HELD: tres nuevas esculturas de Ron Mueck, por Justin Paton* Texto publicado en el catálogo de la exhibición Ron Mueck, Fondation Cartier pour l´art contemporain, París, 2013. Cuando los vi por primera vez en el estudio de Ron Mueck en el norte de Londres, al hombre y a la mujer les faltaba mucho para estar terminados. Pero de entrada quedaba claro que con esas nuevas esculturas ocurría algo inusual. Y no era por el tamaño enorme de las dos figuras, ya que Mueck solía realizar cuerpos colosales en su pequeño espacio, al punto que una vez creó un bebé recién nacido tan grande que tuvo que ser extraído por la ventana del frente. Ni tampoco porque las figuras hubiesen sido moldeadas y realizadas con sorprendente atención a los detalles, pues eso también es algo esperable para los espectadores de la obra de Mueck. Ni siquiera era la evidencia del descomunal trabajo que implicaba su realización, pues el compromiso casi monástico de Mueck con su trabajo también es archiconocido. No. Lo que era sorprendente y fascinante para cualquiera que estuviese familiarizado con las esculturas de Mueck, era el hecho de que las figuras se estuviesen tocando, y que además, el artista tuviese planeadas dos esculturas más que retratarían figuras en contacto estrecho. En un taller de artista diferente, eso no habría sido noticia. Está lleno de escultores que crean tanto figuras solitarias como grupos escultóricos y no ven demasiada diferencia entre lo uno y lo otro. Pero en el estudio de Mueck ese momento de contacto tiene el valor de un hecho estadístico y emocional. De una masa de obra compuesta hasta la fecha de treinta y ocho esculturas en total, treinta y cinco han sido figuras solitarias. Y la soltería de sus figuras tiene una forma de concentración muy peculiar. Caminar por una gran exhibición de Mueck es descubrirse en compañía de una hueste de solitarios empedernidos. Acuclilladas en los rincones, arrebujadas bajo una manta o una sábana, o sentadas al descubierto, petrificadas de miedo, sus figuras suelen transmitir la sensación de estar deseando escaparse de la galería y sustraerse de la atención de los espectadores (Big Man, Man in a Sheet y Wild Man). Otras, mientras tanto, parecen retraerse o derivar hacia un estado interior que nos es inaccesible: estados de preocupación (In Bed), de extrema timidez (Ghost), de respiración profunda y concentrada (Pregnant Woman), o de ensueño mortal (Drift). Uno advierte que no son tan solo esculturas solitarias, sino esculturas acerca de la soledad: acerca de esa brecha entre cómo nos sentimos con nosotros mismos y cómo nos ven los demás. Y sobre este telón de fondo, la actual deriva de Mueck hacia la “duo-sidad” parece un giro a tener en cuenta. Es como si después de mucho tiempo de haber reflexionado sobre lo que ocurre en el interior de una persona, ahora quisiera preguntarse lo que pasa entre dos personas. ¿Qué pasa cuando se encuentran dos introspecciones? ¿Qué mantiene a dos personas juntas? ¿Podemos nosotros también compartir eso que comparten? Esas preguntas plantean un desafío muy especial para un escultor como Ron Mueck, y una forma de hacer foco en ese desafío es considerar la larga historia del contacto y de la “duo-sidad” en escultura. Pensemos, para empezar, en las esculturas de piedra caliza del siglo XV: la Virgen acunando al niño Jesús y sosteniendo su piecito en la palma de su mano. Avancemos después hasta las muchas esculturas de transformaciones míticas, entre ellas Dafne y Apolo, de Bernini, y Psiqué reanimada por el beso del Amor, de Canova, donde el contacto con el amante o el perseguidor desencadena un gran cambio o un despertar. Y finalmente, consideremos las variaciones modernas del tema del “beso”, tal como evoluciona desde la potente versión de Rodin, hasta las versiones apenas cinceladas de Brancusi. Estos ejemplos atraviesan muchos siglos y muchas concepciones distintas del propósito de la escultura. Pero en cada caso, un simple hecho sirve para dramatizar la temática del contacto humano, a saber, que las dos figuras habitan y emergen de una misma sustancia física. Ya se trate de Canova extrayendo sus figuras del mármol o de Brancusi delineando sus figuras en piedra caliza, la unicidad del material y la continuidad del color intensifican una misma idea de contacto y fusión. En Mueck, sin embargo, esa unicidad intrínseca no existe. Más cercano en su abordaje a los escultores hiperrealistas del barroco español que a los escultores antes mencionados, Mueck no extrae sus figuras de una sustancia, sino que más bien las construye, con meticulosidad quirúrgica, a partir de muchos materiales distintos, insertándoles cabello allí donde iría el cabello verdadero, ojos donde habría ojos de verdad, y luego vistiéndolas —cuando van vestidas— con exquisitas prendas del tamaño apropiado. Queramos o no aplicar el pesado término de “realismo”, se trata de una forma de escultura figurativa que se aboca casi religiosamente a la superficie, a esa zona tan cargada en la que termina el “nosotros” y empieza todo lo demás. Así que parece especialmente apropiado evocar las rendijas y distancias que separan a las personas. Incluso cuando Mueck pone a dos figuras juntas (como en Two Women o Spooning Couple), esas figuras, por así decirlo, están solas juntas, y cada una existe nerviosamente debajo de su capa protectora de ropa y de piel. La más pequeña de las obras de dos personas de Mueck es la escultura Young Couple, que retrata a un hombre joven parado junto a una joven mujer, a la que parece estar confiándole algo. Lo más sorprendente en ellos —tal vez lo único sorprendente— es lo comunes que son. Las zapatillas de él, las ojotas de ella, las bermudas de ambos, y esa palidez vagamente anglosajona de londinenses que han salido a pasear a principios del verano. Y como miden menos de un metro de altura, son lo suficientemente pequeños como para despertar el instinto protector del espectador, como si nos convirtiésemos en guardianes que miran desde arriba a los habitantes de un mundo diminuto. La vuelta de tuerca del relato que nos cuenta la escultura llega recién cuando rodeamos la obra y descubrimos, en ese espacio semi-privado que los separa, que el joven no le está sosteniendo la mano, sino que la tiene agarrada de la muñeca. Es un gesto ínfimo, casi simpático a esa escala, pero reenvía un pulso de rechazo que tiñe todo lo que ya habíamos dado por sentado de la situación de esa pareja. Cuando el realista Duane Hanson presentó a un policía blanco pegándole a un hombre negro en su obra Race Riot (1969-71), el origen temático de la escultura —la violencia urbana y la desigualdad— quedaban en evidencia tal vez con demasiada claridad. Pero Young Couple expone la frecuente táctica de Mueck de intensificar el momento narrativo y simultáneamente extraerlo de su contexto, para que el carácter vívido del incidente exceda cualquiera de las explicaciones inmediatas que podamos encontrarle. ¿Qué está pasando acá? ¿Qué clase de “acoplamiento” es este? Lo que confiere a esta obra su perturbadora potencia es la mezcla de cariño y desapego: el modo en que algo desagradable es colocado frente a nosotros con una atención casi devocional. Frente a un par de figuras hechas con tanta paciencia y meticulosidad como estas dos, no podemos evitar sentir, a un nivel casi instintivo, que la pareja debería ser merecedora, que deberían encarnar algún principio o idea superior. Cuando Jan van Eyck, por ejemplo, pintó con asombroso detalle el Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa (una obra que Mueck debe haber conocido cuando era artista residente de la National Gallery de Londres), su devoción como pintor ensalzó y ratificó públicamente la conexión entre el mercader y su esposa, una conexión simbolizada por el gesto (tan debatido) de suprema gentileza de las manos tomadas en el centro de la composición. Young Couple de Mueck, sin embargo, da forma pública a un momento de contacto que debía mantenerse en secreto. Visualmente próximo pero emocionalmente en las antípodas del gesto de manos del Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa, el gesto en Young Couple es tanto más perturbador por su delicadeza y sigilo, que sugieren una distorsión deliberada, por parte de la figura masculina, de lo que significa “llevar de la mano”. (Adviértase con que timidez el joven mantiene su otra mano en el bolsillo, como diciendo “Acá no pasa nada”). Parece algo visto no desde el punto de vista del ojo de Dios, sino desde una cámara de circuito cerrado o desde el asiento de un ómnibus al pasar. Una de esas pequeñas pero inquietantes crueldades de las que no tenemos más remedio que enterarnos los habitantes de las ciudades: detalles percibidos, perturbadoramente, en medio del gentío, para desaparecer rápidamente en el olvido. Al hacerlos permanentes, Mueck parece querer decir que esos momentos tienen consecuencias, que los momentos que definen nuestras vidas son precisamente aquellos en los que creemos estar saliéndonos con la nuestra. Mientras que Young Couple es el retrato de una persona que intenta controlar a otra, la segunda nueva escultura de Mueck, Woman with Shopping, considera lo que para una persona significa apoyar a otra. A Mueck le gusta instalar sus esculturas para que los visitantes primero deban acercarse por detrás, y lo que uno ve desde ese ángulo es a una mujer que parece estar cargando lo más que puede: pesadas bolsas de almacén cuelgan de sus manos. Un giro completo en torno a la figura revela un tercer paquete bajo la forma de un bebé bien sujetado a su pecho y abotonado debajo del abrigado sobretodo de tweed, con la cabeza alzada hacia su madre como un suplicante cargoso. Si bien Mueck es un artista reconocido por su habilidad para crear un ambiente onírico y de fábula (en obras como Wild Man y Woman with Sticks), Woman with Shopping nos recuerda que con igual frecuencia es un escultor de la ciudad, fascinado por el modo en que las personas se contienen entre sí y protegen su privacidad en espacios públicos llenos de gente. Al igual que en Young Couple, la escena en Woman with Shopping se inspiró en algo que Mueck vio en las calles del norte de Londres, donde vive, pero incluso sin saberlo, yo creo que uno elegiría esta obra como una viñeta de Londres, la última adición a la venerablemente sombría tradición del realismo británico, que va desde Ennui de Walter Sickert, pasando por Stanley Spencer y Lucian Freud, hasta llegar a Mueck. Arropada apretadamente dentro de su abrigo y con los brazos cargados de peso, la propia madre parece tan fajada y casi tan indefensa como el bebé que lleva. Tiene el cansancio y la mirada vacua de un curtido habitante de la urbe, una mirada que sigue los movimientos de la marea de gente que tiene enfrente pero sin hacer foco en nadie en especial. La imagino en el cordón de una esquina populosa de Londres, bajo un cielo color azúcar mojada (por usar la metáfora de Martin Amis), con los brazos dolidos mientras espera la señal de “Cruce” del semáforo y cuenta los pasos que le faltan para llegar a casa. Woman with Shopping es la última de un trío de obras sobre la maternidad que Mueck ha producido durante los últimos doce años. Las otras dos son la poderosa Pregnant Woman y el inolvidablemente íntimo retrato de postparto llamado Mother and Child. Si las considerara a las tres juntas, un observador crítico podría señalar que se trata de una visión bastante insensible sobre las distintas etapas del rol materno, desde el gigante esplendor del embarazo, pasando por el trauma del nacimiento, hasta las faenas de carga de los primeros tiempos de la maternidad. Pero también podría decirse y con idéntica verosimilitud que nuestra cultura suele ser de lo más insensible en su actitud hacia el nacimiento y la crianza de los chicos, situaciones que suelen mostrarnos en términos edulcorados y entalcados; y para las que Mueck, al dar forma permanente a la dimensión menos glamorosa de la maternidad, nos ofrece una necesaria versión corregida. Tanto Pregnant Woman como Mother and Child comunican ese asombro distintivamente masculino frente a lo que el cuerpo de la mujer puede albergar y realizar. Y a pesar de su humor sombrío, Woman with Shopping también transmite una tersa admiración por la energía y la determinación de esa mujer: el reconocimiento del artista por el modo en que carga el cuerpo de otro y todas las provisiones para alimentarlo. En una era muy dada a la sobreexcitación por la capacidad que tiene la tecnología de transportarnos virtualmente a otra parte (¡basta con tener touchscreen para viajar!), esta escultura quiere recordarnos el peso específico de otra vida y las implicancias de cargar con ella encima. Como corresponde, la zona más cargada de la obra es el espacio entre ambos rostros, la contaminación de sus alientos, la calidez de dos cuerpos apretados uno junto al otro. Los personajes clave de este nuevo drama de contacto de Mueck son indudablemente los de Couple Under an Umbrella, las dos figuras que primero vi, a medio hacer, en el taller de Londres. En su forma final, estas figuras están debajo de una enorme y colorida sombrilla de playa, y ahora también tienen ropa, aunque no mucha: un razonable traje de baño enterizo azul oscuro para ella, un sobrio short a cuadros para él. Mueck se siente claramente inspirado por las cómicas incongruencias que abundan en las playas hoy en día, donde humanos de mil años corren a exponer su palidez al calor y la luz del sol. Y cuando dos bañistas como esos llegan a una galería de arte con aire acondicionado, el efecto es doblemente incongruente. Si Woman with Shopping puede contarse como una contribución a la tradición del realismo británico, entonces Couple Under an Umbrella representa una contribución a una tradición conexa: la comedia social británica, una tradición que llegó a su pico de ferocidad con el libro de 1986 de Martin Parr, The Last Resort, un informe fotográfico impiadosamente cómico sobre las costumbres playeras de los vacacionistas ingleses. Mientras que los bañistas de Mueck no están ni bronceados ni extenuados como los de Parr, no cuesta nada imaginarlos como integrantes de la tercera edad de la misma tribu carapálida, cada cual con su rol muy bien escrito, según la antigua tradición de la comedia de roles sociales inglesa. El hombre, según esta lectura, se convierte en aquel modelo reconocible: el típico hombre que se excedió. Y ella también se convierte en una instancia típica de la comedia familiar: la esposa irritada que igual aguanta, que mira de reojo la pelada en ciernes y la panza de su marido, mientras él cabecea de sueño presumidamente y apoyado en el muslo de ella. Pero si uno se queda con los bañistas de Mueck, las cosas se complican un poco más. Cuando uno rodea las figuras en el espacio de la galería, inclinándose tanto como es posible sin llegar a tocarlas, esa primera impresión de sátira y comedia social se ve sobrepasada por un desborde de información física: cabello, ojos, uñas de los pies, patillas, callosidades, músculos y sobre todo, carne, todo eso al doble de tamaño de la escala humana normal. Los bañistas como tema están asociados históricamente a los pintores del “sur cálido”, que llenaban sus paisajes mediterráneos con figuras desnudas jóvenes de una belleza intemporal. Mueck vuelve a presionar sobre el tema pero con su sensibilidad peculiarmente “norteña”, una precisión y frialdad flamenca para el tratamiento de ese extraño órgano conocido como la piel humana, con el cabello que se abre paso a través de sus poros, las venas que la surcan por debajo, las protuberancias, pliegues y marcas que pueblan su superficie. En una cultura obsesionada con imágenes de cuerpos jóvenes y convencionalmente perfectos, la playa parece atraer a Mueck por ser un lugar donde se exhiben cuerpos de todo tipo, donde la gente se despoja de su atuendo cotidiano y expone la vulnerabilidad antinatural de los cuerpos que están debajo. Y me permito decir que en estas nuevas esculturas el foco está puesto en nuestra vulnerabilidad frente al tiempo. Más allá de su premisa aparentemente cómica, esta es una escultura sobre el envejecimiento. Y más aún, es una escultura sobre personas que envejecen juntas. Resulta útil aquí hacer una comparación con Spooning Couple (2005), también de Mueck: dos figuras semidesnudas, acostadas una muy cerca de la otra, a las que sin embargo separa una delgada luz de espacio, un espacio que, combinado con la piel amarillenta y la mirada insomne de los protagonistas, expone una infranqueable brecha emocional. Pero en Couple Under an Umbrella, por primera vez en el arte de Mueck, dos figuras están realmente aparejadas: ella apuntala su torso en el brazo de él, mientras que él descansa su cabeza en el muslo de ella. De hecho, Mueck vio a una pareja sentada de ese modo en una playa cerca de Lisboa. Pero como suele suceder con este escultor, esa pose tan rutinaria también contiene indicios de precedentes más ilustres, indicios lo suficientemente sutiles como para dejarnos pensando si Mueck los puso allí o si son solo una proyección nuestra. Cuando una mujer mira desde arriba a un hombre que yace casi recostado sobre su regazo, ¿no hay un eco, a medias cómico y a medias doliente, de la Piedad de Miguel Ángel, donde la Virgen María inclina su cabeza sobre el cuerpo muerto de Cristo, que yace sobre sus rodillas? Sería ridículo forzar esa comparación, pero ese eco alcanza para sumir al espectador en lucubraciones sobre las ideas de muerte que tal vez crucen por la cabeza de esa mujer cuando mira desde arriba ese cuerpo que le es tan familiar y que sabe que no compartirá para siempre. Me vienen a la mente las asombrosas páginas finales de la novela The Law of Enclosures, de Dale Peck, cuando la protagonista femenina está acostada junto a su pareja y toma nota amorosa y desapasionadamente de los signos de envejecimiento de su rostro: “La piel de las mejillas era chata, aunque no firme, y la piel colgaba del hueso como cortinas y se apilaba en pliegues de papada debajo de los carrillos, y un pliegue de piel se estiraba desde el mentón hasta su garganta como una cresta de gallo. Beatrice observó las distintas partes del rostro de Henry tanto tiempo que a sus ojos se volvieron entidades distintas, y no partes de una misma cara, sino meramente una boca, una nariz, un ojo, otro ojo, una oreja larga, traslucida y venosa. En cada uno de esos detalles, vio la edad, pero no solo la edad. Vio algo más; vio orejas, ojos, nariz, boca, vio la cara de él, en cada una de sus edades, tal como había sido y tal como era ahora. Vio historia. Vio tiempo.” Con esa descripción de Peck en mente, tal vez podamos empezar a mirar las figuras de Mueck no tanto en su comicidad como en su heroísmo: un par de sobrevivientes debajo de una sombrilla, refugiándose del clima, del tiempo, de todo aquello que pueda conspirar con acortar ese idilio del otoño de sus vidas. Por supuesto que Mueck no fuerza esa lectura. No hay nada que nos diga que debemos creer que esas personas se aman, se respetan o son sabias. Por lo que sabemos, el hombre bien podría ser un mujeriego o un pésimo compañero de viaje, de los que cada mañana se quejan de la calidad de la pastelería local. Y tal vez la mirada que la mujer le dedica no sea de ternura sino de irritación, ya que él, después de todo, ha decidido usarla de almohadón humano. Es más, hasta puede decirse que hay un indicio, en la tensión de los dedos de sus pies, que parece decirnos que está a punto de sacudírselo de encima. El hecho de que sus miradas no se crucen suministra nueva evidencia de la desconexión entre ambos. Pero para mí, en Couple Under an Umbrella hay un detalle que tiene una especial fuerza de unión, y como es característico en la obra de Mueck, no es el detalle que el observador suele advertir primero. Me refiero a ese notable lugar de la escultura donde la mano del hombre entrelaza el brazo de la mujer, alzándose poderosamente entre el torso y el antebrazo de ella para sostener la carne alrededor del bíceps. Para asimilar la potencia de ese detalle, pensemos en el modo en que las manos suelen comportarse en otras obras de Mueck. Casi siempre suelen traslucir desapego, ensimismamiento o autoprotección: apretadas juntas como en Seated Woman, enrolladas hacia el cuerpo como en Man in Blankets, presionadas contra las mejillas de la propia figura como en In Bed, o colgando y abiertas como en Drift. Los grandes ejemplos de esto son las enormes manos que pertenecen a Wild Man, la escultura de Mueck cuyo protagonista se aferra con sus nudillos blancos a los lados de su silla, donde dice “No me toquen”. En contraste, hay algo torpe y maravillosamente afectado sobre el modo en que los dos bañistas se sostienen uno al otro: la pierna de ella sostiene la cabeza de él, el brazo de él sostiene el torso de ella. Eso sugiere una cierta comodidad con el cuerpo del otro, una sensación de posesión compartida, de bien común, que se ha ido desarrollando a lo largo de las décadas. En contraste con la posesiva toma de manos de Young Couple, podemos pensar que Couple Under an Umbrella representa el despliegue del sentido más positivo del verbo “sostener”: sostener con fuerza a alguien, sostenerlo de por vida, sostener un momento de vida frente al flujo del tiempo. Y algo más. Mueck es el último artista al que puedo imaginar haciendo entrega de ese alimento básico de la “práctica profesional” que es el statement o declaración de artista. Pero en el gesto de unión de sus bañistas, pienso que ha deslizado una pequeña reflexión sobre su propio arte. Porque Mueck es un escultor dedicado a dar forma a las figuras con sus manos. Y aunque a su arte lo recorre de lado a lado la duda de si es posible compartir plenamente el misterio de la vida interior de otro ser humano, al mismo tiempo también es impulsado por la fe de que, gracias a un esfuerzo de habilidad e imaginación, somos a veces capaces de tocarlo y sostenerlo, al menos momentáneamente. *Justin Paton (nacido en 1972) es curador en jefe de la Christchurch Art Gallery de Nueva Zelanda. Es autor de muchos ensayos y libros sobre artistas australianos y neozelandeses, así como del premiado How to Look at a Painting (Awa Press, 2005). Su ensayo “La timidez y la pintura” apareció en el catálogo de la muestra de Ron Mueck de 2011 en el Museo de Arte Contemporáneo (MARCO) de Monterrey, México. En 2012, Justin Paton ganó el premio Katherine Mansfield para realizar una residencia en Menton, Francia.