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 CIENCIA PARA EL DESARROLLO HUMANO
18,19 y 20 de Mayo de 2016
Augusto Serrano López
Justificación del programa de Epistemología
Si pretendemos entender la Epistemología como Crítica de la Razón Científica,
mal haríamos con volver a las andadas y reflexionar sobre la ciencia cual si se tratara
de una actividad aislada y particular de científicos, algo “neutral” casi fuera de este
mundo.
Porque las ciencias, todas ellas, surgen y se desarrollan in medias res, como
actividades inmersas en la gran red de relaciones de la vida humana. Pero, si, además,
constituyen como en nuestros días los saberes más adelantados y potentes de que se
dispone al punto de que se pretende determinar desde ellas como método o como
excusa la suerte de nuestras vidas, entonces la Epistemología no puede dejar de ser
Epistemología Política, si quiere ser verdadera Crítica de la Razón Científica.
El gobernante podrá decir a la gente que actúa desde el sano sentido común,
pero deja que su ministro de economía asegure que actúa casi obligado por lo que la
ciencia manda hacer en ese momento, el ministro de salud dirá que los recortes en
salud pública se han calculado matemáticamente buscando el punto óptimo, el ministro
de energía asegurará que se ha calculado científicamente el nulo impacto que tendrán
las exploraciones en el mar en busca del petróleo y así, una tras otra de las medidas
que se van tomado vendrán adobadas por la supuesta mediación científica como
justificación muchas veces de los mayores disparates.
Si esta postura epistémica es necesaria en todo tiempo, es imprescindible
mantenerla en estos tiempos de crisis severa, ante todo, porque está afectando a lo que
más nos ha costado realizar y en lo que a más gente nos va la vida: está deshilvanando
ese tejido social que llamamos el “espacio público”, antesala del tan soñado “estado
de bienestar”. Y está afectando decisivamente a las universidades públicas,
instituciones encargadas de la transmisión y desarrollo de las ciencias.
Es desde esta pública Universidad Complutense de Madrid y desde su actual
circunstancia, desde donde intentaremos reflexionar sobre la ciencia, sobre su alcance
y sobre sus límites.
1 I. DESARROLLO HUMANO
1. Desarrollo, evolución, progreso, crecimiento, cambio, devenir,
despliegue, ¡qué riqueza de términos para poder expresar la marcha de las
cosas hacia adelante, hacia el futuro!
Riqueza verbal que se suele traducir a veces en sinonimias
incorrectas y en algarabía conceptual cuando se trata de identificar y definir
con propiedad asuntos tan diferentes como la “evolución biológica”, el
“progreso técnico”, el “devenir de las costumbres”, el “cambio político”, el
“cambio climático”, “despliegue del mapa” y el “desarrollo humano”.
Dado que esta confusión campea por muchas instituciones
académicas y por muchas agencias de las Naciones Unidas encargadas de
temas y esferas de la realidad mundial acerca del desarrollo humano,
conviene poner algo de orden en este tema.
¿Qué es lo que identifica y, por tanto, diferencia al desarrollo cuando
es humano?
Nada de lo que haga el ser humano que hagan también, aunque no
sea totalmente igual, los otros seres vivos (animales y plantas) puede
calificarse de desarrollo humano propiamente dicho. La diferencia estriba
en la diferencia específica: lo que radical y no sólo modalmente nos hace
diferentes de los otros seres vivos.
Compartimos mucho con los demás seres vivos: nacemos, crecemos,
morimos, metabolizamos, cambiamos, nos adaptamos y muchas cosas más
entre las que, después de lo que las ciencias y la larga experiencia nos
dicen, no podemos excluir ni el pensamiento ni la memoria, ni la
organización colectiva ni la asunción de estrategias para la supervivencia y
quién sabe si también compartimos, aunque se manifiesten de diversa
manera, desde la risa a la ironía y desde la mentira a la proyección y la
visión de futuro más o menos larga y perspicaz. Más difícil es aceptar que
todos, animales y humanos, poseamos la capacidad de la fantasía, esto es,
del pensamiento que imagina e inventa universos inéditos y aún imposibles
y, además, los comunica de generación en generación.
Podemos dudar de todo esto y de mucho más, pero nuestra larga
andadura y experiencia por la historia nos permite afirmar que hay cosas
que no compartimos, porque sólo los seres humanos las hemos logrado
realizar, sin nada parecido en el resto del reino animal.
2 Lo dijo Aristóteles: somos específicamente diferentes porque somos
seres políticos.
Hemos construido la polis, “la ciudad”, el Estado: “la ciudad” que no
sólo son las calles y las casas que hasta cierto punto un hormiguero o un
panal podrían replicar. La ciudad como orden de convivencia totalmente
artificial, al punto que sólo aparece, si se construye sobre y contra los
órdenes naturales de nuestra ascendencia animal: disolviendo o
subordinando los elementos del orden familiar y del orden tribal y
roturando y subordinando el espacio físico (el campo) al orden ciudadano,
al orden político.
Pero, si es “la ciudad” lo que comienza a diferenciarnos como
especie homo, entonces habrá que ver cómo evoluciona y cambia la ciudad
en el tiempo para ver cómo se desarrolla el ser humano. Cómo se despliega
esa diferencia específica, cómo cambia, cómo genera cualidades y
emergencias ese potencial político humano a través del tiempo y qué
dimensiones de ese potencial cabe señalar como “desarrollo humano” y qué
otras no.
Porque no todo el potencial que despliega el ser político (el zoon
politikon) y sólo por ser despliegue de su potencial cabrá entenderlo y
aceptarlo como desarrollo humano. Veremos que hay potencialidades que,
al desplegarse y realizarse, lejos de desarrollar lo específicamente humano
(la ciudadanía, por ejemplo), lo deterioran y aún lo aniquilan.
2. Frente al futuro cabe hacer muy diferentes proyecciones acerca de
la sociedad humana, pero hay una proyección que se puede hacer con poco
riesgo. Se trata de la suerte que va a correr una configuración social en la
que se jugará el futuro el ser humano: la ciudad.
3 Partimos de la definición de ciudad (Estado) que da Platón y que
lleva a su madurez Ernst Tugenhat. Uno y otro dejan ver que, con la
ciudad, se trata de una actividad común que puede constituirse desde el
poder (la decisión de uno o de sólo algunos) o desde la simetría y la
igualdad de los ciudadanos.
“Hermes preguntó a Zeus si la política y la justicia debería distribuirlas de forma
diferenciada como las demás artes, pero Zeus le contestó que no, sino que había
que distribuirlas “entre todos, que cada uno tenga su parte en estas virtudes, ya
que, si sólo las tuvieran algunos, las ciudades no podrían subsistir” (Platón,
Protágoras, 322b).
Asumimos con Ernst Tugenhat que son dos las formas desde las que
constituir el Estado: desde el poder o desde la justicia.
Tugendhat dice que “la creencia en los derechos humanos…es la única
justificación definitiva posible de legitimidad de una convivencia entre los seres
humanos”1, pero que esta convicción presupone la igualdad normativa entre
todos los seres humanos: “no hay legitimidad sin igualdad” 2 La igualdad de que
aquí se habla no es un asunto moral: “Se trata de una estructura antropológica
fundamental, o sea, “de una alternativa fundamental dentro de la teoría de la
acción”3.
“La justicia parece por lo tanto tener su origen junto con la igualdad, en ser la
alternativa al poder unilateral dentro de una actividad común. Así llegaríamos
a una explicación del origen de la perspectiva de igualdad a partir de la
estructura de la acción común”4
“La relación simétrica (es decir igual) dentro de una acción compartida entre
varios me parece ser la base, y la razón para ello es que esto es la única
alternativa a una acción determinada por el poder unilateral”5…
“La simetría no es un invento, sino aquello que realmente queda como
alternativa al poder unilateral”6.
Pues bien, dejando para después esta alternativa, diremos que ha
habido cambios naturales y sociales rotundos, han aparecido y
desaparecido montañas e islas, imperios y reinos, pero, desde que apareció
la ciudad como modo de convivencia humana, ha sido esta configuración
1
TUGENDHAT, E. 2009, Igualdad en el Derecho y la Moral. Ed. J. Padilla. E. Plaza y
Madrid; pág. 27. 2
Ibid., págs. 28 y ss. 3
Ibid., pág. 31. 4
Ibid., pág. 33. 5
Ibid., pág. 38. 6
Ibid., pág. 39. Valdés.
4 social la que ha permanecido con más continuidad y, a pesar de los muchos
cambios por los que ha pasado, con más señas de identidad.
Unas ciudades se construyeron sobre las ruinas de las otras como si
el locus elegido tuviera algo de trascendental. Algunas desaparecieron
aterradas definitivamente como la antigua Troya o la Tarsis de la Biblia.
Pero ahí está aún desde hace milenios Cádiz dando alojamiento a las
personas, como lo están Jerusalem o Roma, Atenas o Beijin, Jericó, Fayún,
Lárnaca, Varanasi o Damasco. Ciudades que han conocido todo lo
imaginable, pero que siguen diciéndonos que el futuro de la humanidad
pasa casi irremediablemente por la configuración de la vida humana en las
ciudades.
Porque ha sido desde la ciudad desde donde se ha configurado y a la
que se ha subordinado el resto del quehacer humano, comenzando por la
subordinación del campo a la ciudad y siguiendo por la subordinación de
todos los demás espacios, físicos y políticos. En la ciudad nacieron la
filosofía y las ciencias, las bellas artes y la literatura, en ellas se elaboraron
los códigos legales y desde ellas partieron los grandes viajes de exploración
y roturación del planeta.
La ciudad es y ha sido el lugar de atracción de los seres humanos
que, migrantes desde su nacimiento como especie homo, caminan y
caminan hasta dar con la ciudad soñada o hasta crearla, si no la encuentran.
La ciudad, espacio, ámbito de convivencia que, en realidad y aunque
sucediera sin proponérselo, ha resultado ser espacio de supervivencia y de
seguridad y, para muchos, de bienestar.
La ciudad, pues, como obra totalmente humana, construida
ciertamente sobre el suelo físico y dependiente de los elementos naturales
(aguas, vientos, bosques, alturas), pero abstraída en cierto modo a esos
mismos elementos, en la medida en la que se procura subordinarlos a los
fines ciudadanos por medio de la ingeniería que lleva y trae las aguas por
canales y acueductos, que se ampara del viento o se aprovecha de él por los
molinos, protegiéndose del sol y de la lluvia por medio de la vivienda y,
ante todo, generando el excedente por medio de la división social del
trabajo y generando con ello el tiempo sobrante necesario para el ocio sin el
que ni la literatura ni la filosofía ni las ciencias ni las bellas artes ni la
tecnología habrían podido desplegarse como lo han hecho.
Si para dar cuenta y razón de las cosas conviene poner la vista sobre
la relación fundamental que preside y anima un proceso (Marx dixit),
5 entonces se podría decir que, para descubrir y entender la senda del
desarrollo humano a través del tiempo, no hay forma que más y mejor nos
lo posibilite que el estudio y el devenir de la ciudad. Y, puestos a precisar
al interior de esa red de relaciones de ciudadanía que es la ciudad, diríamos
que es el ámbito público, el espacio público, el núcleo donde la ciudad
exhibe su verdadera cara.
Fue en aquel momento histórico, con la conformación de la vida
ciudadana y la simultanea práctica de la agricultura y la ganadería, en el
que la humanidad inició lo que podríamos llamar la superación de la
inmediatez al comenzar a reproducir sus propios medios de vida y,
mediante la coordinación de la división del trabajo, generar el excedente
necesario para que entrara el futuro a formar parte de su horizonte vital. Y
fue en aquel momento inicial de la superación de la inmediatez donde se
inició la larga senda del verdadero desarrollo humano. 3. Y ya dentro de la ciudad, repetimos, lo nodal de la ciudad lo
constituye “lo público”: no hay ciudad, si no existe lo público, lo común a
todos, el conjunto de dimensiones transversales a todos los ciudadanos por
igual que hacen, de la diversidad y de la individualidad, unidad,
colectividad y comunidad. Las dimensiones que generan simetría humana.
Comunidad que exige, entre otras cosas, ordenamiento, medio común de
comunicación, acuerdos, coordinación de la división social del trabajo,
ámbitos de encuentro, corresponsabilidades y transparencia en la acción
pública y trascendencia en el tiempo, por tanto, generación de excedente7.
Para entender esto, no hace falta recurrir a la fantasía, pues la historia
ya nos ha dado suficientes formas de concebir y realizar las más diversas
formas de ciudad. Si dejamos de lado las concepciones que de la “ciudad
ideal” se han producido (Hipodamo, Vitruvio, San Agustín, Leonardo da
Vinci, Herrera, Thomas Morus, F.Bacon, las Leyes de Indias, etc.), vemos
que ha habido y hay tan diversas realizaciones de ciudades (y de Estados)
como la Babilonia de la antigüedad y la Córdoba musulmana, la Roma del
imperio y el Londres victoriano, la New York o la Calcuta actuales en
todas las que cabe señalar ese núcleo común constituyente más o menos
definido y más o menos potente y la multitud de relaciones concomitantes
7
Véase ARENDT, H. 2011.: La condición humana. Paidos.Madrid. 6 que muchas veces han fortalecido al núcleo para darle esplendor o lo han
amenazado hasta hacerlo desaparecer.
El siglo XX nos ha mostrado otro tipo de ciudad y de Estado. Quizás
debido a las grandes catástrofes, guerras y magnicidios por los que pasó
toda la humanidad en tan breve tiempo y a los peligros tan novedosos y tan
potentes experimentados, salió esa humanidad asustada de sí misma y
dispuesta a corregir su marcha proclamando la Declaración Universal de
los Derechos Humanos que posteriormente se asumieron en casi todas las
Constituciones Nacionales de los Estados Democráticos de Derecho,
generando así un nuevo núcleo público constituyente , un nuevo “espacio
público” capaz de alumbrar el “Estado de Bienestar”, esto es, una nueva
urdimbre social basada en esos Derechos Humanos que obliga a los
Estados Democráticos de Derecho a cumplir con la simetría humana de la
que habla la Declaración Universal: espacio público donde se distribuye la
riqueza producida por toda la sociedad y elimina la exclusión social: es el
espacio de la justicia.
Es como si por fin se hiciera realidad lo que Platón teóricamente
exigía de toda ciudad-estado como condición de posibilidad: el imperio de
la justicia8. Justicia que hoy entendemos como acceso de todos por igual a
la riqueza social: riqueza producida como conocimiento (acceso a la
enseñanza pública), como salud (acceso a la salud pública), como
seguridad (acceso a la seguridad pública), como protección discriminada
(acceso a la protección de la niñez, de la tercera edad y de las minusvalías),
como tiempo disponible (acceso a la recreación y al tiempo libre). Espacio
público de máxima complejidad al consistir en la densa red de relaciones
de los ciudadanos entre sí y de ellos con el medio natural.
Cuando en Europa se destaca la ciudad modelo del año, se suele
ponderar, ante todo, el estado de lo público que va de los servicios
públicos de energía, agua, vías de comunicación, transporte público,
hospedaje, distracción y recreación, al acceso a la educación, a la salud y
a la seguridad, posibilidades de despliegue de la iniciativa privada, sin
dejar de lado el cuidado de las áreas verdes, el estado de contaminación
atmosférica y las redes de comunicación a que tienen acceso los
ciudadanos y, en grado eminente, el grado de participación ciudadana en
los destinos de la ciudad. Sin decirlo explícitamente, así se está
8
Decimos “teóricamente” y no olvidamos que en tiempo de Platón “todos” los ciudadanos no eran todos los habitantes de la ciudad. 7 exhibiendo el grado de distribución de la riqueza que lleva a cabo la
ciudad. Por ello, el cuidado y el respeto de lo público es algo que se debe
enseñar desde la más tierna edad, cual expresión de la verdadera
solidaridad ciudadana. II. DESARROLLO CIENTÍFICO 1. Aquí se trata de hablar de ciencia para el desarrollo humano, es
decir, conocimiento lo más certero posible de la realidad social, para
conocerla y otear con fiabilidad su tendencia, sus alcances y posibilidades. Será, pues, ciencia de lo complejo. Pero ya nos lo dijeron hace tiempo: “Los fenómenos no traen escrito
en la frente lo que son”. “No hay coincidencia directa entre esencia y
apariencia. Si la hubiera, saldría sobrando la ciencia” (Carlos Marx). Por
eso, “hay que salvar los fenómenos” (Platón). Por pertenecer al pasado los autores de estas tres citas, podría
pensarse que son simples consejos epistémicos que las ciencias modernas
habrían hecho muy suyos y los habrían seguido razonablemente, pero el
derrotero de las ciencias modernas ha sido tan disperso, heterogéneo y
discontinuo que no deben extrañarnos las tendencias y las prácticas que se
impusieron como dominantes. El paradigma o modo dominante de actuar en ciencia, eso que E.
Morin ha llamado el Gran Paradigma de Occidente9, ha pretendido ir a
“salvar” los fenómenos sociales como si fuesen esencialmente simples;
9
“En el curso de la historia occidental y a través de los desarrollos múltiples y unidos de la técnica, el capitalismo, la industria, la burocracia, la vida urbana, se estableció algo paradigmáticamente común entre los principios de organización de la ciencia, los principios de organización de la economía, los principios de organización de la sociedad, los principios de organización del Estado-­‐Nación. Este rasgo común aparece en el tratamiento de lo real (reducción/disyunción), la misma ocultación mutua del sujeto por el objeto y del objeto por el sujeto, la misma reducción al orden, a la medición, al cálculo, en detrimento de las cualidades, las totalidades, las unidades complejas, la misma especialización y jerarquización, el mismo pragmatismo, el mismo empirismo, el mismo manipulacionismo, la misma tecnologización y tecnocratización, la misma racionalización bajo la égida de la razón, la misma disociación entre lo humano y lo natural, la misma transformación en objeto cerrado de todo lo que es captado por el concepto, el instrumento, la máquina, el programa” (Morin, E. 1992: El Método. Vol. IV. Cátedra. Madrid; pág.228). 8 como si su “verdad” radicara en elementos simples, en leyes simples, en
principios simples. Y no se olvide que por “salvar” los fenómenos Platón
entendió la tarea de dar cuenta y razón de ellos. Pero lo simple no existe en la realidad, en ningún tipo de realidad,
cuánto menos en la realidad social. Lo simple, es siempre lo simplificado;
es fruto del proceso de abstracción que el ser humano lleva a cabo. Cualquier fenómeno, si es real, es complejo10. Al no traer escrito en la frente lo que los fenómenos son, el sano
sentido común estará lejos de poder dan cuenta y razón de ellos, por lo que
la ciencia, como saber extraordinario y más fiable, será el modo idóneo de
proceder en este menester. Pero, ¿qué ciencia? ¿La ciencia de lo simple? Hemos de entender que ha de ser ciencia de lo complejo, tarea para
la que no nos han preparado en los procesos académicos tradicionales,
aunque podremos encontrar en la ya larga andadura científica perlas
teóricas y metodológicas escondidas que no fueron incorporadas al
paradigma dominante, pero que resultan útiles para entender lo
indeterminado, lo aparentemente caótico, lo contradictorio y lo complejo. 2. La Crítica de la Razón Científica lleva a límite las prácticas
científicas oficiales (las del paradigma dominante) y las menos oficiales
(muchas de ellas pujando por entrar en el juego de las teorías, otras
intentando que se las deje oír), para ver lo que de ellas podemos esperar. Al hacerlo, saca a luz la serie de postulados muchos de ellos ocultos
que predeterminan los modos de ver y de mirar, de ponderar y de desechar,
de analizar y de dar por fiables las prácticas científicas, sus modelos y
teorías. Los saca a luz, en la medida en la que logra exhibir el grado de
determinación que tienen. No importa aquí discernir si es la práctica científica la que
predetermina las concepciones del mundo o a la inversa. Podría suceder, y
es muy posible que así suceda, que ambas formas mutuamente se fomentan.
Pero aquí partiremos de la idea siguiente: hay ideas transversales a todas
las ciencias de una época que predeterminan el quehacer científico, ideas
que, a su vez, son hijas de su tiempo, fruto de los contextos de la vida
social, productos de contextos multidimensionales. 10
La complejidad está en la base: “En la base misma triunfa la complejidad”( Morin,E. O.c.; pág. 177). 9 Teniendo esto como referencia, autores como Edgar Morin y otros
han tratado de poner de relieve esos modos generales de pensar en un
momento dado; formas del pensamiento que colorean todas las formas del
pensamiento de una época y no sólo las del pensamiento científico por lo
que merecen el término alemán de Weltanschauung o concepción del
mundo. La época moderna levanta el vuelo valientemente criticando las ideas
tradicionales del Medievo y del paradigma dominante en las universidades.
Comienza rompiendo con la idea del universo cerrado, finito y geocéntrico
con Copérnico, Ticko Brahe, Kepler, Giordano Bruno, Galileo y Descartes,
cifra en la cantidad y en la matemática (en la geometría) el modo más
fiable de hablar de las cosas y termina triturando realidades en la idea de
que el análisis llevado a cabo hasta sus últimas consecuencias es el método
que nos dará cuenta y razón del funcionamiento de todo mecanismo, al
exhibir una tras otras de manera clara y distinta sus elementos y piezas
constituyentes. Quizás sea el reloj de las torres de las catedrales el modelo
que sirvió de base a la metáfora del mecanicismo. Los indudables éxitos obtenidos por este procedimiento no tardan en
imponerse como modelo, como “el método” científico por antonomasia. Al
culminar este nuevo modo de ver las cosas en la Mecánica celeste de
Newton, hasta el mismo E. Kant se siente obligado a sugerir que toda
disciplina, ¡hasta la misma Metafísica!11, den hacer lo propio y tratar de
seguir sus pasos. Así se logran imponer en todas las disciplinas con pretensión de
cientificidad ideas como la infinitud ( universo infinito de Giordano Bruno
y las otras infinitudes de ahí derivadas), lo absoluto ( el mecanismo
cósmico newtoniano que pone cono puntos de apoyo arquimédico al
espacio y al tiempo absolutos), la simplicidad ( exigida por Descartes como
fruto del análisis triturador), la individualidad (pedida por la irrupción del
individuo burgués cual afirmación capitalista del nuevo empresario), la
necesidad (mediante la creencia en la exactitud y exhaustividad del
lenguaje matemático). Ideas que poco a poco todo lo cubren y que se
justifican a través de los éxitos obtenidos en las ciencias y las tecnologías
modernas. Nuestro mundo actual, el mundo globalizado del siglo XXI es fruto
de estos modos de pensar y de actuar. 11
KANT, I.: Kritik der reinen Vernunft. Vorrede (a la segunda edición).F. Meiner. Würzburg 1965; pág. 23. 10 Hasta aquí hemos llegado. Somos lo que de nosotros hemos hecho.
Ahí están los resultados: -hemos vivido como si los recursos fuesen infinitos (recordemos las
ideas del “progreso indefinido”, el “crecimiento indefinido”) y que, con la
mediación de las ciencias modernas, la humanidad podría lograr lo que se
propusiera); -hemos actuado como si las cosas tuviesen sentido aisladamente, sin
la red de relaciones en que están inmersas (recordemos el desprecio que la
industria moderna ha tenido con el medio vital produciendo efectos nocivos
sin cesar para lograr grandes plusvalías); -hemos actuado como si este sistema fuese no ya el mejor de los
posibles sistemas, sino que fuese necesario, esto es, como si no hubiese
alternativas (véanse los trabajos y esfuerzos derrochados por las ciencias
supeditadas al gran capital tratando de minimizar o ningunear las
advertencias del Club de Roma y las de muchos pensadores preocupados
por la suerte del planeta); -Hemos trabajado en las ciencias como si el sujeto fuese un estorbo
para alcanzar el conocimiento fiable y como si los llamados “datos fríos”
tuviesen significado por sí mismos. Ciencias humanas (ciencias sociales)
alejadas unas de otras entre sí y des-terradas todas ellas al limbo de las más
peregrinas abstracciones y, por ello, alejadas de las ciencias naturales (las
que nos hablan de la Madre Tierra, del universo y, a la postre de nosotros
mismos como seres vivientes y pensantes) y, por los modos de
desarrollarse y enseñarse en las universidades, alejadas de los reales
problemas de la humanidad. Ciencias naturales des-pobladas del sujeto que
las hace y, por ello, como si fuesen inservibles para muchos menesteres
humanos y todo ello, como tributo a un rigor y a una supuesta objetividad
que pretende exhibirse en su afán de matematización absoluta cual si la
realidad, para hacerse ver, hubiese de pasar necesariamente por la criba del
cálculo, olvidando que, si bien la matemática es útil y en muchos casos
necesaria, no se puede dejar de lado la cualidad y mucho menos la relación
so pena de no estar hablando del mundo real; cualidad y relación que son
tan reales como la cantidad y han de poder mostrarse con tanto o más rigor
que la cantidad.12 12
“Ninguna ciencia ha querido conocer la categoría más objetiva del conocimiento: la del que
conoce. Ninguna ciencia natural ha querido conocer su origen cultural, Ninguna ciencia física
ha querido reconocer su naturaleza humana. El gran corte entre las ciencias de la naturaleza y
las ciencias del hombre oculta a la vez la realidad física de las segundas, la realidad social de las
11 Pero, se dirá: se han logrado muchísimos resultados muchos de ellos
de óptima calidad y muchos de ellos imprescindibles ya para la vida y aún
para la buena vida. ¡Quién, en su buen juicio, puede renegar de los
antibióticos, de las vacunas, del teléfono, de la aviación, de la agroindustria
ni de muchos otros por el estilo! De acuerdo. Esas cosas se han logrado y comienzan a ser ya parte del
bien común de la humanidad (aún no de todos). Pero resulta que la acción
directa de estas formas de pensar, de producir y de transformar ha causado
efectos indirectos (¿exterioridades?) de enormes consecuencias
(contaminación, depredación, cambio climático, exclusión social,
empobrecimiento de numerosos países,
producción de armas de
destrucción masiva, peligros planetarios, etc.). La pregunta es la siguiente: ¿cabe recoger lo mejor de la larga y ya
milenaria marcha de las ciencias y liberarlas de sus empecinamientos
ideológicos, míticos y religiosos para transformar la sociedad con sentido
de futuro y solidaridad? Para ello, habría que recurrir a saberes que esas mismas ciencias han
ido descubriendo, pero que no parece que se hayan tenido siempre en
cuenta. -Hoy comenzamos a tener conciencia de que esta Tierra que
habitamos es finita (no va a crecer en volumen) y lo son sus recursos y lo
somos nosotros los seres humanos que, por mucho que crezcan nuestros
saberes y nuestras experiencias, nunca llegaremos a superar la limitación. -Hoy comenzamos a percibir que la naturaleza y todo lo que en ella
hay es relativo, esto es, relacional y, por ello, las relaciones no son simples
adornos fenomenales, sino relaciones constituyentes. -Hoy ya sabemos o creemos saber que todo lo real, precisamente por
su relacional constitución, es complejo. Eso quiere decir que la realidad
cambia y en sus cambios va generando emergencias que no hay modo de
derivarlas de estados anteriores. Que el mundo se está haciendo y, con él,
nosotros mismos. primeras. Topamos con la omnipotencia de un principio de disyunción: condena a las ciencias
humanas a la inconsistencia extra-física y condena a las ciencias naturales a la inconsistencia de
su realidad social. Como dice muy justamente von Foerster: ‘la existencia de las ciencias
llamadas sociales indica la negativa a permitir que las otras ciencias sean sociales’ ( y yo a
permitir que las ciencias sociales sean físicas” (Morin, E.1993: El Método. vol. I. Cátedra,
Madrid; pág. 24).
12 -Hoy sabemos que no hay estados físicos ni sociales que sean
rotundamente necesarios, esto es, que sean así y no puedan ser de otra
manera. Vivimos y somos en un mundo contingente: por eso hay
alternativas. -Hoy sabemos que no hay ciencia exacta ni ciencia acabada en el
sentido de que sea un saber sin grieta alguna. Ni la misma engreída
matemática lo es, cuanto menos las disciplinas científicas que, para
dominar sus campos, se sirven de ella. -Hoy sabemos que la ciencia la hacen siempre los sujetos. Que no
hay modo de evadir al sujeto que hace ciencia, de donde la buscada
“objetividad” se ha de logar, si se logra, con el sujeto y con sus
repercusiones inevitables sobre los resultados. Pero hemos llegado a un estado mundial de complejidad social que
no nos basta con el sentido común y con la experiencia ordinaria, por
mucho que tengamos que apoyarnos día a día en ellos. Necesitamos de la mediación de las ciencias y de las tecnologías para
salir adelante airosamente. Si para superar el modo de pensar medieval la modernidad tuvo que
recurrir a ideas como la infinitud, lo absoluto, la objetividad, la exactitud,
la simplificación y otras ideas que fueron transversales y por ello limpiaron
el universo de entonces de los residuos del pasado (sin por ello desechar ni
despreciar logros de la antigüedad que siguen ahí validados), nuestro
mundo y sus problemas y desafíos exigen una nueva revolución en las
ciencias con nuevas ideas transversales que a todas las fecunden e
impulsen. El nuevo paradigma viene exigido no tanto por las prácticas
académicas de las universidades (anquilosadas en las viejas rutinas), cuanto
por los hechos brutos que en este momento gravitan sobre la humanidad. En muy poco tiempo (en menos de cien años) ha tenido lugar::
-la segunda revolución industrial, trastocando los modos de
producción, distribución, cambio y consumo;
-dos guerras planetarias e innumerables guerras regionales;
-la llegada del hombre a la luna, rompiendo así los límites del natural
habitat humano;
-el crecimiento exponencial de la población mundial;
-el crecimiento exponencial de la producción de bienes a través de
los procesos de automación creciente;
13 -la aparición de los antibióticos, ampliando la expectativa de vida de
las poblaciones;
-la crisis ecológica, producida por la intervención ciega y
desmedida de los seres humanos;
-las grandes crisis económicas del 30 y de los 70, como efecto
de unos modos de reproducción que dejan su suerte al mercado;
-el uso de la energía nuclear que nos sitúa ante fuerzas que superan la
escala humana y que, de hecho, no dominamos (“somos los
guardianes de la bomba”, J.P.Sartre);
-la experiencia del socialismo de Estado, su estruendosa caída y la
desilusión frente a las alternativas;
-el surgimiento de nuevos fundamentalismos, fuerzas y formas
agresivas y regresivas que se creían superadas;
-la revolución de las comunicaciones que permite la información en
tiempo real simultáneo;
-la tercera revolución industrial o la entrada al desempleo masivo
estructural;
-la apertura planetaria de las relaciones sociales (globalización) o el
inicio de una etapa de fenómenos de repercusión planetaria.
Y, como consecuencia de todo esto, es decir, como fruto de aquellos
efectos indirectos de la acción directa, han tenido también lugar efectos
indirectos en la conciencia social. Ha surgido:
-la conciencia (social) del límite (aunque sólo sea al nivel primario
de “esto no puede seguir así”) y el descrédito de las teorías del
Crecimiento Indefinido;
-la conciencia de la relatividad no sólo cósmica, sino también
social entendida la relatividad no como simple perspectivismo, sino
como conexión universal de todo con todo: como relacionalidad
universal y, por ende, como responsabilidad. Es la idea de que
somos parte de la “aldea global” y que debemos tener en cuenta la
repercusión de nuestras acciones (“efecto mariposa”);
-la conciencia de la complejidad, como ruptura con el paradigma
simplificador y dicotómico de la “Modernidad imperante”;
complejidad que trata de recoger la gran riqueza del mundo, desde la
variedad biológica a la variedad y diferenciación cultural –de dónde
la exigencia de respeto al otro y a lo otro, porque la diferencia
cultural (¡la no-fundamentalista!) es riqueza;
14 -la conciencia de la contingencia, como oposición a los postulados
de universos cerrados y unilaterales. No hay pues una historia única ni hemos arribado al “fin de la historia”. Hay alternativas, las cosas
pueden ser de otra manera;
-la exigencia creciente de la participación ciudadana directa, en
tanto principios como el de la subsidiariedad la hagan posible.
Participación que se basa en la crítica (¡no en el rechazo!) de las
formas democráticas actuales de delegación de la propia voluntad a
través del voto. Es la vuelta del sujeto, no como “capital humano”,
ni como “recurso humano”, sino como sujeto de pleno derecho;
-la conciencia aún difusa, pero poco a poco abriéndose camino de
que lo posible desde el punto de vista del largo plazo sólo lo será si
es posible junto a otros posibles, esto es, si es composible. O dicho
con otras palabras y ya refiriéndonos al tema del desarrollo humano:
la supervivencia de nuestra especie pasa necesariamente por la
convivencia inteligente y solidaria de los seres humanos entre sí y de
ellos con la naturaleza.
He ahí las nuevas ideas transversales: relatividad, limitación,
contingencia, subjetividad, complejidad y composibilidad.
III. CIENCIA PARA EL DESARROLLO HUMANO
1. Estas ideas transversales son eminentemente críticas. Es desde
ellas desde donde las ciencias pueden emprender nuevos caminos para el
desarrollo humano. Desarrollo científico como postulado de un nuevo
paradigma impulsado por estas ideas que lleve a conseguir vías de
desarrollo humano y no simple crecimiento económico o progreso
tecnológico.
Es desde estas ideas como horizonte de sentido que aparecen las
verdaderas características del desarrollo humano: desarrollo humano desde
cuyo concepto se pueden valorar los “planes y proyectos de desarrollo”
impulsados por las agencias internacionales y por las Naciones Unidas.
15 El año 2007 publicaba yo un artículo en la revista panameña de la
OEA con el título “Ciencia para el desarrollo humano” donde criticaba esos
planes y señalaba que ninguno de ellos merecía el nombre de “plan de
desarrollo”, porque “el desarrollo no es cosa de mínimos, sino de
superación creciente de lo mínimo” y esos planes, mejor o peor diseñados,
mejor o peor realizados eran planes de pura supervivencia; planes con los
que los gobiernos nacionales del primer mundo y las agencias de las
Naciones Unidas se sentían cómodos para calmar sus conciencias a la vista
de la inmensa injusticia que ellos mismos estaban cometiendo con los
países que pretendían desarrollar.
Naciones Unidas, en un impulso de buena voluntad, elaboró el año
2000 lo que llamó “Objetivos de Desarrollo del Milenio” y no queriendo
dejar la propuesta en abstracto, se señalaron “8 objetivos del milenio”. Lo
suscribieron 189 países y pusieron como meta el año 2015 para lograrlos.
Podríamos pensar que lo hicieron científicamente, esto es, elaborado por
científicos de las más diversas disciplinas (¿los famosos expertos?) y
siguiendo posiblemente las teorías dominantes de la economía neoclásica,
las teorías fabriles de la gestión y, por qué no, los lineamientos del Marco
Lógico que últimamente han orientado casi todo lo que se ha emprendido
estos últimos veinte años en proyectos de desarrollo.
Ocho objetivos (creo que sin sujeto a la vista) diferentes, cada uno
con sentido propio y sin la más mínima relación entre ellos. Ocho objetivos
que deberían llevarse a cabo en cualquier lugar donde se necesitaran (
comida donde hubiera hambre, escuelas donde hubiera ignorancia,
medicinas donde hubiera enfermedades no atendidas, cuidado del medio
ambiente donde hubiera depredación, etc.). Así, como lluvia caída del cielo
generosamente sobre muchos países pobres. Países tratados como menores
de edad, que se consideraban de gobiernos corruptos y enredados en
guerras internas, esto es, países aún no totalmente incorporados al ámbito
de las democracias tipo occidental.
No es pensable que nadie en Naciones Unidas, ningún experto de los
que abundan y muy bien pagados ignorara lo que siguiendo la orientación
del FMI y del Banco Mundial y de la FAO estaban haciendo o consintiendo
en esos países receptores y “beneficiarios” de la ayuda al desarrollo. No
podían ignorar que las mejores tierras de África, por ejemplo, estaban ya en
manos de los países del primer mundo. Que esas tierras producían alimento
para el primer mundo. Que los recursos naturales se esfumaban sin dejar ni
16 rastro de ellos en forma de compensaciones. Que, en fin y eso sí lo sabían,
en esos países el Estado brillaba por su ausencia y faltaba, por tanto, la
plataforma jurídica y política capaz de ofrecer el piso donde cada uno de
esos objetivos encontrara el fundamento y la durabilidad necesaria para
tener éxito. Eran países donde la corrupción gubernamental era notoria.
Ahí, en ese terreno y en esas circunstancias se quería realizar el
“Plan de Desarrollo del Milenio”.
¿Qué faltaba ahí, además de que los ocho objetivos eran objetivos de
mínimos, de supervivencia y no de desarrollo humano?
No se quería erradicar la pobreza, sino sólo la extrema pobreza. ¿Por
qué?
No se quería incorporar a las poblaciones al conocimiento de verdad,
sino sólo al nivel de primaria, ¿Por qué?
No se quería generar sistemas de salud universal, sino sólo que
bajara en algún porciento la mortalidad infantil y la materna. ¿Por qué?
Se quería cuidar el medio ambiente en países de muy baja
industrialización. ¿Por qué?
Y, ante todo: ¿Se pensó acaso en la estrecha RELACIÓN que hay
entre todos y cada uno de ellos? ¿Se pensó en la interdependencia que hay
entre ellos? Y, por sólo quedarnos aquí con dos ejemplos de los ocho:
¿cómo lograr hacer descender la mortalidad infantil en un país, sin darle la
cobertura estatal adecuada, esto es, sin incluir a toda la población en un
sistema público de salud? Porque, “En el Otro Mundo no hay casas firmes,
no hay cloacas, no hay agua corriente, no hay hospitales ni escuelas que
curen o que enseñen, no hay trabajos dignos, no hay Estado protector, no
hay futuro”13 . ¿Cómo acabar con el hambre en países que no producen lo
suficiente para sí mismos, sin antes prohibir que países como Inglaterra,
Usa, China y otros dejen de comprar millones de hectáreas de las tierras
más fértiles de aquellos países pobres; tierras que ahora producen para los
países ricos mientras el hambre campea a su alrededor?
Podríamos decir lo mismo de los otros seis objetivos. Les falta
coherencia y falta, ya se ve, una idea de desarrollo humano a la base.
Se ha derrochado en conocimiento científico para calcular y para
detectar hasta por satélite dónde están esas tierras fértiles en África, para
calcular problemas de escasez en el futuro, para calcular sociológicamente
posibles levantamientos de la población con hambre y se han calculado
13
CAPARRÓS, M. 2015: El Hambre. Anagrama. Barcelona; pág. 116) 17 matemáticamente los posibles riesgos y beneficios, pero esa ciencia no ha
dado para más. Por ejemplo: para ver que sin un espacio político público de
cobertura total cualquier proyecto cae en un vacío social.
¿Por qué faltan objetivos como éste: la construcción de un espacio
público al interior de un Estado Democrático de Derecho donde luego se
puedan iniciar proyectos que se relacionen con reales posibilidades y se den
mutuamente apoyo y continuidad, que sean realmente composibles? Ahí
radica la posible sostenibilidad de nuestros proyectos y de nuestras obras.
IV. ESPACIO PÚBLICO
Hablamos, pues, del núcleo político donde se exhibe el grado de
desarrollo humano logrado por una sociedad: la red de relaciones de
máxima complejidad donde se entretejen nuestras vidas.
A esa red se le puede llamar la esfera de lo público, el ámbito de lo
público, lo común a todos, lo que es de todos, la dimensión pública y hasta
se le podría llamar como a veces se oye decir, el ámbito de las políticas
públicas, o, a la romana, la cosa pública (la res publica), pero le vamos a
llamar Espacio Público, como el “lugar” donde se genera simetría humana
por ser el lugar donde la riqueza producida por toda una sociedad se
distribuye en forma de servicios iguales para todos: en forma de educación,
en forma de atención a la salud, en forma de seguridad ciudadana, en forma
de participación en los destinos del común, etc. Lugar o espacio que
comprende lo físico público (calles, parques, plazas, etc.) y lo político
público simultáneamente. Lugar, por tanto, que vertebra todas esas
dimensiones de modo que unas potencien y fortalezcan a las otras.
Hablar, pues, de espacio público como lugar de realización de
simetría humana y de justicia, es tanto como hablar de la obra humana de
máxima complejidad y riqueza, constituida por la red de redes más rica que
el ser humano haya podido considerar, ya que, además de la red de
relaciones sociales, incluiría también necesariamente la red de relaciones
con la madre Tierra y, por supuesto, con las generaciones futuras.
Pero el espacio es “público” si y sólo si va acompañado de las notas
que lo definen que, además de significar aquello que es de todo el pueblo,
18 lo común a todos, perteneciente o relativo al pueblo, trae consigo desde los
romanos el sentido de notorio, patente, manifiesto, visto o sabido por todos.
El espacio público lo es, si es en su estructura y en su
funcionamiento totalmente transparente. Es ahí donde la política se lleva a
cabo como en plaza pública, a la vista, conocimiento y, a ser posible,
consenso de todos o, al menos y después de haber discutido y razonado en
libertad, opinión de las mayorías. La corrupción no es compatible con lo
público.
La otra característica de lo público es la trascendencia. Lo público
hay que cuidarlo mucho, porque es no es lo mío ni lo tuyo, sino “lo
nuestro” en la medida en la que nos lo encontramos al venir al mundo, está
pensado y está hecho para nosotros, pero también para los nuestros que
vendrán. Ha de trascender, por tanto, a nuestras vidas: ha de ser (¡mírese
por donde aparece el término!) sostenible. “Pero tal mundo común sólo
puede sobrevivir al paso de las generaciones en la medida en que aparezca
en público” (H. Ahrend).
Generar, inventar si no lo hay, ampliar y potenciar si lo hay el
espacio público en todos los países es la única forma de comenzar a
superar y solventar los grandes problemas de la humanidad (la pobreza, el
hambre, la ignorancia, la desigualdad, la inseguridad, la miseria, etc.) que
ahora se exhiben cual temas aislados los unos de los otros, pero que forman
parte de un todo inseparable. Construir espacio público es generar
ciudadanía es generar simetría, justicia, bienestar.
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