EL DEBIDO PROCESO EN SEDE ADMINISTRATIVA A LA LUZ DE

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EL DEBIDO PROCESO EN SEDE ADMINISTRATIVA A LA LUZ DE LA NUEVA
JURIPRUDENCIA
Permítasenos afirmar al inicio que la vieja ley de rito fiscal Nº 11.683 contempla en general la
insoslayable vigencia del principio de debido proceso, que tiene anclaje en el bloque de
constitucionalidad federal, toda vez que su piedra basal es el derecho de defensa en juicio (cfme.
Art. 18 CN y art. 8º del Pacto de San José de Costa Rica)
Ello así, no existen sanciones automáticas previstas en dicho texto, pese al desvelo de cierta
doctrina en nominar erróneamente como “automática” la sanción de multa prevista en su artículo
38, cuando en realidad lo único “automático” en relación con esa figura penal contravencional es su
configuración temporal, que acaece con el mero vencimiento general para la presentación de las
DD.JJ. liquidativas y la omisión de hacerlo dentro del mismo, sin que se requiera actividad alguna
del fisco. Para que exista multa, clausura o decomiso se impone el dictado de un acto
administrativo de naturaleza sancionatoria, precedido del pertinente sumario, cuya sustanciación
tutela el debido proceso adjetivo en el campo penal tributario contravencional. Los artículos 70 y
siguientes en materia de multa; artículo 41, siguientes y concordantes de la Ley 11.683 (t.o. en
1998 y sus modificaciones) en cuanto a la clausura, reglan el procedimiento instituido a tales
efectos, contemplando las etapas sustanciales del debido proceso (acusación, defensa, prueba y
resolución fundada de juez administrativo).
Efectivamente, en sede administrativa, el Estado de Inocencia sólo puede ser desvirtuado
mediante el correspondiente sumario que respete las reglas del debido proceso adjetivo. Al
respecto, el Dr. Petracchi tiene dicho que este es un derecho innegable del destinatario del acto
administrativo sancionador, y por ende, a una decisión fundada (“Fallos”, 314:1091).
Sin embargo desde antaño, nuestro tribunal cimero ha postulado la “teoría de la subsanación”,
dejando debidamente sentado su criterio de que las omisiones observables a la tramitación
administrativa pueden ser salvadas en la instancia judicial (“Fallos”, 212:456, 218:535; 267:393 y
273:134, entre otros varios). La propia CSJN ha sostenido en numerosa familia de fallos y también
la PTN en sus dictámenes, que los vicios quedaran purgados en la medida que el administrado
goce de apropiada protección y amplias posibilidades probatorias en sede judicial.
Sentado ello, resulta casi ocioso recordar que el artículo 8º de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos tiene dos incisos que especifican claramente las garantías judiciales que son
aplicables a todo tipo de procesos: “Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas
garantías y dentro de un plazo razonable, por un juez o tribunal competente, independiente e
imparcial, establecido con anterioridad a la ley, en la sustanciación de cualquier acusación penal
formulada contra ella, o para la determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil,
laboral, física o de cualquier otro carácter.”
Pese a tal claridad meridiana, la jurisprudencia nacional inexplicablemente ha considerado que
tales garantías devienen inaplicables en el procedimiento administrativo, toda vez que la
Convención Americana solo refiere a garantías judiciales. A sido la propia CIDH quien al resolver
el Caso “Baena c/ Estado de Panamá”, ha señalado que el elenco de garantías mínimas
establecido en el numeral 2 del artículo 8 de de dicha Convención resulta aplicable a todos los
órdenes mencionados en el numeral 1 del artículo, consagrando un profundo alcance del debido
proceso, entendiendo que toda persona tiene ese derecho en materia penal o administrativa,
dejando sentado que la discrecionalidad de la administración tiene límites infranqueables, tales
como el respeto de los DD.HH. Ha entendido que “… es un derecho humano el obtener todas las
garantías que permitan alcanzar decisiones justas, no estando la administración excluida de
cumplir con ese deber... La justicia, realizada a través del debido proceso legal, como verdadero
valor jurídicamente protegido, se debe garantizar en todo proceso disciplinario, y los Estados no
pueden sustraerse de esa obligación argumentando que no se aplican las debidas garantías del
artículo 8 de la Convención Americana en el caso de sanciones disciplinarias y no penales.
Permitirle a los Estados dicha interpretación equivaldría a dejar a su libre voluntad la aplicación o
no del derecho de toda persona a un debido proceso...” (Párrafo 129).
La CSJN en “Fallos” 335:1126 ha tenido oportunidad de ajustar su doctrina a tal decisorio,
descartando que el carácter administrativo del procedimiento sumarial pueda erigirse en un óbice
para la aplicación de los principios reseñados “…pues en el estado de derecho la vigencia de las
garantías enunciadas por el art. 8 de la citada Convención no se encuentra limitada al Poder
Judicial -en el ejercicio eminente de tal función- sino que deben ser respetadas por todo órgano o
autoridad pública al que le hubieran sido asignadas funciones materialmente jurisdiccionales (…)
tampoco es óbice a la aplicación de las mencionadas garantías la circunstancia de que las
sanciones como las aplicadas por el Banco Central en el caso de autos hayan sido calificadas por
la jurisprudencia de esta Corte como de carácter disciplinario y no penal”.
la jurisprudencia de la CIDH y de nuestra Corte aprecian que la garantía del debido proceso resulta
aplicable en el campo de los procedimientos administrativos “…y en cualquier otro procedimiento
cuya decisión pueda afectar los derechos de las personas" (párr. 127 del Caso “Baena”), deviene
inadmisible mantener la teoría de la subsanación en los términos bosquejados por la CSJN como
herramienta válida para soslayar groseras violaciones al derecho de defensa. Por tanto, se impone
una estimable rectificación judicial que destierre definitivamente la citada doctrina anacrónica.
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