Taylorismo digital (*) F. Humberto Sotelo M. ―El Taylorismo

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Taylorismo digital (*)
F. Humberto Sotelo M.
―El Taylorismo‖, como es del conocimiento público, es un sistema de organización del
trabajo que inventó Frederick Taylor (1856-1915), ingeniero mecánico y economista
estadounidense, con el fin de aumentar la productividad. Su ―scientificmanagement‖
consistió, a grandes rasgos, en
romper con la independencia de los trabajadores –
quienes realizaban sus labores de manera individual--, estableciendo un sistema que los
obligaba a especializarse en determinada área, tanto con el objeto de adquirir mayor
destreza como con el propósito de eliminar todos los movimientos que provocasen
pérdida de tiempo.
Dicho ―invento‖ le permitió al sistema capitalista explotar de manera más efectiva a
los trabajadores y, a la vez, potenciar de manera inaudita la productividad de éstos.
Años después Henri Ford no sólo ―perfecciona‖ los aspectos principales del
taylorismo, sino introduce también un complejo sistema de relaciones obrero-patronales
que habría de convertirse durante varias décadas en un factor fundamental para la
impresionante expansión que experimenta el sistema capitalista de los años treinta a los
setenta del siglo pasado. Pero esto lo veremos más adelante, en un libro que estamos
preparando.
Por el momento nos limitaremos a señalar lo siguiente: gracias al taylorismo la
clase trabajadora experimentó un sometimiento total al capital, viendo desaparecer los
últimos vestigios que quedaban de su creatividad individual, mismos a los que Marx hizo
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referencia en no pocas de sus obras, sin advertir que había señales inequívocas que
anunciaban que tarde o temprano llegaría la hora en el que el trabajador no sería sino una
pieza más del engranaje voraz que sólo anhelaba el aumento de las ganancias.
Sin embargo, como advierte B. Coriat, con la "organización científica del trabajo‖,
el trabajador no es fijado por una coacción externa sino por el despliegue de las
operaciones técnicas cuya duración ha sido definida de modo riguroso mediante un
cronometraje. De tal modo se elimina "el paseo" del obrero, y con él, el margen de
iniciativa y libertad que el trabajador había logrado preservar. Más aún: al hacerse simples
y repetitivas las tareas parcializadas, resultaba inútil la calificación refinada y polivalente.
Se le quitaba al obrero el poder de negociación que podía tener gracias al "oficio" (1).
Robert Castel observa: ―Pero los efectos de esta "organización científica del
trabajo" se pueden interpretar de dos maneras: como una pérdida de la autonomía obrera,
y como el alineamiento de las pericias profesionales en el nivel más bajo de las tareas
reproductivas. Los análisis más frecuentes del taylorismo, al poner el acento en el aspecto
de la desposesión son simplificadores. Por una parte, tienden a idealizar la libertad del
obrero pretayloriano, capaz de vender su pericia al mejor postor. Esto sin duda era válido
en el caso de los herederos de oficios artesanales con competencias raras y muy
demandadas. No obstante, si bien es cierto que el taylorismo se instaló sobre todo en la
gran empresa, se aplicó con la mayor frecuencia a poblaciones obreras recientes, de
origen rural, subcalificadas y poco autónomas‖ (2).
No ahondaremos en esa problemática, ya que ello desbordaría los límites de este
trabajo. Esto lo haremos en un libro que estamos preparando sobre la crisis del trabajo y
de las profesiones. Nos limitaremos a señalar que durante mucho tiempo los científicos
sociales –economistas, sociólogos, etc.— pensaron que solamente los trabajadores
tradicionales (vgr. los obreros industriales, y los otros segmentos de trabajadores de la
ciudad y del campo) eran las víctimas propiciatorias del ―perfeccionamiento‖ del sistema
de explotación a que hemos hecho referencia. En consecuencia, estaban excluidos del
mismo segmento tales como los profesionistas, los técnicos altamente calificados, los
intelectuales, los profesores, los científicos, los artistas, etc., los trabajadores del sector de
servicios, y toda una amplia gama de núcleos que desarrollaban sus actividades en todas
aquellas esferas desligadas del sistema productivo.
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Tales segmentos --de acuerdo a varios sociólogos---, lejos de sufrir la explotación
y alienación de los trabajadores tradicionales, gozaban de todo un cúmulo de ventajas y
prerrogativas que los alejaba de la clase obrera y los acercaba a las clases propietarias.
Esta percepción se generalizó una vez que el sistema capitalista se recupera de la crisis
de 1929, experimentando una notable prosperidad a partir de la Segunda Guerra Mundial.
Fue entonces que comienza a surgir un amplio sector de empleados altamente calificados
(entre ellos los llamados ―trabajadores de cuello blanco‖ (―White Collars‖) a quienes se
consideró ―privilegiados‖, tanto por los altos salarios que devengaban como por las
funciones que desempeñaban: a diferencia de los trabajadores fabriles, ellos realizaban
trabajos de oficina ―altamente respetables‖ y ―relevantes‖, asumiendo no pocos de ellos
funciones ejecutivas y gerenciales que los convertían en parte fundamental de la dirección
(management) de las empresas.
La sociedad de los gerentes
A tal grado llegó la expansión de dicho sector que algunos pensadores llegaron a
desprender la tesis de que sus miembros --en particular los gerentes de las grandes
firmas y los técnicos altamente calificados-- estaban llamados a convertirse en una nueva
―clase dirigente‖, misma que desplazaría a los capitanes de la industria, del comercio y de
las finanzas. Así, en 1935, Alfred Bingham afirmaba: ―Si seguimos la concepción marxista
original de una clase que se eleve de la supremacía funcional a la supremacía política,
actualmente nos lleva a la conclusión de que las clases medias técnicas y administrativas
son los futuros candidatos en la secuencia de las clases dominantes‖ (3).
Pocos años después, en 1941, aparece el libro The Managerial Revolution, de
James Burnham, en el que anunciaba que había señales inequívocas de que el orbe no
destinaba a ser gobernado por el capitalismo o el socialismo, sino más bien por ―una
sociedad de gerentes‖. De acuerdo a dicho autor, el ascenso de la clase gerencial se
daría a raíz de que ésta controlaba y administraba el proceso productivo y los medios de
producción propiedad del Estado, pronosticando que, con el paso del tiempo, llegaría a
controlar al mismo Estado (4). Los primeros indicios de este proceso los localiza Burham
en el New Deal, donde un grupo de administradores gubernamentales se encargaron de
reactivar a la economía norteamericana.
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Uno de los primeros sociólogos –si es que no el primero-- que le salió al paso a
dichas tesis fue C. Wright Mills, uno de los cerebros más lúcidos del marxismo
norteamericano. Así, en un ensayo publicado en 1942, que llevaba como título ―Marx para
los gerentes‖, se encargó de hacer trizas el planteamiento que sostenía que ―los gerentes‖
estaban llamados a convertirse en la ―nueva clase dirigente‖. Entre sus principales
argumentos destacaban los siguientes: ―Que la capacidad especializada sea muy
valorada no significa que los individuos calificados tengan oportunidad de obtener
posiciones que supongan decisiones de poder‖. Y agregaba: ― La capacidad profesional
no se identifica con la posición de clase(…) Los que controlan a los expertos no son ‗los
colegas políticos‘ de los gerentes, sino sus poderosos amos‖ (…) ―Un error que prevalece
en estas interpretaciones de las oportunidades de llegar al poder de los elementos
administrativos de la nueva clase media es el supuesto de que la indispensabilidad
técnica de ciertas funciones en una estructura social considerada ipso facto como una
posibilidad de aspirar al poder político‖ (5).
Diez años después, en su ensayo ―una mirada a los grupos de cuello blanco‖, C.
Wright Mills observaba que dichos segmentos se encontraban en franca decadencia: ―Los
empleados de cuello blanco –escribía—no pueden ya tomar prestado el prestigio del Jefe
Empresario al estilo antiguo, como lo hacían hace 40 años. Porque su trabajo no se
parece ya al de la clase media independiente (…) A medida que prosigue la mecanización
de la oficina –y apenas ha empezado-- muchos empleos de cuello blanco se convertirán
en trabajos más rutinarios y estarán sujetos a la misma amenaza de desempleo que el
trabajo asalariado(6).
No deja de sorprender la capacidad del sociólogo norteamericano para detectar la
tendencia que se estaba presentando: cuando habla de ―mecanización de la oficina‖ (en
esa época estábamos aún muy lejos del arribo de la informática y de Internet) no se
refiere a otra cosa que a la ―estandarización‖ de los procedimientos y métodos que se
impusieron en las empresas a partir de la década de los sesenta, contribuyendo a poner
fin al ―imperio‖ de los gerentes y otros núcleos de los ―White Collars‖.
Harry Braverman fue otro autor que contribuyó de manera notable a desmitificar a
los trabajadores de cuello blanco, demostrando en su libro Trabajo y Capital Monopolista
(7) que los mismos estaban sometidos a una cada vez mayor subsunción a las
condiciones impuestas por el capital.
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Desde entonces –nos referimos a las décadas de los sesenta y setenta del siglo
pasado---se acentuó la transformación en trabajadores asalariados de los otrora
segmentos a los que se denominó ―White Collars‖, incluyendo a la mayoría de los
empleados que realizaban labores altamente especializadas.
Algo similar sucedió con aquellos sectores que durante mucho tiempo se les
consideró excluidos del sometimiento al capital: nos referimos, en concreto, a los
profesionistas ―libres‖ (abogados, ingenieros, médicos, etc.). A diferencia de lo que
sucedía en épocas anteriores, sus ingresos ya no dependían en lo fundamental de las
actividades que realizaban de manera independiente (o en equipo, con sus colegas, vgr.
en los despachos profesionales), sino cada vez más se veían ante la necesidad de
ingresar a determinadas empresas para conseguir los recursos que requerían para
solventar sus gastos personales. En una primera etapa combinaban dichas labores, esto
es, atendían sus despachos o sus negocios personales, y a la vez se las ingeniaban para
prestar sus servicios a alguna o algunas firmas comerciales o de servicios, pero, con el
paso del tiempo, su actividad profesional independiente comenzó a declinar, viéndose
obligados a buscar empleo, ora en el sector público, ora en el sector privado,
convirtiéndose así en trabajadores asalariados, aunque a su labor se le denominase
―trabajo intelectual‖.
Los expertos de la “sociedad del conocimiento”
Empero, ¿cuál era la causa o el factor que estaba sobre determinando la transformación
mencionada en líneas anteriores?
A mediados de los sesenta del siglo pasado, el sociólogo norteamericano Daniel
Bell advirtió --no sin lucidez— que el mundo del trabajo estaba experimentando cambios
profundos debido al fenómeno que calificó como ―automatización‖ (como puede verse,
iba más allá de la tesis de C. Wright Mills acerca de la ―mecanización‖ de la oficina),
definiéndolo del siguiente modo: ―La automatización es un proceso que sustituye las
tareas humanas por operaciones programadas cuyo control se realiza por medio de
máquinas. Puede decirse que es el fruto de la cibernética y de los computadores. Es
decir, los trabajos de naturaleza semi-rutinaria y las tareas que sólo requieren decisiones
muy sencillas realizadas por el obrero durante el proceso de fabricación, ahora son
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asumidas por servomecanismos, mientras que el flujo secuencial del trabajo es dirigido
por un computador programado para regular cada paso de la operación. O, si es una
oficina, las tareas de registrar, trasladar o recuperar información, en otros tiempos
realizadas por un oficinista utilizando un sistema de archivos, son ahora efectuadas
directamente por un computador‖ (8).
Aunque en esa época la humanidad estaba muy lejos de presenciar la notable
expansión de la cibernética ----y menos el surgimiento de Internet-- Daniel Bell tuvo el
mérito de percatarse del impacto que habría de traer consigo el desarrollo de dicha
ciencia, tanto en el ámbito del proceso de producción como de la administración.
Comentando la tesis de dicho sociólogo, el economista Robert Leckachman
observaba: ―Estamos en el umbral de una transformación revolucionaria destinada, antes
de que transcurran muchos años, a redefinir la naturaleza del trabajo y hacer superflua la
mayor parte de la población trabajadora‖ (9).
Alrededor de treinta años después Jeremy Rifkin retomaría dicha tesis, aunque
dándole su propio sesgo, en un libro intitulado El fin del Trabajo (10). Más adelante
hablaremos acerca del mismo. Mientras tanto, llamaremos la atención sobre una de las
derivaciones que se desprendieron del fenómeno que los sociólogos antes citados
denominaron ―automatización‖: se pensó que traería consigo el surgimiento de un núcleo
de expertos altamente especializado en las diversas ramas de la cibernética y de la
comunicación, los cuales habrían de desempeñar un papel fundamental en lo que se dio
en llamar ―la sociedad del conocimiento‖. Permítanos el lector una digresión: esta noción
ha recibido diversas interpretaciones. Aquí retomaremos, por el momento la más común,
la que la concibe como un tipo de sociedad en la que el conocimiento desempeña cada
vez más un papel fundamental en el desarrollo económico. Peter Drucker, uno de los
principales pioneros de este concepto, escribió: ―La formación de conocimiento es ya la
inversión más grande en todos los países desarrollados, lo cual establece una
diferenciación sustancial entre la vieja sociedad capitalista, con sus grandes emporios e
infraestructuras, y la sociedad postmoderna, en la cual la calificación de trabajadores y
empleados en el dominio de sus instrumentos, vale decir el conocimiento mismo, forma
parte de lo que antiguamente se denominaba ―el modo de producción‖ (11).
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Una de las derivaciones de dicha tesis --decíamos--- cristalizó en el planteamiento
de que nos encontrábamos ante una nueva capa de trabajadores altamente
especializados que, a semejanza de sus predecesores, los ―White Collars‖ y ―los
gerentes‖, estaba llamado a ocupar un papel preponderante en la dirección de la
sociedad, a un extremo tal que algunos sociólogos no vacilaron en catalogarlo como ―el
tercer sector‖ de la economía. En contraste con la disminución de las prerrogativas de los
otros sectores de la clase trabajadora, aquéllos se estaban convirtiendo en una élite
privilegiada, gracias a su dominio de la informática. En palabras de Jeremy Rifkin, ―la
peculiaridad de la nueva ‗revolución tecnológica‘ consistiría en que todos los sectores han
caído víctimas de la reestructuración tecnológica y no ha irrumpido ningún sector
"significativo" habilitado para canalizar la mano de obra desplazada (…) El único sector
expansivo que se vislumbra es el del conocimiento, una élite de profesionales —los
llamados analistas simbólicos o trabajadores del conocimiento— que continuarán
creciendo en número "pero seguirán siendo pocos si los comparamos con el número de
trabajadores sustituidos por la nueva generación de "máquinas pensantes" (12).
No pocos exégetas del neoliberalismo pasaron a sostener que, a diferencia de los
otros sectores, los ―trabajadores del conocimiento‖ (knowledgeworkers) se distinguirían
por gozar de autonomía personal y por contar con inmensas facilidades para el
despliegue de su creatividad, redundando todo ello, desde luego, en excelentes beneficios
económicos.
Escribiendo sobre la especificidad de dichos trabajadores, Robert Reich observó
que estaban surgiendo tres tipos de ocupaciones en las naciones altamente
desarrolladas: servicios de producción rutinaria, servicios personales y servicios
simbólico-analíticos. ―Los dos primeros contienen una alta dosis de rutina, es decir,
procedimientos previamente definidos. El primero genera bienes para el mercado mundial,
y el segundo se aboca a necesidades cubiertas por el trato de persona a persona. En
cambio, los servicios simbólico-analíticos incluyen las actividades de identificación de
problemas, solución de los mismos e intermediación estratégica de clientes en redes o
cadenas de valor‖. Agregaba que ―este tipo de trabajadores manipula símbolos: datos,
palabras, representaciones orales y visuales, aunque tienen en común con las otras
ocupaciones que su producción es para el mercado mundial, y deben estar en contacto
personal con el cliente, las diferencias son sustantivas. Los actores de este nuevo tipo de
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trabajo ‗simplifican la realidad en imágenes abstractas que pueden ser reordenadas,
manipuladas, experimentadas, comunicadas a otros especialistas y transformadas en
realidad‘ (…) Tienen ingresos variables, no están ligados a una organización y sus
carreras no son lineales ni sometidas a un principio de jerarquía. Trabajan en equipos y
en redes, esta parte de su desempeño es crucial. Para estos trabajadores, las
credenciales acerca de su nivel y campo de estudios no son importantes, sino que lo es
más su capacidad de usar de modo efectivo y creativo su conocimiento y habilidades. Se
distinguen, así, de la vieja concepción de ‗profesionista‘, para quien es clave el manifestar
la posesión formal de un conocimiento, y de ello depende su status profesional. No deja
de aprender a lo largo de su vida laboral‖ (13).
Parecía, pues, que nos encontrábamos ante un nuevo núcleo de expertos y
técnicos altamente calificados que tomaría en sus manos las riendas del proceso de
producción, convirtiéndose en un sector imprescindible para que las empresas estuvieran
en condiciones de competir eficazmente en un entorno marcado por la globalización.
Génesis del ciberproletariado
Paradójicamente, el mismo factor que llevó a la ―entronización‖ de dicho segmento, fue la
causa principal de que éste viera en pocos años asistir al desmoronamiento ---tal como
sucedió con los ―White Collars y los gerentes‖—de su ―reinado‖. ¿A qué nos referimos?
Entre otras cosas a la tecnología digital que se expandió gracias a Internet, que si bien en
una primera etapa fue del dominio de los expertos citados, no tardó mucho en
generalizarse --o si se quiere, en socializarse-- a través de la red, convirtiéndose quasi en
un ―bien público‖ (decimos esto entre comillas porque aún persiste una ―brecha digital‖
entre las naciones altamente desarrolladas y los países del Tercer Mundo).
Al mismo tiempo, cientos de tareas que otrora realizaban determinados
especialistas fueron sustituidas por el ―software‖ elaborado ad hoc para reemplazar a los
mismos. Al respecto Daniel Cohen observa: ―Se puede decir que la informática, mediante
la objetivación de los procedimientos, convierte el saber profesional de cada uno en un
bien común de la empresa y no exclusivo del trabajador. En este sentido, la informática
continúa con el proceso de estandarización iniciado por el fordismo‖(14).
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De esa forma, pues, los ―trabajadores del conocimiento‖ (o, como los denominan
algunos sociólogos, los ―ciberexpertos‖) perdieron ---llamémosle provisionalmente así--su ―monopolio‖ sobre el manejo de las tecnologías de la información y la comunicación,
pasando a convertirse en uno más de los sectores subsumidos por el capital.
Jordy Michel analiza dicho fenómeno en los siguientes términos: ―A partir de la
creación de Internet, es decir, su estabilización como red de redes, el trabajador del
conocimiento, aquél que reunía las características señaladas en el inciso uno, ha sufrido
una mutación, un aceleramiento. Ahora, existe ya una tecnología que está plenamente
integrada a las nuevas funciones del trabajo. Un trabajador del conocimiento es alguien
que inevitablemente, en alguna parte de su quehacer, pasa por el uso de esta red de
redes, este artefacto de comunicación digital. Sin embargo, no es una tecnología externa
al individuo, cada uno la crea, muchos la innovan, y algunas empresas ganan por su uso.
La clave es la hipertextualidad, la supremacía de la información, nada es desconocido,
nadie es desconocido, todos pueden ser comunicadores, todos pueden ser comunicados.
Internet solo tiene valor en la medida en que es utilizada, bien sea para
incrementar su información, para emplearla o, inclusive, para atacar su funcionamiento .Y
agrega: ―La sociedad del conocimiento exige ‗trabajadores del conocimiento‘ y éstos
tienen como característica general común que responden a la cancelación del circuito
virtuoso de una economía en ascenso: incrementos de salarios ligados a incrementos de
productividad bajo un contrato en que las empresas y el Estado son el marco de
seguridad y garantía para el trabajador y el empresario. Es por ello, y no por una suerte
de ‗descubrimiento‘ del valor del conocimiento, que estos nuevos trabajadores tienen
como signo característico el estar sometidos a un trabajo precario/inseguro. Por ello
deben emprender la práctica de ‗educación a lo largo de la vida‘ y generar el principio de
que el conocimiento -constantemente recreado- es un valor de uso del trabajo humano
superior a la adquisición de una "credencial" por la vía tradicional del sistema educativo.
Este es el trabajo flexible en el campo laboral de los profesionistas‖ (15).
El llamado ―teletrabajo‖ es, tal vez, el campo laboral que más sufre las
consecuencias de la flexibilidad. Este asume diversas modalidades, ora como
autoempleo, como trabajo a tiempo parcial o completo, y con cierta libertad o totalmente
controlado por el empleador. Se calcula que existen alrededor de 9 millones de personas
en Europa que se desempeñan en el mismo.
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Peter Wilby, articulista de The Guardian, en un demoledor ensayo publicado en
este órgano, escribe: "El trabajo de conocimiento", la supuesta salvación de Occidente, se
exporta hoy como el trabajo manual. A un mercado global masivo de trabajo no
cualificado le está sucediendo rápidamente un mercado de trabajo de clase media, de
manera especial para industrias, como la electrónica, en las que se invirtió tanta
esperanza de oportunidades de empleo y de elevados salarios. Conforme aumenta la
oferta, los patronos se dirigen inevitablemente a la fuente más barata. Un diseñador de
"chips" cuesta en India diez veces menos que uno de los EE. UU (…).
Estamos familiarizados con la deslocalización de empleos de cuello blanco de
secciones administrativas ("back office"), tales como la introducción de datos. Pero es que
ahora están desapareciendo también los de las oficinas de contacto directo con los
clientes ("middle office"). El análisis de rayos X, la elaboración de contratos legales, el
procesamiento de declaraciones de la renta, la investigación de clientes bancarios, y
hasta el diseño de sistemas industriales son ejemplos de empleos cualificados que se van
allende los mares. Ni siquiera la enseñanza está inmune: el año pasado una escuela
primaria del norte de Londres contrató a matemáticos de la India a fin de proporcionar
tutorías unipersonales a través de la Red. Microsoft, Siemens, General Motors y Philips se
encuentran entre las grandes empresas que realizan hoy parte de su investigación en
China. El ritmo se acelerará. La exportación de ‗trabajo de conocimiento‘ exige sólo la
transmisión de información electrónica, nada de fábricas ni de maquinaria. Alan Blinder,
antiguo vicepresidente de la Reserva Federal norteamericana, ha calculado que un cuarto
de todos los empleos del sector servicios en los EE.UU. podrían acabar fuera del país (…)
Asia produce hoy más científicos e ingenieros que la Unión Europea y los EE. UU. juntos.
Para 2012, de seguir las actuales tendencias, los chinos patentarán más inventos que
cualquier otra nación (…) Muchas "habilidades de conocimiento" acabarán del mismo
modo que las habilidades artesanales. Están siendo trituradas, codificadas y digitalizadas.
Antaño, había un gerente de banco que hacía uso de su discreción y conocimiento del
lugar para decidir qué clientes podían optar a un crédito. Ahora ese trabajo lo hace el
programa informático. La capacidad humana de juicio queda reducida al mínimo, lo que
explica por qué se le niegan con frecuencia créditos a algunos solicitantes debido a algún
pago vencido mínimo y ya olvidado(…) Brown, Lauder y Ashton denominan "taylorismo
digital" a este fenómeno, siguiendo a Frederic Winslow Taylor, que inventó la "gestión
científica" a fin de mejorar la eficiencia industrial (…) No estamos más que al principio;
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hasta la enseñanza se ve cada vez más reducida a metas a corto plazo, enormemente
concretas, gobernadas por listas informatizadas (…) El taylorismo digital hace más fácil
exportar empleos, pero, de forma crucial, cambia la naturaleza de buena parte del trabajo
profesional‖ (16).
Frente al panorama descrito, todo parece llevarnos a la conclusión de que la
llamada ―sociedad del conocimiento‖ es un mito. Tal como observa el sociólogo francés
André Gorz, ―actualmente no se debe hablar de una ‗sociedad del conocimiento‘ sino del
‗capitalismo del conocimiento‖ que pretende convertir el conocimiento en un forma de
capital inmaterial y, por lo tanto, en propiedad privada de empresa, dándole el mismo trato
que al capital material‖ (17).
El impacto de la problemática descrita en México y el estado de Puebla lo
abordaremos en uno de los capítulos del libro que estamos preparando.
Referencias bibliográficas
(1) B. Coriat, ,L'atelier et le chronométre, París, Christian Bourgois, 1979.
(2)Robert Castel, La sociedad salarial, Ed. Paidos, Argentina, 1997.
(3)Citadopor C.W. Mills, en Power, Politics and People. The Collected Essays of C. Wright Mills, Oxford
University Press y Ballatine Books, New York, 1963, pág. 32.
(4)James Burnham,The Managerial Revolution, EEUU, The John Day Company, 1941.
(5)C.W. Mills, Op. Cit., págs. 34, 35.
(6) Ibid.
(7)Harry Braverman, Trabajo y Capital Monopolista, Ed. Nuestro Tiempo, México, 1978.
(8) Daniel Bell, The Age of Automatizacion, Nueva York, Mentor, 1965, págs. XVII-XVIII).
(9)Robert Lekachman, The Age of Keynes, Random House, Inc., New York, 1970, pág. 243.
(10)Jeremy Rifkin, El Fin del Trabajo, Paidós, México, 1996. Las cursivas son nuestras).
(11)Peter Drucker, La gestión en un tiempo de grandes cambios, Barcelona, Edhasa, 1996.
(12) Jeremy Rifkin, Op. Cit.
(13)Robert Reich, The Work of Nations, Alfred A. Knopf, New York, 1991.
(14) Daniel Cohen, Nuestros Tiempos Modernos, Kriterios, Tusquets Editores, España, 2001, pág. 47).
(15)Micheli, Jordy, "Digitofactura: flexibilización, Internet y trabajadores del conocimiento", en Revista
Comercio Exterior, Junio 2002. Disponible en el ARCHIVO del Observatorio para la Ciber Sociedad en
http://www.cibersociedad.net/archivo/articulo.php?art=8). (Las cursivas son nuestras).
(16) Peter Wilby, TheGuardian, 28 de febrero de 2011.
(17) André Gorz, en Krüger, K., ―El concepto de la sociedad del conocimiento‖, Biblio 3 W, Revista
Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. XI, No. 683, 25 de
septiembre de 2006, http://www.ub.es/geocrit/b3w-683.htm
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