Congreso de Derecho Público para estudiantes y jóvenes graduados “DEMOCRACIA Y DERECHOS” TEMA: DERECHO CONSTITUCIONAL Alcance de la función del Congreso en el dictado de los Decretos de necesidad y urgencia EL HOBBESIANISMO EN LA ARGENTINA ACTUAL ¿La reforma constitucional; potenció o frenó al Leviatán? ¿Por qué el Parlamento aún actúa en forma pasiva y no activa y cooperativa? ¿Cuáles son los defectos del control a posteriori? ¿La ley 26.122 responde al ideario de la reforma del ‘94? ¿Existe algún sistema que resguarde mejor el equilibrio de poderes? ¿El Leviatán, obra contractualista o realidad argentina? Autor: Bregantic, Jonatan Ladislao Estudiante: Abogacía Año de ingreso: 2009 Fecha de nacimiento: 3 de enero de 1989 D.N.I.: 34.180.977 Materias cursadas: 16 (dieciséis) materias cursadas, actualmente cursando 3 (tres) Correo electrónico: [email protected] Tel./Cel.: 4666-5131/ 1531372186 El hobbesianismo en la Argentina actual I. Palabras preliminares Ríos de tinta se han escrito respecto del régimen de los decretos de necesidad y urgencia, con la mera intención de encaminar, enmarcar y resolver una cuestión siempre escabrosa y oscura del derecho. Cierto es, que la problemática generada por este polémico régimen está intrínsecamente vinculada con el dilema de: “¿qué fue primero: el huevo o la gallina?”. Nuestra Carta Magna de 1853/60, nada decía respecto de este instituto, lo omitía categóricamente, esto llevó a que gobiernos justificaran su implementación, basándose en un criterio de neto corte analógico, de dudable constitucionalidad, por el cual concluyeron que al no estar prohibido en forma expresa, seguramente debía encontrarse permitido. Los avasallamientos ocurridos por un presidencialismo casi despótico y cada vez más personalista, complementado por factores exógenos y endógenos; como la inestabilidad y fragilidad democrática y los abusos de un Poder Ejecutivo, cada vez más sediento de poder, conllevaron a una ineludible reforma constitucional, que a buen criterio, pretendió encontrar un equilibrio más estable entre los poderes, priorizando a su vez el órgano deliberativo y dando una mayor calidad institucional, paradójicamente la meta esencial de la reforma del ’94 no ha sucedido, el P.E., cada vez aglutina mayor poder (desde 1853 a 1983 se dictaron aproximadamente veinte decretos de necesidad y urgencia, y desde 1983 hasta 2007 más de mil), los controles horizontales y verticales no pueden ser contralor suficiente para un Leviatán fortalecido y una civilidad perpleja y sumisa, que a decir de Hobbes: “El afán de tranquilidad y de placeres sensuales dispone a los hombres a obedecer a un poder común, porque tales deseos les hacen renunciar a la protección que cabe esperar de su propio esfuerzo o afán. El temor a la muerte y a las heridas dispone a lo mismo, y por idéntica razón”. II. Decretos de necesidad y urgencia Los decretos de necesidad y urgencia son aquellas normas de alcance general que dicta el ejecutivo sobre materias legislativas sin autorización previa del Congreso (Balbín), se encuentran legislados en el art. 99, inc. 3 de nuestra Constitución. Realizando un análisis literal del instituto, resalta a simple vista las dos condiciones extraordinarias que habilitan su dictado mediando un copulativo en medio, es decir, el principio general emanado por el párr. segundo del art. ante dicho es que el P.E. “no podrá en ningún caso bajo pena de nulidad absoluta e insanable, emitir disposiciones de carácter legislativo”, sin embargo, cuando medien dos situaciones concurrentes, no alternativas, como necesidad comprendida como la imposibilidad material y fáctica del Congreso para sesionar, y la urgencia, entendida como la premura en la adopción de una medida para que resulte eficaz, el P.E. se encontraría habilitado para romper la regla. ¿Ahora bien, desde cuándo rigen? Dada la excepcionalidad de esta medida, y viendo que su dictado requiere irrespetar los caminos ordinarios previstos en la Norma Máxima para la sanción de leyes, debería entenderse que rigen desde su publicación, empero, si el decreto nada dijere de cuándo debe entrar en vigor, el art. 17 de la ley 26.122, dice que tendrán como plazo subsidiario para entrar en vigor el establecido en el art. 2 del Cód. Civ., es decir, de ocho días desde su publicación oficial, en concordante a esto Badeni sostiene que el decreto “tiene aplicación inmediata una vez publicado”1, viendo lo vacío de estos fundamentos, encuentro la justificación para la inaplicabilidad de la segunda parte del art. 2 Cód. Civ., en la naturaleza excepcional de este tipo de decretos, los cuales sólo pueden ser dictados en casos que no puedan observarse las formas ordinarias para la sanción de leyes, y en concordante de dos condiciones objetivas preestablecidas en el instituto, el esperar un plazo para su entrada en vigor sería un contrasentido lógico. III. Marco constitucional El art. 99, inc. 3 de la Constitución, impone tanto límites de fondo o sustanciales como un mecanismo de control posterior a cargo del Congreso. Estos límites de fondo son las materias vedadas sobre las cuales no podrán versar, bajo nulidad absoluta e insanable, estos decretos; estos puntos enumerados en la norma son de materia penal, tributaria, electoral y de régimen de los partidos políticos. Ahora bien, los convencionales previeron un doble sistema de control horizontal para estos decretos excepcionales, los cuales son los controles intraórgano e interórgano siguiendo la postura de Carlos Loewenstein, aunque a mí consideración con defectos de técnica convencional. Los primeros controles se encuentran dentro del mismo órgano y están previstos en los arts. 99, inc. 3 y 100, inc. 13, básicamente, es el refrendo realizado al decreto por parte del acuerdo general de ministros en conjunto del Jefe de Gabinete. El segundo control, es realizado por el órgano deliberativo en función del equilibrio de poderes y la mayor injerencia dada a éste desde la reforma constitucional, es un control a posteriori. El real titular de la facultad legislativa, siguiendo un criterio subjetivo, es el Congreso, ahí radica el justificativo de que éste sea el órgano de contralor elegido para someter el control de validez de los decretos de necesidad y urgencia, para esta labor, la Constitución previó la creación de una Comisión Bicameral Permanente, la cual se creó en julio de 2006, doce años después de la reforma. La principal crítica del control intraórgano empleado en la reforma, puede verse en lo pragmático con un ejemplo que trae a colación Bidart Campos, en el cual dice que la negativa de un ministro de suscribir un decreto de sustancia legislativa es fácticamente superable; “en una de las pocas oportunidades en que, desde la reforma de 1994, un ministro se negó a refrendar un decreto presidencial, el decreto fue igualmente adoptado. En esa oportunidad, durante el segundo gobierno del presidente Menem, la Ministro de Educación (Licenciada Decibe) se negaba a suscribir un decreto de necesidad y urgencia que afectaba severamente la educación pública y gratuita, y para superar ese escollo, la ministro fue enviada en comisión al exterior, y obligada a delegar su cartera en otro ministerio que refrendó sin objeciones el decreto en cuestión. Si bien ello no es un ejemplo de buena fe republicana, sirve para demostrar que la firma del ministro, en sí misma, no reviste a unos decretos de mayor virtualidad que a los que la llevan”2. Respecto de la crítica al control interórgano la haré más adelante. IV. Rol parlamentario El art. 99 de nuestra Carta Magna, expresa en su inc. 3 in fine que “Una ley especial sancionada con la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara regulará el trámite y los alcances de la intervención del congreso”. Este mandato constitucional encomendado a nuestro órgano deliberativo recién pudo verse concretado el 20 de julio de 2006, al sancionarse la ley 26.122. Las razones que provocaron esta adusta demora fueron de diversas índoles, las cuales no trataré en esta ponencia, mas tienen que ver íntimamente con el imperioso requisito del quórum agravado. Ahora bien, ¿cuál fue el rol que cumplió el Congreso desde el nacimiento del mandato constitucional hasta su cumplimiento? Los primeros siete años el Parlamento revistió una actitud absolutamente pasiva, la cual se circunscribió, en forma autómata, a ratificar mediante leyes o tan sólo a guardar silencio, respecto de lo hecho por parte del P.E., empero, el órgano judicial fue quien se abocó al control de estos reglamentos, teniendo su primer pronunciamiento respecto de los decretos de necesidad y urgencia enmarcados en la Constitución reformada en la causa Verrochi. La jurisprudencia de la Corte, fue ambivalente desde antes de la reforma constitucional, podemos ver el claro ejemplo del caso Rodríguez que no condecía con la doctrina expuesta en el caso Peralta, sin embargo, con un nuevo vuelco en el pronunciamiento Verrochi, desde entonces mantuvo parámetros más o menos estables en los siguientes pronunciamientos; Guida, Risolia de Ocampo, Leguizamón Romero, etc. Ahora bien, en el año 2001, el Congreso comenzó a cambiar de actitud tras la sanción de la ley 25.414, la cual en su art. 5 creaba una Comisión Bicameral para “el control y seguimiento de lo que hiciere el Poder Ejecutivo nacional en ejercicio de las facultades delegadas”, a su vez, en 2002 se sancionó la ley 25.561, la cual en su art. 20 creaba una Comisión Bicameral de Seguimiento la cual debía “controlar, verificar y dictaminar sobre todo lo actuado por el Poder Ejecutivo”. V. Comisión Bicameral Permanente Esta Comisión, es la autoridad por excelencia de control interórgano, facultada por mandato constitucional para expedirse sobre la validez de los requisitos intrínsecos y extrínsecos de los decretos, la misma se encuentra regulada por la ley 26.122. Los arts. 1 y 2 de esta ley, los cuales tratan tanto objeto como competencia, son coincidentes, es decir, su labor recae sobre: a.- Los decretos de necesidad y urgencia; b.- Los de delegación legislativa; c.- Las promulgaciones parciales de leyes. Haciendo un breve análisis literal del nombre, efectivamente se trata de una Comisión conformada por miembros de ambas cámaras, los cuales deberán respetar las proporciones de las representaciones políticas de cada una de las cámaras (funcionando como un control de representatividad intraórgano), a su vez, es permanente, esto quiere decir que cuando el Parlamento se encuentre en receso, aún continúa con sus funciones. El Jefe de Gabinete, como responsable político ante el Congreso, será quien dentro de un plazo de diez días corridos (conf. Bidart Campos, Quiroga Lavié, Comadira) de publicado3 someterá los decretos que ha refrendado en conjunto con los demás ministros a la consideración de la Comisión Bicameral (art. 99, inc. 3), ahora caben dos posibilidades; la primera, que efectivamente el Jefe de Gabinete dentro el plazo establecido presente el decreto, o segunda, que no lo presente. En el primero de los casos, la Comisión tiene un plazo de diez días hábiles administrativos (conf. Balbín), para elevar despacho al plenario de cada cámara, las cuales tratarán su dictamen, que a decir de este mismo doctrinario, es en principio obligatorio, pero no vinculante respecto del Congreso. En relación al segundo punto y al margen de la responsabilidad institucional que puede recaerle al Jefe de Gabinete, la Comisión puede avocarse a su tratamiento per se, y luego, elevar despacho al plenario de cada cámara para su tratamiento. VI. Expresión de voluntad de la Comisión Una vez elevado el dictamen al plenario de ambas cámaras, estas deberán expedirse en forma expresa respecto de la validez o no del decreto, en conformidad con el art. 82 de nuestra Carta Magna, receptado por el art. 22 de la ley 26.122. Ahora bien, en tiempos pretéritos a la sanción de esta ley, se creía que el simple silencio guardado por el legislador conllevaba a la convalidación del mismo acto, siendo así ya que el legislador es quien tiene la facultad conferida por la Constitución para la creación de normas, ahora bien, pudiendo éste oponer resistencia y derogar aquellas normas que creía repugnantes y avasallantes a sus facultades subjetivas, pero al decidir no hacerlo, concluía en formar una presunción, bastante burda, que ratificaba el acto del P.E. por su inacción, esta es la doctrina del fallo Peralta, Marienhoff entiende que “si el Congreso, pudiendo rechazar el reglamento, no lo rechaza, su actitud debe interpretarse como una aprobación virtual”4, en concordante con esta línea de pensamiento, algunos tribunales inferiores han expuesto que “Los decretos de necesidad y urgencia son actos constitucionalmente válidos, sujetos a la condición resolutoria por parte del Congreso y, en caso de que éste sustente una tesitura contraria, deberá pronunciarse en forma expresa si quiere rechazarlo”5, contra estos argumentos otros tribunales han expresado que “No puede atribuirse al silencio del Congreso frente a un decreto de necesidad y urgencia enviado por el Poder Ejecutivo los alcances privatistas de no expresión de la voluntad que otorga al ‘silencio’ el art. 919 del Cód. Civ., pues no estamos en presencia de situaciones conflictivas entre partes que tienen intereses contrapuestos, sino en una relación coordinada entre dos órganos del Estado Nacional que ejercen en ese momento facultades de gobierno. Por la misma razón, no es aplicable al caso lo dispuesto por el art. 10 de la ley 19.549, porque regula una relación entre la Administración y sus administrados”6, esta última postura suena un poco más sensata, ya que excluye la aplicación analógica de la norma privatista del Cód. Civ., al no configurarse una controversia entre privados, sino una relación coordinada entre dos órganos públicos, y en concordante, también excluye la aplicabilidad del decreto/ley de procedimiento administrativo ya que ésta se encarga de la relación administrador/administrado, al decir de Hutchinson: “…el silencio es un puro hecho al que la ley reconoce ciertos efectos jurídicos. Éstos se limitan a la finalidad perseguida por el legislador, es decir, evitar que la ausencia de una decisión determine la pérdida de eventuales derechos de los particulares”7. En conclusión, “el rechazo o aprobación de los decretos deberá ser expreso conforme lo establecido en el artículo 82 de la Constitución Nacional” (art. 22 in fine, L. 26.122). VII. Validez temporal de los decretos Como ya he expresado, los decretos rigen desde el momento de su publicación en razón de su naturaleza excepcional que motiva su dictado, ahora bien, ¿pero qué sucede sí el Congreso no se expide dentro de los diez días? La ley no contempla este supuesto, por ello la doctrina ha expresado diversas opiniones al respecto. Cassagne dice que “la seguridad jurídica exige que se mantenga la vigencia de los decretos de necesidad y urgencia hasta tanto él sea derogado formalmente por el congreso o declarado inconstitucional por el Poder Ejecutivo”8, por mi parte, estoy en desacuerdo de esta postura, ya que acarrearía efectos sine die, siempre que el Congreso omitiere pronunciarse sobre su validez o no. Badeni, en cambio, aplica por analogía la Disposición Transitoria 8 de la Carta Magna, que hace referencia a los casos de delegación legislativa (art. 76 CN), y “le asigna una validez de 5 años a menos que el Congreso lo ratifique expresamente”9, creo incorrecta la aplicación de esta cláusula transitoria, toda vez que en su resultado implicaría una vigencia casi fuera de término del decreto en cuestión, ya que sus efectos seguirían produciéndose aún después de haber terminado el mandato del presidente que lo dictó, debe obrarse con prudencia y entender que estas cláusulas tenían virtualidad funcional al haberse dictado la Constitución, pero su aplicación en este caso en concreto resulta irrazonable. Joaquín V. González se pronunciaba a favor de la constitucionalidad de los mencionados decretos, en tanto hayan sido sometidos a su respectiva autoridad de contralor, el Congreso, sin embargo y a pesar de coincidir en parte con el argumento de este ilustre jurista, omite pronunciarse sobre el plazo de validez y las consecuencias atribuibles a la denegación parlamentaria, lo que es una falta grave el expresarse tan sólo sobre su presunción de validez mas dejar al tino de la suerte los límites de este escabroso régimen. Gordillo, sin expresar plazo alguno, dice que “A falta de tratamiento y resolución legislativa, cabe entender que la decisión parlamentaria es no sostenerlo: no existe en el texto de esa norma constitucional aprobación tácita del reglamento de necesidad y urgencia”10, coincido con esta postura, mas es de imperiosa relevancia tener un plazo cierto para saber hasta cuándo pueden estar vigentes sin el debido tratamiento del órgano de contralor competente. Balbín por su parte, y en forma más razonable, postula que “no puede tener vigencia más allá del período anual de sesiones ordinarias en el que fue dictado y, en caso de imposibilidad material de tratamiento, en el período siguiente al dictado del decreto”11, este supuesto es muchísimo más sensato de aplicar como criterio subsidiario, aunque a pesar de ello, es ineludible la necesidad de una cláusula de vigencia temporal como existe en constituciones de otros países, y en la constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en su art. 91. ¿Ahora, qué sucedería si el Congreso lo rechazara? El art. 24 de la ley 26.122 contempla el rechazo a un decreto, este artículo expresa que en caso de que ambas cámaras rechazaren el decreto, este quedará derogado conforme el art. 2 del Cód. Civ., empero, creo que si estamos ante una situación de un decreto nulo de nulidad absoluta, por la falta de tan solo uno de sus requisitos esenciales o por haber invadido los límites de fondo previstos en la Constitución, los efectos deben ser ex tunc, es decir, retroactivos, sin perjuicio de los derechos adquiridos que pudieron generarse y mantenerse, para lo cual se valorará la buena o mala fe de los sujetos al obrar. VIII. Crítica al sistema de la ley 26.122 Actualmente, existen alrededor de 21 proyectos en la Cámara de Diputados para modificar, subsanar o derogar la actual ley 26.122. Entre los principales fundamentos podemos encontrar: Primero, el mayúsculo error del art. 17, el cual les otorga vigencia ilimitada en el tiempo a los decretos, en vez de haberlos acotado temporalmente lo que sería una solución más republicana, después de todo recordemos que el art. 29 de nuestra Carta Magna estipula concretamente que el Congreso no puede conceder al P.E. facultades extraordinarias, ni la suma del poder público, ni otorgar sumisiones o supremacías por las que la vida, el honor o la fortuna de los hombres queden a merced de un gobierno o una persona, básicamente, prohíbe e intenta impedir la creación de un Leviatán sediento de poder. Segundo, cuando el legislador decidió en virtud del mérito, oportunidad y conveniencia que el rechazo debe ser común a ambas cámaras, realmente sorteó abruptamente los principios republicanos, prescribiendo una cláusula de dudosa constitucionalidad contrastado a la luz del art. 81 CN, el cual expresa que: “Ningún proyecto de ley desechado totalmente por una de las Cámaras podrá repetirse en las sesiones de aquel año”, a mi consideración el rechazo de tan sólo una de las cámaras que representan la voluntad presunta de los ciudadanos y las provincias, debería ser harto suficiente. Tercero, no establece la ley ni los reglamentos internos de las cámaras cómo deben proceder las mismas cuando “Vencido el plazo a que se hace referencia en el artículo anterior [diez días] sin que la Comisión Bicameral Permanente haya elevado el correspondiente despacho, las Cámaras se abocarán al expreso e inmediato tratamiento del decreto…” (art. 20), a mi humilde consideración, entiendo que antes o después de vencido el plazo, cualquiera de las cámaras puede, con el voto favorable a una moción de sobre tablas (art. 134 del Reglamento de Diputados y 147 del Senado) de alguno de sus miembros, obviar el despacho de comisión y así, tratar el proyecto de aprobación o derogación de un decreto. Por suerte y a buen criterio, los proyectos encajonados en la Cámara de Diputados resguardan cierta cordura; Por ejemplo, el proyecto del diputado Gil Lavedra, expediente número 1356-D-2012, trámite parlamentario 015 (22/03/2012), expresa en su art. 9 una sensible modificación al actual art. 24, donde condiciona la vigencia establecida por el art. 17 a ser aprobados expresamente por la mayoría absoluta de los miembros presentes de cada cámara del Congreso. Agregando, que pierden vigencia los decretos de necesidad y urgencia que sean rechazados por cualquiera de las Cámaras o que no sean aprobados en forma expresa por ambas cámaras dentro de los 90 días corridos contados desde la fecha de su dictado, este proyecto sin lugar a dudas, aseguraría una mayor tendencia republicana fortaleciendo la división de poderes al invertir el gravamen, ya no pesaría sobre la derogación, sino sobre la aceptación del decreto, ese artículo es coincidente con el espíritu que motivó la reforma del ’94. El proyecto del diputado Roy Cortina, expediente número 6303-D-2010, trámite parlamentario 183 (19/02/2010), expresa en su art. 4, modificatorio del actual art. 21, que “Elevado por la Comisión el dictamen al plenario de ambas Cámaras éstas deben darle expreso tratamiento dentro del plazo de 30 días. Si vencido dicho plazo el decreto no obtuviera aprobación legislativa expresa por parte de ambas Cámaras, quedará derogado”, nuevamente encontramos una buena técnica legislativa, la cual propone una inversión en la presunción, ahora no operaría como la antiquísima presunción de validez, sino todo lo contrario, una vez que el dictamen es elevado al plenario de ambas Cámaras, y éstas no lo aprobaren en un período realmente acotado y justo, el decreto quedará derogado, este artículo es concordante con la regla general de que el P. E. “no podrá en ningún caso bajo pena de nulidad absoluta e insanable, emitir disposiciones de carácter legislativo”. El proyecto de la diputada Patricia Bullrich, número de expediente 6256-D-2010, trámite parlamentario 182 (16/02/2010), en su art. 9, el cual modifica el actual art. 24, expresa respecto del rechazo de los actos legislativos dispuestos por el presidente que fueran decisión expresa del Congreso “se deberán determinar los efectos jurídicos que se producen hacia el pasado, sin que en caso alguno puedan quedar afectados derechos adquiridos como consecuencia de su aplicación”, a buen criterio se tomó la retroactividad de los rechazos de los actos legislativos por parte del P.E., tomando en cuenta que los cuales son excepcionales y de interpretación estricta. El proyecto de la diputada Margarita Stolbizer, número de expediente 6199-D-2009, trámite parlamentario 180 (04/02/2010), en su art. 6, modificatorio del actual art. 24, expresa con notable exactitud que el rechazo debe ser realizado por tan sólo una de las Cámaras del Congreso, y no por ambas como ruega el actual art. 24, en su segundo párrafo, agrega que el P.E. “no podrá emitir un nuevo decreto sobre el mismo tema durante un año en el que fue dictado hasta tanto no se modifiquen las situaciones de hecho o derecho que motivaron su rechazo”, más o menos la tendencia actual de los proyectos de ley siguen por el mismo sendero ideológico, el cual es intentar subsanar los defectos de la técnica legislativa de la ley 26.122, que a pesar de haberse hecho esperar en su gesta, su resultado deja muchas interrogantes, respecto de la cláusula tendiente a evitar el fraude, es un buena forma de remarcar el Congreso, que éste es el titular de las facultades legislativas que le son exclusiva y excluyentemente propias. IX. Soluciones comparadas Como adelanté líneas arriba, este régimen especial de decretos excepcionales no sólo da visos de existencia en Argentina, sino también puede verse regulado en las constituciones de diversos Estados como Francia, Italia, España, Brasil y Perú. Básicamente estos Estados tienen notas símiles como la recurrente limitación temporal respecto de la validez o también, alguna nota más particularizada donde consta una mayor injerencia de control por parte del órgano deliberativo. El caso de Francia es al que me refiero, este régimen se encuentra legislado en el art. 16 de su Carta Magna, el cual impone un doble control ab initio y a posteriori, respecto de su convalidación transcurre una consulta amplia antes del dictado del decreto, y luego de dictado el Parlamento se reúne ipso iure no pudiendo ser disuelto, este rol es muchísimo más activo que el nuestro. En los siguientes casos se darán meros controles a posteriori, igual al caso de nuestro país; el caso de Italia en el art. 77 su Norma Máxima, el cual impone un control a posteriori, siendo que su convalidación debe ser expresa perdiendo eficacia si no son ratificados en ley dentro de los 60 días. El caso de España en sus arts. 85 y 86 de su Constitución, imponiendo un control a posteriori de convalidación expresa, mas si el Congreso omitiere expedirse sobre su convalidación o derogación en un plazo de 30 días pierden toda virtualidad. El caso de Brasil en su art. 62 de su Ley Fundamental, impone un contralor a posteriori realizado por parte del Congreso, dicho artículo expresa que “…perderán eficacia desde la adopción si no fueran convertidas en ley en el plazo de treinta días, a partir de su publicación…”, sin embargo, este plazo ha sido modificado legislativamente y dichos reglamentos pierden eficacia si no son convertidos en ley dentro de los 60 días o, en su caso, transcurrida una prórroga por igual período. El caso de Perú en su art. 118, inc. 19 de su Carta Magna, expresa que es facultad del P.E. dictar estas medidas extraordinarias y que el órgano de contralor competente es el Congreso, el cual podrá modificar o derogar los mismos, este sistema a posteriori simple, es el más a semejable al argentino puesto que no impone plazo o restricción temporal alguno, además deja de manifiesto que el rol del Congreso es netamente pasivo, en vez de coordinador como lo es el sistema francés. Haciendo un paréntesis, creo relevante subrayar que aunque el sistema de contralor a posteriori afectado por la carencia de un plazo de validez, provoca una sumisión tácita del órgano legislativo, el cual peyorativamente se sienta a esperar la realización del control de los requisitos extrínsecos e intrínsecos del reglamento, la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, logra sortear estos defectos, dotando a la legislatura de mayores facultades, ya no sólo puede reunirse en sesión extraordinaria por convocatoria del P.E. sino también puede autoconvocarse en el término de diez días corridos a partir de la recepción del decreto, el art. 91 que contiene esta norma, brinda tres pautas fundamentales a favor del enaltecimiento del órgano deliberativo; el primero, por mandato constitucional obliga que estos reglamentos deban ser ratificados o rechazados. Segundo, otorga un doble plazo y una sanción, el primer plazo (30 días de su remisión) está direccionado al propio órgano deliberativo, el segundo plazo (veinte días) está subsumido dentro el anterior y lo dirige al órgano interno el cual debe expedirse sobre la validez del reglamento, es decir, la Comisión tiene 20 días para expedirse sobre el decreto girado por el P.E., si dicha Comisión omitiere pronunciarse, la propia Legislatura se pronunciara de oficio en los diez días próximos, de no ser así, el reglamento pierde toda virtualidad, esa es la sanción, una solución que contempla el espíritu republicano en su raigambre más pura. X. Conclusiones y propuestas Abordé esta obra siguiendo un orden lógico para facilitar la comprensión de la interrogante que amerita esta ponencia: ¿cuál es la función del Poder Legislativo respecto de los reglamentos de necesidad y urgencia? Mas antes debíamos saber qué son estos decretos y cuál es su marco normativo. Esta ponencia está direccionada al constante contraste entre este régimen de reglamentos excepcionales y la función que cumple el Congreso como autoridad de controlador por mandato constitucional. Cuando en las palabras preliminares me referí al dilema del huevo o la gallina buscaba denotar, que el remedio convencional devino peor que la enfermedad, antes de la reforma constitucional nos encontrábamos desamparados ante un P.E. voraz, tan similar al Leviatán que causaba escalofríos, buscamos así el amparo de una reforma que comulgara con nuestros deseos, intentando enlazar de una vez y para siempre este monstruo marino, sin embargo, este presidencialismo personalista logró sortear las cadenas republicanas otra vez, Alberdi nos recuerda que la división del poder es la primera de las garantías contra el abuso de su ejercicio, por ello nuestro afán de seguir con las pretensiones de nuestros convencionales e intentar vislumbrar una solución democrática y republicana para segar los rastros de un verdadero Leviatán moderno. Quiero hacer hincapié, que desde 1983 el empleo de estos reglamentos ha pasado a ser moneda corriente al punto de aumentar 50 veces en los últimos 24 años (de 1983 a 2007), en contraste con 130 años de nuestra historia (de 1853 a 1983). He remarcado, que desde la reforma constitucional, la cual paradójicamente ha visto sus ideales motivadores frustrados, hasta la gestación de la Comisión Bicameral Permanente, nuestro órgano deliberativo ha tenido una conducta ejemplarmente pasiva, permitiendo que el Leviatán hiciera de las suyas mientras la civilidad atemorizada sólo relegaba sus derechos para que tan sólo, con suerte, el derecho de su vida sea respetado. Las leyes sancionadas en 2001 y 2002, no cambiaron el panorama de pasividad legislativa, recién con la sanción de la ley 26.122 podemos pensar que ha habido un cambio positivo, donde el órgano de controlador por mandato constitucional ha comenzado a ejercer sus debidas obligaciones y derechos, empero, esta norma tiene serios vicios que eclipsan o ennegrecen su aplicabilidad, por ello y en razón del derecho comparado que he citado, propongo que debería adoptarse, para un futuro proyecto de ley, un sistema de tintes francés el cual permite un doble contralor, ab initio y a posteriori, debiendo ser el primer control expresado en un dictamen no vinculante proveniente de la Comisión Bicameral el cual consistiría en una votación de afirmativo o no por parte de todos sus miembros con el fin de anoticiar al P.E. de la postura de los miembros de dicha Comisión. Al no ser vinculante este dictamen se logra sortear cualquier viso de inconstitucionalidad de la norma propuesta, puesto que no gravaría una situación o derecho conferido por la Constitución y tan sólo lo reglamentaría en base del espíritu republicano, art. 1 de nuestra Carta Magna, y luego el segundo, un control que no sólo se circunscriba a los elementos extrínsecos e intrínsecos, sino a un control amplio tomando partida de la regla emanada del párr. segundo del art. 99, inc. 3. En correlato a eso, también propongo brindar mayor celeridad al proceso de control, tomando el plazo previsto en el art. ante citado, el cual expresa que el Jefe de Gabinete tiene 10 días corridos de publicado para someter estos reglamentos al contralor de la Comisión Bicameral, legislando que al margen del plazo que posea el jefe de ministros para presentar el decreto al Congreso, éste como legítimo titular de las funciones legislativas subjetivas, podría con esta propuesta, cambiar su actitud de pasiva a activa y cooperativa, abocándose a tratar el reglamento prescindiendo del plazo previsto en la Norma Máxima, esta solución no es inconstitucional ya que la misma Carga Magna lo hubiese manifestado en forma expresa como prohibitiva y en cambio, tan sólo se limita a decir lo que todos sabemos; el Jefe de Gabinete tiene un plazo de diez días para presentar el decreto. En resumen, en concordante con los ideales republicanos, propongo un sistema que le confiere mayor injerencia al órgano parlamentario y un mayor equilibrio entre poderes, siendo así que si el P.E. quisiere dictar un decreto de necesidad y urgencia debería informarle al Congreso, mas no como en los casos de decretos delegados, si no dar a conocer en razón de la cooperación entre órganos de las situaciones de gravedad que requieren medidas expeditas e impiden la normal prosecución de la creación de normas, la Comisión debería expedirse sobre aquello y posteriormente al margen de lo que ésta dictaminó, examinaría la validez del reglamento y elevarla al pleno de las Cámaras para su decisión; fueren los casos que siendo rechazado por algún vicio el reglamento u omitido su tratamiento en un período determinado, perdería toda virtualidad jurídica dejando a resguardo los posibles derechos que se vieron adquiridos, dependiendo de la buena o mala fe de los sujetos al obrar. XI. Bibliografía consultada • Tratado de Derecho Constitucional; t. I y II, Badeni, G. • • • • • • • • • • • • • • Manual de la Constitución Reformada; t. I, Bidart Campos, G. Tratado de Derecho Administrativo; t. I, Balbín, C. Tratado de Derecho Administrativo; t. I, Marienhoff, M. Tratado de Derecho Administrativo; t. I, Gordillo, A. Manual de Derecho Civil, parte general; Borda, G. Derecho Político, t. I; Fayt, C. Reflexiones sobre la jerarquía normativa de las distintas clases de decretos del poder ejecutivo, a propósito de la moderna decretocracia argentina; Bidart Campos, G.; Manili, P. Bases y puntos de partida para la organización; Alberdi, J. Los decretos de necesidad y urgencia, el Estado de derecho. Análisis del caso argentino y breve referencia a la situación en Brasil; Moljo, F. La emergencia permanente del Estado democrático y el control parlamentario (El parlamento frente a la crisis de la representación política, el decisionismo y la delegación legislativa permanente); Bercholo, J. Convención Nacional Constituyente, 34a reunión, 3 sesión ordinaria, 19 de agosto de 1994. Doctrina y jurisprudencia; Bene, L. Régimen de procedimiento administrativo; Hutchinson, T. El Leviatán; Hobbes, T. 1 Tratado de derecho constitucional, t. II; Badeni, G; La Ley, pág. 1722. 2 Reflexiones sobre la jerarquía normativa de las distintas clases de decretos del poder ejecutivo, a propósito de la moderna decretocracia argentina; Bidart Campos, G.; Manili, P. 3 La facultad del órgano es por un lapso determinado, en el caso del Jefe de Gabinete que debe presentar a la Comisión Bicameral Permanente un reglamento de necesidad y urgencia dentro de los diez días de suscripto, en tal caso, la competencia del órgano se halla limitada en razón del tiempo, y por ende, es una competencia temporaria (Conf. Gordillo). 4 Tratado derecho administrativo, t. I; Marienhoff; pág. 266. 5 Battaglia, Olga y otros c/ E.N. (Min. de Economía) s/ juicio de conocimiento; Sala II; 9 de diciembre de 1993. 6 CN Cont.-Adm. Fed.; sala IV; voto Dr. Miguens; ED, 160-39. 7 Régimen de procedimientos administrativos; Hutchinson, Tomás; Ed. Astrea; pág. 100. 8 Los decretos de necesidad y urgencia en la Reforma Constitucional Argentina de 1994; Ueltzen, Gastón; ob. cit. 9 Tratado de derecho constitucional, t. II; Badeni, G; ídem. 10 Tratado de derecho administrativo, t. I; Gordillo, Agustín; pág. VII-51. 11 Tratado de derecho administrativo, t. I; Balbín, Carlos; pág. 440.