HISTORIA, IDEOLOGÍA Y CULPA EN NOCTURNO DE CHILE DE

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ABSTRACT
LO QUE DESATA LA TORMENTA:
HISTORIA, IDEOLOGÍA Y CULPA EN NOCTURNO DE CHILE DE ROBERTO BOLAÑO
by Martin F. Kane
This study examines and interprets the historical and ideological realities at play in Roberto
Bolaño‘s Nocturno de Chile. First, the protagonist‘s duties as a priest / literary critic, in
conjunction with his unsettling experiences with the Military Junta and the cultural elite during
the dictatorship, offer historical parallels that firmly anchor the narrative in the real world
context of 20th century Chile. Second, a Marxist analysis of the protagonist‘s role as a purveyor
of the same ideology espoused by the dictatorship betrays his active involvement in the Junta‘s
projects. Thirdly, this study traces the protagonist‘s attempts to hide his guilt with affirmations
that are subsequently revealed as failing to coincide with his own actions and attitudes (past and
present). Finally, after scrutinizing these contradictions, the function of the author‘s antagonistic
alter ego is explained as that which forces the protagonist to ultimately admit what had been
denied for so long.
LO QUE DESATA LA TORMENTA:
HISTORIA, IDEOLOGÍA Y CULPA EN NOCTURNO DE CHILE DE ROBERTO BOLAÑO
A Thesis
Submitted to the
Faculty of Miami University
in partial fulfillment of
the requirements for the degree of
Master of Arts
Department of Spanish and Portuguese
by
Martin Francis Kane
Miami University
Oxford, Ohio
2009
Advisor____________________________
Dr. Patricia N. Klingenberg
Reader____________________________
Dr. Ramón Layera
Reader____________________________
Dr. José Manuel Domínguez Búrdalo
ÍNDICE DE CONTENIDOS
INTRODUCCIÓN ......................................................................................................................1
PARA CRITICAR ......................................................................................................................3
EN LO HONDO ....................................................................................................................... 17
CLASES DE MARXISMO ....................................................................................................... 23
DE LO DICHO A LO HECHO ................................................................................................. 30
DE ARRIBA A ALLÁ ABAJO................................................................................................... 37
EN CONSCIENCIA.................................................................................................................. 48
CONCLUSIÓN, O LO QUE ESCONDÍA LA PELUCA ........................................................... 54
OBRAS CITADAS ................................................................................................................... 60
ii
DEDICATORIA
To Mom, Dad, and Louise.
Without you I would not be here.
También a Tanya,
por la mismísima razón.
iii
AGRADECIMIENTOS
A todo mi comité le quisiera agradecer su paciencia, su tiempo y, sobre todo, su amistad.
A la Dra. Patricia N. Klingenberg por su inagotable apoyo, por sus consejos y dirección en
momentos decisivos del desarrollo de mi proyecto y por permitir que éste fuera una experiencia
decididamente agradable y enriquecedora. Al Dr. Ramón Layera por dirigirme al país natal de
Bolaño hace ya seis años y por compartir conmigo, siempre cordialmente, unos fragmentos de un
conocimiento que abarca toda una vida de erudición. Al Dr. José Domínguez Búrdalo por sus
cartas desde la cárcel, sus jugadas en el campo intelectual y la pátina de humor que adornaba sus
sugerencias y comentarios más serios. Finalmente, a todo el Department of Spanish and
Portuguese de Miami University, una comunidad que me ha dado tanto durante los últimos años.
iv
LO QUE DESATA LA TORMENTA:
HISTORIA, IDEOLOGÍA Y CULPA EN NOCTURNO DE CHILE DE ROBERTO BOLAÑO
Mi pregunta es:
¿la tinta con sangre entra?
Germán Marín
Introducción
Con la publicación de Los detectives salvajes en 1998,1 Roberto Bolaño se impuso como
uno de los mejores autores de su generación. Escritor cuya propia trashumancia se refleja en una
escritura repleta de humor negro, crítica cáustica y personajes muchas veces imborrables,
Bolaño, fallecido en 2003, ha dejado su huella en la literatura hispanoamericana actual. Con la
publicación de Nocturno de Chile en 2000, Bolaño el novelista (siempre se consideró a sí mismo
poeta) vuelve a explorar temas incómodos de la dictadura chilena, siendo algunos los mismos
que había tratado anteriormente en 1996 en la novela Estrella distante. Recibido inicialmente
con división de opiniones, en los años subsecuentes el libro ha ganado aplausos internacionales.
En 2005, ya existían 12 traducciones de Nocturno de Chile (Herralde 45) y su traducción al
inglés (de Chris Andrews - By Night in Chile [2003]) se ha publicado en Estados Unidos y el
Reino Unido. Elogia este texto el editor Jorge Herralde al fijarse en el hecho de que haya sido un
libro ―recomendado fervorosamente por escritores como Susan Sontag y Colm Tóibín‖ (46).
Aunque haya sido su póstumamente publicada 2666 y Los detectives salvajes las novelas que
más halagos han recibido (la anterior hasta cuenta con el apoyo de la titán mediática
estadounidense Oprah Winfrey), Nocturno de Chile no debe considerarse de menos enjundia. En
esta obra Bolaño está en su pináculo, entregándonos su interpretación personal (resueltamente
crítica ésta) de los procesos y actores que más contribuyeron a las atrocidades de las notorias
décadas de la historia chilena contemporánea. Aquí el autor se enfrenta con la historia, el
presente y el futuro del país donde transcurrió su juventud.
1
Una novela muy premiada que ganó el Premio Herralde de Novela en 1998 y el prestigioso
Premio Rómulo Gallegos al año siguiente.
1
Cuando Melanie Jösch le preguntó a Bolaño si Nocturno de Chile era ―la metáfora de un
país infernal,‖ el autor chileno 2 respondió de manera ambigua: ―No lo veo así. Es la metáfora de
un país infernal, entre otras cosas.‖ En boca del crítico chileno Álvaro Bisama, este libro es,
como dice Bolaño, entre muchas cosas, ―una poética del mal, una poética de las sombras . . .‖
(88) en el cual hay ―una comedia negrísima sobre la crítica literaria‖ (91) y sus ―posibilidades
siniestras‖ (92). Para Alejandro Zambra, Nocturno de Chile es ―en rigor, una serie de historias
enlazadas frágilmente . . . por las fallas del hablante, que entre un relato y otro queda perdido, o
suspendido, o relegado‖ (257). En un monólogo presentado como un flujo de conciencia que se
organiza en apenas dos párrafos (el primero de 140 páginas), entramos a un mundo confuso, a
veces terrible, donde lentamente nos acercamos a un fin catártico y mortal que puede resumirse,
en palabras de Gonzalo Aguilar, como ―un relato de los equívocos del amor a la patria‖ (150).
Esta patria, nos damos cuenta con facilidad, después de reconocer a la plétora de personajes
sacados directamente del mundo real, no puede ser sino la chilena. Como reafirma Ricardo
Cuadros, ―Nocturno de Chile habla de una realidad verificable, el Chile del medio siglo e inicios
del XXI,‖ aunque la voz del narrador ―pertenece al orden de la ficción‖. Es de esta manera que se
mezclan la realidad histórica y los retoques y añadidos que Bolaño entreteje para manifestar una
realidad de acuerdo con su punto de vista personal. Será por la presencia de este juego, 3 entre
otros, que el propio autor testifique que es una novela con una forma ―hipercomplicada,‖ (cit. en
Jösch).
Es interesante recordar que Nocturno de Chile, que culmina con una ―tormenta de
mierda‖ (150) en su última línea, casi empieza con la misma. En una entrevista con Mónica
Maristain, Bolaño admite que, originalmente, iba a darle a Nocturno de Chile el título de
Tormentas de mierda,4 pero, aconsejado por Juan Villoro y Jorge Herralde, optó al final por un
2
En una entrevista con Mónica Maristain que apareció tanto en una edición mexicana de
Playboy como en el diario Página 12 de Buenos Aires en 2003, Bolaño responde a la pregunta
de si era ―chileno, español o mexicano‖ afirmando que no es ninguno de los tres sino
―latinoamericano‖ (Entre paréntesis 331).
3
Un juego postmoderno que puede entenderse teóricamente, si se quiere, como una obra con
rasgos que la asociarían a la categoría de la metaficción historiográfica tal como la plantea Linda
Hutcheon, puesto que Nocturno de Chile, como veremos, es un texto muy consciente del
―context of a serious contemporary interrogating of the nature of representation in
historiography‖ (Hutcheon 47).
4
En la colección de ensayos Entre paréntesis (2004), el título escatológico que se consideraba
era Tormentas de mierda (341) aunque en Para Roberto Bolaño (2005) de Jorge Herralde,
2
epíteto más sutil (Entre paréntesis 341). El razonamiento del editor de Anagrama revela la lógica
detrás de este cambio: ―Pensaba que un título así podría alejar a ciertos lectores de una obra
maestra‖ (Herralde 56). Pero no sólo ese título hubiera tenido la capacidad de desagradar; con
independencia del título elegido, lo más preocupante para el autor, como corresponde, era el
contenido de su libro. En la ya citada entrevista con Melanie Jösch, Bolaño se muestra
plenamente consciente de que la novela presenta una temática que resulta ser muy fuerte y, para
ciertos lectores, incendiaria: ―Si viviera en Chile, nadie me perdonaría esta novela. Porque hay
más de tres o cuatro personas que se sentirían aludidas, que tienen poder y que no me lo
perdonarían jamás.‖ Con una referencialidad que alude, 5 explícita o implícitamente, a una
multitud de ciudadanos chilenos sacados de la vida real como Neruda, Allende, Pinochet,
Orlando Letelier, Carlos Prats, Ricardo Lagos, Mariana Callejas (y Michael Townley, su esposo
norteamericano), entre muchos otros (la mayoría de ellos del mundo de las letras; en fin, más de
―tres o cuatro‖), y con una trama que abarca los años más conflictivos de la historia chilena
contemporánea, no resulta difícil entrever que Bolaño sabía que su libro iba a pulsar cuerdas
todavía sensibles. La reacción chilena inicial al texto la resume Alejandro Zambra al afirmar que
Nocturno de Chile era ―un libro cuya suerte crítica en Chile prometía ser mala o regular,‖
añadiendo que ―[a]sí fue, de hecho‖ (256). Sin embargo, el libro se ha convertido en un éxito
literario innegable durante los 8 años que distan desde su publicación. Tomando en cuenta tanto
el rechazo inicial en Chile como el incuestionable éxito concurrente y posterior, queda claro que
esta novela cuenta con un contenido altamente polémico y polarizante. A raíz de estas cualidades
y con el fin de esclarecerlas, ofrecemos el siguiente trabajo de investigación, dedicado a un
mejor acercamiento aclaratorio de los significados del texto dentro del mundo socio-políticoliterario chileno.
Para criticar
Para acercarnos a la novela, primero se tienen que explicitar no sólo los muchos paralelos
que existen entre los personajes principales de la obra y sus correspondientes humanos afuera del
supuestamente el autor iba a valerse de Tormenta de mierda (56). Con o sin la ‗s‘ del plural, el
efecto hubiera sido idéntico.
5
Bolaño, en su entrevista con Jösch, declara que ―[l]a referencialidad no sirve para nada,‖
explicando que ―más importante es que la narración esté sustentada por una estructura literaria
que sea válida.‖ En cualquier caso, el autor después admite que la referencialidad ―a veces ayuda
a exorcizar algunos fantasmas.‖
3
texto, sino también exponer algunas consideraciones y realidades históricas relacionadas con el
mundo literario chileno a partir de la década del sesenta. Tras establecer estas congruencias,
procuraremos informar sobre los paralelos históricos presentes en las escenas de las tertulias
literarias. En ese acápite, se examinará a los personajes de María Canales y su esposo americano
cuyos crímenes, lamentablemente reales todos, tienen un rol decisivo en la evolución del
protagonista. Sólo entonces, orientados contextualmente, podremos iniciar el análisis teórico de
la novela. A medida que avancemos, esta información servirá para enriquecer las lecturas que
proponemos, a la vez que, en conjunto, permitirá que se aprecie cómo Bolaño nos hace testigos
de un monólogo desesperado en que la culpa, la ideología y la negociación de la Historia y las
verdades extraídas de ella, se convierten en los actores principales del juicio universal que
representa el libro y cuyo veredicto será enunciado por el propio acusado al concluir la novela.
Como punto de partida, hay que indagar a fondo acerca del personaje principal, lo cual
resultará imprescindible para nuestro análisis. Sebastián Urrutia Lacroix, el sacerdote afiebrado
quien nos narra toda la acción de Nocturno de Chile, es, en palabras de Iván Quezada, ―un poeta
mediocre‖ (142) que decide hacerse crítico literario después de ordenarse. 6 Ésta es una
combinación de circunstancias que ya puede tener algo de resonancia en los lectores que estén
pendientes de la historia literaria chilena del siglo XX, puesto que en el personaje del poeta
calificador sobresale una abundancia de paralelos con un hombre de carne y hueso que
desempeñó y desempeña aún un rol fundamental en la literatura chilena de los últimos cincuenta
años. Para quien no esté al tanto, un somero análisis revelará que Urrutia Lacroix es, en efecto,
―una parodia de la voz institucional de las letras chilenas‖: José Miguel Ibáñez Langlois (Bisama
91). Aunque esta correspondencia ya se da por sentada en la crítica, un repaso a algunos de los
paralelos que la corroboran no está de más.
J. M. Ibáñez Langlois era, según Alejandra Ochoa, uno de ―los críticos oficiales del diario
El Mercurio, de Santiago‖ (123). Él, junto con Hernán Díaz Arrieta (conocido por el alias
Alone), llegaría a ser uno de los críticos chilenos más influyentes y reconocidos del último siglo.
Importa mencionar que Díaz Arrieta / Alone también aparece en Nocturno de Chile, representado
6
Según Quezada, la decisión del poeta en ciernes sólo termina ―tornando su fracaso aún más
palmario‖ (142).
4
por el personaje Farewell, 7 aunque, en su artículo ―Vericuetos de una conciencia tenebrosa‖,
Patricia Espinosa H. alega que Farewell no sólo encarna al insigne crítico chileno Alone (quien
también se hizo famoso trabajando para El Mercurio), sino que ―parecen ser varios resumidos en
él‖. Sin embargo, dentro del artículo no se llega a indicar quiénes serían estos otros aludidos.
Que Díaz Arrieta e Ibáñez Langlois sean críticos de El Mercurio también es significativo, ya que
este periódico representa, en palabras de Ochoa, ―uno de los más sistemáticos respecto a la
cobertura del fenómeno literario en el presente siglo,‖ realidad que les permitió convertirse en
―una especie de voz oficial que consagraba o deslegitimaba gran parte de la producción literaria
nacional‖ (124). Atentos al decurso del tiempo, notemos también que Ibáñez Langlois, nacido en
1936, critica obras literarias por primera vez desde El Mercurio en 1966, ―adoptando ese mismo
año el pseudónimo de Ignacio Valente‖ (Ochoa 129).
Por su parte, Urrutia Lacroix también recurre al uso de un seudónimo profesional, el de
H. Ibacache, apelativo con el que firmará sus ―labores críticas‖, reservando el empleo de su
nombre verdadero para sus ―entregas poéticas‖ (Nocturno de Chile 36). El hecho de que Ibáñez
Langlois y Urrutia Lacroix invoquen nombres inventados para su trabajo público no es sino otro
paralelismo que vincula al hombre ficticio con el hombre histórico. 8 Merece la pena también
destacar algo llamativo respecto al sobrenombre de Urrutia Lacroix, ya que éste lo vincula
directamente con otro crítico ficticio de otra novela de Bolaño, publicada cuatro años antes,
Estrella distante:
[Era u]no de los más influyentes críticos literarios de Chile (algo que literariamente
hablando no quiere decir casi nada, pero que en Chile, desde los tiempos de Alone,
significa mucho), un tal Nicasio Ibacache, anticuario y católico de misa diaria aunque
amigo personal de Neruda y antes de Huidobro y corresponsal de Gabriela Mistral y
blanco predilecto de Pablo de Rokha y descubridor (según él) de Nicanor Parra, en fin, un
7
Señala Ricardo Cuadros que ―Farewell‖ también ―es el título de uno de los poemas más
populares de Neruda.‖ De Farewell revela Urrutia Lacroix que el apellido legal de éste es
González Lamarca (18)
8
La práctica de adoptar un nom de plume está muy presente en la historia literaria chilena. Entre
otros, se destacan los de Emilio Vaïse (Omer Emeth), Mariana Cox de Stüven (Shade), Inés
Echeverría Bello de Larraín (Iris), Rita Salas Subercaseaux (Violeta Quevedo), Salvador Reyes
(Simbad), Carlos Díaz Loyola (Pablo de Rokha), y los dos nobeles, Lucila Godoy Alcayaga
(Mistral) y Neftalí Ricardo Reyes Basoalto (Neruda).
5
tipo que sabía inglés y francés y que murió a finales de los setenta de un ataque al
corazón. (Estrella distante 44-5)
Aunque este Ibacache muere más o menos veinte años antes de que se produjera el soliloquio
febril que es Nocturno de Chile, no sería muy arriesgado proponer que los dos, al tener tanto en
común, sean, efectivamente, espantajos del mismo hombre. Asimismo, el Ibacache de Estrella
distante también escribe crítica en una ―columna semanal de El Mercurio‖ (45) y aunque el
periódico que publica las reseñas del Ibacache de Nocturno de Chile nunca se nombra, esta cita
de igual manera se presta para atestiguar que Urrutia Lacroix / H. Ibacache simbolizan a Ibáñez
Langlois / Ignacio Valente. Establecida esta correspondencia esencial, pasaremos ahora a una
consideración sobre el contexto histórico-literario dentro del cual subsisten estos prójimos,
comenzando con una pequeña disquisición acerca del concepto de ‗crítica‘.
Escribiendo desde Chile en 1983, Bernardo Subercaseaux propone que lo que
denominamos crítica literaria se puede entender dentro de un ―espectro amplio con dos
vertientes‖ que, por un lado, se acerca a la teoría literaria pura y, por otro, a algo parecido al
periodismo, o, en casos extremos, a nada más que publicidad (83). Al proponer una
interpretación de la crítica literaria así de laxa, Subercaseaux tiene el propósito de hacerle
entender a su lector que no se limita a la consideración de la crítica que describen los grandes
teóricos de la misma, sino a toda clase de ella. Una de las razones principales que él aduce para
justificar este tipo de aproximación queda resumida en su aseveración de que si restringiera ―la
crítica a lo que Northrop Frye entiende por tal,‖ terminaría por tener que concluir que ―no hay
crítica en Chile‖ bajo el autoritarismo (84). Más de un crítico habrá querido discutir tal aserto,
pero lo valioso de lo que pretende demostrar Subercaseaux en realidad no depende de esto, sino
del reconocimiento de que lo que se entiende como crítica literaria es, al fin y al cabo, un
fenómeno de ninguna manera independiente y separable de su entorno:
Permite entender, por lo tanto, que la crítica aún cuando tiene su especificidad no sigue
un curso autónomo, que no es del todo ajena a la pugna por las persuaciones [sic]
ideológicas, que tiene que ver con la dirección intelectual y moral de la sociedad y que
está inserta, en consecuencia, en un orden cultural e institucional que si bien no puede ser
tratado con criterio reductivista tampoco es ajeno a relaciones sociales históricamente
determinadas. (84)
6
Esta contextualización de la crítica literaria chilena será la misma que aproveche Bolaño a través
de los personajes principales de Nocturno de Chile y también es la a que nosotros recurrimos
para situar nuestro análisis. A medida que exploremos lo histórico, cobrarán vida y peso las
historias y comentarios paralelos de la novela, sirviendo no sólo para apoyar nuestras
interpretaciones y conclusiones, sino para enriquecer y profundizar nuestro entendimiento de los
procesos y actores de aquellos años. Tal como se lee en la novela, no podremos entender lo
sucedido sin tener una idea fidedigna de lo que realmente sucedió. En función de esto, es
obligatorio hacer un breve repaso de algunos de los componentes claves relacionados con la
situación crítica/literaria en Chile durante las últimas décadas, puesto que será en torno a este
campo cultural donde todo se descubra.
A partir de la década de los sesenta y hasta poco antes del golpe de estado de 1973, la
crítica literaria chilena estaba en plena renovación según comunica Subercaseaux en el análisis
que hace de este tema para el período 1960 - 1982. Central a esta transición es el hecho de que
grandes críticos de la estatura de Omer Emeth o Alone, calificadores que habían, hasta cierto
punto, monopolizado la crítica en Chile por mucho tiempo, 9 empezaron a compartir, de a poco,
el escenario literario nacional con otros críticos, cada vez más numerosos, que se radicaban
principalmente en las universidades del país. 10 Resume la situación Subercaseaux:
Son años de actividad crítica pluralista, abierta a distintas vertientes de pensamiento, con
tensiones y polémicas, pero con el propósito común de superar el impresionismo
subjetivista y constituirse en una disciplina más o menos sistemática.
(―Transformaciones‖ 85).
Como previsible consecuencia de esta nueva polifonía, los críticos más afamados de esos años,
Alone e Ignacio Valente, ―no tienen ya ni el peso ni la autoridad que solían tener‖ (89). Es
justamente esta multiplicidad de perspectivas lo que más enfatiza Subercaseaux, señalándola
9
En su libro Pretérito Imperfecto, Alone (Hernán Díaz Arrieta) cita a su predecesor como ―el
fundador de la crítica‖ chilena que posibilitó esta concentración de potencia crítica: ―Gracias a
Omer Emeth, hubo en este país un centro de autoridad literaria permanente...‖ (284-86). Omer
Emeth es, vale recordar, el seudónimo del cura y crítico literario Emilio Vaïsse (1860-1935).
10
Subercaseaux (―Transformaciones‖ 88-89) señala que muchos de los que contribuyeron a esta
renovación no se limitaban al ámbito universitario, puesto que participaban directamente en
varios de los medios masivos, tanto en revistas y periódicos (Luis Iñigo Madrigal, Federico
Schopf, Antonio Skármeta, Hernán Loyola y Alfonso Calderón) como en la televisión (Ariel
Dorfman y José Promis). Salvo en el caso de Calderón, todos los que aquí se mencionan se verán
obligados a dejar de ejercer su oficio y vivir en el exilio después del golpe de estado de 1973.
7
como algo único, ―una comunidad intelectual‖, que es reflejo de las polarizaciones que se
intensificaban en Chile: ―aun cuando la crítica es terreno de pugna ideológica y presión social o
institucional, no desaparece por ello la diversidad y el pluralismo‖ (87). Esta renovación y
diversificación de la crítica y la resultante pérdida de envergadura de críticos como Ignacio
Valente, sin embargo, serían efectivamente revertidas con el autoritarismo impuesto por la Junta
Militar encabezada por Augusto Pinochet.
En básicamente todos los sectores del mundo literario chileno, los efectos y secuelas de la
dictadura militar tendrán un efecto inmediato. Con respecto a las universidades, el antiguo
baluarte de la renovación de la crítica que había logrado animar diálogos entre críticos de variada
índole, ―las carreras humanísticas son virtualmente desmanteladas‖ al mismo tiempo que ―la
cesantía ilustrada, la censura y su contrapartida, la autocensura se convierten en factores
importantes de la vida académica‖ (Subercaseaux, ―Transformaciones‖ 93). Bajo el nuevo
sistema autoritario, Chile sufre, en palabras de Subercaseaux, ―un estrechamiento intelectual‖
exacerbado tanto por ―la requisición, clausura o suspensión de algunos periódicos, revistas o
casas editoriales‖ como por el hecho de que muchas ―corrientes de pensamiento eran calificadas
[...] como enemigas de la nación‖ (93).11 Simultáneamente, de la noche a la mañana, decenas de
autores,12 tanto nacionales como extranjeros, se convierten en productores de ‗literatura
subversiva‘ cuya posesión o distribución puede precipitar el encarcelamiento. Con fines de
exterminar esta literatura ilícita, las autoridades no sólo ―requisan‖ y ―confiscan‖ estos textos
sino que ―queman cientos de ejemplares‖ públicamente para hacer patente la postura oficial
11
Subercaseaux comenta que la editorial estatal Quimantú, establecida y muy activa durante el
gobierno de Allende, ―es allanada‖ (―Notas‖ 71). Después, pasa a perder su título mapuche para
conocerse como la Editora Nacional Gabriela Mistral.
12
Entre los más destacados se incluyen Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Ernesto
Cardenal, Hernán Valdéz, Poli Délano, Antonio Skármeta y, en particular, Pablo Neruda
(Subercaseaux, ―Notas‖ 71). Cabe notar que para 1977, cuando el Confieso que he vivido de
Neruda finalmente pudo circular en Chile, ―El Mercurio y otros periódicos promovieron
versiones según las cuales ellas habían sido adulteradas‖ (Subercaseaux, ―Notas‖ 72). Todavía en
1984, leyendo en la página editorial de La Nación, periódico al cual Subercaseaux se refiere
como ―diario de gobierno‖, se presencia una actitud de alta precaución frente al acto de regalarse
textos que por lo demás parecen inocuos: ―No siempre un libro, por el solo hecho de serlo,
satisface el propósito ideal que generalmente le suponemos. Porque no siempre resulta ser un
agente confiable de cultura o un recurso no contaminado de salud mental. A veces, más a
menudo de lo que quisiéramos, encontramos libros que so pretexto de divulgar teorías novedosas
desvirtúan el recto juicio de las cosas o ensucian el cauce limpio y natural de la verdad‖ (cit. en
Subercaseaux, ―Historia‖ 186)
8
(Subercaseaux, ―Notas‖ 70). Aquellos libros en circulación que quisieran evitar su destrucción en
las fogatas tenían que recibir el visto bueno de la Junta en forma del Certificado de Libre
Circulación, a la vez que todo libro nuevo se tenía que registrar ante el gobierno antes de poder
circularse. 13 Estas perturbaciones repentinas, sin perder de vista otras que tuvieron consecuencias
atroces a nivel humano, arrasan con los logros de la renovación crítica al mismo tiempo que
permiten que el retorno al poder categórico de cierto crítico conspicuo se pueda dar ya por
hecho.
Como se habrá intuido, lo que realmente diferencia a Ibáñez Langlois (y a Urrutia
Lacroix) de sus contemporáneos es lo que ocurre después del golpe militar de 1973, puesto que
éste es el año ―en que se convierte en el crítico ‗oficial‘ del periodismo ‗oficialista‘,‖ y ―aparece
entonces, como el crítico literario por antonomasia, con un peso que no tiene ningún crítico y que
él mismo no tenía antes‖ (Ochoa 131).14 En su propia defensa, a modo de explicación, Ibáñez
Langlois sostiene que él mismo no tenía ningún control sobre la situación:
Todo empezó con el gobierno militar, durante el cual -por vejez, muerte, exilio, censura
o, en fin, desaparición15 de los demás críticos- quedé como casi el único en estas
columnas. El hecho -bien ajeno a mi voluntad- me ha valido ser calificado a veces de
crítico oficial de ese régimen. Para mí, el asunto es sencillamente ridículo. No percibo
diferencia alguna entre mi crítica anterior, concomitante y posterior a ese gobierno. (cit.
en Ochoa 132)
Puede o no que sus críticas fueran del mismo tono y calibre antes, durante y después del
gobierno militar que rigió en Chile por casi veinte años, pero acierta Alejandra Ochoa cuando
subraya el hecho de que el crítico vaya ―obviando u olvidando los nuevos elementos que
caracterizan al régimen autoritario‖ y la nueva estructura de la sociedad que se impone (132). Se
explica en detalle la autora:
13
Reproducciones del certificado y el registro oficiales se pueden encontrar en el número 10
(Abril 1979) de la revista Literatura chilena en el exilio.
14
Nos corresponde asentar que esta última frase que atribuimos al artículo de Ochoa aparece (se
notará una discrepancia menor entre ―antonomasia‖ y ―excelencia‖) originalmente en un artículo
que también citamos, ―Transformaciones...‖ de Bernardo Subercaseaux: ―Ignacio Valente
aparece, entonces, como el crítico literario por excelencia, con un peso que no tiene ningún otro
crítico y que él mismo no tenía antes de 1973‖ (98).
15
El empleo de la palabra desaparición es, en nuestra opinión, una elección lamentable.
9
En un momento de exclusión de la vida pública de importantes sectores de opinión, con
el consiguiente estrechamiento del universo ideológico-cultural, Ignacio Valente [Ibáñez
Langlois] es uno de los pocos agentes culturales validados al interior del régimen militar,
cumpliendo con ello un rol funcional al sistema, por cuanto hace invisible el control al
patentizarlo como no-control: él es uno de los pocos comunicadores autorizados para
hablar sobre temas prohibidos al interior de la sociedad chilena. (132) 16
El mismo fenómeno se advierte en los personajes de Farewell y Urrutia Lacroix: los dos críticos
tienen voces que ningún otro puede contradecir realmente. Al respecto, Marcial Huneeus subraya
―la regencia unilateral sin oposición que ejerce Farewell sobre el campo cultural‖ y cómo ésta
hace que ―los escritores se prostituy[a]n para alcanzar un cupo en la biblioteca del crítico.‖ El
hecho de que la casona de Farewell se metaforice como un puerto donde ―se refugiaban [. . .]
todas las embarcaciones literarias de la patria, desde los frágiles yates hasta los grandes
cargueros, desde los odoríficos barcos de pesca hasta los extravagantes acorazados‖ (Nocturno
de Chile 22-3), enfatiza cómo la escena literaria chilena de la época puede entenderse como una
suerte de autocracia literaria donde congraciarse con los que reinan es intrínseco al éxito. Juan
Armando Epple reafirma esta base sobre la cual erige Bolaño la metáfora marítima al hacer
constar que ―ante la falta de otros canales de recepción publicitaria‖ a Ibáñez Langlois ―incluso
los escritores jóvenes que no comulgaban con su visión de la literatura le enviaban sus libros‖
(128). Como veremos más tarde, Urrutia Lacroix intenta tergiversar este hecho, insinuando que,
al recibir libros de autores de toda condición política, él sólo juzgaba el arte por el arte, siendo
claramente indiferente a la orientación ideológica del creador. Puede interpretarse esta
insinuación como un eco de lo que declaró Ignacio Valente en el año 1991 al recordar ―esos
años‖: ―tuve la misma capacidad de antes y de después para no hacer jamás cuestión del color
político de los autores y de sus obras‖ (Valente 18).17 Tal reticencia de parte de los dos críticos,
como también veremos, sólo resulta torpe en el mejor de los casos.
16
Nos corresponde apuntar que en esta frase también Ochoa parece haberse valido del artículo
―Transformaciones...‖ de Subercaseaux. Las semejanzas abundan: ―Los agentes culturales y
comunicadores validados, como administradores de algunos temas que están clausurados para los
demás, cumplen también la función de hacer invisible el control, de patentizarlo como un nocontrol, y desempeñan desde esta perspectiva un rol funcional al sistema‖ (97).
17
Comentando el mismo artículo, ―25 años de crítica‖ (publicado originalmente en El Mercurio
el 1º de septiembre de 1991), escribe Manuel Jofré Berríos en 1995 que el artículo de
10
Por todo lo hasta ahora visto, no es difícil reconocer que Ibáñez Langlois realmente
gozaba de grandes privilegios durante la dictadura chilena, privilegios a los cuales no podían
acceder la gran mayoría de sus coetáneos. Álvaro Bisama resume una secuela de este detalle al
explicar que el personaje de Urrutia Lacroix se aprovecha de la situación para ―transformarse en
el papa de la crítica chilena so pena de venderle el alma a algo parecido al diablo‖, de manera
que el narrador de Nocturno de Chile podría interpretarse como ―un Fausto chileno‖ (90).18
Bisama propone que a través de estos intercambios pecaminosos, el lector se da con ―uno de los
discursos fundamentales del libro: establecer algún parangón entre la crítica y el poder político‖
(87). Más allá de este parangón, no obstante, creemos que Bolaño se afana por demostrar cómo
el mundo político y el mundo literario pueden llegar a intrincarse en determinados momentos,19 a
veces a base de motivaciones protervas. Una opinión parecida es la de Marcial Huneeus, quién
determina que ―el ejercicio crítico de [Urrutia Lacroix] se une a la dictadura en pos del beneficio
personal.‖ Esta superposición de política y literatura de la cual se beneficia el cura-crítico,20
manifestada reiteradamente y de diversas maneras a lo largo de la novela, se cristaliza en primer
plano en las escenas de las clases de marxismo enseñadas por el padre Sebastián. En conjunto,
estos episodios sirven para dejar muy en claro, nuevamente, que la literatura, y muchísimo más
los seres que la ejercen, no existe en un vacío.
Estas lecciones de teoría comunista y socialista, aunque parecieran ser el fruto de una
licencia histórica más de la cual Bolaño puede valerse para explicitar la cercanía entre la Junta y
Urrutia Lacroix, en verdad coinciden con el registro histórico; Ricardo Cuadros informa que J.
Valente/Ibáñez Langlois, a la vez que celebra un aniversario, en definitiva ―anuncia el cierre de
un período, aquél de la monofonía‖ (51).
18
En palabras de Marcial Huneeus, observamos en el texto cómo Urrutia Lacroix se aprovecha
de ―la práctica del mecenazgo‖ para realizar su ascensión dentro de la sociedad chilena. Se
pueden identificar tres mecenas (diablos, según Bisama) que le franquean la subida social:
Farewell, los señores Odeim y Oido (miedO y odiO) y, finalmente, la propia Junta Militar.
19
Quizá se deba hablar concurrentemente del intrincamiento que bosqueja Pierre Bourdieu entre
el Poder y la cultura en su ensayo ―Campo intelectual y proyecto creador‖ en el cual se descubre
la interdependencia primordial entre estos dos integrantes de la sociedad moderna. En su
explicación de cómo el Poder manipula la cultura (en todas sus manifestaciones), otorgándole o
quitándole legitimidad ―para conservar, transmitir e inculcar la cultura canónica de una
sociedad‖, Bourdieu pone al desnudo las fuerzas muchas veces desapercibidas (las cuales se
identificarán más adelante) en funcionamiento detrás de la cortina del campo intelectual (38).
20
Denominar a Urrutia Lacroix (y a Ibáñez Langlois) de este modo no carece de fundamento
poético: Valente mismo relata en septiembre de 1980 que Pablo Neruda lo ―apodó de curicrítico
en una áspera polémica‖ (Valente 29).
11
M. Ibáñez Langlois mismo ―dio clases de marxismo a los generales de la Junta‖. Si esta
coyuntura auténtica fortalece la ya establecida conexión entre el cura Valente y el cura
Ibacache,21 constituye también una realidad que de por sí ejemplifica la relación algo oscura que
existía entre los que acapararon el poder en el Chile de post-golpe. Cabe señalar que en el cameo
de Ernst Jünger, presentado como un hombre que ha optado por las armas (es un oficial ―de la
Wehrmacht‖ y un ―héroe de la Primera Guerra Mundial‖) tanto como las letras (―autor de
Tempestades de acero‖ entre otros títulos), podemos ser testigos de otra alianza en que la espada
y la pluma unen fuerzas (Nocturno de Chile 38).22 Aparte de ser una constatación de la
cooperación que existía entre determinados sectores de la Iglesia, 23 los intelectuales de derecha y
el gobierno de Pinochet, hay que tener en mente que las clases sobre Marx y Engels (en conjunto
con otras escenas que establecen paralelos y antecedentes semejantes) también representan uno
de los pasos culminantes de todo un proceso que se desenvuelve paulatinamente desde el
21
Según Bernardo Subercaseaux, Ibáñez Langlois se destaca por ser ―el único profesor
[autorizado] para enseñar marxismo en Chile‖ durante la dictadura (―Transformaciones‖ 98).
Nuevamente, se puede resaltar el tratamiento especial concedido al crítico durante esa época.
22
Es lícito subrayar que la relación histórica definitiva entre Jünger y el gobierno de Hitler
(dentro de la Historia, el modelo por excelencia del fascismo) es una que actualmente se sigue
debatiendo. La relación que se establece entre Jünger y el Tercer Reich en Nocturno de Chile en
las escenas parisienses de principios de la cuarta década del siglo XX, sin embargo, es una de
complicidad y colaboración seguras, presagio de las mismas que se observarán nuevamente en
Chile unos treinta años más tarde.
23
Nos urge enfatizar que la Iglesia chilena de ninguna manera debe de entenderse como una
entidad homogénea y cómplice del régimen militar. Tal como ocurría en las parroquias, una
gama de tendencias social-político-ideológicas se apreciaba en el conjunto de los que dirigían las
mismas. De hecho, y a diferencia de la impresión que puede precipitar una novela como
Nocturno de Chile, muchos historiadores señalan que la Iglesia en Chile sería la institución que
más facilitara el retorno a la democracia a finales de la década de los ochenta. En lo específico,
es prudente recordar la organización y mantenimiento de diversos organismos humanitarios
como la Academia de Humanismo Cristiano y el Comité de Cooperación para la Paz en Chile
(que en 1976 pasó a identificarse formalmente como la Vicaría de la Solidaridad) entre muchos
otros que jugaron un rol decisivo en socorrer a los que querían una vuelta a la tradición
democrática chilena y / o eran víctimas de represión estatal. En su capacidad de cardenal entre
1962 y 1983, Monseñor Raúl Silva Henríquez se destaca entre sus compañeros como el líder
cristiano que ―en su defensa de los derechos humanos había desarrollado una inteligente
estrategia de trato con el gobierno militar y protección de las organizaciones‖ (Vidal, El
Movimiento... 35) que posibilitaba la formación y función de enclaves de pacífica resistencia al
poder gubernamental. Para más información acerca de la dinámica altamente compleja dentro (y
afuera) de la Iglesia chilena durante los primeros años de la dictadura, véase el tratado de Brian
H. Smith, The Church and Politics in Chile: Challenges to Modern Catholocism (1982).
12
momento en que Urrutia Lacroix entra por primera vez al seminario a los catorce años y llega
hasta la última escena decisiva realizada en su cama en el año 2000. En palabras de Álvaro
Bisama, ésta es ―una de las metamorfosis más brutales que ha ofrecido la literatura nacional‖
(90). Dicha metamorfosis, recordemos, no se salda hasta que se llegue a la versión terminal: la
metáfora escatológica de lo que es, en palabras del autor, un ―Apocalipsis individual‖ (Jösch).
Hace falta señalar además que la dictadura que se localiza en el epicentro de esta
aniquilación no debe conceptualizarse como algo estático sino como un proceso cuya evolución
podemos trazar tal como acabamos de hacer (abreviadamente) con la del personaje del padre
Sebastián. Es por eso que estar atento a los dos procesos resulta de gran importancia, ya que
están íntimamente relacionados. Con respecto a la intensidad de las roturas impuestas por el
régimen militar (específicamente las que se relacionan con el campo literario), Bernardo
Subercaseaux enseña que ―el punto máximo de desequilibrio se sitúa en los años inmediatos [al
golpe]‖ (―Notas‖ 69) y que es durante aquellos años cuando más palpable es ―[l]a coerción y
marginación cultural [. . .] que da origen a una crítica oficialista reactiva‖ como la que practicaba
Ignacio Valente (―Transformaciones‖ 105). No obstante, con el paso de los años, él advierte que
―[l]os límites del espacio cultural administrado tienden [. . .] a ser desafiados, corroídos, a
flexibilizarse‖ (105). De esta flexibilidad surge lo que Subercaseaux describe como ―islas de
crítica contestataria‖; una crítica marginada pero presente que se refugia en el fenómeno de ―la
Universidad Informal‖, publicándose en ―medios alternativos‖, en muchos casos clandestinos,
sobre todo hacia mediados de los setenta, o bien desde diversos países del mundo (104).24 A
pesar de la restringida difusión que podían alcanzar estas ínsulas críticas dentro de Chile, el
hecho de que los límites inicialmente impuestos por el régimen militar fueran siendo más
flexibles25 es muy relevante respecto a la actitud con que ejercía su crítica Ignacio Valente. Él,
24
Para un testimonio de estos esfuerzos clandestinos escrito en aquella época, véase Dorfman,
Ariel. ―Literatura chilena y clandestinidad.‖ Escritura: Teoría y Crítica Literarias 4 (1977): 30714. Por otro lado, Subercaseaux destaca a Juan Durán, Jaime Concha, Juan Armando Epple,
Fernando Moreno, Luis Bocaz, Grinor Rojo, Nelson Osorio, Hernán Vidal, José Primis, Ramona
Lagos, Carlos Santander, Ariel Dorfman y Federico Schopf entre los que ejercían crítica desde el
extranjero. Información más detallada acerca de la literatura chilena que se produjo en el
extranjero durante esos años se puede encontrar en el artículo de María Teresa Cardenas
―Literatura chilena del exilio: Rastros de una obra dispersa‖ de la Revista de Libros de El
Mercurio publicado el 23 de agosto, 2003.
25
Ya para 1983 se retira la censura de libros en Chile (Subercaseaux, ―Notas‖ 76). Vale recordar,
desde luego, que todavía sigue presente cierto estigma hacia lo que se vuelve a permitir circular.
13
criticando de modo que siempre le permitía mostrarse al alimón del ambiente político (fenómeno
que se tratará con más detenimiento a continuación), siguió una trayectoria que ahora nos sirve
para delatar una complicidad entre el crítico y la situación política/gubernamental que
evolucionaba durante las casi dos décadas de dictadura. Como veremos, esta flexibilidad se
puede advertir ya antes del bombardeo de la Moneda por aviones de la FACH.
Juan Armando Epple, como Bernardo Subercaseaux, más que reconocer el poder inusual
que cobró Ibáñez Langlois a mediados de la década de los setenta, se fija en la ya aludida
evolución de éste, a partir de ciertas mutaciones que se hacen presentes con el paso de los años y
los eventos que los definen. De relevancia especial es lo que este cura había escrito en el mismo
año en que fue elegido Allende a la presidencia, un año que contaba con un ambiente sociopolítico que contrastaba fuertemente con el que vendría tres años más tarde. Explica Armando
Epple que Valente ―se adscribía a una ‗nueva generación crítica‘, nombrando como congéneres
una lista de autores que, en su totalidad, fueron más tarde expulsados de la Universidad‖ (énfasis
añadido 128). Luego, estos expulsados perderían todo derecho a tener voz dentro de Chile al
mismo tiempo que Valente permanecería para transformarse en el más ilustre juez literario
dentro del país. Lo que pareciera confirmar una doctrina personal basada en juramentos de
fidelidad oportunistas por parte de Ibáñez Langlois, puede ser presenciado nuevamente cuando la
Junta, en crisis, en gran parte debido a la política económica neoliberal de los llamados Chicago
Boys, ya empieza a permitir que se afloje el control oficial de la literatura. Ibáñez Langlois,
pasado el peligro de haberlo hecho hace años, ahora ―aboga por el regreso de los académicos y
críticos exiliados‖ (Armando Epple 129). Más curioso todavía es que el cura-crítico termine
incriminándose en cierta manera al declarar que ―[t]oda concentración del poder en una persona
es negativa en cualquier actividad humana, y la crítica literaria no es una excepción‖ (cit. en
Armando Epple 128-29). Tal aseveración bien podría ser fruto de la experiencia personal, pero lo
que aquí hay que señalar es lo que Juan Armando Epple denomina, con elocuencia, una
(im)postura del crítico histórico ―que se ha moldeado generalmente con perspicaz ductibilidad
mercurial‖ (128). Este patrón de maleabilidad será central no sólo para entender a fondo el
repaso personal que realiza Urrutia Lacroix, puesto que en él podemos distinguir los mismos
vaivenes de alineación, sino para también inculparlo. Esta incriminación, vale decirlo, se pagará
al final.
14
Más allá de aquellas críticas provenientes del beneficio de su íntima asociación con el
régimen castrense, Alejandra Ochoa le reprocha también a Ibáñez Langlois cierta desobediencia
en cuanto a su propuesta de objetividad, la presencia / influencia de preferencias personales que
tendrían ―directa relación con la forma de constitución del canon literario‖ y, también, la posible
explotación del ―privilegio de una perspectiva religiosa a la hora de interpretar los textos
literarios‖ (133-34).26 Las reprensiones hechas por Ochoa se pueden extrapolar del cura-crítico
verdadero al personaje principal de la novela de Bolaño. Primero, en cuanto a la imparcialidad,
una cita de Ibáñez Langlois explica su posición: ―quise reivindicar . . . una condición de máxima
objetividad para la obra literaria y su estructura‖ (cit. en Ochoa 130). Será a base de esa supuesta
rectitud inalterable que Ochoa recrimine las ―preferencias‖ de Ibáñez Langlois, ya que él parece
creer en ―la superioridad de la poesía chilena en el contexto hispanoamericano‖ a la vez que es
de la opinión de que la poesía chilena es superior a la narrativa. 27 Estas preferencias, según
Ochoa, le afectarían de manera negativa a la hora de armar un canon, dado que no le permitirían
ser objetivo en su análisis de los textos. Tengan las consecuencias que tengan, basta decir que
acercarse a la objetividad sería mucho pedir para cualquier crítico.
Por su parte, Urrutia Lacroix, como H. Ibacache, pretende practicar la crítica ―en un
esfuerzo dilucidador de nuestra literatura, en un esfuerzo razonable, en un esfuerzo civilizador,
en un esfuerzo de tono comedido y conciliador, como un humilde faro en la costa de la muerte‖ y
a la vez convertirse en ―un ejercicio vivo de despojamiento y de racionalidad, es decir de valor
cívico‖ (37). Este anhelo en sí ya es un gran proyecto, aunque, por bien que suene, pierda toda
credibilidad en cuanto especifiquemos que Urrutia Lacroix habla de la crítica de su propia obra:
Urrutia Lacroix planeaba una obra poética para el futuro, una obra de ambición canónica
que iba a cristalizar únicamente con el paso de los años, en una métrica que ya nadie en
Chile practicaba, ¡qué digo!, que nunca nadie jamás había practicado en Chile, mientras
Ibacache leía y explicaba en voz alta sus lecturas (37)
26
Para concluir su evaluación de Ignacio Valente, Ochoa critica la presencia de ―ciertas posturas
tradicionalistas, precisamente las que hacen posible la aparición y perpetuación de matrices
discursivas no-dialógicas‖ (135). Pareciera que, para Ochoa, el problema fundamental se
relaciona con esa misma falta de diálogo que caracterizaba el período anterior a la renovación de
la crítica chilena de los años sesenta.
27
En palabras de Ibáñez Langlois, ―. . . es sabido que en Chile la poesía es, en términos
generales, más rica, variada y alta que nuestra creación narrativa‖ (cit. en Ochoa 135).
15
Que un crítico pretenda incorporarse al canon poético sólo puede calificarse de cuestionable, aún
más considerando que esta inclusión se basaría en buena medida en un desdoblamiento
esquizoide de sus propias palabras.28 En este episodio, Bolaño humilla brutalmente al personaje
no sólo al obligarlo a pretender ser dos personas separadas, convirtiéndose así en una suerte de
sistema literario autónomo y autorreferencial, sino también al hacer que crea que sólo él mismo
(como Ibacache) ―sería capaz de iluminar [. . .] la obra de Urrutia Lacroix‖ (37). A parte de la
ilusión de grandeza poética, el padre Sebastián también hace canon a su manera, 29 ofreciendo sus
propias opiniones de textos renombrados a través de la novela, aunque las mismas críticas de
parcialidad obviamente se pueden aplicar. En resumen, del cotejo de novela y crítica, podría
afirmarse que tanto el crítico Valente como el ficticio Ibacache tenían pretensiones tan excelsas
como difíciles de poder llevarse a cabo al pie de la letra, tal y como la describen.
Aunque establecer si se privilegia ―una perspectiva religiosa‖ en la crítica de Urrutia
Lacroix resulta empíricamente imposible, sí se puede inferir que existe la probabilidad de que
sea así, ya que casi siempre aparece vestido de sotana, un símbolo manifiesto de su religión. De
hecho, en la primera visita al fundo de Farewell, a pesar de saber que ―el pretexto del fin de
semana era literario y no religioso‖ (Nocturno de Chile 31), Urrutia Lacroix decide ponerse la
ropa eclesiástica: ―Con un decidido gesto de valentía opté por no despojarme de mi sotana‖ (22).
Esta misma sotana lo acompañará en sus múltiples correrías, incluyéndose entre las mismas, las
diez clases de marxismo dadas a la Junta Militar. 30 Efectivamente, Urrutia Lacroix llega a hablar
de ella como si fuera algo permanente: ―mi sotana que era como mi sombra‖ (74). Más evidencia
de la posibilidad de esta conexión se halla en la aseveración de Álvaro Bisama, que sugiere que
Urrutia Lacroix está ―más preocupado de la moral que del estilo‖ (91). En lo que respecta a
Ibáñez Langlois, la existencia de una perspectiva religiosa en su crítica la confirma el cura
28
Este desdoblamiento ya ocurre dentro de la novela. Urrutia Lacroix empieza a hablar de / a sí
mismo por medio de la tercera persona singular cuando habla de su œuvre maîtresse en las
primeras líneas de la página treintaisiete.
29
Nos recuerda Álvaro Bisama que para Bolaño la cuestión del canon ―adquiere niveles
melodramáticos, siempre políticos‖ (82). De manera paralela, con una metáfora que culmina con
la imagen de un cadáver con ―las cuencas vacías‖ (Nocturno de Chile 62), el proyecto fracasado
de Heldenberg / la Colina de Héroes puede leerse como otro comentario acerca de la
construcción de un canon, según indica Marcial Huneeus.
30
En este caso la sotana puede interpretarse como el equivalente religioso de los uniformes
marciales que llevan puestos los miembros de la Junta. Urrutia Lacroix mismo se pregunta si no
habrá querido llegar ―uniformado‖ a la clase de ―ilustres alumnos‖ (107).
16
mismo en 1991 desde su página en El Mercurio: ―yo no renuncio a mi fe a la hora de hacer
crítica‖ (cit. en Jofré Berríos 51). Frente a esta aseveración, 31 nos resume Manuel Jofré Berríos
que ―se establece así la posición ideológico-doctrinaria del crítico‖ (51). Tal actitud no es sino de
esperar de un sacerdote pues, según escribe Alone, hay ventajas muy claras para el ordenado que
ejerza crítica literaria:
Su educación eclesiástica, que habría podido constituir un inconveniente en otra persona,
reforzaba en él la personalidad del sabio y del justiciero, prestándole ese carácter un poco
misterioso que tienen los estudios teológicos, bíblicos, el conocimiento y la práctica del
latín, más otras disciplinas intelectuales y morales propias del sacerdote y no muy
accesibles al gran público. (285)
Esta cita de Alone, sin embargo, no habla de Ignacio Valente sino de su antecedente histórico,
Omer Emeth, en quien también se reunían la literatura y la religión. En verdad, que un sacerdote
que funge de crítico se niegue a hacer caso omiso de sus creencias en su vida profesional no es
reprensible, siempre y cuando tales hechos no se obvien, más que nada por el hecho de que
cualquier interpretación pueda verse afectada por orientaciones específicas ideológicas. Cómo
pueda verse afectada ya es tema de otro debate y preferimos cerrar este apartado concluyendo
que para Urrutia Lacroix e Ibáñez Langlois, así como para Omer Emeth algunas décadas antes,
deslindar la importancia de la religión de su obra crítica sería tarea más bien imposible.
En lo hondo
En el libro Entre paréntesis, en el ensayo titulado ―Una proposición modesta‖, Bolaño,
después de preguntarse ―¿Qué hubiera pasado si el 11 de septiembre no hubiera existido?‖, 32
describe el proceso del golpe y la dictadura subsiguiente como ―un baño de horror real e
histórico‖ (83). En Nocturno de Chile, es en el sótano de la casa de María Canales y su esposo
Jimmy Thompson donde más nos sumergimos en este ‗baño de horror.‘ A modo de introducción
y exploración de este episodio horripilante, otro escrito proveniente de Entre paréntesis será de
ayuda. En el ensayo ―El pasillo sin salida aparente,‖ Bolaño explica algunos de los actos
inquietantes asociados directamente con una mujer cuyo nombre él no logra recordar con
precisión. Lo narrado a cerca / acerca de esta ―mujer joven de derechas‖ es, garantiza Bolaño,
31
En el mismo artículo el cura Valente hace más que claro su punto de vista cuando afirma que
la religión es ―el sustrato último y el más esencial de la existencia humana, con respecto al cual
todo lo demás se defin[e], incluso por omisión‖ (Valente 18).
32
El 11 de septiembre de 1973.
17
―una historia verídica,‖ cuya veracidad merece ser reafirmada ante el lector: ―Lo repito: esto no
es un cuento, es real, ocurrió en Chile durante la dictadura de Pinochet y más o menos todo el
mundo [. . .] lo sabe‖ (77). Lo que ‗todo el mundo sabe‘ es que aquella mujer de orientación
conservadora, representada a su vez en Nocturno de Chile en el personaje de María Canales, se
llamaba, en realidad, Mariana Inés Callejas, habitual anfitriona de tertulias literarias ahora
tristemente célebres. Esta infamia, ahora se sabe, es la secuela de la revelación de que esas
soirées nocturnas se habían dado en la misma casa donde, simultáneamente, el esposo de
Mariana, Michael Townley (Jimmy Thompson en la novela de Bolaño) torturaba a secuestrados
presuntamente subversivos en un centro de interrogación subterráneo.
Antes de proseguir, cabe destacar que María Canales, más allá de representar el horror de
una dictadura represiva, tal como su inspiración de carne y hueso, es escritora. 33 Comenta
Patricia Poblete Alday que en la narrativa de Bolaño ―la literatura siempre aparece ligada a
algunas formas de la maldad‖, característica confirmada por Bolaño mismo en una entrevista con
Luis García Santillán: ―[la literatura] siempre ha estado cerca de la ignominia, de lo vil, y
también de la tortura‖. Las escenas (reales y ficcionalizadas) de las tertulias, donde diversas
clases de arte y alta cultura están representadas, 34 unen nuevamente a ciertos sectores de la
sociedad a las hazañas más feas de la dictadura. Esta unión la sintetiza y denuncia el escritor y
artista chileno Pedro Lemebel en su propia reseña de los mismos hechos históricos en 1998, dos
años antes de la publicación de la novela de Bolaño:
Seguramente, quienes asistieron a estas veladas de la cursilería cultural posgolpe podrán
recordar las molestias por los tiritones del voltaje que hacía [sic] pestañear las lámparas y
la música interrumpiendo el baile. Seguramente nunca supieron de otro baile paralelo,
donde la contorsión de la picana tensaba en arco voltaico la corva torturada. Es posible
que no pudieran reconocer un grito en el destemple de la música disco, de moda en esos
años. Entonces, embobados, cómodamente embobados por el status cultural y el alcohol
que pagaba la DINA. 35 Y también la casa, una inocente casita de doble filo donde
33
Relata Álvaro Bisama que Mariana Callejas ganó en los años ochenta ―un concurso sobre
narrativa de terror donde participaba, entre otros, Poli Délano‖ (93).
34
Explícitamente mencionadas en la novela, además de la literatura, están la pintura, la música,
la danza contemporánea, y las performances (126).
35
DINA: la Dirección de Inteligencia Nacional. En palabras de J. Patrice McSherry, ―Pinochet‘s
Gestapo-like state security agency‖ (39).
18
literatura y tortura se coagularon en la misma gota de tinta y yodo, en una amarga
memoria festiva que asfixiaba las vocales del dolor. (De perlas y cicatrices 15-16)
El tono condenatorio de Lemebel es inconfundible, creando sus descripciones ráfagas sensoriales
de horrores enmarcados por la inconsciencia alegada de los juerguistas culturales. Este retrato,
sin embargo, no nos aproxima a esa realidad de la misma manera como ocurre en la versión de
Bolaño. En Nocturno de Chile, el lector, franqueado por uno de aquellos inocentes, es obligado a
alejarse de la comodidad de la fiesta, bajar las escaleras y entrar a un mundo donde las
consecuencias humanas de la represión están al descubierto:
. . . finalmente llegó al último cuarto en el corredor más estrecho del sótano, el que sólo
estaba iluminado por una débil bombilla, y abrió la puerta y vio al hombre atado a una
cama metálica, los ojos vendados, y supo que el hombre estaba vivo porque lo oyó
respirar, aunque su estado físico no era bueno, pues pese a la luz deficiente vio sus
heridas, sus supuraciones, como eczemas, pero no eran eczemas, las partes maltratadas de
su anatomía, las partes hinchadas, como si tuviera más de un hueso roto, pero respiraba,
en modo alguno parecía alguien a punto de morir, (Nocturno de Chile 140)
Lo encontrado habla por sí solo, otorgándosele una voz que por fin se oye, años después de
proferida cuando nadie se atrevió a enunciar nada de su parte.
Repetida tres veces hacia finales del libro, cada una con su afinamiento de ciertos detalles
pero siempre con una víctima masculina anónima, sin cara, las escenas con que revive Bolaño la
realidad carnicera de ese sótano maléfico sirven de recurso para que todo el horror perpetrado
durante los años de la dictadura se concretice en un solo ejemplo brutal e imborrable. Aunque es,
efectivamente, la única escena en el libro en que se presentan, con lujo de detalles, evidencias
concretadas del ‗baño de horror‘ que describe el autor, su especificidad y repetición no sólo hace
que el lector sea convertido en testigo de esta crueldad axiomática, sino que también la
convierten en un tipo de catalizador que fuerza a Urrutia Lacroix a enfrentarse con ella. Al final,
y como consecuencia de la contemplación impuesta por recuerdos demasiado nítidos, el cura
delirante se pierde en una pesadilla personal rebosada de espectros sañudos, secuelas terminales
de una vida de la cual está condenado a arrepentirse. Estas escenas en torno a la casa de María
Canales, festivas y después solemnes, todas entretejidas con las de una tortura (in)humana, sin
duda son las más chocantes de la novela. A modo de reacción a esta escena, Álvaro Bisama
resume lo que es, en nuestra opinión, su peor aspecto: ―...parece sacada de La literatura nazi en
19
América pero es real. Demasiado‖ (93). En estos relatos, como en muchos otros de la obra de
Bolaño, la Historia se apodera una vez más de la ficción.
Antes de entrar plenamente en nuestro análisis y con el fin de constatar el horror que
presenciamos en este notorio sótano, una breve investigación de algunos de los personajes
históricos aquí implicados nos confirmará, inequívocamente, que el viaje vertiginoso de
Nocturno de Chile va mucho más allá de lo literario. El personaje de Jimmy Thompson, el
esposo norteamericano de María Canales, como ya indicamos, alude, sin lugar a dudas, a
Michael Vernon Townley, un hombre que, según John Dinges, nació en Waterloo, Iowa, y al que
describe como ―DINA‘s American-born assassin,‖ un hombre que ―wanted to fight world
Communism as a CIA agent‖ (73).36 Aunque sus asociaciones formales e informales exactas
siguen siendo, todavía, algo controvertidas, ya no se disputa el hecho de que Townley, según
informa la historiadora J. Patrice McSherry, ―played an operational role‖ en tres actos de
terrorismo internacional contra chilenos en el extranjero: el asesinato del General Carlos Prats y
su esposa en Buenos Aires en 1974, el atentado contra el ex-senador de la república Bernardo
Leighton y su esposa en Roma en el año 1975 y el asesinato del ex-embajador / ex-miembro del
gabinete de Salvador Allende Orlando Letelier y su asistente estadounidense Ronni Moffitt en
Washington, D.C. en el año 1976 (39). En Nocturno de Chile, Urrutia Lacroix cuenta su versión
particular de estos eventos:
36
John Dinges escribe (en 2004) que ―the CIA maintains he was never more than a wanna-be,
and spurned his overtures.‖ Poco después, Townley ―made contact with DINA in June 1974 to
pursue his ambition to be an undercover agent‖ (73). La tarea de designar culpa se vuelve bien
compleja cuando se toma en cuenta que ni la DINA ni la CIA ha querido admitir su asociación
con este agente. En 2002, intentando esclarecer el asunto de quiénes eran los que dirigían
realmente a Townley mientras cometía estos actos extremistas, J. Patrice McSherry, propuso que
la CIA probablemente fuera la responsable. A la autora le resultaba curioso el hecho de que la
CIA, que efectivamente estaba al tanto de las operaciones de las operaciones en que participaba
Townley, ―was unable to avert the Letelier/Moffitt assassinations by Condor agents in
Washington, D.C. in September 1976‖ (46). Esto pareciera confirmar que de algún modo la CIA
era cómplice de este atentado. Por su parte, Manuel Contreras, el antiguo director de la DINA,
sostenía que el asesinato de Prats en Buenos Aires ―was organized by the CIA and that Townley
was a CIA agent working inside DINA‖ aunque, nuevamente, es obvio que Contreras tenía
motivo para también distanciarse de ese atentado (48). Tomada en cuenta su ―doctrine of
‗plausible deniability‘ and its record of deception,‖ J. Patrice McSherry sólo podía concluir que
la situación posiblemente nunca se desenmarañara del todo (55). En esta situación, los
esclarecimientos (y aún más la justicia) llegan atrasados.
20
También se supo que Jimmy había viajado a Washington y había matado a un antiguo
ministro de Allende y de paso a una norteamericana. Y que había preparado atentados en
Argentina contra exiliados chilenos e incluso algún atentado en Europa, (141)
Otro acto nefario que se atribuye a la DINA (y, por extensión, a Townley) es el asesinato del
economista español Carmelo Soria, quien trabajaba en Chile con la ONU, perpetrado en la casa
de Townley y Mariana Callejas en 1976 (Kornbluh 548-49). Este crimen también figura en la
novela, según relata María Canales: ―Aquí mató un empleado de Jimmy al funcionario español
de la UNESCO‖ (146).37 Es notable que Urrutia Lacroix (y María Canales) no usen nunca los
nombres de las víctimas, negándoles así, al menos al nivel lingüístico, una identidad concreta de
acuerdo con lo que quizás represente otra táctica más para minimizar el impacto y la importancia
de lo acontecido.
En contraste abierto con un texto narrado por personajes que de muchas maneras hablan
más de sombras que de objetos concretos, podemos citar, otra vez, el tratamiento que le da Pedro
Lemebel a Mariana Callejas en De perlas y cicatrices. Este libro, vale destacar, se ha escrito
como un conjunto de crónicas y, por lo tanto, habla sin ningún rodeo del lado oscuro de esta
escritora casada con un asesino. Entre otros datos, se distinguen los del barrio norteño
santiaguino de la famosa casa de La Callejas (Lo Curro), su afiliación con el Frente Nacionalista
Patria y Libertad y sus visitas (polémicas) a la Sociedad de Escritores (mencionada ésta también
en Nocturno de Chile). Se distingue, además, su insólita explicación de lo que hacía su marido,
un químico, pasando tanto tiempo en su laboratorio debajo de la casa: ―trabaja...en un gas para
eliminar ratas‖ (De perlas y cicatrices 14-15). Este último dato cobra más significado frente al
hecho de que Townley estaba involucrado en el llamado ‗Proyecto ANDREA‘ durante los años
setenta. Esta empresa culminó con la reproducción exitosa del gas sarín (Kornbluh 178-79), el
arma química que originalmente fue creada como pesticida en Alemania poco antes de desatarse
la Segunda Guerra Mundial y que después se usó extensivamente durante el Holocausto como
agente homicida en los campos de concentración.
Si bien en Nocturno de Chile sólo se acusa explícitamente a María Canales de saber
―todo lo que hacía Jimmy‖ (145), la versión que leemos en la crónica de Lemebel ciertamente
37
Este asesinato figura entre los que fueron citados en la causa legal que resultara, en un
principio, en la histórica detención del General Pinochet en Inglaterra el 16 de octubre de 1998
(Kornbluh 499).
21
apunta a una Mariana Callejas mucho más maliciosa, menos merecedora de la compasión que
pueda despertar su imagen de esposa ingenua, engañada y luego abandonada por un esposo
terrorista. Probablemente a favor de esta interpretación desfavorecedora, John Dinges propone,
basándose en gran parte en una confesión de Townley investigada por la juez argentina María
Servini de Cubría (73), que Mariana Callejas de hecho no sólo estaba al tanto de todas las
actividades, sino que también era partícipe en varias de ellas. Según la versión de Dinges sobre el
asesinato bonaerense del General Prats y su esposa, La Callejas estuvo sentada al lado de
Michael cuando éste explotó la bomba que aniquiló el coche de los chilenos exiliados a poco más
de un año del golpe militar:
Mariana had the detonator. [. . .] Prat‘s car had turned in and stopped. [. . .] Townley
grabbed the device from his wife, quickly switched it on, and pressed the button. Nearly
two pounds of explosive incinerated the car with such force that the roof of the car was
found on the roof of a nearby building. Carlos Prats González and Sofia Cuthbert de Prats
were dead within seconds. (77)
Fuera cual fuese el rol específico de su esposa chilena en todas las actividades en que
participaba, 38 Patrice McSherry resume que Townley, después de ser capturado, ―admitted his
role in the Prats, Letelier-Moffitt, and Leighton crimes. He turned state‘s evidence in the
Letelier/Moffitt assassination trial, served a short sentence, and entered the witness protection
program‖ (McSherry 54). De esta realidad Urrutia Lacroix sólo hace burla: ―¡Como si los
generales de Chile pudieran extender sus tentáculos hasta las pequeñas poblaciones del Medio
Oeste norteamericano para acallar a los testigos incómodos!‖ (142). La exclamación es
doblemente sarcástica, ya que esos mismos tentáculos de Michael Townley / Jimmy Thompson
sí se habían extendido desde Chile hasta Buenos Aires, Washington, D.C. y Roma en el pasado.
Las burlas también son indicativas de la actitud de Urrutia Lacroix hacia aquel lado oscuro y
violento del gobierno militar; no lo cree capaz de tales atrocidades, aún cuando está plenamente
enterado de ellas. Poder reconocer las brechas divisibles, tanto las estrechas como las gruesas,
entre la realidad histórica corroborada y la percepción algo torcida del cura que leemos en la
38
Efectivamente, según informa un reportaje publicado en La Nación en julio de 2008, Callejas,
junto a Contreras y siete otros, fue finalmente juzgada por su participación en estos delitos,
treintaicuatro años después de su realización. Contreras recibió dos condenas a presidio perpetuo
y Callejas dos condenas a 10 años y un día (Escalante).
22
novela, representa, probablemente, la parte más esencial en la dinámica del saber en el juego que
nos presenta Bolaño.
Clases de marxismo
En Nocturno de Chile, a la vez que nos acercamos a estos horrores perpetrados durante el
gobierno del régimen castrense, los lectores somos testigos de dos transformaciones esenciales
que pueden resumirse en, por un lado, la caída total del Padre Urrutia y, por otro, la comprensión
(demasiado tardía) de dicha caída y sus consecuencias. Es gracias al gobierno de Pinochet que el
Padre Urrutia llega a un punto sin retorno personal y, lógicamente, es este gobierno y los
(ab)usos de poder asociados con él los que funcionan como el eje histórico de la novela. No
obstante, el período previo y posterior a los años 1973-1989, sobre todo el previo, son
fundamentales para contextualizar y explicar los acontecimientos presentados tanto dentro como,
hasta cierto punto, fuera del texto de Bolaño. Ya establecido y comprobado que el Chile de
Nocturno de Chile es representativo del Chile histórico y que el personaje de Urrutia Lacroix
puede entenderse como la representación del cura Ibáñez Langlois, es lícito señalar que nuestro
análisis podría, por fácil extrapolación, aplicarse a los eventos reales y personajes históricos, a
pesar del hecho de que nuestro propósito se limite a lo literario. Sin embargo, hay que reconocer
que esta novela, al interrelacionarse tanto con la Historia, difícilmente puede separase de ella,
resultando en efecto imprescindible tener en cuenta y comentar hechos no provenientes del libro
para mejor descifrar el viaje vital que recorre su afiebrado narrador. De acuerdo con la obra, es
posible que no siempre se distinga claramente una línea definida que separe la historia que nos
presenta Nocturno de Chile de la que leemos en otras fuentes.
Dicho esto, no se nos escapa la complejidad de los acontecimientos aquí explayados,
eventos que atraviesan momentos históricos correspondientes a cataclismos políticos, sociales y
económicos que se sintieron (y siguen sintiéndose actualmente, en muchos casos) en todo Chile
durante la última mitad del siglo XX. Esta complejidad nos exige un acercamiento humilde cuya
meta no pretende ser la de una explicación de carácter global de la historia chilena
contemporánea, sino la de simplemente intentar identificar los mecanismos presentes dentro de
la sociedad chilena de la época correspondiente a las andanzas realizadas por Urrutia Lacroix, las
mismas que lo conducen a su propia destrucción en el año 2000. Para realizar tal propuesta, nos
ha parecido mejor utilizar un marco teórico basado en la tradición marxista del materialismo
histórico, con un énfasis especial en ciertos conceptos elaborados, inicialmente, por Antonio
23
Gramsci y, más tarde, por Louis Althusser. Tanto el padre Urrutia como el padre Ibáñez se
encuentran desempeñando diversos papeles en sectores variados de la sociedad (en el caso
histórico de Ibáñez Langlois como sacerdote quien apoya las doctrinas del Opus Dei dentro de la
iglesia católica, como poeta en el ámbito de la cultura, como crítico literario de periódico en El
Mercurio y también como pedagogo en la Universidad Católica) y sólo con un entendimiento
claro de cómo está organizada / cómo funciona la sociedad chilena de esas décadas podemos
realmente demostrar qué es lo que efectivamente ha hecho el cura-crítico dentro (y fuera) de la
novela.
Como punto de partida, comenzamos con una explicación del concepto de hegemonía
presentado por Antonio Gramsci, más unas observaciones breves acerca de su relación con las
ideologías presentes en una sociedad. Resume Benedetto Fontana que, en Gramsci, la hegemonía
se define como ―the supremacy of one group or class over other classes or groups‖ (27). Esta
supremacía, entendida como la habilidad para dirigir a grupos de orientaciones ideológicas afines
a la ideología del grupo supremo y dominar a grupos de tendencias ideológicas inconciliables,
llevada a la práctica, busca la relativa conformidad de la sociedad. Esta tarea se efectúa de dos
maneras: por un lado desde la coerción (por dominio y fuerza) de las masas y, por otro, desde el
consenso (por dirección y persuasión) de las mismas hacia posturas que coinciden con las del
grupo superior (28). Gramsci resume la idea en un aporte que se presta para entender mejor lo
acontecido en Chile: ―Un grupo social es dominante de los grupos adversarios que tiende a
‗liquidar‘ también con las armas, y es dirigente de los grupos afines o aliados‖ (Laso 68).
Idealmente, los gobiernos gozarían del relativo consenso de las masas sin estimar necesario
ejercer su dominio por medio de la fuerza y la violencia, pero, cómo se sabrá, históricamente no
siempre es así, y, con respecto al caso chileno, el empleo del verbo ‗liquidar‘ por parte de
Gramsci resulta ser casi profético. Comenta Marcus Taylor que ―the Chilean State started to
break apart in the late 1960s‖ (49). Las presiones económicas contribuyen al hecho de que, ya
antes de las elecciones de 1970, Chile fuera una nación marcada por divisiones ideológicas muy
arraigadas. 39 Consciente de estas volátiles divisiones, el gobierno militar, después de tomar el
39
Recordemos que Allende pasó a ganar la elección de 1970 con un 36,6% del voto mientras que
el candidato de derecha recibió el 35,2% (Taylor 50). Al mismo tiempo, no se debe obviar el
hecho de que la suma de los porcentajes de la Unidad Popular y de la Democracia Cristiana (esta
última decididamente de centro-izquierda) constituyó un mandato efectivo a favor del cambio
que se dio. Para mantener estos números en perspectiva, vale indicar que en el plebiscito de
24
control del país en septiembre de 1973, se valió desde el principio de métodos extremadamente
represivos para ―liquidar‖ a ―los grupos adversarios‖ e imponer su autoridad. 40 La táctica es
explicable según Gramsci puesto que él, en palabras de Giussepe Tamburrano, reconoce la
importancia de dos tipos de instrumentos distintos pero igual de esenciales para mantenerse en el
poder:
no sólo [. . .] los instrumentos de dominio político, sino también y antes que nada [. . .]
los instrumentos de hegemonía: la conquista del poder no es sólo la conquista del aparato
coercitivo de la sociedad política, sino antes que nada la conquista del consenso de las
masas. (cit. en Laso 68-69)
La Junta Militar contaba con el aparato coercitivo si bien mucha resistencia a su programa seguía
presente en los instrumentos de hegemonía (entiéndase cualquier elemento investido de
autoridad intelectual y / o moral de una orientación ideológica contraria al proyecto del nuevo
régimen), y, a fin de liquidarla, la Junta opta por el uso de lo que está totalmente a su
disposición: los instrumentos de dominio político cuya aplicación es inmediata, eficiente y
brutal.
Aquí es interesante señalar que la teoría de Gramsci también ofrece una suerte de
explicación del fracaso del programa de Allende y la Unidad Popular. Aunque Allende y la UP
habían logrado llegar a la presidencia pacífica y democráticamente por medio de lo que se podría
denominar como un consenso, tal como había prescrito Gramsci, en realidad, con menos del 37%
del voto no es posible hablar de ―la conquista del consenso de las masas‖, sino de la conquista de
un poco más de un tercio de la sociedad. Este ‗consenso‘ precario tuvo que enfrentarse a los
reclamos de una oposición representativa de un porcentaje considerable del pueblo chileno. Muy
presente entre estas voces disconformes encontramos, dentro de Nocturno de Chile, la de Urrutia
Lacroix. Después de volver de su estadía europea, comenta que en Chile, justo antes de las
elecciones de 1970, ―las cosas no iban bien‖ y que el cambio que representa la Unidad Popular es
un cambio sólo explicable si los chilenos ―se han vuelto locos‖ (96). Para él, este cambio
amenaza con convertir el país ―en otra cosa‖, en ―un monstruo que ya nadie reconocerá‖ (96). A
octubre de 1988, el 56% de los votantes dijeron que no a la extensión de la dictadura, el 44% dijo
que sí.
40
La extensión de estas tácticas está muy bien documentada. Un resumen general de la
liquidación que se puso en marcha en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973 se puede
encontrar en el segundo capítulo de Régimen de Pinochet, de Carlos Huneeus.
25
través de declaraciones claramente contrarias al cambio inminente, el cura-crítico manifiesta una
postura personal que se solidariza con los sectores de la sociedad chilena que apoyaron, de un
modo u otro, la posterior destrucción del gobierno de Allende.
Esta destrucción fue fruto, desde luego, de una gran variedad de factores que van mucho
más allá del problema presentado por una simple falta de consenso electoral. A nivel
institucional, Marta Harnecker, socióloga e investigadora chilena exiliada a partir del golpe de
estado, explica cómo surgieron otras restricciones que habían desempeñado un rol directo en la
vulnerabilidad estatal, al recordar que el gobierno de Allende, para poder llegar a la presidencia,
se vio forzado a prometer ―not to touch the armed forces, the educational system and the media‖,
a la vez que las fuerzas armadas y los poderes legislativo y judicial permanecieron todos ―under
the control of the opposition‖ (―Understanding‖ 6-7). Con independencia de todo lo que entrara
en esta oposición interna, el Chile socialista de Allende también se enfrentaba con una situación
internacional que convirtió al candidato socialista y a la UP en el blanco de una variedad de
ataques aun antes de su elección oficial. Esta ofensiva y la motivación que a ella subyace se
explican, acaso no por casualidad, en uno de los libros teóricos utilizados por Urrutia Lacroix y
la Junta en la sala de las clases de marxismo después del golpe: Los conceptos elementales del
materialismo histórico de la misma Marta Harnecker. La autora, cuya apariencia física
desconocida no deja de ser un tema importante (aparentemente más importante que su trabajo
teórico) para la Junta durante la totalidad de las lecciones del padre Urrutia, asevera que Chile se
enfrentaba con una situación histórica donde el socialismo, prerrequisito del comunismo, tenía
enemigos poderosos en la forma de un ―sistema imperialista mundial‖ que se esforzaba ―por
poner el máximo de trabas a su desarrollo‖ al mismo tiempo que lo atacaba y lo infiltraba
―internamente a través de todos los recursos a su alcance‖ (209).
Para fundamentar esta aseveración de Harnecker, se debe cotejar la famosa cita de
Richard Nixon en que expresaba su deseo de ―make the [Chilean] economy scream‖ (Kornbluh
17), como un preámbulo apropiado de una política estadounidense vehementemente
anticomunista y resuelta a evitar el llamado efecto dominó que permitiría que el comunismo
soviético proliferara durante aquellos años de la Guerra Fría. La ejecución de esta política,
resumida en la cita de Nixon acerca de la economía, es lo que más nos interesa, ya que la meta
―fundamental‖ de la ofensiva anti-socialista fue la de ―provoke the economic failure of the
Allende government‖ (Harnecker, ―Understanding‖ 12). En esto se intuyen algunas de las
26
―fuerzas determinantes‖ presentes detrás de los eventos históricos, las mismas que se revelaron
como materialistas en las teorías de Marx y Engels y muchos de sus discípulos (Harnecker,
―Conceptos‖ 265-66). El hecho de que Nixon pueda considerarse como la cabeza de un cúmulo
de intereses que le declararon la guerra a la economía chilena para hacer más factibles los
cambios deseados, sirve también para resaltar uno de los conceptos más fundamentales del
marxismo clásico: la idea de que es lo económico lo que se entiende como la base de la sociedad
sobre la cual se construye la superestructura, entendida como los demás aparatos constituyentes
de ésta. Precisemos la relación entre estas dos estructuras: ―[l]a superestructura jurídico-política
e ideológica no sería, por lo tanto, sino un mero fenómeno de lo económico‖ (Harnecker
―Conceptos‖ 266). Es este ―mero fenómeno‖ lo que sobresale al tomar en cuenta que el personaje
de Urrutia Lacroix es activo al encarnar papeles y acciones que se llevan a cabo no en la
infraestructura, sino arriba de la misma, en la superestructura. Una cartografía de su arquitectura,
teorizada por Louis Althusser, nos será de mucha utilidad para discernir la relevancia e impacto
de estos roles.
En su ensayo titulado ―Ideología y aparatos ideológicos de Estado‖, Louis Althusser, a la
vez que indaga acerca de cómo se reproducen las condiciones de producción en un pueblo dado,
plantea un esbozo de la sociedad que revela que el Estado, concebido como un aparato represivo
dentro de la tradición marxista (Althusser 137), efectivamente se divide en dos secciones: el
aparato represivo de Estado y los aparatos ideológicos de Estado (AIE). Explica Althusser que
los componentes principales del aparato represivo de Estado consistirían en el gobierno, la
administración, el ejército, la policía, los tribunales, las prisiones, etc., y que este aparato
represivo de Estado funciona primariamente ―by violence‖. Por otro lado, Althusser informa que
los AIE, que al ―immediate observer‖ se presentan como ―distinct and specialized institutions‖,
incluyen el AIE sindical, el AIE político (los distintos partidos), el AIE jurídico, el AIE familiar,
el AIE religioso (el sistema de las Iglesias), el AIE escolar (el sistema de escuelas, tanto públicas
como privadas), el AIE de información (los medios de comunicación, como la prensa, la radio, la
televisión, etc.) y el AIE cultural (la Literatura, las Artes, los deportes, etc.), todos los cuales
funcionan, en general, ―by ideology‖ (énfasis original 143-45). Añade Althusser que la ideología
por medio de la cual funcionan está siempre unificada a ―the ruling ideology‖, fenómeno que se
explica en la observación del teórico francés de que ―no class can hold State power over a long
period without at the same time exercising its hegemony over and in the State Ideological
27
Apparatuses‖ (énfasis original 146). Recordemos que el gobierno de Allende tuvo que jurar no
involucrarse demasiado en la función del sistema nacional de educación y los medios de
comunicación masiva, dos AIE de suma importancia. 41 Vemos así cómo sus posibilidades de
superación se cercenaban ya antes de la confirmación de su victoria. 42 En resumidas cuentas, la
cooperación (ya sea ésta consensual o forzada) de los AIE es un requisito para la supervivencia
de la ideología de cualquier clase dominante.
La relación (armoniosa o tempestuosa) entre el aparato represivo de Estado y los varios
AIE que desarrolla Althusser tiene relevancia particular para un análisis de Nocturno de Chile
por dos razones principales, superpuestas entre sí. En primer lugar, la necesidad del gobierno y la
clase dominante de poder contar con los aparatos ideológicos de Estado para la perpetuación de
su ideología entre las masas hace de Urrutia Lacroix (e Ibáñez Langlois) un candidato perfecto
para ejercer cargos de relativa importancia dentro de los AIE donde el cura-crítico ya se ha
establecido (el religioso, el escolar, el de información [en la prensa] y el cultural), no sólo por
verse ideológicamente en desacuerdo con mucho de lo que era el proyecto socialista del gobierno
anterior, sino por demostrar una actitud de aquiescencia ciega hacia los nuevos proyectos del
régimen militar. En segundo lugar, en los personajes de la Junta, encabezados por el de Pinochet
y en el de Urrutia Lacroix, hallamos personificaciones del aparato represivo de Estado y varios
AIE cuya interacción a nivel personal es reflejo de lo que ocurría en Chile durante los últimos
treinta años del siglo XX, a nivel nacional. Aunque Urrutia Lacroix entra en lo que podría
describirse como una suerte de hibernación durante los años en que ocupa Allende la Moneda, al
darse el golpe de estado, él se despierta finalmente de su hermética lectura de los clásicos
griegos, pronto impartiendo las clases de marxismo que aluden claramente a la instalación y
consolidación, en muchos casos acompañada de violencia y atropellos a los derechos humanos,
41
Althusser destaca al AIE escolar como el ―dominant ideological State apparatus‖ instalado por
la burguesía contemporánea (152-53).
42
Por otro lado y a pesar de sólo contar con una suerte de hegemonía truncada, el gobierno
socialista y toda la gente que lo apoyaba era una amenaza directa al poder que representa, en
palabras de Hernán Vidal, ―una profunda crisis hegemónica del bloque de poder burgués‖ cuya
―consecuencia‖ es el fascismo (―Hacia un modelo...‖ 2). En otras palabras, frente al peligro de
perder su privilegio, la burguesía chilena antisocialista habría buscado una solución desesperada
en forma de golpe de estado y el fascismo subsiguiente.
28
de muchos AIE que serán portadores de la ideología de la dictadura.43 Es en esta instalación
donde, según indica Althusser en la posdata de 1970 al ensayo arriba citado, la ideología de la
Junta ―becomes the ruling ideology‖ (185). De este modo Urrutia Lacroix desempeña un papel
que lo inculpará por facilitar y cooperar en la proliferación de una ideología que sirve para
justificar y conservar un gobierno fascista que, entre 1973 y 1989, habrá espiado, detenido,
encarcelado, torturado, exiliado, asesinado o simplemente desaparecido a decenas de miles de
sus ciudadanos.44
Cabe señalar que estos excesos, aunque presentes en segundo plano, no son el epicentro
de Nocturno de Chile. Más allá de la liquidación de elementos humanos, la novela hasta cierto
punto puede leerse como una exploración del desmantelamiento y la reconstrucción de la
cultura45 durante aquellos años. Nos sirve fijarnos en algunas observaciones teóricas acerca de
estos dos procesos del crítico y catedrático chileno Hernán Vidal. En cuanto a la cultura (en el
ensayo de Vidal, como aquí, prima la Literatura), el fascismo se ve obligado a ―cancelar los
términos en que se viniera desarrollando la cultura política anterior y [. . .] llegar a la vasta
reorganización de las estructuras sociales, dando a su proyecto la categoría de refundación de las
culturas nacionales‖ (énfasis original, ―Hacia un modelo‖ 13). Esta refundación, entendida por
Vidal (en muy resumidas cuentas) como un ―cataclismo cultural‖ (―Hacia un modelo‖ 19), tendrá
origen en el aparato represivo de Estado, pero con el tiempo se revelará como un fenómeno
ubicado no sólo en acciones del aparato represivo sino más bien dentro de los aparatos
ideológicos y, en última instancia, en el trabajo de los miembros individuales que lo constituyen.
Explica Vidal que, al enfrentarse con este cataclismo, ―la intelectualidad literaria se ve forzada a
[. . .] tomar parte decidida en la reconstrucción del universo simbólico que define la cultura
43
Ricardo Cuadros condensa los detalles de la cooperación entre los AIE diferentes y el aparato
represivo en la escena de las clases de marxismo: ―...sintetiza bien las relaciones de poder tal
como se dieron en Chile entre la brutalidad militar y el Opus Dei, representado aquí por el cura
de sotana: los generales y la tropa ponían la mano dura para instaurar el nuevo orden, los
sacerdotes y la elite laica del Opus Dei – empresarios e intelectuales – ponían el conocimiento,
ya fuera éste político, social o económico.‖ La escena es una de las varias en que hay un retrato
de la solidaridad entre la literatura y el fascismo que alude al mismo proceso de consolidación
del poder militar e intelectual chilenos.
44
Según el informe publicado el primero de junio de 2005 por la Comisión Nacional sobre
Prisión Política y Tortura, se pudo establecer que hubo 28.461 víctimas involucradas en 34.690
detenciones (algunas fueron detenidas más de una vez) durante los años del régimen militar.
45
Estos ‗desmantelamientos‘ y ‗reconstrucciones‘ ocurrirían, hasta donde fueran ventajosos para
el régimen, en todos los AIE.
29
nacional y el significado de lo popular-democrático‖ (énfasis añadido, ―Hacia un modelo‖ 19).
El aporte de Urrutia Lacroix a esta reconstrucción, manifestado en conjunto con sus decididas
acciones como veremos a continuación, resulta ser una contribución, lo admitiera o no, muy
incompleta, pues peca de distanciarse de la realidad de los muchos conciudadanos que no
contaban con sus privilegios.
De lo dicho a lo hecho
Un aspecto principal del personaje de Urrutia Lacroix es el que le muestra con cierta
tendencia a hacer, en determinados momentos, declaraciones exculpatorias que, antes o después,
terminan siendo discordantes con sus acciones o los hechos. A través de un análisis de algunas
de sus afirmaciones y actos registrados en el largo aparte que es Nocturno de Chile, es posible
entrever las contradicciones de un hombre que lucha tercamente para mantener las apariencias a
pesar de saberse atrapado en una confesión sin salida que tiene la capacidad de destruirlo. Si bien
en la primera página de la novela testifica Urrutia Lacroix que es ―responsable de todo‖ (11), las
demás páginas de ésta serán un repaso de cómo busca, infructuosamente, esquivar aquella
responsabilidad con racionalizaciones y justificaciones de todo tipo, acompañadas de una lógica
a veces distorsionada. Como es de esperar, muchos de los asertos más llamativos se relacionan
con la vida bajo la dictadura chilena. La consideración de unos pocos bastará para ilustrar su
manera particular de escudarse.
Ya reinstaurada la democracia, en el recuento de su vida en Chile, el cura-crítico, al
filosofar sobre lo ocurrido entre 1973 y 2000, llega a la conclusión notable de que los
participantes en los eventos de aquellos años ―todos éramos chilenos‖ y que ―todos sabíamos que
había que hacer algo, que había cosas que eran necesarias, una época de sacrificios y otra de
sana reflexión‖ (énfasis original 121). Este ―algo‖ sería el golpe, la solución para un país
dividido, económicamente inhabilitado por el marxismo, a la vez que las ―cosas necesarias‖
(palabra clave que se explorará en más detalle a continuación) serían aquéllas hechas para
‗rectificar‘ el camino de la nación. Aquí, la reconciliación consiste en reconocer que el fin
claramente justifica los medios. Hernán Vidal señala que, después de llegar al poder un gobierno
fascista, ―una parte de la población adquirirá la identidad de triunfadora y otra la de derrotada‖
(―Hacia un modelo‖ 27), y aunque en esta cita Urrutia Lacroix quiere ubicarse en una posición
neutral entre triunfadora y derrotada, si describe la dictadura y todas sus consecuencias como
―necesarias‖, su posición personal claramente carece de neutralidad y delata su identidad de
30
triunfador. Es, sin embargo, la referencia a ―una época de sacrificios‖ donde más se manifiesta
una verdad sutilmente ocultada por el cura verboso.
¿De qué sacrificios habla específicamente Urrutia Lacroix? Él es un crítico que escribe en
el diario más ideológicamente solidario del régimen, es un educador reconocido por el gobierno
como el único que tiene derecho a enseñar teorías socio-económicas prohibidas, es un poeta que
puede alabar su propia poesía bajo seudónimo, asiste a veladas culturales en las que los invitados
están a pocos metros de cámaras subterráneas donde se practica la tortura, y, más
significativamente, es un chileno capaz de seguir con su vida sin modificaciones mayores
después del golpe militar. En otras palabras, él no puede hablar de sacrificios personales, a
menos que haga referencia a martirios ajenos. Si durante una dictadura predomina ―un clima de
temor y amedrentamiento‖ donde ―la cotidianidad aparece como espacio y horarios
profundamente violados, mutilados y alterados‖ en los que reina la ―intimidación
indiscriminada‖ (Vidal, ―Hacia un modelo‖ 26), no contamos con evidencias de sufrimiento por
parte del cura-crítico. En lo que respecta a estas condiciones, Hernán Vidal precisa que ―para los
intelectuales opositores‖, el fascismo tinta la cotidianidad de un ―característico aspecto de
dislocación, mutilación y fragmentación‖ (―Hacia un modelo‖ 14). Por su parte, Urrutia Lacroix
sólo puede hablar de una ―cotidianidad‖ compartida con Farewell que ―se desarrollaba conforme
a esos parámetros anormales: en los sueños todo puede ocurrir y uno acepta que todo ocurra‖
(Nocturno de Chile 99). Aunque sea consciente de que ―todo puede ocurrir‖, él mismo admite
que su cotidianidad, en términos generales, lejos de padecer la mutilación y fragmentación de las
que habla Vidal, sigue intacta: ―Mi vida cotidiana, sin embargo, era de lo más tranquila‖ (101).
Yerra profundamente al postular la idea de los sacrificios como algo homogéneo para todos los
chilenos.
Otro comentario revelador concierne al tema del exilio, que emerge de la mente de
Urrutia Lacroix cuando menciona la inconveniencia del toque de queda para las reuniones
nocturnas típicas de los intelectuales. Asevera, de paso, que ―muchos amigos se habían marchado
del país por problemas a menudo más de índole personal que política‖ y que éste era un ―hecho
insoslayable‖ (énfasis añadido 124). Aquí el destierro se presenta como una libre elección por
parte del que prefiera dejar su país. En su defensa, es concebible que fuera así para los amigos
del sacerdote, pero aun así esto no justifica negarles consideración a los que no fueron
destinatarios de su amistad. Para muchos chilenos tachados de indeseables por el régimen, salir
31
del país no era un capricho; más bien se trató de sufrir las secuelas de renovaciones al sistema
jurídico que posibilitaban el ejercicio de la expatriación arbitraria y espontánea como un proceso
legal. Este exilio forzado y legalizado se patenta en estatutos como el Decreto Ley n. 81,
introducido el 6 de noviembre de 1973, cuya redacción y cumplimiento lo elabora Carlos
Huneeus:
In practice, the detainees were quickly put on a plane, without having the chance to
collect any personal effects. The constitution was also reformed to add a new justification
for a supreme decree stripping nationality, subject to the approval of the Council of
Ministers, with no recourse in the courts. (65)
También hay que añadir a los que, aunque no fueron expulsados explícitamente, tenían buenas
razones para ir a vivir a otros países donde la vida probablemente fuera a ser más agradable. En
total, alrededor de 200.000 chilenos46 salieron de su patria, ya fuera voluntariamente o por
expulsión, durante los años en que gobernaba Pinochet. Siendo ésta la única referencia en la
novela al éxodo chileno, la frase de Urrutia Lacroix nuevamente enfatiza una visión de la historia
donde elementos de alta relevancia se silencian para evitar que su presencia lo inculpe como
acusado frente al juez.
Quizá la más desesperada táctica es la que adopta el afiebrado protagonista cuando
ciertos elementos antiestéticos ya se han expuesto a plena luz dentro de su propio discurso. La
escena del hombre torturado, repasada tres veces por Urrutia Lacroix y otras tantas constatada
por amigos del cura, es un hecho que ya no podría tratar de acallar. No obstante, enfrentándose a
la pregunta de ―¿por qué nadie, en su momento, dijo nada?‖, se absuelve de toda culpa, alegando
ignorancia personal: ―Yo hubiera podido decir algo, pero [. . .] nada supe hasta que fue
demasiado tarde‖ (142). Su ignorancia en el caso específico es posiblemente viable, pero haberse
mantenido cabalmente no enterado de las detenciones muchas veces acompañadas de tortura de
46
Una cifra de 200.000 se encuentra en The State of the World's Refugees: Fifty Years of
Humanitarian Action, libro producido por The Office of the United Nations High Commissioner
for Refugees en 2000. El número específico se lo atribuye al texto Escape From Violence:
Conflict and the Refugee Crisis in the Developing World de Zolberg, et. al., libro publicado once
años más tarde en 1989. La cifra en Zolberg de hecho proviene de un estudio titulado
―International migration in the Southern Cone‖ realizado en 1985 por Jorge Balan en el Center
for Immigration Policy and Refugee Assistance en la Universidad de Georgetown. Por su parte,
Carlos Huneeus ofrece una cifra de 450.000 personas obligadas a abandonar Chile ya por
razones políticas o económicas (4). Los cálculos son muchos y a veces muy variados; con razón
el libro del UNHCR declara que ―[t]here are no precise figures‖ (127).
32
las más de 28.000 víctimas del régimen hubiera requerido del sacerdote un esfuerzo más que
especial. Con esto en mente, cobra relevancia el significado exacto de la expresión ―demasiado
tarde‖. ¿Quiere decir demasiado tarde para salvar al torturado en la casa de María Canales o más
bien habrá sido demasiado tarde para salvarse a sí mismo? El cura-crítico no se atreve a elucidar
este tema.
En cuanto al deseo ya aludido de mantenerse bajo luz inofensiva, vale indicar que Urrutia
Lacroix a veces salpica su diálogo de aclaraciones que tienen el expreso propósito de mostrarlo
como un actor políticamente correcto. Él reconoce que, en la corte de la opinión pública chilena
del año 2000, solidarizarse con los elementos más conservadores del país ya no se asocia con el
prestigio que antes pudiera haber representado. Atento a los gustos contemporáneos, hace cierto
esfuerzo para guardar las apariencias y distanciarse tanto de ciertos partidos políticos de derecha
como de cierta percepción popular del Opus Dei. Declara que él no es ―un nacionalista
exacerbado‖ y que siente sencillamente ―un amor auténtico por‖ su país (96). Un ―nacionalista
exacerbado‖ se relacionaría inmediatamente con la derecha golpista cuyo máximo representante,
el General Pinochet, recién pasó 504 días bajo arresto en Inglaterra y, recordemos, fue declarado
mentalmente incompetente para cualquier juicio en su contra al volver de Gran Bretaña
(Kornbluh xi). Puesto que el gobierno autoritario cuya ideología anteriormente le había
proporcionado tantos beneficios ya se halla en decadencia hegemónica, Urrutia Lacroix sabe que
ahora le conviene cierto alejamiento mesurado. Como precedente histórico podemos citar la
reacción inicial y posterior de Joaquín Lavín al mismo fenómeno del episodio inglés. Se
recordará que el candidato de derecha a la presidencia chilena en 1999 viajó a Londres para
demostrar su solidaridad con el general detenido al principio, aunque, más tarde, dejó de
apoyarlo públicamente por cuestiones políticas dado que sería necesario ―capture votes in the
center‖ (C. Huneeus 457). La palabra nacionalista habrá quedado manchada de una mala
connotación y Urrutia Lacroix lo sabe, optando por reemplazarla con la afirmación de su inocuo
y loable amor auténtico por la nación.
Una práctica muy parecida se puede apreciar, dependiendo del punto de vista del lector,
en la escena en que el cura-crítico aventura que fue ―probablemente el miembro del Opus Dei
más liberal de la república‖ (70). La frase tiene varias lecturas, pues ―liberal‖ puede entenderse
de diversas formas en el contexto chileno. Por un lado, el Partido Liberal (de legítima alcurnia
decimonónica en la historia política chilena) era el mismo que se fusionó con el Partido
33
Conservador para formar el Partido Nacional: la organización política de derecha que lanzó la
candidatura de un Jorge Alessandri que fue vencido precariamente por Allende en las elecciones
presidenciales de 1970. Entonces, políticamente, la palabra ―liberal‖ podría asociarse a una
tradición ubicada en la frontera entre derecha y centro-izquierda. Al invocar este adjetivo a la vez
que explica que es miembro del Opus Dei, nuevamente los puntos de referencia del lector
determinarán el significado de dicha afiliación. Sin embargo, señalamos que es probable que
Bolaño conscientemente nos haya dejado una frase cuya capacidad oximorónica hará que a
muchos lectores les parezca más bien ridícula tal aseveración.
Si con estos distanciamientos personales de la derecha quiere alegar cierta inocencia,
Urrutia Lacroix también recurre a la técnica de proclamarse un hombre esencialmente neutral,
ciego e indiferente frente a la afiliación partidaria de quienes lo rodearan. Por si no bastaran las
tácticas ya explayadas, le resulta importante pretender demostrarse libre de prejuicio político.
Evidencia que ―siempre estaba interesado por el trabajo de los jóvenes, tuvieran la orientación
política que tuvieran‖ (127). Lo que suena a una armoniosa ecuanimidad política en realidad sólo
se limita a un interés en la producción literaria de estos jóvenes, ni más ni menos. Anteriormente
en la novela, y como prueba contra esta neutralidad alegada, Urrutia Lacroix pretende exculparse
al señalar el haber hecho favores a algunos miembros de una orientación explícita que
probablemente más razón tuviera para despreciar: ―...hasta los poetas del partido comunista
chileno se morían por que escribiera alguna cosa amable de sus versos. Y yo escribí cosas
amables de sus versos‖ (70). Como defensa personal, la frase fracasa ya que establece, por un
lado, que había mucho antagonismo entre él y el partido comunista y, por otro, que él claramente
se encontraba en una posición de mucho poder e influencia. Recordemos que Ignacio Valente era
―la única vitrina estable de la crítica periodística‖, cuya consecuencia era la de que ―todos los
escritores le solicitan que comente sus libros‖ (Cánovas 172-73). De Valente también
mencionamos que, después del ―reconocimiento de que la sociedad chilena cambió después del 5
de octubre de 1988‖, éste demuestra una ―predilección por la literatura escrita por disidentes
(eufemismo para <<marxistas>>), lo cual revela un espíritu pragmático‖ (Cánovas 173). Que las
―cosas amables‖ con que pretende mostrar su magnanimidad se escribieran antes, durante o
después de la dictadura, Nocturno de Chile no lo confirma. Su pragmatismo, sin embargo, parece
transcender lo temporal.
34
Frente a tanto intento de modificar su realidad a través de una retórica ambigua, sólo una
exploración de la naturaleza subyacente y privada de Urrutia Lacroix, recreada y constatada
mayoritariamente a base de (re)acciones concretas que él relata, nos puede aportar una idea
nítida de cómo es, realmente, este personaje. Ya hemos establecido cierta brecha entre Urrutia
Lacroix y otros elementos de tendencia izquierdista, en particular en su disgusto con la inminente
victoria de Allende, pero es relevante notar que esta actitud proviene, específicamente, de una
ideología claramente antimarxista. Aunque cavila (perceptiblemente) cuando se pregunta ―¿Es el
marxismo un humanismo? ¿Es una teoría demoníaca?‖ (113), la postura, tanto la de Urrutia
Lacroix como la de Ibáñez Langlois, está bien documentada. En la conversación en que Odeim
(miedO) y Oido (odiO) le proponen las clases de marxismo, el cura-crítico hace un comentario
clave al nerviosamente (este adverbio lo comentaremos) admitir que tiene algún libro, ―pero sólo
para consultas, para fundamentar algún trabajo filosófico tendente a negar, precisamente, el
marxismo‖ (énfasis añadido 103-04). Esto no lo dice exclusivamente por el miedo que le causan
los interrogantes, ya que el trabajo real de José Miguel Ibáñez Langlois recibe la siguiente nota
aclaratoria del propio autor:
En cuanto al propio Marxismo, en 1973 [. . .] me di a la tarea de una revisión completa –
casi completa– de la obra de Marx, y entregué a las prensas mi libro El marxismo: visión
crítica, destinado al debate filosófico -no político- con las cabezas pensantes del
marxismo criollo. El 11 de septiembre sorprendió al libro en la imprenta, y cuando
apareció -días después- el tema había perdido toda actualidad en el país. La tenía, en
cambio, y considerable, en España y otros países de habla castellana. (Ibáñez Langlois 9)
Más críticas del marxismo suyas se hallan en el texto Teología de la liberación y lucha de clases,
donde esta teoría se retrata como una ―fuerza mística espuria‖ que ―no tiene respuesta alguna
para el interrogante de la muerte‖ (107). Más allá de su visión crítica del marxismo y el
movimiento en torno a la teología de la liberación, una cita proveniente de la introducción del
mismo libro tiene muchísima resonancia en uno de los debates centrales en el corazón de
Nocturno de Chile. Frente a la insinuación de que él haya prestado ―ayuda intelectual a un
anticomunismo virulento y físico en [su] patria‖ (énfasis original 10), se explica de la siguiente
manera:
No he elegido yo el tiempo ni el lugar donde se ha desarrollado la teología de la
liberación [. . .] El lugar de esta polémica es toda América Latina [...] No puedo
35
detenerme en contemplaciones locales a la hora de emprender un estudio de conjunto de
esta nueva teología...‖ (Ibáñez Langlois 10)
En Nocturno de Chile, quince años más tarde, sí se detiene.
Otro aspecto de relevancia particular está relacionado con su interacción, a nivel general,
con variados sectores de la sociedad chilena. Vemos aquí un patrón que traiciona ciertos
prejuicios y preferencias que influenciarán mucho en la conducta de Urrutia Lacroix durante el
curso de su vida. Algunos de los primeros episodios contados se centran en su viaje inaugural al
fundo de Farewell. Muchas de las experiencias que el cura-crítico vive allí en el campo servirán
para orientarnos mejor. Poco antes de llegar a Là-bas, lo viene a recoger un hombre que Urrutia
Lacroix tilda de inmediato de ―campesino‖. Este aldeano comete un error que es, según el
narrador, digno de recordar: ―No sólo pronunció mal mi segundo apellido sino también el
primero‖ (18). Siendo hombre de letras, es quizá natural que se fije en las transgresiones
lingüísticas de la gente, tal como hace cuando miedO le informa que el proyecto secreto que le
ofrecerán requiere ―discresión superabsoluta, discresión y reserva extraordinariamente absoluta‖
(103). Pareciera, sin embargo, que el fijarse en la destreza oratoria del conductor que lo lleva a
casa de Farewell no proviene simplemente de sus años de estudio de la lengua de Cervantes
(entre otras). La misma fijación vuelve a manifestarse cuando, al escucharle a una campesina
utilizar el verbo ―convoyar‖, sufre Urrutia Lacroix una reacción visceral: ―el verbo convoyar,
dicho por tales labios, me provocó una hilaridad que recorrió todo mi cuerpo [. . .] me estremecí
de risa, tuve escalofríos de risa‖ (33). La percepción repentina de esta supuesta incongruencia
que causa tanta gracia implica una jerarquía sociocultural bien definida en la mente del que se
mofa; una jerarquía que no sólo habrá alterado, muy negativamente, la imagen que él tiene de
cierta gente, sino que también lo distanciará de esa gente, limitándole así la posibilidad de
acercarse y llegarla a conocer.47
47
Tomado en cuenta el precepto de la Teología de la liberación de avecinarse y andar con los
pobres, vemos en Urrutia Lacroix a un sacerdote manifiestamente incapaz de cumplir con una
política que trasciende clases socioeconómicas. Una postura en armonía con esta incapacidad se
lee en el libro, ya comentado, Teología de la liberación y lucha de clases de Ibáñez Langlois. En
éste el autor rechaza contundentemente la idea de que Jesucristo era, cómo insinuaban algunos
proponentes de la teología de la liberación, un revolucionario político comprometido con una
lucha de clases (189-197). Opta por añadir a su tratado del tema la interpretación burlona de
Maurice Clavel quien aseveró que los teólogos de la liberación pretendían convertir a Cristo en
―el Juan Bautista de Karl Marx‖ (cit. en Ibáñez Langlois 191).
36
Junto a esta arraigada percepción negativa, junto al distanciamiento y la resultante
incompatibilidad e incomodidad que le causa en ciertos momentos, abundan las experiencias
desagradables que tiene el cura-crítico en los alrededores campestres de Là-bas. Al contemplar la
cara de uno de los peones, él se siente incapaz de entender a su compatriota: ―Recuerdo que bebí
su rostro hasta la última gota intentando dilucidar el carácter, la psicología de semejante
individuo‖ (33). Esta incomprensión puede servir para demostrar que Urrutia Lacroix y/o la
burguesía están totalmente desconectados de la realidad proletaria. Esta desconexión reafirma en
el crítico-poeta una suerte de clasismo-elitismo que se reitera en una serie de reacciones
crudamente negativas al contacto que tiene con los que viven alrededor del refugio de Farewell:
cuando una campesina vieja le besa las manos, siente ―miedo y asco‖ (20); cuando contempla al
niño de ―la ristra de mocos‖, se le producen ―unas náuseas inmensas‖ (29). La repulsión que
experimenta rápidamente se convierte en una visión general perniciosa de estos seres humildes:
―Lo único que queda de él en mi memoria [...] es el recuerdo de su fealdad. Era feo [...] En
realidad, todos eran feos. Las campesinas eran feas y sus palabras incoherentes‖ (33). Fruto de
un excesivo encierro dentro de la sociedad burguesa, la marcada dicotomía social que se intuye
en estos encuentros no sólo ayuda a explicar la visión sesgada del proletariado y de la sociedad
chilenos que forma Urrutia Lacroix,48 sino que también alude a un ciclo vicioso de aislamiento.
Frente al malestar general que le ocasiona su breve incursión entre el proletariado, es lógico que
el padre luego se empeñe en mantenerse alejado de ello. Un deseo paralelo se percata en su
reacción al asalto en que les entrega a ―dos maleantes‖ su billetera: ―A partir de ese día [. . .] mis
paseos cambiaron de ruta. Elegí barrios menos peligrosos‖ (73), así evitando, categóricamente,
más contacto con lo desagradable.
De arriba a Allá abajo
Si en su incompatibilidad con la clase baja y marginal el personaje de Sebastián Urrutia
Lacroix se identifica con sectores de la sociedad poderosos y opulentos, constatar esta
identificación a la inversa, o sea, por medio de ejemplos que demuestren su compatibilidad con
la clase alta, nos parece algo superfluo a estas alturas, puesto que ya creemos haber demostrado
48
Un ejemplo perfecto está en la penúltima página de la novela donde él se topa ―con
campesinos que hablan en otra lengua‖ para preguntarles sobre ―cosas del campo.‖ Su
desorientación se vuelve patente en su respuesta: ―Ellos me dicen que no trabajan en el campo.
Me dicen que son obreros, de Santiago o de las afueras de Santiago, y que nunca han trabajado
en el campo. ¿Tiene esto solución?‖ (149).
37
que Urrutia Lacroix es un hombre de vida acomodada que se encuentra entre amigos en el seno
de la burguesía intelectual. Dándola por sentada, pasemos a ver cómo esta identificación con la
élite, en particular la intelectual, en conjunto con su visión particular de la sociedad, le da dos
rasgos claves que a nuestro juicio captan la esencia del cura-crítico. Al mismo tiempo,
considerados en conjunto con lo ya explayado, estos atributos se prestan para formar un concepto
de lo que realmente está detrás de su perdición. El primer rasgo que consideraremos
posiblemente ya se habrá presagiado: un fuerte sentimiento de superioridad. El segundo,
relacionado íntimamente con el primero, tampoco debe sorprender: una tendencia al
enclaustramiento en un mundo intelectual literario en las antípodas del compromiso que Gramsci
reclama al intelectual orgánico, hasta el punto de perder contacto con la humanidad que existe
fuera de esa realidad.
En lo que respecta a esta superioridad personal, podemos citar nuevamente el simple
hecho de que ocupe un cupo prestigioso entre los pudientes y, en particular, sus opiniones sobre
el proletariado arriba citadas. En estas valoraciones, sin embargo, hay que reconocer que el
desprecio que Urrutia Lacroix comunica en sus comentarios hacia el proletariado está también
presente cuando se encuentra, acompañando de miedO en el café Haití, frente a ―vicegerentes,
vicedelegados, viceadministradores, vicedirectores‖ y ―vicesecretarios‖ (76-77), representantes
de lo que sería la pequeña burguesía chilena. Mentalmente declara que los ―cerdos también
sufren‖ y aunque se arrepiente de tal pensamiento en seguida, sigue tildando a los clientes de
―cerdos‖ mientras observa que sus palabras se caracterizan por contener ―la chatura y la
desesperación infinita de [sus] compatriotas‖ (77-78). De hecho, el menosprecio del cura-crítico
llega a aplicarse, salvo en el caso de una minoría muy reducida (se ubica él dentro de ésta), a
todo el país de Chile: ―En este país dejado de la mano de Dios sólo unos pocos somos realmente
cultos. El resto no sabe nada‖ (énfasis añadido 126).49 Con esta afirmación se coloca entre los
49
El eco de esta afirmación (¿o la original?) se halla en algunas palabras de Farewell acerca del
escenario literario chileno, articuladas cuando el crítico recién conoce a Urrutia Lacroix: ―En este
país de bárbaros, dijo, ese camino no es de rosas. En este país de dueños de fundo, dijo, la
literatura es una rareza y carece de mérito el saber leer‖ (Nocturno de Chile 14). Este concepto
que propugnan los dos literatos tiene en sí otra resonancia con lo que Pierre Bourdieu, al hablar
del ―gusto de las clases populares‖, señala como el fenómeno que Kant describió como ―gusto
bárbaro‖ (cit. en Bourdieu 71). Delata, a su vez, una actitud que pierde de vista el hecho de que
las diferencias culturales aquí referidas no son desigualdades ni ―naturales‖ ni ―de dones‖ sino
―las desigualdades socialmente condicionadas de las competencias culturales‖ (Bourdieu 88).
38
muy privilegiados, unos pocos seres superiores rodeados de masas de inferiores. Esta actitud de
primacía propia, como se demostrará a continuación, tiene, por un lado, lo que parece ser una
conexión primordial con algunos de los preceptos claves de la filosofía social del Opus Dei y,
por otro, fuerte resonancia con algunas de las metáforas básicas que se utilizan en la Declaración
de Principios del Gobierno de Chile, documento publicado por la Junta por primera vez a
exactamente seis meses del golpe de estado chileno: el 11 de marzo de 1974.
Empecemos con el tema de la filosofía de ―la Obra‖. En La Iglesia y la Junta Militar de
Chile (Documentos), tras comentar ―las críticas literarias dominicales del P. Ibáñez Langlois‖ en
El Mercurio y el hecho de que ―el Opus Dei controla la página religiosa dominical‖ del mismo
periódico, los editores arguyen que el Opus Dei y El Mercurio formaron una ―alianza‖
ideológica ―importantísima‖ después del golpe militar. Este matrimonio era lógico ya que ―el
Opus Dei legitima religiosamente una organización social vertical y jerárquica‖ (énfasis añadido
23). Tal organización era la misma propuesta por el gobierno militar y sus prosélitos. La lógica
detrás de la justificación de esta estructura la explican los editores de la siguiente manera:
Para la ―teología política‖ del Opus Dei, los males del Occidente ―cristiano‖ no se ubican
en el siglo pasado con el surgimiento del marxismo. El mal comenzó con la Revolución
Francesa y los movimientos que culminaron en las democracias burguesas: las elecciones
y el voto popular que legitimaba la autoridad, etc. Aquí está la raíz de los extravíos: la
gente elige sin saber nada; no tienen suficiente cultura ni información para decidir. Más
aún en una época altamente técnica, las decisiones son tarea de especialistas y no pueden
ser objeto de elecciones populares. (énfasis añadido 24)
Esta perspectiva, en la cual solamente una élite privilegiada tiene el derecho a regir sobre una
sociedad vertical jerarquizada, es básicamente parafraseada en las actitudes manifestadas por
Urrutia Lacroix a través de la novela. De hecho, casi se nos es presentada palabra por palabra
en su aserto de que es uno de ―los pocos cultos‖ en el medio de un ―resto‖ que ―no sabe nada‖
(126). Más allá de esta ideología y sus implicaciones, existen pruebas que demuestran que el
Opus Dei no sólo apoyaba al gobierno de Pinochet, sino que llegó a defender los métodos
empleados por éste para consolidar su poder: en una visita al país en 1974, José María Escrivá de
Balaguer, el fundador del Opus Dei, calificó de ―hijos desleales de la Iglesia‖ a los católicos que
protestaban las acciones represivas de la Junta (cit. en Fernández 153). Más condenatoria es la
apología que hace del derramamiento de sangre sobre tierra chilena: ―Yo os digo que aquella
39
sangre es necesaria‖ (énfasis añadido, cit. en Fernández 153). Cabe detenernos aquí para advertir
la clara resonancia que esta frase tiene al contrastarla con la que escoge Urrutia Lacroix para
intentar justificar, varias veces, su colaboración con las clases del marxismo: ―Necesaria,
necesaria, necesaria, dije‖ (119). Por lo tanto, fuese o no el ―más liberal‖ del Opus Dei, y sin
importar la veracidad de su afirmación de que ―[t]odos en Chile lo sabían‖ (70-71), que el curacrítico no tenga reparos en reafirmar que es miembro del Opus Dei sólo puede confirmar su
solidaridad con la escuela de pensamiento aquí resumida, y, por extensión, con el régimen militar
que armonizaba con ella.
Aunque podríamos explorar las superposiciones ideológicas que unen el Opus Dei y la
Junta en esa armonización, destacando, por ejemplo, que, en cuanto a lo económico, ambas
estructuras defienden agresivamente el concepto de la propiedad privada, 50 nuestro propósito no
nos exige una comparación así de detallada. En verdad, nos bastará considerar el hecho de que
hay también en la organización de la sociedad chilena propuesta por el régimen militar (una
propuesta sintetizada en su Declaración de Principios) una resonancia obvia con algunas de las
actitudes comunicadas por el personaje de Urrutia Lacroix. Recordemos que tal resonancia sirve
para confirmar que la superioridad personal que se adscribía el cura-crítico jugó un rol decidido
en su asociación con ese gobierno. A nivel básico, podemos referirnos nuevamente a la frase en
que el Padre Urrutia afirma que, frente a él y sus semejantes, los demás no saben ―nada‖, así
como también a esa ―sociedad tecnificada‖ reclamada por la Junta en su Declaración. Dentro de
aquella sociedad, la Junta quiere que ―la palabra de los que saben prevalezca por sobre las
consignas‖ (énfasis añadido). Se insinúa de nuevo una sociedad vertical y jerarquizada pero,
como ahora veremos, este documento va más allá de una simple insinuación.
En 1979, Hernán Vidal, al someter la Declaración de principios a ―una lectura literaria‖
(270), descubre que en ella ―los líderes de las fuerzas armadas chilenas‖ son exaltados ―como
seres en que se conjugan la sabiduría divina y la humana‖, otorgándose ―a sí mismos la
capacidad profética de interpretar genuinamente la voluntad de Dios‖ (273). Las referencias a un
50
El Opus Dei describe la propiedad privada como ―un derecho‖ (Iglesia y la Junta 24) y la
Junta hace lo mismo en el quinto de los nueve puntos que comprende su Declaración de
Principios. Por su parte, J. M. Ibáñez Langlois, en su Teología de la liberación y lucha de clases,
coincide con ―la encíclica Laborem exercens‖ (121) en que Ioannes Paulus PP. II también la
califica de derecho. En Nocturno de Chile es Farewell quien es más afectado por el debate, ya
que pierde y después vuelve a poseer su fundo en el sur.
40
santo conocimiento obviamente presentan a los de la Junta como directores espirituales. De
hecho, Vidal comenta la creación de una identidad de ―sacerdote-tecnócrata‖ que sintetiza una de
las metáforas principales de un documento que es, en palabras del investigador y crítico chileno,
―el relato testimonial de seres superiores que atestiguan la caída y regeneración de un sector de la
humanidad‖ (273). Si en los de la Junta militar tenemos ‗sacerdotes-tecnócratas‘, en la identidad
de ‗cura-crítico‘ de Urrutia Lacroix no hay sino una figura análoga. En ambos casos hay un claro
énfasis en la superioridad de ciertos individuos dotados de una sabiduría especial (ya sea divina o
humana). Esta convicción de superioridad personal que emana de Urrutia Lacroix y apoya la
formación de una sociedad vertical y jerarquizada es, como demostramos, compartida por los
miembros de la Junta y la organización del Opus Dei. En esta fe en su propia supremacía, por
consiguiente, vemos un lazo ideológico más que ubicaría a Urrutia Lacroix entre los ‗sacerdotes‘
del fascismo que colaborarían para mantener a los demás seres ‗superiores‘ de la dictadura en
una posición de poder absoluto por casi 20 años.
Además de haberse convencido de la inferioridad de las masas, indicamos anteriormente
que en el personaje del cura-crítico se puede comprobar una propensión a distanciarse no sólo de
aquellos compatriotas inferiores desagradables, sino en cierta manera del mundo real y tangible
por medio de una inmersión en un mundo intelectual más abstracto. A medida que se comprueba
esta tendencia, demostraremos no sólo cómo ésta permite que el padre Sebastián y algunos otros
empiecen a perder contacto con sus conciudadanos, lo cual conlleva consecuencias serias y
reales a nivel humano, sino cómo ella sirve para reafirmar la complicidad entre Urrutia Lacroix y
el régimen militar. Resultará imprescindible reconocer que en la tendencia demostrada por el
personaje del Padre Urrutia hay indicación de que ésta no se trata de un proceso automático
llevado a cabo inconscientemente, sino que es algo hecho totalmente a propósito. Es más, aunque
se pudiera entender como algo fuera de su control, o tal vez como un gaje de su oficio o acaso
una consecuencia quijotesca lamentable de un hombre que ―se enfrascó tanto en su lectura...que
vino a perder el juicio‖ (de Cervantes 29-30) o al menos la perspectiva, esto no cambiaría ni los
hechos ni nuestras conclusiones. Finalmente, estimamos importante tener en mente que la crítica
que hacemos aquí se centra en torno a un caso concreto y particular y, como tal, advertimos que
su vigencia caduca fuera de este contexto.
Empecemos con una exploración del episodio desarrollado en casa de don Salvador
Reyes en que el anfitrión cuenta de su relación con Ernst Jünger y un pintor guatemalteco
41
durante la ocupación alemana de la capital francesa de 1940 a 1944. Don Salvador, escritordiplomático chileno cosmopolita, y Jünger, un capitán del Wehrmacht cuyo talento filológico lo
ha convertido en una celebridad dentro de los círculos de alta cultura de la época, contrastan
sobremanera con el tercer actor, el anónimo artista centroamericano silencioso y famélico que se
dedica a consumirse contemplando la Ciudad Luz desde la ventanilla de su buhardilla. Las
escenas donde están presentes estos tres personajes están cargadas de simbolismo, pero nos
limitaremos a algunos aspectos específicos que, entendidos en conjunto como una suerte de
alegoría, presagiarán algunos comportamientos problemáticos perceptibles en la novela en los
personajes de Farewell y Urrutia Lacroix simultánea y posteriormente.
Primero, cabe apuntar hacia el momento en que don Salvador, a solas con el pintor silente
en su desván, de repente siente, al observar finalmente con un poco de detenimiento al enteco
perdido en su vigilancia del paisaje de París, que pasa ―por su alma [. . .] la sombra de un
escalofrío‖ acompañada de un ―deseo inmediato de cerrar los ojos‖ (43). Estas sensaciones
incómodas, provocadas por algo que no se llega a precisar, dan a entender que hay en el
personaje raquítico algo que el diplomático, aunque no logre identificarlo, preferiría eludir.
Surgen otra vez estos sentimientos dentro del funcionario, cuando se habla del cuadro
denominado Paisaje de Ciudad de México una hora antes del amanecer. Aquí don Salvador se
desentiende brevemente del discurso del alemán célebre sobre el cuadro y el sonido de los
colicolis para vislumbrar lo que se describe como ―una parte de la verdad‖ (énfasis añadido 47).
Esta será no sólo la verdad de la situación parisién y la de la comprensión lúcida del
guatemalteco de su propia derrota, como se nos narra, sino una verdad oscura; una verdad que
muy poco tendrá que ver con las interpretaciones teóricas hechas por el diplomático y el alemán
de la obra del pintor desnutrido. Esta verdad hace que al diplomático chileno ―se le pusiera la
carne de gallina‖ (―como dice el vulgo‖, especifica Urrutia Lacroix), otra experiencia
desagradable que pretende esquivar don Salvador con una bocanada de coñac y un retorno
inmediato al refugio de ―las palabras del alemán que durante todo ese rato había estado hablando
solo‖ (48). A lo que se refiere con la palabra verdad no se elabora en esta sección tampoco, pero
queda claro que tanto a Jünger como a Reyes les pasa desapercibido algo poderoso e importante.
Más allá de las sensaciones molestas que experimenta don Salvador en las dos
situaciones arriba citadas, otro comportamiento discutible por parte de los dos literatos merece
ser señalado. Las condiciones patéticas en que se encuentra el pintor gastado son advertidas por
42
los dos prosistas que lo visitan: Jünger comenta que el guatemalteco parece ―estar sufriendo una
anemia aguda‖ y que debe de comer (45), y el chileno, por su parte, suele traer el alimento que
sobra en la embajada al desván del pintor. No obstante la diagnosis y los obsequios vitales, la
preocupación verdadera por el bienestar del centroamericano parece estar ubicada en un segundo
plano relativo a la preocupación (¿más verdadera?) de los dos escritores por el arte. De cierto
modo, no se interesan demasiado en la realidad humana de la buhardilla y, aunque estén
conscientes de ella, hay otros temas más dignos de su atención, como la pintura del alemán
Durero. Es revelador que su conversación verse sobre el creador de Melencholia I antes de tocar
el tema del melancólico de carne y hueso en cuyo altillo se encuentran. A modo de enfatizar
dicha ironía, tarda bastante don Salvador en darse cuenta ―de que desde que había llegado no
había cruzado ni una sola palabra con el anfitrión‖ (44). Durante el resto del tiempo compartido
entre los tres, el trato con el pintor se limita a algunas preguntas correspondientes a la
reproducción de la Ciudad de México y la entrega de una ración de coñac; durante el resto de una
conversación que dura toda la tarde, para los dos escritores ―ajenos y lejanos al ajetreo y a las
intromisiones‖ que rodea el desván (46), el guatemalteco no tiene ninguna relevancia.
Antes de pasar a comentar algunas de las conexiones entre lo que narra Reyes y las
acciones de los personajes principales, falta simplemente señalar la reiteración del subsecuente
encuentro entre Jünger y Reyes; un coloquio íntimo cuyas semejanzas y divergencias con el
inicial revela más sobre las vidas y prioridades de ambos:
Y poco después Ernst Jünger fue a cenar a casa de Salvador Reyes y esta vez los coñacs
fueron vertidos en copas de coñac y se habló de literatura sentados en cómodos sillones y
la cena fue, digamos, equilibrada, tal como debe ser una cena en París, tanto en el aspecto
gastronómico como intelectual... (49)
Que las descripciones de estas tertulias europeas aporten ejemplos de una existencia vivida por la
élite en la cual prima lo estético frente a lo demás (ético) cobra mucha más relevancia al señalar
que lo mismo se puede advertir en el comportamiento de los personajes de Farewell y Urrutia
Lacroix en varias escenas del libro, incluso en la mismísima casa de don Salvador. Cuando se
habla del guatemalteco escuálido, el tema de su decaimiento insta al narrador (Urrutia Lacroix) a
hacer un par de comentarios sobre ―lo que entonces algunos facultativos llamaban melancolía y
hoy se llama anorexia‖ (41). El cura-crítico recuerda que uno de los partícipes, o don Salvador o
Farewell, invocó la Anatomía de la melancolía de Robert Burton para añadir juste a la discusión
43
sobre la enfermedad. El texto, cuya primera edición fue publicada en 1621, a pesar de tener gran
valor literario e histórico, cuenta con teorías acerca de esta enfermedad que, casi cuatro siglos
después y en un contexto médico contemporáneo, sólo parecerían anacrónicas. 51 Para resumir
este punto, en compañía de un melancólico a principios de los años cuarenta del siglo XX,
Jünger y don Salvador se ponen a discutir sobre un pintor alemán del siglo XVI; por su parte, al
contemplar al mismo guatemalteco tanto a mediados del siglo XX (o don Salvador o Farewell)
como durante el primer año del siglo XXI (el Padre Sebastián), se recuerda el libro de un inglés
que vivió en el siglo XVII.
Aunque de por sí no hay nada imprudente en poder rastrear el desarrollo de la medicina o
el arte a través de las centurias, la manera en que esta habilidad se emplea aquí sugiere,
nuevamente, cierta desconexión con el mundo y la realidad humana inmediatos. En el caso del
padre-poeta y la cuestión de la melancolía, podemos referirnos al error que comete al aseverar,
en el año 2000, que la anorexia de la cual sufría el guatemalteco es de hecho ―una enfermedad
que padecen mayoritariamente las jovencitas, las lolitas que el viento espejeante lleva y trae por
las calles imaginarias de Santiago‖ (41). Proponer que la melancolía del centroamericano,
entendida como la describe Burton en 1621 o no, es la misma aflicción que actualmente aguanta
cierto sector adolescente, joven y femenino de la capital chilena es un claro desacierto. El
término anorexia a secas, como informa el Diagnostic and Statistical Manual of Mental
Disorders publicado por la American Psychiatric Association (ésta fundada a 223 años de la
publicación del libro de Burton) ―is a misnomer because loss of appetite is rare‖ y por eso
enfatiza, en un contexto formal, el nombre de Anorexia nervosa (539).52 Nos orienta este manual
respecto a las causas más típicas de este trastorno alimenticio, siendo éstas mayoritariamente
relacionadas con una excesiva preocupación por la apariencia corporal que se convierte en un
miedo intenso de aumentar de peso (540). En cuanto al centroamericano, es muy poco probable
51
Se presenta la melancolía como ―a common infirmitie of Body and Soule . . . that hath as much
need of Spirituall as a Corporall cure‖, a la vez que hace hincapié en la importancia de lo
espiritual en la medicina. El máximo ejemplo del médico espiritual, claro está, se halla en
Jesucristo (cit. en Lund 669).
52
Utilizamos aquí la 4ª edición del Manual, editada en 1994, puesto que ésta fue la última en
publicarse antes del soliloquio de Sebastián Urrutia Lacroix.
44
que su inanición provenga de un miedo a la corpulencia, pues, según lo escrito, más admisible es
sugerir que el responsable se asocie con un trastorno de estado de ánimo. 53
Urrutia Lacroix, desde luego, no es psiquiatra ni psicólogo, y no sería justo ni lógico
recriminarle un par de equivocaciones terminológicas menores. Esperar que sepa diferenciar
entre el caso del pintor desolado y los de las lolitas santiaguinas,54 sin embargo, no es pedir
demasiado de un hombre tan versado. Sus oficios, tanto el literario como el religioso, habrán
jugado roles en las conclusiones a las que llega acerca de esta clase de males, aunque es lícito
usar la indistinción por medio de la cual equipara dos circunstancias tan dispares para demostrar
que la interpretación de una realidad dada puede ser distorsionada, hasta errónea si las
herramientas utilizadas no son apropiadas dentro del contexto correspondiente. El prisma por el
cual analiza esta melancolía el padre-poeta, de alta potencia y forjado laboriosamente por un
marfil literario, teológico, teórico y abstracto, resulta sobrar y termina por despistarle. La
distorsión en este caso, sin embargo, es de poca consecuencia dado que el cura-crítico sufre su
propio contacto directo con una variante del morbus melancholicus, gracias a una causa que no
figuraría en ningún tratado, médico o de otro tipo: ―esta bilis negra [. . .] hoy me corroe y me
hace flojo y me pone al borde de las lágrimas al escuchar las palabras del joven envejecido‖ (41).
En resumidas cuentas, la aptitud intelectual de Urrutia Lacroix es indiscutiblemente hábil
y avanzada. Dentro de la novela, él y Farewell se distinguen por tener memorias enciclopédicas
que les proporcionan la capacidad de evocar todo tipo y clase de dato. Esta destreza no es, por
cierto, cuestionable, ni mucho menos. Al contrario, la agilidad mental, en combinación con los
frutos de años de erudición meticulosa, es un claro requisito para los trabajos que realizan. No
obstante, existe la posibilidad de que entre tanto libro se pierda de vista el bosque entero. Tal
desconexión se puede volver no sólo más seria sino más factible también si los eruditos en
cuestión optan por una actitud y estilo de vida que se presta a aislarlos más dentro de su propio
53
Los síntomas más observables en el pintor son la inapetencia y el bajo peso marcados, un
desinterés hacia prácticamente todo y un temperamento que sería difícil de no caracterizar como
depresivo. Los tres se encuentran entre los distintivos de un Major Depressive Episode según el
manual de la APA (327).
54
El empleo de la palabra lolita merece ser destacado por delatar, nuevamente, la indiferencia (si
no desprecio, en este caso) que siente el padre Urrutia frente a gente que está, por lo inferido,
sufriendo de trastornos mentales de variada índole. La carga sexual de la palabra, dentro y fuera
del contexto de la novela homónima de Nabakov, tampoco se nos escapa, aunque nos
abstenemos de examinarlo en el presente trabajo.
45
ambiente, inconscientes de realidades cercanas. Un ejemplo sublime de este ensimismamiento (al
cual estamos obligados a añadir el de la lectura voraz de los griegos durante los comienzos de la
década de los setenta por parte de Urrutia Lacroix, el de Salvador Reyes y Ernst Jünger estando
―ajenos y lejanos‖ en París durante su tertulia y, hasta cierto punto, las infames tertulias en casa
de María Canales) proviene no de Nocturno de Chile, sino del homónimo del fundo de Farewell:
Là-bas.
Aunque el crítico de El Mercurio sólo logra recordar con exactitud que el fundo de
Farewell ―se llamaba como uno de los libros de Huysmans‖ (15), de los tres títulos conjurados (À
rebours, L'oblat y Là-Bas), el de Là-bas se acepta como el correcto. En esta novela, publicada en
1891, un aspecto en particular del protagonista, Durtal, tiene una resonancia sorprendente con
algunas de las anécdotas y conductas que presenciamos en Nocturno de Chile. Para empezar, de
Durtal, cuyo oficio es la literatura, se puede decir que el mundo en que vive no le resulta
demasiado llamativo. Fastidiado con una sociedad absorta en ―el ignominioso espectáculo de
aquel fin de siglo‖ (Huysmans 12) que le rodea,55 se obsesiona con el misticismo, la astrología y
la alquimia de la Edad Media y, en particular, con el noble francés Gilles de Rais del siglo XV,
una figura histórica decididamente siniestra cuyos crímenes y fascinación con lo satánico son
inquietantes. Sin embargo, no es en estos temas polémicos donde nos centraremos, sino en un
breve comentario hecho por el protagonista hacia principios del libro. Durtal, en el proceso de
conocer el campanario de la iglesia de Saint-Sulpice con su compañero Des Hermies,
mentalmente comenta lo siguiente:
Si uno pudiera arreglar esta habitación e instalar aquí, por encima de París, una estancia
balsámica y acogedora, un refugio tibio... Entonces sí que, ahí arriba, solo entre las
nubes, podría llevar la reparadora vida de los solitarios y perfeccionar, durante años, mi
libro. Y además, ¡qué fabulosa felicidad sería la de existir apartado del tiempo, y cuando
la marejada de la necedad humana viniera a estrellarse al pie de las torres, hojear aquí los
viejos librotes a los resplandores atenuados de una lámpara! (38)
Escapar a su época por medio del aislamiento y gracias a la lectura incesante de obras arcaicas es
lo que acomete Urrutia Lacroix tras el triunfo electoral de Allende en 1970. Recapitulamos que
cuando el cura-crítico anuncia que ―va a releer a los griegos‖ (97), las siguientes dos páginas de
55
El libro de Huysmans se publicó originalmente en 1891, refiriéndose al fin de siècle anterior al
que vivió Urrutia Lacroix ciento nueve años después.
46
la novela consisten en una larga narración que se distancia de la lista de los acontecimientos más
significativos de los primeros tres años de la década de los setenta en Chile (e.g.: la
nacionalización del cobre, Neruda y el premio Nobel, la Reforma Agraria, etc.). En esta lista
también aparecen, intercalados sin costuras, los nombres de autores griegos (e.g.: Homero,
Arquíloco de Paros, Píndaro de Tebas, etc.) en cuyos libros se refugia Urrutia Lacroix. Según
Ricardo Cuadros, el ―contrapunto‖ que vemos en este recuento ―produce el efecto de una
enajenación‖ que a Urrutia Lacroix le ―pone a salvo de la ingrata vida cotidiana‖. En su
desprecio por la realidad contingente de aquellos años, vemos también una fuerte resonancia con
la referencia de Durtal a ―la marejada de la necedad humana‖; metáfora ambigua que
interpretaremos, sin reservas, como una visión despectiva y soberbia del tira y afloja histórico de
luchas ideológicas en cualquier momento de la Historia. El pasaje de Huysmans, aunque tildado
como poco más que una ensoñación simplista por el mismo Durtal, capta con una precisión cabal
la esencia de la actitud con que Urrutia Lacroix se encierra en su campanario bibliográfico
heleno para perderse en sus lecturas, indiferente a toda circunstancia externa hasta la llegada del
golpe militar.56
Là-bas, recordemos, no es un nombre escogido por el cura-crítico, sino por Farewell. 57
Por extensión, las críticas sustraídas de esta referencia al texto de Huysmans quizás deban
asociarse en primera instancia con el mentor literario del padre Sebastián, pese al claro vínculo
que el fragmento arriba citado tiene con su protegido. Aprovecharemos para citar aquí otro
ejemplo similar de crítica hacia personajes como el de Farewell, aunque éste provenga del
mundo real y esté dirigida al hombre en que fue inspirado el personaje de Farewell, el crítico
Alone. Aparentemente, su propensión por dedicarse al fenómeno literario sin preocuparse por
ciertos acontecimientos provenientes del mundo extra-literario contemporáneo, es, de hecho,
56
La manera en que ―se baja‖, finalmente, de dicho campanario es también de suma importancia
ya que ilustra que aquella necedad humana sólo se aplica a la que se experimentaba durante los
años en que estaba en poder Allende en Chile. Al realizarse el golpe, la lista de sucesos y la
lectura de los griegos para repentinamente: ―Entonces yo me quedé quieto, con un dedo en la
página que estaba leyendo, y pensé, qué paz. Me levanté y me asomé a la ventana: qué silencio.‖
Esta paz y en particular el silencio, representativos del alivio que siente el cura al instalarse la
Junta Militar, tendrán papeles centrales al comportamiento de Urrutia Lacroix en las décadas que
siguen a esta escena.
57
Para afirmar esto, estamos obligados a fiarnos de la memoria de Urrutia Lacroix. En la novela,
al intentar acordarse del nombre del fundo, duda entre tres obras de Huysmans: Là-bas, L’oblat y
À rebours. Queda con la primera, después de afirmar que su ―memoria ya no es lo que era‖ (15).
47
regañada por el mismísimo Pablo Neruda en una carta que el nobel chileno dirige a Alone
(Hernán Díaz Arrieta) el 31 de agosto de 1973: ―Su visión me parece tan transparente como
envidiable, salvo en política, en que me parece que por elegante narcisismo, usted se mantiene
distante de esta época‖ (Alone 262). A poco menos de un mes de su muerte y a tan sólo 11 días
del golpe de estado chileno, esta amonestación, que proviene de un Neruda ya hace tiempo
comprometido con las causas políticas, acusa, tal como Bolaño lo hace con Farewell y el padre
Sebastián en particular, al crítico Alone de prácticas análogas a las que ensueña Durtal en el
campanario en Là-bas. El distanciamiento enaltecido que vemos en Huysmans, en conjunto con
la (aparentemente anacrónica) falta de conciencia política que Neruda señala en Alone/Farewell
y, de importancia fundamental, el ensimismamiento intelectual que cultiva Urrutia Lacroix y
otros en Nocturno de Chile, sin embargo, no son los únicos componentes implicados en los
pecados cometidos por el cura-crítico. A continuación constará que en el fondo de sus
transgresiones subyacen elementos aún más condenatorios.
En consciencia
Hemos sugerido hasta ahora que Urrutia Lacroix cuenta con varias características que lo
identifican como miembro de lo que Pedro Lemebel denomina ―[l]a desenvuelta clase cultural de
esos años que no creía en historias de cadáveres y desaparecidos‖ (14). Como hemos señalado
antes, el padre Sebastián busca consolidar esta identificación, fingiendo una inadvertencia
colosal a través de comentarios que lo pintan como un inocente que, de haber sabido más en ese
momento, por lo menos ―hubiera podido decir‖ algo (142). También hemos visto que el curacrítico es capaz de desentenderse de la realidad circundante por medio del estudio descomedido
de la literatura. En función a estas observaciones, es lícito referirnos a una sugerencia hecha por
Bernardo Subercaseaux en 1983. Muy atento a la situación literaria chilena en plena dictadura,
Subercaseaux llega a insinuar que Ignacio Valente, en aquella época, posiblemente no se enterara
de lo que realmente (le) pasaba a sus alrededores. Hablando en torno a la ―incongruencia
paralela‖ palpable en un gobierno militar que se identifica directamente con ―la tradición
libertaria y cristiana de Occidente‖ a pesar de disponer de ―un documentado historial de
atropellos a la libertad y a los derechos humanos‖ (98-99), Subercaseaux postula un Ibáñez
Langlois encapsulado en una realidad siempre concordante con la que el crítico-sacerdote
hubiera preferido percibir:
48
Y, es muy posible que no perciba [Valente] esta contradicción, precisamente porque se
mueve en un espacio público artificial y administrado, en que a fin de cuentas, el
principal cotejo de su discurso es — en materias en que no hay verdadera confrontación
pública — su propio discurso. (―Transformaciones‖ 99)
Esta inconsciencia sugerida por Subercaseaux, respaldada por la falta de voces disidentes en la
esfera pública, permite, hasta cierto punto, la formación de una imagen más ingenua y menos
cómplice de Ibáñez Langlois. Lo mismo, por extensión, se podría aplicar a su representación
ficticia, pero tal reclamo de candor es, sin embargo, despedazada sistemáticamente, paso a paso,
en la novela de Bolaño.
Por mucho que parezca indiferente o inconsciente ante los sucesos que le rodean, y por
mucho que Urrutia Lacroix intente convencernos de tales circunstancias, se puede concluir,
contundentemente, que no es factible. En cuestiones literarias como las publicadas en El
Mercurio, por ejemplo, dada su posición prestigiosa dentro del aparato ideológico de Estado
cultural, pudiera aducirse que se mantiene indiferente a mucho de lo cotidiano; pero fuera de este
ambiente, se demuestra patentemente enterado de los horrores. De no ser así, entonces ¿cómo se
explica el miedo que él siente frente a miedO y odiO cuando le preguntan si su biblioteca
personal cuenta con textos sobre marxismo? Lo que comienza como un creciente nerviosismo a
partir de la pregunta de odiO sobre si ―sabe algo del marxismo‖, pronto deja al interrogado, en
sus propias palabras, ―temblando de pies a cabeza y experimentando la sensación de cosa soñada
más fuerte que nunca‖ (103-04). Este miedo no provendría de otra fuente sino la de un
conocimiento de lo que pasaba a la gente en posesión de literatura u otros materiales
considerados subversivos. De lo contrario ¿de qué preocuparse? Aparentar no saber e intentar
hacer caso omiso de lo sabido no es inconsciencia, sino una acción elegida activamente por el
sujeto, con motivos subyacentes que en este caso probablemente tengan que ver más que nada
con el instinto de conservación. Este mismo instinto, claro está, rechaza otra vez la teoría de que
Urrutia Lacroix estaba ajeno a la brutalidad estatal. No obstante, y a pesar de su plena conciencia
de los salvajismos que se perpetraban con frecuencia, ni en la cara ni las acciones públicas de
Urrutia Lacroix se divisa el más mínimo indicio de aquel conocimiento, un hecho que lo
convierte en un cómplice perfecto del régimen.
Según Hernán Vidal, un elemento precursor de esta colaboración se puede hallar en lo
que él describe como un requisito para la institucionalización tanto de la crítica como de la
49
literatura dentro de una sociedad capitalista controlada por un régimen autoritario: ―la ideología
del arte por el arte‖ (―Hacia un modelo...‖ 19). Tal ideología, según el catedrático de la
University of Minnesota, tiene implicaciones concretas en quien la profese:
no sólo exime al escritor de un compromiso político minimizando su gravitación social
como intelectual, sino que, además, promueve activamente la visión de lo literario como
si estuviera desconectado de los determinismos que rigen su producción y consumo. (19)
Sería ésta la ideología (des)cubierta detrás de las escenas de Jünger y Reyes en el altillo del
guatemalteco, en Là-bas y en muchas de las actitudes y prácticas de H. Ibacache. Hasta podemos
entrever la misma opinión en un artículo de 1978 de Ignacio Valente aparecido en El Mercurio
con el título de ―¿Contenido versus forma?‖ en el cual el crítico se enfrenta con un grupo que
identifica como ―estos contenidistas de hoy‖, declarando que ―habría que prohibirles el vocablo
mensaje: es una cuasi-obscenidad literaria, un contrabando ideológico, un fantasma, una nadería,
un atentado contra la obra de arte‖ (Valente 37). La separación del arte de cualquier mensaje
(comprometido político o ideológicamente contra sus intereses) que pudiera comunicar
(denunciar) claramente se presta a los fines de un estado fascista represivo, preocupado por la
diseminación de cualquier contenido que le cuestionara su autoridad.
Valente, además de disponer de una concepción del arte conforme a la necesidad de
censurar a los artistas comprometidos antifascistas, también contribuye al programa
propagandístico descrito por Vidal, puesto que sus preocupaciones públicas, como veremos, se
limitan en gran medida a temas puramente literario-religiosos limpiamente aislados de la realidad
político-social chilena. A Alone lo podemos inculpar de culpas semejantes al examinar los
comentarios de Bernardo Subercaseaux sobre lo que estos dos críticos discuten desde sus puestos
periodísticos a poco más de un mes de la llegada al poder de la Junta:
En noviembre de 1973 (tradicionalmente el mes más activo en el ambiente literario
santiaguino) El Mercurio casi no comenta libros chilenos, sólo trae una denuncia al
Concurso Casa de la Américas a propósito de premios a Poli Délano, Fernando Lamberg
y Víctor Torres. Alone comenta en dos oportunidades el libro del periodista Ricardo
Boizard, El último día de Allende, utilizándolo como pretexto para reafirmar su visión de
la realidad: el pronunciamiento militar significa la salvación del caos, la recuperación del
orden y del sentido común. Ignacio Valente comenta reiteradamente a Solchenytsen [. . .]
En suma, miradas de especialistas literarios que insistentemente portan instancias de
50
persuasión ideológico-estéticas compatibles con una legitimación del golpe militar.
(―Notas‖ 77)
Alone en este caso claramente se identifica como solidario del régimen y, a pesar de no buscar
legitimar el golpe explícitamente, que Valente llene su columna de comentarios sobre un literato
ruso (un ruso cuya literatura conlleva fuertes denuncias, merecidísimas, de las prácticas del
estado ruso estalinista que sin duda se prestan a demostrar los males inherentes de las ideologías
de la izquierda) es otra forma de solidaridad. Según Vidal, es sumamente importante que el
estado fascista busque ―desinformar a la opinión pública‖ por medio de una dura censura y, en
particular, ―mediante la proposición de temas para la discusión comunitaria que realmente no
tienen sustancia real‖ (33). Que la escena literaria chilena quede relativamente ausente en las
páginas de El Mercurio tiene, así, una doble función. En primer lugar, si en las pocas menciones
a la literatura nacional el punto de vista es claramente de orientación golpista, el régimen no se
cuestiona. De manera paralela, y posiblemente de más importancia, la presencia de la ausencia
de libros chilenos puede entenderse como la versión invertida y reforzadora de la misma táctica.
Lo indeseable (léase: cualquier modo contrario al régimen o a la imagen que quería mantener
éste) se suprime, se calla y, en última instancia, se niega. Todas estas (re)acciones, esenciales a la
supervivencia del gobierno militar, se observan repetidamente en las palabras, pensamientos y
decisiones de Urrutia Lacroix a lo largo de la novela.
Según alega Marcial Huneeus, los personajes de Nocturno de Chile, cuando se ven
obligados a enfrentarse a las realidades en muchos casos monstruosas, ―prefieren no ver lo que
ocurre‖ y recurren al ―silencio y la negación‖ para alejarse del oprobio. Este deseo de no ver de
los personajes lo incluye Bolaño como parte del propósito de su obra: ―Yo no intento que nadie
recuerde nada [. . .] Más que recordar es mirar. Simplemente mirar algo que uno muchas veces
no quiere ni ver‖ (cit. en Gras Miravet 59). En las escenas escalofriantes del sótano y los demás
episodios relacionados con María Canales y Jimmy Thompson, Bolaño cumple con lo prometido
al hacer que miremos algo desagradable, que seamos testigos de sucesos que, quién sabe, la
mayoría de los lectores no querría ni ver. Al mismo tiempo, en la reacción de Urrutia Lacroix
ante esta situación, presenciamos un retrato humano del no querer ver, 58 una postura que el cura
58
Según un retrato de la situación de principios de los años ochenta escrito por José Aldunate y
Fernando Castillo, este no querer ver ya era visible: ―Ha habido en estos años sectores de la
Iglesia que han sido sordos e indiferentes ante el dolor de las víctimas de atropellos a los
51
no abandonará dentro de la novela. Efectivamente, él no había visto al moribundo en el cuarto
secreto subterráneo con sus propios ojos (―yo nada vi, nada supe‖), y, aunque queda confirmada
su existencia, el padre Sebastián inmediatamente propone dejarlo fuera de vista para siempre,
tapado por un alejamiento no físico sino cronológico: ―¿Para qué remover lo que el tiempo
piadosamente oculta?‖ (énfasis añadido 142). Esta actitud se solidifica cuando, 59 varios años
después de salir a la luz la verdad, el cura-crítico realiza una visita a la casa de María Canales. La
mujer, ya abandonada y marginada, le pregunta al cura dos veces si él ―¿quiere ver el sótano?‖
(145). Dos veces le rechaza la oferta. Su reacción a la oferta inicial ejemplifica su deseo de no
ver: ―[. . .] me senté y negué varias veces con la cabeza. Cerré los ojos‖ (énfasis añadido 145).60
Nada vio en el pasado, menos quiere ver en el presente.
A esta ceguera activa podemos también añadir el fenómeno de la sordomudez forzada.
Observa Daniuska González que ―la novela semeja un largo silencio sobre la historia‖. De hecho,
el concepto del silencio es otro leitmotivo que se encuentra a través de todo el libro, revelándose
como una palabra vinculada directamente con la dictadura y las circunstancias que conducen a
los penúltimos pasos del envenenamiento moral de Urrutia Lacroix. Ya se ha mencionado que, al
realizarse el golpe de Estado, el padre Sebastián reacciona con alivio frente a la aparente falta de
disturbios: ―Me levanté y me asomé a la ventana: qué silencio‖ (énfasis añadido 99). Poco
después de presenciarlo, un dueto con este mismo silencio con que se inaugura la dictadura será
exigido del cura-crítico por miedO y odiO. A la vez que los señores le proponen y describen a
Urrutia Lacroix las clases de marxismo que tendrá que dar, se subraya, más allá de toda duda y
de modo que se entienda que éste es un silencio de complicidad (sólo quien lo rompe se entera de
Derechos Humanos. Incluso pueden contarse sectores de la jerarquía (obispos y sacerdotes) que
han tenido esa actitud. La indiferencia es conseguida mediante un ‗no querer‘ oír, ver, enterarse
de antecedentes evidentes. Es un ‗ignorar intencionado‘, pues nadie puede afirmar que nunca oyó
mencionar estos problemas‖ (cit. en Vidal, ―El Movimiento...‖ 36).
59
En la ―Nota del autor‖ de Veinticinco años de crítica, Ibáñez Langlois, escribiendo como
Ignacio Valente, también expresa cierto deseo dejar atrás el pasado: ―Además, en lo personal, no
me interesa revivir viejas heridas o susceptibilidades‖ (12).
60
Con respecto a la acción de taparse los ojos, el mismo simbolismo se halla en el acto, repetido
tres veces, de cerrar la puerta del cuarto subterráneo después de descubrir al torturado: ―El
extraviado o la extraviada cerró la puerta‖; ―el dramaturgo o el actor había cerrado la puerta
sigilosamente‖; ―el teórico de la escena de vanguardia cerró delicadamente la puerta‖ (Nocturno
de Chile 139-41).
52
las consecuencias), la suma importancia del silencio respecto a lo relacionado con la Junta
Militar:
Un servicio que se realiza en la oscuridad y la mudez, lejos del fulgor de las medallas,
añadió. Hablando en plata, un servicio que debe llevarse a cabo con la boca cerrada, dijo
el señor Oido. Punto en boca, dijo el señor Odeim. Labios sellados, dijo el señor Oido.
Silencioso como una tumba, dijo el señor Odeim. (énfasis añadido 104-5)
Este mismo silencio será el sonido más audible en los episodios consiguientes en la mansión de
los militares. Se menciona explícitamente seis veces, empezando con la llegada inicial del
sacerdote crítico a la casona donde, esperando, con cierta intranquilidad, su té, comenta que se
escucha: ―[. . .] otra vez silencio‖ (énfasis añadido 107).61 Aparece nuevamente en el paseo que
Pinochet y Urrutia Lacroix dan por el jardín en el fondo de la casa: ―y luego volvió, incólume, el
silencio profundo‖ (énfasis añadido 110). Durante esta caminata, el párroco propone recitar dos
poemas de Leopardi62 para su general y en la letra de El infinito, que sabe Urrutia Lacroix de
memoria, hay una referencia a un silencio infinito: ―...io quello / Infinito silenzio a questa voce /
Vo comparando...‖ (énfasis añadido, Casale 229). El silencio aparecerá tres veces más en el
caserón de la Junta Militar; primero con el General Mendoza, el líder que prestó los servicios de
los Carabineros a los proyectos del golpe y la consagración del gobierno militar: ―como era
habitual en él, permaneció en silencio‖ durante las lecciones (énfasis añadido 111), y luego
cuando Urrutia Lacroix conversa con Pinochet antes de entrar en el aula, surge dos veces más:
―Durante un rato ambos permanecimos en silencio [. . .] Volvimos a quedarnos en silencio‖
(énfasis añadido 117-8). Décadas después, Urrutia recuerda, con cierta nostalgia desesperada, los
años bajo el gobierno militar como ―aquellos años de acero y silencio‖ (énfasis añadido 121).
En lo que respecta al motivo del silencio, más interesante todavía son las palabras del
padre Sebastián con que se inicia su monólogo al comienzo del libro. Advierte él que el optar por
el silencio puede conllevar consecuencias hasta divinas, aunque, al mismo tiempo, duda que su
propia mudez le sea especialmente problemática:
61
En la escena de la llegada se pueden señalar, por un lado, las ―cortinas que velaban las
ventanillas del coche‖ en que viajan el sacerdote y el coronel Pérez Larouche y, por otro, la
presencia de la ausencia de los guardias armados: ―una buena guardia es aquella que no se ve‖
(107).
62
El infinito (citado arriba) y Canto nocturno de un pastor errante de Asia (Nocturno de Chile
111).
53
Uno tiene la obligación moral de ser responsable de sus actos y también de sus palabras e
incluso de sus silencios, sí, de sus silencios, porque también los silencios ascienden al
cielo y los oye Dios y sólo Dios los comprende y los juzga, así que mucho cuidado con
los silencios. Yo soy responsable de todo. Mis silencios son inmaculados.
(énfasis añadido 11-12)
Las revelaciones con que topamos en las siguientes ciento cuarenta páginas dan fe de que estos
silencios no son tan impolutos como el padre Sebastián los presenta. Es más, la tendencia de
guardar silencio del cura-crítico, claramente un producto de decisiones conscientes, se puede
verificar en aquellos relatos al principio de Nocturno de Chile en que Sebastián tuvo
oportunidades para hacer que su voz se escuchara, aunque prefiriera mantener cerrada la boca.
En camino hacia el fundo de Farewell con su conductor campesino, Urrutia Lacroix entra en un
corto debate personal: ―me debatí entre decir que yo era un invitado del señor González, así sin
mayores explicaciones, o callar. Opté por callar‖ (énfasis añadido 18). En la próxima página,
una vez reunido con Farewell y otro poeta joven, la misma oportunidad se presenta y de nuevo
no habla: ―Recuerdo que aunque tuve ganas de participar, tal como amablemente se me invitó a
hacer, opté por el silencio‖ (énfasis añadido 19). Aunque estos ejemplos no tienen nada que ver
con situaciones en que el silencio representa un problema moral y urgente, sí sirven para
presagiar lo que vendrá después cuando estas elecciones dejen a Urrutia Lacroix hundido en un
mundo donde los silencios y decisiones del pasado se convierten en gritos y arrepentimientos
incesantes que lo martirizan exponencialmente.
Conclusión, o lo que escondía la peluca
Resumiendo uno de los propósitos cardinales de la novela, la crítica chilena Patricia
Espinosa H. caracteriza Nocturno de Chile como ―[u]n intento de mirar tras la cara visible del
mismo poder que hoy intenta seguir convenciendo con su discursividad del ocultamiento‖
(130).63 Este ocultamiento, evocado textualmente en la propuesta de Urrutia Lacroix de no
―remover lo que el tiempo piadosamente oculta‖ (142), recurre a tácticas que, a pesar de tener
una semblanza de éxito durante cierto tiempo, están destinadas a fracasar. Cuando éstas se ponen
al descubierto y queda demostrada su perversidad, pierden toda autoridad. Los silencios y la
63
Esta frase, aunque la citamos de la compilación de artículos críticos de Celina Manzoni
publicada en 2002, apareció originalmente en marzo de 2001 en el número veintinueve de la
revista Rocinante. Nos gustaría poder decir que aquella discursividad de ocultamiento
referenciada no es tan prevalente hoy como lo era a comienzos del siglo actual.
54
afonía del cura-crítico, en conjunto con la propensión por evocar los acaecimientos ya vividos de
una manera que acalla, omite y/o niega la responsabilidad y la verdad correspondientes, es
reprochada sin ambages. Estas invectivas cobran más fuerza a medida que el público lector se da
cuenta de que los silencios, mutismos y tergiversaciones han sido elegidos, a plena conciencia,
por un hombre que ha sido, desde su púlpito-columna, una suerte de (porta)voz ideológico
oficial, único y unánime, cómplice de los que gobernaron entre 1973 y 1989. No obstante, estas
condenas dependen llanamente de la admisión de culpa del cura mismo dentro del texto. Sin que
Urrutia Lacroix se recrimine a través de la delación penosa que constituye la novela, las
acusaciones pueden seguir siendo negadas por este sujeto como siempre lo ha hecho. Sólo su
confesión (la reescritura de su propia historia), constatada en su arrepentimiento y en su
desconsolada desesperación, puede ocasionar la catarsis mortal que arrase cualquier reclamo de
inocencia del protagonista. Es por esta razón que el personaje místico del joven envejecido
termina siendo, a fin de cuentas, el más decisivo de la novela.
Como alguien / algo fantasmagórico que saboteó la tranquilidad del cura ya hace tiempo,
el antagonismo del joven envejecido se establece a partir de las primeras frases de Nocturno de
Chile: ―Estaba en paz conmigo mismo. Mudo y en paz. Pero de improviso surgieron las cosas.
Ese joven envejecido es el culpable. Yo estaba en paz. Ahora no estoy en paz‖ (énfasis añadido
11).64 La aparente enemistad entre Urrutia Lacroix y el joven envejecido (su nombre lo invoca el
sacerdote veintiocho veces en el libro) es indiscutible, aunque el rol específico de este último no
ha sido formalizado con unanimidad en la crítica. Contando con su propia voz crítica y
desaprobadora, el joven envejecido funciona, según varios críticos, como la conciencia del
protagonista, si bien, según otros, se debe entender como la voz del autor mismo dentro del texto.
Álvaro Bisama lo explica como ―una sombra china que le recuerda al narrador su propia alianza
con el mal‖ (90),65 a la vez que nota, respecto a éste, que sus ―pocos datos calzan [. . .] con el
mismo Bolaño‖ (90). Uno de estos ―pocos datos‖ claves nos comunica información relacionada
con la juventud del personaje fantasmal: ―el joven envejecido...por entonces sólo era un niño del
64
La ‗paz‘ aquí referida tiene cierto eco con una de las declaraciones de Ignacio Valente en el
artículo de aniversario que escribió el 1 de septiembre de 1991: ―Estoy en paz con todos los
escritores del país, si bien no puede decirse que todos ellos estén en paz conmigo, porque esa
bienaventuranza es –por lo menos en Chile- imposible‖ (Valente 19).
65
De forma burlesca, Bisama también le confiere al joven envejecido el apodo de ―Pepe Grillo‖
(90).
55
sur, de la frontera lluviosa y del río más caudaloso de la patria, el Bío-Bío temible‖ (Nocturno de
Chile 69). Esta región de Chile tiene resonancia especial para Bolaño ya que pasó allí su
infancia: ―Los Ángeles, Bío Bío, el sitio donde más tiempo viví en Chile‖ (Entre paréntesis 204).
Otro de los pocos datos que apoya la teoría de que Bolaño es el joven envejecido sería su fecha
de nacimiento: ―Estábamos a finales de la década del cincuenta y él [el joven envejecido]
entonces sólo debía de tener cinco años, tal vez seis‖ (Nocturno de Chile 22). Bolaño, nacido en
1953, tendría la misma edad aquí descrita. Siguiendo las tres líneas inquisitivas mencionadas,
Juan Antonio Masoliver Ródenas caracteriza al ―joven poeta envejecido‖ como no sólo el ―alter
ego‖ y la ―conciencia‖ del narrador sino también como una representación de Bolaño mismo
dentro de la novela (190).66 A nuestro parecer, cada una de estas interpretaciones es válida,
aunque preferimos acercarnos al joven envejecido como el intento de Bolaño de injertarse en la
mente de un protagonista que, en palabras de Patricia Espinosa H., ―se mueve dentro de una
dinámica donde la culpa parece anularse con facilidad extrema‖ (131) con el fin de explorarla y,
al mismo tiempo, reeducarla. 67
Como se ha establecido, la novela nos permite presenciar dos procesos paralelos e
invertidos que son, por una parte, la perdición y corrupción de Urrutia, y, por otra, el
reconocimiento y admisión del mismo proceso arruinador. De acuerdo con esta observación, J.
A. Masoliver Ródenas nota que ―[p]oco a poco, la conciencia del narrador adquiere una
presencia más dominante‖ (191) a medida que se avanza la novela, hecho representativo del
segundo proceso. A estas dos evoluciones corresponde añadir una tercera, la que posibilita la
solidificación final de la culpa: el debilitamiento de la fiebre que aflige a Urrutia Lacroix desde
la primera línea de la novela. Explica el mismo Bolaño:
Los primeros capítulos están narrados desde el delirio más extremo, 68 desde los 40
grados de fiebre, pero los últimos están narrados desde los 37.5 y en el último párrafo,
cuando empieza la tormenta de mierda, ya no hay fiebre. (Jösch)
66
Masoliver Ródenas también señala otro surgimiento de este personaje en otra obra de Bolaño:
―el curioso libro de poemas Tres‖ (191).
67
Una cita de Bolaño esclarece la raíz de su curiosidad: ―En Nocturno de Chile, lo que me
interesaba era la falta de culpa de un sacerdote católico‖ (Braithwhite 114).
68
Careciendo la novela de divisiones formales, éstos los podemos interpretar como episodios, o,
quizá, como los capítulos a los cuales Bolaño llama a Urrutia Lacroix.
56
Los delirios provocados por esta calentura inicial le dan al autor la oportunidad de meterse en la
cabeza del narrador y manifestarse, dentro de sus propios pensamientos, como una voz interior
autónoma y contestataria, un ser espectral identificado simplemente como el joven envejecido,
un artilugio literario que será nada menos que el catalizador que incita la cristalización de
conciencia del cura-crítico. Que la fiebre ya haya desaparecido para la última línea de la novela
resulta muy relevante, dado que significa que la consciencia implantada representada por el
joven envejecido ya ha sido apropiada por Urrutia Lacroix. Cobrada nuevamente la lucidez y
apaciguados los delirios, el autor ya se ha extirpado de su personaje principal, dejándolo solo
para preguntarse: ―¿dónde está el joven envejecido? ¿por qué se ha ido?‖ (149). A esta altura, las
verdades (y, sobre todo, la culpa correspondiente a éstas) puestas al desnudo por el joven
envejecido se han internalizado de modo que el protagonista abandona ya totalmente aquella
―discursividad del ocultamiento‖ a la vez que reconoce su culpabilidad y se alinea con el mismo
punto de vista que lo recriminaba. Como señal de que pone fin a esta sincronización de
conciencia, el cura-crítico duda de su propia identidad: ―¿soy yo el joven envejecido?‖ (149). La
transformación, claro está, conlleva consecuencias muy duras para el trasplantado, aunque en
realidad no es la transformación en sí sino la vida que ha llevado el sacerdote lo que se debe
aclarar como el verdadero culpable. De esta realización, la de que el único culpable es uno
mismo, se brota la tormenta representativa de un ‗apocalipsis individual‘ con el cual se cierra la
novela. 69
Tomado en cuenta el epígrafe proveniente de ―La peluca morada‖, uno de los
cincuentaidós cuentos de la serie del padre Brown del escritor y periodista inglés G. K.
Chesterton, la lobotomía moral a que es sometido Urrutia Lacroix, aunque resulta menos sutil
que la simple acción de quitar una peluca, no debe asombrar. El mandato Quítese la peluca lo
cumple Bolaño, revelando la calvicie subyacente, la identidad real del cura-crítico, pelo por pelo.
Es más, Bolaño hace que el padre Sebastián se contemple en el espejo de su narración a la vez
que le arranca lentamente el cuero cabelludo. Lo que se descubre es el pasado, el pasado de
69
No nos cuesta suponer que esta tormenta culmina con la muerte de Urrutia Lacroix, ya que
apenas tiene fuerza para apoyarse en su codo mientras narra su tragedia. Entenderíamos,
entonces, el sustantivo ―apocalipsis‖, usado por Bolaño (Jösch) en referencia a esta tormenta
culminante, como una referencia no tanto a una revelación profetizada sino al fin (individual) del
mundo. Cuesta menos todavía si recordamos la muerte ya citada del homónimo crítico Ibacache
de Estrella distante, causada por infarto cardiaco (45).
57
complicidad y el subsecuente intento de esconder la colaboración ilícita. Resume Bolaño,
hablando en torno a la novela que ―[v]ivir sin culpa es abolir la memoria, perpetuar la cobardía‖
(Braithwhite 114). Irónicamente, en 1980, Ignacio Valente denunciaba también, con un tono
prepotente, la cobardía y los demás elementos que Bolaño asalta en la novela:
Nada más cómodo, entonces, que ser misericordioso [en la crítica]; se evita uno los
enemigos, las polémicas, las incomprensiones. Pero, precisamente en esos casos, nada me
irrita tanto como la cobardía, el silencio cómplice, el conformismo o la abstención. Allí
la misericordia se transforma en vileza. (énfasis añadido, Valente 30)
Aunque el cura-crítico habla del ejercicio de la crítica, sería un error sugerir que estos principios
se han sacado de contexto. Las incongruencias que se entrevén, la del cobarde que denuncia la
cobardía, la del silencioso cómplice criticando el silencio y la complicidad, etc., serán el motivo
de Bolaño para crucificar al que se esconda detrás de sus propias fabricaciones. Las
circunstancias, en conjunto con la postura y el compromiso tajantes del autor, hacen que estos
juegos de (re)interpretación de Historia y culpa sean de alto riesgo. Explica el peso de estas
cuestiones el autor: ―Si yo, que fui una víctima de Pinochet, me siento culpable de sus crímenes,
¿cómo alguien que fue su cómplice, por acción o por omisión, puede no sentirse culpable?‖
(Braithwhite 114).
En fin, aunque en Nocturno de Chile son los personajes de María Canales y Jimmy
Thompson, dentro de su capacidad como representantes del aparato represivo de Estado, los que
torturan, matan y físicamente cometen los crímenes más atroces, es evidente, sin lugar a dudas,
que el padre Urrutia, actuando en armonía con el gobierno militar, es retratado como solidario
exponente de una ideología que fue convertida, por otros, en ejemplos de violencia inquietante.
En este punto, lo que más diferencia al Padre Sebastián de la Junta y el aparato represivo de
Estado es su condición de intelectual, realidad que dictaba que su contribución principal al
gobierno militar se realizara en ambientes teóricamente alejados de la sangre que manchaba la
tierra. No obstante, el mismo gobierno que ponía en movimiento los aparatos represivos (el
ejército, la FACH, los carabineros, la DINA, etc.) que perpetraron los crímenes en nombre de
una guerra interna antimarxista, dependía plenamente de contribuciones de todo tipo. Contaba
con el apoyo y complicidad de todos los aparatos ideológicos de Estado de la superestructura
para realizar su proyecto fascista, tal como teorizaron Gramsci y Althusser. Asimismo, en las
escenas de las tertulias nocturnas, se hace evidente que la línea entre ideología y el
58
derramamiento de sangre en nombre de la misma puede llegar a borrarse completamente. Frente
al hecho innegable de que haya tomado decisiones personales que lo convierten en un verdadero
copartícipe del autoritarismo chileno cuyo recuerdo actualmente evoca no el tono triunfal de los
que Linda Hutcheon define como ―the heroic victors who have traditionally defined who and
what made it into History‖ (49) sino la culpa y la vergüenza, no debe extrañar que Urrutia
Lacroix se empeñe tanto en olvidarse de haber tomado parte activa en ello. Al otro extremo,
Bolaño, con su afilada prosa y el recurso autorreferencial del joven envejecido que fuerza a
Urrutia Lacroix a cambiar de H/historia, no se lo permite.
59
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