Resumen: Los Indicadores de desarrollo personal y social en los establecimientos educacionales chilenos: una primera mirada Este documento recoge los resultados de dos estudios de corte etnográfico realizados en 2015 y encargados por la Agencia de Calidad de la Educación a un externo mediante licitación pública. Los estudios registraron e interpretaron cómo se están educando los estudiantes de enseñanza básica y media en aspectos socioemocionales de su desarrollo. Para ello, al interior de 33 establecimientos educacionales se estudiaron las dinámicas de los Indicadores de desarrollo personal y social, medidos por los Cuestionarios de Calidad y Contexto de la Educación aplicados censalmente por la Agencia. Estos indicadores (y sus respectivas dimensiones) son: Autoestima académica y motivación escolar (Autopercepción y autovaloración académica y Motivación escolar), Clima de convivencia escolar (Ambiente de respeto, Ambiente organizado y Ambiente seguro), Participación y formación ciudadana (Participación, Sentido de pertenencia y Vida democrática) y Hábitos de vida saludable (Hábitos alimenticios, Hábitos de vida activa y Hábitos de autocuidado). El trabajo en terreno cubrió una parte importante del año escolar. En 18 establecimientos el foco estuvo puesto en la enseñanza básica, cuyo centro fue la etnografía de los procesos de 6° básico. En los quince restantes las dinámicas se estudiaron en la enseñanza media, con énfasis en II medio. La muestra, de variado tamaño, dependencia y composición socioeconómica, comprendió establecimientos ubicados en la Región Metropolitana y cinco regiones. Las etnografías retrataron establecimientos que tienen muy clara la relevancia de los aspectos no académicos del desarrollo de sus alumnos, pero que enfrentan diversas barreras para incorporarlos en su quehacer escolar. Hay escasa gestión institucional para promover estos ámbitos, y falta apoyo para que los profesores puedan abordarlos cotidianamente en el transcurso de sus clases. Se detectó una ausencia generalizada de instancias en que los docentes puedan desarrollar las capacidades necesarias para hacer frente al gran desafío de una educación integral. Los profesores, a pesar de su gran incidencia en el desarrollo socioafectivo de sus alumnos, tienen pocos espacios de reflexión sobre este aspecto. Además, se evidenció la necesidad de un nuevo paradigma en la sala de clases, uno en el cual los estudiantes definan metas, trabajen colaborativamente entre ellos, se promueva el pensamiento divergente y los contenidos integren lo social y lo público. Los cinco aspectos detectados transversalmente en todos los indicadores fueron: 1. Las escuelas tienen un foco puesto en lo socioemocional, lo que genera un espacio protegido para los estudiantes. Sin embargo, este foco a veces entra en tensión con el foco en los aprendizajes, particularmente en los establecimientos que atienden niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad y en donde los adultos tienen bajas expectativas sobre sus posibilidades de apropiarse del currículo académico. 2. Se aprecia una ausencia de prácticas institucionalizadas para la promoción del desarrollo socioemocional en la sala de clases. Esto lleva a una dicotomía entre lo declarado por los agentes educativos (donde señalan que es un aspecto de gran importancia) y lo practicado (escasa implementación de prácticas sistematizadas que intencionen su promoción). 3. En la sala de clases prima un paradigma pedagógico de trasmisión en el que el alumno es pasivo. La ausencia de metodologías y didácticas dialógicas limita las posibilidades de los estudiantes para ejercitar habilidades socioemocionales en su experiencia escolar diaria, además de generar en ellos una baja autonomía académica. 4. En la gestión del desarrollo socioemocional de la comunidad escolar se detectó una tensión entre una aproximación reactiva y una preventiva ante eventos críticos. En algunos casos no hay protocolos definidos, a pesar de ser situaciones recurrentes (como las derivadas de la incorporación de alumnos nuevos). En otros, se aprecia una falta de consistencia en la aplicación de los protocolos previamente definidos. Esta flexibilización puede asociarse a una intención formativa, pero también con improvisación y arbitrariedad. 5. Respecto de los centros de padres y apoderados, los centros de estudiantes y las directivas de curso, se observa un rol poco incidente de estas organizaciones formales. Estas podrían velar por el desarrollo integral de la comunidad educativa, pero lo que ocurre es que, en general, no se vinculan con el mejoramiento del establecimiento. Más bien, entregan propuestas o dan a conocer inquietudes o problemáticas del sector que representan. Se aprecia una dificultad, por parte del equipo directivo, para manejar una convivencia participativa con un estilo de gobernanza democrático. Específicamente, respecto del indicador Autoestima académica y motivación escolar se apreció la alta incidencia que al respecto tienen los profesores. Por otro lado, las estrategias pedagógicas observadas fueron poco favorables para la motivación y la autonomía escolar de los alumnos, salvo en el caso las especialidades de la modalidad técnico-profesional que les ofrecían mayores posibilidades de participación y experimentación. El indicador Clima de convivencia escolar es el que tiene mayor presencia en el discurso de los establecimientos, con una mayor cantidad de prácticas institucionalizadas. Se observó que el buen clima es propiciado desde los docentes, los equipos técnicos y directivos y, en general, por parte de todos los adultos que trabajan en la escuela, que hacen prevalecer un buen trato hacia los estudiantes. Respecto de las normas de convivencia, estas existen (ya que es un aspecto normado por ley), pero se constató que son formalidades de poca utilidad ante situaciones críticas. En relación al acoso escolar, se pudo apreciar que es interpretado de distinta manera según el contexto escolar, y que los estudiantes no siempre logran identificarlo como tal. En el caso del indicador Participación y formación ciudadana, se apreció escasa intencionalidad desde la gestión pedagógica para promover los valores de la vida en democracia al interior del aula. Por otro lado, se constató que la comunidad escolar valora las oportunidades de encuentro y colaboración promovidos por el establecimiento (aunque estas sean mayoritariamente de tipo formal y no deliberativo). Respecto del sentido de pertenencia de un alumno con su establecimiento se pudo apreciar que, tan relevantes como los logros visibles hacia el exterior, son las relaciones y la participación en actividades específicas dentro del espacio escolar. Para el indicador de Hábitos de vida saludable se constató que, aunque en las entrevistas y grupos de discusión los malos hábitos se reconocen como un problema, hay una naturalización y aceptación de los mismos como parte de las exigencias de la vida actual. En general, los establecimientos declaran una sensación de impotencia respecto de la promoción de hábitos de vida activa o buenos hábitos alimentarios de sus alumnos. Evidencian mayor responsabilidad frente a los hábitos de autocuidado, enfocándose en la prevención del consumo de sustancias y el embarazo adolescente. El apoyo de redes externas para el abordaje de estos temas parece ser insuficiente. Otros resultados más específicos nos señalan que las condiciones laborales del docente no facilitan la gestión de la convivencia. También, que en los establecimientos predominan relaciones de tolerancia, aunque esa tolerancia puede ser restrictiva, ya que en las comunidades poco abiertas a la diversidad, esta ocurre entre pares similares. Y respecto de los conflictos, se pudo constatar que, paradojalmente, los establecimientos con mayor apertura al empoderamiento de la comunidad escolar, son los que evidencian los mayores niveles de tensión. En los jóvenes se pudo apreciar cómo hay un proceso para la autoestima académica y la motivación escolar a lo largo de la experiencia de enseñanza media, mejorando en III y IV medio, respecto de I y II medio. En los últimos años los estudiantes logran forjar cohesión e identidad grupal en torno a sus actividades escolares y la modalidad educativa del establecimiento la que, sobre todo para la educación técnico-profesional, ha sido básicamente una decisión de los padres. Del estudio se concluye que es necesario ampliar la noción de eficacia escolar para incluir en ella las dimensiones del desarrollo humano de los estudiantes. Esto es especialmente relevante si se considera la evidencia de que muchos alumnos perciben su establecimiento educacional como un espacio de refugio. Así, por la dimensión social, interactiva y protegida que propone a sus alumnos, una escuela es un sitio privilegiado para desarrollar en ellos aspectos de su crecimiento socioemocional que no podrían alcanzar por sí mismos.