cuando las lagrimas se convierten en pulseras de cristal

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CUANDO LAS LAGRIMAS SE CONVIERTEN EN PULSERAS DE CRISTAL
El radiante sol hacia que fuese un día típicamente primaveral. El bullicio
delataba el aire de fiesta que había en el colegio. La alegría invadía cualquier rincón,
sin embargo toda la tensión se concentraba en la mano, que asía con fuerza el
teléfono, en espera de la llamada que tenía que recibir, tal vez la llamada más
importante de su vida. Apenas pasó un segundo desde que éste sonara hasta que
María contestó. No decía nada pero de sus ojos brotaban lágrimas como queriendo
borrar la angustia del semblante. Tenía cáncer, la biopsia así lo daba a entender. Ese
temor la acompañaba desde hacía más de un mes tras hacerse una mamografía y una
ecografía. En ellas habían visto que el cúmulo de micro calcificaciones que tenía
desde hacía algo más de un año habían crecido tanto en tamaño como en número.
Durante este tiempo María había sido ajena al problema, pues el informe que
acompañaba a las pruebas era normal.
Su marido la cogió mano y ella se enjugó los ojos, no quería que sus hijos la
vieran llorar.
La voz de su hija mayor acaparó toda su atención. Esta fiesta había sido el
primer contacto con el nuevo colegio y sus compañeras. La alegría desbordaba a la
adolescente y María se sentía un poco responsable y orgullosa de la situación pues
ella se encargó de buscar a las niñas del curso al que Eva iría y habían congeniado
muy bien.
-Mamá ¡que feliz me siento! ¡Hasta tengo ganas de que llegue septiembre para
empezar el curso!.
La referencia al futuro la hizo acordarse de nuevo de su enfermedad.
Los días siguientes estuvieron llenos de citas médicas para concretar la
operación. Tal vez la tendrían que quitar el pecho. Pero ese era un mal menor, ella
quería ante todo vivir. La atormentaba no poder ver crecer a sus hijos ahora que tanto
la necesitaban, en realidad unos hijos necesitan a su madre a cualquier edad.
Tenían programado un viaje a un parque temático. María había perdido la
ilusión pero pensó que tal vez fuese de las últimas cosas que podía hacer por los
niños, y el viaje siguió en marcha, incluso hubo momentos en los que hasta se
olvidaba de su enfermedad y reía con sus hijos.
A la vuelta el pequeño que la adoraba se percató de que algo no iba bien.
-¿qué te pasa mamá?, te veo triste
- no es nada mi amor, ya sabes es la alergia que me hace estornudar y tener
los ojos llorosos, pero ¿sabes? tengo mucha suerte de ser tu mamá.
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Por las noches se despertaba constantemente. Al principio pensó que todo era
una pesadilla, a ella no podía estar ocurriéndola esto, pero luego se daba cuenta de la
realidad. Iba a las habitaciones de los niños y sentada en la alfombra les abrazaba y
lloraba en silencio preguntándose durante cuanto tiempo iba a poder seguir
haciéndolo.
Cuando el oftalmólogo le dijo que las molestias en los ojos eran consecuencia
de la falta de lágrima no la extrañó ¡había llorado tanto!.
Y así sin apenas darse cuenta iba cayendo y cayendo en una gran depresión.
Familiares y amigos la llamaban constantemente. Los teléfonos no paraban de sonar.
Algunas veces tenían problemas de cobertura con la telefonía móvil y decidieron
cambiar de compañía. María divagando se preguntaba si habría alguna compañía que
tuviese cobertura desde el cielo para poder seguir hablando con sus hijos. Si, había
veces que ella misma alimentaba esa angustiosa situación. Decidió hablar con los
niños, no quería que cuando ella ya no estuviese tuvieran remordimientos de las veces
que la habían hecho enfadar. Oír a su mamá que les decía lo mucho que les quería no
les extrañó, la verdad era que ella se lo decía constantemente. Pero según María
seguía hablando los niños la miraban atónitos con sus grandes ojos abiertos.
-¿Sí? ¿Hasta cuándo nos regañas en realidad no estas enfadada con
nosotros?.
-Así es, cuando tenemos diferencias todos aprendemos de todos y eso es
bueno, como buenos sois vosotros, sé que lo seréis siempre y que os querréis mucho.
Pensó también hablar con su marido. A su lado había sido muy feliz y quería
decirle que cuando ella ya no estuviese tenía todo el derecho del mundo a rehacer su
vida. Lo único que le pedía era que la persona que eligiera quisiera mucho a los niños.
Entonces se dio cuenta de que por mucho que buscara no había nadie en todo el
mundo que quisiera tanto a los pequeños como ella.
Había ido cayendo en un pozo oscuro poco a poco, pero había tocado fondo y
quería salir. Tenía que alejar esos pensamientos que tanto daño la hacían y no la
aportaban nada bueno se apoyó en familiares, amigos, vecinos y se sintió muy
querida, a la vez que se asombró de la cantidad de casos que la contaron de mujeres
que habían tenido cáncer de pecho y ahora estaban bien. Ella también formaría parte
en las estadísticas de las mujeres que superan la enfermedad.
Lo primero que hizo fue dejar de fumar. Llevaba tiempo queriéndolo hacer y
ahora tenía un gran motivo.
Quería ser un ejemplo para sus hijos también en estos momentos, que vieran
que a los problemas se les hace frente y que como dice la canción siempre hay
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alguien por quien vivir y por quien luchar. En su caso eran sus hijos, en otras personas
podía ser su trabajo, un proyecto, un viaje…
Ahora tenía que ocupar tanto la mente como los actos en algo positivo. Volvió a
su hobby de hacer pulseras de cristal.
Así llegó el día de la operación. El pequeño la dijo antes de ir al hospital:
-Mamá te tienes que poner buena del todo porque yo sin ti no soy nada.
Se aplicó a sí misma lo que otras veces había hablado con su hija en cuanto a
que hacer ante un problema de salud. Los pasos eran preocupación, ocupación y
despreocupación. Los dos primeros ya estaban dados y para el tercero el contacto con
las personas que conocía la ayudó mucho.
La operación salió bien. Le quitaron un pecho y en la misma intervención le
pusieron otro. Los días que estuvo internada recibió muchas visitas y también se
entretuvo en hacer pulseras de cristal que regalaba a todos los que la habían ayudado.
Ya en casa adaptó su situación a una visión infantil del problema. Como vino
del hospital con tubos para el drenaje Eva y David tenían una mamá robot. Cuando por
la quimio perdió el pelo mamá era Mister Potato.
Por la noche iba a las habitaciones de sus hijos y llena de felicidad les decía:
-Yo un día os di la vida, pero vosotros a mí me la dais todos los días.
En verano empezó con la quimio. Eran seis sesiones y no pudo evitar que en
cada una de ellas a la vez que el líquido rosáceo bajaba por el tubo y se introducía en
su cuerpo; de sus ojos salieran lágrimas, tal vez para compensar.
Fue duro la primera mañana que se levantó vomitando.
Fue duro mirarse la cicatriz.
Fue duro ver el cuadro de una mujer que había en su habitación y que sus hijos
siempre la decían que era ella, y ya no reconocerse.
Fueron duros los efectos secundarios de la quimio: llagas en la boca, abscesos
de pus, fiebre, sequedad y sobre todo cansancio.
Tan cansada estaba, sobre todo al final por la anemia que llegó a pensar:
-Bueno pues si me muero me “morí”.
Así quitó un poco de angustia a la situación y se encontró mejor. Su hijo
pequeño no la dejaba bajar la guardia. Incluso hoy no sabe muy bien cual era el
mecanismo por el que el pequeño se guiaba, pero un día mientras él le contaba la
película de la Guerra de las Galaxias le comentó a María muy compungido que había
un personaje que cuando era niño era bueno pero luego muere su mamá y ya no
vuelve a ser bueno nunca más.
Siempre cuidaba su aspecto personal. Por la mañana iba al baño para
ducharse y salía vestida pintada y con la peluca puesta. Le encantaba cuando a
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alguien le decía que hacía unos meses que la habían operado de cáncer y esta
persona se extrañaba al ver su inmejorable aspecto.
Aprendió a dar pequeños pasos en el avance de su recuperación, sin agobios poco a
poco.
Un día su hija pronunció la palabra “cáncer” y ella la preguntó qué era, qué
significaba para ella. Eva asombrada la dijo:
-Pero mamá, cáncer es la enfermedad que tú has tenido, cáncer de pecho, por
eso te operaron.
A los pequeños no les habían hablado del nombre de la enfermedad para no
asustarles, sin embargo comprobó que los niños no tienen esa connotación negativa y
no se asustan de lo que oyen sino de lo que ven. Eva había visto como su mamá día a
día se recuperaba y eso la permitía hablar en pasado.
Hoy también hace sol y pronto empezará la primavera, los resultados de la
revisión han sido inmejorables; hasta ya la empieza a salir el pelo y mamá es ahora
como esos muñecos que se les riega y les sale césped en la cabeza.
María ya no tiene anemia, lo que sí tiene son proyectos de futuro.
Mamá
(Todo el relato es un hecho real)
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