A R T Í C U L O S PINTURA DESDE MI ESTUDIO El impresionismo Por Alonso Santiago, pintor En su momento consideramos que el arte abstracto era el aspecto más polémico de la pintura y, por ello, le dedicamos algunos capítulos más que al resto de otras consideraciones. Pero la abstracción es, tan sólo, una de las vanguardias y otros movimientos innovadores están pidiendo nuestro interés. Les dedicaremos la atención que merecen y así abriremos la puerta por donde se entra a la pintura de nuestro tiempo. En la charla anterior apuntamos algo sobre cómo emergió el Impresionismo en la sociedad del siglo XIX, e incluso expusimos algunos sorprendentes antecedentes ( Tiziano, Velázquez, Vermeer, Goya...). Velázquez pintó en Roma, quizá, el primer paisaje puro de la historia. En Villa Médicis empleó una técnica abocetada sorprendente para su tiempo Hoy vamos a entretenernos un poco más en aquel impa- gable movimiento, porque así lo demanda su enorme importancia y porque rompió con la tradición planteando problemas más allá de la simple reproducción de una realidad. Es muy común que los no iniciados expresen su admiración hacia los pintores de su devoción alabando la destreza de sus manos: “¡Qué manos¡” dicen con énfasis. Pero la buena pintura es más un logro mental que manual. Rousseau decía que “el cuadro ha de crearse en nuestro cerebro” porque la obra es una creación de la fantasía. Por eso hemos de agradecer a los impresionistas que rompieran con las formas anteriores, bucearan en lo que se esconde detrás de las apariencias, y proporcionaran a los artistas una mayor riqueza para expresar sentimientos. Aquellos pintores volvieron su mirada a lo cotidiano y buscaron la esencia del paisaje. Para conseguirlo evitaron la exactitud de lo que CIMBRA / Nº 383 / SEPTIEMBRE - OCTUBRE 2008 contemplaban y pusieron su fantasía al servicio del espíritu de la naturaleza. Para ellos la luz era esencial. También la pincelada, larga y suelta. No voy a hurgar en la historia del movimiento, ya anotada por prestigiosos autores, porque no es eso lo que pretenden la modestia de mis reflexiones. Si incluyo algunos mínimos datos, serán puntos de apoyo que justifiquen mis cavilaciones. El primer cuadro del movimiento impresionista fue “Impresión, sol naciente” de Claude Monet. Antes de aquella sorprendente obra, el color era, tan sólo, un medio para reproducir la realidad, pero Monet descubrió que el color tiene un valor por sí. El color es autónomo y, con él, Monet trató en aquella obra de recoger la belleza de la naturaleza, no la naturaleza misma que es inimitable, y se apartó de su apariencia para buscar la conexión de todos sus elementos. Era necesario prescindir de lo secundario para que lo esencial fuera protagonista. Sin embargo Monet conserva la íntima conexión con lo que está mirando. No hay ruptura entre lo que su ojo ve y lo que su cerebro pinta. Prescinde de la línea que contenía al color y aparecen las masas de colores, libres, al servicio de su fantasía. Más o menos, esa teoría es el ideario impresionista. Al artista con fantasía abstracta no le interesa la anécdota y busca lo que se oculta tras las primeras impresiones. El artista con fantasía concreta se conforma con lo que ve. El arte académico reprocha al impresionismo que no es más que una creación literaria muy distante de la expresión pictórica. Claro, los tiempos han cambiado. El Impresionismo es fundamentalmente francés. Pero no hay que olvidar que Eduard Manet viajó a España para estudiar a Velázquez y Goya, y de ellos aprendió una nueva mirada. Ni que Fortuny, Sorolla o Pinazo, tratan de captar la luminosidad mediterránea – la luz de los impresionista – por lo que algunos autores los consideran seguidores de aquel movimiento, aunque realmente sean “luministas”. Los pintores que encabezaron el movimiento impresionista, además de Claude Monet, fueron Camille Pizarro, Edouard Manet, Edgar Degás, Alfred Sisley, Paul Cezanne y Auguste Renoir. Es de justicia recordarlos, así como los que después encabezaron el Posimpresionismo, que atenderemos más adelante. - 63 -