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J u a n Ca no Ba l l e s t a |1
MIGUEL HERNÁNDEZ, EL POETA EN SU CENTENARIO
JUAN CANO BALLESTA
Universidad de Virginia, Emeritus
Al ponerme a escribir una vez más sobre Miguel Hernández no puedo
menos que recordar con nostalgia el efecto fulminante que me produjo mi
primer contacto con su poesía. Con avidez la leía yo en la única edición
entonces disponible, la Obra escogida (Poesía, Teatro) de Arturo del Hoyo,
publicada por Aguilar en 1952 bajo la severa presión de la censura, que solo
permitió incluir dos poemas de Viento del pueblo. Su pasión, su fuerza, su
entusiasmo juvenil me fascinaron, pero también su lenguaje, a veces
abarrocado y dificultoso, me intrigaba y despertaba una curiosidad, difícil
de saciar, que me empujaba a indagar y adivinar lo que el joven poeta
quería decir con aquellas metáforas insólitas preñadas de misterio. Me
asombraba su potencia creadora, su inspiración desbordante y aquel titánico
esfuerzo por superar su rudeza original expresando los hallazgos de tanta
fantasía y tanta pasión en versos tradicionales y en moldes clásicos. La
frescura, el vibrante lirismo y la profundidad teológica de su auto
sacramental, combinados con el contacto vivo con la realidad social de los
turbulentos años de la República, sorprendieron entonces y siguen hoy
causando asombro.
Este intenso lenguaje y esta sensibilidad tan personal y única han
llevado a muchos críticos a considerar a Miguel Hernández como un gran
poeta, un extraordinario poeta que sorprendió en su tiempo y que
contribuyó poderosamente a dar a la poesía española un nuevo rumbo. El
poeta de Orihuela venía tras la brillante generación del 27 (Lorca, Salinas,
Guillén, Alberti, Cernuda), por lo que no le fue nada fácil crear una poesía
que se abriera camino entre figuras y textos tan ilustres. Pero Miguel lo
logró al crear una lírica más basada en lo instintivo, en la pasión, menos
intelectual, menos refinada, pero con más fuerza y más próxima al lector
corriente. El rayo que no cesa es un libro muy original a pesar de sus
formas clásicas, que suscitó la admiración y el entusiasmo de cuantos lo
leyeron. Juan Ramón Jiménez quedó fascinado con aquellos ―sorprendentes
sonetos amorosos‖ y los presentó a sus contemporáneos como modelos de
auténtica poesía:
Por tu pie la blancura más bailable,
donde cesa en diez partes tu hermosura,
una paloma sube a tu cintura,
baja a la tierra un nardo interminable.
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El poeta de Moguer invita a sus contemporáneos a aprender del joven
creador, incluyendo entre ellos nada menos que al mismo Pedro Salinas,
que acababa precisamente de publicar dos hermosos libros de poesía
amorosa: La voz a ti debida y Razón de amor. Como hacía con frecuencia,
Juan Ramón no duda en lanzar una puya al ilustre catedrático, cuya poesía
amorosa era refinada, cultísima, intelectual y de gran calidad artística.
Pero Miguel Hernández, además de sus sonetos, escribió también, algo
después, unos conmovedores poemas sobre el amor, no sobre un amor
idealizado y platonizante, sino sobre el amor físico, como encuentro de los
cuerpos, como acontecimiento de trascendencia cósmica, algo totalmente
nuevo y desconocido en la poesía española de siempre, algo que no tenía
nada que ver con la poesía romántica ni con los poetas modernistas. Miguel
Hernández fue un gran innovador del género amoroso.
Se ha hablado a veces del ―desencuentro‖ de Miguel Hernández con la
generación que le precedió, pero hay que decir que no hubo tal. El poeta de
Orihuela estuvo muy poco tiempo residiendo permanentemente en Madrid
(marzo 1935- julio 1936) y en ese breve período supo muy bien abrirse
camino en los ambientes literarios. Se hizo amigo de Vicente Aleixandre, de
Pablo Neruda, de los pintores y escultores de la escuela de Vallecas
(Benjamín Palencia, Alberto Sánchez, Maruja Mallo), de Juan Guerrero
Ruiz, ―el cónsul de la poesía‖. Conoció a Federico García Lorca y visitó a
Juan Ramón Jiménez y Ortega y Gasset, entre otros. Miguel logró publicar
en las mejores revistas y periódicos de la capital: Cruz y Raya de José
Bergamín, el gran diario El Sol, Revista de Occidente de Ortega y Gasset, y
recitó poemas en Unión Radio Madrid. En julio de 1936 estaba llegando a
la cumbre de sus ambiciones literarias y cumpliendo sus más altas ilusiones.
La guerra civil le destrozó todos sus sueños. Comenzada la contienda, se
pasó tres años de frente en frente (escribiendo poesía, teatro, artículos
periodísticos) y dos años de cárcel en cárcel, ―haciendo turismo‖, como él
mismo dice con humor lleno de amargura, en carta a su esposa.
Podemos decir que la guerra y el amor son los dos acontecimientos que
él vivió con más pasión y a los que se entregó de un modo total y absoluto.
Y son también los temas que le arrancaron su mejor obra lírica y sus
mejores libros de poemas. Por eso revelan de forma muy eficaz su auténtica
alma de hombre y de poeta. Es, por tanto, Viento del pueblo el otro gran
libro que conviene resaltar del poeta de Orihuela. Es Viento del pueblo una
obra ligada al acontecer histórico (y por tanto también acarrea sus escorias)
y es la obra más vibrante de quien mereció ser llamado ―gran poeta del
pueblo‖ y ―el primer poeta de nuestra guerra‖. Los poemas de este libro
surgen de una historia que se está haciendo y en la que tratan de imprimir su
huella. El combatiente y el poeta palpitan en él con sus preocupaciones,
angustias e ilusiones, en el ritmo atropellado de sus versos, en la fluidez de
sus romances y en el chisporroteo de imágenes sorprendentes.
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Este Viento del pueblo es para el poeta de Orihuela la vida, la pasión, y
la impetuosidad colectiva con que el pueblo responde a la rebelión militar.
El pueblo es el venero de donde brota esta poesía llena de vigor y fuerza, de
intensidad y, a veces, de furia. El pueblo es el móvil de estos versos, el que
empuja y arrastra hacia ellos. La voz del poeta no hace sino responder a los
vientos que el pueblo le envía.1 Es importante señalar que en la raíz de su
estética de guerra está esa conjunción radical de poeta y pueblo que nos
repiten una y otra vez sus escritos. El yo que canta no es el yo individual, es,
como nota Marie Chevallier, ―la integración, la aspiración apasionada a
confundirse con un nosotros (el pueblo), un vosotros (mis hermanos, el
pueblo), un plural‖ (Chevallier 251). Miguel se inventa una expansión del
yo en su entorno social, del cual se siente voz y expresión. El término
pueblo se convierte en un concepto metafísico, con toda su carga romántica,
mítica y proletaria. Es el nuevo eje y centro inspirador de toda esta poesía,
que es la voz del pueblo y que arranca de sus entrañas. Y por ello tiende a
expresarse, como era natural, en la lengua y formas populares del
romancero, gran tesoro de la poesía oral castellana. Con frecuencia usa el
lenguaje de la calle, a veces bajo y plebeyo, a tono con aquellos estratos
sociales a los que se dirige, que son los campesinos, segadores, yunteros,
herreros, albañiles, pastores, que durante la guerra se han convertido en
milicianos o soldados de la República. El pueblo se ha sentido injuriado y
responde con ―fusiles, uñas, dientes y puños‖ (Obra completa II 2181).
Muchos de los poemas y romances de la guerra civil – de Miguel y de otros
- fueron escritos para ser recitados en los frentes, en las emisoras de radio,
en la retaguardia e incluso en las mismas trincheras. No nos debe extrañar
que lleven marcado el sello de la inmediatez y de la oralidad. El uso
frecuente del romance, metro de vieja tradición popular, los sitúa también
en el marco de la poesía oral.
Pero Miguel Hernández es mucho más. Él logró también renovar y
difundir otros géneros literarios: el teatro social (Los hijos de la piedra o El
labrador de más aire), el periodismo de guerra, escribiendo una serie de
artículos que yo tuve el honor de dar a conocer en 1977 (véase en Obras
citadas). Y, sobre todo, Miguel Hernández es también autor de un
Cancionero y romancero de ausencias, considerado hoy por muchos su
libro más personal, íntimo y auténtico, un libro de reflexión y meditación
escrito durante las horas interminables de la prisión, tal vez la cumbre de su
creación poética y probablemente su obra más perdurable. Según Dario
Puccini es ―un diario íntimo con las ventanas abiertas de par en par sobre el
mundo‖ (107). Es hora, también, de que se estudie al poeta de Orihuela en
todas sus facetas, no sólo en su lírica, sino también escarbando en sus
prosas del frente, en su teatro comprometido y en otros aspectos que dan a
conocer las numerosas hojas manuscritas de sus archivos.2
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Miguel Hernández fue, además, un extraordinario ser humano que tuvo
que luchar duramente para abrirse camino en la vida, en circunstancias muy
difíciles (sin medios económicos, sin trabajo). Madrid, donde hoy es
homenajeado, es la misma ciudad en que él pasó tantos apuros económicos
y donde él supo también, poco a poco, ir labrándose un futuro, hacerse un
nombre, codearse con los mejores escritores. Jamás se hubiera imaginado
que hoy día una universidad iba a llevar su nombre: la Universidad Miguel
Hernández de Elche (Alicante). Precisamente a él le hubiera gustado hacer
estudios universitarios y le dolía profundamente que las universidades
estuvieran cerradas para los hijos de los pobres. En abril de 1937, bajo el
seudónimo de Antonio López, publicó un conmovedor artículo en el
periódico Frente Sur de Jaén, ―El hijo del pobre,‖ donde escribe:
Se le ha empujado contra el barbecho, contra el yunque, contra el
andamio; se le ha obligado a empuñar una herramienta que, tal vez,
no le correspondía. Las universidades nunca han tenido puertas ni
libros para los hijos pobres…
(Jueves, 8 de abril de 1937).
Miguel Hernández pasó de poeta silenciado por el franquismo, a poeta
manipulado y distorsionado por la censura franquista, que impedía que se
publicara primero cualquier obra suya, y después todo texto que contuviera
un mensaje político. Sólo desde los años setenta Miguel Hernández ha
llegado a convertirse para todos en un gran mito de las letras españolas,
como poeta y como luchador por la libertad y la democracia y por su
comportamiento humano responsable y valiente durante la guerra civil. Hoy
se le considera, junto con Federico García Lorca, una de las grandes y
reconocidas víctimas de la represión franquista. Miguel Hernández es un
poeta universal, el poeta de todos los que lo leen y disfrutan con su poesía,
con su teatro y su prosa. Como tal queremos recordarlo y rendirle
homenaje.
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OBRAS CITADAS
Cahill, Paul. ―’Poesía en la guerra’: La (co) herencia y unidad (con) textual
de Viento del pueblo.‖ Insula, Madrid 763-764 (Julio-Agosto
2010): 24, 22-26.
Cano Ballesta, Juan. La imagen de Miguel Hernández. Madrid: Ediciones
de la Torre, 2009.
Chevallier, Marie. L`homme, ses oeuvres et son destin dans la poésie de
Miguel Hernández, Étude tématique. Paris: Éditions Hispaniques,
1974.
Hernández, Miguel. Poesía y prosa de guerra y otros textos olvidados. Eds.
Juan Cano Ballesta y Robert Marrast. Madrid: I. Peralta y Ayuso,
1977.
—. Obra Completa II. Eds. Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira
con la colaboración de Carmen Alemany. Madrid: Espasa-Calpe,
1992.
Puccini, Dario. ―El último mensaje de Miguel Hernández.‖ Revista de
Occidente 139 (octubre 1974). Pp?
NOTAS
1
En este sentido se expresa también Paul Cahill en su ensayo sobre Viento
del pueblo.
2
Mi reciente libro, La imagen de Miguel Hernández, se dedica a analizar
muchas de estas facetas no tratadas o poco conocidas de la vida y de la obra
del poeta.
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