Políticas sociales, familia y trabajo en la América Latina de fin de siglo.

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Recensiones
«POLÍTICAS SOCIALES, FAMILIA Y
TRABAJO EN LA AMÉRICA LATINA
DE FIN DE SIGLO»
IRMA ARRIAGADA
Naciones Unidas.
Comisión Económica para América
Latina y el Caribe.
Santiago de Chile, 1997
1. No cabe ninguna duda que, por razones demográficas bien conocidas, la evolución
de la población y de la familia en América Latina es de enorme importancia para la Unión
Europea y para los Estados nacionales que
la integran, muy en particular para España habida cuenta de los vínculos de idioma
y de costumbres comunes que aproximan
estrechamente a sus ciudadanos respectivos
y, sobre todo, por el flujo de emigración que
actualmente tiene como países emisores a los
países de ultramar y como país receptor o de
destino a España. A través del Boletín Oficial
del Estado, de los medios de comunicación y
de la propia experiencia social se tiene fácil y
diaria noticia del importante número de los
ecuatorianos, colombianos, cubanos, peruanos,
bolivianos y tantos nacionales más de todos
los restantes países americanos que desean
trabajar y vivir en España y que lo consiguen
con mayores o menores dificultades.
2. La obra que se recensiona explica con
detalle y rigor como las familias de la América Latina han experimentado cambios profundos en las últimas décadas, apreciándose
con carácter general hechos como reducción del
tamaño de la unidad familiar, descenso y retraso de la nupcialidad, aumentos de la maternidad precoz, de las uniones consensuales, de
las rupturas conyugales, de los hogares monoparentales, unipersonales y de las familias
reconstituidas; es decir, no sólo que los hijos
forman familias distintas de aquellas en las
que nacieron y se criaron, sino que las familias en la misma generación se diferencian de
acuerdo con la etapa del ciclo de vida en el
que se encuentran. Todo ello genera una gran
heterogeneidad en las estructuras familiares
que debe tenerse bien presente a la hora de
adoptar decisiones sobre políticas públicas.
3. Por otro lado, los cambios demográficos, sociales y económicos ocurridos en América Latina han contribuido poderosamente a
la modificación de las estructuras familiares.
En las dos últimas décadas, la región creció
en 146 millones de personas, pero la población pobre aumentó en 73’4 millones de personas. El grado de urbanización se aceleró y
la población urbana alcanzó en 1995 el 74%
del total de la población, reduciéndose la
mortalidad y la natalidad por lo que la esperanza de vida durante el período comprendido
entre 1975 a 1995 aumento en cinco años para
los dos sexos. La tasa global de fecundidad descendió de 4’5 a 3’1 en los mismos años, y la tasa
de actividad refinada femenina entre 1980 y
1995 aumentó del 27% al 34%.
4. Pese a los datos anteriores, la magnitud de los distintos tipos de familias se ha
mantenido relativamente estable desde 1986.
La mayoría de las familias es nuclear, es decir, está compuesta por uno o ambos padres con
o sin hijos, fluctuando en 1994 entre el 55% (Paraguay) y el 71% (Bolivia, Brasil, México) del
total de hogares urbanos. Las familias extensas, conformadas con otros parientes además
de padres e hijos, varían entre el 13% (Argentina) y el 31% (Venezuela). Las familias com-
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puestas, que incluyen personas que no son
parientes, en los hogares nucleares y/o extensos, constituyen una categoría residual, salvo
en Paraguay, fenómeno probablemente ligado
a la acelerada migración interna. Finalmente, los hogares sin núcleo, es decir, aquellos
constituidos por personas sin relación de filiación, alcanzan entre el 4% y el 6% y los hogares unipersonales que no constituyen una
familia entre el 3% y el 15%. Cabe señalar
que la predominancia de los hogares de tipo
nuclear, en determinados momentos y países,
puede reflejar el efecto de la estructura por
edades de la población, ya que si la población
cuenta con un mayor volumen de personas en
edades de unirse en matrimonio, el hecho se
reflejará en una mayor formación de familias. Y el mismo razonamiento puede aplicarse al caso del aumento de los hogares sin
hijos o unipersonales de personas mayores,
como resultado del aumento de la esperanza
de vida de la población.
5. Los hogares nucleares urbanos muestran en su interior cierta diversidad en su
constitución, ya que se debe distinguir entre
familias nucleares de jefatura masculina y femenina. Los nucleares completos con jefatura
masculina, con padre, madre e hijo/s constituyen el grupo más numeroso : entre el 48% (Paraguay y Venezuela) y el 63% (Bolivia y México)
de todos los hogares. En las familias de jefatura femenina sin cónyuge, también las nucleares son más numerosas.
Los hogares sin núcleo alcanzan entre el
4% al 6% del total, tratándose de personas
que tienen o no lazos de parentesco, pero no relación de filiación; estos, pues, constituidos por
hermanos, abuelos, nietos, primos, tíos y sobrinos y no parientes, además de las combinaciones posibles entre estas categorías. También
tienen más representación en el total de hogares con jefatura femenina que masculina,
por lo que se podría sostener que, en el caso
de los hogares con jefatura femenina, se busca compensar la ausencia de otro aportante o
suministrador económico con la presencia de
otros adultos.
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Entre 1986 y 1994 hubo un crecimiento en
la magnitud de los hogares unipersonales, lo
que obedece principalmente a tendencias de
envejecimiento de la población, lo que se comprueba observando que la mayor proporción
de hogares unipersonales se encuentra en
países de transición demográfica avanzada,
como son Argentina y Uruguay, donde alcanzan el 15% del total. Constituyen también
una proporción muy importante de los hogares con jefatura femenina, lo que se explica por
la mayor esperanza de vida de las mujeres, lo
que significa que una parte considerable de estos hogares está formado por viudas. Pero también pueden incluirse en esta categoría a los
jóvenes que han salido de sus hogares y al postergar la edad de matrimonio no han fundado
sus propias familias. Por otro lado, la posibilidad de tener un hogar unipersonal viene
dada por el acceso a los recursos para hacerlo,
por lo que la gran mayoría de estos hogares
se ubica en el grupo de hogares no pobres.
6. En la evolución de los hogares se distinguen varias etapas, determinadas principalmente por la presencia o ausencia de hijos
y por la edad de éstos. Se distinguen así las
etapas de constitución de la familia, nacimiento de los hijos, la designada como «nido
vacío», formación de propias familias por parte de los hijos y disolución familiar. Los estudios muestran que es frecuente que la edad
de la primera unión coincide con la edad en
que se tiene el primer hijo e incluso en algunos casos ocurre posteriormente. La edad de
tener el último hijo es en promedio cercana a
los 35 años, por lo que se considera este límite
de edad para separar entre pareja joven sin
hijos, quienes con el tiempo recorrerán las
etapas hasta llegar a la designada como «nido
vacío» si la pareja se mantiene unida. En este
grupo se incluyen los hogares de las mujeres
jefas o cónyuges que tienen más de 35 años y
sin hijos que vivan con ellas. Existe una gran
variedad de situaciones entre los países de la
región: hacia 1994 parte importante de las familias se encontraban en la etapa en la que el
hijo mayor tiene 19 años o más entre el 30%
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(Bolivia y Brasil) y el 44% (Chile y Venezuela) de los hogares. La menor proporción de
hogares correspondía a las parejas jóvenes
sin hijos, lo que confirma que esta etapa tiende a superponerse a la primera, porque efectivamente en muchos casos la pareja se forma
después del nacimiento del primer hijo. Al diferenciar las etapas del ciclo de vida según jefatura del hogar, se aprecia que en las familias
biparentales de jefatura masculina la distribución en las etapas del ciclo era más homogénea. En cambio, la mayoría de los hogares
de jefatura femenina pertenecían al grupo en
el que el hijo mayor tiene 19 años o más, es
decir, en el periodo en el que se han acumulado las rupturas de la pareja, sin constitución
de nuevos hogares.
7. La pobreza de los hogares en términos
de la etapa de ciclo vital se concentra en
aquella en la que el hijo mayor tiene entre 13
y 18 años, en todas las áreas urbanas de los
países contemplados, con la excepción de Bolivia y Chile. Es la etapa en que la tasa de dependencia es mayor, puesto que la familia
tiene mayor cantidad de miembros y de hijos
a mantener. Es también la etapa en la que
aumenta el trabajo doméstico porque suele
haber hijos pequeños que requieren mayores
cuidados. Aunque el hijo mayor trabaje, su
bajo nivel cultural hará que la ayuda económica que preste sea poco importante. La menor
pobreza se encuentra en el inicio de la pareja joven sin hijos y aún en la pareja adulta sin hijos,
con la excepción de Panamá. En cualquier caso
la mayor indigencia se concentra en las familias cuyos padres tienen menos de diez años
de instrucción en promedio, cualquiera que
sea la etapa familiar que se contemple.
8. El bienestar de los hogares depende
del número de miembros que realizan trabajos externos. No obstante, la participación de
éstos en el mercado de trabajo contradice los
postulados de la economía neoclásica de distribución de funciones del hogar, en general con
aportantes o suministradores únicos de recursos (el llamado breadwinner system). El porcentaje de hogares donde sólo el jefe es activo
flutúa entre el 41% en México y el 21% en
Uruguay, en tanto que la mayoría de los hogares muestra diversas combinaciones de
participación laboral de sus miembros; entre el
49% y el 62% de los hogares, además del jefe
trabajan cónyuges, hijos y otros parientes. En
los hogares con jefatura femenina, se encuentran mayores porcentajes de los que no incluyen participación de otros miembros. En la
etapa primera del ciclo familiar, es decir, en los
hogares en los que el hijo mayor tiene menos
de 13 años, hay una mayor participación de
los cónyuges en el mercado de trabajo. Hacia
la etapa segunda del ciclo, hay una tendencia
descendente en el trabajo de los cónyuges y
un incremento en el trabajo de los hijos, al
igual que en la etapa tercera, donde la posibilidad de que sólo trabajen éstos aumenta y alcanza porcentajes entre el 15% y el 24% de
modo total.
9. Es importante considerar las tendencias familiares que se apuntan en América
Latina, en cuanto que son factores decisivos
para adoptar políticas familiares adecuadas,
fundamentalmente, las cuatro siguientes :
a) La jefatura femenina del hogar se produce en el caso de mujeres separadas, divorciadas, viudas o madres solteras, fenómeno
importante y creciente debido a motivos económicos y demográficos. Al menos uno de cada
cinco hogares urbanos está encabezado por una
mujer, constituyendo entre el 17% y el 26% del
total de los hogares, aunque en el Caribe alcanza el 40%. En el grupo destaca el subgrupo de
las madres adolescentes, también en aumento
en relación al conjunto de las madres. La mayor
indigencia de estos hogares se debe a que suelen tener personas dependientes, salarios bajos
y limitadísima elección del empleo, los cuales
deben ser ordinariamente compatibles con el
cuidado de los niños. Excepcionalmente, el
hogar con jefatura femenina se da también
como una opción de mujeres educadas y con
mayores recursos.
b) La aportación económica de las mujeres y de los hijos al hogar, porque aunque las
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mujeres vivan con pareja el ingreso masculino es a veces tan insuficiente que las mujeres
y niños deben asumir la doble carga del trabajo
doméstico y del trabajo fuera del hogar; un estudio realizado en México detectó que el 17,1%
de los hogares, independientemente del sexo
del jefe del hogar, contaban con un ingreso exclusivamente femenino o preferentemente femenino. Hasta el punto que, según un ejercicio
de simulación, si no hubiera aportación femenina los hogares pobres aumentarían entre el
10% y el 20%, pues en el conjunto de los hogares contemplados las mujeres cónyuges ocupadas en 1994 aportaron entre el 28% y el
38% de los ingresos totales del hogar. A su
vez, para el total de hogares con hijos éstos
aportaron entre un 16% y un 36% de los ingresos del hogar.
c) La violencia intrafamiliar es frecuente,
y mal medida, por las dificultades que ofrece
su conocimiento; incluye la violencia física, la
psicológica y la sexual y, en algunas clasificaciones, la indirecta, es decir, aquella por la
cual se prohibe al cónyuge estudiar o trabajar, es decir, se le aisla o encierra en el hogar
y se restringe su libertad. Según datos mundiales, una de cada diez mujeres es o ha sido
agredida por su pareja : en el 2% de casos las
víctimas son varones, en el 75% son mujeres
y en el 23% es violencia bilateral o cruzada.
En los estadios más altos prevalece la violencia psicológica, y la física en los más bajos. Un
estudio de UNICEF reveló que el 63% de los
niños son víctimas de la violencia física y que
la cultura del castigo estaba muy asumida en
ciertos países como Chile. Como causas de la
violencia se destacan el desconocimiento de
los propios derechos y de los mecanismos que
la legislación establece para su corrección;
pero también los obstáculos establecidos en
las instancias policiales y judiciales que hacen ingrata la denuncia de las violaciones y el
seguimiento de las reclamaciones iniciadas.
Por lo demás a menor cultura mejor se asimila la idea de que la sumisión femenina es algo
«natural», que hace que la violencia familiar
sea una conducta aprendida.
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d) El trabajo doméstico ejecuta la reproducción cotidiana, se lleva a cabo de forma
aislada y parcelada en cada hogar y su valor
económico no es reconocido, distribuyéndose
desigualmente según el desarrollo de cada
país, clases sociales, ciclos de vida familiar y
áreas geográficas. El Programa de Naciones
Unidas para el Desarrollo calculó que en países en desarrollo el 66% del trabajo de las mujeres se encuentra fuera del sistema de cuentas
nacionales, por lo que no se contabiliza. Investigaciones realizadas entre población masculina
educada arrojan el resultado de que en las familias bipaerentales el hombre muestra una desvinculación entre el discurso simbólico, en el que
se expresa el acuerdo con un cambio de las papeles tradicionales en el hogar, y el nivel práctico,
en el que no se avista un compromiso sistemático para mudar la distribución desigual de
las cargas y privilegios establecidos.
10 Las nuevas políticas públicas de apoyo a la familia no pueden prescindir de los datos expuestos en los números precedentes,
tanto si se organizan como programas de empleo, o subsidios de vivienda o ayudas especiales para jefas de hogar, preferentemente.
La familia como objeto de política pública
guarda estrecha relación con lo que se desea
cambiar o mantener y exige una contemplación de los efectos globales que producen en
la conformación del grupo familiar y en la totalidad de sus miembros. En todo caso estas
políticas están aún muy poco desarrolladas en
América Latina, de modo que, por ejemplo, la
atención preprimaria a niños entre 0 y 5 años
alcanzaba a menos de un quinto en 1991 y eso
sólo en las áreas urbanas, pudiéndose ofrecer
resultados de una gran modestia en la importante cuestión de la educación preescolar. A
veces los programas se dificultan por las diferencias entre países y entre familias, pero
es necesario tener clara la idea de que ciertas funciones básicas de apoyo familiar [acceso a los recursos materiales y cobertura
adecuada como vivienda, salud, educación y
seguridad social] permiten planteamientos
y soluciones comunes.
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A la obra recensionada acompaña una amplia y selecta bibliografía, imprescindible
para profundizar en un campo de estudio tan
vasto y complejo como éste, por su diversidad
nacional en el área regional contemplada, y le
sigue un interesante Anexo metodológico, sobre Hogares y Familias según tipo y ciclo de
vida, realizado por Ernesto Espínola, con la
definición de realidades y conceptos familiares
de síntesis, pero cuyo análisis pormenorizado
excede ya del propósito de esta reseña bibliográfica. Baste insistir sólo, a título de ejemplo,
entre la distinción que se realiza entre hogar y
familia. Por hogar se entiende todo grupo de
personas que viven bajo un mismo techo (misma vivienda particular), con u presupuesto de
alimentación común; jefe de hogar es la persona a la que los demás miembros de la familia
reconocen como tal, habitualmente el hombre. En este sentido, el concepto de hogar incluye el de familia, de modo que todas las familias
son hogares pero no todos los hogares son familias. El criterio por el cual un hogar es de tipo
familiar es la existencia de un núcleo conyugal,
es decir, la presencia de relaciones de parentesco conyugal (esposo/a ó conviviente) y/o filial
(hijos/as) entre todos o algunos de los miembros del hogar. De este modo se considera familia a todo grupo de personas que constituyen
un hogar, en el cual al menos uno de sus miembros es cónyuge o hijo del jefe del hogar. He aquí
un mero botón de muestra del interés del
apéndice de referencia.
SONSOLES DE LA VILLA DE LA SERNA
Abogada
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