Pregón de la Semana Santa Coyantina 2014 Abad de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores y Soledad, Abad de la Hermandad de Jesús de Nazaret, excelentísimo señor alcalde, párroco de San Pedro Apóstol, autoridades civiles y religiosas, miembros de la corporación municipal, cofrades, convecinos coyantinos (ya sea por nacimiento, adopción o por lazos familiares) amigos y asistentes a este acto, agradezco vuestra presencia y compañía. Quisiera extender mi saludo también a todos aquellos coyantinos que, aunque hoy no puedan estar aquí con nosotros debido a que sus obligaciones les han llevado lejos de estas tierras, tienen muy presente (en su corazón y en su mente) sus raíces (y sus costumbres) y aprovechan la oportunidad que nos brinda la revista ESLA (porque yo también me incluyo) para seguir unidos a esta ciudad y a todo lo que en ella acontece al hacer de cordón umbilical. Buenas noches a todos. Antes de nada, vaya por delante mi profundo y sincero agradecimiento al abad (y a la junta de seises) por haber tenido la deferencia de encomendarme este digno menester, sin mérito alguno que lo justifique. Un honor que me sorprendió enormemente cuando me lo comunicó el abad de nuestra cofradía, que me impone por la enorme responsabilidad que conlleva el estar a la altura de todos los que me han precedido, al que no he podido decir que no porque me enorgullece saber que se lo debo al recuerdo que tienen del buen hacer de un cofrade (mi padre) y que tengo por seguro está hoy aquí con todos nosotros, aunque no le podamos ver, (insuflándome ánimo y fuerza para hacerlo bien). Espero responder a la confianza que habéis depositado en mi persona con la mayor dignidad y humildad posibles. Aunque algunos de los presentes no me conoceréis personalmente, a buen seguro que mis apellidos os han podido sonar y dar una pista para poder ubicarme en el contexto coyantino, sobre todo por el apellido materno (de Prada). Soy hija y nieta de coyantinos, tanto por rama materna como paterna (y fue convecina vuestra en mi infancia durante el año que estuve en el colegio de las monjas carmelitas, donde antiguamente estaba la cárcel de Valencia de don Juan). A los que tengan unos cuantos años es fácil que les suene el “Mesón del señor Nicolás” regentado (hasta hace unos 20 años en que tuvo que ser derribado) por la familia de mi madre (primero por su abuela y luego por su tía Elvira) y adonde venían de toda la comarca a degustar, entre otros, el bacalao al ajo arriero -­‐ plato estrella de la casa. También es fácil que os suene mi abuelo por línea paterna, si no por el nombre (Ángel el “Manana”) sí por los dulces que hacía como maestro pastelero para el obrador de Patricín. Doy por hecho que a quien seguro conocéis son a mis padres: José Luis y Jose (Josefina o Josefa para algunos). Ellos han sido, sin duda, a los debo el amor que siento por esta ciudad, porque la han llevado siempre con todo orgullo en su corazón, posiblemente porque como cantaba Juanito Valderrama: el emigrante cuando sale de su tierra, dentro de su alma lleva a su Coyanza querida, y volviendo su cara llora, porque lo que más quería atrás se lo va dejando. Y digo bien Coyanza y no España, con permiso del señor Valderrama, porque en casa de mis padres se hablaba de Valencia de don Juan mucho más que como patria chica. No os digo más que para mi hermano (hasta los 10 años de edad) decir España era pensar en Valencia de don Juan. Escribir un pregón puede parecer, en un principio, una tarea asumible para alguien que lleva más de 20 años escribiendo y editando manuales y textos de seguridad vial, pero ciertamente no es así (creedme). Escribir un texto sin el “andamio o el colchón” que ofrece la estructura de la Ley y el dominio de una determinada materia en cuestión hace más difícil este cometido, máxime cuando el objetivo del pregón es que haga de pórtico que abre la Semana Santa coyantina. Semana Santa coyantina: tres palabras que me plantean, a priori, dos retos: el primero, ¿qué decir de la Semana Santa a los oyentes que no se haya dicho ya desde este atril? Y el segundo, ¿qué contar de cómo se vive en especial la Semana Santa coyantina si yo apenas la he vivido en persona? Creo que me será más fácil cumplir con este encargo si lo abordo igual que lo hago con cualquier manual de los que edito: poniéndome en el lugar del lector (en este caso del oyente). La reflexión sobre la Semana Santa me abre dos caminos, el disertar sobre la religión en su sentido más teórico y filosófico (para lo cual no me considero la persona apropiada, pues hay numerosas personas que lo harían mucho mejor que yo) o la vertiente humana del creyente, basada en el sentimiento, que es por la que he optado, siguiendo el consejo de hablar desde el corazón que me dio mi tío Manuel Ángel, quien sin lugar a dudas sabría unificar perfectamente los dos caminos. Desde el humilde prisma de esta creyente os puedo decir que no es fácil expresar con palabras las vivencias y el sentimiento de fe. El hablar de ella desde el corazón, donde todos guardamos celosamente nuestros sentimientos, exige valor (no voy a negarlo), pero es parte del ministerio del creyente: dar testimonio de su fe al mundo. Los creyentes como personas diferentes que somos, tenemos diferentes estilos, diferentes formas de exponer nuestros sentimientos y vivencias, pero todos tenemos en común haber descubierto en nuestro camino la presencia de Jesús. Dar testimonio de Jesucristo es hablar de su vida, de su obra, de su mensaje y de su muerte como pilar de nuestra fe, porque al resucitar venciendo a la muerte, vive en cada uno de nosotros y da sentido a nuestras vidas. En cuanto a qué contar de la Semana Santa coyantina, aunque como ya he dicho antes no he nacido en Valencia de don Juan ni he tenido la posibilidad de vivir de forma continuada aquí, sí que puedo aseguraros que he tenido la inmensa fortuna y el placer de conocerla a través de mis padres, la de antaño (cuando eran jóvenes) y la de los últimos años (cuando ya no lo eran tanto). He podido escucharles cuando contaban con detalle los cambios que se han ido produciendo con el paso de los años, cómo ha ido evolucionando también su sentir, coincidiendo con la transición propia de toda persona en su paso de la juventud a la madurez. He podido también ser testigo de su ilusión primeriza (cual niños con zapatos nuevos) en los primeros años de la puesta en marcha de la Cofradía Nuestra Señora de los Dolores y de la Soledad, poniendo junto con un grupo de vecinos del barrio de La Victoria todo el entusiasmo, tiempo, amor y devoción hacia la Virgen para hacerlo posible (y de eso, si no recuerdo mal, el año que viene se cumplirán 20 años). He de decirles que fue en esos años cuando tomé conciencia de lo que supone ser cofrade o hermano, más allá de su definición como miembros de una asociación pública de fieles de la Iglesia que, al menos en teoría, se autodefinen como católicos practicantes que asumen libremente, desde su ingreso, el cumplir debidamente con los estatutos de la Cofradía o Hermandad. Ver a mi padre vestirse con el hábito en una manera ceremonial (al igual que lo hacen los demás hermanos y cofrades en sus casas), ser testigo de cuánto amor depositan a la hora de vestir a la Virgen, a su Virgen-­‐madre. Cuántos esfuerzos e ilusión puestos para que Ella luzca las mejores galas, (qué os voy a contar que vosotros no sepáis y hayáis sentido). A todos nos gusta ver cómo progresa nuestra Semana Santa, pero las tradiciones si no se cuidan, se diluyen y pierden. Mantenerlas supone quehacer, requiere tiempo y atención. Por eso todos (cofrades, hermanos y demás simpatizantes) debemos estar abiertos a vuestro requerimiento con todo aquello que podamos ofrecer. Así pues, siguiendo la tradición del pregón, y puesto que el motivo que aquí nos congrega no es otro que abrir la puerta a la conmemoración de los Sagrados Misterios de la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo, hagámoslo: con fervor, respeto y emoción, haciendo de ello un acto de fe. En estos días de Semana Santa, los cristianos acudimos a las iglesias (como casa del Señor y lugar sagrado) para rendir culto a Dios, conscientes de que en la sociedad actual nos dejamos confundir muchas veces, rindiendo equivocadamente culto al poderoso caballero Don Dinero. El dinero es el ídolo de nuestro tiempo, a él rinde homenaje la sociedad actual, que mide la dicha según la fortuna, olvidando algunos que la verdadera dicha solo reside en Dios, fuente de todo bien y de todo amor. Conviene aprovechar la invitación a la retrospección que nos brindan las lecturas sagradas estos días para recordar que como cristianos podemos ser también templo de Dios, purificando nuestro corazón, porque lo verdaderamente importante es tener el corazón preparado, listo para recibir al Señor. De nada sirve vestirse con hábito (bien es sabido que el hábito no hace al monje) si no preparamos nuestro corazón para el gran momento de acoger a Cristo resucitado, haciendo de ello nuestro proyecto de vida. ! Abre la Semana Santa el Domingo de Ramos en el que se celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén a lomos de una borriquilla, con los ramos y palmas como protagonistas de la procesión en honor de Cristo Rey. Palmas que algunas son auténticas obras de arte y que, al llevarlas, una vez bendecidas, a nuestras casas como símbolos de fe renovada, impregnan la estancia con un aroma característico, parecido al incienso, que me trae a la memoria el olor que tienen nuestros templos. En el Domingo de Ramos se celebran las dos caras del misterio pascual: por un lado, mediante la procesión de los ramos, la vida, representada por la entrada triunfal de Jesús y por el otro, mediante la lectura de la Pasión de nuestro Redentor, la muerte, por lo que también se le conoce como Domingo de Pasión. Día que podemos aprovechar no solo para estrenar algo, cumpliendo lo que dice el saber popular “Quien no estrena nada en Domingo de Ramos, ni tiene pies ni manos” sino para interiorizar (haciendo un alto en el frenético ritmo que a veces nos impone la sociedad en que vivimos) que la vida que nos ha regalado el Señor tiene también otra cara (que a veces intentamos olvidar) que exige del cristiano la responsabilidad de hacer buen uso de ella. ! Lunes Santo. Jesús se dirige al templo de Jerusalén y como lo encuentra convertido en un mercado, se enfrenta a los comerciantes y vendedores y los echa del lugar, por profanarlo. ! Martes Santo. Jesús anuncia su muerte estando en casa de Simón, cuando contraargumenta a sus discípulos en defensa de María, la mujer que derrama un perfume sobre sus pies, los besa y los seca. ! Miércoles Santo. Es el día en que se recuerda la traición de Judas, el discípulo que entregó a Jesús a sus enemigos a cambio de 30 monedas de plata. ! Jueves Santo. Decía el saber popular en boca de nuestras abuelas y madres que era uno de los tres jueves del año que relucen más que el sol, junto con el día de Corpus Christi y el de la Asunción. En la misa de por la tarde se conmemora la institución de la Eucaristía en la comunidad cristiana en recuerdo de la Última Cena de Jesús con sus discípulos (quien desee seguirlo tiene que sentarse en su mesa). Antes de la Eucaristía tiene lugar el lavatorio de pies, siguiendo el ejemplo de Jesús, que nos dice que humillemos nuestra soberbia, poniéndonos al servicio de los demás, que sigamos su ejemplo y demos testimonio de amor fraterno entre los hombres, sin importarnos posición o dinero. (En muchas ciudades españolas, baste recordar la Madrugá de Sevilla, se suceden en esta noche hasta la mañana del Viernes Santo las procesiones que enmarcan la Pasión de Jesús en todo su fervor y esplendor). ! Viernes Santo. Es el día crucial, el núcleo de la liturgia cristiana, en el que conmemoramos la Pasión del Señor. Es el día de máximo dolor por la muerte de Cristo, el único día de la Semana Santa en el que no se celebra la Eucaristía ni la misa. Los ritos propios de este día, la adoración de la cruz desnuda sin la imagen de Cristo, la lectura de la Pasión según San Juan, un altar sin mantel junto con la austeridad de la Ceremonia nos ayudan a trasladarnos al Gólgota para sentirnos testigos de primera fila del drama inmenso de sufrimiento y muerte de Cristo nuestro Redentor en el Calvario. ! Sábado Santo. Es el día en que la comunidad cristiana conmemora a Jesús en el sepulcro, velándole. Es el día del silencio en el que el sagrario está abierto y vacío (comulgamos el Pan consagrado en la celebración del Jueves Santo). Es día de oficio de lecturas y laudes en el que, sabiendo al Señor muerto, meditamos sobre su pasión y sacrificio por nosotros pecadores y oramos esperando su resurrección. Todos los que fueron testigos de la muerte de Jesús creían que todo había acabado, pero su madre recuerda bien las palabras de su hijo Jesús: “Al tercer día resucitaré”. ! Domingo de Resurrección. Es el día en que, con la alegría inmensa que sigue al dolor, se celebra el triunfo de Cristo sobre la muerte. Los altares de las iglesias se revisten con los mejores ornamentos. Es el día más grande, el día del gozo, porque con la Resurrección de Cristo, los hombres hemos sido redimidos y liberados del pecado. ¡Aleluya, Cristo ha resucitado! Me gustaría compartir con vosotros una selección de estrofas del poema “El reloj de la Pasión” que ilustran las horas de la Pasión de Cristo. El poema es de autor desconocido, recopilado por don Faustino Gutiérrez en su libro “Pasionario Popular” que recoge el fervor religioso de la Semana Santa de los pueblos castellano-­‐leoneses. (Lectura del poema con fondo de música “Marcha de la oración” de Nacho Raso). 1. Es la pasión de Jesús un reloj de gracia y vida, reloj y despertador que a gemir y orar convida. 6. A las doce de la noche os prende la turba armada y luego, en casa de Anás recibes la bofetada. 2. Oye, pues, oye sus horas y en todas di agradecido: ¿qué os daré, mi Jesús, por haberme redimido? 7. A la una de blasfemo e impío, Caifás os nota: y en seguida contra Vos la chusma vil se alborota. 3. Cuando a las siete os veo, humilde los pies lavar: ¿cómo, si no estoy muy limpio, me atreveré a comulgar? 8. ¡Qué dolor, cuando a las cuatro os niega, cobarde, Pedro! Mas Vos, Jesús, le miráis y él reconoce su yerro. 4. A las ocho instituisteis la Cena de vuestro altar y en ella, Señor, nos disteis cuanto nos podíais dar. 9. Las cinco son y se junta el concilio malignante, que dice: « ¡Muera Jesús, muera en la cruz al instante! » 5. Llegan las diez, y en el huerto oráis al Padre, postrado; que yo pida con acierto haced, mi Jesús amado. 10. A las siete, por Pilatos a Herodes sois remitido, como seductor tratado y como loco vestido. 11. A las nueve, seis verdugos os azotan inhumanos, y para eso a una columna os atan de pies y manos. 16. A las tres gritas y dices: «Ya está todo concluido». Mueres y llora tu muerte todo el orbe estremecido. 12. A las diez, duras espinas coronan vuestra cabeza, espinas que en vuestras sienes clavan con dura fiereza. 17. A las cinco, de la cruz os bajan hombres piadosos, y en los brazos de tu Madre os adoran religiosos. 13. Cuando a las once os cargan una cruz de enorme peso, entonces veo, ¡oh mi Dios! cuánto pesan mis excesos. 14. A las doce, entre ladrones, Jesús, os veo clavado, y se alienta mi esperanza viendo al mundo perdonado. 15. Es la una y encomiendas a Juan tu querida Madre, y luego pides perdón por nosotros a tu Padre. 18. A las seis, con gran piedad, presente también María, entierran vuestro cadáver y ella queda en agonía. 19. ¡Triste Madre de mi Dios, sola, viuda y sin consuelo!, ya que no puedo llorar, llorad, ángeles del cielo. 20. EI reloj se ha concluido. Sólo resta, pecador, que despiertes a los golpes y adores al Redentor. La Semana Santa, año tras año, nos mueve a reflexionar también sobre los símbolos de la Pasión, sobre el dolor, la soledad, la muerte en la cruz…en definitiva sobre el sentido de la vida, ayudándonos a buscar y a encontrar soporte en la oración y en el recogimiento. Nuestra Cofradía y nuestra Hermandad hacen propias estas palabras para llenarlas de sentido. ! Dolor. No hay dolor más grande que el de la Virgen María, siguiendo a Jesús en el Calvario. Sin poder levantar apenas la vista, porque es tan grande que oprime su corazón, sosteniendo, en silencio, entre sus brazos a su hijo muerto. Y eso que, por la grandeza de su virtud, cargó con todo el dolor en ausencia de todo rencor. Sin olvidarnos del que tuvo que experimentar nuestro Señor siendo flagelado y posteriormente crucificado. Los creyentes debemos ser conscientes que gracias a su infinito dolor nuestros pecados fueron perdonados y que no podemos por menos que acompañarles en su sufrimiento, llorando en especial con la Virgen María, porque el llanto nos hace reflexionar sobre la vida que llevamos, nos alivia y nos reconcilia con Dios y con nosotros mismos. ! Soledad. Merece destacar la procesión del Encuentro: la Virgen acompaña a Jesús en su Pasión hasta donde puede hacerlo un ser humano. No lo abandona, lo sigue en su calvario, pero su sufrimiento es doble: porque sufre como madre al ver sufrir a su Hijo Jesús y sufre porque no lo puede consolar, porque comparte sus dolores, pero no los puede mitigar. Al contrario, se ve forzada a sostener su mirada. Tan cerca están Madre e Hijo (que se pueden contemplar frente a frente), y a la vez tan lejos (que no pueden acudir, uno al lado del otro, para consolarse mutuamente). ! Muerte en la cruz. La cruz, gloriosa señal con una simbología espiritual importantísima como signo de salvación y de esperanza. Es la señal que indica que somos seguidores de Cristo, que creemos en él, que compartimos su calvario, y que vivimos en la esperanza de compartir con Él la resurrección. Dolor, Soledad, Muerte en la cruz, estas tres palabras que definen nuestro sentir se reflejan también en este bello poema sobre la Virgen Dolorosa. (Lectura del poema con fondo de música). 1. Va con el al que le daban tristes y corazón doliente, muerte. 5. La más triste, la esplendorosos. atravesado por una más hermosa, daga, 3. Ella va la que va detrás de 7. En ellos se ve el detrás de su Hijo desconsolada. su hijo yacente dolor que siente. yacente No puede ocultar en su lecho de No lo puede al que le han dado su dolor. muerte. ocultar. muerte Su nombre es La Sufre tanto, que el Delante va su hijo clavándolo en una Dolorosa. dolor al que han dado cruz. Dicen que es la más Le ha partido el muerte. hermosa. corazón. 2. Los romanos, 8. El dolor le atravesando sus píes y sus manos con clavos, sin importarles, que era el Hijo de Dios, 4. El dolor que siente…, hace que sus ojos tengan una mirada especial de dulzura y de penar. 6. Las lágrimas corren por sus mejillas suavemente, como perlas que salen de sus ojos oprime el alma y el corazón. Tanto, que de tanto sufrir parece que va a morir. Hoy toca hablar de emociones y de recuerdos que son los que determinan, sin darnos cuenta, nuestra forma de actuar, lo que sentimos y lo que somos. No olvidemos que a los pueblos les engrandecen sus gentes, sus tradiciones y su cultura. Aun para mí, que he estado unos cuantos años en Alemania y que he tenido la posibilidad de vivir la Semana Santa tal como la celebran allí (en la que predomina la austeridad, sin Cofradías ni Hermandades) y que, por tanto, puedo comparar los dos estilos en la manera de expresar el vivir y sentir la Pasión de Cristo es complicado explicar (a un foráneo) y, más aún, hacerle comprender el intenso sentimiento de un cofrade o un hermano ante su venerada Virgen o amado Cristo. Las procesiones que pueblan la Semana Santa española, en las que las calles se convierten en escenarios de fervor y devoción religiosa, de duelo y de recogimiento, constituyen una prueba palpable del aspecto eminentemente religioso y social, contribuyen a la vivencia en grupo y, por tanto, también a la supervivencia del mismo. Si solo se contemplan desde fuera como mero espectador es muy fácil confundir los actos de fe con vistosos actos socioculturales. Para comprenderlas en toda su esencia, para poder sentir la emoción que embarga al creyente al ver desfilar los pasos (como representación que ilustra la Pasión de Cristo), para poder vibrar y estremecerse con los golpes de tambor y los sonidos de las cornetas rompiendo el silencio de la noche….. es necesario sumergirse en ella, participar en ella de forma activa, vivirla en definitiva como hijos de Dios, conscientes de que por nuestra Salvación Cristo murió en la cruz. Mi recuerdo de la Semana Santa en su conjunto está firmemente unido a las procesiones vividas en España, las primeras vividas en Valladolid, algunas vividas en Sevilla (ya que mi hermano reside allí con su familia) y en los últimos años (que coinciden con la fundación de la Cofradía Nuestra Señora de los Dolores y de la Soledad) las vividas en Valencia de Don Juan. Todas ellas con las imágenes y tallas del Cristo y de la Virgen, envueltas en un respetuoso silencio como seña de identidad del austero carácter castellano, con la emoción desbordada al contemplarlas, perfumadas con el olor de la cera de las velas, acompañadas por los sones de cornetas y tambores que elevan nuestro sentir marcándole el paso. (Aprovecho para dar las gracias a la Banda de música porque sin ellos, las procesiones y la Semana Santa no sería lo mismo). Todas ellas con el silencio, respeto, sentimiento, fe, deseos de esperanza de los encapuchados, nazarenos, costaleros y penitentes. Es en las procesiones cuando el creyente SIENTE, siente todo su ritual, saca aquello que lleva más adentro, hace penitencia para cumplir una promesa… Y como broche, la noche de la solemne Vigilia Pascual, en la que el Señor inicia su victoria sobre la muerte. Para mí la NOCHE con mayúsculas, la más especial, la más importante porque en ella renuevo cada año mi fe, con toda su emoción, con todas sus liturgias: la de la luz (signo de la resurrección del Señor), con las velas y el cirio pascual, la liturgia bautismal con la bendición del agua y la renovación de las promesas, la liturgia de la palabra que proclama las maravillas de Dios, abriendo nuestros oídos a los evangelios, relatos que afianzan nuestra fe, el olor a incienso, el volteo de las campanas. Pero por encima de todo, en el epicentro de esta noche Santa, está el triunfo de Jesús sobre la muerte, la base de nuestra fe cristiana: la celebración de la Resurrección. He de confesaros que cada año (y el paso de los años no ha conseguido mermar el entusiasmo) salgo de la iglesia (de madrugada) con una alegría inmensa (con ganas de proclamarlo a los cuatro vientos, con ganas de llamar a mis seres queridos para darles la feliz nueva y felicitarles La Pascua) y entonando el estribillo de la canción “Hoy el Señor resucitó y de la muerte nos libró. Alegría y paz hermanos, que hoy el Señor resucitó. (He optado por no cantarlo, porque entre los dones que recibí del Señor no está precisamente el de la música. Tuve un profesor de guitarra en Alemania que ante mi insistencia por aprender a tocarla, tuvo que decir a mis padres que lo sentía, pero que la niña tenía oreja pero no oído). Mañana es domingo tortillero, y os puedo asegurar que aunque yo personalmente no he disfrutado de ninguno sentada en el soto, sí que he vivido intensamente cada año, por boca de mis familiares, las vivencias que compartieron con muchos de los coyantinos que participaron en ellos en sus años de juventud y que hoy posiblemente estéis aquí con nosotros, salpimentadas con múltiples y divertidas anécdotas, a la vez que disfrutaba de unas ricas tortillas con chorizo, de escabeche… rodeada de mis padres, hermano, tíos y primos en el comedor de nuestra casa en Alemania. Pero no solo eran las tortillas, también disfrutábamos (cómo no) de la limonada (aunque entenderéis que no pudiéramos decir a nuestros amigos alemanes que bebiéndola matábamos judíos) y qué deciros de las ricas rosquillas de Pascua caseras (gracias a la receta de mi abuelo Ángel). Todos los años había una auténtica competición entre mi padre y mi hermano por ver quién las hacía más finas. Cuando mis padres emigraron a Alemania debieron llevar en su equipaje tal sobrepeso en cuanto a recuerdos, tradiciones, anhelos de seres queridos, (que si hubiese sido hoy en día, seguro que les hubieran hecho abonar el importe de un billete extra. Con todos ellos supieron alimentar y mantener, aún estando en tierras extranjeras, vivas en su corazón las tradiciones de la tierra que les vio nacer, y hacernos a sus hijos partícipes de ellas. Cuán importante es que nuestros padres nos sepan transmitir las tradiciones, y, por volver al tema que nos ocupa hoy, cuánto más importante es que planten en nuestros corazones la semilla de la fe. (Yo agradezco de todo corazón, a los míos, que lo hicieran). Me ha permitido vivir una experiencia espiritual vital, me ha permitido afrontar con fortaleza momentos duros por los que todos hemos de pasar, me ha ofrecido consuelo, me ha dado paz…. Soy catequista de un grupo de niñas y niños de Primera Comunión y os puedo decir que es muy fácil deducir en qué casa los padres (en muchos casos los abuelos) se preocupan de transmitirles valores, dando testimonio con el ejemplo. De la crisis de valores humanos y cristianos ya se ha hablado en pregones anteriores, pero sigue siendo la asignatura pendiente de nuestra sociedad. Es importante tener presente que la educación en valores no se impone, no se compra, se aprende viviéndola en familia. Para muchos niños (y también muchos mayores), hoy en día la vida cristiana con sus festividades ha perdido todo su significad. La Semana Santa son simples días de vacaciones. Algunos niños ni siquiera saben lo que es una procesión (¡qué pena es que se lo pierdan!), y ni que decir tiene que no han oído hablar de cuaresma, de ayuno, de sacrificio, de caridad…. Para mí es muy gratificante transmitirles el conocimiento de Jesús paso a paso y con vivencias que ellos entiendan, ayudarles a encontrar en Jesús al amigo por excelencia. Cuánto más sencilla y feliz sería nuestra vida, si todos los miembros de la sociedad viviésemos según lo predicado por Jesús en el Sermón de la montaña. Jesús nos dio a conocer que cuando nos amamos y nos acercamos como hermanos, cuando nos perdonamos y construimos un mundo más justo, entonces podemos experimentar el amor de Dios, del que está lleno el Reino de los Cielos. Dios nos ama sin límites, tanto que entregó para nuestra salvación a su hijo, que sufrió y murió para dar sentido a nuestra vida y a nuestra muerte en la esperanza de la resurrección. Y concluyo este pregón con un poema dedicado a la Semana Santa escrito por María Blanca Muñoz Semana Santa bendita, Semana Santa gloriosa, momento en que Jesús muere y la humanidad solloza. Mas la muerte no es en vano pues el cristiano confía en que esta muerte se trueque en vida y gloria infinita. Así pues, cofrades, hermanos y amigos todos, sumergiros en la Semana Santa coyantina, aprovechar a vivirla con emoción, pasión y fe, y por supuesto con alegría, porque no os olvidéis que lo que celebramos en ella es que Cristo con su muerte nos ha salvado, porque en su muerte está nuestra vida terrenal y en su resurrección nuestra vida eterna. Muchas gracias por vuestra atención y por compartir conmigo estos minutos (que espero no se os hayan hecho muy largos). Amparo González de Prada