple
necesidad m a n ifesta r u na opinión p e r­
sonal que p u d iera servir, polém icam ente,
p ara q u e su fig u ra surgiese con luz
generosa y actu al, si se logra u na dis­
cusión honda, directa, sin subterfugios.
En E sp añ a la misión del escritor ha
sido in v ariab lem en te áspera. E l hom­
bre de le tra s únicam ente en cu en tra los
cam inos de la rebeldía a u ltran za, o el
más com ún del asentim iento regalón o
el a ta jo de elim inarse, cuando la p u g ­
n a e n tre su conciencia —que es m ix tu ­
ra de ca rn e y e s p íritu — y lo circu n ­
dante llega a u n a crisis extrem a. Si se
busca la certid u m b re, fu e ra de los m ís­
ticos v ericuetos, en un medio re tr a s a ­
do, cicatero y anacrónico, y se p o rfía
en este anhelo, no de plum a, sino de
sangre y sentim iento íntim o, nadie p u e­
de a tre v erse a p ro n o sticar y exigir un
desenlace, condicionado p o r u n a serie
de fac to re s externos y te m p eram en ta­
les, de difícil fijació n , que no dejan
de in flu ir.
Y en c u a n to a muchos de sus impugrad o res, la ten d en cia hostil y vergonzan­
te h acia lo hispánico, la labor in telec­
tual dispersa, el alejam iento to rp e de
las evidencias políticas del XIX, el ap e­
go logrero a u n a ta ifa, ¿no significa­
ron u n a negación radical, un incruento
y diluido suicidio, un suicidio histórico
en el qu e no se arriesg ab a ni un pelo
de la ro p a?
L a rra se equivocó en la solución, p ero
mal, sin em bargo, arra n c a de o tra s h e­
rid as, m ás peligrosas y tercas.
D enota L a rra u n a m ente perspicaz,
un a v ib ran te sensibilidad, un criterio
nervioso y concentrado. M áscara oval,
gru eso labio in fe rio r caído, ojos de se­
p u lta m irada, cansados hom bros. De la
in fan c ia quedábale la huella co n trad ic­
to ria d'el exilio —el am biente fam iliar
en p u g n a con el país e x tra n je ro , los
m il aspectos tangibles de u n a civiliza­
ción m ás d esarro llad a; en el h o g ar, so r­
das año ran zas, un a visión c ritic a de las
costum bres de que los suyos se habían
desgajado.
A dem ás, la g u e rra de In d ependencia
originó u ñ a curiosa confusión. No po­
cos “ avanzados” se id en tificaro n con
la cau sa del errabundo Jo sé I. Los
reaccionarios palaciegos que con sus m a­
n ejo s m iserables provocaron la in te r­
vención fran cesa, cam biadas las to m a s,
vencidos los invasores, se ap ro p iaro n del
sacrificio de clérigos p atrio tas y cre y en ­
te s pobres p a ra a rrim a r luego, m ás hol­
gad am en te, el ascua a su sardina. E n es­
ta rep u g n a n te falsificación se em p e­
queñeció y tergiversó el n o tab le papel
desem peñado por las Cortes de Cádiz
y la n u trid a opinión liberal, co m b atien ­
te , que encabezaban. A bsolutism o y es­
pañolidad son conceptos indisolubles,
a rg ü ía n los neos. E sta in terp retació n
m entirosa, a su capricho y beneficio,
se impuso a g rito s y correazos. Y el
resabio de endosar el sam benito de exó-
Fué en la víspera de alguna festivi­
dad, en que vinieron de rondalla un
grupo de mozos tañendo guita ras,
bandurrias y laudes. La noche, por lo
diamantina que permanece en mi re­
cuerdo, debió ser de fin de tempora­
da, en el maridaje feliz de dos esta­
ciones. Gentes del señorío de Játiva
subieron también trayendo dulces y
botellas de licor y en la explanada que­
daban sus coches de muías que hacían
resonar los cascabeles de sus collares.
Hubo bailes regionales, castañuelas y
hasta sevillanas- Mi tío Gonzalo, que
poco después, en escapatoria de juven­
tud, aparecía por América cantandó
oneretas, bailó con una señorita del
lugar que había cursado, en el con­
servatorio de Madrid, los estudios de
arpa y mi mismo padre, trenzaba sus
saltos con una señora de la nobleza
a quien, por motivos escabrosos, te­
nía su marido confinada en un pala­
cete de la villa. Señores, sirvientes y
labriegos, andaban confundidos en la
contradanza y hasta en ocasiones, in­
tercambiando complacidos sus parejas,
todo lo cual producía un frenesí, que
iban atizando con coplas y ayes los
músicos de la rondalla. Una tristeza
jubilosa se iba apoderando de los áni­
mos y en la exitación y el acalora­
miento. a la par que las rosetas de ia
sangre teñían las mejillas, cada cual
iba cayendo en su circulo de soledad
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l fe£cÁ d«en WlliS U1RS.
lu Á tm n ^ A N feM ^ ici
B urgos .- Biblioteca Provincial: Biblia.
EL
ZA RA TA N .— Ju á n
Ram ón
Jim é
EN TRO del rec in to de un al­
m a de adolescente, confinado
algunas veces en su fre n te y
«otras — las más— en su pecho, tr a n s ­
c u r r e el pequeño g ra n cuento que nos
r e g a la J u á n Ram ón, b ajo el nom bre
d e “ E l Z a ra tá n ”.
Jo se fito fig u ra c io n e s es u n v e rd a ­
d e ro a r tis ta adolescente. E l Z aratán
«que le corro e el pecho a C in ta M arín
•es com o u n a llavecita m ágica que echa
a a n d a r el com plicado m ecanism o de
s u fa n ta sía . Y Josefito es, en cierto
m odo, feliz, porque en c u en tra objeto
p a r a e e ta n ta s ve:es oscuro anhelo
q u e padece — o goza— todo adolescen­
t e co n vida interior. A rrá ñ c a r a la po­
b r e C inta, viuda y blanca, el m onstruo
q u e le devora el pecho, se r el San J o r ­
g e del dragón escondido en el calien­
t e seno, es el a fá n que m ueve a Jo se ­
fito . Y el q u e im pulsa sus sueños.
E l héioe es, sin saberlo, un poeta
y u n A m adis. Vive in terio rm en te la
p o esía de su ansia oscura, sueña im á­
g e n e s poéticas. A unque su anhelo se
b ay a m aterializado en el za ratá n que
lleva C in ta M arín en el pecho blanco,
su e ñ a el adolescente que el enem igo
se a g ig a n ta , cobra fu erzas tem ibles y
fe ro c id a d , p a ra que sea m ás g ran d e su
acción de m atarlo y llevarlo “ a r r a s ­
tra n d o por todo el pueblo como un
tro fe o ” . Como haría Don Q uijote, p o r­
q u e Jo se fin o sueña como Don Q u ijo te
y, si la tim idez de la edad no le enea
d e n a ra , o b ra ria como él.
L a deliciosa duerm evela en la que
u n d etalle de realidad es hito de donde
a r r a n c a una acción heroica, un am or
p u ro com partido es el clim a espiritu al
e n el que “ el Z aratán ’’ se desarrolla.
Y el am or oscuro, sin fo rm a in confesa­
d o a u n a si mismo, esa su e rte de am or
“ p o é tic a ” q u e da alas al p en sar y al
s e n tir, es la tónica del cuento.
1
1
D
del m undo p ara estu d ia r su evolución
de principio a fin , sin te n e r casi en
cu en ta sus relaciones con o tro s países
más que en los m om entos im prescindi­
bles p o r ejem plo, son salvados airo ­
sam ente por Von R anke qu ien logra
darnos, al mismo tiem po que u n a vi­
sión de conjunto, u n a serie de ‘ d e ta ­
lles” con el m agnífico r e tra to de
Carlos V que nos p rese n ta en el P rim er
capítulo.
Muy estudiados el tem a y la época,
con abundancia de fu e n te s y estudios
an terio res en que d o cum entarse, “ La
m onarquía E spañola en los siglos XVI
y X V II” no es por estas razones un a
obra m ás sobre la cuestión, p o r la in ­
te rp retac ió n de los hechos y docum en­
tos hecha con tal objetividad, la serie­
dad y, si no se hubiese ab aratad o
ta n to el térm ino, p o d ría añ ad irse la
am enidad con que están los hechos p re ­
sentados.
La traducción de M anuel Pedroso,
pulcra como todas las suyas, tiene a
ratos sabor a cosa a ñ e ja y con solera.
i .E Y E N D A
A ... —- Jr>sé M o r e n o
V illa
E l C o le g io d e M é j .ic o .— M é x ic o ,
1946
‘N A D A ” , n o v e la — C a r m e n L a f o r e t —
P r e m io E u g e n i o N a d a l 1 9 4 4 —
c io n e s
D e s t i n o .— B a r c e lo n a ,
E d i­
1946.
“ NADA” es u n a novela cabal. E n to­
no, en estilo, en desarrollo. Un libro
escrito con prosa d irecta, sin adornos,
con po ética precisión en ocasiones, que
se ocupa de unas vidas rayanas en lo
anorm al, que no acab an de descifrarse,
dejando al lector un am plio m argen de
hipótesis. B arcelona, la ciudad qu e se
vé a rá fa g a s; u n a callé, la de A ribau,
que se co n cen tra en un a sola casa de
fétido am b ien te; p erso n ajes de veraz
co n tex tu ra que en trech o can sus cerra­
das pasiones.
No es im p u tab le a la joven au to ra
que el medio a su alcance, y que nos
tran sm ite con tal penetración que se
apodera de la sensibilidad, no dé más
de sí. P o rq u e aq u í no hay chispas de
sublim idad, ni ese hondo ru m o r de puebo que al ensanchar- y p ro y ectar el egoís­
mo io cam bia de condición. Ella debe
re fle ja r, y lo cum ple con pasmosa justeza, lo que la ro d ea : pequeños m un­
dos hum anos, desquiciados, dolorosos,
que si alb erg ab an potencialniente la
decadencia, la g u e rra — y su sordo eco-aceleró el proceso m ortal. Carm en La
ío r e t — en esta pesquisa estrem ecida de
u n a fam ilia, sin m ás enlaces exteriores
que el roce con ciertos circuios univer
sitarios y pseudobohem ios o con r e ta ­
zos de la a lta b u rg u esía c a ta la n a — su ­
fre y hace su frir... Nos sum erge en una
atm ó sfera in g ra ta , co rta d a a cercén de
la o tra, de tipo general.
A paren tem en te, la acción pudiera
o cu rrir en cu alq u ier lu g a r de España,
en fecha in d eterm in ad a. Sin em bargo,
la seca emoción que an u d a los sucesos,
la vacia an g u stia que se trasluce en
una descripción, el “ no sé qué” del ání
mo to rtu ra d o que sirve de cám ara obs­
cura. la m ism a rigidez de las conversa­
ciones, su indecisión idiom àtica, revelan
a la B arcelona de hoy y al régim en
fra n q u ista , bajo el cual se agostan ta n ­
tos finos espíritus. Siem pre es descon­
c e rtan te que una escrito ra de veinte
años destile ásp era m adurez. Carm en Lafo re t consigue u na o bra de cuerpo en
tero , articu lad a, de indiscutible talento,
pero sin brisas — que son fenóm enos a
la vez íntim os y sociales— que la
oreen. Al m enos, esta es la impresión
fin al que produce. Y tam bién el tem or
de que sus fu erza s lleguen a m algas­
tarse. Q ue el a rte , la m aestría, no lo
son todo.
A ú n es a v e n tu rad o f ija r p aralelis­
mos. E n tre C ela y e}la, por ejemplo.
Menos pulida, m ás recia y audaz, Car
men L a fo re t —q u e se h a form ado en
C anarias, B arcelona y Madrid, lo que
no es un a z a r en la determ inación
de su o bra—- se a firm a como una
g ran novelista. E n su acepción espa­
ñola de actu alid ad , “ NADA” es una
ló rm u la de desesperación creadora. Lo
dem ás — co ntinuidad, circunstancia, va­
liosos horizontes de inspiración—, p ro ­
blem a de tiem po.
Como los designios del poeta son
inescrutables, un buen día José Mo­
reno V illa cambió la lira por el cris­
tal de aum ento y la plum a p o r el es­
calpelo y se dedicó a... leer, si hemos
de atenernos al títu lo de su últim o
libro. “ Leyendo a ” se llam a la o bra y se
recogen en ella once breves ensayos.
Se propone el a u to r en c o n tra r la
palabra clave de un grupo de poetas.
—y hasta ^íle un p a r de pintores— y
estudia, con m inuciosidad, e x tra ñ a en
un poeta, las o b ras principales de
fig u ras seleccionadas en un periodo de
cuatro siglos. V a len tam en te descu­
briéndonos las p alab ras que, p o r vol­
v er constanteente a la obra de un poeta
se convierten, no en sim ple “ rito rn elo ”
o en morbosa idea fija , sino en clave
p ara una in terp retació n psicológica, en
ojo de la c e rra d u ra p ara q u e atisbem os
la p arte de alm a que el poeta creyó
g uardarse p ara sí.
El estudio dedicado a San Ju a n de la
Cruz, que va a la cabeza del libro, es
sin duda el de m ás aliento, aunque, pa
ra un tem a sem ejan te, se nos an to je
corto. Todos los ensayos que componen
esta obra lo son; en todos, como en no
pocos de O rteg a y G asset, echam os de
menos la continuación. Como si el a u to r
hubiese querido tam bién reserv arse algo
p ara si mismo, como si hubiese querido
d e ja r al lector en lib e rtad de in te rp re ­
ta r.
Un poco excesiva nos p arece la a f ir ­
XA
M O N A R Q U IA
ESPA Ñ O LA
E N m ación qu e hace refirién d o se a R ubén
X O S S I G L O S X V I Y X V I I — L e o ­ D ario: “ Hoy, al releer su obra, se tiene
p o l d o V a n R a n k e — E d it o r ia l L e y e n ­ la convicción d e que ningún poeta es­
d a . — M é x ic o , 1 9 4 6 .
pañol antiguo ni m oderno le alcanza en
V on R anke escogió, p a ra escribir su altu ra, en am plitud y variedad, en f o r ­
‘•M onarquia E spañola en los siglos XVI m a expresiva, en calidad verbal, en sa­
y X V Il” ese cam ino difícil del que es bor y luz, en color y m isterio” . Ju a n
ta n fácil ap artarse. P o r un costado Ruiz y Garcilaso, S an ta T eresa y San
M. A.
fru n c e el ceño la H istoria y y erg u e las J u a n de la Cruz, G óngora y Lope, Ju a n
s ie te cabezas de sus hechos incontro- Ramón y A ntonio M achado no han al­
v e r t i b l e ^ y sus ineludibles fechas y, canzado nunca ta n hiperbólico pedestal. J A R D I N C E R R A D O . — E m ilio P r a d o » .
— C U A D E R N O S A M E R IC A N O S . —
p o r el otro, sonríe y hace invitadores
Paulita Brook
M é x ic o , 1 9 4 6 .
g u iñ o s la siren a de la b io g rafía nove­
la d a . R esp etar al m onstruo y d esoír
S ería ta re a h a rto difícil, preten d er
«el reclam o de las sirenas: he aquí el
an alizar en breve n o ta b.bliográfica
p roblem a.
poemas de em oción ta n inefable como
V on R anke logra a fro n ta r este pro ­
ios que h a publicado Emilio Prados,
b lem a y resolverlo airosam ente. “ La
bajo el titu lo de JA R D ÍN CERRADO.
M o n a rq u ía E spañola” es H istoria, como
Mas es ta l el m érito del libro en s ,
s e en c arg an de a te tigu árlo a l pie de
tan v erd ad era su poesía, que fu e ra im
c a d a p ág in a las incontables notas, y
uerdonable no se ñ ala r su presencia, s.p a rtic ip a tam bién del género b io g rá­
q u iera sea de m an era concisa.
fico sin novelerías, pero con la su fi­
C iertam en te que este libro de Prados,
c ie n te vivacidad p ara q u ita r a la H is­
poeta de sensaciones recónditas, no es
to r ia su polvo y sus te larañ as.
para gustado por gentes afanosas de tal
E s a serie de fo to g ra fías “ f ija s ” que
o cual m otivo, ni p ara quienes sum ern o s viene sirviendo la H isto ria desde
g'dos en la a m a rg u ra colectiva en que
siem p re, se convierten en esta ob ra en
vivimos, olvidan la suya propia, esa
“f ilm ”. Son los mismos p erso n ajes los
a m arg u ra su b je tiv a por la cual Prados
r e tra ta d o s , pero R anke los hace m over­
vive, resp ira y... h a sta lucha. P orque
se , a c tu a r a n te nosotros, e je c u ta r los
tam bién lucha, y lucha p ara defen d er
«actos que re g istra la H istoria, d ándo­
su intim idad siem pre triste y m ansa­
n o s u n a ilusión de vida casi p erfecta.
m ente desesperada y el derecho a es
L o s defectos inherentes al m étodo M a d r id .- Biblioteca Nacional: Décadas de ea rb ar en el m isterio, a hundirse en él,
h istó ric o , ese a isla r un país del resto
a ab razarlo en p ro fu n d a soledad “que
Tilo Lirio.
noche a noche va edificando” o como
d iría el divino San J u a n : “ D esierto in ­
menso que es tan to más deleitoso, sa­
broso y am oroso, cuanto más p ro fu n ­
do, ancho y solo...”
Y la M uerte. He aquí ¡a m usa p e r ­
m an en te del poeta, “ ja rd ín ce rra d o ”
según él, y motivo de su canto. D iríase
que es u n a especie de coqueteo con
ella, pues que la siente, la llama, la
desea o le m u estra indiferencia. “ M u er­
te, ta n cerca te escucho — y, a mí, ta n
lejos m e veo, que pienso que quizás
viva— porque ya ni te deseo...”
T a lo largo de todo ese c a n ta r que
le h a nacido a Prados en el corazón y
en las m árgenes de su angustia, se nos
com unica esa especie de filosofia in tu i­
tiv a que d a unidad a los poemas y que
p o r o tra p arte es ta n característico de
lo español genuino. La aceptación to ta l
de la m u e rte o como si dijéram os su
resignación. Resignación an te lo que no
puede ev itar. “ E stoy sintiendo tu s p a
sos —en los bordes de mi cuerpo— pero
bien puedes pisarm e—que, a tu pie, yo
no le tem o ”.
C laro que en JA RD IN CERRADO no
hay u n a ren u n cia en tera a todo lo que
no sea la línea fundam ental fija d a por
la inspiración, ni tam poco se resig n a a
ese lirism o pesim ista o a ese a fá n vo­
luptuoso de descubrirse a si mismo con
an g u stia y bien estar a un tiempo, sino
c¡ue su sensibilidad reacciona con f e r ­
vor, y ard e, se apasiona e n tre su “ cam ­
po y m ás cam po” , arboledas, playas u
olivares... como si siguiera aú n b a ñ á n ­
dose en aquel tibio sol de la prim ave­
ra de E spaña. Y es entonces cuando
estallan , botan y rebotan las p alab ras
tie rn a s, sencillas y en trañ ab les de sus
canciones. Le aprisiona su paisaje, es
su t.e r ra que se le ofrece al goce con
una nitidez ta n clásica y un ritm o tan
vivo y q u ieto y acom pasado que no
podem os m enos de preg u n tarn o s. ¿C ó­
mo h a podido escrib ir P rados todo esto
fu e ra d e E spaña? P orque lo dem ás si,
ha podido escribirlo aquí, trasp lan tad o
a estas tie rra s de A m érica, aunque su ­
mido siem pre en si, “ en su alm a, sueño
y soledad m a rc h ita”.
V IA
DE
L ’E S T
C O L L E C C IO
1946.
de
ANNA
M U R I A .-—
LLETRES. —
M é x ic o ,
La vida tien e en ocasiones, una g ran
fu e rz a m isteriosa que se revela h asta
en los detalles más mínimos. Y han s i­
do estos detalles precisam ente, los que
A nna M uriá h a sabido ca p ta r en los
siete cuentos que con el titu lo del ú lti­
mo, VIA DE L ’EST, nos ofrece la co­
lección Lletres.
A p arte de los rasgos de a c erta d a pe
n etració n psicológica y de ciertos a tis­
bos de esteticism o p an teista — como por
ejem plo en la estam pa de los A V E L L A ­
NOS SA L V A JE S — puede ap reciarse en
todo el re la to un a intim idad deliciosa y
ta n rica, que a nuestro juicio co n stitu ­
ye el principal fa c to r de su en can tad o ra
am enidad. U na prosa fina, sencilla y
con b astan te sabor, realzan el in terés de
estas p áginas en las que paisaje y p e r­
sonajes se com plem entan a trav és de
un a serie de recuerdos diáfanos y a u ­
té n tic am e n te humanos.
VlCH.- Museo: Tratado Canónico.
ïí|
H uesca.- Catedral: Actas delConcilio de Jaca
E n suma, que VIA DE L ’E S T , ta n to
por la pureza de su léxico escogido co­
mo por la penetración con que se ha
escrito, puede y debe se r u n a de las
aportaciones más estim ables a la cu ltu ­
r a catalan a en el destierro.
María Dolores Arana
IS A B E L
A m ador
LA
C A T O L IC A
Sánchez —
—M é x ic o , D . F .,
—
P o r L u í»
E d ic io n e s C O L I
1946.
E ste libro es de los que estab an h a­
ciendo fa lta en la A m érica novecentista p a ra o rien tar a los lectores de habla
española sobre las verdades de la histo­
ria de E spaña, en todo lo que v a desde
q ue m urió Isabel la Católica h a sta nues­
tro s dias. Y hacia fa lta un libro así
p o rq u e quienes desean ju s tific a r un
movim iento de b an d.daje como u n a ca u ­
sa libertadora, han dado en la n z a r un a
pro p ag an d a a base de falseam ien to de
lo m ás puro q ue ha ten id o E sp añ a
h a sta la república del 31: L a ig n o ran ­
cia falangista, qu e olvida que la pers­
p ectiv a histórica no íes p erd o n a rá su
crim en, como no se lo p erd o n a ia ac­
tu a lid a d — si exceptuam os a los am igos
sigilosos de Franco.
El profesor español A m ador Sánchez
dá u n a luz sobre los v erd ad ero s d esti­
nos de España, cuya h isto ria y ju sto
p o rv en ir se tru n c a con la m u e rte de
Isabel la Católica, quedando tra ic io n a ­
do su testam ento y su p en sar genero­
so con respeto a los destinos de su país.
E s el libro u n a valiosa ap o rtació n
encam inada a d em o strar que p a ra se­
g u ir un ritm o de decencia nacional en
la política ibera, se ha de to m a r ia v i­
d a española en el mismo p u n to en que
la d ejaro n F ernando e Isabel. Y n ad a
m e jo r que la República, pues esa malav illo sa sangre de la escu lto ra de la
u nidad nacional hace cu a tro siglos qu e
desapareció de las te sta s coronadas.
L as dinastías e x tra n je ra s no le tu v ie­
ro n cariño a n u e stra E sp añ a y se da
el caso de que el esp íritu de Isabel lo
rep rese n tan hoy los republicanos y no
los m onarcas que creyeron qu e E spaña
e ra un a q u in ta de recreo o u n a conser­
g e ria en donde se g obernaba con a r r e ­
glo a las consignas fo ra ste ra s. E x ac­
ta m en te como ocurre ahora, que p o r a l­
go se levantaron en arm as los traid o re s
lacayos de quienes fu ero n ahorcados en
N urem berg.
P ru e b a tam bién A m ador S ánchez qu e
Isabel la Católica era d em ó crata am ada
de su pueblo. C ita esta copla p o p u la r:
¡P o b re caballo blanco— el caballo de
Isabel!— A nda loco p ro cu ran d o — a la
d u eñ a de su arnés!... buscando lo que
y a no encontró más. E l p o eta v u lg ar
qu e cantó al corcel huido, p red ijo la
h isto ria de E spaña h asta hoy. N osotros
creem os que la R epública h ab ía encon­
tra d o el corcel de la d em o crática Isa­
bel y lo había cogido de las rien d as,
p ero con tan débil en e rg ia q u e se le
volvió a escapar...
El libro de A m ador Sánchez es, ad e­
m ás, desde el ángulo de la lite ra tu ra ,
u n a b io g raf a excelente que colm a las
exigencias del gén ero : am enidad y do­
cum entación. Y es doblem ente digno de
aplauso el tra b a jo si tenem os en cuen­
ta que está realizado lejos de los A r­
chivos y de las fu en tes originales, en
donde se hallan los m ás valiosos y de­
finitivos docum entos. Lejos, en u n a p a­
lab ra, de la p a tria de la rein a y de su
biógrafo.
7. E. Calle ia
en los escom bros de las casas bom bardeadas,
(resb alan d o en la sangre,
ta n te a n d o en las som bras y en las ru in a s).
tra s los alam bres del h o rro r clavadas?
¿Q uién sentenció a m o rir la prim avera?
¿Q uién la m ató y la puso prisionera?
León Felipe
Llegó la paz y p ara el niño alu m b ran
o tra vez las estrellas peregrinas.
F rag m en to s del Poema Trágico Español.
T o rres los ojos de la m a r vislum bran,
— E L PAYASO DE LAS BO FETA D A S Y
EL PESCA D O R D E CAÑA—
arb o led as dfe luz y golondrinas.
P ero el niño español ta n sólo ad v ierte
los com etas del ham bre y de la m uerte.
¿Q ué oscura m ano helada le ap risio n a?
Aquí no Llora Nadie
¿Q u é m aldición sobre sus hombros pesa?
¿O ué desdicha sin fin le desm orona?
¿Q ué espada consentida le atrav iesa?
¿ P o r qué tien e ía paz, la paz q u erid a,
la b risa die sus alas recogida?
¡Pueblos Libres !
¿y Es p a ña ?
¡Pueblos del m undo, pueblos! El po eta
hoy ya no canta, g rita enfurecido.
%
LEGO la paz. L lorando reverdece
L
No hay paz, no hay paz, no hay p az en el
Y su H istoria,
A qui no llora nadie.
P o r los m íseros m ontes se desgrana la ta rd e
su pasión,
sus gritos encendidos,
¡
y
un niño con descuido de hom bre g rav e
S an g ra ardiendo en mi voz. ¡P restad le
sus denuncias de som bra,
conduce rebaños reducidos a escuálidas ovejas.
ay u d a!
Más a llá
sus dem andas de luz,
tra s los cerros
sus o fertas de sangre,
Rafael Alberti J sus pleitos de ju sticia,
ro n ca y siniestram ente la m uerte perm anece.
E l an sia en tre dos luees
y su locura crucificada,
¡no valen la vida de un m arinero inglés!
va fingiendo descuidos con m enudos quehaceres
m ie n tras hum ildem ente las vecinas escuchan
¿Lo habéis oído?
Y’o lo he oido: “ ¡No valen la v id a de un m arinero con u n silencio lleno la voz grav e de u n viejo
■inglés!”
sus n oticias severas.
¿Lo habéis oído vosotros?
A quí no llo ra nadie.
Lo hemos oído todos, L ord D u ff Coóper.
Los h ijos y los novios
Todos. E stad tran q u ilo ...
h
erm anos y m aridos
V uestras palabras no se pierden.
los hom bres q u e se visten con g én e ro d e p an a
Las han oído las estrellas tam bién.
y tie n en la piel d u ra die sol y vendavales
P ero yo digo
se van y se despiden y form an batallones.
que el mundo no es del m ercader.
(Porque están en el p u en te
A quí no llo ra nadie.
el g roupier y el g o -g etter
Se van sencillam ente.
y m ueve el gobernalle aquel m atón.
N
adie. No. Nadie.
¡A b a jo ! ¡Abajo, ju g a d o re s tram posos!
Q ue lloren otros pueblos su lib e rtad perdida.
¡Que la nave la lleve el cap itán !)
A quí las hachas ta lan dulcísimos p in ares
El mundo no es del m ercad er
y
clav an los martillos! los fé re tro s desnudos.
ni del g u errero
Q
ue
o tra s m u jeres lloren por sus m aridos vivos.
ni del arzobispo...
El mundo, — esta som bra encadenada y pestilente
P a ra los hom bres m uertos
— será...
h a y silencio en E sp añ a
Un Español Habla de su Tierra
de quien lo redim a.
y u n silencio m ordido
¡ d e q u e n lo r e d im a !
y un e sp erar callado
y un campo de b atalla sobre sus sucesores.
Las playas, param eras
In g laterra ,
al ru b io sol durm iendo,
eres la vieja raposa av a rien ta ,
Q u e rom pan los pañuelos
los oteros, las vegas,
que tiene p ara d a la H isto ria de O ccidente hace q u e los rasg u en en tira s blanquísim as de hilo
en paz, a solas, lejo s;
mas de tres siglos,
que los ciñan bien frescos a la h e rid a caliente
y encadenado a Don Q uijote.
o qu e cu b ran con ellos
los castillos, erm itas,
Cuando acabe tu vida
la m u e rte p rem a tu ra de ese joven soldado.
co rtijo s y conventos;
y vengas an te la H isto ria grande
donde te aguardo yo,
la viola con la historia
A quí no llora nadie y el corazón dom ina,
¿qué
vas
a
decir?
y
si se vierte sangre
ta n dulces al recuerdo,
¿Q ué astucia nueva vas a in v en tar entonces p ara las lágrim as se ahogan por la noche en silencio
en g añ ar a Dios?
c o n tra la dulce alm ohada
ellos, los vencedores
■R ap o sa!
b ajo la espesa n iebla de un presagio nocturno.
caines sem piternos,
¡H ija de raposos!
d e todo me arran caro n .
A qui no llora nadie.
Me d ejan el destierro.
A qui la m u erte pierde.
¡ V ieja raposa av a rien ta ,
A
quí se alzan los pueblos
has escondido,
U na m ano divina
con sangre a borbotones.
so te rra d a en el corral,
tu tie r r a alzó en mi cuerpo
la llave m ilagrosa q ue ab re la p u e rta diam an­ Y aq u í se m uere a golpes rudísim os de plomo.
y allí la voz dispuso
A qui no llora nadie.
tin a de la H istoria...
¡No entiendes n ad a y te m etes en todas las casas
q u e hablase tu silencio.
Arturo Serrano Plaja
a c e rra r las v entanas
y a cegar la luz de las estrellas!
(Este poema ha sido proporcionado por Piluka de Foronda)
C ontigo solo estaba,
¡
i’
los
hom
bies
te
ven
y
te
d
ejan
!
en ti sola creyendo;
¡Pueblos libres! E spaña no está m uda.
P ero es ella o tra vez. E lla : la vida.
La vida p ara toctos los m ás buenos,
restitu ción de los perdidos sojes.
La vida herm osa p a r a to d o s .. menos
p ara los com batientes españoles;
que la m uerte de perro s am arillas
aú n les hinca en el alm a sus cuclullos.
M iradla allí. L a m u e rte está en su casa.
Oye un ciego reloj de h o ras desiertas,
y hay m uchas calles donde nada pasa
porque ya nadie puede a b rir sus puertas.
Cuidad que ni una som bra se despierte
en esa triste casa de la m uerte.
Llegó la paz. Y todos los cam inos
son de regreso p ara el hom bre. C anta
la sem illa en los surcos m atu tin o s;
el sol de los escom bros se levanta.
P az a la m ar, los cielos y la tie rra .
Y al español, destierro, cárcel, guerra.
¿Q ué queréis? El m undo se sonroja
con rub ores de sangre todavía.
E l árbol español cae h o ja a hoja,
qu e un viento impele al m a r de cada día.
Mas a pesar de ta n to abatim iento,
su tronco no está solo con el viento.
M anos insomnes, pechos repentinos.
E n las nieves que vedan la m ontaña,
an h elan tes leones clandestinos
y un to ro suelto ardiendo por España.
¡Sagrados héroes, sa n ta s servidum bres,
g u errilleros del frío y de las cu m b res!
P o r sedi la luz, la noche por escudo,
la in a u d ita sorpresa p o r em peño,
p o r to d a ropa el corazón desnudo,
la lib ertad por desbocado sueño.
Q ue no estás sola, no, que por ti brillan
b anderas que a tu nom bre se arrodillan.
¡Oh, banderas ocultas oh, lejan as
b anderas que tu s hijos derram ados
m ueven como un redoble de cam panas
★
p en sar tu nom bre ah o ra
en v en en a mis sueños.
co n tra los ojos de la ley cerrados!
¡ Oh, banderas e rra n te s! ¡Oh, banderas,
¿Cómo vive un a rosa
resp lan d or de las a u ra s g u errilleras!
si la a rran c as del suelo?
Y m ientras a'lí m ueren , aquí estam os,
pero aquí como allí perm anecem os,
A m argos son los días
de la vida viviendo
y el precio de la deuda que pagam os
sólo u n a la rg a espera
nos lo deben, que a nadie lo debemos.
a fu e rz a de recuerdos.
¡O h, vergüenza! ¡Oh, to rtu ra ! ¡Oh, g ra n
castigo,
Un día, tú ya libre
(
de la m e n tira de ellos,
m e buscarás. E ntonces
¿q u é h a de decir un m uerto?
esas m ínim as caras, desveladas,
esas pequeñas flores tra n sp a re n te s
A quí n o llo ra nadie.
Las novias en los pueblos comen un p an moreno
y pisan en pequeño lo mismo que los hom bres
cuando van tra s los bueyes por el flaco te rren o
dirig ien d o con m ano firm ísim a el arad o .
si el corazón lo tiene ensordecido.
sube la vida a borbotón, a mares.
D esm antelada sube, sacudida.
¿Quién perm itió esas luces inocentes,
Lord D u ff Cooper: E sp añ a,
aqui, en vuestro m ercado,
aquí, en v u estra asam blea,
y a no tiene ni voz.
p la n e ta
el arrancado olivo en los hogares.
Del corazón agónico am; nece,
p ag a r en bien el m al del enem igo!
/ R a p o s a !
A quí no llo ra nadie.
Las m adres en E spaña van vestidas de negro
y cu b re n sus cabezas con pañuelos obscuros.
L uis Cernada
V' e ja raposa av arien ta,
tie s un g ran m ercader.
'í '. c s levar n r v bien
las cuentas de ie. cocina
y piensas que yo no sé contar.
¡Si sé c o n ta r'
He contado mis m uertos.
Lo3 he contado todos,
los
he contado uno p o r uno.
Los he contad» en M adrid,
los
he contado en Oviedo,
los
he contado en
M álaga, íí
los he contado en G uernica,
los he contado en Bilbao...
Los he contado en to d as las trin c h eras;
en los hospitales,
en los depósitos de los cem enterios,
en las cunetas de las c a rre teras,
Dibujos de,
A N T O N IO RODRIGUEZ L U N A
DIARIODEUNADOLESCENTE
p a is a j e
POR
A. Fernández Pascual
12 de Septiembre: H e recibido c a rta de mi m a d re .-E n esta no h ay esa se* ie s de consejos que ta n to me desazonan, ese machaconeo de ad v erten cias y
-recomendaciones que, a seguirlas, no d e ja ría n suelto ni u n hilo d e mi vida. E sta
la he sentido tie rn a y dulce con u n a caricia, con cierto respeto hacia los diez y
■ocho añ o s que acabo de cum plir. “ Y a eres un hom bre, me dice, pero yo no
-acabo de creerlo ” . Todo su a fá n es que la c a rta llegue, a tiem po, en la m añ an a
m is m a en que dé yo ese salto im aginario de una a o tra cifra, ta n pequeñas aún
¿para m í, ta n grandes p ara ella q u e' m e q u e rría siem pre niño.
S in sa b e r porqué, este papel m oreno, lleno de su le tra p eq u eñ a y tie rn a,
«orno doblada de sufrim iento, m e ha puesto triste. He querido rec o rd a r su cara
¡y la siento perdida en u n a le ja n ía de nieblas donde se confunden mis recuer<los. Sólo sus ojos, o m ejo r aún, su m irada, eptá presente en mi m em oria, pero
a veces dudo si no será invento, im aginación mia m ás que recu erd o verdadero.
Y lo ex trañ o es, q u e mi p aisaje de infancia, aquella p lazo leta con acacias,
a q u e lla s casas viejas, torcidas, como apoyadas unas en o tras, y aq u ella ta p ia
■de las C larisas enjalbegada y llena de enredaderas y geranios, están en mí co­
m o u n a estam pa fre sca recién im presa en la memoria.
E sto s son m is únicos recuerdos sobre España, estos y aquella m u je r tira d a
«orno u n saco en medio de la calle, que se q u ejaba débilm ente m ie n tras iba
v ac iá n d o se de sangre. La vi cuando salíam os de un refugio, después de un bonib ard e o , la ta rd e en que m e llevaron a despedirm e de tía A gueda, que q u ería
verm e la visp era de mi salida p a ra México. T ía Agueda se pasaba la v id a en un
b illó n de ru ed as, que recuerdo, así como sus manos pálidas y larg as, afilad as;
p e r o eso es todo, porque su c a ra se ha borrado tam bién de mi m em oria.
15 de Septiembre: A yer te rm in é “ La Vida de Don Q u ijo te y S ancho” de
(Jn am u n o . Lo he leído penosam ente. No lo entiendo bien y eso me encoraglna,
p u e s debe se r m ia la-culpa. Don Em ilio me1d ijo que debía leerlo y releerlo p ara
i r e n tra n d o en la m anera d e se r de E spaña. A hora estoy, con A zorin, con su
■"Castilla”, y este sí me gusta, casi d iría que me apasiona, ¿o rq u e leyéndolo, me
« co r r e que m e .p a re c e que recuerdo, y que todo aquello lo he visto an tes y sa­
l e de m i y no de las páginas que ten g o en tre las manos.
19 de Septiembre: Hoy h e paseado con A urora. Se m archa a E sp añ a rech i­
n a d a p o r sus padres. E stá m u y triste , ta n to como yo, que ai despedirnos he
¡sentido como si algo se m e rom piera dentro. Dice que irá a v er a mi m adre,
«jue m e escrib irá mucho, y que esp era que yo pueda ir pronto... L a v ertiad es,
«jue p o r unos mom entos he deseado irm e tabién , que sigo deseándolo a p esar
■de F ra n co ... A hora pienso, si no se rá que e lla .. ¡C ualquiera sabe! Desde hace
«ina te m p o rad a todos mis sentim ientos son confusos, tum ultuosos, y no com o a n ­
t e s q u e todo m e parecía claro y sencillo, am able como u na postal ilum inada.
Y a h a sta la política m e preocupa. ¿Q ué hacetnos aq u í? Los m ayores no
"hacen m ás q u e re ñ ir e n tre ellos. Yo odio a ,F ra n c o porque h a m atado a mi p ad re ,p o rq u e creo en la L ibertad, porque aborrezco la injusticia, pero, ¿qué hacem os
¡aquí, si todo e l tiem po set iros va, o se les va, en h ab lar m al los unos de los
■otros? ¿N o seria m ejor h ab lar m enos y hacer algo? ¡C u alq u iera en tien d e a los
m a y o re s! Y es que m e ha en tra d o u n a prisa trem en d a p o r volver a E spaña.
D ebe se r p o r , A urora, porque en ella pienso como no h e pensado n u n ca en mi
m a d re , y debiera darm e vergüenza..
JH SE e ra el cu arto , el pequeñísim o
"
cu a rto en que vivia: el de las
c u a rtilla s. No había otro, no podía
co n fu n d irse .
C em enterios de papeles, estantes opri­
m idos áe libros verdes, grises, ro jo s;
io d o am ontonado, todo sucio.
E n u n rincón una pequeña cam a,
u n a ca in ita ro ta con las sábanas p a r­
tid a s. U na m esa m utilada y tris te y
am a silla com pletam ente destrozada, sin
.p a ta s, sin respaldo, sin asiento. Sólo
-.quedaban de ella unos vestigios lejanos
-de su pasado glor.oso. ¡Cuando era jo
v e n ! U na alfom bra rile hojas blancas
-ad o rn ab a la habitación, dos cuadros ro m ­
p ía n la s paredes, y una m esa chica, tam fcitn algo rota. E ra todo...
A quel hom bre estaba convencido de
'su in u tilid a d , se h a b a ido creando un
a m b ie n te de tristeza. E n tre los cem en­
te rio s de papeles y la alfom bra de hó.ja s b lancas se resp 'ra b a am argura.
¿Sus descalabros continuos; su vida
im p re g n a d a de fracasos, le form aron,
u n a m en te decepcionada, aje n a al b ie n ­
e s ta r e sp iritu al que produce el triu n fo .
.'Ese anh elo de éxito, am ontonado, creaiba su pobre clim a anímico.
Y a l rebelarse, él mismo apagaba sus
g rito s , pensando ya en el desastre. Y
v ien do todos los intentos inútiles, lle­
g a b a a conformajrse.
¿Q u é podía hacer él? N ada, absolu­
ta m e n t e n ad a . ¿De qué le habia servido
tu é b a r? ¿ P a ra qué m atarse queriendo
c a n ta r u n triu n fo nunca venido?
N o, ya sabía que todos sus esfuerzos
se ría n estériles.
¿C u á n to s sufrim ientos pasaba al que
r e r s e Tebelav! Y ¿para qué ese m a rti­
rio ? T om aba la vida ya con ta n to des­
p re c io q u e poco im portaban los p ensa­
m ie n to s. R esignarse sin p ro testa e ra d e ­
f e n d e rs e de él mismo.
C u an d o al pensar, se abism aba en
líos p ro fu n d o s estanques de la inconstciencia, absorto, loco, callaba, m ordién­
d o se W>3 labios, apretando los puños.
P e r o callaba...
L o m e jo r es entontecerse, com o un
b r o to , ensuciarse el pensam iento c e rrá n ­
d o lo . T ira rse eh la nada, ahogando ideas.
El Hombre de los Muñecos
POR
^ J O L O R de muerto en la calle.
I.a lluvia sobre las piedras.
Color de muerto en la lluvia.
La callejuela desierta.
Canta una canción sombría
la callejuela del pueblo :
canción de tristeza y llanto,
canción de color de muerto.
La farola de la calle;
retorcida, pedregosa,
aún no ha encendido.su luz:
canta a muerto la farola.
Se'oye un silencio de muerto
en la tortuosa calleja;
la lluvia color de muerto,
color de muerto en las piedras.
Una luz dando traspiés
viene y va, vuelve y se aleja.
Se oye el canto de la luz,
canto de alborozo y pena.
Color de muerto en la luz.
Cantar de muerto el cantar.
Muertos pasos del sereno
que ronda por el lugar.
En una esquina el borracho
alegrillo, viene y va.
Color de muerto en la luz.
Cantar de muerto el cantar.
Se Oye un silencio de muerte
en la tortuosa calleja.
Cesa en su canto la lluvia
al chocar contra las piedras.
La callejuela del pueblo,
pedregosa, retorcida,
calta en su silencio mudo.
Meditación, agonía.
Luis Rius Azcoita
J u a n Espinosa
“ CIU D AD ” , A SI ENTRE D IEN TES,
P ero nadie lo sabe como él.
Q U IE R E D ECIR TRAGEDIA A N O N I­
— Tip... tap... T ip ... ta p . i i
MA, DOLOR SIN VOZ. ESTA TARDE,
Balancino, aferrad o al ap a ra d o r am ­
POR EJEM PLO ...
b u lan te, el hom bre se aleja. H uye da
la n iñ a de los bucles rojos, qu e no h a
—Pero L au ra, hija... ¿qué te pasa?
sido la prim era en asu starse , pero él
Con la c a rita co n tra la fald a de su sabe, lo sabe muy bien, qu e volverá,
m am á, la n iñ a no contesta. H ay un r e ­ volverá siempre...
vuelo de bucles rojoa...
Ti s * 1° viese ahora su Ram oncín...
--¿ Q u é te pasa cria tu ra? ¿F o r qu é te ;.se asu staría ? T endría y a siete años.
asustas?
E ra rubio como el sol de la ta rd e y u n a
Iban a e n tra r en un cine — uno de g ra n inteligencia le brillab a en la m i­
ta n to s cines p ara niños donde acap aran rad a. ¿Se asu staría ? C uando m urió,
el c a rte l los dibujos anim ados de W alt cinco años atrás, los ojos se le vidria­
Disney-— y aquel hom bre m onstruoso ron y un sudor opaco le hum edeció las
apostado en el fondo del vestíbulo se le com isuras...
clavó en la re tin a con la brusquedad de
¿Be asu staría?
un relám pago. Lo había m irado. Feo,
— ¡ Hola!
grotesco, deform e la m itad del ro stro c
E l hom bre se vuelve.
inmóvil la única pupila sana, parecía
com placerse en golpear el suelo con su
J u n to a él, m uy bien vestido y con
p iern a da m adera.
p icara expres.ón en el sem blante, un
-—Tip... tap ... T ip ... cap ...
herm oso chiquillo le está tiro n ean d o de
J u n to a él. colgados de un palo verde la am ericana. Rubio. Ilum inado. Igual
<¡ue sostenía co n tra el suelo, se b alan ­ que Ramoncín.
ceaba la m ás ab arrig ad a mezcla de m u­
ñecos m ulticolores. De cartón, de trap o ,
La m irada tra n sp a re n te d e dos o jo s
de m adera...
azules se hunde en la opacidad de u n a
— Tip... tap ... T ip ... ta p .!.
p u p ila gris. El niño, con adem án d es­
E s el hom bre de los muñecos. El hom­ envuelto, sin m an ifestarse atem orizado
b re que vende títe re s en la p u e rta de en lo m ás mínimo, le señ ala a uno de
les cines in fantiles. Su locura son los lo» m uñecos: un patito ro jo con los
niños, p ero los niños, al verle, se asu s­ ojos de cristal coloreado.
— ¿M e lo das?
ta n y huyen.
—¡ R am ón!
¡P arece el “coco” !
— ¿E h? ¿Me lo das?
Su vida — com enta a m edia voz la
— ¡ R am oncín!
flo rista de la esquina— es sinónimo de—
No, no me llamo asi... ¿P ero v e r­
fa ta lid a d : U na m u jer, la suya, que se
ex tin g u e al d a r a luz... el te rrib le in­ dad que si me regalas el p atito ? Yo,
cendio del b arrio de San Jerónim o... su ¿sabes?, soy m uy rico. P ero mi d in ero
único hijo —dos vidas en un a— m uerto lo tien e un señ o r horrible que he d e­
eii el hospital a consecuencia de las qu e­ jad o en la p u e rta del cine con dos pal­
m aduras... Dicen que fu é allí, cuando mos de. narices. Siem pre qu e puedo, m e
quiso salvarlo, que se le quemó la cara, escapo de él. ¡Ja, ja. ja !... E s mi ayo.
perdió el ojo derecho y tuvieron que ¡Feo como un sapo!
El hom bre de los m uñecos y a no oye
am p u tarle un a pierna. Fueron horas de
infierno...
(P a sa a la pág. 15)
El Enigma de Tasirta
- C ue n t o por Jesús Bugeda
¿De qué sirve la inteligencia, si sólo escabrosos, pues’ p a ra vivir, llegó a beja r h asta a la p o rn o g rafía.
le tr a 'a m artirios?
P ero si d e ja b a de hacerlo no podria
E n el fondo era un a rtis ta y un hom ­
cerner.
bre sin voluntad.
H ubiera llegado a ¡e r alg u ien si sus
obras inéditas fu esen conocidas. P ero
¡Claro! Así, ¿q u é recu rso le queda
su cobardía lo a te rra b a ta n to qu e sólo
podía llo rar sobre sus papeles, g rita n d o : ba?... Se lo dijo él.
—Vamos T a s> ta , no sea tonto. Usted
“ V alor... valor... Dios mío, dam e va­
nece ita ser m ás p ráctico . Eso que us­
lo r” .
P ero el valor escapaba de su p ri­ te d escribe a escondidillas no es más
sión.
Y la culpa la te n ía ese m aldito editor
sin escrúpulos. A quel v erd u g o de la
plum a que se apoyaba en los libros pa
r a alcanzar la fo rtu n a .
En realidad no e ra un ed ito r sino
un simple fab rica n te que no p o d ía en ­
te n d er el arte. Con la sensibilidad ro ta
es imposible d istin g u ir el v erd ad ero va
lo r de las cosas. P a ra él los libros no
eran más que u n a m ercan cía cualquie
r a a la que debía su existencia, y no sfija b a en su contenido. ¿ P a ra q u é? No
e ra necesario un lib ro m ag n ífico ; coi:
que adm itiese m uchas ediciones b asta
ba. Aquel que se vendía m ás e ra el
m ejor, aunque el v erd ad ero estuviese
pudriéndose en el á n g u l o o b s c u r o .
Un dia, enseñándole el negocio a un
am igó, dijo:
— ¿Ve usted? este es el m ejo r libro.
— ¿E ste? No puede ser, si ni siquie­
r a el a u to r es conocido.
— No im porta, es el que se vende
más.
Y nuestro escrito r no q u e r a com ­
prenderlo. Así, que el pobre com ercian­
te siem pre e ra el cau san te de todas sus
desgracias.
El le pagaba p o r escrib ir lo qu e más
g u stab a al público: tem as superíluo3 y
que p e rd e r el tiem po. ¡ P ráctica, m ucha
p ráctica, am igo mío! Es lo único que
hace fa lta en la vida ¡ M ucha p ráctica
y el triu n fo se rá suyo!
Y te n ia razó n , aquellas to n te rías es­
tab an escritas a escondidilla , aquello
psiaba escrito sigilosm ente, a espaldas
cíe sí mismo.
H asta el mismo tendero, Don F u l­
gencio. el bueno de Don Fulgencio le
h ab ló :
—Eso e : sentim entalism o cursi, am i­
go ; si no d e sp ie rta usted v a a te rm in ar
mal, m uy m al. Se lo digo por su bien,
Don R afael, d eje de h acer eso.
p o rta rle los procedim ientos y los re c u r­
sos: que em pleaba p ara consegu.rlos.
¡Lo im portante es crearlos!
Y p o r si au n fuese poco, él a rre g la ­
ba conform e a la m entalidad p o p u lar,
¡u s obras. H uyendo ¡os últim os resq u i­
cios de sensibilidad del pobre T asirta.
A quel estado era in ag u an tab le. La
independencia e ra su salvación. P ero,
¿cóm o?, si su cobardía lo e m p u ja b a a
la resignación. Y sus gritos de reb eld ía
no llegaban a escapármele de la g arg a n ­
ta.
¿De qué servia todo? ¿ P a ra qué vi­
v ir asi?... ¿El su ic id io ?...
Llegó el dia, el triste d ia p ara T a ­
sirta , en que no pudo más. T odas la s
gotas de aquellos años lo h icieron des­
bordarse. E o e ra ta n te rrib le . E s ta n
te rrib le lu ch ar co n tra uno m ism o, que
por fin venció. ¡Y a todo se h ab ía ac a ­
bado! ¡Todo! Desde el ed ito r h a sta el
alim ento, el cuarto, los libros. ¡Todo!
P o r la tarde, cuando te n ía q u e verlo,
P ero Don R afael no d ejab a de h acer­
lo, éso n o ; qu e siquiera le dejasen, p a­ íu é . Sí, fu é ; p ero no a e n tre g a rle un
ra él solo, p a r a él nada más. Y p ara cuento...
Subió a su despacho, ab rió la p u e rta
llen ar el cajó n de sus obras in é d ita :,
sus v erd a d eras obras... ¡Que le dejasen! y d ijo :
Y lo d ejaban.
— ¡Cerdo!...
Y le dió u n a bofetada. D espués salió.
<8>
E l ed ito r se quedó ato n tad o , no te n ía
Tas-lr.a estab a agotado, no p odría ni sab ía qué pen ar. Y con la boca
a g u a n ta r más. Su paciencia, como todas, ab e rta se le quedó m irando h a s ta qu e
r a 1 m itad a y las hum illaciones le pe- lo perdió de vista.
a b a n y a dem as ado.
“ Q ué im béciles” , dijo.
¿ E ra posible? ¿Qué h ab ía pasado?
S in em bargo, esos cuentes. ¡Esos m al­
ditos cu en to s! Los te n ia que seg u ir es- Don R afael estab a tam b ién atu rd id o .
•ribiendo p a ra que los leyesen los n i­ N o se explicaba lo que le ocurrió. ¿Q ué
ños, p a ra que gozase el editor, el h o m ­ e ra aquéllo? ¿E l producto de le er li­
bre ajen o a todo, m enes a un a cosa, a b ro s? ¿E l resultado de escrib ir SU3
sentim ientos? ¿L a culm inación de su p a
lo m ás g ra n d e : el dinero.
ciencia?
“ ¡M aldito sea el editor! ¡M aldito sea
N ada, absolutam ente n ad a, p ero no
todo y... él!”
se v endería jam ás.
E l valor, por fin, acudió a él.
H abía in ten tad o independizarse, ¡js
ra nú til. No pod a h acer m ás q
quello que se le exigía. E l fab rican
. orno todos loa fab rican tes, e ra cruel
sólo velaba por sus in tere es, sin ñ
❖
Don R afael pasó días de in fiern o . L a
p a tro n a vino innum erables veces a re-
MENTIDERO CORTESANO
-
L a Picaresca Española de Calzón Corto y Espadín -
R IN C IPE S da la e b r i a y de la
g allofa, que cel arroyo ascen­
dieron al reta b lo de las le tras p o r la
m ano de Quevedo, Alem án, H u rtad o de
M endoza y Espinel, tom an el hábito de
cortesanos al ex p irar el siglo X V III. P e ­
ro si an tes m ajas, torero-, aristó cratas
y g en tiles-h o m b res- incluida la Real
Fam ilia— fo rm an el te' n de fondo de
un a co rte ta n p intoresca como desven­
tu ra d a —-de la que sólo se sai va el g e ­
nio sa tírico de Goya, q 10 fu é el fo tó ­
g rafo de la época—no es h asta F e r r a n ­
do V il, cuando se con a g i r la fusión o
confusión de las je ra rq u ía s ,o ria les a
la som bra del Soto i • la F 'o rid a en
las reu n io n es del propio Deseado con el
duque: de A lagón, el canivd.ir Birlocho,
Pepe el ag u a d o r y Lola la N aran jera. E s
entonces cuando com ienza a fo rm a rse
esa ari to cracia, de la que elijo C áno­
vas del Castillo q u e: “ r'i que no le h a ­
bía com prado el titulo ;u P "d re Santo,
se lo d eb ía al fru to ilegal de alg u n a
ca sta ñ era con un n eg rero enriquecido’'.
Vamos a p a rtir de esa fecha- - p a r a
no h a c e r la historia mvy larga—y de
ella ofrecerem o s a .u.siede? algunos
cuadros cortesano.-., qu« l-¡< n g an ad "
tienen el títu lo clasificativr de “ b o r­
bónicos” . Son cuadros que la p u d ib u n ­
dez de la H istoria u omitió o colocó
al revés p ara no alarm ar al pobre p u e­
blo español, pero que, sobre no c a re ­
cer de am enidad, pueden ser en p a rte
explicación de algunos acontecim ientos.
R ecordem os la sentencia del fran cés,
que escribió: “ Si Jo sefin a no h xbiera
sido ta n com placiente con algc.r >s p er­
sonajes del D irectorio, es posible que
h u b iera sido o tra la c a rre ra . o N apo­
león” .
Sin o rden y como vayan saliendo los
traerem o s aq u í, extraídos principalm en­
te de aq u ellas reuniones del pasado si­
glo, que ju stam e n te fueron llam adas
“ el m en tid ero cortesano” , quizás p o r­
que a ellas se trasladó toda la g ra n u ­
je ría que an tes platicaba en las g rad as
P epe el a g u a d o r y Lola la N aran je
ra. Y este m entidero es ta n español
que no pierde su c a rácter ni hasta
cuando un sinvergüenza de perio­
dista, ta n inteligente como m ala p erso ­
na, d isfrazó su autén tico patroním ico
de M anuel Delgado B arreto con el dis­
fra z de “ Don Felipe del M amporro y de
la S o n risa” .
P o rq u e g alan te ría obliga, siem pre que
pedam os, cederem os el sitio a las dam as,
P
Enrique Climent
N TODO a rtista legitim o se m a­ veras y medidasi die intención, índice de
n ifiesta a su “ m odo” , por su m ental seguridad. ¿E s que lo m edite­
“ estilo” , el in te rn o fuego, ese rráneo r.o eje rc e en él un a influencia
delirio que exalta la vida, que ladeterm
con­ inante? ¿E s qu e la riqueza de
luz, y en que existió y se constituyó,
vierte en susceptible de em oción
ha dejado su ra stro om nipotente?
transcendencia. Unas veces es el r.odra
irátieo estallido, otras un lírico p a r­
De nuevo, es el origen el que aclara
padeo, la angustia desnuda. O el cul­
tivo ferv ien te de las fo rm a s de expre­ la contradicción. E n la fusión de san­
sión, en que las pasiones se discipli­ gres, de huella h istó rica, de geografías,
nan, fluyendo con despaciosas gotas ¿No predom ina la m oral aragonesa de
sus antepasados, su sentido austero,
ard id as, que no b u rb u jean .
aunque le quede del m ar el gusto por
La p in tu ra de E n riq u e C lim ent es el dulce tra ta m ie n to d e la hum ana f¡deliberadam ente sencilla, elude en su g u ia, el escape vagam ente crom atico
resultado las com plicaciones. A fu erza que se dóm ina a pun to ?
de objetividad, de p lástica exactitud si
queréis, puede p are cer herm ética, co­
No re fle ja C lim ent esa obsesionante
rno un m undo ap arte, no tostado por y directa a ñ o ra n z a de E spaña que se
el sol, sin ventanales p o r donde se a b ra aprecia en la g en eralid ad de los p in to ­
paso un violento aíre q u e lo sacuda. A res em igrados. Sin em bargo, su m éto­
m anera de una realidad que tie n e en do es de rec ia calidad castiza, aten i­
sí fin y principo.
do a la noble tra y e c to ria de los m aes­
tro s; su esm ero de ejecución, su anhe­
P ero esta im presión en g añ ó la, p ro ­ lo de fidelidad a las cesas y seres que
vocada p or el vicio “ m oderno” de con­ le sirven de m otivos, la tensión a u to ­
tem p lar torsiones y sím bolos a p re tu ­ crítica, el redondeam iento del detalle,
jados, extravio en la proporción, estri­ su cuida lo del co n ju n to , acusan su
dencia de volúmenes, se rinde pronto firm e c o n te x tu ra nacional, sin macula
a n te su deseo estético de lim pieza y de exotismo.
verdad. B asta dialogar — calladam ente,
hondam ente, gracias a u n a relación en ­
Estam os a n te una p in tu ra <iv da <fe
tre cuadro y espectador que su rg e go • su prop a dignidad, que se ciñe — hu­
zota— con uno c'e sus últim os p aisa­ milde, orgullosa.— a los lim ites estrictos
jes, con un simple cam ino, m enudo y del género, que no descubre una ta ­
en cantador, en que los árboles se ag ru ­ cha de flaq u eza c de m ixtificación. Ins­
pan ju stam ente, con esbeltez precisa, pirada, y m as aú n orgánica, se de­
con poética esfum ación de hojas y ra can ta casi en ab so lu ta a la inmovilidad,
m as, en tres suertes de tie rra con un estrem ecida de fondo, grave de super­
com ún denom inador de aé reo s tonos ficie, con am bición de espacio recogido,
castaños. Después, u n g ra n telón de de firm e p re:e n c a.
ciclo, raspado en su m etálica urdim bre
por arm ónicas ligeras v aria n tes de blan­
Asi, el alm a n u tr e de su savia colo­
cos, enm arca un rec u erd o de Avila. res, gestos, in stan te s, in serta su pal­
Alas adelante, una hondonada, u n a cam ­
pitación en un paño, en el dejo de un
p iñ a en arm azón de caracola, con ape­
hermoso cuello fem enino, en el curvear
nas un jiró n de firm am en to , infunde
en el ánim o una sensación de p ro fu n d a cíe una senda, en el vientre de una
incógnita, como si la N atu ra lez a com en­ g u itarra. E l re tra to —su m áxim a de­
za ra a desvelar un pliegue ta n sólo d í dicación ah o ra— es elegante y cordial,
lejanam ente m e’ancólico, de p en etran te
su espíritu misterioso.
delicadeza; el p aisaje, un plasm ado la­
Y esta pintura, que desdeña lo chi­ tir de vientos y raíces.
llón, que es la negación del énfasis,
que se afin ca en un propósito rudo de
a rtístic a pureza, p la n te a un sem illero
de problem as. T an cabal de revelació
nes, tan inquietante en su secreto.
E
Clim ent, un levantino, y po r ta n to inclinaido a la exu b eran cia del color,
al desbordam iento sensual, a la p rofu
sión im aginativa, pifoducie obras' se-
'étm.
Colaboradores de
L
a s
españas
Rafael Altamira — Manuel
Altolaguirre — Manuela Ba­
llester — Agustín Bartra —
José Bergantín—Pedro Bosch
Cimpera-—Honorato de Cas­
tro— —Ernestina de Champourcin — Antonio Del Toro
— Juan José Domenchina —
Alberto Folch y Pi — José JVL
Gallegos Rocafull — Juan D.
Garcia tíacca — Ramón Ga­
ya — Juan Gil Albert — Car­
los Giménez—Mariano Gra­
nados — Rodolio Halffter —
José Herrera Petere — Ben­
jamín Jamés — Vicente Lascuráin—Julio Luelmo—Leo­
nardo Martín Echevarría —
Paulino Masip — Concha
Méndez —José Moreno Villa
— Margarita Nelken — Al­
varo Pascual Leone—Isabel
de Palència — José Puche —
Juan Rejano — José Renau
— Juan Renau—Antonio Ro­
dríguez Luna — Adolfo Sán­
chez Vázquez — Luis Santullano — Antonio Suárez Gui­
llén — Adolfo Vázquez Humasqué.
por
G regorio XVI, asu stad o del escándalo-,,
hizo, salir de Roma, en silla de postas &
Antonio Suárez Guillen
la condesa y d esterró al p rín cip e, q u a
no tard ó en reu n irse en F lo ren cia con,
flo r de am enidad en aquellos riientide- ,aquélla. El buen m a rq u és acabó p o r­
ros y que han conservado ese ca rá c te r p erd o n ar y ambos reg resa ro n a España*
de “ m entideros, desde la de Sqü.ilache '
P o r cierto que e sta h isto ria fu é co ­
b a sta E m érita E sparza y «feíde la de la
nocida p osteriorm ente p o r E u g en ia deL ag u n a h asta Mimí Castellanos, p a ­
M ontijo, y a casada con N apoleón III. Y"
sando p o r la de Durcal, la de S an to ñ a,
cierto día, en que te n ía sen tad o a su m e­
O lim pia d’Avigny, C arm en M oragas y
sa al escritor V e n tu ra de la V ega, en,
ia Caoba.
la villa que poseía en B ia rritz , la em­
U n próxim o ascendiente mió, M aria­ p e ra triz de los fra n ce ses p reg u n tó a l
no G uillén, red acto r de “ La E p o ca” a u to r de “El H om bre de M undo” :
desde 1860 hasta ltflü .. dejó sin p u ­
— ¿Es verdad, V e n tu ra , que usted?
b licar anos recuerdos, que luego he vis-, tam bién (Recalcando el ad verbio) co ­
to recopilados en un libro qu e el m a r­ noció a esa persona?
qués de Lem a presento al público eti
-S e ñ o ra, — replicó el p o eta sin d a r­
1'J30 con el titu lo de “ Mis recuerdos
le im portancia— p o r no singularizarm e*
(1880-1901)” . De aquellos recu erd o s de
T al era sú condición d,e m u je r m a l
mi p arie n te y del m arqués de L em a ya:r
hablada, que su p ro p ia h ija le censura­
nios a ex tra er la fig u ra de u n a a ris­
b a ese lenguaje plebleyo. E l propio Cá­
tó c ra ta , digna por todos conceptos de
novas dejó. contado q ue un d ía bajaban,
la tro m p eta de la fam a.
la herm osa escalera dé la casa, que la.
E ra esa dam a la condesa de Campo condesa poseía en la calle de la C ru ­
A lange, que caso muy jo v en co n un zada, llevando el propio Cánovas de sut
g en eral provecto, el m arq u és de Villa- brazo a la condesa,- y a s u h ija el q ue
cam po, quien, por m u erte de u n h e r­ sería su marido. La . m a d re se torció,*
m ano en el p rim er sitio de Bilbao un pie al pisar en falso un escalón y a l
(1 8 3 5 ), heredó el títu lo de Cam po dolor que se p ro d u jo lanzó u n a in te rA lange con g randeza de E spaña. No jeción ta n g ráfica, que su h ija le r e ­
debió d u ra r mucho su m atrim onio, pero prendió :
sí lo suficiente p a ra que la aleg re con­
—Mamá, esas cosas no se dicen p o r
desa hiciera víctim a de su veleidosidad u n a señora como tií.
—Niña, niña, — contestó la condesa,
a su esposo.
sin
inm utarse— . No es el sexto el ú ni­
Cánovas del Castillo lo ha referid o
como escuchado en confesión de la -pro­ co m andam iento de la ley de Dios. T am ­
p ia condesa. E l prim ero con q uien en ­ bién está el cuarto.
E n tre sus am istades e je rc ía cierta,
g añó a su m arido la de Campo A íahge
predom
inio, que se m a n ifestab a en la.
fu é con el principe Luis N apoleón, f u ­
tu ro em perador de los franceses. Tal tolerancia de ..su len g u aje. .A l, m o rir
a v e n tu ra tran sc u rrió d u ra n te su lu n a c tra áristó crata, con la que h ab ía r e ­
de miel en Italia. H allábase N apoleón ñido, la dedicó este e p ita fio :
en Roma, metido en conspiraciones con
¡os carbonarios. Allí conoció a la C am ­
po A lange y pronto las relaciones en tre
am bos fu ero n presa de los com entarios
de la sociedad rom ana. Lo p eo r fu é
q u e tam bién el m arqués de V illacam po
se inform ó de aquellos am ores, so r­
prendiendo un día a la p are ja. Reveló­
se entonces el c a rá c te r del fu tu ro N a­
poleón III, sereno, im pasible, de una
friald ad que se confundía con el valor.
A guantó im p ertérrito cuantos palos tu ­
vo a bien propinarle el ofendido esposo
y sólo tomó la iniciativa, cu an d o aquél
volvióse con igual fiereza c o n tra su
esposa. A provechó ésta la contienda p a ­
ra escu rrirse y b uscar un refu g io en
ta s a del cardenal de Gregorio. El P apa
— No olerá m u e rta p eo r que olía vi­
va.
Y parece ser que no estab a n ta n des­
provistos de ju stic ia sus juicios, pues
era del dominio q ue la alu d id a, en efec­
to, e ra m u jer escasam ente cuidadora d e
su limpieza. Y e ra conocida la anécdota,
del general O’Donnell en u n a reu n ió n
en San S ebastán, en la qu e se encon­
tra b a la ep itafia d a p o r la de Cam po
A lange, donde el propio g en eral se di­
rigió a ella im p e rtin en tem en te:
—Vamos a ver, Ju a n a . S aque u sted
cu an to lleva en la fa ltriq u e ra .
Y fu é de ver como ap areciero n u n
par u." pañuelos sucios,, unos botones.
(P a sa a la pág. 12>
7 de NOVIEMBRE
Recordamos el 7 de Noviembre con emoción prof unda, pero no creemos
que sea momento de descansar sobre glorias, sino de trabajar por renovarlas.
E l 7 de Noviembre, significa, corno el 19 de Julio, la decidida voluntad
de nuestro pueblo de abrir un nueva época en nuestra vida política. Sig­
nifica un ejemplo de dignidad para quienes la tienen irremisiblemente per­
dida, y se revuelcan en la ignominia de una capitulación que traiciona todo
el esfuerzo y toda la sangre derramada en diez años de lucha.
En ambas fechas encontramos los españoles el punto de coincidencia
el ideal común a todos los hombres y a todos los pueblos de España. En el
espíritu de aquellas jornadas se borran todas nuestras diferencias, desapa­
recen las contradicciones sembradas entre nosotros maliciosamente, y el pueblovislumbra la España que lleva dentro pugnando por nacer.
Pero de entonces mismo arranca esa corriente capituladora que em­
puerca y desfigura los últimos meses de nuestra resistencia, la misma que
no ha cejado nunca, y que intenta hoy, aprovechando la difícil situación
presente, abortar las consecuencias lógicas, necesarias, de un proceso his­
tórico cien veces torcido y traicionado desde que nuestro pueblo inicia sus­
grandes luchas nacionales por la libertad y por la democracia.
Estamos, hemos estado siempre, con quienes todo lo esperan de su
pueblo, de nuestro pueble, y que por tanto no aguardan regalos de nadie7
con quienes no creen que la libertad pueda venirnos de intervenciones ex­
tranjeras, y sólo de !a justicia que se nos debe y de nuestra propia lucha,
por lograrla.
E l único medio de acabar con la traición de los capituladores, con la
ignominia del régimen de f ranco, es organizar de manera efectiva nuestras
fu erza ', movilizar a nuestro pueblo, y estamos seguros de que él, como el
19 de Julio y el 7 de Noviembre, no defraudará las esperanzas de quienes
creemos en la posibilidad de una auténtica solución nacional, en la incorpo­
ración de nuestro país a la vida moderna, y en el renacimiento y en la
misión histórica de España.
1 W fiiü l.
EL PROBLEMA FILOSOFICO DE LA
CONCIENCIA AGONICA SEGUN
MI GUEL DE U N A M U N O
II
"LAS E S P A Ñ A S", SE H O N ­
R A P U B L IC A N D O E S T E
F R A G M E N T O DEL LIBRO
DEL DOCTOR
JUAN
D.
G ARCIA
BACCA, P R O X I­
M O A P U B L IC A R S E : “N U E ­
VE F ILO SO F O S C O N T E M ­
P O R A N E O S , CON S U S T E ­
M AS”
“Abstrahentium no est mcndacium”,
decían y dicen en su mal latín los
escolásticos: ‘‘quien abstrae no miente
ni falsea"- Depende de qué obje­
tos sean los pacientes de la abstrac­
ción. Y por de pronto quien piensa
que la abstracción de razón puede
darnos verdad alguna sobre el hom­
bre real, que real y verdaderamente
es uno y defiende así su unidad, no
sólo miente con vulgar mentira, sino
que falsea por su raíz misma el filo­
sofar, y se miente a sí mismo, y
tanto se puede mentir a si mismo
que llegue a sugestionarse y creerse
lo que dice.
BALLESTE R: Imagen de la Virgen del Consuelo
Antonio Ballester
Escultor Español en México
ON motivo del Concurso N acional de E scu ltu ra convocado b ajo el tem a
“ Conm emoración a Lope de V ega” , la P rensa de M adrid publicaba en 1935
la siguiente opinión de M anuel A b ril.
C
Ahora bien: toda la filosofía inte­
lectual, racionalista, clásica, —grie­
ga, escolástica, cartesiana, kantiana,
husserliana— ..h a sostenido pertinaz­
mente que filosofar es propiamente
un conocer, y el progreso en esta
dirección ha consistido en añadir
“caer en cuenta de que re c o n o c e Pe­
ro todos ellos, con no menor perti­
nacia y airada repulsa, han tratado
de impedir que el resquicio de la
conciencia se colara todo el hombre
interior a reclamar sus derechos, y
sobre todo que los reclamara el sen­
timiento.
¿Qué ventajas filosóficas aporta
introducir todo el hombre y en espe­
cial el sentimiento en la filosofía mis-
“ D esolador resultado, si no fu e ra por una excepción uue da g ran lección a
todos: la obra de, A ntonio B allester. Las obras to d as p resen tad as al concurro
adolecen del m ás frío y am añado academ icism o apático. N enie Siente lo que ha
hecho. Los unos m ás escultores, los otros mas b atih o jas; el uno glosando r e ta ­
blos, el otro aplicando al relieve u n a ilustración de códice. N inguno tra ta n d o de
resolver este sencillo problem a, esta — a nuestro p arecer— elem ental obligac ón
de am or propio: “ ¿Qué h u b ie ra n hecho actualm ente los g randes im agineros que
son gloria del a rte y de E sp a ñ a ? ”
ma?- Veremos que muchas, e insos­
pechadas; pero sobre todo la de que
plantearemos con él los problemas
de la filosofía sobre una base real,
real, de verdad o en realidad de ver­
dad.
Oígase a Unamuno: “La filosofía
responde. a la necesidad de formar­
nos una concepción unitaria y total
del mundo y de la vida, y como con­
secuencia de esa concepción, un sen­
timiento que engendre una actitud
íntima y hasta una acción. Pero re­
sulta que ese sentimiento, en vez de
ser consecuencia de aquella concep­
ción, es causa de ella. Nuestra filo­
sofía, esto e.\ nuestro modo de com­
prender o de no comprender el mundo
y la vida brota de nuestro sentimien­
to respecto a la vida misma. Y ésta,
como todo lo afectivo, tiene raíces
subconscientes, inconscientes tal ves”
( ibid■ pág. 654).
Empero todas estas afirmaciones son
ya más o menos, y eran en tiempos
en que Unamuno escribía sus obras,
patrimonio común, si no de los filó­
sofos sistemáticos, si del ambiente o
de lo que el ambiente de la época
exigía a los filósofos.
Lo original, hasta el límite en que
es posible la originalidad después de
veinticinco siglos de pensamiento oc­
cidental, consiste y se cifra en lo si­
guiente : en señalar el “sentimiento
trágico” de la vida como raíz y prin­
cipio propio del filosofar. “H ay algo
que, a falta de otro nombre, llamare­
mos sentimiento trágico de la vida,
que lleva tras sí toda una concepción
de la vida misma y del universo, to­
da una filosofía más o menos form u­
lada, más o menos consciente" (ibid.
pág. 668).
¿Qué es eso de conciencia agónica?
¿Qué, sentimiento trágico de la vida?
¿Cuál su valor filosófico? ¿A qué
problemas filosóficos se puede aplicar
y con qué resultados reales?
II. Veamos ante todo qué es eso
de conciencia agónica, y cómo la con­
ciencia agónica llega a sentimiento
trágico, con la grandeza de real tra­
gedia.
Para llegar a tener conciencia agu­
da, realhima, segurísima de que un
miembro del cuerpo nos pertenece y
continúa peí teneciéndonos y hasta qué
momento es nuestro, no hay mejor
medio, aunque sea violento y brutal,
que someterlo a la tortura del potro,
estirarlo con creciente tensión, duela
lo que doliere. Crucificarse integra­
mente, de modo que de cada parte de
cuerpo y alma cuelgue dolorosamente
el cuerpo y alma enteros; y aguantar
conscientemente tal tormento, es lle­
gar a tener conciencia sumamente
real de lo que a uno real y verdade­
ramente le pertenece y está pertene­
ciendo.
El dolor de la separación, en esta­
do de atentado, es el criterio más se­
guro de unión actual.
Pues bien, por algo esa devoción
de nuestro Unamuno hacia el Cristo
de Velázquez y hacia los Cristos ago­
nizantes en general. “La más alta ex­
presión artística católica, por lo me­
nos española, es, en el arte más ma­
terial, tangible y permanente, —pues
c les sonidos se los lleva el aire-—,
de j a escultura y la pintura, el Cris­
to .de Velázquez, ¡en esc Cristo que
está siempre muriéndose, sin acabar
“ Sólo uno... La exposición se divide en dos grupos: en une todas las obras
presentadas, m enos u n a; en eí otro grupo, ésta. En el gru p o prim ero h ay cinco
o b ras superiores, con mucho, a las o tra s: las de Carm elo V icent, P erez Com en­
dador, Julio V icent, Helzel-Ruiz y M ora C irujeda,
N inguna, sin em bargo, con la lozanía y el garbo y el em puje de esa v entana
a b ie rta al aire libre — un aire de tradició n , pero despejado y sane— que ha
p lan tad o allí enmedio un m uchacho —nos dicen que es m uchacho y valenciano—
q u e se llam a A ntonio B allester.
¿Q uién es A ntonio B allester? No lo sabemos. P ero sabem os q u e alegTa la
vida, en aquella Exposición de caducidad m edrosa y de fa lta de ju g o vital so capa
de clasicismo.
No ha hecho B allester ningún alarde vang u ard ista ni “ m oderno” ; no ha
hecho m ás que á b rir de p a r en p a r las ventanas y los pulm ones al viento más
p o p u la r que ha podido en c o n tra r en sí mismo, y que h a construido asi un ju g u e te
que sabe a santo de fe ria , a grupo de N acim iento, a paso de procesión y a... verso
de Lope de Vega.
P orque hay dos Lope, lector. Uno culterano, redicho, de caracoleo coqueto
en las cortesanías de la época, estofando y rizando a ten acilla unos decires de
caracolillo afectado y de artificio sid ad mitologistica. Y hay un Lope d e pueblo
y de campo, de a u ra hum ana y de garbo popular, lírico y airoso a un tiem po,
sin m elindre ni alicate, que, en vez de hacer filig ran a italian izan te de platero ,
c re a flo res del campo, silvestres o... pitos de San Isidro y botijos... “ Lopillo” es
p opular, y es español.
A ntonio B allester es el im aginero de verdad en esta Exposición: ha sabido
se n tir por su cuenta, y al se n tir, recoger las esencias m ejo res del pasado, san
im itación, vitalm ente. H a sabido adem ás esculpir como h acia fa lta y h a sabido
policrom ar.com o el alm a de la ob ra re q u e ria ” .
A hora A ntonio B allester está en México, trae unas m u estras de su obra
rea liza d a en E spaña estos últim os años sobre tem as principalm ente de im aginería
religiosa, que es lo que le ha perm itido ganarse el pan una vez salido de la cárcel
de V alencia, donde perm aneció ju n to con un num eroso grupo de los m ás jóvenes
y valiosos rep resen tan tes de la. E scuela V alenciana
minea de morirse, para darnos la vi­
da!” (ibid. pág 718) •
Transportemos este plan al hombre
íntegro, de cuerpo y alma, y pregun­
témonos: ¿qué nos revelaría el pro­
grama de ponemo^ a que nos duela
todo nuestro ser? Y como espontá­
neamente y de ordinario no nos due­
len muchas partes del alma, como en­
tendimiento y voluntad, ¿cómo conse­
guir que afectiva y realmente lleguen
ellas a tener conciencia doliente de
sí, conciencia que nos revele no sim­
plemente que "soy", mient as y por­
que pienso, ni que “existo" simple­
mente mientras y porque pienso, si­
no que por el grado del dolor pueda
saber de tinta real y en realidad has­
ta qué punto soy? Sé que mis dedos
me pertenecen, porque si por un sa­
dismo, que ahora toma matices filo­
sóficos y en especial mitológicos, me
pongo a estirármelos sin compasión
y tiento, el dolor creciente me revela­
rá el grado de unión real y viviente
que conmigo tienen- Pues ¿por qué
no ponernos en sadismo ontológico
general, hacer que nos duela todo el
ser y a i descubriremos lo que nos
pertenece realmente, el grado de su
unión y el de nuestra unidad interior,
qué cosas nos pertenecen real y ver­
daderamente y qué otras sólo como
objetos presentes en nuestra concien­
cia presentaciona! pura y simple, qué
problemas nos son reales y cuáles
otros fingidos? Si, p>or ejemplo, pudie:amos hallar un medio para poner­
nos a que nos duela ser mortales,
¿qué significaría tal conciencia do­
liente de nuestra mortalidad para el
problema de la inmortalidad? Y si
es posible llegar a que nos duela Dios,
¿qué valor teológico tendrá tal dolor
nuestro, para resolver si existe o no
existe, su naturaleza, el grado de dis­
tinción entre El y no otros?
Hacer que a uno le duela su ser
entero es llegar a conciencia agónica,
estar en trance de muerte integral,
estado en que uno nota- á lo que real
y verdaderamente es él. y hasta que
punto lo es. La conciencia agónica
es la “hora de la verdad”.
Frehte a esta conciencia agónica de
todo el ser, y de todo lo que de ver­
dad se halle co n ' nosotros unido, la
puramente presentacional o fenomenológica es cosa de juego y sin con­
secuencias reales, sin revelación, cuan­
do más con aparición de ideas y co­
sas.
“El combate es el padre de todas
las cosas”, decía He:áclito- La guerra
interior, intestina, entrañable es el
padre de toda la filosofía. Ordina­
riamente no nos duelen ni la fe ni la
razón, ni sabemos hasta que punto
son las dos nuestras y hasta
qué grado las dos forman una unidad,
y hasta se ha llegado a inventar teo­
logías para que no nos duelan, ni le
duela a la razón la fe ni a la fe la ra­
zón. Y hay quienes proclaman que
razón y fe no pueden contradecirse
jamás, es decir dolerle al hombre; y
al no dolerle en firme, ha dejado de
saber realmente qué es fe y qué es
razón, y ha perdido el poder ser cru­
cificado en ellas y por ellas, dejando
de parecerse al Cristo que, sabién­
dose Dios, se lo sabía con conciencia
viviente mortal y agónica al exclamar
crucificado por dentro, más que por
fuera: ‘‘Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?”.
CONCURSO DE LAS ESPAÑ AS
De la ce rtera opinión expuesta po r Manuel Abril hace m ás de diez años, son
p ru e b a las fo to g ra fías que hem os visto de la o bra de este joven e ieultcr, algunas
de las cuales publicam os. El em puje y sabor p opular de que están llenas sus
escu ltu ras a pesar del medio am biente de restricciones y censura a rtístic a que se
re sp ira hoy en E spaña, m u e stra la raig am b re de e te escultor en el tronco de la
tra d ic ió n y popular E scuela de la im aginería española, a la que como levantino
a p o rta u n a serena fluidez m uy m editerránea.
Próxim am ente publicaremos las bases de los Concursos L iterarios de “LASC
E 8 P A S A S " para 1947
Premio:
Premio:
Premio:-
Y de él mismo es la opinión de que la visión real y d irecta de la g ran Escul­
tu r a M exicana de la época prehispánica ha de ser saludable a su plástica.
por Juan David García Bacía
B A L LE ST E R
ANTONIO MACHADO, (Poesía)
PEREZ GALDOS,
(Cuento)
GARCIA LORCA
(Teatro)
E n breve daremos a conocer las personalidades literarias que form arán los
Jurados de estos Concursos en los que podrán tomar parte todos los escritores
habla española, sin distinción de nacionalidad ni de residencia.
ESPAÑA EN EL RECUERDO
- Af /
FIGURAS DE ESPAÑA
EMILIA PARDO B A ZA N
A S T U R I A S -
por Isidoro Enriques Calleja
oor Luis Sanlullano
A llA hablar equilibradam ente de
A sturias esto rb a un poco ser as­
tu rian o . -Si Bergam in escribió, aquí mis­
mo, garbosam ente del M adrid de ¡os
M adriles, no es porque sea nacido m a­
drileño — “ C larín” decía “me nacie
ro n ” , al hablar de su m uy p asaje ra Za
m o ra—, sino porque lleva dentro Bergam ín la tie rra and alu za, puede con­
sid e ra r a Madrid en la perspectiva del
espacio y d iscu rrir sin exaltación, ay u ­
dándole el cielo de C astilla, m alagueño
a sus horas: “ Cuando M adrid tom a cier­
to aire andaluz en los días de sol y de
co rrid a— escribió Leopoldo Alas—parece
lo que no es, y el que ha vivido allí
algunos años se aban d o n a a c erta te r ­
n u ra patriótica, p u ram e n te m adrileña,
que no se explica bien, pero que se
¿líente con intensidad” . A hora bien, un
astu rian o de origen y de la rg a residen­
c ia se em bobalica fác ilm e n te al r e fe rir­
l e a su tierrina, aú n sin caer en las de­
liciosas exageraciones del v ate regional
T eodoro Cuesta, tipo de “ carbayón” u
-ovetense, llegado de M ieres del Cam i­
no, que m erecería u n a buen a estam pa
novelada:
P
•.Si A stúries ye el x ard in , al que gozosu
baxa de tem porada Dios bondosu,
y más que el sol re sp la n d .a po r so his.
(to ria
.¿de qué glories falav, si todo ó gloria?
ta en el descanso y en la ta re a , de dia
y de noche, hállese contento o apenado,
esté el m undo tran q u ilo o revuelto. Y
por c a n ta r h asta ca n ta el eje de la ca­
rre ta ; p ara eso tien e su chillona ' ‘canta e ra ” , que an im a a la y u n ta de bueyes
'en el esfuerzo.
La canción su en a siem pre en loa va­
lles y en los h ogares de A stu rias; pero
suena m ás en las tard es y los anoche­
ceres de las rom erías, condensación de
la fac u ltad gozosa que los asturianos
poseen, los del cam po y los de la ciu ­
dad : “ g en te de Oviedo, tam bor y g ai­
ta ” . P o r este lado, de la gaita, los as­
turianos p erten ecen a la num erosa fam i­
lia celta; pero m ás individualistas que
los escoceses, no h an sabido d a r al p u n ­
tero, al roncón y al fuelle gaiteriles un
valor orquestal, sino que la g aita astu ­
rian a ríe y llo ra sola, como la de
Cam poam or, o acom paña la tonada del
can to r espontáneo, cerca de la v en tru ­
da pipa de sidra.
La sidra. E ste sí que es otro can tar,
un c a n ta r en el q ue no todo es fiesta, a
pesar del bable p o n d erad o r:
¡S idra!..., rem ediu devino,
que al m o rtal la vida allarga
y tro c a al p rim e r sorbiatu
la señ ald á en dolce calma.
p 'S T A B A m arcadísim a en nosotros
*-J la idea desgraciada de que las ge­
neraciones últim as ten ían secas las bo
degas de su im aginación cre ad o ra y por
eso no lograban las novelas. P ero per.
sando, dem asiado g en ero sam en te, qUe
se nos hubiese inoculado m ucho el virus
del rig o r crítico, quisim os e sp e ra r la
l'eg ad a de acontecim ientos te rrib les, de
esos que no adm iten disculpas p a ra n e­
g a r la experiencia. P o rq u e considera­
mos que la experiencia es el filó n in ­
ag o table de donde se e x tra e n las nove­
la i ce verdad. Y la ex p erien cia no se
Penosina dé la Peña,
hizo esp erar dem asiado
E n todo jo que va de siglo, la vida
rosa de la mi quintana...
española se n a desenvuelto a u n ritm o
No esta b a aq u í el daño, claro es, acelerado de vicisitud, y en los últim os
p a ra Leopoldo Alas, sino que ese h á ­ años —de 1931 a la e r a del refu g iad o
b ito de b eber en can tid ad —p o r “ ta ­ ¡.o’íticc— han pasado cosas como p ara
r r e ñ a ” o ja r r a en el la g a r - - y no a a b a rro ta r las librerías de novelas sugest vas y pro fu n d as, que hubiesen defini­
dedales, como las cañitas de la rica do nuestro tiem po de modo definitivo.
m an zan illa de M ordes, hace que el as- Pues n o; continúan p artien d o el b aca­
tu r , puesto a n te el coñac o el v u lg a r lao. después de les coetáneos d e P érez
m orapio^ se determ ine confiado a tr a t a r Galdós, los novelistas de la G eneración
del 98.
estas y o tras bebidas como a la casi ino
Nuestros jóvenes no se han preocu­
cen te sid ra ; de donde resu lta qu e el pado más que ¿e tratar de derribar
b alan ce alcohólico de A sturias a su sta a ídolos; pero con muy escasas fuerzas,
los m enos asustadizo?. El nativo lo ex ­ pues aun están en pie y, —¿por qué no
p erim en ta d irectam ente, y asi, cuando dee rio?— , triunfantes.
Deseando h a l a r las causas a esta
q u iere beber a su ancho gusto, p ro cu ra
m anera de escu rrir el bulto, hemos ido
d efen d erse con los platos fu e rte s de la a las fu en tes de la desorientación p ara
tie r rin a : esa fab ad a sustanciosa, que explicarnos el fenóm eno de que no h a­
a c a rre a la m ás lenta de las digestiones, ya surgido, como debiera, el novelista,
esas p latad as de callos pirnentados, que ya que se han dade las condiciones preci
sas p ara ello. He aq u í la p ista : “ Ideas
los sid rero s se tom an como sencillo ap e­ sobre la novela” , de Don José O rteg a y
ritiv o p a ia disponer al y a n ta r! Sólo Gasset. R epasando el ensayo o rteguiano,
sid ra : un a, dos, tres botellas p o r cabe­
za, acom pañadas de percebes o de cen­
to llas, a la h o ra de las once o de la
m erien d a. Las b u rb u jas Ce la sidra,
cuando se pasa de la segunda botella, se
h acen las locuelas y se suben al ático
del bebedor. E ntonces suele sobrevenir
la a c titu d sentim ental, de los anhelos
vagos, seguida inevitablem ente de la e x ­
pansión coral a m edia voz;
P u esto que aludíam os a la B ética ber-gaminiana, hemos de re c o rd a r el fam o ­
so duelo literario, p lu m a en ristre, h a­
bido en Oviedo en 1870 e n tre u n exce­
lente andaluz el d o cto r don Diego T e ­
rre ro , allí afincado, y el poeta Teodoro
C uesta, en el que se acom etieron con
trem enda y divertida f u ria al p onderar
las gracias de las respectivas com arcas
ilativas. Y decía mi paisano y campeón,
recogiendo los entusiasm os de T errero
a n te la belleza fem en in a an daluza:
? Que les ñeñes son g u a p e s! ¡ Cosa nueva
O nde q uiera que nacen fies de E va
Hailes blanques y prietes, pequeñines,
c-spigaes, gorduques y flaquines.
¡Q ue tienen m ucha salí... ¡Q ué babayaes!
les que soses non son, se rá n salaes;
pero, a rostros de cares, nu n ca Uvieo
a dalgun otru pueblu tuvo mieo.
; Que al son de la g u ita r ra dan corcovos
con ta n ta gracia q u e d ex aren bobos
a todos los de A s tú rie s !... ¡V aya, vaya!
Non mos cai por ta n poco la babaya.
Y si M álaga y to u el m undu en teru
oyeren a P inín to c á el p u n te ru ,
y el tam b o r a X acinto redoblando,
m ientras cu a ren ta ñeñes tan bailando!...
En la fingida sa ñ a de aquella pelea,
a golpes de verso... y ripie, T errero y
C uesta olvidaron lo que A ndalucía y
A sturias tienen de p are jo . Se dice que
los asturianos son los a n d a’uces del
n o rte ; com paración que les hace gratas
cosquillas y cuya raz ó n ignoro si d e­
bemos buscarla en cierto poder de la
im aginativa que se acusa en unos y
o tio s españoles. H ay, desde luego, una
coincidencia cierta de u n a y o tra tie rra .
E s la que da la canción popular, con
orígenes com unes, al parecer, en m u­
chas de sus expresiones. A unque esto
fu e ra u n a discutible d o ctrin a de los sa­
bios del folklore m usical, los profanos
podríam os aseg u rar esto : que A sturias
y A ndalucía son las tie rra s donde se
ca n ta m ás en todo el m undo hispano, y
no direm os m ejor p a r a no in c u rrir en
la pendencia a trá s re fe rid a . Los poe­
tas de la tie rrin a han sabido alab ar esa
capacidad m elódica, que halla en la ca n ­
ción recreo espiritual y estim ulo para
el tra b a jo :
Ello ye que peí llanu, peí los altos,
peí riu , peí m onte y peí uq iera;
faig a el llabor que fa ig a , l’aldeanu, .
•que trab ay e p a sí, q u e esté de andecha,
tem pranino, de nochi al m eudia,
que el m undu esté re g ü e ltu o quietu
(estea,
aten tu a su llabor, él siem pre can ta,
o satisfechu, o p a e s c u e rre r la pena.
Así escribió otro poeta, J u a n M. Ace, bal, m ostrándonos cóm o todo ca n ta allí,
la N aturaleza y el hom bre, y éste can-
PLF.NTE ROMANO DE CANGAS DE ONIS
(Asturias)
d a r al suelo cultivado que en los pode­
res sobrenaturales. Y sin em bargo, fu e ­
ro n los aguerridos m ineros de S am a y
de Mieres, con otros m ilicianos, ios que,
en uno de aquellos y te rrib le s días de
1939 tom aron am orosam ente a la SanNo lo cream os del todo, pues si la
lin a de su a lta r de C ovadonga, y se
sidra calm a el ánim o y lo alegra, no
p resen taro n con ella en la Embajadaestá probado que alarg u e la vida más
republicana d e P arís, lib erán d o la de las
que el vino, n i que, nuevo bálsamo de
avanzadillas m oras, q u e bu scab an la re ­
F ierab rás, cu re a 'os c a id ’acos, como
vancha del lejano siglo V III y ah o ra
ahí se dice, ni aiivie la erisipela, ios
llevaban el corazón de Je sú s al pecho...
tran sto rn o s nerv:osos y otros achaques
Lo que los m ineros p re se n tab a n en la
de los hum anos. P o r no acep tar esta
A venida George V e ra u n a pobre ta lla
virtud de la sid ra, Leopoldo Alas se
dirigió, allá en mis dias de estudiante,
de carcom ida m adera; p ero e ra tam bién
¡ S eñor San P e d ro ;
a la ju v e n tu d a itu ria n a p ara tr a ta r de
un trozo de la h isto ria p a tria , y asi el
quiero sacar los calzones
prev en irla c o n tra los males del alco­
gesto alcanzaba u n a en cu m b rad a s:g
por la cabeza y no p u e d o !
holismo. H em os de decirlo en seguida:
nificación nacional.
la sidra ap en as contiene m alicia alguna,
Los asturianos, como españoles a u ­
Si el astu rian o fracasa en ese y en
y su consumo: en la ta b ern a o el chigre
ténticos que son, no n ecesitan del aci­
o tro s intentos, dándolo a brom a, pien sa
tiene m ucho ¿e ap a rato y fachenda,
cate de la g u e rra p ara d arse a la pelea.
que tam poco el Todopoderoso lo con­
donde el a r te de d iríg ela desde lo alto
No quiero referirm e a las m em orables
hacia si borde in te rio r del vaso, como sigue siem pre todo.
palizas, desaparecidas p o r g ra n des­
un chorro de oro liquido, de escuchar
gracia, que A rm ando Palacio V a’dés re ­
“ Dios el cucho pueden m ucho;
la m úsica de su choque en el cristal,
seña en su “A ldea P e rd id a ” , sino a las
p ero puede más el cucho”
de contem p larla al traslu z p ara ver si
pugnas y diferencias, frecu en tem en te
es rica en “ p an izal” y de d erram a r la
E s esta aseveración un a de ta n ta s ex ­ sim páticas, en tre localidades de estos y
libación últim a, en o fren d a a la divi­ presiones de la afición realista y de cier­ los otros verdes valles. Hay, desde lúe
nidad, supone m ucho más que el beber ta proclividad a la irrev eren cia de los go, la A stu rias de Oviedó y la de Sany a p u ra r. P ero el astu rian o está ha a s tu ria n o 5, que suelen fia r m ás en el tillan a, y, d entro de ellas, los piques
bituado a la relació n cu a n titativ a con la abono anim al, cuando se tr a ta de ayu(P asa a la pág. 13)
Non hay fiebre, llatidura,
cipela, n ierv u , nin llácara
que non fu x a, si arrecienrie
el zum u de la m anzana.
los vascos igualan, no sé si su p eran , a
los astu re s en la hora de sen tarse a
la m era un g ru p o de tragones. Y que
no se m olesten los valencianos, con sus
p aellas suculentas.
No extrañem os que, después de uno
de esos atraco n es, el astu rian o se sien­
ta eufórico y m ire p o r encim a del hom ­
bro... o de la panza, lo te rren o y lo d i­
vino. El hum orism o a s tu r viene del h u ­
m or o zumo de la m anzana y se tr a ­
duce en e sta r de v u elta de las cosas
- -a veces sin h ab er ido— o en to m a r
a burlo las posibles y las im posibles:
y agazapado, en co n tram o s este p á rra fo
un ta n to in fam e: “ E n u n a la rg a n o ­
vela de E m ilia P ar_ o B azán se h ab la
cien veces de que uno de ios personajes
es m uy gracioso; p ero com o no le ve­
mos hacer g ra c ia n in g u n a an te nosotros,
la novela nos ir r ita ” . T al ensayo le es
inspirado al to ta l ¡ ta r o a u to r de “ La
rebelión de las m asas” , p o r Pío B a ro ja,
el pepenador, según el esférico ad jetivo
que ce de M éxico le lan za un escrito r
español de los m ás honestos.
O rtega, con la deshum anización del
a rte , es el g ra n culpable del escorzo
novelero en el que la m e táfo ra y el ju e ­
go de palabras tr a ta n de su p e ra r el
in terés del alm a de u n personaje. P o r
eso las cria tu ras de carn e y hueso, n a ­
turales, de la P ard o B azán, no le hacen
g racia ninguna. P recisam en te p o r su
olor de hum anidad. A O rteg a G asset le
a rro b a lo narciso, le en can ta lo ab s­
tracto , aquello qu e h ab la sin contenido
sólido, que se trad u c e, a fin de cuentas,
en espirales de hum o y en bonitos v u e­
los de m ariposas. Y, n atu ralm en te, que
se salva él por en say ista m agnífico, p e­
ro hace la san tísim a a los demás. P ero
en la p a tria de las saudades le está
llegando el arrep e n tim ien to , y la con­
ciencia le golpea con los nudillos al ver
que sus discípulos fan á tico s y algunos
de los em boscados, no saben hacer no­
velas luego de ta n to ENSAYAR. E n
cambio, algo se h an aproxim ado los que
se hicieron sordos a la estética orteguiana, porque, indu d ab lem en te, O rtega es
un caso ex tra o rd in ario , pero jam ás un
movimiento. A m ás de un discípulo de
la Revista de O ccidente hemos oído por
d etrás del m uro, esta lam entación: M al­
dito don José qu e m e enseñé a decir
to n te rías b izan tin as “ en to rn o a la no­
vela” , en lu g a r de señ alarm e el camino
recto de hacerla.
Los precio -istas del escorzo ;e d u r­
m ieron en la prenovela, ensayo de n o ­
vela o, a lo sum o, en la biografia,
m ientras que d o ñ a E m ilia P ardo B azán,
con todo y alg u n as reservas, distinguió
p erfectam en te unas cosas dç o tras: es­
cribió ensayos, c rític a de a rte , biograf a, periodismo, cuentos y novelas de
m aravilla. Su o b ra to ta l es un lum inoso
ejem plo más sugestivo siem pre que O r­
te g a G asset y, ni que decir tiene, que el
g ran tímido hacia ad elan te, Pió B aroja.
Doña E m ilia P ard o B azán iu é efe c­
tivam ente al n atu ralism o de Zolá, con
más arresto qu e los hom bres y con el
susto consiguiente del reaccionario P e ­
reda. capricho del em ig ran te “ nuevo
cu lto ” ; p ero con len te española. Sin
trad u cir, y tom ando sólo lo que la cien­
cia podía enseñarle. E s decir: la in flu e n ­
cia que pueden te n e r las leyes mendelianas, la fisiología y otros pro b le­
m as fu n d am e n ta1es q ue su país p ro cu ­
rab a esquivar. P o r eso ella se ex trañ ab a
de ser h ija ú nica, cuando sus p adres
oran jóvenes y sanos.
Su cu ltu ra tre m e n d a de clásicos— co­
menzó a leer el Q u ijo te a los se s años—
y la voz varonil ae su raz a, hacen que
no se embobe con las co rrien tes e x tra n ­
jeras. Sabe m uy bien que desde que ei
idioma español com enzó a ser correcto
y fino, el realism o fu é cosa n u estra.
Asi m iraba sin e s tra ñ e z a lo fran cés,
seg u ra de que el natu ralism o se p ro ­
yectaba de los P irin eo s hacia arrib a. Y
en las m aneras cru d as de Zola, doña
Em ilia, se en co n tró como en su propia
casa. No fu é n u n ca el cateto nove
ren tista, copiando de los franceses lo
que ellos a rra n c a re n de nuestros clási
eos; porque algunos gabachos hicieron
la rd e el viaje “ al A fric a ” . Y si alguien
lo duda, que vea el placentero juego de
dar a su idiom a la p átin a del tiem po
sin salirse en ios problem as de las in
quietudes de su m om ento. N u estra es­
crito ra, como los h erm anos G oncourt,
persiguió con pasión y obsesionadam ente, realismo, a c tu a lid a d y lenguaje.
La recia y d efin itiv a “ Cuestión p al­
p ita n te ”, que e n fu re c ie ra al a u to r de
“ P ep ita Jim én ez” , pero que arran có las
felicitaciones calurosas de Emilio Zola,
no tiene fu e rz a p a ra a rra s tra rla p o r las
veredas de u n a im itación servil y fácil,
fino al co n trario , es el hito de un id ea­
lismo original cu ajad o con gesto es­
pléndido en “ B ucólica” , la novela corta
que ella p re fe ría e n tre todas sus obras.
La rosa de los vientos de su curio­
sidad inquieta, la o rien ta algún in stan te
de su ca rre ra lite ra ria triu n fa l, hacia
el O riente y no se achica fre n te a lo
ruso. E ntonces publica “ L a revolución
y la novela en R usia” . Al contem plar
c¡ mundo in conm ensurable de la nove­
lística m oscovita, ap arecen a sus ojos
los picaros españoles cori el fard o de
sus complejos a cuestas, y el español
queved ano an alizándose sarcástico a sí
mismo y de re tru q u e a n u estra E spaña,
•siempre dolorida y desgraciada, mas
siem pre original y creadora.
V ariadísim a es la bibliografía de esta
portentosa, m u je r, pero bastan p ara h a­
cerla m erecedora de un resurgim ento
y un recuerdo largo, la introducción a
su “ San F ran cisco de A sís” y los “ P a-
A S locas ilusiones de un g u au tia
civil, se convertían en trapos pa­
ra sus locas hijas.
R esidía en un pueblo de la provin­
cia de "Palència, que lleva el extrañ o
nom bre de F róm ista.
E ste g u ard ia civil de dientes y cu­
chillo, solía ac aric iar sus bigotes y sus
ilusiones por las m añanas, en una es­
qu ina ; oleada de la plaza del pueb'o,
ai lado del cristal de un escaparate de
libros, e n tre los que sobresalía u n a no­
vela de Don J u a n V alera, titu lad a "E l
Co m endador M endoza” .
H acía g ran frío castellano, tra n sp a
re n te ; la escarcha blanqueaba la are n a
fin a ; los charcos, a pesar del sol b lan ­
co b rilla n te como la plata, n o se de h e ­
laban.
¡Oh qué locas ilusiones pasaban por
el ce reb ro del g u ard ia c iv il! ¡ Qué
brillo oscuro relu cía en sus ojos! ¡Q ué
orgullo resabiado en su cara, en sus m a­
nos, en la m an era de colocarse el t r i­
cornio!
El e ra sa rg en to y por lo ta n to el amo
del pueblo. E l h ab ía estado en lo cierto
d u ra n te años y años: ya F ran co dom i­
n ab a esta p a rte de E spaña y pronto la
d o m in a ría toda, p ues la “ rea lid ad ”
siem pre vence a las “ ideas locas” .
Se había educado en la B enem érita
A cadem ia de V aldem oro. Allí había vis­
to cre c e r su b a rb a y sus atrib u to s va­
roniles, —hecho que consideraba como
el m as trascen d en te de su vida— y se
sentía orgulloso de su virilidad seca, de
su v irilidad de mulo.
E sta b a casado con una horrenda m u­
je r blasfem ato ria, sucia, lacrim osa, de
párpados enrojecidos, paridora de in n u ­
m erables hijos e hijas que, según decían
en C abezón, pueblo en donde la había
conocido, te n ía “ mucho gancho” para
los hom bres. De “ especie de p e rra ” , la
calificaban las envidiosas m ientras lava­
ban, y se hacían cruces sobre la su erte
del hom bre que se la llevara.
A él lo enganchó para toda ¡a vida
en u n a ta rd e de verano. Lo llevó a la
iglesia, lo casó, lo metió en la cam a, y
em pezaron a nacerle hijos e h ijas, sin
que casi se diese cuenta.
Le rodeaba con la pierna y casi lo
ahogaba todas las noches con su brazo,
y el pobre g u ard ia civil con sus bigotes,
apenas podía respirar. B erreaban los
niños, clam aban las niñas pálidas éticas,
p erleticas, prom etedoras de ser tan pe­
rru n a s y enganchadoras como su madre.
F alla el sol, y el guardia civil se levan­
ta b a en cam iseta, no se lavaba, no se
peinaba, pero si se rizaba los bigotes,
porque a los c u a re n ta y cinco años de
edad todavía conservaba sus locas ilu ­
siones, en aquel pueblo de la provincia
’dc F alencia, que llevaba el extraño
nom bre de Frómisrta.
H ab ía allí, como hemos dicho, una pla­
za, con u n a esquina soleada a esas tem ­
p ran as horas de la m añana y o tra som ­
b ría donde estab a la antiquísim a iglesia,
pobre y gótico edificio comido por las
ra ta s y los sacristanes, no menos que
por los siglos.
A scendía el sol derram ando crudeza,
q u eb ráb an se los hielos y el g u ard ia ci­
vil se re to rc ía los bigotes, esperando.
De la iglesia te n ía que salir u n a dam a;
D oña Isabel, la m u je r del com andante
de ingenieros A ngel Rubio, quien se e n ­
co n tra b a a esas horas haciendo f o rtifi­
caciones en el fre n te de Belchite.
¡Q ué solem ne salía doña Isabel des­
pués de cum plir con los preceptos re li­
giosos! ¡Q ué airosa! ¡Qué esp iritu alm en ­
te g rav e y d u ra de carnes!
L
H
C u e n to
l i d
IH c i
Los Mulos Enamorados
Doña Isabel, era ú na m u je r de unos
tre in ta y cinco años, cuyo ro stro te n ía
tal pureza de lineas, que disim ulaba
m uy bien lo m ínim am ente ajado. La
n ariz era de p erfectas p roporciones;
graciosa, y un poco corta. S u s labios,
correctam en te 'dibujados se e n tre a b ría n
descoloridos y pálidos, pues no se los
p in ta b a nunca. Sus ojos eran pardos,
grandes y ap aren tem en te soñadores. Con
respecto a las líneas de su cuerpo, que
se adivinaban bajo su tr a je n egro y
sedoso, baste decir que eran ta n p e rfe c ­
ta s y p u ras como las de su ca ra, fu g a ­
ces e hirientes al mismo tiem po, frescas
y llenas como las aguas del rio U rbel
que b aja directam ente de la m ontaña.
P rocedía doña Isabel de u n a fam ilia
desgraciada y aristo crática, y esto le
au to rizab a cierta melancólica y en c an ­
ta d o ra negligencia m oral. Sólo ella en ­
tre las dam as de F róm ista se a tre v ía a
hab lar, gravem ente y con v alen tia, de
los ináo atrevidos tem as. La m elanco­
lía, la negligencia y el incisivo en can ­
to de la conversación de la dam a a u ­
m entaban cuando se re fe ría a su es­
poso el com andante de ingenieros A n ­
gel Rubio, en su concepto m uy in fe ­
rio r a qlla en facu ltad es intelectuales,
origen social y delicadeza de form as,
pues tenía, un enorm e vientre, aú n b a­
jo el uniform e del ejército fra n q u is­
t a confeccionado a propósito p ara di
sim u lar las deform aciones fisicas ,y
moi ales de sus miembros.
No, no era el com andante de inge­
nieros Angel Rubio, ni esbelto, ni re ­
ligioso, ni sublime. Se tra ta b a de un
m ilita r profesional por los cu a tro co sta­
dos, con esa alegre y sarja plebeyez
j rep ia de casi todos los m ilitares p r o ­
fesionales. Su esposa no podía sopor­
tarlo. -
11’
-.
— Buenos días doña Isabel -—saludó
el gu ard ia civil acercándose, cuando,
con libro y rosario, la vió salir de la
som bra y av an zar por m itad de la p la­
za.
— ¡Oh! Buenos días — contestó
ella haciéndose la sorprendida.
— ¿Perm ite usted que la acom pañe? —
p reg u n tó el g u ard ia civil.
— ¡Oh, Damián! — contestó D oña Isa ­
bel — Tengo mucho que h acer, a d e ­
m án tengo que com prar un libro, aquí
en la tienda...
El g u ard ia civil, se hizo g alan tem en ­
te a un lado y e n tra ro n en la lib re­
ría.
A llí D oña Isabel señaló un tom o en
rú stica, escrito por un. coronel de a r ti­
llería, titulado “ La V erdad sobre el
U niverso.”
— E s una o bra de g ra n im p o rtan cia
—dijo Doña Isabel— con su m ás ex ­
quisito y elegante dejo — ap lasta com­
pletam en te el ateísm o y el m arxism o.
E s la últim a publicación hecha en B u r­
gos... Debe usted leerlo tam bién, D a­
m ián.
— Sí —contestó el g u ard ia civil, con­
teniendo los feroces deseos que sen tía
de besarla— a mí me in teresan mucho
todas estas cosas, he leído... ¡ Ah, sí!
la últim a pastoral del obispo de P am ­
plona.
D oña Isabel iba de un lado a o tro de
la lib re ría , contoneándose e inspeccio­
nando todos los libros con aire in te li­
gente. El g u ard ia civil, la seguía en
todos sus pasos,, y fingiendo un g ran
in te rés, observaba los mismos libros
que D oña Isabel, por lo cual siem pre
esta b a m uy cerca de ella. De pronto
D oña Isabel lo cogió por un brazo.
¡O h, D am ián! —ex clam ó — ¡M ire u s­
ted que m onada!
Y le señaló un devocionario pequeñito, color de rosa, especial p a ra m u ch a­
chas jóvenes.
— ¡ “ H ojitas de o :o ” ! -— continuó —
¡V oy a com prar uno, p a ra que se lo
lleve usted a sus hijitas...!
E l gu ard ia civil volvió la c a ra hacia
ella y rozó con sus bigotes u n a de sus
m ejillas.
D oña Isabel se retiró u n poco, soltán­
dole el brazo.
POR
g u ard ia civil— midiendo con •sus botas
y sus m irad as el em pedrado de la
calle, al c ru z a r p o r delante de la casa
— Sí, D am ián, --d ijo — este libro se de las señoras de A rrieta.
lo* regalo yo a B aldom erita.
—-¡Oh, no! — contestó doña Isabel—
— ¡P o r Dios, L>oña Isabel! — excla­ ¡Es un niño m uy tiern o ! ¡ Pobre hijo
mó el g u ard ia civil con los ojos en ro je­
mío!
cidos— ¡ Es usted m uy a m a b le !
— ¿Q u é edad tien e ya? -p re g u n tó
• —¿No desea usted m ás? —preguntó el G uardia civil al fin al de la calle.
el librero, un hom brecillo pálido con
—¡Sólo diez y ocho años! — contestó
boina y gafas.
Doña Isabel — ¡Y es falan g ista de pr¡— No, p o r ah o ra— contestó Doña
h r e r a línea!
Isabel.
M archaban y a en tre tapias cerradas,
Salieron a la calle, si calle puede
cam ino de la casa del com andante que
llam arse en F róm ista a unas pocilgas
estaba fu e ra del pueblo. El g u ard ia
alargadas, en cuesta, con em pedrado
civil se acercab a más y más a ella.
difícil, helado y resbaladizo.
—Sí -—co n tin u ab a Doña Isabel —Jo
M archaba el g u ard ia civil al lado de sé Luis es un buen muchacho, incapaz
Doña Isabel. A las gen tes con que se de desobedecer a sus padres, fa la n ­
cruzaba les lanzaba m irad as cobardes, g ista desde hace mucho tiempo. Yo con
recelosas, coléricas, como las de una
respecto a m is hijos tengo u na teo ría:
r a ta acorralada, como las de un mulo
q uiero qu e conozcan ante todo la re ­
en estéril celo. Le ap e te cía relinchar ligión, que estén bien m aduros an tes
pero se contenía. P a ra disim ular, au ­ de lan zarse p o r el mundo. Que no les
m entaba la gravedad de su an d a r y la pase lo que a mí que me casé ta n
seriedad de su rostro. Iban b astan te se joven...
parados el uno del otro, m irando al sueDam ián m arch ab a ya com pletam ente
lo como dos jóvenes to rto lito s.
p arejo a D oña Isabel. Sus bigotes se
— E ste libro —decía D oña Isabel— reto rcían en el aire. Al doblar u n a
lo em pezaré después de com er y lo lee­ de las últim as esquinas le tomó la mano.
ré hasta la h ora del Rosario.
. —¡P o r Dios, D am ián! exclamó Do­
— En la paz de la ta rd e — dijo g ra­ ña Isabel soltándose— ¡ Que pueden
vem ente el g u ard ia civil sin lev an tar la
.v ern o s!
vista al tiem po que p asaban delante
— Es que yo, — contestó Damián que
de la casa de Doña Isabel, una vieja
no podía contenerse— siento por us
terriblem ente chismosa.
ted un afecto difícil de explicar...
—Me en can ta leer libros— co n tinuaba
Sus ojos relu cían como dos carbun­
doña Isabel. E s mi m e jo r entreteníclos. E scupió sonoram ente al aire y
pisó la tie rra .
— E s usted u n a m u je r superior, ta n
inteligente, ta n espiritual, tan religio­
sa, ta n católica...
Dijo y le-p asab a la mano por las n al­
gas.
Í y r ‘\
-A'C
— ¡P o r Dios, D am ián! ¡Qué ha-.e us
ted!
— ¡Isabel, Isabel! ¡T e adoro! — excla­
mó el g u ard ia civil lanzándose sobre
ella y tra ta n d o de abrazarla.
—¡D am ián!! ¡P ero D am ián!! — g ritó
ella fu rio sa ap artán d o se vivam ente—
¡Qué se h a creído usted! ¡Es usted un
b árb aro ! ¡S alv aje! ¡Me ha hecho usted
daño!
A esto siguió un mom ento de rilen
cío en que él g u a rd ia civil m iraba a
Doña Isabel cqn ojos enrojecidos. D es­
pués contem plo la lejanía, una serie
de lom as am arillen tas en tre v erad a s de
nieve, de fan g o y de suciedad.
Se se p araro n rápidam ente. P or el
niento, ah o ia que A ngel está en el camino v en ia Don B ernardo, otro seño
'rente.
m uy chismoso, que volvía 'con sus hi­
—E n efecto, —contestó el g u ard ia ci­ jita s de d a r el paseo m atinal.
ri! en la m ism a fo rm a al tiem po que
— ¡A rrib a Espaíña! — saludó Don
jasaban por delante de los balcones de B ernardo al pasar.
Doña Tula, o tra v ieja chism osa— es
— ¡A rrib a! — contestó el guardia ci­
lermosc e instructivo.
vil con voz sorda.
— Q uiera Dios que esta g u e rra terC ontinuaron andajido en silencio has­
nine pronto! — dijo D oña Isabel.
ta lleg ar a la casa del com andante que
—Sí, —suspiró el g u ard ia civil— no estah a en un alto.
lejando un ro jo vivo.
—D oña Isabel — dijo el guardia ci
E n ese m om ento p asaban p o r delante vil— yo le ruego que me dispense....
le casa de Don Jo a q u ín , quien se aso­
— E stá bien, está bien — contestó
nó a la p u e rta y los saludó respetuo- doña Isabel— no hablem os más de elio.
am ente con la cabeza.
E l g u ard ia civil te n ía tan to calor que
— ¡Así sea! —-contestó a D am ián Do- tuvo que q u ita rse el tricornio, y co
1a Isabel.
m enzó a d arle v u eltas en tre sus manos.
— P or cierto, D oña Isabel —pregun—D oña Isabel :—d ijo — e sta tarde
o el g u ard ia civil al tiem po que pasa- vendré a v isita rla con B aldom erita pa
a n por delan te de la fin ca de Don ra que le dé las g racias por el libro.
'rudencio— ¿cómo sigue su hijo José
A lo lejos apareció u n a v ista nueva
lUjs?
s e véis la inm ensa llan u ra de C asti­
-—E stá bien — contestó !u dam a— lla blanca, relu cien te, cu b ierta de nie
onque un poco pálido y m uy d ísco lo ; ve. Soplaba un viento fresco del ñor
uiere irse al fre n te como su padre.
oeste.
.— Usted no debe p erm itirlo —dijo el
—-Hasta luego, D oña Isabel — repitió
José Herrera Petere
4 partir Je este segundo-número de
LAS CSTA Ñ A S" nuest'-o amigo
arlos Morichal entra a formar
arte Je la redacción de niie tra
eiñsta v nos ruega que hagamos
■úblico el hecho de que desde el
canudo número de “A C C IO N ” no
io formado parte de la redacción
» ha colaborado- en ninguna otra
evista. Cualquier dibujo que se
lava publicado desde entonce1;. A o’iembre de 1945, lo ha sido sin su
previa autorización.
D amián y a en , ia p u e rta de la casa.
— ¡Oh, D am ián! —dijo Doña Isabel,
qándole un am istoso golpe en el hom
bro— tiene u sted los ojos muy encen­
didos... !
III
P or la ta rd e se presentó Damián en
casa de D oña Isab el con B aldom eri­
ta. A suncioncita y C risantem ita, h o rro ­
rosam ente vestidas de verde, mocosas,
m arisabidillas, tren z ad o el pelo, a r r e ­
m angadas la? m edias, ladeada y mal
p u esta la fald a y desceñida la cintu­
ra.
Allí se en c o n trab a tam bién José Duis,
el hijo de doña Isabel, con su unifo rm e
de fa la n g ista de prim era linea. E sta ­
ba m uy bien peinado con cosm ético y
pegam in, pero era trem en d am en te des­
g arbado y soso.
B aldom erita y él, m archaron a p a ­
sear al ja rd ín m ientras las o tras dos
niñas ju g ab an en la te rra z a con la
nieve. El g u ard ia civil y D oña IsabeL
e n tra ro n en un a sala.
— ¡D e lo de esta m añana ni h a b la r!
— ad v irt.ó Doña Isabel a D am ián am e­
nazando al gu ard ia civil con el dedo.
— ¿Q ué ta l está B aldom era? —p re ­
g u n tó sentándose.
— M uy ocupada la pobre con las
o tra s niñas —contestó el g u ard ia.
A nochecía. P or la v en tan a c e rra d a
se filtra b a un a melancólica luz in v e r­
nal. No había sol en el cielo, sino n u ­
bes plomizas. Un fu erte viento a r r a s ­
tra b a los cardos secos y las basuras.
D oña Isabel bordaba sen tad a en un
sofá y el g u ard ia civil adolecía en u n a
b u taca a su lado.
— E s m uy in teresan te, — com enzó
Doña Isabel— el l.bro que com pré este,
m añana, m uy claro, muy co n tu n d en te
y m uy elevado. Pero voy a en señ arle
a u sted, — dijo— tom ando o tro que
h ab ía sobre una m esa— estos m ag n í­
ficos poem as de un p ad re je su íta...
“ De tu divino rostro
la belleza al d ejar
perm ítem e que vuelva
tu s p lan tas a besar...”
— Leyó doña Isabel.
El g u ard ia civil seguía la le c tu ra sin
e n ten d e r nada, estaba ciego. T om ando
la m ano de Doña Isabel, b ram ó :
—Isabel, yo la am o a u sted ; d éjam e
que te bese, en ia boca.
D oña Isabel estab a muy sofocada.
—M íre D am ián —dijo— de u n a vez
por to d as le digo que eso no se lo p e r­
m itiré nunca. Yo estoy casada y m e debo
a o tro hom bre; usted a o tra m ujer.
El m atrim onio es un lazo sagrado que
d u ra to d a la vida y lo que me propone
un pecadlo m ortal. ¡Sólo Dios sabe lo
d esgraciada que soy! E s in ú til q ue tr a ­
te de sobrepasarse. U nicam ente te p er
mí tir é que me toques la m ano, como
ahora...
E l g u ard ia civil la besó la m ano con
pasión. T ra tó de besarle la boca y no
lo consiguió. E n su in terio r se desató
en p alab ro tas. E sta b a furioso. G ru ñ ía
tom o un mulo viejo en celo.
D oña Isabel, m uy espiritual, conti
nuó hablando de cosas eternas.
E n cambio, B aldom erita se dió tal
p risa que enganchó a José Luis aq u e­
lla m ism a tard e, h asta el p unto de que
al mes tu vieron que casarse. Vino el
com andante A ngel Rubio del fre n te .
R epicaron las cam panas. Tocaron el him ­
no fa la n g ista y la m archa real, y un
co a d ju to r n av arro que te n ía m uy bu e­
n a m ano echó la bendición a los jó v e ­
nes, p ara toda la vida.
Desde entonces, D amián, el g u a rd ia
civil, acariciab a solam ente sus bigotes
en la ^ s q u in a soleada de la plaza, pen ­
sando que la realidad siem pre vence a
las ideas locas que van co n tra la m oral
cristiana.
¡P e ro el d ía en que pudiese a g a rra r
sola a D oña Isabel... qué lio de fald as
y de confesionarios se arm aría!
Figurándoselo le daban ganas de r e ­
lin c h ar como los mulos, en aquel pu e­
blo de la provincia de Ijalencia quelleva el ex tra ñ o nom bre de F róm ista.
México, Ju n io de 1946-.
(Ilustraciones de Carlos Manchal)
L'EDE establecerse un paralelo
entre los problemas agrarios de
México y de España, salvando las di­
ferencias geográficas que distinguen a
los dos países.
Desde luego la base fundamental
de este problema es la misma en el
tiempo y en el espacio: El acapara­
miento de la tierra como elemento de
producción, y la explotación del fac­
tor trabajo por los acaparadores. Las
modalidades de aquí y allá ofrecen
apariencias diferentes, pero en esen­
cia, repetimos, el caso es el mismo.
Veámoslo:
Los españoles de la reconquista re­
montan la divisoria de la orla cantá­
brica y extienden el poderío de sus
armas por las dos submesetas: con­
solidan sus posiciones, y tras de tomar
nuevo aliento durante lustros y déca­
das. reanudan la pelea y prosiguen su
ingente tarea, traspasando la gran fa­
lla del Guadalquivir y deteniéndose,
por la resistencia islámica a ser des­
alojados, en los valles inferiores del
•Guadiana, del olivífero Bétis, y en los
■derrames mediterráneos del macizo
penibético de Sierra Névada, hasta
que a finales del siglo XV vencen la
última résistenciá del agareno y ha­
cen la unidad nacional.
Pero esto que en un simple lengua­
je de historia bélica, tiene una ex­
presión gráfica en la nomenclatura de
los reyes, de lós guerreros y de las
batallas, en la agricultura peninsular
muestra el origen de uno de los fac­
tores más influyentes en la tragedia
campesina, que no por silenciosa es
menos intensa.
Porque al pasar de la zona húme­
da, de clima centro-europeo,, que ca­
racteriza a las provincias que se
bañan con las aguas del Cantábrico
o arrancan de las estribaciones del
Pirineo, a las tierras secas- de las
mesetas castellanas, que son de tipo
•desértico-africano, con pronunciadas
paradas invernales y estival, la agri­
cultura tuvo que transformar su mo­
do de hacer, abandonando la peque­
ña explotación rural, que coordinaba
el cultivo ininterrumpido, con ob­
tención de dos cosechas anuales, y
aprovechamiento pecuario de ganado
vacuno, a la gran unidad productora
de cereales, con obligado barbecho y
parte adehesada, sistema que no pro­
porcionaba al campesino trabajo más
que en períodos determinados del año,
que apenas sobrepasan los ciento
ochenta días en total.
Y la consecuencia de que la tierra
hubiera de producir por “extensión”
y no por la “intensidad” del trabajo
aplicado a la misma, dió oiigen a que
una minoría se erigiese en dueña del
suelo y el resto constituyese la masa
gregaria, el proletariado rural, for­
zado a vivir de ese trabajo inseguro y
nial remunerado. El poderoso terrate­
niente, confundido en aquellos tiem­
pos con el noble y el guerrero, tenia
su activo en la acumulación de la pro­
piedad; mientras que el bracero lo­
graba el pan trabajando esa propie­
dad ajena, durante los períodos en que
las principales faenas del campo, cons
tituídas por la siembra y recolección
de cereales y granos pardos requerían
su concurso. Después, a vivir de mi­
lagro sobre la tierra inclemente, por­
que las labores normales de todo tiem­
po v los cuidados del ganado apenas
representaban fuente de ocupación pa­
ra el labriego. Y así nació el latifun­
dio en la España del Centro y del
Mediodía.
La gran propiedad, deficientemen­
te cultivada, se destaca desde el siglo
X V I; el pueblo rural español no tie­
ne más salida que ser siervo de la
gleba; y cuando la servidumbre dcsaoarece en la ley escrita, queda incó­
lume en la vida económica- No tiene
el pobre, en el ambiente rural, más
lenitivo que el que le proporciona la
existencia de los bienes comunales, y
estos caen al golpe desamortizador del
siglo XIX, en el que la buena inten­
ción individualista de Jovellanos es
aprovechada por el egoísmo de los
terratenientes, nobles y mesócratas en­
riquecidos, que insaciables en su afán
de “poseer y dominar” a través de
la tierra acaparada, destrozan el pat imonio comunal de los Ayuntamien­
tos y dejan definitivamente al cam-
P
E l P ro b lem a A g ra rio en
E spaña y en M éxico
por Adolfo Vázquez Humasqué
pesino reducido a la categoría de
jornalero con salarios adventicios y
miserables.
De -traída pues, la tradición netamen.
te española del aprovechamiento co­
munal de las tierras labrantías y de
pastos —un ejemplo de ello está en
el pleito de Alburquerque, con sus
famosas 45 hectáreas de baldíos— ,
a agricultura del gran cultivo de se­
cano en España marcha por los de­
rroteros del capitalismo individualis­
ta, que se apodera de la tierra para
hacerla objeto de renta y de dominio
sobre el censo pueblerino, 't asi, des­
de mediados del siglo pasado se des­
taca un movimiento que engendra
una clase de grandes propietarios o
terratenientes, los cuales suman sus
bienes raíces, con los adquiridos por
una bagatela, y por el empleo de las
malas artes de las subastas amañadas,
principalmente con los que eran bie­
nes eclesiásticos y municipales, con­
virtiendo los comunales del patrimo­
nio colectivo en bienes de propios,
para obrar dentro de una apariencia
de legalidad V así, al final del siglo
• principio del corriente, nos encon­
tramos con que en el medio rural del
interior de la Península —la perife­
ria del Norte y del Levante medite-,
rráneo se libran en parte de esta mo­
dalidad— , impe:a el latifundismo, ex­
acerbado por la práctica del absentis­
mo, y siempre sometida por la genui-
na creación de un nuevo orden cam­ trando una vida miserable, creada pol­
pesino que tiene su personificación en la inseguridad e insuficiencia de esa
producción de secano obtenida de una
la figura del “cacique”.
media
anual de 409 milímetros de
Así, pues, el campo español en más
agua
mal
distribuidos, tiene que en­
de sus tres quintas partes, queda en
tregar al cacique o a su representante,
poder de los grandes propietarios —
el voto en las urnas y la conciencia
nobles herederos de señoríos y enco­
en las iglesias- Y si no se somete, si
miendas, y nuevos ricos de origen
siente rebeldías o simples ramalazos
curialesco y usurario— , los cuales p>de dignidad, ya puede despedirse del
ra la consolidación de su pode.io, te ­
jornal en la siega ó del pedazo de
jen la urdimbre del caciquismo rural.
tierra que tiene en arriendo, aunque
;e adueñan de los Consejos, juzga­
éste sea caro y exigido en dinero o
dos municipales, y Diputaciones pro
en
especie, sin la menor consideración
vinciales, y terminan encaramándose
de tipo humanitario frente ál ries­
in los puestos representativos de ti­
go de la producción de nuestro culti­
po parlamentario y en los más eleva­
vo. que acusa tres malas cosechas de
dos del Poder Ejecutivo.
cada cinco.
¿ Y el pueblo agricultor, entre tan­
Asi llegamos en España a los um­
to? Pues constituye la masa anónima brales del movimiento liberador de
de braceros a jornal y de propietarios la República de lç ó l. Con el pueblo
o arrendatarios de pequeñas parcelas, rural sometido a través de una es­
con cuyo producto no puede vivir v clavitud personal que bordea los lin­
que para seguir, aunque sea a.ras- deros de la abyección. El trabajador
de nuestros cortijos, olivares, dehe­
sas. majuelos y de lo; variados cul­
tivos de secano vive miserablemente,
En el próximo número, empe­ y soporta sobre sus depauperadas es­
paldas, todo el apa ato político y sozaremos a publicar las respues
tas recibidas a la primera en­ cial del régimen monárquico.
Pero son tantos los yerros del anti­
cuesta, de “LAS ESPAÑAS"
guo régimen, que un grupo formado
“¿Cómo debe, a su juieio, es­ por trabajadoras de la inteligencia y
tructurarse la España del fu
hombres de profe iones liberales se
turo?”
considera obligado a iniciar como ocu­
rre siempre, el movimiento liberador.
O TRA DE L A S
R A Z O N E S ."
G IB R A L T A R
A guerra llamada de sucesión,
J W'l.
C* i/O/'UUU
IV'IU UV IUO
más grandes calamidades de
su Historia. Dos casas"extranjeras,
la de Austria que la había conducido
al borde de la ruina y la de Bo bón
que habría de consumarla, se disputa­
ban el “gobierno" de la Monarquía.
Castilla se pronunció por los Bar­
bones, y los pueblos de la antigua
corona de Aragón, apegados a sus
fueros y libertades, por el Archidu­
que. Unos y o tros fueron traiciona­
dos, porque ni el “R ey’’ ni el preten­
diente luchaban por concepciones dis­
tintas del Estado ni en interés de sus
pueblos, sino por la hegemonía en
Europa de 1a Casa de Austria o la
de Francia.
Las grandes potencias vieron ot a
oportunidad de saqueo, otro momento
propicio pp>ra aniquilar al tcfiganleEl Austria y el Borbón compraban
ayudas a costa de la soberanía y de
las riquezas de España.
E l día 2 de agosto de 1704. el prin­
cipe Darnustadt, antiguo mercenario
al servicio de España, tomó Gibral­
tar a nombre del Archiduque.
Fué, luego de batallar varios días
sus hombres y su escuadra contra un
________ 0RICAS
- Gibraltar centenar de defensores
civiles y
soldados— que se batieron bravamen­
te, y luego de prometer el vencedor
que respetaría religión, bienes, casas
y privilegios; “condición que no fué
cumplida, porgue los templos fueron
profanados, las casas saqueadas y los
vecinos tratados co-n todo el rigor
de la guerra."
Posesionados los ingleses, comen­
zaron a _ fortificar- la plaza como pi
ya nunca hubieran de salir de ella.
Tal era su propósito, tal ha sido siem­
pre cuando han logrado poner la plan­
ta en cualquier lugar de la tierra
Inútiles fueron todos los tratados y
promesas, todas las seguridades repe­
tidas por el R ey británico a lo largo
de inacabables negociaciones, de que
Gibraltar sería devuelto. El parlamen­
to inglés se oponía a soltar la presa.
Pretendía, que a cambio de una plaza
tomada a nombre de uno de los ban­
dos en lucha, se le entregaran la Flo­
rida, o la parte española de la isla
de 'santo Domingo; mas como el Bor­
bón insistiera en que la devolución
había de ser sin contrapartida, confor­
me a derecho, tai como había sido
la promesa, “el moña co inglés le es­
cribió una carta asegurándole que es­
taba pronto a complacerle ofreciendo
aprovechar la primera ocasión para
terminar este asunto de acuerdo con
el parlamento. Dió Felipe fe a esta
palabra y procedió a firmar la paz.’’
El inglés no cumplió su palabra,
acreditando e de lo que era, y el Bar­
bón de lo que había sido siempre, un
mentecato lleno de ambición y de so­
berbia, manejado por intrigantes ex­
tranjeros.
Pese a todas las protestas diplomá­
ticas y todos los intentos de recon­
quista, Gibraltar siguió siendo una po­
sesión más de su M ajestad Británica,
un jalón del imperio tná: nefasto pa­
ra la humanidad que registra la H is­
toriaHoy, 242 años después de aquello
rapiña vergonzosa, Gibraltar sigue
siendo un pedazo de tierra española
ocupada militarmente por quienes ha­
blan de libertad y de derecho como
fórmulas de convivencia.
y despierta con su; prédicas, la con­
ciencia colectiva del trabajador explo­
tado, diciéndole solamente la verdad,
y nada más que la verdad. Por etlo
.-u-ge con ímpetu irresistible la Re­
pública, que trae entre sus compro­
misos más firmes el de hacer justi­
cia al proletariado campesino con una
reforma agraria (redistribución de
la tierra) y una política agraria (nue­
vo código rural), que mejoren la si­
tuación del trabajador en todos los
aspectos deficitarios de la producción
del agro y de las leyes que lo rigen,
abatiendo todo lo que, “pro domo
sua". había legislado en el período
del mando de los Austrias y Borbo­
lles. la clase dominadoraY asi en esta ingente tarea, nos
alcanza ti año 1936, año en el que
una fatal coincidencia de la reacción
española con los , planes internaciona­
les de los totalitarios, inicia la labor
de aplastamiento de la República Es­
pañola y de su programa de justicia
social, que completa en 1939 con la
complicidad y la ceguera de las de­
mocracias europeas y americanas —
sálvese el que pueda—, que ahora ven.
claramente, cómo el conflicto espa­
ñol no era un pleito doméstico, sino
el prolegómeno del aiaque nazi-fas­
cista contra la democracia, y cuya
lucha hubiera sido muy otra, de ha­
ber estado en pie la República Es­
pañola.
x
x
x
't ¿en México? i .a trayectoria de
su problema agrario es bien conocida,
v no voy a tener la pretensión de
analizarla, cuando plumas más bien
cortadas que la mía, al se. vicio, ele
hombres muy conocedores del caso,
lo han expuesto con todo género de
detalles. Pero lo cierto es oue la tiera, mejor dicho, el afán de posesión
de la tierra,- acaparándola, se pone de
relieve desde el momento mismo de la
ConquistaEl aventurero de entonces, se dis­
tribuye bonitamente la tierra mexica­
na, y si tiene alguna reyerta es con
el compañero de aventura que le dispu­
ta los limites del reparto, y convierte
al indio a la religión, y a la escla­
vitud de paro, pata que le trabaje la
tierra apropiada por derecho del más
fuerte.
^ así se llega al fin del período
colonial. Y se independiza el mexica­
no trabajador; pero esto es política­
mente, porque la dependencia econó­
mica subsiste, acentuada por la le­
gislación, que se promulga al servicio
del capitalismo. Y en México, “el
pelao” en forma más o menos sub­
consciente, lucha durante un siglo por
la tierra y la libertad, como dicen los
e.tandartes de las magníficas pintuas murales de la revolución. Y con
sus hombres liberales y a través de
las décadas del pasado siglo, unas
triunfadoras y otras infaustas, por el
triunfo de la reacción de tipo territo­
rial predominante, llega hasta 1910,
presentando en esencia el mismo pro­
blema agrario que España: la posesión de la tierra y la libe tad del hom­
bre para trabajarla y vivir en ella.
Es decir: mimero ja supervivencia del
trabajador campesino y de su digni­
dad como hombre; después a lograr
el perfeccionamiento de los demás
factores, internos y externos, de la
producción agrícola: elementos de cul­
tivo, técnico, mercados, comunicacio­
nes, cooperativismo, etc etc. Pero el
primer paro, el fundamental, el que
libera a la tierra y al hombre en Mé­
xico, ya está dado con el triunfo y
consolidación de su movimiento re­
volucionario.
x
x
x
Y este es precisamente el punto
donde ya se separan las trayectorias
del problema en España y en Méxi­
co; donde ce a el paralelismo: po-que
aqui ha triunfado el campesino y en
España ha sido vencido.
Al menos hasta ahora............ .
“DOS E SPA Ñ A S”
(Viene de la p ág 1)
no es E sp añ a y, lo misino que con él
los pueblos de A m érica no pueden día
logar, los auténticos españoles tam po­
co.
España, es la variedad de »u„ p u e ­
blos con raíces prehistóricas y que, a
pesar de todos los dominios o «le todos
los in te n to s de unificación violenta, r e ­
surge cada vez más vigorosa. Es la f< rm ad o ra de altos valores hum anos y de
una c u ltu ra fecunda. Es espíritu y li­
b ertad . personalidad celosam ente m an­
tenida, y, a la vez, sentido de universa­
lidad. E sp añ a es la de San Isidoro amon estad o r de los reyes que q u erían im ­
p oner el Catolicism o— religión de am or
por la fu e rz a — la de Oliva de Ripoll
in iciador de la P az y T regua, la Je lo i
A rzobispos creadores de la E scuela de
Toledo, en que m usulm anes, nidios y
cristianos daban a conocer al mundo
Ir. filosofía de A ristóteles testauradala del fu e ro de T udela reg u 'a.lo r de los
derechos de las tres confesiones y de su
ad m inistración autónom a d en ter de la
c iu d a d ; la de Ju a n I de A ragón que
ca stig ab a los desm anes de ia persecu­
ción dé los judíos. Es m uy -rspeealmente la E sp añ a de los fueros m unicipales
y de la dem ocracia ciudadana de las
C ortes de todos loa reinos y m uy espe­
cialm ente de las catalanas que le g isla ­
ban p o r derecho propio y de las que
sale un gobierno popular— la G enera­
lidad— practicando la doctrina de la so­
b era n ía de la nación. Es la de los j u ­
ristas y los escritores políticos que fo r­
m ulan en C atalu ñ a la teoría de la de­
m ocracia—Eixim enis, Gualbes, C áncer—
c de los de los siglos XVI y XV II en
C astilla que se esfuerzan en lim itar el
absolutism o y en m antener que el rey
debe el poder a la “ república” , crean
el derecho internacional y defienden a
los indios—V ictoria, Fox Morcillo, Menchaca, S uárez, M ariana, S aavedra F a ­
jard o. E s la de los a rtista s y escritores,
la de C ervantes y de Lope de V ega, inrnortalizador de la rebelión de F u en te
O vejuna contra el despotism o m ilita r;
Ir. de los Com uneros, de las G em ianías
y de la defensa de las lib ertad es ca ta­
lanas por Pablo Claris o p o r los b a r­
celoneses de 1714. La de los puebius
renacientes creadores de nuevas lite ra ­
tu ra s —Rosalía de C astro en G alicia y
los catalanes, en tre los que M aragall
c a n ta la E spaña m últiple. La de P rim
y P i y M argall que saben com prender
las ansias de libertad del puebio cubano.
La de la República que ib a a o rg an i­
z a r la verdadera E sp añ a y la que su­
po luch ar varios años p o r d efen d erla,
abandonada de casi todo el m undo. En
fin , es la de G arcía Lorca, fusilado
p o r la guardia civil fra n q u ista , y de
M achado, fallecido en su éxodo doloro­
so, acom pañado p o r otros poetas, a rtis­
ta s y profesores, en medio de las m a­
sas del pueblo republicano que p refirió
las penalidades del exilio a v iv ir sin
dignidad en E sp añ a o la que gim e en
las m azm orras de Franco.
E sta es la E sp añ a perenne y glorio­
sa. E lla se ha visto rep etid as veces
a rro ja d a de su p a tria o ha salido de
ella cuando el am biente de sus dorm
n aáores se hacia irrespirable. E n el si­
glo XVI, Servet, V alera y Lm s V ives;
a principos del X V III, los em igrados de
la g u e rra de Sucesión: los liberales de
LSI4, de 1823, de fin es del periodo
isabelino o los de ahora. A r volver los
de la em igración fe rn an d in a o los que
h u ,an de las persecuciones de la rea c­
ción “ m oderada” rea liza ran el ren aci­
m iento de la E spaña m oderna. U n día
voiverá la actual em igración y fe con­
tin u a rá la au ten tica h isto ria de E spaña.
ïï le jn tid e .’i o · . . .
(V iene de la pág. 7)
uos o tres naipes, un g u an te roto, cás­
caras de cacahuates y b astan tes migas
de pan o de bizcocho.
P or contraste, la de Cam po A lange
era m u jer ex trem ad am en te limpia y
p recu rso ra de B enavente en la cre a­
ción de aquella frase: “ ¡C u án tas veces
un corsé viejo salva la v irtu d de un a
m u jer!” . La condesa decía:
— “ Las m u jeres debem os cuidar mu­
cho n uestro in terio r, porque sabemos a qué hora nos vestim os, p ero ignoram os
a qué horas nos vamos a desn u d ar” .
C arlista acérrim a, d etestab a a Mendizabal, a quien acusaba de ladrón.
— Pero, condesa, —arg ü ía Cánovas—
si el a u to r de ¡a desam ortización ha
m uerto pobre.
I El escritor francés Paul Eluard, gran amigo defEspaña, acompañado por el
— ¿Cómo? ¿A dem ás de ladrón, p ró ­
poeta Manuel Altolaguirre y su hija Paloma.
digo? Vo creí al m enos qu e había ro
bado p ara sus hijos.
T an mal concepto le m ereció el mi­
nistro E lduayen, que si le afin n a b an
que se tra ta b a de un hom bre respetable,
contestaba:
—Sí. Respetable. Como los Niños de
(Viene de !a pág 1)
E cija que hub ieran llegado a su edad.
“Arboles a la orilla soñolienta del
Del m arqués de Molins decía — y no
agua”, a la orilla de otros sueños, ba­
le fa lta b a razón— que “ e ra un carpin­
Pero anotemos una circunstancia. El jo un aire que lo adormece todo.
tero de h acer versos”.
poeta al hundirse lo hace dentro de un
Hasta que un d í a . . . ¿Quién no ha
De un a señora, que se conservaba elemento propicio a los más altos vue­ despertado con el llanto de España ?
todavía g u ap a y cuyas h ija s llam aban los. Con razón dice: “Almohada, alas
“Flores de luz despiertan a lo lejos”.
la atención p o r su belleza, opinaba:
de pluma”, es decir, que al hundirse
Y Luis Cernuda ha cortado esas flo­
—N ada tie n e de p articu la r. La m adre
quiere elevarse a un sueño más alto
es guapa y los padres escogidos.
res. Lejos de su patria, como yo lo
que la vida, y para ello se abriga en
Ya viuda m antuvo un co rto am arte­
estoy, bien despierto en la soledad del
lam iento con el m arido de Isabel II. la más esponjosa molicie, en una in­ destierro, nos ofrece una nueva poesía,
Cuando ei rey don F ran cisco de Asis sensible anulación de su tacto. Para luminosa también, iluminada por el
le visitaba, podía v erse !a carro za real perder noción de sus limites se anega fuego interior de una apasionada con­
ante la p u e rta de su casa. Aquello te r en plumas, esa leve materia que antes ciencia.
minó. Fero pasado algún tiem po la con­ vivió en dos alas.
Un poema de los más reveladores
desa sorprendió nuevam ente la carroza
En lo que pudiéramos considerar la de este poético tránsito es el que de­
fre n te a la p u e rta de o tra aristó crata
que vivía f re n te a su casa. U n día es­ primera parte de su obra poética el dica a la resurrección de Lázaro. U n
peró la visita del re y a su vecina. Se poeta sueña y piensa que vive. Y aún despertar del alma, la del poeta, que
llevó el piano cerca de un balcón. Y más: vive a la sombra de otros sue­ desde ahora tiene una estrella que se­
guir, la única verdadera esperanza.
cuandio don F rancisco de A sís volvió a ños.
to m ar su carroza, la condesa estrep ito ­
sam ente hizo sonar en ei piano los
acordes de la M archa Real
Es conocido el em peño qu e los ingle
ses pusieron en que no se realizase el
Suscribase, propáguelo, ayude a hacer de ella una revista para lodos los
m atrim onio de Isabel II y don Francisespañoles que luchan y laboran por una Esvaña mejor.
cc, a! que p reten d iero n su stitu ir por el
in fan te don E nrique. Ei em b ajad o r in­
glés en M adrid, m íster L ulw er, real'* >
isp etid as gestiones, que no cesaron con
la consum ación del m atrim onio, pues
In g la te rra insistia en su anulación p ir
motivos canónicos. E sto lo sab ía el rey.
(V iene de la pág. 16) definitivo. E n el te rren o ético, plástico
» y poético, a los a rtista s nos to ca esta­
Y en cierto besam anos en la corte, al
saludar la condesa de Campo Alange al ese p alp ita r del m undo considerado co­ blecer la evidencia sensible del c a rá c te r
me un a unidad vital, en aquella con­ absolutam ente dinám ico del b arro que
rey, le agregó iró n icam en te:
vergencia con el espíritu hum ano en que nos form a.
— Señor, m is respetos m ás profundos se hace inteligible a éste como conse­
El m ovim iento barroco en la p in tu ra
ju n tam en te con los de lord Palm erston. cuencia ú ltim a del conocimiento sensi­
de los siglos XVI y XV II (T in to re tto ,
ble.
La
ciencia
m
oderna,
—
la
física
y
José F ern án d ez Brem ón, cronista de
e! G reco, Rubens) no hizo m ás que
“ La Ilu stració n E spañola y A m erica­ las m atem áticas— , h an llegado a co n ­ a p u n ta r esta realidad rom piendo las le­
clusiones escalo frian tes a este respecto,
n a '’, hom bre reaccionarlo, no tuvo in ­ h asta el extrem o de d estru ir to d a n o ­ yes estáticas de la an tigüedad clásica,,
conveniente en dedicar a la condesa, ea ción in telectu al de lo inmóvil y de lo p tro sin ¡legar a p la n tea r ni a co m p re n ­
der el c a rácter f í s i c o de la conjunción
'c fecha de su m u erte en 1885, unas
de la m a teria y el esp íritu en u n a u n i­
'ín eas que pueden se r leid as:
dad en erg ética y dinám ica que puede
ser p ercibida plásticam ente.
“ Cuando a los titulo»; nobiliarios no
fe unen cualidades personales, que se­
E n su intención subjetiva, mi p in tu ­
pan m an ten er su b rillan tez, ni el inge­
(Viene de la pág. 9) ra in te n ta , sobre todo, d estru ir las ap a­
nio más agudo vale p a ra sustituí;- a
riencias estáticas de los elem entos del
zos de U lloa” , en donde la húm eda G a­ m undo visual, ya, sea inculcando d irec­
aquellas cualidades".
licia —tie rra n atal de la Condesa— se tam en te a las form as un a especie de
p in ta así:
baile en el atrio lleno ten d en cia in tern a al m ovim iento, o bien
de luz, el tem plo sem brado de hinojo y em plazándolas den tro de un ritm o d i­
espadañas que m agullaron los pisoto­ nám ico que las h ag a g ira r v ertig in o sa­
nes, alum brado m ás que por los cirios m ente, no sobre su propio eje, sino
por el sol qu e p u e rta y ventanas d e ja ­ como los astro s y las galaxias, d en tro
ban e n tra r a to rre n te s, los curas ja d e a n ­ de un constante desplazam iento hac a
tes pero satisfechos y habladores, el rum bos desconocidos.
santo ta n cu rru ca to y lindo, m uy ri­
E n lo que a la p a rte técn ica se r e ­
sueño en sus andas, con u na p iern a
cari en el aire p a ra em pezar un minue- fiere, tengo puestas to d a mi am bición
to y la cándida palomina p ronta a ab rir en la p in tu ra m ural como medio más
las alas, todo e ra alegre, te rren a l, n ad a adecuado, por. sus dim ensiones x n a tu ­
inspiraba la au g u sta melancolía que sue­ rale za física, p ara ex p resar mi p en sa­
le im p erar en las cerem onias religiosas” . m iento. E n el m ural que estoy rea liza n ­
De este p aisaje in te rio r escápanse v a ­ do en C uem avaca (5.00x28.00 m ts .)
harad as del fino hum orism o que parece espero rea liza r un prim er in te n to en
consustancial con todas las p lu m a s g a­ g ran escala de este concepto dinám icoen el asu n to g eneral que titu lo “ E s­
llegas.
p añ a b acía A m érica” considero la eta
Revista literaria
Y m uere la buena am 'g a de Galuós p a h istó rica a que me re fie ro , m as queRegistrado como artículo de se­ la atre v id a y b atallad o ra dam a, siguien­ como u n a sum a o sucesión de p erso n a­
el vuelo del canario al más allá, a jes y anécdotas, como un im p u ls o d i­
gunda clase en la Administración do
un a¡ño de d istan cia d etrá s de el cread o r n á m ic o del tiem po en el que las p e r l i ­
de Correos de México, D. F_, el de “ F o rtu n a ta y Ja c in ta ” : en 1921. P u ­ nas y los hechos mismos no- son m ás
7 de Noviembre de 1946
do to d av ía v er la Condesa, con un ric ­ que la expresión episódica del m ovi­
tu s de a m a rg u ra en el rostro, cómo al m iento general, considerado como pro­
Redacción y Administración
en tierro del a u to r de “ Los Episodios tagonista. Mi em peño fu n d am en tal en
N acio n a'es” —¡y en la capital de E s­ esta obra, es el que e:e impulso de E s­
Av. Yucatán 34-A
p aña!— asistía m enos gente que al del p añ a h acia A m érica considerado en si
Editores.
to rero Jo ;elito . Si alza a la cabeza y mismo, sea tan visible como elementoleyese ias novelas escritas por las n u e­ ab stra cto prim ordial, en su calidad de
Manuel Andújar, losé Ramón
vas generaciones, quizás dijese: “P a ra m ovim iento, como los mismos elemento.,
Arana y José Puche Planas.
esto no v alia la p en a de que m e hubie- concretos que anim an a la composiciónséis olvidado tan p ro n to ” .
desde el p unto de v ista representativo*
Despertar de Luis Cernuda
A YU D E
M I S
P R E C E P T O R E S
(V iene de la pág. 3)
y veíase de vez en cuando un solita­
rio que se apartaba hacia los linderos
del monte, buscando en la pulsación de
los astros las resonancias infinitas de
su fiebre mo tal. Cuando alguien pi­
dió, de improviso, que nuestro labra­
dor cantara; lo pedían como si la co­
marca supiera de antemano lo que pa­
ra mi había sido una fascinante sos­
pecha. El, durante la danza, se man­
tuvo en su actitud habitual, sentado,
silencioso, como participante en un ofi­
cio y con su traje negro, por tanto,
de las fiestas; al llegarle la petición
de los concurrentes, movió la cabeza
como denegando y con una confusión
de acorralado; su mujer, de pie junto
a él, dióle una palmada en el hombro,
cual si le alentara; entonces mi ma­
dre, tomando por sí misma un vaso
de aguardiente y ofreciéndoselo, le re­
novó la súplica; él, sin levantarse, lo
bebió de un trago, sintiéndose venci­
do mie.-t as las gentes celebraban con
risas el -trance tan gentil y a un gesto
suyo, a poco, la mujer le trajo su gui­
tarra. Vi qómo lá ajustaba a su re­
gazo, templando las cuerdas', su mano
diestra, que habla visto yo tantas ve­
ces arrancando la maleza de los sem­
bradíos o esgrimiendo el azadón, pul­
só unos arpegios, con la cabeza la­
deada, mirándose la guitarra entre su i
brazos; murmuró a media voz: "Por
la Señora y con su dispensa”, y como
enfurruñándose de pronto, dió suelta
a su canción- Le daba suelta, es ver­
dad, eso queria, aunque la canción
penaba por salir y el hombre, coma
ar uñándola y haciéndose daño, aca­
baba por desprenderla, gota a gota, de
su encarnizamiento. El efecto no era
el del resplandor medular cjue ciertas
emociones sublimes nos transmiten, era
más bien como de encogimiento de en­
trañas y su foco de acción parecía
asenta se en la boca del estómago. Era
una voz de arranque prisionero, lla­
gada de querer y de arrancarse ras­
guños de hermosura y en su acento si
desmayaba un negro aire viril; las pa­
labras apenas podían entenderse en el
claroscuro con que nacían a la noche,
aunque ciertas expresiones recogidas
al azar, como cárcel, paloma, ojos y
“sangre de Cristo” se ceñían bien co­
mo letra al espíritu de nuestro estre­
mecimiento. Escuchaba yo aquella con­
fesión estentórea entre las rodillas de
mi padre, asomado a sus brazos cru­
zados como a un balcón, semejante a
un animalillo al que sorprende la vi
da y muerte en manos de los hom­
bres; en círculo de sirvientas, mi ma­
dre, en su mecedora, se abanicaba y
miraba yo las áridas montañas y el
fulgor estelar de la existencia y era
como una vida plena que a poco fuera
a extinguirse. Años habían de pasar
antes de que pudiera registrarlo con
estas palabras. Y asi, cuando minutos
después, el bullicio reinaba de nuevo
en aquella extraña asamblea y escan­
ciadores, danzantes y troveros, com­
ponían un cuadro festivo y gracioso,
en el queJg vitalidad y la despreocu­
pación prestaba su zozobrante arrojo
a la ligereza, se comprendía bien, n i
sin cierto zarpazo cordial, que lodo
aquello sucedía en la presencia cega­
dora de la muerte, que todo aquel jú­
bilo profundo se esparcía con aquella
efusión porque todo había de morir,
que aquellos tres saltarines y aque­
llos contoneos y aquellos labios hú­
medos y la locuacidad y fragancia de
los decires y aquel entrelazarse de
hombres y mujeres en tan patético
frenesí y viveza de los ojos y olvido
de las conveniencias, amos y criados
en la luz de un repentino rapto y ta­
ñer y brindar, y bailar y besar, vivían
su ardor por la revelación aterradora
y que del zumo de aquella voz de la
muerte viva que todos habíamos escu­
chado, medio lívidos, como el que se
asoma a una prohibida verdad, ex­
traeríamos eternamente los españoles
el desgarro y las virtudes de nuestra
convivencia.
A
LAS
E SP A Ñ A S
El Pintor y la Obra
EMILIA PARDO BA/AN
LAS
ESPAÑ AS
En/aONU
Sigue el Dr. Giral pidiendo justi­
cia para España■La pide a media voz,
opacamente, sin este gesto, tan espa­
ñol, que los mercaderes llanum alti­
vo y que nace de la desesperación y
el asco producido al mirar la fullería
y la trampa, la rapiña y la violencia
sobre la razón y el derecho.
El Dr. Giral arrancará algún dio
otra condenación para el franquismo.
Será más o menos explícita, más o
menos unánime, pero los mercaderes
seguirán negociando con el hombre­
cillo “traidor a su traición misma”,
que dicen aborrecer.
El Dr. Giral habrá de retirarse en­
tonces a sus “cuarteles de invierno
podrá dormir su sueño de hombre
honrado en espera de otra Asamblea
GRABADO DEL SIGLO X I X
donde llevar su media voz, esa borro­
sa miniatura de la voz tremenda,
amarga, desesperada de su puebloE l Dr. Giral, recuerda aquella som­
(V iqne de la pág. 9) mín, el rom ance de la m ilenar.a Danza
bra melancólica del Negus de Abisinia,
P rim a;
perdida en los salones de Ginebra,
localistas, casi siem p .e inofensivos.
barrada en el destierro por la sordera
Oviedo y Gijón, C andás y Luanco, Prar
¡Ay! un g alán d esta villa
universal
que llevó al mundo a ¡a ma­
v ia y Piloña... Así, como un ejemplo,
iA y! un gaian d esta casa
tanza y la miseria.
dicen los de L uanco:
¡Ay! de lejos que venia,
España recobrará su libertad, la ga­
¡A y! de lejo s qu e llegaba.
nará
de nuevo a golpes de sangre,
“ De Candás, el C risto y no más,
— ¡A y! diga lo que él quería,
y cada español, repetirá incansable­
y si me ap u ran un poco,
¡A y! «liga lo que él buscaba
mente, por generaciones y generacio­
¡n i el Cristo tam poco!”
— ¡A y! busco a la blanca niña,
nes la historia de estos días. “Erase
¡Ay! busco a la nim b la n c a ..
una vez una pandilla de desalmados
P ero todo ello no llega al rio, porque
mercaderes”..■nadie es m ás que nadie, pues con la
E sta es A stu rias, mi A sturias, llam a­
E spaña e n
excepción de la ciudad y capital, que
no presum e de serio, y de Gijón, que
tien e categ o ria de ciudad, ted as la$
condensaciones urb an as, presididas por
la de Avilés, son villas y poseen c a ­
racterísticas que las sem ejan mucho,
so b re todo las llam adas P olas: de Siero.
de Somiedo, de L av.ana, de A llende. No
h ay gentes más optim istas en el m undo,
m ás dispuestas a la risa q u e los polesos
d e esas antiguas P ueblas, cuya historia
reg istra n am arillos C artafu ey o s, casi to
d o s perdidos felizm ente. E n tr e esas de­
liciosas villas astu ria n a s h a de desta­
ca rse —perdonen las dem ás— la Pola
d e Siero, cuyos polesos conservan m e­
j o r que nadie la tradición de !as rom e­
rías y can tan con la voz m ás entona­
da, en aquel frondoso castañedo del Car­
da por su belleea n a tu ra l la Suiza es­
pañola: u n a p om arada, un hórreo so­
bre los c u a tro pegollos, unas vacas ru ­
bias en un prado m uy verde, que lim ita
un reg ato sa lta rín . Al fondo del pai­
L a UNESCO, decidió no invi­
saje una a lta m ontaña. Una menina que
viene de la fu en te , la bru ñ id a h errad a tar al Gobierno legítimo de España
en la cabeza, y ab re la portilla de la c colaborar en sus tareas. Francia,
quintana. E n el aire u n a canción.
Checoeslovaquia y Polonia defendie­
En la U .N .E .S .C .O .
ron el derecho del pueblo español.
Lo defendieron ardientemente, como
vierte haciéndolo México, como lo
hace la U- R. S. S., como han empe­
zado a hacerlo los ¡pueblos dueños
de. su destino.
Sin embargo, España no fué ad­
mitida.
España tiene algo que decir, algo
que puede resonar en la conciencia
de los hombres como cosa nueva,
recien descubierta, y que no es sino
su viejo sentido de la inda, su en­
trañable sentido de hombre y de la
dignidad; su preocupación de ser,
“ Ni habitaciones n i pueblos, ¿dónde no de estar, por —y no en— la li­
está la E sp a ñ a ? ”
bertad y la justicia.
El mismo, socavado por la ram plone
España tiene algo que decir, pero
ria que le exaspera, ve con in fin ita de­ la muerte gusta del silencio.
Mariano José de Larra
■vfViene de la
página
GRABADO DEL SIGLO X I X
e l R ecu erd o
3)
tic o a cualquier bro te p rogresista aún
colea. P o r reflejo in e rte , los sectores
d e au tén tica índole p o p u la r se distan­
ciaro n de n u estra vigorosa tradición, no
e x tra je ro n — con b astan te ím petu, con
suficiente tenacidad— su enseñanza reivindicadora e igualitaria. Y en ese cebo
siguen picando los peces. E n este orden
de cosas, el pecado de L a rra fu é el de
s u tiempo.
E l p anoram a con que él se topó era
en erv an te, desolador. Im aginém onos— en
función de síntom as y espurgado lo p in ­
toresco— que por 1833 h a b ía en M adrid
S16 tab ernas y buen núm ero de cafés,
que las calles de la C orte constituían
u n m apa de lodazales, con legiones de
m endigos harapientos, q u e bullía en ellas
el ritm o m ular de la h a ra g a n e ría buro­
c rá tic a , que la gente se bañaba de ta r ­
d e en tard e, por el v e ra n o ; que los t r i ­
bunos y bullangueros de los clubes, en
la rotación de los co rto s triu n fo s dem o­
cráticos, se desfogaban con discursos y
proclam as de u n declam atorio subido y
feste jo s de b arriad a , sin to c ar en un
ápice la concha feu d a l del país. Es una
•“‘sociedad de ociosos y parlanchines” ,
■en que se derrocha el ingenio y escasea
l a substancia. Si acaso, tím ido suceso
■discordante en el p ára m o , fu n d a doña
M aría C ristina el C onservatorio de M ú­
sica. Reina n u estra se ñ o ra la g á rru la
•tertu lia; la clase m edia, sin entronque
■con 1a evolución económ ica que por
d oquier la propiciaba, se pega como una
lapa al beaterío, al T rono y a las ofi■ciñas.
L arra se asom a, en u n a ráp id a pero
ju g o sa excursión, al in te rio r de E spaña,
sin re c o rre r la p e rife ria , y vuelve al
redil m ás agrio y crítico , más severo,
:más virilm ente pesaroso.
cepción la inan id ad d e su escapatoria a
la actividad pública, la grotesca impo­
tencia de su a c ta de diputado por Avila,
su inep titu d p a ra esos m enesteres.
Y el “ afran c esa d o ” , el ‘ periodist 11a”, se en red a, quizás sólo por un im­
pulso desesperado, p o r ejem p lar intuicón, en un choque desigual, a is la d o , con
la com inería que le rodea. Es un ce
m enterio el p a ra je donde sus reflexio­
nes alzan el vuelo caudal, con sabor y
p rofundidad q ue nos parecen de hoy,
porque ese “ D ía de D ifuntos’ no h a des
aparecido.
F ígaro entien d e, y lo p ru eb a saltán ­
dose la ta p a de los sesos, “ que la lite­
ra tu ra es y se rá siem pre no u n a causa,
sino un e fe c to ” . Su d e rro ta fu é el anun­
co inequívoco de los posteriores rev e­
ses. H e aq u í el m otivo — n ad a pesim is­
ta, m ás bien riguroso— de evocarlo
ahora, al cruzarn o s con las sa rta s de ca­
dáveres que deam bulan con ínfulas de
seres.
P a ra L a rra el único tem a con v arian ­
tes — el de su pasión, el de su ilusión—
era E spaña y su destino preso. Lo f o r ­
muló con le n g u aje ca t zo y propio, en­
ju to , c o rta n te y sincero. E s el antípo­
da del esc rito r m ercenario, habilidosi11o. Y su acusación p erd u ra, que an d a­
mos a trom picones p o r los dislates que
a él lo em ponzoñaron De aquel suici­
dio suyo, ¿quién es el más culpable?
Eugenio N oel p lan teab a la conclusión
c e rte ra :
“ Un hom bre puede m atarse. La so­
ciedad no debe p erm itir que ese hom­
bre se m a te ; m ás aú n , no debe ofrecer
a ese hom bre ocasiones p ara que se m a­
te bajo n in g ú n p re te x to ”.
En Puerto Rico
El Parlamento —o Asamblea— de
Puerto Rico, votó que el idioma es­
pañol fuese el idioma oficial de su
Patria- El Sr. Gobernador puso el
veto. E l Parlamento —o Asamblea—
volvió a votar que el idioma español
fuese el idioma oficial de su Patria,
y Mr. 1 ruinan ha puesto el velo.
Los portorriqueños están en su casa,
pero tienen un concepto romántico
de la vida. Se han indigestado de li­
teratura, de aquella literatura deci­
monónica que empieza en “H E R N A N I” y acaba en la “Carta del Atlán­
tico”.
Mr. Truman tiene un sentido más
real de las cosas. Sabe, que el ver­
dadero idioma oficial en el mundo
nada tiene que ver con la garganta
humana. Sale de otras gargantas que
se fabrican con torrentes de o o y
que tienen un vigoroso retumbar de
acero.
★
En México
En México sigue sonando la voz
de Juárez “el impasible” ; el impa­
sible apasionado que era. N o estaria
e más que su famosa frase fuese
gravada sobre las puertas de ¡a ON. U. “E L R E SP E T O A L D E R E ­
CH O A JE N O E S LA P A Z ”.
""V- H H
1
fgm
E n el balance
de las actividades de la em igrac¡ón republicana
pesos, enviados in m ed iatam en te a los
periodistas y escrito res refugiados en
F ra n c ia ; su p articip ació n on las F erias
del Libro m exicanas, con un pabellón
que fu é la única p resencia colectiva de
¡os desterrados, la única representación
de E spaña, p resen cia y representación
sólo in terru m p id a en la que fu é cele­
b rad a e6te año, cuando, a petici»*n del
Gobierno de la R epública, que organizó
el Pabellón de E spaña, la A grupación
prescindió del suyo.
H a organizado, tam bién, veladas n e­
crológicas en h o n o r de A ntonio Zozaya,
R oberto Castrovido y E n riq u e Diez Ca­
néete, escritores republicanos de imbo­
rra b le m em oria, qu e ag ru p a ro n en el
Palacio de las Bellas A rtes a las m ás
ilustres fig u ras de la intelectualidad m e­
xicana. Es de rec o rd a r, el b anquete
ofrecido en el C en tro Vasco por los ele­
m entos progresivos del periodism o me­
xicano a sus com pañeros desterrados,
en el que fu é e n tre g a d a a su P residen­
te, - -A rturo M orí— u n a b an d era t r i­
color española.
Al cabo de tre s años die diarios m en­
sajes, la emisión “ L a Voz de E sp añ a” ,
portavoz radiofónico en XEFO. Radio
N acional, de la A grupación, se ha con­
vertido en fu e n te in fo rm ativ a, en pa­
la b ra o rien tad o ra p ara los em igrados.
P o r sus noticias del m om ento, el sereno
optim ismo que la in sp ira y, sin g u lar­
m ente, por su in fatig ab le cam paña u n i­
ta ria , significa u n a lab o r p atrió tica de
los periodistas republicanos españoles.
A estas realizaciones, que en sí tie­
nen y a su elocuencia, la A grupación
h a sumado un b o letín quincenal —“ Plo­
ra de E spaña”— que se envía g ra tu :tam ente, rep artién d o se tam bién en c a ­
fés y establecim ientos populares fre ­
cuentados p o r em igrados.
Adm irable ta re a , m odesta y ab n eg a­
da, de hom bres q u e dedican a la e n ti­
dad sus contadas horas libres, lo m ejo r
de sus esperanzas
A rtu ro M orí, Em ilio Criado Rome­
ro, A lvaro P ascual Leone, “ M agda Do­
n ato ” , Luis S u árez, A bel V elilla y
L iberto C alleja fo rm an la J u n ta D i­
rectiv a de la A grupación de P eriodis­
ta s v E scrito res E spañoles en el E x i­
lio. la única fo rm ació n política de la
em igración en Me
x k o que abarca
todos los m atices
del a n tifra n q u is­
mo, que en E sp a­
ñ a c o n tin u ará !a
m ism a a lta f u n ­
ción, fra te rn a l y
u n ita ria , resp al­
d ad a por una
o b ra en el des­
tie rro que es o r­
gullo de la emigyaición españo­
la, y que p o o ?
h an igualado j
E. Criado Romero
nadie h a conse­
guido su p erar.
en México, ocup a lu g a r sobresa­
na
liente la “ AGRUW —
PACI ON
PRJ
F E S IO N A L DE
ESC RI T U R E S
¡R -Y PERIODIST A S ESPAÑOL ES
EN
EL
' ■
E X IL IO ” .
C u atro años de
funcionam ie n t o
Arturo Morí
ejem p lar y una
línea de conducta llena de esfuerzos
y de ferv o r por E spaña, le han con­
quistado el firm e prestigio, la autoridal m oral que en tre nosotros d isfru ta.
E n tre los escritores y periodistas es­
pañoles acogidos a la g enerosa hospita
lidad de México, había ur. fu e rte deseo
de unidad, un proposite firm e de j u n ­
ta rse por encim a de las d iferen cias ap a­
ren te s que han dividido las fu erza s do
la dem ocracia española, y. a iniciativa
de un grupo llenó de dinam ism o, en el
cual se co ntaba n u estro querido amigo
R afael T orres E n d rin a, — fallecido re
eientem ente—, fu é fu n d ad a esta en ti­
dad, verdadero ejem plo, modelo adm i­
rab le de convivencia y de trab a jo .
El prim er P residente y el p rim er se­
cretario , reelegidos cu a tro veces conse­
cutivas, y que fig u ra n aú n al fre n te de
la A grupación, fu eron, respectivam ente,
A rtu ro M on y Emilio Criado Romero,
dos. fig u ras que en tro n can con la m ejor
tradición de n u estro periodism o, dedi­
cado a d efen d er la causa de la lib ertad
y a com batir las tira n ía s que h an ido
sucediéndcse en E spaña.
P o r las ju n ta s directivas, nom bradas
siem pre de m anera dem ocrática, des­
fila ro n luchadores de la plum a de to ­
das las tendencias; p orque las norm as
de la A grupación, no sólo p erm iten , si­
no exigen, que fo rm en p a rte de la m is­
m a periodistas y escrito res de todas las
tendencias políticas y sindicales adictas
a la República
Solidaridad, p ro p ag an d a republicana,
cultivo de las buenas relaciones con Iosperiodistas avanzados de México, hom e­
n a je a destacados m iem bros de la A g ru ­
pación m uertos en el d estierro , he aquí
algunas de las actividades de la entidad,
preocupada en todo m om ento p o r los
problem as de E spaña, a te n ta al latido
de nuestro pueblo
La A grupación pensionó, ¿turante seis
"meses, a v ein titan to s asociados, acudi»*
a cuantas necesidades u rg en te s se p ro ­
d u je ro n on su seno, y extendió su a y u ­
da a com pañeros no afiliados, en de­
m ostración p ráctica del am plio espíritu
que la anim a.
“L A S E8Pde
A Üsus
A 8’’d irig
no en
setesdebe
L a actividad
h a asi ninguna capilla literaria, ni está obli­
do gada
incansable.
Citem os
ejem plo,que
la componen la em igración política espa­
con ninguno
decomo
los sectores
fieñola.
sta celebrada
en el literaria
T eo tro Hidalgo,
Es una revista
absolutam ente independiente, que aspira a ser
en la que recau d aro n varios miles do
un instrum ento m ás en la reconquista y reconstrucción de España, en la
difusión de nuestra cultura, en el conocimiento y exaltación de nuestros
valores.
Todo los pueblos de España, todas las Españas, son para nosotros igual­
m ente entrañables. Consideremos voz tan española la de Maragall o la de
Rosalía de Castro, la de M iguel de Elzo o Domingo de A guirre, como la de
Fernando Villalón, la de Federico la de Galdós o la de A ntonio Machado.
Y si en esta integración ideal de España incluim os a Portugal, es,
considerándolo, sin so m b ra .d e intención im perialista, uno de los más ricos
matices del genio español, o ibérico.
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está en venta en las siguientes librerías de México, D. F :
Nos presenta, W. G'erliardi, en Los Romanov, una ga
ler.a de estadistas, improvisados en ocasiones, pintores­
cos en algunas, geniales o terribles, en otras, pues que
tocaron los extremos de imbecilidad y los de la demencia
sanguinaria.
Con sólo los traeos esenciales, logra revivir, no única­
mente a esa sugestiva dinastía rusa¡ sino el cuadro de la
Europa contemporánea de aquélla.
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(Artículo 123, cerca de San luán de Letrán)
“Otras Personalidades que he Conocido”, es una intere­
sante galería de celebridades famosas todas, dignas de
admiración y cariño unas, de penosas evocaciones otras,
pero todas admirables y que vistas a través de la pluma
del magnífico escritor galo, constituirán una fuente va­
liosa para el estudio intelectual, psicológico e histórico
de la descomposición del mundo actual.
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Esta interesante novela histórica, se de.arrolla en la
Inglaterra posterior a Las Cruzadas hasta el Oriente de
Kublai Khan. Es la historia de un joven noble inglés
que se abre camino hasta el centro mismo del fabuloso
imperio -mogol y vuelve a su patria, donde se le advierte
truc deberá elegir entre una heredera ingle-a y una
muchacha oriental.
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“ MICR0CINE
CELESTIAL”
en el que se proyecta el
libro de la tierra.
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Libro cuya adaptación cinematográfica ñ? interpretada
por Mikey Rooney en el personaje de Velvet, joven que
ama lo's caballos, a los que sabe conducir con singular
destreza y cifra en ellos sus ilusiones infantiles en que
ya despunta la adolescencia. El peón de su padre que
conoce el ambiente del “t u r f alienta tácitamente el pro­
pósito de Velvet: intervenir en la: carreras más impor­
tantes del país con su “Tobiano”. Todo lo cual permite
vaticinar un seguro éxito de librería.
La autora nos lleva tras las bambalinas del majestuoso
drama de la historia, salvando sin esfuerzo el abismo,
ni ancho ni profundo, que .'c abre entre el mundo nues­
tro tan vertiginoso y cambiable, y el pasado romano de
200 años antes de Jesucristo.
Acerca de este libro de Lola Pita Martínez, fruto sin
duda el más sazonado de su labor literaria, cabe repetir
lo que ya dijera alguien que ha sabido interpretarlo
con justeza: “Notable poder de síntesis; plumazos hu­
morístico.; que aclaran de un golpe toda una época. Vi­
sión origina!:simu del largo drama humano”.
LOLA PITA MARTINEZ
LOS MELENDY
DE SEATTLE
POR
EDNA FERBER
Es ésta una de las novelas de Edna Ferber, en la que
con más nitidez se advierte la sutil agudeza de la crítica,
la viveza pictórica de la descripción y, sobre todo, la
presentación sinceramente humana y suavemente ideali­
zada de los personajes
El escenario es Scattlc, el puerto más septentrional de
los Estados Unidos sobre la costa del Pacifico, punto de
convergencia y puerto de salida hacia los campos de oro
del Klándikc.
>
OSCURO FLUYE
EL RIO
POR
JOHN MACDONALD
CURSO D E EC O N O M IA
P O L IT IC A Y S O C IA L
POR
LUIS ROQUE GONDRA
En “Oscuro fluye el Río”, John Macdonald, muestra el
curso de tres vidas, el curso íntimo, que enraiza en lo
subconsciente y aflora al exterior en violencias de pasio­
nes encontradas.
Es el drama de estas vidas enlazadas, es la tragedia
inexplicable que provoca el confuso y oscuro fluir del
rio de la- vida.
Este curso, síntesis de las lecciones profesadas por el
autor de la Facultad de Ciencias Económicas de Buenos
Aires, desde 1921, es una obra enteramente nueva por su
contenido y su forma. Comprende, además, temas fun­
damentales, apenas esbozados en trabajos anteriores, co­
mo la “Convidsión totalitaria”, materia de su tercera parte.
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Juan Timoneda, Cervantes, Quevedo, Vé­
lez de Guevara, Tirso de Mo ina, Fernán
Caballero, Estébanez Calderón, Fígaro,
Valera, Echegaray, Alarcón, Trueba, Pe­
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T EL. E R I C . 1 1 - 2 0 - 3 1
--------------- i---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- \
EL ENIGMA DE TflSIRTA
(V iene de la pág. 6)
chim ar su pago, cosa que le ex trañ ab a,
pues siem pre h ab ía sido pun tu al a su
deuda.
Los libros fu e ro n desapareciendo.
E l cajón difícilm ente se llenaba de
obras.
Y con ellas b ajo el brazo, fu é de edi­
to ria l en editorial, de rev ista en revista,
de periódico en periódico...
H acía m uchos días que se le escapó
el pan.
¡ Qué malo es comease la plum a!
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PEREZ GALDOS
«
Un día, Don R afael no volvió.
¿M urió? ¿O btuvo éxito? ¿Se m archó
a o tras tie rra s? No sabemos.
Pero el cajó n de sus obras inéditas,
casi con la m ayoría, fu ero n quem adas
p ara c a le n ta r el baño del po rtero , que
al lim piarse el cuerpo, leía a U nam uno.
£ ¿
ttc m
iÁ 'ie
d t . . .
(V iene d e la pág. 6)
al m uchacho. T iene su ojo clavado en
un individuo vestido de negro que ha
llegado a espaldas del pequeño rebelde.
—¿Con que sí, eh? ¡M agnífico! P ero
no, esto se acabó. Si sus padres no p u e­
den ocuparse de usted por im pedírselo
‘•los deberes sociales” , que co n traten a
un lacero. Yo y a estoy h arto de ta n ta
inconveniencia... ¡Pues no fa lta ria más!
Se lo lleva a em pujones.
— ¡Y o quiero el p atito rojo!
El hom bre de los muñqcos extiende
su m anaza.
—¡ Señor, señor, esp e re !
H an subido a un coche negro y el
m otor se pone en m archa.
— ¡A g u ard e! ¡Tenga!...
P ero sólo le oye el m uchachito de
los cabellos rubios, que lo m ira lloroso
con sus ojos de au ro ra...
Y así se qu ed a el hom bre de los
muñecos. M irando hacia lo lejos con su
único ojo, con el brazo extendido como
un m endigo, y m ostrando en su palm a
un p atito ro jo de cartón... N adie sabe
qu é dice, au n q u e m ueve los labios, p o r­
que el fra g o r de las bocinas ahoga sus
palabras.
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EL PINTOR Y LA OBRA
POR
JOSE R E N A U
siderar, por com odidad in telectu al, que
en la lucha del a rtis ta por c ristaliza r sus
propósitos to d a fru stra ció n o inconse­
en to d a su significación e intensidad, es cuencia de estos, to d a la p a rte de su
necesario situ ar paralelam ente en u n a impulso subjetivo que h a quedado in­
; ucesión cronológica y dinám ica, de un transitiv a, no posea valor alguno. No se
lado, el pensam iento subjetivo, los p ro ­ preten d e con esto, recordando aquella
pósitos y hasta, las peripecias m ism as de angustiosa in coniorm idad de Miguel
la vida del a rtista , y del otro las obras
realizadas, consideradas como la co n ­
creción m aterial de cada u n a de las
e tap a s de» m ovim iento constante e in­
divisible de aquel proceso íntim o, en re ­
lación con un m edio-am biente determ i­
nado.
E l que este movim iento dual de los
propósitos y de las realizaciones, pueda
se r paralelo, convergente o d ivergente;
el q u e las analogías o contradicciones
p uedan m ostrarnos la relación e n tre el
a r tis ta y su obra como un proceso r a ­
cional y consecuente o como ilógico e
intuitivo, son hechos de in te rés capital
que pueden expresar un orden de se­
cuencias insospechadas en el goce y en
la apreciación de la obra del a rte , m ás
am plio y profundo, más coherente con
el acen to hum ano de ese m ovim iento de
afirm ació n y negación que constituye el
fondo espiritual más im presionante de
la actividad creadora.
P a r a todas aquellas gentes que con­
sideran que la p in tu ra significa algo
más que un goce sensual, la b iografía
del p in to r no puede re p re se n ta r u n a
sim ple cuestión de erudición, como un
v alor al m argen, sino un elem ento-clave
ta n im p o rta n te y significativo como su Angel, que lo más significativo en el
obra. Se ha hablado mucho, por una artista, sea aquella proyección espiritual
p a rte , de la significación suprem a de los que sobrepasando sus posibilidades téc
valores plásticos de relación den tro de nicas o temporales nunca llega a ser
los m árgenes del cuadro mismo consi­ expresada en su obra.
Así pues, el posible conocim iento de
d erad o aisladam ente, como un m undo
absoluto. P o r o tra p arte se considera la este impulso subjetivo del a rtista , pu e­
o b ra de a rte como el producto de una de y debe tra n sfo rm a r la n a tu ra le z a es­
serie de facto res, de c a rácter económ i­ tá tic a del clásico círculo de n u estro co­
co-social, en ta l o cual circunstancia nocim iento actual en u n a espiral cuyo
histórica. E n am bos casos, de noto ria movimiento ascendente nos p e rm ita al­
u n ila te ra lid a d , queda elim inado el a rtis­ can zar espacios cad a vez m ás h u m an i­
ta de la contienda crítica considerado zados en el entendim iento de los hechos
del arte.
com o un m eteoro sin voluntad propia.
•Es indudable que de m uchos p.nto
D ebieran decidirse los p in to res a rom ­
res, sobre todo de las épocas antiguas, p er el círculo convencional que envuel­
carecem os de noticias biográficas, pero ve sus vidas, diciendo lo qu e piensan
cuando se poseen se les da u n valor se­ y lo que buscan, m ás bien que lo que
cu n d a rio de anécdota pintoresca. Cual­ les convenga decir de ca ra a la galería.
q u ie r tra ta d ista o critico, se cree en S ería saludable el que losi propios c re a ­
posesión del secreto de las fu en tes cre a­ dores com enzaran a h ab lar de sus cui­
d o ras del a rtista , prescindiendo fre cu e n ­ tas, de sus dificultades y de sus mismas
te m e n te de las propias opiniones de obras, anim ados p o r el propósito de
c re ar una base de conocim iento mas
éste y aun de los hechos de su vida.
L a obra de a rte debe ser considerada, viva, hum ana y real p a ra la crítica y
como la expresión últim a de los im pul­ p ara la apreciación del público.
sos del artista. Pero sería ta n absurdo
E n consecuencia, sin m odestia ni va­
n e g a r la posibilidad de lo im pondera­ lid a d y movido p o r un n a tu ra l im pulso
ble al establecer una lógica a ra ja ta b la do acuerdo con mis convicciones a este
en este movim iento que va desde el pro ­ respecto, comienzo a escrib ir sobre mis
pósito hasta la realización, como el con­ propias idea.-, y propósitos, s.n tem er
ARA alcan zar un estado de cons­
P
ciencia susceptible de in tu ir la
g ran d e za hum ana de una obra de a rte
alguno a la desproporción, contradic­
ción o incoherencia qu e pueda existir
o que alguien p re te n d a e n c o n trar en tre
mi intención y mi obra.
— 0O 0—
N ací en V alencia en m ayo dle 1907.
Mis p ad res, así como todos mis ascen ­
dientes a quienes alcan za nri m em oria
son valencianos.
Mi padr e, p in to r re sta u ra d o r d el m u ­
seo de V alencia m e hizo d ib u ja r y pin­
ta r desde m uy niño, y desde que tuve
uso de razó n viví fam iliarizad o con las
obras de los viejos m aestro s de la pin­
tu r a española cuyos cuadros he obser­
vado desde muy cerca y he tocado con
mis propias m anos d u ra n te los proce­
sos de resta u ració n en los que yo h acía
de aprendiz de mi padre.
Creo q u e esto h a fo rm ad o en mi un
concepto del a rte pictórico en el que la
solidez lineal y la expresión de la es­
tru c tu ra form an los elem entos m ás esen­
ciales. La lección d e los g randes m aes­
tros de n u estra p in tu ra , v a m adurando
en mí con el tiem po y sigue, cada vez
más viva, expresándose, m ás que en la
voluntad de im itar sus valores p lásti­
cos, en u n a fu e rte atracció n hacia sus
peculiares m aneras de e n fren ta rse con
la realidad de sus tiem pos, am pliando
los horizontes de la p in tu ra universal
con valores de p ro fu n d a hum anidad.
D urante mis estudios en la Escuela
de Bellas A rtes de V alencia, no pude
adap tarm e nunca al estilo im presionis­
ca) ab an d o n é com pletam ente la pin
tu ra y m e dediqué casi en absoluto a
trab a jo s y colaboraciones en revistas y
periódicos, en contacto con las o rg a­
nizaciones revolucionarias de la clase
trab a jad o ra .
Aunque realmente la publicidad nun­
ca ha sido un objetivo final en mi vo­
cación pictórica, por razones económi­
cas y políticas realicé en esta etapa
numerosos carteles tanto políticos como
comerciales.
ta decadente que era base allí de la en­
señanza.
Las singulares fo rm as de ver la n a ­
tu raleza en que se ex p resab a la p in tu ra
m oderna y qu e conocí p o r medio dle las
reproducciones en rev istas de a rte , so­
bre todo fran cesas, au m en tab an mi des­
concierto al hacerse m ás p aten te el a tra ­
so in telectu al y a rtístic o de nuestro
m edio-am biente valenciano y ab rían en
mí nuevas apetencias. Me a tra ía n sobre
todo los cubistas, en los que yo veía
un a fu e rte v o luntad fo rm al tratan d o
Je reco n q u istar el predom inio de la lí
nea y la estru c tu ra , hechos que coinci­
dían con mi propio concepto y estado
de ánimo.
Siguiendo la lín e a de e sta influencia,
au n su p erficialm en te com prendida por
mí. y m ezclándola con ese fu e rte im­
pulso decorativo qu e llevamos dentro
casi todos los valencianos, realicé una
serie de “ gouaches” que expuse en
H '29 en el Circulo de Bellas A rtes de
M adrid a la edad de 22 años.
E sta p rim era y única exposición de
mi obra pictórica, co nstituyó uno de los
hechos que m ás hab ía de i n f l a r en mi
fu tu ro . T uve un éxito ta n fulm inante
como ine perado. Toda la p ren sa de
M adrid se ocupó con sorpresa de mis
cuadros. E ra yo u n p in to r joven y to ­
talm en te desconocido. Lo despropor­
cionado del éxito tuvo en mi efectos
co n trap ro d u cen tes; quedé como a tu rd i­
do, y consciente, a p esar de mi in g e­
nuidad provinciana, del c a rácter r e a l­
m ente t'tu b e a n te de m is p in tu ra s; te ­
niendo adem ás u n a idea exagerada de
las dificultadles de mi profesión y de lo
difícil que e ra a lca n za r el éxito ta l co­
mo me explicaba mi p ad re, el h aber ob­
tenido todo lo q u e puede desear un
p m lo r en cuanto a éx to de público y
de crítica con ta n ta facilidad, me des­
moralizó to ta lm e n te haciéndom e ver con
una g ran claridad la falsedad de aquel
público, de aq u e l'a c n tir a y h asta de
mis propias obras. Rechazando la opor­
tu n id ad de tra sla d a r mi exposición a
P arís y a N ueva Y ork, reg resé a V a­
lencia, donde a los pocos meses la crisis
intelectual que el acontecim iento de M a­
drid me hab ía producido m e llevó a la
actividad política.
E n mi nuevo estado de ánim o, mis
an terio res in ten to s en el te rren o del
a rte publicitario tu v ie ro n forzosam ente
que d esarro llarse en la realización de
num erosos ca rtele s y dibujos de carác­
te r político. E n esta e ta p a (coincidien­
do con la proclam ación de la Repúbli­
Mis éxitos en la plástica p u b licitaria
no contienen ningún valor ni estím ulo
p a ra m í, con excepción de lo que mis
carteles políticos hayan pod do co n tri­
b u ir a la exaltación del m ovim iento r e ­
volucionario del pueblo español. No
tengo el m en o r in terés por desarro llar
este aspecto en mi actividad, Mi v erd a­
d era vocación ha s'do siem pre la pin­
tu ra , en la cual encuentro un m argen
mucho m ás am plio p ara la expresión de
mi personalidad. E sta vocación re a p a re ­
ció con m ayor fu e rz a al final de n u es­
tr a g u erra, siguió ascendiéodo d u ran te '
la em igrac.ón en F ran cia y convirtióse
en u n a decisión definitiva a mi llega­
da a México.
La serie de p in tu ra s que he real'zad o
desde entonces, tien en to d av ía p a ra mí
u n ca rá c te r de ensayo y a n te todo, un
sentido de desintoxicación con respecto
a los hábitos técnicos adquiridos du­
r a n te el ejercicio de la p lástica publi­
citaria.
L a evidente fa lta de unidad e stilísti­
ca y la? contradicciones de concepto
que se observan en mis o b ras, y q u o
van desde un realism o casi fotográficoh a s ta la expresión a b stra c ta y su b je ti­
v a de los colores y las fo rm as, obede­
cen a un a contradicción real qu e v'veen mi esp íritu : el impulso p o r co n c iliar
los valores del a rte clásico re a lista con
las conquistas más audaces de las ex­
periencias p la s te a s m odernas.
No tengo la m enor intención de eli­
m in a r esta contradicción realizando una
u nidad artific 'a l en mi pensam iento y
en mi estilo. Cons:dero que lo im portan
te es el llegar a la orbal expresión d<'
mi espíritu, sin escam otear ninguno d los dios extrem os que fo rm an los polo
opuestos de mi inquietud pictórica.
Desde el punto de v ista ideológicoem ocional, el objetivo últim o d e mi imnulso e? el llegar a ex p resar en fo rm a :
hum anizadas, ese m o v im ie n t o c ó s m i c o .
(P asa a la p ág in a 12)
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