La Espada, el Agua y el Fuego

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La Espada, el Agua y el Fuego
Por Maria de Lurdes Trindade
El presente artículo fue extraído de la Revista “El Rosacruz” de Difusión Rosacruz S.C.
AMORC – Vol. LII Nº 4 – Año 1999
EL fuego, así como el aire, son dos elementos activos masculinos, al contrario de la tierra y del agua,
que son elementos pasivos y femeninos, lo que nos sumerge en la dualidad. El agua es la forma sustancial de la manifestación, en el origen de la vida y un elemento de regeneración corporal y espiritual; ella
es fuente de vida, medio de purificación y de regeneración; el agua es igualmente símbolo de pureza y
fertilidad. Esta dualidad complementaria del agua y del fuego nos pone delante de la dualidad del ying y el
yang, de la noche y el día, de las tinieblas y de la luz.
El Fuego
El fuego corresponde al punto cardinal Sur, al color rojo, al verano y a los sentimientos del corazón.
En estado natural, el fuego es un principio que consume lo que quema. Reduce a cenizas las sustancias
combustibles y purifica las que no lo son. Es por ello que los alquimistas lo utilizaban como agente de
transmutación a lo largo de sus operaciones sucesivas. Esta propiedad particular se aplica
simbólicamente al hombre, pues el fin de su evolución espiritual es el de regenerarse en todos los planos
al contacto con el Fuego Divino que anima su ser y que corresponde a la Piedra Filosofal. Es además en
este sentido alquímico que hay que interpretar las letras "I.N.R.I.", escritas sobre la cruz de Jesús y que
corresponden a la abreviación de la frase en latín: "Igne Natura Renovatur Integra", la cual quiere
decir: "La naturaleza humana es regenerada completamente por el Fuego Divino".
Del fuego primordial, del magma en fusión que, desde las capas más profundas de la Tierra, alimentan
estas erupciones volcánicas, nacen las rocas y los continentes. En los ritos iniciáticos, el fuego es
muerte y renacimiento, y la purificación por medio del fuego es complementaria de la purificación por
medio del agua. El fuego es por lo tanto, antes que nada, el motor de la regeneración periódica.
Los druidas prendían grandes fuegos, a través de los cuales hacían pasar al ganado para preservarlo de
las epidemias. Generalmente, la fiesta de los Beltaines se llevaba al cabo el primero de Mayo y abría el
comienzo del verano.
San Juan el Evangelista es el patrón de los Templarios y cada año, el 24 de Junio, se encendía un gran
fuego. Es el solsticio de verano y la llegada de la luz, pues ese día el Sol está en su apogeo de potencia
y resplandor. Otras órdenes iniciáticas también celebran los fuegos de San Juan en el verano, fiesta del
elemento fuego y del fuego purificador, causa primera de donde todo surge y a donde todo regresa.
En la liturgia católica, el fuego nuevo se celebra en la noche de Pascuas, que coincide frecuentemente
con la llegada de la primavera y la renovación del año y de la naturaleza. Según ciertas leyendas, el
Cristo y los santos revivifican su cuerpo pasándolo por el fuego de la fragua. En Pentecostés, el Cristo
hace saltar sobre los apóstoles lenguas de fuego, con el fin de prepararlos para su misión de difundir la
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palabra santa por el mundo entero.
También podemos comparar el fuego al crisol interno que corresponde al plexo solar, uno de los centros
síquicos más importantes del hombre, siendo su energía una fuerza de naturaleza emocional. Para los
aztecas, el fuego representa la fuerza profunda que permite la unión de los contrarios y de la ascensión.
Ciertas cremaciones rituales tienen su origen en la aceptación del fuego como vehículo o mensajero
del mundo de los vivos hacia el de los muertos.
La flama subiendo al cielo representa el impulso hacia la espiritualidad, aunque ésta sea indecisa. Es
mucho más tarde que el fuego y la flama se convirtieron en el símbolo de una búsqueda, la de la misión
del hombre en la vida y de su búsqueda de un mayor conocimiento; el fuego del espíritu, dicho de otra
forma, el fuego del conocimiento. Como el sol por sus rayos, el fuego por sus flamas, simboliza la acción
fecundante purificadora e iluminadora.
El fuego es humeante y devorador; la flama al contrario, creando iluminación, puede simbolizar a la
imaginación exaltada, el subconsciente. Para terminar, el fuego es símbolo de la purificación y de la
regeneración como el agua, pero ésta simboliza la purificación del deseo de pasar por la bondad en su
forma más sublime; el fuego simboliza la purificación a través de la comprensión en su forma más
espiritual, por la luz y la verdad.
El Agua
El agua también es instrumento de la purificación ritual de todas las creencias y religiones. Ya los
Esenios practicaban el bautizo por inmersión, símbolo de purificación y de renacimiento. En su
simbolismo, el entierro de Cristo se puede comparar al gesto de la inmersión. Jesús resucita al tercer
día, después de este descenso a las entrañas de la tierra.
Esto nos hace pensar en el ritual del bautismo de los primeros cristianos, que se practicaba con tres
inmersiones sucesivas en los bautisterios, o también en los ríos, sin ropa, donde eran sumergidos en
el agua bautismal con tres inmersiones, que simbolizaban los tres días que pasó Cristo en la tumba.
Después de estas inmersiones, el bautizado resucitaba también a una nueva vida y se convertía en el hijo
de Dios. Como tal, el hombre busca identificarse con su padre, se desarrolla, y poco a poco, es mejor. Por
otra parte él se vuelve heredero de su Padre. Siendo Dios el rey del Reino de los Cielos, sus Hijos se
convierten en el príncipe del Reino.
Debido a este simbolismo, el ritual del bautizo en esta época era conferido solamente a los adultos
conscientes y capaces de expresar el deseo de ser bautizados, costumbre que perduró hasta el Siglo
VIII, época en la que la Iglesia comenzó a exigir el bautizo de los niños mayores, que ya eran capaces de
comprender. Hoy en día, la Iglesia pide a los padres bautizar a sus hijos cuando todavía son bebés, y
que no pueden comprender, desgraciadamente, este sacramento, ni su sentido simbólico. Con esta
iniciación, el bautizado moría a la vida profana para entrar a la de un iniciado, de un buscador. Con
este ritual podemos comprender que el agua borra la historia del ser, pues establece un nuevo estado.
Como el fuego y la espada, el agua puede ser fuente de vida e igualmente de muerte. Los tres
pueden ser creadores o destructores.
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La Espada
Si la espada es el emblema del poder y de los privilegios del Caballero, su aspecto le da la forma de
una cruz, y con frecuencia, las reliquias estaban contenidas en la empuñadura, sacralizándola aún
más, confiriéndole un poder misterioso del que se la creía dotada. Generalmente cada caballero le
daba un nombre, lo que marcaba el lugar que ésta ocupaba para él.
La espada, símbolo de valentía, de poder y de justicia, puede tener un aspecto tan destructor como
creador. Ella puede establecer la paz, la justicia y hacer la guerra. Dicho de otra forma, el símbolo de
la espada nos sumerge en la dualidad del bien y el mal. En la tradición bíblica, la espada está
asociada a tres plagas: la guerra, la hambruna y la peste. Pero la espada de fuego representa también
al Logos y al Sol. Durante la expulsión de Adán del Paraíso, dos querubines que simbolizaban la bondad y
el poder de Dios, provistos de una espada, le muestran el camino que conduce al Árbol de la Vida
(Génesis III, 24). La espada, como el fuego y el agua, forma parte de los ritos iniciáticos.
La espada está asociada a la luz, al relámpago y al fuego; ella es el rayo de sol del Apocalipsis del que
surge, brillando con mil fuegos como el sol. Dicho de otra manera, ella es fuente de luz.
La espada está relacionada con el agua; el temple de la espada es el casamiento del agua con el fuego.
Siendo fuego, ella es atraída por el agua: las espadas clavadas dan nacimiento a las fuentes.
En la tierra de los montañeses, al Sur de Vietnam, la obra de la Creación es obra de un herrero y el
trabajo de fragua o herrería es la constitución del ser a partir del no ser. El hombre mismo es también
forjado, dado que fue forjado por el Herrero Creador de todas las cosas.
El fuego y el herrero van a la par; uno no puede existir sin el otro. El herrero es el maestro del fuego, forja
la espada por el temple que es la unión del agua y del fuego, del ying y el yang. Es a través del fuego que
él opera el paso de la materia de un estado a otro. El fuego es un agente de transmutación más rápido
que el calor natural, el del Sol o el del "vientre de la tierra"; por lo tanto, el fuego puede ser considerado
como la manifestación de una fuerza tan oculta como religiosa. Por esta alquimia, la espada de los
filósofos es el fuego del crisol, el símbolo del combate por la conquista del conocimiento y la liberación de
los deseos, la espada cortando así la obscuridad de la ignorancia.
El metal de la espada es extraído de las entrañas de la Tierra, del fuego subterráneo, o de la bóveda
celeste, lo que le da un carácter ambivalente cargado de su extraordinario prestigio legendario. Y en
ese momento, la espada se convierte en la reconstitución de la perfección de la unidad primordial.
El Caballero, se volverá su espada por la integración de su ser que se va a forjar al contacto con estas
fuerzas nacientes de la unión del agua y del fuego, y al mismo tiempo va a adquirir las virtudes
atribuidas a su espada y a identificarse con ellas. Dicho de otra manera, el verdadero maestro del
Caballero es el herrero, que esculpe su espada como el aprendiz debe esculpir su piedra de manera
que se vuelva él mismo el corazón de esta piedra.
Referencias bibliográficas:
"Diccionario de los Símbolos", de Jean Chevalier yAlain Cheerbrant.
"Libro de los Bautizos Primitivos".
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