Los medios de comunicación si contribuyen a llenar los vacios de la memoria? Por Roberto Romero Ospina La memoria histórica es también un campo de batalla. Frente a lo que ha pasado en el país, tomando como referente los últimos 65 años, es decir, a partir del gran quiebre en toda la estructura societal que aún marca el destino de la nación como fue el magnicidio de Gaitán y el genocidio del gaitanismo iniciado en 1946, se libra hoy una gran lucha entre dos esferas bien delimitadas. Se trata de quienes prefieren el olvido, pues devela la conducta propia del establecimiento y así evitar el juicio de la historia, y si no la omisión, -por la protuberancia de los hechos- su distorsión, y el de quienes a toda costa no desmayan en presentar la realidad de las cosas, contextualizando de tal forma que se apunte a encontrar el hilo conductor de las causas que dieron origen a la violencia. Los medios de prensa, notarios cotidianos de la sociedad, pueden servir de valioso instrumento en la búsqueda de la verdad del drama del terror que ha vivido el país en más de medio siglo, pero también pueden ser una herramienta de alteración o de invisibilización consciente de los acontecimientos. La crisis sistémica que padece Colombia en este largo periodo, caracterizada al decir de Paul Oquist, como el derrumbe parcial del Estado, o como lo indican los más recientes análisis propia de un Estado fallido, destaca nítidamente algunas de las características que definen la situación de los medios en nuestra sociedad y sin las cuales es imposible adentrarnos en un juicioso análisis de su papel en la tarea de alcanzar y preservar la memoria histórica: 1) la función sociopolítica que cumplen; 2) las diferencias que existen entre ellos; 3) el apoyo que buscan en uno u otro sector representativo del poder, y ante la desarticulación del mismo (1); el carácter de empresa mercantil y, por lo tanto, el papel que cumplen como parte del sistema económico dominante; la retroalimentación que se producen entre el medio y el sector social que representa. Bajo esta óptica, no se puede ver a los medios como entes por encima de la sociedad sino como aparatos ideológicos, que no solo son una mercancía puesta en el mercado sino que reproducen la ideología dominante (2). Entonces, la explicación al fenómeno de la violencia (y su registro), es visto con otros ojos según los intereses que defiendan los propietarios. Es claro que los grandes medios amparan a ultranza el statu quo y no buscan, por ejemplo, entrar en contradicción con el poderoso estamento de las fuerzas militares, que incluso, aportan con buenas sumas la torta de la publicidad de los rotativos, canales de TV y la radio. La edición dominical de El Espectador del 20 de noviembre de 2011, para citar un solo ejemplo, fue estampillada en su portada con un colorido stiker de las Fuerzas Armadas. La prensa en Colombia ha vivido en los últimos 65 años varios periodos de censura y cuando esta ya no es posible instaurarla gracias a las disposiciones de la Carta del 91, prevalece la autocensura, con la cual periodistas y directores quedan maniatados ante la evidente situación de que publicar ciertas informaciones traería consecuencias para el medio como la pérdida de la pauta y lo que es peor, las amenazas y sanciones de la criminalidad. Baste citar el caso de Cementos Argos, principal sostenedor de los comerciales del noticiero. CM&: este medio no dijo una palabra sobre las graves denuncias del Representante Iván Cepeda y otros parlamentarios en un sonado debate en la Cámara en octubre de 2011 sobre la compra de tierras de dicha empresa en la región de los Montes de María, basada en el despojo de centenares de labriegos, a diferencia de varios órganos que sí divulgaron las denuncias. En este sentido, los medios masivos como fuente de acontecimientos relativos a las víctimas de la violencia política, y a los perpetradores, en el camino de hallar la verdad no siempre van a facilitar la labor investigativa. Es claro que los medios masivos de comunicación en Colombia acompañan tan íntimamente a los procesos políticos que no sería exagerado considerarlos partes constituyentes de los mismos. Y aunque persiste un fuerte debate sobre su papel y sobre el poder que llegan a ejercer sobre los acontecimientos, también es cierto que los medios aparecen como primer punto de referencia para quien se aproxime a determinados hechos. Lo que dicen, lo que callan, la manera en que se expresan, son inequívocos síntomas de una realidad. Por lo tanto, el medio no refleja la realidad misma, pero esos síntomas nos permiten reconstruir, en parte, el proceso social del que surgen. La manifestación de uno u otro síntoma equivale a mostrar la valoración de la realidad exterior realizada desde la perspectiva de distintos sectores sociales. Y allí radica su importancia, pues no es dable concebir una realidad en sí, sino la lectura que de la misma efectúan los hombres de acuerdo a sus intereses o a la ideología desde donde establecen su relación con el mundo (3). Por eso es importante conocer la verdad. Pero no basta con saber qué pasó. Hay que entender por qué pasó. No se trata sólo de que los medios sensibilicen a una sociedad. Examinemos un caso palpable del tratamiento de los medios en las comarcas donde se escenifican los mayores atropellos a la sociedad civil por parte de todos los actores armados, legales o ilegales: la prensa regional no relata el fenómeno del paramilitarismo y si lo hace, no va al fondo de los hechos ¿Por qué? Entonces, como fuente de información para reconstruir la memoria no sirven tales medios cuando debería ser todo lo contario, aclarando de nuevo que en las investigaciones sobre memoria histórica la prensa no es suficiente, pero contribuye, incluso con sus silencios. Cualquier pesquisa, basada en los diarios del Cesar o Magdalena, por ejemplo, en el caso de la multinacional Drummond, relacionada con el asesinato de varios sindicalistas, quedaría trunca. Y qué decir de Chiquita Brands, que auspició grupos paramilitares contra el sindicalismo de Urabá, denuncias que solo salieron a la luz pública gracias a las investigaciones de la agencia National Archives de Washington cuando todo el mundo sabía en esa región antioqueña de los nexos de la multinacional con las bandas criminales. En este sentido, cobra notoria importancia la prensa alternativa, que a pesar de su escaso cubrimiento, denuncia a diario los crímenes de Estado o del paramilitarismo, convirtiéndose en una fuente indispensable en una investigación del más amplio alcance puesto que dichos medios jamás dependen de la pauta o de las presiones oficiales. Sin los registros semanales del periódico Voz, por ejemplo, hubiera sido impensable levantar esa especie de actas del genocidio contra la Unión Patriótica que se recogen en el libro del Centro de Memoria, Unión patriótica Expedientes contra el olvido, lanzado el pasado 18 de octubre, archivos que antes no se habían escudriñado a fondo. Allí, por primera vez, se presenta y de entrada, un listado parcial de 1598 víctimas fatales de la guerra sucia, bajo la iniciativa del director del Centro de Memoria, Camilo González Posso, quien insistió que dichos registros se constituían en el hecho capital del libro cuando cualquier podía pensar arrinconarlos en un apéndice. Los medios como archivo de la memoria Se parte del supuesto de que cualquier iniciativa de construcción de la memoria en el futuro tendrá que contar necesariamente con las fuentes periodísticas. Esto quiere decir que los medios se enfrentan al doble desafío de avanzar, por un lado, en estrategias de cubrimiento a corto plazo asociadas a la búsqueda de la verdad y, por el otro, de esforzarse por garantizar rigor y calidad en sus informaciones para que en el futuro sean valorados como fuente legítima y objetiva para cualquier esfuerzo de construir la historia, la identidad y la memoria de una Nación. Al semanario Voz, por ejemplo, acuden con frecuencia las victimas a investigar sobre sus parientes en las páginas del semanario y con esos documentos, donde se relatan los hechos, acuden a la Fiscalía, lo que ayuda a orientar las investigaciones. Los medios tienen que salir de la simple descripción, de la cifra escueta y de los sucesos episódicos. Deben intentar explicar el porqué y el cómo de los acontecimientos violentos. Pero en la llamada Gran Prensa, o no hay espacio para esta narrativa o revelar hechos de esta magnitud puede traer graves consecuencias. En este sentido, cualquier investigación sobre el tratamiento de los medios a la situación de violencia en el país va a reflejar que la fuente principal de la información es la fuerza pública. Obsérvese cualquier noticiero de televisión y prácticamente la totalidad de las informaciones sobre “orden público” provienen de los militares y policías, que envían los videos de sus acciones que se reproducen sin ningún criterio crítico. Con certeza describía así la situación el periodista Carlos Chica en un foro: “Se puede constatar que las Fuerzas Armadas son la fuente principal de información sobre el conflicto armado en Colombia, y, sin embargo, ni las fuerzas del orden, ni los medios, ni la sociedad, en general, han sido conscientes de que ese es un saber y un bien público, que, por lo mismo, debe cumplir con altas exigencias de veracidad y de oportunidad”(4). Y añadía que “con el pretexto de no filtrar la información al enemigo o de mantener en alto la moral de las tropas, los hechos se ocultan, se fabrican, se distorsionan o se esconden en un mar de seudo informaciones” (5). De tal manera que los grandes medios se convierten en distorsionadores de la verdad y bajo semejante presupuesto el investigador no podrá tener como un referente serio las páginas de los rotativos o los registros. Se asiste en la última década a un fuerte unaninismo mediático alrededor del apoyo incondicional a las acciones del establecimiento en su tratamiento al “orden público”, “a una titulación de la información sobre el conflicto desde el deseo de ganar la guerra de directores y dueños de medios, que muchas veces, presa de ese deseo, pierden la objetividad en el cubrimientos del conflicto cayendo en la lógica de la propaganda gubernamental o del actor militar institucional”, como lo señala el investigador social, Fabio López de la Roche en un análisis sobre los medios como instrumentos de control social de la población.” (6) En estos días, precisamente, ha saltado otra vez el tema de una de atrocidades más grandes cometidas en los últimos tres lustros: la masacre de Mapiripán que dejó 77 víctimas de la población civil el 17 de julio de 1997. A raíz de la confesión de una de las supuestas víctimas, que reconoció ante los medios que había falseado los hechos para hacerse a suma como compensación, tras el fallo contra el Estado proferido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, todos los medios titularon y desplegaron la noticia como si la matanza hubiera sido una farsa y hasta la columnista María Isabel Rueda llegó al colmo, en su columna dominical de El Tiempo del 20 de noviembre de 2011, a afirmar que la “masacre de Maripipán fue un invento del Colectivo de Abogados Alvear Restrepo”. Aquí todo se regula de acuerdo a la significación que determinada noticia adquiere para el sistema que se tiende a conservar (causante de centenares de masacres como la de Mapiripán), y para lo cual es preciso no trasgredir el margen establecido como máximo riesgo tolerable. Así, informar o destacar un hecho violento, por ejemplo, se incorpora al espacio de lo funcional cuando esta información es posible ser utilizada a favor de una estrategia que sirva para consolidar los valores defendidos por los medios. Poco después de aparecer la información sobre el caso de Mapiripán, salieron varios funcionarios de alto rango y recogido por los medios, afirmando que había que reexaminar las masacres de Trujillo y El Salado, entre otras, pues allí también el Estado había sido asaltado. El mundo ordenado por los medios. El Centro de Memoria y Medios para la Paz organizaron en 2010, como un ejercicio de memoria, el Premio de Periodismo Construcción de Memoria, que sirvió para examinar el tratamiento de casos que ha registrada la prensa. Los trabajos presentados demuestran, que a pesar de la situación crítica descrita aquí, el periodismo, como se anotaba al principio, ocupa un destacado papel en el registro del acontecer de la nación y debe servir de testigo fiel de la historia. "En el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, escogimos trabajar el periodo histórico que parte de 1945 y no precisamente 1991 y con fecha de terminación el 1 de enero de 2011, como ahora se pretende encasillar la historia del país con la Ley de Víctimas", anotó Camilo González Posso, director del Centro en sus palabras de saludo a los participantes y ganadores del primer Premio de Periodismo "Construcción de Memoria". El certamen fue convocado por el Centro de Memoria, adjunto a la Secretaría de Gobierno de Bogotá, con el apoyo de Medios para la Paz y el auspicio de la Agencia Catalana de Cooperación para el Desarrollo. En el acto, que tuvo lugar el 14 de febrero de 2011 en el Club Médico de Bogotá con nutrida concurrencia, fueron galardonados los mejores trabajos periodísticos tras recibir el jurado más de 70 propuestas en prensa escrita, radio, televisión, internet y escritos de estudiantes de periodismo. González señaló que "la memoria histórica no se agota y menos cuando no se cierre este capítulo de la lucha armada por el poder y desde el poder. En ello juegan un papel relevante los periodistas en su accionar por la verdad: sin el trabajo de los comunicadores sociales sabríamos muy poco". Añadió en la memorable noche de los mejores que "el país está frente a la conjunción de de dos agentes sociales, los medios de comunicación y las Cortes, en defensa de las víctimas". Culminó su intervención llamando la atención sobre el proyecto de Ley de Víctimas que cursa en el Congreso que tiene un capítulo de memoria para que "todos los colombianos hagamos presencia con nuestras opiniones en aras de dejar atrás la soledad de la memoria". Los galardonados en prensa escrita, la periodista Luz María Sierra, editora general de la Revista Semana, con su artículo "La lección del caso Galán". Según el jurado "rescata, más que la memoria del hecho, la de un proceso que ha avanzado a pesar de los obstáculos que le han interpuesto la incapacidad, la improvisación y la voluntad de los culpables a través de sus cómplices directos e indirectos". En la misma categoría, el periodista José Fernando Hoyos de la Revista Semana, obtuvo el segundo lugar con el artículo "9 caras del 9 de abril". En radio, el jurado otorgó el premio al periodista de RCN, Vicente Silva, por un programa de radio de cuatro horas que resume la violencia en la música colombiana. En televisión, los ganadores fueron los integrantes del equipo de investigaciones de Caracol TV por su programa "25 años del holocausto del Palacio de Justicia", que encabeza el periodista Alberto Medina. En la categoría "Mejor trabajo para internet" el portal VerdadAbierta.com, proyecto asociado a Semana, obtuvo la distinción por el trabajo "Un pulso a las Verdades en los Montes de María" y "Las verdades del conflicto en Magdalena y Cesar". "Verdad Abierta presentó no solo el mejor trabajo de la categoría en términos de investigación, contexto y enfoque sino que el proyecto mismo de Verdad Abierta es único: no hay ningún medio que se haya propuesto conscientemente la recuperación y documentación de lo que ha pasado en el conflicto armado en Colombia". De esta manera el jurado destacó el trabajo de reconstrucción histórica de memoria que hace el portal. La categoría para estudiantes de periodismo fue declarara desierta, sin embargo el jurado determinó otorgar dos becas, una para la facultad de comunicaciones de la Universidad Santo Tomás y otra para la de la Universidad Javeriana, para que impulsen trabajos de investigación. Cada galardonado obtuvo, además de la estatuilla con el emblema del Premio, la suma de siete millones de pesos y un diplomado. Lamentablemente este premio, llamado a estimular la investigación de la realidad nacional y la memoria histórica, en momentos en que se debate la inaplazable reparación a las víctimas de la violencia política, no fue posible convocarlo de nuevo. Notas 1)La censura de prensa, la otra Violencia, el caso Rojas Pinilla, Roberto Romero, Colcultura, Bogotá, 1990. (2)La industria de los medios, María Teresa Herrán y otros, ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1999. (3)El papel político-ideológico de los medios de comunicación, Héctor Schmucler-Margarita Zires, revista Comunicación y Cultura, director Armand Mattelart, Edi Melo, México, 1978. (4)Repensando el periodismo en Colombia, Carlos Alberto Chica, Ed. Fundación Gilberto Alzate, Bogotá, 2004. (5)Ibíd. (6)Repensando el periodismo en Colombia, Fabio López de la Roche, Ed, Fundación Gilberto Alzate Avendaño, Bogotá, 2004 Escrito para el Diplomado: Espacio público, acciones y memoria, octubre.-noviembre de 2012