Puro fútbol, de Roberto Fontanarrosa.

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enero
2016
Olé
PAG. 28
LECTURAS DE VERANO
Puro
fútbol
roberto fontanarrosa
LOS ULTIMOS
SALILEROS / LA
PENA MAXIMA /
LA BARRERA
El cuento Los últimos
salileros y La pena máxima
fueron publicados en Puro
Fútbol (2000), mientras
que La barrera pertenece
a Los trenes matan a los
autos (1997). Planeta.
N
LOS ULTIMOS SALILEROS
os persiguieron, señor, nos persiguieron. Mismamente que animales, no que cristianos. Nos
echaron de todas partes, señor,
nos quitaron todo. Usted nos ve
ahora así, débiles y desparramados, señor, pero los salileros supimos ser fuertes.
Claro, no estábamos aquí, estábamos en otra parte,
lejos de aquí. Y era un gusto vernos en los domingos
de fiesta, señor, cuando había partido. ¡Así de gente
los carros y los camiones llenos de salileros hacia la
cancha! Con estos colores, señor, los que usted ve
en la vincha. Y la cancha, señor. No sé si había alguna mejor en todo el país, vea lo que le digo, no sé si
había alguna mejor. Y venían Boca y River y también
San Lorenzo y se iban humillados, señor. Los grandes decían que eran, señor, los grandes, pero de ahí
se iban con la cola entre las piernas. Y era una fiesta
eso, señor.
Ahora nadie se acuerda de los salileros, nadie se
acuerda de cuando éramos fuertes y llenábamos de
banderas y trapos las canchas. Nadie se acuerda, señor. Ni saben por qué nos llamamos “salileros”, señor,
ni eso recuerdan las gentes. Venían River o Boca o
San Lorenzo con esos equipos bárbaros y cuando se
venían al ataque todos nosotros gritábamos “ ¡salile!
¡salile!” a los nuestros, para que les hicieran cara,
señor. Por eso nos decían los “salileros”.
Ellos se venían con esas estrellas famosas que salían
en las figuritas y en las tapas de “El Gráfico”, señor,
una vez por año venían, y ahí, en nuestra cancha,
se hacían pequeñitos, así quedaban los pobrecitos
cuando nos veían a nosotros en las tribunas repletas, que cuando me acuerdo me vienen lágrimas a
los ojos señor.
Y siempre la justicia en contra. Siempre la justicia en
contra. Como no podían con nosotros los porteños,
nos ponían los jueces en contra. Nosotros éramos
buenos, señor, buenazos. Gritábamos nomás, a grito
pelado, para alentar a los nuestros. Alguna piedra de
vez en cuando, también, cuando ya veíamos que la
injusticia era muy grande o los contrarios muy superiores. Esa es la verdad, señor. A nadie le gusta verse
humillado en su propio campo. Pero nada más que
eso. Y empezaron a perseguirnos, señor. Siempre
los jueces en contra, nos penalizaban, señor. Nos
echaban jugadores por pavadas, señor. Y los linieres,
señor, cierro los ojos y veo todavía esas banderas
amarillas o solferinas levantadas, señor, porque alguno de los nuestros había invadido terreno prohibido.
¡Terreno prohibido, señor, si la cancha era nuestra!
La habíamos ido levantando nosotros mismos, con
esfuerzo señor. Con sacrificio. Era nuestro orgullo.
Siempre los porteños persiguiéndonos. Es cierto
que degollamos a Candelo, señor. ¡Pero ellos habían
quebrado a Solibarrieta! Candelo, el juez Candelo.
Permítame que escupa señor. Y al domingo siguiente tuvimos que ir a jugar a otra cancha porque nos
habían suspendido la nuestra. Por ahí cerca, pero en
otra cancha. Y también hubo lío porque los salileros ya
estábamos enojados, señor, muy enojados. Nosotros
somos buenos, pero la injusticia era mucha. Los porteños nos perseguían, señor, como a animales. Nos
provocaban para que nosotros más nos enojáramos
señor y más nos castigaran. Al Junín tuvimos que ir
a jugar después señor. Daba pena, le juro, ver esa
caravana de hombres, ancianos, mujeres y niños, en
carros y camiones, yendo hacia el Junín para seguir
los colores de nuestro equipo señor, los mismos
que usted ve en esa vincha, señor. Con un frío terrible y la lluvia. Con los abuelos, con enfermos, con
los perros. Le pegamos a un linier en Junín, señor,
un infame, y de ahí también nos echaron, también
de ahí. ¿Adónde íbamos a ir a jugar, señor, adónde
íbamos a ir?
Cada vez éramos menos, castigados por la Policía,
por las cárceles, los salileros cada vez éramos menos.
Los más viejos se fueron quedando en el camino, por
esos caminos, cansados de seguir la divisa. Y perdimos la divisional, señor, la perdimos, nos fuimos a la
“B”, que no es deshonra, señor, pero no es lo mismo.
Los tiempos de gloria se habían alejado de nosotros
señor, nos habían dejado de lado.
Y siempre la justicia en contra señor. Siempre en
contra. Nos castigaban por cualquier cosa, por pavadas señor, por tonteras. De la “B” también bajamos, señor.
Ya ni cancha teníamos para jugar, nada era nuestro.
Algunos de los muchachos jugaban descalzos, señor,
tan pobres éramos. Y casi nadie para alentar, sólo un
grupito, chico. Las otras hinchadas se aprovechaban,
señor, y nos pegaban, nos corrían, nos humillaban. A
nosotros, a los salileros, que habíamos sido fuertes y
poderosos y que cuando gritábamos todos juntos no
dejábamos que se escuchara ningún otro canto, señor. No nos perdonaban el haber sido fuertes, señor.
A la “C” nos fuimos señor, pero ya no teníamos más
ganas de pelear, ni jugadores, ni cancha, y éramos
un puñadito los que alentaban, señor. Cada vez más
lejos de nuestras tierras, cada vez menos parecidos
a nosotros mismos. Si hasta el color de las camisetas
se había borrado con el tiempo, señor, con las lavadas,
con la tierra de los potreros inmundos adonde teníamos que ir a jugar, señor, nosotros, que habíamos
sabido del césped verde y el olor del césped verde
recién cortado, señor.
Y aquí estamos, señor, para que cada tanto venga alguien como usted para investigamos como a animales
raros. Los últimos que quedamos, señor. Los últimos
salileros. Los porteños nos persiguieron mucho, señor.
Muy mucho nos persiguieron. Si hasta los domingos
nos quitaron, señor. Hasta los domingos.
U
LA BARRERA
n paso más atrás. Dos más atrás.
Tres. Ahí está bien. Ya está la
barrera formada. Una baldosa
más acá. Un momento. Ante
todo, sacar las cosas del arco.
Hay botellas debajo de la pileta.
Ya la otra vez cagó una. Y dos
sifones. El blindado no es nada,
pero el otro puede reventar, y los sifones revientan y
los pedacitos de vidrio saltan y se meten en los ojos
de uno. Bien juntas las macetas de la barrera. El arquero muy nervioso. Miguel Tornino frente al balón.
Atención. El rubio Miguel Tornino frente al balón. Una
mano en la cintura. La otra también. La mano sacándose el pelo de la frente. La transpiración de la frente.
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