Notas sobre la importancia de un concepto propio de historia para

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CUADRANTEPHI No. 17
Junio - diciembre de 2008, Bogotá, Colombia
Notas sobre la importancia de un concepto propio de historia para la filosofía
Nicolás Felipe Díaz Guatibonza
Filosofía
Pontificia Universidad Javeriana
Bogotá
[email protected]
Resumen
En el presente artículo, el autor busca familiarizarse con un problema que ha atravesado su
corta pero intensa formación filosófica. En qué consiste la historia de la filosofía desde ella
misma es un problema que, como la mayoría, si no todos en filosofía, sólo ha logrado ser
planteado. Además es un lugar común en la disciplina que nos convoca y sobre el que no se
busca dar una respuesta definitiva sobre el asunto. Más bien se trata de matizar el problema
mostrando por qué es importante para la filosofía preocuparse por establecer un concepto
propio de historia de acuerdo con la concepción de la filosofía como medio y fin. Medio
omnicomprensivo por el que lo formal de toda forma del conocimiento se investiga; fin al que
llegan sus propios principios, es decir, lo que la describe como objeto de sí misma.
Abstract
In the present article the author looks forward to familiarize with a problem that has been
present through his short but intense philosophical upbringing. What could be the history of
philosophy since it is a problem that yet has only been raised (as, perhaps, all philosophical
problems). It is also a commonplace in the discipline that summons us and we don’t pretend to
give a definite answer to it. Rather, we’ll try to clarify the problem by showing why it is
important to philosophy to establish its own concept of history, according to the conception of
philosophy as a medium and as end. Comprehensive medium by which the formal stands of all
form of knowledge are investigated; end to which its own principles arrive, this is, that
describes philosophy as its own object.
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Comenzaron a hablar [los primeros filósofos] y a
definir el qué-es de las cosas, mas su procedimiento
fue muy impreciso(…) [y] tales son las enseñanzas
que los antiguos pensadores y los que les siguieron
nos transmitieron
Aristóteles, Metafísica; libro I, 988a
1. Impulso intrínseco de la especulación teórica
Desde el principio, de acuerdo con los indicios que tenemos, la filosofía ha tenido el
valor de confrontarse a sí misma, ha sido una investigación que vuelve sobre sí, se
reevalúa y toma sentidos diferentes en vista de lo que cada filósofo quiere expresar. En
las clases de historia de la filosofía antigua aprendemos que los primeros filósofos se
muestran críticos unos con otros; cada uno asume su posición con respecto a la materia
que tratan. La gran contribución de los milesios, por ejemplo, “fue haber introducido un
nuevo espíritu crítico en la actitud del hombre con respecto al conocimiento del mundo
natural”1. Con el inicio de un pensamiento positivo en el siglo VI a.C, la filosofía, como
una búsqueda del conocimiento de las causas, tuvo que forjar sus propios conceptos y su
propio pensamiento, su propia razón. La dificultad de establecer un método para la
especulación ya es notoria en el siglo VI con los milesios, y en ese conflicto se
encuentran las bases para el posterior establecimiento de los límites del conocimiento.
Jenófanes considera que sobre las cosas no hay sino opiniones2 pero esto, lejos de ser
una sentencia relativista, era el motivo que daba para que se emprendieran
investigaciones teóricas, según la actitud que él mismo asumió al emplear métodos de
ataque indirecto y refutación recíproca basados en la comparación y el paralelismo3.
Con Aristóteles esta actitud toma un carácter vital para el ejercicio filosófico; este
impulso intrínseco de la especulación teórica4, como lo llama R. Mondolfo, se convierte
1
LLOYD, Geofrey, Les debuts de la science grecque, Maspero, París, 1974, p. 26.
Cf. JENÓFANES, Fragmentos y testimonios, Trad. M.H. Liberani, Aguilar, Buenos Aires, 1954,
Fragmentos 14, 18 y 34.
3
MARGOT, Jean Paul, “Dialéctica aristotélica e historia de la filosofía” en Estudios de historia de la
filosofía, Cali, 1982, p. 46.
4
Cf. MONDOLFO, Rodolfo, Heráclito, textos y problemas de su interpretación, Siglo Veintiuno
Editores, Madrid, 1966, p. 120.
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en un precepto metódico que marcará todo el desarrollo posterior de la filosofía hasta
nuestros días.
Eso de lo que se valió Aristóteles para pensar fue la historia de la filosofía que confluyó
en él. Lo que nos indica que no concebiría la tarea de citar a los filósofos precedentes
para confrontarlos de manera crítica con su pensamiento, es decir, la tarea de hacer
historia de la filosofía, como una mera historiografía. Si bien no sustituyó
completamente las ideas de los pensadores que lo antecedieron por las suyas, sí las
transformó para amoldarlas a su pensamiento. Exponer el modo como los pensadores
anteriores encararon la investigación es la condición de posibilidad de un proyecto
metafísico sistemático, puesto que que poder construir un pensamiento metafísico con
sólida argumentación requiere de aprender a pensar bajo ciertos cánones en los que han
pensado otros antes; esto es, ante todo, adaptar nuestras capacidades mentales, como el
lenguaje, a ciertas rutinas intelectuales que se refieren al ejercicio filosófico. La crítica a
las tradiciones anteriores, que es la revisión de la historia de la filosofía, supone un
estudio juicioso de los problemas filosóficos que a su vez requiere de esa adaptación
mental para entenderlos con miras a su solución, aunque tal vez sea prescindible pensar
en una solución para éstos.
De acuerdo con ese tratamiento de la historia de la filosofía, parece que la filosofía, para
un pensador como Aristóteles, no consiste realizar un tratamiento de ella que no
suponga un enfrentamiento con la historia de la que se vale para pensar. Y es importante
tener en cuenta que un rasgo esencial de la filosofía entendida como disposición natural,
antes que como disciplina, es que para filosofar de ese modo también se requiere de la
historia natural. El hombre natural reflexiona a partir de los eventos de su propia
existencia sobre los asuntos de los que trata la disciplina filosófica; y esa existencia se
nutre de las circunstancias del individuo que reflexiona. Así, aunque sus ideas sean
producto de sus más íntimas sensaciones físicas y mentales, el hombre que piensa lo
hace a partir de su situación en el curso natural de los sucesos que tiene un pasado, un
presente y en el que se espera un futuro, y de manera explícita o implícita, en su
pensamiento se encuentra una referencia ineludible a esa historia, a acontecimientos que
afectan concretamente su espacio y tiempo particulares.
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También es importante tener en cuenta que la historia de la filosofía es un problema
filosófico no sólo porque define la Filosofía en vista de la naturaleza del conocimiento
filosófico mismo, lo es también porque las expresiones de los filósofos más rigurosos y
sistemáticos que conocemos en la tradición filosófica han hecho grande la tradición
precedente, habiéndola usado para sus propios fines5. Entonces hacer historia de la
filosofía es primero filosofar, es pensar sobre la historia del pensamiento precedente.
2. La historia del pensamiento
Al principio de la Metafísica, Aristóteles expresa su concepción de sabiduría como
conocimiento de tres cosas: de los primeros principios, de la divinidad y de lo más
universal; y a ello ha llegado por la consideración de las opiniones comunes6. Luego
señala que el inicio de cualquier investigación teórica histórica es la “revisión de lo que
antes se ha dicho”, pues gracias a estas versiones se nos prepara un camino para
emprender nuestra investigación, bien sea por sus aciertos o desaciertos en la materia.
Esta investigación comporta la búsqueda de una ciencia, pero no de una cualquiera sino
la más digna de todas7.
¿Qué significa esto si admitimos que el conocimiento de esta ciencia aún no encontrada
depende de la dialéctica, es decir, de la confrontación de opiniones y doctrinas de otros,
que por lo demás se dijeron antes de Aristóteles? Significa lo que la filosofía parece
haber sido hasta nuestros días y con probabilidad será, a saber: una ciencia, como habría
querido Aristóteles que se denominara en su posterior desarrollo, que no se atiene a un
progreso lineal como otras, sino que cuenta con una larga tradición que nunca está
fijada por completo, pero cuyo propósito es el de llegar a establecer principios sólidos
para sí misma.
5
Que han sido hombres movidos por su deseo natural de saber antes de ser académicos.
ARISTÓTELES, Metafísica, Trad. Hernán Zucchi, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1978, 983b.
7
Cf. Ibídem. 982a y 983a.
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En filosofía, a diferencia de otras disciplinas, no se ejerce sin tener en cuenta antes que
las doctrinas más antiguas son pensamiento vivo, son actuales en caso de que se quieran
rebatir o alabar. Esto significa que cualquier intento de filosofía debe enfrentarse a
conceptos que preceden a cualquier pensamiento contemporáneo en cualquier época de
la historia de la filosofía, en el sentido en que se debe confrontar el pensamiento propio
con el de los que han planteado los problemas que han inaugurado escuelas filosóficas o
épocas filosóficas o ramas de la filosofía; no es otra la materia con la que se nutre el
ejercicio de la filosofía entendida como disposición natural porque, como ya se dijo, se
piensa sobre circunstancias históricas humanas concretas; y por ende también se nutre
entendida como disciplina, es decir, como academización de la disposición natural.
Ahora bien, de lo anterior se desprende un tema que, como se dijo antes, puede
considerarse un problema teórico de la “ciencia que buscamos”, y es el de qué es la
historia de la filosofía. Esto no en tanto que se habla de una mirada histórica, sin más,
de los eventos filosóficos, sino en tanto que una mirada histórica hacia cierto problema
filosófico comporta en esencia una mirada filosófica. De esto no se sigue que la
filosofía misma, su ejercicio, tenga que ser de índole historiográfica. Se está sugiriendo
lo que se dijo antes, a saber: que el contenido del concepto de historia de la filosofía se
podría tratar por medio de un examen filosófico.
La primera parte de la Metafísica nos ayuda a aclarar esto y nos muestra la naturaleza
del problema, pues aunque el procedimiento sea histórico y lo apodíctico dependa de la
confrontación de opiniones, las intenciones de una empresa teórica como la aristotélica
son las de acceder a los primeros principios, conocer la divinidad y conocer lo
universal8. Las intenciones teóricas que marcaron el rumbo de la filosofía no fueron las
de establecer posiciones gracias a la disposición de una investigación histórica
imparcial; por el contrario, el sentido de la exposición de doctrinas, en el caso de
Aristóteles, no está determinado por el contenido imparcial de éstas, sino por la función
y el lugar que les asigna el Estagirita.
8
Cf. Ibídem. 982a – 20.
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La historia de la filosofía, como me incita a creer Aristóteles, no puede sólo resaltar a
modo de enciclopedia “ciertas secuencias de ideas que tienen una articulación
ideológica que se busca clarificar”9. Aunque sí podemos afirmar que estas ideas se
explican, en cierta medida, desde los organismos filosóficos de los que forman parte,
como las obras en las que aparecen o las biografías de los autores, lo esencial del
filosofar es cierto procedimiento dogmático, es decir, cierto procedimiento por el que se
puede demostrar con rigor a partir de principios seguros basados en la confrontación de
opiniones10, lo cual depende por entero de los supuestos que cada filósofo tiene de su
empresa teórica.
La filosofía no puede explicarse sólo desde esos organismos antes mencionados porque,
en últimas, la esencia filosófica son los conceptos de los filósofos considerados por la
necesidad vital de sus contenidos, de manera personal, y bajo los ropajes que les damos.
Según esto se puede afirmar la independencia de los conceptos filosóficos respecto de
tales organismos, pero no su independencia respecto a la transformación que pueden
sufrir por el uso de la razón de los filósofos. La historia de la filosofía es el primer
objeto de la investigación filosófica y hacer de la historia de la filosofía un problema
filosófico depende de estar en la historia natural del hombre, estar situado en curso del
tiempo que tiene un pasado.
El procedimiento dogmático de los filósofos es el uso personal de esas doctrinas que
tienen un carácter de necesidad intrínseca. La tarea del filósofo no ha sido otra que
limitar esos conceptos empleando elementos contingentes y transitorios propios de su
circunstancia, aunque siempre en vistas de la universalidad. De esta forma, la filosofía
no es un saber objetivo especial11 que llene un espacio de la historia universal, sino que
gracias a que su historia es diferente, y en esa medida ésta se explica por el ejercicio de
9
Cf. ETIENNE, Gilson, La unidad de la experiencia filosófica, Ediciones Riaplh, Madrid, Capítulo XII,
p. 340.
10
KANT, Emmanuel, Critica de la razón pura, Trad. Pedro Ribas, Alfaguara, Madrid, 1987, BXXXV, p.
30.
Aunque Kant se refirió a este procedimiento contraponiéndolo al “dogmatismo”, con miras a legitimar el
conocimiento a través de un examen riguroso de las capacidades de la razón; ahora tomo este término en
otro sentido, pues lo considero apropiado para describir el carácter histórico del que vengo hablando, y
para conectarlo con el punto con el que concluyo este texto.
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Es decir, un saber que sólo representa o describe cierta especie de fenómenos de una realidad
determinada.
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aquella, podemos entenderla como esa ciencia digna cuyo primer paso en el camino
teórico es hacer de su historia su primer objeto de investigación.
Lo más propio del filosofar es esa rigurosidad del proceder dogmático que compete a
los filósofos, es decir, lo que cada uno de ellos, en la búsqueda de principios
fundamentales del conocimiento, arriesga confrontando su pensamiento con la historia.
Esto es inherente a todo ejercicio filosófico, en la medida en que se persiguen unos fines
que desbordan cualquier consideración historicista de eventos que sucedieron en la
historia. Así, la filosofía se convierte en una confrontación que de suyo pone en juego
tanto la definición de lo que ella misma es, como los principios que busca. Con la
determinación que cada filósofo le da a la historia o tradición de la que se vale para
pensar está proponiendo una definición de la historia de la filosofía; en esa medida está
ejerciendo la reflexión que demanda la filosofía misma, la vuelta atrás constante que ha
de darse.
Esa definición está sometida a los efectos que se han producido a lo largo de la historia
de la filosofía y que ahora más que nunca, me parece, son una condición esencial del
filosofar. Tales efectos son los que se producen al arriesgar un pensamiento metafísico,
que es la base de todo pensamiento filosófico. En el saber metafísico se condensan los
problemas más hondos de la vida, y es este saber el fundamento, a lo largo de la historia
humana, las disposiciones de cualquier ámbito de la vida humana, como
sus
disposiciones religiosas, morales, políticas, sociales y artísticas. Como objeto y proceder
de la filosofía, en la metafísica está el carácter natural de toda especulación en la medida
en que es el primer lugar donde el pensamiento entra en disputa y la teoría es
agonizante.
El núcleo de la necesidad de la filosofía en sentido genérico es la necesidad permanente
de recurrir a la metafísica y esta necesidad es, a la vez, la explicación última de la
historia de la filosofía. Aunque Kant concluya su obra pensando que la metafísica es
imposible como ciencia, o con Aristóteles se diga que es la ciencia de los primeros
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principios, el saber metafísico es inherente al hombre y al pensamiento12 y en virtud de
que organiza todos los saberes, da luces sobre la historia de lo formal del conocimiento
y las posibilidades de su contenido, y no en vistas de una pura contemplación.
La metafísica es el fundamento de la historia de la ciencia que buscamos, y la labor
personal de cada filósofo es la de otorgar una explicación parcial, no “desnuda e
impersonal”, de esa historia constitutiva del hombre. En cada doctrina filosófica
siempre vamos a encontrar una verdad parcial que contribuya a la especulación teórica.
Sobre aciertos y desaciertos, según los entendamos, hemos de filosofar, si consideramos
que todos los intentos de filosofía hasta nuestros días no constituyen un edificio
doctrinal cerrado en sí mismo; estos son parte de un trabajo cuya finalidad no es otra
que realizar preguntas y explicar lo que sea lo real sobre las bases de la inmanencia, es
decir, sobre las bases del devenir constante de nuevas inquietudes y nuevos desafíos
para el pensamiento, los cuales suceden dentro de la historia natural de la humanidad.
Las limitaciones de este pensamiento explican que tales sean desafíos para la razón y
que ésta pueda acceder de modo absoluto a todos los misterios del ser y su existencia a
través de una serie de conceptos a los que se les atribuye una incondicional finalidad.
La historia de la filosofía está ligada a la historia del devenir de la vida del hombre, un
ser que busca siempre principios. En cada nueva ocasión se replantea a sí misma, no en
términos progresivos sino en virtud del ejercicio de la metafísica como la ciencia que
buscamos y como el deseo natural de conocer.
3. Sobre la “Historia de la razón pura”
Para Kant, la historia de los movimientos de la razón tendrá que reelaborarse. La que él
comenta, es decir, sobre la que ha filosofado, no es más que un “edificio en ruinas” 13.
La historia que pasa por la criba de su punto de vista trascendental, en sólo dos hojas
dentro de toda la doctrina del método, es una historia con doble matiz, a saber: por un
12
Lo que Kant sí afirmo en el prólogo a la primera edición de su primera Crítica.
KANT, Emmanuel, Critica de la razón pura, Trad. Pedro Ribas, Alfaguara, Madrid, 1987
{A852/B880} p. 659.
13
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lado, es la historia de la que se ha valido en su empeño por construir un canon de la
razón pura; por otro lado, es la historia que, de manera trascendental, tendrá que ser
reescrita debido a que el uso de la razón, en aquélla y por aquélla, terminó en la edad
infantil de la filosofía, hasta la Crítica de la Razón pura.
Mas no pudo haber terminado de otro modo hasta la aparición de Kant, según él mismo
nos confiesa en la Historia natural de la razón pura, último rincón, pero más
determinante tal vez, de la puesta en marcha de su empresa teórica. No pudo ser de otra
forma porque en caso tal el sistema trascendental no se habría constituido como tal, para
bien o para mal, para ser rebatido o para ser aceptado y además reformado a partir de
sus propios principios.
Kant no pudo haber terminado de otra forma la doctrina del método, porque es este
apartado último en el que se encuentra la justificación final, lo que tras la construcción
le da sentido a todo el sistema. Con la Historia de la razón pura, en la que se examina
lo que ha sido el objeto, el origen y el método de la metafísica, Kant nos exhorta a
contraer sus determinaciones filosóficas. “Sólo queda el camino crítico”, nos dice, y en
esa medida su filosofía sólo tiene sentido después de formulada, cuando queda a merced
del compromiso filosófico que asuman los que quieran valerse de ella para aportar al
sendero real de las especulaciones y del uso de la razón.
El procedimiento dogmático, aquel por el que además de labrar un camino para
legitimar los conocimientos a los que podemos acceder también se vale de la historia
para exponer supuestos filosóficos, difiere en Aristóteles y en Kant. Pero el tratamiento
que ambos le dan a la historia del pensamiento persigue los mismos fines y tiene un
valor fundamental que marca una característica del filosofar, tanto en la filosofía
posterior a ellos como en la que los precedió; con ambos se puede decir que es menester
para el tratamiento positivo de la metafísica un profundo y concienzudo análisis del
pensamiento anterior. Esto significa historiar la filosofía para sistematizar la crítica que
comporta tal análisis minucioso, con la adopción de un punto de vista propio que deje
abierta la posibilidad de proseguir a través de los tiempos intentando respuestas propias.
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Kant, para mí uno de los más grandes filósofos que jamás han existido, concluye de
manera definitiva e incluso magnífica el canon con el que quiere hacer un aporte al uso
de nuestro más preciado instrumento: la razón. Tal vez no habría terminado su labor
propedéutica de manera más apropiada que siendo fiel a su determinación de reconstruir
el edificio en ruinas de la filosofía, o por lo menos dar las bases para ello; pues si bien
es posible, e incluso necesario, rebatir los supuestos metódicos kantianos, no lo es
rebatir sus propósitos, a saber: “dar plena satisfacción a la razón humana en relación con
los temas a los que siempre ha dedicado su afán de saber”14. Sólo que tales propósitos,
tal vez, nunca dejen de ser eso y nunca dejen de asumirse de manera filosófica.
Bibliografía
ARISTÓTELES, Metafísica, Trad. Hernán Zucchi, Editorial Sudamericana,
Buenos Aires, 1978.
ETIENNE, Gilson, La unidad de la experiencia filosófica, Ediciones Riaplh,
Madrid.
JENÓFANES, Fragmentos y testimonios, Trad. M.H. Liberani, Aguilar, Buenos
Aires, 1954.
KANT, Emmanuel, Critica de la razón pura, Trad. Pedro Ribas, Alfaguara,
Madrid, 1987.
LLOYD, Geofrey, Les debuts de la science grecque, Maspero, Paris, 1974.
MARGOT, Jean Paul, Dialéctica aristotélica e historia de la filosofía, en
Estudios de historia de la filosofía, Cali, 1982.
MONDOLFO, Rodolfo, Heráclito, textos y problemas de su interpretación,
Siglo Veintiuno Editores, Madrid, 1966.
14
Ibídem. {A856/ B884}.
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