LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA ANTE UNA RELACIÓN RENOVADA EN EL BICENTENARIO DE LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Documento para la consideración de la XIV Conferencia Iberoamericana de Ministras y Ministros de la Administración Pública y Reforma del Estado México, D.F., 31 de mayo y 01 de junio de 2012 Preparado por: Manuel Arenilla Sáez, por encargo del CLAD LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA ANTE UNA RELACIÓN RENOVADA EN EL BICENTENARIO DE LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ Ministros y ministras de Administración Pública, autoridades, anfitriones mexicanos, muy buenos días. En calidad de representante del Gobierno de España y Director del Instituto Nacional de Administración Pública comparezco hoy ante ustedes en esta especial XIV Conferencia Iberoamericana de Ministros de Administraciones Públicas. Especial porque este año se cumplen, se han cumplido, 200 años desde que un importante colectivo de hombres y mujeres ilustrados “de ambos hemisferios”, conscientes de sus libertades, se reunieron en Cádiz para elaborar un código hispano, una Constitución que aunase alma y anhelo, pasado y futuro. La carta gaditana se redactó en un país en guerra contra las tropas napoleónicas. La soberanía y la libertad de los españoles, en términos de Bodino, quedó presa de los jacobinos. Sin embargo, durante nuestra Guerra de la Independencia, la Administración del Estado hizo, en general, suyo el principio de legalidad y, aun no compartiendo el orden establecido e impuesto a la soberanía nacional, sirvió a la sociedad a la que se debía. Este detalle, de extraordinaria importancia, empezó a asentar, primero levemente, para acusarse con los años, una concepción y un fundamento de la Administración Pública que sería consagrado más de dos siglos después en la Constitución Española de 1978: “La Administración Pública sirve con objetividad los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al Derecho”. Ese planteamiento fue ganando fuerza a lo largo del convulso siglo XIX desde los escritos de los primeros liberales doctrinarios hasta la certificación de una Administración estable, profesional y neutral a comienzos del siglo XX. Este logro arranca en 1812, se debate con intensidad en el Trienio Liberal que ve restaurada la Constitución gaditana y se cimienta de una manera magistral en los grandes autores de la llamada “década increíble de la Administración española” de 1833 a 1845 del derecho administrativo y la ciencia de la Administración nutridos por Burgos, Posada, Oliván, Gómez de la Serna, Colmeiro y Sáinz de Andino, fundadores de la Administración española actual y de las bases de las Administraciones públicas que se iban constituyendo libremente en las naciones americanas. 2 Este proceso modernizador en el ámbito de la Administración Pública va asociado indisolublemente a una persona: don Javier de Burgos y Olmo, Ministro de Fomento entre 1833 y 1834 y autor de una de las más importantes reformas de los dos últimos siglos: la división provincial de España. Esta fue concebida como la "primera tarea reformadora del Estado" y la base para lograr una Administración financiera moderna y suficiente. Aquellas provincias han permanecido, con algún leve retoque, hasta nuestros días y supusieron el primer instrumento para lograr la modernidad de la época, esto es, una Administración centralizada que permitiera el ejercicio del poder político de una manera libre y expedita hasta el último rincón del país y sustentado en una cadena de mando que garantizase un trato igual a todos los españoles. Pero el gran suceso de la época es el logro de la independencia de las provincias americanas que culmina en 1898. Las élites americanas, conscientes de su identidad y formadas en las corrientes de libertad que cuajan en los Estados Unidos de América, en la Revolución Francesa y también en las Cortes de Cádiz, movilizan al pueblo y conquistan su independencia. Con la pérdida de sus últimos territorios, España tuvo que transformar muchas de sus ancestrales estructuras, diseñadas para un imperio colonial que desapareció en su inmensa mayoría en el primer tercio de siglo XIX, aunque mantuviese hasta el final Cuba, Filipinas y Guam. El difícil proceso implicó una catarsis en la Administración Pública española, que tuvo que replegar su gran aparato ultraperiférico, pero que en las siguientes décadas posibilitó la estabilidad y profesionalización de nuestros funcionarios públicos y una mayor separación entre la actividad política y administrativa, lo que ya se confirma en el Estatuto de Maura de 1918. Los estudios más recientes señalan que, a pesar de los constantes cambios de constitución y de gobierno, de pronunciamientos y guerras, la Administración posibilitó un estimable grado de estabilidad en la sociedad española durante los siglos XIX XX. Este hecho pone de manifiesto el papel central del Estado en la cohesión y la integración social y en el desarrollo de la sociedad y de la economía. De ahí que una Administración profesional y neutral sea una garantía para que existan sociedades más democráticas, cohesionadas, inclusivas y prósperas. La Guerra Civil española culminó décadas de desencuentro y de rupturas políticas y sociales y trajo como consecuencia una larga dictadura que nos cercenó la libertad y nos alejó de las principales transformaciones sociales 3 que acaecieron en el mundo más avanzado, al que siempre hemos pertenecido por derecho. A finales de los años 50, la Administración española vive su "Edad de plata". Las corrientes tecnocráticas del régimen franquista toman las riendas de las reformas del Estado, la sociedad y la economía e introducen profundos cambios organizativos, jurídicos y de gestión en la Administración, en la línea de los países más avanzados de nuestro entorno. Nuestra Administración, con las limitaciones impuestas por la dictadura, se abre al mundo, especialmente a los países iberoamericanos, para los que en su época fue un referente y un lugar de formación de sus élites políticas y administrativas. Esa tradición sigue hasta nuestros días, aunque ya desde un afortunado y provechoso intercambio de conocimientos desde ambos lados del Atlántico. La creación de una función pública profesional seleccionada para unos cuerpos prestigiosos, atendiendo a los principios, que luego la Constitución de 1978 consagraría, de igualdad, mérito, capacidad y publicidad; la incorporación de procedimientos avanzados de gestión provenientes del management anglosajón; la formación de los directivos públicos profesionales y los cuerpos generales en lo que hoy es el INAP, homologable a las metodologías y contenidos de las más prestigiosas escuelas administrativas, y la ordenación de los puestos de trabajo de una manera estable que sirvieran como base para el progreso profesional, son algunos de los hitos en los que se fundamenta la Administración española actual y que tienen su origen en las grandes reformas emprendidas hace ya cincuenta años. Esa Administración moderna es la que posibilita la Transición política española. Esta pudo tener éxito porque una buena parte de sus protagonistas provenían del servicio público profesional y tenían un conocimiento profundo de la realidad institucional y social española; porque la intensísima actividad política pudo desarrollarse sin menoscabo del funcionamiento diario del aparato público prestacional, y porque ofreció durante todo el proceso de transición a una sociedad democrática, especialmente en los momentos en los que la realidad política se convulsionaba, estabilidad y neutralidad. Esa Administración fuerte es la que posibilitó la creación del Estado autonómico, cuya intensidad descentralizadora no conoce precedentes. En fin, esa Administración es la que garantiza los derechos y libertades de los habitantes de nuestro país y hace más fuerte nuestra democracia. Los éxitos y los fracasos en nuestra larga historia administrativa nos permiten afrontar con serenidad los transcendentes retos actuales. Unos tienen su origen en la profunda crisis financiera y económica que 4 atravesamos; otros derivan de la complejidad administrativa y de la difícil articulación de nuestro Estado autonómico, que ha generado duplicidades e ineficiencias; otros, en fin, de la necesaria recuperación por nuestra Administración del espíritu reformador e innovador de nuestra mejor tradición de los siglos XIX y XX. En ese sentido, el Gobierno español, a causa de la crisis y de la necesidad de contribuir a un necesario ahorro de costes, pero también porque toda crisis es una oportunidad de futuro y para el futuro, está preparando un ambicioso plan de reforma de las Administraciones Públicas. Se dirige a simplificar y racionalizar sus estructuras, a la vez que a modernizar y a replantear su relación con la sociedad, en la convicción de que la Administración Pública del siglo XXI será transparente, inclusiva y telemática o no será Administración. El reto en el ámbito de las duplicidades obliga a modificar nuestra Ley Reguladora de las Bases del Régimen Local, la norma básica de los entes locales españoles, con el fin de circunscribirlos a las competencias que realmente puedan financiar de acuerdo con la Ley Orgánica de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera, que es el fruto de la reciente reforma constitucional de 2011 que estrecha nuestro compromiso con nuestros socios de la Unión Europea para no superar el déficit estructural que acordemos juntos. El resultado esperado de la reforma local es reforzar la igualdad de acceso de los españoles a los servicios y prestaciones de las Administraciones Públicas y que estas se rijan por los principios de suficiencia financiera, estabilidad presupuestaria y déficit “cero” en su gestión. Indudablemente, estas medidas van a conllevar una reordenación de las competencias en todos los niveles territoriales y de las prioridades del gasto público. La necesidad de recobrar el impulso innovador, que tan decisivo fue en los momentos clave de nuestra historia y que nos ha permitido en tiempos recientes incorporarnos a la Unión Europea y a la moneda única europea, se concreta en un ambicioso y realista Programa Nacional de Reformas. En él se incluye la modernización de la Administración española en los aspectos de su dimensión, estructura, tareas, calidad y eficiencia del empleo público, eliminación de duplicidades y clarificación de competencias. La Administración que queremos aparece regida por los principios de transparencia y rendición de cuentas. Por ello, se está tramitando en la actualidad la Ley de Transparencia, Acceso a la información y Buen Gobierno. Queremos una Administración que cumpla un papel activo a la sociedad, que la implique en el logro del bien común y que apodere a los grupos sociales, a 5 los individuos y a las empresas para que puedan emprender proyectos sociales y económicos con más libertad. También queremos un Administración más inclusiva y que siga siendo la garante de la cohesión social y de los derechos y libertades de los ciudadanos. Mucho hemos aprendido de las reformas emprendidas por los países iberoamericanos en todos estos aspectos en esta fructífera relación de ida y vuelta entre España y América. Muchas son las reformas que debemos emprender, porque mucha es la voluntad de transformar nuestro país para consolidarlo entre los mejores. Algunas ya se han realizado, como la reducción orgánica y departamental en el Gobierno de España o la supresión, desinversión o agilización de la liquidación de un significativo número de sociedades mercantiles. Otras están ya avanzadas, como la reducción del frondoso sector público empresarial, societario y fundacional; y otras acaban de comenzar, como la elaboración del Estatuto del Directivo Público. Ministros y ministras de Administración Pública iberoamericanos, autoridades y anfitriones mexicanos, voy concluyendo. Todo este proceso de necesarias y ambiciosas reformas estructurales tiene como único destinatario al ciudadano, en la clara convicción de que debemos tomar como referentes de la actuación pública sus necesidades y expectativas, el fortalecimiento de la democracia, la construcción de una sociedad inclusiva y comprometida con el bien común y la construcción de una Administración posible, real y fuerte que mantenga la cohesión social, evite la quiebra social y lidere las iniciativas sociales y económicas. Todo ello arrojará un ciudadano libre, crítico y participativo y una Administración legítima y capaz de afrontar las enormes transformaciones a las que se enfrenta. En estos momentos de fuertes cambios globales y de transformación de los paradigmas de lo público, es más necesario que nunca construir un nuevo discurso de lo público basado en nuevos referentes de actuación. Este nuevo discurso debe entroncar con lo que somos y hemos sido y con aquello que queremos ser; debe fundamentarse en nuestra Administración histórica para renovarla; debe basarse en lo mucho conseguido entre todos hasta hoy; debe situarse en los nuevos tiempos y ser capaz de construir una comunidad de conocimiento de la ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN ESPAÑOL en la que podamos compartir nuestros problemas y nuestras soluciones, en la que todos podamos aprender a mantener nuestra identidad frente a otras formas de abordar los problemas de la sociedad. 6 Los españoles estamos seguros de que saldremos de la difícil situación en la que nos encontramos y lo haremos como lo hemos hecho siempre en nuestra historia: con determinación y sacrificio y con el apoyo de nuestros socios y de nuestros hermanos iberoamericanos. 7