clásicos modernos Simulacros domésticos del último Le Corbusier Una cabaña y una escultura de acero y cristal: el Cabanon de Cap Martin y la Maison de l’Homme en Zúrich. Dos experimentos de Le Corbusier sobre el interior doméstico, aunque ninguno de ellos sea una verdadera casa. Fachada este de la Maison de l’Homme de Le Corbusier en Zúrich. LUIS ASÍN Por MIGUEL BARAHONA En 1952 Le Corbusier construyó en Cap Martin, en la costa azul francesa, “le Cabanon” (la cabaña), un refugio de vacaciones para sí mismo y su mujer. Doce años después se inicia en Zúrich la construcción de la Maison de l’Homme –hoy Centre Le Corbusier–, su obra póstuma. La primera, una pequeña construcción en madera; la segunda, la única del autor en acero y cristal. Ambas son consideradas atípicas dentro de su trayectoria, prácticamente consagrada al hormigón, y sin embargo, a primera vista parecen absolutamente opuestas entre sí. El aparente primitivismo de la primera contrasta con el que parece ser el edificio tecnológicamente más avanzado de Le Corbusier. Curiosamente, en ninguno de los dos casos el material definitivo fue el que se concibió inicialmente. La chapa de aluminio ondulada prevista en el Cabanon (como el recubrimiento de la casa que construyó para su madre al borde del lago Lemán) y el hormigón del pabellón de Zúrich dieron paso finalmente a la madera y el acero. Mientras que en el Cabanon el material de recubrimiento parece un tema menor, en la Maison se percibe cómo el concepto del edificio se transforma en su materialización. El primer proyecto en hormigón, presentado a finales de 1961 para conseguir licencia municipal, nos muestra una relación directa con algunos edificios de Chandigarh, mientras que el edificio finalmente construido en acero y cristal señala la incipiente búsqueda de una nueva estética que tal vez quedó sin explorar. clásicos modernos 1 El Cabanon de Cap Martin, cerca de Antibes, está en unos jardines junto a un acantilado con vistas al mar, en un terreno segregado del restaurante L’Etoile de Mer, cuyo propietario era amigo de Le Corbusier desde que en el verano de 1949 el arquitecto se instalara junto a José Luis Sert en la vecina E-1027, la famosa villa construida por Eileen Gray, para estudiar el Plan Director de Bogotá. Se trata de una construcción de apenas diez metros cuadrados, un único espacio con poco más que una cama, una mesa, un armario, un lavabo y un inodoro, en el que Le Corbusier se plantea un ejercicio abstracto de definición espacial. Reducidos al mínimo tanto los condicionantes programáticos a satisfacer como los recursos materiales a utilizar, lo que queda es un programa espiritual de proyección personal. Un experimento doméstico basado en el juego de proporciones, superficies y colores bajo la luz. Un volumen básico que se horada, manipula y transforma. Como lugar de experimentación y expresión personal, el Cabanon pretende ser, en la retórica característica del autor, un pequeño manifiesto sobre la forma de habitar, sobre la vivienda mínima en la que un hombre pueda encontrarse consigo mismo y el entorno. La Maison de l’Homme es un centro dedicado a la experimentación artística y a la divulgación del pensamiento y de la obra de Le Corbusier. Se encuentra en medio de un parque en el centro de Zúrich, junto al lago. Sus dimensiones –poco más de trescientos metros cuadrados de planta, en dos alturas más una amplia terraza cubierta– lo dejan a medio camino entre la arquitectura doméstica y la pública, y en esa ambigüedad se recrea su autor, buscando una construcción íntima más que la realización de un museo convencional. Proyectado a iniciativa de Heidi Weber, que se había convertido en mecenas e impulsora de la obra pictórica y del mobiliario de Le Corbusier, el proyecto incluía además de salas de exposición e investigación, espacios estrictamente domésticos. Si, tal y como dice la propia Heidi Weber, ella nunca pensó en que se pudiera convertir en su propia vivienda, siquiera 1. LUIS ASÍN. 2, 3, 4 Y 5. FRANCESCA GIOVANELLI El Cabanon es una vivienda mínima para encontrarse consigo mismo y con el entorno 2 3 4 5 La cubierta en forma de doble paraguas de Zúrich, sostenida por nueve pilares, es independiente de los módulos cúbicos que forman el interior. La masa de hormigón que mira al norte alberga la rampa que, además de la escalera, comunica sus tres niveles (1). El gran mural pintado en el acceso al Cabanon (5) queda parcialmente oculto por el armario (2). Al exterior su acabado son simples tablones de madera (3 y 4). clásicos modernos parcialmente, debemos entender la inclusión de esas piezas como una reivindicación personal del arquitecto. Le Corbusier siempre pensó en el edificio como un gran espacio doméstico donde proyectar sus ideas sobre la forma de construir del hombre en armonía con el mundo y su propia naturaleza, una especie de vivienda máxima donde el espacio, la luz y la construcción se fundieran con el espíritu humano. continuo espacial se fragmenta en pequeños ambientes apenas insinuados con una precisa definición funcional. Las paredes se conciben como superficies mutables que dan lugar al mobiliario característico, muebles que se integran en la arquitectura y definen el espacio y sus propios límites. Cama, armario y mesa parecen protuberancias especializadas que forman parte de lo inmueble más que de lo mueble como sistema independiente. Exteriormente, el Cabanon no muestra ningún interés. El acabado rústico de madera parece confirmar que todo el esfuerzo se ha concentrado en su interior. Un único espacio reducido, 2,26 m de altura –menos un fragmento de mayor altura para cumplir la normativa–, donde un pequeño número de elementos delimita las mínimas funciones habitativas: el armario que separa la entrada y da intimidad; la mesa que rompe levemente la ortogonalidad del conjunto y señala la zona de estar; la cama-baúl que esconde tras una cortina el inodoro; el lavabo que separa la zona de estar del dormir. El inevitable, por sus dimensiones, El pabellón de Zúrich surge de la tensión entre dos sistemas conceptuales diferentes, la gran cubierta-paraguas elevada y las pequeñas construcciones modulares bajo su protección. Estructuralmente, son independientes; arquitectónicamente, de la tensión entre ambos surge la presencia monumental del edificio, una estructura pregnante en medio del parque. La chapa de acero de 5 mm de la cubierta parece al mismo tiempo ligera y pesada, parece flotar y, sin embargo, es su fuerte presencia lo que unifica y caracteriza el conjunto. El espacio de la terraza –bajo la gran cubierta, sobre la construc- 6 6 Y 7. LUIS ASÍN El interior en Zúrich está concebido como una casa. Heidi Weber nunca pensó vivir allí, pero el planteamiento demostrativo, de manifiesto, es claro. La “sala de estar” (6) se encuentra al suroeste de la primera planta. A diferencia del Cabanon, los muebles flotan autónomos en un espacio fluido, sin límites claros. La escalera (7) es una rotunda intrusión de hormigón que se ve entera desde la doble altura al nordeste. 7 clásicos modernos ción modular– se convierte en el umbral que separa la naturaleza de la creación humana, en contacto directo con ella, pero a resguardo; el lugar donde el hombre se apodera de lo que le rodea y lo hace suyo. La terraza es un lugar ambiguo, el umbral que separa la naturaleza de la creación humana Dada su simplicidad, la atención del Cabanon se concentra en el diseño exhaustivo de cada elemento. Todos se piensan de forma meticulosa según sus usos posibles y su valor en el conjunto. Ninguno es unívoco, todos tienen diferentes funciones, establecen relaciones complejas, mantienen una medida ambigüedad. Aparte de las puertas, se abren cuatro huecos en el espacio principal: dos cuadrados, uno vertical y otro horizontal. Los tres primeros, alrededor del espacio de estar definido por la mesa. Las dos ventanas cuadradas, de 70 cm de lado, tienen tanto la función de iluminación como de dar vistas del jardín y del mar. Cuando se cierra la situada junto al lavabo, tenemos un pequeño espejo que ocupa la mitad del hueco. Al abrirse, el espejo refleja el paisaje y el mar. Acabado de espejo que se repite en la situada junto a la mesa, esta vez al exterior. Cuando se encuentran abiertas, el paisaje puede verse desde cualquier punto del interior. Cerradas, el mar se convierte en el protagonista de la fachada. El hueco vertical, de 17,5 x 120 cm, permite la ventilación y la iluminación cuando se cierra la ventana del lavabo durante la higiene. El cuarto hueco, situado a los pies de la cama, por debajo de la altura normal, de 33 x 70 cm, permite tanto la ventilación como la iluminación de la zona de dormir sin romper el ambiente de penumbra. No son propiamente ventanas, sino aperturas en el muro sin cristales que pueden taparse para oscurecer con una contraventana de madera. La caja de acero y cristal, el segundo gran tema que aborda Le Corbusier en la Maison de Zúrich, se reformula de forma radical para superar el reduccionismo en que había degenerado una tipología que el arquitecto siempre había rehuido. En sus manos, el gran espacio contenedor se transforma en un continuo multiforme, transparente y diverso a un tiempo. La escala interior se 8 9 10 11 12 13 LUIS ASÍN Heidi Weber –fotografiada este año en la escalera de la Maison de l’Homme (8)– vigiló escrupulosamente la fidelidad en la ejecución desde la muerte de Le Corbusier hasta el fin de las obras en 1967. Entre la cubierta y el cierre superior de los cubos surge una muy corbuseriana terraza habitable (9, 13). La apertura a las vistas y a la luz es absoluta (10, 11). Una puerta pivotante abre el vestíbulo a la fachada este (12). clásicos modernos hace íntima de acuerdo con los deseos de una relación nueva entre el visitante y la obra artística. La estructura se multiplica y minimiza hasta casi desaparecer, el hueco, bien abierto, cubierto de vidrio o de paneles de acero esmaltado, se convierte en protagonista del interior y de los cuerpos bajos del exterior. La combinación de cubos modulares de una planta permite espacios de formas y alturas diferentes. La doble altura de una de las alas se convierte en el espacio principal del museo, que remite a los espacios domésticos que aparecen en las viviendas de Le Corbusier desde sus proyectos en la década de 1910. Los muebles aquí sí son objetos que se mueven con libertad en el espacio, considerado un vacío apenas definido por sus límites difusos. La transparencia y la ausencia de divisiones garantizan fluidez sin perjuicio de la complejidad espacial que el arquitecto siempre buscó. Paradójicamente, en una construcción en la que Le Corbusier era su propio cliente, el color y la pintura en el Cabanon tienen una presencia menor de lo que cabría esperar. Sin embargo, aunque su uso sea puntual vuelve a ser definitivo para mostrar la estructura conceptual del proyecto. Mientras que el suelo simplemente se pinta de amarillo, los colores del techo terminan de definir el espacio, mostrando la composición latente del proyecto. Las pinturas del propio Le Corbusier se concentran en lugares determinados: en la ventana-espejo junto al lavabo y en un gran mural en el pasillo de entrada, que queda oculto detrás del armario de forma que su presencia no resulte agobiante. Los pocos objetos acoplados –las luces, el cabecero de madera, los tiradores, las perchas– funcionan conceptualmente como volúmenes que recuerdan la escultura del propio arquitecto, a medio camino entre el purismo y el surrealismo. El exhaustivo diseño de todos los elementos contrasta con la absoluta indiferencia por los detalles, por el descuido extremo por el encuentro de materiales. La poética de Le Corbusier, caracterizada por un lirismo áspero y profundo, muchas veces escondido, se muestra aquí de la forma más radical. 14 LUIS ASÍN Paradójicamente, el Cabanon, que se usó como vivienda, no tiene cocina, mientras que el pabellón de Zúrich sí la tiene en su planta baja, en la fachada norte, junto a la entrada (14). El juego cromático de las planchas de acero esmaltado que acompañan al vidrio en los cerramientos exteriores se lleva también al interior, bien por continuidad de elementos y superficies, como en este caso, o por la permeabilidad a las vistas. clásicos modernos Cama, armario y mesa parecen protuberancias especializadas, menos muebles que inmueble El tercer gran tema del pabellón de Zúrich es la aspiración a lograr una nueva estética que sea expresión de la unión del hombre con la técnica. Si el hormigón le había permitido al arquitecto de La Chaux de Fonds depurar una poética cruda que aspiraba a alcanzar valores espirituales mediante la expresión material directa, aquí se encontró con la posibilidad de desarrollar una poética diferente para un mundo en el que el grado de sofisticación tecnológica era mayor. Aunque el edificio estaba incompleto a su muerte, los detalles constructivos habían sido exhaustivamente definidos en colaboración con Jean Prouvé y Louis Fruitet. Los problemas durante la construcción muestran no sólo la ingenuidad de algunas soluciones, sino sobre todo la decidida determinación en la búsqueda de un ideal estético por encima de lo meramente constructivo. El estilo áspero se dulcifica por el uso de una tecnología de prefabricación industrial y montaje en seco, aunque sigue mostrando directamente las claves de ese sistema construido. Los detalles se convierten en parte fundamental de su aspiración a lograr una nueva expresión técnica. Irónicamente, ninguno de estos dos edificios reivindicados en la retórica corbuseriana como manifiestos del habitar es realmente doméstico. La ficción autárquica del Cabanon como celda donde vivir de forma ilustrada en la naturaleza choca con la realidad de la dependencia del vecino L’Etoile de Mer para la supervivencia. En Zúrich, la indefinición programática impide la caracterización real de los espacios. Demasiado personal en el primer caso, demasiado genérico en el segundo. En ambos, la reducción de condicionantes permite a Le Corbusier construir una especulación puramente arquitectónica sobre temas abstractos, como si de ensayos de laboratorio se tratara. En ellos encontramos como siempre al Le Corbusier experimental, que asume la complejidad y la aborda a través de la abstracción como medio para lograr una poética que parte de lo real y llega a lo material. En sus propias palabras, “la poesía es un fenómeno de una exactitud rigurosa”. Todo en el Cabanon surge de los muros y todo es polivalente: los huecos funcionan también como espejos, bien hacia el interior, bien hacia el paisaje (15, 16); la cama es un arcón (17), y el lavabo se adelanta con mucho a la generalización de los sanitarios metálicos (18). Le Corbusier dispuso a escasos diez metros una mínima caseta con una mesa y unos cajones de whisky como asientos que usaba con lugar de trabajo. 15 18 17 FRANCESCA GIOVANELLI 16 clásicos modernos MORI ART MUSEUM 20 21 19 Más réplicas y simulacros Heidi Weber, la interiorista y propietaria de una galería de arte en Zúrich que encargó a Le Corbusier (1887-1965) la que habría de ser su obra póstuma, lo conoció en persona precisamente en el Cabanon, un 18 de agosto de 1958. Este vínculo anecdótico no es el único entre estos dos espacios corbuserianos tardíos. Su escala viene determinada por el Modulor, el sistema de proporciones de referencia humana formalizado por el arquitecto en 1948. El Cabanon es un volumen de 2,26 metros de altura, la que corresponde al hombre con el brazo levantado en que se funda el sistema, y el pabellón de Zúrich está constituido por módulos cúbicos, cuyo lado mide también 2,26, alojados bajo la imponente cubierta. Esta base común lo es también de su condición de simulacros domésticos. Uno y otro desempeñan papeles destacados en las dos grandes exposiciones corbuserianas del verano. La Maison de L’Homme es protagonista de Le Corbusier. Museo y colección Heidi Weber, que puede verse en el Museo Reina Sofía de Madrid hasta el 3 de septiembre. El montaje de Pedro Feduchi incluye una reconstrucción parcial –apenas una cita–, precisamente para experimentar de manera eficaz la escala de este singular museo. Por otra parte, Le Corbusier, Art and Architecture. A Life of Creativity, en el Mori Art Museum de Tokio hasta el 24 de septiembre, ofrece como plato fuerte la réplica a escala real del Cabanon realizada en 2006 por Cassina, la empresa italiana que sucedió a Heidi Weber en la producción de los muebles de Le Corbusier, y que se vio en la Triennale de Milán ese año. También se han replicado a escala visitable un apartamento de la Unidad de Habitación de Marsella y su estudio de artista en el apartamento parisino de la Porte Molitor. Ambas exposiciones tienen en común el conceder el mismo peso a la obra plástica, tanto tiempo en segundo plano, y arquitectónica del clásico por excelencia de la ortodoxia moderna. N DATOS Y DIRECCIONES EN PÁG. 254 Le Corbusier diseñó cinco alojamientos para el dueño de L’Etoile de Mer, una suerte de réplicas/variantes del Cabanon, cuya copia literal hecha por Cassina (19) está ahora en el Mori Art Museum con las del estudio (20) y un interior de la Unidad de Habitación de Marsella (21).