ASOCIACIÓN CHILENA DE DERECHO CANÓNICO

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ASOCIACIÓN CHILENA DE DERECHO CANÓNICO
XXVI Jornadas de la Asociación, 17-20 julio de 2012
LA INSTRUCCIÓN DE LA CAUSA:
DECLARACIONES DE LAS PARTES Y DE LOS TESTIGOS
Carmen Peña García
Universidad Pontificia COMILLAS, Madrid
(Texto extractado de: C. PEÑA GARCÍA, Título VII: Las pruebas (art.s 155-216), en
C. MORÁN BUSTOS – C. PEÑA GARCÍA, Nulidad del matrimonio y proceso canónico. Comentario
adaptado a la Instrucción Dignitas Connubii, Ed. Dykinson, Madrid 2007, pp. 295-372)
SUMARIO: I. NORMAS GENERALES SOBRE LA PROPOSICIÓN Y PRÁCTICA DE LA
PRUEBA: 1.El sujeto de la prueba 2.El objeto de la prueba 3.Criterios de licitud, transparencia y
utilidad de la prueba 4. La decisión judicial sobre la admisión/ rechazo de las pruebas 5.Actuación
del abogado y el defensor del vínculo en la prueba 6.Momento procesal para la proposición y
práctica de pruebas 7. Criterio de flexibilidad en la práctica de la prueba. II. NORMAS SOBRE
EL EXAMEN JUDICIAL 1. Normas generales 2. El abogado y el defensor del vínculo en la
presentación de cuestionarios 3. Modo de realizar el examen. 4. Actuación del juez en el examen 5.
Normas relativas a los cuestionarios y a la redacción del acta III.- LAS PRUEBAS EN
PARTICULAR: A) DECLARACIÓN DE LAS PARTES 1. Importancia y modo de realización 2.
Una novedad conflictiva: la nueva definición de confesión judicial 3. Criterios de valoración de las
declaraciones de las partes B) LA PRUEBA TESTIFICAL 1. El testigo: concepto, obligaciones y
capacidad requerida 2. La proposición de la prueba testifical. 3. Reprobación o/y exclusión de un
testigo. 4. Actuación del defensor del vínculo en la proposición de testigos 5. Valoración de los
testimonios a) Criterios generales de valoración b) Eficacia probatoria del testigo único c)
Valoración del testimonio aportado como prueba documental.
El Título VII –el más extenso de la Dignitas Connubii- regula en sus 62 artículos lo relativo a
los diversos medios de prueba, indicando, en paralelismo con los cc.1526-1586, tanto la normativa que
debe seguirse para su proposición y práctica como, en su caso, criterios para su valoración por el juez
de cara a la sentencia.
En comparación con la regulación codicial, se observan algunas variaciones significativas en la
Dignitas Connubii,:
a) La Instrucción, aunque básicamente reitera y explicita lo contenido en el Código respecto a la
práctica de la prueba, introduce sin embargo algunas novedades importantes, especialmente en la
prueba pericial1.
1
PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción ‘Dignitas Connubii’ y su repercusión en las causas canónicas de nulidad
b) Al regular los medios de prueba en particular, omite la Instrucción toda referencia a la prueba
de acceso y reconocimiento judicial (cc.1582-1283), pese a que esta prueba puede practicarse en
ocasiones en las causas de nulidad matrimonial (p.e., reconocimiento judicial de instrumentos
probatorios aportados por las partes, como cintas de video, o bien acceso del juez a un archivo
eclesiástico para hacer la inspección ocular de la partida de matrimonio, de la existencia de
correcciones o añadidos en la misma, para la comprobación de la delegación al sacerdote asistente,
etc.). No obstante, lo cierto es que, en sentido estricto, el acceso y reconocimiento judicial no son
propiamente una prueba, sino un modo de acceder al conocimiento del medio probatorio y permitir su
incorporación a los autos, lo que, unido a su escasa utilización en las causas matrimoniales, quizás
explique el silencio de la Instrucción al respecto.
c) El Título VII de la Instrucción introduce un cambio en la distribución sistemática de los
artículos respecto al Titulo IV del Código, al interpolar, entre los artículos introductorios (paralelos a
los cánones previos, 1526-1529) y el capítulo II, dedicado a los medios de prueba en particular, un
capítulo I que tienen por objeto el examen judicial, agrupando las normas que regulan el modo en que
la persona que tenga encomendada la instrucción –sea el juez presidente o ponente, el juez de exhortos,
los delegados del juez o el auditor (art.155.2 DC)- debe proceder al examen de partes, testigos y, si el
caso lo requiere, peritos.
I.- NORMAS GENERALES SOBRE LA PROPOSICIÓN
Y PRÁCTICA DE LA PRUEBA
La instrucción del proceso es un momento crucial, de cuyo resultado dependerá en gran medida
la decisión final de la causa. Según el conocido principio procesal, los pleitos se ganan o se pierden en
la prueba, por lo que esta fase tendrá una importancia determinante para las pretensiones de las partes,
que deben desvirtuar –fundamentalmente, la parte actora- las presunciones legales que defienden la
validez del matrimonio.
1. El sujeto de la prueba
En principio, con carácter general, los sujetos de la prueba son las partes litigantes -a las que
quedan equiparados el defensor del vínculo y el promotor de justicia, en caso de intervenir-, siendo el
juez el destinatario de la prueba. Así se deduce del art.156.1 (c.1526,1), que establece como principio
básico que la carga de la prueba recae sobre la parte que afirma, sea el actor o el demandado. Se recoge
de este modo el principio dispositivo del proceso, según el cual es a las partes y no directamente al juez
a quien corresponde la iniciativa en materia de prueba.
matrimonial, en «Estudios Eclesiásticos» 80, 2005, 645-701.
No obstante, en el proceso canónico y, de modo muy especial, en las causas matrimoniales -por
pertenecer éstas al bien público de la Iglesia- el juez goza de amplísimas facultades en materia de
prueba, de tal modo que el principio dispositivo de la prueba queda en gran medida atenuado por la
concurrencia del principio inquisitivo2. En relación con la prueba en estos procesos, el juez tiene, entre
otras facultades, el derecho-deber de interrogar, en cualquier momento, a las partes para descubrir la
verdad (art.177), la facultad de ordenar que se realice un careo bien entre testigos, bien entre los testigo
y una de las partes, en caso de que discrepen sobre una cuestión grave (art.165,2), la facultad de llamar
a los testigos para que declaren nuevamente, si lo considera necesario o útil, antes de la publicación de
las actas (art.176); la facultad de ordenar que se presente en el proceso un documento común a ambas
partes (art.191); el derecho –deber, en algunos casos- de ordenar que se practiquen las pericias
necesarias para comprobar un hecho o determinar la verdadera naturaleza de una cosa (art.203); etc.
2. El objeto de la prueba
La actividad probatoria debe recaer sobre los hechos que fundamenten y justifiquen las
pretensiones de las partes, de tal modo que, como principio general, sólo debe admitirse prueba sobre
aquellos hechos que puedan tener incidencia en la decisión del juez. Esto implica que el Juez deberá
rechazar, por impertinentes e inútiles para el mérito de la causa, tanto las pruebas que versen sobre
hechos que no guarden relación con el objeto del juicio como aquellas que pretendan demostrar hechos
evidentes. No obstante, el juez deberá ser sumamente cauteloso en su juicio sobre la pertinencia de las
pruebas para no vulnerar el derecho de defensa de las partes.
Por otro lado, tampoco necesitan prueba, a tenor del art.156.2 (c.1526), “aquellas cosas que la
misma ley presume". En virtud de este principio, la parte –sea pública o privada- que afirme un hecho
que venga amparado por una presunción legal (p.e., la conformidad entre el consentimiento interno y
externo, la consumación del matrimonio en caso de cohabitación, etc.) 3- queda exenta de la carga de la
prueba, recayendo dicha carga sobre la parte que pretendiera negar lo amparado en dicha presunción.
Precisamente por la existencia de una presunción general favorable a la validez del matrimonio presunción que la parte actora debe desvirtuar- sí deberán probarse aquellos hechos que puedan dar
lugar a la nulidad, sin que sea suficiente con que los afirme uno de los cónyuges y sean reconocidos por
el otro. La confesión de una de las partes no exime a la otra de la carga de la prueba, puesto que, en las
causas de nulidad matrimonial, las confesiones y declaraciones de las partes no tienen fuerza de prueba
plena, salvo que vengan corroboradas por otros elementos probatorios4.
2
Vid. comentario art.71 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. Sobre la relación entre principio
dispositivo y principio inquisitivo en la fase probatoria del proceso, resulta de interés ARROBA CONDE, M.J., El
principio dispositivo en el proceso contencioso canónico, Roma 1989, 135-160.
3
Vid. comentario art.215 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
4
Vid. comentario art.180 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
Por último, aunque nada dice la Dignitas Connubii al respecto, cabe señalar que, aunque en
principio la prueba tiene por objeto únicamente hechos -presumiéndose el conocimiento del Derecho
por el tribunal, conforme al aforismo iura novit curia-, también el derecho deberá ser excepcionalmente
objeto de prueba, en los supuestos de costumbres o leyes particulares canónicas poco conocidas en el
lugar del proceso. Asimismo, podrá exigirse prueba del derecho civil o del derecho propio de otras
confesiones religiosas en aquellos supuestos en que la nulidad del matrimonio venga provocada por
estas normas ajenas al ordenamiento canónico5.
3. Criterios de licitud, transparencia y utilidad de la prueba
Reitera el art.157 el criterio general de que las partes podrán proponer, para probar sus
pretensiones, cualquier prueba lícita que consideren de utilidad para la defensa de sus derechos,
correspondiendo al Juez decidir sobre su legalidad, pertinencia y licitud.
Hay una notable insistencia de la Instrucción en el criterio de licitud de las pruebas. En
principio, parece indudable que en el proceso canónico no pueden tener cabida las pruebas ilícitas, que
deben ser de oficio rechazadas por el juez si fueran propuestas; y, en el supuesto de que hubiesen sido
admitidas inadvertidamente, no deberán ser tenidas en cuenta por el juzgador a la hora de dictar
sentencia. Sin embargo, se trata quizás de una de las cuestiones que más problemáticas puedan resultar
en la práctica, en cuanto que con frecuencia, en las causas de nulidad matrimonial, el énfasis en
criterios de licitud (p.e., respecto a la obligación de secreto profesional de los profesionales que han
tratado a la parte demandada, respecto al modo de adquisición de documentos propios de la otra parte,
etc.) puede entrar en conflicto con la finalidad del proceso de lograr descubrir la verdad objetiva y
favorecer conductas obstruccionistas por parte del cónyuge que no quiera colaborar en el proceso,
causando de ese modo un perjuicio a la parte actora que pretende la declaración de nulidad6.
En este aparente conflicto, resulta clarificador el art.157.1 DC, que desarrolla y explicita lo
dispuesto en el c.1527.1, recordando que la ilicitud puede venir provocada tanto por su naturaleza
como por su modo de adquisición, y que, en ambos casos, ello hará que la prueba no pueda ser ni
aportada, ni admitida por el juez. La Instrucción opta así, decididamente, por primar el criterio de la
necesaria licitud de las pruebas sobre otras consideraciones. De conformidad con los criterios
señalados en la Instrucción, serán pruebas ilícitas –y deberán ser por tanto desestimadas en todo casotodas aquellas que hayan sido conseguidas de forma fraudulenta, dolosa o ilegítima (mediante hurto,
5
6
Vid. comentario arts.2-4 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
Sobre los problemas que, en relación a la necesaria licitud de la prueba, pueden plantearse en la práctica a la
hora de admitir determinados medios probatorios, resulta de especial interés GULLO, C. – GULLO, A., Prassi
processuale nelle cause canoniche di nullità del matrimonio, ed. 2, aggiornata con l’Instr. «Dignitas connubii»,
Ciudad del Vaticano 2005, 141-156; también GARCÍA FAÍLDE, J.J Posición de los tribunales eclesiásticos
españoles ante requerimientos de pruebas o actas del proceso, en: R. RODRÍGUEZ CHACÓN (Ed.), Puntos de
especial dificultad en Derecho matrimonial canónico, sustantivo y procesal, y cuestiones actuales de Derecho
Eclesiástico y relaciones Iglesia-Estado, Madrid, 2007, en prensa.
engaño, etc...), así como las que supongan violación del secreto profesional sin consentimiento expreso
del interesado, sean contrarias a la dignidad de la persona humana o impliquen la violación de los
derechos y libertades fundamentales o de algún deber moral.
Asimismo, la Instrucción prohíbe igualmente la admisión de pruebas secretas, a no ser por
causa grave y siempre que se asegure su notificación a los abogados de las partes (art.157.2). Se
refuerza de este modo el carácter claramente excepcional de las pruebas secretas, las cuales, en todo
caso –como insisten los arts.230 y 234 en relación a la publicación de las actas- deberán ser dadas a
conocer a los letrados, para salvaguardar el derecho de defensa de las partes.
Por último, el art.157.3 apunta, como criterio para decidir sobre la oportunidad y utilidad de las
pruebas propuestas, que el juez debe evitar el número excesivo de testigos y la multiplicidad de pruebas
innecesarias, especialmente si le consta que las pruebas aportadas tienen como finalidad la de retrasar la
resolución de la causa.
4. La decisión judicial sobre la admisión/ rechazo de las pruebas
El juez, en base a los criterios de utilidad y licitud, deberá decidir, por medio de decreto, sobre
la admisión o rechazo de las pruebas propuestas por las partes. En principio, la decisión sobre la
admisión de las pruebas corresponderá al juez presidente o ponente; como reitera el párrafo segundo del
art.158, la decisión que en su caso pudiera tomar el auditor sobre la admisión de la prueba tendrá
únicamente carácter provisional7.
En el supuesto de que el juez rechace alguna de las pruebas propuestas, podrá la parte
perjudicada insistir para que se admita, aduciendo las razones que estime pertinentes. Se trata de una
cuestión que debe ser resuelta con toda rapidez (expeditissime), por lo que, a tenor del c.1629,5º, no
cabrá apelación contra dicha decisión.
En relación a este recurso contra la inadmisión de una prueba, la Dignitas introduce una notable
innovación respecto a la normativa codicial, al establecer los art.45,5º y 158.1 que corresponde al
colegio la resolución de este recurso, mientras que el c.1527.2 atribuye esta función al mismo juez que
inadmitió la prueba. Se trata de una innovación, a mi juicio, no exenta de problemas, puesto que si bien
es cierto que, en principio, el recurso al colegio parece garantizar una mayor imparcialidad a la hora de
resolver las reclamaciones de las partes, lo cierto es que, en la práctica, resultará difícil que esta reserva
al colegio de un recurso tan habitual como el que se plantea contra la inadmisión de una prueba no
provoque indebidas dilaciones en la tramitación de estos procesos y dificulte la resolución
expeditissime de los recursos previstos en el c 1527.2.
7
Vid. comentario arts.46 y 50 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
Por otro lado, cabe señalar que ni el Código ni la Dignitas Connubii prevén un recurso
específico contra la admisión de alguna prueba. No obstante, a tenor de la norma general del art.221,
siempre podrá la parte que se pueda considerar perjudicada por dicha prueba recurrir ante el colegio
contra el decreto de admisión de la misma y abrir una causa incidental, al no ser éste propiamente un
decreto de mero trámite8.
5. Actuación del abogado y el defensor del vínculo en la prueba
El art.159, recogiendo lo dispuesto en el c.1678, fija los derechos de abogados y defensores del
vínculo en relación a la prueba, partiendo del principio de equiparación entre partes públicas y partes
privadas que actúen asistidas de abogado.
Así, a tenor de este artículo, el defensor del vínculo y los abogados de las partes tienen derecho:
1.°.- a asistir al examen de las partes, de los testigos y de los peritos, a no ser que el juez, por lo
que se refiere a los abogados, estime que, por las circunstancias del asunto y de las personas, se debe
proceder en secreto.
Esta previsión contenida en el artículo no se refiere a que la prueba se decrete secreta –lo cual,
como señala el art.157.2, exigirá siempre en cualquier caso su notificación a los abogados para
salvaguardar el derecho de defensa de la parte- sino a la posibilidad de que el juez, a la vista de las
circunstancias concurrentes, considere oportuno, que en un caso concreto los abogados de las partes –
nada se dice respecto al defensor del vínculo- no estén presentes mientras se toma declaración a la
parte, testigos o peritos. Se trata, en cualquier caso, de una posibilidad con un marcado carácter
excepcional, en cuanto que supone la limitación de un derecho previamente reconocido a los abogados
de las partes, por lo que el juez deberá ser sumamente prudente a la hora de ordenar que “se proceda en
secreto” al examen de dichas personas, sin que sea suficiente, p.e., la mera petición del declarante de
que no esté presente el abogado de la otra parte.
2.°.- a conocer las actas judiciales, aun cuando no estén publicadas, y a examinar los
documentos presentados por las partes.
Con independencia de lo previsto en el número anterior, los abogados de las partes y el
defensor del vínculo tienen derecho, en cualquier momento del proceso, a conocer las actas judiciales y
a examinar los documentos presentados por las partes. Podrán, por tanto, solicitar al juez el examen de
las actas tanto si voluntariamente han dejado de asistir a la práctica de la prueba como, con mucho
mayor motivo, si su presencia en el examen judicial se ha visto limitada por mandato del juez, a tenor
del art.159.1.1º.
8
Vid. comentario art.221.
Salvando la diferencia prevista para el supuesto de que el juez decida proceder secretamente en
el examen judicial, el art.159 –en paralelismo con el c.1678- consagra el principio de equiparación entre
el ministerio público y los abogados de las partes en relación a la práctica de la prueba9. La actual
regulación, por tanto, no sólo ha perfilado mejor la figura del defensor, al eliminar aquellos privilegios
y atribuciones excesivas que desvirtuaban su actuación procesal, sino que, al hacer extensiva a las
partes y sus abogados facultades anteriormente reservadas al defensor del vínculo, ha configurado un
proceso más equilibrado, en el que rige el principio de equiparación de las partes públicas y privadas.
No obstante, debe tenerse en cuenta que, pese a esta teórica y deseable equiparación, en la
práctica el defensor del vínculo se encuentra en una situación de notoria inferioridad respecto a las
partes en materia probatoria, en cuanto que no tiene medios de acceder a documentos que puedan
resultar fundamentales para la defensa del vínculo, desconoce las circunstancias que rodearon el
matrimonio, los nombres y direcciones de testigos que pudieran resultar importantes, etc., todo lo cual
puede llevar a una situación de desprotección efectiva del vínculo conyugal, especialmente en el
supuesto, nada infrecuente, de que ambos cónyuges -sea mediante demanda conjunta o mediante la
ficticia sumisión de uno de ellos a la justicia del tribunal- se pongan de acuerdo para obtener la
nulidad10.
En cualquier caso, hay que advertir, para una correcta comprensión del principio de
equiparación entre partes públicas y privadas en el proceso, que, propiamente, dicha equiparación se
predica en relación a las partes que actúan asistidas de letrado, no respecto a las demás partes: en
efecto, tanto la regulación codicial como, en concreto, el c.1678 y el art.159 DC, equiparan las
facultades del defensor del vínculo con las de los abogados de las partes, no con las de las partes
mismas, cuyos derechos al respectos son más limitados. A este respecto, el art.159.2 DC reitera
expresamente que «las partes no pueden asistir al examen del que se trata en el § 1, n. 1».
La razón de ser de esta aparente desigualdad respecto a la parte que ejerza personalmente su
derecho de postulación procesal se encuentra, como ha señalado la doctrina, en que la facultad de asistir
al examen de las partes, testigos y peritos se configura, más que como un derecho derivado del carácter
de parte, como una facultad que la ley otorga a la parte que actúa en el proceso con una postulación
9
En el Código de 1917, el defensor del vínculo tenía una serie de privilegios y de obligaciones en
relación a la prueba de los que se veían privadas las partes: revisar en cualquier momento las actas del proceso;
proponer al juez nuevos plazos para presentar escritos; pedir la comparecencia de nuevos testigos o de los ya
examinados, incluso aunque la causa hubiera sido declarada conclusa; exigir que se practiquen las actuaciones
que él sugiera, salvo oposición unánime del tribunal; examinar los interrogatorios de las partes y reformarlos si lo
estimaba necesario; asistir al examen de partes, testigos y peritos, presentando interrogatorios cerrados y sellados,
y sugerir al juez nuevas preguntas a la vista del examen; etc. Este cúmulo de obligaciones y de privilegios
atribuidos por ley provocaba una notable diferencia del defensor del vínculo respecto a los abogados de las
partes: CABREROS DE ANTA, M., Comentario a los can.1569-1607, en: Comentarios al Código de Derecho
Canónico, vol. III, Madrid 1964, 288. Sobre la figura del Defensor del vínculo en la anterior regulación, puede
verse: DEL AMO, L., La defensa del vínculo, Madrid 1954.
10
Sobre esta cuestión, vid. PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba, en: PÉREZ
RAMOS, A., y RUANO ESPINA, L. (coord.), La prueba en los procesos de nulidad matrimonial. Cuestiones de
actualidad en Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico, Salamanca 2003, 49-87.
técnica que goce de los suficientes conocimientos jurídicos como para poder intervenir de modo
adecuado en la realización de dichos actos procesales11.
6. Momento procesal para la proposición y práctica de pruebas
Con carácter general, el momento oportuno para la proposición y práctica de la prueba será el
plazo que a tal efecto señale el Juez, mediante decreto, una vez adquiera firmeza la fórmula de dudas
establecida en la causa, puesto que la lógica procesal exige que la recogida de pruebas se haga una vez
ha quedado definitivamente fijado, por el decreto de litiscontestación, el objeto del litigio.
No obstante, cabe excepcionalmente que se propongan y practiquen pruebas fuera de esta fase
de instrucción. El art.160, en paralelismo con el c.1529, prevé la posibilidad de que el juez, si existe
causa grave, permita la práctica de alguna prueba antes de la litiscontestación. Como causa grave, suele
considerarse, en la praxis forense, el temor a la muerte de algún testigo, la previsión de una ausencia
prolongada que impidiera o dificultase extremadamente el examen de la parte o de algún testigo, y, en
general, el peligro de que alguna prueba o indicio importante pudiera desaparecer o perjudicarse si se
dilata su recogida.
Por otro lado, en el ordenamiento procesal canónica, más preocupado de la verdad objetiva y la
realización de la justicia que del rigor formalista, no se aplica con rigidez el principio de preclusión, de
tal modo que será posible proponer y practicar pruebas no sólo antes de abrirse la fase probatoria, sino
también una vez concluida ésta, tanto después de la publicación de las actuaciones, como incluso
después del decreto de conclusión de la causa o en apelación, siempre que, en estos casos, se cumplan
las condiciones previstas en el c.160012.
En cuanto al momento de la proposición de la prueba, ya se ha indicado que, de ordinario, será
el establecido por el juez en el decreto de apertura del periodo probatorio (art.137 y c.1677,4). A este
respecto, aunque no se menciona nada expresamente ni en la Dignitas Connubii, ni el Código, parece
claro que el principio de equiparación entre partes públicas y privadas exige que el defensor del
vínculo, abandonando antiguos privilegios ya derogados, presente su escrito de proposición de pruebas
dentro del plazo concedido en el decreto del juez, que obliga a todas las partes por igual. A mi entender,
resulta poco ajustada a derecho la praxis, mantenida todavía en algunos tribunales, de que el defensor
del vínculo espere a conocer la prueba solicitada por las otras partes y, en base a ésta, elabore su propia
proposición de prueba. A tenor de la actual regulación codicial y del principio de equiparación de
partes públicas y privadas, considero que el defensor del vínculo deberá proponer su prueba en el
mismo plazo que las partes13 y sin conocer la prueba solicitada por éstas, constituyendo la praxis
11
C. De Diego-Lora, 'Comentario al can.1434', in: Instituto Martín de Azpilcueta, Comentario exegético al
Código de Derecho Canónico, vol.IV/1, Pamplona 1996, 839.
12
13
Vid. comentario arts.236, 239 y 267.3 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
Naturalmente, si fuera necesario, podrá el defensor del vínculo, al igual que las partes, solicitar prórroga del
plazo para proponer prueba, cumpliendo los requisitos del art.81 (c.1465).
contraria, a mi juicio, una vulneración poco justificada del principio de igualdad de partes.
7. Criterio de flexibilidad en la práctica de la prueba
En el ordenamiento canónico, la flexibilidad en la proposición y práctica de la prueba alcanza,
no sólo al tiempo de proponerla y practicarla, sino que viene configurado como un principio general de
actuación del juez en el art. 161, que cierra la sección preliminar de este Título VII. El art.161, tras
recordar la posibilidad –prevista en el c.1528- de acudir a un notario público o a un laico designado por
el juez para tomar declaración a la parte o los testigos que rehúsen comparecer ante el juez eclesiástico,
profundiza en el criterio flexibilidad en la práctica de la prueba, previendo que, si en algún caso no se
pueden observar las normas canónicas, podrán no obstante admitirse esos medios de prueba, siempre
que conste su autenticidad e integridad, evitándose cualquier peligro de fraude, colusión o corrupción.
II.- NORMAS SOBRE EL EXAMEN JUDICIAL
Antes de entrar a describir los diversos tipos de prueba en particular, el capítulo I da una serie
de normas comunes relativas al modo de realizar el examen judicial de partes, testigos y, cuando el caso
lo requiera, perito.
1. Normas generales
La citación para el examen judicial de quien ha de ser interrogado –sea la parte, el testigo o, en
su caso, el perito- se hará, a tenor del art.163, mediante decreto del juez legítimamente notificado,
siendo de aplicación en esta materia las normas codiciales sobre citación y notificaciones de los
arts.130 y siguientes de la Dignitas Connubii14. En la cédula de citación deberán constar, al menos, los
siguientes datos: el juez que la dicta, el nombre y domicilio del citado, el mandato al testigo para que
comparezca y la causa para la que se le cita, con expresión de los cónyuges litigantes, así como el lugar
y la fecha en que debe acudir a declarar.
En cuanto al lugar de realización del examen judicial, el art.162 (c.1558) establece, como norma
general, judicial de todas estas personas se hará en la sede del tribunal, salvo que el juez, por justa
causa, disponga otra cosa, correspondiendo en este caso al juez determinar dónde han de ser oídos
aquellos que por distancia, enfermedad u otro impedimento, se vean imposibilitados de acudir a la sede
del tribunal. Por otro lado, en el supuesto de que los testigos tengan su domicilio en otra diócesis, podrá
el juez solicitar el auxilio judicial del tribunal eclesiástico correspondiente, al que deberá
14
En la práctica forense española, lo habitual será que el juez encomiende a los procuradores de las partes la
notificación de la citación a los testigos propuestos por cada una de ellas, encargándose el juez de la notificación
a los testigos de oficio o propuestos por el ministerio público.
proporcionarle las instrucciones y los artículos necesarios para realizar el interrogatorio del testigo15.
No obstante, en razón de su dignidad, están exentos de acudir a la sede del tribunal para prestar
declaración -debiendo ser oídos en el lugar que ellos elijan- los Cardenales, Patriarcas y Obispos, así
como todos aquellos que gozan de este derecho a tenor del derecho civil, cuyos privilegios quedan así
canonizados. Igualmente, hay que entender incluidos dentro de esta excepción, en virtud de su
dignidad, todos aquellos equiparados en derecho al Obispo diocesano: Prelados territoriales, Abades
territoriales, Vicario apostólico, Prefecto apostólico y Administrador apostólico (cc.381,2 y 368).
Una vez notificada legítimamente la citación, el sujeto tiene la obligación de comparecer a
declarar -obedeciendo así al mandato judicial- o, en su defecto, de manifestar al juez el motivo de su
ausencia (c.1557), tal como recuerda el párrafo segundo del art.163. Esta obligación de comparecer
depende, por consiguiente, de que se haya notificado en forma la citación al testigo, de tal modo que, en
el supuesto de que el testigo no comparezca ni presente ninguna excusa, podrá el juez -si lo estima
conveniente- citarle nuevamente.
No es, sin embargo, necesaria la reiteración de la citación -salvo que no constara en autos la
notificación legítima- y, de hecho, no suele realizarse en el caso de los testigos, por entender que si
éstos no comparecen ni se excusan es porque no tienen intención de acudir ante los tribunales
eclesiásticos; sí es más frecuente, por el contrario, que se cite nuevamente al demandado en caso de
incomparecencia de éste, por la importancia que puede tener su declaración para el descubrimiento de
la verdad objetiva del matrimonio.
En cualquier caso, nada obsta a que el juez, siempre que lo estime necesario o útil y que se evite
todo peligro de fraude o corrupción, pueda volver a llamar a declarar a quienes ya han sido
interrogados, tanto de oficio como a petición de parte, como recuerda el art.176, reproduciendo lo
dispuesto en el c.1570. Aunque el artículo no indica el momento a que se refiere esta posibilidad de
volver a llamar a quien ya ha declarado, es claro que se refiere el artículo hace referencia a la
reiteración del examen antes de la publicación de las actas: así se deduce tanto de la ubicación
sistemática de este artículo, en el título dedicado a las pruebas, como por el hecho de que, una vez
publicadas las actuaciones, serían de aplicación, por el contrario, los arts.236 (c.1598.2) y, en su caso,
el art.239 (c.1600), si ya se ha decretado la conclusión de la causa.
2. El abogado y el defensor del vínculo en la presentación de cuestionarios
Sin perjuicio del amplio margen de actuación que tiene el juez en relación a la prueba, el art.164
recuerda que si las partes y el defensor del vínculo -o el promotor de justicia, si interviene- han
solicitado el examen de partes, testigos o peritos, deberán aportar los artículos o preguntas sobre las
que desean que se les interrogue, dentro del plazo concedido por el juez. Comparando este art.164 con
15
Vid. comentario arts.29, 51 y 85 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
la redacción del c.1552.2 que le sirve de base, cabe destacar una significativa omisión de la Instrucción,
puesto que desaparece cualquier referencia a que el descuido en la presentación de los interrogatorios a
partes o testigos lleve aparejada la presunción de desestimiento de la petición de dicha prueba. Se trata
de un silencio indudablemente intencionado, que, a nuestro juicio, supone una concreción más del
criterio general de flexibilidad en la práctica de la prueba.
En el proceso canónico, a diferencia de lo que ocurre en el civil -en que únicamente puede
pedirse la declaración de la otra parte- nada impide que las partes propongan como prueba la
declaración judicial de ambos cónyuges y, en consecuencia, presenten interrogatorios para los dos,
siendo ésta, de hecho, la praxis habitual en las causas de nulidad.
Mayor problema teórico puede plantear la cuestión de si puede el defensor del vínculo,
conforme a una praxis común y muy extendida en los tribunales eclesiásticos, presentar interrogatorios
para los testigos propuestos por las otras partes16. En no pocos tribunales, es frecuente que el defensor
del vínculo presente una especie de interrogatorio general para ser hecho -siempre que el juez instructor
lo estime pertinente- a todos los testigos, lo cual puede suscitar problemas, en cuanto que, en principio,
parece que lo procedente sería que cada parte presentase artículos únicamente para sus propios testigos.
Ciertamente, el c.1552.2 –no recogido en la Dignitas Connubii- configura la presentación de
interrogatorios como una verdadera obligación o carga procesal, en cuanto que sanciona con tener por
desistido de la petición de esta prueba a quien no presente los preceptivos artículos o interrogatorios.
De ahí se deduce, ineludiblemente, que la presentación de artículos, en cuanto tal obligación, atañe
únicamente a los testigos propuestos por la parte, sin que alcance a los restantes testigos. Lo habitual
será, por consiguiente, que cada parte presente interrogatorios para sus propios testigos, sin perjuicio
del derecho del abogado a solicitar al juez, durante el examen de los testigos propuestos por las otras
partes, que le realice las preguntas que estime pertinentes17.
No obstante, a mi juicio, de la disposición del c.1552.2 no cabe deducir que resulte ilegítima la
praxis por la cual el defensor del vínculo presenta interrogatorio para todos los testigos, puesto que lo
cierto es que nada hay ni en el Código ni en la Dignitas Connubii que excluya esta posibilidad: por un
lado, el hecho de que el can.1552 regule con carácter estricto una obligación para la parte que propone
la prueba testifical no excluye en modo alguno la posibilidad de que las otras partes -incluido el
defensor del vínculo- puedan proponer al juez con carácter general preguntas que desean hacer a la
totalidad de los testigos que declaren en la causa; y, por otro lado, el hecho de que puedan proponer
esas preguntas sobre la marcha, en el mismo examen judicial, tampoco excluye de por sí la posibilidad
de que, previendo quizás la imposibilidad de acudir a dicho examen, puedan proponerlas con
anterioridad. Al contrario, puesto que la normativa canónica reconoce como principio general la
16
PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba, en: PÉREZ RAMOS, A. – RUANO
ESPINA, L., La prueba en los procesos de nulidad matrimonial. Cuestiones de actualidad en Derecho Canónico y
Derecho Eclesiástico, Salamanca 2003, pp.74-76.
17
Vid. comentario art.166 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
facultad de presentar preguntas para los testigos de la otra parte –sin perjuicio de que esas cuestiones
deban ser aprobadas por el juez, autor del interrogatorio- no se ve por qué motivo debería impedirse el
ejercicio de esta facultad en aquellos casos en que las partes, públicas o privadas, no pudieran estar
presentes en el examen18.
Se trata, en definitiva, de una cuestión no regulada expresamente en el Código, por lo que
deberán tenerse en cuenta las regulaciones particulares, así como los usus fori de cada lugar. No
obstante, considero aconsejable, en aras a salvaguardar el deseable principio legal de igualdad entre
partes públicas y privadas, que se reconozca esta facultad a todas las partes intervinientes,
correspondiendo en definitiva al instructor decidir qué preguntas conviene hacer al testigo.
3. Modo de realizar el examen.
El examen se ha de examinar por separado a cada parte, testigo y perito, con el fin de evitar el
influjo de unos declarantes sobre otros, así como situaciones de enfrentamiento, tal como dispone
categóricamente el art.165. Se trata de una prohibición establecida, para los testigos, en el c.1560,
pudiendo destacarse que la Comisión de reforma del Código rechazó expresamente la posibilidad de
que se concediera al juez la facultad de decidir otra cosa si lo estimaba conveniente19.
No obstante, si, una vez han prestado declaración por separado, se observan discrepancias
importantes respecto a una cuestión grave, que resulte fundamental para la resolución de la causa, podrá
el juez ordenar que se practique un careo entre los discrepantes, evitando en la medida de lo posible las
disensiones y el escándalo. Aunque, dados los múltiples inconvenientes que plantea y la complejidad de
su realización, el careo es muy raramente empleado en la práctica forense matrimonial, no deja de ser
en ocasiones –siempre que sea bien realizado, lo que exige al juez unas cualidades muy determinadasun medio óptimo para descubrir la verdad, especialmente en aquellos casos de versiones totalmente
divergentes sobre un mismo punto que no pudiera ser corroborado por ningún otro medio20.
Por otro lado, conforme dispone el art. 166 (c.1561), el examen de los declarantes deberá ser
realizado por el juez, su delegado o un auditor, de modo que, salvo que la ley particular disponga otra
cosa, los abogados o el defensor del vínculo presentes en el interrogatorio deberán dirigirse al juez o a
quien haga sus veces si desean formular nuevas preguntas al declarante.
18
Otra posible solución –un tanto artificiosa- sería que el defensor del vínculo o la parte hicieran suya con
carácter previo la prueba testifical que propongan las otras partes, de modo que estaría en realidad presentando
interrogatorios para unos testigos que asume como propios.
19
Communicationes 11, 1979, p.114. No obstante, no serían nulos -aunque tendrían muy escaso valor- los
testimonios realizados en presencia de otros testigos.
20
Sobre el ejercicio del contradictorio en materia probatoria, cfr. ARROBA CONDE, M.J., Cuestiones
fundamentales de derecho probatorio canónico, en: R. RODRÍGUEZ CHACÓN (Ed.), Puntos de especial dificultad
en Derecho matrimonial canónico, sustantivo y procesal, y cuestiones actuales de Derecho Eclesiástico y
relaciones Iglesia-Estado, Madrid, 2007,105-129.
A diferencia del proceso civil, en el derecho procesal canónico no caben las repreguntas, puesto
que, con el fin de evitar las declaraciones preparadas o manipuladas, no se da traslado a las otras partes
de los artículos presentados para el interrogatorio de los declarantes, sólo de sus nombres (art.170). No
obstante, en sustitución de las repreguntas, podrán los letrados de las partes y el defensor del vínculo
presentes en el interrogatorio solicitar todas las aclaraciones que deseen a la narración de hechos
ofrecida por el testigo, formulando -a través del juez, salvo ley particular en contrario- las preguntas
que estimen necesarias para el descubrimiento de los hechos. A este respecto, el juez deberá cuidar que
tanto esas preguntas formuladas en el acto del examen del declarante como los artículos presentados en
el momento de la proposición de prueba, cumplan los requisitos del c.156421.
Asimismo, también exige el art.166 –reproduciendo en el c.1561- que el juez, al hacer el
examen, esté asistido por un notario. No obstante, respecto a la necesidad de la presencia del notario en
la declaración, habría que puntualizar lo siguiente:
1º.- Esta exigencia se halla también condicionada a que la ley particular no establezca otra cosa.
Así se desprende del proceso de redacción del c.1561, en que se puso de manifiesto que la excepción
"salvo que la ley particular establezca otra cosa" incluida al final del canon afectaba a todo el contenido
de la norma, es decir, tanto al examen de las partes y los testigos por el juez, como a la exigencia de que
los abogados de las partes y el defensor del vínculo propongan las preguntas al juez para que sea éste
quien las formule a la parte o al testigo, como a la necesidad de la presencia del notario en las
declaraciones22;
2º.- En ningún caso la ausencia del notario provocará la nulidad del acto de la declaración
judicial de las partes, testigos o peritos.
4. Actuación del juez en el examen
Los arts.167 y 168 recogen, en línea con los cc.1562-3 y 1532, una serie de obligaciones del
juez a la hora de realizar el examen del declarante. Se trata de indicaciones que pueden tener notable
importancia para la consecución de una correcta instrucción de la causa y de una prueba obtenida con
todas las garantías:
De conformidad con el art.167, el juez, al proceder al examen delas partes y los testigos, deberá
recordarles su obligación grave de decir toda la verdad y solo la verdad, así como, a menos que una
causa grave aconseje otra cosa, pedir a los declarantes que presten juramento de decir verdad, o, al
menos, de que es verdad lo que han manifestado. Asimismo, podrá el juez pedirles juramento o
promesa de guardar secreto. Si el declarante se niega a prestar el juramento de decir verdad, el
21
Vid. comentario art.169. Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
22
Communicationes 11 (1979) 115.
art.167.2 establece que debe prometer que dirá la verdad. No obstante, pese al tenor imperativo de este
artículo, lo cierto es que el ordenamiento canónico dispone que, si el declarante se niega a jurar, deberá
ser oído sin juramento (art.167 y c.1562.2), aunque deberá hacerse constar en acta, de conformidad con
el c.1568, las razones de dicha negativa, que pueden tener gran importancia a la hora de valorar este
testimonio23.
Por otro lado, deberá el juez averiguar la identidad del declarante, mediante un documento
oficial (DNI o similar), sin que sean suficiente las manifestaciones de los letrados de las partes de que
el declarante es persona conocida. Deberá, además, preguntarse al declarante cuál es su relación con
las partes litigantes, al constituir éste un dato de gran importancia para valorar su credibilidad y ciencia.
Igualmente, aunque nada dice el artículo al respecto, deberá el juez preguntar y hacer constar en
actas los datos fundamentales del declarante, al menos los relativos a su edad, profesión, domicilio,
religión y, en su caso, parroquia. Estos datos generales pueden tener cierta importancia a la hora de
valorar la declaración: p.e., si el declarante, siendo una persona ajena al mundo del derecho, utiliza en
su narración términos jurídico-canónicos; si el testigo depone sobre hechos que, en virtud de la edad
que tenía cuando ocurrieron, no pudo conocer; etc. Por su parte, la pregunta sobre la parroquia en la que
el declarante, en su caso, cumple con la práctica religiosa puede ser de utilidad en el supuesto de que se
estime necesario pedir al párroco informes sobre su credibilidad, por lo que conviene que el declarante
indique no la parroquia a la que jurídicamente pertenece, sino aquella en la que participa y donde le
conocen.
Asimismo, insiste el art.168 en la obligación del juez de preguntar al declarante, cuando éste
declare sobre los hechos objeto de la causa, no sólo la fuente de conocimiento de dichos hechos, sino
también "en qué momento preciso se enteró de aquello que afirma".
En virtud de su fuente de conocimiento, las declaraciones serán: de ciencia propia o presencial,
si la persona declara sobre hechos percibidos directamente por él; de referencia, si declara lo que ha
oído de testigos presenciales; de fama, cuando se limita a recoge en su declaración la opinión pública y
difundida respecto a un hecho.
En cuanto a la determinación del momento en que se conoció el hecho, se trata de una
circunstancia que puede igualmente tener gran importancia para la correcta valoración de la
declaración, puesto que el conocimiento obtenido en tiempo ya sospechoso deberá ser acogido con
suma prudencia por el juzgador24. En general, conviene que el declarante concrete lo más posible las
23
Indudablemente, no podría considerarse carente de valor la declaración de un testigo excesivamente
escrupuloso, que no quiere prestar juramento por miedo precisamente a cometer perjurio por error, omisión,
fallos de memoria, etc.
24
A este respecto, se considera tiempo sospechoso, conforme a la jurisprudencia rotal, no sólo el tiempo de
preparación de la demanda, sino también el tiempo en que surgen las desavenencias entre los cónyuges, puesto
que éstos pueden estar previendo ya -y de algún modo preparando- la futura demanda de nulidad: entre otras,
sentencias rotales c. Wynen, de 6 de mayo de 1941: SRRD 33 (1941) 380; c. Felici, de 30 de marzo de 1949:
circunstancias -de lugar, tiempo, compañía, contexto, etc.- de los hechos que narra, de modo que el juez
pueda alcanzar certeza moral sobre los mismos" 25.
5. Normas relativas a los cuestionarios y a la redacción del acta
Por disposición del art.169, las preguntas que se hagan a los declarantes –sean las presentadas
previamente por las partes públicas o privadas, sean las que propongan en el mismo acto de la
declaración el abogado o el defensor del vínculo si están presentes, sean las que haga el juez de oficiodeben cumplir los requisitos del c.1564, de modo que deberá el juez rechazar toda pregunta que no
tenga las siguientes características:
a) Brevedad y sencillez: las preguntas deben ser breves, para facilitar su comprensión por el
declarante y su respuesta, y, sobre todo, no abarcar varias cuestiones a la vez, puesto que las preguntas
complejas favorecen la confusión, al provocar el desorden de las ideas y la posibilidad de olvidos u
omisiones;
b) Acomodadas a la capacidad del que declara: el declarante no podrá responder
adecuadamente a lo que no comprende bien, por lo que es importante utilizar un lenguaje claro e
inteligible para el declarante, evitar términos técnicos, giros rebuscados, etc.
c) No ser capciosas ni falaces: se prohíben por el derecho las preguntas oscuras, ambiguas,
engañosas, puesto que lo importante es el descubrimiento de la verdad, para lo cual es preciso que los
declarantes narren los hechos tal y como los conocen.
d) No ser sugerentes: las preguntas no deben indicar, ni siquiera sugerir, la respuesta, puesto que
esto limitaría en gran parte la libertad del testigo, sino que deben tender a que la parte haga un relato de
los hechos. En dicho relato, será labor del juez el intentar, sin sugerir la respuesta, que la parte vaya
detallando los hechos y concretando datos, circunstancias, etc, que puedan tener interés para la causa.
Esta característica de la no sugerencia -de gran importancia para la correcta instrucción de la
causa- exige que el orden de las preguntas vaya de lo más general a lo más concreto y específico, y que
las preguntas sean abiertas, sin predeterminar la respuesta. No caben, por tanto, en el ordenamiento
canónico, a diferencia de la práctica procesal civil, la formulación de las clásicas posiciones, con su
redacción afirmativa “diga ser cierto que...”.
e) No ser ofensivas, de modo que "a nadie ofendan", ni al que declara, ni a las partes en la
causa.
SRRD 41 (1949) 140; etc.
25
Así lo destacan numerosas sentencias rotales que insisten en que «es necesario que (el testigo) añada
cuándo, de quién, en qué contexto lo oyeron, si se dijo seria o jocosamente; de lo contrario, su declaración es
deficiente porque faltan los elementos que permitan verificarla»: c. Giannecchini, de 19 de noviembre de 1982:
SRRD 74, 1982, p.540; c. Lanversin, de 30 de junio de 1991, en «Monitor Ecclesiasticus» 117, 1992, p.55; etc.
f) Pertinentes al mérito de la causa: se trata de un criterio de legitimidad importante, puesto que
el declarante no estaría obligado a contestar preguntas impertinentes, que no guarden relación con los
hechos objeto del proceso, aunque sean entendidos en un sentido amplio (recogiendo circunstancias
relevantes, etc.). Es al instructor a quien corresponde juzgar sobre la pertinencia o no de las preguntas,
para lo cual es fundamental que acuda al acto de la declaración con un buen conocimiento tanto del
planteamiento y el objeto de la causa como de las actuaciones practicadas en la misma hasta el
momento.
Para evitar el peligro de declaraciones preparadas o manipuladas, el art. 170 prohíbe que se den
a conocer las preguntas con antelación a quienes han de ser interrogados, aunque prevé la posibilidad
de que pueda el juez anunciar algunos puntos al declarante, si los hechos sobre los que debe declarar
son tan lejanos que no podría hacerlo adecuadamente de otro modo (c.1565); y el art. 171 exige que las
respuestas de los declarantes sean siempre orales26, prohibiéndose expresamente la lectura de escritos
por parte de los declarantes, aunque no cabe excluir, a tenor de la regulación codicial (c.1566), que en
algunos supuestos difíciles de recordar -p.e., la fecha concreta del hecho que narra- pueda el juez
autorizar al testigo a hacer uso de sus anotaciones. Esta prohibición genérica de leer escritos no alcanza,
sin embargo, al perito, en el supuesto de que sea éste quien vaya a declarar para exponer ante el juez
las conclusiones de la pericia. Asimismo, también queda matizado el principio de oralidad en el
supuesto de que el declarante sea sordo o mudo, al prever la legislación que, en este supuesto, cabe que
el juez, o bien recurra a un intérprete, o bien disponga que el declarante conteste por escrito a las
preguntas que él le plantee27.
En cuanto al modo de redactar el acta de la declaración, los arts.173 a 175 recogen una serie de
criterios, tomados de los cc.1567-1569.
El art. 173, reproduciendo el c.1567, dispone que las respuestas de los declarantes deben ser
inmediatamente recogidas por escrito por el notario, bajo la dirección del juez, en el acta de la
declaración, siendo obligación del notario –y del juez- el consignar "las mismas palabras de la
declaración, al menos en cuanto se refieren directamente al objeto del juicio". Se trata de un criterio
fundamental para asegurar la posibilidad, por parte de los jueces, de hacer una valoración objetiva de
esta declaración, por lo que es importante que el notario evite la tentación de “traducir” las
manifestaciones de los declarantes a lenguaje jurídico, de utilizar como plantilla las declaraciones
hechas anteriormente por otros testigos en la misma causa, etc.
No obstante, sólo es obligatorio que consten literalmente las palabras del testigo en aquello que
26
Sobre las consecuencias de esta exigencia de oralidad de los testimonios, vid. el epígrafe Valoración del
testimonio aportado como prueba documental , infra.
27
Asimismo, también será necesario recurrir a un intérprete en aquellos casos en que el declarante hable una
lengua desconocida para el instructor. (así lo recoge el art.172 , que reproduce literalmente el c.1471.) En el
supuesto de declaraciones tomadas en distintas lenguas, bien porque se haya utilizado intérprete, bien porque las
declaraciones hayan sido tomadas por exhorto en el extranjero, deberán unirse a los autos tanto la declaración
redactada en la lengua original del declarante como su traducción
de modo directo incide en el objeto de la causa; respecto al resto de la declaración, será suficiente con
que conste íntegra y fielmente lo narrado por el declarante en respuesta a las preguntas del instructor,
teniendo el notario –y el juez- un cierto margen de actuación para evitar declaraciones excesivamente
difusas, extensas, en que abunden datos accidentales no pertinentes al mérito de la causa, etc. Sin
embargo, en caso de duda, es preferible una declaración extensa y literal que una excesivamente
resumida, puesto que los jueces podrán valorar más adecuadamente el testimonio si conocen los hechos
tal y como son conocidos y expresados por el testigo, no a través de la percepción y redacción de los
mismos que haga el instructor o el notario.
Tanto por este afán de recoger lo más literalmente posible las declaraciones de los testigos como
por el fin de agilizar el proceso en lo posible, el párrafo segundo del art.173 autoriza -a discreción del
instructor- el empleo del magnetófono o de otros medios técnicos (grabaciones en vídeo, CD, DVD,
etc.) en el examen de los declarantes. No obstante, habida cuenta el principio de escritura que rige en el
proceso contencioso ordinario, la norma exige la transcripción de dicha cinta a un acta, que deberá ir
firmada por el notario -quien da fe de que la transcripción de la cinta responde fielmente a la
declaración del testigo- y por el juez, así como, siempre que sea posible, por el mismo testigo. Este
supuesto constituye en realidad una excepción a la norma general del art.175.2, que exige que conste la
firma del declarante en el acta; no obstante, en este caso eso exigiría que, una vez transcrita la cita, se
citase nuevamente al testigo para que firmase el acta, lo cual iría en contra de la finalidad de agilización
del proceso que justifica el empleo del magnetófono.
Aunque no es lícito , como se puso de manifiesto en el proceso de redacción del Código, que se
unan las cintas a los autos sin transcribir, puesto que la sola cinta, por las posibilidades de manipulación
o falsificación que presenta, no puede ser admitida como prueba28, sí es obligación del notario –y así se
recoge en el art.175.3, sin paralelismo en el Código- autenticar la grabación y disponer lo necesario
para que se conserve íntegra y segura.
Al redactar el acta, deberá el notario hacer constar, por disposición del art.174 (c.1568), si el
declarante prestó juramento o promesa o si, por el contrario, éste fue dispensado o rehusado; las
personas que estaban presentes en el acto del examen judicial; las preguntas añadidas de oficio –o a
petición de las partes presentes en el interrogatorio- en dicho acto, así como todo aquello que haya
sucedido durante el examen y que pueda tener cierta importancia.
En cualquier caso, exige el derecho (art.175.1-2; c.1569) que, una vez terminado el examen del
testigo, le sea leído a éste el acta de su declaración tomada por el notario -o, en su caso, se le haga oír lo
grabado en cinta magnetofónica-, dándole la posibilidad de añadir, suprimir, corregir o modificar lo que
juzgue necesario. Aunque nada dice la Instrucción, es claro que estas modificaciones deberán hacerse
constar en acta como tales modificaciones finales a la declaración, para que puedan ser valoradas por
los jueces. En este sentido, deberá evitar el instructor realizar estas correcciones directamente sobre lo
declarado inicialmente, borrando esto. Una vez concluida y revisada la declaración, el declarante 28
Communicationes 10, 1978, p.263.
excepto en el supuesto de que su declaración haya sido recogida en medios técnicos- firmará el acta
junto con el juez, el notario y, si han estado presentes, el defensor del vínculo y los abogados.
III.- LAS PRUEBAS EN PARTICULAR
El capítulo II de este Título VII (arts.176-216) describe cada una de las pruebas en particular,
dando criterios específicos sobre el modo en que deben practicarse y, especialmente, sobre su
valoración por el juez a la hora de dictar sentencia en las causas de nulidad matrimonial.
A) DECLARACIÓN DE LAS PARTES
1. Importancia y modo de realización
La declaración de las partes no sólo es reconocida, en el actual ordenamiento canónico, como
verdadera prueba29, sino que constituye una las pruebas más destacadas en las causas de nulidad
matrimonial, por las especiales características de éstas.
En este sentido, el art.177 exhorta al juez para que interrogue a las partes, con el fin de mejor
descubrir la verdad. No obstante, conviene puntualizar que, no obstante el tenor literal del art.177, en
las causas de nulidad matrimonial la necesidad de proceder al examen de las partes –o al menos
intentarlo- constituye propiamente un deber, más que un mero consejo. En efecto, a tenor del c.1530,
la práctica de esta prueba de declaración de las partes no está sujeta, en los procesos matrimoniales, a la
previa petición de parte, sino que debe en cualquier caso ser ordenada de oficio por el juez, por tratarse
de causas que afectan al bien público. En definitiva, existe en estos procesos la obligación judicial de
intentar lograr la declaración de las partes, con el fin de que éstas, con sus aportaciones personales y sus
precisiones a lo expuesto en los escritos de demanda y, en su caso de contestación –siempre más
breves y genéricos, aparte de habitualmente redactados por el abogado- permitan conocer con mayor
exactitud los hechos controvertidos.
En cuanto al modo en que debe practicarse esta prueba, es de aplicación lo previsto en los
artículos 162-176 sobre el examen judicial. No obstante, el art. 178 recuerda la obligación de la parte
legítimamente interrogada de responder y decir "toda la verdad", correspondiendo al juez, en su caso,
valorar la negativa de la parte a responder (c.1531). No se aplica automáticamente, pues, en el
ordenamiento canónico, la ficta confessio, ni se establecen presunciones legales sobre el valor del
silencio o la negativa a responder, sino que se deja a criterio del juez el realizar esta valoración, que
deberá ser hecha con sumo cuidado, tomando en consideración todas las circunstancias: la causa de la
negativa, su legitimidad y consistencia, etc.
29
GULLO, C. – GULLO, A., Prassi processuale nelle cause canoniche di nullità del matrimonio, cit, p.161.
Por otro lado, esta obligación de responder exige como requisito previo la legitimidad del
interrogatorio, de modo que, por la remisión del art.178 a los cc.1534 y 1548.2, sólo habrá obligación
de responder a las preguntas hechas por el juez que sean atinentes al mérito de la causa, que no
vulneren el derecho al honor del propio declarante, que no supongan la vulneración del deber de
guardar secreto de oficio, que de la respuesta no se siga peligro de infamia, vejaciones o males graves
para el declarante o su familia, etc.
2. Una novedad conflictiva: la nueva definición de confesión judicial
Una de las novedades más problemáticas de la Instrucción Dignitas Connubii en materia
probatoria es la modificación introducida en el art.179 respecto a la definición legal de confesión
contenida en el Código.
El c.1535, recogido en el art.179.1, define la confesión judicial como la afirmación escrita u oral
sobre algún hecho ante el juez competente30, manifestada por una de las partes acerca de la materia del
juicio y contra sí misma, tanto espontáneamente como a preguntas del juez. Por consiguiente, lo que,
según la definición codicial, caracteriza y distingue la confesión judicial de otras declaraciones de las
partes –concepto más amplio, que incluye cualquier respuesta o manifestación personal de los cónyuges
a las preguntas del juez- es precisamente que el hecho de que la parte declare contra sí misma, esto es,
en contra de su pretensión en el proceso, con independencia de que dicha pretensión sea favorable o
adversa a la declaración de nulidad del matrimonio. Sin embargo, esta definición se ve modificada, para
las causas de nulidad matrimonial, por el art.179.2, que, recogiendo la jurisprudencia rotal al respecto,
establece que por confesión judicial habrá que entender las declaraciones, hechas por la parte ante el
juez, contrarias a la validez del matrimonio que versen sobre hechos propios. Se trata, como ha
destacado la doctrina procesualista, de una innovación muy discutible desde un punto de vista técnico,
peligrosa por su ambigüedad y por su oposición directa a lo dispuesto en la ley31.
3. Criterios de valoración de las declaraciones de las partes
En principio, las declaraciones de las partes, constituyan o no confesión judicial en sentido
estricto, tendrán una importancia muy notable en los procesos canónicos de nulidad matrimonial. Para
el juez canónico, preocupado por el descubrimiento de la verdad de los hechos y de la determinación de
la existencia objetiva o no de un matrimonio válido, tiene en principio gran valor todo aquello que
declaran las personas más implicadas en la causa, los cónyuges, especialmente teniendo en cuenta que,
por la materia sobre la que versa el proceso -hechos relativos a la intimidad de los esposos o bien actos
30
Si la confesión no se hace ante el juez competente para conocer de la causa de nulidad, será considerada
confesión extrajudicial y valorada como tal: así sucede, p.e., con las declaraciones de las partes ante el juez civil
que son aportadas al proceso canónico.
31
ARROBA CONDE, M.J., La primera instancia en la Instrucción «Dignitas connubii». Novedades,
concreciones e innovaciones, en R. RODRÍGUEZ CHACÓN - L. RUANO ESPINA (a cura di), Los procesos de
nulidad de matrimonio canónico hoy, Madrid 2006, pp.64-65.
internos de las personas-, con frecuencia los únicos que tienen un conocimiento directo de los mismos
son las propias partes litigantes.
En el ordenamiento canónico, rige el principio de libre valoración de la prueba por el juez, de
modo que será a éste al que corresponda valorar la fuerza probatoria de la declaración judicial de las
partes, sean o no confesiones propiamente dichas, poniéndolas en relación con las demás pruebas y
circunstancias de la causa32. Así se reconoce en el art.180, que, de conformidad con el c.1536.2,
reconoce que el juez puede atribuir un cierto valor probatorio a las declaraciones de las partes, lo que en
su momento constituyó una importante novedad -de origen jurisprudencial- respecto a la regulación
anterior al Código de 1983, en la que no se concedía valor alguno a las declaraciones de las partes
contrarias al vínculo matrimonial. No obstante, aun reconociendo la importancia de esta prueba, el
art.180, reiterando lo dispuesto en el c.1536,2, prohíbe al juez atribuir fuerza de prueba plena a las
declaraciones de las partes, salvo que éstas vengan totalmente corroboradas por otros elementos
probatorios.
En la misma línea, el art.180.2, recuerda que, de conformidad con el c.1679, a no ser que las
pruebas sean plenas por otros conceptos, para valorar las declaraciones de las partes el juez deberá
requerir, si es posible, testigos que declaren acerca de la credibilidad de las partes; y usará también
otros indicios y adminículos. Constituye, por tanto, obligación del juez, siempre que ello sea posible y
que no exista prueba plena en la causa, requerir informes sobre la probidad y credibilidad de las partes a
testigos que, aún no conociendo de ciencia propia los hechos controvertidos en la causa, puedan sin
embargo acreditar la veracidad de los declarantes; asimismo, podrá también valerse de otros indicios o
adminículos de prueba para otorgar valor de prueba plena a las declaraciones de las partes.
De conformidad con lo dispuesto en los dos párrafos del art.180, para conceder valor de prueba
plena a las declaraciones de las partes no será imprescindible en principio –aunque será ciertamente
conveniente- la concurrencia de otros medios de prueba en sentido estricto (testigos, peritos o
documentos), sino que podrá otorgarse esa plenitud de valor probatorio a las solas declaraciones de los
cónyuges, siempre que conste indudablemente la veracidad de éstos mediante los testimonios de
credibilidad, acompañados de otros indicios o adminículos33. Se trata de una posibilidad que, aunque
debe ser utilizada con prudencia con el juez, evitando incurrir en arbitrariedad, constituye una
aportación fundamental de la actual regulación procesal canónica, que puede contribuir a evitar o
disminuir los conflictos entre fuero interno y fuero externo y ayudar a resolver importantes problemas
de conciencia de los fieles, ofreciendo una vía jurisdiccional para solucionar aquellos casos en que los
32
Sobre los diversos tipos de declaraciones de las partes y su valor probatorio, ; ARROBA CONDE, M.J., Il
valore di prova delle dichiarazioni delle parti nelle cause di nullità matrimoniale, en «Rivista Diocesana
Torinese», marzo 2000, pp. 19-43.
33
Acebal alude, a este respecto, a la eficacia probatoria "reforzada" o "corroborada" de las declaraciones de
las partes: ACEBAL LUJÁN, J.L., Valoración procesal de las declaraciones de las partes, en: Curso de derecho
matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, 12, Salamanca 1996, pp.328-331.
hechos originantes de la nulidad, por sus circunstancias, fueran desconocidos para otras personas34.
Por otro lado, de esta regulación se deduce que los testimonios de credibilidad sólo son
necesarios en el supuesto de que no se haya conseguido prueba plena en la causa, por lo que no se ve
justificada la praxis –muy extendida todavía en muchos tribunales- de solicitar dichos testimonios a los
párrocos en todos los casos. Por otro lado, en relación a estos testimonios de credibilidad –sean hechos
por el párroco o por otros testigos- es claro que los mismos tendrán muy escaso valor si el juicio sobre
la veracidad de la parte se apoya en generalidades o en meras impresiones subjetivas sin fundamentar,
por lo que deberá el juez, en su caso, solicitar que se detalle y concrete el motivo de dicho juicio.
Por otra parte, la atribución de fuerza plena a la declaración de las partes exigirá, además de
dichos testimonios de credibilidad, que la misma venga de algún modo corroborada por otros indicios o
adminículos, como pueden ser las circunstancias que rodean los hechos, el carácter y honestidad de la
persona, su religiosidad, la motivación religiosa del proceso35, su condición moral e integridad, etc..
En cuanto a la eficacia probatoria de la confesión extrajudicial -aquella que se produce fuera
del proceso y es incorporada a juicio por alguno de los medios de prueba posibles- el art. 181 recuerda
que corresponde igualmente al juez decidir su valor, una vez haya sopesado todas las circunstancias
(c.1537), entre las que cabría incluir el modo de manifestación de dicha confesión (en principio, las
manifestaciones escritas parecen más seguras que las orales), la posibilidad de determinar con
suficiente exactitud las palabras exactas que dijo la parte, la seriedad, estado de ánimo, causa y
circunstancias en que emitió dicha confesión, el lugar y el tiempo en que esas afirmaciones fueron
pronunciadas, etc. Con frecuencia, la jurisprudencia rotal concede mayor valor probatorio a las
declaraciones extrajudiciales, siempre que se compruebe que su veracidad y que han sido hechas en
tiempo no sospechoso, que a las declaraciones judiciales, realizadas en tiempo sospechoso y que
pueden verse condicionadas por las concretas pretensiones de la parte en el proceso36.
34
De hecho, el mismo Cardenal Ratzinger, destacó, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina d el
Fe, la importancia que, desde esta perspectiva, tiene la posibilidad, introducida en el Código de Derecho
Canónico de 1983, de reconocer valor probatorio a las declaraciones de las partes, evitando de ese modo que no
pueda demostrarse la nulidad de un matrimonio en el fuero externo procesal: RATZINGER, J., Introducción, en:
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Sobre la atención pastoral de los divorciados vueltos a
casar. Documentos, comentarios y estudios, Madrid 2000 (el original fue publicado por la Editrice Vaticana en
1997), 31. Puede verse también , entre otros, BERTONE, T., Gli interventi della Congregazione per la Dottrina
della Fede circa il can. 1536, en GHERRO, S. (a cura di), Confessione e dichiarazione delle parti nelle cause
canoniche di nullità matrimoniale, Padua 2003, pp. 85-97; MACÍAS RAMOS, C.J., Nulidad del matrimonio.
Fuerza probatoria de la declaración de las partes en el proceso canónico por simulación y por miedo, Valencia
2006, pp.49-58; PINTO, P.V., I processi nel Codice de Diritto Canonico, Ciudad del Vaticano 1993, pp.509-511;
etc.
35
La existencia de una verdadera motivación religiosa en el planteamiento de la causa, unida al carácter
íntegro y honesto de la persona, podría llevar en su caso al juez a la certeza de su veracidad, puesto que no puede
presumirse que la persona vaya a mentir en un asunto de conciencia.
36
A este respecto, indica un Auditor Rotal que "si se pueden determinar el tiempo, lugar y circunstancias de la
confesión de modo que se pueda situar ésta fuera del tiempo sospechoso, y si se puede establecer que la parte dijo
las palabras que se le atribuyen por una razón válida, con perceptible reflexión y con seriedad, entonces la
confesión puede ser de gran valor”: DORAN, T.G., Comentario al c.1537, en; Comentario exegético al Código
Por último, el art.182 recuerda que, a tenor del c.1538, carecerán de cualquier eficacia
probatoria todas aquellas declaraciones de la parte que hayan sido arrancadas por violencia o miedo
grave así como las emitidas por error de hecho. El motivo de esta disposición se halla en la necesidad
de que la declaración sea libre y deliberada para tener algún valor; no obstante, si se quiere impugnar el
valor de la declaración de la parte por estos motivos, deberán quedar probados en autos bien la
violencia y el miedo sufridos, bien el error de hecho37.
B) LA PRUEBA TESTIFICAL
Los arts.193-202 de la Dignitas Connubii regulan la prueba testifical, reproduciendo en líneas
generales, sin variables ni innovaciones significativas, lo regulado en el Código para todo tipo de
procesos38.
Se trata de una prueba que, conforme recuerda el art.193, se realiza bajo la dirección del juez,
aunque dentro de este término se incluirían también, a tenor del art.155.2, el juez de exhortos, el
delegado del juez y el auditor. En cuanto al modo de practicar dicha prueba, deberá tenerse en cuenta lo
dispuesto con carácter general en los arts.162-176 para el examen judicial de partes y testigos39.
1. El testigo: concepto, obligaciones y capacidad requerida
El testigo es aquella persona ajena a la relación jurídica procesal -distinta, por tanto, de las
partes, sus representantes y el tribunal- que es llamada a juicio para declarar sobre hechos relevantes en
la causa que han sido percibidos directamente por él, a través de sus sentidos. Por su propia
configuración procesal, resulta fundamental que el testigo declare siempre sobre hechos o
circunstancias fácticas, evitando hacer juicios de valor sobre los mismos o sacar conclusiones jurídicas
de ellos, puesto que la valoración de los hechos corresponde al juez.
de Derecho Canónico, vol. IV/2, Pamplona 1996, 1302.
37
Como señaló la Comisión de reforma del Código en relación al c.1538, dentro de este error de hecho se
encontraría igualmente incluido el dolo, que también provocaría la falta de eficacia de la declaración pese a no
venir expresamente mencionado en dicho canon: Communicationes 11, 1979.
38
No obstante, el art.193 contiene una significativa modificación respecto a su fuente, el c.1547, al no incluir
la afirmación de éste referida a que la prueba testifical se admite “en todas las causas”. El art.193 de la
Instrucción, con buena técnica jurídica, omite esa afirmación, puesto que la única excepción a la general
admisión de la prueba testifical se encuentra precisamente en el ámbito de los procesos matrimoniales, al no
caber la testifical en el proceso documental (arts. 295-299; cc.1686-1688). Por consiguiente, únicamente en las
causas de nulidad matrimonial tramitadas por el proceso contencioso ordinario –las más frecuentes, por otro
lado- podrá practicarse la prueba testifical.
39
Vid. comentario arts.162-176 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
El testigo es siempre, por tanto, un tercero procesal, que ha tenido conocimiento de los hechos
objeto del proceso con anterioridad a la constitución de la relación procesal. Se diferencia, en este
sentido, del perito, que, siendo igualmente un tercero, conoce los hechos objeto del proceso por
mandato judicial con el fin de que aporte sus conocimientos técnicos sobre los mismos.
La principal obligación del testigo es, como recuerda el art.194 -que reproduce el c.1548- la de
declarar la verdad al juez que les interroga de manera legítima. Según se especificó en el proceso de
redacción del Código, en esta obligación de declarar la verdad se incluiría tanto el no declarar nada
falso como el no ocultar hechos verdaderos40.
No obstante, junto con este deber de declarar la verdad, el ordenamiento canónico reconoce, en
este art.194, una serie de exenciones de la obligación de responder, de modo que los testigos quedarían
eximidos de la obligación de responder a aquellas preguntas -y sólo a esas- que recaigan, bien sobre
materias protegidas por el deber de guardar secreto por haber tenido conocimiento de ellas en virtud del
ministerio o de la profesión, o bien sobre materias de las que pueda seguirse graves males, infamias o
vejaciones peligrosas para sí mismos o sus familiares más cercanos41. Así pues, en virtud de la
obligación de guardar secreto, los clérigos –aparte de su incapacidad absoluta para declarar lo que
conocen por confesión sacramental (art.196)- estarán exentos de declarar respecto a todo aquello que
les haya sido confiado en razón del ministerio sagrado; y la misma exención tendrán igualmente los
magistrados, abogados, procuradores, médicos, comadronas, notarios y otros profesionales obligados al
secreto -incluso por razón del mero consejo dado- respecto a lo que hayan conocido en virtud de su
oficio, por estar sometido al secreto profesional.
No debe confundirse esta dispensa legal del deber de declarar sobre las mencionadas cuestiones
con las causas de incapacidad para testificar recogidas en el art.196 (c.1550), puesto que en este
supuesto los testigos son plenamente capaces de testificar, estando dispensados únicamente respecto a
algunas preguntas concretas. De hecho, el testigo podría, si lo estima pertinente, declarar lícitamente
tanto sobre cuestiones de las que pueda seguirse grave daño para él o los suyos, como sobre aquellas
materias que caen bajo el secreto profesional, siempre que la parte que se las haya confiado le conceda
autorización expresa para revelarlas. Igualmente, podrán los clérigos -sean o no sacerdotes- revelar, con
permiso de la parte, todo aquello que se les haya confiado en virtud del ministerio, excepto lo conocido
por confesión sacramental.
En cuanto a la capacidad requerida para ser testigo, el ordenamiento canónico reconoce, en el
art.195 y el c.1549, que puede ser testigo cualquier persona a quien el derecho no se lo prohíba
expresamente, en todo o en parte. Las únicas prohibiciones legalmente prevista para ser testigo vienen
recogidas en el artículo siguiente, de modo que, con carácter general, podrá ser testigo en las causas
canónicas de nulidad matrimonial toda persona que no se halle en una de dichas prohibiciones, con
40
Communicationes 15, 1984, p.65.
41
Vid. comentario art.192 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
independencia de su condición de bautizado o no, de católico o no, de si está incurso en una pena
canónica o en situación irregular, de si les une vínculos familiares o de amistad con las partes, etc.
El art.196, reproduciendo el c.1550, regula las únicas excepciones contenidas en el derecho al
principio del art.195, distinguiendo entre causas de inidoneidad para testificar y causas de incapacidad
absoluta para ser testigo:
a) Inidoneidad para ser testigo
El párrafo primero del art.196 recuerda que no deben admitirse como testigos tampoco los
menores de catorce años y los débiles mentales, aunque no se trata de una prohibición absoluta, ya que
el mismo artículo prevé que puede el juez oírles si manifiesta mediante decreto la conveniencia de esta
prueba.
Por lo que respecta a los menores de catorce años, éstos pueden en principio –siempre que
hayan alcanzado el uso de razón- ser capaces de percibir la realidad, aunque no son adecuados como
testigos porque suelen carecer de la madurez para discernir acertadamente los hechos y las
circunstancias, dada su sugestionabilidad, su mayor imaginación y menor discreción mental, etc., por lo
que la jurisprudencia rotal recomienda que no se admitan como testigos y, en caso de admitirlos, que se
valoren con suma prudencia sus testimonios42. En cualquier caso, la prohibición no afecta a la
declaración de los mayores de catorce años que testifiquen sobre hechos que conocieron antes de
alcanzar dicha edad, aunque es claro que el juez deberá valorar con cautela dichos testimonios, puesto
que, en cualquier caso, sí existiría una incapacidad del testigo para declarar aquello que conoció siendo
un menor carente de capacidad de discernimiento.
En cuanto a los débiles mentales, dentro de esta categoría estarían incluidos los oligofrénicos,
los retrasados mentales, los enfermos con perturbaciones de la percepción, la memoria o la conciencia,
los que padecen demencia senil, los alcohólicos y toxicómanos, etc.43. No obstante, en caso de
admitirse dichos testimonios, deberá el juez determinar su valor en función de las circunstancias del
caso, puesto que no viene tasada legalmente su valoración.
b) Incapacidad absoluta para ser testigo en una causa (art.196.2):
En primer lugar, serán absolutamente incapaces de testificar los que son parte en la causa o
comparecen en juicio en nombre de las partes (procurador, curador); los jueces y sus ayudantes,
entendiéndose por tal a todos los que de algún modo forman parte del tribunal -jueces, notarios,
actuarios, instructor, etc.- y han intervenido en la tramitación de la causa, sea en la presente instancia o
en una instancia anterior; y a los abogados y aquellos que presten o hayan prestado asistencia a las
42
Entre otras, c. Fiore, de 29 de noviembre de 1960, n.6: SRRD 52 (1960) 404; c. Wynen, de 28 de mayo de
1940, n.8: SRRD 32 (1940) 244.
43
Vid. comentario art.97,2 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
partes en la misma causa, en cualquiera de sus instancias.
Habida cuenta la incapacidad absoluta de estas personas para testificar, la Instrucción recuerda
la importancia de que aquellas personas conocedoras de los hechos cuyo testimonio sea importante para
la prueba de la verdad no asuman ese tipo de funciones en la causa. Se trata de una advertencia muy
oportuna, que será fundamental tener en cuenta a la hora de que la parte designe abogado o procurador,
o bien a la hora de designar judicialmente a alguien como curador del que carece de la capacitas standi
in iudicio (p.e., será una causa grave que aconseje que el juez nombre, de conformidad con el art.98, a
un curador distinto del designado por el juez civil)44. En cuanto a los miembros del tribunal, por otro
lado, es claro que quien conoce hechos relevantes de la causa tiene la obligación de abstenerse de
intervenir en la causa, siendo motivo suficiente para la inhibición o recusación, por lo que, en principio,
no deberían plantearse problemas al respecto45.
No obstante, en base al tenor literal del artículo 196 y del canon 1550, y teniendo en cuenta la
necesidad de una interpretación estricta de esta prohibición, por tratarse de una ley odiosa (c.18), no
parece que la incapacidad para testificar alcance a los abogados o profesionales que únicamente
hubiesen aconsejado a las partes antes de iniciarse la causa, de modo que éstos serían en principio
capaces de testificar, aunque no tendrían obligación de contestar a aquellas preguntas que afectasen a lo
conocido bajo secreto profesional (art.194.2,2º).
En segundo lugar, se considera igualmente incapaz como testigo al sacerdote respecto de todo
aquello que conozca por confesión sacramental, incluso aunque el penitente le pida que lo manifieste.
La prohibición alcanza, por tanto, no sólo a los pecados confesados, sino a todo lo que se conoce por
medio o con motivo de la confesión sacramental. La razón de esta incapacidad estriba en la plena y
absoluta inviolabilidad del sigilo sacramental (c.983), y alcanza no sólo al sacerdote, sino también a
todas aquellas personas que de cualquier modo hayan oído algo con motivo de la confesión (intérpretes,
oyentes involuntarios, etc.), de tal modo que lo conocido mediante esta vía no puede ser aceptado ni
siquiera como indicio de verdad (art.196.2,2º y c.1550,2). No obstante, nada se opone, en principio, a
que pueda el confesor testificar respecto a los hechos o circunstancia que hubiese conocido fuera de la
confesión, estándose en este caso a lo dispuesto en el art.194.2,1º.
2. La proposición de la prueba testifical.
Conforme a lo dispuesto en el art.198, la proposición de la prueba testifical exige que la parte
que los propone aporte los nombres y domicilios o lugar de residencia de dichos testigos (c.1552.1). Se
trata de un requisito expresamente exigido por la ley y reiterado por la Instrucción, de modo que, en
principio, deberá ser cumplido incluso en el supuesto –habitual en la praxis española- de que la
realización de las citaciones a dichos testigos se encarguen al procurador de la parte que los propuso.
44
Vid. comentario arts.97-98 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
45
Vid. comentario arts.67-70 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
Una vez propuestos por las partes los testigos de que intentan valerse, deberá el juez notificar a
las otras partes sus nombres antes de proceder a su interrogatorio (art. 199, reproduciendo literalmente
el c.1554). Esta notificación de los nombres permitirá, en su caso, a las otras partes proceder, si lo
consideran necesario, a la reprobación de alguno de los testigos propuestos, a tenor del art.200.
No obstante, la obligación de notificar los nombres no viene configurada como una obligación
absoluta, previendo el mismo art.199 que, si el juez estima que no puede hacerse dicha notificación sin
grave dificultad, deberán notificarse los nombres al menos antes de la publicación de los testimonios, es
decir, una vez ya practicado el examen judicial del testigo46. Como grave dificultad que facultaría al
juez a omitir dicha notificación, señalan la doctrina y la jurisprudencia el peligro de soborno al testigo o
de que se intente impedir, por medios ilícitos, la declaración de dicho testigo, etc. Sin embargo, deberá
el juez ser sumamente prudente en la apreciación de estos peligros y de la concurrencia de una grave
dificultad que justifique el posponer la notificación de los nombres de los testigos, puesto que dicha
decisión judicial impedirá, de hecho, que la otra parte pueda ejercer su derecho de solicitar la exclusión
del testigo.
Por otro lado, el art.197 reconoce, de conformidad con lo dispuesto en el c.1551, el derecho de
la parte a renunciar al examen del testigo, renuncia que podrá hacer la parte que le ha propuesto, antes
de que éste sea interrogado. No se trata, sin embargo, de un derecho absoluto. De esta petición de
renuncia al testigo deberá darse traslado a las otras partes, públicas y privadas, quienes pueden solicitar
que el testigo sea oído en el juicio, correspondiendo al juez decidir libremente sobre la procedencia de
esta renuncia, en función de las razones esgrimidas por las partes.
3. Reprobación o/y exclusión de un testigo.
A tenor del art.200 (c.1555), las partes podrán solicitar, siempre antes de su examen o
interrogatorio, la exclusión de alguno de los testigos, bien por encontrarse en alguno de los supuestos
del art.196 (c.1550), bien porque exista justa causa para su exclusión.
Aunque suelen utilizarse indistintamente, conceptualmente no coinciden los términos de
reprobación y exclusión del testigo. La reprobación o tacha de un testigo es la solicitud de su exclusión
y es realizada por la parte, mientras que la exclusión del testigo es propiamente el mandato del juez
decretando que esa persona no es admitida como testigo; en este sentido, la reprobación consistiría en
una excepción presentada por la parte contra el testigo para que el juez excluya de ser testigo a esa
persona, mientras que la exclusión es el acto con el que el juez prohíbe efectivamente al testigo prestar
46
En los casos más graves, para evitar un peligro gravísimo, podría incluso el juez decretar secreto dicho
testimonio y no proceder a su publicación, a tenor del art.230 y del c.1598, aunque ello exigiría en cualquier caso
su manifestación a los abogados de las partes, bajo juramento o promesa de guardar secreto: vid. comentario
arts.230 y 234 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
declaración47.
Por otro lado, aunque la reprobación o tacha es claramente distinta de la renuncia a un testigo
propio, regulada en el art.197 (c.1551), no se excluye que esta posibilidad de que una de la partes
plantee la reprobación del testigo pueda darse respecto a testigos propuestos por ella misma. En efecto,
aunque lo normal será que la parte solicite, en su caso, la exclusión de testigos propuestos por las otras
partes, nada impide que pueda tachar también a testigos propuestos por ella misma, aunque, de suyo,
esta reprobación de los propios testigos sólo podrá tener lugar cuando, habiendo renunciado la parte a
su examen de conformidad con el art.197, las otras partes insisten en que sea oído.
Ni la Instrucción ni el canon concretan qué causas justificarían esta reprobación o excepción de
sospecha del testigo, pero pueden señalarse como justa causa, entre otras, el odio o enemistad
manifiesta hacia una de las partes, el haber sido el testigo sobornado, instruido o aleccionado
previamente, la falta de libertad del testigo por su condición de subordinado, servidor o dependiente de
una de las partes, etc.
También constituiría justa causa para su exclusión el hecho de que el testigo tenga interés
porque recaiga sentencia en un sentido determinado, aunque debe tratarse de un interés muy cualificado
(p.e., el del tercero que quiere contraer matrimonio con uno de los cónyuges). No sería suficiente para
la exclusión del testigo el temor a la parcialidad propia de los familiares de las partes, puesto que, en las
causas matrimoniales, los parientes y consanguíneos pueden conocer hechos que, por su carácter
íntimo, no es fácil que conozcan los extraños, por lo que resulta adecuada su exclusión como testigos.
La concurrencia de esta justa causa que justifica la exclusión de un testigo debe ser probada por
la parte que presenta la exclusión, correspondiendo al juez valorar libremente su posible incidencia en
la declaración del testigo. Hay que tener en cuenta, a este respecto, que la exclusión del testigo, además
de perjudicar el derecho de defensa de la parte que lo ha propuesto, supone la privación del derecho de
toda persona a testificar, recogido con carácter general en el art. 195 (c.1549); se trata, por tanto, de una
norma de estricta interpretación, a tenor del c.18.
4. Actuación del defensor del vínculo en la proposición de testigos
Con relación a la prueba testifical, se plantean, en la praxis judicial, alguna s cuestiones no
carentes de interés respecto a cuál debe ser la actuación del defensor del vínculo en la proposición de
esta prueba48.
Una primera cuestión que cabría plantear sería el alcance y los límites del derecho del defensor
47
GARCÍA FAÍLDE, J.J., Comentario al c.1555, en: Comentario exegético al Código de Derecho Canónico,
cit., p.1342.
48
PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba, cit, pp.74-80.
del vínculo a investigar para obtener los nombres de testigos relevantes. Aunque, en principio, parece
claro teóricamente el derecho del defensor del vínculo a realizar investigaciones en búsqueda de
prueba49, lo cierto es que en la praxis de nuestros tribunales puede generar un cierto malestar el hecho
de que el defensor del vínculo se ponga en contacto con la parte demandada y le ruegue que le indique
el nombre y la dirección de testigos que, conocedores de los hechos, puedan acudir a declarar.
En principio, esta iniciativa del defensor del vínculo debe ser valorada, a nuestro juicio, como
un medio legítimo -y muy útil en ocasiones- de obtener pruebas eficaces que aportar al proceso,
subsanando de ese modo la inicial desigualdad entre las partes. Hay que tener en cuenta que, de suyo, el
defensor del vínculo desconoce la realidad de ese matrimonio y su círculo de relaciones, viéndose
obligado en general a proponer testigos "a ciegas", en base a los únicos datos con que puede contar: los
padres de los cónyuges, cuyos nombres vienen recogidos en el certificado de matrimonio; y los testigos
de matrimonio o del expediente prematrimonial, cuya declaración -caso de acudir- resulta generalmente
de escasa utilidad.
Es preciso, no obstante, tener siempre presente el carácter parcial del defensor del vínculo, de
modo que no resultaría lícito, a nuestro juicio, que, en dicha investigación, el defensor del vínculo se
prevaliera de su posición, intentando forzar la manifestación extrajudicial de la parte demandada al
respecto. Lo más que puede hacer el defensor del vínculo es sugerir e invitar a la parte a que indique el
nombre de esos testigos, respetando en su caso el silencio o la negativa de la parte.
Por otro lado, si la parte demandada compareciera de hecho a declarar en el proceso, podrá el
defensor del vínculo solicitar al juez que interrogue a la parte acerca de la existencia de personas
conocedoras de los hechos, pudiendo en su caso pedir la declaración de estos testigos tras la
publicación de la causa, a tenor del can.1598,2, correspondiendo al juez valorar la necesidad de este
suplemento de instrucción.
Asimismo, en caso de que la parte demandada acceda a ponerse en contacto con él, deberá el
defensor del vínculo evitar cuidadosamente el peligro de desvirtuar su propia postura procesal y
convertirse en defensor de parte. En concreto, en relación con la testifical, el ministerio público deberá
tener la libertad de, una vez hecha la antedicha investigación, decidir, valorando todas las
circunstancias, si propone o no los testigos que la parte demandada le ha indicado: p.e., sería claramente
inadecuado que el defensor del vínculo contribuyera a una política obstruccionista y dilatoria de la parte
demandada, proponiendo testigos residentes en lugares remotos o multiplicando innecesariamente los
exhortos, salvo que existiera una causa grave que hiciera verdaderamente necesaria y útil la declaración
de tales testigos.
Otro aspecto que puede resultar problemático, en relación a la obligación de las partes de
49
Así se recogía, p.e., en el art.72 de la Instrucción Provida Mater, que, aunque derogado hoy en día,
puede seguir teniendo validez como concreción del principio general de que cada parte tiene derecho -y en
ocasiones, obligación- de obtener todas las pruebas que puedan apoyar su pretensión en el proceso.
indicar al tribunal el domicilio de los testigos (art.198), es la praxis, existente en muchos tribunales y
muy criticada en su momento por algún autor50, de que el defensor del vínculo proponga los nombres
de los testigos de que intenta valerse (generalmente, familiares directos de los cónyuges), sin indicar su
domicilio, y solicite al tribunal que requiera a las partes para que aporten el domicilio actual de dichos
testigos51. En principio, podría parecer que esta praxis constituye, bien una cierta situación de
privilegio del defensor del vínculo, bien una argucia procesal por su parte, en cuanto que con ello
quedaría exento de la obligación del art.198 y del c.1552,1 de aportar los domicilios de los testigos que
se proponen, volcando sobre las partes privadas –generalmente, la actora- una carga que sólo al
ministerio público corresponde.
A mi juicio, sin embargo, este uso forense, aunque quizás no plenamente ajustado a derecho,
viene justificado y exigido por la consustancial inferioridad del defensor del vínculo en materia
probatoria, de modo que cabría argüir en defensa de esta praxis lo siguiente:
a) Muy frecuentemente, existe una auténtica imposibilidad de hecho de que los defensores del
vínculo averigüen las direcciones actuales de los testigos, especialmente en las grandes ciudades. El
defensor del vínculo no es un detective privado, ni cuenta –tampoco el juez- con medios efectivos que
le permita obtener esta información. Esta imposibilidad material, no achacable a negligencia del
defensor del vínculo, impediría , de no ser subsanada, una adecuada defensa del interés público que este
ministerio defiende, lo que pondría llegar a poner en cuestión la objetividad de la sentencia y la misma
existencia del contradictorio procesal.
b) Por otro lado, las partes tienen la obligación de colaborar con el Tribunal en la administración
de la Justicia y en el descubrimiento de la verdad objetiva. En este sentido, esta praxis no exige a las
partes una investigación exhaustiva, ni una carga desproporcionada ni en modo alguno gravosa, sino
que únicamente se les pide que declaren, si lo conocen, el domicilio de algunos testigos, generalmente
parientes cercanos suyos.
c) El c.1452 y el art.71 DC permiten al juez, con suma amplitud, suplir la negligencia de las
partes en la presentación de pruebas, especialmente en las causas que, como las matrimoniales, afectan
al bien público de la Iglesia. A fortiori, pues, es indudable que podrá el Juez solicitar de las partes un
dato -las direcciones de los testigos- sin el cual la prueba propuesta no podría practicarse,
especialmente teniendo en cuenta tanto el interés público que el defensor del vínculo protege como el
hecho de que la omisión de dicho dato no es achacable a negligencia del ministerio público.
d) Nada obstaría a que el Juez, bien de oficio, bien a preguntas del defensor del vínculo,
50
PALOMAR GORDO, M., El defensor del vínculo en el nuevo CIC, en: El consortium totius vitae.
Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, VII, 430-431.
51
Por su condición de parte, nunca podría el Defensor del vínculo requerir directamente a las partes
privadas que aportasen dichos domicilios, correspondiendo dicha actuación al juez, siempre que lo estime
oportuno.
interrogase a las partes, en su declaración bajo juramento, sobre las direcciones de algunos testigos, los
cuales podrían ser en su caso ser posteriormente llamados, de conformidad con el c.1598,2 y el art.236
DC. Ciertamente, esta solución provocaría serios retrasos, que perjudicarían principalmente a la parte
interesada en conseguir la nulidad, por lo que parece más adecuado y menos gravoso solicitar la
colaboración voluntaria de las partes en el momento inicial de la proposición de pruebas.
5. Valoración de los testimonios
Con carácter general, el ordenamiento canónico, a diferencia de lo que sucede en la jurisdicción
civil, reconoce un notable valor a la prueba testifical en orden a probar la nulidad del matrimonio. A
pesar de los múltiples peligros que indudablemente presenta esta prueba -peligros que pueden ir desde
la percepción defectuosa o incompleta de los hechos, las disposiciones psicológicas y la parcialidad
afectiva del testigo o los meros fallos de memoria hasta la mala fe y la falta de veracidad de su
testimonio- sigue manteniendo una gran eficacia probatoria en el ordenamiento canónico, puesto que,
con frecuencia, el testimonio de las personas cercanas a los cónyuges es la única prueba que permite al
juez obtener la certeza suficiente sobre la verdad de los hechos. Se acepta, por tanto, en el Derecho
canónico la importancia de la prueba testifical, aunque, debido a los peligros señalados, el juez deberá
poner especial cuidado, no sólo en la práctica del examen al testigo, sino también en la posterior
valoración de sus declaraciones, para lo cual los arts. 201 y 202 establecen una serie de criterios de
valoración de los testimonios.
No obstante, debe tenerse en cuenta que el ordenamiento canónico articula un sistema no de
prueba tasada, sino de libre valoración de la prueba por el juez, de modo que los criterios recogidos en
estos artículos deben ser interpretados como orientaciones y datos de experiencia que ayudarán al juez a
mejor cumplir con su obligación de descubrir la verdad objetiva. En este sentido, incluso el aparente
límite de la valoración legal que del testigo único hace el art.202 tiene un carácter más orientativo que
impositivo, en cuanto que el tenor literal de este artículo –y del c.1573 que está en su base- es lo
bastante amplío como para permitir al juez, ponderadas todas las circunstancias, tomar la decisión
contraria.
En principio, pues, corresponde al juez hacer la valoración de los testimonios recogidos en el
proceso. De hecho, la determinación de la fuerza probatoria de los testimonios -aisladamente y en su
interrelación- es una de las tareas más importantes y difíciles que debe realizar el juez, y requisito
ineludible para poder alcanzar la certeza moral suficiente para dictar sentencia.
a) Criterios generales de valoración
Esta valoración de los testimonios deberá hacerse conforme a las reglas de la sana crítica, puesto
que la libre valoración de los testimonios por el juez no puede ser confundida con la arbitrariedad por
parte de éste. En este sentido, adquieren especial relevancia los criterios recogidos en el art. 201
(c.1572), los cuales deberán ser tenidos en cuenta el juez para hacer una valoración correcta de los
testimonios52:
1º.- Criterio de probidad y veracidad de los testigos: A la hora de valorar un testimonio, debe el
juez tener en cuenta la condición y honestidad de la persona, valoración ésta que debe ser hecha con
sumo cuidado, puesto que no puede identificarse sin más la sinceridad con las buenas costumbres, la
religiosidad, etc. ni presuponer de la arreligiosidad práctica del testigo o de sus costumbres contrarias a
la moral católica, la falta de credibilidad de éste. En este sentido, aunque el artículo señala como medio
de verificar la credibilidad del testigo la solicitud de cartas testimoniales, consistentes en informes
sobre el testigo emitidos por el párroco propio, lo cierto es que dichas cartas suelen ser de poca ayuda,
especialmente en las grandes ciudades, dada la dificultad de que el párroco conozca directamente al
testigo.
2º.-Criterio de la fuente de ciencia del testigo: El valor del testimonio será muy distinto según si
el testigo conoce los hechos de ciencia propia, en cuyo caso se trata de un testimonio de gran valor,
siempre que el juez se asegure de el testigo puedo realmente presenciar los hechos53; si se trata de un
testigo de referencia, en cuyo caso el valor de su testimonio dependerá tanto de la credibilidad del
propio testigo cuanto principalmente de quién haya sido su fuente de información y en qué momento se
produjo éste; o si, por último, se trata de un testigo de fama, que testifique sobre el sentir común,
uniforme y constante que sobre un hecho hay en un lugar concreto, en cuyo caso la declaración tendrá
muy escaso valor.
3º.- Criterio del momento de adquisición del conocimiento de los hechos por el testigo: Es una
preocupación recurrente en la Dignitas Connubii el acentuar la importancia que, en las causas de
nulidad matrimonial, tiene este criterio del momento en que se conocieron los hechos sobre los que se
declara. Así, correlativamente a la insistencia del art.168 en la obligación del juez de preguntar este
extremo al declarante, el art.202 introduce, en relación a su fuente, el c.1572, esta significativa
innovación, destacando de este modo un criterio clásico, continuamente reconocido por la
jurisprudencia rotal. Se establece así como criterio determinante en la valoración de los testimonios la
determinación de si el conocimiento se produjo o no en tiempo sospechoso, entendiendo por tal, como
define el mismo art.202, aquél en que las partes ya han empezado a pensar en introducir la causa de
nulidad54.
Igualmente, es claro que tendrá muy escaso valor probatorio, tanto por falta de credibilidad de
los declarantes como por haber obtenido su conocimiento en tiempo ya sospechoso, aquellos
testimonios que han sido preparados o aleccionados antes de la declaración, de tal modo que declaran
aquello que interesa a la parte, omitiendo todo lo que estimen que la pueda perjudicar.
52
En relación a estos criterios de valoración, resultan de interés las apreciaciones de GIL DE LAS HERAS,
F., Comentario al c.1572, en: Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, ob. cit., 1392-1402.
53
Podría resultar inverosímil su conocimiento de ciencia propia en función, p.e., de la edad del testigo cuando
ocurrieron los hechos, de la naturaleza privada de los mismos, etc..
54
. Vid. comentario art.168 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit.
4º.- Criterio de coherencia interna de las declaraciones: El juez debe valorar, a partir de la
misma declaración del testigo, la capacidad de éste para percibir, retener en la memoria, evocar y referir
los hechos sobre los que declara, para lo cual será significativo descubrir el grado de constancia,
seguridad, firmeza y coherencia consigo mismo que demuestra el testigo en su declaración55.
5º. - Criterio de conformidad de la declaración con el resto de las pruebas: Al valorar las
declaraciones de los testigos, el juez debe tomar en consideración, además de cada testimonio en sí
mismo considerado, también el conjunto de toda la prueba practicada, de modo que se analice su
relación con las restantes pruebas. En la práctica, esta confrontación con el resto de las pruebas de la
causa suele poner de relieve, con bastante exactitud, la objetividad de los testimonios, de modo que con
cierta frecuencia se observa que hay testigos cuyos testimonios resultan mucho más parciales que el de
las mismas partes (generalmente, familiares cercanos de uno de los cónyuges, cegados por la pasión a
favor o en contra de una de las partes).
Por otro lado, aunque se alude a los testigos contestes, lo importante no es tanto el número de
testigos que corroboran los hechos como el valor de sus testimonios. En esta materia, rige el aforismo
latino testes non numerantur, sed ponderantur, de tal modo que dos testigos contestes pueden hacer
prueba plena del hecho sobre el que declaran. Por testigos contestes se entiende aquellos cuya
declaración resulta coincidente en lo substancial respecto a un hecho, de modo que la coincidencia de
sus declaraciones se produzca en lo sustancial, sin que obste que se produzcan discrepancias en lo
meramente accidental; de hecho, una excesiva identidad de los testimonios en lo accidental puede ser
indicio de que los testigos hayan sido preparados.
Junto con estos criterios señalados por la Instrucción y por el Código, son de frecuente
aplicación en la jurisprudencia canónica, a la hora de valorar los testimonios, los aforismos jurídicos y
las máximas de experiencia. Entre éstos, tienen especial importancia los siguientes:
1º.- Testibus duobus in specie magis creditur quam mille in genere deponentibus; se da más
crédito a dos testigos sobre hechos concretos que a mil genéricos;
2º.- Non creditur testi nisi reddat rationem dicti sui; no se ha de creer al testigo si no da razón
de su dicho : se trata de un aforismo que destaca la importancia que tiene el razonamiento del testigo a
la hora de valorar su testimonio;
3º.- Probatio speciali praevalet generali; la prueba especial tiene más fuerza que la general, de
modo que hay que reconocer mayor fuerza probatoria a los testigos específicos -que narran hechos
concretos, con sus circunstancias de tiempo, lugar, personas presentes, etc, debidamente determinadasque a los genéricos.
55
En este sentido, resulta interesante el estudio de las aptitudes psicológicas de los testigos que se desarrolla
en: GARCÍA FAÍLDE, J.J., Criterios psicológicos para la valoración judicial de las declaraciones de los
contendientes y de los testigos, en: Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del
foro, 9, Salamanca 1990, pp.387-411.
b) Eficacia probatoria del testigo único
Como se indicó anteriormente, el art.202, reproducción literal del c.1573, parece establecer una
cierta limitación a la discrecionalidad del juez en la valoración de los testimonios, al disponer que la
declaración de un solo testigo no tiene fuerza probatoria plena, a no ser que se trate de un testigo
cualificado que deponga sobre lo que ha realizado en razón de su oficio, o que las circunstancias
objetivas o subjetivas persuadan al juez de otra cosa.
Este precepto legal tiene su origen remoto en el aforismo testis unus, testis nullus, aunque hay
que destacar que, incluso sin sus excepciones, la norma suaviza notablemente dicho aforismo, ya que,
en cualquier caso, aunque no pueda hacer fe plena de lo que afirma, sí se reconoce al testimonio del
testigo único una cierta fuerza probatoria. Frente a dicho aforismo clásico, el art.202 –y el c.1573- ha
acogido la línea de pensamiento doctrinal y jurisprudencial más moderna, que sostenía la posibilidad de
que un solo testigo pudiese llevar al juez a la certeza moral de lo afirmado, siempre que concurriesen
circunstancias objetivas y subjetivas que corroborasen dicho testimonio56, o bien que se tratase del
testimonio de un testigo cualificado que depone sobre lo actuado en función de su oficio, excepción
ésta que puede resultar de gran utilidad en los supuestos de extravío o destrucción de un documento
público, o en aquellos en que existan dudas sobre la interpretación de su contenido.
En cualquier caso, hay que destacar que, en este supuesto del testigo único, tendrá una especial
importancia la correcta valoración por el juez de dicho testimonio, debiendo el juzgador atender con
sumo cuidado tanto a los criterios orientadores dados por el código, como a los criterios de psicología
judicial que garanticen la capacidad del testigo y la objetividad de sus recuerdos.
c) Valoración del testimonio aportado como prueba documental.
Aunque nada dice la Dignitas Connubii expresamente al respecto, existe una corruptela procesal
–relativamente extendida en la praxis forense- consistente en la presentación ante el tribunal de un
documento, generalmente notarial, en el que se contienen manifestaciones sobre hechos atinentes al
mérito de la causa por parte de alguna persona, con independencia de que posteriormente ésta sea o no
propuesta como testigo en la causa.
Con carácter general, estos documentos suponen una verdadera preconstitución de prueba para
su utilización en el proceso y quebrantan todas las normas canónicas sobre el modo en que debe
realizarse el interrogatorio de los testigos, de modo que se elude la inmediatez del examen del testigo
por el juez, se vulnera frontalmente el mandato del art.171 de que las declaraciones sean orales, y se
56
Con anterioridad a la promulgación del vigente Código, habían mantenido este criterio, entre otras, las
sentencias rotales c. Brennan, de 17 de abril de 1960: SRRD 52 (1960) 241; c. Bejan, de 27 de abril de 1966:
SRRD 58 (1966) 246; c. Ewers, de 18 de enero de 1969: SRRD 61 (1969) 36; c. Davino, de 31 de enero de 1973:
SRRD 65 (1973) 50; c. Parisella, de 11 de enero de 1979: SRRD 71 (1979) 3.
priva a esta prueba de todas sus garantías, por lo que, en principio, no deberían ser admitidas en el
juicio. De hecho, incluso aunque posteriormente se citara al testigo para que se ratificase en su escrito y
pudiese el juez hacerle las preguntas que estimase pertinentes y útiles al mérito de la causa, existiría en
principio una fuerte sospecha de que el testigo haya sido preparado, por lo que el valor de esta prueba
será, con carácter general, muy escaso.
En este sentido, es claro que la costumbre o uso jurídico que autoriza la presentación de estos
documentos en sustitución de pruebas testificales es una costumbre contraria a derecho, que viola
directamente lo dispuesto en el art.171 respecto a la oralidad de los testimonios. A este resepcto, resulta
significativo destacar que, en la redacción del c.1566, base del art.171, se rechazó expresamente la
propuesta que pedía que esta obligatoriedad de que los testigos declarasen oralmente se dejase a
discreción del juez, siendo la razón de esta negativa precisamente el que, como destacó la Comisión,
esta norma "servía para evitar comprobados y deplorados abusos, según los cuales los testigos no son
interrogados por el juez, sino que las posiciones escritas son enviadas al juez, redactadas por el
abogado. El canon debe permanecer para evitar estos abusos"57.
No obstante, si en algún supuesto muy excepcional se considera oportuno admitir este
documento –lo que exigiría, como mínimo, que el testigo presente todas las garantías de probidad y
credibilidad y que exista una causa grave (la imposibilidad del testigo de prestar otro tipo de
declaración, p.e.) que justifique dicha admisión- correspondería al juez determinar el valor de dicha
prueba, debiendo ser especialmente prudente en dicha valoración.
En cualquier caso, es claro que lo dicho respecto a la testifical presentada como documental no
sería en principio de aplicación a la facultad, reconocida en el art.161 y el c.1528, de que el juez, ante la
negativa del testigo a comparecer ante el tribunal eclesiástico, pueda intentar obtener su declaración
ante un notario público, puesto que en este supuesto no cabe hablar de una preconstitución de la prueba
con miras a su utilización en el proceso, ni de un testimonio escrito por parte del testigo.
57
Communicationes 16, 1984, p.66.
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