Inversiones extranjeras. Tratado sobre promoción y protección

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Inversiones extranjeras. Tratado sobre promoción y protección
recíproca de inversiones (Nota1)
por Nancy Teresa Anzoategui (Nota2)
Las reglas económicas en el mundo globalizado se van modificando y generando nuevas
formas de instrumentación.
A través de los tiempos, las inversiones extranjeras fueron modificándose. En la etapa de la
industrialización por sustitución de importaciones se transforma el intercambio de productos por el
de insumos. En la actual etapa de globalización de la producción, buscan su articulación
planetaria, lo que conduce a que las corporaciones internacionales desplacen sus inversiones a los
distintos países. Para garantizar el modo de acumulación, despliegan su influencia sobre las
políticas de los pueblos; y, ante la necesidad de permanecer insertos en el escenario económico
mundial, los gobiernos resignan soberanía e intereses nacionales.
Ante estos cambios surgen nuevos “derechos” del inversor, subordinando los derechos y
garantías, logrados a través de la historia en extensos procesos de luchas sociales y proclamados
en la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención Americana de Derechos
Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el Pacto Internacional de
Derechos Sociales y Culturales, como en otros convenios o derechos contemplados en las
normativas de cada país.
Las reglas económicas en el mundo globalizado se van modificando, generando nuevas formas de
instrumentación como acuerdos bilaterales, regionales y multilaterales de inversiones extranjeras
como fuente de financiamiento para que los gobiernos las incorporen a sus políticas de
crecimiento.
Nuestro país no es ajeno a estos cambios, y con la intención de mejorar la economía y atraer
inversiones del exterior, el Congreso autorizó al Poder Ejecutivo a negociar tratados bilaterales de
inversión (TBI) mediante la Ley de Emergencia Económica 23.697/89 (artículo 19), y se derogaron
disposiciones de la Ley de Inversiones Extranjeras 21.382/80, estableciendo su desregulación, por
lo que no se les exige ningún requisito previo de autorización y/o registro, libertad para el
movimiento de capitales, no hay limitación para la remisión de dividendos, se exceptúan
impuestos específicos, etc.
Por medio de estos tratados se aseguran la protección contra expropiaciones; eliminación de
restricciones a la transferencia de las ganancias de las corporaciones y/o Estados inversores; el
trato justo y equitativo; la protección y seguridad jurídica; la no discriminación respecto de otros
inversores extranjeros; el trato no menos favorable que el acordado a los inversores nacionales; el
de Nación más favorecida, por el cual la ventaja obtenida por un país extranjero para sus
inversores en un TBI puede perder todo valor si este país le otorga mejores condiciones a un
tercer Estado; y, la posibilidad de que los inversores extranjeros puedan querellar a la Argentina
ante tribunales extraños a la jurisdicción nacional.
Los TBI, aprobados por la Argentina mediante leyes del Congreso, establecen que: “Toda
controversia relativa a las inversiones entre una parte contratante y un inversor de la otra parte
contratante será, en la medida de lo posible, solucionada por consultas amistosas entre las dos
partes en la controversia. Si la controversia no hubiera podido ser solucionada en determinado
término, será sometida, a instancia del inversor, a las jurisdicciones nacionales de la parte
contratante implicada en la controversia o bien al arbitraje internacional”.
En el caso de optar por el arbitraje internacional, la controversia puede ser llevada ante uno de los
órganos de arbitraje, como ser:
a) el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), creado por el
Convenio sobre Arreglo de Diferencias Relativas a las Inversiones entre Estados y nacionales de
otros Estados, abierto a la firma en Washington el 18 de marzo de 1965, cuando cada Estado
parte en el presente acuerdo haya adherido a aquél. Mientras esta condición no se cumpla, cada
parte contratante da su consentimiento para que la controversia sea sometida al arbitraje,
conforme con el reglamento del Mecanismo Complementario del CIADI.
b) un tribunal de arbitraje ad-hoc, establecido de acuerdo con las reglas de arbitraje de la
Comisión de las Naciones Unidas para el Derecho Mercantil Internacional (CNUDMI).
Texto según ley 24.100, Convenio Internacional con Francia
La Argentina aprobó, por ley 24.353, el Convenio sobre Arreglo de Diferencias Relativas a
Inversiones entre Estados y nacionales de otros Estados, por el que se crea el CIADI, dependiente
del Banco Interamericano de Reconstrucción y Fomento dependiente del Banco Mundial, que son
los que aprueban los mecanismos de solución de controversias basados en la conciliación y el
arbitraje, sancionada el 28 de julio de 1994 y promulgada el 22 de agosto de 1994.
Se destaca que, según lo establecido en los TBI celebrados por la Argentina, los laudos dictados
por los correspondientes tribunales arbitrales son definitivos y obligatorios para las partes de las
distintas controversias.
Según nuestra Constitución, reformada en 1994, en su artículo 75, referente a las atribuciones del
Congreso, en su inciso 22 expresa que: “Aprobar o desechar tratados concluidos con las demás
naciones y con las organizaciones internacionales y los concordatos con la Santa Sede. Los
tratados y concordatos tienen jerarquía superior a las leyes”, y en su artículo 99, atribuciones del
presidente de la Nación, inciso 11: “Concluye y firma tratados, concordatos y otras negociaciones
requeridas para el mantenimiento de buenas relaciones con las organizaciones internacionales y
las naciones extranjeras ...”
En la década del ‘90, la Argentina comienza a suscribir los tratados bilaterales de inversión con
distintos países. Actualmente suscribió 58 TBI, de los cuales no todos están vigentes, como con
Senegal, Nueva Zelanda, Grecia y República Dominicana.
Si bien las inversiones extranjeras son necesarias para el desarrollo de un país, en las condiciones
en que se ven beneficiadas por los distintos tratados no son fuente de crecimiento, sino que están
en desmedro de nuestra producción y ponen en riesgo uno de los derechos fundamentales del
hombre, como es el de la libertad. Es así como las demandas ante los tribunales internacionales
son un signo de interrogación y preocupación para nuestro futuro.
Es por ello que, siendo perjudiciales para nuestra soberanía, se deberían denunciar los TBI, ya que
la mayoría tiene una vigencia de diez años, con una renovación automática por tiempo indefinido y
otros cada 2, 5 o 10 años.
El primero en suscribirse fue con Alemania, el cual se sancionó por ley 24.098 el 10 de junio de
1992, promulgada el 30 de junio de 1992, publicada el 13 de julio de 1992, vigente desde 1993,
con una validez por 10 años, renovable por tiempo indefinido, que puede ser denunciado
transcurridos 10 años en cualquier momento con un preaviso de 12 meses, con una vigencia de
sus inversiones por 15 años.
En condiciones de ser denunciados están los TBI con Alemania, Suiza, Francia, Polonia, Suecia,
España, Italia, Estados Unidos, Canadá, Reino Unido de Gran Bretaña, China, Austria, Chile,
Túnez, Armenia, Dinamarca, Egipto y Rumania.
Los impactos son graves. Un número cada vez mayor de empresas, amparadas en los TBI, están
presentando demandas contra nuestro país.
Las innovaciones tecnológicas que aportan las inversiones extranjeras son necesarias en nuestra
economía para lograr mejorar la calidad de vida de la población, pero el problema surge cuando
esos inversores pasan a constituir el timón de políticas económicas y nuestra soberanía se ve
amenazada, nuestra Constitución avasallada y nuestra Justicia desplazada para que organismos
internacionales decidan sobre nuestros conflictos. Sabemos que sin inversión no se pueden
generar políticas de desarrollo, para ir de una economía de productos primarios a la de productos
con valor agregado, es decir, trabajo. Y que manteniendo esta política sólo podemos ser
receptores de capitales financieros sin inversión real.
Debemos tomar conciencia de las consecuencias. Las inversiones internacionales pueden someter
a las políticas nacionales a la coerción internacional, atrapando a los países en un proceso
irreversible de opresión a los pueblos.
Por todo lo expuesto es que debemos buscar una solución alternativa para la defensa de nuestra
soberanía: denunciar los tratados, elaborar otros con beneficios reales para ambos Estados,
declarar la nulidad de la prórroga de jurisdicción para estos casos y fijar una política general de
inversiones extranjeras.
NOTAS:
(1) Artículo publicado en la Revista “Abogados” del Colegio Público de Abogados de la Capital
Federal N° 86, Septiembre-Octubre de 2005, página 42.
(2) Abogada. Asesora del Honorable Congreso de la Nación, Cámara de Diputados. Miembro del
Instituto de Derecho Internacional Público, Relaciones Internacionales y de la Integración del
Colegio Público de Abogados de la Capital Federal.
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