ASOCIACIÓN CHILENA DE DERECHO CANÓNICO XXVI Jornadas de la Asociación, 17-20 julio de 2012 LA INSTRUCCIÓN DE LA CAUSA: DECLARACIONES DE LAS PARTES Y DE LOS TESTIGOS Carmen Peña García Universidad Pontificia COMILLAS, Madrid (Texto extractado de: C. PEÑA GARCÍA, Título VII: Las pruebas (art.s 155-216), en C. MORÁN BUSTOS – C. PEÑA GARCÍA, Nulidad del matrimonio y proceso canónico. Comentario adaptado a la Instrucción Dignitas Connubii, Ed. Dykinson, Madrid 2007, pp. 295-372) SUMARIO: I. NORMAS GENERALES SOBRE LA PROPOSICIÓN Y PRÁCTICA DE LA PRUEBA: 1.El sujeto de la prueba 2.El objeto de la prueba 3.Criterios de licitud, transparencia y utilidad de la prueba 4. La decisión judicial sobre la admisión/ rechazo de las pruebas 5.Actuación del abogado y el defensor del vínculo en la prueba 6.Momento procesal para la proposición y práctica de pruebas 7. Criterio de flexibilidad en la práctica de la prueba. II. NORMAS SOBRE EL EXAMEN JUDICIAL 1. Normas generales 2. El abogado y el defensor del vínculo en la presentación de cuestionarios 3. Modo de realizar el examen. 4. Actuación del juez en el examen 5. Normas relativas a los cuestionarios y a la redacción del acta III.- LAS PRUEBAS EN PARTICULAR: A) DECLARACIÓN DE LAS PARTES 1. Importancia y modo de realización 2. Una novedad conflictiva: la nueva definición de confesión judicial 3. Criterios de valoración de las declaraciones de las partes B) LA PRUEBA TESTIFICAL 1. El testigo: concepto, obligaciones y capacidad requerida 2. La proposición de la prueba testifical. 3. Reprobación o/y exclusión de un testigo. 4. Actuación del defensor del vínculo en la proposición de testigos 5. Valoración de los testimonios a) Criterios generales de valoración b) Eficacia probatoria del testigo único c) Valoración del testimonio aportado como prueba documental. El Título VII –el más extenso de la Dignitas Connubii- regula en sus 62 artículos lo relativo a los diversos medios de prueba, indicando, en paralelismo con los cc.1526-1586, tanto la normativa que debe seguirse para su proposición y práctica como, en su caso, criterios para su valoración por el juez de cara a la sentencia. En comparación con la regulación codicial, se observan algunas variaciones significativas en la Dignitas Connubii,: a) La Instrucción, aunque básicamente reitera y explicita lo contenido en el Código respecto a la práctica de la prueba, introduce sin embargo algunas novedades importantes, especialmente en la prueba pericial1. 1 PEÑA GARCÍA, C., La Instrucción ‘Dignitas Connubii’ y su repercusión en las causas canónicas de nulidad b) Al regular los medios de prueba en particular, omite la Instrucción toda referencia a la prueba de acceso y reconocimiento judicial (cc.1582-1283), pese a que esta prueba puede practicarse en ocasiones en las causas de nulidad matrimonial (p.e., reconocimiento judicial de instrumentos probatorios aportados por las partes, como cintas de video, o bien acceso del juez a un archivo eclesiástico para hacer la inspección ocular de la partida de matrimonio, de la existencia de correcciones o añadidos en la misma, para la comprobación de la delegación al sacerdote asistente, etc.). No obstante, lo cierto es que, en sentido estricto, el acceso y reconocimiento judicial no son propiamente una prueba, sino un modo de acceder al conocimiento del medio probatorio y permitir su incorporación a los autos, lo que, unido a su escasa utilización en las causas matrimoniales, quizás explique el silencio de la Instrucción al respecto. c) El Título VII de la Instrucción introduce un cambio en la distribución sistemática de los artículos respecto al Titulo IV del Código, al interpolar, entre los artículos introductorios (paralelos a los cánones previos, 1526-1529) y el capítulo II, dedicado a los medios de prueba en particular, un capítulo I que tienen por objeto el examen judicial, agrupando las normas que regulan el modo en que la persona que tenga encomendada la instrucción –sea el juez presidente o ponente, el juez de exhortos, los delegados del juez o el auditor (art.155.2 DC)- debe proceder al examen de partes, testigos y, si el caso lo requiere, peritos. I.- NORMAS GENERALES SOBRE LA PROPOSICIÓN Y PRÁCTICA DE LA PRUEBA La instrucción del proceso es un momento crucial, de cuyo resultado dependerá en gran medida la decisión final de la causa. Según el conocido principio procesal, los pleitos se ganan o se pierden en la prueba, por lo que esta fase tendrá una importancia determinante para las pretensiones de las partes, que deben desvirtuar –fundamentalmente, la parte actora- las presunciones legales que defienden la validez del matrimonio. 1. El sujeto de la prueba En principio, con carácter general, los sujetos de la prueba son las partes litigantes -a las que quedan equiparados el defensor del vínculo y el promotor de justicia, en caso de intervenir-, siendo el juez el destinatario de la prueba. Así se deduce del art.156.1 (c.1526,1), que establece como principio básico que la carga de la prueba recae sobre la parte que afirma, sea el actor o el demandado. Se recoge de este modo el principio dispositivo del proceso, según el cual es a las partes y no directamente al juez a quien corresponde la iniciativa en materia de prueba. matrimonial, en «Estudios Eclesiásticos» 80, 2005, 645-701. No obstante, en el proceso canónico y, de modo muy especial, en las causas matrimoniales -por pertenecer éstas al bien público de la Iglesia- el juez goza de amplísimas facultades en materia de prueba, de tal modo que el principio dispositivo de la prueba queda en gran medida atenuado por la concurrencia del principio inquisitivo2. En relación con la prueba en estos procesos, el juez tiene, entre otras facultades, el derecho-deber de interrogar, en cualquier momento, a las partes para descubrir la verdad (art.177), la facultad de ordenar que se realice un careo bien entre testigos, bien entre los testigo y una de las partes, en caso de que discrepen sobre una cuestión grave (art.165,2), la facultad de llamar a los testigos para que declaren nuevamente, si lo considera necesario o útil, antes de la publicación de las actas (art.176); la facultad de ordenar que se presente en el proceso un documento común a ambas partes (art.191); el derecho –deber, en algunos casos- de ordenar que se practiquen las pericias necesarias para comprobar un hecho o determinar la verdadera naturaleza de una cosa (art.203); etc. 2. El objeto de la prueba La actividad probatoria debe recaer sobre los hechos que fundamenten y justifiquen las pretensiones de las partes, de tal modo que, como principio general, sólo debe admitirse prueba sobre aquellos hechos que puedan tener incidencia en la decisión del juez. Esto implica que el Juez deberá rechazar, por impertinentes e inútiles para el mérito de la causa, tanto las pruebas que versen sobre hechos que no guarden relación con el objeto del juicio como aquellas que pretendan demostrar hechos evidentes. No obstante, el juez deberá ser sumamente cauteloso en su juicio sobre la pertinencia de las pruebas para no vulnerar el derecho de defensa de las partes. Por otro lado, tampoco necesitan prueba, a tenor del art.156.2 (c.1526), “aquellas cosas que la misma ley presume". En virtud de este principio, la parte –sea pública o privada- que afirme un hecho que venga amparado por una presunción legal (p.e., la conformidad entre el consentimiento interno y externo, la consumación del matrimonio en caso de cohabitación, etc.) 3- queda exenta de la carga de la prueba, recayendo dicha carga sobre la parte que pretendiera negar lo amparado en dicha presunción. Precisamente por la existencia de una presunción general favorable a la validez del matrimonio presunción que la parte actora debe desvirtuar- sí deberán probarse aquellos hechos que puedan dar lugar a la nulidad, sin que sea suficiente con que los afirme uno de los cónyuges y sean reconocidos por el otro. La confesión de una de las partes no exime a la otra de la carga de la prueba, puesto que, en las causas de nulidad matrimonial, las confesiones y declaraciones de las partes no tienen fuerza de prueba plena, salvo que vengan corroboradas por otros elementos probatorios4. 2 Vid. comentario art.71 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. Sobre la relación entre principio dispositivo y principio inquisitivo en la fase probatoria del proceso, resulta de interés ARROBA CONDE, M.J., El principio dispositivo en el proceso contencioso canónico, Roma 1989, 135-160. 3 Vid. comentario art.215 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. 4 Vid. comentario art.180 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. Por último, aunque nada dice la Dignitas Connubii al respecto, cabe señalar que, aunque en principio la prueba tiene por objeto únicamente hechos -presumiéndose el conocimiento del Derecho por el tribunal, conforme al aforismo iura novit curia-, también el derecho deberá ser excepcionalmente objeto de prueba, en los supuestos de costumbres o leyes particulares canónicas poco conocidas en el lugar del proceso. Asimismo, podrá exigirse prueba del derecho civil o del derecho propio de otras confesiones religiosas en aquellos supuestos en que la nulidad del matrimonio venga provocada por estas normas ajenas al ordenamiento canónico5. 3. Criterios de licitud, transparencia y utilidad de la prueba Reitera el art.157 el criterio general de que las partes podrán proponer, para probar sus pretensiones, cualquier prueba lícita que consideren de utilidad para la defensa de sus derechos, correspondiendo al Juez decidir sobre su legalidad, pertinencia y licitud. Hay una notable insistencia de la Instrucción en el criterio de licitud de las pruebas. En principio, parece indudable que en el proceso canónico no pueden tener cabida las pruebas ilícitas, que deben ser de oficio rechazadas por el juez si fueran propuestas; y, en el supuesto de que hubiesen sido admitidas inadvertidamente, no deberán ser tenidas en cuenta por el juzgador a la hora de dictar sentencia. Sin embargo, se trata quizás de una de las cuestiones que más problemáticas puedan resultar en la práctica, en cuanto que con frecuencia, en las causas de nulidad matrimonial, el énfasis en criterios de licitud (p.e., respecto a la obligación de secreto profesional de los profesionales que han tratado a la parte demandada, respecto al modo de adquisición de documentos propios de la otra parte, etc.) puede entrar en conflicto con la finalidad del proceso de lograr descubrir la verdad objetiva y favorecer conductas obstruccionistas por parte del cónyuge que no quiera colaborar en el proceso, causando de ese modo un perjuicio a la parte actora que pretende la declaración de nulidad6. En este aparente conflicto, resulta clarificador el art.157.1 DC, que desarrolla y explicita lo dispuesto en el c.1527.1, recordando que la ilicitud puede venir provocada tanto por su naturaleza como por su modo de adquisición, y que, en ambos casos, ello hará que la prueba no pueda ser ni aportada, ni admitida por el juez. La Instrucción opta así, decididamente, por primar el criterio de la necesaria licitud de las pruebas sobre otras consideraciones. De conformidad con los criterios señalados en la Instrucción, serán pruebas ilícitas –y deberán ser por tanto desestimadas en todo casotodas aquellas que hayan sido conseguidas de forma fraudulenta, dolosa o ilegítima (mediante hurto, 5 6 Vid. comentario arts.2-4 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. Sobre los problemas que, en relación a la necesaria licitud de la prueba, pueden plantearse en la práctica a la hora de admitir determinados medios probatorios, resulta de especial interés GULLO, C. – GULLO, A., Prassi processuale nelle cause canoniche di nullità del matrimonio, ed. 2, aggiornata con l’Instr. «Dignitas connubii», Ciudad del Vaticano 2005, 141-156; también GARCÍA FAÍLDE, J.J Posición de los tribunales eclesiásticos españoles ante requerimientos de pruebas o actas del proceso, en: R. RODRÍGUEZ CHACÓN (Ed.), Puntos de especial dificultad en Derecho matrimonial canónico, sustantivo y procesal, y cuestiones actuales de Derecho Eclesiástico y relaciones Iglesia-Estado, Madrid, 2007, en prensa. engaño, etc...), así como las que supongan violación del secreto profesional sin consentimiento expreso del interesado, sean contrarias a la dignidad de la persona humana o impliquen la violación de los derechos y libertades fundamentales o de algún deber moral. Asimismo, la Instrucción prohíbe igualmente la admisión de pruebas secretas, a no ser por causa grave y siempre que se asegure su notificación a los abogados de las partes (art.157.2). Se refuerza de este modo el carácter claramente excepcional de las pruebas secretas, las cuales, en todo caso –como insisten los arts.230 y 234 en relación a la publicación de las actas- deberán ser dadas a conocer a los letrados, para salvaguardar el derecho de defensa de las partes. Por último, el art.157.3 apunta, como criterio para decidir sobre la oportunidad y utilidad de las pruebas propuestas, que el juez debe evitar el número excesivo de testigos y la multiplicidad de pruebas innecesarias, especialmente si le consta que las pruebas aportadas tienen como finalidad la de retrasar la resolución de la causa. 4. La decisión judicial sobre la admisión/ rechazo de las pruebas El juez, en base a los criterios de utilidad y licitud, deberá decidir, por medio de decreto, sobre la admisión o rechazo de las pruebas propuestas por las partes. En principio, la decisión sobre la admisión de las pruebas corresponderá al juez presidente o ponente; como reitera el párrafo segundo del art.158, la decisión que en su caso pudiera tomar el auditor sobre la admisión de la prueba tendrá únicamente carácter provisional7. En el supuesto de que el juez rechace alguna de las pruebas propuestas, podrá la parte perjudicada insistir para que se admita, aduciendo las razones que estime pertinentes. Se trata de una cuestión que debe ser resuelta con toda rapidez (expeditissime), por lo que, a tenor del c.1629,5º, no cabrá apelación contra dicha decisión. En relación a este recurso contra la inadmisión de una prueba, la Dignitas introduce una notable innovación respecto a la normativa codicial, al establecer los art.45,5º y 158.1 que corresponde al colegio la resolución de este recurso, mientras que el c.1527.2 atribuye esta función al mismo juez que inadmitió la prueba. Se trata de una innovación, a mi juicio, no exenta de problemas, puesto que si bien es cierto que, en principio, el recurso al colegio parece garantizar una mayor imparcialidad a la hora de resolver las reclamaciones de las partes, lo cierto es que, en la práctica, resultará difícil que esta reserva al colegio de un recurso tan habitual como el que se plantea contra la inadmisión de una prueba no provoque indebidas dilaciones en la tramitación de estos procesos y dificulte la resolución expeditissime de los recursos previstos en el c 1527.2. 7 Vid. comentario arts.46 y 50 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. Por otro lado, cabe señalar que ni el Código ni la Dignitas Connubii prevén un recurso específico contra la admisión de alguna prueba. No obstante, a tenor de la norma general del art.221, siempre podrá la parte que se pueda considerar perjudicada por dicha prueba recurrir ante el colegio contra el decreto de admisión de la misma y abrir una causa incidental, al no ser éste propiamente un decreto de mero trámite8. 5. Actuación del abogado y el defensor del vínculo en la prueba El art.159, recogiendo lo dispuesto en el c.1678, fija los derechos de abogados y defensores del vínculo en relación a la prueba, partiendo del principio de equiparación entre partes públicas y partes privadas que actúen asistidas de abogado. Así, a tenor de este artículo, el defensor del vínculo y los abogados de las partes tienen derecho: 1.°.- a asistir al examen de las partes, de los testigos y de los peritos, a no ser que el juez, por lo que se refiere a los abogados, estime que, por las circunstancias del asunto y de las personas, se debe proceder en secreto. Esta previsión contenida en el artículo no se refiere a que la prueba se decrete secreta –lo cual, como señala el art.157.2, exigirá siempre en cualquier caso su notificación a los abogados para salvaguardar el derecho de defensa de la parte- sino a la posibilidad de que el juez, a la vista de las circunstancias concurrentes, considere oportuno, que en un caso concreto los abogados de las partes – nada se dice respecto al defensor del vínculo- no estén presentes mientras se toma declaración a la parte, testigos o peritos. Se trata, en cualquier caso, de una posibilidad con un marcado carácter excepcional, en cuanto que supone la limitación de un derecho previamente reconocido a los abogados de las partes, por lo que el juez deberá ser sumamente prudente a la hora de ordenar que “se proceda en secreto” al examen de dichas personas, sin que sea suficiente, p.e., la mera petición del declarante de que no esté presente el abogado de la otra parte. 2.°.- a conocer las actas judiciales, aun cuando no estén publicadas, y a examinar los documentos presentados por las partes. Con independencia de lo previsto en el número anterior, los abogados de las partes y el defensor del vínculo tienen derecho, en cualquier momento del proceso, a conocer las actas judiciales y a examinar los documentos presentados por las partes. Podrán, por tanto, solicitar al juez el examen de las actas tanto si voluntariamente han dejado de asistir a la práctica de la prueba como, con mucho mayor motivo, si su presencia en el examen judicial se ha visto limitada por mandato del juez, a tenor del art.159.1.1º. 8 Vid. comentario art.221. Salvando la diferencia prevista para el supuesto de que el juez decida proceder secretamente en el examen judicial, el art.159 –en paralelismo con el c.1678- consagra el principio de equiparación entre el ministerio público y los abogados de las partes en relación a la práctica de la prueba9. La actual regulación, por tanto, no sólo ha perfilado mejor la figura del defensor, al eliminar aquellos privilegios y atribuciones excesivas que desvirtuaban su actuación procesal, sino que, al hacer extensiva a las partes y sus abogados facultades anteriormente reservadas al defensor del vínculo, ha configurado un proceso más equilibrado, en el que rige el principio de equiparación de las partes públicas y privadas. No obstante, debe tenerse en cuenta que, pese a esta teórica y deseable equiparación, en la práctica el defensor del vínculo se encuentra en una situación de notoria inferioridad respecto a las partes en materia probatoria, en cuanto que no tiene medios de acceder a documentos que puedan resultar fundamentales para la defensa del vínculo, desconoce las circunstancias que rodearon el matrimonio, los nombres y direcciones de testigos que pudieran resultar importantes, etc., todo lo cual puede llevar a una situación de desprotección efectiva del vínculo conyugal, especialmente en el supuesto, nada infrecuente, de que ambos cónyuges -sea mediante demanda conjunta o mediante la ficticia sumisión de uno de ellos a la justicia del tribunal- se pongan de acuerdo para obtener la nulidad10. En cualquier caso, hay que advertir, para una correcta comprensión del principio de equiparación entre partes públicas y privadas en el proceso, que, propiamente, dicha equiparación se predica en relación a las partes que actúan asistidas de letrado, no respecto a las demás partes: en efecto, tanto la regulación codicial como, en concreto, el c.1678 y el art.159 DC, equiparan las facultades del defensor del vínculo con las de los abogados de las partes, no con las de las partes mismas, cuyos derechos al respectos son más limitados. A este respecto, el art.159.2 DC reitera expresamente que «las partes no pueden asistir al examen del que se trata en el § 1, n. 1». La razón de ser de esta aparente desigualdad respecto a la parte que ejerza personalmente su derecho de postulación procesal se encuentra, como ha señalado la doctrina, en que la facultad de asistir al examen de las partes, testigos y peritos se configura, más que como un derecho derivado del carácter de parte, como una facultad que la ley otorga a la parte que actúa en el proceso con una postulación 9 En el Código de 1917, el defensor del vínculo tenía una serie de privilegios y de obligaciones en relación a la prueba de los que se veían privadas las partes: revisar en cualquier momento las actas del proceso; proponer al juez nuevos plazos para presentar escritos; pedir la comparecencia de nuevos testigos o de los ya examinados, incluso aunque la causa hubiera sido declarada conclusa; exigir que se practiquen las actuaciones que él sugiera, salvo oposición unánime del tribunal; examinar los interrogatorios de las partes y reformarlos si lo estimaba necesario; asistir al examen de partes, testigos y peritos, presentando interrogatorios cerrados y sellados, y sugerir al juez nuevas preguntas a la vista del examen; etc. Este cúmulo de obligaciones y de privilegios atribuidos por ley provocaba una notable diferencia del defensor del vínculo respecto a los abogados de las partes: CABREROS DE ANTA, M., Comentario a los can.1569-1607, en: Comentarios al Código de Derecho Canónico, vol. III, Madrid 1964, 288. Sobre la figura del Defensor del vínculo en la anterior regulación, puede verse: DEL AMO, L., La defensa del vínculo, Madrid 1954. 10 Sobre esta cuestión, vid. PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba, en: PÉREZ RAMOS, A., y RUANO ESPINA, L. (coord.), La prueba en los procesos de nulidad matrimonial. Cuestiones de actualidad en Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico, Salamanca 2003, 49-87. técnica que goce de los suficientes conocimientos jurídicos como para poder intervenir de modo adecuado en la realización de dichos actos procesales11. 6. Momento procesal para la proposición y práctica de pruebas Con carácter general, el momento oportuno para la proposición y práctica de la prueba será el plazo que a tal efecto señale el Juez, mediante decreto, una vez adquiera firmeza la fórmula de dudas establecida en la causa, puesto que la lógica procesal exige que la recogida de pruebas se haga una vez ha quedado definitivamente fijado, por el decreto de litiscontestación, el objeto del litigio. No obstante, cabe excepcionalmente que se propongan y practiquen pruebas fuera de esta fase de instrucción. El art.160, en paralelismo con el c.1529, prevé la posibilidad de que el juez, si existe causa grave, permita la práctica de alguna prueba antes de la litiscontestación. Como causa grave, suele considerarse, en la praxis forense, el temor a la muerte de algún testigo, la previsión de una ausencia prolongada que impidiera o dificultase extremadamente el examen de la parte o de algún testigo, y, en general, el peligro de que alguna prueba o indicio importante pudiera desaparecer o perjudicarse si se dilata su recogida. Por otro lado, en el ordenamiento procesal canónica, más preocupado de la verdad objetiva y la realización de la justicia que del rigor formalista, no se aplica con rigidez el principio de preclusión, de tal modo que será posible proponer y practicar pruebas no sólo antes de abrirse la fase probatoria, sino también una vez concluida ésta, tanto después de la publicación de las actuaciones, como incluso después del decreto de conclusión de la causa o en apelación, siempre que, en estos casos, se cumplan las condiciones previstas en el c.160012. En cuanto al momento de la proposición de la prueba, ya se ha indicado que, de ordinario, será el establecido por el juez en el decreto de apertura del periodo probatorio (art.137 y c.1677,4). A este respecto, aunque no se menciona nada expresamente ni en la Dignitas Connubii, ni el Código, parece claro que el principio de equiparación entre partes públicas y privadas exige que el defensor del vínculo, abandonando antiguos privilegios ya derogados, presente su escrito de proposición de pruebas dentro del plazo concedido en el decreto del juez, que obliga a todas las partes por igual. A mi entender, resulta poco ajustada a derecho la praxis, mantenida todavía en algunos tribunales, de que el defensor del vínculo espere a conocer la prueba solicitada por las otras partes y, en base a ésta, elabore su propia proposición de prueba. A tenor de la actual regulación codicial y del principio de equiparación de partes públicas y privadas, considero que el defensor del vínculo deberá proponer su prueba en el mismo plazo que las partes13 y sin conocer la prueba solicitada por éstas, constituyendo la praxis 11 C. De Diego-Lora, 'Comentario al can.1434', in: Instituto Martín de Azpilcueta, Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, vol.IV/1, Pamplona 1996, 839. 12 13 Vid. comentario arts.236, 239 y 267.3 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. Naturalmente, si fuera necesario, podrá el defensor del vínculo, al igual que las partes, solicitar prórroga del plazo para proponer prueba, cumpliendo los requisitos del art.81 (c.1465). contraria, a mi juicio, una vulneración poco justificada del principio de igualdad de partes. 7. Criterio de flexibilidad en la práctica de la prueba En el ordenamiento canónico, la flexibilidad en la proposición y práctica de la prueba alcanza, no sólo al tiempo de proponerla y practicarla, sino que viene configurado como un principio general de actuación del juez en el art. 161, que cierra la sección preliminar de este Título VII. El art.161, tras recordar la posibilidad –prevista en el c.1528- de acudir a un notario público o a un laico designado por el juez para tomar declaración a la parte o los testigos que rehúsen comparecer ante el juez eclesiástico, profundiza en el criterio flexibilidad en la práctica de la prueba, previendo que, si en algún caso no se pueden observar las normas canónicas, podrán no obstante admitirse esos medios de prueba, siempre que conste su autenticidad e integridad, evitándose cualquier peligro de fraude, colusión o corrupción. II.- NORMAS SOBRE EL EXAMEN JUDICIAL Antes de entrar a describir los diversos tipos de prueba en particular, el capítulo I da una serie de normas comunes relativas al modo de realizar el examen judicial de partes, testigos y, cuando el caso lo requiera, perito. 1. Normas generales La citación para el examen judicial de quien ha de ser interrogado –sea la parte, el testigo o, en su caso, el perito- se hará, a tenor del art.163, mediante decreto del juez legítimamente notificado, siendo de aplicación en esta materia las normas codiciales sobre citación y notificaciones de los arts.130 y siguientes de la Dignitas Connubii14. En la cédula de citación deberán constar, al menos, los siguientes datos: el juez que la dicta, el nombre y domicilio del citado, el mandato al testigo para que comparezca y la causa para la que se le cita, con expresión de los cónyuges litigantes, así como el lugar y la fecha en que debe acudir a declarar. En cuanto al lugar de realización del examen judicial, el art.162 (c.1558) establece, como norma general, judicial de todas estas personas se hará en la sede del tribunal, salvo que el juez, por justa causa, disponga otra cosa, correspondiendo en este caso al juez determinar dónde han de ser oídos aquellos que por distancia, enfermedad u otro impedimento, se vean imposibilitados de acudir a la sede del tribunal. Por otro lado, en el supuesto de que los testigos tengan su domicilio en otra diócesis, podrá el juez solicitar el auxilio judicial del tribunal eclesiástico correspondiente, al que deberá 14 En la práctica forense española, lo habitual será que el juez encomiende a los procuradores de las partes la notificación de la citación a los testigos propuestos por cada una de ellas, encargándose el juez de la notificación a los testigos de oficio o propuestos por el ministerio público. proporcionarle las instrucciones y los artículos necesarios para realizar el interrogatorio del testigo15. No obstante, en razón de su dignidad, están exentos de acudir a la sede del tribunal para prestar declaración -debiendo ser oídos en el lugar que ellos elijan- los Cardenales, Patriarcas y Obispos, así como todos aquellos que gozan de este derecho a tenor del derecho civil, cuyos privilegios quedan así canonizados. Igualmente, hay que entender incluidos dentro de esta excepción, en virtud de su dignidad, todos aquellos equiparados en derecho al Obispo diocesano: Prelados territoriales, Abades territoriales, Vicario apostólico, Prefecto apostólico y Administrador apostólico (cc.381,2 y 368). Una vez notificada legítimamente la citación, el sujeto tiene la obligación de comparecer a declarar -obedeciendo así al mandato judicial- o, en su defecto, de manifestar al juez el motivo de su ausencia (c.1557), tal como recuerda el párrafo segundo del art.163. Esta obligación de comparecer depende, por consiguiente, de que se haya notificado en forma la citación al testigo, de tal modo que, en el supuesto de que el testigo no comparezca ni presente ninguna excusa, podrá el juez -si lo estima conveniente- citarle nuevamente. No es, sin embargo, necesaria la reiteración de la citación -salvo que no constara en autos la notificación legítima- y, de hecho, no suele realizarse en el caso de los testigos, por entender que si éstos no comparecen ni se excusan es porque no tienen intención de acudir ante los tribunales eclesiásticos; sí es más frecuente, por el contrario, que se cite nuevamente al demandado en caso de incomparecencia de éste, por la importancia que puede tener su declaración para el descubrimiento de la verdad objetiva del matrimonio. En cualquier caso, nada obsta a que el juez, siempre que lo estime necesario o útil y que se evite todo peligro de fraude o corrupción, pueda volver a llamar a declarar a quienes ya han sido interrogados, tanto de oficio como a petición de parte, como recuerda el art.176, reproduciendo lo dispuesto en el c.1570. Aunque el artículo no indica el momento a que se refiere esta posibilidad de volver a llamar a quien ya ha declarado, es claro que se refiere el artículo hace referencia a la reiteración del examen antes de la publicación de las actas: así se deduce tanto de la ubicación sistemática de este artículo, en el título dedicado a las pruebas, como por el hecho de que, una vez publicadas las actuaciones, serían de aplicación, por el contrario, los arts.236 (c.1598.2) y, en su caso, el art.239 (c.1600), si ya se ha decretado la conclusión de la causa. 2. El abogado y el defensor del vínculo en la presentación de cuestionarios Sin perjuicio del amplio margen de actuación que tiene el juez en relación a la prueba, el art.164 recuerda que si las partes y el defensor del vínculo -o el promotor de justicia, si interviene- han solicitado el examen de partes, testigos o peritos, deberán aportar los artículos o preguntas sobre las que desean que se les interrogue, dentro del plazo concedido por el juez. Comparando este art.164 con 15 Vid. comentario arts.29, 51 y 85 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. la redacción del c.1552.2 que le sirve de base, cabe destacar una significativa omisión de la Instrucción, puesto que desaparece cualquier referencia a que el descuido en la presentación de los interrogatorios a partes o testigos lleve aparejada la presunción de desestimiento de la petición de dicha prueba. Se trata de un silencio indudablemente intencionado, que, a nuestro juicio, supone una concreción más del criterio general de flexibilidad en la práctica de la prueba. En el proceso canónico, a diferencia de lo que ocurre en el civil -en que únicamente puede pedirse la declaración de la otra parte- nada impide que las partes propongan como prueba la declaración judicial de ambos cónyuges y, en consecuencia, presenten interrogatorios para los dos, siendo ésta, de hecho, la praxis habitual en las causas de nulidad. Mayor problema teórico puede plantear la cuestión de si puede el defensor del vínculo, conforme a una praxis común y muy extendida en los tribunales eclesiásticos, presentar interrogatorios para los testigos propuestos por las otras partes16. En no pocos tribunales, es frecuente que el defensor del vínculo presente una especie de interrogatorio general para ser hecho -siempre que el juez instructor lo estime pertinente- a todos los testigos, lo cual puede suscitar problemas, en cuanto que, en principio, parece que lo procedente sería que cada parte presentase artículos únicamente para sus propios testigos. Ciertamente, el c.1552.2 –no recogido en la Dignitas Connubii- configura la presentación de interrogatorios como una verdadera obligación o carga procesal, en cuanto que sanciona con tener por desistido de la petición de esta prueba a quien no presente los preceptivos artículos o interrogatorios. De ahí se deduce, ineludiblemente, que la presentación de artículos, en cuanto tal obligación, atañe únicamente a los testigos propuestos por la parte, sin que alcance a los restantes testigos. Lo habitual será, por consiguiente, que cada parte presente interrogatorios para sus propios testigos, sin perjuicio del derecho del abogado a solicitar al juez, durante el examen de los testigos propuestos por las otras partes, que le realice las preguntas que estime pertinentes17. No obstante, a mi juicio, de la disposición del c.1552.2 no cabe deducir que resulte ilegítima la praxis por la cual el defensor del vínculo presenta interrogatorio para todos los testigos, puesto que lo cierto es que nada hay ni en el Código ni en la Dignitas Connubii que excluya esta posibilidad: por un lado, el hecho de que el can.1552 regule con carácter estricto una obligación para la parte que propone la prueba testifical no excluye en modo alguno la posibilidad de que las otras partes -incluido el defensor del vínculo- puedan proponer al juez con carácter general preguntas que desean hacer a la totalidad de los testigos que declaren en la causa; y, por otro lado, el hecho de que puedan proponer esas preguntas sobre la marcha, en el mismo examen judicial, tampoco excluye de por sí la posibilidad de que, previendo quizás la imposibilidad de acudir a dicho examen, puedan proponerlas con anterioridad. Al contrario, puesto que la normativa canónica reconoce como principio general la 16 PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba, en: PÉREZ RAMOS, A. – RUANO ESPINA, L., La prueba en los procesos de nulidad matrimonial. Cuestiones de actualidad en Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico, Salamanca 2003, pp.74-76. 17 Vid. comentario art.166 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. facultad de presentar preguntas para los testigos de la otra parte –sin perjuicio de que esas cuestiones deban ser aprobadas por el juez, autor del interrogatorio- no se ve por qué motivo debería impedirse el ejercicio de esta facultad en aquellos casos en que las partes, públicas o privadas, no pudieran estar presentes en el examen18. Se trata, en definitiva, de una cuestión no regulada expresamente en el Código, por lo que deberán tenerse en cuenta las regulaciones particulares, así como los usus fori de cada lugar. No obstante, considero aconsejable, en aras a salvaguardar el deseable principio legal de igualdad entre partes públicas y privadas, que se reconozca esta facultad a todas las partes intervinientes, correspondiendo en definitiva al instructor decidir qué preguntas conviene hacer al testigo. 3. Modo de realizar el examen. El examen se ha de examinar por separado a cada parte, testigo y perito, con el fin de evitar el influjo de unos declarantes sobre otros, así como situaciones de enfrentamiento, tal como dispone categóricamente el art.165. Se trata de una prohibición establecida, para los testigos, en el c.1560, pudiendo destacarse que la Comisión de reforma del Código rechazó expresamente la posibilidad de que se concediera al juez la facultad de decidir otra cosa si lo estimaba conveniente19. No obstante, si, una vez han prestado declaración por separado, se observan discrepancias importantes respecto a una cuestión grave, que resulte fundamental para la resolución de la causa, podrá el juez ordenar que se practique un careo entre los discrepantes, evitando en la medida de lo posible las disensiones y el escándalo. Aunque, dados los múltiples inconvenientes que plantea y la complejidad de su realización, el careo es muy raramente empleado en la práctica forense matrimonial, no deja de ser en ocasiones –siempre que sea bien realizado, lo que exige al juez unas cualidades muy determinadasun medio óptimo para descubrir la verdad, especialmente en aquellos casos de versiones totalmente divergentes sobre un mismo punto que no pudiera ser corroborado por ningún otro medio20. Por otro lado, conforme dispone el art. 166 (c.1561), el examen de los declarantes deberá ser realizado por el juez, su delegado o un auditor, de modo que, salvo que la ley particular disponga otra cosa, los abogados o el defensor del vínculo presentes en el interrogatorio deberán dirigirse al juez o a quien haga sus veces si desean formular nuevas preguntas al declarante. 18 Otra posible solución –un tanto artificiosa- sería que el defensor del vínculo o la parte hicieran suya con carácter previo la prueba testifical que propongan las otras partes, de modo que estaría en realidad presentando interrogatorios para unos testigos que asume como propios. 19 Communicationes 11, 1979, p.114. No obstante, no serían nulos -aunque tendrían muy escaso valor- los testimonios realizados en presencia de otros testigos. 20 Sobre el ejercicio del contradictorio en materia probatoria, cfr. ARROBA CONDE, M.J., Cuestiones fundamentales de derecho probatorio canónico, en: R. RODRÍGUEZ CHACÓN (Ed.), Puntos de especial dificultad en Derecho matrimonial canónico, sustantivo y procesal, y cuestiones actuales de Derecho Eclesiástico y relaciones Iglesia-Estado, Madrid, 2007,105-129. A diferencia del proceso civil, en el derecho procesal canónico no caben las repreguntas, puesto que, con el fin de evitar las declaraciones preparadas o manipuladas, no se da traslado a las otras partes de los artículos presentados para el interrogatorio de los declarantes, sólo de sus nombres (art.170). No obstante, en sustitución de las repreguntas, podrán los letrados de las partes y el defensor del vínculo presentes en el interrogatorio solicitar todas las aclaraciones que deseen a la narración de hechos ofrecida por el testigo, formulando -a través del juez, salvo ley particular en contrario- las preguntas que estimen necesarias para el descubrimiento de los hechos. A este respecto, el juez deberá cuidar que tanto esas preguntas formuladas en el acto del examen del declarante como los artículos presentados en el momento de la proposición de prueba, cumplan los requisitos del c.156421. Asimismo, también exige el art.166 –reproduciendo en el c.1561- que el juez, al hacer el examen, esté asistido por un notario. No obstante, respecto a la necesidad de la presencia del notario en la declaración, habría que puntualizar lo siguiente: 1º.- Esta exigencia se halla también condicionada a que la ley particular no establezca otra cosa. Así se desprende del proceso de redacción del c.1561, en que se puso de manifiesto que la excepción "salvo que la ley particular establezca otra cosa" incluida al final del canon afectaba a todo el contenido de la norma, es decir, tanto al examen de las partes y los testigos por el juez, como a la exigencia de que los abogados de las partes y el defensor del vínculo propongan las preguntas al juez para que sea éste quien las formule a la parte o al testigo, como a la necesidad de la presencia del notario en las declaraciones22; 2º.- En ningún caso la ausencia del notario provocará la nulidad del acto de la declaración judicial de las partes, testigos o peritos. 4. Actuación del juez en el examen Los arts.167 y 168 recogen, en línea con los cc.1562-3 y 1532, una serie de obligaciones del juez a la hora de realizar el examen del declarante. Se trata de indicaciones que pueden tener notable importancia para la consecución de una correcta instrucción de la causa y de una prueba obtenida con todas las garantías: De conformidad con el art.167, el juez, al proceder al examen delas partes y los testigos, deberá recordarles su obligación grave de decir toda la verdad y solo la verdad, así como, a menos que una causa grave aconseje otra cosa, pedir a los declarantes que presten juramento de decir verdad, o, al menos, de que es verdad lo que han manifestado. Asimismo, podrá el juez pedirles juramento o promesa de guardar secreto. Si el declarante se niega a prestar el juramento de decir verdad, el 21 Vid. comentario art.169. Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. 22 Communicationes 11 (1979) 115. art.167.2 establece que debe prometer que dirá la verdad. No obstante, pese al tenor imperativo de este artículo, lo cierto es que el ordenamiento canónico dispone que, si el declarante se niega a jurar, deberá ser oído sin juramento (art.167 y c.1562.2), aunque deberá hacerse constar en acta, de conformidad con el c.1568, las razones de dicha negativa, que pueden tener gran importancia a la hora de valorar este testimonio23. Por otro lado, deberá el juez averiguar la identidad del declarante, mediante un documento oficial (DNI o similar), sin que sean suficiente las manifestaciones de los letrados de las partes de que el declarante es persona conocida. Deberá, además, preguntarse al declarante cuál es su relación con las partes litigantes, al constituir éste un dato de gran importancia para valorar su credibilidad y ciencia. Igualmente, aunque nada dice el artículo al respecto, deberá el juez preguntar y hacer constar en actas los datos fundamentales del declarante, al menos los relativos a su edad, profesión, domicilio, religión y, en su caso, parroquia. Estos datos generales pueden tener cierta importancia a la hora de valorar la declaración: p.e., si el declarante, siendo una persona ajena al mundo del derecho, utiliza en su narración términos jurídico-canónicos; si el testigo depone sobre hechos que, en virtud de la edad que tenía cuando ocurrieron, no pudo conocer; etc. Por su parte, la pregunta sobre la parroquia en la que el declarante, en su caso, cumple con la práctica religiosa puede ser de utilidad en el supuesto de que se estime necesario pedir al párroco informes sobre su credibilidad, por lo que conviene que el declarante indique no la parroquia a la que jurídicamente pertenece, sino aquella en la que participa y donde le conocen. Asimismo, insiste el art.168 en la obligación del juez de preguntar al declarante, cuando éste declare sobre los hechos objeto de la causa, no sólo la fuente de conocimiento de dichos hechos, sino también "en qué momento preciso se enteró de aquello que afirma". En virtud de su fuente de conocimiento, las declaraciones serán: de ciencia propia o presencial, si la persona declara sobre hechos percibidos directamente por él; de referencia, si declara lo que ha oído de testigos presenciales; de fama, cuando se limita a recoge en su declaración la opinión pública y difundida respecto a un hecho. En cuanto a la determinación del momento en que se conoció el hecho, se trata de una circunstancia que puede igualmente tener gran importancia para la correcta valoración de la declaración, puesto que el conocimiento obtenido en tiempo ya sospechoso deberá ser acogido con suma prudencia por el juzgador24. En general, conviene que el declarante concrete lo más posible las 23 Indudablemente, no podría considerarse carente de valor la declaración de un testigo excesivamente escrupuloso, que no quiere prestar juramento por miedo precisamente a cometer perjurio por error, omisión, fallos de memoria, etc. 24 A este respecto, se considera tiempo sospechoso, conforme a la jurisprudencia rotal, no sólo el tiempo de preparación de la demanda, sino también el tiempo en que surgen las desavenencias entre los cónyuges, puesto que éstos pueden estar previendo ya -y de algún modo preparando- la futura demanda de nulidad: entre otras, sentencias rotales c. Wynen, de 6 de mayo de 1941: SRRD 33 (1941) 380; c. Felici, de 30 de marzo de 1949: circunstancias -de lugar, tiempo, compañía, contexto, etc.- de los hechos que narra, de modo que el juez pueda alcanzar certeza moral sobre los mismos" 25. 5. Normas relativas a los cuestionarios y a la redacción del acta Por disposición del art.169, las preguntas que se hagan a los declarantes –sean las presentadas previamente por las partes públicas o privadas, sean las que propongan en el mismo acto de la declaración el abogado o el defensor del vínculo si están presentes, sean las que haga el juez de oficiodeben cumplir los requisitos del c.1564, de modo que deberá el juez rechazar toda pregunta que no tenga las siguientes características: a) Brevedad y sencillez: las preguntas deben ser breves, para facilitar su comprensión por el declarante y su respuesta, y, sobre todo, no abarcar varias cuestiones a la vez, puesto que las preguntas complejas favorecen la confusión, al provocar el desorden de las ideas y la posibilidad de olvidos u omisiones; b) Acomodadas a la capacidad del que declara: el declarante no podrá responder adecuadamente a lo que no comprende bien, por lo que es importante utilizar un lenguaje claro e inteligible para el declarante, evitar términos técnicos, giros rebuscados, etc. c) No ser capciosas ni falaces: se prohíben por el derecho las preguntas oscuras, ambiguas, engañosas, puesto que lo importante es el descubrimiento de la verdad, para lo cual es preciso que los declarantes narren los hechos tal y como los conocen. d) No ser sugerentes: las preguntas no deben indicar, ni siquiera sugerir, la respuesta, puesto que esto limitaría en gran parte la libertad del testigo, sino que deben tender a que la parte haga un relato de los hechos. En dicho relato, será labor del juez el intentar, sin sugerir la respuesta, que la parte vaya detallando los hechos y concretando datos, circunstancias, etc, que puedan tener interés para la causa. Esta característica de la no sugerencia -de gran importancia para la correcta instrucción de la causa- exige que el orden de las preguntas vaya de lo más general a lo más concreto y específico, y que las preguntas sean abiertas, sin predeterminar la respuesta. No caben, por tanto, en el ordenamiento canónico, a diferencia de la práctica procesal civil, la formulación de las clásicas posiciones, con su redacción afirmativa “diga ser cierto que...”. e) No ser ofensivas, de modo que "a nadie ofendan", ni al que declara, ni a las partes en la causa. SRRD 41 (1949) 140; etc. 25 Así lo destacan numerosas sentencias rotales que insisten en que «es necesario que (el testigo) añada cuándo, de quién, en qué contexto lo oyeron, si se dijo seria o jocosamente; de lo contrario, su declaración es deficiente porque faltan los elementos que permitan verificarla»: c. Giannecchini, de 19 de noviembre de 1982: SRRD 74, 1982, p.540; c. Lanversin, de 30 de junio de 1991, en «Monitor Ecclesiasticus» 117, 1992, p.55; etc. f) Pertinentes al mérito de la causa: se trata de un criterio de legitimidad importante, puesto que el declarante no estaría obligado a contestar preguntas impertinentes, que no guarden relación con los hechos objeto del proceso, aunque sean entendidos en un sentido amplio (recogiendo circunstancias relevantes, etc.). Es al instructor a quien corresponde juzgar sobre la pertinencia o no de las preguntas, para lo cual es fundamental que acuda al acto de la declaración con un buen conocimiento tanto del planteamiento y el objeto de la causa como de las actuaciones practicadas en la misma hasta el momento. Para evitar el peligro de declaraciones preparadas o manipuladas, el art. 170 prohíbe que se den a conocer las preguntas con antelación a quienes han de ser interrogados, aunque prevé la posibilidad de que pueda el juez anunciar algunos puntos al declarante, si los hechos sobre los que debe declarar son tan lejanos que no podría hacerlo adecuadamente de otro modo (c.1565); y el art. 171 exige que las respuestas de los declarantes sean siempre orales26, prohibiéndose expresamente la lectura de escritos por parte de los declarantes, aunque no cabe excluir, a tenor de la regulación codicial (c.1566), que en algunos supuestos difíciles de recordar -p.e., la fecha concreta del hecho que narra- pueda el juez autorizar al testigo a hacer uso de sus anotaciones. Esta prohibición genérica de leer escritos no alcanza, sin embargo, al perito, en el supuesto de que sea éste quien vaya a declarar para exponer ante el juez las conclusiones de la pericia. Asimismo, también queda matizado el principio de oralidad en el supuesto de que el declarante sea sordo o mudo, al prever la legislación que, en este supuesto, cabe que el juez, o bien recurra a un intérprete, o bien disponga que el declarante conteste por escrito a las preguntas que él le plantee27. En cuanto al modo de redactar el acta de la declaración, los arts.173 a 175 recogen una serie de criterios, tomados de los cc.1567-1569. El art. 173, reproduciendo el c.1567, dispone que las respuestas de los declarantes deben ser inmediatamente recogidas por escrito por el notario, bajo la dirección del juez, en el acta de la declaración, siendo obligación del notario –y del juez- el consignar "las mismas palabras de la declaración, al menos en cuanto se refieren directamente al objeto del juicio". Se trata de un criterio fundamental para asegurar la posibilidad, por parte de los jueces, de hacer una valoración objetiva de esta declaración, por lo que es importante que el notario evite la tentación de “traducir” las manifestaciones de los declarantes a lenguaje jurídico, de utilizar como plantilla las declaraciones hechas anteriormente por otros testigos en la misma causa, etc. No obstante, sólo es obligatorio que consten literalmente las palabras del testigo en aquello que 26 Sobre las consecuencias de esta exigencia de oralidad de los testimonios, vid. el epígrafe Valoración del testimonio aportado como prueba documental , infra. 27 Asimismo, también será necesario recurrir a un intérprete en aquellos casos en que el declarante hable una lengua desconocida para el instructor. (así lo recoge el art.172 , que reproduce literalmente el c.1471.) En el supuesto de declaraciones tomadas en distintas lenguas, bien porque se haya utilizado intérprete, bien porque las declaraciones hayan sido tomadas por exhorto en el extranjero, deberán unirse a los autos tanto la declaración redactada en la lengua original del declarante como su traducción de modo directo incide en el objeto de la causa; respecto al resto de la declaración, será suficiente con que conste íntegra y fielmente lo narrado por el declarante en respuesta a las preguntas del instructor, teniendo el notario –y el juez- un cierto margen de actuación para evitar declaraciones excesivamente difusas, extensas, en que abunden datos accidentales no pertinentes al mérito de la causa, etc. Sin embargo, en caso de duda, es preferible una declaración extensa y literal que una excesivamente resumida, puesto que los jueces podrán valorar más adecuadamente el testimonio si conocen los hechos tal y como son conocidos y expresados por el testigo, no a través de la percepción y redacción de los mismos que haga el instructor o el notario. Tanto por este afán de recoger lo más literalmente posible las declaraciones de los testigos como por el fin de agilizar el proceso en lo posible, el párrafo segundo del art.173 autoriza -a discreción del instructor- el empleo del magnetófono o de otros medios técnicos (grabaciones en vídeo, CD, DVD, etc.) en el examen de los declarantes. No obstante, habida cuenta el principio de escritura que rige en el proceso contencioso ordinario, la norma exige la transcripción de dicha cinta a un acta, que deberá ir firmada por el notario -quien da fe de que la transcripción de la cinta responde fielmente a la declaración del testigo- y por el juez, así como, siempre que sea posible, por el mismo testigo. Este supuesto constituye en realidad una excepción a la norma general del art.175.2, que exige que conste la firma del declarante en el acta; no obstante, en este caso eso exigiría que, una vez transcrita la cita, se citase nuevamente al testigo para que firmase el acta, lo cual iría en contra de la finalidad de agilización del proceso que justifica el empleo del magnetófono. Aunque no es lícito , como se puso de manifiesto en el proceso de redacción del Código, que se unan las cintas a los autos sin transcribir, puesto que la sola cinta, por las posibilidades de manipulación o falsificación que presenta, no puede ser admitida como prueba28, sí es obligación del notario –y así se recoge en el art.175.3, sin paralelismo en el Código- autenticar la grabación y disponer lo necesario para que se conserve íntegra y segura. Al redactar el acta, deberá el notario hacer constar, por disposición del art.174 (c.1568), si el declarante prestó juramento o promesa o si, por el contrario, éste fue dispensado o rehusado; las personas que estaban presentes en el acto del examen judicial; las preguntas añadidas de oficio –o a petición de las partes presentes en el interrogatorio- en dicho acto, así como todo aquello que haya sucedido durante el examen y que pueda tener cierta importancia. En cualquier caso, exige el derecho (art.175.1-2; c.1569) que, una vez terminado el examen del testigo, le sea leído a éste el acta de su declaración tomada por el notario -o, en su caso, se le haga oír lo grabado en cinta magnetofónica-, dándole la posibilidad de añadir, suprimir, corregir o modificar lo que juzgue necesario. Aunque nada dice la Instrucción, es claro que estas modificaciones deberán hacerse constar en acta como tales modificaciones finales a la declaración, para que puedan ser valoradas por los jueces. En este sentido, deberá evitar el instructor realizar estas correcciones directamente sobre lo declarado inicialmente, borrando esto. Una vez concluida y revisada la declaración, el declarante 28 Communicationes 10, 1978, p.263. excepto en el supuesto de que su declaración haya sido recogida en medios técnicos- firmará el acta junto con el juez, el notario y, si han estado presentes, el defensor del vínculo y los abogados. III.- LAS PRUEBAS EN PARTICULAR El capítulo II de este Título VII (arts.176-216) describe cada una de las pruebas en particular, dando criterios específicos sobre el modo en que deben practicarse y, especialmente, sobre su valoración por el juez a la hora de dictar sentencia en las causas de nulidad matrimonial. A) DECLARACIÓN DE LAS PARTES 1. Importancia y modo de realización La declaración de las partes no sólo es reconocida, en el actual ordenamiento canónico, como verdadera prueba29, sino que constituye una las pruebas más destacadas en las causas de nulidad matrimonial, por las especiales características de éstas. En este sentido, el art.177 exhorta al juez para que interrogue a las partes, con el fin de mejor descubrir la verdad. No obstante, conviene puntualizar que, no obstante el tenor literal del art.177, en las causas de nulidad matrimonial la necesidad de proceder al examen de las partes –o al menos intentarlo- constituye propiamente un deber, más que un mero consejo. En efecto, a tenor del c.1530, la práctica de esta prueba de declaración de las partes no está sujeta, en los procesos matrimoniales, a la previa petición de parte, sino que debe en cualquier caso ser ordenada de oficio por el juez, por tratarse de causas que afectan al bien público. En definitiva, existe en estos procesos la obligación judicial de intentar lograr la declaración de las partes, con el fin de que éstas, con sus aportaciones personales y sus precisiones a lo expuesto en los escritos de demanda y, en su caso de contestación –siempre más breves y genéricos, aparte de habitualmente redactados por el abogado- permitan conocer con mayor exactitud los hechos controvertidos. En cuanto al modo en que debe practicarse esta prueba, es de aplicación lo previsto en los artículos 162-176 sobre el examen judicial. No obstante, el art. 178 recuerda la obligación de la parte legítimamente interrogada de responder y decir "toda la verdad", correspondiendo al juez, en su caso, valorar la negativa de la parte a responder (c.1531). No se aplica automáticamente, pues, en el ordenamiento canónico, la ficta confessio, ni se establecen presunciones legales sobre el valor del silencio o la negativa a responder, sino que se deja a criterio del juez el realizar esta valoración, que deberá ser hecha con sumo cuidado, tomando en consideración todas las circunstancias: la causa de la negativa, su legitimidad y consistencia, etc. 29 GULLO, C. – GULLO, A., Prassi processuale nelle cause canoniche di nullità del matrimonio, cit, p.161. Por otro lado, esta obligación de responder exige como requisito previo la legitimidad del interrogatorio, de modo que, por la remisión del art.178 a los cc.1534 y 1548.2, sólo habrá obligación de responder a las preguntas hechas por el juez que sean atinentes al mérito de la causa, que no vulneren el derecho al honor del propio declarante, que no supongan la vulneración del deber de guardar secreto de oficio, que de la respuesta no se siga peligro de infamia, vejaciones o males graves para el declarante o su familia, etc. 2. Una novedad conflictiva: la nueva definición de confesión judicial Una de las novedades más problemáticas de la Instrucción Dignitas Connubii en materia probatoria es la modificación introducida en el art.179 respecto a la definición legal de confesión contenida en el Código. El c.1535, recogido en el art.179.1, define la confesión judicial como la afirmación escrita u oral sobre algún hecho ante el juez competente30, manifestada por una de las partes acerca de la materia del juicio y contra sí misma, tanto espontáneamente como a preguntas del juez. Por consiguiente, lo que, según la definición codicial, caracteriza y distingue la confesión judicial de otras declaraciones de las partes –concepto más amplio, que incluye cualquier respuesta o manifestación personal de los cónyuges a las preguntas del juez- es precisamente que el hecho de que la parte declare contra sí misma, esto es, en contra de su pretensión en el proceso, con independencia de que dicha pretensión sea favorable o adversa a la declaración de nulidad del matrimonio. Sin embargo, esta definición se ve modificada, para las causas de nulidad matrimonial, por el art.179.2, que, recogiendo la jurisprudencia rotal al respecto, establece que por confesión judicial habrá que entender las declaraciones, hechas por la parte ante el juez, contrarias a la validez del matrimonio que versen sobre hechos propios. Se trata, como ha destacado la doctrina procesualista, de una innovación muy discutible desde un punto de vista técnico, peligrosa por su ambigüedad y por su oposición directa a lo dispuesto en la ley31. 3. Criterios de valoración de las declaraciones de las partes En principio, las declaraciones de las partes, constituyan o no confesión judicial en sentido estricto, tendrán una importancia muy notable en los procesos canónicos de nulidad matrimonial. Para el juez canónico, preocupado por el descubrimiento de la verdad de los hechos y de la determinación de la existencia objetiva o no de un matrimonio válido, tiene en principio gran valor todo aquello que declaran las personas más implicadas en la causa, los cónyuges, especialmente teniendo en cuenta que, por la materia sobre la que versa el proceso -hechos relativos a la intimidad de los esposos o bien actos 30 Si la confesión no se hace ante el juez competente para conocer de la causa de nulidad, será considerada confesión extrajudicial y valorada como tal: así sucede, p.e., con las declaraciones de las partes ante el juez civil que son aportadas al proceso canónico. 31 ARROBA CONDE, M.J., La primera instancia en la Instrucción «Dignitas connubii». Novedades, concreciones e innovaciones, en R. RODRÍGUEZ CHACÓN - L. RUANO ESPINA (a cura di), Los procesos de nulidad de matrimonio canónico hoy, Madrid 2006, pp.64-65. internos de las personas-, con frecuencia los únicos que tienen un conocimiento directo de los mismos son las propias partes litigantes. En el ordenamiento canónico, rige el principio de libre valoración de la prueba por el juez, de modo que será a éste al que corresponda valorar la fuerza probatoria de la declaración judicial de las partes, sean o no confesiones propiamente dichas, poniéndolas en relación con las demás pruebas y circunstancias de la causa32. Así se reconoce en el art.180, que, de conformidad con el c.1536.2, reconoce que el juez puede atribuir un cierto valor probatorio a las declaraciones de las partes, lo que en su momento constituyó una importante novedad -de origen jurisprudencial- respecto a la regulación anterior al Código de 1983, en la que no se concedía valor alguno a las declaraciones de las partes contrarias al vínculo matrimonial. No obstante, aun reconociendo la importancia de esta prueba, el art.180, reiterando lo dispuesto en el c.1536,2, prohíbe al juez atribuir fuerza de prueba plena a las declaraciones de las partes, salvo que éstas vengan totalmente corroboradas por otros elementos probatorios. En la misma línea, el art.180.2, recuerda que, de conformidad con el c.1679, a no ser que las pruebas sean plenas por otros conceptos, para valorar las declaraciones de las partes el juez deberá requerir, si es posible, testigos que declaren acerca de la credibilidad de las partes; y usará también otros indicios y adminículos. Constituye, por tanto, obligación del juez, siempre que ello sea posible y que no exista prueba plena en la causa, requerir informes sobre la probidad y credibilidad de las partes a testigos que, aún no conociendo de ciencia propia los hechos controvertidos en la causa, puedan sin embargo acreditar la veracidad de los declarantes; asimismo, podrá también valerse de otros indicios o adminículos de prueba para otorgar valor de prueba plena a las declaraciones de las partes. De conformidad con lo dispuesto en los dos párrafos del art.180, para conceder valor de prueba plena a las declaraciones de las partes no será imprescindible en principio –aunque será ciertamente conveniente- la concurrencia de otros medios de prueba en sentido estricto (testigos, peritos o documentos), sino que podrá otorgarse esa plenitud de valor probatorio a las solas declaraciones de los cónyuges, siempre que conste indudablemente la veracidad de éstos mediante los testimonios de credibilidad, acompañados de otros indicios o adminículos33. Se trata de una posibilidad que, aunque debe ser utilizada con prudencia con el juez, evitando incurrir en arbitrariedad, constituye una aportación fundamental de la actual regulación procesal canónica, que puede contribuir a evitar o disminuir los conflictos entre fuero interno y fuero externo y ayudar a resolver importantes problemas de conciencia de los fieles, ofreciendo una vía jurisdiccional para solucionar aquellos casos en que los 32 Sobre los diversos tipos de declaraciones de las partes y su valor probatorio, ; ARROBA CONDE, M.J., Il valore di prova delle dichiarazioni delle parti nelle cause di nullità matrimoniale, en «Rivista Diocesana Torinese», marzo 2000, pp. 19-43. 33 Acebal alude, a este respecto, a la eficacia probatoria "reforzada" o "corroborada" de las declaraciones de las partes: ACEBAL LUJÁN, J.L., Valoración procesal de las declaraciones de las partes, en: Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, 12, Salamanca 1996, pp.328-331. hechos originantes de la nulidad, por sus circunstancias, fueran desconocidos para otras personas34. Por otro lado, de esta regulación se deduce que los testimonios de credibilidad sólo son necesarios en el supuesto de que no se haya conseguido prueba plena en la causa, por lo que no se ve justificada la praxis –muy extendida todavía en muchos tribunales- de solicitar dichos testimonios a los párrocos en todos los casos. Por otro lado, en relación a estos testimonios de credibilidad –sean hechos por el párroco o por otros testigos- es claro que los mismos tendrán muy escaso valor si el juicio sobre la veracidad de la parte se apoya en generalidades o en meras impresiones subjetivas sin fundamentar, por lo que deberá el juez, en su caso, solicitar que se detalle y concrete el motivo de dicho juicio. Por otra parte, la atribución de fuerza plena a la declaración de las partes exigirá, además de dichos testimonios de credibilidad, que la misma venga de algún modo corroborada por otros indicios o adminículos, como pueden ser las circunstancias que rodean los hechos, el carácter y honestidad de la persona, su religiosidad, la motivación religiosa del proceso35, su condición moral e integridad, etc.. En cuanto a la eficacia probatoria de la confesión extrajudicial -aquella que se produce fuera del proceso y es incorporada a juicio por alguno de los medios de prueba posibles- el art. 181 recuerda que corresponde igualmente al juez decidir su valor, una vez haya sopesado todas las circunstancias (c.1537), entre las que cabría incluir el modo de manifestación de dicha confesión (en principio, las manifestaciones escritas parecen más seguras que las orales), la posibilidad de determinar con suficiente exactitud las palabras exactas que dijo la parte, la seriedad, estado de ánimo, causa y circunstancias en que emitió dicha confesión, el lugar y el tiempo en que esas afirmaciones fueron pronunciadas, etc. Con frecuencia, la jurisprudencia rotal concede mayor valor probatorio a las declaraciones extrajudiciales, siempre que se compruebe que su veracidad y que han sido hechas en tiempo no sospechoso, que a las declaraciones judiciales, realizadas en tiempo sospechoso y que pueden verse condicionadas por las concretas pretensiones de la parte en el proceso36. 34 De hecho, el mismo Cardenal Ratzinger, destacó, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina d el Fe, la importancia que, desde esta perspectiva, tiene la posibilidad, introducida en el Código de Derecho Canónico de 1983, de reconocer valor probatorio a las declaraciones de las partes, evitando de ese modo que no pueda demostrarse la nulidad de un matrimonio en el fuero externo procesal: RATZINGER, J., Introducción, en: CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Sobre la atención pastoral de los divorciados vueltos a casar. Documentos, comentarios y estudios, Madrid 2000 (el original fue publicado por la Editrice Vaticana en 1997), 31. Puede verse también , entre otros, BERTONE, T., Gli interventi della Congregazione per la Dottrina della Fede circa il can. 1536, en GHERRO, S. (a cura di), Confessione e dichiarazione delle parti nelle cause canoniche di nullità matrimoniale, Padua 2003, pp. 85-97; MACÍAS RAMOS, C.J., Nulidad del matrimonio. Fuerza probatoria de la declaración de las partes en el proceso canónico por simulación y por miedo, Valencia 2006, pp.49-58; PINTO, P.V., I processi nel Codice de Diritto Canonico, Ciudad del Vaticano 1993, pp.509-511; etc. 35 La existencia de una verdadera motivación religiosa en el planteamiento de la causa, unida al carácter íntegro y honesto de la persona, podría llevar en su caso al juez a la certeza de su veracidad, puesto que no puede presumirse que la persona vaya a mentir en un asunto de conciencia. 36 A este respecto, indica un Auditor Rotal que "si se pueden determinar el tiempo, lugar y circunstancias de la confesión de modo que se pueda situar ésta fuera del tiempo sospechoso, y si se puede establecer que la parte dijo las palabras que se le atribuyen por una razón válida, con perceptible reflexión y con seriedad, entonces la confesión puede ser de gran valor”: DORAN, T.G., Comentario al c.1537, en; Comentario exegético al Código Por último, el art.182 recuerda que, a tenor del c.1538, carecerán de cualquier eficacia probatoria todas aquellas declaraciones de la parte que hayan sido arrancadas por violencia o miedo grave así como las emitidas por error de hecho. El motivo de esta disposición se halla en la necesidad de que la declaración sea libre y deliberada para tener algún valor; no obstante, si se quiere impugnar el valor de la declaración de la parte por estos motivos, deberán quedar probados en autos bien la violencia y el miedo sufridos, bien el error de hecho37. B) LA PRUEBA TESTIFICAL Los arts.193-202 de la Dignitas Connubii regulan la prueba testifical, reproduciendo en líneas generales, sin variables ni innovaciones significativas, lo regulado en el Código para todo tipo de procesos38. Se trata de una prueba que, conforme recuerda el art.193, se realiza bajo la dirección del juez, aunque dentro de este término se incluirían también, a tenor del art.155.2, el juez de exhortos, el delegado del juez y el auditor. En cuanto al modo de practicar dicha prueba, deberá tenerse en cuenta lo dispuesto con carácter general en los arts.162-176 para el examen judicial de partes y testigos39. 1. El testigo: concepto, obligaciones y capacidad requerida El testigo es aquella persona ajena a la relación jurídica procesal -distinta, por tanto, de las partes, sus representantes y el tribunal- que es llamada a juicio para declarar sobre hechos relevantes en la causa que han sido percibidos directamente por él, a través de sus sentidos. Por su propia configuración procesal, resulta fundamental que el testigo declare siempre sobre hechos o circunstancias fácticas, evitando hacer juicios de valor sobre los mismos o sacar conclusiones jurídicas de ellos, puesto que la valoración de los hechos corresponde al juez. de Derecho Canónico, vol. IV/2, Pamplona 1996, 1302. 37 Como señaló la Comisión de reforma del Código en relación al c.1538, dentro de este error de hecho se encontraría igualmente incluido el dolo, que también provocaría la falta de eficacia de la declaración pese a no venir expresamente mencionado en dicho canon: Communicationes 11, 1979. 38 No obstante, el art.193 contiene una significativa modificación respecto a su fuente, el c.1547, al no incluir la afirmación de éste referida a que la prueba testifical se admite “en todas las causas”. El art.193 de la Instrucción, con buena técnica jurídica, omite esa afirmación, puesto que la única excepción a la general admisión de la prueba testifical se encuentra precisamente en el ámbito de los procesos matrimoniales, al no caber la testifical en el proceso documental (arts. 295-299; cc.1686-1688). Por consiguiente, únicamente en las causas de nulidad matrimonial tramitadas por el proceso contencioso ordinario –las más frecuentes, por otro lado- podrá practicarse la prueba testifical. 39 Vid. comentario arts.162-176 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. El testigo es siempre, por tanto, un tercero procesal, que ha tenido conocimiento de los hechos objeto del proceso con anterioridad a la constitución de la relación procesal. Se diferencia, en este sentido, del perito, que, siendo igualmente un tercero, conoce los hechos objeto del proceso por mandato judicial con el fin de que aporte sus conocimientos técnicos sobre los mismos. La principal obligación del testigo es, como recuerda el art.194 -que reproduce el c.1548- la de declarar la verdad al juez que les interroga de manera legítima. Según se especificó en el proceso de redacción del Código, en esta obligación de declarar la verdad se incluiría tanto el no declarar nada falso como el no ocultar hechos verdaderos40. No obstante, junto con este deber de declarar la verdad, el ordenamiento canónico reconoce, en este art.194, una serie de exenciones de la obligación de responder, de modo que los testigos quedarían eximidos de la obligación de responder a aquellas preguntas -y sólo a esas- que recaigan, bien sobre materias protegidas por el deber de guardar secreto por haber tenido conocimiento de ellas en virtud del ministerio o de la profesión, o bien sobre materias de las que pueda seguirse graves males, infamias o vejaciones peligrosas para sí mismos o sus familiares más cercanos41. Así pues, en virtud de la obligación de guardar secreto, los clérigos –aparte de su incapacidad absoluta para declarar lo que conocen por confesión sacramental (art.196)- estarán exentos de declarar respecto a todo aquello que les haya sido confiado en razón del ministerio sagrado; y la misma exención tendrán igualmente los magistrados, abogados, procuradores, médicos, comadronas, notarios y otros profesionales obligados al secreto -incluso por razón del mero consejo dado- respecto a lo que hayan conocido en virtud de su oficio, por estar sometido al secreto profesional. No debe confundirse esta dispensa legal del deber de declarar sobre las mencionadas cuestiones con las causas de incapacidad para testificar recogidas en el art.196 (c.1550), puesto que en este supuesto los testigos son plenamente capaces de testificar, estando dispensados únicamente respecto a algunas preguntas concretas. De hecho, el testigo podría, si lo estima pertinente, declarar lícitamente tanto sobre cuestiones de las que pueda seguirse grave daño para él o los suyos, como sobre aquellas materias que caen bajo el secreto profesional, siempre que la parte que se las haya confiado le conceda autorización expresa para revelarlas. Igualmente, podrán los clérigos -sean o no sacerdotes- revelar, con permiso de la parte, todo aquello que se les haya confiado en virtud del ministerio, excepto lo conocido por confesión sacramental. En cuanto a la capacidad requerida para ser testigo, el ordenamiento canónico reconoce, en el art.195 y el c.1549, que puede ser testigo cualquier persona a quien el derecho no se lo prohíba expresamente, en todo o en parte. Las únicas prohibiciones legalmente prevista para ser testigo vienen recogidas en el artículo siguiente, de modo que, con carácter general, podrá ser testigo en las causas canónicas de nulidad matrimonial toda persona que no se halle en una de dichas prohibiciones, con 40 Communicationes 15, 1984, p.65. 41 Vid. comentario art.192 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. independencia de su condición de bautizado o no, de católico o no, de si está incurso en una pena canónica o en situación irregular, de si les une vínculos familiares o de amistad con las partes, etc. El art.196, reproduciendo el c.1550, regula las únicas excepciones contenidas en el derecho al principio del art.195, distinguiendo entre causas de inidoneidad para testificar y causas de incapacidad absoluta para ser testigo: a) Inidoneidad para ser testigo El párrafo primero del art.196 recuerda que no deben admitirse como testigos tampoco los menores de catorce años y los débiles mentales, aunque no se trata de una prohibición absoluta, ya que el mismo artículo prevé que puede el juez oírles si manifiesta mediante decreto la conveniencia de esta prueba. Por lo que respecta a los menores de catorce años, éstos pueden en principio –siempre que hayan alcanzado el uso de razón- ser capaces de percibir la realidad, aunque no son adecuados como testigos porque suelen carecer de la madurez para discernir acertadamente los hechos y las circunstancias, dada su sugestionabilidad, su mayor imaginación y menor discreción mental, etc., por lo que la jurisprudencia rotal recomienda que no se admitan como testigos y, en caso de admitirlos, que se valoren con suma prudencia sus testimonios42. En cualquier caso, la prohibición no afecta a la declaración de los mayores de catorce años que testifiquen sobre hechos que conocieron antes de alcanzar dicha edad, aunque es claro que el juez deberá valorar con cautela dichos testimonios, puesto que, en cualquier caso, sí existiría una incapacidad del testigo para declarar aquello que conoció siendo un menor carente de capacidad de discernimiento. En cuanto a los débiles mentales, dentro de esta categoría estarían incluidos los oligofrénicos, los retrasados mentales, los enfermos con perturbaciones de la percepción, la memoria o la conciencia, los que padecen demencia senil, los alcohólicos y toxicómanos, etc.43. No obstante, en caso de admitirse dichos testimonios, deberá el juez determinar su valor en función de las circunstancias del caso, puesto que no viene tasada legalmente su valoración. b) Incapacidad absoluta para ser testigo en una causa (art.196.2): En primer lugar, serán absolutamente incapaces de testificar los que son parte en la causa o comparecen en juicio en nombre de las partes (procurador, curador); los jueces y sus ayudantes, entendiéndose por tal a todos los que de algún modo forman parte del tribunal -jueces, notarios, actuarios, instructor, etc.- y han intervenido en la tramitación de la causa, sea en la presente instancia o en una instancia anterior; y a los abogados y aquellos que presten o hayan prestado asistencia a las 42 Entre otras, c. Fiore, de 29 de noviembre de 1960, n.6: SRRD 52 (1960) 404; c. Wynen, de 28 de mayo de 1940, n.8: SRRD 32 (1940) 244. 43 Vid. comentario art.97,2 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. partes en la misma causa, en cualquiera de sus instancias. Habida cuenta la incapacidad absoluta de estas personas para testificar, la Instrucción recuerda la importancia de que aquellas personas conocedoras de los hechos cuyo testimonio sea importante para la prueba de la verdad no asuman ese tipo de funciones en la causa. Se trata de una advertencia muy oportuna, que será fundamental tener en cuenta a la hora de que la parte designe abogado o procurador, o bien a la hora de designar judicialmente a alguien como curador del que carece de la capacitas standi in iudicio (p.e., será una causa grave que aconseje que el juez nombre, de conformidad con el art.98, a un curador distinto del designado por el juez civil)44. En cuanto a los miembros del tribunal, por otro lado, es claro que quien conoce hechos relevantes de la causa tiene la obligación de abstenerse de intervenir en la causa, siendo motivo suficiente para la inhibición o recusación, por lo que, en principio, no deberían plantearse problemas al respecto45. No obstante, en base al tenor literal del artículo 196 y del canon 1550, y teniendo en cuenta la necesidad de una interpretación estricta de esta prohibición, por tratarse de una ley odiosa (c.18), no parece que la incapacidad para testificar alcance a los abogados o profesionales que únicamente hubiesen aconsejado a las partes antes de iniciarse la causa, de modo que éstos serían en principio capaces de testificar, aunque no tendrían obligación de contestar a aquellas preguntas que afectasen a lo conocido bajo secreto profesional (art.194.2,2º). En segundo lugar, se considera igualmente incapaz como testigo al sacerdote respecto de todo aquello que conozca por confesión sacramental, incluso aunque el penitente le pida que lo manifieste. La prohibición alcanza, por tanto, no sólo a los pecados confesados, sino a todo lo que se conoce por medio o con motivo de la confesión sacramental. La razón de esta incapacidad estriba en la plena y absoluta inviolabilidad del sigilo sacramental (c.983), y alcanza no sólo al sacerdote, sino también a todas aquellas personas que de cualquier modo hayan oído algo con motivo de la confesión (intérpretes, oyentes involuntarios, etc.), de tal modo que lo conocido mediante esta vía no puede ser aceptado ni siquiera como indicio de verdad (art.196.2,2º y c.1550,2). No obstante, nada se opone, en principio, a que pueda el confesor testificar respecto a los hechos o circunstancia que hubiese conocido fuera de la confesión, estándose en este caso a lo dispuesto en el art.194.2,1º. 2. La proposición de la prueba testifical. Conforme a lo dispuesto en el art.198, la proposición de la prueba testifical exige que la parte que los propone aporte los nombres y domicilios o lugar de residencia de dichos testigos (c.1552.1). Se trata de un requisito expresamente exigido por la ley y reiterado por la Instrucción, de modo que, en principio, deberá ser cumplido incluso en el supuesto –habitual en la praxis española- de que la realización de las citaciones a dichos testigos se encarguen al procurador de la parte que los propuso. 44 Vid. comentario arts.97-98 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. 45 Vid. comentario arts.67-70 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. Una vez propuestos por las partes los testigos de que intentan valerse, deberá el juez notificar a las otras partes sus nombres antes de proceder a su interrogatorio (art. 199, reproduciendo literalmente el c.1554). Esta notificación de los nombres permitirá, en su caso, a las otras partes proceder, si lo consideran necesario, a la reprobación de alguno de los testigos propuestos, a tenor del art.200. No obstante, la obligación de notificar los nombres no viene configurada como una obligación absoluta, previendo el mismo art.199 que, si el juez estima que no puede hacerse dicha notificación sin grave dificultad, deberán notificarse los nombres al menos antes de la publicación de los testimonios, es decir, una vez ya practicado el examen judicial del testigo46. Como grave dificultad que facultaría al juez a omitir dicha notificación, señalan la doctrina y la jurisprudencia el peligro de soborno al testigo o de que se intente impedir, por medios ilícitos, la declaración de dicho testigo, etc. Sin embargo, deberá el juez ser sumamente prudente en la apreciación de estos peligros y de la concurrencia de una grave dificultad que justifique el posponer la notificación de los nombres de los testigos, puesto que dicha decisión judicial impedirá, de hecho, que la otra parte pueda ejercer su derecho de solicitar la exclusión del testigo. Por otro lado, el art.197 reconoce, de conformidad con lo dispuesto en el c.1551, el derecho de la parte a renunciar al examen del testigo, renuncia que podrá hacer la parte que le ha propuesto, antes de que éste sea interrogado. No se trata, sin embargo, de un derecho absoluto. De esta petición de renuncia al testigo deberá darse traslado a las otras partes, públicas y privadas, quienes pueden solicitar que el testigo sea oído en el juicio, correspondiendo al juez decidir libremente sobre la procedencia de esta renuncia, en función de las razones esgrimidas por las partes. 3. Reprobación o/y exclusión de un testigo. A tenor del art.200 (c.1555), las partes podrán solicitar, siempre antes de su examen o interrogatorio, la exclusión de alguno de los testigos, bien por encontrarse en alguno de los supuestos del art.196 (c.1550), bien porque exista justa causa para su exclusión. Aunque suelen utilizarse indistintamente, conceptualmente no coinciden los términos de reprobación y exclusión del testigo. La reprobación o tacha de un testigo es la solicitud de su exclusión y es realizada por la parte, mientras que la exclusión del testigo es propiamente el mandato del juez decretando que esa persona no es admitida como testigo; en este sentido, la reprobación consistiría en una excepción presentada por la parte contra el testigo para que el juez excluya de ser testigo a esa persona, mientras que la exclusión es el acto con el que el juez prohíbe efectivamente al testigo prestar 46 En los casos más graves, para evitar un peligro gravísimo, podría incluso el juez decretar secreto dicho testimonio y no proceder a su publicación, a tenor del art.230 y del c.1598, aunque ello exigiría en cualquier caso su manifestación a los abogados de las partes, bajo juramento o promesa de guardar secreto: vid. comentario arts.230 y 234 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. declaración47. Por otro lado, aunque la reprobación o tacha es claramente distinta de la renuncia a un testigo propio, regulada en el art.197 (c.1551), no se excluye que esta posibilidad de que una de la partes plantee la reprobación del testigo pueda darse respecto a testigos propuestos por ella misma. En efecto, aunque lo normal será que la parte solicite, en su caso, la exclusión de testigos propuestos por las otras partes, nada impide que pueda tachar también a testigos propuestos por ella misma, aunque, de suyo, esta reprobación de los propios testigos sólo podrá tener lugar cuando, habiendo renunciado la parte a su examen de conformidad con el art.197, las otras partes insisten en que sea oído. Ni la Instrucción ni el canon concretan qué causas justificarían esta reprobación o excepción de sospecha del testigo, pero pueden señalarse como justa causa, entre otras, el odio o enemistad manifiesta hacia una de las partes, el haber sido el testigo sobornado, instruido o aleccionado previamente, la falta de libertad del testigo por su condición de subordinado, servidor o dependiente de una de las partes, etc. También constituiría justa causa para su exclusión el hecho de que el testigo tenga interés porque recaiga sentencia en un sentido determinado, aunque debe tratarse de un interés muy cualificado (p.e., el del tercero que quiere contraer matrimonio con uno de los cónyuges). No sería suficiente para la exclusión del testigo el temor a la parcialidad propia de los familiares de las partes, puesto que, en las causas matrimoniales, los parientes y consanguíneos pueden conocer hechos que, por su carácter íntimo, no es fácil que conozcan los extraños, por lo que resulta adecuada su exclusión como testigos. La concurrencia de esta justa causa que justifica la exclusión de un testigo debe ser probada por la parte que presenta la exclusión, correspondiendo al juez valorar libremente su posible incidencia en la declaración del testigo. Hay que tener en cuenta, a este respecto, que la exclusión del testigo, además de perjudicar el derecho de defensa de la parte que lo ha propuesto, supone la privación del derecho de toda persona a testificar, recogido con carácter general en el art. 195 (c.1549); se trata, por tanto, de una norma de estricta interpretación, a tenor del c.18. 4. Actuación del defensor del vínculo en la proposición de testigos Con relación a la prueba testifical, se plantean, en la praxis judicial, alguna s cuestiones no carentes de interés respecto a cuál debe ser la actuación del defensor del vínculo en la proposición de esta prueba48. Una primera cuestión que cabría plantear sería el alcance y los límites del derecho del defensor 47 GARCÍA FAÍLDE, J.J., Comentario al c.1555, en: Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, cit., p.1342. 48 PEÑA GARCÍA, C., La función del Defensor del vínculo en la prueba, cit, pp.74-80. del vínculo a investigar para obtener los nombres de testigos relevantes. Aunque, en principio, parece claro teóricamente el derecho del defensor del vínculo a realizar investigaciones en búsqueda de prueba49, lo cierto es que en la praxis de nuestros tribunales puede generar un cierto malestar el hecho de que el defensor del vínculo se ponga en contacto con la parte demandada y le ruegue que le indique el nombre y la dirección de testigos que, conocedores de los hechos, puedan acudir a declarar. En principio, esta iniciativa del defensor del vínculo debe ser valorada, a nuestro juicio, como un medio legítimo -y muy útil en ocasiones- de obtener pruebas eficaces que aportar al proceso, subsanando de ese modo la inicial desigualdad entre las partes. Hay que tener en cuenta que, de suyo, el defensor del vínculo desconoce la realidad de ese matrimonio y su círculo de relaciones, viéndose obligado en general a proponer testigos "a ciegas", en base a los únicos datos con que puede contar: los padres de los cónyuges, cuyos nombres vienen recogidos en el certificado de matrimonio; y los testigos de matrimonio o del expediente prematrimonial, cuya declaración -caso de acudir- resulta generalmente de escasa utilidad. Es preciso, no obstante, tener siempre presente el carácter parcial del defensor del vínculo, de modo que no resultaría lícito, a nuestro juicio, que, en dicha investigación, el defensor del vínculo se prevaliera de su posición, intentando forzar la manifestación extrajudicial de la parte demandada al respecto. Lo más que puede hacer el defensor del vínculo es sugerir e invitar a la parte a que indique el nombre de esos testigos, respetando en su caso el silencio o la negativa de la parte. Por otro lado, si la parte demandada compareciera de hecho a declarar en el proceso, podrá el defensor del vínculo solicitar al juez que interrogue a la parte acerca de la existencia de personas conocedoras de los hechos, pudiendo en su caso pedir la declaración de estos testigos tras la publicación de la causa, a tenor del can.1598,2, correspondiendo al juez valorar la necesidad de este suplemento de instrucción. Asimismo, en caso de que la parte demandada acceda a ponerse en contacto con él, deberá el defensor del vínculo evitar cuidadosamente el peligro de desvirtuar su propia postura procesal y convertirse en defensor de parte. En concreto, en relación con la testifical, el ministerio público deberá tener la libertad de, una vez hecha la antedicha investigación, decidir, valorando todas las circunstancias, si propone o no los testigos que la parte demandada le ha indicado: p.e., sería claramente inadecuado que el defensor del vínculo contribuyera a una política obstruccionista y dilatoria de la parte demandada, proponiendo testigos residentes en lugares remotos o multiplicando innecesariamente los exhortos, salvo que existiera una causa grave que hiciera verdaderamente necesaria y útil la declaración de tales testigos. Otro aspecto que puede resultar problemático, en relación a la obligación de las partes de 49 Así se recogía, p.e., en el art.72 de la Instrucción Provida Mater, que, aunque derogado hoy en día, puede seguir teniendo validez como concreción del principio general de que cada parte tiene derecho -y en ocasiones, obligación- de obtener todas las pruebas que puedan apoyar su pretensión en el proceso. indicar al tribunal el domicilio de los testigos (art.198), es la praxis, existente en muchos tribunales y muy criticada en su momento por algún autor50, de que el defensor del vínculo proponga los nombres de los testigos de que intenta valerse (generalmente, familiares directos de los cónyuges), sin indicar su domicilio, y solicite al tribunal que requiera a las partes para que aporten el domicilio actual de dichos testigos51. En principio, podría parecer que esta praxis constituye, bien una cierta situación de privilegio del defensor del vínculo, bien una argucia procesal por su parte, en cuanto que con ello quedaría exento de la obligación del art.198 y del c.1552,1 de aportar los domicilios de los testigos que se proponen, volcando sobre las partes privadas –generalmente, la actora- una carga que sólo al ministerio público corresponde. A mi juicio, sin embargo, este uso forense, aunque quizás no plenamente ajustado a derecho, viene justificado y exigido por la consustancial inferioridad del defensor del vínculo en materia probatoria, de modo que cabría argüir en defensa de esta praxis lo siguiente: a) Muy frecuentemente, existe una auténtica imposibilidad de hecho de que los defensores del vínculo averigüen las direcciones actuales de los testigos, especialmente en las grandes ciudades. El defensor del vínculo no es un detective privado, ni cuenta –tampoco el juez- con medios efectivos que le permita obtener esta información. Esta imposibilidad material, no achacable a negligencia del defensor del vínculo, impediría , de no ser subsanada, una adecuada defensa del interés público que este ministerio defiende, lo que pondría llegar a poner en cuestión la objetividad de la sentencia y la misma existencia del contradictorio procesal. b) Por otro lado, las partes tienen la obligación de colaborar con el Tribunal en la administración de la Justicia y en el descubrimiento de la verdad objetiva. En este sentido, esta praxis no exige a las partes una investigación exhaustiva, ni una carga desproporcionada ni en modo alguno gravosa, sino que únicamente se les pide que declaren, si lo conocen, el domicilio de algunos testigos, generalmente parientes cercanos suyos. c) El c.1452 y el art.71 DC permiten al juez, con suma amplitud, suplir la negligencia de las partes en la presentación de pruebas, especialmente en las causas que, como las matrimoniales, afectan al bien público de la Iglesia. A fortiori, pues, es indudable que podrá el Juez solicitar de las partes un dato -las direcciones de los testigos- sin el cual la prueba propuesta no podría practicarse, especialmente teniendo en cuenta tanto el interés público que el defensor del vínculo protege como el hecho de que la omisión de dicho dato no es achacable a negligencia del ministerio público. d) Nada obstaría a que el Juez, bien de oficio, bien a preguntas del defensor del vínculo, 50 PALOMAR GORDO, M., El defensor del vínculo en el nuevo CIC, en: El consortium totius vitae. Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, VII, 430-431. 51 Por su condición de parte, nunca podría el Defensor del vínculo requerir directamente a las partes privadas que aportasen dichos domicilios, correspondiendo dicha actuación al juez, siempre que lo estime oportuno. interrogase a las partes, en su declaración bajo juramento, sobre las direcciones de algunos testigos, los cuales podrían ser en su caso ser posteriormente llamados, de conformidad con el c.1598,2 y el art.236 DC. Ciertamente, esta solución provocaría serios retrasos, que perjudicarían principalmente a la parte interesada en conseguir la nulidad, por lo que parece más adecuado y menos gravoso solicitar la colaboración voluntaria de las partes en el momento inicial de la proposición de pruebas. 5. Valoración de los testimonios Con carácter general, el ordenamiento canónico, a diferencia de lo que sucede en la jurisdicción civil, reconoce un notable valor a la prueba testifical en orden a probar la nulidad del matrimonio. A pesar de los múltiples peligros que indudablemente presenta esta prueba -peligros que pueden ir desde la percepción defectuosa o incompleta de los hechos, las disposiciones psicológicas y la parcialidad afectiva del testigo o los meros fallos de memoria hasta la mala fe y la falta de veracidad de su testimonio- sigue manteniendo una gran eficacia probatoria en el ordenamiento canónico, puesto que, con frecuencia, el testimonio de las personas cercanas a los cónyuges es la única prueba que permite al juez obtener la certeza suficiente sobre la verdad de los hechos. Se acepta, por tanto, en el Derecho canónico la importancia de la prueba testifical, aunque, debido a los peligros señalados, el juez deberá poner especial cuidado, no sólo en la práctica del examen al testigo, sino también en la posterior valoración de sus declaraciones, para lo cual los arts. 201 y 202 establecen una serie de criterios de valoración de los testimonios. No obstante, debe tenerse en cuenta que el ordenamiento canónico articula un sistema no de prueba tasada, sino de libre valoración de la prueba por el juez, de modo que los criterios recogidos en estos artículos deben ser interpretados como orientaciones y datos de experiencia que ayudarán al juez a mejor cumplir con su obligación de descubrir la verdad objetiva. En este sentido, incluso el aparente límite de la valoración legal que del testigo único hace el art.202 tiene un carácter más orientativo que impositivo, en cuanto que el tenor literal de este artículo –y del c.1573 que está en su base- es lo bastante amplío como para permitir al juez, ponderadas todas las circunstancias, tomar la decisión contraria. En principio, pues, corresponde al juez hacer la valoración de los testimonios recogidos en el proceso. De hecho, la determinación de la fuerza probatoria de los testimonios -aisladamente y en su interrelación- es una de las tareas más importantes y difíciles que debe realizar el juez, y requisito ineludible para poder alcanzar la certeza moral suficiente para dictar sentencia. a) Criterios generales de valoración Esta valoración de los testimonios deberá hacerse conforme a las reglas de la sana crítica, puesto que la libre valoración de los testimonios por el juez no puede ser confundida con la arbitrariedad por parte de éste. En este sentido, adquieren especial relevancia los criterios recogidos en el art. 201 (c.1572), los cuales deberán ser tenidos en cuenta el juez para hacer una valoración correcta de los testimonios52: 1º.- Criterio de probidad y veracidad de los testigos: A la hora de valorar un testimonio, debe el juez tener en cuenta la condición y honestidad de la persona, valoración ésta que debe ser hecha con sumo cuidado, puesto que no puede identificarse sin más la sinceridad con las buenas costumbres, la religiosidad, etc. ni presuponer de la arreligiosidad práctica del testigo o de sus costumbres contrarias a la moral católica, la falta de credibilidad de éste. En este sentido, aunque el artículo señala como medio de verificar la credibilidad del testigo la solicitud de cartas testimoniales, consistentes en informes sobre el testigo emitidos por el párroco propio, lo cierto es que dichas cartas suelen ser de poca ayuda, especialmente en las grandes ciudades, dada la dificultad de que el párroco conozca directamente al testigo. 2º.-Criterio de la fuente de ciencia del testigo: El valor del testimonio será muy distinto según si el testigo conoce los hechos de ciencia propia, en cuyo caso se trata de un testimonio de gran valor, siempre que el juez se asegure de el testigo puedo realmente presenciar los hechos53; si se trata de un testigo de referencia, en cuyo caso el valor de su testimonio dependerá tanto de la credibilidad del propio testigo cuanto principalmente de quién haya sido su fuente de información y en qué momento se produjo éste; o si, por último, se trata de un testigo de fama, que testifique sobre el sentir común, uniforme y constante que sobre un hecho hay en un lugar concreto, en cuyo caso la declaración tendrá muy escaso valor. 3º.- Criterio del momento de adquisición del conocimiento de los hechos por el testigo: Es una preocupación recurrente en la Dignitas Connubii el acentuar la importancia que, en las causas de nulidad matrimonial, tiene este criterio del momento en que se conocieron los hechos sobre los que se declara. Así, correlativamente a la insistencia del art.168 en la obligación del juez de preguntar este extremo al declarante, el art.202 introduce, en relación a su fuente, el c.1572, esta significativa innovación, destacando de este modo un criterio clásico, continuamente reconocido por la jurisprudencia rotal. Se establece así como criterio determinante en la valoración de los testimonios la determinación de si el conocimiento se produjo o no en tiempo sospechoso, entendiendo por tal, como define el mismo art.202, aquél en que las partes ya han empezado a pensar en introducir la causa de nulidad54. Igualmente, es claro que tendrá muy escaso valor probatorio, tanto por falta de credibilidad de los declarantes como por haber obtenido su conocimiento en tiempo ya sospechoso, aquellos testimonios que han sido preparados o aleccionados antes de la declaración, de tal modo que declaran aquello que interesa a la parte, omitiendo todo lo que estimen que la pueda perjudicar. 52 En relación a estos criterios de valoración, resultan de interés las apreciaciones de GIL DE LAS HERAS, F., Comentario al c.1572, en: Comentario exegético al Código de Derecho Canónico, ob. cit., 1392-1402. 53 Podría resultar inverosímil su conocimiento de ciencia propia en función, p.e., de la edad del testigo cuando ocurrieron los hechos, de la naturaleza privada de los mismos, etc.. 54 . Vid. comentario art.168 Dignitas Connubii en C. MORÁN – C. PEÑA, ob.cit. 4º.- Criterio de coherencia interna de las declaraciones: El juez debe valorar, a partir de la misma declaración del testigo, la capacidad de éste para percibir, retener en la memoria, evocar y referir los hechos sobre los que declara, para lo cual será significativo descubrir el grado de constancia, seguridad, firmeza y coherencia consigo mismo que demuestra el testigo en su declaración55. 5º. - Criterio de conformidad de la declaración con el resto de las pruebas: Al valorar las declaraciones de los testigos, el juez debe tomar en consideración, además de cada testimonio en sí mismo considerado, también el conjunto de toda la prueba practicada, de modo que se analice su relación con las restantes pruebas. En la práctica, esta confrontación con el resto de las pruebas de la causa suele poner de relieve, con bastante exactitud, la objetividad de los testimonios, de modo que con cierta frecuencia se observa que hay testigos cuyos testimonios resultan mucho más parciales que el de las mismas partes (generalmente, familiares cercanos de uno de los cónyuges, cegados por la pasión a favor o en contra de una de las partes). Por otro lado, aunque se alude a los testigos contestes, lo importante no es tanto el número de testigos que corroboran los hechos como el valor de sus testimonios. En esta materia, rige el aforismo latino testes non numerantur, sed ponderantur, de tal modo que dos testigos contestes pueden hacer prueba plena del hecho sobre el que declaran. Por testigos contestes se entiende aquellos cuya declaración resulta coincidente en lo substancial respecto a un hecho, de modo que la coincidencia de sus declaraciones se produzca en lo sustancial, sin que obste que se produzcan discrepancias en lo meramente accidental; de hecho, una excesiva identidad de los testimonios en lo accidental puede ser indicio de que los testigos hayan sido preparados. Junto con estos criterios señalados por la Instrucción y por el Código, son de frecuente aplicación en la jurisprudencia canónica, a la hora de valorar los testimonios, los aforismos jurídicos y las máximas de experiencia. Entre éstos, tienen especial importancia los siguientes: 1º.- Testibus duobus in specie magis creditur quam mille in genere deponentibus; se da más crédito a dos testigos sobre hechos concretos que a mil genéricos; 2º.- Non creditur testi nisi reddat rationem dicti sui; no se ha de creer al testigo si no da razón de su dicho : se trata de un aforismo que destaca la importancia que tiene el razonamiento del testigo a la hora de valorar su testimonio; 3º.- Probatio speciali praevalet generali; la prueba especial tiene más fuerza que la general, de modo que hay que reconocer mayor fuerza probatoria a los testigos específicos -que narran hechos concretos, con sus circunstancias de tiempo, lugar, personas presentes, etc, debidamente determinadasque a los genéricos. 55 En este sentido, resulta interesante el estudio de las aptitudes psicológicas de los testigos que se desarrolla en: GARCÍA FAÍLDE, J.J., Criterios psicológicos para la valoración judicial de las declaraciones de los contendientes y de los testigos, en: Curso de derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, 9, Salamanca 1990, pp.387-411. b) Eficacia probatoria del testigo único Como se indicó anteriormente, el art.202, reproducción literal del c.1573, parece establecer una cierta limitación a la discrecionalidad del juez en la valoración de los testimonios, al disponer que la declaración de un solo testigo no tiene fuerza probatoria plena, a no ser que se trate de un testigo cualificado que deponga sobre lo que ha realizado en razón de su oficio, o que las circunstancias objetivas o subjetivas persuadan al juez de otra cosa. Este precepto legal tiene su origen remoto en el aforismo testis unus, testis nullus, aunque hay que destacar que, incluso sin sus excepciones, la norma suaviza notablemente dicho aforismo, ya que, en cualquier caso, aunque no pueda hacer fe plena de lo que afirma, sí se reconoce al testimonio del testigo único una cierta fuerza probatoria. Frente a dicho aforismo clásico, el art.202 –y el c.1573- ha acogido la línea de pensamiento doctrinal y jurisprudencial más moderna, que sostenía la posibilidad de que un solo testigo pudiese llevar al juez a la certeza moral de lo afirmado, siempre que concurriesen circunstancias objetivas y subjetivas que corroborasen dicho testimonio56, o bien que se tratase del testimonio de un testigo cualificado que depone sobre lo actuado en función de su oficio, excepción ésta que puede resultar de gran utilidad en los supuestos de extravío o destrucción de un documento público, o en aquellos en que existan dudas sobre la interpretación de su contenido. En cualquier caso, hay que destacar que, en este supuesto del testigo único, tendrá una especial importancia la correcta valoración por el juez de dicho testimonio, debiendo el juzgador atender con sumo cuidado tanto a los criterios orientadores dados por el código, como a los criterios de psicología judicial que garanticen la capacidad del testigo y la objetividad de sus recuerdos. c) Valoración del testimonio aportado como prueba documental. Aunque nada dice la Dignitas Connubii expresamente al respecto, existe una corruptela procesal –relativamente extendida en la praxis forense- consistente en la presentación ante el tribunal de un documento, generalmente notarial, en el que se contienen manifestaciones sobre hechos atinentes al mérito de la causa por parte de alguna persona, con independencia de que posteriormente ésta sea o no propuesta como testigo en la causa. Con carácter general, estos documentos suponen una verdadera preconstitución de prueba para su utilización en el proceso y quebrantan todas las normas canónicas sobre el modo en que debe realizarse el interrogatorio de los testigos, de modo que se elude la inmediatez del examen del testigo por el juez, se vulnera frontalmente el mandato del art.171 de que las declaraciones sean orales, y se 56 Con anterioridad a la promulgación del vigente Código, habían mantenido este criterio, entre otras, las sentencias rotales c. Brennan, de 17 de abril de 1960: SRRD 52 (1960) 241; c. Bejan, de 27 de abril de 1966: SRRD 58 (1966) 246; c. Ewers, de 18 de enero de 1969: SRRD 61 (1969) 36; c. Davino, de 31 de enero de 1973: SRRD 65 (1973) 50; c. Parisella, de 11 de enero de 1979: SRRD 71 (1979) 3. priva a esta prueba de todas sus garantías, por lo que, en principio, no deberían ser admitidas en el juicio. De hecho, incluso aunque posteriormente se citara al testigo para que se ratificase en su escrito y pudiese el juez hacerle las preguntas que estimase pertinentes y útiles al mérito de la causa, existiría en principio una fuerte sospecha de que el testigo haya sido preparado, por lo que el valor de esta prueba será, con carácter general, muy escaso. En este sentido, es claro que la costumbre o uso jurídico que autoriza la presentación de estos documentos en sustitución de pruebas testificales es una costumbre contraria a derecho, que viola directamente lo dispuesto en el art.171 respecto a la oralidad de los testimonios. A este resepcto, resulta significativo destacar que, en la redacción del c.1566, base del art.171, se rechazó expresamente la propuesta que pedía que esta obligatoriedad de que los testigos declarasen oralmente se dejase a discreción del juez, siendo la razón de esta negativa precisamente el que, como destacó la Comisión, esta norma "servía para evitar comprobados y deplorados abusos, según los cuales los testigos no son interrogados por el juez, sino que las posiciones escritas son enviadas al juez, redactadas por el abogado. El canon debe permanecer para evitar estos abusos"57. No obstante, si en algún supuesto muy excepcional se considera oportuno admitir este documento –lo que exigiría, como mínimo, que el testigo presente todas las garantías de probidad y credibilidad y que exista una causa grave (la imposibilidad del testigo de prestar otro tipo de declaración, p.e.) que justifique dicha admisión- correspondería al juez determinar el valor de dicha prueba, debiendo ser especialmente prudente en dicha valoración. En cualquier caso, es claro que lo dicho respecto a la testifical presentada como documental no sería en principio de aplicación a la facultad, reconocida en el art.161 y el c.1528, de que el juez, ante la negativa del testigo a comparecer ante el tribunal eclesiástico, pueda intentar obtener su declaración ante un notario público, puesto que en este supuesto no cabe hablar de una preconstitución de la prueba con miras a su utilización en el proceso, ni de un testimonio escrito por parte del testigo. 57 Communicationes 16, 1984, p.66.