Cartones, hedor y pulcritud en las calles porteñas. Representación

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Cartones, hedor y pulcritud
en las calles porteñas.
Representación literaria de los cartoneros
en El Mañana (2010) de Luisa Valenzuela
(Una aproximación desde los criterios
filosóficos de Rodolfo Kusch)
Ana Duffy
The University of Queensland, Australia
L
a figura social de los cartoneros o recolectores urbanos es, en la Argentina del siglo XXI, una ambigüedad: son a la vez parte constitutiva del
proceso de reciclaje, y por ende, partícipes de la fuerza laboral formal, pero
a su vez representan una presencia amenazante en el paisaje urbano. Su
alta visibilidad sobreexpone el contraste social, exacerbando diferencias y
reforzando antiguas construcciones sociales que se actualizan modelando
nuevos parámetros de exclusión.
En el presente artículo se intenta analizar la representación literaria del
cartonero porteño desde la narrativa contestataria de Valenzuela, la cual
alude a la re-enunciación del caos urbano desde la mirada del cartonero
como sujeto subalterno. Este análisis se enmarca dentro de los criterios
filosóficos del pensador argentino Rodolfo Kusch, puntualmente en dos
nociones coyunturales que responden a un esquema de pensamiento que
surgiera de sus estudios culturales en comunidades quechuas sobre la identidad latinoamericana. Basado en dichos estudios, Kusch elabora la dicotomía
hedor/ pulcritud que conlleva e impugna una dicotomía previa, la antinomia
sarmentina de civilización y barbarie.
En su novela El Mañana (2010), Luisa Valenzuela pareciera encapsular
la raigambre y la permanencia de esas relaciones antagónicas que Sarmiento
postulara en el siglo diecinueve y que se perpetúan hasta hoy manifestándose
como situaciones de estigmatización, recelo, exclusión, vergüenza, visibilidad y anonimato en los cartoneros.
Previo al análisis de la novela, se elaborará una breve introducción al
fenómeno cartonero y posteriormente se revisarán someramente las bases
del pensamiento kuscheano que encuadrará el presente estudio.
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
Cartoneros: Una ambivalencia
El así llamado cartonero es un recolector informal de aquellos subproductos del residuo urbano aptos para el reciclaje. El cartón y sus derivados
se convierten así de basura en mercancía, creando el sustento para este nuevo
actor social, hijo de la debacle iniciada en los noventa y profundizada en el
nuevo milenio. A ya más de una década de la devastadora crisis que enfrentó
la Argentina en 20011 la presencia de los cartoneros en las calles porteñas
se ha convertido en un epítome de marginación social.
Como consecuencia del fundamentalismo neoliberal en la Argentina,
los cartoneros emergen a mediados de los años noventa como un grupo de
desocupados que encuentran un nicho en el circuito de reciclaje, un espacio
vacante factible de ser empleado como un medio alternativo de subsistencia.
Su intervención en el paisaje urbano constituye un fenómeno que, por su
alta exposición, se ha convertido en un inevitable foco de interés. Al apropiarse del espacio público, el cartonero es socialmente percibido como un
problema que aparece como multidimensional: es humanitario si se analiza
desde la perspectiva de su condición de exclusión social; es un problema
de inconveniencia urbana si se consideran los disturbios en el tráfico; por
último, se torna de dimensión económica en virtud del efecto deficitario
que su intervención provoca en el peso final de la basura recogida por las
empresas recolectoras (Schamber, 2008). En cuanto a cómo el cartonero se
percibe a sí mismo, Perelman sugiere que abundan los sentimientos de estigmatización y vergüenza (Perelman, 2010), en tanto que Di Marco le atribuye
una condición de alienamiento en relación a un nuevo grupo referencial al
que involuntariamente pertenece (Dimarco, 2007).
Aun mas, tomado como figura social, el cartonero es, en la Argentina
pos movimiento neoliberal, una representación ambivalente. Constituyen,
simultáneamente, un recurso paliativo en tiempos de crisis, a la vez que una
exhibición ineludiblemente pública de la misma crisis. Son parte constitutiva del proceso de reciclaje, por ende un eslabón necesario en la cadena de
producción, y a la vez, mano de obra desocupada, consecuentemente, fuera
del circuito productivo formal. Son parte y no lo son. Son la encarnación
1
La crisis de diciembre de 2001 fue una crisis financiera generada por la restricción de acceso a
fondos (plazos fijos, cajas de ahorro y cuentas corrientes) denominada ‘Corralito’ que aspiraba
detener la fuga de capitales al exterior. El entonces presidente Fernando de la Rúa, quien
asumiría su cargo en medio de la recesión producto de las políticas neoliberales implementadas
por su antecesor Carlos Menem, intentó sostener la política de paridad cambiaria cuando ya se
vislumbraba insostenible, intensificando así aún más la crisis e incrementando ostensiblemente el
descontento popular. Una oleada de protestas y saqueos determinaron la eventual renuncia de de
la Rúa generándose un estado de acefalia presidencial.
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de la economía de la escasez balanceándose en las aristas de la economía
del consumo.
Beatriz Sarlo los define como “habitantes de la calle, que viven debajo
de cartones, entre los montones de basura, producto de su trabajo cotidiano.
Son lo imprevisto y lo no deseado de la ciudad, lo que se quiere borrar, alejar, desalojar, transferir, transportar, volver invisible” (2009, 66). “Lo que
se quiere borrar […] volver invisible”: esta afirmación de Sarlo sea quizás
el punto nodal de este proyecto, desde donde se intentará desenmascarar el
espacio donde se arraiga esa necesidad de volverlos invisibles y revelar toda
una retórica heredada y reformulada de exclusión.
La idea es pues la de ir elaborando, desde la narrativa contestataria
de Valenzuela, los patrones del discurso y del imaginario popular que se
transfieren entre generaciones y se reelaboran sobre los excluidos de turno.
Kusch: cartoneros hedientos en la ciudad pulcra
Hablar del filósofo argentino Rodolfo Kusch es hablar de un pionero en
la arqueología de la subalternidad latinoamericana, aunque sin nombrarla
como tal. Mignolo lo expone como a aquel que procuró entender a América
como lugar de enunciación (Mignolo, 2000). Aquel que procuró ver lo propio
con la vista propia de lo propio.
Uno de los conceptos que elabora Kusch es el del hedor, el hedor de
América. En su obra América profunda, lo define como “un prejuicio propio
de nuestras minorías y nuestra clase media, que suelen ver lo americano como
lo nauseabundo” (Kusch, 2000, 21) y también como “todo aquello que se da
más allá de nuestra populosa y cómoda ciudad natal” (25), es “la segunda
clase de algún tren y las villas miserias” (25); y ese hedor es exterioridad, ese
hedor incomoda, acosa y angustia. Al hedor no se lo logra entender, aunque
sabemos que nos provoca “un estado emocional de aversión irremediable
que en vano tratamos de disimular” (25).
Sin embargo, “le encontramos el remedio (…) que se concreta en el fácil
mito de la pulcritud” (2000, 24).
Podría decirse que Kusch revisita y cuestiona la antinomia de civilización
y barbarie, con que Sarmiento categorizara a la Argentina pos-independencia.
Lo que por un lado representa lo Europeo, progresista, lo urbano, la modernidad y la cultura; y por el otro, configura lo indígena, inculto y retrogrado,
el gaucho, el campo. La idea ilustrada es la de terminar con la barbarie, que
es también el hedor, mediante lo racional y deseable, lo civilizatorio, que
es para Kusch, la pulcritud.
Las dicotomías atraviesan toda la trama de nuestra historia política,
social y cultural; fundan nuestra identidad y se arraigan ineludiblemente en
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
nuestro discurso. El legado de esa tendencia a polarizar, de las antinomias,
es aun relevante dada su prevalencia en las ideologías liberales, positivistas
y neoliberales. No es de extrañar, entonces, que aun conviva en la calle, el
café y en la forma del argentino de clase media de verse a sí mismo frente a
un Otro que incomoda: “La categoría básica de nuestros buenos ciudadanos
consiste en pensar que lo que no es ciudad, ni prócer, ni pulcritud, no es más
que un simple hedor susceptible de ser eliminado” (Kusch, 2000, II, 12-13)
En su análisis de la condición postcolonial de América, en el marco de
la filosofía kuscheana, Esposto comenta:
En América Latina, en términos de postcolonialidad, los sectores subalternos entrecruzan el continente […] y están conformados por, a saber: los
Zapatistas en Chiapas, los miles de cartoneros que descienden al anochecer
a la Capital Federal de Buenos Aires, […]. Desde la perspectiva del discurso
triunfalista, ellos están asociados con el mal que produce la ociosidad y la
inacción, la pereza y la quietud, o sea todo lo que se oponga a la diligencia
y a la industria de la civilización imperante. (Esposto y Holas, 2008, 11)
La era moderna excluye el hedor, lo disciplina o lo encubre; tal como
sugiere la antinomia sarmentina, civilización sobre barbarie y orden sobre
caos. En El hombre que está solo y espera (2005) Scalabrini Ortiz postula que
[…] un orden, de cualquier categoría, presupone un desorden postergado.
Un orden estricto se establece sobre el máximo desorden de una trastienda.
Lo difícil es descubrir el cuarto de cachivaches de un sistema. Pero en
general, en el cuarto de cachivaches, está la humanidad del hombre. (Ortiz,
2005, 149)
La obra de Kusch plantea esta oposición como un equilibrio entre orden
y caos, donde resulta inevitable la existencia del opuesto (Chelini, 2012). La
imposibilidad de comprender la necesidad de esa sincronía de orden y caos
es lo que deriva en un sinnúmero de justificaciones para acciones extremas
de la modernidad, si el hedor y el caos de terrorismo, pobreza, inmigración
ilegal (por nombrar algunos), se tortura, se ignora, se amuralla “para que
todo siga bien aquí dentro, en el mejor de todos los mundos” (Esposto y
Holas, 2008, 11).
Es con estas herramientas teóricas que abordaremos el examen de El
Mañana de Valenzuela, en busca del caos y el orden, en perpetua tensión.
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El Mañana
La novela comienza describiendo un congreso de escritoras, todas mujeres, que está teniendo lugar en un barco llamado El Mañana, tripulado
también y exclusivamente por mujeres. Entre estas escritoras se encuentra la protagonista Elisa Algañaráz, quien inicialmente narra y hace una
ponderación crítica del propósito original del congreso y sus limitaciones.
El evento se interrumpe estrepitosamente por un grupo no identificado de
hombres de negro que las acusan de terroristas, plantándoles arteramente
drogas y artillería en el barco. La operación concluye con el arresto domiciliario de las escritoras, sus libros y publicaciones extirpados totalmente
del dominio público.
Elisa Algañaráz queda entonces incomunicada, en su departamento convenientemente esterilizado de toda literatura contaminante, con la escritura
suspendida (se le inhibe toda superficie escribible, incluida una vieja PC
de donde se le borra semanalmente todo lo que ingresa). Asimismo, sus
captores la dejan fuera del mundo virtual de la red, por lo que se encuentra
absolutamente aislada.
El portero y su mujer son celosos guardianes de su confinamiento y proveedores de su magra canasta familiar, siempre bajo la rigurosa vigilancia
de estas fuerzas del orden de dudosa procedencia.
La situación, al parecer irreversible, sufre un giro inesperado cuando un
ex agente de inteligencia israelí, Omer Katvani, interviene. Un viejo conocido de Algañaraz, Omer, emprende la operación rescate comandado por un
hacker argentino que crea un adminiculo capaz de reconectarla a la red. El
adminículo resulta un fiasco, pero las ganzúas dejadas por Omer a disposición de la escritora resultan altamente efectivas y Elisa queda en libertad.
Una huida épica, en la que un enemigo invisible y no identificado puede
ser nadie y pueden ser todos, concluye en una villa miseria poblada de cartoneros, donde Elisa se refugia bajo la protección del Viejo de los Siglos, el
ideólogo y alma mater de la villa, considerada modelo.
La novela se continúa con cambios de identidades, historias paralelas de
amores y exilios, pero son los cartoneros de la villa quienes desenmascararán
la historia real. Siguiendo a estos cartoneros y releyendo sus reflexiones es
que quedan al descubierto ciertos discursos excluyentes que se arraigan en
la historia argentina.
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
Representación del cartonero en El Mañana
de Luisa Valenzuela
Retomemos el tema de la ambigüedad del cartonero; Pinkus y López los
reconocen como actores genuinos en el circuito de reciclaje de la basura,
por lo tanto, dignificados por la acción del trabajo, aunque también aparecen
como una presencia amenazante en el paisaje urbano. Esta última percepción prevalece: el imaginario social no los califica de productivos, sino de
parásitos y marginales (Ledesma et al., 2007).
El mismo cartonero, arguye Perelman, al no reconocerse como parte
integrante del circuito laboral formal sino como un mero practicante de una
estrategia más de supervivencia frente a la crisis queda etiquetado como
desocupado. Ser desocupado, ocupar toda la carga del término desocupado,
afecta la identidad y el modo de verse a sí mismo (Perelman, 2007).
Estas representaciones, arraigadas en la trama social, son cuestionadas
por Luisa Valenzuela en El Mañana. La autora sitúa a su protagonista en una
villa miseria habitada por lo que Perelman denomina nuevos cartoneros. El
nuevo cartonero es el hijo de la crisis de 2001, no es un pobre estructural,
proviene de la clase trabajadora que ha quedado desempleada. Como tal,
agrega a un legado de prácticas discriminatorias y estigmatizantes de las que,
inexorablemente, es víctima, su propio bagaje de vergüenza y resentimiento,
vergüenza de no poder ser invisible y resentimiento por ser tratado como tal.
“[L]os otros, los habitantes de la ciudad de cemento y ladrillo y vidrio,
de sólidas paredes, donde se refugian quienes desprecian a quienes andan
cirujeando por esas calles de dios” (Valenzuela, 2010, 207). La ciudad de
cemento, ladrillo y vidrio de Valenzuela es ese espacio pulcro kuschiano
donde se busca el orden, donde se refugia el buen ciudadano con su “miedo
al desamparo”, (Kusch, 2000, 15) con su “miedo a ser primitivos en lo más
íntimo, un poco hedientos, no obstante [su] firme pulcritud” (Kusch, 2000,
16). Las sólidas paredes que sirven para ‘exteriorizar’ el caos, para invisibilizarlo; y el desprecio es el mismo desprecio al hedor, porque no se admite
el opuesto, porque el opuesto incomoda.
“[L]os que sentados en las terrazas de los cafés ni miran a los cartoneros,
los insultan con solo no mirarlos, como si no existieran como si no fueran
humanos” (Valenzuela, 2010, 207). En la cita previa se vislumbra esa invisibilidad que el ciudadano pulcro pretende para el cartonero, sentimiento
que este último percibe. Keith Richards, el famoso guitarrista de los Rolling
Stones, define ‘el infierno’, en sus memorias, como aquel lugar tan perfecto
como el cielo, pero donde no se es visto: ser invisible, para Richards, es el
infierno (Richards, 2010, 431).
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Los pulcros ciudadanos no pueden ni mirar a los cartoneros porque los
cartoneros invaden, penetran la trama ficticia de la pulcra ciudad. Nos dice
Kusch “la tela racional e inteligente de la ciudad se perturba a cada instante”
y toma la borrachera del empleado bancario, el grito de la patota o un tango
como ejemplo de líneas de escape, del reverso de la vida ciudadana. Puede
decirse entonces que ese mismo espacio es el del cartonero, que invade la
ciudad pulcra, el refugio que es ahora vulnerable y vulnerado.
Y también la villa cartonera es el reverso de la vida ciudadana, la trastienda de lo urbano y civilizado, para Valenzuela “[l]a villa: un lugar tan
degradadamente urbano” (192). Es hedor, es otra línea de escape que ultraja
la pulcra ciudad ficticia.
Concluyendo, entonces, vemos en El Mañana y sus cartoneros un espacio de cuestionamiento. La representación de los cartoneros intenta exponer una doble visión, una visión fronteriza donde verdades consagradas se
refutan, donde el imaginario social se cuestiona y se reconfigura, donde el
caos trasvasa el orden. Valenzuela nos presenta un cartonero reivindicado,
que habita la ciudad pulcra desenmascarando su insostenible pulcritud y su
copioso cuarto de cachivaches.
Un fenómeno social que engendra abundantes y variadas aproximaciones,
que atrae atención internacional, repudio local, solidaridad, interés mediático,
interés académico, interés literario, interés y debate político, no podía pasar
desapercibido. Los cartoneros son la voz del excluido, el lado plausible de
la marginalidad hedienta que crece sobre las incontables caras urbanas de
la pulcritud. La presencia de los cartoneros en las calles porteñas trae la
visibilidad del deterioro del margen al centro, donde ambos confluyen en una
mezcla caótica. La vuelta al barro como material primal a la ciudad. El barro
de Martínez Estrada expuesto ante los ojos estupefactos de la ciudad pulcra.
La presencia de los cartoneros en las calles porteñas trae la marginalidad
y el deterioro del margen al centro, donde ambos confluyen en una mezcla
caótica. La vuelta del barro como material primal a la ciudad. El barro de
Martínez Estrada expuesto ante los ojos estupefactos de la ciudad pulcra.
Bibliografía
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neros. Buenos Aires: Editorial SB.
—————, 2010. “El cirujeo en la ciudad
de Buenos Aires. Visibilización, estigma y
Resumen:
En este trabajo se indaga sobre la representación literaria del cartonero porteño en la novela
El mañana de la escritora argentina Luisa Valenzuela. Utilizando las teorías filosóficas de
Rodolfo Kusch, efectuaremos un análisis crítico de la narrativa contestataria de Valenzuela, que
alude a la re-enunciación del caos urbano desde la mirada del sujeto subalterno, revelando las
relaciones antagónicas hedor/pulcritud en sus manifestaciones de estigma, recelo, exclusión,
vergüenza, visibilidad y anonimato.
Abstract:
This paper focuses on the literary representation of the Cartonero porteño in Luisa Valenzuela’s
novel El mañana (2010). It delves into Rodolfo Kusch’s philosophical theories to critically
analyse Valenzuela’s narrative. El mañana constitutes a redefinition of the urban chaos from
a subaltern viewpoint, portraying Kusch’s antinomy stench-pulchritude (hedor-pulcritud) and
the way in which it is socially depicted: stigma, apprehension, exclusion, shame, visibility
and anonymity.
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