Cuad 35.indd - Dirección del Trabajo

Anuncio
DIVISIÓN
DE
ESTUDIOS
DIRECCIÓN DEL TRABAJO
CUADERNO DE
INVESTIGACIÓN
Nº35
INEQUIDADES DE GÉNERO EN EL MERCADO LABORAL:
EL ROL DE LA DIVISIÓN SEXUAL DEL TRABAJO
Verónica Uribe-Echevarría B.
Socióloga
Santiago, noviembre de 2008
PRÓLOGO
“Las diferencias salariales constituyen una de las caras más visibles, más
desafiantes y, sin duda, más ingratas de la discriminación de género.... Pero las
mujeres no sólo perciben ingresos menores que los de los hombres. También
presentan menores tasas de participación laboral, mayores tasas de desempleo,
vínculos más inestables con el trabajo remunerado y un perfil ocupacional muy
concentrado en los servicios y en los puestos de menor jerarquía”. Estas fueron
las palabras de la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, en el marco de
un seminario internacional realizado en el mes de agosto pasado.
Para la Dirección del Trabajo, contribuir a reducir las inequidades y a erradicar
la discriminación de género de la realidad laboral de nuestro país, ha sido un
permanente desafío. Para ello, en cada una de sus líneas de acción, ha asumido
la igualdad de derechos y la equidad de género como parte de su compromiso
institucional. La fiscalización focalizada en sectores de actividad feminizados,
incluyendo materias de género; la capacitación orientada a dirigentes y dirigentas
sindicales, poniendo especial énfasis en el liderazgo femenino; los avances en
generar más y mejor información estadística desagregada por sexo; y los estudios
e investigaciones que incluyen el análisis de género, siguiendo la orientación
de incorporar esta dimensión de manera transversal, son algunas expresiones de
dicho compromiso.
En esta ocasión, presentamos un nuevo número de la línea de publicaciones
Cuadernos de Investigación, “Inequidades de Género en el Mercado Laboral:
El Rol de la División Sexual del Trabajo”, realizado por la socióloga Verónica
Uribe-Echevarría, profesional de la División de Estudios de la Dirección del
Trabajo. Esta investigación nos entrega relevantes antecedentes en relación con
las significativas diferencias de género que, a pesar de los avances registrados en
las últimas décadas, persisten en la participación laboral y en los salarios.
El estudio es un aporte al diagnóstico objetivo para identificar los factores que
están presentes y que contribuyen a explicar la brecha de género que existe en
la participación económica y en los beneficios monetarios de esa participación.
5
Se desarrollan distintos enfoques teóricos que sirven para explicar el por qué
ocurren estas diferencias. Y luego, empleando los datos de la Encuesta Casen
2006, se mide el impacto de diferentes factores sobre la decisión de integrar el
mercado de trabajo y sobre las remuneraciones, de hombres y mujeres. Ambos
aspectos, como lo plantea la autora, son un importante desafío para las políticas
públicas y para avanzar en lo que la OIT ha denominado un “trabajo decente”
para trabajadores y trabajadoras.
Patricia Silva Meléndez
Abogada
Directora del Trabajo
6
ÍNDICE
PRESENTACIÓN.............................................................................................. 9
I. INTRODUCCIÓN Y ANTECEDENTES ................................................... 13
1. El problema: la brecha de participación laboral y salarios.............................. 13
2. El interés del problema para las políticas públicas.......................................... 16
3. La división sexual del trabajo en el origen del problema................................ 18
4. Teorías explicativas de la división sexual del trabajo...................................... 21
5. Implicancias del enfoque de género para las políticas públicas ......................24
6. La perspectiva que adopta este estudio ........................................................... 26
7. ¿Trato discriminatorio o construcciones socioculturales?............................... 28
II. DISCUSIÓN TEÓRICA............................................................................... 31
1. El enfoque de género: la perspectiva feminista .............................................. 31
1.1. El género como fundamento de la división sexual del trabajo........................ 31
1.2. El modelo producción-reproducción............................................................... 34
2. El enfoque económico neoclásico ................................................................... 38
2.1. La decisión de participación laboral................................................................. 38
2.2. Diferencias salariales y segregación ocupacional de género............................ 41
2.3. La crítica feminista al enfoque económico neoclásico ................................... 44
3. Teorías alternativas al modelo convencional................................................... 48
3.1. La perspectiva institucionalista: dualismo y segmentación del mercado laboral... 48
3.2. La economía marxista y el género .................................................................. 51
III. ASUMIENDO UNA PERSPECTIVA DE ANÁLISIS.............................. 55
1. Complementando visiones: las hipótesis del estudio....................................... 55
2. El soporte de la evidencia empírica................................................................. 60
7
IV. DISEÑO METODOLÓGICO..................................................................... 65
1. Los modelos a estimar...................................................................................... 65
2. Datos y muestra ............................................................................................... 66
3. Las variables explicativas en los modelos....................................................... 66
V. RESULTADOS............................................................................................... 71
1. Los determinantes de la decisión de participación laboral.............................. 71
1.1. La influencia de la familia en la participación económica de hombres y mujeres.. 71
1.2. El costo de oportunidad de no trabajar ............................................................ 73
1.3. Sustitos no mercantiles para el cuidado de los hijos........................................ 74
1.4. El efecto ingresos familiares.............................................................................75
1.5. La influencia de la maternidad para mujeres con y sin pareja ......................... 77
1.6. El efecto de la familia para mujeres con diferencial educacional ................... 80
2. Explicando los niveles de salario de mercado................................................. 83
2.1. La influencia de la familia sobre los salarios de hombres y mujeres .............. 83
2.2. Explicando la relación entre maternidad y salarios ......................................... 87
2.3. El efecto de la maternidad para mujeres con y sin pareja................................ 90
2.4. La influencia de la familia para mujeres con diferencial educacional.............. 92
2.5. El efecto de la paternidad para hombres con y sin educación superior............ 94
VI. RESUMEN Y CONCLUSIONES............................................................... 97
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS........................................................... 111
ANEXOS........................................................................................................... 117
8
PRESENTACIÓN
A la equiparación de las oportunidades educativas y de los niveles efectivos de
escolaridad entre ambos sexos, no le ha seguido una igualación de las condiciones en
el mercado laboral, persistiendo diferencias de género sustanciales en la participación
económica y en los beneficios monetarios de esa participación. De manera que, a
pesar de los avances observados en las últimas décadas, la tasa de participación
laboral masculina es considerablemente mayor a la femenina, al mismo tiempo que
persiste una brecha salarial de género significativa. Estas disparidades entre hombres
y mujeres se revelan importantes desde una perspectiva de comparación internacional,
aun en relación con países de igual o menor desarrollo. Ello, plantea importantes
desafíos para las políticas públicas, puesto que incrementar la incorporación de las
mujeres a la fuerza de trabajo, especialmente de aquellas que cuentan con menor
educación, puede contribuir a disminuir la desigualdad en la distribución del ingreso
entre los hogares, al mismo tiempo que a avanzar en la reducción de la pobreza. Por
su parte, las diferencias salariales entre ambos sexos, que son más significativas
entre las personas de mayor educación, constituyen un ámbito de acción relevante
para las políticas públicas, en la medida que reflejan principalmente una inequidad
en la distribución de costos y beneficios sociales y económicos.
En este contexto, el estudio se planteó como objetivo contribuir a explicar estas
diferencias, a partir de analizar cómo distintos factores, teóricamente relevantes,
influyen en la decisión de participación laboral y determinan la variación de los
niveles salariales de hombres y mujeres. Con esta finalidad, se utilizó la información
que proporciona la Encuesta CASEN 2006 para estimar modelos multivariados de
regresión, técnica que resulta particularmente idónea, puesto que permite reconocer
la dirección y la fuerza específica de cada variable explicativa, manteniendo constante
el resto de los factores que contribuyen a explicar los fenómenos de interés.
Los resultados del estudio evidencian el rol fundamental que juega la división sexual
del trabajo existente en los espacios de la reproducción y de la producción social para
la comprensión de las inequidades de género en el acceso y al interior del mercado
laboral. El estudio demostró que las diferencias de participación laboral entre ambos
sexos pueden atribuirse esencialmente a la división sexual del trabajo en el ámbito
doméstico. La distribución de roles y funciones dentro del hogar (que asigna a la
mujer el cuidado de los hijos y los quehaceres domésticos, mientras al hombre le
9
corresponde proveer a la familia), determina que las esferas productiva y reproductiva
se relacionen de manera inversa para hombres y mujeres. Para ellas, la asignación a
su rol convencional, hace que las responsabilidades de la esfera doméstica choquen
con sus expectativas en el mercado laboral, generándose una relación de tensión. En
especial el matrimonio, pero también los hijos, fundamentalmente los más pequeños
(cuyo cuidado es más difícil de sustituir en el mercado), diminuyen sustancialmente
sus opciones de integrar la fuerza de trabajo. La participación laboral masculina, en
cambio, se ve favorecida con el matrimonio y la paternidad, de manera que el trabajo
de mercado y la existencia familiar no son contradicciones para ellos, sino que su
compatibilidad está dada y asegurada en el rol masculino tradicional de proveedor.
Por su parte, si bien, para hombres y mujeres insertos en el mercado laboral, las
diferencias salariales no provienen directamente de la distribución de tareas según
género en la esfera doméstica, sí pueden explicarse por la división sexual del trabajo
al interior del sistema de producción, donde ambos géneros no se ven distribuidos de
modo igual entre los distintos sectores de actividad, tipos de ocupaciones y niveles
de responsabilidad dentro de los empleos.
Lo interesante es, sin embargo, que el hecho de trabajar en ocupaciones donde
predominan las mujeres reduce únicamente los salarios de las personas con educación
superior y de manera muy importante, mientras no influye en las remuneraciones
de aquellas poco cualificadas. Este resultado revela que la responsable de las
diferencias salariales entre hombres y mujeres es fundamentalmente la segregación
vertical de ocupaciones, es decir, la ubicación mayoritaria de las mujeres en los
escalones más bajos de las carreras profesionales, en los puestos de trabajo de menor
nivel y responsabilidad. Pero, también sugiere que es posible que profesiones u
ocupaciones técnicas típicamente femeninas no remuneren de igual forma el trabajo
que carreras profesionales masculinas, aunque el requerimiento de cualificaciones
u otros factores relevantes en la fijación de salarios sean similares. Si bien, entre
ocupaciones femeninas y masculinas que requieren de menores cualificaciones
no existen diferencias salariales, los resultados mostraron una reducción salarial
asociada a emplearse en sectores de actividad donde predominan las mujeres
únicamente para las personas que no cuentan con educación superior. Por lo tanto,
para las mujeres menos educadas no es el tipo trabajo lo que disminuye sus salarios,
sino la rama de actividad donde lo desempeñen. En todo caso, el efecto negativo del
tipo de ocupación sobre los salarios de las mujeres cualificadas es casi tres veces
más importante que el del sector de actividad para aquellas menos instruidas. Este
10
resultado ayuda a explicar porqué las diferencias salariales entre hombres y mujeres
con educación superior son más importantes.
El importante poder predictivo que muestra la división sexual trabajo sobre la
participación económica y los salarios de hombres y mujeres, hace evidente, al
mismo tiempo, lo fuertemente arraigadas que se encuentran las asignaciones de roles
sexuales tradicionales en la población chilena. En este sentido, la crítica efectuada
por la perspectiva de género al análisis económico convencional ha servido para
evidenciar que la división social de tareas entre ambos sexos en la esfera doméstica
y al interior del mercado de trabajo no puede entenderse sino como consecuencia
de los distintos roles, posiciones y funciones que social y culturalmente se les
asignan; sistema de relaciones sociales de género que se consolidó con el desarrollo
de la industrialización y con las justificaciones ideológicas que acompañaron este
proceso. De este modo, el género, en tanto categoría social estructural que alude a la
construcción social de lo femenino y lo masculino y las relaciones sociales de género,
es decir, las formas (subjetivas y materiales) en que la sociedad define los derechos,
las responsabilidades y las identidades de hombres y mujeres en relación con el otro,
constituyen un principio organizativo fundamental de los procesos de producción y
reproducción, con consecuencias importantes tanto para la decisión de integrar la
fuerza de trabajo como para los logros salariales de las mujeres en el mercado de
trabajo. En el primer caso, como demuestra este estudio, porque determinan roles
y responsabilidades distintas para hombres y mujeres en el ámbito de la familia;
en el segundo caso, porque contribuyen a la creación de funciones genéricas para
diferentes tipos de ocupaciones.
Así, como se discute a lo largo del documento, al integrar al análisis los factores
sociales y culturales que limitan y condicionan la participación en la esfera económica,
se hace evidente que las explicaciones ofrecidas por la economía convencional para
las disparidades de género en el mercado laboral (si bien son útiles proporcionando
elementos para predecir el efecto de la división sexual del trabajo sobre el acceso y
los logros al interior del mercado laboral, relevando el rol que juegan los factores
económicos familiares e individuales, las preferencias laborales, así como las
condicionantes relativas a la estructura ocupacional y sectorial) dan cuenta sólo de
relaciones parciales, puesto que parten de un dato exógeno no explicado: la división
sexual del trabajo. De esta manera, se toman como dadas las condiciones mismas que
hay que cambiar o, al menos, poner en cuestión para no perpetuar las inequidades de
género en el mercado de trabajo.
11
En definitiva, los resultados del estudio sugieren que, para equiparar las condiciones
económicas de hombres y mujeres se requiere de respuestas institucionales que
conlleven una modificación de las concepciones tradicionales sobre el rol y las
responsabilidades femeninas en el proceso de la reproducción y producción
social, que han estado detrás de las políticas públicas. Para avanzar en la equidad
de género, es necesario romper con la visión de que las mujeres deben asumir los
costos asociados a las labores de reproducción de la fuerza de trabajo (además de
cumplir un rol de abaratamiento de esos costes), mientras es la sociedad en general
la que se beneficia del trabajo reproductivo que ellas realizan. En este sentido, se
vuelve imprescindible el reconocimiento y la contabilización del valor económico
y social del trabajo doméstico, como factor de reproducción de la fuerza de trabajo,
y apuntar no a una reducción de esos costos (que existen y son necesarios para
el mantenimiento de la vida humana), sino más bien a su redistribución social o
colectivización. Políticas que sustenten la concepción de la reproducción de la vida
humana como una responsabilidad de ambos sexos y, en definitiva, de la sociedad en
conjunto, generando condiciones que permitan asumir el cuidado de los hijos (y los
costos asociados) como una responsabilidad social y parental y no exclusivamente
de las mujeres, pueden ser más efectivas para disminuir las desigualdades de género
en el mercado de trabajo. Si bien es cierto que ello supone modificaciones culturales
importantes a nivel de la ciudadanía, cambios que de hecho están teniendo lugar entre
las generaciones más jóvenes, no es menos cierto que las políticas públicas pueden
contribuir a propiciar y sostener estos cambios, por medio de generar condiciones
que vayan paulatinamente liberando a la mujer de la asunción prioritaria de las
responsabilidades sobre la reproducción social.
El presente estudio se ordena en los siguientes capítulos: En la introducción se
presentan antecedentes que informan el problema de estudio y lo sitúan en el marco
del interés de las políticas públicas. Junto con ello, se señala brevemente el enfoque
que se adopta para la comprensión de las diferencias de género en el acceso y al
interior del mercado laboral, relevando el rol, que desde distintas perspectivas teóricas
se atribuye a la división sexual del trabajo. En el segundo capítulo, se profundiza en
las distintas teorías explicativas de la división sexual del trabajo y se discuten a la luz
de la crítica realizada por la perspectiva feminista de género. En el capítulo tercero,
se señalan las hipótesis del estudio, que se derivan de la discusión teórica anterior,
junto con alguna evidencia que les otorga soporte empírico. Luego de describir
brevemente el diseño metodológico, se muestran los resultados de la investigación
en el capítulo quinto. Las conclusiones presentan un resumen del estudio y realzan
los principales hallazgos, al mismo tiempo que se realiza un esfuerzo por establecer
desafíos para las políticas laborales en materia género.
12
I. INTRODUCCIÓN Y ANTECEDENTES
1. El problema: la brecha de participación laboral y salarios
En palabras de Beck (1998), la conciencia se ha anticipado a las relaciones. El autor
señala que, junto con la igualdad jurídica entre hombre y mujer proclamada en la
Constitución, el acontecimiento más sobresaliente en el desarrollo de los países ha
sido la igualación revolucionaria en las oportunidades educativas. Sin embargo,
indica que a esta revolución educativa no le ha seguido una revolución en el mercado
laboral ni en el sistema ocupacional. Para Beck, la igualación de los presupuestos
(en la educación y en el derecho) tiene el efecto, paradójico en apariencia, de que el
plus de la igualdad trae más claramente a la conciencia las desigualdades que siguen
existiendo y se agudizan. De este modo, se ha establecido, con todos los contrastes,
oportunidades y contradicciones, la inequidad de género en la distribución de costos
y beneficios sociales y económicos, como una preocupación de orden político y
social.
Chile no está exento de esta situación. A la equiparación de las oportunidades
educativas y de los niveles efectivos de escolaridad entre ambos sexos1, no le ha
seguido una igualación de las condiciones en el mercado laboral, de manera que,
a pesar de los avances observados en las últimas décadas, persisten diferencias de
género sustanciales en la participación económica y en los beneficios monetarios de
esa participación.
En el país, la tasa de participación laboral2 de la mujer se mantuvo relativamente
estable durante las décadas de los 60’ y 70’, para luego incrementarse de manera
sostenida desde finales de los años 80’ (Larrañaga, 2006). Pese a los desarrollos
registrados en los últimos 15 años, donde la participación laboral femenina ha crecido
en casi 11 puntos porcentuales, pasando de un 32,5 por ciento en 1990 a un 43,2 por
ciento en el año 2006, ésta sigue siendo considerablemente más baja que para sus
1
Según datos del Censo 2002, las mujeres jóvenes (20-29 años) han incluso superado levemente el
promedio de años de estudio de los hombres del mismo tramo de edad: 11,8 mujeres y 11,7 hombres
en zonas urbanas; 9,1 mujeres y 8,8 hombres en zonas rurales.
2
La tasa de participación laboral refleja la proporción que representa la Fuerza de Trabajo (ocupados
y desocupados) sobre el total de la población en edad de trabajar, de 15 años y más.
13
congéneres (Encuesta Casen, 1990-2006, sobre la base de la PET3). En efecto, si se
considera sólo a la población en edad activa, se tiene que mientras el 77,8 por ciento
de los hombres entre 15 y 64 años integra la fuerza de trabajo, sólo el 49,5 por ciento
de las mujeres entre 15 y 59 años lo hace (Encuesta Casen, 2006, sobre la base de
la PEA4).
Al mismo tiempo, la tasa de participación laboral de las mujeres chilenas es
especialmente baja desde una perspectiva de comparación internacional. En relación
con otros 28 países del mundo, tanto desarrollados como en vías de desarrollo, Chile
se ubica como el tercer país con una menor incorporación laboral femenina, superando
sólo levemente a Honduras y México y mostrado una distancia considerable con
los países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Suecia, Holanda y Canadá), donde la
proporción de mujeres que integra la fuerza de trabajo supera el 75 por ciento; así
como también con otros países desarrollados como Estados Unidos, Alemania,
Austria y Australia, donde la tasa de participación femenina bordea el 70 por ciento
(Herrera y otros, 2006)5.
A su vez, en la medida en que las mujeres comienzan a integrarse en forma creciente
a la fuerza laboral, la estructura ocupacional se vuelve un lugar importante de la
estratificación de género, produciéndose sistemáticamente diferencias en las
variables distributivas, salarios y beneficios. En efecto, una vez que las mujeres
saltan la barrera de la inactividad y se integran al mercado laboral se enfrentan a
importantes inequidades de género en términos de remuneraciones y condiciones
laborales. Por ejemplo, entre la población laboral asalariada, las mujeres trabajan
en mayor proporción que los hombres sin contrato de trabajo escriturado (23,8%
vs. 17,4%, respectivamente), sin cotizaciones previsionales (24,2% vs. 17,1%), sin
afiliación al seguro de desempleo (39,2% v. 35,7%) y, también es ligeramente menor
su acceso a capacitación a través del empleo (15,2% vs. 16,4%). Al mismo tiempo,
existe una brecha de remuneraciones considerable entre hombres y mujeres que
trabajan de manera dependiente. Aunque la tendencia muestra que las diferencias
salariales entre ambos sexos se han reducido entre los años 1990 y 2006, las mujeres
reciben en promedio el 76,1 por ciento de los salarios de los hombres en el año
2006. Esta proporción equivalía, en el año 1990, a un 72,3 por ciento (Encuesta
3
Población en Edad de Trabajar (de 15 años y más).
4
Población en Edad Activa (hombres entre 15 y 64 años; mujeres entre 15 y 59 años).
5
Sobre la base de Encuestas de los distintos países, alrededor de 2004. Población femenina de 15 a 59
años.
14
Casen, 1990-2006, Asalariados). Esta diferencia es también importante desde una
perspectiva comparada, sobretodo en relación con la que se observa en los países
miembros de la Comunidad Europea, donde las mujeres perciben salarios que son
en promedio un 15 por ciento inferiores a los de los hombres (Comisión Europea,
2007).
Estas situaciones de desmedro y disparidad en el mercado de trabajo constituyen, a
su vez, un mecanismo desalentador de la participación laboral femenina. De modo
que, incrementar la incorporación de las mujeres al mercado laboral pasa también por
mejorar sus opciones de empleo. En este sentido, aunque los beneficios asociados a
las condiciones de trabajos pueden constituir un incentivo a la participación laboral
son, sin duda, los niveles de salarios los que determinan primeramente el costo de
oportunidad de no trabajar. Con todo lo señalado, el estudio se planteó como objetivo
analizar y contribuir a explicar la decisión de participación económica y los factores
que determinan la variación de los niveles salariales de hombres y mujeres en el
mercado laboral.
Finalmente, es necesario considerar que las diferencias de género en la participación
laboral y en los salarios no afectan por igual a toda la población, sino que varían de
manera sustancial según el nivel educacional alcanzado por las personas. En efecto,
la brecha de participación laboral es menor entre hombres y mujeres más educados:
mientras el 88,0 por ciento de las mujeres que han completado la educación
universitaria integra la fuerza de trabajo, sólo el 41,7 por ciento de aquellas que han
alcanzado hasta educación básica lo hace. La tasa de participación laboral masculina,
en cambio, es más similar a través de los distintos niveles educacionales y, menor es
la distancia entre los extremos educacionales: el 87,6 por ciento de los que cuentan
hasta con educación básica y el 96,9 por ciento de los universitarios integra la fuerza
de trabajo (Encuesta Casen, 2006, PEA de 25 años y más). De manera inversa, la
brecha de salarios entre hombres y mujeres crece a medida que aumenta el nivel
educacional. Por ejemplo, entre las personas sin educación formal, las mujeres
reciben el 76,6 por ciento de los salarios de los hombres. Entre las mujeres que han
completado la educación básica y media no hay mucha diferencia, ambos grupos
perciben alrededor del 70 por ciento de los ingresos de los hombres. Sin embargo,
aquellas que han terminado la educación superior ganan sólo el 61,4 por ciento de los
salarios de sus congéneres (Encuesta Casen, 2006, Asalariados).
De este modo, las disparidades entre los sexos en el mercado de trabajo no son
un fenómeno homogéneo sino que, por el contrario, tanto la relación entre sexo
15
y participación laboral como la relación entre sexo y salarios están especificadas
por los niveles educacionales alcanzados por la población. De ello se deriva que,
mientras el ‘problema principal’ de las mujeres poco cualificadas es el de no poder
acceder a la fuerza de trabajo, el de aquellas mejor educadas es el de recibir salarios
inferiores a los de los hombres.
2. El interés del problema para las políticas públicas
Ahora bien, en qué medida estas disparidades entre hombres y mujeres en el mercado
laboral constituyen un problema o un ámbito de acción relevante para las políticas
públicas. Al respecto, es posible sostener que la incorporación parcial de las mujeres
a la fuerza de trabajo, especialmente, de aquellas que cuentan con menor educación,
cobra importancia por su relación con la desigualdad económica y la pobreza. En
efecto, la alta desigualdad en la distribución del ingreso de los hogares es en buena
medida el resultado de que las mujeres con más educación y, por lo tanto, con más
ingresos, son las que están más integradas al mercado de trabajo (Tironi y otros,
2006). Paralelamente, ha crecido el consenso en relación con que para avanzar en
la disminución de la pobreza se requiere, cada vez más, de la existencia de dos
ingresos del trabajo en los hogares. Esto, considerando los bajos niveles de salario
que prevalecen en el mercado (el salario promedio de los chilenos es de alrededor de
2,5 salarios mínimos) y el hecho de que más del 80 por ciento de los ingresos totales
con que cuentan las personas y las familias provienen del trabajo. En efecto, los
hogares donde ambos cónyuges trabajan tienen una menor probabilidad de ubicarse
en los deciles de menores ingresos. En el primer decil, el porcentaje de hogares
donde ambos cónyuges trabajan alcanza sólo un 9,2 por ciento; esta proporción se
eleva sostenidamente a medida que se avanza en los deciles de ingreso hasta alcanzar
un 66,2 por ciento en el X decil (Encuesta Casen, 2006).
En definitiva, aumentar las oportunidades laborales de todas las mujeres tendrá
en consecuencia el efecto de disminuir directamente la desigualdad y la pobreza.
Pero también, al mismo tiempo que la reducción de la pobreza puede contribuir
al incremento de la igualdad, se ha sostenido que la elevada desigualdad en la
distribución del ingreso atenta contra el proceso de desarrollo en sí y afecta las tasas
de crecimiento económico, además de explicar en gran medida la falta de avances
en la reducción de la pobreza. La desigualdad en el ingreso ha sido identificada por
el Banco Mundial como un obstáculo doble a la reducción de la pobreza, señalando
que si el crecimiento estuviera acompañado de una disminución de la desigualdad,
sería más favorable a los pobres (Espino, 2006).
16
Ahora bien, en la medida que la distinción entre diferencias discriminatorias y no
discriminatorias por sexo, edad, etnia u otra condición está institucionalizada en
el sistema legal, es tentativo concluir que las diferencias salariales entre hombres
y mujeres no son un asunto que concierna a las políticas públicas, a menos que
resulten de discriminación empresarial. Es probable que por ello, parte importante
de la investigación se haya orientado a determinar cuánto de estas diferencias pueden
atribuirse a razones de discriminación. Se considera que existe discriminación
salarial por razones de género cuando dos individuos con las mismas características
económicas reciben diferentes salarios solamente por su sexo (Stiglitz, 1973, citado en
Tenjo y otros, 2005). En este sentido, los estudios que se centran en las explicaciones
por el lado de la demanda de trabajo, atribuyen a discriminación las desigualdades de
ingresos que persisten entre trabajadores con las mismas cualificaciones (educación
y experiencia laboral) en iguales trabajos. Vale decir, interpretan cualquier residuo
no explicado por dichas características como un indicador de discriminación. De esta
manera, aunque es probable que parte de las diferencias salariales entre hombres y
mujeres se deban a razones genuinas de discriminación (a modo de trato diferenciado
entre individuos ‘igualmente productivos’), ello no puede corroborarse con certeza,
puesto que en general no están disponibles -para la investigación- medidas directas
y específicas de discriminación y de productividad en el trabajo. En este punto se
hará hincapié más adelante, cuando se de cuenta de la perspectiva que adoptará este
estudio para explicar las diferencias salariales de género.
En todo caso, como bien plantean Budig y England (2001), más allá de que sea un
tema de discriminación o no, o que responda enteramente a las características de
la oferta de trabajo femenina y sus preferencias ocupacionales, lo cierto es que las
diferencias salariales entre hombres y mujeres en el mercado laboral reflejan una
inequidad en la distribución de costos y beneficios, en el sentido de que ellas asumen
la mayor parte de los costos asociados a las labores de reproducción de la fuerza
de trabajo (además de cumplir un rol de abaratamiento de esos costes), mientras es
la sociedad en general la que se beneficia del trabajo reproductivo no remunerado
de las mujeres. Para una sociedad en que preocupa la equidad, el bienestar social
no sólo depende de la eficiencia, sino también de cómo la riqueza se distribuye en
la población. Por lo tanto, el beneficio social será mayor cuánto más equitativa sea
la distribución de beneficios netos de costos. En este sentido, cobra importancia el
reconocimiento social del trabajo doméstico que realizan las mujeres, contabilizar
su aporte económico como factor de reproducción de la fuerza de trabajo y apuntar a
una redistribución o colectivización de esos costos, para no perpetuar las inequidades
de género en el mercado de trabajo.
17
3. La división sexual del trabajo en el origen del problema
Desde distintos enfoques y perspectivas teóricas se considera que la ‘división sexual
del trabajo’ en la sociedad es el mecanismo central a través del cual se producen
sistemáticamente diferencias en la participación laboral y en los salarios de hombres
y mujeres. La ‘división sexual del trabajo’ hace referencia al reparto social de tareas
o actividades según sexo-género. El concepto refiere a la existencia de procesos de
sexualización de la ‘división social’ y ‘técnica’ del trabajo, a una inserción diferenciada
de hombres y mujeres en la división del trabajo existente en los espacios de la
reproducción y en los de la producción social que se expresa: a) En el espacio de la
reproducción: en la segregación o concentración de las mujeres en las tareas domésticas.
b) En el ámbito de la producción: en la segregación ocupacional o concentración de
las mujeres en determinados sectores de actividad, ocupaciones y puestos de trabajo
específicos (England, 2005; Brunet y Alarcón, 2005; Ginés, 2007).
En efecto, mientras que la concentración de la mujer en el trabajo doméstico es
prácticamente universal, en las actividades no-domésticas, como afirma Hakim
(1979), la mayoría de las ocupaciones están estereotipadas como masculinas o
femeninas. Esto ocurre cuando el porcentaje de mujeres o de hombres es mayor
que su peso en el empleo total; o cuando hay ocupaciones típicamente femeninas o
masculinas (70%). A su vez, según este autor, la segregación ocupacional puede ser
horizontal: cuando hombres y mujeres trabajan en distintos tipos de ocupaciones. O,
vertical: cuando los hombres dominan las ocupaciones en la parte alta de la escala
profesional o tienen carreras mejores y más rápidas dentro de las ocupaciones,
mientras las mujeres se ubican principalmente en los escalones más bajos.
La vigencia de la ‘división sexual del trabajo’, es corroborada por la información
disponible. No obstante que las diferencias en la distribución del uso del tiempo
entre ambos sexos son menos pronunciadas que las que existieron en el modelo
convencional, según el cual trabaja en forma remunerada exclusivamente el
hombre y la mujer permanece en el hogar, en todas partes, el tiempo promedio de
trabajo remunerado de los hombres sigue siendo mayor que el de las mujeres e,
inversamente, el tiempo doméstico continúa siendo más femenino. En este sentido,
la situación chilena es paradigmática. Comparando la información proporcionada
por la Encuesta sobre Uso del Tiempo (1999)6 con la disponible para 6 países
6
Implementada por la Dirección de Estudios Sociológicos de la Universidad Católica, DESUC, 1999.
18
desarrollados7, Herrera y Valenzuela (2006) concluyen que la distribución por sexo
entre trabajo remunerado y doméstico es especialmente desigual en Chile. En efecto,
entre los hombres chilenos, el 73 por ciento del tiempo de trabajo total (doméstico
y laboral) es destinado al trabajo remunerado y sólo 27 por ciento a actividades
domésticas, relación que en los otros países considerados es de 60 vs. 40 por ciento.
La distribución entre trabajo productivo y reproductivo para las mujeres es justamente
la contraria, 27 vs. 73 por ciento respectivamente, mientras en el resto de los países
esta relación es de 36/64. Así, los hombres chilenos trabajan más que en otros países
y muestran un compromiso doméstico particularmente bajo. A la inversa, las mujeres
en Chile trabajan menos de manera remunerada y destinan un tiempo mayor a las
labores domésticas.
Por su parte, en nuestro país, la diferencia en la distribución del tiempo persiste entre
hombres y mujeres que trabajan remuneradamente, aunque en forma más atenuada.
La mujer que trabaja fuera del hogar, lo hace menos tiempo que el hombre (380 vs.
488 min. diarios), pero dedica mayor tiempo a las tareas domésticas (189 vs. 68
min. diarios). Ahora bien, las mujeres que trabajan y tienen hijos menores de 5 años
presentan los promedios más altos de tiempo total de trabajo (laboral y doméstico)
en la población chilena. La diferencia entre una mujer que trabaja con hijos menores
y una sin hijos es muy pronunciada (605 vs. 512 min. diarios). Aunque, las mujeres
con hijos pequeños trabajan menos tiempo remuneradamente que las mujeres sin
hijos (323 vs. 346), dedican una gran cantidad de tiempo al trabajo doméstico (283
vs. 166 min. diarios). La diferencia entre hombres que trabajan con o sin hijos, en el
tiempo total ocupado, es más estrecha (588 vs. 537): los hombres con hijos pequeños
dedican más tiempo al trabajo doméstico que los hombres sin hijos (94 vs. 65 min.
diarios), pero también más tiempo al trabajo remunerado (494 vs. 472 min. diarios).
El impacto de los hijos escolares sobre la distribución del tiempo sigue el mismo
patrón, pero en forma más atenuada para ambos sexos.
En definitiva, el que la responsabilidad de compatibilizar la vida familiar con la vida
laboral recaiga aún hoy en las mujeres refleja la vigencia de la división sexual del
trabajo existente en la sociedad. Los datos muestran que aunque las mujeres trabajen
de manera remunerada, siguen estando a cargo de la mayor parte de las tareas del
hogar. Este resultado es válido tanto cuando se tiene como cuando no se tiene
7
Bélgica, Alemania, Francia, Reino Unido, Suecia, EEUU. Fuente: EUROSTAT 1999-2001, ATUS
2003 (EE.UU.).
19
hijos, aunque la maternidad sitúa a las mujeres en una posición más desventajosa,
especialmente cuando los hijos son muy pequeños.
Finalmente, es de interés señalar, que alguna evidencia internacional no ha encontrado
diferencias de clase en el número promedio de horas dedicadas al trabajo doméstico
por hombres y mujeres (Rubin, 1976; Berk y Berk, 1978; Coverman, 1983). Sin
embargo, otros estudios han mostrado que las mujeres de clase media y alta realizan
menos trabajo doméstico que las de clase baja. La evidencia para el caso chileno va
en esta dirección. Entre las personas que trabajan, las mujeres de clase alta dedican
menos tiempo al trabajo doméstico que las de clase baja (175 vs. 196 min. diarios),
debido probablemente a que poseen más recursos para contratar, en el mercado,
sustitutos de su labor doméstica. Por su parte, el compromiso doméstico del hombre
chileno es mayor en el nivel socioeconómico alto (74 vs. 59 min. diarios). De ello,
resulta que la distribución entre tiempo de trabajo doméstico y laboral es más desigual
entre las personas de menor nivel socioeconómico.
Ahora bien, en relación con la división del trabajo existente en los espacios de
la producción, hombres y mujeres no se ven distribuidos de modo igual entre los
sectores de actividad, los tipos de ocupaciones y los niveles de responsabilidad. En
efecto, se observa que casi dos tercios de las mujeres están concentradas en solamente
3 de las 34 actividades económicas, cuando se las clasifica a dos dígitos a partir de la
CIIU8: comercio al por menor (19,8%), servicios personales y domésticos (19,4%) y
servicios sociales y comunales (18,8%). Al mismo tiempo, dentro de estas ramas de
actividad, las mujeres están empleadas en un rango reducido de ocupaciones, según
lo establece la CIUO9. Se concentran en el grupo de los trabajadores no calificados
(26%), específicamente en el que desempeña empleos de ventas y servicios (21,3%),
ejerciendo labores de personal doméstico; limpiadoras de oficinas, hoteles y otros
establecimientos y vendedoras a domicilio y por teléfono. Un 24,2 por ciento, también
en ocupaciones de servicios y comercio, desempeña laborales de mayor cualificación:
un 12,2 por ciento ejerce como vendedoras y demostradoras de tiendas y un 12 por
ciento como trabajadoras cualificadas de los servicios (cocineras, camareras, niñeras,
ayudantes de enfermería a domicilio, peluqueras, especialistas en belleza y afines).
El 13,6 por ciento son empleadas de oficina, la mayoría, el 9,3 por ciento, son
oficinistas (específicamente secretarias, 6%) y el resto empleadas de trato directo con
8
Clasificación Industrial Internacional Uniforme (CIIU), OEA, 1976.
9
Clasificación Internacional Uniforme de Ocupaciones (CIUO), OIT, 1988.
20
el público (4,3%), especialmente cajeras, recepcionistas, empleadas de informaciones
y telefonistas. Del 10,4 por ciento que ejerce cargos profesionales, la mitad son
profesionales de la enseñanza (5,2%), especialmente de la educación preescolar,
primaria y secundaria. En las profesiones técnicas y de nivel medio (9,9%) la mayoría
se desempeña en los servicios administrativos y afines (5,8%), pero también en la
educación y en la salud. Finalmente, dentro de los operarios y artesanos (6,3%)
trabajan como modistas, costureras y bordadoras (Encuesta Casen, 2006).
De esta manera, las mujeres están concentradas y ubicadas en ocupaciones que pueden
ser entendidas como una prolongación de aquellas tareas que tradicionalmente han
desempeñado en el hogar o, se les asignan actividades que son vistas como inherentes
a la condición femenina. Pero, al mismo tiempo, las mujeres se ven, en general,
excluidas de los puestos de poder y dirección. Sólo muestran una mayor presencia al
interior de las ocupaciones directivas en departamentos de personal y de relaciones
laborales, organizaciones humanitarias, el comercio minorista y las empresas de
restauración y hostelería. Los hombres, en cambio, tienen una participación bastante
más diversificada en las distintas ramas de actividad económica, de manera que están
más presentes en aquellos sectores donde las mujeres están poco representadas10 y se
ubican principalmente en los tipos de ocupaciones de los cuales las mujeres se ven
excluidas11. Por su parte, con excepción de aquellas ocupaciones de alto nivel donde
las mujeres se han abierto algún espacio (mencionadas arriba), los cargos directivos
y de poder, públicos y privados, son desempeñados casi en forma exclusiva por los
hombres.
4. Teorías explicativas de la división sexual del trabajo
Sobre el reparto social de tareas o actividades según género, que varía entre sociedades
y épocas históricas, existen teorías explicativas alternativas. El enfoque económico
10
Una proporción considerablemente mayor de hombres que de mujeres trabaja en la minería, la
construcción, el transporte, el sector de electricidad, gas y agua, la agricultura y la industria.
11
Son principalmente operarios en las industrias extractivas, la construcción, la metalurgia y la
mecánica; se dedican también a la conducción de vehículos y a la operación de equipos pesados
y móviles; en tercer lugar, se desempeñan como trabajadores no calificados de ventas y servicios
(mensajeros, repartidores, porteros, guardias, conserjes, barrenderos, vendedores ambulantes, etc.),
pero también son peones en las industrias extractivas. Como trabajadores calificados son agricultores
y se dedican a la explotación agropecuaria, forestal y pesquera. Están preferentemente en las
profesiones relacionadas con la física, química y matemática y de la ingeniería y en los trabajos
técnicos y profesionales medios de las mismas áreas.
21
neoclásico, perspectiva teórica predominante, entiende la división sexual del trabajo
como consecuencia de una estrategia de los miembros del hogar para maximizar el
bienestar familiar (Mincer, 1962; Becker, 1981), mientras las explicaciones de las
diferencias de género en ocupaciones y salarios se dividen en dos grandes modelos:
las que se centran en las características de la oferta de trabajo y sus preferencias
ocupacionales (Mincer y Polacheck, 1974; Schultz, 1961; Becker, 1975 y 1985) y
las que se fundamentan en la discriminación sexual en el mercado laboral. Entre los
diferentes modelos que se han desarrollado para dar cuenta de esta discriminación
salarial por razones de género destacan la teoría de la discriminación basada en ‘gustos’
o preferencias de Gary Becker (1971)12 y la teoría de discriminación estadística de
Kenneth Arrow (1971)13 y Edmund Phelps (1972)14. Como alternativa al modelo
económico convencional, la perspectiva económica institucionalista, desarrollada
originalmente por M. J. Piore (1983)15 y otros autores16, afirma que la segregación
ocupacional y su resultante, las diferencias salariales entre hombres y mujeres,
reflejan aspectos no competitivos del mercado laboral: no se deben a diferencias de
productividad, sino a la existencia de un ‘mercado dual y segmentado’. Mientras, el
pensamiento marxista relativo al género se centra en el análisis de la naturaleza del
trabajo doméstico y su relación con el capital, considerando que la división sexual
del trabajo responde a las necesidades del capitalismo.
Aunque cualquier enfoque de la ‘división sexual del trabajo’ introduce en la
descripción de los comportamientos laborales alguna comparación entre hombres y
mujeres, la diferencia surge de las explicaciones que se dan. Ante las distintas teorías
explicativas de la división sexual del trabajo, el enfoque de género en la investigación
económica y social ha sido introducido por los análisis feministas17 como crítica
12
Ver, Becker, G. 1971. “The Economies of Discrimination”. Chicago: Chicago University Press, 2nd ed.
13
Ver, Arrow, K. 1971. “Models of Job Discrimination”. In Racial Discrimination and Economic Life.
Ed. A. H. Pascal Lexington Books.
14
Ver, Phelps, E. 1972. “The Statistical Theory of Racism and Sexism”. American Economic Review,
62:4, pp. 659-661.
15
Ver, Piore, M. J. 1983. “Notas para una Teoría de la Estratificación del Mercado de Trabajo” en
AA.VV.: El Mercado de Trabajo: Teorías y Aplicaciones. Compilación y edición de Luis Toharia,
Alianza Universidad Textos, Madrid.
16
Ver, Doeringer, P. y Piore, M. 1971. “Internal Labor Markets and Manpower Analysis”. Lexintog,
Ma. D.C. Heath and Co.
17
Benería, 1984, 1999; Benería y Roldán, 1992; Carrasco, 1992 y 1999; Carrasco y Domínguez, 2003;
Harding, 1995; Hartmann, 1979 y 1981; Blau y Ferber, 1992, Beechey, 1990; Parella, 2003; Borderías
y Carrasco, 1994, entre otros.
22
tanto a la economía neoclásica como a las perspectivas institucionalista y marxista,
por sustentar categorías de análisis ‘ciegas al género’ o ‘sexualmente neutras’ que
no consideran la importancia de los factores sociales y culturales en las restricciones
que enfrentan las mujeres en el acceso y al interior del mercado de trabajo. El género
es una categoría social estructural que alude a la construcción social de lo femenino
y lo masculino. Así, el concepto de género supone que existen relaciones sociales
entre los sexos, las que definen roles, funciones, posiciones y conductas sociales
distintas que inciden en las características de la participación en la economía. Desde
el enfoque de género la ‘división sexual del trabajo’ obedece -por tanto- a estos
modelos de conductas sociales considerados adecuados para cada sexo, a los patrones
de roles sexuales construidos social, cultural e históricamente. Estas asignaciones
determinan no sólo la distribución del trabajo en la esfera doméstica, sino también
la división de tareas existente al interior del mercado de trabajo (división técnica del
trabajo según género), donde las mujeres desempeñan empleos que pueden ser vistos
como una extensión de sus responsabilidades domésticas.
Ahora bien, el género puede considerarse un estratificador social, en la medida que
se enmarca en relaciones sociales de poder definidas por la lógica del patriarcado18.
El patriarcado, como estructura básica de nuestras sociedades, determina unas
relaciones de género basadas en la subordinación de las mujeres. De esta manera,
la división sexual del trabajo es entendida como un hecho asociado a las jerarquías
de género. A su vez, el patriarcado, al interactuar con la organización capitalista,
refuerza y perpetúa la subordinación de las mujeres. Así, se reconoce la existencia
de una vinculación entre la división social y técnica del trabajo en las sociedades
capitalistas y las relaciones sociales de género entendidas como relaciones de
poder. La división sexual de trabajo doméstico es perpetuada por la división sexual
del trabajo en el mercado y viceversa, constituyéndose en un círculo vicioso: las
mujeres, al ser responsables del trabajo doméstico, ocupan posiciones subsidiarias
en el mercado de trabajo y ello refuerza, a su vez, su dependencia de la familia
(Hartman, 1979 y 1981).
De este modo, los análisis feministas insisten en la interdependencia de las esferas de
la producción y la reproducción social y en la tensión que caracteriza a esta relación
para las mujeres. Tensión que se manifiesta en el hecho de que a pesar de que ellas se
18
Patriarcado es un término antropológico usado para definir la condición sociológica en que los
miembros masculinos de una sociedad tienden a predominar en posiciones de poder; mientras más
poderosa sea esta posición, más probabilidades que un miembro masculino retenga esa posición.
23
incorporan crecientemente al mercado de trabajo, siguen estando a cargo de la mayor
parte de las labores domésticas. Así, la necesidad de compatibilizar la vida familiar con
la vida laboral refleja la contradicción del proceso de individualización femenino. En
definitiva, para el enfoque de género sólo a través del análisis conjunto del mercado
y la familia es posible incorporar a las mujeres en el mundo empresarial.
5. Implicancias del enfoque de género para las políticas públicas
Los distintos enfoques teóricos no sólo difieren en las explicaciones que ofrecen para
la división sexual del trabajo y su resultante la brecha de participación y salarios
entre los sexos, sino que también, desde una perspectiva de orientación de la acción,
en las estrategias que proponen para su modificación. Desde la economía neoclásica
las estrategias se vinculan en general con modificaciones en los factores individuales,
en la socialización temprana, en la formación escolar y profesional, en la motivación
para los logros profesionales, etc. Desde la perspectiva marxista, la propuesta para la
superación de la división sexual del trabajo se subsume en la lucha contra el capital y
la sociedad de clases (Castaño, 1999; Carrasco, 1999; Ginés, 2007; Espino, 2006). El
interés de incorporar la perspectiva de género, es que la transformación de la división
sexual del trabajo no recae únicamente en la modificación de factores individuales
y estructurales, sino también culturales, sociales y políticos. Desde el enfoque de
género se desprende que donde hombres y mujeres quieren llevar una existencia
económicamente autónoma, esto no se puede dar ni en las asignaciones de roles
sexuales tradicionales ni en las estructuras institucionales del trabajo profesional,
el derecho social, la planificación urbana, las escuelas etc., que presupongan la
desigualdad de hombres y mujeres (Beck, 1998). Por tanto, equiparar las condiciones
de hombres y mujeres, requiere de respuestas institucionales que conlleven un
cambio en las concepciones tradicionales sobre el trabajo de la mujer que han estado
detrás de las políticas públicas. Pero, al mismo tiempo, se hacen necesarios cambios
culturales importantes a nivel de la ciudadanía.
Este último aspecto cobra especial relevancia en el caso de nuestro país, puesto que
las opiniones sobre el trabajo remunerado de la mujer y su efecto sobre el bienestar
de los hijos, reflejan actitudes de roles sexuales considerablemente tradicionales
(Encuesta Nacional Bicentenario UC-Adimark, 2006). Por ejemplo, un 62 por ciento
de la población esta muy de acuerdo con la afirmación “la familia se descuida si la
mujer tiene un trabajo a tiempo completo”; un 50 por ciento concuerda con que “es
mejor para la familia si el hombre trabaja y la mujer se queda en la casa” y, un 53
por ciento opina “que una madre que trabaja no establece una relación igual de
24
cercana con sus hijos como una madre que no trabaja”. Lo interesante es que estas
opiniones no se diferencian significativamente entre hombres y mujeres, revelando
que estas actitudes son preservadas y perpetuadas también por las valoraciones
femeninas.
Sin embargo, las opiniones respecto del trabajo de la mujer fuera del hogar son
considerablemente menos negativas entre la población más educada y de mayor nivel
de ingresos. Según Larrañaga (2006)19, cerca del 79 por ciento de las personas con 0
a 3 años de educación tienen una opinión negativa del trabajo de la mujer fuera del
hogar, comparado con un 44 por ciento de aquellas con 13 y más años de escolaridad.
Confirmando estos resultados, el citado sondeo realizado por UC-Adimark muestra
que un 41 por ciento de los encuestados del grupo ABC1 manifiesta su conformidad
con la afirmación “la familia se descuida si la mujer tiene un trabajo a tiempo
completo”; en cambio, este porcentaje alcanza un 71 por ciento entre aquellos que
pertenecen al grupo de menor nivel socioeconómico. En relación con la afirmación
“es mejor para la familia si el hombre trabaja y la mujer se queda en la casa” el
acuerdo es prácticamente 4 veces mayor entre las personas de nivel socioeconómico
bajo, en comparación con aquellas pertenecientes al grupo ABC1 (74 por ciento vs.
21 por ciento, respectivamente).
Esta evaluación del trabajo femenino remunerado es especialmente negativa cuando
se la compara con la que prevalece en otros países. En efecto, Larrañaga (2006)20,
señala que Chile obtiene un puntaje de 9,7 en una escala que va entre 1 y 2021, desde
menos favorable a más favorable, situándose como el segundo país con actitudes
más desfavorables hacia el trabajo de la mujer fuera del hogar, en comparación con
otros 24 países. Corroborando estos resultados, Herrera y otros (2006)22, muestran
que Chile se diferencia, especialmente, de otros países en cuanto a la evaluación que
tienen las personas del efecto del trabajo femenino sobre los hijos, en particular, de
19
Sobre la base de la Encuesta sobre Familia y Valores, CEP, 2002.
20
Sobre la base de los resultados de la Encuesta del CEP (2002) que son comparables internacionalmente;
Encuesta Mundial sobre Mujer y Familia, bajo la coordinación del Iternational Social Survey
Programme.
21
El índice se construyó a partir de 4 preguntas respecto de si la mujer debería trabajar en distintas
circunstancias: “después de casarse y antes de tener hijos”; “cuando se tiene un hijo preescolar”;
“después de que el hijo más pequeño comienza a ir al colegio” y “después de que los hijos abandonan
el hogar”.
22
Sobre la base de la Encuesta Mundial de Valores, 2000.
25
los más pequeños, ubicándose como el segundo país que más de acuerdo está en que
“un hijo preescolar está más predispuesto a sufrir si su madre trabaja” de entre 19
naciones consideradas, tanto desarrolladas como en vías de desarrollo.
En definitiva, se puede establecer que, la especialmente desigual distribución entre
tiempo laboral y doméstico entre hombres y mujeres chilenos se ve favorecida por
la persistencia de actitudes de roles significativamente convencionales. Por tanto,
es necesario considerar que la decisión de la asignación del tiempo entre trabajo
remunerado y actividades del hogar, que esté realizando una determinada población,
está influenciada por complejas preferencias en las cuales intervienen valores,
normas, pautas culturales y roles sociales. Así, los problemas de género en el mercado
de trabajo no pueden entenderse ni enfrentarse al margen de los condicionamientos
culturales y sociales previos y de las instituciones, normas y políticas que los
acuñan.
6. La perspectiva que adopta este estudio
Este estudio busca incorporar la perspectiva de género para abordar la comprensión
de las dificultades que enfrentan las mujeres en la esfera laboral. Desde el enfoque de
género la ‘división sexual del trabajo’ obedece a la construcción cultural e histórica
de relaciones sociales entre los sexos. Para este estudio, incorporar la perspectiva
de género en el análisis no supone, sin embargo, desconocer los aportes de las
otras teorías para la comprensión de las diferencias entre hombres y mujeres en el
mercado de trabajo. Más bien, se trata de enriquecer el análisis integrando en las
explicaciones los factores sociales y culturales que estas perspectivas han olvidado.
De esta manera, los distintos enfoques teóricos se consideran como complementarios,
aunque se utilizan principalmente los aportes de la perspectiva de género y del
enfoque económico neoclásico, que ha sido la perspectiva predominante.
Lo que se señala y se discute en mayor profundidad en la siguiente sección, es que
ciertamente, los enfoques que no consideran la importancia de las relaciones de género
tienen dificultad para explicar la ‘división sexual trabajo’. En las explicaciones que
dan la teoría económica neoclásica y la perspectiva institucionalista para el reparto
de actividades o tareas entre hombres y mujeres es posible identificar un problema
de causalidad. No queda claro si la división sexual del trabajo es la causa o la
consecuencia de las restricciones que enfrentan las mujeres en el mercado de trabajo.
Así, se utilizan categorías inapropiadas, ciegas al género y razonamientos circulares
que, de alguna manera, justifican que las mujeres sean concentradas en las tareas
26
reproductivas y en los peores puestos de trabajo y salarios por sus características
personales y profesionales (Castaño, 1999). La justificación se sostiene en el hecho
de que estas teorías, al no considerar la existencia de relaciones sociales de género,
tienden a ‘naturalizar’ el fenómeno de la división sexual del trabajo. Asociada a
factores biológicos y capacidades naturales o innatas de los sexos, la división sexual
del trabajo termina siendo un dato que no requiere explicación (Ginés, 2007). Sin
embargo, el valor de estas perspectivas está en que aun considerando la división del
trabajo como un dato exógeno, permiten predecir su influencia sobre la participación
laboral y los salarios.
Por su parte, el marxismo también es criticado por las nociones neutras al género, proletariado, explotación, producción y reproducción- y por la supuesta convergencia
natural de intereses económicos entre hombres y mujeres. El pensamiento marxista,
se centra en el análisis de la familia y el trabajo doméstico inmersos en la lógica
del capital, pero sin aceptar la preeminencia de la lógica del patriarcado. De esta
manera, la retórica de los intereses de clase elimina la posibilidad de la existencia de
intereses de género. Sin embargo, el pensamiento marxista relativo al género, es el
que más cerca ha estado siempre del pensamiento feminista, puesto que recupera el
carácter de ‘relación social’ de la división del trabajo y, centrándose en el análisis de
la naturaleza del trabajo doméstico y su relación con el capital, es la primera teoría
que reconoce el carácter económico de la producción doméstica. Considera que la
división sexual del trabajo responde a las necesidades del capitalismo, articulando
en las explicaciones las esferas de la producción y reproducción (Castaño, 1999;
Carrasco, 1999; Espino, 2006).
En suma, el estudio considera que las diferencias de participación laboral y
salarios entre hombres y mujeres provienen de dos fuentes principales: la división
social del trabajo y la división técnica de tareas según género. Es decir, se deben
fundamentalmente al efecto de las responsabilidades de las mujeres sobre el cuidado
de los hijos y las tareas del hogar y a la segregación ocupacional en el mercado
de trabajo. Y, que aunque los factores económicos familiares e individuales,
las preferencias laborales, así como las condicionantes relativas a la estructura
ocupacional e industrial juegan, sin duda, un papel importante en la explicación de
estas disparidades, estas relaciones son sólo parciales si se considera un modelo que
contemple la influencia de las relaciones sociales de género en la división sexual del
trabajo.
27
7. ¿Trato discriminatorio o construcciones socioculturales?
Ahora bien, es necesario hacer una aclaración adicional. Como se señaló, dentro
del enfoque económico neoclásico, las teorías explicativas de las diferencias de
género en ocupaciones y salarios se suelen dividir en dos grandes modelos: a)
Las explicaciones por el lado de la oferta: que se detienen en las características y
decisiones de los trabajadores individuales. Y, donde las diferencias de género en
ocupaciones y salarios se atribuyen, por una parte, a diferencias en la productividad
de los trabajadores surgidas de distintos niveles de inversión en capital humano,
educación y experiencia (teoría del capital humano) y, por otra, a diferencias en la
oferta laboral en términos de intenciones, actitudes y preferencias con las que hombres
y mujeres acceden al mercado de trabajo (teoría de diferencias compensatorias). b)
Las explicaciones por el lado de la demanda: que se centran en la discriminación
sexual en el mercado de trabajo, de modo que las disimilitudes en ganancias entre
hombres y mujeres se atribuyen a diferencias en las oportunidades disponibles
para cada sexo y, donde estas diferencias causadas por la discriminación pueden
producirse a través de distintos mecanismos: i) Discriminación salarial dentro del
trabajo: cuando las mujeres reciben un menor salario en un trabajo u ocupación dada
en un mismo negocio. ii) Discriminación de colocación: cuando las mujeres están
ubicadas diferencialmente en ocupaciones y negocios que difieren en los sueldos
que pagan, reflejándose la discriminación en los procesos ligados a la contratación
y promociones. iii) Discriminación valorativa: cuando las ocupaciones que están
primariamente en manos de las mujeres reciben salarios menores que aquellas que
realizan los hombres, aunque el requerimiento de cualificaciones u otros factores
relevantes en la fijación de salarios sean los mismos (Petersen y Morgan, 1995).
Como se señaló al comienzo, aunque es probable que parte de las diferencias
salariales de género se deban a razones genuinas de discriminación (a modo de trato
diferenciado entre individuos igualmente productivos), ello no puede corroborarse
con certeza, debido a la falta de medidas directas y específicas de discriminación y
de productividad en el trabajo. De hecho, es muy posible también que las diferencias
salariales que persisten entre hombres y mujeres con las mismas cualificaciones
(educación y experiencia) en ‘iguales’ trabajos se deban, en parte, a la dificultad de
medir con precisión la productividad laboral y las características específicas de cada
puesto de trabajo. Por ejemplo, incluso cuando las mujeres inviertan tanto en capital
humano como los hombres, sus responsabilidades domésticas pueden perjudicar
su productividad ‘en el empleo’ (por encontrarse más cansadas o estar ahorrando
energías, anticipando el trabajo que tienen que hacer en el hogar) y, de este modo,
28
reducir sus salarios. De otro lado, no es fácil, a partir de la información disponible en
las encuestas de empleo, conocer con exactitud el nivel efectivo de responsabilidad,
de carga de trabajo y de habilidades necesarias para un puesto de trabajo de específico,
características que pueden generar diferencias salariales justificadas.
Si ello fuera así, no se estaría en presencia de ‘discriminación salarial’, aunque aún
se podría argumentar a favor de la existencia de ‘discriminación de colocación’. Es
decir, que las mujeres podrían estar siendo discriminadas por los empleadores de las
ocupaciones y negocios típicamente masculinos mejor remuneradas o de los puestos
de trabajo de alto nivel reservados a los hombres y siendo excluidas de la promoción
en el trabajo. Sin embargo, en tal caso, cabría preguntarse si lo que efectivamente
estaría operando es la discriminación negativa en la contratación (basada en gustos,
preferencias o prejuicios personales) o, en realidad, la construcción cultural e
institucional de los mercados de trabajo específicos de género. Esta visión, que
proviene de la sociología, ha sido defendida por el feminismo, señalando que son los
modelos sociales y culturales de conducta considerados adecuados para cada sexo, las
prácticas empresariales y las preferencias de género que resultan de la socialización
de funciones de la familia y del ambiente y que contribuyen a la creación de funciones
genéricas para diferentes tipos de ocupaciones y negocios, lo que determina que las
mujeres sean contratadas y se desempeñen en un rango reducido y característico de
trabajos. Es decir, lo más probable es que las actitudes e ideas que llevan a calificar
ciertas ocupaciones y sectores de actividad como femeninos o apropiados para las
mujeres sean parte de un sistema social, y han sido aprendidas por la mayoría de los
empleadores e internalizadas por las mujeres en sus preferencias.
En este sentido, la organización de la reproducción social y la ideología prevaleciente
afectarían las prácticas empresariales, restringiendo la entrada de las mujeres en un
amplio rango de ocupaciones. A su vez, estos factores podrían verse reforzados por
los provenientes de la oferta de trabajo. Por ejemplo, es probable que las mujeres no
estén ocupando los puestos masculinos mejor remunerados o de alto nivel, debido
a que requieren de mayor energía, o bien, de alta demanda de viajes y de trabajo de
sobretiempo que les dificultaría compatibilizar el trabajo de mercado con los deberes
del hogar.
Ahora bien, desde la teoría de la discriminación, las menores remuneraciones que
prevalecen en las ocupaciones y actividades feminizadas han sido interpretadas como
consecuencia de la ‘discriminación valorativa’. Esto es, cuando las ocupaciones y
negocios que están primariamente en manos de las mujeres reciben salarios menores
29
que aquellas que realizan los hombres, aunque el requerimiento de cualificaciones u
otros factores relevantes en la fijación de salarios sean los mismos. Aunque, también
han sido atribuidas en forma indirecta a la ‘discriminación de contratación’. En este
argumento, provisto por el modelo ‘overcrowding’, desarrollado originalmente por
Bergmann (1974)23, las mujeres son excluidas por los empleadores de los trabajos
considerados masculinos, lo que genera que la oferta laboral para las ocupaciones
tradicionalmente femeninas sea mayor de lo que sería en ausencia de discriminación
de contratación. El exceso de oferta para estas ocupaciones deprime los salarios
y explica las menores remuneraciones en las ocupaciones feminizadas (England,
2005; Tenjo y otros, 2005; Espino, 2006).
Los argumentos feministas enfatizan, en cambio, el rol de los aspectos socioculturales
en la explicación de los menores salarios que prevalecen en las ocupaciones y
negocios propiamente femeninos, refiriéndose al sesgo cultural en contra del trabajo
de la mujer. Esto es, la concepción y valoración de la mujer como fuerza de trabajo
secundaria, que se sostiene en la visión de las mujeres como trabajadoras que
dedican sólo una parte de sus esfuerzos al trabajo y a la carrera profesional y que sólo
buscan un trabajo complementario al del marido. De este modo, en esta perspectiva,
lo que modifica o anula las consideraciones de mercado en la fijación de salarios
en ocupaciones predominantemente realizadas por mujeres es consecuencia de la
devaluación del trabajo femenino (Parella, 2003; Benería, 1984; Tam, 1997, citado
en Lago Peñas, 2002).
En definitiva, lo que teóricamente se ha interpretado como discriminación, bien
podría ser el efecto de la organización y división social del trabajo según género y
de las concepciones ideológicas que la acompañan, que condicionan las prácticas
empresariales y las decisiones laborales femeninas. Al respecto, en este estudio, se
prioriza el papel que juegan las relaciones sociales de género y las explicaciones
económicas centradas en las características de la oferta laboral en la determinación
de las disparidades entre hombres y mujeres en el mercado de trabajo. Así, la
investigación no está orientada a determinar el componente discriminatorio de estas
diferencias.
23
Véase Bergmann, B. 1974. “Occupational Segregation, Wages and Profits when Employers
Discriminate by Race or Sex”. Eastern Economic Journal, Vol. 1, Nº 2, pp. 103-110.
30
II. DISCUSIÓN TEÓRICA
A continuación se presentan las distintas teorías explicativas de la división sexual
del trabajo y se discuten a la luz de la crítica realizada por la perspectiva feminista
de género.
1. El enfoque de género: la perspectiva feminista
1.1. El género como fundamento de la división sexual del trabajo
Las economistas feministas, desde una perspectiva que enfatiza la problemática de
género y la interdependencia de las esferas de la producción y reproducción, realizan
la crítica tanto a la economía neoclásica como a los enfoques institucionalista y
marxista, por no incorporar las relaciones sociales entre los sexos, sustentando
categorías de análisis ‘ciegas al género’ o ‘sexualmente neutras’ que no consideran la
importancia de los factores sociales y culturales en las restricciones que enfrentan las
mujeres en el acceso y al interior del mercado de trabajo. Apuntan a la interrelación
entre los papeles productivos y reproductivos de las mujeres y consideran que las
desigualdades de género están relacionadas con el patriarcado. Reivindican una
aproximación multidisciplinar, en que las interpretaciones económicas se enriquezcan
con las aportaciones de otras disciplinas. De este modo, los temas económicos pierden
protagonismo en la investigación feminista, a favor de otras metodologías históricas,
sociológicas y antropológicas, de la psicología social, que permitan profundizar en
el estudio de la identidad de género. Esto es lógico, dado que la respuesta rigurosa
a los interrogantes económicos que plantea la problemática de género desborda el
ámbito exclusivo de la ciencia económica (Castaño, 1999; Brunet y Alarcón, 2005;
Ginés, 2007).
El género es una categoría social estructural que alude a la construcción social de lo
femenino y lo masculino. Incorporar la categoría de género al análisis económico y
social supone considerar la existencia de diferentes posiciones, funciones y valores
que corresponden a uno y otro sexo. Estas situaciones construidas social, cultural
e históricamente determinan intereses y problemas distintos en el área económica,
incidiendo en las características de la participación en la economía (la política y la
sociedad) de hombres y mujeres, en el aporte a su funcionamiento y en cuánto y
cómo aprovechan los frutos de los distintos procesos involucrados. De esta manera,
31
la perspectiva de género implica considerar la posibilidad de que el comportamiento
económico de hombres y mujeres sea diferente como consecuencia de los distintos
roles que socialmente se les asigna (Espino, 2006; Castaño, 1999).
El término género, más allá de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, se
refiere a un modo de ser, a un conjunto de creencias, rasgos de personalidad, actitudes,
valores, sentimientos, actividades y conductas que son socialmente distintas para
hombres y mujeres (Benería y Roldán, 1992). Por su parte, las relaciones de género
son las formas (subjetivas y materiales) en que una cultura o sociedad define los
derechos, las responsabilidades y las identidades de hombres y mujeres en relación
con el otro y, constituyen un principio organizativo fundamental de las sociedades
y de los procesos de producción y reproducción, consumo y distribución (Espino,
2006). Ahora bien, en el mismo sentido y de manera similar que la raza, la clase, la
etnia, la orientación sexual o la edad, el género puede considerarse un estratificador
social, en la medida que se enmarca en relaciones sociales de poder, en este caso,
definidas por la lógica del patriarcado (Espino, 2006). De esta manera, la división
sexual del trabajo puede ser entendida como un hecho asociado a las jerarquías
de género, donde el patriarcado, como estructura básica de nuestras sociedades,
determina unas relaciones de género basadas en la subordinación de las mujeres
(Brunet y Alarcón, 2005; Ginés, 2007).
El potencial que posee el término patriarcado para analizar a la familia, al mercado
y a la empresa está en el hecho de que hombres y mujeres no son considerados
iguales ni en la familia, ni en el mercado, ni en la empresa. Este trato desigual está
en los modelos de conductas sociales considerados adecuados para cada género,
modelos que dan cuenta tanto de la división social como técnica del trabajo (Brunet
y Alarcón, 2005). Vale decir, de la distribución entre las actividades productivas (que
generan ingresos y están en la órbita del mercado) y las vinculadas a la reproducción
(en el ámbito doméstico) socialmente asignadas a las mujeres. Pero también, de la
diferenciación de tareas que se produce al interior del sistema de producción, de
manera que las calificaciones, en tanto elemento central para la organización del
proceso de trabajo (un elemento técnico y de apariencia neutro frente al sexo de los
trabajadores), también están permeadas por las relaciones de género (Ginés, 2007).
En efecto, mientras que la concentración de la mujer en el trabajo doméstico es
prácticamente universal, en las actividades no-domésticas la división sexual del trabajo
es mucho más compleja y no puede explicarse únicamente a partir de las necesidades
del capital o de las circunstancias económicas, aunque éstas sean, sin duda, muy
32
importantes. De hecho, a la fuerza de trabajo femenina se la explica en función de
una serie de cualidades o características de género que se le atribuyen de manera
estereotipada y que determinan su ubicación en la producción en un orden jerárquico
de subordinación: su mayor sumisión y sometimiento a la disciplina del trabajo; su
mayor delicadeza, destreza manual y disciplina, especialmente para actividades que
requieren de precisión, cuidado y paciencia; pero también su mayor predisposición
a aceptar la flexibilidad laboral y los bajos salarios. Estas características son vistas
como inherentes a la condición femenina y no como resultado de un proceso de
socialización específico para las mujeres (Brunet y Alarcón, 2005).
En consecuencia, las mujeres son segregadas en aquellos espacios de la estructura
ocupacional donde el empleo se considera conforme a la ‘naturaleza’ femenina
o, se lo ve como una extensión de sus responsabilidades domésticas. Y, se les
asignan trabajos de poca estabilidad, compatibles con el cuidado de los hijos, baja
productividad y reducidos salarios, puesto que se define a la mujer como fuerza de
trabajo secundaria, como trabajadoras que dedican sólo una parte de sus esfuerzos
al trabajo y a la carrera profesional y cuyo salario es sólo un suplemento del ingreso
del hombre. Es así como el trabajo remunerado femenino se considera inferior al
masculino, no tanto por la tarea en sí misma, sino porque la conducta profesional
femenina se distingue de la masculina a causa de todo el proceso de socialización
y, también, por la propia experiencia en el trabajo doméstico, de manera que las
trabajadoras arrastran su inferioridad de estatus al puesto de trabajo (Benería, 1984 y
Parella, 2003). Así, los mecanismos que aseguran la segregación de las trabajadoras
en la jerárquica división técnica del trabajo, a los puestos poco calificados y peor
remunerados, evidencian que las relaciones sociales de género son constitutivas de
la división técnica del trabajo (Ginés, 2007).
Al mismo tiempo, se reconoce la existencia de una vinculación entre la división social
y técnica del trabajo en las sociedades capitalistas y las relaciones sociales de género
entendidas como relaciones de poder. La división sexual del trabajo doméstico es
perpetuada por la división sexual del trabajo en el mercado y viceversa. Es el control
patriarcal de oportunidades de empleo y los bajos salarios que se les pagan a las
mujeres, lo que las empuja hacia el matrimonio y las mantiene dependientes de los
hombres. Por su parte, las mujeres casadas deben realizar trabajos domésticos para
sus maridos, de modo que son los hombres los que disfrutan tanto de los salarios más
altos como de la división doméstica del trabajo. Esta división doméstica del trabajo,
a su vez, actúa debilitando la posición de las mujeres en el mercado de trabajo
(Brunet y Alarcón, 2005; Ginés, 2007). En suma, la división sexual del trabajo es la
33
consecuencia de la explotación de las mujeres por parte de los hombres en el seno de
la familia y tiene su reflejo en el mercado, donde las mujeres desempeñan empleos
que constituyen una prolongación de las tareas que tradicionalmente realizan en
el hogar, constituyéndose en un círculo vicioso: al ser responsables del trabajo
doméstico ocupan posiciones subsidiarias en el mercado laboral y ello refuerza, a su
vez, la dependencia de la familia (Hartman, 1979 y 1981).
En definitiva, los análisis feministas procuran hacer visible la idea de que las
relaciones de género pueden tener vínculos sistémicos con la economía y demostrar
que interactúan con los procesos de mercado, en la distribución de costos y beneficios,
que se traducen en diferencias sustanciales entre hombres y mujeres (Espino, 2006).
Al respecto, Harding (1995) llama la atención sobre el papel de las relaciones
patriarcales en el mercado. Para esta autora, capitalismo y patriarcado constituyen
dos estructuras sociales autónomas e interrelacionadas, cuyos intereses habrían
confluido en la retirada de las mujeres del mercado de trabajo, en la configuración de
la mano de obra femenina como subsidiaria y en la consiguiente subordinación de
las mujeres en la familia. Por tanto, capitalismo y patriarcado constituyen sistemas
autónomos de opresión y explotación que, al interactuar, refuerzan y perpetúan la
subordinación de las mujeres. Hartman (1979) entiende este proceso de continua
interacción de dos sistemas interrelacionados que se refuerzan mutuamente de la
siguiente manera: el capitalismo produce los puestos y el patriarcado produce a las
personas que ocuparán esos puestos de clase. De esta manera, se está ante la presencia
de una doble dominación inseparablemente económica y sexual, o más bien de una
causalidad recíproca en que la economía enmascara la división sexual. Así, cuando
la libre competencia profesional entre hombres y mujeres comienza a desempeñar su
papel, el orden sexual implacable interviene para mantener la distancia que el juego
económico no es capaz de asegurar por sí sólo (Brunet y Alarcón, 2005).
1.2. El modelo producción-reproducción
La crítica que efectúa el modelo producción-reproducción a la cultura patriarcal
ha servido para evidenciar que la división sexual del trabajo doméstico condiciona
y limita las posibilidades de inserción del género femenino en el trabajo extradoméstico, poniendo de relieve que sólo a través del análisis conjunto del mercado y
la familia es posible incorporar a las mujeres al mundo empresarial.
El trabajo doméstico es un factor de reproducción del sistema económico, en
la medida que éste puede entenderse formado por el proceso de producción y
34
reproducción material (esfera industrial) y el proceso de producción y reproducción
de las personas (esfera doméstica). Así, producción material y reproducción humana
son partes constituyentes de una totalidad, sin que las relaciones entre ellas sean
necesariamente de subordinación. Ambas, son entidades teóricas separadas con
una cierta autonomía relativa pero que, desde su funcionalidad reproductiva, están
totalmente integradas, al ser dos aspectos de un proceso único: la reproducción
de la sociedad. Esto significa que la producción requiere de materias primas y de
fuerza de trabajo y, ésta última, necesaria para el funcionamiento de la economía, se
reproduce al margen de las normas de producción de dicho sistema: su reproducción
y mantenimiento se realiza en la esfera doméstica. A su vez, la esfera doméstica para
reproducir a los individuos y reproducirse a sí misma, depende de la producción
industrial. La relación entre ambas esferas se concreta en las variables distributivas:
salarios y beneficios. Al no cubrir, por lo general, el salario los costes de reproducción
de la fuerza de trabajo, las unidades familiares se ven en la necesidad de transformar
en bienes terminados aquellos no directamente consumibles adquiridos en el mercado
(Carrasco, 1992:301).
Ahora bien, la separación de estas esferas y la división sexual del trabajo sobre la
cual la sociedad patriarcal se ha organizado jerárquicamente en torno a dos géneros,
el que produce y reproduce la vida humana y el que produce y administra los medios
que permiten la ampliación de la vida humana, se consolidó con el desarrollo de la
industrialización y con las justificaciones ideológicas que acompañaron este proceso
(Brunet y Alarcón, 2005). En palabras de Beck (1998) las esferas de la producción
y de la familia fueron separadas y creadas en el siglo XIX. Con la llegada de la
revolución industrial, el trabajo familiar y la producción para el mercado fueron
sometidos a principios organizativos contrapuestos24. También son diferentes, de una
manera histórica, las situaciones de vida que se crean y asignan con la separación de
familia y producción25. Al mismo tiempo, las situaciones de hombres y mujeres que
surgen así reposan en asignaciones a través del nacimiento. El reparto del trabajo
24
Mientras en el trabajo productivo entran en vigor las reglas del poder del mercado, en el trabajo
reproductivo se reclama naturalmente la realización gratuita del trabajo cotidiano. A la contractualidad
de las relaciones laborales se le contrapone la comunidad colectiva del matrimonio y la familia. La
movilidad y competencias individuales que se requieren para el ámbito de la producción chocan en
la familia con la contraexigencia de sacrificarse por el otro.
25
Los trabajos de producción son mediados a través del mercado y ejecutados a cambio de dinero,
encargarse de ello hace de los seres humanos autosustentadores. El trabajo familiar no remunerado
es asignado como dote natural, qua matrimonio, encargarse de él significa carecer de autonomía en
la manutención.
35
productivo y reproductivo (y ahí reside la base feudal de la sociedad industrial)
queda sustraído a la decisión y es asignado qua nacimiento y sexo. De esta manera,
la asignación a los caracteres sexuales es la base de la sociedad industrial y no una
reliquia tradicional. Sin la separación de roles femenino y masculino no existiría
la familia pequeña tradicional. Sin ésta, no existiría la sociedad industrial en su
esquematismo de trabajo y vida. Al igual que los contrastes de capital y trabajo,
los contrastes entre los sexos son entendidos por Beck (1998) como producto y
base del sistema industrial, en el sentido de que el trabajo retribuido presupone el
trabajo doméstico. La industrialización y la familia en las formas y asignaciones
tradicionales no se excluyen. En este sentido, la sociedad industrial quedó remitida a
las situaciones de desigualdad entre hombres y mujeres.
Sobre esta división se construyó el ideal burgués de la figura de ‘ama de casa’ y
‘madre amantísima’, modelo de mujer que en la primera mitad del siglo XX se
constituirá como hegemónico en el mundo occidental. La representación de la ‘buena
madre’ supone su presencia insustituible en la crianza a lo largo de los primeros años
de sus hijos (no sólo durante la lactancia). Así, el avance de la primera modernidad
fue consolidando la privatización y psicologización de la función materna, mientras
excluía a las madres de trabajo remunerado y las confinaba al ámbito privado
familiar. Ser una buena esposa significaba atender a los hijos en sus necesidades
físicas, sicológicas, emocionales y morales, marcar pautas de vida cotidiana, hacer
el seguimiento escolar, atender el hogar, al marido y estar disponible para cubrir las
necesidades del grupo doméstico las 24 horas del día. Ser padre significaba traer el
dinero a casa y marcar la ley dentro del hogar (Brunet y Alarcón, 2005).
Sin embargo, en la actualidad esta estricta división sexual del trabajo se ha venido
atenuando. Se ha impuesto la ‘doble presencia’ de las mujeres (trabajo remunerado
y trabajo doméstico) y empieza a reconocerse lentamente la importancia social y
económica del trabajo que ellas han venido realizando dentro del ámbito familiar.
Beck (1998), entiende este debilitamiento de la división sexual de tareas como
consecuencia del avance del proceso de individualización26, propio de la modernidad
avanzada (segunda mitad del siglo XX), en el transcurso del cual hombres y mujeres
26
Individualización, es el cambio social dentro de la modernidad, en cuyo transcurso los seres humanos
son liberados de las formas sociales de la sociedad industrial (clase, capa, familia, situaciones
sexuales de hombres y mujeres). Remitido a sí mismo y a su destino laboral individual, el individuo
se convierte en la unidad reproductiva de lo social en el mundo de la vida.
36
son liberados respecto de las asignaciones tradicionales de género. Ante la separación
de las esferas de la producción y de la familia, se observa una lucha y experimentación
con ‘formas de reunificación’ de trabajo y vida, trabajo doméstico y trabajo retribuido.
Ante la vinculación de las mujeres al abastecimiento matrimonial; su presión sobre
el mercado laboral. Ante la realización de los estereotipos femenino y masculino;
hoy la liberación de los seres humanos respecto de las nociones convencionales
de género. Sin embargo, advierte que en estos impulsos a la individualización es
posible reconocer una contratendencia a renovar la jerarquía de los estamentos
sexuales. Esto tiene consecuencias e implicancias distintas en cómo se relacionan
las esferas familiar y productiva para hombres y mujeres. La asignación al rol sexual
convencional hace que estos ámbitos, en el caso de las mujeres, se contradigan y que,
para los hombres, en cambio, se refuercen.
En efecto, en el proceso de individualización las mujeres enfrentan la contradicción
entre liberación respecto de las asignaciones femeninas tradicionales (propiciada
por los cambios históricos que han tenido lugar en especial en los ámbitos de la
sexualidad, el derecho y la educación) y la vinculación a las viejas asignaciones
en el nexo femenino de la vida. Al interés por asegurar su autonomía económica y
llevar una actividad profesional individualizadora (presionando sobre el mercado
laboral), se le sigue contraponiendo el interés por la relación de pareja y por la
maternidad. De este modo, las mujeres son desgarradas por la contradicción entre
liberación y vinculación a las asignaciones de roles tradicionales. Esto se refleja en
su conciencia y en su comportamiento. Las mujeres huyen del trabajo doméstico al
trabajo retribuido y viceversa y, en épocas diferentes, intentan mantener juntas, de
algún modo mediante decisiones contrapuestas, las condiciones divergentes de su
vida. Así, las exigencias familiares, chocan con las expectativas y exigencias del
mercado laboral, contradicción que pudo permanecer oculta mientras se pensó que
el matrimonio significaba para las mujeres la exclusión del trabajo.
La situación de los hombres es completamente distinta. En ellos coinciden la
seguridad económica autónoma y la vieja identidad de rol. Con otras palabras,
todos los componentes que desprenden a las mujeres del rol femenino tradicional
no existen para ellos (liberados del trabajo doméstico y llevando a cabo una
paternidad dosificada). En el nexo masculino de vida, la paternidad y el trabajo, la
autonomía económica y la existencia familiar no son contradicciones, sino que su
compatibilidad está dada y asegurada en el rol masculino tradicional de proveedor. La
individualización, en el sentido de llevar una vida mediada por el mercado, fortalece
37
el comportamiento masculino de rol, de manera que la esfera familiar es un factor
que no inhibe, sino que más bien obliga a ejercer la profesión.
En consecuencia, es necesario considerar en un proceso dinámico la interacción entre
la demanda de trabajo de la esfera de la producción y la oferta de trabajo condicionada
por las características de los distintos grupos sociales en la esfera reproductiva. Los
roles y responsabilidades en el proceso de la reproducción determinan las formas
de integración en el mercado laboral pero, a su vez, esta participación en el trabajo
repercute en la estructura familiar. En este sentido, los análisis feministas insisten en
la interdependencia de las esferas de la producción y la reproducción social y ponen
el acento en la tensión que caracteriza a esta relación para las mujeres. Tensión que
se manifiesta en el hecho de que a pesar que ellas se incorporan crecientemente
al mercado de trabajo, siguen estando a cargo de la mayor parte de las laborales
doméstica. De este modo, la necesidad de compatibilizar la vida familiar con la vida
laboral refleja la contradicción del proceso de individualización femenino (Castaño,
1999; Brunet y Alarcón, 2005; Beck, 1998).
2. El enfoque económico neoclásico
2.1. La decisión de participación laboral
a. La teoría de la oferta de trabajo aplicada al ámbito familiar y doméstico
Cuando desde el pensamiento económico neoclásico se intentan comprender las
razones del aumento de la participación laboral femenina desde la II Guerra Mundial,
se aplica la teoría de la oferta de trabajo al ámbito familiar y doméstico, relacionando
la decisión de participación económica con las de matrimonio y fertilidad. Según
la teoría económica de la oferta de trabajo como elección entre ocio y renta, los
individuos maximizan su utilidad (combinación óptima de bienes de consumo y
ocio) bajo restricciones de presupuesto y de tiempo, cuando la tasa marginal de
sustitución de renta por ocio iguala al salario de mercado. En este modelo todo
el tiempo no dedicado al ocio se supone dedicado al trabajo. Sin embargo, como
señaló Mincer (1962), las asignaciones de tiempo de las mujeres son diferentes a
las de los hombres, ya que se aplican sobre una opción tridimensional (trabajo de
mercado, trabajo doméstico y ocio). Esto plantea un problema a la teoría económica,
puesto que el salario no sólo afecta la elección entre ocio y renta, sino también la
distribución del tiempo entre trabajo de mercado y trabajo doméstico, dependiendo
de la sustituibilidad entre bienes de mercado y bienes domésticos.
38
En esta visión, el aumento de la participación laboral femenina en la época de
postguerra se explica porque el incremento de la escolaridad de las mujeres, que
provee niveles de capital humano más avanzados, les permite aspirar a mayores
salarios en el mercado y torna más atractiva la decisión de trabajar fuera del hogar.
Ello, debido a que el crecimiento de sus salarios reales eleva el coste de oportunidad
del trabajo doméstico (efecto sustitución), pero también porque las posibilidades de
sustitución por tiempo de trabajo pagado (mediante la compra de bienes y servicios
de mercado) son mayores para el tiempo dedicado al trabajo doméstico que para el
tiempo dedicado al ocio. Sin embargo, cuando los hijos son muy pequeños constituyen
un impedimento a la participación laboral de la madre, ya que si para los hombres
el cuidado de los hijos puede ser opcional, para las mujeres no lo es. Asimismo,
muchas mujeres nunca llegan a ofrecer su fuerza de trabajo en el mercado si el
salario que potencialmente obtendrían (en función de su nivel educativo, experiencia
laboral, sector de ocupación, etc.-), no compensa el coste de las tareas domésticas no
realizadas y que es necesario, entonces, adquirir en el mercado (Castaño, 1999).
En definitiva, según este modelo teórico la decisión de participación laboral de las
mujeres va estar influenciada por el salario potencial, que determina el coste de
oportunidad del trabajo doméstico y por el número de hijos pequeños, trabajo que es
difícil de sustituir en el mercado (Brunet y Alarcón, 2005).
b. La teoría de la economía de la familia
Becker (1981), en sus trabajos relativos a la Economía de la Familia sustituyó el
enfoque basado en la teoría de la oferta de trabajo por una teoría general del tiempo
y las decisiones de matrimonio y fertilidad. En ella, considera a la familia no sólo
como una unidad de consumo, sino también como una unidad de producción en la que
las actividades de mercado y las domésticas se determinan conjuntamente y donde
todo el tiempo de trabajo de no mercado está dedicado a la producción doméstica,
pero la asignación del tiempo que realizan hombres y mujeres es asimétrica. En este
modelo, existe una función de utilidad familiar que maximiza el bienestar del hogar:
las familias obtienen utilidad de bienes y servicios domésticos que se producen a
partir de inputs de tiempo de trabajo de mercado y de no mercado (por ejemplo,
la limpieza de la casa utiliza productos mercantiles como lavadoras, detergentes,
etc.- y tiempo de trabajo doméstico). La maximización del bienestar del hogar ha de
tener en cuenta la función de producción de los bienes y servicios domésticos y, las
preferencias por bienes mercantiles o por tiempo de no mercado dependerán de la
sustituibilidad entre ambos para cada hogar.
39
Esta función de utilidad familiar, que incorporaría los intereses de todos los miembros
del grupo familiar, se sustenta en una división del trabajo por género en el seno del
hogar. Se supone que las mujeres tienen ventajas comparativas, están mejor dotadas,
para especializarse en la producción doméstica y además obtienen salarios más bajos
que los hombres. Estos, por el contrario, están mejor dotados para el mercado y
obtienen salarios más altos que ellas. Si ambos se especializan en función de sus
ventajas comparativas respectivas, la producción conjunta del hogar aumenta y es
más eficiente (Castaño, 1999:28). De esta manera, la distribución entre tiempo de
trabajo laboral y doméstico entre hombres y mujeres se entiende como una estrategia
para maximizar el bienestar familiar: los individuos priorizan el trabajo o la familia
de acuerdo con el dominio que ofrece un mayor rendimiento a sus inversiones en
tiempo, dinero y esfuerzo. En consecuencia, las mujeres se dedican en mayor medida
a las tareas domésticas y al cuidado de la familia, mientras que los hombres se emplean
en el mercado laboral (Lago Peñas, 2002). Se supone así que la familia es una unidad
económica armónica, maximizadora y racional y que la posición económica de las
mujeres se debe esencialmente a decisiones racionales, tomadas libremente (Brunet
y Alarcón, 2005).
La novedad de este modelo radica en otorgar el mismo estatus al trabajo asalariado y
al trabajo doméstico. Sin embargo, se mantiene el supuesto básico de que el hombre
se enfrenta a una elección entre trabajo de mercado y ocio, mientras que la mujer debe
distribuir su tiempo entre trabajo de mercado, trabajo doméstico y ocio. Decisiones
que se explican partiendo de un factor exógeno que no es cuestionado (la división
sexual del trabajo) y sin tener en cuenta otros factores sociales que puedan influir en
las decisiones familiares (Brunet y Alarcón, 2005).
Con todo, en esta visión, la incorporación masiva de las mujeres al empleo remunerado
está muy relacionada con la reducción de la fecundidad y el aumento de la oferta de
cuidado de niños. Puesto que hay, por así decirlo, funciones de producción doméstica
muy intensivas en trabajo de no mercado, como el cuidado de los hijos pequeños (que
se puede sustituir por trabajo de mercado, pero con problemas de horario y calidad),
la participación laboral de las mujeres estará muy determinada por el número de
niños pequeños en el hogar. También depende de su salario potencial (el salario
al que pueden aspirar las mujeres, en función de su preparación, afecta el coste de
oportunidad de la maternidad en términos de tiempo de las madres) y, por el total de
ingresos de la familia (salario del cónyuge y rentas no salariales) que determinan la
capacidad de consumo de bienes de mercado de toda la familia.
40
2.2. Diferencias salariales y segregación ocupacional de género
Las teorías explicativas de las diferencias de género en ocupaciones y salarios se suelen
dividir en dos grandes modelos: las explicaciones por el lado de las características
de la oferta de trabajo y sus preferencias laborales y, aquellas provenientes del lado
de la demanda que se centran en la discriminación en el mercado de trabajo. Por las
razones que se esgrimieron en un comienzo, este estudio privilegió para el análisis
las explicaciones por el lado de la oferta de trabajo, que se exponen a continuación.
a. La teoría del capital humano
Según Becker (1975 y 1985) y los teóricos del capital humano (Mincer y Polacheck,
1974; Schultz, 1961) la especialización de las mujeres en la producción doméstica
es, al mismo tiempo, la causa de que obtengan salarios más bajos que los hombres,
debido a que su participación laboral se interrumpe como consecuencia de la
maternidad y a que invierten menos en capital humano de mercado.
La teoría del capital humano explica las diferencias de género en los salarios por
diferencias de productividad, asociadas a una menor inversión inicial y continua en
capital humano (educación formal y aprendizaje en el trabajo) por elección voluntaria
de la mujer. La división del trabajo en el seno del hogar determina que la mujer
dedique más tiempo que el hombre a la familia a lo largo de su vida. Anticipando
una vida laboral más corta y discontinua, las mujeres tienen menos incentivos para
invertir en educación formal orientada al mercado. Dicho de otro modo, se reduce
la utilidad esperada de invertir en educación para las mujeres, lo que deteriora sus
ganancias salariales. El mecanismo es claro: la educación aumenta el potencial de los
trabajadores para procesar información y tomar decisiones e incrementa su bagaje de
saber técnico, convirtiéndose así en un determinante básico de la productividad y de
la capacidad de aprendizaje de la fuerza laboral (Castaño, 1999; Lago Peñas, 2002;
Bernat, 2005).
Junto con la educación formal, la teoría del capital humano predice que la experiencia
laboral tiene retornos positivos en el mercado de trabajo, puesto que supone la
adquisición de entrenamiento ‘en el empleo’, de aprendizaje ‘en el puesto de trabajo’,
lo que hace a los trabajadores más productivos. En esta visión, los trabajadores
estarían pagando por una parte de su entrenamiento con un salario inicial más bajo,
sin embargo, los empleadores aumentarían el salario a medida que los trabajadores
adquieren más experiencia con el objeto de retener a aquellos más productivos. Así,
41
personas con el mismo nivel educativo, pero con mayor experiencia obtienen una
diferencia salarial que refleja el aprendizaje dentro de los trabajos específicos. Por
lo tanto, es necesario considerar que para muchas mujeres la maternidad lleva a
interrumpir su participación laboral en la etapa de crianza de los hijos y, con ello, a
acumular menos años de experiencia. De acuerdo con la teoría del capital humano,
la pérdida de experiencia laboral producto de estos retiros de la fuerza de trabajo,
afectará negativamente a las mujeres, volviéndolas menos productivas y reduciendo
sus salarios (Becker, 1985, citado en Budig y England, 2001; Castaño, 1999; Lago
Peñas, 2002; Tenjo y otros, 2005).
Por otra parte, incluso cuando las mujeres inviertan tanto en capital humano como
los hombres, sus responsabilidades domésticas pueden perjudicar su productividad
‘en el empleo’ y afectar negativamente sus salarios. Puesto que el trabajo doméstico
requiere mucho más esfuerzo que el ocio, las mujeres casadas con hijos pueden
encontrarse más cansadas o estar ahorrando energías anticipando el trabajo que
tienen que hacer en el hogar, de manera que se esforzarán menos que los hombres
casados en cada hora de trabajo de mercado (Castaño, 1999; Becker, 1981, citado
en Budig y England, 2001). Después de todo, las horas del día son limitadas y el
tiempo dedicado a un tipo de actividad afecta, luego de un cierto punto, otro tipo
de actividades tanto cuantitativamente (reduce el tiempo efectivo destinado) como
cualitativamente (reduce la eficiencia del tiempo y la energía que se dedica).
De esta manera, en la medida que los salarios reflejan el valor de la productividad
marginal del trabajo, la penalidad salarial que afecta a las mujeres con mayores
responsabilidades familiares, podría explicarse simplemente por el menor retorno
que reciben en el mercado factores que son menos productivos. Por lo tanto, en
esta visión, las mujeres y los hombres se revelan como sustitutos imperfectos en el
mercado laboral (Tenjo y otros, 2005; Lago Peñas, 2002).
Ahora bien, la expectativa de una vida laboral más corta y discontinua de las mujeres
no sólo se identifica como la explicación de las diferencias salariales entre ambos
sexos, sino que también se establece como la causa de la segregación ocupacional.
La teoría del capital humano señala que las mujeres estarían optimizando el ‘ingreso
a lo largo de la vida’ (lifetime earnings). Debido a que ellas planean quiebres en el
empleo en la etapa de crianza de los hijos, tienden a elegir empleos que tengan una
menor depreciación del capital humano durante los años que se alejan del trabajo.
Vale decir, donde la formación en el empleo sea menos importante (y por tanto la
penalización salarial por interrupción de la carrera profesional, descapitalización
42
o descualificación se minimiza) y a evitar ocupaciones que requieran de grandes
inversiones en formación específica de la empresa. De esta manera, la segregación
ocupacional se explica porque las diferencias en los planes de continuidad en el
empleo entre hombres y mujeres llevan a que distintos tipos de ocupaciones optimicen
los ‘ingresos a lo largo de la vida’.
Una explicación relacionada señala que los empleos que ofrecen entrenamiento
tendrán, ceteris paribus, salarios iniciales más bajos (los trabajadores estarían
pagando por una parte de su entrenamiento con un salario inicial más bajo), pero
mejores trayectorias salariales con la experiencia. En consecuencia, las mujeres que
planean quiebres en el empleo elegirán empleos con salarios iniciales más altos, pero
con trayectorias salariales más bajas (Castaño, 1999; England, 2005).
b. La teoría de diferencias compensatorias
La segregación ocupacional en mercado de laboral ha sido, a su vez, identificada
como una fuente importante de inequidad salarial entre hombres y mujeres, puesto
que los empleos predominantemente femeninos pagan, en promedio, salarios más
bajos que los empleos masculinos, aun controlando por capital humano. La economía
explica el menor salario en las ocupaciones donde predominan las mujeres a través
de la teoría de diferencias compensatorias. Esta teoría establece la posibilidad de
que existan diferencias salariales aun entre personas con las mismas características
productivas. Suponiendo ahora que todos los trabajadores son iguales, se pueden
atribuir las diferencias salariales únicamente a disparidades en los trabajos (England,
2005; Tenjo y otros, 2005; Bernat, 2005).
La idea es que la retribución al trabajo está compuesta por compensaciones
pecuniarias (salario) y no pecuniarias ((des)utilidad de realizar el trabajo mismo). La
teoría económica establece que la competencia requiere que todos los empleos sean
igualmente atractivos para los trabajadores en el margen, cuando tanto los beneficios
pecuniarios como no pecuniarios son tomados en consideración (England, 2005;
Budig y England, 2001). Así, por ejemplo, si hay trabajos que implican riesgos o
condiciones laborales desagradables (jornadas largas, horas nocturnas, trabajo en
ambientes malsanos, viajes frecuentes, peligro de accidentes, bajo reconocimiento
social, etc.) es posible que la remuneración en dichos trabajos incluya un premio
para compensar a los trabajadores por la desutilidad que les generan las condiciones
laborales ‘desagradables’. La razón radica en que para poder atraer trabajadores,
las empresas que ofrecen un trabajo ‘desagradable’ requieren algún tipo de
43
incentivo. De manera inversa, los empleadores pueden ofrecer menores salarios si
proporcionan beneficios no pecuniarios que algunos trabajadores van a intercambiar
por salarios. Las diferencias salariales existentes por todas aquellas características
no monetarias de los diversos puestos de trabajo, es lo que los economistas llaman
diferencia compensatoria. En esta visión, las diferencias salariales estarían reflejando
simplemente las distintas características de los empleos y estarían asociadas con las
preferencias de los trabajadores y sus decisiones de oferta de trabajo (Tenjo y otros,
2005; Bernat, 2005, England, 2005, Budig y England, 2001).
Al enfocar esta perspectiva al análisis de género, se puede establecer que si las
diferencias salariales por sexo son compensatorias, se debe a que las mujeres prefieren
y son contratadas en trabajos más ‘agradables’ que aquellos que prefieren y en los que
son contratados los hombres. Si en general los hombres son menos adversos a trabajar
bajo condiciones indeseables que las mujeres, dicha diferencia compensatoria estaría
asociada con diferencias entre los sexos. Dicho de otra forma, las mujeres estarían
intercambiando ingresos por mejores condiciones de trabajo, mientras los hombres
se enfocarían más en la maximización de ingresos. En este mismo sentido, si la
tenencia de hijos conduce a algunas mujeres a privilegiar ‘empleos amigables con la
maternidad’, por ejemplo, a escoger empleos que requieran de menos energía o que
presenten horarios flexibles, poca demanda de viajes, de trabajo de sobretiempo o de
fin de semana, las características que hacen que estos empleos sean más fáciles de
combinar con el cuidado de los hijos, compensan los menores salarios que proveen
(Becker, 1991, citado en Budig y England, 2001; Tenjo y otros, 2005; Bernat, 2005,
England, 2005).
2.3. La crítica feminista al enfoque económico neoclásico
En la visión feminista, la insuficiencia de la economía convencional está en que,
al no considerar en su objeto de estudio la categoría de género, no contempla la
posibilidad de que el comportamiento económico de hombres y mujeres pueda ser
diferente como consecuencia de los distintos roles que socialmente se les asignan.
Critican el carácter masculinista y la pretensión de universalidad del pensamiento
neoclásico, así como los supuestos de libertad de elección de los agentes económicos
(Castaño, 1999: 25, 33).
Para el pensamiento feminista, el concepto de género ha permanecido relativamente
ausente en el análisis económico convencional, probablemente por razones teóricas.
En efecto, resulta complicado introducir la problemática de las mujeres y el género
44
-que no es algo económico, sino biológico y social- dentro de los supuestos de la
teoría económica. La teoría neoclásica define la materia de la economía como las
decisiones individuales y asume entre sus supuestos fundamentales la existencia
de un agente representativo, racional e informado, que toma decisiones con el fin
de maximizar su bienestar. El agente representativo del enfoque neoclásico es un
individuo abstracto que no tiene sexo, clase, edad ni pertenencia étnica y que está
‘fuera’ de un contexto histórico, social y geográfico particular. Sin embargo, si bien,
el individuo racional, entre otras dimensiones de identidad, carece de género, no es
menos cierto que el modelo económico representa mejor la experiencia de vida de
hombres que de mujeres. De esta manera, se desconocen las diferencias entre hombres
y mujeres, aunque se reflejan de manera predominante los valores androcéntricos.
Así, los supuestos de la teoría económica se refieren a la conducta de un individuo
abstracto, de género masculino, que no tiene que cuidar hijos, enfermos o personas
mayores (Harding, 1995; Castaño, 1999; Espino, 2006).
Junto con la crítica al carácter masculinista, también es cuestionada la pretensión
de universalidad del pensamiento neoclásico, señalando que no existe un modelo
universal o general de comportamiento económico que sea aplicable en el tiempo
y en los distintos países. Desde el análisis macroeconómico es difícil definir una
‘mulier economicus’. No existe una mujer genérica que sea representativa del género
femenino en su conjunto, puesto que la esfera de lo femenino es una categoría
internamente fragmentada por la clase, la raza y las características étnicas o la edad.
Las condiciones de género se combinan con las de clase social, raza y lugar donde
se nace y vive para determinar situaciones laborales y condiciones económicas
femeninas totalmente diferentes. Las diferencias institucionales, sociales y culturales
influyen sobre el funcionamiento de los mercados. La edad, el estado civil, el nivel
de estudios determinan comportamientos económicos diferentes por parte de las
mujeres. Y todos estos elementos no son imperfecciones del mercado, sino que
constituyen la propia estructura del sistema económico y social (Castaño, 1999: 33).
Finalmente, la teoría económica neoclásica avala los supuestos de libertad de elección
y de igual acceso y oportunidades en el mercado de trabajo caracterizado por la
ausencia de relaciones de poder entre los agentes económicos (Gines, 2007). Pero,
como indican Carrasco y Domínguez (2003:151), la distribución del tiempo que está
realizando una determinada población no puede ser interpretada como resultado de
decisiones libres, de deseos, sino como consecuencia de condicionamientos sociales
previos. Las elecciones de las mujeres están condicionadas por la tradición patriarcal,
el entorno familiar, la oferta de servicios públicos de cuidados y las regulaciones y
45
características del mercado laboral. De esta manera, las mujeres al aceptar determinadas
formas de empleo, que condicionan el resto de sus tiempos, no están realizando
decisiones maximizadoras como diría el lenguaje neoclásico. Bajo relaciones de
género patriarcales, el dilema entre decisiones voluntarias y no voluntarias sobre las
formas de trabajo preferidas, es un falso dilema. Las instituciones (normas sociales) y
la ideología (cultura, tradición) pesan por encima de las decisiones individuales. Así,
los supuestos sobre la exactitud y lógica del razonamiento económico, lo alejan de
las experiencias de la vida real, donde se observa la toma de decisiones basada en un
sentido de ‘interrelacionalidad’ (Benería, 1999).
La crítica feminista apunta también a cuestiones más específicas. Por ejemplo, la
especialización defendida por la economía de la familia y la justificación de las
diferencias salarias que hace la teoría del capital humano han sido especialmente
criticadas. Al respecto, Blau y Ferber (1992) consideran que la división del trabajo
no es eficiente, porque no es tan ventajosa para las mujeres como para los hombres
y, por tanto, no maximiza la utilidad de la familia, ya que uno de sus miembros, la
mujer, sale perjudicado. Como resultado de la división del trabajo por género, la
mujer es más dependiente económicamente del hombre que éste de ella y, por tanto,
tiene menos poder de negociación en la toma de decisiones. Asimismo, la ruptura del
matrimonio la afecta a ella y a los hijos más que al marido, ya que sus condiciones
de acceso al mercado son más difíciles y también sus posibilidades de promoción y
ganancias se verán afectadas negativamente por el matrimonio anterior.
Por otra parte, según la teoría de la economía de la familia la ventaja comparativa de
las mujeres frente a los hombres para dedicarse al hogar se sustenta, en parte, en el
hecho de que el mercado retribuye su trabajo menos que el de su marido (Castaño,
1999: 33). Pero, al mismo tiempo, Becker y los teóricos del capital humano ven en
esta especialización la causa de que las mujeres tengan salarios más bajos que los
hombres, debido a que su participación laboral se interrumpe como consecuencia
de la maternidad y a que invierten menos en capital humano de mercado. Así, en
las explicaciones que se dan para el reparto de actividades o tareas entre hombres
y mujeres es posible identificar un problema de causalidad. No queda claro si la
división sexual del trabajo, entendida como especialización en el marco de decisiones
maximizadoras de la utilidad de la familia, es la causa o la consecuencia de las
restricciones que enfrentan las mujeres en el mercado de trabajo. Del mismo modo,
en la justificación de las diferencias salariales por género que hace la teoría del
capital humano por una menor inversión de las mujeres en capital humano a partir
de la división sexual del trabajo y la especialización en el hogar, no se sabe con
46
certeza si las posibilidades de menores ingresos de las mujeres son la causa de que
inviertan menos en capital humano o si sus menores ingresos son el resultado de que
han invertido menos (Dex, 1985; citado en Castaño, 1999).
Así, se utilizan categorías inapropiadas, ciegas al género y razonamientos circulares
que, de alguna manera, justifican que las mujeres sean concentradas en las tareas
reproductivas y en los peores puestos de trabajo y salarios por sus características
tanto personales como profesionales. La justificación se sostiene en el hecho de que
la teoría económica neoclásica, al no considerar las relaciones sociales de género,
tiende a ‘naturalizar’ el fenómeno de la división sexual del trabajo, asociándola,
por un lado, a factores biológicos (como la capacidad de gestar y amamantar) y a
supuestas aptitudes naturales o innatas de las mujeres y, por otro lado, a preferencias
laborales y capacidades que resultan en una fuerza de trabajo femenina que no se
adapta a las características que demanda el mercado (Castaño, 1999; Espino, 2006;
Ginés, 2007). En estas explicaciones, a pesar de que se reconoce la incidencia del
trabajo doméstico y de la socialización en las modalidades de trabajo de las mujeres,
se los trata como datos que no requieren explicación. De este modo, para explicar
las decisiones de la unidad familiar y la división del trabajo entre los sexos se toman
como dados los factores mismos que hay que poner en cuestión para no perpetuar
una división del trabajo que coloca a la mujeres en posiciones subordinadas (Benería,
1984:48).
Tanto el modelo del capital humano como la nueva economía de la familia enfatizan,
por tanto, el esfuerzo, como si éste sólo se debiera a las capacidades cognoscitivas
del sujeto. De este análisis se dilapidan los siguientes elementos: los contextos
educacionales, la distribución de recursos entre niños y niñas de la unidad familiar,
las oportunidades de empleo y, por supuesto, la categoría de género. A la luz de
estas teorías las mujeres parecen mostrar un distinto grado de compromiso con su
proyecto profesional. Se registra así una menor acumulación formativa y, como es de
esperar, menor eficiencia en el puesto de trabajo. Ni la reproducción (percibida como
interferencia laboral) ni la responsabilidad doméstica (ni siquiera visible) rompen el
principio meritocrático que sustentan ambas teorías (Brunet y Alarcón, 2005).
Por último, la teoría del capital humano explica la segregación ocupacional y los
menores salarios que prevalecen en las ocupaciones femeninas como resultado
de que las mujeres madres tienden a elegir actividades donde la formación en el
empleo sea menos importante, de manera que exista una menor depreciación del
capital humano ocasionada por interrupción de la participación laboral en la etapa de
47
crianza de los hijos y, por tanto, la penalización salarial se minimice. Esta tesis, ha
sido cuestionada por el feminismo, defendiendo la visión sociológica que sostiene
que son los modelos sociales y culturales de conducta considerados adecuados para
cada sexo, las prácticas empresariales y las preferencias de género que resultan
de la socialización de funciones de la familia y del ambiente y que contribuyen
a la creación de funciones genéricas para diferentes tipos de ocupaciones, lo que
determina que las mujeres sean contratadas y se desempeñen en un rango reducido
y característico de ocupaciones. Y, que es el sesgo cultural contra el trabajo de la
mujer, la concepción de la mujer como fuerza de trabajo secundaria que sólo busca
un trabajo complementario al del marido (devaluación del trabajo femenino), lo
que modifica o anula las consideraciones de mercado en la fijación de salarios en
ocupaciones predominantemente realizadas por mujeres.
3. Teorías alternativas al modelo convencional
3.1. La perspectiva institucionalista: dualismo y segmentación del mercado laboral
Las teorías de la segmentación de los mercados de trabajo aparecieron en los años
60 como alternativa al modelo de mercado de trabajo neoclásico en la explicación de
las diferencias salariales y la segregación ocupacional. Los autores institucionalistas
afirman que la segregación ocupacional y su resultante, las diferencias salariales
entre hombres y mujeres, reflejan aspectos no competitivos del mercado laboral: no
se deben a diferencias de productividad, sino a la existencia de un ‘mercado dual
y segmentado’ (Castaño, 1999). Plantean que la relación laboral es una relación de
poder estructuralmente desigual en el modo de producción capitalista. Una relación
de poder inexplicable sin el contexto institucional, el cual regula el desarrollo de
las relaciones sociales de carácter económico y de las relaciones de empleo, y esto
se explica en tanto que el mercado se basa en normas e instituciones (formales e
informales) y no sólo en la ley de la oferta y la demanda (Brunet y Alarcón, 2005).
Según los teóricos del mercado dual27, éste se encuentra segmentado en un mercado
primario de empleos estables, bien pagados y con amplias posibilidades de promoción
profesional, que se subdivide a su vez en dos estratos: un mercado primario superior
27
Ver, Piore, M. J. 1983. “Notas para una Teoría de la Estratificación del Mercado de Trabajo” en
AA.VV.: El Mercado de Trabajo: Teorías y Aplicaciones. Compilación y edición de Luis Toharia,
Alianza Universidad Textos, Madrid. Doeringer, P. y Piore, M. 1971. “Internal Labor Markets and
Manpower Analysis”. Lexintong, Ma. D.C. Heath and Co.
48
que abarca a los profesionales, directivos y técnicos de alto nivel, que presentan altas
tasas de rotación como consecuencia de sus elevadas posibilidades de promoción
profesional, y otro mercado denominado primario inferior para el resto de los
empleados estables, bien pagados, con escasa rotación y normas claras de promoción
profesional. Por otro lado, existe un mercado secundario de empleos inestables, mal
pagados y con escasas posibilidades de promoción.
La estratificación o segmentación en submercados del mercado de trabajo es
consecuencia de distintas respuestas de las empresas a problemas de distinta
índole. Entre ellos destacan, a favor de la diferenciación del mercado primario, los
requerimientos tecnológicos que implican necesidades de mano de obra cualificada
(primario superior), estable y con un alto grado de identificación con la empresa. En
relación con el mercado primario inferior, la existencia de sindicatos sólidamente
establecidos actúa a favor de la consecución de elevados salarios y el establecimiento
de normas formales e informales de estabilidad en el empleo y promoción. Por el
contrario, a favor del desarrollo del mercado secundario operan los imperativos de
reducción de costos y control o reducción de la fuerza sindical. Es especialmente
adecuado para aquellas tareas que no requieren cualificación y para cuyo desempeño
es suficiente con un período de formación muy corto, lo que determina que la mano
de obra pueda ser intercambiable y con una alta tasa de rotación (Castaño, 1999).
La existencia de esta estructura dual del mercado laboral (primario y secundario)
que se diferencia en cuanto a condiciones de trabajo, niveles salariales, niveles de
promoción y estabilidad en el empleo, determina, para los teóricos de este modelo,
que las mujeres tiendan a ser excluidas del segmento primario del mercado de
trabajo (el que disfruta de formación específica, salarios altos, promoción y carrera
profesional) y concentradas en el secundario (empleos descualificados, inestables,
mal pagados). Esto, porque su posición en la familia que les obliga a interrumpir
su carrera laboral y a poseer menos cualificación y menos capital humano que los
hombres, hace que se adecuen a la descripción de mano de obra secundaria. Esta
situación justificaría al menos en parte sus características laborales y salariales. De
esta manera, la segregación ocupacional y las diferencias salariales entre hombres
y mujeres vienen determinas por aspectos no competitivos del mercado (Brunet y
Alarcón, 2005).
La visión institucionalista ha sido bien recibida por las feministas, aunque acompañada
de críticas. En la explicación de la división sexual al interior del mercado trabajo las
teorías del dualismo y la segmentación de los mercados también utilizan categorías
49
inapropiadas, ciegas al género y razonamientos circulares que, de alguna manera,
justifican que las mujeres sean concentradas en los peores puestos de trabajo y salarios
por sus características personales y profesionales (Castaño, 1999). La teoría dualista
del mercado secundario legitima la división sexual del trabajo al asignarle naturalidad
económica. Al teorizar una comprobación empírica y morfológica, olvida que esta
realidad es el producto de una construcción social y política que constantemente
inventa y reinventa nuevas prácticas distintivas (Brunet y Alarcón, 2005).
Esta teoría es criticada por Carrasco (1992:112) en los siguientes términos: “haber
considerado en el análisis sólo los factores que condicionan la demanda de la fuerza
de trabajo y haber olvidado los condicionantes de la oferta. Los requerimientos del
sistema económico (por ejemplo, fluctuaciones de la demanda dirigida a algún sector),
por una parte, y el intento de crear jerarquías y divisiones entre los trabajadores/as
de acuerdo a raza y género, serían las razones que condicionarían que las mujeres
se concentraran en determinados sectores o determinadas industrias, generalmente
más inestables y de salarios más bajos. Pero esto sería sólo una explicación parcial
de la participación de la mujer en el mercado laboral. El análisis del lado de la oferta
de la fuerza de trabajo muestra que la principal característica que distingue a las
mujeres trabajadoras de los hombres es la responsabilidad que tienen las primeras en
la reproducción social”. En otras palabras, es el modelo familiar dominante, basado
en la asignación prioritaria de las mujeres al trabajo doméstico en el ámbito privado,
el factor que explica fundamentalmente la segmentación laboral y social en la esfera
pública, si bien esta segmentación actúa también sobre el ámbito familiar bajo un
esquema interactivo que se alimenta mutuamente. Por lo tanto, es la división básica
de funciones en la familia y la carencia de opciones para las mujeres respecto de la
asunción prioritaria del trabajo doméstico, en donde se encuentra, en parte, la raíz de
la segmentación en el mercado laboral.
Por otra parte, otras autoras feministas como Beechey (1990) no comparten la idea de
que las mujeres sean concentradas en el mercado secundario por su baja cualificación,
alta rotación en el empleo o poca formación, ya que algunas profesiones típicamente
femeninas (enfermera, maestra) se caracterizan exactamente por lo contrario y son
mano de obra preferida en estas ocupaciones por reunir cualidades típicamente
femeninas. Interpretan la segmentación y la existencia del mercado secundario
como resultado de una estrategia activa de organización de los procesos de trabajo
en peores condiciones cuando son ocupados mayoritariamente por mujeres, como un
sistema de segregación por género concientemente pretendido.
50
3.2. La economía marxista y el género
El pensamiento marxista relativo al género es el que más cerca ha estado siempre
del pensamiento feminista, puesto que recupera el carácter de relación social de
la división del trabajo y, centrándose en el análisis de la naturaleza del trabajo
doméstico y su relación con el capital, es la primera teoría que reconoce el carácter
económico de la producción doméstica, como generación de valores de uso por
medio de una actividad humana transformadora. Así como su carácter esencial para
la reproducción de la fuerza de trabajo y de las relaciones de producción capitalistas
(Castaño, 1999).
El marxismo intentó responder en qué se beneficia el capital, en tanto relación
social, del trabajo doméstico, como trabajo no remunerado, que hasta ese momento
permanecía invisible y no abarcado por el concepto de trabajo productivo. Articulando
en las explicaciones las esferas de la producción y reproducción, considera que
la división sexual del trabajo responde a las necesidades del capitalismo en dos
aspectos: a) el trabajo doméstico garantiza el control social de las mujeres y los
valores de uso necesarios para la reproducción diaria de la fuerza de trabajo masculina
(alimentación, vestimenta, etc.-). En este sentido, el trabajo doméstico realizado por
las mujeres cumple una función de abaratamiento de los costos de reproducción
de la fuerza de trabajo. b) La conformación de una fuerza de trabajo femenina con
menor retribución que la masculina y que siendo altamente movilizable constituye
un ejército industrial de reserva, lo que produciría su subordinación económica
(Benería y Roldán, 1992).
En la tradición marxista el capitalismo necesita contar con mecanismos que aseguren
la oferta de trabajo necesaria. Esto implica la existencia de una población flexible
que actúe como reserva de trabajo, es decir, que pueda ser integrada en la producción
cuando sea necesario, pero de la que simultáneamente se pueda prescindir cuando los
cambios en la organización del proceso productivo así lo requieran. Además, dicha
población actúa como fuerza competitiva a través de dos mecanismos: forzando a la
baja los niveles salariales y presionando a los trabajadores asalariados a someterse
a tasas de explotación mayores. De esta manera, el ejército industrial de reserva
tiene la función de impedir que disminuya la tasa de beneficio. En este sentido,
la generación y reproducción continua de un ejército de reserva de trabajadores es
la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista; el desarrollo histórico del
régimen capitalista es asimismo el desarrollo histórico de la clase trabajadora y, por
51
tanto, del ejército de trabajadores supeditado al dominio y control del capital (Brunet
y Alarcón, 2005).
En consecuencia, las desigualdades de género derivan principalmente del capitalismo
al ser las mujeres asalariadas particularmente útiles como ejército de reserva laboral,
ya que sus responsabilidades familiares y su dependencia parcial del salario del
hombre aseguran que sean vistas como trabajadores de segunda clase, que pueden
ser empujadas a la esfera privada siempre que no sean necesitadas en el mercado
laboral. En este sentido, las variaciones en la tasa de actividad femenina responden
a las necesidades del capital y se explican por su posición en la familia (Brunet y
Alarcón, 2005). Así, desde el marxismo tradicional se considera que la configuración
de la familia y el trabajo doméstico forman parte de la lógica del capital, por lo que
la lucha de las mujeres por su liberación forma parte de la lucha de clases (Ginés,
2007; Castaño, 1999).
Aunque, la relación de interdependencia entre las esferas productiva y reproductiva
es subrayada por las feministas críticas que, próximas a los planteamientos marxistas,
insisten en la importancia de la división sexual del trabajo y la segmentación de
las ocupaciones, no comparten la interpretación típica marxista de la participación
laboral de la mujer como ejército de reserva (en función de la situación del mercado
de trabajo), ya que resulta evidente que en las crisis económicas no ha aumentado
más el desempleo femenino que el masculino. Los empleos femeninos (profesiones
feminizadas de los servicios) se ven menos afectados por las crisis que los masculinos
(industrias maduras en crisis) (Rubery, 1982, citado en Castaño 1999). En este mismo
sentido, Borderías y Carrasco (1994) argumentan que si las mujeres constituyen una
reserva flexible de mano de obra barata, el capital preferiría de forma estructural
el empleo femenino y no recurriría a el sólo coyunturalmente. Por tanto, desde la
lógica del capital esta hipótesis no puede explicar las expulsiones de las mujeres del
mercado de trabajo.
El pensamiento marxista también ha sido criticado por centrarse en el análisis de
la familia y el trabajo doméstico inmersos en la lógica del capital, sin aceptar la
preeminencia de la lógica del patriarcado. Aunque reconoce que la división sexual
del trabajo es la principal causa de la subordinación femenina, no la considera la
principal fuente de explotación económica y social (Castaño, 1999). Como señala
Carrasco (1999), el marxismo pone en primer plano la lógica del capital, de manera
que la retórica de los intereses de clase elimina la posibilidad de la existencia de
intereses de género. Para Ginés (2007), la explicación no resiste el hecho histórico
52
de que la división sexual del trabajo precedió al capitalismo, existiendo también en
otros modos de producción. Y, señala que ésta no puede ser explicada exclusivamente
en términos de las necesidades del sistema capitalista, sino más bien en el sentido de
que la organización jerárquica del sistema capitalista de producción se beneficia con
la preexistente división sexual del trabajo.
Ello ha llevado a que el feminismo radical se construyera como alternativa
interpretativa independiente, aunque en las cercanías de los planteamientos marxistas.
El feminismo radical extiende la noción de explotación marxista al interior de la
familia, considerando la subordinación de las mujeres como una forma de explotación
anterior a la explotación de clase. Para los análisis feministas la división sexual
del trabajo social y técnica se explica desde la lógica del patriarcado, criticando la
reducción de los conflictos de género a la lucha de clases desde la óptica marxista. La
lógica del patriarcado es para las mujeres previa y más importante que la del capital.
Por ello, la desaparición del capitalismo no garantizaría el fin de la opresión de las
mujeres (Castaño, 1999; Brunet y Alarcón, 2005).
53
III. ASUMIENDO UNA PERSPECTIVA DE ANÁLISIS
1. Complementando visiones: las hipótesis del estudio
Para este estudio, es en la división sexual del trabajo donde se encuentra el origen de las
inequidades de género en la distribución de costos y beneficios sociales y económicos.
Es la división sexual de tareas existente en los espacios de la reproducción y de la
producción social, lo que genera sistemáticamente diferencias en la participación
laboral y en los salarios de hombres y mujeres. De este modo, se considera que las
diferencias de género en el mercado laboral se deben fundamentalmente al efecto
de las responsabilidades familiares de las mujeres (tareas del hogar y cuidado de
los hijos) y a su concentración en determinados tipos de ocupaciones y niveles de
responsabilidad dentro de los empleos.
Sin embargo, como se discutió ampliamente en la sección anterior, ni las decisiones
individuales, ni los aspectos institucionales de los mercados, ni la lógica del capital
logran explicar la división sexual del trabajo, sino que más bien la presuponen en
las interpretaciones que ofrecen para las diferencias entre hombres y mujeres en el
mercado laboral. En este sentido, la crítica efectuada por la perspectiva de género al
análisis económico tanto ortodoxo como alternativo ha servido para evidenciar que
la concentración de las mujeres en las tareas domésticas en el ámbito reproductivo
y su ubicación diferenciada en determinados sectores de actividad, ocupaciones y
puestos de trabajo específicos en la esfera productiva es el producto una construcción
cultural e histórica de relaciones sociales entre los sexos. La división sexual del
trabajo en los hogares tiene su reflejo en el mercado, donde las mujeres desempeñan
empleos que constituyen una prolongación de las tareas que tradicionalmente realizan
en el ámbito doméstico, de manera que el comportamiento económico de hombres
y mujeres se diferencia fundamentalmente como consecuencia de los distintos roles
que socialmente se les asignan. Vale decir, es el modelo familiar dominante, basado
en la asignación prioritaria de las mujeres al trabajo doméstico en el ámbito privado,
el factor que explica fundamentalmente la segmentación laboral en la esfera pública,
si bien esta segmentación actúa también sobre el ámbito familiar bajo un esquema
interactivo que se alimenta mutuamente.
En este sentido, la división sexual del trabajo no puede ser interpretada como
resultado de decisiones individuales tomadas libremente, sino como consecuencia
55
de condicionamientos culturales y sociales previos. Bajo relaciones de género
patriarcales, el dilema entre decisiones voluntarias y no voluntarias sobre las formas
de trabajo preferidas, es un falso dilema. Las instituciones (normas sociales) y la
ideología (cultura, tradición) pesan por encima de las decisiones individuales. Por su
parte, la interpretación institucionalista de la segmentación del mercado de trabajo no
deja ver que es la división básica de funciones en la familia y la carencia de opciones
para las mujeres respecto de la asunción prioritaria del trabajo doméstico, en donde
se encuentra, en parte, la raíz de la segmentación en el mercado laboral. Tampoco,
puede la división sexual del trabajo ser entendida exclusivamente en términos de las
necesidades del sistema capitalista, sino más bien en el sentido de que la organización
jerárquica de este sistema de producción se beneficia con la preexistente división
sexual del trabajo. De esta manera, al integrar al análisis los factores sociales y
culturales que limitan y condicionan la participación en la esfera económica, se hace
evidente que las explicaciones ofrecidas por la economía convencional y las visiones
alternativas para las disparidades de género en el mercado de trabajo, dan cuenta de
relaciones parciales, puesto que parten de un dato exógeno no explicado: la división
sexual del trabajo.
Apoyándose en esta discusión, este estudio adopta la interpretación feminista de la
división sexual del trabajo, considerándola fundamentalmente como consecuencia
de los distintos roles, posiciones y funciones que social y culturalmente se les
asignan a hombres y mujeres. La hipótesis principal de esta investigación, se deriva
del hecho de que estos modelos de conducta, definidos como adecuados para sexo,
determinan que la esfera familiar y productiva se relacionen de manera diferente
para hombres y mujeres. En la medida que las relaciones sociales de género definen
responsabilidades distintas en el proceso de reproducción social, las esferas familiar
y productiva, en el caso de las mujeres, se contradicen (relación de tensión). Para
los hombres, en cambio, se refuerzan. En efecto, mientras a ellas se les asignan
las tareas del hogar y el cuidado de los hijos, a los hombres les cabe trabajar para
proveer a la familia. De esta manera, las responsabilidades familiares chocan con las
expectativas de las mujeres en el mercado de trabajo. En cambio, para ellos, el trabajo
y la existencia familiar no son contradicciones, sino que su compatibilidad está dada
y asegurada en el rol masculino tradicional. Así, se espera que las responsabilidades
de la esfera familiar (pareja e hijos) presenten un efecto diferenciado según sexo,
influenciando negativamente tanto la participación laboral como los salarios de las
mujeres y mostrando un efecto positivo para los hombres.
56
Ahora bien, para este estudio, incorporar la perspectiva de género al análisis no supone,
sin embargo, desconocer los aportes de las otras teorías para la comprensión de las
diferencias entre hombres y mujeres en el mercado laboral. Si bien, se reconoce que
estas visiones tienen dificultad para explicar la división sexual del trabajo, son útiles
proporcionando elementos para predecir su efecto sobre la participación económica
y sobre los beneficios económicos de esa participación. A continuación, se utilizan
principalmente los aportes del enfoque económico neoclásico, perspectiva teórica
predominante, para la elaboración de hipótesis de segundo orden, de explicaciones
parciales que permitan especificar (cómo se produce) la relación entre la esfera
familiar y productiva hipotetizada más arriba, incluyendo ahora el rol que juegan los
factores económicos individuales y familiares, las preferencias laborales así como
las condicionantes relativas a la estructura industrial y ocupacional.
Siguiendo las predicciones de la teoría económica, se espera que la participación
laboral de hombres y mujeres se vea favorecida por los niveles de acumulación de
capital humano (educación formal y experiencia laboral). Ello, debido a que, para los
hombres, el costo de oportunidad del ocio aumenta cuando crece su salario potencial.
Mientras, para las mujeres, es sobretodo el costo de oportunidad del trabajo doméstico
el que se eleva cuando mejoran sus posibilidades salariales.
En segundo lugar, se prevé que las mujeres, debido a su rol y posición en la familia,
considerarán en su decisión de participación laboral el total de ingresos disponibles en
el hogar (salario del cónyuge o conviviente y otros ingresos familiares), excluyendo
por supuesto la remuneración del empleo de la mujer en el caso que se encuentre
trabajando. Según predice la teoría económica, en la medida que a mayores recursos
económicos familiares, aumenta la capacidad de consumo de bienes de mercado del
hogar, menor debiera ser la participación laboral femenina.
Las predicciones de la teoría económica permiten también precisar y especificar
la relación entre maternidad y participación laboral femenina. En este sentido, es
posible prever que la influencia de los hijos sobre la participación económica de las
mujeres va a depender, otros factores constantes, de la sustituibilidad entre bienes
de mercado y bienes domésticos para su cuidado y crianza. Puesto que el cuidado
de los hijos pequeños es un trabajo más difícil de suplir en el mercado (o que se
puede reemplazar, pero con problemas de horario y calidad), se espera que el efecto
negativo de la maternidad sobre la participación laboral femenina sea mayor cuando
los hijos son preescolares que cuando están en edad escolar.
57
Considerando lo anterior, que el cuidado de los hijos no es fácil de sustituir en el
mercado, se prevé que la influencia de la maternidad sobre la participación laboral
femenina interactúe con la existencia en el hogar de buenos sustitutos no mercantiles
para el trabajo de cuidado de los niños. De manera que, la presencia de abuelas
(madres o suegras) inactivas en la familia, podría disminuir el efecto negativo de la
maternidad, especialmente el de los niños más pequeños.
La influencia de la maternidad sobre la participación laboral de las mujeres debiera
interactuar también con la presencia de cónyuge o conviviente por dos razones: las
relaciones sociales de género se concretizan en la relación de pareja y el aporte del
ingreso del trabajo del cónyuge al ingreso familiar. Así, es posible que los hijos
muestren un efecto negativo más pronunciado para las mujeres que viven en pareja,
que para las solteras.
Finalmente, la influencia de la maternidad y posiblemente también la del matrimonio
debiera variar en función del costo de oportunidad del trabajo doméstico y de las
pautas de roles sexuales prevalecientes en los hogares. Puesto que entre las personas
más educadas los patrones de roles de género son menos convencionales, sumado a
que los salarios potenciales más altos de estas mujeres elevan el costo de oportunidad
del trabajo doméstico y considerando que la disponibilidad de mayores recursos
económicos familiares facilita sustituir el trabajo doméstico (quehaceres del hogar
y cuidado de los hijos) en el mercado, se espera que los hijos y el hecho de vivir en
pareja afecten en menor medida su participación laboral.
En relación con los niveles de salario que hombres y mujeres reciben el mercado
se espera que tanto la educación como la experiencia laboral (capital humano)
mejoren sus posibilidades salariales. El mecanismo es claro, la educación aumenta
el potencial de los trabajadores para procesar información y tomar decisiones e
incrementa su bagaje de saber técnico, convirtiéndose en un determinante básico
de la productividad laboral. Del mismo modo, la experiencia laboral tiene retornos
positivos en el mercado de trabajo, puesto que supone la adquisición de aprendizaje
en el puesto de trabajo, lo que vuelve a los trabajadores más productivos.
Por otra parte, tal como predice la teoría de diferencias compensatorias, se espera
que el emplearse en ocupaciones que provean beneficios no pecuniarios relativos
a la facilidad de combinar la actividad laboral con los deberes y responsabilidades
domésticos (empleo parcial y transitorio), reducirá los salarios de hombres y mujeres.
Esto, puesto que las características que hacen que estos empleos sean más fáciles de
58
combinar con el cuidado de los hijos y las tareas del hogar, compensan los menores
salarios que proveen.
Ahora bien, como se discutió, las actividades y ocupaciones en donde predominan las
mujeres reciben menores salarios, manteniendo otros factores constantes. Las razones
de ello difieren según las distintas teorías explicativas. Sin embargo, cualquiera sea la
causa, lo cierto es que puede esperarse que hombres y mujeres ubicados en sectores
de actividad y ocupaciones feminizadas vean reducidos sus salarios. En todo caso,
se prevé que la segregación ocupacional afecte en mayor medida a las mujeres que
han invertido más en educación, debido a que su potencial de salario se ve más
perjudicado. En el caso de estas mujeres, al efecto de la segregación ocupacional
horizontal se añade el de la segregación vertical, es decir, su ubicación mayoritaria
en los escalones más bajos de las carreras profesionales.
Las predicciones de la teoría económica permiten también apreciar las variables que
intervienen en la relación entre maternidad y salarios para las mujeres. La teoría
del capital humano predice que las mujeres con hijos pueden ver perjudicada su
productividad ‘en el empleo’, ya que pueden encontrarse más cansadas o estar
ahorrando energías anticipando el trabajo en el hogar. En la medida en que el cuidado
de los niños pequeños es muy intensivo en trabajo doméstico, es posible esperar que
los hijos preescolares tengan un efecto negativo mayor sobre los salarios de sus
madres que los hijos escolares. En segundo lugar, puesto que para muchas mujeres
la maternidad lleva a interrumpir su participación laboral en la etapa de crianza de
los hijos, se reduce la utilidad esperada de invertir en educación formal orientada
al mercado y se acumulan menos años de experiencia. De esta manera, se espera
que el efecto negativo de la maternidad sobre los salarios se explique, en parte,
por una menor acumulación de capital humano (educación y años de experiencia
laboral). También, para algunas mujeres la maternidad conduce a privilegiar empleos
amigables con la maternidad en detrimento de trabajos con mejores condiciones
salariales. Por lo tanto, es posible que el efecto negativo de los hijos sobre los salarios
se deba, en parte, a la opción de las mujeres por este tipo de empleos. En definitiva,
al controlar por los factores señalados (edad de los hijos, educación, experiencia
laboral y empleos compatibles con la maternidad), debiera observarse una reducción
del efecto negativo de la maternidad sobre los salarios de las mujeres.
Sin embargo, se espera que el efecto de la maternidad sea independiente de la
ubicación en la estructura sectorial y ocupacional. Es decir, la influencia negativa de
los hijos sobre los salarios de sus madres no se debería, en parte, a que la maternidad
59
conduce a las mujeres a elegir determinados tipos de empleos. Esta hipótesis se
plantea en contra de las predicciones de la teoría del capital humano, que explica
la segregación ocupacional como resultado de que las mujeres madres tienden a
elegir actividades donde la formación en el empleo es menos importante, de manera
que exista una menor depreciación del capital humano durante los años en que
se alejan del trabajo para criar a sus hijos y, por tanto, la penalización salarial se
minimice. La hipótesis de la independencia del efecto de la maternidad se sustenta,
en cambio, en la visión sociológica defendida por el feminismo que establece que
son los modelos sociales y culturales de conducta considerados adecuados a la
condición femenina, lo que determina que las mujeres, en general (con o sin hijos),
sean contratadas y desempeñen empleos que pueden ser vistos como una extensión
de sus responsabilidades domésticas.
Finalmente, es de interés explorar si y cómo la relación entre hijos y salarios varía
según el nivel educacional de las mujeres. Al respecto, no es fácil elaborar una
hipótesis clara. Aunque, es posible pensar que los mayores recursos económicos
de los hogares de las mujeres mejor cualificadas, que les permiten contratar en el
mercado más y mejores sustitutos de su actividad doméstica, tengan el efecto de
reducir la penalidad salarial asociada a la maternidad, también es probable que la
maternidad afecte más a las mujeres más instruidas, debido a que la penalización
salarial por interrupción de la carrera profesional o descapitalización podría ser
mayor para las ocupaciones de alto nivel o que requieren de mayores inversiones en
formación específica en el empleo. Puesto que ni la teoría ni la evidencia empírica
existente (como se verá a continuación) son concluyentes al respecto, estas relaciones
se plantean como exploratorias.
2. El soporte de la evidencia empírica
A favor de las hipótesis planteadas en este estudio existe considerable evidencia
empírica nacional e internacional. Distintos estudios han demostrado cómo las
características familiares afectan la participación laboral femenina, sugiriendo una
relación negativa entre las responsabilidades familiares y el trabajo remunerado en las
mujeres. Por ejemplo, se ha observado que la edad de matrimonio y el espaciamiento
entre el matrimonio y el nacimiento del primer hijo son variables relacionadas
positivamente con la participación laboral femenina (Bumpass, 1969; Sweet, 1973;
Scanzoni, 1975; Groat y otros, 1976). Relacionado con lo anterior, resultados
de estudios sobre actitudes de roles sexuales muestran que la adherencia a roles
60
femeninos tradicionales se encuentra negativamente asociada con la participación en
la fuerza de trabajo (Mason, 1974; Scanzoni, 1975).
Aunque, en base a análisis de carácter descriptivo, la evidencia para el caso chileno
va en esta misma dirección. Herrera y otros (2006) y Larrañaga (2006) identifican el
matrimonio y la natalidad como factores fuertemente asociados con la participación
laboral de las mujeres. Larrañaga (2006)28 muestra una diferencia de 30 puntos
porcentuales en la participación laboral entre mujeres casadas y solteras (de 25 y 40
años). Mientras el 47 por ciento de las mujeres casadas integra la fuerza de trabajo, en
la caso de las solteras este porcentaje alcanza al 77 por ciento. Por su parte, mientras
un 75 por ciento de las mujeres sin hijos participa laboralmente, esta tasa se reduce
a un 55 por ciento cuando la mujer tiene entre 1 y 2 hijos y a un 43 por ciento para
las que tienen entre 3 y 4 hijos. Herrera y otros (2006)29 corroboran esta situación,
señalando que las mujeres sin hijos trabajan más que las con hijos y que tanto la
edad como el número de hijos influyen sobre la participación laboral, de manera
que a mayor cantidad de hijos y a menor edad del niño más pequeño, disminuye la
inserción laboral de la mujer.
Es interesante notar, sin embargo, que la tenencia de hijos en el caso de las mujeres
solteras no reduce su participación; el 76 por ciento de las mujeres solteras con
hijos integra la fuerza de trabajo. En efecto, al controlar por el número de hijos,
considerando sólo al segmento de mujeres que tienen entre 1 y 2 hijos, la brecha
de participación según estado civil persiste: 78 por ciento para las solteras y 48 por
ciento para las casadas (Larrañaga, 2006). En este sentido, Herrera y otros (2006)
plantean que la presencia de pareja constituye un elemento desmotivador de la
participación laboral de las mujeres, sobretodo entre las que tienen hijos, y que esto
se relaciona con las actitudes negativas de los maridos hacia el trabajo remunerado
de las mujeres. La misma relación sugiere Larrañaga (2006), señalando que las
preferencias negativas de parte importante de la población respecto del trabajo de
las madres fuera del hogar podrían explicar, en parte, la baja tasa de participación
femenina en Chile.
Aunque no se encontraron estudios que relacionen las responsabilidades familiares
con los ingresos del trabajo para el caso chileno, evidencia internacional aportada
28
Sobre la base de la Encuesta CASEN 2003.
29
Sobre la base del CENSO 2002.
61
por Coverman (1983) indica que el tiempo dedicado al trabajo doméstico tiene un
efecto negativo sobre el salario/hora de las mujeres y que la existencia de ‘actitudes
modernas’ de roles sexuales en el hogar se asocia con mayores ingresos para
ellas. Sin embargo, la maternidad no afecta significativamente sus salarios cuando
se controla por edad y educación. En este mismo sentido, Hill (1979) encuentra
que el control por distintas medidas de experiencia laboral (experiencia part-time,
experiencia full-time, distinguiendo también entre experiencia en el empleo actual
y experiencia total de trabajo) explica todo el efecto negativo de la maternidad. Por
su parte, Lunberg y Rose (2000) obtuvieron una reducción de un 5 por ciento en el
salario/hora de las mujeres asociada al primer hijo, aunque este resultado se logró
sin controlar por experiencia laboral. En cambio, Waldfogel (1997) encontró una
penalidad, neta de experiencia laboral, de 6 por ciento por hijo, que se reduce a 4
por ciento al controlar por trabajo part-time y por cuánto de la experiencia laboral
previa había sido obtenida a través de trabajos a tiempo parcial. Sin embargo, este
estudio, no distingue cuanto del total de la experiencia laboral se había acumulado
en el empleo actual. En una investigación más reciente, Budig y England (2001),
muestran que existe una penalidad salarial bruta de 7 por ciento por hijo. Las mujeres
solteras tienen una penalidad menor que las casadas y las divorciadas y el segundo
hijo reduce más los salarios que el primero, especialmente entre las mujeres casadas.
No obstante, alrededor de un tercio de esta penalidad es explicada por distintas
medidas de experiencia laboral (en este caso: experiencia part-time, experiencia fulltime, experiencia part-time en el empleo actual y experiencia full-time en el empleo
actual). En este estudio, a diferencia de lo que indica Waldfogel (1997), el trabajo
part-time explica poco de la penalidad salarial de las mujeres.
Finalmente, Con y otros (2004) encontraron que la probabilidad de las mujeres
argentinas de acceder a un empleo formal es menor que la de los hombres. En efecto,
los hombres tienen probabilidad 36 por ciento menor que las mujeres de obtener
empleos informales. Por su parte, el mismo estudio encontró que el matrimonio
afecta negativamente las opciones de las mujeres de obtener un trabajo formal,
aumentando la posibilidad de acceder a un empleo informal en un 37 por ciento. En
relación con el acceso de las mujeres profesionales a altos cargos en las empresas
chilenas, Manzur y otros (2005) señalan que el machismo y la maternidad son las
dos causas principales que impiden que una mujer ingeniero comercial llegue a los
más altos puestos de una compañía. De este modo, la evidencia muestra también una
asociación negativa entre las responsabilidades familiares y la posibilidad de acceder
a empleos formales y de alto nivel que se caracterizan, en general, por ofrecer mejores
niveles de remuneraciones.
62
En definitiva, mientras más involucrada esté la mujer en roles familiares, en
términos de matrimonio temprano, presencia de hijos y una ideología tradicional
de roles sexuales, es menos probable que se encuentre involucrada en actividades
laborales de mercado y menores son sus opciones salariales. Para los hombres, en
cambio, se ha encontrado que aunque el tiempo que destinan efectivamente a la
realización de actividades para el hogar deteriora sus salarios (Coverman, 1983),
el efecto del matrimonio y de los hijos va en sentido contrario. Aunque Loh (1996)
encontró que los salarios de los hombres no se ven afectados por la presencia de
hijos, otros estudios han mostrado incluso un efecto positivo (Hill, 1979; Coverman,
1983; Lunberg y Rose 2000). Por ejemplo, Coverman (1983) evidencia que los hijos
escolares aumentan en un 4 por ciento el salario por hora de los hombres casados. Por
otra parte, señala que el tiempo que la esposa dedica al cuidado de los hijos aumenta
el ingreso de los maridos, pero que las ‘actitudes modernas’ de roles sexuales no
se relacionan significativamente con sus salarios. También, se ha demostrado que
el matrimonio disminuye las posibilidades de los hombres de acceder a un empleo
informal en un 38 por ciento (Con y otros, 2004). La influencia positiva de estos
factores en el caso de los hombres, se atribuye, en estos estudios, a la mayor presión
que enfrentan para cumplir adecuadamente con el rol de proveedor, cuando viven en
pareja y cuando el tamaño de la familia aumenta.
Las referencias señaladas apoyan la tesis central de estudio respecto de la existencia
de efectos diferenciados de la esfera familiar en el ámbito productivo para hombres y
mujeres. Y, sirven para demostrar cómo las desventajas que enfrentan las mujeres en el
acceso y al interior del mercado laboral pueden considerarse, en parte, una expresión
de la dificultad de integrar y conciliar los ámbitos productivo y reproductivo desde su
rol sexual tradicional. Para los hombres, en cambio, la paternidad y el trabajo, no son
contradicciones, sino que su compatibilidad queda garantizada en el rol masculino
de proveedor.
Ahora bien, como se ha discutido a lo largo de esta investigación, los niveles
educacionales alcanzados por la población determinan diferencias importantes en la
participación laboral y en los salarios de hombres y mujeres, así como también en
las brechas de género existentes al respecto. Además, se demostró que la distribución
del tiempo entre trabajo productivo y reproductivo entre ambos sexos y las pautas de
roles sexuales que prevalecen en los hogares, varían sustancialmente dependiendo del
nivel educacional y/o socioeconómico de las familias. Más allá de estas disparidades
socioeconómicas, es necesario señalar que la evidencia encontrada no muestra
resultados concluyentes en relación con cómo el efecto de la esfera familiar en el
63
ámbito laboral difiere según estrato social. Mientras Coverman (1983) encontró que
la influencia negativa de la maternidad sobre las remuneraciones de las mujeres es
sólo significativa para aquellas pertenecientes a la clase trabajadora, lo que podría
explicarse por su menor posibilidad de sustituir el trabajo doméstico en el mercado,
Budig y England (2001) señalan que no existe evidencia de que la penalidad salarial
a la maternidad difiera para las mujeres en empleos más demandados o de ‘alto
nivel’, o para las mujeres más educadas. Por lo tanto, es de interés para este estudio
explorar más sistemáticamente estas relaciones.
64
IV. DISEÑO METODOLÓGICO30
1. Los modelos a estimar
La metodología empleada, de carácter cuantitativo, consiste en un análisis
multivariado de regresión. Esta técnica resulta particularmente idónea, tomando en
cuenta que puede ser reconocida la dirección y la fuerza específica de cada variable
explicativa, al mantener constante el efecto del resto de los factores que se incluyen
en el análisis.
Dado los objetivos del estudio, se ajustaron dos modelos multivariados de regresión.
El primero, es un modelo de regresión logística binomial, que tiene como objeto
estimar el efecto del conjunto de factores independientes que se precisan más adelante,
en especial, de los relativos a la esfera familiar, sobre la probabilidad de la población
en edad activa de participar o no de la fuerza de trabajo. Aquí la variable dependiente
es categórica y toma el valor 1 cuando la persona está ocupada o desempleada y
el valor 0 o de referencia cuando la persona se declara inactiva. El segundo, es un
modelo semilogarítmico de regresión lineal, que permite estimar el efecto de los
distintos factores teóricamente relevantes sobre el logaritmo natural del salario por
hora de la ocupación principal (medido en forma continua), para la población que
trabaja asalariadamente. La ecuación semilogarítmica de salarios permite interpretar
los coeficientes asociados a las variables independientes como semielasticidades,
vale decir, como cambios porcentuales en el salario ante cambios absolutos en las
variables exógenas.
Consistentemente con el propósito de la investigación, cada uno de estos modelos
fueron estimados separadamente por sexo, de manera de poder observar cómo los
distintos factores explicativos incluidos en el análisis pesan y se direccionan para
hombres y mujeres. Al mismo tiempo, con el fin de poner a prueba las hipótesis
secundarias del estudio, los modelos fueron estimados en forma separada según
el nivel educacional alcanzado por las mujeres, distinguiendo a aquellas que han
completado la educación superior (ya sea técnica o universitaria) de aquellas con
niveles educacionales inferiores. También, los análisis segmentan la muestra de
mujeres según estado civil, estimando modelos independientes para las mujeres
30
Para una discusión sobre las limitaciones de la metodología empleada, ver anexo 1.
65
casadas o convivientes y para aquellas solteras, separadas o viudas. Ello, permite
apreciar si y cómo la relación entre la variable dependiente y las explicativas varía,
en cada modelo, cuando se trata de distintos segmentos de la población femenina.
2. Datos y muestra
La información que se utiliza en este estudio corresponde a la Encuesta de
Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN) del año 2006, implementada
por el Ministerio de Planificación y Cooperación (MIDEPLAN). La encuesta obtiene
información de una muestra probabilística nacional e incluye datos sobre ocupación
y composición de los hogares, necesarios para este estudio.
Por problemas de representatividad, se utilizaron sólo las secciones correspondientes
a la muestra urbana de la encuesta, puesto que, al trabajar con la muestra sin expandir
(requisito para los análisis de regresión), los sectores rurales hubieran quedado
demasiado sobrerepresentados, interfiriendo en los resultados (ver composición por
zona de la muestra ponderada y sin expandir en anexo 2).
Ahora bien, dado los objetivos del estudio, el análisis se restringe primero al
segmento de la población en edad de trabajar (PET), vale decir, de aquella de 15
años y más, que se encontraba en edad activa (PEA). Esto es, mujeres entre 15 y 59
años y hombres entre 15 y 64 años. Además, puesto que el interés era poder captar
el efecto de la escolaridad ya cursada, se excluyó también a la población menor de
25 años. El análisis se restringe luego sólo a los jefes/as de hogar y a sus respectivos
cónyuges o convivientes, ya que era necesario añadir a las personas el número de
hijos en edad preescolar y escolar, condición que no es posible de obtener para el
resto de los parientes en el hogar. Para la estimación del modelo de salarios se incluye
únicamente a la población que al momento de la encuesta se hubiera encontrado
ocupada de manera dependiente (asalariados). Se excluye, de este modo, a los
familiares no remunerados (FNR) y a los trabajadores no asalariados (empleadores y
cuenta propistas), puesto que los determinantes de sus ingresos son de distinta índole,
no se ajustan a los modelos teóricos definidos y no se recogen de manera suficiente en
la encuesta (ver composición de ambas muestras utilizadas en anexo 3).
3. Las variables explicativas en los modelos
Esfera familiar: en ambos modelos, participación laboral y salarios, se incluyen
variables que intentan captar la influencia de la esfera de la familia sobre el mercado
66
de trabajo. Para ello, se incorpora el estado civil como variable categórica (casado o
conviviente=1; anulado, separado, divorciado, viudo, soltero=0), el número de hijos
en edad preescolar (hasta 5 años) y el número de hijos en edad escolar (de 6 a 18
años). La dimensión subyacente que se busca medir es el efecto de la división sexual
del trabajo al interior de la familia sobre la decisión de integrar el mercado laboral
y sobre los salarios. Además de las labores del hogar y el cuidado de los niños,
otras tareas generalmente asignadas a las mujeres en el ámbito doméstico tienen que
ver con el cuidado de adultos mayores o personas enfermas que requieren de una
atención especial. Sin embargo, lamentablemente, la Encuesta CASEN no permite
obtener este tipo de información.
Factores económicos individuales: en ambos modelos se incorpora la educación,
indicador básico del capital humano acumulado por las personas. Para medir este
efecto, se optó por considerar el nivel de certificación educacional obtenido. Para
ello, se construyó un set de variables binarias, que reflejan cada grado educacional
alcanzado: educación media completa, educación técnico profesional terminada y
educación universitaria completa. La categoría de referencia quedó constituida por
los niveles educacionales inferiores a la enseñaza media certificada.
Junto con la educación formal, en el modelo de salarios, se incluye la experiencia
laboral, puesto que supone la adquisición de entrenamiento ‘en el empleo’, lo
que vuelve a los trabajadores más productivos. Dado que la encuesta no consigna
información sobre la experiencia laboral concreta de las personas, la edad menos
los años de escolaridad menos 5 fue interpretada como una medida proxy de la
experiencia de trabajo o, más bien dicho, como un indicador de la experiencia
laboral potencial. Se incluye también esta variable elevada al cuadrado, con el fin de
capturar un posible efecto no lineal de la experiencia laboral31. Además, se incorpora
la duración del empleo, como indicador de la experiencia de trabajo acumulada en
la actual ocupación. Por las limitaciones de la medida proxy de experiencia laboral,
sobretodo cuando se trata de personas que no trabajan, en el modelo de participación
laboral, se introduce simplemente la edad y la edad en forma cuadrática, que más que
la experiencia laboral captura el efecto del ciclo de vida.
Es necesario precisar que estas variables reflejan dimensiones distintas según sea el
modelo del que se trate. En el caso de la decisión de participación laboral, puesto que
31
Es posible que la experiencia laboral favorezca los salarios hasta un cierto punto, pero que cuando se
llegue a edades más avanzadas el efecto positivo se reduzca, se estabilice, o bien, se torne negativo.
67
la educación determina el salario potencial que se espera recibir en el mercado, refleja
cómo el costo de oportunidad de no trabajar influencia la participación económica.
En el caso del modelo de salarios, el capital humano (educación y experiencia),
constituyen medidas que dan cuenta del efecto de la productividad laboral en los
salarios.
Sustitutos no mercantiles del trabajo doméstico: esta variable, que es relevante
sólo para el modelo de participación laboral, se midió a través de la presencia de
abuelas (madre y/o suegra) inactivas en el hogar. La variable categórica toma el
valor 1 cuando existe alguna abuela inactiva en hogar y 0 en caso contrario. Esta
medida se incluye también en interacción con el número de hijos (preescolares y
escolares), con el objeto de determinar si la ayuda doméstica que puedan brindar
las abuelas reduce o no el efecto negativo que se espera muestren los hijos sobre las
opciones de sus madres de integrar la fuerza de trabajo.
Factores económicos familiares: en el modelo de participación laboral, se incluyen
dos medidas que buscan dar cuenta del efecto del salario de reserva de la persona
sobre la decisión de integrar la fuerza de trabajo. La primera variable consigna el
nivel de ingreso mensual de la ocupación principal de el/la cónyuge o conviviente.
La segunda medida registra el nivel mensual del resto de los ingresos disponibles
en el hogar, sumando los montos percibidos por concepto de rentas e intereses,
subsidios del Estado e ingresos del trabajo de otros miembros de la familia (se
excluye la remuneración de la persona, en el caso que trabaje). El monto total de
ingresos asociado a cada una de estas dos medidas fue dividido por el número de
integrantes del hogar, registrándose de este modo el nivel per cápita de estos ingresos
para cada hogar. Ambas variables, fueron construidas sobre la base de una escala de
intervalos regulares de $50.000.
Preferencias ocupacionales: Puesto que las preferencias de las mujeres por empleos
más compatibles con la maternidad pueden mediar en la relación entre hijos y
salarios, aquí se incluyen dos características ocupacionales que pueden considerarse
más claramente como amigables con la tenencia de hijos: el trabajo part-time y los
empleos transitorios. La primera variable, la duración de la jornada, toma el valor 1
cuando el trabajo es a jornada parcial (hasta 30 horas semanales) y 0 cuando se realiza
a jornada completa (31 horas semanales y más). La segunda variable, la estabilidad
de la relación laboral, toma el valor 1 cuando el empleo es transitorio (plazo fijo, por
obra, aprendizaje, servicios transitorios) y 0 en caso contrario, vale decir, cuando la
relación contractual es indefinida.
68
Estructura ocupacional y sectorial: en el modelo de salarios se incluyen dos
medidas que reflejan el nivel de feminización de las ocupaciones y de los sectores de
actividad económica, respectivamente. La dimensión subyacente que se busca medir
es el efecto de la división técnica del trabajo según género sobre los salarios. El
supuesto que está detrás de la decisión de incorporar también el sector de actividad,
es que los retornos salariales asociadas a las mismas ocupaciones, no son constantes
a través de las distintas ubicaciones sectoriales en la estructura de productiva (Beck
y otros, 1978). Sobre la base de las clasificaciones CIOU-88 y CIIU-7632 en las que
se basa la Encuesta CASEN, se consideró como ocupaciones y sectores de actividad
predominante femeninos, cuando el 70 por ciento o más de los ocupados eran mujeres
(ver anexo 4). Las ocupaciones y sectores feminizados toman el valor 1 y aquellos
donde las mujeres representan una proporción inferior, 0. Es necesario mencionar que
la clasificación internacional uniforme de ocupaciones (CIUO), no sólo incorpora
criterios de tipo de trabajo, sino también de nivel de competencias requerido y de
especialización de las competencias necesarias, cuestión que es relevante a la hora
diferenciar los puestos femeninos de los masculinos, ya que las mujeres no sólo
están segregadas en un grupo reducido de ocupaciones, sino que también dentro de
esas ocupaciones se ven excluidas de los puestos de alto nivel.
En el anexo 5, se presentan los estadísticos descriptivos de las variables que se
incluyen en cada modelo.
32
Clasificación Industrial Internacional Uniforme (CIIU), OEA, 1976 y Clasificación Internacional
Uniforme de Ocupaciones (CIUO), OIT, 1988.
69
V. RESULTADOS33
1. Los determinantes de la decisión de participación laboral34
1.1. La influencia de la familia en la participación económica de hombres y
mujeres
Las predicciones de la hipótesis principal en relación con la influencia de las
responsabilidades de la esfera doméstica, pareja e hijos, sobre la participación en el
mercado de trabajo, se cumplen para hombres y mujeres. Los resultados del modelo 1
para mujeres (en el cuadro1) muestran que, tal como se esperaba, para ellas, la esfera
de la familia y la del mercado laboral se relacionan negativamente. Controlando por
edad y educación, el matrimonio o el convivir en pareja es un factor gravitante para
la posibilidad de participación laboral femenina, reduciendo sus opciones en un 74
por ciento. Este resultado, evidencia el rol fundamental que juega el reparto de tareas
según género al interior de los hogares.
Asimismo, la maternidad reduce considerablemente las opciones de las mujeres de
integrar la fuerza de trabajo y esta disminución es aún más importante cuando los
niños son pequeños. Así, mientras cada hijo en edad escolar deteriora las posibilidades
de su madre de participar laboralmente en un 9 por ciento, la influencia negativa de
cada hijo preescolar alcanza un 35 por ciento. De este modo, tal como se había
predicho, el efecto de la maternidad sobre la participación económica de las mujeres
queda sujeto, otros factores constantes, a la sustituibilidad entre bienes de mercado
y bienes domésticos para el cuidado y crianza de los hijos. Puesto que el cuidado
de los niños pequeños es un trabajo más difícil de suplir en el mercado (o que se
puede reemplazar, pero con problemas de horario y calidad), se esperaba que la
influencia negativa de la maternidad sobre la participación laboral femenina fuera
más importante cuando los hijos son de corta edad.
33
Se advierte que los cuadros que se presentan en este capítulo serán de difícil comprensión para un
lector que no maneje técnicas de análisis de regresión, de modo que se aconseja centrarse en el texto,
que va indicando la manera en que se leen e interpretan los coeficientes de las tablas.
34
En los modelos logísticos de participación laboral que se presentan en esta sección, los coeficientes
deben interpretarse como el cambio porcentual en la probabilidad de éxito de participar laboralmente,
determinado por cada variable explicativa.
71
CUADRO 1
DETERMINANTES DE LA PARTICIPACIÓN LABORAL, HOMBRES JEFES DE HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES,
DE 25 A 64 AÑOS Y MUJERES JEFAS DE HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES, DE 25 A 59 AÑOS, 2006
VARIABLES EN EL MODELO
CONSTANTE
E. CIVIL (CASADO, CONVIVIENTE=1)
Nº HIJOS PREESCOLARES
Nº HIJOS ESCOLARES
EDUC. MEDIA COMPLETA
EDUC. TÉCNICA PROF. COMPLETA
EDUC. UNIVERSITARIA COMPLETA
EDAD
(EDAD)2
-2 LOG LIKELIHOOD
COX & SNELL R SQUARE
NAGELKERKE R SQUARE
MODELO HOMBRES
B
EXP (B)
1,770
5,870 **
,351
1,421 ***
,308
1,360 ***
,111
1,117 ***
,070
1,072 NS
,324
1,383 *
1,110
3,034 ***
,143
1,153 ***
-,003
,997 ***
MODELO MUJERES 1
B
EXP (B)
-1,355
,258 ***
-1,335
,263 ***
-,425
,654***
-,095
,909 ***
,412
1,510 ***
1,195
3,305 ***
2,294
9,911 ***
,157
1,170 ***
-,002
,998 ***
10282,506
,079
,210
35146,265
,127
,170
*** P< .01; ** P< .05; * P< .10
Para los hombres, por el contrario, la relación entre familia y trabajo es positiva. Tal
como se había predicho, el matrimonio o el vivir en pareja es un factor que posee
una alta capacidad predictiva de la participación laboral masculina, aumentando sus
opciones en un 42 por ciento. También la paternidad muestra una influencia positiva
sobre la participación económica de los hombres y este efecto es mayor cuando los
hijos son de corta edad. De esta manera, para ellos, las posibilidades de integrar la
fuerza de trabajo se incrementan en un 36 por ciento por cada hijo preescolar y en
un 12 por ciento por cada hijo en edad escolar. En la medida que, como se demostró,
la participación laboral de las mujeres se ve más obstaculizada por la maternidad
cuando los hijos son pequeños, se entiende entonces que para los hombres sea mayor
la presión de integrar la fuerza de trabajo cuando los niños son de corta edad.
En suma, es posible sostener empíricamente la tesis general planteada en este estudio.
Los resultados revelan que la relación entre la esfera productiva y reproductiva
constituye parte fundamental de la explicación de las diferencias de participación laboral
entre hombres y mujeres, en la medida que las responsabilidades del ámbito doméstico
presentan un efecto diferenciado según sexo sobre la ‘decisión’ de integrar la fuerza de
trabajo. Para las mujeres, la asignación a su rol tradicional, hace que las exigencias de
la esfera familiar choquen con sus expectativas en el mercado de trabajo, generándose
una relación de tensión. Para los hombres, en cambio, la autonomía económica y
72
la existencia familiar no son contradicciones, sino que su compatibilidad está dada
y asegurada en el rol masculino tradicional, de manera que las responsabilidades
familiares no inhiben, sino que más bien obligan a ejercer la profesión.
De este modo, los resultados evidencian que la decisión de integrar el mercado
laboral de hombres y mujeres está muy determinada por los roles y responsabilidades
en el proceso de la reproducción social. Por lo tanto, la distribución del tiempo que
está realizando la población no puede ser interpretada como resultado de decisiones
libres, de deseos, sino como consecuencia de condicionamientos sociales y culturales
previos. En este sentido, el importante poder predictivo que muestra el matrimonio
o la convivencia sobre la participación económica de hombres y mujeres, cuando
se controla por la edad de las personas y el número de hijos, hace especialmente
evidente lo fuertemente arraigadas que se encuentran las asignaciones de roles
sexuales tradicionales en la población.
1.2. El costo de oportunidad de no trabajar
El nivel de salario que potencialmente puede obtenerse en el mercado es un factor
que determina fuertemente la decisión de integrar la fuerza de trabajo para ambos
sexos (ver modelo hombres y modelo mujeres 1 en cuadro 1). En efecto, se observa
que, del modo previsto, la educación favorece de manera importante las opciones
de participación laboral de hombres y mujeres. Además, esta influencia es cada vez
mayor a medida que se obtienen niveles de certificación educacional más altos,
mostrando la educación universitaria el mayor poder predictivo de la participación
en el mercado de trabajo (entre todas las variables que se incluyen en el modelo).
Este resultado debe interpretarse como consecuencia de que, para los hombres,
el costo de oportunidad del ocio se incrementa cuando crece su salario potencial.
Mientras, para las mujeres, es sobretodo el costo de oportunidad del trabajo doméstico
el que se eleva cuando aumentan sus posibilidades salariales. Ello, debido a que las
asignaciones de tiempo de las mujeres son diferentes a las de los hombres, ya que
se aplican sobre una opción tridimensional (trabajo de mercado, trabajo doméstico
y ocio). Así, para ellas, el salario no sólo afecta la elección entre ocio y renta, sino
también, y especialmente, la distribución del tiempo entre el trabajo de mercado y el
trabajo doméstico que les es asignado socialmente.
En todo caso, es interesante notar que la educación, en todos sus niveles, tiene una
influencia considerablemente más importante sobre la participación laboral de las
73
mujeres que de los hombres, en especial la educación universitaria. Esto es lógico,
puesto que el salario al que se puede aspirar en el mercado juega un rol relativamente
menor, cuando las responsabilidades de la esfera familiar conllevan la ‘obligación’
de integrar la fuerza de trabajo (este es el caso de los hombres). Para las mujeres,
en cambio, existe un trade-off entre sus responsabilidades familiares y sus salarios
potenciales, representado por el costo de oportunidad del trabajo doméstico. De
manera que, para ellas, los salarios posibles de obtener en el mercado se vuelven un
factor más determinante a la hora de decidir integrar la fuerza de trabajo.
En relación con la influencia del ciclo de vida, tal como se esperaba, la edad
incrementa las opciones de integrar la fuerza de trabajo; en un 15 por ciento para los
hombres y en un 17 por ciento para las mujeres. No obstante, se observa que cuando
se alcanzan edades más avanzadas, este efecto se torna ligeramente negativo (-0,3%
para los hombres y -0,2% para las mujeres), evidenciando una influencia no lineal
de la edad. Ello, indica que, llegado a un cierto punto, la edad deja de favorecer
la integración al mercado de trabajo y comienza a deteriorar las posibilidades de
participar laboralmente, para ambos sexos.
1.3. Sustitos no mercantiles para el cuidado de los hijos
Ahora bien, como predice la teoría económica, el salario de mercado afecta la decisión
de participación laboral, dependiendo también de las posibilidades de sustitución
entre bienes de mercado y bienes domésticos para cada hogar concreto. En este
sentido, se había hipotetizado que la existencia en la familia de buenos sustitutos
no mercantiles para el trabajo de cuidado de los hijos, que se midió a través de la
presencia de abuelas (madres y/o suegras) inactivas en el hogar, podría favorecer
la participación laboral femenina, por medio de disminuir el efecto negativo de la
maternidad, especialmente el de los hijos más pequeños.
El modelo 2 para mujeres, en el cuadro siguiente, incluye esta nueva variable
que resulta teóricamente relevante sólo para ellas. Los resultados muestran que la
presencia de la madre y/o suegra en el hogar no se relaciona directamente con la
participación laboral femenina (relación no significativa). No obstante, tal como se
había predicho, si hay una abuela en la familia, se reduce de manera importante
la influencia negativa de los hijos preescolares sobre la participación laboral de la
madre, de un 35 a un 3 por ciento35. La presencia de abuelas inactivas en la familia
35
Este resultado se obtiene calculando el Exp (B) para la suma de los coeficientes B asociados a los
hijos preescolares y a la interacción entre hijos preescolares y abuela.
74
no modifica, sin embargo, el efecto de los hijos escolares sobre la decisión de las
mujeres de integrar la fuerza de trabajo.
CUADRO 2
DETERMINANTES DE LA PARTICIPACIÓN LABORAL, MUJERES JEFAS DE HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES,
DE 25 A 59 AÑOS, 2006
VARIABLES EN EL MODELO
CONSTANTE
E. CIVIL (CASADO, CONVIVIENTE=1)
Nº HIJOS PREESCOLARES
Nº HIJOS ESCOLARES
EDUC. MEDIA COMPLETA
EDUC. TÉCNICA PROFESIONAL COMPLETA
EDUC. UNIVERSITARIA COMPLETA
EDAD
(EDAD)2
PRESENCIA DE ABUELA EN HOGAR
HIJOS PREESCOLARES * ABUELA
HIJOS ESCOLARES * ABUELA
INGRESOS DEL HOGAR
INGRESO DEL TRABAJO DEL CÓNYUGE/CONV.
-2 LOG LIKELIHOOD
COX & SNELL R SQUARE
NAGELKERKE R SQUARE
MODELO MUJERES 2
B
EXP (B)
-1,337
,263 ***
-1,334
,263 ***
-,442
,643 ***
-,093
,911 ***
,412
1,509 ***
1,193
3,295 ***
2,295
9,920 ***
,156
1,168 ***
-,002
,998 ***
,071
1,073 NS
,408
1,504 ***
-,063
,939 NS
MODELO MUJERES 3
B
EXP (B)
-1,334
,263 ***
-1,309
,270 ***
-,443
,642 ***
-,098
,907 ***
,421
1,523 ***
1,226
3,409 ***
2,380
10,801 ***
,157
1,169 ***
-,002
,998 ***
,055
1,057 NS
,405
1,500 ***
-,060
,942 NS
,005
1,005 NS
-,023
,977 ***
35136,283
,128
,170
35113,513
,128
,171
*** P< .01; ** P< .05; * P< .10
La considerable disminución que se produce en la influencia negativa de los niños
pequeños sobre la partición laboral femenina, cuando hay una abuela presente en el
hogar, corrobora la idea de que el cuidado de los hijos preescolares es especialmente
difícil de sustituir en el mercado. Ello, puede relacionarse con el costo de los servicios
de cuidado que se pueden contratar, ya sea dentro o fuera del hogar, o bien, con la
falta de confianza respecto de la calidad de esos servicios.
1.4. El efecto ingresos familiares
Se había señalado que, debido al rol y posición que ocupan las mujeres en la
familia, en su decisión de participación laboral influiría también el total de ingresos
disponibles en el hogar (descontando la remuneración de la mujer, en el caso que
trabaje). Según predice la teoría económica, en la medida que a mayores recursos
75
monetarios familiares, aumenta la capacidad de consumo de bienes de mercado del
hogar, menor debiera ser la participación laboral femenina. Como se indicó en la
sección metodológica, el efecto ingresos familiares se separó en dos medidas: el
ingreso de la ocupación principal del cónyuge o conviviente y el resto de los ingresos
de que dispone el hogar. Las variables miden el nivel de ingreso mensual per cápita
que obtiene el hogar por cada concepto y fueron construidas sobre la base de una
escala de intervalos regulares de $50.000.
Al respecto, los resultados del modelo 3 para mujeres (cuadro 2) muestran que,
sorprendentemente, los ingresos existentes en el hogar, todos aquellos que no provienen
del trabajo del cónyuge o conviviente, no influencian la decisión de las mujeres de
integrar la fuerza de trabajo (relación no significativa). Aunque contradice la teoría
económica, la cual predice que a mayores recursos económicos familiares es menos
probable que las mujeres integren el mercado laboral, este resultado es, sin embargo,
consistente con la evidencia de que las mujeres más educadas, pertenecientes a los
hogares que en mayor medida disponen de ingresos no laborales (ver correlaciones
simples en anexo 6), muestran una tasa de participación laboral considerablemente
más alta que aquellas de menores estudios.
Ahora bien, la conveniencia de haber separado el efecto ingresos familiares
en dos medidas, se comprueba al observar que los recursos económicos que el
marido o conviviente aporta al hogar y que provienen de su trabajo se relacionan
significativamente con la participación laboral de las mujeres, disminuyendo sus
opciones de integrar la fuerza de trabajo en un 2 por ciento. De este modo, la
influencia de los ingresos con que cuenta el hogar no es independiente de la fuente
de donde provengan. Este resultado es interesante, puesto que sugiere que al efecto
de los recursos económicos aportados por el marido o conviviente se adiciona la
influencia de su posición y rol de proveedor en la familia. Así, el efecto ingresos
adquiere significación, cuando se da el marco de las asignaciones de roles de género
imperantes al interior del hogar.
De todas formas, considerando que la influencia negativa del salario de la pareja es
bastante leve y que los otros ingresos disponibles en el hogar no afectan la decisión
de participación laboral femenina, se puede concluir que hoy en día la relación de
las mujeres con el mercado de trabajo está fundamentalmente determinada por sus
opciones salariales personales (sujeta a restricciones de tiempo y de deberes de roles
76
de género asignados socialmente) y no tanto por las posibilidades de consumo de
bienes de mercado de toda la familia36.
Por último, sólo mencionar que al incluir los distintos ingresos del hogar en el modelo
3 para mujeres, la influencia positiva de la educación sobre la participación laboral
femenina se incrementa ligeramente (para todos los niveles de certificación). Ello,
indica que el efecto de la escolaridad estaba siendo subestimado, puesto que el nivel
educacional de las mujeres y de los ingresos del trabajo del cónyuge o conviviente,
se correlacionan en forma positiva (ver correlaciones simples en anexo 6).
1.5. La influencia de la maternidad para mujeres con y sin pareja
Con el fin de determinar si la influencia de la maternidad varía entre mujeres que
viven con y sin pareja, el cuadro 3 presenta los resultados del modelo, segmentando
la muestra según estado civil. Se esperaba que el efecto negativo de la maternidad
sobre la decisión de participación laboral femenina fuera mayor para las mujeres
casadas o convivientes. Ello, se debería a que es en la relación de pareja donde se
concreta la distribución tradicional de roles y tareas según género y al aporte que
hace el salario del hombre al total de ingresos disponibles en el hogar. Los resultados
corroboraron sólo parcialmente esta hipótesis.
Comparando los resultados que arroja el modelo para mujeres solteras con los del
modelo para mujeres casadas 1 (cuadro 3), se observa que los hijos preescolares
afectan negativamente la participación laboral de ambos tipos de mujeres. No
obstante, en contra de lo esperado, la influencia negativa de los niños pequeños es
considerablemente mayor para las mujeres solteras, separadas o viudas, a pesar de su
mayor necesidad de integrar la fuerza de trabajo. En efecto, se aprecia una reducción
de un 43 por ciento por hijo preescolar en las opciones de las mujeres solteras de
integrarse laboralmente y de un 34 por ciento para aquellas que están casadas o viven
en pareja.
Aunque no se había ensayado una hipótesis alternativa, los resultados indican que
la experiencia de la maternidad, cuando los niños son muy pequeños, se vuelve un
factor que dificulta más trabajar a las mujeres si se enfrenta sin pareja, posiblemente
porque la ausencia de marido o conviviente sitúa a la mujer en una condición más
36
Evidencia en este sentido ha sido encontrada por Juhn y Murphy, 1997 y Cohen y Bianchi, 1999,
citados en England, 2005.
77
vulnerable. Pero también, porque en contra de lo previsto, las mujeres casadas
con hijos preescolares no toman en consideración el salario de sus maridos para la
decisión de no integrar la fuerza de trabajo. De hecho, el modelo 2 para mujeres que
viven en pareja muestra que, el efecto negativo de la maternidad es independiente
de los ingresos del trabajo del cónyuge o conviviente. Esto, queda reflejado en que,
al controlar por la remuneración de la pareja, la influencia negativa de los hijos
pequeños sobre las opciones de participación laboral de sus madres no disminuye.
Ello, ayuda a explicar porqué la maternidad no tiene un efecto negativo mayor para
las mujeres que viven en pareja, cuando los hijos son de corta edad.
CUADRO 3
DETERMINANTES DE LA PARTICIPACIÓN LABORAL, MUJERES JEFAS DE HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES,
DE 25 A 59 AÑOS, SEGÚN ESTADO CIVIL, 2006
MODELO MUJERES
VARIABLES EN EL MODELO
SOLTERAS
B
CONSTANTE
Nº HIJOS PREESCOLARES
Nº HIJOS ESCOLARES
EDUC. MEDIA COMPLETA
EDUC. TÉCNICA PROF. COMPLETA
EDUC. UNIVERSITARIA COMPLETA
EDAD
(EDAD)2
PRESENCIA DE ABUELA EN HOGAR
HIJOS PREESCOLARES * ABUELA
HIJOS ESCOLARES * ABUELA
INGRESOS DEL HOGAR
INGRESO DEL TRABAJO DEL CÓNYUGE/CONV.
-2 LOG LIKELIHOOD
COX & SNELL R SQUARE
NAGELKERKE R SQUARE
EXP (B)
MODELO MUJERES
CASADAS 1
B
EXP (B)
MODELO MUJERES
CASADAS 2
B
EXP (B)
-,937
,392 NS
-2,288
,101 ***
-2,270
,103 ***
-,554
,575 ***
-,420
,657 ***
-,421
,656 ***
-,039
,962 NS
-,104
,902 ***
-,110
,895 ***
,548
1,731 ***
,396
1,486 ***
,409
1,505 ***
1,434
4,197 ***
1,179
3,250 ***
1,220
3,388 ***
2,615 13,673 ***
2,259
9,576 ***
2,366 10,652 ***
,174
1,190 ***
,131
1,140 ***
,133
1,142 ***
-,003
,997 ***
-,002
,998 ***
-,002
,998 ***
,059
1,061 NS
,053
1,054 NS
,031
1,031 NS
,535
1,707 NS
,418
1,519 ***
,416
1,516 ***
-,038
,963 NS
-,064
,938 NS
-,058
,943 NS
-,053
,949 ***
,011
1,011 NS
,022
1,023 ***
-,028
,972 ***
5186,141
,108
,161
29828,705
,082
,110
29799,133
,083
,111
*** P< .01; ** P< .05; * P< .10
Ahora bien, las predicciones en relación con la influencia de los hijos escolares sobre
la decisión femenina de integrar la fuerza de trabajo, sí se cumplen. Los resultados
muestran que, cuando los hijos se encuentran en edad escolar, no afectan la decisión
de participación laboral de las mujeres solteras (relación no significativa), en cambio,
disminuyen las opciones de integrar la fuerza de trabajo en un 10 por ciento para las
mujeres casadas o convivientes. De este modo, cuando los niños asisten al sistema
78
escolar y su cuidado requiere de menor atención de la madre, pudiéndose sustituir con
mayor facilidad en el mercado o a través de redes familiares o vecinales, las madres
sin pareja no encuentran dificultades para integrar el mercado trabajo. Sin embargo,
para las mujeres casadas, aunque los hijos asistan al sistema escolar, interfieren de
manera importante en su decisión de participación económica.
Estos resultados son interesantes, puesto que sugieren que, mientras para las mujeres
solteras se hace presente su mayor necesidad de trabajar, para aquellas que viven
en pareja, los roles al interior de la familia están influenciando el efecto que la
maternidad tiene sobre la participación laboral. Y, son las pautas de roles sexuales
imperantes en el seno del hogar y no el efecto del salario del cónyuge o conviviente,
lo que hace que la influencia negativa de los niños escolares sobre la participación
laboral sea mayor para estas mujeres. Ello, se comprueba, porque al controlar por los
ingresos del trabajo de la pareja (modelo mujeres casadas 2), la influencia negativa
de los hijos escolares tampoco disminuye. Dicho de otro modo, el efecto negativo de
la maternidad, cuando los hijos están en edad escolar, no se explica, en parte, por el
ingreso que el marido o conviviente aporta al hogar.
Resulta interesante destacar que, al considerar separadamente a las mujeres que viven
con y sin pareja, el efecto de los ingresos del hogar, de aquellos que no provienen del
trabajo del marido o conviviente, se especifica. Para las mujeres solteras, separadas o
viudas se comprueba la existencia de una influencia negativa de estos ingresos sobre
su decisión de participación laboral (-5%). De este modo, para ellas, que no cuentan
con el aporte del salario del cónyuge o conviviente, los otros ingresos disponibles
en el hogar juegan un papel, aunque leve, a la hora de decidir no integrar el mercado
de trabajo. Sin embargo, inesperadamente, para las mujeres que viven en pareja, la
influencia de estos recursos económicos es ligeramente positiva, favoreciendo sus
opciones de participación económica en un 2 por ciento (ver modelo mujeres casadas
2). Aunque podría ser comprensible que el efecto de estos ingresos familiares no
fuera significativo para las mujeres casadas, que ven disminuidas sus opciones
de participación laboral a medida que aumenta el salario del marido (-3%), no
queda claro porqué favorecen su la participación laboral. Más adelante, un análisis
desagregado por nivel educacional ayuda a precisar esta situación.
Para cerrar este análisis, es necesario mencionar dos resultados de interés no
previstos. En primer lugar, la educación es un factor más determinante de la
participación laboral de las mujeres solteras que de las casadas. Dicho de otro modo,
a igual nivel educacional, otros factores también constantes, las mujeres solteras
79
muestran una mayor probabilidad de integrar el mercado de trabajo. Este resultado,
puede ser el reflejo de que los patrones de roles de género imperantes en la familia
están interviniendo en la decisión de participación laboral de las mujeres casadas.
Segundo, para las mujeres casadas o convivientes, la presencia de abuelas inactivas
en el hogar diminuye prácticamente toda la influencia negativa de los hijos pequeños
en la participación laboral (de -34% a -0,5%). En cambio, para las madres solteras,
este efecto no es significativo. Este resultado llama la atención, puesto que sería más
lógico pensar que las mujeres que no cuentan con pareja fueran más sensibles a la
ayuda doméstica que puedan brindar las abuelas.
1.6. El efecto de la familia para mujeres con diferencial educacional
A continuación, el análisis segmenta la muestra de mujeres por nivel educacional,
distinguiendo a aquellas que han completado la educación superior, ya sea técnica o
universitaria, de las que no lo han hecho. Puesto que los patrones de roles sexuales
a los que adscriben las personas de menor educación son más tradicionales, sumado
a que los salarios potenciales más bajos de estas mujeres disminuyen el costo de
oportunidad del trabajo doméstico y considerando que la disponibilidad de menores
recursos económicos familiares dificulta sustituir el trabajo doméstico (quehaceres
del hogar y cuidado de los hijos) en el mercado, se esperaba que la influencia negativa
del matrimonio y de la maternidad sobre la participación laboral fuera bastante mayor
para las mujeres que no cuentan con educación superior.
No obstante, los resultados del cuadro 4 muestran que el efecto de vivir en pareja
prácticamente no se diferencia entre mujeres con distinto nivel educacional alcanzado.
El matrimonio o la convivencia deteriora las opciones de integrar la fuerza de
trabajo en un 72 por ciento para las mujeres que cuentan con educación superior y
en un 73 por ciento para aquellas de menor cualificación. Asimismo, la influencia
de la maternidad es también apenas levemente mayor para las mujeres que no han
completado la educación superior cuando los hijos son preescolares, pero claramente
menor cuando están en edad escolar. En efecto, los hijos pequeños disminuyen en un
32 por ciento las opciones de las madres mejor educadas de participar laboralmente
y en un 34 por ciento para aquellas de menor educación. Por su parte, los hijos en
edad escolar deterioran la posibilidad de integrar la fuerza de trabajo de las mujeres
más educadas en un 17 por ciento y sólo en un 9 por ciento para aquellas menos
cualificadas.
80
CUADRO 4
DETERMINANTES DE LA PARTICIPACIÓN LABORAL, MUJERES JEFAS DE HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES,
DE 25 A 59 AÑOS, SEGÚN NIVEL EDUCACIONAL, 2006
VARIABLES EN EL MODELO
MODELO MUJERES
MODELO MUJERES
CON EDUCACIÓN SUPERIOR
SIN EDUCACIÓN SUPERIOR
B
CONSTANTE
E. CIVIL (CASADO, CONVIVIENTE=1)
Nº HIJOS PREESCOLARES
Nº HIJOS ESCOLARES
EDAD
(EDAD)2
PRESENCIA DE ABUELAS
HIJOS PREESCOLARES * ABUELA
HIJOS ESCOLARES * ABUELA
INGRESOS DEL HOGAR
INGRESO DEL TRABAJO DEL CÓNYUGE/CONV.
-2 LOG LIKELIHOOD
COX & SNELL R SQUARE
NAGELKERKE R SQUARE
1,838
-1,257
-,379
-,180
,073
-,001
,145
,425
,066
-,005
-,025
EXP (B)
6,283 *
,285 ***
,684 ***
,835 ***
1,075 NS
,999 NS
1,156 NS
1,530 NS
1,068 NS
,995 NS
,976 ***
3110,534
,053
,085
B
-1,315
-1,299
-,417
-,090
,162
-,002
,122
,330
-,079
,018
,006
EXP (B)
,268 ***
,273 ***
,659 ***
,914 ***
1,176 ***
,998 ***
1,130 NS
1,392 **
,924 NS
1,018 **
1,006 NS
32957,884
,077
,102
*** P< .01; ** P< .05; * P< .10
En definitiva, estos resultados muestran que para las mujeres de baja cualificación, las
responsabilidades de la esfera doméstica (pareja e hijos) no juegan comparativamente
un rol obstaculizador de la participación laboral tan importante como se esperaría.
Ello, resulta sorprendente, puesto que sería más lógico pensar que las mujeres menos
educadas fueran bastante más vulnerables a los efectos de la vida en pareja y de la
maternidad.
Ahora bien, los ingresos con que cuentan los hogares (excluido el salario del cónyuge
o conviviente) no influyen en la decisión de participación laboral de las mujeres
mejor instruidas (relación no significativa). Como se señaló al comienzo del análisis,
este resultado es consistente con la evidencia de que las mujeres más educadas, están
más integradas al mercado laboral, a pesar de pertenecer a hogares que en mayor
medida disponen de ingresos no laborales.
Pero, sorprendentemente, estos ingresos del hogar favorecen las opciones de integrar
la fuerza de trabajo de las mujeres de menores estudios. Recordemos, que no había
quedado claro porqué los ingresos familiares, que no provienen del trabajo del
81
cónyuge o conviviente, mostraban un efecto positivo sobre la participación laboral de
las mujeres casadas. Ahora, se pudo demostrar que ello sólo ocurre para las mujeres
de baja cualificación. Aunque el efecto es leve (+2%), este resultado es interesante,
puesto que indica que en condiciones económicas más difíciles, la disponibilidad de
mayores recursos en el hogar, en vez de inhibir la decisión de integrar el mercado de
trabajo, la impulsa o favorece. Ello, posiblemente se deba a que, al elevarse el nivel
económico de la familia, se facilita la obtención de medios mercantiles para aligerar
o sustituir las tareas del hogar, al mismo tiempo que aumentan las posibilidades
de contratar servicios para el cuidado de los hijos, ya sea dentro del hogar o en
establecimientos educacionales. Este resultado llama la atención sobre el papel que,
sobre la participación laboral femenina, podrían estar jugando los susidios del Estado
y los ingresos del trabajo de otros parientes del hogar, dos fuentes importantes de
recursos familiares en los hogares más pobres.
En un sentido similar, se observa que, mientras el salario del cónyuge o conviviente
disminuye ligeramente las opciones de integrar la fuerza de trabajo de las mujeres que
han completado la educación superior (-2%), esta influencia no es significativa para
aquellas de menores estudios. De este modo, en los hogares de mayor vulnerabilidad
económica, el ingreso del trabajo del marido o la pareja, tampoco inhibe la decisión
de participación laboral femenina.
Para terminar, dos resultados de interés que no se habían previsto pueden observarse
en el cuadro 4. Primero, la posibilidad de sustituir el trabajo de cuidado de los niños
a través de medios no mercantiles, como la ayuda doméstica que pueda brindar la
madre o suegra, favorece únicamente la participación laboral de las mujeres menos
cualificadas, por medio de reducir de manera importante el efecto negativo de los
hijos pequeños (de -34% a -8%). De este modo, sólo cuando los recursos familiares
son escasos y los salarios potenciales son bajos, la presencia de abuelas inactivas
en el hogar constituye un factor relevante para la decisión femenina de integrar el
mercado de trabajo. En segundo lugar, se observa que mientras las mujeres de baja
cualificación mejoran considerablemente sus opciones de participación laboral con
la edad (+18%), para aquellas que cuentan con educación superior este efecto no es
significativo. Ello, indica que las nuevas generaciones de mujeres, que han alcanzado
altos niveles de educación, están integrando el mercado laboral sin problema.
82
2. Explicando los niveles de salario de mercado37
2.1. La influencia de la familia sobre los salarios de hombres y mujeres
Al incorporar al modelo todos los factores teóricamente relevantes para explicar el
nivel de salario/hora de mercado (ver cuadro 5), no existe un efecto significativo de
la esfera familiar para las mujeres. Esto significa que, contradiciendo la hipótesis
principal de este estudio y a diferencia de lo que se ha observado para otros países,
no existe una penalidad salarial asociada a la maternidad, ni cuando los hijos son
pequeños ni cuando se encuentran en edad escolar, al mismo tiempo que la influencia
del matrimonio o convivencia tampoco resultó significativa. En consecuencia, en
Chile, las responsabilidades familiares afectan de manera importante la decisión de
participación laboral femenina, sin embargo, para aquellas mujeres que han saltado
la barrera de la inactivad y han logrado insertarse en el mercado laboral, hecho que
está fuertemente favorecido por su nivel educacional, la maternidad y el vivir en
pareja no tienen un efecto, independiente de la influencia de otras variables, sobre sus
remuneraciones. Además de no resultar significativos estos efectos, únicamente la
influencia de los hijos escolares va en el sentido esperado, en cambio, el matrimonio
y los hijos pequeños muestran un efecto positivo.
Las predicciones en relación con la influencia de la esfera familiar sobre los salarios
de los hombres, tampoco se cumplen. Aunque el coeficiente asociado a vivir en pareja
resultó positivo, como se esperaba, no es significativo. Por su parte, la influencia de
los hijos escolares va en la dirección prevista, sin embargo, el aumento que producen
en el salario/hora de sus padres es muy leve (menos de un 1%) y está en límite de
una significancia aceptable (p=.10). Lo que llama especialmente la atención, puesto
que contradice de fondo las predicciones de la teoría, es la influencia negativa de la
paternidad sobre los salarios, cuando los hijos son preescolares. Sorprendentemente,
los hijos pequeños deterioran las remuneraciones de sus padres en un 3 por ciento.
En la medida que la experiencia laboral está controlada en el análisis, la influencia
de los niños pequeños no puede interpretarse como reflejo de que hombres con hijos
de corta edad son también más jóvenes y contarían, por ello, con menor experiencia
laboral. Por lo tanto, no queda claro porqué los hijos preescolares, independientemente
de la experiencia laboral de sus padres, influencian negativamente sus salarios.
37
En los modelos semilogarítmicos de salarios que se presentan en esta sección, los coeficientes deben
interpretarse como semielasticidades, vale decir, como cambios porcentuales en el salario ante
cambios absolutos en las variables independientes.
83
Esta situación se especifica más adelante cuando se segmenta el análisis por nivel
educacional.
CUADRO 5
DETERMINANTES DEL LOGARITMO NATURAL DEL SALARIO/HORA, HOMBRES JEFES DE HOGAR
Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES, DE 25 A 64 AÑOS Y MUJERES JEFAS DE HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES,
DE 25 A 59 AÑOS, 2006
VARIABLES EN EL MODELO
CONSTANTE
E. CIVIL (CASADO, CONVIVIENTE=1)
Nº HIJOS PREESCOLARES
Nº HIJOS ESCOLARES
JORNADA PARCIAL
EMPLEO TRANSITORIO
OCUPACIONES FEMINIZADAS
ACTIVIDADES FEMINIZADAS
EDUC. MEDIA COMPLETA
EDUC. TÉCNICA PROF. COMPLETA
EDUC. UNIVERSITARIA COMPLETA
EXPERIENCIA LABORAL
(EXPERIENCIA LABORAL)2
EXPERIENCIA EN EL EMPLEO ACTUAL
R2 AJUSTADO
MODELO MUJERES
B
BETA
6,732 ***
,019 NS
,011
,007 NS
,005
-,007 NS
-,011
,290 ***
,156
-,078 ***
-,042
-,059 ***
-,040
-,096 ***
-,063
,145 ***
,092
,571 ***
,213
1,190 ***
,562
-,006 **
-,084
2,69E-006 NS
,002
,017 ***
,191
MODELO HOMBRES
B
BETA
6,781***
,010NS
,004
-,030***
-,024
,007*
,012
,326***
,084
-,045**
-,015
-,105***
-,030
-,104***
-,049
,246***
,165
,679***
,226
1,374***
,552
,013***
,165
,001NS
,020
,000***
-,101
,425
,371
*** P< .01; ** P< .05; * P< .10
Ahora bien, en general, el resto de las variables se comporta de la manera esperada.
En relación con los factores que consignan el capital humano, se observa que la
educación afecta positivamente los salarios de hombres y mujeres y, de hecho, este
efecto es cada vez mayor a medida que se obtienen niveles de certificación educacional
más avanzados, mostrando la educación universitaria el mayor poder predictivo de
las remuneraciones de mercado para ambos sexos, entre todas las variables que se
incluyen en el modelo (ver coeficientes estandarizados). No obstante, al comparar el
modelo de hombres y de mujeres, aparece una diferencia de interés: contrariamente
a lo observado en relación con la decisión de participación laboral, aquí la educación
(en todos sus niveles) beneficia más los salarios de los hombres que los de las mujeres.
Este resultado refleja que los retornos a la educación no son constantes según sexo y
son más favorables cuando los trabajadores son hombres.
84
Por su parte, tal como se discutió ampliamente, la medida de experiencia laboral
construida (años de edad - años de educación - 5) es limitada para capturar el
ejercicio laboral efectivo que han acumulado los trabajadores, especialmente cuando
son mujeres. En efecto, el cuadro 5 muestra que, inesperadamente, esta variable
tiene una influencia negativa sobre los salarios femeninos. Este resultado sugiere
que, posiblemente el coeficiente asociado a la experiencia laboral esté simplemente
reflejando que, a edad constante, una mayor experiencia significa menores años de
estudio, lo que explicaría la reducción salarial que refleja esta medida. Se observa
también, que al llegar a edades más avanzadas, el efecto de la experiencia laboral no
es significativo. Ello puede deberse, en este caso particular de las mujeres, donde el
indicador no logra capturar la experiencia real de trabajo, a que la diferencia relativa
edad/educación entre mujeres con distintos niveles de estudio se suaviza al aumentar
la edad, es decir, pierde variabilidad. Estos resultados demuestran la incapacidad de
medidas proxy como esta para dar cuenta de la experiencia laboral concreta de las
mujeres en el mercado de trabajo y señalan la importancia y urgencia de contar con
indicadores más precisos al respecto. De hecho, tal como se esperaba, la influencia
del indicador más específico de experiencia de trabajo, la permanencia en el empleo
actual (medida también en años), resultó ser positiva, aumentando ligeramente el
salario/hora de las mujeres; en un 2 por ciento.
Para los hombres, en cambio, el indicador de experiencia laboral, con todas sus
limitaciones, funciona mejor o, al menos, el signo del coeficiente va en la dirección
esperada. Ello, posiblemente se deba a que existe una mayor correspondencia entre la
variable construida y la experiencia laboral efectiva acumulada cuando los trabajadores
son hombres. En todo caso, la experiencia potencial de trabajo revela un incremento
muy leve, de 1 por ciento, en las remuneraciones masculinas. Considerando que el
entrenamiento laboral vuelve a los trabajadores más productivos y que es un factor
relevante para la fijación de los salarios, el ligero efecto positivo de la experiencia
laboral sobre los salarios de los hombres, llama también la atención respecto de la
efectividad de esta medida. Por otra parte, los resultados evidencian una influencia
no lineal de la experiencia laboral, de manera que llegado a un cierto punto ésta deja
de favorecer el salario masculino (relación no significativa). Finalmente, para los
hombres, el ejercicio laboral acumulado en el empleo actual no favorece sus salarios
(coeficiente=0). Sin embargo, sorprendente, la relación se muestra significativa.
Ello, puede estar indicando que un año adicional de experiencia en el trabajo actual
no es lo suficientemente relevante como para mejorar los niveles salariales de los
hombres, pero que posiblemente el salario aumente cuando se acumulan más años
85
de experiencia. De esta manera, si la escala de la variable fuera de intervalos más
amplios, podría observarse un efecto positivo de la duración del empleo actual.
En relación con la influencia de la ubicación en la estructura sectorial y ocupacional,
tal como se había predicho, emplearse en ocupaciones y actividades económicas
predominantemente femeninas reduce los salarios de las mujeres en un 6 y un 10 por
ciento respectivamente. El sector económico tiene un efecto independiente y mayor
que el de la ocupación, lo que evidencia que el retorno salarial a las mismos tipos de
trabajo, controlando por capital humano, es menor en las ramas de actividad donde
predominan las mujeres.
Respecto de los empleos más amigables o compatibles con la maternidad se observa
que, tal como se esperaba, trabajar de manera transitoria disminuye en un 8 por
ciento los salarios de las mujeres. Pero, contrariamente a lo que se había indicado,
el empleo part-time incrementa el salario/hora de manera importante, en un 29 por
ciento. De este modo, el trabajo a tiempo parcial no está sujeto a remuneraciones
inferiores si se controla por horas trabajadas, sino que, por el contrario, el retorno
salarial es sustancialmente mayor. Se debe considerar, sin embargo, que la variable
dependiente en este estudio mide el salario líquido del trabajo. Al respecto, se ha
señalado que los trabajos part-time cuentan con menores beneficios y carecen en
mayor medida de seguridad social. Por lo tanto, es probable que el salario bruto sea
menor en los empleos parciales o, que al menos se compense la diferencia.
De la misma manera que para ellas, para los hombres, ubicarse en sectores
económicos y ocupaciones feminizadas reduce sus salarios en un 10 y un 11 por
ciento respectivamente. De este modo, mientras trabajar en ramas de actividad
predominantemente femeninas disminuye las remuneraciones de hombres y mujeres
en igual proporción (-10%), emplearse en ocupaciones feminizadas deteriora más los
salarios masculinos que femeninos (-11% vs. -6%, respectivamente). Este resultado
sugiere, que ellas no se ven tan favorecidas en sus remuneraciones como ellos cuando
se emplean en ocupaciones típicamente masculinas. Esta situación, que podría estar
sugiriendo la existencia de algún componente discriminatorio en el mercado de
trabajo, de manera que mujeres en ocupaciones predominantemente masculinas no
reciben los mismos salarios que los hombres, se especifica más adelante cuando se
segmenta el análisis por nivel educacional.
Por último, también para los hombres, trabajar de manera transitoria reduce sus
salarios (-5%), mientras el empleo part-time los incrementa (+ 33%). En todo caso, el
86
trabajo de duración definida tiene un efecto negativo mayor sobre los salarios de las
mujeres y el empleo a jornada parcial una influencia positiva menor que para ellos.
Ello, evidencia que los empleos transitorios y parciales ofrecen mejores opciones
salariales a los hombres que a las mujeres.
2.2. Explicando la relación entre maternidad y salarios
Como se demostró más arriba, al incluir en el modelo todos los factores teóricamente
relevantes para explicar el nivel de salario/hora de mercado, no existe un efecto
significativo de la esfera familiar para las mujeres. El interés de los análisis
multivariados es justamente poder apreciar el efecto ‘neto de otros factores’ de
una variable explicativa sobre la variable dependiente. Vale decir, permite aislar la
influencia de una variable, manteniendo constante el resto de los factores que son
significativos para explicar el fenómeno en cuestión. Ahora bien, se había hipotetizado
que de existir una penalidad salarial asociada a la maternidad ésta podría explicarse,
en parte, porque los hijos conducen a la mujeres privilegiar empleos amigables con
la maternidad en detrimento de trabajos con mejores condiciones salariales, reducen
los incentivos para invertir en educación formal orientada al mercado y provocan
pérdida de experiencia laboral.
En la primera fila del cuadro siguiente, se muestra el modelo que no incluye factores
de control, capturando el efecto bruto de los hijos y del estado civil sobre el logaritmo
natural del salario por hora para las mujeres. Las filas siguientes dan cuenta de cómo
estos coeficientes van cambiando a medida que se introducen nuevas variables de
control en el análisis. Los resultados muestran (primera fila del cuadro del cuadro
6) una penalidad salarial bruta asociada a la maternidad sólo en el caso de los hijos
escolares. En efecto, únicamente los hijos en edad escolar afectan negativamente el
salario de su madre, reduciéndolo en un 5,2 por ciento. En cambio, inesperadamente,
los hijos preescolares muestran una influencia bruta positiva, incrementando las
remuneraciones de las mujeres en un 14 por ciento.
A continuación, se busca analizar si y cómo cada uno de los factores señalados más
arriba intervienen para que la penalidad bruta asociada a la maternidad de los hijos
de mayor edad se reduzca y se vuelva no significativa una vez que todos ellos han
sido incorporados al modelo. Los resultados muestran (segunda fila del cuadro) que,
al controlar el efecto del estado civil, la penalidad salarial estimada a la maternidad
de los hijos escolares aumenta ligeramente de un 5,2 a un 5,4 por ciento. En la
medida que el matrimonio incrementa los salarios de las mujeres, se constituye en
87
un factor supresor, de modo que el coeficiente asociado a los hijos escolares estaba
siendo subestimado.
CUADRO 6
COEFICIENTES NO ESTANDARIZADOS PARA EL EFECTO DE LA MATERNIDAD Y EL MATRIMONIO
SOBRE EL LOGARITMO NATURAL DEL SALARIO/HORA, MUJERES JEFAS DE HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES,
DE 25 A 59 AÑOS, 2006
VARIABLES EN EL MODELO
EFECTO BRUTO HIJOS
ESTADO CIVIL
JORNADA PARCIAL
EMPLEO TRANSITORIO
OCUPACIONES Y SECTORES FEMINIZADOS
EDUCACIÓN
EXPERIENCIA LABORAL
HIJOS PREESCOLARES
,141 ***
,130 ***
,130 ***
,130 ***
,129 ***
,016 NS
,007 NS
HIJOS ESCOLARES
-,052 ***
-,054 ***
-,057 ***
-,057 ***
-,057 ***
-,013 **
-,007 NS
CASADA O
CONVIVIENTE
,091 ***
,089 ***
,090 ***
,091 ***
,030 **
,019 NS
*** P< .01; ** P< .05; * P< .10
Luego, se incluyen en el análisis ciertas características de los empleos, con el fin
de determinar si el efecto de los hijos escolares tiene relación con la opción por
empleos definidos como amigables o más compatibles con la maternidad. La tercera
fila del cuadro 6, permite concluir que el emplearse a jornada parcial interviene en la
relación hijos y salario puesto que, al incorporar esta variable en el modelo, el efecto
de los hijos escolares se incrementa ligeramente a un 5,7 por ciento. En la medida
que trabajar en empleos part-time aumenta los salarios de las mujeres, el efecto de
los hijos estaba siendo subestimado. En cambio, no es posible establecer que el
emplearse de manera transitoria explique, en parte, la penalidad salarial asociada
maternidad, ya que la inclusión de esta variable en el análisis (cuarta fila del cuadro)
no disminuye la magnitud del coeficiente asociado a los hijos escolares.
El análisis muestra también que, al controlar por ocupaciones y sectores de actividad
preferentemente femeninos, la penalidad salarial a la maternidad no se reduce, sino
que se mantiene intacta. Por lo tanto, en este caso, a favor de lo que se había previsto,
aunque efectivamente los trabajos y actividades donde predominan las mujeres
penalizan menos la depreciación del capital humano asociada a la maternidad (ver
anexo 7), no es posible concluir que sea la tenencia de hijos lo que conduce a las
mujeres a elegir esos empleos. Aquí en cambio, se sostiene la tesis de que son
los modelos sociales y culturales de conducta considerados adecuados para cada
sexo, las prácticas empresariales y las preferencias de género que resultan de la
88
socialización de funciones de la familia y que contribuyen a la creación de funciones
genéricas para diferentes tipos de ocupaciones, lo que determina que las mujeres en
general (con o sin hijos) sean contratadas y se desempeñen en un rango reducido y
característico de trabajos.
Ahora bien, el efecto negativo de los hijos escolares sobre los salarios de sus madres
se reduce a una cuarta parte al controlar por educación (-1,3%, ver penúltima
fila cuadro 6). Este resultado sugiere que, a favor de lo que se había predicho, la
educación interviene en la relación entre hijos escolares y salarios. Vale decir, es
posible que los hijos escolares hayan afectado la inversión en educación de sus
madres y ello explicaría, en parte, la reducción de sus salarios. De hecho, si bien la
muestra de mujeres asalariadas es más educada que la muestra total de mujeres en
edad activa, debido a que, como se demostró anteriormente, la educación es un factor
fuerte y positivamente asociado con la decisión de participación laboral femenina, la
correlación entre hijos escolares y educación de las madres que trabajan de manera
dependiente es negativa (ver correlaciones simples en anexo 6).
El modelo siguiente (última fila del cuadro 6), muestra que la experiencia laboral
constituye también claramente parte de la explicación de la penalidad salarial
asociada a la maternidad cuando los hijos están en edad escolar. En efecto, al incluir
las distintas medidas de experiencia laboral en el análisis, la influencia negativa de
los hijos escolares sobre los salarios de sus madres no sólo se reduce aún más, sino
que también deja de ser significativa. Sin embargo, debe considerarse que, como se
discutió anteriormente, la medida de experiencia laboral construida (edad - años de
educación - 5) mostró un efecto negativo sobre las remuneraciones de las mujeres,
sugiriendo que el coeficiente asociado a esta variable podría estar simplemente
reflejando que, a edad constante, una mayor experiencia significa menores años de
estudio. De este modo, la reducción que se observa en la influencia negativa de los
hijos escolares, al agregar la experiencia laboral al modelo, podría deberse más bien
al efecto de la acumulación de menos años de educación por parte de la madre.
No obstante, la influencia mediadora de la experiencia en el empleo actual, merece
menos duda. Para cerciorarse de esta situación, se realizó una especificación alternativa
del modelo: primero se incluyeron en el análisis todas las variables con excepción de
la duración del empleo actual y el efecto de los hijos escolares aunque disminuido
se mantenía significativo. Al añadir esta última variable al modelo, la influencia de
los hijos escolares se reduce y se torna no significativa, lo cual afirma el efecto
interviniente de la experiencia en el empleo actual (resultados no mostrados).
89
Para finalizar, es posible realizar el mismo ejercicio para el caso de los hijos
preescolares, con el fin de intentar esclarecer qué factores podrían estar explicando
el efecto bruto positivo no esperado sobre los salarios de sus madres. Al respecto, el
cuadro 6 muestra que al incorporar el estado civil en el análisis, la influencia de los
hijos pequeños disminuye ligeramente de un 14 a un 13 por ciento. De este modo,
en la medida que el matrimonio aumenta los salarios de las mujeres, el coeficiente
asociado a los hijos estaba siendo sobreestimado. La tercera fila del cuadro 6,
permite concluir que el emplearse a jornada parcial no interviene en la relación
hijos preescolares y salario, puesto que al añadir esta variable al modelo el efecto
de los hijos pequeños se mantiene intacto. Vale decir, no es posible establecer que la
influencia positiva de los hijos preescolares sobre los salarios, se deba -en parte- a
que sus madres estén eligiendo empleos part-time que remuneran mejor el trabajo.
Ahora bien, cuando se incluyen las variables educacionales en el modelo, el efecto
de los hijos pequeños se reduce y vuelve no significativo. Ello demuestra que la
influencia positiva de los hijos preescolares sobre el salario no es independiente de
la educación alcanzada por sus madres. O, dicho de otro modo, está siendo explicada
por la educación. Aquí, más de una son las razones posibles. a) Existe un efecto
de autoselección muestral, vale decir, como se señaló más arriba, las mujeres que
se encuentran trabajando están mejor educadas que las que no lo hacen. En efecto,
una mirada a la composición de la muestra de mujeres asalariadas señala que un 27
por ciento cuenta con educación superior (incompleta o terminada). Este porcentaje
prácticamente duplica al que se obtiene para el total de mujeres entre 25 y 59 años,
que alcanza sólo el 15 por ciento. b) Pero, junto con ello, las mujeres con hijos
pequeños, por ser más jóvenes, pertenecen a una generación que se ha educado
más que las anteriores. De hecho, existe una correlación positiva entre la educación
obtenida y el número de hijos preescolares (ver correlaciones simples en anexo 6).
Entre las mujeres que trabajan asalariadamente y tienen 1 hijo pequeño, el 35 por
ciento tiene educación superior. De aquellas que tienen 2 hijos en edad preescolar,
el 45 por ciento ha alcanzado este nivel educacional. Y, entre las que tienen 3 hijos
de hasta 5 años, el 63 por ciento cuenta con educación superior. Por lo tanto, se
puede concluir que el efecto positivo de los hijos pequeños sobre los salarios estaba
reflejando la mayor educación alcanzada por estas madres.
2.3. El efecto de la maternidad para mujeres con y sin pareja
Al segmentar la muestra de mujeres según estado civil, se observa que el efecto de
los hijos preescolares varía sustancialmente de la influencia de los hijos escolares
90
entre mujeres que viven o no en pareja. Para las madres casadas o convivientes,
aun controlando por educación y experiencia laboral, se mantiene -a pesar de una
considerable reducción- un efecto positivo y significativo de los hijos pequeños
sobre sus salarios. De hecho, cada hijo preescolar aumenta en casi un 4 por ciento
sus remuneraciones (el efecto bruto de los hijos preescolares es de un 16% para
las mujeres casadas). Este resultado es sorprendente, puesto que si bien podría
entenderse que los hijos pequeños, en la medida que afectan de manera importante
la decisión de participación laboral de las mujeres casadas, no se relacionaran con su
salario, no queda claro porqué lo aumentan.
CUADRO 7
DETERMINANTES DEL LOGARITMO NATURAL DEL SALARIO/HORA, MUJERES JEFAS DE HOGAR
Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES, DE 25 A 59 AÑOS, SEGÚN ESTADO CIVIL, 2006
VARIABLES EN EL MODELO
CONSTANTE
Nº HIJOS PREESCOLARES
Nº HIJOS ESCOLARES
JORNADA PARCIAL
EMPLEO TRANSITORIO
OCUPACIONES FEMINIZADAS
ACTIVIDADES FEMINIZADAS
EDUC. MEDIA COMPLETA
EDUC. TÉCNICA PROF. COMPLETA
EDUC. UNIVERSITARIA COMPLETA
EXPERIENCIA LABORAL
(EXPERIENCIA LABORAL)2
EXPERIENCIA EN EL EMPLEO ACTUAL
R2 AJUSTADO
MODELO
MODELO
MUJERES CASADAS
MUJERES SOLERAS
B
B
6,713 ***
,038 **
-,003 NS
,300 ***
-,086 ***
-,058 ***
-,097 ***
,152 ***
,559 ***
1,171 ***
-,006 *
1,60E-005NS
,017 ***
6,842 ***
-,127 ***
-,010 NS
,264 ***
-,056 NS
-,061 **
-,087 ***
,120 ***
,606 ***
1,236 ***
-,010 *
1,74E-005NS
,016 ***
,418
,441
*** P< .01; ** P< .05; * P< .10
Para las mujeres solteras, separadas o viudas, en cambio, la influencia de los hijos
pequeños es negativa y significativa. De manera que la hipótesis de la existencia de
una penalidad salarial asociada a la maternidad cuando los hijos son preescolares se
valida para este grupo de madres. Efectivamente, cada hijo pequeño reduce en casi un
13 por ciento las remuneraciones de las mujeres solteras. De este modo, la ausencia
de marido o pareja, cuando los niños son muy pequeños, constituye un factor que no
sólo dificulta más trabajar a las mujeres que su presencia, sino que también afecta
91
considerablemente sus logros salariales. Así, aun cuando la relación de pareja asigne
la responsabilidad del cuidado de los niños a la madre, la falta de pareja constituye
una dificultad mayor, en la medida que sitúa a la mujer en una condición de mayor
vulnerabilidad. Este resultado es importante, considerando que cada vez más mujeres
en Chile crían a sus hijos sin contar con la presencia de pareja.
Ahora bien, el efecto negativo bruto de los hijos escolares se mantiene para las
mujeres casadas y solteras siendo mayor para estas últimas, 3 y 10 por ciento
respectivamente. Pero, tal como ocurrió para el análisis general, esta influencia se
reduce y se vuelve no significativa al controlar por educación y experiencia laboral,
en ambos casos.
Algunas otras diferencias de interés aparecen al segmentar la muestra de mujeres por
estado civil. El empleo a jornada parcial favorece ligeramente más el salario/hora de
las mujeres casadas que de las solteras (+30% vs. +26%), pero el empleo transitorio
sólo deteriora los salarios de las mujeres casadas, reduciéndolos en un 9 por ciento.
Por su parte, emplearse en ocupaciones y sectores de actividad feminizados posee un
efecto negativo muy similar en los salarios de ambos tipos de mujeres.
2.4. La influencia de la familia para mujeres con diferencial educacional
Recordemos, que no había sido posible elaborar una hipótesis clara en relación con
cómo el efecto de la maternidad sobre los salarios debiera esperarse que varíe según
el nivel educacional alcanzado por las mujeres. Al segmentar la muestra por nivel de
educación e incluir todos los factores de control en el modelo (ver cuadro 8), los niños
pequeños no afectan los salarios ni de las mujeres con educación superior ni de aquellas
de menores estudios. En cambio, se observa un efecto negativo significativo de los
hijos escolares en el caso de las mujeres menos cualificadas, aunque leve (-1%).
De este modo, los resultados indican que entre las mujeres que han completado la
educación superior, tener o no tener hijos en edad escolar no es un factor relevante
para sus logros salariales, sin embargo, entre aquellas menos cualificadas, las
que son madres de hijos en edad escolar ven afectadas sus remuneraciones. Ello,
posiblemente sea el reflejo de que los menores recursos económicos de los hogares
de las mujeres menos cualificadas, restringen las posibilidades de sustituir o aliviar
en el mercado su actividad doméstica (tareas del hogar y cuidado de los hijos), con
lo cual aumenta la dificultad de criar y educar.
92
Por su parte, el matrimonio o la convivencia no influyen en los salarios de las mujeres
mejor instruidas (relación no significativa). Pero, sorprendentemente, vivir en pareja
afecta positivamente las remuneraciones de aquellas mujeres menos cualificadas
(+4%). De este modo, los resultados sugieren que, en condiciones económicas más
difíciles (propias de las personas con menor educación), la presencia de pareja, al
disminuir la vulnerabilidad económica y social de la mujer, se constituye un en factor
favorecedor de sus opciones salariales.
CUADRO 8
DETERMINANTES DEL LOGARITMO NATURAL DEL SALARIO/HORA, MUJERES JEFAS DE HOGAR
Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES, DE 25 A 59 AÑOS, SEGÚN NIVEL EDUCACIONAL, 2006
VARIABLES EN EL MODELO
CONSTANTE
E. CIVIL (CASADO, CONVIVIENTE=1)
Nº HIJOS PREESCOLARES
Nº HIJOS ESCOLARES
JORNADA PARCIAL
EMPLEO TRANSITORIO
OCUPACIONES FEMINIZADAS
ACTIVIDADES FEMINIZADAS
EXPERIENCIA LABORAL
(EXPERIENCIA LABORAL)2
EXPERIENCIA EN EL EMPLEO ACTUAL
R2 AJUSTADO
MODELO MUJERES
MODELO MUJERES
CON EDUCACIÓN SUPERIOR
SIN EDUCACIÓN SUPERIOR
B
B
7,936 ***
-,052 NS
-,024 NS
,020 NS
,320 ***
-,062 NS
-,274 ***
,057 *
-,031 ***
,001***
,013 ***
6,814 ***
,040 ***
,002 NS
-,011 *
,288 ***
-,086 ***
-,014 NS
-,096 ***
-,008 **
-3,17E-005NS
,022 ***
,090
,109
*** P< .01; ** P< .05; * P< .10
Nota: el bajo R2 del modelo segmentado por educación denota el importante poder predictivo de esta variable sobre
los salarios.
Otras diferencias de interés aparecen al comparar ambos modelos. El empleo parcial
calificado incrementa ligeramente más los salarios que el no calificado (+32%
vs. +29%). Y, trabajar de manera transitoria no reduce los salarios de las mujeres
educadas, pero sí las remuneraciones de aquellas poco cualificadas (en un 9%). Este
resultado evidencia que los empleos más compatibles con la maternidad ofrecen
mejores opciones salariales a las mujeres con educación superior.
Ahora bien, emplearse en ocupaciones preferentemente femeninas reduce los salarios
de las mujeres con mayor educación de manera importante, en un 27 por ciento, pero
93
no influye en las remuneraciones de aquellas menos instruidas. De este modo, tal como
se predijo, los empleos típicamente femeninos afectan a las mujeres más cualificadas,
debido a su mayor potencial salarial. Este resultado revela que la responsable de las
diferencias salariales entre hombres y mujeres es fundamentalmente la segregación
vertical de ocupaciones, es decir, la ubicación mayoritaria de las mujeres en los
escalones más bajos de las carreras profesionales (en los puestos de trabajo de menor
nivel y responsabilidad). Pero, también sugiere que es posible que profesiones u
ocupaciones técnicas típicamente femeninas no remuneren de igual forma el trabajo
que carreras profesionales masculinas, aunque el requerimiento de cualificaciones u
otros factores relevantes en la fijación de salarios sean similares.
Por otra parte, inesperadamente, emplearse en ramas de actividad feminizadas
afecta positivamente los salarios de las mujeres educadas, en cambio, influencia
negativamente las remuneraciones de aquellas con menor educación. De este
modo, si bien, entre ocupaciones femeninas y masculinas que requieren de menores
cualificaciones no existen diferencias salariales, los resultados muestran una
reducción salarial asociada a emplearse en sectores de actividad donde predominan
las mujeres únicamente para las personas que no cuentan con educación superior.
En definitiva, para las mujeres menos educadas no es el tipo empleo lo que deteriora
sus remuneraciones, sino el sector de actividad donde lo desempeñen, puesto que
el retorno salarial al mismo tipo de trabajos varía según el nivel de feminización
del sector económico (por ejemplo, una secretaria en el sector de generación y
distribución eléctrica vs. una secretaria en los servicios sociales o comunales). Para las
mujeres con educación superior, en cambio, las ocupaciones feminizadas penalizan
su potencial de salario, reduciendo de manera importante sus remuneraciones, pero
los resultados evidencian que el trabajo femenino calificado recibe un premio salarial
cuando se desempeña en sectores de actividad propiamente femeninos (por ejemplo,
una gerente de ventas de una empresa de cosméticos).
En todo caso, el efecto negativo del tipo de ocupación sobre los salarios de las
mujeres cualificadas es casi tres veces más importante que el del sector de actividad
para aquellas menos instruidas. Este resultado ayuda a explicar porqué las diferencias
salariales entre hombres y mujeres con educación superior son más importantes.
2.5. El efecto de la paternidad para hombres con y sin educación superior
Para terminar, recordemos que no había quedado claro porqué los hijos pequeños,
independientemente de la experiencia laboral de sus padres, influencian negativamente
94
sus salarios. Al respecto, surge una hipótesis interesante de explorar. En la medida
que la experiencia laboral refleja la edad de la persona menos sus años de educación,
se tiene que, a edad constante, los hombres con mayor escolaridad van a haber
acumulado menos años de experiencia de trabajo. Esto, hace posible pensar que, en
el caso específico de los padres que han alcanzado mayores niveles educacionales, el
efecto negativo de los hijos pequeños se explique por la acumulación de menos años
de experiencia de trabajo.
Efectivamente, segmentando la muestra de hombres por nivel educacional, se obtiene
que mientras para los padres que no cuentan con educación superior completa (técnica
o universitaria), se mantiene el efecto negativo de los hijos preescolares sobre sus
salarios (reduciéndolos en un 5%), para aquellos con educación superior terminada,
esta influencia no es significativa. Además, se observa que mientras el efecto de los
hijos escolares no es significativo para lo hombres menos instruidos, para los padres
más cualificados estos hijos aumentan sus salarios en casi un 4 por ciento. De este
modo, es posible concluir que las predicciones en relación con la influencia de la
paternidad sobre los salarios se ajustan mejor al caso de los hombres más educados.
CUADRO 9
DETERMINANTES DEL LOGARITMO NATURAL DEL SALARIO/HORA, HOMBRES JEFES DE HOGAR
Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES, DE 25 A 64 AÑOS, SEGÚN NIVEL EDUCACIONAL, 2006
VARIABLES EN EL MODELO
CONSTANTE
E. CIVIL (CASADO, CONVIVIENTE=1)
Nº HIJOS PREESCOLARES
Nº HIJOS ESCOLARES
JORNADA PARCIAL
EMPLEO TRANSITORIO
OCUPACIONES FEMINIZADAS
ACTIVIDADES FEMINIZADAS
EXPERIENCIA LABORAL
(EXPERIENCIA LABORAL)2
EXPERIENCIA EN EL EMPLEO ACTUAL
R2 AJUSTADO
MODELO HOMBRES
MODELO HOMBRES
CON EDUCACIÓN SUPERIOR
SIN EDUCACIÓN SUPERIOR
B
B
8,004 ***
-,018 NS
-,028 NS
,037 **
,320***
,039 NS
-,274 ***
,041NS
-,022***
,001***
,011***
6,968 ***
,027 NS
-,054***
,001 NS
,339 ***
-,047**
,027 NS
-,067 ***
-,002 NS
,000 ***
,015 ***
,039
,078
*** P< .01; ** P< .05; * P< .10
Nota: el bajo R2 del modelo segmentado por educación denota el importante poder predictivo de esta variable sobre
los salarios.
95
Para finalizar, otras diferencias de interés se aprecian cuando se compara la situación
de hombres altamente educados con la de aquellos de menores estudios. Al igual
que en el caso de las mujeres, el ubicarse en ocupaciones feminizadas deteriora las
remuneraciones sólo de los hombres con mayor educación y en la misma proporción
que para ellas (-27%), lo que también podría atribuirse a su mayor potencial de
salarios. Contrariamente, pero del mismo modo que para las mujeres, los sectores
de actividad donde predominan las mujeres reducen únicamente los salarios de los
hombres menos educados (en un 7%); para aquellos mejor cualificados este efecto
no es significativo. Por otra parte, los empleos transitorios a los que acceden los
hombres muy educados no penalizan su salario/hora, mientras que para los menos
educados es un factor negativo, reduciendo sus remuneraciones en un 5 por ciento.
Por último, el efecto positivo del trabajo part-time sobre la remuneración/hora es
muy similar entre ambos grupos de hombres.
96
VI. RESUMEN Y CONCLUSIONES
Lo que se identificó como problema es que a la equiparación de las oportunidades
educativas y de los niveles efectivos de escolaridad entre ambos sexos, no le ha
seguido una igualación de las condiciones en el mercado laboral, persistiendo
diferencias de género sustanciales en la participación económica y en los beneficios
monetarios de esa participación. De manera que, a pesar de los avances observados
en las últimas décadas, la participación laboral masculina es considerablemente
mayor a la femenina, al mismo tiempo que persiste una brecha salarial de género
significativa. Estas disparidades entre hombres y mujeres se relevan importantes
desde una perspectiva de comparación internacional, aun en relación con países de
igual o menor desarrollo.
Conjuntamente, se hizo hincapié en que estas diferencias de género en el mercado
laboral no son un fenómeno homogéneo sino que, por el contrario, se encuentran
especificadas por los niveles educacionales alcanzados por la población. De manera
que, mientras el ‘problema principal’ de las mujeres poco cualificadas es el de no
poder acceder a la fuerza de trabajo, el de aquellas que cuentan con educación
superior es el de recibir salarios sustancialmente inferiores a los de los hombres. Ello,
plantea importantes desafíos para las políticas públicas, puesto que la incorporación
parcial de las mujeres al mercado laboral, especialmente de aquellas que cuentan con
menor educación, cobra relevancia por su relación con la desigualdad económica y la
pobreza, mientras las diferencias salariales entre ambos sexos reflejan principalmente
una inequidad en la distribución de costos y beneficios sociales y económicos.
En este contexto, el estudio se planteó como objetivo contribuir a explicar estas
diferencias, a partir de analizar cómo distintos factores, teóricamente relevantes,
influyen en la decisión de participación laboral y determinan la variación de los
niveles salariales de hombres y mujeres.
Desde distintos enfoques teóricos se considera a la ‘división sexual del trabajo’
existente en los espacios de la reproducción y de la producción social como el
mecanismo central a través del cual se producen sistemáticamente diferencias en
la participación laboral y en los salarios de hombres y mujeres, constituyéndose
en el origen de las inequidades de género en el acceso y al interior del mercado de
trabajo. Ante las distintas teorías que buscan explicar la concentración de las mujeres
97
en las tareas domésticas en el ámbito reproductivo y su ubicación diferenciada en
determinadas ocupaciones y puestos de trabajo específicos en la esfera productiva,
el estudio buscó incorporar el enfoque de género, que ha sido introducido en la
investigación económica y social por los análisis feministas como crítica tanto a
la economía neoclásica como a las perspectivas institucionalista y marxista, por no
considerar la importancia de los factores sociales y culturales en las restricciones que
enfrentan las mujeres en el mercado laboral.
No obstante, incorporar la perspectiva de género en el análisis no implicó desconocer
las contribuciones de las otras teorías. En este sentido, se utilizaron principalmente
los aportes del enfoque económico neoclásico, integrando en las explicaciones
el papel que juegan las relaciones sociales de género, de manera de enriquecer y
complementar el análisis. En efecto, al considerar los factores sociales y culturales
que condicionan y limitan la participación en la esfera económica, se hace evidente
que las explicaciones ofrecidas por la economía convencional para las disparidades
de género en el mercado laboral (si bien son útiles proporcionando elementos para
predecir el efecto de la división sexual del trabajo sobre el acceso y los logros al
interior del mercado laboral, relevando el rol que juegan los factores económicos
familiares e individuales, las preferencias laborales, así como las condicionantes
relativas a la estructura ocupacional y sectorial), dan cuenta de relaciones parciales,
puesto que parten de un dato exógeno no explicado: la división sexual del trabajo.
Los resultados encontrados permiten extraer algunas conclusiones de interés. En
lo que se refiere a las opciones de participación laboral, la tesis general planteada
en este estudio es corroborada empíricamente. Empleando los datos de la Encuesta
CASEN 2006 para especificar la decisión de participación laboral, a través de un
modelo multivariado de regresión binomial, se pudo comprobar que los roles y
responsabilidades en el ámbito de la familia determinan que las esferas productiva y
reproductiva se relacionen de manera distinta para hombres y mujeres. De este modo,
la división sexual del trabajo al interior de los hogares juega un rol fundamental en la
explicación de las diferencias de participación laboral entre ambos sexos. En efecto,
para las mujeres, la asignación a su rol convencional, hace que las responsabilidades
de la esfera de la familia choquen con sus expectativas laborales, generándose
una relación de tensión. En especial el matrimonio, pero también los hijos,
fundamentalmente los más pequeños (cuyo cuidado es más difícil de sustituir en el
mercado), diminuyen sustancialmente sus opciones de integrar la fuerza de trabajo.
La participación laboral masculina, en cambio, se ve favorecida con el matrimonio
y la paternidad, de manera que la familia y el trabajo no son contradicciones para
98
los hombres, en el sentido de que las responsabilidades familiares no inhiben, sino
que más bien presionan a ejercer la profesión, para cumplir adecuadamente con el
rol de proveedor. De esta manera, la posición económica de hombres y mujeres no
se debe esencialmente a decisiones racionales tomadas libremente, sino que, muy
por el contrario, estas decisiones están fuertemente determinadas por los roles y
responsabilidades en el proceso de la reproducción social.
Aunque las responsabilidades de la esfera de la familia afectan la decisión de trabajar
de la manera esperada, la relación entre familia y salarios no resultó ser como se
había predicho. Especificando los niveles de salario/hora de mercado, a partir de
un modelo semilogarítmico de regresión lineal, se obtuvo que, para los hombres,
si bien el matrimonio y los hijos escolares muestran un efecto positivo sobre sus
salarios, estas relaciones no son significativas. Por su parte, sorprendentemente, los
hijos pequeños influencian negativamente sus remuneraciones. Este resultado, llama
especialmente la atención, en la medida que la experiencia laboral (edad - años de
educación - 5) está controlada en el análisis. Por lo tanto, no queda claro porqué
los hijos pequeños, independientemente de la experiencia laboral de sus padres,
influencian negativamente sus salarios. No obstante, los resultados mostraron que
las predicciones en relación con el efecto de la paternidad sobre las remuneraciones
se ajustan mejor cuando los hombres cuentan con mayor educación. En efecto, para
ellos, la influencia de los hijos preescolares sobre sus salarios no es significativa,
mientras los hijos en edad escolar sí afectan positivamente sus remuneraciones.
Ahora bien, en el caso de las mujeres, en contra de lo que se esperaba y a diferencia
de lo que se ha observado para otros países, no existe una penalidad salarial asociada
a la maternidad, ni cuando los hijos son pequeños ni cuando se encuentran en
edad escolar, al mismo tiempo que la influencia del matrimonio tampoco resultó
significativa. En consecuencia, las responsabilidades familiares, matrimonio e hijos,
influencian de manera importante la decisión de participación laboral femenina, pero
para aquellas mujeres que han saltado la barrera de la inactivad y que han logrado
insertarse en el mercado de trabajo, hecho que está fuertemente favorecido por su
nivel educacional, la maternidad y el vivir en pareja no tienen un efecto independiente
sobre sus remuneraciones.
Si bien, los roles y responsabilidades al interior de la familia no operan directamente
sobre los logros salariales de las mujeres, fue posible establecer su efecto indirecto.
El análisis demostró que existe una penalidad salarial bruta asociada a la maternidad
cuando los hijos son escolares, que se reduce a una cuarta parte al controlar por
99
educación y disminuye aún más hasta no ser significativa al incluir las distintas
medidas de experiencia laboral en el análisis. Este resultado sugiere que es probable
que las madres de hijos escolares hayan interrumpido su participación laboral en
la etapa de crianza, con lo cual se reduce la acumulación de años de experiencia
laboral, al mismo tiempo que, anticipando una vida laboral más corta y discontinua,
es probable que hayan tenido menos incentivos para invertir en educación formal
orientada al mercado, todo lo cual deteriora sus opciones salariales. En todo caso,
en contra de lo que se había predicho, la penalidad salarial a la maternidad no se
debe a la opción de las mujeres por empleos amigables con la maternidad. De hecho,
el trabajo part-time incrementa el salario/hora líquido de las mujeres. Y, aunque el
empleo transitorio, tal como se pensó, deteriora sus remuneraciones, este efecto no
interviene en la relación hijos escolares/salarios.
Ahora bien, los resultados muestran que si bien, para hombres y mujeres insertos
en el mercado laboral, las diferencias salariales no provienen directamente de la
distribución de tareas según género existente en la esfera doméstica, sí pueden
explicarse por la división sexual del trabajo al interior del sistema de producción. Tal
como se había predicho, emplearse en ocupaciones y sectores de actividad propiamente
femeninos reduce tanto los salarios de las mujeres como de los hombres. De este
modo, la segregación ocupacional en el mercado de trabajo juega un rol central en
la explicación de la brecha salarial de género. Lo interesante es, sin embargo, que el
hecho de trabajar en ocupaciones feminizadas reduce únicamente los salarios de las
personas con educación superior y de manera muy importante, mientras no influye
en las remuneraciones de aquellas poco cualificadas. Este resultado revela que la
responsable de las diferencias salariales entre hombres y mujeres es fundamentalmente
la segregación vertical de ocupaciones, es decir, la ubicación mayoritaria de las
mujeres en los escalones más bajos de las carreras profesionales, en los puestos de
trabajo de menor nivel y responsabilidad. Pero, también sugiere que es posible que
profesiones u ocupaciones técnicas típicamente femeninas no remuneren de igual
forma el trabajo que carreras profesionales masculinas, aunque el requerimiento de
cualificaciones u otros factores relevantes en la fijación de salarios sean similares38.
38
Esta situación que ha sido interpretada como consecuencia de la discriminación valorativa o,
como resultado indirecto de la discriminación de contratación, en este estudio se ha atribuido a la
devaluación del trabajo de la mujer, a la concepción de la mujer como fuerza de trabajo secundaria
que sólo busca un trabajo complementario al del marido.
100
Por su parte, si bien entre ocupaciones femeninas y masculinas que requieren de
menores cualificaciones no existen diferencias salariales, los resultados mostraron
una reducción salarial asociada a emplearse en sectores de actividad donde
predominan las mujeres únicamente para las personas que no cuentan con educación
superior. Por lo tanto, para las mujeres menos educadas no es el tipo trabajo lo que
disminuye sus salarios, sino la rama de actividad donde lo desempeñen, ya que el
retorno salarial al mismo tipo de ocupaciones varía según el nivel de feminización de
la actividad económica. En todo caso, el efecto negativo del tipo de ocupación sobre
los salarios de las mujeres cualificadas es casi tres veces más importante que el del
sector de actividad para aquellas menos instruidas. Este resultado ayuda a explicar
porqué las diferencias salariales entre hombres y mujeres con educación superior son
más importantes.
Como se discutió al comienzo, desde el enfoque económico neoclásico, el hecho
de que las mujeres estén ubicadas diferencialmente en ocupaciones y negocios
que difieren en los sueldos que pagan ha sido interpretado, por un lado, como
consecuencia de la discriminación empresarial en los procesos ligados a la
contratación y promociones (discriminación de colocación). Las explicaciones por
el lado de la oferta, en cambio, se detienen en las características y decisiones de los
trabajadores individuales, considerando la segregación ocupacional como resultado
de que las mujeres madres tienden a elegir actividades donde la formación en el
empleo sea menos importante, de manera que exista una menor depreciación del
capital humano ocasionada por interrupción de la participación laboral en la etapa de
crianza de los hijos y, por tanto, la penalización salarial se minimice. Sin embargo,
los resultados del estudio demostraron que aunque efectivamente las ocupaciones y
sectores donde predominan las mujeres penalizan menos la depreciación del capital
humano asociada a la maternidad, no es posible concluir que sea la tenencia de hijos
lo que conduce a las mujeres a elegir esos empleos.
En este estudio se han cuestionado los argumentos anteriores con la tesis que defiende
la perspectiva feminista: la construcción cultural e institucional de los mercados de
trabajo específicos de género. En esta visión, que proviene de la sociología, son los
modelos sociales y culturales de conducta considerados adecuados para cada sexo, las
prácticas empresariales y las preferencias de género que resultan de la socialización
de funciones de la familia y del ambiente y que contribuyen a la creación de funciones
genéricas para diferentes tipos de ocupaciones y negocios, lo que determina que las
mujeres en general (con o sin hijos) sean contratadas y desempeñen en un rango
reducido y característico de trabajos. Es decir, lo más probable es que las actitudes e
101
ideas que llevan a calificar ciertas ocupaciones y sectores como apropiados para las
mujeres sean parte de un sistema social y han sido aprendidas por la mayoría de los
empleadores. A su vez, estos factores podrían verse reforzados por los provenientes
de la oferta de trabajo. Por ejemplo, es probable que las mujeres no estén ocupando
los puestos masculinos mejor remunerados o de alto nivel, debido a que requieren de
mayor energía, o bien, de alta demanda de viajes y de trabajo de sobretiempo que les
dificultaría compatibilizar el trabajo de mercado con los deberes del hogar.
En definitiva, los resultados revelan el rol fundamental que juega la división sexual
del trabajo existente en los espacios de la reproducción y de la producción social para
la comprensión de las inequidades de género en la distribución de costos y beneficios
sociales y económicos. Al mismo tiempo, el importante poder predictivo que muestra
la división sexual trabajo sobre la participación económica y los salarios de hombres y
mujeres, hace evidente lo fuertemente arraigadas que se encuentran las asignaciones
de roles sexuales tradicionales en la población. De este modo, los resultados dejan
translucir el hecho que, el género, en tanto categoría social estructural que alude a la
construcción social de lo femenino y lo masculino y las relaciones sociales de género,
es decir, las formas (subjetivas y materiales) en que la sociedad define los derechos,
las responsabilidades y las identidades de hombres y mujeres en relación con el otro,
constituyen un principio organizativo fundamental de los procesos de producción y
reproducción, con consecuencias importantes tanto para la decisión de integrar la
fuerza de trabajo como para los logros salariales de las mujeres en el mercado de
trabajo. En el primer caso, como demostró este estudio, porque determinan roles
y responsabilidades distintas para hombres y mujeres en el ámbito de la familia;
en el segundo caso, porque contribuyen a la creación de funciones genéricas para
diferentes tipos de ocupaciones. Todo ello, tiene importantes consecuencias para las
políticas laborales en materia de género.
Ante el escenario caracterizado por una especialmente baja tasa de participación
laboral femenina, las propuestas de política y de cambios a la normativa laboral
vigente que se han esgrimido desde algunos sectores de la sociedad se sustentan
fundamentalmente en la reducción de los costos laborales asociados a la contratación
femenina, con el objeto de mejorar la empleabilidad de las mujeres en edad fértil.
Así, en este argumento se mantiene la visión de que las mujeres deben asumir los
costos asociados a las labores de reproducción de la fuerza de trabajo (además de
cumplir un rol de abaratamiento de esos costos), mientras es la sociedad en general
la que se beneficia del trabajo reproductivo que ellas realizan, no existiendo un
reconocimiento del valor económico y social del trabajo doméstico desempeñado
102
principalmente por el género femenino. Este desconocimiento es probablemente
la causa de que se insista en que una mayor incorporación laboral de las mujeres
requiere de mayores incentivos para su contratación, tomando así en consideración
sólo los factores que determinan la demanda de trabajo.
Desde otros sectores sociales se ha defendido, en cambio, la mantención e incluso la
ampliación de las normas relativas a la protección de la maternidad. Si bien, en esta
postura se refleja el reconocimiento del rol fundamental que juegan las mujeres para la
reproducción social, apuntando a minimizar los obstáculos a la participación laboral
que provienen de la oferta de trabajo, se pasa por alto que encarecer la contratación
femenina conlleva a que hombres y mujeres no sean considerados sustitutos perfectos
en el mercado de trabajo, con consecuencias importantes para la empleabilidad de
las mujeres. Así, en esta posición, se desconoce el hecho fundamental de que el
mercado va continuar perpetuando las desigualdades de género, mientras se entienda
social y políticamente que la responsabilidad de la reproducción de la vida humana
es de un solo sexo.
En definitiva, en ambas posturas se deja ver la concepción de que hombres y mujeres
no son considerados iguales ni en la sociedad, ni la familia, ni en la empresa. De
esta manera, se toman como dadas las condiciones mismas que hay que cambiar
o, al menos, poner en cuestión para no perpetuar las inequidades de género en el
mercado laboral. Ello, puesto que la equiparación de las condiciones económicas de
hombres y mujeres difícilmente se puede dar en instituciones, normas y políticas que
presupongan la desigualdad entre los sexos. Si bien, existe una diferencia biológica
innegable entre hombres y mujeres, que proviene de la capacidad exclusiva de las
mujeres de gestar, parir y amamantar, nada indica que ellas estén mejor dotadas o
tengan capacidades naturales o innatas para la crianza y el cuidado de los hijos, aun
cuando se trate de los más pequeños. De manera que estas asignaciones son más
bien el producto de una construcción histórica, cultural y social que se consolidó
con el desarrollo de la industrialización y con las justificaciones ideológicas que
acompañaron este proceso. Lo que ambas visiones reflejan es, por tanto, una tendencia
a ‘naturalizar’ el fenómeno de la división sexual del trabajo, desconociendo de este
modo el papel que juegan las relaciones sociales de género y los modelos de conducta
considerados adecuados para cada sexo.
En esta lógica, se ha insistido también en formas específicas y particulares de
trabajo para las mujeres, ‘empleos flexibles’, que les permitan compatibilizar las
responsabilidades adquiridas en el mercado a través de un contrato de trabajo y las
103
adquiridas en la familia a través de un contrato social. La concepción del empleo
flexible para las mujeres es el reflejo más evidente de la aceptación del modelo
familiar ‘hombre jefe de familia’. En este sentido, el empleo flexible vendría a ser una
respuesta idónea de la sociedad, aunque no necesariamente de las mujeres al tema de
la reproducción de la propia especie, que lo más probable es que contribuya finalmente
a una mayor estigmatización del trabajo femenino y a una mayor precarización de
sus condiciones laborales y salariales. Este punto llama especialmente la atención,
cuando como sugiere la teoría y como se ha demostrado en este y otros estudios,
el hecho de que hombres y mujeres no se vean distribuidos de modo igual entre
los distintos sectores de actividad, tipos de trabajo, niveles de responsabilidad y
formas de empleo puede considerarse como el origen fundamental de las diferencias
salariales entre ambos sexos.
De este modo, se pasa por alto que los salarios de mercado determinan fuertemente
los incentivos para la participación económica de los individuos, en la medida
que reflejan el costo de oportunidad de no trabajar. En efecto, tal como demostró
este estudio, lo que fundamentalmente favorece la decisión de integrar la fuerza
de trabajo para ambos sexos, son los niveles de salario que potencialmente pueden
obtenerse en el mercado y ello es aún más relevante en el caso de las mujeres. Para
los hombres, el costo de oportunidad del ocio se incrementa cuando crece el salario
al que pueden aspirar en el mercado. Sin embargo, puesto que las responsabilidades
de la esfera familiar conllevan para ellos la ‘obligación’ de trabajar, el salario juega
un rol relativamente menor en la ‘decisión’ de integrar la fuerza de trabajo. Para las
mujeres, el salario de mercado no sólo afecta la elección entre ocio y renta, sino
también y, especialmente, la distribución del tiempo entre el trabajo de mercado y
el trabajo doméstico que les es asignado socialmente. En este sentido, en la decisión
de participación laboral femenina, existe un trade-off entre sus responsabilidades
familiares y sus salarios potenciales en el mercado, representado por el costo de
oportunidad del trabajo doméstico. Así, el salario al que ellas pueden aspirar se
vuelve un factor más determinante a la hora de decidir integrar la fuerza de trabajo.
Ello cobra aún más relevancia si se considera, como demostró este estudio, que en
la decisión de participación laboral femenina, la influencia negativa de los ingresos
disponibles en el hogar (salario del cónyuge/conviviente y otros ingresos del hogar)
no opera para todas las mujeres y, cuando lo hace, es bastante leve. Así, es posible
concluir que hoy en día la relación de las mujeres con el mercado de trabajo está
fundamentalmente determinada por sus opciones salariales personales (sujeta a
104
restricciones de tiempo y de deberes de roles de género asignados socialmente) y no
tanto por las posibilidades de consumo de bienes de mercado de toda la familia.
En suma, los resultados del estudio sugieren que, para equiparar las condiciones
económicas de hombres y mujeres, se requiere de respuestas institucionales que
conlleven una modificación de las concepciones tradicionales sobre el rol y las
responsabilidades femeninas en el proceso de la reproducción y producción social que
han estado detrás de las políticas públicas. Ello supone reconocer el rol fundamental
de la división sexual de tareas en la esfera familiar y laboral para el acceso y los logros
al interior del mercado laboral. Al mismo tiempo, se hace necesario contabilizar el
aporte económico del trabajo doméstico como factor de reproducción de la fuerza de
trabajo y apuntar a una redistribución social de esos costos, puesto que ahí reside el
origen de las inequidades de género en la distribución de costos y beneficios sociales
y económicos. Por lo tanto, el énfasis de la política pública, no debiera estar en la
reducción de esos costos (que existen y que son necesarios para el mantenimiento de
la vida humana), sino más bien en su reconocimiento social, en su contabilización
económica y en su redistribución social o colectivización. En el fondo, se trata de
reconocer y recompensar el hecho de que la fuerza de trabajo masculina ha estado
subsidiada por la fuerza de trabajo femenina y por las mujeres en general. Ello,
favorecería que hombres y mujeres no fueran vistos de forma diferente en el mercado
laboral.
En este sentido, políticas que sustenten la concepción de la reproducción de la vida
humana como una responsabilidad de ambos sexos y en definitiva de la sociedad en
conjunto, generando condiciones que permitan asumir el cuidado de los hijos (y los
costos asociados) como una responsabilidad social y parental y no exclusivamente
de las mujeres, pueden ser más efectivas para romper las inequidades de género en el
mercado laboral. De esta forma, en vez de insistir en que las mujeres se reincorporen
rápidamente a sus labores luego de haber tenido un hijo o en extender el descanso
postnatal, pero disminuyendo paulatinamente el subsidio (propuestas que se han
escuchado recientemente), parece más apropiado asumir derechamente el costo de la
reproducción humana en su primera etapa, alargando el permiso postnatal (siempre
con subsidio Estatal) con el consecuente beneficio para la madre y el niño pequeño.
Ello, supone mayores costos sociales, junto con una transferencia hacia la sociedad
en su conjunto de parte de los costos en que incurren los empleadores que contratan
mujeres en edad fértil, puesto que la extensión del descanso maternal tendría el
resultado de reducir la duración del permiso de alimentación del hijo menor de dos
105
años que deben otorgar los empleadores y probablemente también el beneficio de
disminuir las licencias por enfermedad de los hijos muy pequeños.
Al mismo tiempo, se debiera propiciar que el reintegro de la mujer a sus laborales
se de en condiciones cada vez más similares a las de los hombres, distribuyendo los
costos que persisten luego del postnatal a través de una responsabilidad compartida
entre mujeres, hombres, empleadores y sociedad en general. En la medida que la
extensión del período postnatal permite a la madre alimentar directamente al niño
por más tiempo, se facilita ampliar el uso del permiso de alimentación del hijo menor
de dos años a los padres trabajadores, tal como se ha hecho con las licencias por
enfermedad de los niños menores de un año. Si bien es cierto que lo anterior supone
cambios culturales importantes a nivel de la ciudadanía, en las concepciones y
valoraciones respecto de los roles sociales de género que prevalecen en la sociedad,
no es menos cierto que las políticas públicas pueden contribuir a propiciar estos
cambios por medio de generar condiciones que vayan paulatinamente liberando a
las mujeres de la asunción prioritaria de las responsabilidades sobre el cuidado de
los hijos pequeños. En este sentido, se debiera avanzar también hacia sistemas de
cuidado infantil en los que toda la sociedad se responsabilice. El beneficio actual de
sala cuna atenta contra la contratación de más mujeres en las empresas, por lo cual
termina siendo extremadamente limitado. Se podría pensar entonces en asociar el
derecho a sala cuna a ambos sexos (lo que significa en el fondo extenderlo a todos
los trabajadores) buscando formas de financiamiento tripartito que se complementen
con los servicios gratuitos provistos por el Estado.
Medidas de este tipo, de lograr implementarse, tendrían consecuencias positivas para
la empleabilidad femenina, puesto que permitirían situar a las mujeres en condiciones
más similares a las de los hombres a su reintegro al trabajo, al mismo tiempo que
volverían menos necesarios subsidios al trabajo de la mujer (idea que ha aparecido
en el último tiempo en la discusión pública), que si bien contribuyen a emparejar
los costos de contratación entre hombres y mujeres, perpetúan la visión de la mujer
como encargada del cuidado de los hijos.
Para finalizar, es necesario remarcar una conclusión adicional. El estudio evidencia
también que las desigualdades de género no pueden entenderse al margen de las
desigualdades económicas y de las situaciones específicas de vulnerabilidad social
de las mujeres. Los resultados obtenidos señalan que carece de sentido referirse a
un sujeto femenino genérico, puesto que la esfera de lo femenino es una categoría
internamente fragmentada, de manera que el vínculo entre familia y trabajo no es
106
el mismo para todas las mujeres. En particular, en este estudio se pudo demostrar
que es un error dar por supuesto que con independencia del origen socioeconómico
(medido indirectamente a través del nivel educacional), la experiencia del matrimonio
o la convivencia y de la maternidad influencie de la misma manera la participación
económica y los salarios de las mujeres. Asimismo, la maternidad no afecta de un
modo igual a mujeres que viven con o sin pareja.
Los resultados mostraron que para las mujeres de baja cualificación, las
responsabilidades de la esfera doméstica (pareja e hijos) no juegan comparativamente
un rol obstaculizador de la participación laboral tan importante como se esperaría.
En efecto, se observó que la influencia negativa de vivir en pareja y de los niños
pequeños sobre la participación laboral femenina, prácticamente no se diferencia
entre mujeres con distinto nivel de educación, mientras el efecto de los hijos escolares
es considerablemente menor para las madres que no cuentan con educación superior.
Estos resultados llaman la atención, puesto que sería más lógico pensar que las
mujeres menos cualificadas fueran bastante más vulnerables a la influencia negativa
del matrimonio y la maternidad. Ello, debido a que los patrones de roles sexuales a
los que adscriben las personas de menores estudios son más tradicionales, sumado
a que los salarios potenciales más bajos de estas mujeres disminuyen el costo de
oportunidad del trabajo doméstico y considerando que la menor disponibilidad de
recursos económicos familiares dificulta sustituir el trabajo doméstico (quehaceres
del hogar y cuidado de los hijos) en el mercado.
En consecuencia, lo que los resultados del estudio, de alguna manera, sugieren es
que la mayor dificultad para integrar la fuerza de trabajo de las mujeres de menores
estudios está fundamentalmente en sus bajas posibilidades salariales, que no
compensan los costos de salir a trabajar y, en los bajos niveles de ingreso disponibles
en sus hogares, que dificultan reemplazar o aliviar su actividad doméstica a través
de medios de mercado. Así, la desigual distribución del ingreso en el país, que se
había establecido, al comienzo de este estudio, como consecuencia de la menor
participación laboral de las mujeres menos educadas, termina siendo, al mismo
tiempo, el origen del problema.
Corroborando esta idea, el estudio demostró que, en los hogares de mayor
vulnerabilidad económica, el ingreso del trabajo del marido o conviviente no inhibe
la decisión de participación laboral femenina y que, aún más sorprendentemente, el
resto de los ingresos disponibles en el hogar, favorece ligeramente sus opciones de
integrar la fuerza de trabajo. Ello, posiblemente se deba a que, al elevarse el nivel
107
económico de la familia, se facilita la obtención de medios mercantiles para aligerar
o sustituir las tareas del hogar, al mismo tiempo que aumentan las posibilidades
de contratar servicios para el cuidado de los hijos, ya sea dentro del hogar o en
establecimientos educacionales. En este mismo sentido, los resultados mostraron que
en los hogares donde los recursos económicos son escasos y los salarios alcanzables
son bajos, la posibilidad de suplir el trabajo de cuidado de los hijos pequeños, a través
de medios no mercantiles, como la ayuda doméstica que pueda brindar la madre o
suegra, favorece la participación laboral femenina, a través de reducir de manera
importante el efecto negativo de los hijos preescolares sobre su empleabilidad.
En relación con los salarios, se observa una situación similar. El matrimonio y la
maternidad no afectan las remuneraciones de las mujeres con educación superior.
Sin embargo, inesperadamente, vivir en pareja influencia positivamente los salarios
de aquellas mujeres menos cualificadas. Así, nuevamente, en la medida que la
presencia de marido o conviviente mejora el nivel económico del hogar, favorece las
opciones salariales de las mujeres de menores estudios. Por su parte, los resultados
mostraron un efecto negativo de los hijos escolares, aunque leve, sobre los salarios
de las mujeres poco cualificadas. De este modo, es posible pensar, que los menores
recursos familiares de estas mujeres, aumentan la dificultad de criar y educar,
restringiendo las posibilidades de sustituir o aliviar el trabajo doméstico a través de
medios de mercado.
Los resultados revelaron también que el efecto de la maternidad no es independiente
de la vulnerabilidad social de la mujer, sino que estas situaciones se refuerzan. Cuando
los niños son pequeños y la maternidad se enfrenta sin pareja, las opciones de las
mujeres de participar laboralmente se ven bastante más afectadas. Asimismo, sólo
para las mujeres solteras, separadas o viudas el efecto de los hijos preescolares sobre
sus salarios es negativo. En consecuencia, la ausencia de marido o pareja, cuando
los hijos son de corta edad, constituye un factor que no sólo dificulta más a la mujer
salir a trabajar, sino que también afecta considerablemente sus logros salariales, en
la medida que sitúa a la mujer en una condición de mayor vulnerabilidad. Considerar
este hecho es importante, puesto que cada vez más madres en el país crían a sus hijos
sin contar con el apoyo de una pareja.
En todo caso, cuando los hijos se encuentran en edad escolar disminuyen únicamente
las opciones de participación laboral de las mujeres casadas o convivientes. De este
modo, cuando los hijos asisten al sistema escolar y su cuidado requiere de menor
atención de la madre, pudiéndose sustituir con mayor facilidad en el mercado o a
108
través de redes familiares o vecinales, las mujeres solteras no encuentran dificultades
para integrar la fuerza laboral. Sin embargo, para las mujeres casadas, aunque los
hijos asistan al sistema escolar, interfieren de manera importante en su decisión de
participación económica. Este resultado indica que los roles al interior de la familia
están influenciando el efecto que la maternidad tiene para las mujeres casadas,
mientras la necesidad de trabajar se hace presente en el caso de las madres sin
pareja.
En definitiva, los resultados sugieren que para mejorar la empleabilidad de las mujeres
de menores recursos es relevante la disponibilidad de opciones para el cuidado
infantil gratuitas, de calidad y con horarios adecuados al trabajo remunerado de la
mujer, junto con medidas que apunten a elevar sus salarios potenciales a través de una
mejor distribución de las oportunidades educativas en el país y de los programas de
capacitación laboral. Como demostró este estudio, si las condicionantes de la esfera
de la familia representan el obstáculo mayor para la integración laboral femenina, la
educación es, por el contrario, el mecanismo favorecedor más relevante, puesto que
incrementa de manera importante los niveles de salario que se obtienen en el mercado.
En este sentido, la provisión de empleos especiales o flexibles para las mujeres debe
mirarse con cuidado, puesto que, en la mayoría de los casos, estas opciones laborales
representan un deterioro en los niveles salarias que se pueden alcanzar. Si bien,
empleos más compatibles con la maternidad pueden ser una opción conveniente
para las mujeres altamente cualificadas, para aquellas de menores estudios, si un
empleo tradicional no compensa el costo de salir a trabajar, en menor medida lo
harán trabajos atípicos que conlleven una merma de sus posibilidades salariales.
Adicionalmente, puesto que enfrentar la maternidad sin pareja encierra mayores
dificultades, sería apropiado pensar en apoyos especiales o mayores garantías para
estas mujeres, especialmente en lo que se refiere al cuidado infantil.
De este modo, las políticas laborales que apunten a reducir la inequidad de género en
el mercado de trabajo debieran considerar, al mismo tiempo, la heterogeneidad de las
situaciones de las mujeres. La esfera de la familia no impacta de la misma manera a
mujeres cualificadas, menos educadas, con marido o pareja o solteras. Por lo tanto,
si el problema no es homogéneo las soluciones tampoco debieran serlo.
109
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Beck, E.; Horan, P.; Tolbert, Ch. 1978. “Stratification in a Dual Economy: a sectoral
model of earnings determination”. American Sociological Review, Vol. 43, Nº 5, pp.
704-720.
Beck, U. 1998. “La Sociedad del Riesgo: hacia una nueva modernidad”. Ediciones
Paidos Ibérica.
Beechey, V. 1990. “Género y Trabajo. Replanteamiento de la Definición de
Trabajo”. En Borderías C. y Alemany, C., 1994. Las Mujeres y el Trabajo. Rupturas
Conceptuales. Icaria-Fuhem, Barcelona.
Becker, G. 1975. “Human Capital, a Theoretical and Empirical Analysis, with
Special Reference to Education’. Segunda Edición. Columbia University Press
(Edición Española de Alianza Editorial, 1983).
Becker, G. 1981. “A Treatise on the Family”. Cambridge, MA: Harvard University Press.
Becker, G. 1985. “Human Capital, Effort and the Sexual Division of Labour”.
Journal of Labor Economics, 3 (1), pp. 533-558.
Benería, L. y Roldán, M. 1992. “Las Encrucijadas de Clase y Género”. México,
Fondo de Cultura Económica.
Benería, L. 1984. “Reproducción, Producción y División del Trabajo”. Ediciones
Populares Feministas, Santo Domingo.
Benería, L. 1999. “Mercados Globales, Género y el Hombre de Davos”. En Carrasco,
C. Mujeres y Economía. Nuevas Perspectivas para Viejos y Nuevos Problemas.
Barcelona, España: Editorial Icaria, pp. 399-430.
Berk, R. y Berk, S. 1978. “A Simultaneous Equation Model for the Division of
Household Labor”. Sociological Methods and Research, Nº 6, pp. 431-465.
Bernat, L. 2005. “Análisis de Género de las Diferencias Salariales en las Siete
Principales Áreas Metropolitanas Colombianas. ¿Evidencia de Discriminación?”.
111
Bibb, R. y Form, W. 1977. “The Effects of Industrial, Occupational and Sex
Stratification on Wages in Blue-collar Markets”. Social Forces, Nº 55.
Blau, F. y Ferber, N. 1992. ‘The Economics of Men and Women and Work”. Second
Edition. Prentice, N.Y.
Borderías C. y Carrasco, C. 1994. “Introducción: Las Mujeres y el Trabajo:
Aproximaciones Históricas, Sociológicas y Económicas”. En Borderías, C. y
Alemany, C. 1994. Las Mujeres y el Trabajo. Rupturas Conceptuales. Icaria-Fuhem,
Barcelona.
Brunet, I. y Alarcón, A. 2005. “Mercado de Trabajo y Familia”. En Revista de
Investigaciones Políticas y Sociológicas, Vol. 4, Nº 002, pp. 115-129. Universidad
de Santiago de Compostela. España.
Budig, M. y England, P. 2001. “The Wage Penalty for Motherhood”. American
Sociological Review, Vol. 66, Nº 2, pp. 204-225.
Bumpass, L. 1969. “Age at Marriage as a Variable in Socioeconomic Differentials
in Fertility”. Demography Nº 6, pp. 45-54.
Carrasco, C. 1999. “Introducción: Hacia una Economía Feminista”. En Mujeres
y Economía. Nuevas Perspectivas para Viejos y Nuevos Problemas. Barcelona,
España, Editorial Icaria, pp. 11-55.
Carrasco, C. 1992. “El Trabajo de las Mujeres: Producción y Reproducción. Algunas
Notas para su Reconceptualización”. Cuadernos de Economía, Nº 20, pp. 32-53.
Carrasco, C. y Domínguez, M. 2003. “Género y Usos del Tiempo: nuevos enfoques
metodológicos”. Revista de Economía Política, Nº 1, pp. 129-152.
Castaño, C. 1999. “Economía y Género”. En Política y Sociedad, Nº 32, pp. 23-42.
Madrid.
Comisión Europea, 2007. “Report on Equality Between Women and Men 2007”.
Directorate-General for Employment, Social Affairs and Equal Opportunities. Unit
G.I. February, 2007.
112
Con, M.; Epstein, E.; Pacetti, A.; Salvia, A. 2004. “Cambios en la Estructura
Socio-ocupacional en el GBA durante los ´90. Una mirada desde la problemática
del género”. Trabajo realizado en el marco del Programa “Cambio Estructural y
Desigualdad Social”, con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani.
Coverman, S. 1983. “Gender, Domestic Labor Time, and Wage Inequality”. American
Sociological Review, Vol. 48, Nº 5, pp. 623-637.
England, P. 2005. “Gender Inequality in Labor Markets: the role of motherhood and
segregation”. Oxford University Press, pp. 264-288.
Espino, A. 2006. “Género e Investigación en Ciencias Sociales y Economía”. En
Economía y Sociedad, Nº 61, CIES, octubre, 2006.
Ginés M. 2007. “División Sexual del Trabajo”. Agenda de las Mujeres. El Portal de
las Mujeres Argentinas, Iberoamericanas y del Mercosur.
Glazer, N. 1980. “Everyone needs three hands: doing unpaid and paid work”. En
Berk, S., Women and Household Labor. Beverly Hills, CA: Sage. Pp. 249-273.
Groat, H; Workman, R. y Neal, A. 1976. “Labor Force Participation and Family
Formations. A study of working mothers”. Demography, Nº 13, pp. 115-125.
Harding, S. 1995. “Ciencia y Feminismo”. Madrid: Morata.
Hakim, C. 1979. “Occupational Segregation: A comparative study of degree and
patterns of differentaition between men and women’s work in Britain, United States
and other countries. Research Paper Nº 9, Londres, Department of Employment.
Hartman, H. 1979. “The Unhappy Marriage of Marxism and Feminism: towards a
more progressive union”. Capital and Class, Nº 8.
Hartmann, H. 1981. “The Family as the Locus of Gender, Class and Political
Struggle: the example of housework”. Sings, Nº 6, pp. 366-394.
Herrera, S.; Valenzuela, E.; Araos, C.; Montt, G. 2006. “Familia, Mujer y Trabajo en
Chile”. Instituto de Sociología, Universidad Católica de Chile.
113
Herrera, S.; Valenzuela, E. 2006. “Tiempo, Trabajo y Familia”. En El Eslabón
Perdido: familia modernización y bienestar en Chile, Taurus Ediciones, Santiago.
Hill, M. 1979. “The Wage Effects of Marital Status and Children”. Journal of Human
Resources, Nº 14, pp. 579-593.
Lago Peñas, I. 2002. “La Discriminación Salarial por Razones de Género: un análisis
empírico del sector privado en España”. Revista Española de Investigaciones
Sociológicas, ISSN 0210-5233, Nº 98, pp. 171-196.
Larrañaga, O. 2006. “Participación Laboral de la Mujer, 1958-2003”. En El Eslabón
Perdido: familia modernización y bienestar en Chile, Taurus Ediciones, Santiago.
Loh, E. 1996. “Productivity Differences and the Marriage Wage Premium for White
Males”. Journal of Human Resources, Nº 31, pp. 566-589.
Lunberg, S. y Rose, E. 2000. “Parenthood and the Earnings of Married Men and
Women”. Labour Economics, Nº 7, pp. 689-710.
Manzur, E.; Hidalgo, P; Latham, M.; Valdivieso, I. 2005. “Compatibilizando la
Vida Familiar y Laboral: el caso de las egresadas de ingeniería comercial de la
Universidad de Chile”. Universidad de Chile.
Mason, K. 1974. “Women’s Labor Force Participation and Fertility”. Research
Triangle, NC: Research Triangle Institute.
Micer, J. 1962. “Labor Force Participation of Married Women”. En Aspects of
Labor Economics. NBER, Princeton University Press.
Mincer, J. y Polachek, S. 1974. “Family Investments in Human Capital: earnings of
women”. Journal of Political Economy, Vol. 82, Nº2.
Ministerio de Planificación y Cooperación, varios años. “Encuesta de Caracterización
Socioeconómica (CASEN)”, MIDEPLAN, Santiago.
OIT, 1991. “Clasificación Internacional Uniforme de Ocupaciones, CIUO-88”.
OEA, 1976. “Clasificación Industrial Internacional Uniforme, CIIU-76”.
114
Parella, S. 2003. “Repensando la Participación de las Mujeres en el Desarrollo
desde una Perspectiva de Género”. Papers, 69: 31-57.
Petersen, T. y Morgan, L.A. 1995. “Separate and Unequal: Occupation-establishment
sex segregation and the gender wage gap”. American Journal of Sociology, Nº 101,
pp. 329-365.
Ross, P. 1981. “Sexual Stratification in the Workplace: male-female differences in
economic returns to occupation”. Social Science Research, Nº 10, pp. 195-224.
Rubin, L. 1976. “Worlds of Pain. Life in the Working-Class Family”. New York:
Basic Books.
Scanzoni, J. 1975. “Sex Roles, Lifestyles and Childbearing”. New York: Free
Press.
Schultz, T.W.1961. “Investment in Human Capital”. The American Economic
Review, Nº 51, marzo.
Smith, D. 1997. “Some implications of a Sociology of Women”. En Glazer, N. y
Waehrer, H. Women in a Man-Made World. Chicago: Rand Mc- Nally. Pp, 15-29.
Sweet, J. 1973. “Women in the Labor Force”. New York: Seminar Press.
Tenjo, J. Ribero, R. y Bernat, L. 2005. “Evolución de las Diferencias Salariales por
Sexo en seis Países de América Latina: un intento de interpretación’. Documento
CEDE 2005-18, ISSN 1657-7191 (Edición Electrónica).
Tironi, E.; Valenzuela, S.; Scully, T. 2006. “Familia en Chile. Los impactos de la
Modernización”. En El Eslabón Perdido: familia modernización y bienestar en
Chile, Taurus Ediciones, Santiago.
Universidad Católicia-Adimark, 2006. “Encuesta Nacional Bicentenario”.
UC-Adimark, Santiago.
Waldfogel, J. 1997. “The Effects of Children on Women’s Wages”. American
Sociological Review, Nº 62, pp. 209- 17.
115
ANEXO 1: LIMITACIONES DE LA METODOLOGÍA EMPLEADA
Problemas de especificación: variables omitidas y sujetas a error
Uno de los problemas que tiene la especificación del modelo de salarios se debe
a la ausencia de medidas de habilidad de las personas. La larga discusión sobre
la medición de retornos a la educación, ha mostrado que la exclusión de dicha
variable genera estimativos sesgados (optimistas) de los coeficientes asociados a la
educación y experiencia. Desafortunadamente, la única solución a dicho problema,
es la de incluir en la regresión información sobre dicha variable, la cual casi nunca
está disponible. En los pocos casos en los que ha sido posible obtener medidas de
habilidad de los trabajadores, se ha encontrado que los retornos a la educación están
sobreevaluados en uno o dos puntos porcentuales (Tenjo y otros, 2005).
Por otra parte, la medición de la experiencia laboral está sujeta a error. En la mayoría
de las bases de datos disponibles, y esto no es un problema exclusivo de la Encuesta
Casen, no hay buenas medidas de experiencia relevante. En estos casos, la única
medida que se puede obtener es un indicador de experiencia laboral potencial (edad
menos años de educación menos 5). Este problema es especialmente grave en el caso
de las mujeres, muchas de las cuales generalmente tienen interrupciones frecuentes en
su participación laboral, ocasionadas por la crianza de los hijos. El tener una medida de
experiencia que contiene errores de medición hace que el supuesto de independencia
del modelo de regresión se viole y que los estimativos de los coeficientes del modelo
sean sesgados (Tenjo y otros, 2005; Budig y England, 2001).
Además, es necesario señalar que si bien el capital humano constituye un buen
indicador de la productividad potencial de las personas, ésta no sólo depende de
las características económicas individuales, sino que puede variar también producto
otros factores sociales e institucionales (ambiente de trabajo y condiciones laborales),
sicológicos (motivación, aspiraciones), infraestructurales (medios y tecnología
disponible para la realización del trabajo), de planificación urbana (tiempos de
traslado al trabajo) y, por supuesto, familiares (trabajo doméstico y cuidado de los
hijos). Este último factor es especialmente relevante en el caso de las mujeres. Las
117
responsabilidades de la esfera familiar pueden afectar la productividad laboral de
las mujeres, no sólo porque reducen los incentivos para invertir en educación y/o
provocan pérdida de experiencia laboral por interrupción del empleo, sino también
porque pueden influenciar directamente su productividad ‘en el trabajo’. Esto es,
las mujeres madres pueden encontrarse más cansadas o estar ahorrando energías
anticipando el trabajo que tienen que hacer en el hogar (Budig y England, 2001). Por
lo tanto, la ausencia de medidas específicas de productividad, también constituye un
problema relevante, en cuestiones de género.
Sesgo de selección muestral
Otro aspecto que es necesario tener en cuenta es el sesgo de selección y sus posibles
soluciones. En efecto, la submuestra de asalariados no es una muestra aleatoria de la
población, sino que ya se ha producido un proceso de autoselección. El problema es
especialmente relevante para las mujeres, dado que su tasa de participación es muy
inferior a la de los hombres. El sesgo de la selección surge como consecuencia de la
no observabilidad del salario ofrecido a aquellos que no trabajan. Por ejemplo, las
personas con salario de reserva superiores a los de mercado no tienen información
sobre su salario de mercado y se excluyen de las estimaciones. Como el tener salarios
de reserva superiores a los de mercado no es necesariamente un fenómeno aleatorio,
la exclusión de dichas personas hace que la muestra no cumpla con las condiciones de
aleatoriedad requeridas por lo modelos econométricos, por lo cual las estimaciones
de los coeficientes pueden resultar sesgadas.
La solución más comúnmente utilizada es este caso es la corrección de Heckman39,
que requiere de la estimación de una ecuación (probit generalmente) que permita
predecir la probabilidad de que una persona reporte ingresos. Sin embargo, la
corrección del sesgo de selección no ha estado exenta de críticas. En la mayoría
de los casos no existe un modelo teórico que explique el proceso de selectividad
específico y que indique las variables que lo explican. Si la única razón para no
reportar ingresos fuera el hecho de no participar de la fuerza de trabajo, se podría
pensar en aplicar la corrección de Heckman a partir de una ecuación de participación
laboral, cuyo soporte teórico es bastante sólido. Sin embargo, el no reporte de
ingresos se debe además a otras causas como el desempleo y el trabajo familiar no
remunerado. En el caso particular de este estudio se trata además únicamente de las
39
Ver, Heckman, J. 1979. “Sample Selection Bias as Specification Error”. Econometrica 47: 1. pp.: 153-161.
118
personas que perciben salarios, esto es, que trabajan de manera dependiente. Ante la
ausencia de soportes teóricos sólidos, lo que generalmente se hace es incluir variables
ad hoc que se piensa pueden tener que ver con dicho proceso de selectividad. Sin
embargo, este procedimiento puede terminar introduciendo más problemas de los
que soluciona en las ecuaciones de ingreso. En la mayoría de los casos, no se sabe
si el procedimiento está captando la naturaleza de las decisiones de los individuos o
más bien el efecto no lineal de las variables incluidas en la ecuación de selectividad.
Esto genera complicaciones adicionales cuyo efecto no es claramente discernible
(Lewis, 1986, citado en Tenjo y otros, 2005). Más allá de esta discusión, es necesario
señalar que en este estudio no se aplicó la corrección de Heckman, por lo que las
consecuencias de ello deben tenerse presentes.
Problemas de endogeneidad
Finalmente, es necesario tener en cuenta que la relación entre maternidad y
participación laboral y entre maternidad y salarios puede ser espúrea más que causal.
Es posible que algunas características que causan una menor participación laboral o
bien menores salarios para aquellas mujeres ocupadas, también provoquen que tengan
hijos a tasas más elevadas. En efecto, es probable que mujeres con ‘bajo potencial
de ingresos’, o con menor ‘ambición de hacer carrera profesional’, o con cierto
‘tipo de preferencias’, tengan un mayor número de hijos. De este modo, variables
omitidas en los estudios, pueden mediar en esta relación. Estas características son
exógenas, tanto para las decisiones de fertilidad como para la participación laboral o
los salarios. Por lo tanto, crear una correlación entre presencia de hijos y salarios o
participación laboral no es causal.
El problema puede disminuirse controlando por ese tipo de variables y/o empleando
modelos de efecto fijo que requieren de la utilización de datos longitudinales
(de panel), donde el efecto se fija para el año y para la persona, controlando, así,
la influencia de variables omitidas. El uso del modelo de efecto fijo da cierta
confiabilidad de que la influencia de la maternidad identificada sea causal y no
espúrea. El problema es, sin embargo, que en general, estas variables no están
disponibles para su control en la investigación y que la mayoría de las encuestas
que recogen información sobre empleo se basan en mediciones de corte transversal.
Por lo tanto, cuando metodológicamente estos problemas no pueden enfrentarse, el
efecto de las maternidad en la esfera laboral debe interpretarse con cuidado (Budig
y England, 2001).
119
ANEXO 2: COMPOSICIÓN DE LA MUESTRA PONDERADA
Y SIN EXPANDIR, ENCUESTA CASEN 2006
La tabla a continuación muestra que, el sexo y la edad mantienen proporciones muy
similares al comparar la muestra ponderada y la sin ponderar. No obstante, cuando
se trata de la ubicación por zona, las áreas rurales aparecen con una proporción
tres veces mayor en la muestra no ponderada. De este modo, de incluirse las zonas
rurales en el análisis, éstas quedarían muy sobrerepresentadas.
MUESTRA ENCUESTA CASEN 2006
SIN PONDERAR
PONDERADA
%HOMBRE
49,4
48,7
%MUJER
50,6
51,3
%URBANO
61,7
87,1
%RURAL
38,3
12,9
33,77
32,97
PROMEDIO EDAD
120
ANEXO 3: COMPOSICIÓN DE LAS MUESTRAS
UTILIZADAS EN EL ANÁLISIS
COMPOSICIÓN MUESTRA MODELO DE PARTICIPACIÓN LABORAL
VARIABLE
CATEGORÍAS
N
%
RURAL
ZONA
SEXO
VARIABLE
PARENTESCO
0
0
URBANO
55624
100
TOTAL
55624
100
HOMBRES
26916
48,39
MUJERES
28708
51,61
TOTAL
55624
100
CATEGORÍAS
TOTAL
N
HOMBRES
%
N
MUJERES
%
24755
N
JEFE(A) DE NÚCLEO
32323
58,1
92,0
ESPOSO(A)/PAREJA
23301
41,9
2161
TOTAL
55624
100
26916
OCUPADOS
38274
68,8
24405
90,7
%
7568
26,4
8,0
21140
73,6
100
28708
100
13869
48,3
CONDICIÓN DE
DESOCUPADOS
1837
3,3
751
2,8
1086
3,8
ACTIVIDAD
INACTIVOS
15513
27,9
1760
6,5
13753
47,9
TOTAL
55624
100
26916
100
28708
100
SIN EDUCACIÓN SUPERIOR
48714
87,8
23465
87,4
25249
88,2
11,8
EDUCACIÓN
6764
12,2
3376
12,6
3388
55478
100
26841
100
28637
100
7489
13,5
2190
8,1
5299
18,5
CASADO O CONVIVIENTE
48135
86,5
24726
91,9
23409
81,5
TOTAL
55624
100
26916
100
28708
100
CON EDUCACIÓN SUPERIOR
TOTAL
SOLTERO, SEPARADO, VIUDO
ESTADO CIVIL
PROMEDIO
EDAD
44,1
45,26
42,89
MÍNIMO
25
25
25
MÁXIMO
64
64
59
121
COMPOSICIÓN MUESTRA MODELO DE SALARIOS
VARIABLE
CATEGORÍAS
N
%
RURAL
ZONA
SEXO
VARIABLE
PARENTESCO
CATEGORÍA
OCUPACIONAL
EDUCACIÓN
0
0
URBANO
27837
100
TOTAL
27837
100
HOMBRES
17792
63,9
MUJERES
10045
36,1
TOTAL
27837
100,0
CATEGORÍAS
MUJERES
%
N
%
20177
72,5
16442
92,4
3735
37,2
7660
27,5
1350
7,6
6310
62,8
TOTAL
27837
100
17792
100
10045
100
EMPLEADOS PRIVADOS
20591
74,0
14978
84,2
5613
55,9
EMPLEADOS PÚBLICOS
4547
16,3
2281
12,8
2266
22,6
SERVICIO DOMÉSTICO
2173
7,8
46
,3
2127
21,1
FF.AA. Y DEL ORDEN
526
1,9
487
2,7
39
,4
TOTAL
27837
100
17792
100
10045
100
SIN EDUCACIÓN SUPERIOR
23025
82,9
15208
85,7
7817
78,0
CON EDUCACIÓN SUPERIOR
4747
17,1
2542
14,3
2205
22,0
27772
100
17750
100
10022
100,0
4058
14,6
1249
7,0
2809
28,0
CASADO O CONVIVIENTE
23778
85,4
16542
93,0
7236
72,0
TOTAL
27836
100
17791
100
10045
100
PROMEDIO
122
N
JEFE(A) DE NÚCLEO
SOLTERO, SEPARADO, VIUDO
EDAD
HOMBRES
%
ESPOSO(A)/PAREJA
TOTAL
ESTADO CIVIL
TOTAL
N
42,7
43,48
41,90
MÍNIMO
25
25
25
MÁXIMO
64
64
59
ANEXO 4: OCUPACIONES Y SECTORES
DE ACTIVIDAD FEMINIZADOS
Ocupaciones predominantemente femeninas (70% y más ocupados mujeres)
1232 Directores de Departamentos de personal y de relaciones laborales
2224 Farmacéuticos
2230 Personal de Enfermería y Partería de nivel superior
2331 Maestros de nivel superior de la enseñanza primaria
2332 Maestros de nivel superior de la enseñanza preescolar
2340 Maestros e instructores de nivel superior de la enseñanza especial
2422 Jueces
2432 Bibliotecarios, documentalistas y afines
2441 Economistas
2443 Filósofos, historiadores y especialistas en ciencias políticas
2444 Filólogos, traductores e intérpretes
2445 Psicólogos
2446 Profesionales del trabajo social
2454 Coreógrafos y bailarines
3221 Practicantes y asistentes médicos
3223 Técnicos en dietética y nutrición
3225 Dentistas auxiliares y ayudantes de odontología
3227 Técnicos y asistentes veterinarios
3228 Técnicos y asistentes farmacéuticos
3231 Personal de enfermería de nivel medio
3232 Personal de partería de nivel medio
3241 Practicantes de la medicina tradicional
3310 Maestros de nivel medio de la enseñanza primaria
3320 Maestros de nivel medio de la enseñanza preescolar
3330 Maestros de nivel medio de la enseñanza especial
3414 Agentes de viaje
3429 Agentes comerciales y corredores no clasificados bajo otros epígrafes
3460 Trabajadores y asistentes sociales de nivel medio
3480 Auxiliares laicos de los cultos
4115 Secretarias
4143 Codificadores de datos, correctores de pruebas de imprenta y afines
123
4211 Cajeros y expendedores de billetes
4223 Telefonistas
5111 Camareros y azafatas
5122 Cocineros
5131 Niñeras y celadoras infantiles
5132 Ayudantes de enfermería en instituciones
5133 Ayudantes de enfermería a domicilio
5141 Peluqueros, especialistas en tratamientos de belleza y afines
5142 Acompañantes y ayudantes de cámara
5151 Astrólogos y afines
5210 Modelos de moda, arte y publicidad
7432 Tejedores con telares o de tejidos de punto y afines
7433 Sastres, modistos y sombrereros
7436 Costureros, bordadores y afines
8263 Operadores de máquinas para coser
8264 Operadores de máquinas de blanqueo, teñido y tintura
8266 Operadores de máquinas para la fabricación de calzado
8286 Montadores de productos de cartón, textiles y materiales afines
9113 Vendedores a domicilio y por teléfono
9131 Personal doméstico
9133 Lavanderos y planchadores manuales
Ramas de actividad predominantemente femeninas (70% y más ocupados mujeres)
3119 Fabricación de productos alimenticios: fabricación de cacao y chocolate en
polvo, confites, frutas confitadas y toda clase de artículos de confitería
3212 Confección de frazadas, mantas, cortinas, sábanas, fundas de almohada,
mantelería, artículos de lona y bolsas, talleres de pespunte, plisados y
encarrujados para la industria
3213 Fabricación de medias y calcetines
3219 Fabricación de textiles no clasificados en otra parte, excepto prendas de vestir
3220 Fabricación de prendas de vestir, excepto calzado
3523 Fabricación de jabones, detergentes, champúes, perfumes, cosméticos,
lociones, pasta de dientes y otros productos de tocador
3852 Fabricación de instrumentos de óptica, artículos de fotografía, lentes y artículos
oftálmicos
124
3909 Fabricación de juguetes, paraguas, bastones, artículos de escritorio, pantallas
de lámpara, escobas, cepillos, botones, pelucas, fantasías
6310 Restaurantes, cafés y otros establecimientos de comidas y bebidas
6320 Hoteles, hosterías, moteles, cabañas, residenciales, pensiones y otros lugares
de alojamiento
8102 Establecimientos financieros
8200 Seguros (compañías de seguro, agentes de seguro, salud provisional)
8322 Servicios prestados a las empresas, contabilidad y auditorías, asesorías
tributarias
9200 Servicios de saneamiento y similares
9310 Instrucción pública (escuelas primarias y secundarias, jardines infantiles y
parvularios, universidades, institutos técnicos profesionales y comerciales)
9331 Servicios médicos y odontológicos
9332 Otros servicios de sanidad y veterinaria
9340 Instituciones de asistencia social (cruz roja, guarderías infantiles, asilos de
anciano, hogares para ciegos y otras instituciones)
9391 Organizaciones religiosas
9399 Otros servicios sociales y comunales no clasificados
9420 Bibliotecas, museos, jardines botánicos y zoológicos y otros servicios
culturales
9520 Lavanderías, lavasecos y tintorerías; y servicios de lavandería, establecimientos
de limpieza y teñido, reparación de ropa y artículos textiles de uso doméstico
9530 Servicios domésticos
9591 Servicios personales directos (peluquerías, salones de belleza y masajes,
saunas, cosmetólogos)
9600 Organizaciones internacionales y otros organismos extraterritoriales
125
ANEXO 5: ESTADÍSTICOS DESCRIPTIVOS
DE LAS VARIABLES INCLUIDAS EN CADA MODELO
ESTADÍSTICOS DESCRIPTOS DE LAS VARIABLES INCLUIDAS EN EL MODELO DE PARTICIPACIÓN LABORAL,
MUJERES JEFAS DE HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES, DE 25 A 59 AÑOS, 2006
VARIABLES
N
CONDICIÓN DE ACTIVIDAD (OCUPADO, DESOCUPADO=1)
ESTADO CIVIL (CASADO, CONVIVIENTE=1)
NÚMERO DE HIJOS PREESCOLARES
NÚMERO DE HIJOS ESCOLARES
ENSEÑANZA MEDIA COMPLETA
EDUCACIÓN TÉCNICA PROFESIONAL COMPLETA
EDUCACIÓN UNIVERSITARIA COMPLETA
EDAD
EDAD AL CUADRADO
PRESENCIA DE ABUELA EN HOGAR
INGRESOS DEL HOGAR
INGRESO DEL TRABAJO DEL CÓNYUGE/CONVIVIENTE
VALID N (LISTWISE)
28708
28708
28708
28708
28708
28172
28172
28708
28708
28708
28707
28707
28170
MÍNIMO
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
25
625,00
,00
1,00
1,00
MÁXIMO
PROMEDIO
DESVIACIÓN
ESTÁNDAR
1,00
,5209
,49957
1,00
,8154
,38797
4,00
,2531
,51314
10,00
1,8668
1,16755
1,00
,3148
,46443
1,00
,0546
,22719
1,00
,0657
,24771
59
42,89
9,053
3481,00 1921,8219 774,48145
1,00
,0383
,19188
89,00
1,8394
2,37925
119,00
1,9662
2,86229
ESTADÍSTICOS DESCRIPTOS DE LAS VARIABLES INCLUIDAS EN EL MODELO DE PARTICIPACIÓN LABORAL,
HOMBRES JEFES DE HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES, DE 25 A 64 AÑOS, 2006
VARIABLES
N
CONDICIÓN DE ACTIVIDAD (OCUPADO, DESOCUPADO=1)
ESTADO CIVIL (CASADO, CONVIVIENTE=1)
NÚMERO DE HIJOS PREESCOLARES
NÚMERO DE HIJOS ESCOLARES
ENSEÑANZA MEDIA COMPLETA
EDUCACIÓN TÉCNICA PROFESIONAL COMPLETA
EDUCACIÓN UNIVERSITARIA COMPLETA
EDAD
EDAD AL CUADRADO
PRESENCIA DE ABUELA EN HOGAR
INGRESOS DEL HOGAR
INGRESO DEL TRABAJO DEL CÓNYUGE/CONVIVIENTE
VALID N (LISTWISE)
26916
26916
26916
26916
26916
26381
26381
26916
26916
26916
26914
26916
26380
126
MÍNIMO
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
25
625,00
,00
1,00
1,00
MÁXIMO
PROMEDIO
DESVIACIÓN
ESTÁNDAR
1,00
,9346
,24721
1,00
,9186
,27340
4,00
,2704
,52958
10,00
1,7379
1,20334
1,00
,3080
,46167
1,00
,0504
,21880
1,00
,0776
,26748
64
45,26
10,133
4096,00 2151,0289 921,19404
1,00
,0385
,19229
126,00
1,9086
2,90657
60,00
1,3157
1,34407
ESTADÍSTICOS DESCRIPTOS DE LAS VARIABLES INCLUIDAS EN EL MODELO DE SALARIOS, MUJERES JEFAS DE
HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES, DE 25 A 59 AÑOS, 2006
VARIABLES
SALARIO/HORA
LN SALARIO/HORA
ESTADO CIVIL (CASADO, CONVIVIENTE=1)
NÚMERO DE HIJOS PREESCOLARES
NÚMERO DE HIJOS ESCOLARES
JORNADA PARCIAL
EMPLEO TRANSITORIO
OCUPACIONES FEMINIZADAS
ACTIVIDADES FEMINIZADAS
ENSEÑANZA MEDIA COMPLETA
EDUCACIÓN TÉCNICA PROFESIONAL COMPLETA
EDUCACIÓN UNIVERSITARIA COMPLETA
EXPERIENCIA LABORAL
(EXPERIENCIA LABORAL)2
EXPERIENCIA EN EL EMPLEO ACTUAL
VALID N (LISTWISE)
N
MÍNIMO
9656
9656
10045
10045
10045
10027
9990
10045
10045
10045
9939
9939
9882
9882
9983
9412
21,04
3,05
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
MÁXIMO
84166,67
11,34
1,00
4,00
8,00
1,00
1,00
1,00
1,00
1,00
1,00
1,00
52,00
2704,00
48,00
PROMEDIO
1395,8345
6,9107
,7204
,2180
1,7575
,1996
,1993
,5143
,6025
,3212
,0825
,1394
25,5177
752,1508
6,7278
DESVIACIÓN
ESTÁNDAR
1872,46988
,74491
,44885
,47567
1,12594
,39969
,39949
,49982
,48941
,46694
,27514
,34633
10,05025
533,46239
8,39783
ESTADÍSTICOS DESCRIPTOS DE LAS VARIABLES INCLUIDAS EN EL MODELO DE SALARIOS, HOMBRES JEFES DE
HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES, DE 25 A 64 AÑOS, 2006
VARIABLES
SALARIO/HORA
LN SALARIO/HORA
ESTADO CIVIL (CASADO, CONVIVIENTE=1)
NÚMERO DE HIJOS PREESCOLARES
NÚMERO DE HIJOS ESCOLARES
JORNADA PARCIAL
EMPLEO TRANSITORIO
OCUPACIONES FEMINIZADAS
ACTIVIDADES FEMINIZADAS
ENSEÑANZA MEDIA COMPLETA
EDUCACIÓN TÉCNICA PROFESIONAL COMPLETA
EDUCACIÓN UNIVERSITARIA COMPLETA
EXPERIENCIA LABORAL
(EXPERIENCIA LABORAL)2
EXPERIENCIA EN EL EMPLEO ACTUAL
VALID N (LISTWISE)
N
17317
17317
17791
17792
17792
17751
17733
17792
17792
17792
17503
17503
17425
17425
17679
16824
MÍNIMO
56,11
4,03
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
,00
1,00
1,00
,00
MÁXIMO
112222,22
11,63
1,00
4,00
10,00
1,00
1,00
1,00
1,00
1,00
1,00
1,00
58,00
3364,00
52,00
PROMEDIO
1599,0619
7,0615
,9298
,3122
1,7906
,0357
,0576
,0424
,1274
,3272
,0574
,0879
27,7754
899,0991
7,8322
DESVIACIÓN
ESTÁNDAR
2170,46243
,70705
,25550
,55584
1,17463
,18545
,23305
,20158
,33339
,46919
,23254
,28311
11,29755
672,30120
9,23387
127
128
-,468(**)
-,145(**)
-,034(**)
-,075(**)
(Edad)2
Abuela en hogar
Ingresos del hogar
,006
-,070(**)
,161(**)
-,216(**)
-,083(**)
,000
-,068(**)
-,084(**)
-,097(**)
-,012(*)
-,166(**)
-,136(**)
-,056(**)
-,029(**)
,006
1
,273(**)
,109(**)
Nº hijos
escolares
* Correlación es significativa a nivel 0.05 (2-colas).
** Correlación es significativa a nivel 0.01 (2-colas).
Ingreso trabajo
pareja
Condición de
actividad
-,484(**)
-,143(**)
Edad
,021(**)
-,022(**)
,063(**)
,074(**)
Educ. universitaria
,037(**)
Educ. media
,273(**)
,006
,109(**)
Nº hijos escolares
1
,126(**)
Nº hijos
preescolares
Educ. técnica prof.
,126(**)
1
Estado civil
Nº hijos preescolares
Estado civil
Variables
,038(**)
,014(*)
-,008
,032(**)
-,152(**)
-,151(**)
-,182(**)
-,165(**)
1
,006
,074(**)
,037(**)
Educ. media
,096(**)
,088(**)
,055(**)
,022(**)
-,084(**)
-,082(**)
-,064(**)
1
-,165(**)
-,029(**)
,063(**)
,006
Educ.
técnica prof.
,189(**)
,245(**)
,164(**)
,009
-,010
-,012(*)
1
-,064(**)
-,182(**)
-,056(**)
,021(**)
-,022(**)
Educ.
universitaria
-,056(**)
-,032(**)
,128(**)
,006
,994(**)
1
-,012(*)
-,082(**)
-,151(**)
-,136(**)
-,484(**)
-,143(**)
Edad
-,064(**)
-,030(**)
,134(**)
,003
1
,994(**)
-,010
-,084(**)
-,152(**)
-,166(**)
-,468(**)
-,145(**)
(Edad)2
,021(**)
-,025(**)
,000
1
,003
,006
,009
,022(**)
,032(**)
-,012(*)
,000
-,034(**)
Abuela
en hogar
,047(**)
,283(**)
1
,000
,134(**)
,128(**)
,164(**)
,055(**)
-,008
-,097(**)
-,083(**)
-,075(**)
Ingresos
del hogar
,019(**)
1
,283(**)
-,025(**)
-,030(**)
-,032(**)
,245(**)
,088(**)
,014(*)
-,084(**)
,006
,161(**)
Ingreso
trabajo pareja
1
,019(**)
,047(**)
,021(**)
-,064(**)
-,056(**)
,189(**)
,096(**)
,038(**)
-,068(**)
-,070(**)
-,216(**)
Condición
de actividad
COEFICIENTES DE CORRELACIÓN DE PEARSON ENTRE LAS VARIABLES UTILIZADAS EN EL MODELO DE PARTICIPACIÓN LABORAL, MUJERES JEFAS DE HOGAR
Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES, DE 25 A 59 AÑOS, 2006
ANEXO 6: CORRELACIONES SIMPLES
129
,072(**)
,035(**)
-,062(**)
-,041(**)
,036(**)
-,059(**)
-,029(**)
-,001
-,031(**)
,046(**)
,051(**)
-,070(**)
-,050(**)
,019
-,073(**)
-,036(**)
,002
1
,228(**)
,089(**)
-,094(**)
-,111(**)
-,093(**)
-,068(**)
-,019
-,046(**)
,011
-,164(**)
-,136(**)
-,279(**)
-,208(**)
1
,002
,036(**)
,040(**)
EDUC. MEDIA
EDUC.
,145(**)
,080(**)
-,068(**)
,030(**)
-,042(**)
-,061(**)
,059(**)
-,177(**)
-,185(**)
-,121(**)
1
-,208(**)
-,036(**)
,082(**)
,040(**)
PROF.
TÉCNICA
* Correlación es significativa a nivel 0.05 (2-colas).
** Correlación es significativa a nivel 0.01 (2-colas).
HORA
,059(**)
,028(**)
SALARIO/HORA
LN SALARIO/
-,013
,010
,032(**)
,017
-,113(**)
-,009
,029(**)
-,370(**)
-,148(**)
-,405(**)
,046(**)
,031(**)
-,149(**)
,082(**)
,040(**)
,036(**)
,040(**)
SECTORES
FEMINIZADOS
FEMINIZADAS
OCUPACIONES
EMPLEO
TRANSITORIO
PARCIAL
JORNADA
EMPLEO ACTUAL
(EXPERIENCIA
LABORAL)2
EXPERIENCIA
LABORAL
EXPERIENCIA
UNIVERSITARIA
EDUC. TÉCNICA
PROF.
EDUC.
EDUC. MEDIA
ESCOLARES
1
,228(**)
,136(**)
Nº HIJOS
PREESCOLARES
,136(**)
Nº HIJOS
ESCOLARES
Nº HIJOS
PREESCOLARES
,089(**)
1
ESTADO CIVIL
Nº HIJOS
ESTADO CIVIL
VARIABLES
,558(**)
,415(**)
,138(**)
,055(**)
-,046(**)
-,024(*)
,251(**)
-,192(**)
-,217(**)
1
-,121(**)
-,279(**)
-,073(**)
,046(**)
,031(**)
UNIVERSITARIA
EDUC.
-,227(**)
-,129(**)
,151(**)
,096(**)
,003
,031(**)
,224(**)
,973(**)
1
-,217(**)
-,185(**)
-,136(**)
,019
-,405(**)
-,149(**)
-,215(**)
-,120(**)
,147(**)
,098(**)
,001
,029(**)
,201(**)
1
,973(**)
-,192(**)
-,177(**)
-,164(**)
-,050(**)
-,370(**)
-,148(**)
EXPERIENCIA (EXPERIENCIA
LABORAL
LABORAL)2
,295(**)
,182(**)
,122(**)
,122(**)
-,133(**)
-,127(**)
1
,201(**)
,224(**)
,251(**)
,059(**)
,011
-,070(**)
-,113(**)
-,009
ACTUAL
EMPLEO
EXPERIENCIA
,058(**)
,063(**)
,156(**)
,108(**)
,634(**)
1
-,127(**)
,029(**)
,031(**)
-,024(*)
-,061(**)
-,046(**)
,051(**)
,017
,029(**)
PARCIAL
JORNADA
-,014
,018
,105(**)
,054(**)
1
,634(**)
-,133(**)
,001
,003
-,046(**)
-,042(**)
-,019
,046(**)
,036(**)
,032(**)
TRANSITORIO
EMPLEO
-,009
-,035(**)
,467(**)
1
,054(**)
,108(**)
,122(**)
,098(**)
,096(**)
,055(**)
,030(**)
-,068(**)
-,031(**)
-,041(**)
,010
FEMINIZADAS
OCUPACIONES
,001
-,003
1
,467(**)
,105(**)
,156(**)
,122(**)
,147(**)
,151(**)
,138(**)
-,068(**)
-,093(**)
-,001
-,062(**)
-,013
FEMINIZADOS
SECTORES
,732(**)
1
-,003
-,035(**)
,018
,063(**)
,182(**)
-,120(**)
-,129(**)
,415(**)
,080(**)
-,111(**)
-,029(**)
,035(**)
,028(**)
HORA
SALARIO/
1
,732(**)
,001
-,009
-,014
,058(**)
,295(**)
-,215(**)
-,227(**)
,558(**)
,145(**)
-,094(**)
-,059(**)
,072(**)
,059(**)
HORA
LN SALARIO/
COEFICIENTES DE CORRELACIÓN DE PEARSON ENTRE LAS VARIABLES UTILIZADAS EN EL MODELO DE SALARIOS, MUJERES JEFAS DE HOGAR
Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES, DE 25 A 59 AÑOS, 2006
ANEXO 7: INFLUENCIA DE LA MATERNIDAD
EN OCUPACIONES Y SECTORES FEMINIZADOS
Los datos del cuadro a continuación muestran que el efecto bruto de los hijos
escolares difiriere según el nivel de feminización de las ocupaciones y sectores de
actividad donde esté empleada la madre. La penalidad salarial a la maternidad es
menor en las ocupaciones y actividades feminizadas y esta diferencia se mantiene
al controlar por estado civil y luego por las características de los empleos (trabajo
parcial y empleo transitorio). Al incluir los factores relativos al capital humano en
el modelo (educación y experiencia laboral), la influencia de los hijos escolares se
vuelve no significativa, evidenciado que el efecto negativo de los hijos escolares es
equivalente a la depreciación del capital humano asociada a la maternidad. De este
modo, los resultados indican que las ocupaciones y actividades donde predominan
las mujeres minimizan la penalidad salarial por interrupción de la carrera profesional,
descapitalización o descualificación.
COEFICIENTES NO ESTANDARIZADOS PARA EL EFECTO DEL NÚMERO DE HIJOS ESCOLARES
SOBRE EL LOGARITMO NATURAL DEL SALARIO/ HORA, MUJERES JEFAS DE HOGAR Y CÓNYUGES/CONVIVIENTES,
ENTRE
25 Y 59 AÑOS, SEGÚN TIPO DE OCUPACIÓN Y SECTOR DE ACTVIDAD, 2006
VARIABLES EN EL MODELO
OCUPACIONES FEMINIZADAS
SÍ
NO
ACTIVIDADES FEMINIZADAS
SÍ
NO
EFECTO BRUTO HIJOS ESCOLARES
-,036***
-,069***
-,037***
-,075***
ESTADO CIVIL
-,039***
-,071***
-,040***
-,076***
CARACTERÍSTICAS DE LOS EMPLEOS
-,039***
-,074***
-,043***
-,075***
EDUCACIÓN
-,009NS
-,013NS
-,006NS
-,018**
EXPERIENCIA LABORAL
-,004NS
-,009NS
-,002NS
-,014NS
*** P< .01; ** P< .05; * P< .10
130
Descargar