Samarcanda

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Samarcanda
Uzbekistán
Samarcanda
Jizzakh
Zaarnin
Chelek
Uzbekistán
río
Am
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Samarcanda
Panjakent
Urgut
Tayikistán
Situación: Al sureste de la República de Uzbekistán.
Patrimonio de la
humanidad desde: 2001.
Samarcanda es una ciudad de
nombre mítico. Surgió como un
oasis de arte y vida en los yermos
del Asia Central gracias a la
actividad caravanera que fluía por
la Ruta de la Seda, uno de los
itinerarios comerciales más
importantes de la Antigüedad, vía
de tránsito hacia Occidente de
las especias y los lujos de Oriente.
Ciudad mimada por el gran
Tamerlán, kan de los mongoles, sus
monumentos evocan el fasto que
valió a la ciudad el sobrenombre de
«piedra preciosa del mundo».
La cúpula de la madraza
Tillakari, en la plaza de
Arena de Samarcanda,
preside la parte alta de
la ciudad, la más antigua de
Asia Central.
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Samarcanda
Uzbekistán
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La madraza de Ulug-Beg
albergó un observatorio
astronómico. Es la primera
construida en Samarcanda
(1417-1420) y se conservan
de ella dos minaretes.
Decoración geométrica y
caligráfica en la cúpula de
la mezquita de Bibi
Khanym, que Tamerlán
dedicó a su esposa favorita.
Pocos lugares han tenido una personalidad tan
acusada, ligada en este caso a la cultura islámica
centroasiática, y a la vez han sido punto de reunión de gentes de tan diversa procedencia geográfica y cultural como la uzbeka Samarcanda,
una ciudad abierta al mundo a través de las rutas
comerciales de la Antigüedad, que obtuvo inmensos beneficios materiales de este encuentro pacífico entre culturas.
La corte de Tamerlán
Precedente de la opulenta Samarcanda de las
mezquitas doradas, las sedas y los caravaneros fue la ciudad-fortaleza de Maracanda, poderoso enclave rodeado por diez kilómetros de
muralla. En el siglo III a.C. Alejandro Magno conquistó la plaza.
El primer momento de esplendor económico y
cultural llegó para Samarcanda con la expansión árabe del siglo VII, que aportó el islam a estas tierras. Pese al asalto y saqueo protagonizado por las hordas de Gengis Khan (1220), el
célebre viajero veneciano Marco Polo, que visitó la ciudad medio siglo después, tuvo oportunidad de comprobar la calidad de sus edificios y
la maestría de los artesanos locales.
El verdadero renacer de Samarcanda se produjo en tiempos del kan Timur Lang (el Gran
Tamerlán de las crónicas cristianas), que la convirtió en capital de su inmenso imperio y quiso
poblarla, para mayor gloria de su memoria, de
palacios, jardines, mezquitas y mausoleos; en
esta corte magnificente recibió Tamerlán la visita de embajadores europeos, entre ellos el
castellano Ruy González de Clavijo, que visitó
Samarcanda en 1404 y describió las maravillas
de la ciudad en la crónica de su periplo asiático.
Tras la muerte del kan, Samarcanda fue gobernada por el astrónomo Ulug-beg (1409-1449),
bajo cuyo mandato la universidad de Kalinderkani iba a convertirse en el principal foco cultural del mundo islámico.
A partir del siglo XV, cuando el descubrimiento de
las Indias Occidentales enfocó los intereses mercantiles europeos hacia el Nuevo Mundo, Samarcanda cayó en el olvido de Occidente. Se abría
por esas fechas una nueva y larga época de crisis, provocada por las guerras entre mongoles y
uzbekos. La ciudad vio languidecer su iniciativa
mercantil y cultural y perdió a marchas forzadas
la mayor parte de sus habitantes, hasta quedar
prácticamente despoblada durante trescientos
años: a principios del siglo XIX apenas sumaba
30.000 vecinos, cuando en tiempos de Tamerlán
fueron más de medio millón.
En 1868, Samarcanda quedó integrada en el imperio ruso, del que pasaría a la Unión Soviética
(1924) hasta la independencia de la República
de Uzbekistán (1991).
Monumentos sin cuento
El Reghistán (plaza de Arena) corona con su explanada el punto más alto de la ciudad antigua.
Flanquean la plaza la mezquita de Kukeldash
(1430) y tres madrazas (escuelas coránicas)
con cuidadosa decoración de cerámicas, mármoles y yeserías, que fueron construidas entre
los siglos XV y XVIII. Junto a una de estas madrazas –la de Shir Dor, erigida entre 1619 y 1636–
puede verse el Tcharsu (siglo XVIII), un mercado
de planta dodecagonal, cubierto por cúpula central y seis pequeñas cúpulas laterales.
Próxima al Reghistán se encuentra la tumba de
Tamerlán, el mausoleo Gur-Emir (Tumba del Emir).
El sepulcro del kan mongol, esculpido en nefrita
verde, quedó alojado en la cripta del mausoleo;
sobre ella se alza un gran edificio de planta octogonal, rematado por cúpula de 64 lados sostenida por trompas, con 15 metros de diámetro
y 12,5 metros de altura. En los ángulos del mausoleo despuntan bellos minaretes. Predomina en
todo el conjunto el azulejo de color azul (símbolo
de luto en el islam), pero se hacen igualmente
visibles las grandes cantidades de oro y ónice
empleadas como ornamentación.
La mezquita de Bibi Khanym se encuentra al
norte del Reghistán. El kan hizo construir este
santuario musulmán a finales del siglo XIV, para
conmemorar una expedición victoriosa al Indostán; el templo tomó su nombre de la favorita entre las mujeres de Tamerlán, hija del emperador
de China. Mide 167 metros de longitud por 109
de ancho y en su momento contó con más de
quinientas columnas. Hoy sólo perviven de esta
construcción la cúpula, un minarete y dos arcos.
Ubicada al sur del enclave de Aferasyab, la necrópolis de Shah i-Zinda (El Rey Viviente) suma
cuatro mezquitas, doce mausoleos, una madraza y el cenotafio de Kussam; todo este magnífico complejo arquitectónico fue construido en
torno a la tumba de Qutham ibn Abbas, primo
hermano de Mahoma y apóstol del islam en Samarcanda, en el siglo VII. La ornamentación de
la necrópolis ofrece al espectador toda una sinfonía de colores en sus más vivas tonalidades.
Aparte de otras muchas mezquitas, madrazas y
mausoleos que convierten Samarcanda en una
ciudad de belleza legendaria, adquieren especial interés las ruinas del observatorio del astrónomo Ulug-beg, construido en 1428, y de la ciudad de Maracanda, sitas en la carretera de
Tachkent; el yacimiento –han sido excavadas
219 hectáreas– posee un interesante museo arqueológico.
Doble página siguiente:
Detalle de la decoración en
ladrillo vidriado de colores
azules y verdes de la
necrópolis de Shah-i-Zinda,
el conjunto de mayor interés
artístico de Samarcanda.
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