VIDEO 100 años Conquista Polo Sur

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Se cumplen 100 años de la conquista del Polo Sur
"Ha sucedido lo peor... Se han desvanecido todos los sueños. ¡Santo Dios, este es un lugar espantoso!
Y ahora volver a casa, haciendo un esfuerzo desesperado... Me pregunto si lo conseguiremos". El
capitán Robert Scott, al frente de la Expedición Antártica Británica, escribió a duras penas estas notas
en su diario, con las manos al borde de la congelación y cercado por el escorbuto. Había llegado a su
objetivo, el Polo Sur geográfico (90º 0’ 0’’ S 0º 0’ 0’’ O), con un mes de retraso sobre su gran
rival, Roald Amundsen, un veterano explorador noruego, ambicioso y metódico, que ya contaba con
un historial deslumbrante cuando puso el pie en el punto más austral del planeta el 14 de diciembre de
1911. El próximo miércoles se cumplirán cien años. En aquella meseta helada y azotada por el viento,
a casi 3.000 metros de altitud, un desolado Scott, acompañado de otros cuatro hombres, vio la tienda y
la bandera instaladas por los noruegos y supo que había perdido. Pero se le reveló algo más: el mundo
a su alrededor tenía el color de una mortaja, pálida y espectral. No había esperanza. El rigor había
ganado a la pasión. El profesional, al aficionado.
Las historias de Amundsen y Scott, su triunfo y tragedia, quedaron para siempre entrelazadas en la
gran crónica de la edad heroica de la exploración en la Antártida, a principios del siglo XX, cuando los
países fijaron su mirada en los tres polos del planeta (aceptado el Everest como miembro de esta lista)
y establecieron un pulso incruento. El orgullo nacional contaba tanto, o más, que la curiosidad
científica. Los británicos estuvieron en todas las pomadas.
Claro que, a diferencia de otros escenarios, la exploración de la Terra Australis Incognitano tenía
parangón; no había que enfrentarse a animales salvajes ni a indígenas hostiles (de hecho, fue
auténticamente descubierta por sus exploradores, pues nunca habitó ser humano allí). El oponente era
más formidable: vientos de hasta 300 kilómetros por hora, temperaturas inferiores a los 50 grados bajo
cero, un océano con aspecto de criatura viva, una banquisa que atrapaba y trituraba los barcos, una
costa sin apenas puertos naturales y largos días de helado silencio. La lucha se establecía entre el
aventurero y las fuerzas desatadas de la naturaleza, entre el hombre y los límites de su resistencia.
Aunque algunos historiadores creen que el español Gabriel de Castilla pudo ver las islas Shetland del
Sur en 1603 y el británico James Cook fue el primero en cruzar el Círculo Polar Antártico y
circunnavegar el continente en la década de 1770, la confirmación de que al final del Pasaje de Drake
había algo más que un vacío impenetrable llegó el 19 de febrero de 1819: el inglés William Smith
avistó de forma casual la isla Livingston cuando viajaba desde Montevideo a Valparaíso. Los
cazadores de focas tomaron las Shetland y el extremo norte de la Península Antártica a lo largo del
siglo XIX, antes de la llegada de los grandes exploradores. Franceses, alemanes, belgas, australianos y
japoneses lanzaron sus barcos hacia lo desconocido (notable fue el viaje de Adrien de Gerlache en
1898-99 a bordo del «Bélgica», la primera expedición en invernar en aquella región; Amundsen
participó en la misma como segundo oficial y demostró de qué pasta estaba hecho). Sin embargo, la
rivalidad entre británicos y noruegos escribió las páginas más memorables.
Perros y ponis en el hielo
Nacido en 1872 en el seno de una familia acomodada de marinos y armadores, Roald Amundsen
sintió desde niño una fascinación por las regiones polares. Después de sobrevivir al invierno antártico
en el 'Bélgica', en 1903 zarpó rumbo al norte a bordo del velero 'Gjøa' en pos de un sueño: triunfar allí
donde el inglés John Franklin había fracasado entre 1845 y 1848, el terrible Paso del Noroeste entre los
océanos Atlántico y Pacífico. Aquel éxito no solo le dio renombre internacional, sino que le dotó del
aprendizaje y las herramientas necesarias para futuras empresas. Adoptó las técnicas de
supervivencia de los esquimales netsilik -vestiduras de pieles de reno, uso de trineos con perros de
tiro, raquetas de nieve, iglúes...- y, cuando se planteó una expedición al Polo Norte, ya era todo un
experto. Tras saber que el estadounidense Robert Peary había hollado el punto más septentrional del
globo (6 de abril de 1909; hoy su hazaña es puesta en duda), cambió de idea y enfiló hacia el lejano sur
con el 'Fram', buque propiedad de Fridtjof Nansen, otro legendario explorador noruego.
Amundsen tenía 38 años cuando llegó en enero de 1911 a la Barrera de Hielo de Ross. Ancló el 'Fram'
en la Bahía de las Ballenas y levantó su campamento, que llamó Framheim. No dejó nada a la
improvisación: sometió los víveres, equipaciones, hombres y animales a un escrutinio implacable,
consciente de que cualquier mínimo error podría despertar la muerte. Robert Scott, por su parte, había
fondeado el ballenero 'Terra Nova' en el Estrecho de McMurdo, 96 kilómetros más lejos del Polo que
Amundsen. Los planes del capitán de la Royal Navy pasaban por seguir la huella abierta por
Shackleton. Igual que su antiguo compañero y, más tarde, competidor, utilizó caballos manchúes (a
pesar de su demostrada ineficacia en este terreno), además de trineos a motor que no funcionaban y
perros que nadie sabía guiar. Amundsen, que siguió su propia ruta, solo usó perros y no tuvo problema
en sacrificar a 24 de ellos para alimentar al resto de la manada; una parte de la carne quedó almacenada
para el viaje de regreso. El campamento donde ocurrió este luctuoso suceso se llamó 'La
Carnicería'.
Ambas expediciones partieron en octubre de 1911. Por delante, 1.300 kilómetros de desolación sin fin.
Los noruegos alcanzaron la meta sin incidentes y levantaron en el Polo Sur una tienda donde
Amundsen dejó una carta para el rey Haakon VII. "Y unas líneas para Scott, que presumo que será
el primero en llegar después que nosotros". Lo hizo transcurridos 34 días. Pinceladas de su espantoso
viaje de vuelta han llegado a nosotros. "Moriremos como caballeros. Espero que esto demostrará que
la capacidad de sacar fuerzas de flaqueza y de sufrir no ha desaparecido de nuestra raza. Si hubiésemos
vivido, podría contar una historia de penalidades, resistencia y valor de mis compañeros, que habría
conmovido el corazón de todos los ingleses. Estas apresuradas notas y nuestros cadáveres lo harán por
mí". "Es una lástima-apuntó el 19 de marzo-, pero no creo que pueda escribir más".
Sus cuerpos y el diario fueron hallados en noviembre de 1912.
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