Invalidez del Principio de Causalidad para demostrar la existencia

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¿SE PUEDE DEMOSTRAR QUE DIOS EXISTE?
Lectura 3
INVALIDEZ DEL PRINCIPIO DE CAUSALIDAD PARA DEMOSTRAR LA EXISTENCIA DE DIOS
Manuel Kan(
Un conocimiento teórico es especulativo cuando recae sobre un objeto, o sobre los conceptos de un
objeto a los que no se puede llegar con ninguna experiencia. Este conocimiento es opuesto al conocimiento
físico, que no se extiende a otros objetos o a otros predicados que a los que son susceptibles de ser dados en
una experiencia posible.
El principio en virtud del cual se infiere de lo que llega (de lo que es empíricamente contingente), como de
un efecto a una causa, es un principio del conocimiento físico y no del conocimiento especulativo. En efecto, si
se hace abstracción como de un principio que contiene la condición de la experiencia posible en general y
abandonado al empirismo, se quiere llegar a aplicarlo a lo contingente en general, no hay medio de justificar
una proposición sintética semejante para hacer ver por ella cómo se puede pasar de algo que existe a algo
completamente diferente (la causa); pero aún hay más: el concepto de una causa, así como el de contingente,
pierde con tal uso simplemente especulativo toda significación de la que la realidad objetiva puede
comprenderse in concreto.
Ahora bien, partir de la existencia de las cosas en el mundo a su causa, no es un raciocinio que pertenece
al uso natural de la razón, sino a su uso especulativo, puesto que el primero no relaciona a alguna cosa las
mismas cosas (las sustancias), sino solamente lo que llega, y, por consecuencia, sus estados, considerados
como empíricamente contingentes. Decir que la sustancia misma (la materia) es contingente en cuanto a su
existencia, significa solamente aquí un conocimiento simplemente especulativo de la razón. A pesar de todo
será cuestión, más que de la forma del mundo, del modo de enlace de este mundo, y de sus cambios, y si
quiero inferir una causa completamente distinta del mundo, ésta no será más que un juicio de la razón
simplemente especulativo, pues que el objeto no es aquí un objeto de la experiencia posible. Pero entonces el
principio de causalidad, que no tiene valor más que en el campo de las experiencias, y que fuera de este campo
no tiene ni uso ni significación, será enteramente separado de su propio fin.
Ahora bien, yo sostengo que todos los ensayos de un uso simplemente especulativo de la razón bajo la
relación teológica son enteramente infructuosos y nulos, y sin valor en cuanto a la naturaleza interna de esta
ciencia; puesto que de uno u otro modo, los principios de su uso natural no nos conducen a ninguna teología, y
por consecuencia, si no se toman por fundamento las leyes morales, o si de ellas no nos servimos como hilo
conductor, no puede haber teología de la razón. En efecto, todos los principios sintéticos del entendimiento son
de uso inmanente, en tanto que el conocimiento de un Ser supremo exige de estos principios un uso
trascendental para el que nuestro entendimiento no está del todo preparado. Para que la ley de la causalidad
válida en la experiencia, pueda conducir al ente primero, sería en sí mismo a la vez condicionado, como todos
los fenómenos. Por lo demás, admitiendo que nos sea permitido salvar los límites de la experiencia por medio
de la .ley dinámica de la relación de los efectos a sus causas, ¿qué concepto podría suministrarnos tal
procedimiento? No, en verdad, el de un Ser supremo, puesto que la experiencia no nos proporciona nunca el
mayor de todos los efectos posibles (como para antes testimoniar su causa).
Si nos es permitido simplemente, para no dejar laguna en nuestra razón, llenar este defecto de completa
determinación por una simple idea, de la más elevada perfección, y de la necesidad originaria esto no es más
que una cesión gratuita, pero no un derecho que puede ser exigido como derivación de un argumento
irrefutable. La prueba físico-teológica podrá dar fuerza a otras pruebas (si allí la hay), uniendo la especulación a
la intuición; pero por sí misma prepara el entendimiento al conocimiento teológico y le imprime una segura
orientación que no es suficiente, sin embargo, para terminar la obra emprendida.
Se ve, pues, claramente que las cuestiones trascendentales no pueden recibir más que respuestas
trascendentales, es decir, fundadas sobre puros conceptos a priori, sin la menor mezcla científica. Pero la
cuestión aquí es manifiestamente sintética y exige que extendamos nuestro conocimiento más allá de todos los
límites de la experiencia, es decir, que nuestro conocimiento se remonte más allá de la existencia de un ente
que debe corresponder a la simple idea que tenemos y a la cual ninguna experiencia puede ser adecuada.
Ahora bien, después de las pruebas precedentes, todo conocimiento sintético a priori no es posible más que en
tanto que ese conocimiento expresa las condiciones formales de una experiencia posible y todos los principios
no tengan más que un valor inmanente, es decir, que se relacionen únicamente con objetos del conocimiento
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empírico, o, en otros términos, con los fenómenos. Por consiguiente, no se alcanza nada por medio del método
trascendental con relación a la teología de una razón simplemente especulativa.
Pero si aún se quieren anular todas las pruebas precedentes de la analítica que dejan en el aire los
argumentos tan largo tiempo empleados, no podrá rehusarse para satisfacerme que pregunte la justificación al
menos de los medios que se han empleado para intentar fuera de toda experiencia posible apoyar la fuerza de
tales ideas. Yo pediría que se me mostrasen nuevos y más firmes argumentos, o, al menos, se me modificaran
los antiguos. Supuesto que no hay dónde elegir, ya que en definitiva todas las pruebas simplemente
especulativas se reducen a una, es decir, a la prueba ontológica, y por consecuencia, yo no puedo temer ser
ahogado por la extrema fecundidad de los campeones dogmáticos de esta razón carente de sentido; aun
cuando de otra parte, sin juzgarme por esto gran batallador, no quiero rehusar el desafío a fin de descubrir en
toda tentativa de este género el paralogismo y rebatir las pretensiones, y como, sin embargo la esperanza de
mejor éxito no abandona jamás a los que ya se han acostumbrado a las pretensiones dogmáticas, por todo ello
me atengo a esta justa demanda: que se justifique con razones generales tomadas de la naturaleza, del
entendimiento humano, así como de las demás fuentes del conocimiento, la manera por la cual se quiere obrar
para extender completamente a priori su conocimiento y llevarlo hasta el punto en el que ninguna experiencia, y
por consiguiente ningún medio podrá ser suficiente para garantizar un concepto formado por nosotros mismos,
su realidad objetiva. De cualquier modo, por el que el entendimiento llegue a este concepto, la existencia del
objeto (de los objetos) consiste precisamente en lo que este objeto está colocado en sí, fuera del pensamiento.
Pero es enteramente imposible salir de un concepto para llegar sin seguir el enlace empírico (que no da jamás
más que fenómenos) al descubrimiento de nuevos objetos y de entes trascendentales.
Ahora bien: aun cuando la razón, en su uso especulativo, no sea ni con mucho capaz de tan elevada
aspiración, quiero decir de alcanzar la existencia de un Ser supremo, logrará una gran ventaja rectificando el
conocimiento de este Ser, en el supuesto de que pudiéramos llegar por este medio a ese conocimiento, con lo
cual, poniéndose de acuerdo consigo misma y con todo fin inteligible, se purificaría de todo lo que pudiera ser
contrario al concepto de un ente primero y excluiría toda mezcla de limitaciones empíricas.
La teología trascendental goza, no obstante su insuficiencia, de una importante utilidad negativa: es una
censura continua de nuestra razón cuando ésta no tiene relación más que con ideas puras, que precisamente
por este motivo no permiten más medida que la regla trascendental. En efecto: si jamás desde un punto de vista
práctico la hipótesis de un Ser supremo es suficiente a todo como suprema inteligencia, afirmado su valor sin
contradicción, será entonces de la mayor importancia determinar exactamente este concepto por su lado
trascendental como concepto de un ser necesario y soberanamente real, separando lo que es contrario a la
realidad suprema de lo que pertenece al simple fenómeno (al antropomorfismo en el sentido más amplio),
desembarazándolo de todas las afirmaciones contrarias, bien sean ateas, deístas o antropomórficas, lo que es
sumamente cómodo en un tratado crítico de este género, puesto que las mismas pruebas que demuestran la
impotencia de la razón humana por relación a la afirmación de la existencia de tal Ser bastan también para
demostrar la petulancia de toda afirmación contraria. En efecto ¿por qué se intenta, mediante la especulación
de la razón, ver claramente cuando no hay un Ser supremo como principio de todo, cuando ninguna de las
propiedades que nos representamos, según sus efectos, como análogas a las realidades dinámicas de un ser
pensante no le convienen, y en el caso de que le convinieran debieran estar sometidas a todas las limitaciones
que la sensibilidad impone inevitablemente a las inteligencias que conocemos por la experiencia?
El Ser supremo deja, pues, para el uso simplemente especulativo de la razón, un simple ideal, pero un
ideal sin defectos, un concepto que termina y corona todo el conocimiento humano; la realidad objetiva de este
concepto no puede ser probada por este medio, pero no puede ser tampoco refutada; y si debe existir una
teología moral capaz de llenar esta laguna, la teología trascendental, que no era hasta aquí más que
problemática, prueba entonces su utilidad indispensable por la determinación de su propio concepto y por la
crítica incesante, a la que somete una razón frecuentemente confundida con la sensibilidad y que no va
generalmente de acuerdo con sus propias ideas.
La necesidad, lo infinito, la unidad, la existencia fuera ,del mundo (no como alma del mundo), la eternidad
sin condiciones de tiempo, la toda presencia sin condiciones de espacio, la absoluta supremacía, etcétera, son
condiciones puramente trascendentales, y por consecuencia, un concepto purificado tan necesario a toda
teología no puede ser sacado más que de la teología trascendental.
(Tomado de la Crítica de la razón pura, "Dialéctica trascendental", cap. II!, sec. séptima).
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