Hammershøi y Dreyer, capricho y disparate Gillermo Zuaznabar Hammershøi i Dreyer Exposición en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona Comisarios Anne-Birgitee Fonsmark, Annete Rosenvold, Casper Tybjerg y Jordi Balló Montaje RCR arquitectes Iluminación Artecluminotecnia, M. Ginés, I. Domínguez, M. Fuentes, J. Piera, L’Unitat de producció i muntatges del CCCB. ERCO 1 2 142 La exposición, inaugurada por Doña Cristina, nace de una sugerente tesis ajena, tomada de Poul Vad (1927-2003): “Se podría afirmar que el cineasta Dreyer fue el principal y quizás único sucesor del pintor Hammershøi”. Después de mostrar en paralelo las biografías de Vilhelm Hammershøi (1864-1916) y Carl Theodor Dreyer (1889-1968), doce monitores LCD, formato doméstico, muestran en un estrecho y largo pasillo 12 escenas tomadas de films de Dreyer. La selección busca una iluminación y un orden compositivo que, por el título de la exposición, Hammershøi i Dreyer, se suponen cercanas a las 36 pinturas de Hammershøi expuestas a continuación. Los espacios donde cuelgan las pinturas están revestidos con un tejido blanco celuloso, que podría recordar al empleado en la manipulación y embalaje de obras de arte. Su apariencia “conservacionista” y su color, con una trama en aguas, parecería una elección acertada, si no fuera por las fibras que se desprenden, nada recomendables para las pinturas. El piso es de moqueta gris sintética. Las salas donde cuelgan las pinturas, en penumbra, parecen envueltas por una neblina blanca, como guardando entre algodón las obras. Las paredes y techos están modulados por bastidores de unos 60cm de ancho y de 200 a 300cm de alto, que tensan el tejido blanco. El modulado define los espacios de la exposición y oculta sistemas de control, extintores, sistemas de ventilación y luces, para tender planos continuos, sin accidentes. Algo fundamental para el control climático, que las obras respiren y no “suden”, se ha resuelto abriendo vías de ventilación en la caja hermética de la sala, separando bastidores y cielorraso. Es notable el esfuerzo de diseñadores y comisarios para hacer contemplar una caja limpia y neutra, aún a cambio de no contemplar las pinturas, e incluso de maltratarlas. Excepto si lo que se quiere es “jugar con la luz”, como confiesa con desparpajo el director del lugar, iluminar correctamente un cuadro significa aportar la justa cantidad de luz sobre el lienzo, para apreciar la obra del pintor. El objeto es apreciar cada color, cada matiz de luz, cada brillo, cada oscuro que el pintor llevó, a través del óleo, al lienzo. Para que esto suceda, el lienzo debe quedar iluminado uniformemente, sin exceso, procurando una luz discreta, tímida, evitando brillos, para que las luces, sombras y colores sean los que broten del lienzo, y no los del foco del iluminador. Es un problema resuelto. Hay casas comerciales que venden los focos adecuados. Se les llama “bañadores de pared”, porque tienen la cualidad de bañar uniformemente una superficie plana, como un lienzo, por ejemplo, colocada paralelamente sobre la pared. Para que los “bañadores” funcionen correctamente, no debe haber ningún obstáculo entre la obra y el foco. Por ello el foco va siempre visto. Si el diseñador quiere ocultar el foco sobre el plano del techo, deberá trabajar la sección con bóvedas, medias bóvedas o planos inclinados, para que el haz de luz llegue con un ángulo de incidencia de 20º. Así de sencillo, así lo marcan las instrucciones de las casas que comercializan los focos desde hace décadas. Sólo así, bañando uniformemente, se ilumina correctamente un lienzo. La intensidad de la luz para obras de óleo sobre lienzo debe estar entre los 150-200 luxes, y entre los 60-50 luxes para obras en papel. Entre los museos contemporáneos, hay salas célebres por su cuidada y mínima iluminación. Las del Kimbell Art Museum, por ejemplo, proyectado por Louis I. Kahn. El maestro propuso que las obras de arte estuvieran iluminadas sólo con luz natural. Para ello desarrolló su conocida bóveda rasgada por un largo y estrecho lucernario que, bañando la bóveda, lleva a los 250cm de pared no más de 50 luxes, de suelo a techo. Los conservadores del Kimbell, para procurar a lo largo del día unos mínimos de luz y no frustrar a visitantes ocasionales, “apoyan” la luz natural con luz artificial uniforme, sin golpes ni direcciones que perturben la mirada, garantizando siempre la contemplación de las obras, aunque traicionen de algún modo la propuesta del maestro. En el Kimbell nunca se superan los 50 luxes, no hay luz puntual sobre las pinturas. Tal vez es el museo donde mejor contemplar una pintura. Otra penumbra igualmente reveladora es la que conserva las frágiles pinturas que Rothko pintó en 1958-59 para el Four Seasons, del Seagram. Hoy pueden visitarse en la Tate Modern de Londres, en la sala 3 del tercer piso. Para contemplar esta obra el visitante debe esperar unos minutos, hasta que se dilaten sus pupilas y pueda contemplar los murales del ruso. Una vez habituado a la penumbra, los murales antes invisibles se revelan como objetos brillantes, con luz y color propios. En esta sala, los luxes deben de estar por debajo de los 50, entorno a los 40. Estos ejemplos enseñan que no es la cantidad, sino el tratamiento de la luz lo que permite contemplar una obra. Sólo hace falta el esfuerzo de leer los prospectos de las casas comerciales. Por desgracia para los visitantes y para las pinturas de Hammershøi, los responsables de la exposición del CCCB han preferido, como dice su director, ponerse a “jugar”. Porque creen estar en posesión de la mirada de Dreyer. Un alto responsable del CCCB afirma: “Se ha trabajado con la idea de iluminar las pinturas de Hammershøi a través de diferentes tipologías de luz (lateral, focal, general, blacklight, vela etc.) extraídas del cine de Dreyer. Es decir, iluminar Hammershøi con la mirada del propio Dreyer. Esta es la 1 Disposición de los bañadores de pared, segun un prospecto técnico comercial 2 L. I. Kahn, Kimbell Art Museum, 1967-71 3 Fantasma de V. Hammershøi, El Colecionista de monedas, 1909 4 Fantasma de V. Hammershøi, Anochecer en el salón, 1909 5 Fantasma de V. Hammershøi, Las Cuatro habitaciones, 1909 5 J. BORGEN J. BORGEN 4 J. BORGEN 3 tesis de la exposición, y el dispositivo lumínico se ha desarrollado en consecuencia.” En un tono menos delirante y más respetuoso, la exposición despide a los visitantes con otra nota, igualmente audaz: “Hammershøi a la luz de Dreyer. Todas la pinturas de Hammershøi han sido iluminadas utilizando diferentes tipologías de luz sacadas de secuencias de las películas de Dreyer”. Así trata de justificarse la nefasta iluminación de las 36 pinturas frente a las que los visitantes han pasado, sin haberlas podido llegar a ver. Comisario y diseñadores han iluminado tratando de repetir la orientación de la luz representada en el cuadro. Si el cuadro recoge una luz marcada de izquierda a derecha, los responsables han iluminado ese lienzo con luz focal de izquierda a derecha. Dando luz allí donde en la pintura ya había luz, anulan la luz de la pintura. Brillante ocurrencia, ¿verdad? La luz de los comisarios es la protagonista, pero no la de Dreyer ni la de Hammershøi, que ha sido falseada o manipulada, cuando no ensuciada o eliminada. En el montaje se han cometido tres modos de iluminar que pueden distribuirse entre disparates y caprichos. I. Luz lateral en exceso o en defecto. (Disparate) Es la que reciben Interior con joven vista de espalda, 19031904, del Randers Kunstmuseum, e Interior. Salón con piano y mujer vestida de negro, 1901, de la Odrupgaard. Como estas obras son claras, se las ha castigado echándoles encima una cantidad de luz considerable. Ambas reciben una luz rasante y paralela, disparada desde una pared situada a su derecha a través de una franja de diez centímetros de ancho, que va de suelo a techo y se adelanta unos 30cm del plano del lienzo. El lienzo queda en un discreto segundo plano, pero el marco está estupendamente iluminado. Calificación: “disparate”. Anochecer en el salón, 1904, de la Odrupgaard, y El coleccionista de monedas, 1904, del Museo nacional de arte y arquitectura y diseño de Oslo, son obras oscuras, a las que, aplicando el mismo instrumental, se les ha reducido la alimentación de luz hasta un límite que hace imposible contemplar el lienzo, aunque los marcos sí vuelven a estar aceptablemente iluminados. Esta variante del despropósito podría nominarse “luz lateral insuficiente”, y merece de nuevo la calificación de “disparate”. II. Golpe de luz. (Capricho) Gran parte de las obras que comprenden la exposición son de formato reducido y han sido iluminadas mediante un solo foco puntual, colocado por encima del cielo raso. La luz, puntual y a través de un tejido con aguas, llega produciendo un formidable golpe de luz contra el lienzo. Se iluminan las zonas más claras de los lienzos, pero, por el reducido formato de las obras, queda iluminada prácticamente la totalidad del lienzo. Puede sospecharse que la elección de luz puntual venga forzada por haber querido esconder los focos sobre el cielo raso, y así alcanzar el añorado plano continuo, limpio, sin elementos perturbadores. Por responder al deseo de tener a cualquier precio el plano limpio, este modo de proceder puede ser calificado como “capricho”. Por su parte, cuadros de mayor tamaño, como Tres mujeres jóvenes, 1895, Ribe Kunstmuseum, y Vista de la antigua compañía asiática, 1902, en depósito en Ordupgaard, en los que, además, la fuente de luz representada no es identificable, no alcanzan a ser iluminados con un solo golpe de luz. Los responsables, siguiendo con su divertido juego, han resuelto iluminarlos a porrillo, con una batería de focos a discreción, sin orden ni concierto. Se resuelve clasificar esta estrategia como “golpe de luz con redoble”, y calificarla como “disparra-ta-ta-ta-ta”. III. Cajón de luz. (Capricho disparatado) Diseñadores y comisarios, en su esfuerzo por llenar las salas de “momentos Dreyer”, han construido un pasillo de unos 300cm de alto, 720 de largo y 180 de ancho, revestido por metacrilato y luz. Al fondo del pasillo han colgado Interior. Las cuatro habitaciones, 1914, de la Ordrupgaard, bajo un brutal contraluz. Las tres paredes luminosas cierran las pupilas del visitante que, una vez cerradas, no pueden adaptarse a la luz propia de un lienzo que, además, está siendo iluminado desde los lados y el fondo: justo los tres planos desde los que nunca debe iluminarse una pintura. Dado que ese pasillo es un capricho costoso, innecesario e insostenible, y dado que el disparate del contraluz es fenomenal, a esta operación hay que calificarla como “capricho disparatado”. Conclusión La tesis de la exposición, de gran interés, queda totalmente oculta y anulada por la ocurrente intervención lumínico-arquitectónica. Los comisarios han ensuciado, cuando no anulado, la luz del pintor, impidiendo la visión del cuadro y dándose a sí mismos como objeto de contemplación por los visitantes. Han pecado de soberbia. Para alardear de “capacidad intelectual” han manoseado dos nombres, Dreyer y Hammershøi, que les vienen grandes. Para “mirar como el propio Dreyer” conviene empezar a dejar de mirar como Narciso, y no estar iluminado. s Gillermo Zuaznabar des de fora | 143