Santillana INFORME Monet y la poética del jardín Félix Ruiz de la Puerta El puente japonés. Claude Monet, 1899. En la primavera del año 1883, desde la ventanilla de un tren que realizaba el trayecto entre Vernon y Gasny, Claude Monet descubre Giverny, un pueblecito de unos 300 habitantes situado a 90 kilómetros de París. A los pocos días se trasladó con su familia a este lugar. Monet tenía entonces 43 años y aquí permaneció hasta que falleció el 6 de diciembre de 1926. Por este santuario de la naturaleza pasaron personajes de la talla de J. Renoir, C. Pisarro, A. Sisley, Theo van Gogh y Paul Valéry entre otros. Todos estos personajes, aunque fueron a visitar a Monet, también llegaron a Giverny con la intención de contemplar su jardín: un ámbito creado por Monet con la finalidad de que el visitante pudiera sumergirse en el universo impresionista. El jardín de Giverny es la concepción del mundo de Monet hecha realidad. A partir de 1883 su vida se centró en la creación de su jardín, el cual siempre estaba modificando, y en su pintura, que tomó un nuevo rumbo con los famosos trabajos de «Series». Estas pinturas fueron el fruto de vivencias que experimentó en su vagabundeo por Giverny. Algunos de sus íntimos amigos no comprendían por qué Monet, día tras día, contemplaba siempre los mismos fragmentos del jardín. Quizás le ocurriese a Monet lo que a uno de los personajes de la película «Los Sueños», de Akira Kurosawa. La ilusión hecha realidad permite al protagonista introducirse en un cuadro de Van Gogh y vivir en tres dimensiones todo ese mundo de color que percibía el artista. ¿Qué encuentra el visitante en el jardín de Giverny? Flores, flores y nada más que flores, como acostumbraba a decir Monet, las cuales eran la razón de su vida y lo que siempre necesitaba tener a la vista. El jardín de Giverny, como cualquier otro jardín, cambia de color cada estación. En primavera, estaba inundado de narcisos y allí donde éstos desaparecían brotaban tulipanes, azaleas, rododendros, lilas, glicinas, peonías regalo de sus amigos japoneses y lirios que se encontraban en grandes hileras y acotando los caminos del jardín. Durante el verano el visitante disfrutaba contemplando las alverjas, las campanillas, los dragones, rosales de todo tipo, alhelíes, capuchinas, salvias, violetas y una lista interminable de flores que escapan a la memoria. En septiembre, florecían las dalias, las anémonas japonesas, los girasoles, las malvas y muchísimas otras flores que tapizaban el suelo del jardín, mientras que el cielo se cubría con los colores otoñales de los diversos árboles que Monet había mandado plantar. Durante el invierno Monet cultivaba orquídeas en los invernaderos y el visitante podía seguir gozando de la naturaleza al contemplar el ritmo lento de los nenúfares de su estanque. En este jardín el visitante encuentra los cuatro elementos de la cosmología Santillana INFORME tradicional: agua, aire, tierra (la vegetación) y fuego (el colorido de las flores). Monet pone en movimiento estos cuatro elementos y genera todo un universo que plasma fundamentalmente en sus cuadros sobre el jardín, donde ya resulta difícil distinguirlos en su forma pura. El aire aparece impregnado de materia; el agua ya no es más que un puro reflejo del entorno; las plantas han perdido su solidez y no son más que formas evanescentes; y el fuego no aparece directamente, sino sugerido en la presencia implícita del sol en las plantas o en los claroscuros de los caminos. Nos encontramos en Giverny con la esencia de la pintura de Monet, la cual aboga por el abandono de la realidad aparente en favor de una realidad más profunda, fundamentada en los elementos naturales que se transforman continuamente por la luz y la percepción interna del artista. R. Huyghe, en su libro «La relève du réel, Impressionismo et Symbolisme», comenta: «Bergson en su filosofía, Proust en sus novelas y Monet en sus “Series” están dominados por la idea de que ninguna cosa, ni nuestros seres permanecen siempre los mismos, mantienen su identidad intacta: cada nuevo segundo trae modificaciones que transforma la naturaleza del ser humano.» En el caso de Monet esto se hace extensible a su jardín, el cual cambia continuamente y lo que es ahora nunca más será y nunca antes ha sido. Consciente de esta situación Monet no quiso plasmar en sus lienzos la eternidad del instante sino el proceso cambiante del universo. El jardín de Giverny hace que Monet pierda el interés por el tema en la pintura y se afane en reproducir lo que se encuentra entre el tema y él. Sus nenúfares, sus lilas y sus macetones de flores pretenden atrapar los cambios continuos de luminosidad y color del paisaje que el artista percibe a cada instante en su deambular por el jardín y las orillas del río Epte. Siempre tenía varias telas en proceso de ejecución por causa del cambio de luz. Decía: «Los colores llegan uno detrás de otro. Un color que ayer había descubierto y plasmado en estas telas reaparece en el aire. Rápidamente lo transmito a la pintura y me esfuerzo en que esta visión quede de manera permanente lo mejor posible. Pero normal- mente se desvanece tan rápido como brotó, dando paso a otro color que ya había pintado días atrás en una situación parecida a ésta... y esto es lo que sucede a lo largo del día.» ¿Qué es lo que encontró Monet en Giverny para que se apartara de la vida social de París? Giverny supuso el paroxismo del color, pero también el descubrimiento de una concepción espacial en la que los volúmenes pierden su solidez en favor de una espacialidad a base de planos bidimensionales. Esta nueva visión del espacio fue el soporte de la práctica totalidad de los lienzos realizados en el jardín de Giverny: nenúfares, rosales, puentes, estanques, etc. El volumen de las pinturas de Monet ya no se configura a partir del largo, ancho y alto de un ámbito sino como un conjunto de planos que se superponen, que transforman la profundidad horizontal en profundidad vertical. Esta visión del espacio no tiene su origen en Monet, es posible que la percibiera en los grabados japoneses del ukiyo-e, de los cuales era un profundo conocedor y un exquisito coleccionista. Con los cuadros de su última época, y en particular con el tema de los nenúfares, la pintura de Monet se aparta del movimiento impresionista al interpretar una escena horizontal como vertical. Así, los nenúfares del estanque que se encuentran más alejados del observador no son pintados más pequeños sino del mismo tamaño que los de la parte delantera y colocados encima de éstos. La serie de los Nenúfares es una repetición del mismo paisaje del estanque en diferentes horas del día y en distintas épocas del año. En esta serie, como en la del Puente Japonés, el espacio se representa identificado con los sucesos o fenómenos que ocurren en él, y lo que ocurre en el espacio es el cambio continuo de luz. El espacio en las series está irremisiblemente ligado al tiempo que fluye. En sus lienzos de Giverny, Monet no pretende plasmar una percepción instantánea del espacio sino secuencial, lo que busca es una percepción del paisaje que describa una realidad más profunda que la simple mirada de un momento dado. Probablemente la repetición del mismo motivo esté en saturar la percepción del observador para mostrarle que no son lilas, nenúfares o estanques con puentes lo que tiene en su jardín, sino fragmentos de espacio y tiempo que cambian según la luz. Al final de su vida los motivos desaparecen de su pintura, llegando a rozar el arte abstracto. Lo que sucede es que en las últimas interpretaciones pictóricas del jardín no hay objeto ni sujeto de percepción. La contemplación del jardín realizada por Monet no se enfrenta al objeto sino que se sumerge en él. Si esto no es así, ¿qué es lo que miraba Monet durante horas sentado en su silla en medio del jardín? En esos momentos, lo más probable, es que Monet estuviese contemplado la belleza no enfrentado a ella sino inmerso en ella, en esos momentos eternos habría dejado de ser centro de percepción para confundirse con el flujo del espacio y el tiempo. Donde mejor se pueden apreciar todas estas afirmaciones es en las telas del Puente Japonés. En sus primeros lienzos la forma de la tela es casi cuadrada, lo cual refuerza la simetría y la inmovilidad. Según van pasando los años la forma cuadrada se alarga hasta convertirse en un rectángulo cuyo largo dobla al ancho. Sus primeros puentes tienen una forma clara y definida, distinguiéndose éste de los restantes motivos del cuadro; en los puentes de la última época las formas se diluyen, el puente y cualquier otro motivo ya no tienen estructura objetiva. La distinción entre objeto y sujeto de la percepción ha sido eliminada. Todo este proceso de la percepción está reforzado por el color, que pasa de los verdes y azules del paisaje natural a los rojos y amarillos que crean un espacio cambiante e infinito. Quien haya visitado Giverny habrá observado que el jardín está dividido en dos partes, una el «Clos Normand» de estilo francés situado delante de la casa y con un trazado a base de caminos rectos; la otra parte es el «Jardín de Agua» de estilo japonés con una planta asimétrica y con caminos curvos. Este último sector es un universo cerrado sin principio ni fin y en el que las partes se confunden con el todo. La visión en el jardín cambia continuamente cuando nos movemos. No hay puntos privilegiados de observación y la profundidad de la perspectiva ha desaparecido. Como pintor, Monet quiso llevar a sus lienzos esta visión del espacio INFORME Santillana Estanque con nenúfares. Claude Monet. que en parte coincide con la cosmovisión japonesa. Para tal fin realizó los paneles del Orangerie, conocidos como «La Capilla Sixtina del arte moderno». En el Orangerie, Monet quiso crear un espacio arquitectónico; para ello exigió al gobierno francés que las paredes de las dos salas del museo fuesen curvas y la planta una elipse. Los paneles cubrirían la práctica totalidad de los muros creando la sensación de una pintura tridimensional, es decir, buscaba que el visitante se encontrase totalmente envuelto por la pintura. Por lo tanto, el formato abarcó la totalidad del campo visual. La pintura fue asimétrica, desfocalizada y sin punto de referencia para eliminar la tridi- mensionalidad del cuadro. El color de los paneles es bastante homogéneo y la falta de perspectiva obliga al visitante a recorrer las salas, produciéndose una percepción del espacio muy parecida a la originada cuando se desenrolla una pintura japonesa. Recordemos que los paneles de la primera sala miden un total de 40 metros y los de la segunda 50. Así, en el recorrido por la primera sala los detalles de las hierbas nos sugieren que estamos observando los nenúfares desde dentro del estanque; en la segunda sala los sauces nos hacen creer que caminamos junto al borde del mismo. La combinación de estas dos sensaciones genera una percepción multidimensional del espacio.