Compañeros en el camiiu Iconos bíblicos para un itinerario de oración

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Compañeros en el camiiu
Iconos bíblicos
para un itinerario de oración
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Colección «EL POZO DE SIQUEM»
Dolores Aleixandre, RSCJ
71
COMPAÑEROS
EN EL CAMINO
Iconos bíblicos
para un itinerario de oración
Editorial SAL TERRAE
Santander
índice
Compañeros en el camino
Si yo fuera a usar este libro
1.
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3.
4.
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8.
9.
10.
© 1995 by Editorial Sal Terrae
Polígono de Raos, Parcela 14-1
39600 Maliaño (Cantabria)
Fax: (942) 36 92 01
Con las debidas licencias
Impreso en España. Printed in Spain
ISBN: 84-293-1171-8
Dep. Legal: BI: 2426-95
Fotocomposición:
Didot, S.A. - Bilbao
Impresión y encuademación:
Grafo, S.A. - Bilbao
11.
12.
13.
14.
15.
16.
Abrir espacios a la oración
Prepararse y disponerse
Despertar el deseo
Echar raíces, poner cimientos
Recibir un nombre nuevo
Tomar una decisión
nacida del agradecimiento
Tocar el Verbo de la vida
Hacerse un niño. Hacerse como «ese» niño
Aprender la sabiduría de Nazaret
Contemplar a Jesús
para conocerlo internamente
Caminar junto a Jesús
para hacer lo que él hizo
Adherirse lúcidamente a la vida verdadera
Entrar en la lógica de la desmesura
Permanecer junto al que llegó
hasta el final en el amor
Dejarse encontrar por el Viviente
Consentir en que el amor
envuelva nuestra vida
índice de «iconos bíblicos»
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Compañeros en el camino
Este libro ha tenido distintas «fuentes de inspiración»: J.A.
García nos propuso durante unos Ejercicios en Celorio, hace
unos años, que hiciéramos las contemplaciones de la cuarta
semana mirando algunos «iconos bíblicos», y me pareció una
idea preciosa.
Luego vi una película de Woody Alien, «La rosa púrpura
de El Cairo», en la que una atónita Mia Farrow veía desde
su butaca del cine cómo su actor preferido se salía de la
pantalla y la invitaba a entrar en la película. Pensé que eso
era lo que yo había vivido con los «iconos» evangélicos y
que es lo que ocurre siempre con la Biblia: todo cambia
cuando, en vez de leerla como espectadores, comenzamos a
dialogar con sus personajes, a entrar en el guión y en la banda
sonora de sus experiencias, a sentirnos como ellos actores y
protagonistas, a darnos cuenta de que todos esos hombres y
mujeres de las narraciones bíblicas vienen a nuestro encuentro
para acompañarnos en nuestro itinerario creyente.
A partir de ahí, me atrajo la idea de «investir» de lenguaje bíblico y narrativo el proceso ignaciano y de invitar a
hacer las meditaciones y contemplaciones a partir de iconos
bíblicos, especialmente del Nuevo Testamento. Lo he ido
haciendo yo misma y proponiéndolo en los Ejercicios que he
dado en los últimos años a distintos grupos.
El último de ellos ha sido el de las Hermanitas de Jesús
de Palestina, reunidas en un monasterio de Benedictinas de
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rito oriental en las afueras de Belén. Pasar ocho días en un
lugar con tantos iconos me ha hecho entender la contestación
que dio el P. Kolvenbach a un novicio jesuita que le preguntó:
—
—
—
—
Si yo fuera a usar este libro...
Padre, ¿usted cómo reza?
Rezo con iconos.
¿Y qué hace?, ¿los mira?
No. Me miran ellos a mí.
En el Monasterio del Emmanuel he entendido un poco
mejor lo que es dejarse mirar silenciosamente por el Icono
del Padre que es Jesús, y ha crecido en mí el agradecimiento
deslumhrado por tenerle a él como Camino y como Compañero.
Estas páginas nacen de mi deseo de compartir esa experiencia, que no es sólo mía, sino también de aquellos/as
que han ido viviéndola conmigo.
Monasterio del Emmanuel
Belén, Julio 1995
1. Trataría de enterarme de «lo que quiere ser» y «lo que no
quiere ser»:
— quiere ser un instrumento, un apoyo, una ayuda para
personas que desean hacer una experiencia de oración, a solas
o en grupo: cristianos de a pie (incluyo a religiosas/os, que
también lo somos...), comunidades o grupos que, por distintas razones, van a emprender unos días de oración («unos
Ejercicios...»), más o menos largos, sin un «experto/a» que
les acompañe;
— su inspiración es «ignaciana», es decir, que toma de
los Ejercicios Espirituales de San Ignacio (EE) el proceso y
algunos textos significativos; pero, más que al lenguaje ignaciano, recurre al lenguaje bíblico y presenta cómo vivieron
hombres y mujeres de la Escritura las experiencias básicas
del proceso creyente, que, en el fondo, no difieren mucho
de las que propone san Ignacio. Esos iconos bíblicos serán
los «compañeros de camino» de este itinerario de oración;
— no pretende hacer un comentario exegético de los
textos ni reemplazar unos Ejercicios ignacianos acompañados. Pero, como a menudo no se tiene esta última posibilidad,
los materiales de este libro pueden ayudar a hacer unos días
de oración «repitiendo», desde una perspectiva más directamente bíblica, temas que pueden resultar familiares a los
que han hecho Ejercicios ignacianos. Son también utilizables
por los que no los han hecho;
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—9—
— intenta hacer presente en la oración el mundo y sus
problemas, para que la oración, como recomendaba Mons.
Angelelli, «tenga un oído puesto en el Evangelio y el otro
en la gente».
2. No lo leería todo seguido, porque no está pensado para
servir de lectura continuada. Por eso, huiría de la tentación
consumista que hace devorar con avidez materiales, sin llegar
a saborearlos ni aprovecharlos. Dice San Ignacio: «al que
toma ejercicios en la primera semana, aprovecha que no sepa
cosa alguna de lo que ha de hacer en la segunda semana; mas
que ansí trabaje en la primera, para alcanzar la cosa que
busca, como si en la segunda ninguna buena esperase hallar»
(EE 11).
3. Le echaría una primera ojeada para hacerme idea del método y, si fuera a hacer un retiro de ocho días con él, la
víspera de cada día seleccionaría, de entre los capítulos siguientes, el tema en el que me siento movida a entrar al día
siguiente. El Espíritu Santo sabe conducir muy bien, y esta
elección seguramente no será difícil.
4. Comenzaría a prepararme con bastante tiempo. De cómo
se vaya ensanchando el deseo («todo modo de preparar y
disponer el ánima», diría san Ignacio: EE 1) va a depender
fundamentalmente la marcha de la oración en los días que
sigan. Lo nuestro no es «gobernar el proceso», sino abrirnos
a él; y todo lo que hagamos en esa dirección nunca será
bastante. Por eso hay tres capítulos («ABRIR ESPACIOS A LA
ORACIÓN», «PREPARARSE Y DISPONERSE» y «DESPERTAR EL
DESEO») que se supone son previos al momento de los Ejer-
cicios y que tratan de ayudar a esta preparación.
5. No me importaría quedarme en uno solo de los puntos de
porque lo único que pretenden es eso: acompañar hasta el umbral de la puerta. Cuando se ha cruzado éste, deja de ser necesario apoyarse en
aquéllos, porque lo que ocurre «del otro lado» es cosa del
«EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN»,
— 10
Señor, y ya no hace falta nada más. «No el mucho saber
harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas
internamente» (EE 2).
6. Los materiales de «OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA» están
pensados para algún rato de lectura meditativa fuera de los
tiempos de oración; pero, si me sintiera atraída a orar con
alguno de ellos, lo usaría también como ayuda para atravesar
el umbral de la oración.
7. Aunque estuviera sola, no me saltaría el «CELEBRAR LO
VIVIDO», sino que lo adaptaría para un rato de oración personal al recapitular el día.
8. Si quisiera usar el libro para algún día de retiro, buscaría
en el índice el tema, según mi situación personal, según el
tiempo litúrgico, etc., y seleccionaría la víspera alguno de
los puntos de oración para que me sirviera de puerta de
entrada. El resto «lo irá pidiendo» el transcurrir del retiro.
9. Si fuéramos un grupo los que vamos a hacer juntos un
retiro largo, propondría que nos pusiéramos de acuerdo en
quién iba a tomar la responsabilidad de animar cada uno de
los días, y esa persona se encargaría, el día que le correspondiera, de la ambientación, el horario, la manera de utilizar
los materiales, la celebración, etc. También puede ser siempre el mismo el que se responsabilice de todo el retiro; pero
la otra manera daría una gran riqueza y conseguiría que cada
uno hiciera la experiencia de toda la capacidad creativa y de
comunicación espiritual que seguramente posee sin saberlo.
10. Me llevaría siempre la Biblia: los textos más breves están
copiados, pero hay otras referencias en las que su uso se hace
necesario. Al final se puede consultar un índice de iconos
bíblicos.
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1
Abrir espacios a la oración
Antes de comenzar un retiro en el que vamos a dedicar tiempos largos a orar, puede ayudarnos el que en los días anteriores reflexionemos con más detenimiento sobre esa actividad esencial a nuestra vida cristiana que llamamos oración.
Los textos propuestos intentan comunicar de diferente
manera algunos de sus aspectos esenciales.
1. CUANDO VAYAS A ORAR...
a) Parte de la realidad
El punto de arranque de la oración tendría que ser siempre
la realidad, el humus de lo cotidiano, con su opacidad y sus
conflictos, con sus amenazas y contradicciones, con su brecha
abierta también a una dimensión invisible pero presentida.
La oración no puede ser fruto de un rechazo ante la complejidad de lo real, ni una huida hacia un mundo ideal o esotérico,
a salvo de la alteridad que cuestiona y condiciona.
Porque la realidad vivida, re-conocida y concienciada,
nunca será impedimento ni obstáculo para la oración, sino
más bien la escala que Jacob vio en su sueño y que, bien
clavada en la tierra, permitía la comunicación con el mundo
de lo divino (Gn 28,12).
— 13 —
Sabemos que la realidad tiende a ocultarse a sí misma
y que nos ronda siempre la tentación de relativizarla y de
esquivar sus aspectos más problemáticos. Dice Jon Sobrino:
«No se puede plantear la espiritualidad en un círculo puramente espiritual en el que se da un rodeo eficaz sobre la
realidad humana. La ubicación en el mundo no es algo secundario y accidental: en ello nos va la capacidad de conocer
y actuar correctamente».
Es por lo tanto ahí, en el contacto con los aspectos más
conflictivos y oscuros de la existencia, en lo que favorece o
amenaza la vida humana, donde nos jugamos la primera condición de posibilidad de orar.
Orar no es huir de nuestros propios problemas ni desentendernos del mundo, sino «arrimarnos» a Dios llevando
todo eso, sin negar toda su carga de multiplicidad y de discordancia. ,
«Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo..., porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,29-30).
Es cierto que la oración puede sosegarnos y tranquilizarnos; pero donde realmente podemos discernir su autenticidad es en la capacidad que nos va dando para, en expresión
ya clásica, cargar con la realidad, hacernos cargo y encargarnos de ella.
b) Ensancha tu deseo
Un segundo elemento fundamental es el deseo, la insatisfacción, porque la oración nace de nuestra pobreza y se
dispara como una flecha desde la tensión de ese arco.
Lo que la ahoga, en cambio, es el engaño de una saciedad aparentemente satisfecha o la suficiencia que nos impide reconocer nuestra indigencia y nuestros límites:
«Dices: 'Soy rico, me he enriquecido, nada me
falta'. Y no te das cuenta de que eres un des— 14 —
graciado, digno de compasión, pobre, ciego y
desnudo...» (Ap 3,17).
Tenemos la tendencia a culpar de nuestra «indolencia
oracional» a los ritmos acelerados de vida en las grandes
ciudades, al acoso de los medios de comunicación, a la obsesión consumista y viajera de nuestra cultura... Todo eso
—pensamos— nos hace difícil encontrar tiempos y espacios
sosegados para orar y puebla nuestro silencio de imágenes
distractivas. Aunque eso sea verdad, lo que más hondamente
nos incapacita para la oración es aquello que apaga y debilita
nuestro deseo:
— el racionalismo, que prescinde del lado oscuro y latente
de la realidad y pretende explicarla y dominarla en su
totalidad;
— el psicologismo como explicación última de todo, que
sospecha de los deseos como escapatorias evasivas, les
niega sistemáticamente un origen trascendente y nos
instala en un nivel de positivismo hermético;
— el narcisismo, que ciega la brecha de la alteridad y nos
encierra en una cámara poblada de espejos desde la que
la invocación se hace imposible;
— el hábito del confort, convertido en necesidad absoluta,
que nos invita a instalarnos en lo ya conseguido;
— el activismo compulsivo, que nos hace creer que no necesitamos de nadie y que podemos solucionarlo todo
con nuestro esfuerzo, con tal de que lleguemos a proponérnoslo;
— la confusión de la tolerancia con el amor, que enfatiza
los aspectos más segurizantes de la existencia, idealiza
una tranquila mediocridad y niega al amor su inclinación hacia la desmesura, la exageración y la ausencia
de cálculo.
El deseo, en cambio, nos arrastra fuera de la estrechez
de nuestros límites, hace de nuestro «yo» una estructura abierta y opera el milagro de convertirnos en criaturas referidas a
Otro.
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«Amar, como orar—dice J.M. Fernández-Martos—, es
alojar a un extraño en las propias entrañas. Es dejar que el
proyecto, los deseos, la vida de otro... inunden nuestro proyecto, nuestros deseos, nuestra vida; y esto, que es una división, paradójicamente nos integra. En la masa oscura de
nuestros deseos, la presencia de Otro que es mayor que nosotros mismos nos va llevando, de deseo en deseo, hacia una
mayor transparencia de nosotros mismos.
»Recorrer el camino de la oración es muy duro; por eso
hay tan pocos que lo hacen. Es recorrer el camino de los
propios deseos; y casi no nos atrevemos a desear, sólo a
calmar necesidades; y para ellas los objetos bastan. Pero Dios
es Alguien.
»Tratar con Él es quemar las naves de la saciedad satisfecha. Es poner en pie el inmenso continente de nuestros
deseos siempre avivados. Dios es siempre mayor».
c) Insiste y permanece
El tercer elemento a subrayar es el de la lucha, como la de
Jacob con el ángel a orillas del Yabbok. Porque existe en
ella un componente de decisión, de esfuerzo y de empeño,
de paciencia y de trabajo, de eso que la tradición bíblica
llama «clamor» o «gemidos» (Rm 8,27) y que alcanza siempre las entrañas de Dios (Ex 3,7).
La oración cristiana está necesariamente «interferida»
por las situaciones humanas de conflicto y de sufrimiento
intolerable, por el grito de todos los quebrados por el mal,
de todos los empobrecidos y abandonados de la tierra. El
orante va aprendiendo, como Moisés, a mantenerse ante Dios
«en la brecha» (Sal 106,23), cargando con todo eso y sabiendo que de lo que se trata no es de despertar la atención
o el interés de Dios por los que sufren, sino de dejarse contagiar por su solicitud hacia ellos y escuchar de él la pregunta
que remueve nuestra indiferente frialdad: «¿Dónde está tu
hermano?» (Gn 4,9).
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Insistir, permanecer, clamar, esperar. Son verbos
edificados sobre la roca de una convicción que tiene mucho
de paradoja: que a lo más gratuito hay también que disponerse
y prepararse, y que a aquello que nos es regalado sin el
concurso de nuestros méritos lo atrae también la violencia de
nuestra apasionada espera.
Aprender a orar es gracia, pero es también un proceso
que va a requerir esfuerzo, disciplina, trabajo por unificar
las energías dispersas, aceptación de que las actitudes esenciales para la oración no nacen en ese momento y se abandonan después, sino que toman cuerpo en la red de las relaciones humanas.
Estamos también preparándonos a la oración cuando nos
esforzamos por mantenernos fieles y fraternos, cuando estamos dispuestos a conceder a los otros tiempo y ocasión de
cambio. Porque no tenemos dos vidas ni dos estructuras internas; y el que lucha por permanecer en el amor a los hermanos aprende a encajar también los aspectos desérticos de
la oración. Y al que se esfuerza por mantenerse en espera
vigilante, como aquellos siervos que esperaban la llegada de
su señor (Le 12,35), le será más fácil conjugar después esos
cuatro verbos con los que Pablo caracteriza el verdadero
amor: «disculpar», «confiar», «esperar», «soportar» (1 Cor
13,7).
Si vamos cultivando pacientemente una atención descentrada de nuestro yo y dirigida hacia los demás, si va
creciendo nuestra capacidad de apertura, escucha y respeto
ante el misterio de los otros, iremos siendo más capaces de
acoger a Dios, de dejarle entrar en nuestra vida sin condiciones y sin miedos, de permanecer ante Él también cuando
nos parece que está ausente.
«Dios ha hecho que la oración tenga un gusto tal que
acudimos a ella como a una danza y permanecemos en ella
como en un combate», decía Nicolás de Flue. Aprender a
orar es permanecer en ese combate; es aguantar como un
centinela, en la intemperie de la noche, a que llegue la aurora;
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es adentrarse sin miedo en la nube que oculta, a la vez que
revela, una presencia que nunca puede ser dominada; es mantenerse en medio del lago aunque el viento sea contrario,
hasta que, de madrugada, alguien deje ver su rostro y oír su
palabra.
Se nos pide que no dejemos de remar esforzadamente
mientras aguardamos, con tensa vigilancia, a que sea el viento
del Espíritu quien despliegue al fin nuestras velas con el
«¡Abba, Padre!» que susurra en nosotros.
d) Pide la afinidad con Jesús
Un cuarto aspecto podría ser calificado como el «elemento
afinidad». La oración tiene lugar en ese nivel de disponibilidad y de escucha que nos hace «sintonizar» con el talante
de Jesús, con su obediencia filial y su disposición radical a
amar y a dar la vida. Y para eso cuentan poco la acumulación
de saberes y las doctrinas sutiles e improductivas. Cuentan
poco el pensamiento discursivo y la reflexión, el análisis y
la excesiva intelectualización. Teresa de Jesús nos lo ha dejado magistralmente dicho:
«Algunos he topado que les parece está todo el negocio
en el pensamiento, y si éste pueden tener mucho en
Dios, aunque sea haciéndose gran fuerza, luego les
parece que son espirituales. [...] Querría dar a entender
que el alma no es el pensamiento, ni la voluntad es
mandada por él, que tendría harta mala ventura; por
donde el aprovechamiento del alma no está en pensar
mucho, sino en amar mucho» (Fund., 5,2-3).
«No os pido ahora que penséis en El, ni que saquéis
muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas
consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido
más que le miréis» (Cam. Perf., 26,3).
sino quien intenta practicar la justicia, amar con ternura y
caminar humildemente con él (Mi 6,8).
Al final de la vida, no se nos va a preguntar por nuestros
saberes, ni siquiera por nuestra oración; se nos va a preguntar
por el amor, que es lo que nos hace afínes con el Hijo. Y
la mejor manera de conseguirlo es instalarnos en la humilde
pobreza de la primera bienaventuranza y en una confiada
esperanza.
Porque ni nuestra debilidad ni nuestra impotencia para
amar de verdad son obstáculo para que el Espíritu vaya trabajando esa afinidad en nosotros.
e) Entra en lo escondido
Una quinta característica sería la de la interioridad y el
secreto, que pertenecen a la insistencia más genuina de Jesús
en su enseñanza sobre la oración:
«Cuando quieras rezar, métete en tu cuarto,
echa la llave y rézale a tu Padre que está en lo
escondido. Y tu Padre, que ve lo escondido, te
recompensará» (Mt 6,6).
El evangelio de Lucas nos desvela lo que ocurría «en
lo escondido» de la madre de Jesús:
«María guardaba todas estas cosas meditándolas [symballousa] en su corazón» (Le 2,19).
El participio griego expresa la acción de reunir (sym-)
lo «lanzado» (hallo). Es la misma raíz de la palabra símbolo,
y sugiere una actividad cordial de ida y venida de dentro
afuera y de fuera adentro, una confrontación entre la interioridad y el acontecimiento, una labor callada de reunir lo
disperso, de tejer juntas la Palabra y la vida.
«Los conceptos crean ídolos de Dios. Sólo el sobrecogimiento presiente algo», había dicho Gregorio de Nisa. Entra
en contacto con Dios no quien cree saber mucho sobre él,
La oración es, antes que nada, encuentro interpersonal,
diálogo de secreta amistad con quien sabemos nos ama. Israel
vivió la experiencia de un Dios que quería hacer alianza con
él, y Jesús nos ha invitado a ser no sólo siervos, sino amigos.
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Somos nosotros los que no nos atrevemos a creer hasta
dónde llega el deseo de Dios de introducirnos en su intimidad.
Y eso que, cuando entramos en lo más hondo de nosotros
mismos, nos damos cuenta de que la nuestra es una interioridad habitada, y que tenemos franqueado el camino para
participar de la relación del Hijo con el Padre, en el Espíritu.
Por eso estamos invitados a redescubrir los caminos que
conducen a nuestro corazón, sin que nos paralice la sospecha
de intimismo. La oración necesita «verificación», pero no
«justificación», porque todo lo que tiene que ver con el amor
pertenece al orden de la gratuidad. Ha sido Jesús mismo quien
nos ha remitido a ese lugar secreto de nuestro ser para encontrarnos allí con el Padre, y sólo en él podemos renacer a
la fraternidad solidaria, que es, en último término, la «vocación» de la oración.
En medio de la dispersión de una civilización de lo
efímero, los creyentes nos sentimos llamados a cuidar lo
esencial; a inclinarnos por lo que es verdaderamente fecundo,
más allá de las apariencias de lo espectacular; a elegir la
cordialidad en medio de una cultura racionalizada; a preferir
la sabiduría a la multiplicidad de conocimientos; a cuidar el
corazón, porque en él, como nos recuerda el proverbio, «están
las fuentes de la vida» (Pr 4,23).
f) Déjate alcanzar
Finalmente, un sexto elemento consistiría en algo que podríamos calificar como actitud de consentimiento a la novedad que surge de la relación con Jesús; una aceptación de
que, cuando su amor da alcance a alguien, nunca le deja
como estaba, sino que transforma su vida, le «afecta» en el
mundo de sus opciones, criterios y preferencias, le traslada
a ese «orden otro» que es el Reino, y al que sólo se accede
cuando se hace la experiencia de la gracia.
ceremos sus frutos si nuestra vida se va haciendo cada vez
más «manejable» para el Espíritu, si nos dejamos «bautizar»
y sumergir con una familiaridad creciente en ese universo de
nuevas significaciones, valores y «comportamientos contraculturales» que es el Evangelio de Jesús.
El que ora tiene que estar abierto a una cierta en-ajenación. porque el amor desplaza nuestro centro de gravedad
y nos introduce en una tierra desconocida, en la que nuestros
mapas, planos y previsiones resultan ya inservibles.
Decíamos más arriba que vamos a orar con todo lo que
somos, con ese equipaje de imágenes, sentimientos, preocupaciones, criterios y relaciones que constituyen nuestra
vida y nuestra historia; con todas nuestras heridas, esperanzas
y miedos. Pero tenemos que ser conscientes también de que,
al atravesar el umbral de la oración, todo eso queda «en estado
de riesgo» porque, como Moisés, nos acercamos a la zarza
ardiente de una presencia que puede abrasarnos con su fuego
(Ex 3,1-4).
Y lo que parece que Dios vaya buscando de nosotros,
por encima de todo, es que ese riesgo no nos provoque miedo
ni encogimiento, sino esa audacia tranquila con la que se fían
los niños. Una audacia en la que, misteriosamente, no se
pierde el «temor de Dios», la adoración y el deslumbramiento
sobrecogido de quien presiente que le está rozando un amor
que le sobrepasa.
El que está dispuesto a dejarse alcanzar por ese amor
llega a saber experiencialmente («expertus potest credere»,
canta un antiguo himno de la Iglesia) hasta dónde es posible
llegar en la despreocupación por el propio destino cuando se
le reconoce en buenas manos.
Eso quiere decir que la oración tiene consecuencias y
que las preguntas sobre su autenticidad tenemos que hacérnoslas más allá del ámbito de la pura interioridad. Recono-
La oración tiene algo de éxodo y de éx-tasis; y cuando
nos ponemos en ese camino y nos atrevemos a abandonar
ante Dios toda nuestra existencia y a salir al encuentro de
los otros, nuestro modo de contactar con la realidad se reorienta y se apoya sobre nuevos quicios. Nuestra identidad
«alcanzada» queda también alterada y «re-fundada» en Otro
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que nos hace posible mirar, oír, sentir y tocar la realidad
desde una sensibilidad nueva, desde eso que llamamos «mirada contemplativa» y que no es más que ver la vida con los
ojos de Dios.
También a Jesús se le contagia del Padre esa manera de
mirar el mundo; y se llena de júbilo porque no son los sabios
y entendidos, sino los pequeños, quienes poseen el privilegio
de conocerle (cf. Le 10,21s). Y el Dios de la transfiguración
se le revelará de una manera definitiva cuando se refugie en
Getsemaní con la angustia atroz del miedo a la muerte, cuando hunda en la oración su deseo acuciante de escapar de ella.
Jesús se aferra a la confianza de que en el seno oscuro de
aquella tierra se esconde la capacidad de hacer florecer de
nuevo en él su obediencia incondicional de Hijo.
Al salir de la oración, todo había cambiado para él de
nombre y de sentido: el deseo de huir se había transformado
en el de permanecer fiel; ahora, el morir era dar la vida,
y ya le era posible beber hasta el final un cáliz que venía de
la mano del Padre.
La oración es la puerta estrecha que tenemos que atravesar si estamos dispuestos a este cambio de perspectiva, que
desborda nuestras posibilidades y nuestros hábitos de aferramiento a lo conocido y a lo acostumbrado. Nos cuesta dejar
atrás lo que creíamos poseer tranquilamente de una manera
definitiva; y, si tememos inconfesadamente la oración, es
porque presentimos que puede des-colocarnos y des-concertarnos fuera de la parcela cerrada y apacible de las ideas que
nos dan seguridad.
«El Señor es mi Pastor, nada me falta.
Me conduce hacia fuentes tranquilas...»
(Sal 23,1).
rección de su pasión por el mundo: «Ve y di a mis hermanos...» (Jn 20,17).
A lo largo de esta reflexión hemos ido señalado seis
elementos básicos a tener en cuenta a la hora de ponernos a
orar. Y seis es un número que, en las claves bíblicas, significa
algo abierto, no terminado, un proceso dinámico que nos
estira hacia adelante en una triple dirección:
— la receptividad activa, que cambia nuestra «forma convexa» por esa otra «forma cóncava» que es la única
capaz de acoger, recibir y ser fecundados;
— la com-pasión, que nos hace contactar con la realidad
desde la mirada y las entrañas de Dios;
— el servicio, porque, si la oración nos ha adentrado en la
relación con Aquel que «se despojó de su categoría de
Dios, haciéndose como uno de tantos y tomando la
condición de siervo» (Flp 3,7), sólo poniéndonos, junto
a él, a los pies de nuestros hermanos más débiles podemos llegar a «tener parte con él» (Jn 13,8).
Por eso la oración no es algo distinto del amor: ir haciéndonos receptivos, compasivos y serviciales es nuestra
humilde manera de amar cuando nos decidimos a responder
a otro Amor mayor que nos reclama consentimiento y acogida; cuando nuestro corazón quiere latir al ritmo de su compasión; cuando buscamos, aunque sea pobremente, la identificación con los caminos de servicio que él mismo recorrió.
2. EXPONERNOS A DIOS
Una carmelita escocesa expresa así su experiencia de oración:
Así expresaba su «experiencia alternativa» de seguridad
un orante que supo lo que significaba dejarse conducir por
un Dios del que, si algo sabemos, es que puede cuidarnos
mejor de lo que nosotros mismos podríamos hacerlo. Y que
va a conducirnos y a enviarnos, irremisiblemente, en la di-
«La simplicidad de la oración, su claridad, su falta de
complicación, es lo último que conocemos o deseamos conocer. No es difícil teorizar acerca de ella; pero ni el escribir,
ni el leer, ni el hablar, ni el pensar sobre ella, ni los deseos
de orar, ni el envolvernos en esas vaporosas sublimidades
que nos hacen sentirnos tan conocedores de lo espiritual, nada
de eso es oración. Nada, salvo el orar realmente. ¿Qué hago
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con todo eso, sino erigir barreras tras las cuales puedo mantener mi propia estima y esconderme así de Dios?
»'Señor, enséñanos a orar'. Jesús no parece contemplar
nunca la necesidad de darnos una respuesta teórica, de llevarnos al interior de la cuestión de qué es rezar o de cuáles
deberían ser nuestras disposiciones; inmediatamente, da una
respuesta práctica: 'Cuando ores, di: Padre...' Y a sus discípulos les mostró lo que el Hijo entiende por orar.
»Quizá el mayor reto de esa demostración es su extremada sencillez, su autenticidad, realismo y objetividad. Orar,
para Jesús, era la manera más inmediata y pura de entregarse
a la voluntad de su Padre; y en esto no caben subjetividades
ni sentimientos. Jesús amó y se entregó al Padre, tanto en
los momentos en que su interior se rebelaba (Getsemaní)
como cuando 'su alma exultaba de gozo en el Espíritu'. Por
eso, lo que enseña sobre la oración es que ésta es, ante todo,
una respuesta a Dios, y que únicamente difiere de las otras
respuestas en la intensidad que exige. Es una respuesta a Dios
y no una iniciativa nuestra; es algo que le atañe a él y no a
nosotros.
»E1 acto de la oración consiste en ponerse indefenso
delante de Dios. ¿Qué hará él? Tomar posesión de nosotros.
Y que acontezca esto es la única finalidad de la vida.
»Sabemos que le pertenecemos; sabemos también, si
somos sinceros, que, casi a nuestro pesar, tendemos a mantener con fuerza nuestra propia autonomía. En efecto, estamos prontos para seguir a Dios de palabra (a hablar de oración, no a orar), porque utilizar la palabra 'Dios' como
estandarte nos deja la conciencia tranquila. Sin embargo, el
pertenecer a Dios es realmente otra cosa. Pertenecer a Dios
significa no guardar nada para nosotros, estar siempre ligados
a la voluntad de Otro.
»Nos cuesta aceptar nuestra condición pecadora, y tratamos sistemáticamente de arrojar esta verdad fuera de nuestra conciencia. Pero el rezar nos pone así, desvalidos, ante
el Señor y nos hace saborear lo amargo de nuestra realidad.
— 24 —
Nuestro Dios es un fuego, y nuestra miseria cruje cuando él
nos apresa; él es todo luz, y nuestra oscuridad se encoge bajo
su resplandor. Y es este resplandor desnudo de Dios lo que
hace que la oración pueda ser algo tan duro.
«Normalmente, a medida que crecemos, vamos ganando
en habilidad para hacer frente a la vida. En muchos campos
vamos adquiriendo técnicas que nos ayudan a seguir adelante
cuando nuestro interés y nuestra atención decaen, y es señal
de madurez el tener siempre alguna reserva de la que echar
mano. Pero esto no se da en la oración, que es la única
actividad humana que depende única y exclusivamente de su
intrínseca verdad. Estamos ante Dios, expuestos a todo lo
que él es, y él no puede defraudarnos ni ser engañado por
nosotros.
»No es que nos propongamos engañarle ni a él ni a los
demás; pero con los otros podemos disimular nuestra condición humana de opacidad. No logramos abrirnos enteramente ni darnos a conocer absolutamente a ellos, ni ellos a
nosotros: simplemente, no somos capaces. Y, además, tampoco tenemos que serlo, ni existe ninguna situación humana
que reclame de nosotros esta presencia íntegra, ni siquiera
aunque estuviera en nuestra mano el poder ofrecerla. La oración, en cambio, sí exige esta presencia total.
»La oración es oración si nosotros queremos que lo sea.
Preguntémonos: ¿Qué es lo que quiero realmente cuando
rezo?; ¿busco ser poseído por Dios? En tal caso, hacemos
oración. En lo único en que Jesús insistió, lo que repitió y
subrayó una y otra vez, fue: 'Todo lo que pidáis al Padre,
él os lo dará'. Su insistencia en la fe y en la perseverancia
son otra forma de decir lo mismo: tenéis que querer realmente, tenéis que dejaros poseer enteramente por ese deseo.
No se trata de pequeños deseos pasajeros, sino de aquello
que realmente deseamos 'con todo el corazón, con toda el
alma, con todas las fuerzas'...: esto es lo que él se compromete a concedernos. Jesús no se refirió sólo —ni tampoco,
probablemente, en primer lugar— a la oración de petición,
sino a la oración.
— 25
»Cuando te pones a orar, ¿qué es lo que pretendes?
Cuando lo que únicamente quieres es que Dios se apodere
de ti, es cuando estás orando. En esto consiste la oración:
no existen más secretos, atajos ni métodos. La oración prueba
nuestra sinceridad: es el único lugar en el mundo donde no
hay sitio para esconderse, y en esto reside su gozo y su
tormento. Hayamos gustado o no la dicha que encierra, es
estremecedor vivir enfrentados a tal simplicidad.
no depende más que de Dios, que está siempre deseoso de
darse a nosotros, y de nuestra propia decisión y voluntad. E
incluso esta misma voluntad es también de Dios, 'que realiza
en nosotros el desear y el actuar'. Por eso no hay mucho más
que decir de la oración, sino que es 'lo más sencillo que
existe'.
»Uno querría decirse a sí mismo que la razón por la que
no sabe orar es porque nunca fue seducido por Dios, porque
nunca leyó algún buen libro sobre oración, ni se cruzó en su
camino un santo gurú que le iniciase... De ahí el ardiente
interés por los libros y artículos sobre oración, que oculta la
carencia de deseo auténtico; de ahí el entusiasmo por los
retiros y los directores espirituales, que tantas veces sirven
de excusa. La verdad es que no quiero orar desnudamente,
no tengo la intención de hacerlo; pero no me lo confieso así,
porque, si lo hiciera, me sentiría culpable.
»— El primero es que la oración necesita su propio
tiempo. Es una parte de nuestra vida normal, su centro, su
corazón, pero no puede compaginarse con otras actividades
y a su mismo nivel: lo mismo que no podemos compaginarlas
con el sueño. La oración reclama la totalidad de nuestro ser
para sumergirlo en el Fuego que consume y, así, poder marchar durante el resto del día con el corazón ardiente. Si
disponemos de momentos breves durante el día, podemos
acudir confiadamente al Padre; pero tenemos que cuidar otros
tiempos más largos que, normalmente, habrá que robar a
otras actividades: TV, libros, conversaciones...
»¿Se acuerdan del joven rico? Lo que dice es perfecto:
'Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer...?' Jesús intenta sacudirle en su interior: ¿Por qué dices 'bueno' cuando no sabes
lo que dices? Él insiste. Entonces Jesús le da aquello que el
joven creía que de verdad estaba buscando: le dice lo que
'tenía que hacer'. Y el joven se marchó triste, porque Jesús
le había hecho abandonar la región de los ideales y las emociones y le había puesto frente a la voluntad del Padre: 'Vende..., entrega..., sigúeme...'; y no era esto lo que él deseaba.
»Estarás dispuesto a sacrificar algo o mucho de eso si
realmente tienes hambre y sed de Dios, de que él te posea.
Ahí está el secreto de 'encontrar tiempo': siempre lo encontramos para lo que de verdad queremos. Lo que importa es
'estar allí'; la calidad ya es cosa de Dios. Que yo esté cansado
o de mal humor es lo mismo, porque yo siempre soy el mismo
para él, para que me aprese. Puede ser que no lo sienta, pero
no es eso lo que importa.
«¿Piensan que este hombre se marchó consciente de su
falsedad interior y de que estaba completamente desprevenido
para mirar a Dios directamente?... Más bien parece que se
quedó pesaroso porque la voluntad del Maestro no le convino,
y entonces se atrincheró tras la excusa de la 'incapacidad',
convenciéndose de que ésta era insuperable.
»Si deseas permanecer abandonado ante Dios, entonces
ya lo estás: no se necesita absolutamente nada más. Por lo
último por lo que se podría uno desanimar es por la oración:
— 26
»No obstante, voy a añadir dos comentarios prácticos:
»— El segundo punto práctico es: 'qué hacer durante
la oración'. ¡Cómo desearíamos obtener una respuesta que,
en el fondo, fuera una manera de asegurarnos frente a Dios...!
La única respuesta es, de nuevo, de una sencillez apabullante:
ponte ante Dios totalmente desnudo, indefenso, y tú mismo
sabrás qué es lo que tienes que hacer. Los métodos tienen
su valor, naturalmente, pero sólo como algo para emplear 'si
quiero'; lo cual significa, en este contexto, 'si él lo quiere
para mí'. Es posible que me sienta atraído a meditar, a cantar
o a estar ante él en actitud de contrición o de alabanza. A
— 27 —
menudo, probablemente, no querré hacer otra cosa que estar
allí, permanecer en su presencia. Pero el que yo sea o no
consciente de ella no tiene importancia. Sé que el está allí,
más allá de mis sentimientos, como lo sabía Jesús en medio
del sentimiento de abandono en la cruz. ¡Qué alabanza más
pura de amor al Padre el sentirse abandonado y seguir diciéndole: 'Padre, en tus manos...'!
»Nunca insistiremos bastante en que la oración es algo
que incumbe a Dios, deseoso de venir y habitar entre nosotros. ¿Confiamos en él o no? Por supuesto, yo puedo engañarme, no escoger el estar allí para él y, por lo tanto, no
dejarme transformar en Jesús. En cierta medida, siempre me
protejo a mí mismo contra el impacto de un amor que causa
dolor, pero un dolor creador que nos conduce a Jesús para
ser curados. Le decimos: 'Si quieres, puedes sanarme'. Y él
nos pregunta a su vez: 'Yo sí quiero, pero ¿lo quieres tú?'
Ese deseo es siempre el nudo de la cuestión.
»¿Existe algún modo de reconocer si es o no verdadero
nuestro deseo de que Jesús nos entregue a su Padre? A la
pregunta '¿Cuándo podemos saber con certeza cuáles son
nuestros deseos dominantes?', sólo se puede dar esta respuesta: 'Cuando estemos dominados por ellos'. Si el amor
de Dios se va apoderando de ti tan profundamente que va
transformándote en Jesús, entonces lo has deseado con pasión
dominante. Pero, si eso no te ha ocurrido, sólo puede deberse
a que, secretamente, en lo más profundo de ti, no has querido
que te ocurriera.
»Es inevitable que existan en nosotros deseos ocultos
que escapan a nuestro control, pero que no escapan al de
Dios. El don de los sacramentos tiene como fin abrir nuestros
recovecos a la gracia y cambiar nuestros actuales deseos,
esos que nos revelan nuestras acciones, a veces de manera
deprimente. Pero esos deseos, que son reales en nosotros,
pueden coexistir con los verdaderos; y lo que tenemos que
hacer es presentar a Dios unos y otros, sumergiendo nuestra
pobreza en la vigorosa oración objetiva de la Eucaristía y de
los demás sacramentos. En ellos, Jesús se entrega totalmente
— 28 —
al Padre y nos toma consigo en esa entrega, y de ese modo
podremos casi ver lo que el Espíritu que actúa en nosotros
está tratando de realizar en lo más íntimo de cada uno.
«Dejémosle actuar, dejémosle ser 'Dios-con-nosotros'.
'Cualquiera que sea nuestro pasado o nuestro temor al futuro,
aquí y ahora, oh Espíritu Santo, pronuncia dentro de mí el
Sí total de Jesús al Padre'» (W.M. BECKETT, CD).
3. «CARTA DEL DIABLO A SU SOBRINO»1
«Lo mejor, en cuanto sea posible, es alejar totalmente al
paciente de la intención de rezar en serio, convenciéndole de
que aspire a algo enteramente espontáneo, interior, informal
y no codificado. Esto supondrá para el principiante un gran
esfuerzo, destinado a suscitar en sí mismo un estado de ánimo
vagamente devoto, en el que no podrá producirse una verdadera concentración de la voluntad y de la inteligencia. Uno
de sus poetas, Coleridge, escribió que él no rezaba 'moviendo
los labios y arrodillado', sino que, simplemente, 'se ponía
en situación de amar' y se entregaba 'a un sentimiento implorante'. Esa es exactamente la clase de oraciones que nos
conviene; y, como tiene un cierto parecido con la oración de
silencio que practican los que están muy adelantados en el
servicio del Enemigo, podemos engañar durante bastante
tiempo a pacientes listos y perezosos. Por lo menos se les
puede convencer de que la posición corporal es irrelevante
para rezar, ya que olvidan continuamente que son animales
y que lo que hagan sus cuerpos influye en sus almas. Es
curioso que los mortales nos pinten siempre dándoles ideas
cuando, en realidad, nuestro trabajo más eficaz consiste en
evitar que a ellos se les ocurran cosas.
1. C.S. LF.WIS, Cartas del diablo a su sobrino (Madrid 1988), en las
que un diablo «experto» da consejos a otro más joven sobre cómo poder
tentar a un cristiano convertido (el «paciente») que se ha pasado al bando
del «Enemigo» (Jesús).
— 29 —
»Si esto falla, debes recurrir a una forma más sutil de
desviar sus intenciones. Mientras estén pendientes del Enemigo, estamos vencidos; pero hay formas de evitar que se
ocupen de El. La más sencilla consiste en desviar su mirada
de El hacia ellos mismos. Haz que se dediquen a contemplar
sus propias mentes y que traten de suscitar en ellas, por obra
de su propia voluntad, sentimientos o sensaciones. Cuando
se propongan solicitar caridad del enemigo, haz que, en lugar
de eso, empiecen a tratar de suscitar sentimientos caritativos
hacia ellos mismos. Si se proponen pedir valor, déjales que
traten de sentirse valerosos... Enséñales a medir el valor de
cada oración por su eficacia para provocar el sentimiento
deseado y no dejes que lleguen a sospechar hasta qué punto
esa clase de éxitos o fracasos depende de que estén sanos o
enfermos, frescos o cansados, en ese momento.
»Pero, claro está, el Enemigo no permanecerá ocioso
entretanto: siempre que alguien reza, existe el peligro de que
Él actúe inmediatamente, pues se muestra cínicamente indiferente hacia la dignidad de Su posición y la nuestra, en
tanto que espíritus puros, y permite que los animales humanos, orando, lleguen a conocerse a sí mismos. Pero, aun
cuando El venza tu primera tentativa de desviación, todavía
contamos con un arma más sutil. Los humanos no parten de
una percepción directa del Enemigo como la que nosotros,
desdichadamente, no podemos evitar. [...] Debes hacer que
el paciente dirija sus oraciones a algún objeto, a algo que él
ha creado, no a la Persona que le ha creado a él; porque, si
alguna vez dirige su oración conscientemente 'no a lo que
yo creo que Eres, sino a lo que Tú sabes que Eres', nuestra
situación será, por el momento, desesperada.
»Te será de ayuda para evitar esta situación, esta verdadera desnudez del alma en la oración, el hecho de que los
humanos no la desean tanto como suponen: ¡se pueden encontrar con más de lo que pedían!
»Tu cariñoso tío».
4. SEIS CONSEJOS DE «SABIDURÍA ORANTE»
Con el mismo estilo con que, en los libros sapienciales, los
padres o maestros dan consejos al que quiere aprender sabiduría, podemos formular estas recomendaciones que nacen
de la experiencia de muchos hombres y mujeres expertos en
oración2:
«Hijo mío, atiende mis palabras,
presta oído a mis consejos;
conserva mis preceptos, y vivirás,
mi instrucción como la niña de tus ojos;
átatelos a los dedos,
escríbelos en la tablilla de tu corazón.
Al caminar no serán torpes tus pasos,
al correr no tropezarás;
agárrate a la instrucción, no la sueltes,
consérvala, porque te va la vida.
Por encima de todo, cuida tu corazón
porque en él están las fuentes de la vida»
(Pr 7,1-3; 4,23).
— Hijo mío, recuerda que la oración es un encuentro
con Dios para adorarle y dejarte trabajar por él. La iniciativa
y la llamada son suyas, y es él quien desea tu presencia
infinitamente más que tú la suya.
»Una vez descartados todos sus pensamientos e imágenes o, si los conserva, conservados reconociendo plenamente su naturaleza subjetiva, cuando el hombre se confía a
la Presencia real, externa e invisible que está allí y que no
puede conocer como ella le conoce a él..., bueno, entonces
puede suceder cualquier cosa.
«Lo tuyo» es, en primer lugar, tomar la decisión de orar
para responder a esa llamada y crear el clima que precede a
— 30 —
— 31 —
2. Algunos de los «consejos» están tomados de A. SÉVE, Lafaim et
le rendez-vous (Paris 1989).
una cita. Después, intenta permanecer silencioso en su presencia, con toda tu fe y tu amor despiertos, para adherirte a
lo que él quiere hacer en ti. Y el deseo del Padre es hacer
de ti, por medio del Espíritu de Jesús que te habita, alguien
cada vez más parecido a su Hijo.
irán haciendo de ti alguien más atento, abierto, confiado y
fraterno, es decir, más parecido a Jesús.
A partir de este m o m e n t o , cada capítulo tendrá la siguiente estructura:
— Al comenzar, trata de hacer una «ruptura en vertical»
para situarte en tu centro más profundo y, desde ahí, abrirte
a la presencia de Dios y hacerte disponible para él. Este
primer momento de la oración, en el que tratas de movilizar
toda tu atención, pide de ti esfuerzo, obstinación, paciencia
e intensidad. Es tu humilde manera de colaborar a la acción
de Dios en ti: porque lo que importa en la oración no es lo
que tú haces, sino lo que consientes que haga él.
A) PÓRTICO DE ENTRADA:
— Es importante que en ese primer momento tomes
conciencia de lo que realmente deseas (pedir, agradecer, bendecir, quejarte, amar...) y lo expreses en alguna frase breve
que puedas repetir internamente una y otra vez. Será como
un «ancla» que te ayude a volver al centro de tu corazón
cuando lleguen otros pensamientos o distracciones.
C) O T R O S C A M I N O S DE BÚSQUEDA:
— Recuerda que nunca llegas solo a la oración: estás
ahí en nombre de muchos hermanos, de su deseo y de su
clamor. Siéntete unido a ellos y sostenido por ellos, y encontrarás fuerza en momentos de cansancio.
ambientación, sensibilización al tema.
B) EN EL UMBRAL DE LA O R A C I Ó N :
sugerencias concretas (señaladas con un asterisco [*]),
generalmente a partir de iconos bíblicos, para preparar
los momentos de oración. Ya hemos dicho que sólo
pretenden acompañar hasta el umbral de una oración
más silenciosa y receptiva.
una selección de textos de distintas procedencias que
pueden servir para seguir profundizando en el tema del
día.
D) CELEBRAR LO V I V I D O :
i n d i c a c i o n e s prácticas ( t e x t o s , s í m b o l o s , a m b i e n t a ción...) para un rato de oración compartida al final del
día.
— No acabes la oración bruscamente, porque no se terminan así los encuentros personales; dirígete al Padre, a Jesús
o a María, con la confianza de los hijos o «como un amigo
habla con su amigo», y luego detente unos momentos a ver
cómo te ha ido: lo que te ha sido ayuda o dificultad, qué
«movimientos» de atracción o de rechazo (de «consolación
o desolación») has experimentado a lo largo de ella. Este
pequeño examen final hará crecer en ti la «sabiduría oracional» y te ayudará a adquirir la costumbre del discernimiento.
— Lo mismo que no puedes improvisar la oración y
necesitas «entrenar» tu atención y tu deseo a lo largo del día,
tampoco la termines cuando acaba el tiempo que dedicas a
ella: tu disponibilidad y la acción transformadora del Espíritu
— 32 —
— 33 —
2
Prepararse y disponerse
ansiedad, tensión, búsqueda de eficacia inmediata, superficialidad, individualismo... Cargamos también con el peso de
nuestro personaje: el importante, el susceptible, el nihilista,
el escéptico, el desalentado...
Por eso necesitamos, también en este primer momento,
una «sabiduría de los comienzos»:
— Llegamos a Ejercicios casi siempre bastante cansados
y, a la vez, con la conciencia de que no hemos venido principalmente a descansar. ¿No estamos necesitando escuchar
lo de Jesús a los discípulos: «Venid aparte a un lugar solitario
y descansad un rato» (Me 6,31)?
A) PÓRTICO DE ENTRADA
«El Señor dijo a Moisés: 'Prepárate para mañana, sube al amanecer al monte Sinaí y espérame allí...'» (Ex 34,2).
Si empezamos unos Ejercicios, es porque también ha
llegado a nosotros la urgencia de ese imperativo y la invitación secreta a esa cita, y la mejor imagen para el primer
día sería la de estar en las estribaciones del monte, deseando
el encuentro, pero quizá inconscientes de que necesitamos
prepararlo.
Sabemos que ese encuentro con el Señor va a ser siempre
un regalo gratuito que no dependerá de nuestro esfuerzo; pero
también es cierto que la cita puede frustrarse si no acertamos
con el camino de subida.
Solemos llegar desde la prisa y el ruido, atareados y
extravertidos; y, aunque intentamos frenar y hacer silencio,
nos cuesta entrar en la oración y nos sentimos con la corporalidad y la interioridad desbaratadas, como un «puzzle»
en desorden y con la sensación de estar, no ante un monte,
sino al pie de una hermética pirámide cuya puerta de acceso
ignoramos dónde se encuentra.
Y es normal que así sea: hemos respirado todo el año
en un ambiente contaminado y llevamos dentro sus efectos:
— 34 —
* Y se podría traducir en dormir un poco más al comienzo, porque posiblemente los mejores Laudes del primer día consistirán en comenzarlo algo más descansados
y despiertos.
— Entrar en Ejercicios supone hacer una experiencia
de «período largo», es decir, no mensurable según nuestros
cómputos temporales, tan precisos y acelerados. En el ámbito
de la fe no sirve el cronómetro, y el «kairómetro» no existe:
es una experiencia más parecida al florecer que a cualquier
otro modo de crecimiento.
* Puede ayudar leer la parábola de la semilla que crece
por sí sola (Me 4,26-29), o la del sembrador (Me 4,1-20). O
dar un paseo tranquilo, con una atención relajada a la naturaleza o al ritmo de las propias pisadas, y detenerse a
mirar largamente un árbol o una planta, tratando de entrar
en su misteriosa manera de crecer.
* Puede ayudar también leer algo de poesía, que es el
lenguaje más parecido al religioso y desbloquea nuestro
racionalismo y la rigidez de nuestras ideologías.
* Puede ayudar también dedicar un tiempo sencillamente a tomar conciencia de la respiración, ir remansándola y serenándola, y repetir a su ritmo alguna invocación
breve: «Abba...», «Jesús...», «Maraña tha...», «Veni Sánete
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Spiritus...» O escuchar un disco o cassette de gregoriano,
de música clásica o de canciones de Taizé...
— Entrar en Ejercicios tiene algo del aprendizaje de
una lengua extranjera. Entramos en un ámbito en el que
funciona otro sistema de comunicación, y hay que ponerse
a escuchar el silencio, a descifrar el código secreto en que
vienen cifradas las palabras de la Escritura, a familiarizarse
con ese modo de hablar del Espíritu, que tiene más de confidencia que de imperativo.
No es posible hablar de la fe desde un «lenguaje plano»
y positivo; necesitamos poner en marcha nuestro sentido simbólico para poder expresar la nueva realidad en la que entramos.
San Ignacio habla de «aplicar los sentidos»; pero solemos tenerlos atrofiados por falta de ejercicio y exceso de
intelectualismo y voluntarismo. Y, sin embargo, ir descubriendo al Dios que viene a nuestro encuentro tiene mucho
más que ver con aquello del Cantar: «Tu nombre es un perfume que se derrama...» (Cant 1,3).
* Puede ayudar un paseo, buscando en la naturaleza
algún símbolo que exprese nuestra situación en este momento, o una imagen bíblica que tenga resonancia para
nosotros: el barro de Jer 18; los huesos secos de Ez 37; la
tierra sedienta del Salmo 63... En la comunicación espiritual, suele ser mucho mas fácil hablar desde los símbolos
que desde las ideas.
* Puede ayudar también dedicar un rato a escribir o a
verbalizar nuestro año en forma de narración. Releer así
nuestra vida nos ayuda a ver a Dios c o m o actor principal
en ella.
Todo esto parece demasiado simple, y afortunadamente
lo es. Pero quizá nos suene como la invitación ingenua de
Eliseo a Naamán, el leproso sirio: «Ve y lávate siete veces
en el Jordán» (2 Re 5,10). Sin embargo, él lo hizo, y «su
carne se volvió limpia como la de un niño pequeño».
— 36 —
Puede parecer un juego, y, efectivamente, también lo
es. Porque el Dios que nos espera en lo alto del monte juega
a esconderse y a revelarse desde la nube, y sólo los que
consienten en hacerse sencillos lo encontrarán allá arriba.
Sólo a los que entran en su juego les será concedido poder
susurrar su Nombre.
B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
1. El primer icono que estás invitado a contemplar es Moisés
en su relación con el Señor:
«El Señor ordenó a Moisés: 'Lábrate dos losas
de piedra como las primeras: yo escribiré en
ellas los mandamientos que había en las primeras, las que tú rompiste. Prepárate para mañana, sube al amanecer al monte Sinaí y espérame allí, en la cima del monte. Que nadie
suba contigo, ni siquiera las ovejas y vacas pastarán en la ladera del monte. Moisés labró dos
losas de piedra como las primeras, madrugó y
subió al amanecer al monte Sinaí, según la orden del Señor, llevando en la mano dos losas
de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó
con él allí, y Moisés pronunció el nombre del
Señor» (Ex 34,1-5).
En un primer acercamiento al texto, observa:
— de quién parte la iniciativa del encuentro;
— qué imperativos aparecen;
— qué verbos expresan la respuesta de Moisés.
El texto tiene una estructura dialogal, en la que el Señor
habla, y la manera de responder de Moisés consiste en hacer
silenciosamente lo que ha escuchado. Al final del texto, es
el Señor quien tiene una presencia silenciosa («se quedó con
él allí»), y Moisés «pronuncia el nombre del Señor».
* En un segundo m o m e n t o , trata de captar las resonancias simbólicas de algunas expresiones:
— 37 —
— lábrate dos losas..., yo escribiré en ellas...;
— prepárate;
— sube;
— espérame,
y escúchalas c o m o dirigidas a t i .
* En un tercer m o m e n t o , identifícate con Moisés y,
como él, espera «en la cumbre del monte» al Señor que
baja a tu encuentro «en la nube». El siempre estará más
allá del alcance de tu mirada, nunca se dejará dominar ni
poseer, y por eso la «nube» que envuelve su misterio reclama tu espera vigilante, tu escucha y la totalidad de tu
presencia.
2. Escucha las palabras que, según la narración del Éxodo,
escuchó Moisés en su encuentro con Dios:
«Vosotros habéis visto lo que hice a los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas
de águila y os he atraído a mí; ahora pues, si
queréis obedecerme y guardar mi alianza, seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos...» (Ex 19,4-5).
—\<lo que hice a los egipcios» es un recuerdo de la
acción de Dios a favor de su pueblo y en contra de todo lo
que amenaza su vida;
— la palabra hebrea segullah, «propiedad personal»,
expresa algo que es objeto de una particular vinculación afectiva por parte del que lo posee (una joya de familia, por
ejemplo), más allá de su valor.
* Mira tu vida como llevada por Dios «sobre alas de
águila» y atraída hacia él. Haz memoria de los acontecimientos en los que reconoces esa conducción y esa atracción. Ábrete al asombro de que quiera hacer de ti su propiedad personal...
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C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
Dos textos para aprender otros ritmos
Acoger una vida cerrada
«En el camino, tierra pisada,
encontré una semilla rara,
acerada cascara brillante,
cerrada sobre sí misma,
hermética defensa,
seguro el gesto,
certera la palabra,
todas sus costuras bien selladas.
Para saber quién era
y hacer vida su secreto estéril,
abandoné la curiosidad del niño
que revienta su juguete,
o la del sabio bisturí que disecciona
y aprende de la muerte,
o la pregunta experta
calculada como un lazo
que atrapa el paso confiado.
La enterré en el mejor rincón
de mi jardín sin alambradas,
la dejé abrazada por el misterio de la tierra,
del cariño del sol alegre,
y del respeto de la noche.
Y brotó su identidad más escondida.
Verdes hojas primero, temblorosas,
asomándose al borde de la tierra
recién resquebrajada.
Pero al fin se afianzó de vida esperanzada.
Al verla toda ella,
renacida al pleno sol,
con su melena de hojas
a todos los vientos desplegada,
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supimos al fin quién era
todo su secreto vivo, suyo y libre»
(B. GONZÁLEZ BUELTA).
»Me senté en una roca para asimilar con total tranquilidad este pensamiento de año nuevo. ¡Ah, si la mariposilla
revoloteara constantemente ante mi vista para señalarme el
camino...!» (N. KAZANZAKIS).
Yo tenía prisa...
«Me vestí y salí hacia la orilla del mar. Caminaba ligero y
contento, como si me hubiera librado de algún peligro o de
algún pecado. El deseo indiscreto, que me asaltara por la
mañana, de averiguar lo por venir antes de que se realizara,
se me presentó de pronto como un sacrilegio.
»Recordé la mañana en que hallé en la corteza de un
árbol un capullo, en el momento en que el gusano rompía
los hilos envolventes para convertirse en mariposa. Esperé
largo rato, pero tardaba demasiado, y yo tenía prisa. Fastidiado, me incliné y quise ayudarlo calentándolo con el aliento. Lo hice impaciente, y el milagro comenzó a cumplirse
ante mis ojos, con un ritmo más precipitado que el normal.
»La envoltura se abrió, el gusano salió arrastrándose, y
no he de olvidar jamás el horror que sentí al verlo: las alas
estaban todavía encogidas, dobladas; con todas las fuerzas
de su cuerpecillo, el pobre gusano trataba de extenderlas.
Inclinado hacia él, yo le ayudaba con el calor de mi aliento.
D) CELEBRAR LO VIVIDO
Poner en el centro de la sala una flauta de caña (o algún otro
instrumento que evoque la idea de algo inerte, pero del que
se pueda hacer brotar música) y escuchar tranquilamente durante un rato música de flauta o de cítara. Después, un lector
lee este texto:
«No somos nosotros
los que hemos amado a Dios,
sino que él nos amó primero» (cf. Jn 15,16).
«Lo más importante no es:
»Ese cadáver pequeñito, creo que es el mayor peso que
gravita sobre mi conciencia. Pues, lo comprendo perfectamente hoy, es pecado mortal el forzar las leyes de la naturaleza. No debemos precipitarnos ni impacientarnos, sino
seguir con entera confianza el ritmo eterno.
que yo te busque, sino que tú me buscas en todos los caminos (Gn 3,9);
que yo te llame por tu Nombre, sino que tú tienes el mío
tatuado en la palma de tus manos (Is 49,16);
que yo te grite cuando no tengo ni palabra, sino que tú gimes
en mí con tu grito (Rom 8, 26);
que yo tenga proyectos para ti, sino que tú me invitas a
caminar contigo hacia el futuro (Me 1,17);
que yo te comprenda, sino que tú me comprendes a mí en
mi último secreto (1 Cor 13,12);
que yo hable de ti con sabiduría, sino que tú vives en mí y
te expresas a tu manera (2 Cor 4,10);
que yo te guarde en mi caja de seguridad, sino que yo soy
una esponja en el fondo de tu océano (EE 335);
que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas, sino
que tú me amas con todo tu corazón y todas tus
fuerzas (Jn 13,1);
— 40 —
— 41 —
»En vano. Una paciente maduración era necesaria en
aquel caso, el despliegue de las alas debía producirse lentamente al calor del sol; ahora era tarde. Mi aliento había
forzado al gusanillo a que se presentara fuera del capullo,
todo arrugadito, antes de término. Se agitó desesperadamente, y unos segundos después estaba muerto en la palma de
mi mano.
que yo trate de animarme, de planificar, sino que tu fuego
arde dentro de mis huesos (Jer 20,9).
Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte... si tú
no me buscas, me llamas y me amas primero?
El silencio agradecido es mi última palabra y mi mejor
manera de encontrarte» (B. GONZÁLEZ BUELTA).
3
Despertar el deseo
A) PÓRTICO DE ENTRADA
En uno de los cuentos hassídicos recogidos por M. Buber y
que tiene como título «El juego del escondite», se narra un
episodio de la vida de Rabbi Baruch en el que uno de sus
nietos, Jechiel, jugaba al escondite con otro amigo. Después
de esperar mucho tiempo en su escondite, salió de él y, al
no encontrar a su compañero, se dio cuenta de que éste no
le había buscado desde el comienzo del juego. Fue llorando
a contárselo a su abuelo, y éste sintió que las lágrimas corrían
también por sus mejillas, al pensar: «Así dice el Santo, bendito sea: Yo me escondo, y nadie me busca...»
Hacer una experiencia de varios días seguidos de oración, supone un primer trabajo de entrar en contacto con el
mundo de los deseos que ponen en marcha nuestra búsqueda.
Nos hace capaces, como a Abraham y Sara, de abandonar
la propia tierra y salir en busca de otra que sólo se nos concede
como promesa. Nos invita a abandonar la cautiva saciedad
de Egipto o la resignada instalación en Babilonia y a emprender un éxodo más allá de lo conocido.
Cuando nos ponemos a hacer oración, nos situamos en
esa trayectoria y, en la medida en que vamos adentrándonos
en ella, asistimos con asombro a la conversión del sentido
de nuestro deseo. Porque descubrimos que es el deseo de
— 43 —
__42__
«En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo»
(1 Jn 4,10).
«No me habéis elegido vosotros a mí,
sino que yo os he elegido a vosotros...»
(Jn 15,16),
podemos decir: «En esto consiste el deseo: no en que nosotros
deseemos a Dios, sino en que él nos desea primero...»
* Dedica un t i e m p o a abrirte a esta certeza, que puede
parecerte demasiado sobrecogedora como para ser cierta:
es Dios quien te busca y te desea; «Dios es una extraña
fuente que sale al encuentro del sediento...»
5. Vuelve a las tres mujeres en búsqueda:
— la mujer que buscaba la moneda en la parábola es Dios
mismo, que nos busca afanosamente: somos valiosos
para El, y Él no está dispuesto a perdernos.
— la samaritana no contaba con que la esperaba alguien en
el broca^del pozo para entrar en diálogo con ella, sediento más de su relación que del agua, deseoso de
ofrecerle otra agua diferente para calmar su sed...
— la iniciativa del encuentro con María Magdalena es de
Jesús, que se acerca, le hace una pregunta, la llama
por su nombre...
* Ábrete al asombro de ser objeto del deseo de Dios.
Recuerda j u n t o a él «la historia de su búsqueda» de t i , de
tantas maneras misteriosas y escondidas que sólo tú conoces. Puedes terminar repitiendo con el salmo 139:
«¿Adonde me alejaré de tu aliento?,
¿adonde huiré de tu presencia?
Si escalo el cielo, allí estás t ú ;
si me acuesto en el abismo, ahí estás.
Si me traslado al ruedo de la aurora
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o me instalo en el confín del mar,
allí se apoya en mí tu izquierda
y me agarra tu derecha...»
* María es para Lucas una buscadora de Jesús: en el
relato del niño perdido en el t e m p l o (Le 2,41-50), el evangelista utiliza tres veces el verbo buscar, con María como
sujeto:
«sus padres se pusieron a buscarlo»;
«al no encontrarlo, volvieron en su busca a Jerusalén»;
«su madre le dijo: 'Mira que tu padre y yo te
buscábamos...'»
* Habla con ella de tu búsqueda de Jesús y de tu deseo
de él. Pídele que te ayude a encontrarle c o m o lo encontró
ella...
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
1. Sobre el deseo y la oración
«La oración, desde un punto de vista antropológico, es un
ejercicio que nos permite profundizar en nuestra vida y rebasar la dimensión intelectual que predomina en nuestro comportamiento y nos hace desconocer las dinámicas de nuestros
deseos. El saber discursivo no permite explicar la totalidad
de nuestra personalidad; es incapaz de captar el impulso de
nuestros deseos, que nos abren a lo desconocido, que fluyen
de nuestra subjetividad y nos revelan hasta qué punto somos
pura inquietud, hambre insaciable de plenitud y de felicidad,
que sólo de forma parcial y puntual vamos experimentando
en nuestras relaciones y que, paradójicamente, agudizan la
fuerza de nuestros deseos.
»La oración tiene que desplazarse progresivamente de
la necesidad al deseo. Hay que dejar a Dios ser Dios en su
alteridad, en su trascendencia, sin objetivarlo en función de
nuestras carencias y necesidades. En la oración expresamos
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nuestras indigencias y hacemos patentes nuestros deseos: pedimos lo que necesitamos. Pero no nos encontraremos con
Dios, en función de la satisfacción de esas necesidades, si
no aceptamos la no-respuesta a esos deseos y asumimos nuestra soledad y el silencio de Dios ante la indigencia, de la que
tomamos conciencia y que expresamos ante él.
sucede es llamado por Pablo 'gemidos'. El gemido es una
expresión de flaqueza de nuestra existencia creatural. Sólo
en términos de gemidos sin palabras podemos acercarnos
a Dios, e incluso estos suspiros son su obra en nosotros»
»En la oración, la necesidad se convierte en deseo cuando acepta la renuncia y se convierte en gratuita y no interesada. Buscamos a Dios, pero no porque pueda satisfacer
nuestra petición, como el niño respecto de su padre, sino
porque es Dios, porque lo amamos tras revelarnos Él su amor,
porque es Él y lo dejamos ser en su alteridad [...].
«El clamor del pueblo es la expresión más común de la
oración de los israelitas. La oración no es una simple reflexión
sapiencial ni, mucho menos, un entusiasmo irracional, sino
un clamor personal y colectivo, angustioso y confiado, que
sube al cielo y es escuchado siempre por el Señor. No basta
con orar al ritmo de nuestra respiración personal, sino que
es preciso que nuestra oración exprese el ritmo de toda la
humanidad que suspira y gime de dolor. No basta con tomar
conciencia de nuestro cuerpo, sino que es necesario sentirnos
en un mismo cuerpo con toda la humanidad» (V. CODINA).
»E1 más genuino y definitivo programa de vida es abrirse
a Dios, acoger su empuje, dejarse trabajar por la fuerza salvadora de su gracia. No 'conquistarlo', sino dejarse conquistar por él; no 'convencerlo', sino dejarse convencer; no
'rogarle', sino dejarnos rogar. ¿No va por ahí la misteriosa
y fascinante sugerencia de aquella frase del Apocalipsis:
'Mira que estoy a la puerta llamando:
si uno me oye y me abre,
entraré en su casa y cenaremos juntos'
(Ap 3,20)?»
(A. TORRES QUEIRUGA).
«El deseo es toda la riqueza de la vida contemplativa; en él
nos acercamos a Dios, pregustamos su posesión y dejamos
atrás todo cuanto no sea Él. El deseo es más que nuestras
realizaciones, pequeñas y mezquinas muchas veces; es la luz
que ilumina lo gris y lo oscuro de la cotidianeidad e incluso
del pecado. Y este deseo se traduce en todas las actividades
de la vida contemplativa, está presente en todo y le confiere
un secreto y misterioso resplandor que hace de ella una aventura apasionante y una luz que brilla en la noche del exilio»
(P. TILLICH).
«Hay un estado de descanso en Dios, de total suspensión de
toda actividad del espíritu, en el que no se pueden concebir
planes, ni tomar decisiones, ni aun llevar nada a cabo, sino
que, haciendo del porvenir asunto de la voluntad divina, se
abandona uno enteramente a su destino.
»He experimentado este estado hace poco, como consecuencia de una experiencia que, sobrepasando todas mis
fuerzas, consumió totalmente mis energías espirituales y me
sustrajo a toda posibilidad de acción. No es la detención de
la actividad, consecuente a la falta de impulso vital. El descanso en Dios es algo completamente nuevo e irreductible.
Antes era el silencio de la muerte; ahora es un sentimiento
de íntima seguridad, de liberación de todo lo que la acción
entraña de doloroso, de obligación y de responsabilidad.
«La esencia de la oración es la acción de Dios, que trabaja
en nosotros y eleva todo nuestro ser hacia Él. El modo como
»Cuando me abandono a este sentimiento, me invade
una vida nueva que, poco a poco, comienza a colmarme y,
sin ninguna presión por parte de mi voluntad, a impulsarme
hacia nuevas realizaciones. Este aflujo vital me parece ascender de una Actividad y de una Fuerza que no me pertenecen, pero que llegan a hacerse activas en mí. La única
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(C. KAUFFMANN, CD).
suposición previa necesaria para un tal renacimiento espiritual
parece ser esta capacidad pasiva de recepción que está en el
fondo de la estructura de la persona» (E. STEIN).
«El hombre no se libra de hundirse en su propio vacío más
que en el momento en que, descubriendo su propia limitación
existencial, que se le revela en su necesidad, accede al reconocimiento del ser que le falta, del Otro. El deseo sólo
nace en la mediación de la necesidad que muere a sí misma.
El lugar en el que se realiza esta conversión, que hay que
estar siempre recomenzando, es el amor. [...] Cuando, en
vez de orar por necesidad, 'convertimos nuestra oración en
deseo, el orar se convierte entonces en una actividad sin
objeto, en un encuentro'. [...] A las personas que oran de
verdad, lo mismo que a las que trabajan de verdad, se las
reconoce porque saben perder su tiempo. Y es que para ellas
no hay tiempo perdido. El tiempo, el espacio, el saber, no
son vividos como objetos a adquirir y que sacian su necesidad, sino como la manifestación, marcada por la herida del
deseo, de su presencia al mundo y a Dios» (D. VASSE).
«El sentimiento de insatisfacción forma parte de la oración:
es la prueba de un deseo no colmado que sólo puede crecer
con el amor. La oración, lejos de apaciguar esta sed, la hace
crecer cada vez más» (R. VOILLAUME).
2. Atrevernos a creer lo increíble
«Oyeron luego el rumor de los pasos de YHWH
Dios, que se paseaba por el jardín a la hora de
la brisa de la tarde, y el hombre y su mujer se
ocultaron de la vista de YHWH Dios por entre los
árboles del jardín, YHWH Dios llamó al hombre
y le dijo: '¿Dónde estás?' Éste contestó: 'Te oí
andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy
desnudo; por eso me escondí'» (Gn 3,8-11).
dirección de la flecha de eso que llamamos «la búsqueda de
Dios» hacia otro lado, porque cuando estamos dando vueltas
sobre dónde estará Dios, por qué se oculta y cómo podemos
encontrarlo, la pregunta tiene un efecto «boomerang» y nos
plantea otra cosa: dónde estamos nosotros, por qué nos
escondemos, por qué tenemos miedo a dejarnos alcanzar por
su presencia, por qué nos cuesta abrirle la puerta para que
cene con nosotros...
Es verdad que tenemos que hacer cosas por él, y desearlo
y buscarlo, pero reconociendo, sobre todo, que lo nuestro es
mucho más responder a su deseo, permanecer a la espera,
salir de nuestros escondrijos, dejarnos encontrar.
La «gracia» del Evangelio está en vivir la vida cristiana
como algo en lo que tenemos que poner toda nuestra iniciativa, nuestro esfuerzo y nuestra dedicación y, a la vez, como
un don que se regala gratis a servidores inútiles, que es lo
que en definitiva somos.
Creer no es poseer un perchero del que colgar Jos dogmas, sino abrirse al asombro de que Dios nos busque, que
tenga planes e iniciativas y palabras que dirigirnos. Y si está
a nuestra puerta llamando, es porque quiere cenar con nosotros; por eso, lo primero que tenemos que hacer es consentir
en creer «lo increíble»: que su deseo de comunión y de intimidad precede siempre al nuestro; que es a Él a quien le
resulta un regalo nuestra presencia; que es Él quien tiene
planes e iniciativas y palabras que dirigirnos, y que lo mejor
que podemos hacer es abrir la puerta y acogerlo.
Y con él entrará también en nuestro corazón ese «mundo
sin hogar» que está esperando a la intemperie.
D) CELEBRAR LO VIVIDO
Esta llamada de YHWH en el Génesis (como la de Jesús
llamando a la puerta en Ap 3,20) nos empuja a cambiar la
Ambientación: monedas en un plato. Después de un rato, en
el que puede escucharse una música tranquila, cada uno se
levanta y coge una de las monedas. Con ellas en las manos,
se escucha esta lectura:
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«Así dice el Señor, tu creador, Jacob,
tu plasmador, Israel:
No temas, que yo te he rescatado,
te he llamado por tu nombre. Tú eres mío.
Si pasas por las aguas, yo estoy contigo;
si por los ríos, no te anegarán.
Si andas por el fuego, no te quemarás,
ni la llama prenderá sobre ti.
Porque yo soy el Señor tu Dios,
el Santo de Israel, tu salvador.
He puesto por expiación tuya a Egipto,
a Kus y Seba en tu lugar,
porque eres precioso a mis ojos,
eres estimado, y yo te amo.
Pondré la humanidad en tu lugar,
y los pueblos en pago de tu vida.
No tengas miedo, que yo estoy contigo.
No receles, que yo soy tu Dios
y te tengo asido por la diestra.
Soy yo quien te digo:
No temas, oruga de Jacob, gusanito de Israel,
que yo te ayudo, oráculo del Señor,
y tu redentor es el Santo de Israel»
(Is 43,1-5; 41,13-14).
Después de un tiempo de silencio, repetir alguna de estas
frases o compartir la oración de cada uno.
4
Echar raíces, poner cimientos
A) PÓRTICO DE ENTRADA
Todos nosotros podemos evocar momentos de nuestra vida
en que nos hemos sentido «en nuestro sitio», en que hemos
respirado la paz profunda de estar acertando con lo mejor de
nosotros mismos, de estar coincidiendo con el sueño de Dios
sobre nuestra vida, con aquello que en nosotros es lo más
auténtico, lo más germinal y original, lo que nos constituye
como seres únicos e irrepetibles.
Y también tenemos la experiencia de conocer a personas
de las que podemos afirmar que son felices, que es otra
manera de decir que están asentadas, bien enraizadas y fundamentadas, apoyadas vitalmente sobre una roca sólida, que
han acertado con la orientación de su vida, que están en paz
consigo mismas e irradian reconciliación, armonía, sentido...
Y esta situación recdibe en la Biblia el nombre de «bendición»
(shalom), que es mucho más que lo que nosotros llamamos
«paz».
Un hombre y una mujer del evangelio de Lucas —el
samaritano de la parábola (Le 10,25-37) y María de Betania
(Le 10,38-42)— aparecen como iconos de indiferencia, es
decir, como ejemplos de esa situación vital que, en el lenguaje
ignaciano (EE 23), expresa la polarización en una pasión
única que hace desear y elegir solamente aquello que coincide
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con «los gustos de Dios» y acertar con su voluntad. Jesús
toma partido por ellos y los propone como modelo: «María
ha elegido la mejor parte»... «Ve y haz tú lo mismo»...
Su actitud contrasta con los otros personajes que les
acompañan en la narración: en el primer caso, el escriba
escéptico, que pregunta: «¿Qué tengo que hacer?», pero sin
implicar su vida, y el sacerdote y el levita, tan preocupados
por acudir al culto que no les queda tiempo ni atención para
el hombre herido de la cuneta; en el segundo caso, Marta,
tan agitada y solícita...
Todos ellos, distraídos y dispersos en sus propios proyectos, planes, ocupaciones o reflexiones, representan aquello en lo que buscamos eficacia, realización, ocupación para
nuestra hiperactividad... «Tener todo muy claro», jerarquizar, precisar, «hacer cosas», estar ocupados..., nos hace sentirnos importantes y nos da prestigio ante nosotros mismos.
Los presentimos llenos de «deseos parásitos» (llegar al
templo, ser puros, preparar una buena comida...) que no les
permiten vivir centrados en lo esencial, que en aquel momento consistía, respectivamente, en atender al hombre de
la cuneta y en escuchar a Jesús.
B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
1. Lee Le 10,29-42 tratando de identificarte con cada uno de
los personajes: el samaritano y su hacer simple, descentrado
de sí mismo, todo él atención solícita y eficaz en el servicio
al desconocido que encuentra en su camino; Marta, agitada
y dispersa; María, silenciosa y silenciada, centrada en lo
único necesario...
* Déjate mirar por Jesús en cada una de esas situaciones.
calificativo; por el otro, el grupo de los malvados, pecadores,
cínicos...
Subraya las veces que aparecen el justo y los malvados.
Del primero se dice, en primer lugar, lo que no hace: «no
sigue...», «no entra...», «no se sienta...», no parece interesarle lo que se dice o se hace en esas reuniones...
Luego, como si se quisiera descubrir el por qué de esa
actitud tan solitaria, tan distinta de lo que es habitual, se nos
revela su secreto: es un hombre que tiene puesta su alegría
en otro sitio, que está constantemente vinculado al Señor y
a su voluntad.
Dos comparaciones nos hacen visualizar el destino de
uno y de otros: la imagen del árbol firme, frondoso, lleno
de verdor, cargado de frutos, con raíces bien regadas...,
contrasta con la levedad de la paja, que es juguete del viento.
Al final, el Señor toma partido por el justo y por su
manera de vivir, por su «camino». El camino de los malvados
no necesita ser condenado por Dios: él mismo acaba mal, va
a parar a un precipicio, sencillamente porque no tenía punto
de destino.
* Imagínate a ti mismo como un árbol: siente tus raíces, tus ramas y hojas, el circular de la savia... ¿Qué clase
de árbol eres?; ¿con qué características: frondoso, medio
seco, alto, débil...?; ¿dónde estás plantado?; ¿tienes agua
cerca?...
Escribe una oración, como si ese árbol que eres tú,
joven o viejo, bien regado o necesitado de agua, en invierno o en primavera, hablara con Dios.
Relee el salmo dejando que crezca en ti el deseo de
tener tus raíces cerca del agua y de ser feliz a la manera
de ese creyente que susurra la Palabra de su Dios día y
noche...
2. Lee el Salmo 1 fijándote en sus personajes: pertenecen a
dos grupos diferentes, delimitados con mucha claridad. Por
un lado, el hombre justo, que sólo es nombrado con ese
3. Leemos en Mt 7,24-27 unas palabras de Jesús que expresan
de otra manera la experiencia de estar bien fundamentado,
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en este caso con la imagen de una casa bien cimentada sobre
una roca:
«El que escucha estas palabras mías y las pone
en práctica es como aquel hombre sensato que
edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa;
pero ésta no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca».
toda clase de sabiduría y prudencia,
dándome a conocer tu secreto designio,
establecido de antemano por decisión tuya,
que se había de realizar en Cristo
al cumplirse el t i e m p o :
que el universo, lo celeste y lo terrestre,
4. El cap. 1 de la Carta a los Efesios viene a decir en lenguaje
discursivo lo que el Sal 1 nos ha dicho en imágenes plásticas.
También ahí se nos comunica el secreto de la felicidad: coincidir con el proyecto que para nosotros tiene Dios, que nos
llama a ser «un himno a su gloriosa generosidad» (Ef 1,6).
alcanzaran su unidad en Cristo.
Por medio de él, y tal como lo habías establecido,
Padre, tú que ejecutas todo según tu libre decisión,
me has predestinado a ser heredero,
de modo que, esperando en Cristo,
sea alabanza de tu gloria.
Por él, al escuchar el mensaje de la verdad,
la buena noticia de mi salvación,
he creído en él
y he sido sellado con el Espíritu Santo p r o m e t i d o ,
que es prenda de mi herencia,
del rescate de su posesión,
para alabanza de tu gloria» (cf. Ef 1,3-14).
* Convierte el texto, poniéndolo en primera persona,
en un diálogo agradecido con el Padre:
* Vuelve a rezarlo en forma de súplica, ahora en plural
y sintiéndote parte del pueblo de Dios:
* Haz memoria de momentos de tu vida en los que el
Señor ha sido la roca que ha hecho posible tu estabilidad
y tu capacidad para aguantar vendavales y tormentas. Agradéceselo...
«Bendito seas, Dios y Padre de mi Señor Jesucristo,
que por medio de Cristo me has bendecido
con toda clase de bendiciones espirituales del cielo.
Por él, antes de la creación del m u n d o ,
me has elegido para que por el amor
sea santo e irreprochable en tu presencia.
Por Jesucristo, según el designio de tu voluntad,
me has predestinado a ser tu hijo adoptivo,
de modo que redunde en alabanza
de la gloriosa gracia
que me has otorgado por medio de tu Hijo amado.
Por él, por medio de su sangre,
estoy seguro de obtener el rescate,
el perdón de mis pecados.
Según la riqueza de tu gracia,
has derrochado en mí
— 56 —
«Bendito seas, Padre,
sigue eligiéndonos para q u e , por el amor,
seamos santos e inmaculados en tu presencia...»
5. María, en el Magníficat (Le 1,46-55), nos revela su «talante interior» de alegría y alabanza:
«Engrandece mi alma al Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador...»
Es una actitud que nace de la experiencia de ser mirada
por un Dios que se inclina hacia ella, envolviéndola en su
ternura e inundándola de gracia. Y María, que se sabe mirada
así, se alegra hasta las raíces más hondas de su ser; y de esa
alegría nace, como de un manantial, el agua viva de su alabanza:
«Engrandece mi alma al Señor...»
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* Ponte junto a ella y abre tu conciencia a ese amor
que se inclina hacia ti y hacia el mundo; déjate querer y
mirar; sueíta los remos y deja que se hinchen las velas de
tu barca; abandónate confiadamente al viento y a la corriente que te llevan...
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
1. Principio y fundamento
El primer ejercicio que Ignacio de Loyola, en su libro, propone meditar al que anda buscando hallar la voluntad de Dios,
es el siguiente:
«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y
servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su
alma; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son
criadas para el hombre, y para que le ayuden en la
prosecución del fin para que es criado. De donde se
sigue que el hombre tanto ha de usar dellas quanto le
ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas quanto
para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos
indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que
es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y
no le está prohibido; en tal manera, que no queramos
de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que
pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y
por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando
y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que
somos criados» (EE 23).
2. Dos iconos de acierto
— Apertura de sentidos: atención despierta de su mirada,
de sus oídos, de su «olfato», para darse cuenta de que,
en el borde del camino, alguien necesitaba ayuda, o de
que Jesús llegaba necesitando escucha más que cualquier otra cosa.
— Flexibilidad, disponibilidad para renunciar a los propios
proyectos (llegar a Jerusalén, agasajar al huésped...);
ser capaz de renunciar a ellos y des-centrarse, desplazarse, para poner al herido o al huésped en el centro.
— Ascética del presente: el sacerdote, el levita y Marta están
pendientes de un «después» (llegar al Templo, preparar
una buena comida...), mientras que tanto el samaritano
como María están enteros en el «ahora» de los personajes que entran en sus vidas de manera imprevista y
que reclaman atención en el presente, no más tarde.
— Capacidad de conducta alternativa: según la ley vigente, tocar un cadáver suponía incurrir en impureza ritual;
y el herido de la cuneta podía estar muerto. Por eso los
que «dan un rodeo» están comportándose correctamente, dentro de la estricta legalidad. Por otra parte, un
precepto rabínico impedía a las mujeres hacerse discípulas de un maestro («sentarse a los pies...» equivale
a convertirse en discípulo, como dice Pablo de sí mismo
en relación a Gamaliel).
Pero tanto el samaritano como María optan por una
actitud «contracultural»: se atreven a romper con la «corriente
dominante» y adoptan posturas alternativas que, sin embargo,
son las que se revelan como acertadas.
Estas serían algunas actitudes que podemos descubrir en
ellos a través de las narraciones del Evangelio:
— Capacidad de gratuidad: nada podía hacer prever al samaritano que iba a sacar algún provecho de portarse
así con el herido, que, al parecer, le acarreó más pérdidas que ganancias; ni siquiera hay por parte de éste
una palabra de agradecimiento que pueda compensarle.
En cuanto a María, tuvo que renunciar a ofrecer a Jesús
algo tan concreto y tangible como era una buena comida.
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Se pueden volver a contemplar los iconos del samaritano y
de María de Betania tratando de descubrir cuál es el secreto
de su «acierto» frente al «fracaso» de los otros personajes,
y qué precio tuvieron que pagar para conseguirlo.
Los dos han entrado en otro plano: el de la gratuidad,
fuera de todo cálculo y de toda medida. Y han acertado,
porque ésa es la esfera de Jesús.
se saben «en lo suyo», cómplices entusiasmados de un proyecto que se les comunica; no esclavos que «miran las manos
de su señor» (Sal 123,2), sino hijos que levantan sus ojos
hacia el rostro de su Padre.
3. En torno a la voluntad de Dios
b) El hijo que dijo «no» a su padre
y luego le obedeció (Mt 21,28-31)
Vamos a acercarnos a otros iconos que nos ayuden a entender
mejor qué es y qué no es «hacer la voluntad de Dios»:
a) El hijo mayor de la parábola
del padre misericordioso (Le 15,1 -32)
Hay algo en él que le hace parecido al joven rico que no
quiso seguir a Jesús: los dos aparecen como iconos de desacierto, a pesar de ser presentados como correctos cumplidores de mandamientos, prescripciones y reglas. Y es que
les faltaba lo esencial para Dios: a uno, la alegría de estar
trabajando, no «para» su padre, sino «con él» y en su propia
casa; al otro, la confiada audacia de salir de lo estrictamente
mandado para adentrarse en lo que ya no podía ser objeto de
cumplimiento, sino de seguimiento apasionado.
El hijo mayor de la parábola se relaciona con su padre
como con alguien autoritario que le exige su sometimiento;
se ve a sí mismo como un ejecutivo resignado o un funcionario modélico que cumple sumisamente el programa que se
le ha asignado: «Tantos años llevo sirviéndote, sin desobedecer una orden tuya, y nunca me has dado...» (Le 15,29).
Existe, por tanto, una manera de «cumplir» la voluntad
de Dios que no nace del amor, sino de la tensión de ser
irreprochables y meticulosos, deseosos de «dar la talla», de
saber con precisión qué es lo que hay que hacer y lo que no,
para «estar en orden» ante Él.
Pertenece a un grupo muy numeroso de iconos de resistencia
cuya trayectoria podría definirse como «paso del NO al
AMÉN».
Son personajes que intentan escabullirse de la llamada
de Dios, que se resisten a ella, que inventan pretextos, pronuncian invectivas, se quejan, se rebelan, se lamentan amargamente y llegan a desearse la muerte.
Sin las narraciones sobre Moisés (Ex 4,10), Jeremías
(Jer 1,6; 20,14-18), Jonás (Jon 1,3; 4,8-9), Job (passim...),
Elias (1 Re 19,4) o Pedro (Mt 16,22; 27,69-74), nos faltaría
algo tan importante como el recuerdo de otros creyentes que
recorrieron trabajosamente antes que nosotros el camino que
conduce de la resistencia a la aceptación gozosa, y gracias a
los cuales no nos desanimamos en nuestros torpes intentos
de llegar también nosotros a recorrerlo.
El hijo que contestó de mala manera a la orden de ir a
trabajar en la viña fue el que acabó yendo y realizando lo
que su padre quería, cosa que no llegó a hacer su hermano,
a pesar de su «sí» apresurado e inconsistente.
Por eso nunca agradeceremos bastante que los evangelios nos hayan conservado el rechazo de Jesús a la muerte,
su lucha y su sudor en Getsemaní y su súplica tan desvalida:
El padre trata de hacerle cambiar de registro: «Hijo, tú
siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo...»
«Si es posible, pase de mí este cáliz...»;
«el espíritu está pronto, pero la carne es débil»
(Mt 21,28-31).
Lo que Dios busca de nosotros, por tanto, no es que
seamos cumplidores estrictos de sus órdenes, sino hijos que
Pasar de ahí al «hágase tu voluntad...» fue la experiencia
más honda que aprendió el Hijo en su encarnación.
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Ahí aprendemos que nuestro «sí» a Dios no siempre es
inmediato, sino que nuestra primera reacción puede (y suele)
ser «no» y «pero». Y lo que necesitamos es que la experiencia
de otros hermanos en la fe nos ayude a convertir nuestras
resistencias en el «amén» que nos hace semejantes al Hijo:
un proceso que puede durar toda una vida.
c) Los pastores de Belén (Le 2,8-20)
Fueron los primeros en saber la buena noticia de que Dios
había entregado a su Hijo al mundo y que éste se encontraba
muy cerca de ellos, tan a su alcance como un niño envuelto
en pañales y reclinado en un pesebre. Aquella noche, en un
descampado de Belén, nos fue revelado en qué consiste «la
voluntad de Dios»:
«Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra paz a los hombres que él ama...»
Es una buena manera de traducir la palabra griega eudokia («parecer bien»-), que tiene detrás un término hebreo
rason (o hps) que en el AT designa el sentimiento subjetivo
de complacencia, aspiración, deseo, amor, alegría..., la
misma raíz que se usa para decir que alguien está enamorado
(cf. Gn 34,19).
En el Nuevo Testamento, la «voluntad» del Padre (es
decir, su amor, su complacencia, su felicidad) descansa en
Jesús (Mt 3,17; 17,5; Me 1,11; Le 3,32; 2 Pe 1,17), y Pablo
nos dice de muchas maneras cuál es su único proyecto (su
voluntad, su sueño, su deseo...):
«Hacernos vivir juntamente con Cristo» (Ef 2,5);
«en comunidad de vida con él» (1 Cor 1,9);
«conformes con su imagen» (Rm 8 29)...
No se trata de una norma prefijada a la que ajustarse,
ni de un programa que cumplimentar: lo que existe es el
deseo de un Dios «a favor nuestro» (Rm 8,31) que quiere
que sus hijos vivan; un Dios que arriesga su voluntad en la
impaciencia de esa espera y en la expectación de un deseo
que no sabe de imposiciones ni de amenazas, sino de atracción, seducción y contagio.
«La voluntad de Dios —podría haber dicho Jesús— se
parece a un tesoro escondido en un campo, que, al encontrarlo
un hombre, por la alegría, fue y lo vendió todo para comprar
aquel campo». No por voluntarismo ni por convicción ni por
sacrificio, sino «por la alegría», por el mismo gozo secreto
de saberse en posesión de algo sumamente valioso que hacía
decir a Jesús:
Y ese componente de «complacencia» que expresa la
palabra eudokía hace posible traducir así el himno de los
ángeles: «Estad en paz (tranquilidad, armonía, plenitud de
gozo...), porque 'le parecéis bien' a Dios, porque 'le caéis
en gracia', porque os ama gratuitamente y tiene puesta en
vosotros su complacencia...».
Ése es el verdadero sentido de esa expresión que durante
mucho tiempo se tradujo como «paz a los hombres de buena
voluntad» y que parece dar a entender que esa paz está
destinada sólo a la gente buena y deja fuera a los que no lo
son, reforzando nuestra tendencia a pensar que Dios nos
quiere si somos buenos previamente: ¡justamente lo contrario
de lo que el texto dice al anunciar el amor incondicional que
es propio del Padre!
«Yo tengo un alimento
que vosotros no conocéis:
hacer la voluntad de mi Padre» (Jn 4,34).
Un alimento, es decir, algo que produce fruición, vitalidad, crecimiento y plenitud. Y alegría.
Por eso las palabras de Jesús que expresan los momentos
más densos de su vida y que coinciden con su obediencia
más incondicional van precedidas siempre de una invocación
confiada al Padre, revelando, no el acatamiento de un siervo
que se somete, sino la comunión, la afinidad, la adhesión
profunda de un hijo que se fía.
— 62 —
— 63 —
Hay un verbo muy frecuente en el lenguaje deuteronómico, dabaq (estar adherido, pegarse, aferrarse, unirse,
arrimarse), que expresa la actitud que Yahvé espera de su
pueblo:
«Elige la vida, y vivirás tú y tu descendencia
amando al Señor tu Dios,
escuchando su voluntad
y adhiriéndote a él, pues él es tu vida»
(Dt 30,19; cf. Dt4,4; 13,5).
«Mi alma está pegada a ti» dice el autor del Salmo 63;
y, en el libro de Rut, el mismo verbo designa la decisión
inquebrantable de ésta de acompañar a Noemí, pase lo que
pase, y correr su misma suerte (Rut 1,14).
Jeremías también recurre a él:
«Como un cinturón se adhiere a la cintura de
un hombre, así había yo hecho que se adhiriera
a mí toda la casa de Israel, para que fuera mi
pueblo, mi renombre, mi honor y mi gloria...»
(Jer 13,11).
Hay un fuerte componente afectivo en cada uno de esos
ejemplos, un efecto de irresistible atracción, que empuja al
que se adhiere a no soltarse ni separarse de aquello en lo que
le va la vida. Es así como se enraiza un árbol junto a corrientes
de agua (Sal 1,3 ), y el sarmiento a la vid para participar de
su savia (Jn 15,4-7). Como si supieran que sólo pueden ser
lo que son si se adhieren, se enraizan y permanecen
en aquello que les da nombre y posibilidad de existencia. Nadie se lo dicta desde fuera; es su propio deseo de ser y de
vivir lo que les está empujando desde dentro, lo que les
hace adherirse ciegamente a aquello que les da consistencia
y sentido.
Pero para eso hay que confiar mucho, hay que atreverse
a ir más allá de las resistencias y los miedos y desear «hacer
la voluntad de Dios» con la misma impaciencia con que el
salmista pedía:
«¡Que me alcance tu ternura, y viviré!»
(Sal 119,77).
Y es que, a lo mejor, la voluntad de Dios (su complacencia, su aspiración, su amor, su alegría...), su deseo más
hondo sobre nosotros, es que nos fiemos perdidamente de
que, en esa voluntad suya que nos alcanza, todo es gracia.
D) CELEBRAR LO VIVIDO
«El hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y
servir a Dios...», dice S.Ignacio. «Nos ha destinado a ser
alabanza de su gloria», dice la carta a los Efesios. «El Hijo
del hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir...»
(Me 10,45).
Una manera de celebrarlo consiste en poner en el centro
de la sala o capilla donde se haga esta oración un incensario
encendido, un recipiente con agua y una toalla: cada persona
del grupo toma unos granos de incienso y, a lo largo del rato
de oración, mientras escuchan la lectura de Ef 1, se van
acercando a echarlo en el incensario. Al final, se pasam
lentamente la toalla unos a otros, como símbolo de la aceptación de ese servicio.
Acabar con un canto de alabanza. También se puede
poner una rama de yedra y leer, haciendo pausas, el capítulo
30 del Deuteronomio.
Podemos saberlo también nosotros si nos decidimos a
entrar en el juego de perder/ganar en que Jesús se ha arriesgado antes que nosotros: «no mi nombre, sino el tuyo»; «no
mi gloria, sino la tuya...»; «no mi voluntad, sino la tuya...»;
«no mi vida, sino la de ellos»...
— 64 —
— 65 —
5
Recibir un nombre nuevo
de reconstrucción, de sanación, de recreación, llega a experimentar la urgencia de un agradecimiento desbordado que
le impulsa a hacer de su vida «un cántico nuevo».
El saber la propia existencia reconciliada se convierte
en un dinamismo imparable de reconciliación, de inclusión,
de comprensión de los fallos de los otros, y va generando
ese talante de «disculparlo todo, creerlo todo, esperarlo todo,
soportarlo todo» con que la Primera Carta a los Corintios
define el amor (1 Cor 13,7).
A) PÓRTICO DE ENTRADA
En el libro del Apocalipsis leemos:
«Al vencedor le daré maná escondido y le daré
también una piedrecita blanca y, grabado en la
piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce
sino el que lo recibe» (Ap 2,17).
El que se abre al reconocimiento de su propio pecado
y se deja asombrar por el amor del Dios que le perdona,
encuentra que en la piedrecita que recibe está escrito, como
parte irrenunciable y gozosa de su nombre, el de «pecador
perdonado».
El que sólo se queda con la primera parte cae en un
abismo de culpabilidades, de remordimientos insanos, de
vueltas inútiles a su propia imagen. El que pretende llegar a
la segunda parte sin pasar por el reconocimiento humilde del
propio pecado, se queda muy lejos de su verdad.
Pero el que hace la experiencia de ambas cosas se encuentra inmerso en un universo nuevo, en el que su propio
nombre y el de Dios resuenan de diferente manera.
Sólo el que está dispuesto a acoger el perdón de Dios
llega a saber algo de él; sólo el que se deja envolver en una
ternura inmerecida y permite que Dios haga en él una tarea
— 66 —
Vale la pena aventurarse en un camino que desemboca
en semejante meta, aunque en él amenacen peligros y a veces
se ronden precipicios que llevan el nombre de «falsas culpabilidades», «narcisismos heridos», «vueltas inútiles en torno a la propia imagen»; etc.
Una buena brújula para el camino sería tener claro el
contexto en que la Biblia sitúa la palabra «pecado», y que
no es otro que el relacional. Fuera de la referencia a un Dios
personal, a la conciencia de haber defraudado su amor, de
no haber respondido a su llamada, de haber rehusado su oferta
de una vida a salvo, no hay experiencia sanante de pecado.
Un viejo texto del AT (2 Sam 11-12) lo expresa narrativamente mejor que los tratados de teología moral: David
se encapricha de Betsabé, la mujer de Urías, mientras éste
está en la guerra; la lleva a su palacio y se acuesta con ella.
Cuando, poco después, ella le hace saber que espera un hijo,
la reacción de David es propia de una culpabilidad narcisista: ha quebrantado una ley, y su propia imagen está en
peligro. Por eso manda llamar a Urías e intenta por todos los
medios, y echando mano de malas artes, que éste regrese a
su casa y esté con su mujer, para que el hijo parezca suyo.
Como no lo consigue, ordena que pongan a Urías en un
lugar de máximo peligro, y allí muere. La fama de David ha
quedado a salvo, y el rey se casa con Betsabé.
Cuando el profeta Natán se presenta en el palacio y le
cuenta una historia de atropello de los derechos de un pobre
— 67 —
acaecida en su reino, David reacciona con cólera, proyectando una culpabilidad ética: «¡Ese hombre merece la muerte!», sentencia.
La respuesta de Natán es: «¡Tú eres ese hombre!»; y
comienza a recordarle la historia de su con YHWH. ES Dios
mismo quien toma la palabra a través de su profeta:
«Yo te ungí rey de Israel..., yo te libré..., yo te
di.... y, en cambio, tú...»
David ha sido introducido en el ámbito de la relación
personal, y sólo ahí aparece la palabra pecado:
«¡He pecado contra el Señor!»
Una forma de acceder al conocimiento de lo que es el
pecado según la Escritura sería acercarnos, en primer lugar,
a algunos textos bíblicos en los que Dios pregunta, llama,
manifiesta su amor, invita y no recibe respuesta. Y, en un
segundo momento, abrirnos a la experiencia de ser perdonados y rehechos por su misericordia, «que excede todo conocimiento ...» (Ef 3,19).
B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
1. Dos preguntas sin responder
«¿Dónde estás?», pregunta Dios a Adán cuando, según la
narración de Gn 3,8-11, viene a su encuentro con la brisa de
la tarde. «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque
estoy desnudo; por eso me escondí...», responde Adán.
«¿Dónde está tu hermano?», pregunta Dios a Caín
después de que éste ha matado a Abel. «No lo sé. ¿Acaso
soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9).
El narrador bíblico nos pone ante lo que podríamos llamar «la decepción de Dios», el fracaso de sus expectativas
de relación personal con el 'adam (ser humano) que ha creado
«a su imagen y semejanza» y, por tanto, capaz de comunicación, de diálogo, de amor. La respuesta del 'adam es la
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huida, el miedo, el rechazo del encuentro, la ausencia de la
cita.
Tampoco va a recibir respuesta, según la narración de
Caín y Abel, a su otro «proyecto» sobre el ser humano: una
actitud de cuidado, atención fraterna, defensa mutua... Caín
se desentiende, rechaza «hacerse hermano», se niega a la
solidaridad que pide el comportamiento fraternal, y de ahí
nace el impulso que le llevará a darle muerte.
* Sitúate ante esas dos respuestas, que son también
las tuyas y las de tantos de nosotros. Trata de «conocer
internamente» los sentimientos del corazón de Dios ante
ellas.
Léelas en clave colectiva: un mundo que se cierra a la
relación con Dios y a la responsabilidad de unos con otros;
los hombres y mujeres de lo que llamamos «Norte», y que
decimos: «¿Acaso somos nosotros los guardianes del
Sur?»...
Déjate alcanzar por el fracaso del sueño de Dios sobre
su humanidad...
2. Dos quejas de amor no correspondido
En el canto de la viña de Is 5,1-8 y en el pleito de Dios con
su pueblo, de Mi 6,1-8, los dos profetas recurren al mismo
recurso de Natán en su diálogo con David: recordar a Israel
todo lo que el Señor ha hecho por él y comparar la respuesta
que aquél esperaba con la que ha recibido.
* Lee los dos textos despacio, demorándote ante cada
una de las acciones de Dios, imaginando el espacio de
tiempo que requiere cada una: preparar un terreno, buscar
una buena cepa, plantarla, esperar años hasta que crezca,
cuidar su entorno, defenderla de las alimañas, asistir al
nacimiento de los primeros racimos... En el texto de Miqueas, recorre la historia de salvación que se narra brevemente, ampliándola con el Salmo 106, que es una relectura penitencial de esa misma historia.
— 69 —
* Escucha como dirigidas a ti y a toda la Iglesia las
nuevas preguntas de Dios:
«¿Qué mas podía haber hecho por mi viña que
no haya hecho...?»
«¿Por qué, si esperaba..., he encontrado...?»
«Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he
ofendido? Respóndeme...»
* Relee tu vida en la clave simbólica de una viña que
no está dando el fruto que Dios espera de ella; siéntete
dentro de un pueblo con una historia de gracia y al que,
a pesar de su falta de respuesta, Dios sigue reclamando
que «practique la justicia, que ame con ternura y que camine humildemente con él...» (Mi 6,8).
mirra fluida mis dedos,
en el pestillo de la cerradura.
Abrí a mi amado,
pero mi amado se había ido de largo.
El alma se me salió a su huida...» (Cant 5,2-6)
El evangelio de Mateo nos pone en contacto con dos
invitaciones frustradas de Jesús dirigidas a Jerusalén y a los
discípulos:
«¡Jerusalén, Jerusalén...! ¡Cuántas veces he
querido reunir a tus hijos como una gallina recoge a su pollos bajo las alas, y tú no has querido...!» (Mt 23,37).
«Dijo a sus discípulos: 'Mi alma está triste hasta
la muerte; quedaos aquí y velad conmigo'. [...]
Viene donde sus discípulos y los encuentra dormidos, y dice a Pedro: '¿No habéis podido velar
una hora conmigo...?'» (Mt 27,36-40).
Deja que brote en tu interior un agradecimiento desbordado por la posibilidad, aún abierta para t i , de dar fruto
y de caminar junto a tu Dios todos los días de tu vida.
3. Tres invitaciones rechazadas
Leemos en el Cantar de los Cantares:
«Yo dormía, pero mi corazón velaba.
¡La voz de mi amado que llama:
'Ábreme, hermana mía, amiga mía,
paloma mía, mi perfecta,
que mi cabeza está cubierta de rocío,
y mi cabello del relente de la noche'!
'Me he quitado mi túnica,
¿cómo ponérmela de nuevo?
He lavado mis pies,
¿cómo volver a mancharlos?'
Mi amado metió la mano
por la hendidura,
y por él se estremecieron mis entrañas.
Me levanté para abrir a mi amado,
y mis manos destilaron mirra,
— 70 —
Son textos que pueden hacernos caer en la cuenta de la
promesa de encuentro que encierra cada invitación y «lo que
nos perdemos» cuando no la acogemos. Y también de la
trivialidad de los pretextos que ponemos para no hacerlo...
* Deja que te conmueva por dentro el pecado entendido como no respuesta, c o m o rechazo de una invitación:
no abrir la puerta, no escuchar una llamada, defraudar una
expectativa, dormirse, no vigilar, no permanecer j u n t o al
que se ama en momentos difíciles...
Pide «conocimiento interno del amor al que defraudo».
4. Dos mujeres rehechas
a) La primera es Gómer, la esposa infiel de Oseas, símbolo
de la infidelidad de Israel a la alianza con su Dios. En el
cap. 2,4-25 encontramos una superposición de planos: al
parecer, es Oseas quien habla desde la experiencia de su
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apasionamiento y de sus celos, desde la violencia de un amor
que parece incapaz de renunciar a la mujer, despidiéndola y
renunciando a ella; por debajo de sus palabras, es Dios mismo
quien revela a su pueblo el amor celoso que siente por él.
A lo largo del texto se van sucediendo reproches y amenazas, introducidas por la partícula hebrea laken («por
eso...», «por tanto...»: 2,8.11); pero el «orden lógico», que
pide que a un reproche siga una amenaza, queda interrumpido, sorprendentemente, por un tercer laken que no va seguido ya de la correspondiente amenaza, sino de una decisión
insólita:
«Por eso, mira, voy a seducirla,
llevándomela al desierto
y habiéndole al corazón» (Os 2,16).
No ha habido por parte de Gómer/Israel ningún signo
de conversión: es el esposo/Dios el que ha cambiado y el que
elige el desierto como lugar de reencuentro. Allí, los baales
con los que ella se prostituía están lejos, e Israel revivirá la
etapa ideal de la fidelidad de su noviazgo. Se renueva la
alianza y recomienza una nueva historia de amor, en la que
el esposo ha tenido la iniciativa y la esposa lo recibe todo,
hasta la nueva dote del matrimonio:
«Yo te desposaré conmigo para siempre;
te desposaré conmigo
a precio de justicia y de derecho,
de amor y de compasión;
te desposaré conmigo a precio de fidelidad,
y tú conocerás a YHWH» (OS 2,21-22).
Se ha dado un salto a otro nivel: Dios ofrece un futuro
de reconciliación total, de auténtica regeneración, de recomienzo absoluto.
* Identifícate con Córner, relee tu propia vida desde
esa clave. Agradece la oferta de tu Dios de «haberte traído
al desierto para hablarte al corazón». Celebra la posibilidad
abierta de entrar con él en una nueva alianza.
— 72 —
b) La otra mujer rehecha es la que padecía un flujo de
sangre. La narración sobre la curación de esta mujer (Le
8,40-56 y par.) está enmarcada dentro del relato de la resurrección de la hija de Jairo. Lee Le 8,40-56 y fíjate en
cómo prepara la escena:
— La mujer padece un flujo de sangre permanente, y
«su caso» lo trata así el Levítico:
«Cuando una mujer tenga flujo de sangre durante muchos días fuera del tiempo de sus reglas, o cuando sus reglas se prolonguen, quedará impura mientras dure el flujo de su
impureza, como en los días del flujo menstrual.
Todo lecho en que se acueste mientras dura su
flujo quedará impuro, como en la impureza de
las reglas. Quien los toque quedará impuro y
lavará sus vestidos, se bañará en agua y quedará impuro hasta la tarde» (Lev 15,25-27).
— Frente a Jairo, que tiene nombre propio, que es varón, que ostenta un cargo importante y que hace su petición
públicamente, esta mujer anónima se acerca por detrás y no
se atreve a decir nada. Está sola y arruinada, y detrás de ella
no se adivinan parientes ni amigos. Su pérdida de sangre la
encamina hacia la no-vida y la sitúa en el mundo de la impureza según el código socio-cultural de Israel. La exclusión
temporal acarreada por la regla se ha convertido para ella en
relegación perpetua. Representa, pues, el extremo de la impureza y el peligro de contaminación.
— La alusión a «la orla del manto» de Jesús revela que
éste era un judío piadoso, revestido de su manto de oración:
«YHWH dijo a Moisés: 'Habla a los hijos de Israel
y diles que ellos y sus descendientes se hagan
flecos en los bordes de sus vestidos y pongan
en el fleco de sus vestidos un hilo de púrpura
violeta. Tendréis, pues, flecos para que, cuando
los veáis, os acordéis de todos los preceptos de
YHWH'» (Num 15,38-39).
— 73 —
La intención del evangelista es poner el acento en el
abismo que separa a Jesús, el judío, de la mujer: si la toca,
quedará impuro.
— El texto insinúa que «la curación se ha hecho sola»:
un fenómeno físico se impone sobre las palabras y la voluntad, la mujer se siente curada, y Jesús, a su vez, siente que
una fuerza se ha escapado de él.
La mujer, entonces, se denuncia a sí misma, quizá por
miedo a que caiga sobre ella la misma fuerza que la ha sanado.
Quizá se siente culpable de haberle hecho impuro o de haberle
arrebatado su fuerza. Sólo queda hacer pública su vergüenza
y la contaminación de Jesús.
— «Hija»: Jesús se convierte en valedor de la mujer,
como Jairo lo es de su hija, y la declara incluida en la familia
del Padre, lejos de cualquier exclusión. La mujer, por su fe,
ha sintonizado con el universo del Reino, ha entrado en él.
Por otra parte, el «tu fe te ha salvado» desplaza la responsabilidad de la curación a la fe de la mujer. El perfecto
griego expresa una idea mucho más fuerte que la que puede
expresar la traducción: «Tú has entrado en el ámbito definitivo de la salvación». La mujer queda situada en el ámbito
del shalotn, es decir, de la salvación, la bendición, la integridad, la plenitud de la vida.
* Una vez que te has adentrado en el texto, deja atrás
estos «saberes» y siéntete identificado con esa mujer. Piensa «por dónde se te está escapando la vida», qué es lo que
te está impidiendo la p l e n i t u d , la fecundidad y la paz a que
estás llamado. Acércate a Jesús y deja que su perdón te
cure y te rehaga. Agradece y celebra el ser introducido en
el ámbito del shalom.
Siéntete parte de un m u n d o con tantas formas de enfermedad y esterilidad, y ponió en contacto con la fuerza
sanante de Jesús.
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5. Una recuperación gozosa
«...va tras la perdida hasta encontrarla y, al encontrarla, se la echa sobre los hombros contento, se va a casa, llama a amigos y vecinos y
les dice: 'Alegraos conmigo, porque encontré
a la oveja perdida'» (Le 15,5-6).
* Recorre pausadamente y dando gracias cada uno de
los pasos del pastor para encontrarte; pon nombre a cada
momento de su búsqueda hasta dar contigo. Siéntete orgulloso de esos gestos, de esos pasos, de esa terquedad
en buscar «hasta encontrar», porque son para ti la prenda
y la seguridad de hasta qué punto eres importante para
Dios, hasta qué punto «le faltabas» cuando te ha tenido
perdido.
Déjate envolver en su alegría que desborda la tuya,
aunque no consigas entenderla ni abarcarla. Se trata de
«algo de Dios», no t u y o ; el protagonista y «poseedor de
la alegría» es él, y lo tuyo es «dejarte convocar» para participar de esa alegría, consentir en ella y agradecerla.
6. Una intercesora infalible
María, en Cana (Jn 2,3), se da cuenta de la carencia de los
novios y acude a su hijo para que él se haga cargo de la
situación: «No tienen vino...»
Imagina a María contándole a Jesús lo que te falta a ti:
¿qué crees que le dice que te falta?; ¿cuáles son sus «argumentos de intercesión»? Imagina también que habla con Jesús
de la situación del mundo, de lo que nos falta de amor efectivo, de compasión, de justicia...
* Acércate a ella y habíale de todas esa carencias; pídele, junto con los millones de hombres y mujeres del
mundo que rezan el Ave María: «Ruega por nosotros, pecadores...»
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C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
1. Tres parábolas para un hombre nuevo
Hablamos con frecuencia de la importancia de que oración
y vida vayan a la par, de que exista entre ellas continuidad
y coherencia; y quizá sea ésta nuestra actual manera de expresar lo que la tradición monástica evoca bajo el término
«contemplación». El paso entre ella y la oración sería el que
existe entre el tiempo intenso que dedicamos a abrirnos silenciosamente a la Palabra y dejarnos trabajar por ella y el
resto de nuestra vida. Una vida en la que el Espíritu «tiene
el encargo» de ir transformándola y conformándola con la de
Jesús, y nosotros la tarea de colaborar con esa acción para
llegar a sentir la realidad con el corazón de Dios.
Según eso, podríamos decir que es contemplativa aquella persona para quien se va haciendo cada vez más connatural
la continuidad entre su vida y el Evangelio; que va traduciendo en sencilla cotidianeidad lo que lee, medita, ora, escucha y aprende; que permite que cada uno de sus gestos,
palabras, pensamientos o acciones sean eco de la Palabra
escuchada, huella del paso del Señor por su existencia.
¿Cuál sería, entonces, la huella con que las parábolas
de la moneda y la oveja perdidas y del hijo pródigo (Le 15)
pueden marcar la vida del cristiano que las ha leído, reflexionado y orado?
— En primer lugar, crean en nosotros un sano crecimiento en autoestima, esa palabra casi mágica hoy y a la
que se nos invita desde tantos ámbitos, a veces por caminos
complicadísimos. El que nos ofrecen las parábolas de Jesús
es simple: «eres pertenencia de Dios, eres valioso para él; y
él no soporta perderte, sino que inventa mil estrategias para
buscarte; no descansa hasta que te encuentra, y el encontrarte
le produce una alegría que no puedes ni imaginar...» A quien
se decide a creerlo, el corazón se le va esponjando, y la
confianza va dilatándolo y ensanchándolo.
— 76 —
Esta conciencia de pertenencia, esta aceptación asombrada de ser tan querido, tiene el poder de arrastrar, como
un vendaval, nuestras viejas culpabilidades y complejos,
nuestros tontos encogimientos y falsas humildades.
— Otra consecuencia sería la de hacernos más conscientes del cambio de nivel de relación cuando, como en
las parábolas, se ha dado una pérdida y un reencuentro. En
el caso de la oveja y la moneda, no puede existir esa conciencia; pero en el caso del hijo que volvió a casa podríamos
imaginar lo que sería para éste «la mañana siguiente a la
fiesta»: su manera tan diferente de estar junto a su padre, su
actitud de disponibilidad total, su deseo de corresponder a la
acogida incondicional de su padre y a su derroche de amor...
El encuentro de lo perdido no restablece una situación
como la del comienzo, sino que crea una situación diferente,
que para el que encuentra es de pura alegría, y a los «encontrados», que somos nosotros, tendría que provocarnos una
transformación dictada por la gratitud.
— Un último aspecto, que afecta a nuestra vida relacional con los demás, sería la negativa a dar por perdido
irremisiblemente a nadie, la obstinada terquedad, aprendida
«en la escuela de Dios», en discurrir estrategias de búsqueda
de hermanos perdidos, en imaginar reconstrucción de relaciones, en planear posibilidades de reconciliación.
Algo de esto (mucho más que esto...) crea la experiencia
del perdón cuando nos acercamos a ella o, mejor dicho,
cuando es Dios mismo quien nos persigue y alcanza con su
perdón.
2. Examen de conciencia
«Yo entiendo muy bien, dice Dios,
que cada cual haga su examen de conciencia;
es una buena costumbre,
pero conviene no abusar de ella.
Porque ¿a qué es a lo que llamáis
vuestro 'examen de conciencia'?
— 77 —
Si es al hecho de pensar en todas las tonterías
que habéis hecho durante el día
con espíritu de arrepentimiento,
entonces está muy bien: acepto vuestra penitencia;
sois gente honrada, buenos muchachos.
Pero, si lo que pretendéis es rememorar
toda la noche todas las ingratitudes
cometidas durante el día,
si lo que queréis es rumiar por la noche
vuestros amargos pecados del día,
si lo que queréis es llevar
un registro perfecto de vuestros pecados,
de todas esas tonterías y estupideces...,
entonces, no.
Dejad que sea yo quien lleve el Libro del Juicio,
que seguramente ganaréis más con ello.
Si lo que queréis es contar, calcular, valorar
como un notario o como un usurero,
o como un recaudador de impuestos,
dejadme entonces hacer mi oficio
y no os empeñéis en hacer vosotros
lo que no tenéis que hacer.
Por lo visto, vuestros pecados son tan preciosos
que es preciso catalogarlos y clasificarlos
y grabarlos y contarlos y calcularlos y compulsarlos
y compilarlos y remirarlos y repasarlos y valorarlos
e imputároslos eternamente y conmemorarlos
con no sé qué especie de piedad.
Como nosotros en el cielo atamos los haces eternos
y los sacos de oraciones y de méritos
y los sacos de virtudes y de gracias
en nuestros imperecederos graneros,
así vosotros ahora, pobres imitadores,
sólo que al contrario y al revés,
os pasáis la noche reuniendo y atando
los miserables haces de vuestros pecados de cada día.
Aunque fuera sólo para quemarlos, ya sería demasiado
No merecen la pena ni de eso.
— 78 —
Pensáis demasiado en vuestros pecados.
Haríais mejor en pensar en ellos para no cometerlos
cuando es tiempo todavía, hijos míos,
cuando aún no los habéis cometido.
Pero ¡no andéis atando esos haces vanos por la noche!
¿Desde cuándo un labrador
ata haces de cizaña y de grama?
¡Los haces son de trigo, hijos míos!
Cuando el peregrino o el huésped o el viajero
han estado caminando mucho tiempo
por los barros de los caminos,
se limpian cuidadosamente los pies
antes de pasar el umbral de la iglesia,
porque es preciso que el barro del camino
no manche las losas del templo;
pero, una vez que ha hecho eso,
una vez que se ha limpiado los pies antes de entrar,
no está pensando constantemente en sus pies,
no vuelve a mirar si sus pies ya están bien limpios,
no tiene ya corazón, ni ojos, ni voz,
sino para el altar donde está el cuerpo de Jesús.
Entrad en mi noche como en mi casa;
y si, a pesar de todo,
tenéis que presentarme alguna cosa,
que sea, por de pronto, una acción de gracias
por todos los servicios que os presto,
por los innumerables dones de que os colmo cada día,
de los que os he colmado hoy mismo.
Luego, que vuestro examen de conciencia
sea un lavado de una vez
y no un volver sobre huellas y manchas.
La jornada de ayer ya está hecha, hijos míos;
pensad en la de mañana, en vuestra salvación,
que está en las veinticuatro horas
de la jornada de mañana.
Para pensar en el ayer ya es demasiado tarde;
pero no lo es para pensar en mañana.
— 79 —
Pero Yo os conozco, sois siempre iguales:
Estáis dispuestos a ofrecerme grandes sacrificios,
a condición de que vosotros los elijáis.
Preferís ofrecerme grandes sacrificios,
a condición de que no sean los que yo os pido.
Sois así, os conozco.
Haríais todo por mí, excepto ese pequeño abandono
que es todo para mí.
Por favor, sed como el hombre
que está en un barco sobre un río
y que no rema constantemente,
sino que a veces se deja llevar por la corriente»
(Ch. PÉGUY).
3. «Eres aceptado»
«Ser tocado por la gracia no significa simplemente hacer
progresos de orden moral en nuestro combate contra determinados defectos particulares o en nuestras relaciones con
los demás y con la sociedad. El progreso moral puede ser un
fruto de la gracia, pero no es la gracia misma; puede incluso
cerrarnos a la gracia.
»Y, ciertamente, la gracia no viene cuando tratamos de
apropiárnosla, ni tampoco mientras, en nuestra autosuficiencia, pensemos que no tenemos necesidad de ella. La gracia
nos toca cuando nos hallamos angustiados y no tenemos reposo. Nos alcanza cuando caminamos por el valle sombrío
de una vida vacía y desprovista de sentido. Nos invade cuando
sentimos que nuestra alienación es más profunda, porque
hemos arruinado otra vida... Nos toca cuando la insatisfacción de nosotros mismos, nuestra indiferencia, nuestra debilidad, nuestra hostilidad, nuestra falta de rectitud y nuestro
comportamiento se nos han hecho insoportables. Nos afecta
cuando, año tras año, nuestro deseo de una vida perfecta no
se ve satisfecho, cuando nuestras inveteradas tensiones siguen
esclavizándonos como han venido haciéndolo durante decenios, cuando la desesperación destruye toda alegría y todo
gozo.
— 80 —
»A veces, en uno de esos momentos, una ráfaga de luz
atraviesa nuestras tinieblas, y es como si una voz nos liberase:
'Tú eres aceptado. Tú eres aceptado por alguien más grande
que tú y cuyo nombre no conoces. No preguntes ahora cuál
es ese nombre; tal vez lo descubras más tarde. No trates ahora
de hacer nada; tal vez lo hagas mucho más adelante. Acepta
simplemente el hecho de que eres aceptado'.
»Cuando esto nos ocurre, experimentamos lo que es la
gracia. Después de semejante experiencia, tal vez no seamos
mejores ni creamos más que antes. Pero todo ha quedado
transformado. En ese momento, la gracia triunfa sobre el
pecado, y la reconciliación supera el abismo de la alienación.
Y nada se exige para esta experiencia: ningún presupuesto
religioso, moral o intelectual; no se pide más que la aceptación» (P. TILLICH).
4. Un consejo de san Juan de Avila
«Corred de aquí en adelante vuestra carrera con ligereza,
como quien ha echado de sí una carga pesada que se lo
impedía. Fiaos de él, pues tantas razones tenéis para ello, y
lo que escarbáis en vuestras miserias, escarbadlo en su
misericordia, y sacaréis más provecho que de lo primero».
D) CELEBRAR LO VIVIDO
Cinco posibles celebraciones:
1. Poner en el centro de la sala un recipiente con barro de
modelar o con «plastilina». Cada uno toma un trozo y lo
tiene entre sus manos mientras se escuchan los siguientes
textos, separados entre sí por una pequeña pausa:
«Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte
del Señor: 'Levántate y baja a la alfarería, que
allí mismo te haré oír mis palabras'. Bajé a la
alfarería, y he aquí que el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El cacharro que es— 81 —
taba haciendo se estropeó como barro en manos del alfarero, y éste volvió a empezar,
transformándolo en otro cacharro diferente, como mejor le pareció al alfarero. Entonces
me fue dirigida la palabra del Señor en estos
términos: '¿No puedo yo hacer con vosotros,
casa de Israel, lo mismo que este alfarero?
Mirad que, como barro en manos del alfarero,
así sois vosotros en mi mano, casa de Israel'»
(Jer 18„1-7).
«El mismo Dios que dijo: 'Que brille la luz en
medio de las tinieblas', ha hecho brillar la luz
en nuestros corazones para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro
de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasijas
de barro para que aparezca que una fuerza tan
extraordinaria es de Dios y no nuestra» (2 Cor
4,6-7).
Al final, cada uno expresa lo que le han sugerido los
textos.
2. Celebración a partir del icono de la mujer encorvada
(Le 13,10-17)
a) Lector:
«Un sábado enseñaba Jesús en una sinagoga.
Había allí una mujer que desde hacía dieciocho
años estaba enferma a causa de un espíritu y
andaba encorvada, sin poder enderezarse del
todo...»
Se van nombrando situaciones personales y acontecimientos del mundo que hacen vivir «encorvados».
b) Lector:
Después de un tiempo de silencio, intervenciones dando
gracias por la experiencia de haber sido «enderezados» por
Jesús. Oración por las personas o grupos que siguen hoy
realizando esa misma tarea liberadora.
c) Lector:
«La mujer, en el acto, se enderezó y glorificaba
a Dios».
Canto de alabanza o lectura de alguno de estos salmos,
repitiendo el estribillo: Sal 111; 116; 123; 126; 138...
3. Sentados en círculo, se escucha el texto de la mujer adúltera (Jn 8,1-11). Después de un tiempo de silencio, de pie,
cada uno toma entre las suyas las manos del que tiene a su
lado, y le dice: «Tampoco yo te condeno. Vete en paz» (o
hace en sus manos abiertas el signo de la cruz).
4. Poner en un plato un racimo de uvas que estén aún verdes
o ya pasadas y, al lado, otro con un racimo de uvas buenas.
Leer la canción de la viña de Is 5,1-4 y, después de un
rato de silencio, la alegoría de la viña de Jn 15,1-11.
Al final, hacer una oración de agradecimiento por la
posibilidad de dar fruto gracias a Jesús, y terminar comiendo
festivamente las uvas (¡las buenas!).
5. Poner en el centro un mapa del mundo, y encima algunas
ramas secas. Alternar la lectura de Bar 2,15 - 3,8 (elegir
algunos pasajes de antemano) con la exposición que cada
cual quiera evocar de situaciones de pecado del mundo. Después de un tiempo de silencio, y mientras otro lector lee Os
14,2-9, se hacen gestos de reconciliación y de perdón, se
mencionan los esfuerzos por la paz que se realizan en el
mundo, y se van poniendo sobre el mapa ramas verdes o
flores previamente preparadas en un rincón de la sala.
«Al verla, Jesús la llamó y le dijo: 'Mujer, quedas libre de tu enfermedad'. Y le aplicó las manos».
— 82 —
— 83 —
6
Tomar una decisión
nacida del agradecimiento
«El llamamiento del rey temporal ayuda
a contemplar la vida del Rey eternal
La oración preparatoria sea la sólita.
El primer preámbulo es composición viendo el lugar;
será aquí ver con la vista imaginativa sinagogas, villas y
castillos por donde Christo nuestro Señor predicaba.
El segundo, demandar la gracia que quiero; será aquí
pedir gracia a nuestro Señor, para que no sea sordo a su
llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su sanctíssima voluntad.
A) PÓRTICO DE ENTRADA
El perdón recibido hace de nosotros hombres y mujeres nuevos, recreados y rehechos para que «no vivamos ya para
nosotros, sino para Aquel que nos amó» (Plegaria Eucarística IV).
La experiencia de la misericordia nos convierte en cauces agradecidos de esa misericordia, y es importante canalizar
toda esa gratitud que ha desencadenado la experiencia de ser
pecadores perdonados.
«Olvidando lo que dejo atrás,
me lanzo hacia delante,
por ver si consigo alcanzar
a aquel por quien he sido alcanzado»,
dice Pablo en la carta a los Filipenses (3,7-14); y es el agradecimiento lo que puede crear en nosotros esa actitud, parecida a la de los atletas que están ya en la pista, tocando
apenas el suelo con las puntas de sus dedos, con todo el
cuerpo en tensión para lanzarse a la carrera en cuanto den la
señal.
El primer puncto es poner delante de mí un rey humano,
elegido de mano de Dios nuestro Señor, a quien hacen reverencia y obedescen todos los príncipes y todos hombres
christianos.
El segundo, mirar cómo este rey habla a todos los suyos,
diciendo: Mi voluntad es de conquistar toda la tierra de infieles; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de ser
contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.;
asimismo ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la
noche, etcétera; porque así después tenga parte conmigo en
la victoria, como la ha tenido en los trabajos.
El tercero, considerar qué deben responder los buenos
subditos a rey tan liberal y tan humano: y, por consiguiente,
si alguno no acceptase la petición de tal rey, quánto sería
digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por
perverso caballero.
La segunda parte deste exercicio consiste en aplicar el
sobredicho exemplo del rey temporal a Christo nuestro Señor,
conforme a los tres punctos dichos.
En el libro de los Ejercicios, san Ignacio propone esta
parábola:
Y quánto al primer puncto, si tal vocación consideramos
del rey temporal a sus subditos, quánto es cosa más digna
de consideración ver a Christo nuestro Señor, rey eterno, y
delante del todo el universo mundo, al qual y cada uno en
particular llama y dice: Mi voluntad es de conquistar todo el
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mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi
Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de trabajar
conmigo, porque, siguiéndome en la pena, también me siga
en la gloria.
El segundo: considerar que todos los que tuvieren juicio
y razón offrescerán todas sus personas al trabajo.
El tercero: los que más se querrán afectar y señalar en
todo servicio de su rey eterno y señor universal, no solamente
offrescerán sus personas al trabajo, mas, aun haciendo contra
su propria sensualidad y contra su amor carnal y mundano,
harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo:
Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación,
con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa y de todos los sanetos y sanctas de la corte celestial, que yo quiero y deseo
y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro
mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas
injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como
spiritual, queriéndome vuestra sanctísima majestad elegir
y rescibir en tal vida y estado.
Primera nota. Este exercicio se hará dos veces al día,
es a saber, a la mañana en levantándose, y a una hora antes
de comer o de cenar.
Segunda nota. Para la segunda semana y así para adelante, mucho aprovecha el leer algunos ratos en los libros
De Imitatione Christi o de los Evangelios y de vidas de
sanctos» (EE 91-100).
Podemos profundizar un poco más en este texto a partir
de su vocabulario:
• Conquistar todo el mundo:
— Posibles equivalentes para hoy: «humanizar», «reconciliar», «liberar», «llevar el Evangelio»...
— 86 —
— La mirada al mundo es una constante profética:
«¿Qué ves Amos...?; ¿Qué ves, Jeremías?»... El encuentro
con Jesús hace de nosotros no tanto «místicos embelesados»
cuanto «cooperadores entusiasmados», porque él es inseparable del Reino.
• Siguiéndome:
— Otras maneras de expresarlo: «caminar con él», «escuchar su Palabra», «ser dóciles a su Espíritu», «tener parte
con él», «ser puestos con él»...
• Trabajar, trabajos, pena, vigilar, enemigos...:
— Es un recuerdo realista del precio del seguimiento y
del hacerse próximos a los que sufren. La vida de Pablo es
una parábola viva de ello: en el momento de su conversión,
el Señor dice a Ananías:
«Éste me es un instrumento de elección que
lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes
y los hijos de Israel; y yo le mostraré todo lo
que tendrá que padecer por mi causa» (Hch
9,15-16).
Según avanza en su ministerio, Pablo va sabiendo por
experiencia lo que son «trabajos» por la causa de Jesús:
«Estamos atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados,
mas no aniquilados. Llevamos siempre en
nuestros cuerpos el morir de Jesús, para que
la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de
Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestra carne mortal. De modo
que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros
la vida» (2 Cor 4,8-12).
• Conmigo:
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— Ahí está el secreto y la fuerza para todo lo anterior.
Ya desde el AT, los creyentes bíblicos sabían que sin estar
seguro de ese conmigo nadie puede arriesgarse:
«Dijo Moisés a YHWH: 'Si realmente he hallado
gracia a tus ojos, hazme saber tu camino, para
que yo te conozca y halle gracia a tus ojos; y
mira que esta gente es tu pueblo'. Respondió
él: 'Yo mismo iré contigo y te daré descanso...'»
(Ex 33,13-14).
«No tengas miedo, que contigo estoy yo para
librarte» (Jer 1,8).
«Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo» (Sal 23,3).
«Subió al monte y escogió a los que quiso, y
vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, con
poder de expulsar demonios» (Me 3,13-15).
«Yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo» (Mt 28,20).
• Tener parte:
— Es la llamada a entrar «en el juego de Jesús», en la
afinidad con él:
«Si no te lavo, no tienes parte conmigo» (Jn
13,8).
«Habéis sido llamados a la comunión de vida
(koinonía) con su Hijo Jesús» (1 Cor 1,9).
• Contento:
— Éste es el tipo de contento que se promete:
«El Reino de los cielos es semejante a un tesoro
escondido en el campo que, al encontrarlo un
hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría,
va, vende todo lo que tiene y compra aquel
campo» (Mt 13,44).
La alegría del «conmigo» (Jesús como tesoro encontrado) es la condición de posibilidad de «venderlo todo» (estar
dispuesto a pasar «trabajos»).
B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
1. La parábola del rey es también una lección de «geometría
espiritual»: propone un triángulo que tiene en cada uno de
sus ángulos estas tres palabras: conmigo-trabajos-contento,
que comunican el secreto de una vida de seguimiento. Y pone
en guardia ante la tentación de intentar mantenerla sobre sólo
dos de ellos:
— conmigo-contento: tentación de no querer pagar el
precio del seguimiento;
— conmigo-trabajos: tentación de un seguimiento voluntarista, con el acento puesto en el hacer;
— trabajos-contento: tentación de buscar la satisfacción de ser eficaz y de enorgullecerse del propio esfuerzo.
* Dedica un t i e m p o de oración a «repasar» esta geometría delante de Jesús. Mira con él tu «triángulo», date
cuenta de cuál es su ángulo más débil, pídele que te ayude
a reforzarlo...
2. En los capítulos 20 y 21 del libro de los Hechos encontramos el testimonio de alguien que no fue sordo al llamamiento de Jesús, «mas presto y diligente para hacer su sanctíssima voluntad» (EE 91). Se trata de Pablo, que, como
Jesús, sube a Jerusalén, donde será arrestado y juzgado:
«Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros
de la Iglesia de Éfeso. Cuando llegaron donde
él, les dijo: 'Vosotros sabéis cómo me comporté
siempre con vosotros desde el primer día en
que entré en Asia, sirviendo al Señor con hu— 89 —
mildad y lágrimas y con las pruebas que me
vinieron por las asechanzas de los judíos; cómo
no me acobardé cuando en algo podía seros
útil; os predicaba y enseñaba en público y por
las casas, dando testimonio, tanto a judíos
como a griegos, para que se convirtieran a Dios
y creyeran en nuestro Señor Jesús.
Mirad que ahora yo, encadenado en el espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí
me sucederá; solamente sé que en cada ciudad
el Espíritu Santo me testifica que me aguardan
prisiones y tribulaciones. Pero yo no considero
mi vida digna de estima, con tal que termine
mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús de dar testimonio del
evangelio de la gracia de Dios'. [...]
Nos detuvimos en Cesárea bastantes días;
bajó entre tanto de Judea un profeta llamado
Ágabo, se acercó a nosotros, tomó el cinturón
de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo:
'Esto dice el Espíritu Santo: así atarán los judíos
en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y lo entregarán en manos de los gentiles'. Al oír esto nosotros y los del lugar, le rogamos que no subiera a Jerusalén. Entonces
Pablo contestó: '¿Por qué lloráis y me destrozáis el corazón? Porque, por el nombre del Señor Jesús, yo estoy dispuesto, no sólo a ser
atado, sino también a dar la vida en Jerusalén'.
Como no se dejaba convencer, dejamos de insistir y dijimos: 'Hágase la voluntad del Señor'»
(Hch 20,17-24; 21,10-14).
Según la antropología bíblica, las funciones esenciales
del ser humano (el pensamiento, la palabra y la acción) se
designan por sus órganos: corazón, boca y manos.
— El corazón, con su correlato exterior, que son los ojos,
expresa la intención profunda, la personalidad consciente, inteligente y libre del ser humano en su intimidad, su lugar oculto, su profundidad y su libertad.
Todo ese mundo se expresa a través de la mirada.
— La boca se abre para hablar, además de ser el órgano con
el que se come y se besa. Comunica todo el decir de
la persona. Su órgano correspondiente son los oídos,
sede de la comprensión y la receptividad.
— Las manos son el órgano de la realización concreta, el
signo de la acción humana. Los pies, que son su correlao, expresan la forma de comportarse de alguien,
el camino que sigue.
* Puedes ir recorriendo toda tu corporalidad — t u corazón/ojos, boca/oídos, manos/pies—y poniéndote con todas tus posibilidades, cualidades y características personales, delante de Jesús, ofreciendo t o d o cuanto eres y
tienes para el servicio del Reino.
4. Acércate a María para escuchar de sus labios lo que dijo
a los sirvientes en las bodas de Cana (Jn 2,1-12):
«Haced lo que él os diga».
* Habíale de tu deseo de seguir a Jesús y de responder
a su llamada. Pídele que abra tus oídos para escuchar lo
que él te dice... y hacerlo.
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
* Puedes repetir internamente algunas de las afirmaciones de Pablo, tratando de hacerlas tuyas.
1. «El alma era lo mismo que una ranita verde»
3. Al final de la parábola del rey temporal, san Ignacio supone que los que quieren seguir a Jesús «offrescerán todas
sus personas al trabajo...» (EE 96).
«El alma era lo mismo que una ranita verde,
largas horas sentada al borde de un rumoroso Mississippi.
Desea el agua, y duda. La desea
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porque es el elemento para que fue creada,
pero teme el bramador empuje del caudal,
y, allá en lo oscuro, aún ignorar querría
aquel inmenso hervor que la puede apartar
(ya sin retorno, hacia el azar sin nombre)
de la ribera dulce, de su costumbre antigua.
Y duda y duda y duda la pobre rana verde.
Y hacia el atardecer, he aquí que, de pronto,
un estruendo creciente retumba derrumbándose,
y enfurecida salta el agua sobre sus lindes,
y sube y salta
como si todo el valle fuera un hontanar hirviente
y crece y salta en rompientes enormes,
donde se desmoronan
torres nevadas contra el huracán,
o ascienden, dilatándose como gigantes flores
que se abrieran al viento,
efímeros arcángeles de espuma.
Y sube, y salta, espuma, aire, bramido,
mientras a entrambos lados rueda o huye,
oruga sigilosa o tigre elástico
(fiera, en fin, con la comba del avance)
la lámina de plomo que el ancho valle oprime.
Oh, si llevó las casas, si desraigó los troncos,
si casi horadó montes,
nadie pregunta por las ranas verdes...
¡Ay, Dios,
cómo me has arrastrado,
cómo me has desarraigado,
cómo me llevas en tu invencible frenesí,
cómo me arrebataste hacia tu amor!
Yo dudaba. No, no dudo:
dame tu incógnita aventura,
tu inundación, tu océano, tu final,
la tromba indefinida de tu mente,
dame tu nombre, en ti»
(D. ALONSO).
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2. Eso que llamamos «vocación»...
— ...no es cosa de unos pocos, sino de todos. Es tan
personal y diferente para cada uno, que sólo él puede responder a esa llamada, tan única e intransferible como el
propio código genético o la huella dactilar.
— Nadie se llama a sí mismo: la iniciativa viene de Otro
y, como en el cuadro de Caravaggio de la vocación de Mateo,
siempre nos asombra y nos hace reaccionar pensando que no
es posible que vaya dirigida a nosotros, que no la merecemos,
que no somos capaces de responder a ella...
— No tiene que ver con los propios méritos ni cualidades; no tiene presupuestos. No necesitamos ser «eminencias», sino estar dispuestos a dejar que Alguien saque partido
de nuestra mediocridad.
— Al principio estamos convencidos de que la respuesta
se juega en una intersección misteriosa entre nuestra generosidad y la decisión arriesgada de fiarnos del proyecto que
Otro tiene sobre nosotros. Hay algo de verdad en ello; pero,
según va pasando la vida, vamos diciendo cada vez con más
convencimiento: «todo lo ha hecho él...».
— Nuestras resistencias y pretextos no son impedimento: los iconos de vocación en la Biblia nos hacen ver que se
resuelven por vía de «lógica alternativa»: Abraham y Sara y
su vejez (Gn 18,12-14); Moisés y su tartamudez (Ex 4,1012); Gedeón y su debilidad (Jue 6,15-16); Jeremías y su
inmadurez (Jer 1,5-8) María y su virginidad (Le 1,34-37);
Pedro y su condición de pecador (Le 5,8-10); Mateo y su
instalación (Mt,9,9); Saulo y su fobia anti-cristiana (Hch 9,19)...
Ninguno de ellos recibió una «explicación convincente»,
aparte del «conmigo» y de la promesa de que va a ser el
Señor mismo quien lo haga:
— «Te daré descendencia», promete Dios a Abraham.
— «¿Quién soy yo para ir a faraón?», había preguntado Moisés; y el Señor contesta: «Yo estaré contigo», que es
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como decir: «Yo te digo quién eres: eres alguien que
me tiene a su lado»...
— Gedeón es enviado a vencer a los madianitas con los 300
que le quedan de los 22.000 hombres que tenía al principio (cf. Jue 7).
— Jeremías ve una rama de almendro y entiende que, lo
mismo que él no es responsable de hacerla florecer,
tampoco será él, sino Dios, quien se encargará de llevar
a término su palabra.
— A María va a envolverla la fuerza del Señor, y será el
Espíritu quien haga fecunda su virginidad.
— A Pedro, es Jesús quien le hace pescador de hombres.
— A Saulo, es Dios quien lo convierte en un vaso de elección...
— Es siempre para una misión: no es un privilegio, sino
una responsabilidad que tiene siempre como «armónicos»
fundamentales la gloria de Dios, la referencia a los otros y
al hacer Reino. Y no es sólo una vocación, sino una convocación: somos llamados con otros (cf. Me 3,13-19).
— No se puede vivir más que por vía de seducción, no
de razonamiento, ni de propia decisión, ni de voluntarismo.
— No se pueden poner condiciones, pero lo que se encuentra desborda lo que se deja:
«Os aseguro que todo el que deje... por mi causa, recibirá cien veces más y heredará vida eterna» (Mt 19,29).
— Ittay de Gat, que siguió a David en su huida:
«Salió el rey a pie con todo el pueblo y se detuvieron en la última casa; estaban con él todos
sus veteranos. Seiscientos hombres que le habían seguido desde Gat marchaban delante del
rey. Y dijo el rey a Ittay el guitita: '¿Por qué has
de venir tú también conmigo? Vuélvete y quédate con el rey, porque eres un extranjero, desterrado también de tu país. Llegaste ayer, ¿y
voy a obligarte hoy a andar errando con nosotros, cuando voy a la ventura? Vuélvete y haz
que tus hermanos se vuelvan contigo, y que el
Señor tenga contigo amor y fidelidad'.
Ittay respondió al rey: '¡Por vida del Señor y
por tu vida, rey mi señor, que donde el rey mi
señor esté, para muerte o para vida, allí estará
tu siervo!'. Entonces David dijo a Ittay: 'Anda
y pasa'» (2 Sm 15,17-22).
• Después de leer estos textos y dejar un tiempo de
silencio, se van leyendo en alto palabras breves del Evangelio
que expresen el «precio» del seguimiento:
«Quien quiera ganar su vida la perderá,
pero quien pierda su vida por mí la encontrar á » ^ 16,25).
«Entrad por la puerta estrecha» (Mt 7,13).
D) CELEBRAR LO VIVIDO
• Presentar dos iconos de seguimiento del AT:
— Rut, que decide seguir a Noemí, su suegra, cuando
vuelve a Belén:
«Donde tú vayas, yo iré;
donde habites, habitaré.
Tu pueblo será mi pueblo,
y tu Dios será mi Dios» (Rut 1,16).
— 94 —
«No andéis preocupados por vuestra vida» (Mt
6,25).
«Amad a vuestros enemigos,
haced el bien a los que os odien» (Le 6,27).
«Si alguno quiere venirse conmigo,
que se niegue a sí mismo,
que tome su cruz y me siga» (Le 9,23).
— 95 —
«Las zorras tienen guaridas,
y los pájaros del cielo nidos;
pero el Hijo del hombre
no tiene donde reclinar la cabeza» (Le 9,58).
7
Tocar el Verbo de la Vida
Después de cada una de estas frases se puede repetir
alguna de los pasajes de Rut o de Ittay de Gat.
Puede expresarse de manera simbólica: cada uno recorta
antes el perfil de su pie en un papel, y se van poniendo todos
en forma de huellas en un camino a lo largo de la celebración.
A) PÓRTICO DE ENTRADA
«Lo que existía desde el principio,
lo que hemos oído,
lo que hemos visto con nuestros ojos,
lo que contemplamos
y tocaron nuestras manos
acerca de la Palabra de vida
—pues la Vida se manifestó,
y nosotros la hemos visto, y damos testimonio
y os anunciamos la Vida eterna
que estaba vuelta hacia el Padre
y que se nos manifestó—,
lo que hemos visto y oído,
os lo anunciamos,
para que también vosotros
estéis en comunión con nosotros.
Y nosotros estamos en comunión con el Padre
y con su Hijo Jesucristo.
Os escribimos esto
para que nuestro gozo sea completo»
(1 Jn 1,1-4).
Después de haber renovado nuestra decisión de seguimiento,
el camino a seguir consiste en conocer internamente a Aquel
— 96 —
— 97 —
a quien seguimos e ir adentrándonos en la contemplación de
su vida, empezando por su encarnación.
El comienzo de la Primera Carta de Juan nos indica
cómo hacerlo: se trata de ver, oír y tocar, y lo que buscamos
es entrar en esa comunión de vida que el Padre nos ofrece
en Jesús y en la que se esconde todo el gozo de nuestra
existencia.
La contemplación que propone san Ignacio en los Ejercicios es un camino excelente para acercarnos al misterio de
la humanidad de Dios:
«La primera contemplación es de la ENCARNACIÓN, y
contiene en sí la oración preparatoria, tres preámbulos y tres
puntos y un coloquio.
La sólita oración preparatoria.
El primer preámbulo es traer la historia de la cosa que
tengo de contemplar; que es aquí cómo las tres personas
divinas miraban toda la planicia o redondez de todo el mundo
llena de hombres, y cómo, viendo que todos descendían al
infierno, se determina en la su eternidad que la segunda
persona se haga hombre, para salvar el género humano; y
así, venida la plenitud de los tiempos, enviando al ángel San
Gabriel a Nuestra Señora.
El segundo, composición viendo el lugar; aquí será ver
la grande capacidad y redondez del mundo, en la qual están
tantas y tan diversas gentes; asimismo, después, particularmente la casa y aposentos de Nuestra Señora, en la ciudad
de Nazaret, en la provincia de Galilea.
El primer puncto es ver las personas, las unas y las
otras; y primero las de la haz de la tierra, en tanta diversidad,
así en trajes como en gestos, unos blancos y otros negros,
unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo,
unos sanos y otros enfermos, unos naciendo y otros muriendo,
etc.;
segundo, ver y considerar las tres personas divinas como
en el su solio real o throno de la su divina majestad, cómo
miran toda la haz y redondez de la tierra y todas las gentes
en tanta ceguedad, y cómo mueren y descienden al infierno;
tercero, ver a Nuestra Señora y al ángel que la saluda;
y refletir para sacar provecho de la tal vista.
El segundo: oír lo que hablan las personas sobre la haz
de la tierra, es a saber, cómo hablan unos con otros, cómo
juran y blasfemian, etc.; asimismo lo que dicen las personas
divinas, es a saber: 'Hagamos redempción del género humano', etc.; y después lo que hablan el ángel y Nuestra
Señora; y refletir después, para sacar provecho de sus palabras.
El tercero: después mirar lo que hacen las personas sobre
la haz de la tierra, así como herir, matar, ir al infierno, etc.;
asimismo lo que hacen las personas divinas, es a saber, obrando la sanctísima incarnación, etc.; y asimismo lo que hacen
el ángel y Nuestra Señora, es a saber, el ángel haciendo su
officio de legado, y Nuestra Señora humiliándose y haciendo
gracias a la divina majestad; y después reflectir, para sacar
algún provecho de cada cosa destas.
El tercero, demandar lo que quiero; será aquí demandar
conoscimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho
hombre, para que más le ame y le siga.
Nota. Conviene aquí notar que esta misma oración preparatoria sin mudarla, como está dicha en el principio, y los
mismos tres preámbulos se han de hacer en esta semana y
en las otras siguientes, mudando la forma según la subiecta
materia.
En fin, hase de hacer un coloquio, pensando lo que debo hablar a las tres Personas divinas, o al Verbo eterno encarnado, o a la Madre y Señora nuestra, pidiendo según
que en sí sintiere, para más seguir e imitar al Señor nuestro, ansí nuevamente encarnado, deciendo un Pater noster»
(EE 101-109).
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Para profundizar en esta contemplación:
— Leerla subrayando los verbos mirar, escuchar, decir,
hacer, para caer en la cuenta de que el contacto con la realidad
se hace a través de los sentidos. Para la Biblia, la diferencia
entre los ídolos de muerte y el Dios vivo está en que ellos
«tienen ojos y no ven,
tienen oídos y no oyen,
tienen manos y no actúan,
tienen pies y no se mueven...» (Sal 135,15),
mientras que YHWH es aquel que dice a Moisés:
«'He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto
y he escuchado el clamor que le arrancan sus
capataces, pues ya conozco sus sufrimientos.
He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para hacerle subir de esta tierra a una
tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana
leche y miel. [...] Por tanto, ve, yo te envío al
Faraón para que saques a mi pueblo de Egipto'.
Dijo Moisés a Dios: '¿Quién soy yo para ir al
Faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?'
Respondió: 'Yo estaré contigo'...» (Ex 3,7-12).
Como dice Adolfo Chércoles, nos lo jugamos todo, no
en la mente ni en las intenciones, ni siquiera en los deseos,
sino, sobre todo, en la mirada, en la escucha, en el corazón,
en los pies, en las manos:
«¿Cuándo te vimos...? Lo que hicisteis con uno
de mis hermanos pequeños...» (Mt 25,39-40).
Es en nuestro contacto con la realidad donde verificamos
la autenticidad de nuestros deseos, propósitos y decisiones,
y por eso necesitamos nacer de nuevo y evangelizar nuestros
sentidos.
— tus ojos c o m o lugar de admiración, ternura, disculpa,
comprensión, compasión..., no como lugar de negatividad, dureza, posesividad, superficialidad, indiferencia, prejuicios...;
— tus oídos c o m o lugar de receptividad, atención, sensibilidad, acogida, escucha..., no c o m o cerrazón, sordera, distracción...;
— tu boca como lugar de canción, de aliento, de ánimo,
de p e r d ó n , de ternura..., no como reproche, murmuración, queja, insulto, crítica, dureza...;
— tus manos como caricia, cercanía, aproximación, respeto, sanación, ayuda, ofrecimiento..., no como posesión, codicia, pasividad, dureza, causa de heridas...;
— tus pies como acercamiento, capacidad de detenerte
junto a los que te necesitan, proximidad, búsqueda..., no como distancia, rodeos, parálisis...;
— tu corazón como compasión, ternura, magnanimidad,
amor solidario, vulnerabilidad..., no como indiferencia, dureza, egoísmo...
Haz esta misma petición a Jesús y a María, q u e , mejor
que nadie, puso toda su persona, disponible y acogedora,
para que la Palabra se hiciera carne en ella.
2. * Haz otro rato de oración insistiendo en la petición de
aprender a mirar, escuchar, decir y actuar como Jesús y
desde los mismos espacios que fueron los suyos:
1. * Vuelve a ponerte con t o d o lo que eres delante del
Padre y pídele que toda tu corporalidad, como la de Jesús,
se ponga al servicio del «hacer redención»:
— desde el corazón del Padre/Madre: la com-pasión, la misericordia, las entrañas de ternura y de comprensión...;
— desde el corazón del mundo, no separado de la gente,
sino cercano a ella, sintiendo que «sus gozos y sufrimientos, sus angustias y esperanzas...» son los t u yos; como levadura en la masa, no como élite separada y que se cree distinta;
— desde los lugares de abajo, desde el punto de vista que
se tiene en esa otra perspectiva, allí d o n d e Jesús t o m ó
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B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
la condición de esclavo. Para san Ignacio son los lugares desde los que mira y escucha el «esclavito indigno» y en los que puede haber «acatamiento, reverencia y servicio».
Desde ahí, ofrece tu vida entera al Padre, como Jesús,
al servicio de la tarea de hacer redención.
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
1. Una manera de mirar
«Acabo de embellecer a una mujer. Hace meses, incluso
años, que no lo hacía. Con una mirada atenta, disfrutaba
antes despertando belleza en rostros que incluso parecían
feos. ¿Por qué he dejado, o casi, de llamar con mis ojos a
la luz que, desde lo profundo de los seres, puede transfigurarles? Sin duda, porque me he dejado ahogar por preocupaciones y miedos que me han abrumado.
tras la barra para maniobrar la cafetera. Cuando se volvió
hacia la sala buscando una taza, con la punta de los dedos
se retiró el pelo. Yo la miraba. Ella no sabía que se estaba
haciendo hermosa. Trajo el café. Era una joven, una mujer
joven, sencillamente, con la fatiga diaria como visible herencia grabada en su rostro. Dejó la taza. Al darme las gracias, después de recoger las monedas, me miró.
»Yo estaba esperando discretamente. Procuraba —¿es
posible del todo?— mirar sin poseer. Fue en aquel instante
cuando estuvo muy hermosa. Detrás de la barra, durante unos
minutos, conservó aquel brillo modesto. Después me di cuenta de que decrecía un poco. Cuando salí, dijo: 'Hasta la vista,
señor', sin particular atención. Ella no sabía nada.
»Salí contento. Tenía ganas de decir a los transeúntes
de rostro cerrado: 'Deteneos un instante, ¿queréis que os
embellezca?'
»¿Cómo he podido olvidar que antes disfrutaba haciendo
que los rostros cantaran? Siento que se trata de mi vida más
honda, la que corre peligro de endurecerse y de morir, la que
sólo existe dándose. ¿Será posible dar hermosura, como el
alfarero o el escultor, con una mirada sobre la arcilla de la
humanidad?» (G. BESSIÉRE).
»Casi había olvidado ese don precario de zahori de la
belleza, cuando entré en un café de la calle Saint-Dominique.
En la barra, unos cuantos clientes ruidosos. La camarera, del
otro lado, doblada sobre la pila, estaba fregando vasos. Rostro
sin expresión. Cuando se enderezó, vi sus rasgos desprovistos
de finura, los ojos hundidos, los cabellos descuidados. Me
senté en una mesa y empecé a sacar unos papeles para trabajar. Dejó el mostrador secándose las manos y vino hacia
mí. Fue entonces cuando sentí ganas de embellecerla. Como
lo hacía antes.
»Me esforcé inmediatamente por desentenderme de
todo, por ser sólo respeto y atención delicada, por hacer como
si en el mundo sólo estuviese ella, y la miré. Sin insistencia;
simplemente. También ella me miraba, enredando distraídamente con el trapo.
— ¿Qué desea, señor?
— Un café, por favor.
»Había empezado ya el milagro. Indescriptible. Y su
cara comenzaba a cambiar, se le animaban los ojos. Se dirigió
«Recuerdo las palabras de Pablo: 'Tened entre vosotros los
mismos sentimientos que tuvo Cristo'; y le pido al Señor que
me ofrezca su corazón... Le veo cómo me quita mi corazón
de piedra y pone en su lugar su corazón de carne...
»Tengo la extraña sensación de regresar a mi mundo
con el corazón de alguien distinto de mí:
«Percibo en mí un vehemente deseo de orar. Corro hacia
mi lugar habitual de oración y siento cómo mi nuevo corazón
hace cosas desacostumbradas...
»Paseo por una calle muy concurrida. Por todas partes
están las multitudes de siempre y, para mi sorpresa, hoy las
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2. El riesgo
miro de un modo extrañamente diferente... Su visión despierta en mí pensamientos y sensaciones totalmente distintos
de los que estoy acostumbrado a tener.
»Me voy hacia mi casa, y por el camino miro a los
árboles y a las aves, a las nubes, a los animales y a toda la
naturaleza con un modo diferente de mirar...
»En casa, en el trabajo, miro a la gente que me desagrada
y descubro que reacciono de distinta manera. Lo mismo ocurre con las personas que anteriormente me resultaban indiferentes. Y, para mi sorpresa, me doy cuenta de que soy
diferente incluso con las personas a las que amo...
»Observo que con este mi nuevo corazón soy fuerte en
ciertas situaciones que anteriormente trataba de eludir. Hay
ocasiones en las que mi corazón se deshace en ternura, y
otras en las que se consume de indignación...
»Mi nuevo corazón me hace independiente: sigo estando
apegado a muchas cosas, pero mi adhesión a ellas va desapareciendo, me siento libre para desprenderme de ellas...
»Y lo compruebo con deleite, pasando de un apego a
otro.
»Luego me asusto al comprobar que esto me lleva a
situaciones que me ocasionan problemas. Me encuentro metido en asuntos que ponen fin a mi deseo de comodidad, digo
cosas que provocan la enemistad...
2. El Verbo se hizo carne
«En Jesús, el Verbo se hizo carne,
palabra corporal vestida de tiempo y espacio,
grito y temblor, gesto y ternura,
accesible al ojo, a la caricia y al oído,
originalidad inagotable,
surgiendo en medio de la vida cotidiana,
fidelidad crucificada,
espesor humano resucitando desde el sepulcro
del sanedrín y del imperio
por la fuerza del Espíritu.
Todo nuestro cuerpo espera esta Palabra,
desde el primer segundo de existencia,
para irse haciendo,
en el encuentro con ella,
carne liberada,
cosmos redimido,
transparente destello del dolor cotidiano,
esperanza que brilla
en medio de los límites de la condición humana,
pedazo de historia transportada al infinito
en la reconciliación, sin fin y sin distancias,
de la vida resucitada.
»Por último, vuelvo a la presencia del Señor para devolverle su corazón. Ha sido emocionante estar provisto del
corazón del propio Cristo, pero sé que aún no estoy listo para
ello. Todavía necesito proteger mi propio yo...
El Verbo encarnado
está todo él orientado hacia nosotros,
esfuerzo infinito de Dios que se expresa
en la cercanía corporal de una vida caminante
por los más estrechos callejones torcidos,
de la misma manera que se adentra por su Espíritu
hasta la más íntima puerta estrecha de mí mismo.
»Pero, aunque vuelvo a tener de nuevo mi pobre corazón, sé que voy a ser una persona diferente, porque, aun
cuando sólo haya sido un momento, he experimentado lo que
significa tener ese corazón, tener en mí los mismos sentimientos que tuvo nuestro Señor Jesucristo» (T. DE MELLO).
Y todos nosotros,
llenos de nombres y de fechas,
de aromas y de golpes en las costuras de la carne,
nos vamos haciendo infinitos
en su abrazo» (B. GONZÁLEZ BUELTA).
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D) CELEBRAR LO VIVIDO
Poner en la sala un icono o imagen de María y, al lado, una
sillita baja vacía.
Leer el evangelio de la anunciación, pero narrado por
ella:
«Al sexto mes, me fue enviado por el Señor el
ángel Gabriel, estando yo desposada con un
hombre de la casa de David llamado José. Mi
nombre es María. Y, entrando donde yo estaba,
me dijo: '¡Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo!' Yo me turbé al oír estas palabras
y discurría qué podía significar aquel saludo. El
ángel me dijo: 'No temas, María, porque has
hallado gracia delante de Dios: vas a concebir
en tu seno y vas a dar a luz un hijo a quien
pondrás por nombre Jesús. Él será grande y
será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios
le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos de los siglos,
y su reino no tendrá fin'.
«Lo que oí y lo que vi con mis ojos,
lo que contemplé y toqué con mis manos
de la Palabra de vida
—porque la Vida se manifestó, y yo la he visto
y doy testimonio y te anuncio
la vida eterna que estaba con el Padre
y que se me manifestó—,
lo que he visto y he oído te lo anuncio,
para que también tú estés en comunión conmigo
y estemos todos en comunión con el Padre
y con Jesús, su hijo...» (cf. 1 Jn 1,1-4).
Al final, hacer una oración pidiendo a María que nos
ayude a «nacer de nuevo», que cure nuestros ojos, oídos,
boca, manos, corazón... y los vaya haciendo semejantes a
los de Jesús que ella tejió en su seno.
Yo respondí al ángel: '¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?' El ángel me respondió: 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder
del Altísimo te cubrirá con sus sombra; por eso,
el que va a nacer será santo y será llamado Hijo
de Dios. Mira, también Isabel, tu parienta, ha
concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el
sexto mes de aquella a la que llamaban estéril,
porque nada es imposible para Dios'.
Entonces yo dije: 'Aquí está la esclava del
Señor: que se haga en mí según tu palabra'. Y
el ángel, dejándome, se fue» (cf. Le 1,26-38).
Dejar un rato de silencio y leer después, también como
pronunciado por ella, el comienzo de la Primera Carta de
Juan:
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8
Hacerse como un niño.
Hacerse como «ese» niño
A) PÓRTICO DE ENTRADA
Los dos primeros capítulos del evangelio de san Lucas son
como un preludio sinfónico a la nueva sabiduría del Evangelio. Están formados por una serie de escenas en las que el
evangelista propone, provocativamente, una serie de oposiciones:
— un descampado a las afueras de Belén, donde unos
pastores cuidan sus rebaños a la intemperie.
Se nombra a personas «importantes»:
— Herodes, rey de Judea;
— César Augusto, emperador romano, con poder de
ordenar un censo mundial;
— Cirino, gobernador de Siria;
— doctores y maestros, conocedores de la Ley;
y también a personas aparentemente insignificantes:
— Zacarías e Isabel, ancianos y estériles y, por lo tanto,
sin futuro;
— una muchacha de Nazaret llamada María, que, junto
con José, su esposo, no encuentra sitio en la posada;
— unos pastores, profesión tenida como sospechosa y
propia de gente despreciable y poco escrupulosa en el
cumplimiento de la Ley;
— Ana, una anciana viuda, situación que en Israel representaba la escala social más desvalida.
Hay lugares «de arriba»:
— Jerusalén y Roma;
— el templo donde tiene su visión Zacarías, adonde
suben a presentar al niño y donde éste «se pierde» a
los doce años;
— una posada en la que algunos tuvieron sitio;
— el ámbito de lo sacral y cultual y el de los doctores
y maestros de la Ley.
Hay lugares «de abajo»:
— Nazaret, una aldea minúscula, de la que hay que
precisar que estaba en Galilea (Le 1,26), porque, si no,
casi nadie sabría dónde estaba;
— Belén, «menor entre las ciudades de Judá», como
la denominó el profeta Miqueas (Mi 5,1);
— un establo, al que van a parar José y María, y un
pesebre, en el que acuestan al niño;
Lucas juega también con otras oposiciones:
— la vejez de muchos personajes (Zacarías, Isabel,
Simeón y Ana) frente a la juventud de María y la niñez
de Juan y Jesús;
— la oscuridad de la noche en que nace Jesús y la luz
que ilumina a los pastores;
— el ámbito de lo terreno: gente corriente obligada a
desplazarse para acatar la orden del emperador, desprovista de privilegios y de medios, forzada a que el
parto de María tenga lugar en un establo, obediente a
las normas de purificación de la Ley judía; conversaciones y comentarios de vecinos...; y, frente a él,
— el ámbito del cielo: un ángel que se aparece a Zacarías y le anuncia el fin de su esterilidad; otro ángel,
Gabriel, que trae un mensaje a María; otro «ángel del
Señor» que anuncia a los pastores la buena noticia del
nacimiento de un salvador; un ejército celestial que
alaba a Dios e inunda la noche con su himno; la gloria
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de Dios que envuelve con su resplandor a los pastores...;
— el mundo de los hambrientos y humildes que aparecen en el cántico de María (Le 1,46-55) frente a los
poderosos, ricos, soberbios;
— el verbo bajar («bajó con ellos a Nazaret...»: Le
2,51) frente al crecer («el niño crecía en sabiduría, en
estatura y en gracia...»: Le 2,52).
Podríamos decir que los relatos de la infancia que ofrece
Lucas son un preludio de lo que va a ser todo su evangelio,
y en ellos aparece ya la «revolución de los adverbios» a que
vamos a asistir en toda la vida y palabras de Jesús.
B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
1. Contempla el icono de los pastores de Belén, que en
medio de la noche recibieron la noticia de «una gran alegría
para todo el pueblo»: «Hoy os ha nacido el Salvador...»
* Acércate a Belén a escuchar ese «evangelio» que se te
anuncia también a t i , esa gran noticia que cada ser humano
puede repetir con asombro: «Me ha nacido un Salvador».
«Todo esto por mí», recuerda san Ignacio: atrévete a
pensar que tú has provocado la encarnación.
2. Ellos escucharon también el himno de los ángeles: «Gloria
a Dios..., paz a los hombres». Lucas escribe su evangelio
mucho tiempo después de la resurrección de Jesús; y es como
si, mirando lo que fueron su vida y su muerte, el evangelista
quisiera hacernos ver que, desde su nacimiento, todo su ser
estuvo «polarizado» por la gloria del Padre y por el deseo
de conseguir para nosotros eso que la Biblia denomina «paz»
y que supone la plenitud total del ser humano, el éxito definitivo de su existencia.
* Acércate a Belén a escuchar, para que esa «música»
que fue «la banda sonora» de Jesús vaya haciéndose también la banda sonora de tu vida; y para que tu interés, tu
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atención, tu deseo, tu decir y tu hacer vayan coincidiendo
cada vez más con los de Jesús en su pasión por el Padre y
por el Reino.
* Acércate a Belén a dejarte querer, a aceptar que estén
dirigidas también a ti las palabras que oyeron los pastores:
«Paz a los hombres a quienes ama el Señor»...
Siéntete envuelto en esa complacencia de Dios; experimenta la alegría de «caerle bien», de ser objeto de su
amor gratuito, de no necesitar «hacer méritos» para conseguir ese amor, porque lo propio de la gracia es ser absolutamente inmerecida y desbordar cualquier expectativa
por nuestra parte. Consiente en ese amor torrencial y envolvente de Dios que se nos regala en Jesús, y deja que
brote en ti una urgencia agradecida de responder a ese
amor.
* Acércate a Belén a recibir esa gran alegría que es para
todo el pueblo: imagina tu vida como comunicación y contagio de ese gozo destinado a llegar a todos. Siente sobre
ti la fuerza del Espíritu que te envía «a dar la buena noticia
a los pobres...» (Is 61,1).
3. «Cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían: 'Vayamos, pues, hasta
Belén, y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos
ha manifestado'. Y fueron a toda prisa y encontraron
a María y a José, y al niño acostado en el pesebre».
El anuncio del ángel ha movilizado en ellos todo su
deseo y su búsqueda, y han ido «a toda prisa», obedeciendo
a una palabra que les señalaba como lugar de encuentro el
que nunca habrían imaginado.
* Acércate a Belén a mirar y a asombrarte, a transformar la imagen que tienes de Dios: «Dios es este niño». «La
comunicación de Dios se ha hecho debilidad humana y ha
plantado su tienda entre nosotros» (Jn 1,14).
* Acércate a Belén a tocar la debilidad de Dios, a experimentar c ó m o , en medio de la hostilidad de un m u n d o
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que se cierra a recibirlo, él hace presente su ternura, su
accesibilidad total, en el cuerpo de un niño que se pone
en nuestras manos. Hazte consciente de que cada vez que
tocas tu propia debilidad o la de tus hermanos estás aprendiendo a tocar la debilidad de Dios.
* Pídele a María que te enseñe a guardar en tu corazón
esa palabra que te señala los lugares de abajo como aquellos en los que vas a encontrar a su hijo...
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
1. Si Lucas nos contara...
«Las zorras tienen madrigueras,
y las aves del cielo nidos;
pero el Hijo del hombre
no tiene donde reclinar la cabeza» (Le 9,58).
Era uno de los dichos de Jesús que circulaban por la
comunidad cuando los que habían vivido con él contaban
cómo en su vida itinerante dormían a veces a la intemperie
y carecían de un techo fijo donde cobijarse cada noche.
«No es extraño», decían, «tampoco lo tuvo en su nacimiento, y su madre cuenta que tuvo que acostarlo en un
pesebre de las afueras de Belén cuando vinieron a empadronarse por el edicto del César».
Vinieron a mi memoria las palabras de Isaías:
«Conoce el buey a su dueño,
y la muía el pesebre de su amo;
pero Israel no me conoce,
mi pueblo no comprende» (Is 1,3),
y aquellas otras de Miqueas:
«Y tú, Belén, pueblo de Judá,
aunque eres la más pequeña de las ciudades
de Judá,
de ti nacerá el caudillo
que regirá las tribus de Israel» (Mi 5,2).
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Tomé la decisión de visitar el pueblo que había sido
también cuna de David. ¡Qué nombre tan apropiado: «Betlehem», «casa del pan»...!, pensaba yo mientras atravesaba
los mismos sembrados en los que debió de espigar Rut, la
moabita.
En las pequeñas colinas de los alrededores pastaban rebaños de ovejas y cabras, y me acerqué a hablar con los
pastores. Era gente ruda, acostumbrada al silencio, poco amiga de conversaciones y recelosa de los forasteros, como si
temieran miradas de reproche a sus vidas, tan alejadas de la
pureza ritual y de las prescripciones de la Ley.
Así era mucha de la gente que rodeaba a Jesús, según
me habían contado sus discípulos:
«Tenía una extraña preferencia por la gente más perdida, como si todas las separaciones y exclusiones se
derritieran ante el calor de su acogida».
Me enseñaron las grutas escondidas en las laderas de
las colinas; y, después de que encerraran los rebaños, acepté
el pan y el cuenco de leche que me ofrecieron y me tendí
entre ellos al raso. Era una noche sin luna, y las estrellas
casi podían tocarse con la mano.
«El pueblo que caminaba en tinieblas
vio una luz grande;
a los que caminaban en sombras
una luz les brilló...
Porque nos ha nacido un niño,
un hijo se nos ha dado» (Is 9,1-5).
De pronto, la profecía de Isaías revelaba su sentido y
su cumplimiento: aquella noche, el resplandor de la gloria
de Dios había vencido a las tinieblas y había inundado de
claridad la noche del mundo. Era un anticipo de la victoria
del Resucitado, al que ahora celebramos vivo entre nosotros,
brillando con la estrella de la mañana.
«Voy a hacer pasar delante de ti
todo lo mejor que tengo»,
había prometido Dios a Moisés en el Sinaí (Ex 33,19).
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Aquella noche de Belén, en alguna de aquellas grutas,
lo mejor de nuestro Dios —su misericordia entrañable, la
ternura de su amor, la fuerza de su fidelidad— se manifestó
por primera vez entre nosotros. El Dios que se había revelado
en la tormenta del monte, envuelto en la nube, mostraba
ahora su rostro y hacía descansar su gloria en la fragilidad
de un niño.
En medio de la oscuridad de la noche, sentí enHo hondo
de mi corazón, como si fuera el susurro de un ángel, la certeza
de estar envuelto en la paz que Dios concede gratuitamente
a todos los hombres y mujeres, a los que él quiere tanto.
2. Con un niño de la mano
En el Evangelio encontramos a veces recomendaciones de
Jesús que parecen contradictorias: se nos exhorta a ser «prudentes como serpientes y sencillos como palomas» (Mt
10,16); a ser limpios de corazón (Mt 5,8) y sagaces como el
administrador que se aseguró el futuro (Le 16,1-8); a hacernos
«como niños» (Mt 18,2) y, a la vez, actuar con la fuerza de
adultos: «Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios...» (cf. Mt 9,8).
Son actitudes que sólo cuando se intentan vivir a la vez
descubren todo su potencial de sabiduría.
También en Is 7,4 encontramos una llamada parecida:
se la hace el profeta al rey Acaz, atemorizado ante la amenaza
de los enemigos que sitian Jerusalén: «¡Vigila y conserva la
tranquilidad!».
Y eso significa, por un lado, estar despierto, alerta,
activo, con los ojos abiertos... y, a la vez, tranquilo, confiado, sosegado, abandonado, seguro...
Evidentemente, la segunda actitud era mucho más difícil
para el rey, dadas las circunstancias; por eso, el Señor pide
a Isaías que realice una acción simbólica y vaya al encuentro
del rey con su hijo de la mano. Era ése el icono de confianza
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en Dios que Acaz necesitaba para salir de su miedo: un niño
indefenso y débil, agarrado de la mano de su padre y avanzando en medio de una ciudad febrilmente ocupada en preparativos de defensa. Lo que el Señor va a recordar después
a Acaz es lo mismo que ha visto en la imagen del profeta
con el niño de la mano: «Si no os afirmáis en mí, no seréis
firmes» (7,9b); y utiliza la raíz 'MN, que significa «ser sólido, ser firme, sostener, llevar», y en otra conjugación: «apoyarse, ser sostenido, fiarse, creer...» (es la misma raíz de
«amén»).
Por eso la frase podría traducirse así: «Si no os atrevéis
a fiaros, nunca experimentaréis que sois sostenidos».
La imagen del profeta con un niño de la mano nos remite
a la señal que se da a los pastores:
«Encontraréis a un niño envuelto en pañales y
recostado en un pesebre» (Le 2,12),
y que nos llama a:
— aprender de los niños: su tranquilo abandono, su incapacidad para disimular su fragilidad, su confianza en
la mano del que los lleva;
— reconocer al «niño» que todos llevamos dentro: nuestras
posibilidades de crecimiento y de cambio y las de los
demás; dar tiempo y espacio para que todo eso pueda
crecer; no asombrarnos de nuestra debilidad ni de la de
los otros; ser capaces de manifestar sentimientos y de
demostrar ternura...
— acoger al Dios que viene a nosotros «con un Niño de
la mano»: no se acerca con poder, sino con debilidad;
no se impone, sino que llama a nuestra puerta; no nos
habla desde el Sinaí, sino desde un pesebre, y ahí nos
invita a encontrarlo.
Pero ese y no otro es «el Dios del AMÉN», el Dios en
quien podemos apoyarnos para experimentar que somos sostenidos.
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3. Un lenguaje común
Existe una preciosa coincidencia entre el lenguaje de los
evangelios de la infancia de Jesús, el de los iconos de la
Natividad y el de san Ignacio en la contemplación del nacimiento (EE 116): hablan a la vez del niño, del crucificado
y del resucitado como del único misterio de Jesús, que se
nos va revelando con diferentes acentos y en distintos momentos:
— cuando en el evangelio de Lucas se pone de relieve
que «no hubo lugar para ellos en la posada» (Le 2,7), se está
evocando el rechazo del mundo judío que llevará a Jesús a
la muerte (Juan lo expresará diciendo que «los suyos no lo
recibieron»: Jn 1,11);
— la narración de Mateo sobre los magos de Oriente
está basada en diferentes textos del Antiguo Testamento, pero
entendidos en la clave del misterio pascual: la estrella, además de citar Num 24,17 («avanza la estrella de Jacob, un
cetro surge de Israel...»), era un símbolo de Cristo Resucitado
en la liturgia más antigua; la mirra que Mateo añade al oro
y al incienso de que habla Is 60,6 es una alusión clara a la
muerte de Jesús y a la unción de su cuerpo (Me 16,1; Le
24,1);
— verbos que aparecen en los relatos del nacimiento
vuelven a estar referidos a Jesús en la pasión: «Se levantó
José, tomó al niño y a su madre...» (Mt 2,14); «José lo
tomó, lo envolvió en una sábana de lino limpia...»; «Entonces Pilato tomó a Jesús...» (Jn 19,1);
— en los relatos sobre la sepultura de Jesús y sobre
algunas de las apariciones a las mujeres, hay un contexto de
nacimiento: aparecen una «María» y un «José» (cf. Mt 27,5761); unos lienzos evocan los pañales de Belén (Mt 27,59);
las mujeres, después de su encuentro con el ángel, van aprisa,
como María en la Visitación (cf. Mt 28,8)...;
vendas, según la costumbre de enterramiento judío (cf. Jn
11,44; 20,3-7). El oscuro agujero de la tierra en el que se
deposita a Jesús representa su descenso a los infiernos ya
resucitado.
— San Ignacio invita a «mirar y considerar lo que hacen
[las personas], así como es el caminar y trabajar, para que
el Señor sea nascido en summa pobreza y, a cabo de tantos
trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias
y afrentas, para morir en cruz; y todo eso por mí; después,
reflitiendo, sacar algún provecho spiritual» (EE 116).
D) CELEBRAR LO VIVIDO
Ambientar la sala con algún símbolo que pueda evocar el
«icono de los buscadores de Oriente»: una estrella, un montón de paja en el suelo, una imagen del Niño, incienso, una
caja abierta...
Leer el evangelio de la adoración de los magos (Mt 2,112). Algunas expresiones de este texto pueden estar escritas
en letras grandes en las paredes de la sala:
— «¿Dónde está el rey de los judíos?»
— «Hemos visto su estrella».
— «Venimos a adorarle».
— «Al ver la estrella se llenaron de alegría».
— «Vieron al niño con María, su madre».
— «Postrándose, le adoraron».
— «Abrieron sus tesoros».
— «Le ofrecieron dones...»
— en los iconos de la Natividad, el niño descansa, no
en un pesebre, sino en un sarcófago, y está envuelto en
Dejar un rato de silencio para que cada cual pueda identificarse con esos personajes, que son el símbolo de tantos
hombres y mujeres que, en cualquier parte del mundo, se
preguntan, buscan y caminan incansables; y también de la
fidelidad de tantos creyentes a lo que Dios les indica; de la
contemplación, la adoración y la entrega generosa de todo
cuanto se es y se tiene...
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Compartir después la expresión que más haya impresionado a cada uno, y terminar con un cántico, con el texto
convertido en oración o con el himno de Epifanía:
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Aprender la sabiduría de Nazaret
«Reyes que venís por ella,
no busquéis la estrella ya
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas...»
A) PÓRTICO DE ENTRADA
Todo el evangelio está presente «en estado de germen» en
Nazaret. «La vida de Jesús— dice P. Sánchez Ramos— es
como una sinfonía en dos tiempos: un tiempo largo, que es
Nazaret, y otro breve, que es la etapa itinerante. Pero la
'melodía dominante» se encuentra en los dos tiempos, aunque
el 'colorido musical' sea distinto; porque lo que Jesús anuncia
en su vida itinerante es la experiencia acumulada en los años
silenciosos y testimoniales de su vida oculta».
Nazaret es el «ambiente ecológico» en que crece Jesús,
y a ese lugar teológico volvemos siempre los cristianos como
a la casa materna a la que uno va a reponerse y convalecer,
a desidentificarse de las formas de poder, riqueza y suficiencia, a reencontrar el gusto por lo sencillo, a recobrar la
interioridad y los valores del Evangelio, a renacer en «la
matriz de las bienaventuranzas»...
En Nazaret podemos «recuperar» a María, porque allí
la encontramos sin pedestal ni hornacina, sino calzada con
sandalias, recorriendo cada día el camino hacia la fuente,
guardando en su corazón el rostro, las palabras, los gestos
de su hijo.
Nazaret es el lugar de la nueva sabiduría; esa sabiduría
en la que, según Lucas, iba creciendo Jesús, además de crecer
en estatura y en gracia (Le 2,52).
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B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
1. Nicodemo puede ser el icono evangélico que te introduzca
en la oración de hoy. Jesús le había dicho:
«'En verdad, en verdad te digo: el que no nazca
de lo alto no puede ver el Reino de Dios'. Nicodemo contestó: '¿Cómo puede uno nacer
siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez
en el seno de su madre y nacer de nuevo?'...»
(Jn 3,3- 4).
Nicodemo expresa todos los escepticismos y reticencias
de nuestro «hombre viejo» que no cree posible vivir de adulto
esas actitudes que el Evangelio llama «hacerse como niños»:
confiar, abandonarse, ser sencillo, tener capacidad de asombro, saberse querido y cuidado por Alguien mayor, seguridad
de estar en buenas manos...
* Acércate a Nazaret a reencontrar esa manera madura
de ser niño. Pide a María, sobre la que descansa el Espíritu,
que te ayude en ese nuevo nacimiento, en esa nueva manera de mirar, pensar, juzgar, sentir, actuar... que es la de
su hijo, al que ella vio allí crecer y llenarse de gracia.
2. Es en la infancia donde se aprende el lenguaje, y en ella
aprendió Jesús a manejar «según Dios» los adverbios que
resumen gran parte de las paradojas del Evangelio: los que
creen estar lejos (publícanos, pecadores, gente ignorante...)
son los que para Jesús están cerca; los que a los ojos de todos
estaban fuera (de la ley, de la Alianza, del Reino...) para él
están dentro; los que parecían ser menos (los pobres, los
niños, los débiles...) para él son los más, los mayores, los
importantes; los que se creían arriba (fariseos, saduceos,
escribas, sacerdotes...) resultan estar mucho más abajo que
los que ocupaban los últimos lugares de la escala social y
religiosa...
dentro, cerca, arriba, más..., porque los que tienen preferencia en el corazón de Dios son los hambrientos y humildes, que a los ojos del mundo son los de fuera, lejos,
abajo, menos...
* Acércate a Nazaret a aprender j u n t o a Jesús ese lenguaje que encierra toda la novedad del Reino. Pídele a
María que «te ponga con Jesús», que te enseñe a mirar y
calificar así la realidad.
Recorre tus lugares de relación, mira desde esta perspectiva de «revolución de adverbios» a las personas con
las que convives o trabajas. Pide des-aprender tu viejo lenguaje «mundano» y ser recibido en la novedad del lenguaje
evangélico.
3. «María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Le 1,66; 2,19). Ya hemos visto
cómo esta expresión hay que entenderla como un trabajo que
María realiza en el «laboratorio» de su corazón para unificar
lo que conoce por la Palabra y la realidad que va aconteciendo
ante sus ojos y que aparentemente no coincide con lo que el
ángel le había anunciado:
«será grande»;
«Dios le dará el trono de David su padre...»;
«reinará sobre la casa de Jacob por los siglos,
y su reino no tendrá fin»... (Le 1,32-33).
Tanto las circunstancias del nacimiento de su hijo como
la manera de transcurrir la infancia y la juventud de éste en
la oscuridad de Nazaret parecían contradecir las promesas
mesiánicas, y María necesita hacer ese trabajo creyente de
unificación, de mirada más allá de las apariencias, de conciliación de lo que escuchaba con lo que veía, de la Palabra
con la vida cotidiana...
Su madre había comenzado en el Magníficat a mirar y
hablar así: los soberbios, poderosos y ricos no son los de
* Acércate a Nazaret para aprender a ser creyente así.
Siéntate j u n t o a María y habla con ella de las dificultades
de tu fe, de tus oscuridades y tus dudas. Pídele que haga
tu corazón parecido al suyo, que te contagie su capacidad
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de ir y venir de la realidad a la Palabra, y de la Palabra a la
realidad, para que tu vida se vaya unificando. Cuéntale lo
que ya vas aprendiendo de la gente sencilla y del Evangelio...
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
su familia; visité a Rubén, un comerciante de maderas que
había conocido a José, y charlé con algunos otros: era gente
hosca, marcada por muchos años de resistencia.
Cené dátiles y nueces con vino de Galilea en casa de
unos parientes de María que me brindaron hospitalidad, y la
sobremesa, a la luz de un candil de aceite, se prolongó hasta
bien entrada la noche. Me llevaron a la casa donde ella había
vivido y a la otra, muy cercana, adonde se trasladó a vivir
al casarse con José y donde transcurrieron la infancia y la
juventud de Jesús.
1. Si Lucas nos hablara de Nazaret...
«Cuando Jesús era niño y jugaba haciendo pajaritos de barro,
soplaba sobre ellos, y volaban... Y María su madre, de pequeña, comía de manos de los ángeles, y su rostro resplandecía como el sol»...
Por las comunidades habían empezado a circular historias como ésta, llenas de milagros y sucesos portentosos
que me dejaban perplejo y lleno de preguntas. No era eso lo
que yo había escuchado, más con el corazón que con los
oídos, en las narraciones, tan sobrias, de María, y por eso
me decidí a visitar Nazaret: necesitaba conocer con mis propios ojos los lugares de los comienzos, y que fueran ellos
mismos los que me hablasen.
El día en que emprendí el viaje a Galilea, sentía una
extraña impaciencia, mezclada con un profundo respeto. Presentía que, como Moisés, me estaba aproximando a una zarza
ardiente donde me esperaba la revelación del misterio de
nuestro Dios. Era consciente de que los galileos no tenían
buena fama: los romanos recelaban de su talante levantisco
e indómito y eran sospechosos para los judíos, porque se
mezclaban demasiado con los paganos. Pero había sido precisamente allí donde había empezado todo.
Atravesé Samaría y, cuando llegué a Nazaret, me decepcionó su insignificancia: un puñado de casas medio excavadas en la falda de una colina rodeada de montes que,
desde el Líbano, descienden hasta la llanura de Esdrelón. Me
acerqué a beber en la única fuente del pueblo y contemplé
cómo algunas mujeres se inclinaban para llenar sus cántaros
en el grueso caño de la fuente. Hablé con ellas, entré en el
taller de Dimas, el curtidor, que se había bautizado con toda
Leo en los periódicos noticias de apariciones, imágenes que
lloran lágrimas de sangre, gente que habla de curaciones
milagrosas o de visiones y mensajes celestiales...
Suelo ser muy escéptica ante todo ello, pero a veces
encuentro demasiado austera mi fe, y el silencio de Dios me
pesa como si fuera una ausencia.
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Al día siguiente, emprendí de nuevo el camino hacia
Jerusalén; pero, antes de abandonar Nazaret, me detuve de
nuevo junto a la fuente. Amanecía un día como cualquier
otro: un pastor me saludó con su áspero acento galileo; una
mujer se afanaba cavando su huerto; el pueblo despertaba a
su vida cotidiana, sin portentos ni milagros...
Y aquella visión fue la zarza ardiente, que me reveló
algo del Dios que volvía a sorprenderme, que cuestionaba
mi manera de mirar y de juzgar, que me invitaba a entrar en
el misterio de su elección: volcar su gracia sobre una muchacha desconocida; hacer descansar sobre ella, como sobre
el Arca de la Alianza, la gloria de su Espíritu; elegir la sombra
de una aldea perdida como lugar silencioso de crecimiento
y maduración del que había venido a ser la luz del mundo.
Ésa era la acción portentosa de Dios, su verdadero milagro,
y sólo cabía responder como María lo había hecho: diciendo
«Aquí estoy», «hágase», «mi alma proclama la grandeza del
Señor».
2. Volver a Nazaret
¿Por qué calla y parece esconderse? ¿Por qué no se
revela con mayor claridad? ¿Por qué permite que la vida
diaria sea tan oscura y que sea tan difícil rastrear en ella los
signos de su presencia? ¿Por qué es tan lento el crecimiento
humano y tan pesadas las leyes de la maduración?
Sólo volver a Nazaret sosiega mis preguntas y me proporciona un lugar de descanso para mis inquietudes. Acudo
allí para curar mis fiebres de eficacia, para acallar mis tentaciones de dominar el tiempo, para soportar la monotonía
del trabajo diario y la impresión de que en el mundo no
avanza lo bueno ni la realidad da noticia del Dios vivo.
«En Gabaón, YHWH se apareció a Salomón en
sueños por la noche y le dijo: 'Pídeme lo que
quieras que te dé'. Salomón dijo: 'Concede a
tu siervo un corazón que escuche para juzgar
a tu pueblo, para discernir entre el bien y el
mal...' Le dijo Dios: 'Porque has pedido esto,
porque, en vez de pedir larga vida, riquezas o
la muerte de tus enemigos, has pedido discernimiento para saber juzgar, cumplo tu ruego y
te doy un corazón sabio e inteligente como no
lo hubo antes de ti ni lo habrá después'» (1 Re
3,5-12).
Releo el final del capítulo segundo de Lucas:
«Bajó con ellos a Nazaret y les estaba sujeto.
Su madre guardaba todas estas cosas
en su corazón.
Y el niño crecía en edad, en sabiduría
y en gracia
delante de Dios y de los hombres».
Son palabras que me recuerdan que el crecimiento del
Reino está escondido; que el silencio y la pobreza son tesoros
ocultos; que las cosas de Dios se conocen desde el corazón;
que su Hijo se acostumbró a ser hombre en la oscuridad de
lo cotidiano, desde el trabajo anónimo en una aldea perdida.
Y entonces ya no necesito lo maravilloso, porque caigo
en la cuenta de que vivo sumergida en ello, y dejo de reclamar
milagros ante ese Milagro que nuestra historia alberga en sus
entrañas: Dios tiene el nombre de Emmanuel; Dios se llama
Jesús y ha querido plantar su tienda en medio de nosotros.
3. Rondando la sabiduría
El interés por la sabiduría recorre toda la Escritura y es uno
de los temas de reflexión al que se vuelve una y otra vez,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento:
Es el don que el Señor concede a Salomón:
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La Sabiduría es como una novia a la que se ronda y se busca:
«La quise y la rondé desde muchacho
y la pretendí como esposa, enamorado de su
hermosura.
Por eso decidí unir nuestras vidas,
seguro de que sería mi consejera en la dicha,
mi alivio en la pesadumbre y en la tristeza...»
(Sab 8,2.9).
«Dichoso aquel que piensa en la Sabiduría
y pretende la Prudencia,
el que presta atención a sus caminos
y se fija en sus sendas;
sale tras ella a espiarla
y acecha junto a su portal,
mira por sus ventanas
y escucha a su puerta,
acampa junto a su casa
y clava sus estacas junto a su pared,
pone su tienda junto a ella
y se acomoda como buen vecino,
pone nido en su ramaje
y mora entre su fronda,
se protege del bochorno a su sombra
y habita en su morada» (Eclo 14,20-27).
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En Job 28 asistimos a un desvelamiento progresivo
de dónde encontrarla: después de la descripción de
los vv 1-11, surge la pregunta:
«Pero la Sabiduría, ¿de dónde viene?,
¿cuál es la sede de la prudencia?» (v. 12),
y se va recorriendo una serie de lugares donde no se la
encuentra.
«Sólo Dios sabe su camino,
sólo él conoce su yacimiento» (v. 23),
es la conclusión final (cf. también, Pr 1,13-26 y 8,22-36).
Lucas pone en boca de Jesús esta afirmación: «aquí
está uno que es mayor que Salomón» (Le
11,32). Se trata de una nueva sabiduría, de la que Pablo
vuelve a hablar:
«Los judíos piden señales, y los griegos buscan
sabiduría; pero nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para los llamados,
lo mismo judíos que gentiles, fuerza de Dios y
Sabiduría de Dios» (1 Cor 1,22-24).
Los capítulos 1-2 de la Primera Carta a los Corintios
ofrecen una larga reflexión sobre esa sabiduría de Dios, «alternativa» a los saberes humanos, que nos es concedida en
Jesús.
Desde el sillón:
Desde la sillita:
RIQUEZA:
POBREZA:
Abundancia de cosas preciosas, de Necesidad, estrechez, carencia de
cualidades o atributos excelentes. lo necesario para el sustento de la
vida. Falta, escasez.
PODERÍO:
SERVIR:
Facultad de hacer o impedir una Estar al servicio de otro. Estar sucosa. Hacienda, bienes y riqueza. jeto a otro por cualquier motivo,
Poder, dominio, señorío, imperio. aunque sea voluntariamente, haciendo lo que él quiere o dispone.
TRIUNFO:
HUMILDAD:
Victoria, acción de triunfar. Éxito Virtud cristiana que consiste en el
feliz en un empeño dificultoso.
conocimiento de nuestra bajeza y
miseria y en obrar conforme a él.
PRESUMIR:
SENCILLEZ:
Vanagloriarse, tener alto concepto Cualidad de carecer de ostentación.
de sí mismo.
PALABRA:
PALABRA DE D I O S :
Sonido o conjunto de sonidos arti- El Evangelio, la Escritura, lo que
culados que expresan una idea. Ha Dios dice y encontramos en la Biformado muchas expresiones: pa- blia.
labras al aire, palabra de honor, palabra de rey, palabra ociosa...
Después de volver los lectores a su sitio y guardar un
rato de silencio, cada uno va diciendo frases del evangelio
o peticiones en la línea de lo que la celebración le ha sugerido.
Al final se leen las Bienaventuranzas (Mt 5,1-12).
D) CELEBRAR LO VIVIDO
En el centro de la sala se pone un sillón y, junto a él, una
sillita de enea1. Dos lectores, desde el sillón y la sillita, van
leyendo estas definiciones de diccionario:
1. Cf. M. CUERVO y J. DIÉGUEZ, Nuevos símbolos para orar (Madrid
1988).
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Contemplar a Jesús
para conocerlo internamente
A) PÓRTICO DE ENTRADA
Hay dos escenas en los evangelios que son como el preludio
y el marco de lo que va a ser toda la vida pública de Jesús:
el bautismo y las tentaciones. Podemos leerlas oyendo la
misma «banda sonora», la misma melodía que escuchábamos
en la etapa oculta de su vida. Y lo que se nos invita a descubrir
en ellas es el manantial de donde brotan las actitudes, los
gestos, las palabras que van a acompañar su vida itinerante.
humana. Y precisamente ahí ve «los cielos abiertos», es decir,
toma conciencia de que entre él y su Padre fluye una comunicación ininterrumpida y única, y se sabe invadido y
conducido por el Espíritu de ese Dios, al que puede llamar
familiar e íntimamente: «¡Abbá!»
Los textos sobre las tentaciones (Mt 4,1-11; Me 1,1213; Le 4,1-13) son una consecuencia de esto. «Ahí está el
secreto de la fuerza que emanaba de él», parecen decirnos
los evangelistas: «por eso le encontráis aquí, como lo veréis
en el resto de su vida, tan aferrado, tan adherido afectivamente a lo que va descubriendo como el querer de su Padre,
que es la vida de todos nosotros. Él no ha venido a preocuparse de su propio pan, sino de que comamos todos. No
ha venido a que le lleven en volandas los ángeles, a acaparar
fama y 'hacerse un nombre' (cf. Gn 11,4), sino a dar a
conocer el nombre del Padre y a llevarnos a nosotros sobre
sus hombros, como lleva un pastor a la oveja que ha perdido.
No a poseer, dominar y ser el centro, sino a servir y dar la
vida».
B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
Los narradores del bautismo (Mt 3,13-17; Me 1,9-11;
Le 3,21-22) intentan que sintamos cómo Jesús, envuelto en
la ternura de su Padre, oye una afirmación emocionada como
la que cualquier padre o madre de la tierra harían de un hijo
suyo: «Hijo mío, ¡cuánto te quiero! Tengo volcado en ti todo
mi amor y mi alegría. Te llevo en la niña de mis ojos y en
mi corazón. Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío...»
La oración de este día (o de estos días) podría ser una prolongación de la que se proponía en el cap. 7: «Tocar el Verbo
de la Vida» y tratar de entrar en relación orante con Jesús a
través de algunos de sus encuentros con hombres, mujeres,
enfermos, gente perdida.. .Son iconos que no retienen nuestra
mirada, sino que nos invitan a dirigirla a los ojos y al corazón, a la boca y a los oídos, a las manos y pies de Aquel
que se acercó a ellos y transformó sus vidas.
Lo mismo que en Belén fue necesario que los ángeles
«señalaran» en dirección al signo de un niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre, ahora hace falta una voz
que resuene por encima de este hombre, puesto, como uno
de tantos, en la fila de los pecadores y esperando ser bautizado
por Juan. Pero eso «es cosa del Padre»; «lo de Jesús» es
hacerse «en todo semejante a nosotros», hundirse en la masa
1. Lee Me 1,29-31: al comienzo de la escena, vemos a una
mujer postrada, separada, poseída por la fiebre. Al final, esa
misma mujer, ya curada, está integrada en la comunidad y
sirviendo a los demás, es decir, en ese lugar al que remite
siempre Jesús a los que le siguen, porque ahí «se tiene parte
con él» (cf. Jn 13,8). En el centro del texto está la clave de
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la transformación: « J e s ú s se a c e r c ó y , t o m á n d o l a d e
la m a n o , la l e v a n t ó » .
* Contempla esa mano tendida de Jesús. Es su primer
gesto silencioso en el evangelio de Marcos, y en él se evoca
como en esbozo t o d o lo que ha venido a ser para la humanidad caída: una mano tendida que nos agarra para sacarnos de nuestra postración, para librarnos de nuestras
fiebres, para conducirnos hacia el servicio de sus hermanos
más pequeños. «Había en él una fuerza para sanar...»
(Le 5,17).
Entra en el ámbito de esa fuerza, déjate levantar por
esa mano, agradece la fuerza y la liberación que te llegan
a través de ella. Pregúntate por el potencial que hay en las
tuyas: ¿cómo fluye?, ¿hacia quiénes?, ¿retienen o entregan?, ¿hunden o levantan?...
2. Lee en Mt 8,1-4 la curación del leproso. Toda la fuerza
del texto está en el contraste entre, por una parte, el horror
y el deseo de huida que produce la lepra y, por otra, la
aproximación de la mano de Jesús hasta tocar a aquel hombre
y limpiarlo.
* Contempla esas manos de Jesús que no temen entrar
en contacto con la suciedad, la p o d r e d u m b r e , la miseria
humana...: t o d o aquello a lo que nosotros tenemos horror.
Siente que su mano está tendida también hacia ti y que
desea transformarte en alguien l i m p i o , sano y libre. Déjate
tocar por ella y pídele que te permita caminar a su lado
para acercarte con él a tantos hombres y mujeres que son
los «leprosos» de hoy y a los que él sigue queriendo tocar,
bendecir, curar, devolver la dignidad.
discípulo, a un seguidor. Para esa mirada nadie está sentenciado ni calificado definitivamente, sino que tiene el futuro
por delante. «Sigúeme», le dice; y «él se levantó y lo siguió».
Mateo se ha sentido mirado por primera vez de otra manera:
alguien cree en él y lo llama, y por eso se convierte en alguien
dinámico que deja atrás su pasado, asume el protagonismo
de su propia vida y se pone en marcha detrás del que fue
capaz de mirarle así.
* Contempla la mirada de Jesús sobre Mateo y siente
que tú eres Mateo. Déjate mirar por unos ojos que ven en
ti mucho más adentro de lo que ven los demás y de lo que
tú ves de ti mismo. No se fija en tus defectos ni en tus
incapacidades; no le preocupa lo que ya eres, sino que ve
en ti todas las posibilidades escondidas que él mismo ha
puesto en ti y que quizá tú desconoces. Fíate más de sus
ojos que de los tuyos; cree que su mirada y su llamada
pueden hacer de ti un discípulo. Pídele que te enseñe a
mirar así a los demás, que te haga como é l , incapaz de
sentenciar a nadie, de condenar a nadie, de pensar de nadie
que no es capaz de cambiar...
4. En Le 19,1-10 encontramos el icono de Zaqueo.
* Lee despacio la escena sintiéndote dentro de ella:
también tú acaparas muchas «riquezas injustas»: lo que
sabes, puedes, tienes...; también tú quieres saber quién
es Jesús; también tú eres «pequeño de estatura» para poder
verle, y muchos tipos de «multitudes» te lo están impid i e n d o ; también tú estás tratando de poner algún medio
para verle.
«Jesús, llegando a aquel sitio, alzó la vista...»
3. Lee Mt 9,9: el sujeto del primer verbo es Jesús: «vio a un
hombre llamado Mateo». Ese hombre está pasivo, «sentado
en el despacho de impuestos», atrapado por su condición de
recaudador, atado a una profesión que le hace despreciable
a los ojos de todos. Pero los ojos de Jesús han sabido ver
más allá de las apariencias: han visto en el publicano a un
Antes de que os dijera a Zaqueo y a t i : «Baja p r o n t o ,
que quiero hospedarme en tu casa», su mirada os ha hablado de acogida incondicional, de su deseo de encontrarse con él y contigo, de la alegría que le da su presencia
y la tuya, de las expectativas de amistad que tiene sobre él
y sobre t i .
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En su mirada no hay, en ese primer m o m e n t o , ni exigencia, ni corrección, ni siquiera llamada a la conversión;
tan sólo hay una oferta de perdón gratuito y una llamada
a entrar en otro nivel de relación.
«No necesitan médico los sanos, sino los que
están enfermos. No he venido a llamar a conversión a los justos, sino a los pecadores» (Le
5,32).
Deja que fluyan en ti el agradecimiento, la alegría de
ser mirado así, de recibir esa llamada a una mayor intimidad. Sé consciente de que la transformación de Zaqueo,
su conversión a la justicia y la generosidad nacieron de ahí.
Ponte delante de Jesús con «todos tus bienes» y dile qué
quieres hacer con ellos. Escucha c o m o pronunciadas para
ti las palabras de Jesús:
«Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz» (Le 8,48).
«El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar
lo que estaba perdido...»
5. Entre todas las palabras que pronunciaron los labios de
Jesús, vamos a escuchar algunas que giran en torno a dos
temas que parecen contradictorios y no lo son: el ánimo y
la exigencia. Están tomadas del evangelio de san Lucas (en
algún rato de lectura podrías ir buscando las de otro evangelista):
* Ponte delante de Jesús, consciente de que necesitas
sus palabras de consuelo y de aliento, y trae contigo a la
oración a tanta gente abatida, desalentada, desesperanzada, herida... Escucha con el corazón unas palabras que
nacen de la misión que el Padre ha confiado a su Hijo y
que el Segundo Isaías expresa así:
«Consolad, consolad a mi pueblo,
dice vuestro Dios...»
«El Señor me ha dado una lengua de discípulo
para que haga saber al cansado
una palabra alentadora» (Is 40,1; 50,4).
«No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro
Padre le ha parecido bien daros el Reino» (Le
12,32).
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«Tus pecados te quedan perdonados» (Le 5,23).
«Alegraos conmigo, porque he encontrado la
oveja que se me había perdido» (Le 15,6).
«Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (Le
19,8).
6. Recordando de nuevo la expresión de Mons. Angelelli, a
Jesús lo encontramos siempre con un oído puesto en el Padre
y otro en la gente:
«De madrugada, muy oscuro todavía, se levantó. Salió y se fue a un lugar solitario, y allí estuvo orando» (Me 1,35).
* Revive internamente la escena, trata de visualizarla
en todos sus detalles. Tú también estás ahí en esa madrugada, inmerso en la oscuridad que aún envuelve las casas
de Cafarnaún. Tu mirada apenas distingue la sombra de
Jesús, que sale silenciosamente de una de esas casas; pero
tus oídos atentos escuchan el leve rumor de sus pisadas.
Vas detrás de él calladamente hasta el lugar en que va a
ponerse a orar. Contempla su actitud, su postura; trata de
intuir qué palabras del Padre está escuchando: «Tú eres
mi hijo amado, en ti tengo puesta toda mi complacencia...»
Escúchalas c o m o dirigidas también a ti ya cada uno de tus
hermanos.
7. Hablar de los pies de Jesús es hablar de su camino y de
su búsqueda, de su cansancio y de su decisión de llegar hasta
el final. Se detuvieron junto al pozo de Siquem para esperar
a la mujer samaritana (Jn 4,5), y a la salida de Jericó para
aguardar a Bartimeo (Me 10,46); le llevaron al Tabor en un
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momento de luminosidad y transfiguración, y a Jerusalén, a
pesar del peligro que allí le acechaba. Una mujer los ungió
con perfume (Le 7,36-50); dos de ellas, María Magdalena
y la otra María, cuando él les salió al encuentro en la mañana de la resurrección, «se asieron a sus pies y lo adoraron»
(Mt 28,9).
* Acércate también tú a contemplar los pies de Jesús
y a bendecirlos, a abrazarlos y a ungirlos. Trae contigo t o d o
tu agradecimiento por las veces que han salido en tu busca
hasta encontrarte, porque te han esperado en las encrucijadas de tus caminos, porque han marchado delante de
ti cuando no sabías por d ó n d e ibas, detrás de ti para defenderte del peligro, j u n t o a ti cuando te creías solo...
Da gracias al Padre por este caminante infatigable que
nos ha regalado en su Hijo. Habíale de tu deseo de recorrer
sus mismos caminos y de no cansarte de estar, como él,
lavando los pies de los que están más agotados.
8. El término corazón es una de esas palabras que hacen
referencia a la totalidad de la persona, a su centro original e
íntimo, allí donde se configuran sus comportamientos. Podemos conocer el corazón de alguien a través de dos de sus
emociones básicas: la compasión y la alegría. En Me 6,34
leemos:
«Al desembarcar, vio a mucha gente y sintió
compasión de ellos, porque estaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles
largamente».
* Mézclate con aquella gente, siéntete envuelto en la
mirada cargada de ternura y de acogida de Jesús. No te
hace ningún reproche, no te señala nada negativo, no te
exige que hagas esto o lo otro... Tan sólo te m i r a y te acepta
tal como eres. Respira h o n d o y déjate invadir por la paz
de esa acogida incondicional. Da después un paseo tratando de mirar a la gente como lo haría Jesús. En M t 11,25-27
leemos:
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«En aquel momento, Jesús se llenó de alegría
en el Espíritu Santo y dijo: T e bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se
las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre,
eso es lo que te ha parecido bien...'»
* Acércate a Jesús, que quiere comunicarte que
fuente de su alegría consiste para él en coincidir con
Padre en su preferencia por los pequeños. Pídele que
dé parte con él en esa «afinidad» que es el secreto de
gozo y que puede serlo también del tuyo...
la
el
te
su
9. En el Magníficat, después de sentirse mirada por Dios,
también María contempla el mundo con los ojos de Dios y
descubre, por debajo de las apariencias, cuál es el fondo de
la realidad y el sentido de la historia humana. Y es su mirada
contemplativa la que le revela hacia dónde se inclinan el
corazón y las preferencias de ese Dios que nunca es imparcial.
* Acércate a María y pídele que ella, que conoció mejor que nadie a Jesús, te contagie su manera de mirar y de
proclamar:
«A los hambrientos los colma de bienes...,
enaltece a los humildes...,
se acuerda de su misericordia...»
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
1. Se llama Jesús
«Dios ha venido a casa, desdiciéndose de su gloria.
Ha pedido permiso
al vientre de una niña sacudida por un decreto del César
y se ha hecho uno de nosotros:
un palestino de tantos en su calle sin número,
semiartesano de toscos quehaceres,
que ve pasar los romanos y los vencejos,
— 135 —
que muere, después, de mala muerte matada,
fuera de la Ciudad
Ya sé
que hace mucho
que lo sabéis,
que os lo dicen,
que lo sabéis fríamente,
porque os lo han dicho con palabras frías...
Yo quiero que lo sepáis
de golpe,
hoy, quizás
por primera vez,
absortos, desconcertados, libres de todo mito,
libres de tantas mezquinas libertades.
Quiero que os lo diga el Espíritu
¡como un hachazo en tronco vivo!
Quiero que lo sintáis como una oleada de sangre
en el corazón de la rutina,
en medio de esta carrera de ruedas entrechocadas.
Quiero que tropecéis con él
como se tropieza con la puerta de Casa,
retornados de la guerra bajo la mirada
y el beso impaciente del Padre.
Quiero que Lo gritéis
como un alarido de victoria por la guerra perdida,
o como el alumbramiento sangrante de la esperanza
en el lecho de vuestro tedio, noche adentro,
apagada toda ciencia.
Quiero que Lo encontréis, en un total abrazo,
Compañero, Amor, Respuesta.
con la loca carencia de vuestra vida repudiada
como se espera el aliento para salir de la asfixia
cuando ya la muerte se enroscaba al cuello
como una serpiente de preguntas.
Se llama Jesús.
Se llama como nos llamaríamos
si fuéramos, de verdad, nosotros»
(P. CASALDÁLIGA).
2. La oración de Jesús
«A medida que leemos el Evangelio, nos encontramos cómo
Jesús al caminar, mientras amaba a los hermanos y los servía,
'levantaba los ojos al cielo'. Es un gesto que a nosotros nos
parece muy corriente, pero que en el mundo de Jesús es muy
extraño.
»Llega a él un pobre, un enfermo, un sordomudo, un
ciego, un cojo..., y él lo toma en sus manos y, mientras le
devuelve la vida, levanta los ojos al cielo. En ese instante,
cuando se encuentra con alguien que está destruido, enteramente perdido, que ha muerto, sus manos lo tocan y sus ojos
se levantan al cielo.
»Y cuando ha reunido a los hermanos en torno a estos
pequeños, llenándolos con la palabra del Evangelio y sentándolos a la mesa para darles el pan y curarles las heridas,
mientras lo hacía —dice el Evangelio—, levantaba los ojos
al cielo.
Podréis dudar de que haya venido a casa,
si esperáis que os muestre la patente de los prodigios,
si queréis que os sancione la desidia de la vida.
Pero no podéis negar que se llama Jesús con patente de pobre.
Y no podéis negarme que Lo estáis esperando
»Y es un gesto extraño, porque los judíos en su tiempo
también rezaban mucho y se paraban a rezar en la calle, pero
mirando hacia el Templo o con la mirada baja —se supone
que para levantar el corazón hacia arriba—; pero el gesto de
Jesús consiste en mirar al Padre con las manos extendidas:
es la oración en medio de la vida. Es decir, que la oración
que aprendo de Jesús no consiste en ponerme a mirar piadosamente a mi corazón, sino que, mientras estoy sosteniendo
a mis hermanos entre mis manos, partiéndoles el pan y cu-
— 136 —
— 137 —
rándoles las heridas, en ese mismo momento dirijo mi mirada
al Padre. Y no se sabe si abro las manos a los hermanos
porque tengo puesta mi mirada en el Padre, o es que miro
al Padre porque tengo las manos puestas en los hermanos:
es un único acontecimiento.
»Pero resulta que, si su existencia era una oración, o su
oración era su misma existencia, parecería entonces que no
tenía necesidad de salir fuera del camino para ir al desierto;
y, sin embargo, el Evangelio nos descubre que Jesús no
solamente oraba al caminar, y mientras caminaba y amaba
y servía levantando los ojos al cielo, sino que salía fuera del
camino a la soledad. Esta palabra, 'soledad', casi tampoco
sabemos qué es. Le hemos acompañado, perdidos entre los
discípulos, y vamos a mirarle ahora de cerca, en este momento en que sale fuera del camino.
»Estamos en Cafarnaúm, son las 9 de la tarde, está
cayendo la noche; él no ha descansado nada en todo el día
—'no tenía tiempo ni para comer'—. Eran muchos los problemas, la jornada de Cafarnaúm había sido agotadora y,
para colmo, al anochecer, todo el pueblo se había enterado
de que aquella noche dormía allí; y entonces le llevaron al
cojo, a la vieja, al otro... Y entonces el problema ya no era
el cansancio —que lo tenía, y grande—, sino la angustia.
Ver a sus hermanos con tantos dolores, con tantas heridas,
despojados y abatidos como ovejas sin pastor, hacía que sus
entrañas se conmovieran con tal intensidad, que necesitaba
marcharse a la soledad, necesitaba gritar '¡Abbá!', pero no
para él, sino en nombre de todos ellos.
»Salir fuera del camino era una necesidad imperiosa,
pero no para perderle de vista, sino para tomarle más entero
en las entrañas, para recoger todas las lágrimas, todas las
esperanzas, todos los dolores, todas las noches, todos los
amaneceres de los pobres, y adentrarse después con ellos en
el desierto.
«Entonces, en aquella casa de Pedro donde durmió aquella noche, a la mañana siguiente, aún de noche, mucho antes
— 138 —
del amanecer, se levantó, salió y se retiró a un lugar solitario;
y allí estaba orando (Me 1,35). Era tal el peso del amor y
del dolor que sentía en sus entrañas, que ya no tenía a quién
confesárselo; le sobrepasaba, y por eso necesitaba marcharse,
pero no para dejar el camino, sino para retomarlo cuando
amaneciera otra vez, marchar a otra aldea y continuar.
»La soledad no es una campana de cristal para esconderse; la soledad del Maestro está llena de aullidos humanos
y diabólicos, de las terribles fuerzas del mal, de todos los
dolores humanos, de sus angustias y esperanzas, y también
de la sonrisa de los niños, de la bondad de la suegra de Pedro
que le había puesto la cena, del niño que había ofrecido su
bocadillo de peces asados para la multitud. Todo aquello era
el entramado de su soledad, y con aquello se iba él al desierto.
El necesita el desierto» (M. LEGIDO).
D) CELEBRAR LO VIVIDO
Puede hacerse un tiempo de oración compartida sobre el don
que supone para cada uno haber encontrado a Jesús, después
de haber leído en voz alta estos textos, haciendo una breve
pausa de silencio entre uno y otro:
«El Reino de los cielos es semejante a un tesoro
escondido en un campo que, al encontrarlo un
hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría,
va, vende todo lo que tiene y compra aquel
campo» (Mt 13,44).
«Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a
causa de la gracia que os ha sido otorgada en
Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha confirmado en vosotros hasta el punto de que no os
falta ningún don a los que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os
confirmará hasta el final para que en el día de
nuestro Señor Jesucristo seáis irreprochables.
— 139 —
Fiel es Dios, el que os llamó a la comunión
con su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro» (1 Cor
1,3-9).
«Dios ha querido darnos a conocer cuál es la
espléndida riqueza que significa ese secreto:
Cristo para vosotros, esperanza de gloria» (Col
1,27).
11
Caminar junto a Jesús
para hacer lo que él hizo
«Si el oro que perece se aquilata al fuego, vuestra fe, que es más preciosa, será aquilatada para
recibir alabanza, honor y gloria cuando se revele Jesucristo. No lo habéis visto, y lo amáis;
sin verlo, creéis en él y os alegráis con gozo
indecible y glorioso...» (1 Pe 1,7-8).
A) PÓRTICO DE ENTRADA
En la meditación de la encarnación escuchábamos las palabras
que pronuncian las tres Personas divinas mirando el mundo:
«Hagamos redención». Resuena en ellas el eco de las que
el libro del Génesis pone en boca de Dios en el primer relato
de la creación: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen
y semejanza» (Gen 1,26). Jesús ha venido a hacer entre
nosotros una tarea de re-creación que desborda la primera.
Él es el «primogénito de toda la creación» (Col 1,16), y «el
que está en él es una nueva creación» (2 Cor 5,17). Ese es
el sentido que tiene su gesto en la curación del ciego de
nacimiento:
«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me
untó los ojos, me lavé... y veo» (Jn 9,15).
En la aparición a María Magdalena hay también alusiones al jardín del Génesis: la mujer evoca a la nueva Eva, y
Jesús resucitado es el nuevo Adán.
Pero estas claves de hacer redención y de hacer nueva
creación son como una luz blanca que podemos descomponer
en otros colores para comprender un poco mejor su contenido
y escuchar, a través del Evangelio, cómo Jesús dice de mu— 140 —
— 141 —
chas maneras: «hagamos fraternidad», «hagamos liberación», «hagamos esperanza»...
«Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo»
(Jn 5,17); cada uno de nosotros es llamado a tener parte con
él en esa tarea: «somos colaboradores (synergoi) de Dios...»,
afirma Pablo en 1 Cor 3,9.
El objetivo de este día es contemplar a Jesús «haciendo
redención y creación» desde tres perspectivas diferentes: la
fraternidad, la liberación y la esperanza.
B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
1. «Hagamos fraternidad»: a través de ciertos iconos de
re-creación podemos descubrir algunos rasgos de la manera
concreta de «hacer fraternidad» que tenía Jesús:
— Mateo y Zaqueo podrían contarnos cómo se sintieron mirados y envueltos en su aceptación incondicional, que
apostaba por ellos y por su capacidad de cambio, más allá
de su condición de alejados, instalados en la posesión de sus
bienes y aparentemente herméticos a la conversión.
— el paralítico que llevaron a su encuentro entre cuatro
(Mt 9,1-7) podría contarnos cómo fue recibido por Jesús:
«¡Animo, hijo, tus pecados te son perdonados!», como si,
al estar delante de Jesús, hubiera sentido que su presencia
hacía desaparecer cualquier distancia, cualquier obstáculo,
cualquier interferencia en la relación entre ambos, dejando
paso a un fluido de afecto, de simpatía, de comunicación,
que «derretía» todo lo demás.
— Pedro podría contarnos cómo, en su primer encuentro con el Maestro, se supo reconocido por su propio nombre,
aceptado en la situación concreta de aquel momento de su
vida:
«Fijando su mirada en él, le dijo:
T ú eres Simón, el hijo de Juan...'»,
a la vez que recibía la promesa de un nombre nuevo:
— 142 —
«Tú te llamarás 'Cefas', que quiere decir 'piedra'» (Jn 1,42).
Podría contarnos todo el trabajo exigente de Jesús para
«tallar» la piedra resistente de sus criterios y de sus proyectos
contrarios a los del Reino (Me 8,33); cómo soportó sus equivocaciones y sus miedos, su ambición y sus intervenciones
precipitadas (Me 9,5; 10,15-40; 14,28-33); cómo no le retiró
su perdón ni su amistad cuando se hundía en el abismo de
la desesperación por haberle traicionado (Le 22,61); cómo
le dio lo más grande que alguien puede dar a otro: tiempo
y espacio (cf. Sab 12,20) para cambiar, para dejarse modelar
y transformar, para ser capaz de acoger un nombre nuevo no
merecido, sino recibido por pura gratuidad:
«Yo te digo que tú eres Pedro,
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...»
(Mt 16,18).
— Natanael (Jn 1,47), el centurión romano (Mt 8,10),
la cananea (Mt 15,28), la viuda pobre (Le 21,1-4), María
de Betania (Le 10 42)... podrían contarnos su asombro al
escuchar las palabras de simpatía admirada y de felicitación
que pronunció Jesús a propósito de ellos, dirigiendo la mirada
de los discípulos hacia ellos, que nunca pensaron ser significativos:
«Aquí está un verdadero israelita en quien no
hay engaño».
«Os aseguro que no he encontrado una fe tan
grande en todo Israel».
«Mujer, ¡qué grande es tu fe!»
«Esta viuda pobre ha echado más que todos».
«María ha escogido la mejor parte»...
— el paralítico de la piscina (Jn 5,1-18), el hombre
de la mano paralizada (Mt 12,9-14), el hidrópico (Mt 14,
1 -6), la mujer encorvada (Le 13,10-17)... podrían contarnos
cómo fue Jesús quien dio el primer paso hacia ellos: no le
habían pedido nada, nadie había intercedido por ellos; sen— 143 —
cillamente, estaban en algún lugar al que llegó él, y suya fue
la iniciativa de hablar con ellos, de tocarlos, de sanarlos.
* Acércate a Jesús y pídele que te enseñe a hacer fraternidad como é l : comunicando aceptación y acogida, quitando importancia a los defectos y errores de los otros,
dándoles tiempo para cambiar y espacio para ser ellos mismos, siendo capaz de ver y expresar lo bueno que tienen,
dando el primer paso en el acercamiento y en el perdón...
2. «Hagamos liberación»: sabemos con agradecimiento que
Jesús nos ha liberado de la ley, del pecado y de la muerte.
Y esa salvación puede traducirse en nuestra experiencia cotidiana liberándonos de dos enemigos que nos amenazan: el
miedo y la ansiedad de poseer.
2.1. El miedo es una experiencia central de la vida humana que nos hace tomar conciencia de ser criaturas frágiles
y amenazadas de muchas maneras por la muerte. Puede ser
un camino que nos acerque a Dios, al hacernos reconocer su
misterio y nuestra necesidad de salvación; pero, si nace de
una falta de confianza, debilita nuestra fe y tiene efectos
paralizantes. Por eso la expresión «no temas» aparece una y
otra vez en labios de Jesús, acompañada de una invitación a
la confianza.
Podemos pedir a algunos hombres y mujeres del Evangelio que nos cuenten cómo le oyeron decirles: «¡Ánimo!
¡No tengas miedo!», cuando se encontraban en situaciones
de extremo peligro o desgracia; y cómo él parecía asombrarse
de su temor, como si fuera algo imposible teniéndole a él a
su lado:
«¿Por qué estáis con tanto miedo?,
¿cómo no tenéis fe»? (Me 4,40);
— los discípulos en medio del lago, zarandeados por la tempestad y con las olas anegando la barca (Me 4,35-41);
— Pedro en el momento de hundirse en el agua, cuando
caminaba hacia él sobre el mar (Mt 14,22-33);
— 144 —
— la mujer que tenía un flujo de sangre, cuando iba a ser
descubierta y todos se iban a enterar de su condición
de impureza y su atrevimiento al tocar a Jesús (Mt 9,2022);
— Jairo, cuando ya le habían dado la noticia de que su hija
había muerto (Me 5,36);
— los discípulos, conscientes de sus limitaciones e incapacidades y llamados, sin embargo, a predicar y a expulsar
demonios sin llevar «nada para el camino: ni bastón,
ni alforjas, ni pan, ni dinero...» (Le 12,3), yendo sólo
«calzados con sandalias» (Me 6,9).
Jesús intenta ahuyentar sus miedos:
«No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro
Padre le ha parecido bien daros el Reino...» (Le
12,32).
* Acércate a Jesús y pon delante de él todos tus miedos, incluidos aquellos que te resulta humillante reconocer. Preséntale también los miedos de tantos hombres y
mujeres que viven angustiados y bloqueados por distintas
formas de mal: el dolor, la persecución, la depresión, la
vida amenazada... Pídele que aumente tu fe y tu confianza
y la de ellos. Repite una y otra vez alguna de estas expresiones tomadas de los Salmos:
«Tú, Señor, eres mi luz y mi salvación:
¿a quién temeré?
Tú, Señor, eres la defensa de mi vida:
¿quién me hará temblar?» (Sal 27,2).
«Tú Señor eres mi guardián, tú eres mi sombra,
estás a mi derecha.
Tú me guardas de todo mal
y salvas mi vida...» (Sal 121,5-6).
«Tú estás conmigo,
Dios y salvador mío.
Estoy seguro y sin miedo
— 145 —
porque tú eres mi fuerza y mi canción...»
(Is 12,2).
Pregúntale cómo puede ser tu manera concreta de
liberar a otros de sus miedos. Aprende de él a comunicar
con tu vida: «No temas», «Ten ánimo»...
2.2.La ansiedad de poseer es, en el fondo, otra forma
de miedo de la que necesitamos ser liberados. Poseer, acumular, guardar... son una forma de proteger y ocultar nuestro
propio desvalimiento. Pero Jesús pide de nosotros una confianza capaz de renunciar a todas esas precauciones y seguridades y una fe que se arriesgue a dejar el cuidado de
nuestra vida en manos del Padre.
«No andéis preocupados pensando qué vais a
comer para poder vivir, ni con qué vestido vais
a cubrir vuestro cuerpo. Porque la vida es más
importante que el alimento, y el cuerpo más
que el vestido...» (Le 12,22).
«No andéis ansiosos, que vuestro Padre ya
sabe lo que necesitáis...» (Le 12,30).
«¿No se venden cinco gorriones por dos reales?
Pues bien, ninguno de ellos es olvidado ante
Dios. No temáis: vosotros valéis más que todos
los gorriones» (Le 12,6).
* Acércate a Jesús llevando sobre tus hombros la carga
de todas tus posesiones, o de lo que desearías poseer porque piensas que ello te daría seguridad, te afirmaría, te
protegería frente a los demás, te haría sentirte superior o
importante ante ti mismo o ante ellos... Trata de ir desprendiéndote de t o d o ese cargamento delante de é l : lo
que tienes y sabes, tus títulos, tu miedo a carecer de algo,
tu deseo de ser reconocido, tu búsqueda de relaciones
que te afirmen...
— 146 —
Imagina cómo te sentirías si te arriesgaras a dejar atrás
t o d o eso, pero no por vía de renuncia y sacrificio, sino,
como el hombre que encontró el tesoro (Mt 13,44), «a causa
de la alegría» de saberte cuidado y protegido por el amor
del Padre... «Yo tengo otro alimento que vosotros no conocéis», decía Jesús (Jn 4,32); lo cual, dicho de otra manera,
sería: «Yo poseo un tesoro que me da seguridad: fiarme
de que mi Padre está conmigo y cuida de mí...»
Siéntete también parte del pecado de codicia insaciable del Norte, que está siendo la causa del empobrecimiento del Sur; e imagina un m u n d o en el que el amor
solidario fuera más fuerte que la ambición de poseer.
Acude a Francisco de Asís, a Juan de la Cruz, a Teresa
de Jesús, a «santos de hoy» q u e , como ellos, se atreven a
«descalzarse»; acude a tanta gente como hoy vive «descalza» (¡incluso materialmente!), y pide la experiencia gozosa de dejarte liberar por Jesús de t o d o lo que te aprisiona.
Si te nace de dentro el símbolo, descálzate tú también
y haz que tus pies desnudos expresen tu deseo de libertad
para ti mismo y para un m u n d o enfermo por la obsesión
de tener...
3. «Hagamos esperanza»: mucho más que cualquier discurso sobre ella, son las imágenes y las comparaciones de
Jesús las que nos enseñan a darnos cuenta de que nuestras
propias medidas del tiempo, tan limitadas, no son las únicas
existentes. Sus parábolas nos ayudan a aprender los caminos
de esa espera paciente y tenaz, de esa fidelidad que aguanta
y permanece y que llamamos «esperanza».
«La tierra da el fruto por sí misma: primero
hierba, luego espiga, después trigo abundante
en la espiga. Y, cuando el fruto lo admite, enseguida se mete la hoz, porque ha llegado la
siega» (Me 4,28-29).
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El dueño del campo sembrado, aunque sólo al cosechar
va a poseer definitivamente el trigo, se alegra cuando ve que
su campo ya verdea y que las espigas van madurando cargadas
de fruto.
A ese presentimiento de una cosecha que ya llega, pero
que aún no ha sido recogida, podemos llamarle esperanza.
Esa es nuestra situación presente: estar invitados al banquete de bodas del Rey. Tenemos ya en las manos la invitación; aún no ha llegado el día, pero ya desde ahora nos
preparamos y contamos los días que quedan para la fiesta.
A esa impaciencia gozosa con que aguardamos la fiesta
definitiva, podemos llamarle esperanza.
«La mujer, cuando va a dar a luz, se aflige porque le ha llegado su hora; pero, cuando ha dado
a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto, por
la alegría de que ha nacido un hombre en el
mundo» (Jn 16,21).
«Sed como servidores que esperan a que su
señor vuelva de la boda...» (Le 12,15).
La mujer embarazada no tiene aún al hijo en sus brazos,
no puede aún acariciarlo ni besarlo, pero vive ya de la promesa de su llegada.
Aquellos servidores y aquellas muchachas de las parábolas supieron soportar, vigilando en medio de la noche, la
ausencia y el retraso del amo o del novio hasta que llegaran:
sabían que iban a «entrar con él en el banquete de boda» y
que «con el delantal puesto» iba a servirles.
A esa anticipación de la alegría, que precede a otra forma
definitiva de presencia, podemos llamarle esperanza.
«Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay
polilla y herrumbre que corroen, ni ladrones
que socaven y roben. Porque allí donde esté
tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt
6,20-21).
Jesús recurre a una experiencia humana básica: la seguridad que da poseer bienes, la sagacidad y el esfuerzo que
somos capaces de emplear para conseguir dinero y aumentarlo. Y no lo condena, sino que nos invita a tener esas mismas
actitudes, pero «atesorando» en la moneda que circula en el
Reino.
A ese espabilamiento ilusionado y tenaz que mantiene
nuestro corazón puesto allí donde tenemos ese nuevo tesoro,
podemos llamarle esperanza.
«El reino de los cielos se parece a un rey que
celebró el banquete de bodas de su hijo y envió
a sus siervos a llamar a los invitados...» (Mt
22,2).
— 148 —
«¡Llega el novio! ¡Salid a su encuentro!»
(Mt 25,6).
Esa lámpara que mantenemos encendida en las manos
y en el corazón y que ilumina nuestra espera en medio de la
noche es otra manera de nombrar a la esperanza.
* Acércate a Jesús con tus desánimos y cansancios,
con la espera y el clamor de un m u n d o que «gime con
dolores de parto aguardando la gloriosa libertad de los
hijos...» (Rom 8,20-21). Pídele que te enseñe a soportar los
ritmos del Reino, que no son rápidos, ni visibles, ni tangibles, y no coinciden con tus leyes de la eficiencia.
Pon ante él la mecha de tu lámpara que amenaza con
apagarse; pídele la paciencia humilde que te recuerda que
hay una semilla enterrada en la historia que crece por su
propio impulso y que un día germinará de un m o d o que
está fuera del alcance de tus cálculos.
Ofrece tus manos, con toda su pobreza, para colaborar
con él en su tarea de «no quebrar la caña cascada ni apagar
el pábilo vacilante» (cf. Is 42,3), sino de enderezar y alentar
a los que están abatidos y dejarte sostener también por su
capacidad de resistencia.
— 149 —
Ponte a la escucha, junto con toda la Iglesia, de
las palabras del Apocalipsis pronunciadas por el mismo
Jesús:
«Yo pondré mi morada en medio de vosotros,
y vosotros seréis mi pueblo, y yo, Dios-convosotros, seré vuestro Dios. Yo mismo enjugaré
las lágrimas de vuestros ojos, y ya no habrá
llanto, ni gritos, ni fatigas, porque el mundo
viejo ha pasado. Mirad que yo hago un mundo
nuevo» (cf. Ap 21,3-5).
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
1. Tres iconos de liberación en el evangelio de Juan
La samaritana (Jn 4,1-45); el ciego de nacimiento (Jn 9);
Lázaro (Jn 11).
En las tres narraciones, la figura de Jesús se recorta
luminosamente sobre un fondo sombrío. En torno a él se
tejen sutiles redes de tradiciones estériles, de costumbres y
dogmas anquilosados: «un judío no puede entrar en relación
con una samaritana» (cf. Jn 4,9); «un hombre no debe hablar
en público con una mujer» (4,27); «la ceguera es consecuencia del pecado» (9,2); «el que no guarda el sábado no
puede venir de parte de Dios» (9,24); «a Dios se le adora en
los templos» (4,20)...
La incomprensión y la falta de entendimiento de los
discípulos (4,27; 9,2; 11,13...) y la murmuración de los judíos («sabemos que ese hombre es pecador»: 9,24; «¿no podía
haber hecho que ese hombre no muriera?»: 11,38) son otros
hilos invisibles que tratan de sujetarlo, de tender barreras en
su paso de gigante que sale a correr su carrera.
— 150 —
Es inútil: en el brocal de una sed sin fondo, en la negrura
de una noche sin esperanza, en el agujero podrido de un
sepulcro, tres seres excluidos le están esperando. Su existencia misma es un clamor como el que llegó en otro tiempo
a los oídos de YHWH (EX 3,7); y ahora quien lo escucha es
este Hijo del hombre que ha venido a buscar lo perdido.
La iniciativa del encuentro nace de él: «dame de beber»
(4,7); «puso el barro sobre los ojos del ciego» (9,6); «volvamos a Judea» (11,7)...; pero no parece tener prisa: emprende diálogos, entra en relación, se entretiene, juega con
el tiempo, los va cercando y envolviendo en la seducción de
su palabra, va abriéndoles poco a poco a otras dimensiones
desconocidas: un agua viva a cambio de otra que quita la sed
(4,10); una visión que permite reconocer al Mesías (9,38);
una vida sobre la que la muerte no tiene ya la última palabra
(11,26).
Su manera de actuar provoca, asombra, escandaliza:
¿cómo se atreve a invalidar los lugares de culto (4,23), a
jugar con el barro como Yahvé en la creación (9,6), a arrancarle a la muerte su nombre siniestro y decir que sólo es un
sueño (11,11)?
El recuerdo de los tiempos mesiánicos asalta las mentes
de todos como una torrentera desbordada:
«Hizo brotar para ellos agua de la roca...,
los condujo a manantiales de agua» (Is 48,21).
Israel celebraba la voz de YHWH, que derretía los montes
y descuajaba los cedros del Líbano (Sal 29); pero lo que salta
ahora por los aires son las fronteras, los prejuicios, los viejos
roles, mientras que situaciones y personas quedan al descubierto.
Se está haciendo presente la nueva creación, y el agua,
la luz y la vida se convierten en criaturas nuevas bajo la
fuerza de otra Palabra.
Y esta Palabra está referida a Dios, acampada junto al
Padre:
— 151 —
«Si conocieras el don de Dios...» (4,10); «así
quiere el Padre que sean los que le adoran»
(4,23); «ni pecó él ni sus padres; es para que
se manifiesten en él las obras de Dios» (9,3);
«Padre, yo sé que siempre me escuchas» (1,41);
«esta enfermedad es para la gloria de Dios»
(11,4)...
Pero es una Palabra dirigida también a los hombres, y
ahora convoca a los tres personajes y los saca de sus egiptos,
de su fatalismo culpable, de la losa de su sepulcro; y ellos
experimentan una pascua, son arrastrados por la propia Pascua de Jesús, se convierten en seres nuevos, dejan atrás todo
lo que era símbolo de su necesidad y de su muerte: el cántaro,
la sinagoga, las vendas...
La samaritana, el ciego y Lázaro son ya primicias de la
Resurrección, están experimentando su victoria: estaban en
la mentira y han alcanzado el conocimiento, han desembocado en la fe; eran tres disidentes, arrinconados en la exclusión, y Jesús los ha integrado en un ámbito nuevo: el de la
vinculación a él.
Y, a través de todo ello, él se revela como Señor de la
vida, como vencedor de todas las negatividades de la existencia, de toda la sed, de todas las noches, de todas las
lágrimas.
El final del último relato —«desde aquel día decidieron
darle muerte» (11,53)— nos alerta para que no olvidemos
cuál es el precio de tanta vida. El dador del agua viva es el
mismo que se hunde en el sequedal espantoso de la pasión;
el que es la luz del mundo conoció el rechazo de las tinieblas;
el Viviente se adentró en el reino mismo de la muerte y
aprendió allí lo que significa dar la vida por aquellos a los
que se ama.
— 152 —
Su fuerza liberadora sigue pasando hoy junto a nuestros
pozos, cunetas y tumbas: ¡dichosos nosotros, si su paso nos
arrastra detrás de él hacia la Pascua!
2. En torno al concepto de «redención»
«Hablar de la redención es preguntarnos por la vida de Jesús
en cuanto fue conflictiva hasta el máximo. Si Jesús hubiera
muerto tranquilamente de un infarto a orillas del lago de
Tiberiades, quizá no nos preguntaríamos por el valor redentor
de su muerte, porque no veríamos en esa muerte la acumulación de toda la conflictividad inherente a cada vida humana
y a cada vida justa. Es cierto que el simple hecho de tener
que morir encierra ya un cierto grado de conflictividad. Pero
ésta se encuentra como totalizada y acumulada en el 'tener
que morir', en el sentido en que Juan lo dice de Jesús (Jn
19,7.14-16).
»Si la vida de Jesús fue una vida-hacia-la-muerte, nos
preguntamos por qué esa vida hacia la muerte es salvadora,
como si se tratase de detectar un valor redentor en el dolor
o en la conflictividad por sí mismos. Salvadora sólo lo es la
Resurrección como constitución del Hombre Nuevo y como
sí irreversible de Dios a la Humanidad Nueva. Pero nos
preguntamos por qué la vida 'vaciada' y conflictiva de Jesús
o su muerte son paso a la Resurrección.
»Lo que descubrimos en esa vida-muerte es, simplemente, el acto de la total entrega de sí y de la total identificación con la condición humana: el acto de ser-para-losdemás hecho ya en el 'ser de necesidades', el acto de la
Humanidad Nueva brotando desde el seno de la humanidad
vieja.
»Y porque la vida-muerte de Jesús es tal acto de humanidad nueva, es por lo que, si Dios está de parte de la
humanidad nueva, como precisamente se revelaba en la intimidad de Jesús con el Padre, parece que ha de acoger necesariamente esa vida de Hombre nuevo. Y esto es lo que
significa la Resurrección.
— 153 —
»La acción redentora es, pues, el paso de la resurrección
a través de la vida de Jesús, solidaria con el hombre y obediente a Dios.
Se comparte alguna «instrucción» que se haya recibido
en la oración de este día sobre cómo hacer fraternidad, liberación y esperanza. Un lector dice para terminar:
»— La muerte de Cristo y toda su vida, en cuanto lleva
a aquélla, es un acto de 'utopía humana' o del hombre nuevo
que Jesús predicaba. Lo es por ser obediencia y por ser
solidaridad.
«Podemos ir a proclamar que el Reino de los Cielos
está cerca: creemos que en Jesús la fraternidad es posible, podemos confiar en el Padre y contamos con el
Espíritu para sostener nuestra esperanza.
»— Como acto de hombre nuevo, es ya (gracias al Espíritu: Heb 9,14) un acto de Resucitado: reclama la Resurrección si es que Dios está de parte del hombre nuevo.
Nosotros lo hemos recibido gratuitamente: vamos a
anunciarlo gratuitamente».
»— Esto es lo que, metafóricamente, podemos llamar
'grato a Dios', satisfaciente, objetivamente redentor. Pero
esto no elimina para nosotros la necesidad de la lucha por el
hombre nuevo. Lo único que hace es darle este sentido: ahora
no es lucha por lo absolutamente desconocido, cuya misma
posibilidad no se sabe si es real o no. Es una lucha que se
hace más bien en el contexto de Rom 8,31ss: 'Si Dios está
a favor nuestro, ¿quién contra nosotros?'» (J.I. GONZÁLEZ
FAUS).
D) CELEBRAR LO VIVIDO
Puede hacerse una celebración de envío a «hacer fraternidad, liberación y esperanza», actualizando algunos elementos del texto de la misión de los discípulos (Mt 10,1-42).
La sala está ambientada con un par de sandalias en el
centro, como símbolo del envío y de la pobreza de medios
a que invita Jesús.
«Jesús, llamando a sus discípulos, les dio poder para
ir creando fraternidad, para liberar del miedo, para despertar esperanza. Los nombres de los apóstoles eran...
[se va diciendo el nombre de cada uno de los participantes, y cada uno se pone de pie al oír su nombre y
dice 'Aquí estoy']. A éstos los envió Jesús después de
darles estas instrucciones...»
— 154 —
— 155 —
12
Adherirse lúcidamente a la vida
verdadera
A) PÓRTICO DE ENTRADA
«Escucha Israel, los mandamientos de vida;
tiende el oído para conocer la prudencia.
¿Por qué, Israel, estás en país de enemigos,
has envejecido en un país extraño,
te has contaminado con cadáveres,
contado entre los que bajan al seol?
¡Es que abandonaste la fuente de la sabiduría!
Si hubieses andado por el camino de Dios,
vivirías en paz eternamente.
Aprende dónde está la inteligencia,
para saber al mismo tiempo
dónde está la longevidad y la vida,
la luz de los ojos y la paz.
Pero ¿quién ha encontrado su mansión,
quién ha entrado en sus tesoros...? [...]
¿Quién subió al cielo y la tomó?
¿Quién la traerá al precio de oro puro?
No hay quien conozca su camino,
nadie imagina sus senderos.
Pero el que todo lo sabe la conoce,
con su inteligencia la escrutó [...]
Él encontró los caminos de la sabiduría
— 156 —
y se la dio a Israel, su siervo,
y a Jacob, su amado.
Después apareció sobre la tierra
y entre los hombres convivió.
Ella es el libro de los preceptos de Dios,
la Ley que subsiste eternamente.
Todos los que la retienen alcanzan la vida,
mas los que la abandonan, morirán.
Vuelve, Jacob, abrázala,
camina hacia el esplendor bajo su luz.
No des tu gloria a otro
ni tus privilegios a nación extranjera.
Felices somos, Israel,
pues lo que agrada al Señor se nos ha revelado»
(Ba 3,9 - 4,4).
Las palabras del Profeta Baruch nos recuerdan el día que
dedicamos a «aprender la sabiduría de Nazaret». Ahora volvemos a intentar lo mismo, pero en otro momento del proceso
de oración: ahora podemos creer que el conocimiento interno
de Jesús que vamos teniendo y nuestros deseos de respuesta
son suficientes para una vida de seguimiento.
Eso mismo debió de pasarles a los discípulos, y por eso
Jesús se encarga de irles educando también en la lucidez; les
ayuda a sospechar de posibles equivocaciones a la hora de
buscar el camino de la sabiduría; les pide que estén vigilantes
para no dejarse engañar por el enemigo; les va descubriendo, cada vez más profundamente, cuáles son los caminos que
llevan a la verdadera vida...
Es lo mismo que hace san Ignacio cuando propone al
ejercitante el ejercicio de «Dos banderas»:
Meditación de dos banderas, la una de Christo, summo
capitán y señor nuestro; la otra de Lucifer, mortal enemigo
de nuestra humana natura.
La sólita oración preparatoria.
— 157 —
El primer preámbulo es la historia: será aquí cómo Christo llama y quiere a todos debajo de su bandera, y Lucifer,
al contrario, debajo de la suya.
El segundo, composición viendo el lugar; será aquí ver
un gran campo de toda aquella región de Jerusalén, adonde
el summo capitán general de los buenos es Christo nuestro
Señor; otro campo en región de Babilonia, donde el caudillo
de los enemigos es Lucifer.
El tercero, demandar lo que quiero; y será aquí pedir
conoscimiento de los engaños del mal caudillo, y ayuda para
dellos me guardar; y conoscimiento de la vida verdadera que
muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para le imitar.
El primer puncto es imaginar así como si se asentase el
caudillo de todos los enemigos en aquel gran campo de Babilonia, como en una grande cáthedra de fuego y humo, en
figura horrible y espantosa.
El segundo, considerar cómo hace llamamiento de innumerables demonios y cómo los esparce a los unos en tal
ciudad y a los otros en otra, y así por todo el mundo, no
dejando provincias, lugares, estados ni personas algunas en
particular.
El tercero, considerar el sermón que les hace y cómo
los amonesta para echar redes y cadenas; que primero hayan
de tentar de cobdicia de riquezas, como suele, ut in pluribus,
para que más fácilmente vengan a vano honor del mundo, y
después a crescida soberbia; de manera que el primer escalón
sea de riquezas, el segundo de honor, el tercero de soberbia,
y destos tres escalones induce a todos los otros vicios.
Así por el contrario se ha de imaginar del summo y
verdadero capitán, que es Christo nuestro Señor.
El primer puncto es considerar cómo Christo nuestro
Señor se pone en un gran campo de aquella región de Jerusalén, en lugar humilde, hermoso y gracioso.
El segundo, considerar cómo el Señor de todo el mundo
escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc., y los envía
— 158 —
por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todos
estados y condiciones de personas.
El tercero, considerar el sermón que Christo nuestro
Señor hace a todos sus siervos y amigos, que a tal jornada
envía, encomendándoles que a todos quieran ayudar en traerlos, primero a summa pobreza spiritual y, si su divina majestad fuere servida y los quisiere elegir, no menos a la pobreza actual; segundo, a deseo de oprobios y menosprecios,
porque destas dos cosas se sigue la humildad; de manera que
sean tres escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el
segundo, oprobio o menosprecio contra el honor mundano;
el tercero, humildad contra la soberbia; y destos tres escalones
induzgan a todas las otras virtudes.
Un coloquio a nuestra Señora porque me alcance gracia
de su hijo y Señor, para que yo sea recibido debajo de su
bandera, y primero en summa pobreza spiritual y, si su divina
majestad fuere servido y me quisiere elegir y rescibir, no
menos en la pobreza actual; segundo, en pasar oprobios y
injurias, por más en ellas le imitar, sólo que las pueda pasar
sin peccado de ninguna persona ni displacer de su divina
majestad; y con esto una Ave María.
Segundo coloquio. Pedir otro tanto al Hijo, para que me
alcance del Padre; y con esto decir Anima Christi.
Tercer coloquio. Pedir otro tanto al Padre, para que él
me lo conceda, y decir un Pater Noster (EE 136-147).
B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
1. Podemos escuchar de los discípulos sus recuerdos de cómo
Jesús hizo con ellos ese trabajo de volverles lúcidos y sagaces,
de avisarles de los caminos, al parecer inofensivos, que desvían del Reino. Están tomados de ese «manual para formación
de discípulos» que es el evangelio de Marcos:
«Las preocupaciones del mundo, la seducción
de las riquezas y los demás deseos que invaden
y ahogan la Palabra» (4,18-19).
— 159 —
«No hay nada fuera del hombre que, entrando
en él, pueda hacerle impuro. Porque es de dentro del corazón de donde salen las intenciones
malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, envidias...»(7,15.21).
«Abrid los ojos y guardaos de la levadura de
los fariseos y de la levadura de Herodes» (8,15).
«¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los
hombres» (8,33).
«Quien quiera salvar su vida la perderá; pero
quien pierda su vida por mí y por el evangelio
la salvará» (8,35).
«Si alguno quiere ser el primero, que se haga
el último de todos y el servidor de todos» (9,33).
«¡Qué difícil será que los que tienen riquezas
entren en el Reino de los cielos...!» (10,23).
«Sabéis que los que son tenidos como jefes de
las naciones las gobiernan como señores absolutos, y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino
que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor, y quien quiera ser
el primero entre vosotros, sea esclavo de todos.
Porque tampoco el Hijo del hombre ha venido
a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos» (10,42-45).
«Guardaos de los escribas, que gustan pasear
con amplios ropajes, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes...» (12,38-40).
«Mirad que no os engañe nadie. Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: 'Yo
soy', y engañarán a muchos» (13,5-6).
— 160 —
«Estad atentos y vigilad...Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!» (14,33.37).
* Siéntate, mezclado con los discípulos, a los pies de
Jesús para escuchar de sus labios todas estas enseñanzas.
Siente cómo va desenmascarando la seducción que ejercen
sobre ti el d i n e r o , los privilegios, el estar por encima de
otros, el aprecio, la buena fama... Quizá tengas la tentación
de creer que t o d o eso te permite vivir mejor y te asegura
la «vida verdadera». Pero Jesús, que «ha venido a darte
vida, y vida en abundancia» (Jn 10,10), sabe que por ahí no
vas a encontrarla, y por eso é l , que es tu pastor, te conduce
adonde él sabe que hay vida verdadera, «prados de hierba
fresca y manantiales de aguas tranquilas» (Sal 23). Y esos
lugares se llaman para é l : pobreza, servicio, humildad, despreocupación por la propia fama...
Pídele la fe confiada que te haga fiarte más de su conducción que de tus propios caminos. Pon delante de é l ,
como en otros momentos de oración:
— tus ojos, tentados de la avidez de poseer, juzgar, saber..., so capa de buscar la «gloria de Dios»; tus ojos,
tan ciegos para descubrir esos caminos del Evangelio
que te llevan «hacia los de abajo» y no «hacia los de
arriba», a «venir a menos» en vez de a «ir a más»...
— tus labios, con los que querrías justificarte, defenderte,
hablar de ti m i s m o ; que pueden engañarte al creer
que ya vives las preciosas palabras que pronuncias;
— tus oídos, atentos para escuchar lo que tú mismo piensas, lo que dicen de t i , lo que coincide con tus gustos,
y muchas veces sordos a la confrontación, a la corrección, a la sugerencia de que quizá estés equivocado en algo o estés haciendo sufrir a otros...
— tus manos, tentadas de retener cosas, puestos, influencias, n o m b r e , prestigio..., so pretexto de servicio al
Reino;
— tus pies, con su tendencia a escapar de los lugares de
intemperie, dolor o conflicto; tan ágiles para subir y
— 161
trepar hacia el éxito y tan perezosos a la hora de
acercarse a los que están en las cunetas;
— tu corazón, que se deja atrapar y engañar por tantos
subterfugios; que trata de endurecerse para no ser
vulnerable y no dejar que le hieran; que quizá se va
acostumbrando a valorar, juzgar y preferir desde criterios muy distintos de los de Jesús y te va configurando desde dentro según un estilo extraño al Evangelio...
Así debía de sentirse Bartimeo (Me 10,46-52): era un
mendigo, estaba ciego y, desde el borde del camino, sentía
que Jesús, la vida verdadera, pasaba a su lado mientras él,
atrapado en sus tinieblas, ni siquiera podía verlo. Ponte a
gritar como él, una y otra vez: «¡Jesús, hijo de David, ten
compasión de mí!». No dejes que nada ni nadie sofoque
tu grito. Escucha las palabras que te dicen de su parte:
«¡Ánimo, levántate: te llama!»
Y, lo mismo que el ciego, da un brinco, arroja lejos el
manto que te envuelve y ponte tal como eres delante de
Jesús, que te pregunta: «¿Qué quieres que te haga?».
«Maestro, ¡haz que vea!». Siente sus manos sobre tus ojos
y escucha sus palabras: «Ve, tu fe te ha salvado». Y ponte
después a seguirle por el camino.
2. Antes de este otro momento de oración, relee el texto de
san Ignacio de las «dos banderas»: no te distraigas con las
imágenes, el estilo o el lenguaje; fíjate en la verdad profunda
que quiere comunicar y observa sus aspectos pasivos, es
decir, las expresiones en las que aparece más subrayada la
acción de Jesús que el esfuerzo humano: lo importante no es
que tú te «apuntes a su bandera», sino que él te reciba debajo
de ella:
«pedir ser recibidos...»
«la intención de Cristo Nuestro Señor...»
«cómo quiere a todos...»
«esparciendo...»
«a todos quieran ayudar en traerlos...»
— 162 —
Después de eso, haz un ejercicio de memoria y consciencia:
— Date cuenta de todo lo que ya en tu vida (experiencias, historia personal, circunstancias, amistades....) está empujándote y atrayéndote hacia la bandera de Jesús. Descubre
cómo estás siendo objeto de una operación de «acoso y derribo», (de «seducción», diría Jeremías 20,7), de una estrategia del Padre para llevarte por el camino de su Hijo. Recuerda esas experiencias de «conciencia desdichada» que san
Ignacio llama «desolación» y que te han hecho sentir insatisfacción, vacío y tristeza cuando recorrías caminos en dirección contraria al Evangelio.
— Recuerda también experiencias de vida verdadera:
cuado te has sentido más feliz, más pleno y auténtico, como
si lo que estabas viviendo en ese momento, aunque fuera
duro y difícil, te llevara a coincidir con lo más verdadero de
ti mismo. No se trata de añorarlo, sino de aprovecharlo para
reencontrar tu identidad más profunda.
— Evoca circunstancias, personas, situaciones...que te
empujan «escaleras abajo»; los empobrecimientos personales
(físicos, psicológicos, consecuencias de opciones...); las relaciones que te ayudan a ser más coherente; las ocasiones de
pérdida de imagen, prestigio, nombre, fama, suficiencia...;
las perplejidades y oscuridades que te impiden ser rotundo,
duro, y sentirte «heroico»...; las sujeciones que te ciñen y
te llevan adonde no quieres y te hacen más difícil ser soberbio...
* Pídele al Padre que te ayude a consentir en t o d o eso,
a mirarlo como oportunidad y no como inconveniente, a no
poner impedimentos ni resistencias, a dejarte modelar por
sus manos, que quieren configurarte a imagen de su Hijo
y «ponerte con él»...
* Acércate a María, la servidora pobre y humilde del
Señor; pídele también a ella que «te ponga con su Hijo»,
que te reconcilie con esos dinamismos de empobrecimiento;
— 163
* Ponte junto a Jesús, que es tu vida verdadera; exprésale tu deseo de acoger todo cuanto colabora a que la tuya
esté escondida con él en el Padre (cf. Col 3,3).
nos veamos obligados a hacer. Pero lo decisivo y lo importante es la sensibilidad ante el engaño ideológico, supuesto
que el proceso por el que éste comienza a producirse es un
proceso necesario.
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
»Junto al engaño estructural, actúa como segundo obstáculo el engaño personal, para el que el hombre tiene una
capacidad infinitamente mayor de lo que sospecha y de lo
que está dispuesto a conceder. La meditación llamada de 'tres
binarios' es, en realidad, una meditación sobre el segundo
de esos tipos de hombres: aquél en quien la capacidad de
autoengaño desata una astucia increíble y no reconocida, que
le lleva a poner absolutamente todos los medios menos el
único que tiene que poner: quitar el afecto sin perder la cosa;
hacer la voluntad de Dios de tal manera que coincida con la
propia; etc.
1. Desenmascarar los verdaderos obstáculos
al seguimiento
«Hay una larga lista de realidades: salud, fuerza, poder, cultura, riqueza, sexualidad..., que en sí no son malas, que a
veces son incluso positivamente buenas y que en muchas
ocasiones vienen exigidas por las estructuras de la realidad
sobre la que trabajamos. Pero, en la medida en que convivimos con ellas, las usamos y nos acostumbramos a ellas,
nos crean una dinámica interior favorable al egoísmo, contraria a la dinámica del seguimiento de Jesús y capaz de
apartarnos de él.
»La realidad humana es así, y Dios no la cambia para
nosotros. Tampoco es posible renunciar de raíz a todas esas
dimensiones ambiguas de la vida: no es posible, porque pueden ser fecundas, y el amor está obligado a ser eficaz, al
menos dentro de algunos límites. Hacer de la propia vida una
transparencia de la Misericordia pide un mínimo de visibilidad y de eficacia para esa Misericordia. Y puede ser mejor
un amor que acepta mancharse las manos por los hombres
que un amor al que su afán de pureza condena a la ineficacia
»Lo verdaderamente decisivo es saber cuándo hay que
pararse. Pero precisamente eso es lo que está obstaculizado
por la misma dinámica en que uno se halla metido.
»Sólo los limpios de corazón captan cuándo el justificar
todo eso tiene su dosis de validez en medio de la ambigüedad
de la vida y cuándo está comenzando a ser ideología.
»La contemplación de este personaje no pretende mas
que volver lúcido al ejercitante sobre su capacidad para segregar justificaciones y para creérselas, hacerle atento a los
continuos bloqueos ocultos y seducciones secretas que actúan
e intentarán seguir actuando en él, no contrariando su opción
por la Misericordia, sino valiéndose de ella misma.
»[...] Lo definitivo y lo único que puede seguir siendo
eficaz, a la larga, es la sinceridad brutal y la lucidez sobre
uno mismo, mucho más que las mil ascéticas concretas, que
duran poco. La seguridad de que, a la larga, vale más una
debilidad lúcida que una inocencia engañada, porque la debilidad lúcida nunca podrá sentirse cómoda, mientras que
la inocencia engañada, si no deja de ser engañada, acabará
por dejar de ser inocencia, aun sin saber cómo ni cuándo»
(J.I. GONZÁLEZ FAUS).
2. Desprendimiento y seguimiento:
un camino de ida y vuelta
»Los Ejercicios intentan mantener la limpieza de corazón a base de hacernos desear lo contrario de lo que quizá
«Hay palabras que suenan a viejas, no sólo porque se han
repetido mucho a lo largo de la historia, sino también por el
contenido cerrado que se les confirió. Una de ellas puede ser
— 164 —
— 165 —
desprendimiento y, más todavía, el término abnegación.
La razón de su desgaste está, creo yo, en no haberlas puesto
suficientemente en relación con aquello a lo que dinámicamente apuntan. Desprenderme, abnegarme..., ¿por qué, de
qué y, sobre todo, para qué?
aquello a lo que estamos apegados (cosas, personas, dinero,
profesión...) no podremos saber nunca qué es lo que quiere
Dios de nosotros, es decir, seguir a Jesús eligiendo (EE 149156). Otra vez el desprendimiento aparece en función del
seguimiento.
»E1 panorama de su significación estática, cerrada y
negativa, cambia radicalmente cuando llego a comprender
que el desprendimiento es para el seguimiento; que sin desprenderme de mí, de las cosas, personas, ideas, no hay seguimiento posible de Jesús; que sin abnegación de mí mismo
y de mis impulsos de muerte nunca podré liberarme para la
causa de Jesús.
»c) Finalmente, Ignacio termina la segunda semana con
esta categórica afirmación: 'Porque piense cada uno que tanto
se aprovechará en todas cosas espirituales [en la fidelidad a
Dios, en el seguimiento de Jesús] cuanto saliere de su propio
amor, querer e interesse' (EE 189).
«Desprendimiento y abnegación son, pues, para el seguimiento, y en él encuentran su sentido dinámico y su verificación, ya que, si no, también ellos permanecen en la
ambigüedad. Para ilustrar esta última afirmación, echo mano
de tres pinceladas rápidas de los Ejercicios:
»a) La meditación de las dos banderas supone que, aun
cuando uno haya optado ya por Jesucristo y su Reino (EE
91-98), puede sufrir engaños que, de hecho, le aparten de
ese supuesto seguimiento. El proceso sucederá a través del
deseo de riqueza (material, pero también espiritual), que desencadena automáticamente la búsqueda de honor y prestigio
y que termina en soberbia como forma de preferirse a los
demás y querer dominarlos. De ahí se camina a todos los
vicios.
»Así pues, hay un camino que va del desprendimiento
al seguimiento y se verifica en él. Sin esa verificación habría
razones para sospechar si detrás de determinados actos ascéticos no se esconden, a veces, procesos inconscientes de
autodestrucción.
»Toda ascética apunta a la militancia; pero sucede que
también lo contrario es verdad en la vida espiritual, es decir,
que el seguimiento de Jesús provoca un mayor desprendimiento que pide ser verificado en él. El seguimiento de Jesús
es inseparable de la identificación con El. Lleva a la militancia por su causa en nuestro mundo, pero también a incorporar en ella el 'espíritu' de esa causa, la manera como
Cristo la peleó.
»b) En la meditación de las tres clases de hombres,
Ignacio insistirá en que sin un despojamiento 'afectivo' de
»En los últimos tiempos, este dato está adquiriendo suma
relevancia: 'Me parece —dice Jon Sobrino— que hay tres
cosas importantes que destacar. En primer lugar, ha cobrado
mayor impostación analizar no sólo la práctica de Jesús, sino
también el espíritu de esa práctica, como aparece programáticamente en el Sermón de la Montaña. [...] En segundo
lugar, ha ido creciendo la convicción de lo que podríamos
llamar la necesidad de explicitar la vida con espíritu en
prácticas espirituales. [...] Se trata, por fin, de comprometerse históricamente en la construcción del Reino de
Dios, y así acceder a Dios, y de ser hombres de corazón
limpio para ver a Dios, y así construir su Reino. Hay una
necesidad absoluta de vida histórica para que pueda existir
— 166 —
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»Contra ese proceso, no siempre del todo consciente,
no existe más terapia que el 'deseo' de seguir a Jesús, de
identificarse más y más con Él, de 'ser recibido debajo de
su bandera' en pobreza (espiritual y material), en oprobios
y en humildad (EE 136-147). Lo primero es para lo segundo;
el desprendimiento y la abnegación son para el mayor seguimiento y se verifican en él.
la vida espiritual y, por otra parte, una necesidad de vivir la
historia con espíritu cristiano, que nos sigue juzgando aun
dentro del cauce correcto de la historia. Además, el mismo
cauce elegido muestra dificultades estructurales, como la de
compaginar eficacia y gratuidad, lucha y magnanimidad, justicia y compasión, equidad y perdón'.
»En resumen, que, si es cierto que un desprendimiento
(entendiendo por él los dos elementos ascético-místicos de
la vida espiritual) que no conduzca al seguimiento histórico
de Jesús es sospechoso de proceder de un corazón no puro,
también lo es que un seguimiento que no genere en nosotros
un mayor desprendimiento, una mayor identificación de
'vaciamiento' con Jesús, puede vehicular sus propios demonios, impulsos de muerte de los que hay que exorcizarlo»
(J.A.
GARCÍA).
3. Otra «Carta del Diablo a su sobrino»
«Mi querido sobrino: evidentemente, estás haciendo espléndidos progresos. Mi único temor es que intentes meter prisa
al paciente y se dé cuenta de su verdadera situación. Porque
tú y yo, que vemos esa situación tal como es realmente, no
debemos olvidar cuan diferente debe de parecerle a él. Nosotros sabemos que hemos introducido en su trayectoria un
cambio de dirección que le está alejando ya de su órbita
alrededor del Enemigo; pero hay que hacer que él se imagine
que todas las decisiones que han producido este cambio de
trayectoria son triviales y revocables. No se le debe permitir
que sospeche que ahora está, por lentamente que sea, alejándose del sol en una dirección que le conducirá al frío y a
las tinieblas del vacío absoluto.
sino sólo con un vaga aunque incómoda sensación de que no
se ha portado muy bien últimamente.
»Esta difusa incomodidad necesita un manejo cuidadoso. Si se hace demasiado fuerte, puede despertarle y echar
a perder todo el juego. Por otra parte, si la suprimes completamente —lo que, de pasada, el Enemigo no permitirá—,
perdemos un elemento de la situación que puede conseguirse
que nos sea favorable. Si se permite que tal sensación subsista, pero no que se haga irresistible y florezca en un verdadero arrepentimiento, tiene una invariable tendencia: aumenta la resistencia del paciente a pensar en el Enemigo.
Todos los humanos, en cualquier momento, sienten en cierta
medida esa reticencia; pero cuando pensar en Él supone encararse, intensificándola, con una vaga nube de culpabilidad
sólo a medias consciente, tal resistencia se multiplica por
diez. Odian cualquier cosa que les recuerde al Enemigo, al
igual que los hombres en dificultades económicas detestan
la simple visión de un talonario. En tal estado, a tu paciente
le irá produciendo terror el contacto efectivo con el Enemigo.
Su intención será la de 'dejar la fiesta en paz'.
»A1 irse estableciendo más completamente esta situación, te irás librando, paulatinamente, del fatigoso trabajo de
ofrecer placeres como tentaciones. Al irse separando cada
vez más de toda auténtica felicidad, aumentará su incomodidad y su resistencia a enfrentarse a ella; y, como la costumbre va haciendo al mismo tiempo menos agradables y
menos fácilmente renunciables (pues es lo que el hábito hace,
por suerte, de los placeres) los placeres de la vanidad, de
la excitación y de la ligereza, descubrirás que cualquier
cosa, o incluso ninguna, es suficiente para atraer su atención
errante.
»Por este motivo, casi celebro saber que aún conserva
externamente los hábitos de cristiano, porque así se le podrá
hacer pensar que ha adoptado algunas costumbres nuevas,
pero que su estado espiritual es el mismo de antes; y, mientras
piense eso, no tendremos que luchar con el arrepentimiento
explícito por un pecado definido y plenamente reconocido,
»Déjale hacer lo que sea, menos actuar. Ninguna cantidad, por grande que sea, de buenos deseos en su imaginación y en sus afectos nos perjudicará, si logramos mantenerlos fuera de su voluntad. Como dijo uno de los humanos,
los hábitos activos se refuerzan por la repetición, pero los
pasivos se debilitan. Cuanto más a menudo sienta sin actuar,
— 168 —
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menos capaz será de llegar a actuar alguna vez y, a la larga,
menos capaz será de sentir.
»Los cristianos describen al Enemigo como aquel 'sin
quien nada es fuerte'. Y la Nada es muy fuerte: lo suficiente
como para privarle a un hombre de sus mejores años, y no
cometiendo dulces pecados, sino en una mortecina vacilación
de la mente sobre no sabe qué ni por qué, en la satisfacción
de curiosidades tan débiles que el hombre sólo es medio
consciente de ellas, o en el largo y oscuro laberinto de unos
ensueños que ni siquiera tienen lujuria o ambición para darles
sabor, pero que, una vez iniciados por una asociación de
ideas puramente casual, no pueden evitarse, pues la criatura
está demasiado débil o aturdida como para librarse de ellos.
»Dirás que son pecadillos y, sin duda, como todos los
tentadores jóvenes, estarás deseando poder dar cuenta de
maldades espectaculares. Pero, recuérdalo bien, lo único que
de verdad importa es en qué medida apartas al hombre del
Enemigo. No importa lo leves que puedan ser sus faltas, con
tal de que su efecto acumulativo sea empujar al hombre lejos
de la Luz y hacia el interior de la Nada. De hecho, el camino
más seguro hacia el Infierno es el gradual: la suave ladera,
blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin mojones, sin señalizaciones.
»Tu cariñoso tío...»
no hubiera recordado, rápidamente se habrían olvidado, oscurecidos incluso por cualquier experiencia dolorosa.
»Esta revisión diaria es un ejercicio de 'alabanza, reverencia y servicio de Dios'. Después de haber recordado
los acontecimientos a los que estás agradecido, da gracias y
bendice a Dios por ellos.
»2. Recuerda tus sentimientos y estados de ánimo, señalando, si es posible, quién los ocasionó, pero sin emitir
juicio alguno. Permanece con Jesús a medida que te vas
haciendo consciente de tus sentimientos. No los analices;
contémplalos en la presencia de Jesús y deja que él te enseñe
cuál es su lugar en ti y dónde no le has dejado estar. Dale
gracias por las veces que él ha estado presente en ti y pídele
perdón por aquellas otras veces que le has negado la entrada.
»Todo el ejercicio no debe durar más de quince minutos.
Con su práctica podrás ser cada vez más sensible a la acción
y presencia de Dios en tu vida. Te darás cuenta de que te
está haciendo más capaz de amar, de ser más pacífico, de
tener menos prisa, de ser menos suspicaz, de ser capaz de
interesarte por las personas que te ponían nervioso; quizá
tengas menos miedo a lo que los demás puedan pensar de ti
y seas más libre para ser tú mismo» (G.W. HUGHES).
D) CELEBRAR LO VIVIDO
(C.S.
LEWIS)
4. Un instrumento para la lucidez: el examen
«Después de recordar lo que vas a hacer, durante algunos
segundos, le pides a Dios que todo tu ser se oriente a alabarle
y permanecer en su servicio.
Cuatro posibles celebraciones:
1. Poner levadura en un plato, leer el texto de Marcos
8,14-21 sobre la necesidad de abrir los ojos y guardarse de
la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.
Después de un tiempo de silencio, compartir lo que es para
cada uno esa «levadura negativa» que fermenta secretamente
nuestra masa en dirección contraria al Evangelio.
»1. Deja que tu mente recorra los acontecimientos del
día, sin juzgarlos, sin alabarlos, sin rechazarlos. Al hacer
esto, generalmente uno se sorprende del número y variedad
de buenos momentos del día que, si de una manera deliberada
2. Extender tierra en el centro de la sala, leer la parábola
del sembrador (Me 4,13-30) y compartir qué abrojos o zarzas
ha descubierto cada uno amenazando ahogar la semilla en su
tierra...
— 170-
— 171 —
3. Poner en el centro de la sala un recipiente lleno de
agua y leer entre varios (narrador, ciego, Jesús, fariseos,
gente...) en Jn 9,1-30 la curación del ciego de nacimiento.
Después de un silencio, cada uno se va levantando y le pide
a otro que se acerque con él al agua y le lave los ojos.
13
Entrar en la lógica de la desmesura
4. Atar en cada asiento un cordel fino lo bastante largo
como para poder atarse con él la mano. Poner en el suelo un
cartel con esta frase de San Juan de la Cruz: «Basta un hilo
delgado para tener asido al pájaro», y esta otra de san Ignacio:
«El enemigo echa redes y cadenas...»
En un tiempo de silencio, preguntarse: ¿Qué está impidiendo en la práctica que mis deseos de seguimiento no se
realicen? ¿En qué he descubierto que me engaño?
Se expresa en forma de oración de súplica el deseo de
ser liberado de esas ataduras y se ayuda a desatar al de al
lado.
Terminar leyendo juntos esta oración, inspirada en el
Salmo 124:
«Ven a estar junto a nosotros, Señor,
ven a estar a favor nuestro,
porque nos sentimos amenazados por el engaño,
porque nos sabemos envueltos en mil redes,
porque estamos atrapados en nuestras incoherencias.
Bendito seas por tu voluntad de hacernos libres,
bendito seas porque quieres que escapemos,
como un pájaro, del lazo que nos han tendido,
de la red que nos impide caminar contigo,
de las cadenas que nos amarran a nuestro egoísmo.
Rompe nuestras ataduras y condúcenos a la libertad:
la libertad que viene de la pobreza,
y del servicio, y del amor solidario.
No tenemos más auxilio que tu Nombre, Señor,
tú que has hecho el cielo y la tierra,
tú que nos llamas a construir contigo
una nueva tierra de hombres y mujeres libres».
— 172 —
A) PÓRTICO DE ENTRADA
A todos nos han conmovido y llenado de admiración alguna
vez los gestos o el comportamiento de algunas personas que
han ido más allá de lo razonable, de lo «lógico», de lo humanamente exigible: han arriesgado su vida por otros; han
permanecido junto a los que estaban en situaciones de alto
riesgo; no se han tenido en cuenta a sí mismos y, sin calcular
ni medir, han entregado lo que eran y tenían; y, como consecuencia, han arriesgado su propia vida hasta perderla. Son
conductas que a los ojos de muchos resultan insensatas, como
lo expresa este poema sufí:
«Ellos me dijeron:
'Te has vuelto loco a causa de Aquel a quien amas'.
Yo les contesté:
'El sabor de la vida es sólo para los locos'».
Los que llamamos «santos» han sido siempre hombres
y mujeres que se han dejado llevar por esa lógica que nace
del amor, que deja atrás cálculos y medidas y se adentra en
el seguimiento.
En determinados momentos, también nosotros habremos
sentido un impulso que nos empujaba a comportarnos así, a
romper límites y a movernos por las razones indeducibles del
amor. Y, aunque no estemos establemente ahí, sabemos experiencialmente de qué se trata.
— 173 —
Los iconos de desmesura de hoy van a acompañarnos
a la hora de «rondar» esa actitud, que es como una montaña
que admiramos desde la falda y que vamos a contemplar
primero desde su «cara norte»: algunos iconos de cálculo
que se quedaron «más acá», que no se atrevieron a transgredir
límites, que decidieron permanecer en lo razonable, lo sensato, lo «lógico» y, desde ahí, calificaron como una locura
lo contrario.
Después la miraremos desde su «cara sur»: personajes
que se atrevieron a cruzar esa frontera y se han convertido
en indicadores de camino. Finalmente, nos acercaremos al
icono de Jesús haciendo el total derroche de la Eucaristía.
B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
Y se dio la vuelta, lejos de la inseguridad de una vida
a la intemperie junto a Jesús. Pero todo aquello que no
se decidió a dejar no pudo protegerle de la tristeza...
«Jesús dijo a Nicodemo: 'Yo te aseguro: el que
no nazca de agua y de Espíritu no puede ver el
Reino de Dios'. Respondió Nicodemo: '¿Cómo
puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede entrar
otra vez en el seno de su madre y volver a
nacer?'...» (Jn 3,3-4).
Y el escepticismo amenazó con retenerle del lado del
sentido común, de lo inmóvil, de lo viejo, de quienes temen
emprender la aventura de renacer dejándose arrastrar
por la novedad del Espíritu...
1.
«Un hombre dio una gran cena y convidó a
muchos; a la hora de la cena envió a su siervo
a decir a los invitados: 'Venid, que ya está todo
preparado'. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: 'He comprado un
campo y tengo que ir a verlo; te ruego que me
disculpes'. Otro dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos; te ruego me
disculpes'. Otro dijo: 'Me he casado, y por eso
no puedo ir'...» (Le 14,15-20).
Y se quedaron en sus pequeñas satisfacciones cotidianas, sin decidirse a aceptar aquel banquete que les
habría hecho entrar en la alegría de Dios...
«Jesús fijando en el joven sus ojos, le amó y le
dijo: 'Una cosa te falta: vete, vende todo lo que
tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro
en el cielo; luego, ven y sigúeme'. Pero él, ante estas palabras, se entristeció y se marchó
apenado, porque tenía muchos bienes» (Me
10,20-22).
— 174 —
«Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase
de mujer le está tocando, que es una pecadora»
(Le 7,39).
«Había allí algunos que se decían entre sí, indignados: '¿A qué viene este derroche de perfume?'...» (Me 14,3-4).
«Dijo a sus discípulos: 'El Hijo del hombre va
a ser entregado en manos de los hombres; lo
matarán, y al tercer día resucitará'. Pero ellos
no entendían lo que les decía y tenían miedo
de preguntarle» (Me 9,31-32).
Y la costumbre de medirlo todo, de calcularlo todo,
les impidió entender los gestos de quienes habían decidido
llegar más allá en el amor...
* Acércate a Jesús desde la actitud de cualquiera de
esos personajes, la que reconozcas más cercana a la tuya.
Pídele que te ayude a salir de tu mediocridad, que te familiarice con esos adverbios «tan suyos y de su gente»
como más o demasiado.
— 175 —
2.
«Jesús se sentó frente al arca del tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca
del Templo; muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte de un as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: 'Os
digo de verdad que esta viuda pobre ha echado
más que todos los que echan en el arca del
tesoro. Porque todos han echado de lo que les
sobraba, y ella, en cambio, ha echado de lo que
necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir'» (Me 12,41-44).
«Una mujer pecadora, enterada de que estaba
en casa del fariseo, acudió con un frasco de
perfume de mirra, se colocó detrás, a sus pies,
y llorando se puso a bañarle los pies con sus
lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra».
cada uno de los personajes, pregúntales por sus sentimientos, pídeles que te cuenten cuál fue el camino que
les llevó a ser y actuar de ese m o d o ; déjate seducir por su
talante vital.
* Dirige también tu mirada a tanta gente que hoy sigue
viviendo así en tantos lugares del m u n d o , incluso muy cerca de t i . Alégrate de ello, felicítalos desde lo más profundo
de tu corazón. Siente orgullo de pertenecer a una humanidad y a una Iglesia en la que muchos hombres y mujeres
viven fuera de sí mismos para entregarse a otros y siguen
siendo capaces de traspasar límites.
* Acércate después a Jesús sintiéndote, como dice la
Carta a los Hebreos,
«rodeado por tan gran nube de testigos, sacudiendo todo lastre, corriendo con fortaleza la
prueba que se te propone, con la mirada fija en
el que guía y consuma tu fe» (Heb 12,1-2).
«Estando él en Betania, en casa de Simón el
leproso, recostado a la mesa, vino una mujer
con un frasco de alabastro de perfume de nardo
puro, de mucho precio; quebró el frasco y lo
derramó sobre su cabeza» (Me 14,3-9).
3. El gran icono de la desmesura es Jesús, y vamos a contemplarlo «haciendo eucaristía» y siéndolo: creando inclusión y comunidad, alegría, convivialidad y fiesta; saciando
hambres, inaugurando una manera nueva de vivir, en la que
el modelo no es el acumular, sino el compartir; no el retener,
sino el entregar y derrochar...
«Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: 'Señor,
la mitad de mis bienes se la doy a los pobres
y, si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces más'» (Le 19,8).
La Eucaristía no nació en la última cena, sino que Jesús
fue gestándola y preparándola a lo largo de toda su vida, a
través de sus palabras, gestos, encuentros y actitudes:
«Cuando Simón Pedro oyó 'es el Señor', se ciñó
la túnica, pues no llevaba otra cosa, y se lanzó
al mar...» (Jn 21,7).
* Trata de conocer internamente a qué actitud profunda responden esos gestos, de qué manantial secreto de
urgencia agradecida, de generosidad, de derroche, de despreocupación por sí mismos, han brotado. Dialoga con
— 176 —
— Su deseo de dar vida:
«He venido a que tengan vida, y vida en abundancia» (Jn 10,10).
«Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí no
tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá
nunca sed» (Jn 6,35).
— 177 —
— Su compasión por el hambre de la gente:
«Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia
él mucha gente, dice a Felipe: '¿Cómo vamos
a comprar pan para que coman éstos?' Se lo
decía para probarle, porque él sabía lo que iba
a hacer. [...] 'Aquí hay un muchacho que tiene
cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué
es esto para tantos?' Dijo Jesús: 'Haced sentar
a la gente'. Había en el lugar mucha hierba. Se
sentaron en número de cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias,
los repartió entre los que estaban recostados,
y lo mismo todo lo que quisieron de los peces...» (Jn 6,5-11).
— Sus gestos de incluir, atraer, reunir, de romper con
cualquier forma de exclusión al sentarse a la mesa con la
gente más «perdida»:
«Estando él a la mesa en casa de Leví, muchos
publícanos y pecadores se encontraban a la
mesa con Jesús y sus discípulos» (Me 2,15).
«Los escribas murmuraban: 'Éste acoge a los
pecadores y come con ellos'...» (Le 15,2).
— Su oferta de comunión y de intimidad:
«El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí, y yo en él...» (Jn 6,56).
— Su conciencia de estar dando plenitud a la tradición del
Dios que da de comer a su pueblo en el desierto:
«Os lo aseguro: Moisés no os dio el pan del
cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan
del cielo..., no como el que comieron vuestros
padres y murieron, sino que el que coma de
este pan vivirá eternamente» (Jn 6,56-58).
— Su interpretación de tantas dimensiones de la vida del
Reino (la voluntad del Padre, su palabra, su llamada, su don,
— 178 —
sus promesas...; las relaciones humanas, la justicia...) en
clave de alimento, banquete, pan, saciedad...
«Yo tengo un alimento que vosotros no sabéis:
mi alimento es hacer la voluntad del que me
ha enviado...» (Jn 4,32-34).
«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4).
«El rey envió a sus siervos llamando a los invitados: 'Mirad, mi banquete está ya preparado,
se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid'...» (Mt 22,4).
«¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo
le pide pan, le dará una piedra? [...] ¡Cuánto más
vuestro Padre dará cosas buenas a los que se
las pidan...!» (Mt 7,9.11).
«Dichosos los siervos a los que su señor, al
llegar, los encuentre velando; yo os aseguro
que se pondrá el delantal, les hará sentarse a
la mesa y, yendo de uno en uno, les servirá»
(Le 12,37).
«Era un hombre rico que celebraba cada día
espléndidas fiestas; y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su puerta cubierto de
llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la
mesa del rico...» (Le 16,19-20).
— La interpretación de su propia vida en clave de servicio
y de entrega de la vida (cf. Me 10,45), que culmina en el
lavatorio de los pies (Jn 13,1-15).
* Entra en Betania, en casa de Marta, María y Lázaro,
y mira la escena: María rompe el frasco de perfume de
nardo puro y unge los pies de Jesús. Trata de entrar en los
sentimientos de Jesús, en su defensa apasionada del gesto
de María, como lo había hecho con la mujer que le ungió
en casa del fariseo (cf. Le 7,36-50). Quizá es porque ha
encontrado en ellos amor exagerado, ruptura, vaciamien-
— 179 —
t o . . . : la misma «inspiración» que va a llevarle a él a tomar
el pan, romperlo y decir: «Ésta es mi vida que se entrega
por vosotros...»
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
Deja que tu corazón desborde de agradecimiento y de
alegría por el regalo de la Eucaristía, por el proyecto de
humanidad reconciliada y fraterna que encierra. Habla con
Jesús de tu deseo de entrar en su «proyecto eucarístico»,
de vivir así «en memoria suya»...
«Celebrar unos votos dentro de una Eucaristía es muy propio.
Jesús, con la seriedad de sus palabras de ofrecimiento, transformó su cuerpo en cuerpo de sacrificio, de vida y de presencia. Vosotros tatuaréis y transformaréis vuestros cuerpos
en una Eucaristía, larga como vuestra vida, por la seriedad
de las palabras que vais a pronunciar; ofrecéis 'vuestra existencia como sacrificio vivo, agradable, consagrado a Dios;
como culto auténtico que no se amolda a este mundo' (Rom
12, 1-2).
* Entra en la «habitación de arriba» de la casa en la
que Jesús está reunido con sus discípulos para comer j u n tos la cena de Pascua. Lucas dice que también allí discutían
sobre cuál de ellos era el de mayor categoría (Le 22,24-27);
y sabemos por el evangelio de Juan que Jesús realiza un
gesto silencioso, como los que hacían los Profetas cuando
recurrían a acciones simbólicas al ver cómo sus palabras
no eran escuchadas.
Contempla a Jesús levantándose, quitándose el manto,
ciñéndose la toalla, tomando la jarra y la jofaina y poniéndose de rodillas delante de cada uno de los discípulos para
lavarles los pies. Es su manera de estar ante «lo sucio» de
los otros, ante sus defectos, sus fallos, sus pecados... Todo
eso que a nosotros nos lleva a juzgar con severidad, a
criticar, a distanciarnos..., a él le impulsa a acercarse, a
ponerse de rodillas para lavarlo y devolver al otro la posibilidad de continuar caminando.
Escucha su diálogo con Pedro, que se resiste — c o m o
t ú , como casi todos nosotros— a entrar en ese «juego del
Evangelio» en el que t o d o es al revés: «Si no te lavo, no
tienes parte conmigo...» Graba en tu corazón esta ley del
Reino: sólo «tiene parte con Jesús» el que se pone de
rodillas a su lado para lavar los pies de los más pequeños.
1. Homilía en una eucaristía de votos
«Vuestro acto de hoy es desmesurado y excéntrico:
Desmesurado, porque alzaros desde la fragilidad de
vuestro instante de votos, cruzando y transformando todos
los instantes de vuestra vida, venturosos o afligidos, hasta
hincar vuestro dardo en la misma eternidad, es mucha pretensión y osadía. Todo vuestro tiempo queda ya transfigurado
por esta 'pequeña colina, alegría de toda vuestra vida' (cf.
Salmo 48,3).
«Desmesurado lo es también por el tamaño y grandeza
del Otro al que os ofrecéis y con el que vinculáis vuestra
minusculez. El innombrable, el que hablaba con su amigo
Moisés como un amigo habla a otro amigo, pero al que
también decía: 'Verás mi espalda, pero mi rostro no» (Ex.
33,23)..., ¡ese es vuestro amigo! Ciertamente se ve que 'esa
fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de vosotros, vasijas
de barro' (2 Cor 4.7).
«Desmesurado por el impacto revolucionario en cada
línea de vuestro psiquismo y de vuestra estructuración más
íntima. Desmanteláis con este acto único los móviles humanos, y muchas veces legítimos, de gran parte de la humanidad.
Pídele al Padre, y luego a María, que «te pongan con
su Hijo» precisamente ahí...
— el afán de dinero y de extenderos espacialmente, en fincas
y posesiones, lo ceñís en la estrechez de la pobreza;
— 180 —
— 181 —
— el afán de fama y de prolongación en el tiempo, a través
de la estirpe de los hijos en el amor, lo mutiláis en la
celda desconocida de vuestra castidad;
— el deseo de libertad, núcleo para muchos de aventuras y
conquistas, de empresas y de revoluciones, de protestas
autoafirmativas, lo inclináis bajo el yugo de la obediencia.
»Y también, como os decía, vuestro acto es excéntrico;
excéntrico en el sentido literal de la palabra: por la llamada
de Otro, emigráis de 'vuestro propio amor, querer e interesse'
(EE 189) rompiendo vuestras pequeñas cuentas y alcabalas
para adentraros en la voluntad de un Dios que invita a desiertos desconocidos y a lejanas tierras de promesa.
«Excéntrico también porque todos vuestros caudales se
exportan hoy al extranjero del servicio a los demás. Los
consejos evangélicos os sitúan en la gratuidad del servicio.
Ya iréis viendo cómo vuestro tiempo es asaltado por las
necesidades y urgencias de los demás. Los consejos evangélicos os van a ir haciendo avanzar cada día en una muerte
cada vez más radical, hasta estar unidos totalmente con Cristo
y participar también de su propia libertad de estar —como
él— al servicio de todos los que os necesiten, 'sin encontrar'
—como él— 'tiempo ni para comer' (Me 6,31).
»Los votos, atándonos, nos hacen libres; paseando su
muerte (2 Cor 4,10), nos hacen vivos y fuentes de vida:
ocultándonos, nos hacen transparentarle a él en nuestra carne
mortal.
»Todavía más excéntrica es vuestra opción porque se
va al mismo margen de los hombres. Vuestro texto de Is 61
no os lleva a los ojos bonitos, sino a los ciegos; no a las
zonas de luz, sino a los rincones de oscuridad; no a las calles
céntricas, sino a las mazmorras de cárceles y tugurios.
»Y, por fin, clamorosamente excéntricos sois, y contraculturalmente situados para siempre, en la risa de una
virginidad increíble y ridicula; en la pobreza sin bonos ni
cuentas; en la obediencia digna de lástima y compasión. ¡Estáis anticuados, pasados de moda!
— 182 —
»Y, sin embargo, a vosotros, y todavía más a nosotros,
más calvos, más canosos o más gordos, nos llena de inmensa
alegría esta desmesura y excentricidad. Y ello, porque sabemos cálidamente que vivimos un don que no se debe a que
seamos más lúcidos, más heroicos ni de más briosos músculos
que nuestros coetáneos, sino que se debe únicamente al hecho
de que él nos ha escogido (Jn 15,16), desde su corazón
compadecido por los gritos del pueblo, como a Moisés (Ex
3), o por las densas oscuridades del pueblo, del 'quién irá
por mí' de Isaías (Is 6,8), o del espectáculo lastimoso de los
derrengados, que no aguanta su corazón y que os une a los
Doce (Mt 9,36ss). Esa es y será vuestra alegría: vuestra vida
desmesurada y excéntrica va a hacer presente en el mundo
su enorme bondad para todos los hombres. Lo cual, eso sí,
nos obliga a no confundir nuestro activismo incansable con
la acción de Dios. Toda vuestra y nuestra fecundidad, como
lo dicen las Constituciones [671], es fruto de la hondura y
estrechez de nuestra unión con Dios, del contacto con la
'Suma Bondad de Dios, por el mesmo amor que della descenderá y se estenderá a todos los próximos'.
»Pedimos a Dios que aumente los quilates de vuestra y
nuestra entrega, al modo de nuestra Madre del 'he aquí la
esclava del Señor', para que demos al mundo, como ella,
el fruto de su Espíritu (Is 42), que no vocea ni clama, sino
que es 'alianza del pueblo y luz de las naciones' (Is 42,6)»
(J.M.
FERNÁNDEZ MARTOS).
D) CELEBRAR LO VIVIDO
1. Se ambienta la sala poniendo sobre una mesa baja, cubierta
con mantel, un pan grande y una copa de vino.
Se puede empezar cantando «Alrededor de tu mesa»,
«Hemos venido a este lugar...» o algún otro canto de Eucaristía; a continuación, alguien lee la narración de la Cena:
«Yo recibí del Señor lo que os he transmitido:
que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó un pan, dando gracias lo partió y
— 183 —
dijo: 'Esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros. Haced esto en memoria mía'. Lo mismo, después de cenar, tomó la copa y dijo: 'Esta
copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre.
Haced esto, cada vez que la bebáis, en memoria
mía'» (1 Cor 11,23-26).
14
Permanecer junto al que llegó
hasta el final en el amor
En silencio, se va pasando el pan, y cada uno toma un
trozo y lo conserva en su mano.
El que anima la celebración invita a tomar conciencia
de la posesividad con que nuestras manos tratan de retener
lo que poseen, simbolizado en el trozo de pan, y a hacer el
gesto de cerrarlas con fuerza, como para guardarlo y protegerlo.
Invita después a irlas abriendo muy lentamente, hasta
llegar a hacer el gesto de ofrecer, de estar disponible y
abierto.
Se motiva luego el pronunciar la bendición, y cada
uno puede expresar la alabanza y la acción de gracias hacia
la que se sienta movido.
El gesto de partir, si se hace muy despacio y esperando
a que nazca de dentro a fuera, puede ayudar a caer en la
cuenta de cómo el pan «se resiste» a dejarse partir, cómo
cruje y se rompe la corteza, cómo cuesta que se separe un
trozo de otro. Se invita a expresar las rupturas que vive cada
uno y a recordar y hacer presentes las de tanta gente «rota»...
Finalmente, se comparte el pan con los de cerca, se
pasa la copa de vino y se termina con un cántico.
Si se quiere hacer más larga, se pueden ir leyendo, con
el pan en la mano, algunos textos seleccionados del discurso
de la cena (Jn 14-16).
2. Otra celebración posible: ambientar la sala poniendo un
jarro volcado en el suelo, y leer después Flp 2,5-11.
— 184 —
A) PÓRTICO DE ENTRADA
La reacción humana ante el gozo es la de retenerlo y prolongarlo: «¡Hagamos tres tiendas...!», era el deseo de Pedro
en la transfiguración (Me 9,5). En cambio, ante el sufrimiento, tanto el propio como el de alguien a quien amamos,
nuestra tendencia es la de huir, escapar como sea, desentendernos, comportarnos como «enemigos de la cruz de Cristo»
(Gal 3,18).
Seguramente podríamos encontrarnos reflejados en los
iconos de huida: los discípulos resistiéndose a entender que
Jesús vaya a sufrir y que suba a Jerusalén (Me 9,32), durmiéndose en Getsemaní como recurso más o menos consciente para desentenderse y evadirse (Me 14,37), o huyendo
en el momento del prendimiento (Me 14,50); Pedro tratando de convencer a Jesús de que se aleje de ese camino (Me
8, 31-32) y negándole después (Me 14,66-72).
Por eso Jesús habla tantas veces de «permanecer»:
«Vosotros sois los que habéis permanecido
conmigo en mis pruebas» (Le 22,28).
«Permaneced aquí y velad conmigo»(Mt 26,38).
«Permaneced en mi amor...» (Jn 15,4.7.9.10).
— 185 —
Y esa actitud es la que revela que el verdadero discípulo
permanece junto al Maestro en el momento de la prueba más
dura:
«Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la
hermana de su madre, María de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, viendo a su madre, y
al lado al discípulo predilecto...» (Jn 19,25-26).
«Estaban allí mirando a distancia unas mujeres,
entre ellas María Magdalena, María, madre de
Santiago el menor y de José, y Salomé, las cuales, cuando estaba en Galilea, lo habían seguido
y servido; y otras muchas que habían subido
con él a Jerusalén» (Me 15,40-41).
Ante la imagen desfigurada del Siervo sufriente (Is
52,13 - 53,12), la reacción de muchos era la de «espantarse»,
«despreciarle», «evitarle», «taparse la cara»... Pablo se
asombraba de que alguien pudiera quedar «fascinado» por
algo diferente del Crucificado:
«¡Gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado,
después de que ante vuestros ojos
fue presentado Cristo crucificado?» (Gal 3,1).
En cambio, los iconos de permanencia mantuvieron
fija una mirada que les permitía adentrarse en el misterio. Su
permanecer era la etapa final de su seguimiento y, como en
el relato de Bartimeo, su ver era sinónimo de su creer (cf.
Me 14,54).
Al acercarnos a la pasión de Jesús, quizá no alcancemos
a hacer nada más que esto: quedarnos junto a él («quebranto
con Cristo quebrantado...» nos invita a pedir san Ignacio),
mirarle, permanecer a su lado pobre y silenciosamente.
B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
1.
«Dijeron los impíos:
'Atropellemos al justo que es pobre, [...]
pues lo débil, es claro, no sirve para nada.
— 186 —
Acechemos al justo, que nos resulta incómodo:
se opone a nuestras acciones,
declara que conoce a Dios
y dice que él es hijo del Señor;
se ha vuelto acusador
de nuestras convicciones,
sólo verlo da grima [...]
Vamos a comprobar
la autenticidad de sus palabras
observando el desenlace de su vida:
si el justo ese es hijo de Dios, él lo auxiliará
y lo arrancará de las manos de sus enemigos.
Lo someteremos a tormentos despiadados
para apreciar su paciencia
y comprobar su temple;
lo condenaremos a muerte ignominiosa,
pues dice que hay quien mira por él...'»
(Sab 2,10-20).
* Ponte junto a Jesús en la cruz para comprobar
cómo su muerte verifica la autenticidad de sus palabras:
«Nadie tiene amor más grande que el que da
la vida por los que ama» (Jn 15,13).
«El buen pastor da su vida por sus ovejas» (Jn
10,11).
«El Hijo del hombre ha venido para servir y dar
la vida en rescate por todos» (Me 10,45).
«Os aseguro que, si el grano de trigo caído en
tierra no muere, queda él solo; pero, si muere,
da mucho fruto. Quien tiene apego a su propia
existencia, la pierde; quien desprecia la propia
existencia en el mundo, la conserva para una
vida sin término» (Jn 12,24-25).
«Ahora me siento agitado: ¿le pido al Padre que
me saque de esta hora? ¡Pero si para esto he
— 187 —
venido, para esta hora! ¡Padre, manifiesta tu
gloria!» (Jn 10,11).
«Así pues, nosotros, rodeados de una nube tan
densa de testigos, desprendámonos de cualquier carga y del pecado que nos asedia; corramos con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en el que inició y consumó
la fe, en Jesús. El cual, por la dicha que le esperaba, sufrió la cruz, despreció la humillación
y se ha sentado a la diestra del trono de Dios»
(Heb 12,1-2).
«El Padre me ama porque doy mi vida para
recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; la doy
yo voluntariamente» (Jn 10,17).
* Deja que fluyan de ti el agradecimiento, el asombro
y ese sentimiento al que nos invita la liturgia del Jueves
Santo:
«Nosotros debemos gloriarnos
en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por quien hemos alcanzado
la salvación y la libertad».
2. * Trasládate mentalmente a algún lugar d o n d e se condense mucho dolor h u m a n o : un hospital, una cárcel, un
campo de refugiados...
Siéntate en algún rincón y, desde ahí, lee pausadamente la narración de la pasión de Jesús según Marcos
(13,32 - 15,47).
* Fija tu mirada en Jesús en la cruz: él es, según la
expresión de Hebreos, el «guía» o «conductor», es decir,
el que va delante de t i , el que te precede en el camino y
te conduce en medio de la oscuridad y las dudas de tu fe.
Es también el que la perfecciona y la lleva a t é r m i n o ; el
que te enseña desde la cruz a ir más allá de todas las negatividades y de todas las noches; el que pone su propia
fe como roca bajo tus pies para q u e , apoyándote ahí, te
atrevas a confiar incondicionalmente en las manos del Padre y abandones tu vida en ellas.
3. * Ponte junto a Jesús en la cruz y escucha cómo interpretó él mismo ese m o m e n t o :
«La mujer, cuando da a luz, está triste porque
le ha llegado su hora; pero cuando le nace el
niño, ya no se acuerda del aprieto, por el gozo
de que haya nacido una nueva criatura en el
mundo...»(Jn 16,21).
* Pídele que te ayude a ti y a todos a encarar el dolor
de una manera nueva; deja que tus preguntas sobre el
misterio del mal escuchen ahí una Palabra de vida: existe
un sufrimiento que es f e c u n d o ; el dolor puede ser un
tránsito hacia la vida y hacia la plenitud total del gozo.
Pídele la gracia de saber reconocer también «tu hora» y,
como la mujer en el parto, atravesar el umbral del dolor
para dejar nacer la Vida.
4.
El autor de la Carta a los Hebreos nos exhorta:
188 —
Repite una y otra vez con é l :
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu...»
5.
«Junto a la cruz de Jesús estaba su madre...»
(Jn 19,25).
* Ponte junto a María al pie de la cruz y pídele que te
enseñe a permanecer como ella j u n t o a su Hijo y j u n t o a
todos aquellos que hoy siguen en la cruz. Escucha las palabras de Jesús:
«Mujer, ahí tienes a tu h i j o ; AHÍ TIENES A TU MADRE».
Deja que ella ejerza esa nueva responsabilidad sobre
t i , y piensa qué puede significar en tu vida hacer como el
discípulo que «se la llevó a su casa».
— 189 —
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
«Sus heridas nos curaron»
Relectura del cuarto canto del Siervo de Yahvé
En el libro del Segundo Isaías (Is 40-55) aparecen cuatro
cantos que hablan de un personaje misterioso, al que llaman
«Siervo». Según los tres primeros (Is 42,1-9; 49,1-13; 50,
4-9), es alguien que vive una particular calidad de relación
con Dios y con el pueblo. Debe llevar a cabo lo que Dios le
confía: proclamar alegremente una buena noticia, «palabra
de aliento al abatido»; reunir a los dispersos de Jacob; irradiar
una justicia más vivida en su persona que anunciada.
Por eso compromete en ello sus palabras, sus actitudes
y sus acciones: ésa será su manera de conseguir reagrupar al
pueblo del Señor y llegar a ser luz de las naciones.
1. Leer el texto
Vamos a hacer una lectura pausada del cuarto canto (Is
52,13 - 53,12) utilizando como criterio de separación de párrafos el de quiénes van tomando sucesivamente la palabra.
a) Comienza hablando Dios con una llamada de atención
hacia su siervo. Anuncia la exaltación de un personaje desfigurado que va a causar asombro y estupefacción:
«Mirad, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él,
porque, desfigurado, no parecía hombre
ni tenía aspecto humano,
así asombrará a muchos pueblos;
ante él, los reyes cerrarán la boca
al ver algo inenarrable
y contemplar algo inaudito» (52,13-15).
b) A continuación toma la palabra un «nosotros» coral
que va describiendo primero los aspectos más exteriores del
— 190 —
Siervo, pasando después a una reflexión más profunda sobre
el significado de su sufrimiento: ellos mismos están implicados en el dolor del Siervo.
«¿Quién se creyó nuestro anuncio?
¿A quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote,
como raíz en tierra árida;
no tenía figura ni belleza
que atrajera nuestras miradas.
Despreciado y evitado de la gente,
un nombre hecho a sufrir,
acostumbrado al dolor;
al verlo se tapaban la cara;
despreciado, lo tuvimos por nada;
a él, que soportó nuestros sufrimientos
y cargó con nuestros dolores,
lo tuvimos por un contagiado,
herido de Dios y afligido.
Él, en cambio, fue traspasado
por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Sobre él descargó
el castigo que nos sana,
y con sus cicatrices nos hemos curado»
(53,1-5)
c) A partir del v. 7, y hasta el 10, desaparecerá el «nosotros», y el desconocido que habla ahora no se va a fijar en
el beneficio producido, sino en las actitudes del Siervo, en
su manera de vivenciar internamente los acontecimientos:
«Todos errábamos como ovejas,
cada uno por su lado,
y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.
Maltratado, se humillaba,
no abría la boca;
como cordero llevado al matadero.
— 191 —
como oveja muda ante el esquilador,
no abría la boca.
Sin arresto, sin proceso,
lo quitaron de en medio;
¿quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados,
y una tumba con los malhechores,
aunque no había cometido crímenes
ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo
con el sufrimiento;
si entrega su vida como expiación,
verá su descendencia,
prolongará sus años,
y por su medio triunfará
el plan del Señor» (53,6-10)
d) En los dos últimos versos, es el Señor quien toma de
nuevo la palabra para descifrar el sentido de la existencia de
su Siervo:
«Por los trabajos soportados
verá la luz, se saciará de saber;
mi siervo ¡nocente
justificará a todos,
porque cargó con sus crímenes.
Por eso le asignaré
una porción entre los grandes,
y repartirá botín con los poderosos:
porque vació su vida hasta la muerte
y fue contado entre los pecadores,
cargó con el pecado de todos
e intercedió por los pecadores» (53,11-12).
2. Obedecer a la Palabra
Una manera de hacerlo es tratar de entrar en su movimiento
y dejarnos conducir en las direcciones hacia las que señala:
— 192 —
— Más abajo del parecer
En el texto encontramos una insistencia clara en la dimensión de revelación: aparecen dos planos, dos niveles en
la relación con el Siervo, en cuanto a su condición de «hombre
de dolores»: uno de ellos es el de la apariencia, que provoca
repulsión y rechazo; el de su carencias de belleza y de aspecto
humano, que es causa de espanto y distanciamiento. La consecuencia de verle tan hundido por el dolor es juzgarle de un
modo severo que no hace sino seguir la doctrina tradicional:
es alguien herido por Dios y, por lo tanto, castigado. Se le
puede despreciar y evitar.
Pero, a lo largo del discurso, se produce el descenso al
nivel de la realidad que se ocultaba debajo de las apariencias:
eso que soporta son «nuestros sufrimientos»; eso que aguanta
son dolores nuestros; ese castigo que ha caído sobre él lo
merecíamos nosotros, son nuestros pecados los que pesan
sobre él.
Se ha producido una revelación, y la repulsión ha dejado
paso a la atracción; la desfiguración se ha convertido en
transfiguración. Se confiesa algo insólito y heterodoxo y que
rompe con la teología imperante: a pesar de su quebrantamiento, Dios estaba de su parte; y eso quiere decir algo tan
revolucionario como que la fidelidad y la elección de Dios
no se rompen con el sufrimiento, y que la bendición no
implica necesariamente una vida feliz.
Obedecer a la Palabra será, según esto, aceptar nuestra
incapacidad para relacionarnos acertadamente con el sufrimiento, nuestra necesidad absoluta de acoger una desvelación
de su misterio. Y sospechar que, sin ella, lo más probable
es que nos equivoquemos también al mirar en dirección a los
que son sus víctimas.
Tenemos muchas formas, más o menos sutiles, de convertirnos en expertos en evasión y desentendimiento, de ocultar el rostro ante ellos, de evitarlos, despreciarlos y justificar
teológica (o económica, o socialmente) su situación.
— 193 —
Por eso, ser amigos del Siervo y de los que hoy lo
prolongan exige llegar a ver en ellos las consecuencias de
nuestro pecado: de nuestra injusticia, de nuestra inconsciencia, de nuestra cobardía, de nuestro nivel de vida... Necesitamos tener el oído abierto de los discípulos para «creer en
un anuncio», para escuchar el «mirad a mi Siervo» y dirigir
nuestra mirada en la misma dirección que la suya, que es
siempre hacia abajo, hacia las tierras áridas donde la vida
humana está permanentemente amenazada.
— Más cerca del conocer
Una segunda revelación que nos ofrece el cuarto canto
del Siervo es la de darnos a conocer la diferencia cualitativa
que existe entre el bien y el mal. La persona gramatical oscila
constantemente entre el plural y el singular; pasa de un «nosotros», de un colectivo que se reconoce pecador, culpable,
merecedor de castigo, marchando «cada cual por su camino»,
a un «él» solitario, el Siervo, que carga con lo de los otros,
soporta sus dolores, entrega su vida, intercede por ellos...
Y el resultado final no es que se imponga la desgracia
que merecen los numerosos culpables, cubriéndolo todo con
la cantidad de su injusticia, sino que todo eso es superado,
vencido, «rehabilitado», «justificado» por la calidad del bien
de uno solo que es justo.
La pregunta se presentía ya en las argumentaciones
de Abraham a propósito de Sodoma y Gomorra en Gn 18,
16-33:
«¿De verdad vas a aniquilar al justo con el malvado? ¡Lejos de ti hacer semejante cosa...!»
que el mal, cualquiera que sea la cantidad de éste. Porque la
justicia de Dios consiste precisamente en el perdón que se
da a todos en razón de un inocente.
Obedecer a la Palabra significaría, entonces, rechazar
como peligrosa tentación los pesimismos, desalientos y desánimos que recubren de negatividad nuestra percepción de
la realidad. Porque podemos llamar «realismo lúcido» al escepticismo hipercrítico que nos convierte en malos remedos
del Qohélet, incapaces de descubrir lo que no sean los fallos
y deficiencias de lo que tenemos delante, vaticinadores de
fracasos, paralizadores de las iniciativas de otros, con la
alabanza ahogada en la garganta por la amargura de la murmuración.
Ser compañeros del Siervo implica mirar junto a él y
desde él la realidad y reconocer su rostro en tantos rostros
desfigurados; su entrega hasta la muerte en tantas vidas entregadas; su capacidad de cargar con lo de otros en tantos
hombros que aún resisten.
Toda esa justicia y esa inocencia están justificándonos,
y nuestra humanidad sigue teniendo a Dios de su parte, porque en su Hijo está viendo la belleza de todos los que se le
parecen y que son los que siguen curándonos con sus heridas.
— Más allá del hacer
Una tercera dirección hacia la que apunta el texto es
hacia un deslizamiento del hacer al consentir, de la actividad
a la pasividad, de la palabra al silencio.
Allí la respuesta era que diez justos bastaban para salvar
a la ciudad. Aquí se llega más lejos: un solo hombre basta
para salvar a toda la humanidad; el bien pesa siempre más
En los otros tres cantos, el Siervo es alguien activo que
debe «dictar la ley a las naciones» (42,1); «hacer justicia
lealmente, sin desmayar ni quebrarse, hasta implantar en la
tierra el derecho» (42,4); tiene que «abrir los ojos de los
ciegos, sacar del calabozo al preso, y de la cárcel a los que
viven en tinieblas» (42,7); aunque en medio de dificultades,
siente que Yahvé le ayuda y que nadie puede condenarle
(50,8-9)...
— 194 —
— 195 —
Lo que en el fondo se cuestiona es de qué parte está
Dios con su justicia: ¿de la cantidad del mal o de la calidad
del bien?
Todo ha cambiado en el cuarto canto: aquí el Siervo ya
no habla, ni proclama, ni consuela, ni anuncia, ni anima: el
encargo que se le había confiado lo realiza «soportando»,
«aguantando», «cargando con», «traspasado y triturado»...
A la palabra del que no quebraba la caña cascada ni apagaba
el pábilo vacilante, ha sucedido el silencio total. «Lo que
agrada el Señor» se cumple, pero no tanto por él cuanto en
él mismo. Ya no actúa; sólo padece las acciones de otros.
El «brazo del Señor», que debía operar un nuevo éxodo
(40,10), interviene ahora en el destino misterioso del Siervo;
la tierra desolada del desierto, que se iba a transformar en
hontanar de agua (41,18), es ahora de donde sale él como
una raicilla.
En el siervo sufriente, la comunidad dispersada se deja
reunir, y es ahora realmente cuando cumple el encargo que
había recibido y se convierte en «luz de las naciones», porque
les consigue la justificación.
Obedecer a la Palabra sería aquí, en primer lugar,
reconocer que tenemos mucha más facilidad para «actuar en
cristiano» que para «padecer en cristiano», y que solemos
reaccionar con estupor y rechazo cuando nos llega el momento (siempre prematuro, siempre a destiempo, casi nunca
avisando...) de ser despojados, de fracasar, de dejar de ser
fuertes, o imprescindibles, o sanos, o significativos...
Son paisajes de nuestra trayectoria humana con los que
casi nunca contamos, pero que siempre tenemos que atravesar; y la fecundidad del aguante silencioso del Siervo es
una invitación a recorrerlos sin perder la esperanza ni el
sentido.
Ser discípulos del Siervo significa dedicar todas nuestras energías y nuestros recursos a la misma causa a la que
él las dedicó, pero contando con que nuestra actividad tiene
un «más allá». Y, cuando llegue ese tiempo, saber apoyar
en él nuestra oscura certidumbre de que nos queda una palabra
que decir también desde el silencio; de que podemos ganar cuando nos parece que estamos perdiéndolo todo; y de
— 196 —
que, cuando ya no tenemos fuerza para otras tareas, puede comenzar para nosotros el aprendizaje de la humilde
fraternidad.
— Más adentro en el compadecer
Finalmente, un último movimiento del texto orienta
nuestra obediencia en dirección al camino que ha conducido
al Siervo a la glorificación.
Desde el comienzo se anuncia el triunfo de alguien en
quien se da algo «inenarrable e inaudito», algo que consigue
enmudecer y asombrar a todos. La mirada que, según la
lógica humana, se dirige hacia arriba (¿no va a «subir» y a
«crecer»?) es obligada a volverse hacia abajo, a ras de suelo,
y contemplar la no-belleza, la no-apariencia, la no-figura.
Pero la transfiguración no se opera en la apariencia externa, sino en el secreto que se descubre a partir de la actitud
interior del Siervo: «vació su vida hasta la muerte» e «intercedió por los pecadores». La primera raíz hebrea empleada,
'RH, significa «desnudar vaciando». En Gn 24,20 es «vaciar
un cántaro»: una imagen cercana a la de la sangre derramada.
Paredozen («se entregó»), traducirán los LXX; ekenosen («se
vació»), dirá Pablo en Flp 2,7.
La segunda, PC, tiene el sentido de «encontrarse con
alguien», «solicitar», «interceder», pero no tanto en la oración cuanto en un «hacer presión», «intervenir», «interponerse», como Moisés en la brecha en el Sal 106,23.
Al final escuchamos, por tanto, lo que era inaudito; sólo
al final se proclama lo inenarrable: alguien se ha identificado
tanto con sus hermanos que ha vaciado su vida en la muerte
por causa de ellos.
Alguien se ha compadecido tanto de ellos y con ellos
que ha cargado con todos sus pesos. Alguien los ha querido
tanto que se ha interpuesto, se ha puesto en su lugar.
Y tan poderosa es la fuerza de su solidaridad que, gracias
a ella, los culpables quedan libres de su falta; los pecadores,
— 197 —
perdonados; los dispersos se reúnen; y los que juzgaban por
apariencias ahora se acercan al Siervo, lo contemplan, reconocen su inocencia, descubren y confiesan lo que antes
estaba oculto a sus ojos.
Obedecer a la Palabra es, sobre todo, aceptar que la
calidad de lo humano se mide por su capacidad de solidaridad.
Que lo que hoy y siempre provoca asombro, arrastra y convence de alguien, no es su decir, ni su hacer, ni su emprender,
ni su predicar, sino su disposición a vincular su vida a la de
los otros, a hacerse cargo y encargarse y cargar con lo que
les agobia y les pesa y les impide ser libres y felices.
Hemos visto cómo en los que contemplan al Siervo se
da un «descenso de nivel» en cuanto a su comprensión del
significado de su prueba. Sólo en ese segundo momento llegan a entender que su disposición interna hacia ellos («se
entregó», «intercedió», dice el texto; «solidaridad», traducimos nosotros), que antes no habían sido capaces de descubrir, era el elemento clave que lo explicaba todo.
Podríamos decir que ése es el elemento unificador entre
las etapas anteriores más «activas» de su misión y la que
describe el cuarto canto. En éste, una de las dimensiones de
su «aguante» consiste en permanecer fiel en su voluntad de
vinculación y de servicio, incluso cuando lo más hondo de
su actitud hacía los otros no es reconocido.
Ser seguidores del Siervo puede hacernos capaces de
soportar tiempos de «inclemencia relaciona!» o apostólica,
etapas en las que resulta imposible entrar en comunicación
con aquellos a los que estamos queriendo amar y servir, en
las que no encontramos caminos para demostrar lo que nos
da la seguridad de estar haciendo algo eficaz en su favor.
La tentación es entonces el cansancio, la emigración
interior, el recurso a la distancia o al endurecimiento, para
evitar que nos alcance la herida de la incomprensión, de la
indiferencia o del no aprecio.
— 198 —
Pero junto al Siervo aprendemos precisamente lo contrario: que el amor es fecundo también en sus fases de «latencia», y que es entonces cuando se enraiza y se cimenta y
se verifica; que, aunque resulte una locura, hay que seguir
intentando vivir abiertos y vulnerables; y que en ese querer,
y esperar, y echar raíces en la voluntad de entrega, está el
camino escondido por el que podemos llegar a «ver la luz»,
«saciarnos de conocimiento» y «llevar a término lo que el
Señor quiere».
Todo esto está fuera del alcance de nuestras fuerzas,
pero Alguien lo ha vivido antes que nosotros.
Y ahora toda la tarea y la canción de nuestra vida es
responder a la gracia de estar llamados a ser amigos, compañeros, discípulos, seguidores del Siervo.
D) CELEBRAR LO VIVIDO
Poner en el suelo un crucifijo grande, rodeado de noticias de
periódico que evoquen la pasión de Jesús continuada en el
mundo.
Se van leyendo a varias voces estos textos, todos ellos
referidos al agua que evoca el texto de san Juan cuando dice
que del costado de Jesús, atravesado por la lanza, «salió
sangre y agua»: la sangre es la expresión de su amor hasta
el extremo, un amor que no se detuvo ante la muerte; el agua
representa el Espíritu, principio de vida, que nos transforma
dándonos la capacidad de amar y hacernos hijos y hermanos.
«El Señor dijo a Moisés: 'Pasa delante del pueblo, acompañado de las autoridades de Israel,
empuña el bastón con que golpeaste el Nilo y
camina; yo te espero allí, junto a la roca de
Horeb. Golpea la roca, y saldrá agua para que
beba el pueblo'» (Ex 17,5-6).
«Sacaréis agua con gozo
del manantial de la salvación» (Is 12,3).
— 199 —
«Del zaguán del templo manaba agua hacia levante. El agua iba bajando por el lado derecho
del templo, al mediodía del altar. Me sacó por
la puerta septentrional y me llevó por fuera a
la puerta que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho. El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia levante.
Midió quinientos metros y me hizo atravesar
las aguas: ¡agua hasta los tobillos! Midió otros
quinientos y me hizo cruzar las aguas: ¡agua
hasta las rodillas! Midió otros quinientos y me
hizo pasar: ¡agua hasta la cintura! Midió otros
quinientos: era un torrente que no pude cruzar,
pues habían crecido las aguas y no se hacía pie;
era un torrente que no se podía vadear. Me dijo
entonces '¿Has visto, hijo de Adán?' A la vuelta,
me condujo a la orilla del torrente. Al regresar,
vi a la orilla del río una gran arboleda en sus
dos márgenes. Me dijo: 'Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hacia la estepa, desembocarán en el mar de las aguas pútridas y lo sanearán. Todos los seres vivos que
bullan, allí donde desemboque la corriente, tendrán vida, y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el
mar, y habrá vida dondequiera que llegue la
corriente. Se pondrán pescadores a su orilla:
desde Engadí hasta Eglain habrá tendederos de
redes; su pesca será tan abundante como la del
Mediterráneo. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerá toda clase de árboles frutales; no
se marchitarán sus hojas, ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque
los riegan aguas que manan del santuario; su
fruto será comestible, y sus hojas medicinales'»
(Ez 47,1-12).
— 200 —
«Aquel día, sobre la dinastía davídica
y los vecinos de Jerusalén,
derramaré un espíritu
de compunción y de pedir perdón.
Al mirarme traspasado por ellos mismos,
harán duelo como por un hijo único,
llorarán como se llora a un primogénito.
Aquel día se alumbrará un manantial
contra los pecados e impurezas
para la dinastía de David
y los vecinos de Jerusalén.
Aquel día brotará un manantial en Jerusalén:
la mitad fluirá hacia el mar oriental,
la otra mitad hacia el mar occidental;
lo mismo en verano que en invierno.
El Señor será rey de todo el mundo.
Aquel día el Señor será único,
y su nombre único» (Za 12,9-10; 13,1; 14,8-9).
«El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso en pie y exclamó: 'Quien tenga sed,
acuda a m i a beber: quien crea en mí. Así dice
la Escritura: De sus entrañas manarán ríos de
agua viva'. Se refería al Espíritu que habían de
recibir los creyentes en él: todavía no se daba
el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,37-40).
«Jesús tomó el vinagre y dijo: 'Está acabado'.
Inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Era la
víspera del sábado, el más solemne de todos;
los judíos, para que los cadáveres no quedaran
en la cruz el sábado, pidieron a Pilato que les
quebrasen las piernas y los descolgasen. Fueron los soldados y quebraron las piernas a los
dos crucificados con él. Al llegar a Jesús, viendo
— 201 —
que estaba muerto, no le quebraron las piernas;
pero un soldado le abrió el costado de una lanzada. Al punto, brotó sangre y agua. El que lo
vio lo atestigua, y su testimonio es fidedigno;
sabe que dice la verdad, para que creáis vosotros. Esto sucedió de modo que se cumpliera
la Escritura: 'No le quebraréis ni un hueso'; y
otra Escritura dice: 'Mirarán al que traspasaron'» (Jn 19,30-37).
15
Dejarse encontrar por el Viviente
Hacer después una adoración silenciosa de la cruz.
A) PÓRTICO DE ENTRADA
«Consolad, consolad a mi pueblo,
dice vuestro Dios:
hablad al corazón de Jerusalén
y gritadle que se ha cumplido su servicio
y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor
ha recibido
doble castigo por sus pecados.
Súbete a un monte elevado,
alegre mensajero de Sión,
alza fuerte la voz,
heraldo de Jerusalén;
álzala, no temas;
di a las ciudades de Judá:
'¡Aquí está vuestro Dios!»» (Is 40,1.9).
El verbo «consolar» tiene en hebreo un sentido mucho más
fuerte que en castellano: expresa, más que animar a alguien
abatido, la acción eficaz de conseguir que desaparezcan los
motivos de su abatimiento.
San Ignacio dice que Jesús Resucitado hace con sus
discípulos «el oficio de Consolador», y podemos releer desde
esa clave los relatos de apariciones (Mt 28; Me 16; Le 24;
— 202 —
— 203 —
Jn 20-21), en los que encontramos, como en esbozo, lo que
es nuestra vida de fe.
Cuando el Señor que vive no es el centro, la consecuencia es un «estado de indigencia» que se manifiesta en
oscuridad, miedo y encerramiento, dudas y desconfianza,
alejamiento de la comunidad y desencanto, búsqueda de un
cadáver y lágrimas, dispersión y trabajo estéril...
Pero el Resucitado se acerca como Presencia viva que
da Vida: se deja ver, sale al paso, habla, interpela, corrige,
anima, comunica paz y alegría...: da el Espíritu. Su manera
de hacerse presente es personal, personalizante, identificadora: de nombre a nombre, suscitando recuerdos y experiencias comunes, haciendo vislumbrar proyectos de futuro, rehaciendo el yo filial y fraterno...
Consigue construir una comunidad de salvación: los discípulos comen y oran juntos, trabajan, se alegran y descansan
unidos. Y experimentan que el mal es vencido, que su vida
se reorienta, que brota una existencia nueva, una re-creación,
en la que son posibles el perdón, la conversión, la reconciliación, el gozo.
Experimentan que son llamados y enviados a comunicar
vida, a ser testigos, a hacer discípulos, a ser «cómplices» del
Espíritu... Viven la certeza existencial de que el Crucificado
es el Vencedor de la muerte; de que ha sido constituido Señor;
de que la vida humana, aun en «fase precaria», se manifestará
cuando el Resucitado enjugue todas las lágrimas1.
B) EN EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
1. Recorre algunos momentos más significativos de estos días
de oración a la luz de la resurrección de Jesús: él ha buscado
su moneda hasta encontrarla; se ha revelado como el Sa-
1. Muchas de estas reflexiones son de G. DE PABLOS.
— 204 —
maritano verdadero; nos ha descubierto dónde está la verdadera sabiduría y la vida verdadera; nos ha conducido hasta
el secreto del triunfo del Siervo; ha puesto toda su corporalidad de Resucitado al servicio de la comunicación. Su vida,
vaciada hasta la muerte, es ahora, en las manos del Padre,
una nueva creación.
* Detente allí d o n d e experimentes consolación y, si
te ayuda, reza con Jesús Resucitado el capítulo 51 del Eclesiástico:
«Te alabo, mi Dios y mi Salvador,
te doy gracias, Dios de mi padre.
Contaré tu fama, refugio de mi vida,
porque me has salvado de la muerte...», etc.
2. Reconoce en la trayectoria de los discípulos tu propia
trayectoria de búsqueda de vida verdadera: ellos han experimentado en su propia carne cómo el huir de la cruz para
asegurarse, el traicionar para salvarse, el alejarse unos de
otros, el cerrar las puertas para protegerse... no les ha dado
vida verdadera.
Pero ahora, cuando han perdido su imagen de seguidores, cuando han tocado fondo en la insatisfacción que les
ha producido aquello en lo que creían que estaba su vida, el
Resucitado se pone en medio, y eso les trae alegría, paz,
perdón, sentido...
Aparentemente, su situación no ha cambiado:
— siguen siendo pobres; pero ahora las cosas elementales
que están al alcance de su pobreza (pan, vino, pesca...)
se convierten en celebración;
— siguen referidos al humilde servicio y a cuidar de otros
(«apacienta mis ovejas...»); pero el Resucitado les ha
revelado la fecundidad de esa actitud;
— no se les oculta el «precio a pagar» («otro te ceñirá...»);
pero Jesús les dice; «Yo estoy con vosotros todos los
días...»;
— 205 —
— sigue «cayendo el día» y llegando la noche; pero ahora
la presencia del Viviente les hace estar «en ascuas...»
* Déjate encontrar y consolar por Jesús resucitado;
ábrete a su presencia y pídele que te siga mostrando «sus
manos y su costado» para que no olvides nunca dónde está
la vida verdadera...
3. Acércate a algunos de los iconos de encuentro de los
relatos de apariciones y fíjate cómo expresan los textos las
«consecuencias» de su encuentro con Jesús:
* Siéntete, como María Magdalena, enviado a dar a
otros la buena noticia de que Jesús vive, y que tú «lo
has visto» (Jn 20,18).
* Siéntete, como Tomás, invitado a tocar las heridas
del Resucitado y a seguir tocándolas en tantos hermanos heridos de hoy (Jn 20,27-29).
* Siéntete, como los de Emáus, con el corazón ardiente y la fe recuperada, y vuelve a la comunidad
sabiendo que en ella vas a seguir encontrando a Jesús
al partir el Pan (Le 24,32-35).
* Siéntete, como las mujeres que fueron al sepulcro
con perfumes en la mañana de Pascua, capaz de ver
más allá de una tumba vacía y de decir: «¡Está vivo!»
(Le 24,24).
* Siéntete, como Juan en Tiberiades, capaz de reconocerle en la orilla y de saber que «es el Señor» y,
como Pedro, de tirarte al agua para ir a su encuentro
(Jn 21).
4. * Recorre en un «v¡a lucís» los lugares de la pasión y, lo
mismo que las mujeres escucharon del ángel: «Mirad el
sitio donde lo pusieron...», escucha lo que te dice Jesús
en cada uno de esos lugares: «Aquí dije 'sí' al Padre...»;
«Aquí me dejé atarydetener»; «Aquí me coronaron rey...»;
«Aquí extendí mis manos para ser crucificado...» Reconoce
— 206 —
al Crucificado en el Resucitado y agradécele lo que ha hecho por ti.
Recorre luego otros lugares donde la Iglesia vive la
alegría pascual del servicio, el amor fraterno, las bienaventuranzas y el martirio; donde los pobres comparten fraternalmente lo que tienen; donde la gente sufre, pero resiste y es capaz de esperanza y de fiesta... Reconoce
también ahí la presencia del Resucitado, agradece su victoria sobre la muerte y pídele que te aproxime a esos lugares de vida.
5. * Acércate a María, la madre del Resucitado, alégrate
con ella, cántale con toda la Iglesia el himno «Regina
Coeli»:
«Alégrate, Reina del Cielo, ¡Alleluya!,
porque el que mereciste llevar en tu seno,
¡Alleluya!,
resucitó como dijo, ¡Alleluya!».
Pídele que, en los momentos difíciles de tu vida, te
recuerde ese «resucitó como dijo», y que te enseñe a fiarte,
como ella, de esa Palabra que nunca defrauda.
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
1. Algo le ha pasado a mi muerte futura
«Algo le ha pasado a mi muerte futura
con la resurrección de Jesucristo.
Antes de que venga, yo puedo adelantarme
y ganarle el '¿quién vive?' a la muerte.
Puedo decirle: 'No me puedes robar la vida,
simplemente porque yo puedo regalarla
antes de tu visita...'
Jesús me ha enseñado a darla entera, cuerpo y alma.
Cuando venga la muerte, se quedará con un cadáver,
no conmigo.
Mi cuerpo ya es del Señor. Mis miembros vivos
son del Resucitado desde mi bautismo.
— 207 —
Soy uno solo: cuerpo y espíritu,
uno solo en la vida verdadera.
La muerte no puede arrebatarme:
estoy en manos de la Vida,
gara siempre en la misma fuente de la Vida.
Este que llevan al cementerio ya no soy yo:
que se quede la muerte
diluyendo bajo tierra lo que es tierra.
No puede tocar a mi persona.
No puede mi amor ser consumido por los gusanos.
Aprendí de Cristo a darlo todo,
y todo lo entregado quedará para siempre,
ciento por ciento, en el Dios vivo.
'Muerte ¿dónde está tu victoria?'
Estoy aprendiendo a mirarte de frente,
a reconocerte vencida en la Cruz.
Afirmado en mi Señor Resucitado, te miro
como mira un niño la jaula de los leones
desde los fuertes brazos de su padre.
Todo entero incorporado
al primer nacido de entre los muertos,
comparto desde ahora la vida nueva de mi Señor y
Amigo.
En su cuerpo y en su sangre lo he puesto todo:
mi mundo, mis ojos, mis palabras mis pensamientos;
mis luces, mis oscuridades, mis gozos y mis lágrimas;
mis acciones, mis sentimientos, mis posibilidades,
mis límites, mi carne, mi espíritu
y hasta las oscuras profundidades de mi ser.
¿Qué te queda, muerte, sino un poco de polvo?
Eres dintel solamente. La Puerta es mi Señor.
Quedan de este lado
los tiempos, las duraciones, los caminos.
Al atravesarte, se rompen los límites
y empieza la inagotable novedad.
Voy con Cristo, me basta ahora su camino de pobres.
Voy transfigurado, nuevo y yo mismo,
— 208 —
gratuitamente vencedor y vencido.
Cristo me arrebató, me tomó para sí:
ya no soy tuyo, muerte.
Así, humildemente vencida, te has hecho hermana:
'hermana muerte', pequeña, gris,
servidora de nuestra Pascua» (E. GUMACIO)
2. Intensamente vivos
«Consideraos muertos al pecado
y vivos para Dios
en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rom 6,11).
«El término 'espiritualidad' podría traducirse como 'la capacidad de estar vivo'. 'Espiritual' quiere decir 'viviente',
'intensamente vivo'. El hecho de que no estemos muertos no
basta para decir que estamos vivos. La vida se mide por el
grado de alerta de la conciencia, y el trabajo espiritual consiste en estimular esa vigilancia.
»La vida espiritual es, ante todo, relacional; se tratará,
entonces, de ser conscientes de una presencia en nosotros
que se manifiesta de muchas maneras. Para los cristianos,
eso se da en términos humanos en Jesús, Palabra de Dios,
que nos invita a una intimidad. La vida espiritual no consiste
en prácticas, rezos o doctrinas, sino en una atención alerta a
la gente y a los acontecimientos de cada día, que revelan así
lo sagrado presente en ellos. El Reino de Dios no es un lugar,
sino una experiencia de intensidad, de calidad, de profundidad, de embeleso» (T. RYAN).
D) CELEBRAR LO VIVIDO
1. En torno al capítulo 21 de san Juan puede hacerse una
«celebración junto al lago». La sala puede estar en penumbra, ambientada con pan y vino sobre una mesa, el cirio pascual encendido, y tantas lamparillas (apagadas) como participantes.
— 209 —
a) En el mar y de noche:
«Después se apareció de nuevo Jesús a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Se apareció
así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael de Cana de Galilea,
los Zebedeos y otros discípulos [se añaden los
nombres de los miembros del grupo]. Les dice
Simón Pedro: 'Voy a pescar'. Le responden:
'Vamos contigo'. Salieron, pues, y montaron en
la barca, pero aquella noche no pescaron
nada».
Se comparten las situaciones de «noche» y de «trabajo
estéril» de las que partió cada uno al llegar a Ejercicios, y
también los momentos de oscuridad vividos. Se evocan también situaciones de «noche oscura» del mundo.
c) Una comida compartida:
«Cuando saltaron a tierra, vieron unas brasas
preparadas, y encima pescado y pan. Les dice
Jesús: 'Traed algo de lo que habéis pescado
ahora'. Salió Pedro arrastrando a tierra la red
repleta de peces grandes: ciento cincuenta y
tres. Y, aunque eran tantos, no se rasgó la red.
Les dice Jesús: 'Venid a almorzar'. Ninguno de
los discípulos se atrevía a preguntarle quién
era, pues sabían que era el Señor. Llega Jesús,
toma pan y se lo reparte, y lo mismo el pescado.
Ésta fue la tercera aparición de Jesús, ya resucitado, a sus discípulos».
Se comparten en ambiente festivo el pan y el vino que
había encima de la mesa.
d) Señor, ¡tú sabes que te amo!
b) En la orilla, una presencia:
«Ya de mañana, estaba Jesús en la playa; pero
los discípulos no reconocieron que era Jesús.
Les dice Jesús: 'Muchachos, ¿tenéis algo de
comer?' Contestaron: 'No'. Les dijo: 'Echad la
red a la derecha de la barca, y encontraréis'. La
echaron, y no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús quería dice a Pedro: '¡Es el Señor!'Al oír Pedro que
era el Señor, se ciñó la túnica, pues no llevaba
otra cosa, y se tiró al agua».
Los que lo deseen pueden compartir los momentos de
«abundancia» que han vivido en Ejercicios, cómo y cuándo
han reconocido a Jesús a lo largo de estos días y qué respuesta
quieren darle. Se evocan también situaciones de luz y de
esperanza en el mundo que hace posible el Señor Resucitado.
Se van encendiendo las lamparillas en el cirio pascual y se
ilumina la sala.
— 210 —
Un lector lee esta oración, y los demás repiten como estribillo:
SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!
Cuando remamos a oscuras
en medio de la noche,
y nuestras redes están vacías,
tú estás presente,
aunque nuestros ojos no sepan reconocerte.
SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!
De madrugada, cuando la luz vence a las tinieblas,
en el primer día de la semana,
tú estás en la orilla,
y tu palabra ilumina nuestras sombras.
SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!
Señor de la Vida en abundancia,
Señor de las redes llenas:
como Juan,
queremos ser capaces de reconocer tu presencia;
como Pedro,
— 211 —
queremos saltar de la barca para ir a tu encuentro.
SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!
Nos das a comer un pan y unos peces
que has preparado para nosotros,
y en esa comida compartida
aprendemos a entregar sin reservas
lo que gratuitamente hemos recibido de ti.
capacitados para reconocerlo. El les preguntó:
'¿De qué vais conversando por el camino?'».
Salen todos dos en dos a dar un paseo y hablar de lo
vivido en estos días, de las dificultades experimentadas para
reconocer a Jesús y abrirse a su gracia. Después de unos
minutos, se pueden juntar con otros dos y hacer lo mismo.
En un momento convenido, se vuelve a la sala.
SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!
Tú reclamas de nosotros
la confesión de nuestro amor,
y nos envías después a sostener, a apoyar,
a defender la vida de nuestros hermanos.
No tenemos más que un poco de pan
y la pobreza de nuestro amor,
pero eso es lo que podemos ofrecerte,
y con eso estamos dispuestos a seguirte.
SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!
Con todos los que creen sin haber visto,
con todos cuantos buscan sin desfallecer,
con todos los pequeños y humildes de corazón,
creemos y proclamamos
que en ti la muerte ha sido vencida,
que estás vivo y nos precedes en el camino.
SEÑOR, TÚ LO SABES TODO. ¡TÚ SABES QUE TE AMO!
2. Celebración de Emaús
a) Reunidos en la sala o capilla, se comienza la lectura de
Le 24,13-35 a tres voces: narrador, Jesús, los de Emaús:
«Aquel mismo día, iban dos de ellos camino de
una aldea llamada Emáus, distante unas dos
leguas de Jerusalén. Iban comentando todo lo
sucedido. Mientras conversaban y discutían,
Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos. Pero ellos tenían los ojos in— 212 —
b) Se continúa la lectura:
«Jesús les dijo '¡Qué necios y torpes para creer
cuanto dijeron los profetas¡ ¿No tenía que padecer eso para entrar en su gloria?' Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los
profetas, les explicó lo que en toda la Escritura
se refería a él».
Después de unos momentos de silencio, cada uno dice
alguna palabra del Evangelio que se le haya iluminado en
estos días.
c) Se concluye la lectura:
«Se acercaban a la aldea adonde se dirigían, y
él fingió seguir adelante. Pero ellos le insistían:
'Quédate con nosotros, que se hace tarde, y el
día va de caída'. Entró con ellos y, mientras
estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Se les abrieron los
ojos, y lo reconocieron. Pero él desapareció de
su vista. Comentaban: '¿No se abrasaba nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino
y nos explicaba la Escritura?' Se levantaron al
instante, volvieron a Jerusalén y encontraron a
los once con los demás compañeros, que afirmaban: 'Realmente ha resucitado el Señor y se
ha aparecido a Simón'. Ellos, por su parte, contaron lo acaecido por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.»
— 213 —
Un lector lee la siguiente oración, y todos repiten el estribillo:
¡QUÉDATE CON NOSOTROS!
Tú que has hecho camino con nosotros
tú que te has acercado a nuestras dudas,
a nuestros temores,
a nuestros desánimos:
16
Consentir en que el amor
envuelva nuestra vida
¡QUÉDATE CON NOSOTROS!
Tú que nos has abierto la Escritura
y con tu palabra y tu presencia
has hecho arder nuestro corazón:
¡QUÉDATE CON NOSOTROS!
Tú que has aceptado no abandonarnos
al declinar el día,
tú que has compartido nuestro techo
y has partido para nosotros el pan:
A) PÓRTICO DE ENTRADA
¡QUÉDATE CON NOSOTROS!
Tú que nos has devuelto el ánimo
y has hecho renacer en nosotros el gozo;
tú que nos envías a anunciar a los que tienen miedo,
que nos precedes en el camino
y nos preparas una mesa:
¡QUÉDATE CON NOSOTROS!
Tu cuerpo es el pan que nos congrega,
tu sangre es el vino de nuestra fiesta:
al reunimos en tu Nombre,
tu Eucaristía se convierte para nosotros
en esperanza de una vida siempre nueva.
¡QUÉDATE CON NOSOTROS!
Un personaje muy peculiar del Antiguo Testamento, el patriarca Jacob, exclama en un momento significativo de su
vida:
«Dios de mi padre Abraham, Dios de mi padre
Isaac, Señor que me has mandado volver a mi
tierra nativa para colmarme de beneficios: ¡qué
pequeño soy yo para toda la misericordia y toda
la lealtad con que me has tratado!» (Gn 32,10).
Al terminar unos días de oración, seguramente será ése
el sentimiento que predomine en nosotros: nos hemos sentido
envueltos en la ternura y la fidelidad de un Dios que nos ha
devuelto a «nuestra tierra» y nos ha colmado de beneficios;
y esa experiencia acentúa en nosotros la conciencia de «desproporción», de pequenez, de desbordamiento ante unos dones que reconocemos no merecer.
San Ignacio propone una contemplación que él llama
«para alcanzar amor», con la que intenta ayudar al ejercitante
a «procesar» adecuadamente la experiencia que ha vivido.
— 214 —
— 215 —
Contemplación para alcanzar amor (EE 230-237).
Nota. Primero conviene advertir en dos cosas:
La primera es que el amor se debe poner más en las
obras que en las palabras.
La segunda: el amor consiste en comunicación de las
dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado
lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario,
el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia,
dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro
al otro.
Oración sólita.
Primer preámbulo es composición, que es aquí ver cómo
estoy delante de Dios nuestro Señor, de los ángeles, de los
sanctos interpelantes por mí.
El segundo: pedir lo que quiero; será aquí pedir cognoscimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su
divina majestad.
El primer puncto es traer a la memoria los beneficios
recibidos de creación, redempción y dones particulares, ponderando con mucho afecto quánto ha hecho Dios nuestro
Señor por mí y quánto me ha dado de lo que tiene, y consequenter el mismo Señor desea dárseme en quánto puede,
según su ordenación divina. Y con esto reflectir en mí mismo,
considerando con mucha razón y justicia lo que yo debo de
mi parte ofrecer y dar a la su divina majestad, es a saber,
todas mis cosas y a mí mismo con ellas, así como quien
ofrece affectándose mucho: Tomad, Señor, y recibid toda
mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi
voluntad, todo mi haber y mi posseer; Vos me lo disteis,
a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda
vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta
me basta.
— 216 —
El segundo, mirar cómo Dios habita en las criaturas: en
los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los
animales sensando, en los hombres dando entender; y así en
mí dándome ser, animando, sensando, y haciéndome entender; asimismo haciendo templo de mí, seyendo criado a la
similitud y imagen de su divina majestad. Otro tanto reflitiendo en mí mismo, por el modo que está dicho en el primer
puncto, o por otro que sintiere mejor. De la misma manera
se hará sobre cada puncto que se sigue.
El tercero, considerar cómo Dios trabaja y labora por
mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est,
habet se ad modum laborantis. Así como en los cielos, elementos, plantas, fructos, ganados, etc., dando ser, conservando, vegetando y sensando, etcétera. Después reflectir en
mí mismo.
El quarto, mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la mi medida potencia de la
summa y infinita de arriba, y así justicia, bondad, piedad,
misericordia, etc.; así como del sol descienden los rayos, de
la fuente las aguas, etc. Después acabar reflictiendo en mí
mismo según está dicho. Acabar con un coloquio y un Pater
Noster.
B) E N EL UMBRAL DE LA ORACIÓN
Vamos a profundizar en esta contemplación, que podría llamarse también «Contemplación para consentir en que el amor
envuelva nuestra vida»:
1. Observa en el texto la insistencia en la «acción agraciante»
de Dios y cómo la llamada a responder nace, no de la propia
iniciativa o esfuerzo, sino como fruto del agradecimiento.
— dar y comunicar el amante al amado lo que tiene,
o de lo que tiene o puede;
— cognoscimiento interno de tanto bien recibido;
— memoria de los beneficios recibidos;
— quánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y quánto me ha dado de lo que tiene, y consequenter el
— 217 —
mismo Señor desea dárseme en quanto puede, según
su ordenación divina;
— dándome ser, animando, sensando y haciéndome
entender;
— considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en
todas cosas criadas sobre la haz de la tierra;
— mirar cómo todos los bienes y dones descienden de
arriba...
* Siéntete envuelto en un amor torrencial al que no
puedes responder, de entrada, más que con el agradecimiento. Repite las palabras de Jacob:
«¡Qué pequeño soy yo
para toda la misericordia
y toda la lealtad con que m e has tratado!»
3. Vuelve al final de la oración: «dadme vuestro amor y
gracia, que ésta me basta», y detente en estas dos últimas
palabras —«me basta»—, como expresión de un desbordamiento que también expresa el ritual judío de Pascua con
el estribillo hebreo «dayenu» («¡habríamos tenido bastante!»): «Si nos hubieras sacado de Egipto sin darnos tu Ley
en el Sinaí... habríamos tenido bastante». El creyente va
expresando su admiración agradecida por los regalos que Dios
le ha hecho: sabe gustar lo recibido en un momento dado,
con lo que ya le bastaría, y se siente desbordado porque Dios
sigue dándole todavía más, de forma siempre creciente. Recorre tú ahora los momentos de gracia que has vivido estos
días y, ante cada uno de ellos, repite una y otra vez: «Habría
tenido bastante...»
C) OTROS CAMINOS DE BÚSQUEDA
2. Date cuenta de cómo afecta ese amor a tu manera de
vivenciar el tiempo:
— el pasado se convierte en «memoria de los beneficios
recibidos», en asombro agradecido : «quánto ha hecho Dios
nuestro Señor por mí y quánto me ha dado de lo que tiene...»;
— el presente se hace ocasión de reconocimiento y
comunicación con el Dios que «habita» la creación y la
historia, que «trabaja y labora por mí». Y como oportunidad
de responderle entregándole todo lo que eres y tienes: «Tomad, Señor, y recibid...»;
— el futuro se transforma en atención abierta y confiada
porque «el mismo Señor desea dárseme en quanto puede,
según su ordenación divina». Y ya sabemos qué desmesura
tiene esa «ordenación divina»...
* Ábrete a esa posibilidad que se te regala de integrar
tu pasado, tu presente y tu futuro en una historia de amor
con tu Dios. Deja que brote desde lo más profundo de ti
la oración: «Tomad, Señor y recibid...»
— 218 —
1. «Dadme vuestro amor y gracia...»
La Carta a los Colosenses nos pone ante los ojos cómo sería
nuestra vida cristiana vivida en el ámbito de la «gracia»1.
Y, además de ese término (charis en griego), echa mano
de dos verbos de su misma raíz: eucharistein (dar gracias) y
charizein (agraciar, perdonar):
En primer lugar, la palabra gracia expresa la nueva
situación en que se encuentra el cristiano a partir de la irrupción del amor de Dios que se ha hecho presente en la vida,
muerte y resurrección de Jesús. De esa experiencia nace la
conciencia de ser agraciado, de haber accedido gratuitamente
a una nueva situación que desborda cualquier mérito o expectativa. Todas estas expresiones de dicha Carta a los Colosenses evocan esa situación de «agraciamiento»:
«Gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre» (1,2);
1. Cf. L. MONLOUBOU, La priére selon Saint Paul (Paris 1985).
— 219 —
«La esperanza que os está reservada en el
cielo...» (1,5);
«El amor que os inspira el Espíritu» (1,8);
«El Padre os ha hecho capaces de compartir la
suerte de los consagrados en el reino de la
luz» (1,12);
«Os arrancó del poder de las tinieblas y os trasladó al reino de su Hijo querido, por el cual
obtenemos el rescate, el perdón de los pecados» (1,13-14);
«En él decidió Dios que residiera la plenitud y
que, pdr medio de él, todo fuera reconciliado
consigo...» (1,19-20);
«Vosotros, en un tiempo, estabais lejos...; ahora os han reconciliado y os han presentado
ante él: santos, intachables, irreprochables»
(1,21-22);
«Dios quiso dar a conocer la espléndida riqueza
que significa ese secreto para los paganos:
Cristo para vosotros, esperanza de gloria»
(1,27);
«En Cristo se encierran todos los tesoros del
saber y el conocimiento» (2,3);
«En él reside corporalmente la plenitud de la
divinidad, y de él recibís vuestra plenitud. Por
él habéis sido circuncidados [...], sepultados
con él por el bautismo, resucitados con él [...].
Estabais muertos, pero os ha dado vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados» (2,9,13);
«Con Cristo habéis muerto a los elementos del
mundo...» (2,20);
«Habéis resucitado con Cristo, [...] habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo
en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra
vida, entonces vosotros apareceréis gloriosos junto a él» (3,1-4);
«La gracia esté con vosotros» (4,18).
— 220 —
De esta experiencia nace, en un segundo momento, la
urgencia de ser agradecidos (eucharistein):
«Siempre que rezamos por vosotros, damos
gracias...» (1,3);
«Ya que habéis recibido a Cristo Jesús como
Señor, proceded unidos a él, arraigados y
cimentados en él, confirmados en la fe que
os enseñaron, derrochando agradecimiento»
(2,6-7);
«Sed agradecidos» (3,15);
«Con corazón agradecido, cantad a Dios...»
(3,16);
«Todo lo que hagáis, hacedlo invocando al Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por
medio de él» (3,17);
«Perseverad en la oración, velando en ella y
dando gracias» (4,3).
Finalmente, ese agradecimiento provoca una actitud
«agraciante» (charizein) ante los demás, es decir, de misericordia y disposición al perdón:
«Como elegidos de Dios, consagrados y amados, revestios de compasión entrañable, amabilidad, modestia, paciencia; soportaos mutuamente, perdonaos si alguno tiene queja contra
otro; como el Señor os ha perdonado, así también haced vosotros» (3,12-14).
Toda la vida cristiana aparece así caracterizada, invadida
y «vertebrada» en torno a la gracia.
2. «...ésta me basta»
La experiencia que evoca el «me basta» de la oración de san
Ignacio revela un estado de reconciliación profunda en los
niveles más básicos de la persona, de un tipo de satisfacciónsaciedad que es compatible con el auténtico deseo.
— 221 —
Es un sentimiento que nace en esa zona de nuestro ser
donde se generan también la ambición y la ansiedad, la necesidad compulsiva de poseer, acumular y dominar, el germen maléfico de la autoafirmación y de la prepotencia que
ahoga la fraternidad.
A nivel estructural, sabemos que un pequeño número
de países dilapidan (dilapidamos...) los recursos de todos:
no existe situación alguna de injusticia que no esconda en su
trama una ambición y una codicia que nada parece saciar.
A nivel personal se manifiesta en intervenir, hacer, merecer, cumplir..., en nuestra secreta convicción de que la
oración, la vida espiritual y la salvación, en definitiva, son
cosa nuestra, algo que depende de nuestra iniciativa, de nuestro esfuerzo, de nuestra dedicación. Sin la experiencia de
«tener bastante», nos dejaremos llevar de nuestro yo compulsivo, febril y activista, que refuerza nuestra imagen de
personas eficaces e importantes. Y actuaremos con la autosuficiencia de quien se apoya en sí mismo y se cierra la puerta
a una gracia que siempre nos es concedida más allá de nuestros merecimientos.
En cambio, este sentimiento hondo de «llenumbre agradecida», esa vivencia de «tener suficiente», nos libera de la
ansiedad y del centramiento en nuestros propios deseos y nos
permite dirigirlos hacia el Señor y su Reino.
Vamos a contemplar tres iconos de satisfacción propuestos por tres salmos que nos adentran en esta experiencia
profunda del «me basta»:
a) El niño saciado y satisfecho del salmo 130 (131) es el
símbolo de quien, al parecer, ha encontrado una perfecta
integración del mundo de sus deseos; aunque, a juzgar por
los primeros versos, podríamos pensar que su paz le viene
de que los ha ido reduciendo y disminuyendo hasta hacerlos
inoperantes:
«Señor, mi corazón no es ambicioso
n¡ mis ojos altaneros;
— 222 —
no persigo grandezas
ni maravillas que me superan.
Juro que acallo
y aquieto mi deseo;
como un niño en brazos de su madre,
como un niño sostengo mi deseo.
¡Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre!»
La solución que propone ¿consistirá simplemente en
«acallarlos y aquietarlos»? Los tres últimos versos nos hacen
ver que no es así: ese creyente que es Israel se define a sí
mismo como un niño que acaba de mamar y que descansa
satisfecho sobre el hombro de su madre (la preposición hebrea
empleada, «sobre», nos sugiere un precioso dato que cualquier madre conoce: cuando un niño ha terminado de mamar,
no se le tiene «en brazos», sino apoyado sobre el hombro
para que expulse el aire...). Si su deseo ha desaparecido, es
porque el alimento que ha recibido le ha saciado de tal manera
que ha acallado su necesidad.
La exclamación final, «¡Espere Israel en el Señor ahora
y por siempre!», tiene tal fuerza de convicción rotunda que
aleja cualquier tentación de hacer del Salmo una lectura espiritualista.
Dicen los psicólogos que la madurez de un adulto está
en relación estrecha con la experiencia de «confianza básica»
que haya tenido en su niñez, es decir, con la vivencia de
sentirse acogido y querido incondicionalmente por alguien.
El creyente del Salmo expresa esta experiencia a través
de la imagen de ese niño que ha quedado saciado por
el alimento que le ha dado su madre y que ya no quiere
nada más.
Cuando los discípulos dicen a Jesús: «Maestro, come»,
él contesta:
«Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis...» (Jn 4,32),
— 223 —
revelándonos así el secreto de un corazón apasionado por el
Padre y el Reino y desinteresado («indiferente», diría san
Ignacio) de sus propios asuntos.
b) Un creyente que ha hecho la experiencia de ser guiado
por el Señor afirma en el Salmo 23:
«El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas...»
Al haberse sentido conducido y acompañado por la mano
firme y protectora del pastor, proclama con tranquila audacia
su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: seguridad, alimento, aguas tranquilas, defensa, escolta, techo
bajo el que habitar... Difícilmente anidarán en su corazón la
ansiedad o la suficiencia, la envidia o la agresividad que
amenazan la vida filial y fraterna.
c) Otro israelita orante nos comunica su experiencia en el
salmo 126:
«Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.
En vano os levantáis temprano
y retrasáis el descanso
los que coméis el pan de fatigas;
¡si se lo da a sus amigos mientras duermen!»
Posiblemente está escrito por alguien no muy joven y
que quizá en su juventud creyó que su esfuerzo y su entusiasmo iban a hacer de él un perfecto cumplidor de la Ley,
pero que, en su edad adulta, reconoce que todo lo bueno que
hay en su vida es obra del Señor, cuyo amor fiel lo envuelve
con la misma gratuidad con que le da el aire que respira
mientras duerme.
— 224 —
Por eso, sólo conectamos con la experiencia de este
creyente cuando estamos ya un poco de vuelta de nuestros
sueños de omnipotencia y eficacia, cuando sospechamos bastante de nuestras propias fuerzas y cuando ya no tratamos de
comernos el mundo, porque ha sido éste quien nos ha dado
ya bastantes bocados a nosotros.
Es un momento privilegiado para la vida espiritual, porque nos sitúa ante una encrucijada: podemos tirar por el
camino del desánimo y del escepticismo, lamentando secretamente la frustración de los propios proyectos de perfección
y ocultándola bajo toda clase de disfraces pseudoespirituales.
Si echamos a andar por ese camino, probablemente acabaremos en la cuneta de una resignada melancolía o de una
amargura encubierta.
Pero la Palabra nos señala otro camino, que es el que
adopta el salmo 126 y que expresa, de otra manera, el «dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta» de san
Ignacio: el de quien ha recuperado una «segunda ingenuidad», ha dejado de preocuparse por sus propios resultados y
se ha abierto a la contemplación asombrada de lo que Dios
es capaz de hacer si uno le deja; el de quien ha llegado a la
constatación sapiencial de que de lo que se trata en el seguimiento no es de hacer grandes cosas, sino de consentir en
«ser puesto» con el Hijo.
Al terminar nuestro retiro, podemos repetir, desde un
nivel más hondo, estas frases:
«Guardo lisa y silenciosa mi alma,
como un niño en brazos de su madre...»
«Señor, nada me falta, mi copa rebosa...»
«Tú me colmas de tus dones mientras duermo...»
«Tu gracia me basta...»
Lo que nace de ahí no es una pasividad inerte, sino la
acción sosegada y el dinamismo fecundo que siguen a la
conciencia de agradecimiento. Y a aquél que ha hecho esa
experiencia comienza a serle posible «amar y servir en
todo».
— 225 —
D) CELEBRAR LO VIVIDO
Poner en un plato de barro o en un pañuelo sobre el suelo
piedrecitas blancas, tantas como personas hay en el grupo.
Se leen estos textos acerca del «nombre nuevo»:
«¡Levántate, brilla,
que llega tu luz,
la gloria del Señor amanece sobre t i !
Vendrá a ti el orgullo del Líbano,
con el ciprés y el abeto y el pino,
para adornar el lugar de mi santuario
y ennoblecer mi estrado.
Los hijos de tus opresores
vendrán a ti encorvados,
y los que te despreciaban
se postrarán a tus pies;
te llamarán Ciudad del Señor,
Sión del Santo de Israel» (Is 60,1.13-14).
«Por amor de Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que rompa la aurora de su justicia
y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia,
y los reyes tu gloria;
te pondrán un nombre nuevo,
impuesto por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la mano de tu Dios.
Ya no te llamarán 'Abandonada',
ni a tu tierra 'la Devastada';
a ti te llamarán 'Mi Preferida',
y a tu tierra 'La Desposada',
porque el Señor te prefiere a ti,
y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con una muchacha,
así te desposa el que te construyó;
— 226 —
la alegría que encuentra el marido
con su esposa
la encontrará tu Dios contigo» (Is 61,1-5).
«Esto dice el Señor:
Yo mismo traeré restablecimiento y curación
y les revelaré un desbordamiento
de paz y fidelidad.
En aquellos días se salvará Judá,
y en Jerusalén habitarán tranquilos,
y la llamarán así:
'Señor-nuestra-justicia'» (Jer 33,6.16).
«Jerusalén, despójate del vestido
de luto y aflicción
y vístete para siempre
las galas de la gloria que Dios te da;
envuélvete en el manto de la justicia de Dios
y ponte en la cabeza
la diadema de la gloria del Eterno;
porque Dios mostrará tu esplendor
a cuantos viven bajo el cielo.
Dios te dará un nombre para siempre:
'Paz en la Justicia'
'Gloria en la Piedad'» (Bar 5,1-5)
«Al ángel de la Iglesia de Pérgamo escríbele:
[...] Al vencedor le daré del maná escondido,
le daré una piedrecita blanca y,
grabado en ella, un nombre nuevo
que sólo conoce el que lo recibe.
[...] Quien tenga oídos,
escuche lo que dice el Espíritu a las iglesias»
(Ap 2,12.17.29).
Cada uno va tomando una piedrecita y compartiendo el «nombre nuevo» que ha recibido a lo largo
de los Ejercicios.
Se puede terminar con el salmo 136:
— 227 —
«Dad gracias al Señor porque es bueno
porque es eterno su amor...»,
índice de «iconos bíblicos»1
e ir añadiendo motivos de agradecimiento. Al final, se termina con esta oración:
«Te damos gracias, Padre,
porque nos has mostrado el rostro de tu Hijo Jesús
y quieres recrearnos a su imagen.
Haznos vivir
arraigados y cimentados en él,
confirmados en la fe que nos enseñaron,
derrochando agradecimiento (Col 2,6;3,17).
Tú que has querido dárnoslo como Camino
y como compañero fiel a nuestro lado,
graba su nombre
como un sello sobre nuestro corazón,
como un sello sobre nuestro brazo (Cant 8,6),
y haz de nosotros iconos vivos de su amor
para que hagamos presente su misericordia
y su fidelidad
mientras caminamos con nuestros hermanos.
Concédenos tu amor y tu gracia,
que ésta nos basta».
ANTIGUO TESTAMENTO
Adán y Eva: Gn 3,8-11: 3c, 5b.
Abraham y Sara: Gn 18,12-14: 6c.
Caín: Gn 4,9: 1, 5b.
David: 2 Sam 1-12: 5a.
Elias: 1 Re 19,4: 4c.
Gedeón: Jue 6-7: 6c.
Gómer: Os 2,4-25: 5b.
Isaías: Is 7,1-9: 8c.
Ittay de Gat: 2 Sam 15,17-22: 6d.
Jacob: Gn 28,12: 1; 32,10: 16ab.
Jeremías: Jer 1,6-8: 4c, 6ac; 13,11: 4c; 20,14-18: 4c.
Jonás: Jo 1,3-4: 4c; 4,8-9: 4c.
Moisés: Ex 3,1-4: Ib; 3,7-12: 7a; 4,10: 4c, 6a; 4,10-12: 6c;
19,4-5: 3b; 33,13-14: 6a; 33,19: 8c; 34,1-5: 2a; Sal
103,26: 1.
Naamán el sirio: 2 Re 5,10: 3a.
Rut: Rut 1,14-16: 4c, 6d.
Salomón: Sab 8-9: 9c.
1. Junto a cada cita aparecen el número del capítulo y la letra del
apartado (a, b. c. d) correspondientes.
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— 229 —
NUEVO TESTAMENTO
Bartimeo: Me 10,46-52: 10b, 12b, 14a.
Ciego de nacimiento: Jn 9: llac, 12d.
Centurión: Mt 8,10: l l b .
Discípulos: Mt 10,1-42: 11c; Me 4,35-41: llb; 4,40: llb;
6,9: llb; 9,5.32:14a; 14,37.50:14a; Le 3,2: llb; 12,3:
llb; 12,32: l l b ; 22,24-27: 13b.
Dos de Emáus: Le 24,13-35: 15b.
Hidrópico: Mt 14,1-6: l l b .
Hombre de la mano paralizada: Mt 12,9-14: l l b .
Jairo: Me 5,36: l l b .
José: Mt 2,14: 8c.
Joven rico: Me 10,20-22: 4c, 13b.
Juan: Jn 21: 15b.
Lázaro: Jn 11: 11c.
Leproso: Mt 8,8-14: 10b.
Magos de oriente: Mt 2,1-12: 8cd.
María de Nazaret: Le 1,26-38: 7c; 1,34-37: 6c; 1,46-55:
4b; 2,19: 9a; 2,41-50: 3b, 6b, 8a, 10b; Jn 2,1-12: 5b;
1 Jn 1,1-4: 7d.
María Magadalena: Jn 20,11-18: 3a, 10b, l i a , 15b.
María de Betania: Le 10,38-42: 4ac, l l b .
Marta: Le 10,38-42: 4ac.
Mateo: Mt 9,1-17: 6c, 10b, llb; Me 2,15: 13b.
Mujer adúltera: Jn 8,1-11: 5d.
Mujer cananea: Mt 15,28: l l b .
Mujer encorvada: Le 13,10-17: 5d, l l b .
Mujer pecadora que ungió a Jesús: Le 7,36-50: 10b, 13b.
Mujer que le ungió en Betania: Me 14,3-4: 13b.
Mujer que tenía un flujo de sangre: Mt 9,20-22: llb; Le
8,40-56: 5b.
Mujer samaritana: Jn 4,1-41: 3a, 10b, 11c.
Mujeres al pie de la cruz: Jn 19,25-26: 14ab.
Mujeres que fueron al sepulcro: Le 24,24: 15b; Mt 28,
1-10; 8c.
Mujeres que miraban de lejos: Me 15,40-41: 14a.
Natanael: Jn 1,44-51: l l b .
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Nicodemo: Jn 3,1-21: 9b, 13b.
Pablo: Hch 9,1-9: 6c; 9,15-16: 6a; 20-21: 6b; Flp 3,7-14:
6a.
Paralítico: Mt 9,1-7: l l b .
Paralítico de la piscina: Jn 5,1-18: l l b .
Pastores de Belén: Le 2,8-20: 4c.
Pedro: Mt 14,22-23: llb; 16,18: llb; 16,22: 4c; 27,69-74:
4c; Me 8,31-32: 14a; 8,33: llb; 9,5: llb; 10,15-40:
llb; 14,28-33: llb; 14,66-72: 14a; Le 5,8-10: 6c;
22,61: llb; Jn 1,42: l l b ; 21,7: 13b. 15b.
Suegra de Pedro: Me 1,29-31: 10b.
Tomás: Jn 20,27-29: 15b.
Viuda pobre: Le 21,1-4: llb; Me 12,41-44: 13b.
Zaqueo: Le 19,1-10: 10b, l l b , 13b.
ICONOS DE PARÁBOLAS:
Administrador sagaz: Le 16,1-8: 8c.
Convidados al banquete: Mt 14,15-20: 13b; 22,1-14: l l b .
Diez muchachas: Mt 25,1-13: l l b .
Hijo mayor (parábola del padre misericordioso): Le 15,
1-32: 4c.
Hijo que dijo «no» (parábola de los dos hijos): Mt 21,
28-31: 4c.
Hombre rico y Lázaro: Le 16,19-31: 13b.
Mujer que perdió un dracma: Le 15,8-10: 3a.
Samaritano: Le 10,25-37: 4ac.
Siervos que esperaron a su señor: Le 12,35: l l b , 13b.
231 —
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