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abril de 2012
La resurrección de Lázaro
Jn11, 1-44
El pasaje
1 Había caído enfermo un cierto Lázaro, de Betania, la
aldea de María y de Marta, su hermana. 2 María era la que ungió
al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el
enfermo era su hermano Lázaro. 3 Las hermanas le mandaron
recado a Jesús diciendo: «Señor, al que tú amas está enfermo». 4
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para la muerte, sino
que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». 5 Jesús
amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. 6 Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó
todavía dos días donde estaba. 7 Solo entonces dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». 8
Los discípulos le replicaron: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a
volver de nuevo allí?». 9 Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día no
tropieza, porque ve la luz de este mundo; 10 pero si camina de noche, tropieza porque la luz no
está en él». 11 Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo». 12
Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará». 13 Jesús se refería a su
muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. 14 Entonces Jesús les replicó
claramente: «Lázaro ha muerto, 15 y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para
que creáis. Y ahora vamos a él». 16 Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás
discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él». 17 Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba
ya cuatro días enterrado. 18 Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; 19 y muchos
judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.
20 Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se
quedó en casa. 21 Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi
hermano. 22 Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». 23 Jesús le
dijo: «Tu hermano resucitará». 24 Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el
último día». 25 Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya
muerto, vivirá; 26 y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». 27 Ella
le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al
mundo».
28 Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro
está ahí y te llama». 29 Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él: 30 porque Jesús no
había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. 31 Los
judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa,
la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. 32 Cuando llegó María adonde estaba
1
Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi
hermano». 33 Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se
conmovió en su espíritu, se estremeció 34 y preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado». Le
contestaron: «Señor, ven a verlo». 35 Jesús se echó a llorar. 36 Los judíos comentaban: «¡Cómo lo
quería!». 37 Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber
impedido que este muriera?». 38 Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era
una cavidad cubierta con una losa. 39 Dijo Jesús: «Quitad la losa». Marta, la hermana del
muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días». 40 Jesús le replicó: «¿No te he
dicho que si crees verás la gloria de Dios?». 41 Entonces quitaron la losa. Jesús. Levantando los
ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; 42 yo sé que tú me escuchas
siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». 43 Y
dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera». 44 El muerto salió, los pies y las manos
atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar».
Explicación
El pasaje que contemplamos este mes es el último del “Libro de los signos”. Forma un
conjunto de referencias con el primero de los signos, el de la conversión del agua en vino en
Caná de Galilea, y con el inmediatamente anterior, la curación del ciego de nacimiento.
Se desarrolla en Betania, lugar señalado por S. Juan y por los evangelios sinópticos,
como un lugar de descanso de Jesús en el entorno de Jerusalén. La mención a Marta, María y
Lázaro es menor en los evangelios sinópticos, ya que estos sólo cuentan un viaje de Jesús a
Jerusalén. Pero, aun así, son suficientes para conocer la veracidad de la íntima relación de
Jesús con estos tres hermanos.
En este episodio, las hermanas mandan recado a Jesús, que está a un día de viaje para
que se acerque a ver a su amigo que está muy enfermo. Jesús anticipa que no llegará a tiempo
y, en efecto, cuando llega (cuatro días después), Lázaro había muerto antes de que Jesús
pudiera llegar. Ante el dolor de Marta y María, Jesús acude a la tumba de su amigo y realiza un
signo grandioso. Llevando ya cuatro días en la tumba, Jesús manda que retiren la lápida, ora al
Padre y llama a Lázaro, que regresa de la muerte a la vida.
Juan señala cómo este episodio despierta la fe en muchos judíos y provoca en los jefes
de los sacerdotes la decisión final de la muerte de Jesús.
La fe de los discípulos
Con este milagro, S. Juan termina los signos a través de los cuales, Jesús ha ido
iluminando los ojos de los discípulos de modo que ellos puedan conocer quién es Él. Así, si en
el milagro de Caná, concluye diciendo que en dicho signo Jesús manifestó su gloria y los
discípulos creyeron en Él, en el diálogo inicial de este signo vemos el mismo tema. «Esta
enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de
Dios sea glorificado por ella» (v.4) y «Lázaro ha muerto,
15
y me alegro por vosotros de que no
2
hayamos estado allí, para que creáis» (v.15). A través de sus milagros y de las palabras con las
que Jesús los ha explicado, Jesús ha ido revelando a los hombres al Padre y a él mismo como su
Enviado. Esa es la glorificación. Al mismo tiempo, el enfrentamiento con los jefes del pueblo es
cada vez mayor y le conducirá a la mayor manifestación, la elevación en la Cruz y la Subida
junto al Padre en la Resurrección. En el capítulo 12, resumen de este de este libro de los
signos, Jesús dirá: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32).
En la Cruz y resucitado junto al Padre, Cristo Glorioso presenta ante los hombres la Verdad de
Dios en Él mismo.
A esta revelación, los discípulos responden por la fe. Por eso, el camino de la
glorificación y el de la fe de los discípulos está unido. Ante la glorificación, el discípulo ha de
responder. Ese es el juicio verdadero. El que crea, el que reconozca y acoja al Enviado del
Padre, se salvará. El poder de Jesús como Mesías, como Enviado y «el que había de venir»
(v.27) se manifestará en toda su fuerza al devolver la vida a un muerto.
Pero el camino de fe de los discípulos no acaba aquí. Será necesaria la fe Pascual, que
vea al Hijo crucificado y resucitado, que vea las llagas gloriosas. Pero para la fe pascual, es
necesario que también hayan visto estos acontecimientos, para que reconozcan que Jesucristo
es el Agua Viva que sacia la sed, el Pan Vivo que es Verdadero Alimento, la Luz que brilla en
medio de la oscuridad. La fe es una virtud que capacita para reconocer al Señor y esta se va
desarrollando a lo largo de toda nuestra historia.
Yo soy la resurrección y la vida
El diálogo, tanto con Marta como con María, permite a Jesús anunciar el significado del
milagro que va a realizar. Este diálogo comienza con una confesión sobre el poder de Jesús
sobre la enfermedad. Esta confesión abre la posibilidad para un signo que muestra el poder
más grande. Ya había dicho Jesús a los discípulos, que habiendo muerto Lázaro, la gloria, la
manifestación de su poder sería más grande.
En el diálogo con Marta, Jesús se declara como la resurrección y la vida. Jesús es Dios
de vivos y muertos. Para aquellos que han pasado por el trance de la muerte física, Jesús es
capaz de dar vida; vida más allá de la muerte. Su poder no queda limitado a este mundo, sino
que va más allá de las fronteras de la muerte. «El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá»
(v.25). Y para todos, Jesús es Vida. La vida de la que habla Jesús no es la existencia natural, sino
la relación eterna con el Padre, fundamento de toda existencia, y plenitud de la vida mortal. La
Vida Eterna, comunión con el Padre por Cristo y en el Espíritu Santo, es una vida que ya es
3
vivida por todo aquel que, por la fe está unido a Jesucristo: «y el que está vivo y cree en mí, no
morirá para siempre» (v.26). La existencia del que está unido a Él no cae en la muerte eterna.
En el diálogo con María se cumple lo que Jesús ha anunciado a Marta. En el llanto de
María Jesús ve su sufrimiento por la muerte de Lázaro y se estremece ante la presencia del
poder del mal. Este estremecimiento nace del entrañable amor de Jesús al hombre. Así Jesús
toma parte en el sufrimiento que al hombre produce la enfermedad y la muerte.
Seguidamente, Jesús pide ir a la tumba donde yace Lázaro sin vida. Ante Jesús de nuevo
presenta S. Juan las distintas posturas del hombre. Unos reconocen el amor de Jesús; otros
sospechan de este amor y se quejan, pues parece que no ha hecho nada por su amigo.
Jesús se conmueve de nuevo en lo profundo de su corazón y ante la losa quitada llama
con voz poderosa a Lázaro, que vuelve de la muerte. Jesús cumple lo que había dicho el
profeta Isaías: «Yo te formé y te he destinado…para decir a los presos: «Salid», y a los que están
en tinieblas: «Mostraos»» (Is 49, 8-9). Jesús revela que tiene poder para dar la vida natural a
uno que ha muerto y así, la Vida Eterna a todos los que creen en Él y, al final de los tiempos, la
resurrección de la carne. Jesús es la Palabra que en el principio estaba junto al Padre. En ella
estaba la vida (cf. Jn 1, 4) La vida mortal es un camino en el que, por la fe, recibimos la Vida
Eterna. Y esta Vida Eterna perdurará en Dios al final del tiempo que ahora vivimos con la
resurrección de la carne en un cielo nuevo y una tierra nueva.
La muerte ya no tiene poder sobre nosotros si creemos en Jesucristo y nada puede
separarnos de Él, ni siquiera la muerte del cuerpo. Este milagro de Jesús nos llena de
esperanza y anuncia su propia resurrección que estamos celebrando estos días de Pascua. El
Resucitado es fuente de vida verdadera.
Examen

La fe es una virtud que se va fortaleciendo a medida que recorremos nuestra
vida junto a Jesucristo. ¿Cómo es mi fe en relación a hace algunos años? ¿Veo
que mi relación con Cristo es más fuerte? O por el contrario, ¿veo que estoy
parado y más alejado o paralizado?

¿Cómo está en mí la fe pascual? ¿Creo que Jesucristo quiere darme vida ahora
y después de la muerte? ¿Temo a la muerte física? ¿Por qué, qué creo que
pasará después?

¿Vivo con esperanza (aun en el sufrimiento) la muerte de aquellos más
queridos para mí?
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