François Laplantine Alexis Nouss

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François Laplantine
Alexis Nouss
MESTIZAJES
DE ARCIMBOLDO A ZOMBI
Prefacio
(fragmento)
Sin lugar a dudas, el mestizaje está de moda. Una vulgata mediática y
publicitaria se apoderó de él y lo utiliza hasta decir basta. Para definir
un producto o una manifestación, de la gastronomía a la música, de la
literatura al diseño y la vestimenta, sirve tanto para un barrido como
para un fregado, seguramente por su sabor supuestamente especiado.
Sin embargo, bien podría ser que el interés que hoy suscita dependa de
un malentendido. Casi siempre, el mestizaje es sistemáticamente
confundido con las nociones no sólo insuficientes sino inadecuadas de
miscelánea, mezcla, hibridez e incluso sincretismo, que se ubican en el
lado opuesto del fenómeno que nos proponemos encarar aquí para
tratar de reflexionar sobre él. Para muchos, el mestizaje sería la
disolución de los elementos en una totalidad unificada, la resolución
eufórica de las contradicciones en un conjunto homogéneo, la expresión
casi unánime de esa “mundialización” o “globalización” que, lo veremos,
son lo contrario de la universalidad* mestiza. Algunos llegan todavía
más lejos. Confunden el mestizaje con el hedonismo, el regocijo solar,
el placer goloso de la profusión barroca, el calor de los trópicos.
A la seducción provocada por el deseo de apropiación de una
totalidad* opondremos el proceso de desasimiento y renunciamiento. El
mestizaje es un pensamiento -y ante todo una experiencia- de la
desapropiación, de la ausencia y la incertidumbre que pueden surgir de
un encuentro. Con mucha frecuencia, la condición mestiza es dolorosa.
Uno se aleja de lo que era, abandona lo que tenía. Hay que romper con
la lógica triunfalista del poseer que siempre supone domésticos,
pensionistas, guardias, pero sobre todo propietarios.
*
Los asteriscos (*) remiten a las distintas entradas del volumen. Los numeros volados
(1) indican las notas, que se encuentran al final del libro ordenadas por entrada. Las
notas del traductor se indican con (•) y se encuentran a pie de página.
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1
Esta arrogancia de la propiedad, de la apropiación y la pertenencia,
que trae aparejado un sentimiento de plenitud (el estado del sujeto a
quien nada le falta), ese sentimiento de poseer una identidad de algún
modo saciada y que no puede conducir más que a la ilusión de
representaciones claras y definitivas son el opuesto exacto de la
inestabilidad y el desequilibrio mestizos, que son experiencias del
desgarramiento y del conflicto, y en modo alguno un estado satisfecho
de sabiduría o beatitud en el que se encontraría el descanso.
Si el mestizaje no es necesariamente inquieto, atormentado, en todo
caso tampoco tiene mucho que ver con esa ficción ni con una
celebración encantada de todo cuanto es abigarrado, colorido: el
paraíso tropical de que están ataviadas las islas del Caribe y el Brasil*.
Si en verdad hay algo tónico en el mestizaje, de ningún modo vamos
a proponer aquí una concepción “histérica”, sino tratar de captar lo que
puede contener de recato, lejos de esa teatralización y, por así decirlo,
de esa orgía del sentido. En efecto, el mestizaje parece más elíptico
que enfático, más enigmático que transparente. Se inventa en un juego
de deslizamientos, de pliegues*, repliegues y metáforas* que requiere
una aproximación más lateral que frontal. Por consiguiente, en esta
obra no se encontrará nada de lo que podría emparentarse con
cualquier lirismo redentor que exaltaría la reconciliación de los
contrarios en una totalidad finalmente estabilizada. Nada de lo que
podría asemejarse a una apología del mestizaje así concebido, que
sería un engaño por ser una evasión fácil de la realidad. Si, en una
actitud antirracista, el mestizaje puede colaborar en reunir a todos los
que se oponen a lo inhumano (racismo, xenofobia), tanto mejor. Pero
nada le es más ajeno que las ideas de plan, de programa. El mestizaje
destaca la índole involuntaria, inesperada, de los encuentros. Su
existencia y su permanencia son realmente problemáticas.
Con anterioridad habíamos comenzado a mostrar que podía ser
teóricamente pertinente extender la noción de mestizaje al exterior de la
disciplina en cuyo seno se constituyó (la biología) y de aquella en la
cual comenzó a incursionar de manera más tímida (la antropología).1
Pero no por ello se trata de una emancipación sin límites, libre de toda
determinación. En la vida de los individuos, así como de las sociedades,
el antimestizaje* es lo que dicta la ley, o por lo menos lo que constituye
su tendencia principal, y el mestizaje es la excepción. Por eso,
debemos desconfiar de la extensión arbitraria de una noción que podría
designar todo y cualquier cosa (bajo los auspicios del cruzamiento y la
partición), y necesitamos, en cambio, criterios que permitan comprender
lo que es o, más exactamente, qué se vuelve mestizo y qué no.
El mestizaje, lo contrario del autismo, es lo que nos arranca de la
repetición de lo mismo, de la reproducción de lo compacto en un marco
1
F. Laplantine y A. Nouss, Le Métissage, París, Flammarion, col. “Dominos”, 1997.
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delimitado. No es lo que se encaja o se suelda. No se da en la
constancia y la consistencia, sino que se elabora en el desfasaje y la
alternancia. El mestizaje se reconoce por un movimiento de tensión, de
vibración, de oscilación, que se manifiesta a través de formas
transitorias que se reorganizan de otro modo.
El pensamiento mestizo (pensamiento de la paradoja* si los hay,
expulsado a los márgenes como una especie de corrupción de la
pureza) se opone a, o más bien suspende, lo que identifica, fija,
estabiliza; rescinde lo que refiere mecánicamente “datos” indudables a
“causas” que acarrean efectos previsibles. Cuestiona (y “cuestionar”,
como nos lo recuerda oportunamente Bataille, “no es exactamente
negar”) tanto lo que separa en forma radical como aquello que, a fuerza
de mezclar, torna uniforme e indistinto. Nosotros lo definimos como una
tercera vía entre lo homogéneo y lo heterogéneo*, la fusión* y la
fragmentación, la totalización y la diferenciación, pero una vía sin área
de descanso ni rieles protectores que dibujen los caminos de una
aventura ética y estética.
Al no poder captarse en ninguna distribución binaria, así como
tampoco en una unidad que derogue las diferencias, el pensamiento
mestizo se ve confrontado con lo informe*, que no es lo contrario de la
forma. Sin duda alguna, existe una textura mestiza. Es la que se
elabora en la confluencia de lo que hay de más singular y de más
universal, y no en el reflujo hacia lo que excluye y particulariza o lo que
abstrae y generaliza.
Esta textura es la de un movimiento, o mejor aún, de una mutación y
una transmutación hechas de progresiones, reversiones, flexiones,
reflexiones, curvaturas, plegamientos, fluidez que dan lugar a esas
figuras -siempre en curso de realización- que son lo tenso, lo relajado,
lo plegado, lo desplegado, lo envuelto, lo suelto, lo evolucionado, lo
involucionado, lo contraído, lo dilatado.
Existen formas de mestizaje resueltamente relajadas (por ejemplo,
cuando se baila el machiche* o el merengue*), pero también mestizajes
contraídos (el tango*, que no es tanto mestizo por la pluralidad de sus
orígenes andaluz, cubano, italiano, africano, alemán, como por el hecho
de cantar con un ritmo festivo la queja de un alma desesperada). Existe
una escritura mestiza alegre y optimista (la saga bahiana de Jorge
Amado), pero también una de una infinita tristeza (Clarice Lispector*). El
mestizaje puede nacer de la profusión de colores, perfumes y
sonoridades, o del infinito de los desvíos y las digresiones en una
creación arborescente (Kahlo*, Beckett, una parte de la obra de
Borges*). Puede provocar una sensación (más que un abierto deleite)
perturbadora y grata, pero también un desencanto, un malestar, una
desazón, una melancolía* -sentimiento mestizo por excelenciaindefinible, que no deja de oscilar en el intervalo de la presencia y la
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ausencia, el goce y el sufrimiento, y que en Portugal* y en el Brasil
responde al dulce nombre de saudade*.
Más allá de las inflexiones de las sensaciones, los sentimientos y las
escrituras, nos parece posible distinguir (sin oponerlos) dos modos de
mestizaje: los de la unión que supone la discontinuidad entre materiales
(tejido, madera, vidrio, metal…), emociones o formas heterogéneas que
jamás se habían encontrado, y los de la graduación por transformación
progresiva de las intensidades (afectivas, cromáticas, musicales…).
Enfrentados en el primer caso a un trabajo de tejido, trenzado,
eslabonado o incluso de montaje*, nos percatamos de que no toda
reunión es por ello mestiza. Puede existir un impacto y una colisión en
el mestizaje -por ejemplo, entre los sonidos y las imágenes del cine* de
Jean-Luc Godard*-, que entonces adquiere un carácter descentrado,
desarticulado, discordante y desincronizado. En el segundo modo,
debemos estar más atentos a los pasajes que a los contactos, a los
procesos de transición que a los de confrontación. Un sonido fuerte, por
ejemplo, es susceptible de atenuarse y progresivamente disiparse y, por
último, desaparecer. Una luz concreta, centelleante, puede declinar y
luego difuminarse. Lo que era nítido puede volverse vago (véase
desorden). En suma, ya no hay contornos tajantes, colores consistentes,
formas plenas, puras, completas y autosuficientes.
En estas diferentes modulaciones del devenir mestizo que
descansan en esas minúsculas uniones o en ínfimas desviaciones de
tonalidad o luminosidad, lo que debe tomarse en cuenta es el ritmo. El
tejedor, en su actividad artesanal, no sólo reúne varios hilos, también
multiplica los gestos, acelera o disminuye la velocidad. Existen
mestizajes rápidos que pueden consistir en series de colisiones y dar
lugar a conjunciones inopinadas (véanse humor, insólito, surrealismo).
Pero también existen mestizajes de una extremada lentitud, hechos de
tanteos, de ensayos*, de fracasos, que, antes de adquirir una forma -o
deformarse-, suponen un enorme tiempo de latencia y crecimiento. El
mestizaje, que se relaciona más con una ritmicidad del desvío que con
una reconciliación del acuerdo, puede nacer del movimiento oscilatorio
entre* los colores. Así, el índigo no es exactamente el azul, ni malva el
púrpura, que a su vez no es totalmente el magenta.
Lo que aquí comenzamos a bosquejar, a través de la aproximación a
esos procesos de no-entrelazamiento y de integración imperfecta, no
son en modo alguno líneas de fuerza, sino más bien “líneas de fuga”.
No existe “el mestizaje” en cuanto campo constituido, sino modos
infinitos de mestizajes, rebeldes a toda tentativa de fijación por
categorías. No existe “el mestizaje”, sino una sucesión de relaciones
históricas (precarias) ligadas a movimientos rítmicos que no dejan de
transformarse. No existe un dogma del mestizaje, a tal punto que en
ocasiones nuestros análisis, por necesidades de aproximación
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metodológica, toman en préstamo los léxicos de la miscelánea o la
hibridez.
Por cierto, la ausencia de toda topología e, incluso, de toda tipología,
no está hecha para facilitar el trabajo de elaboración de un pensamiento
o un conocimiento mestizos (conocimiento y no saber; conocimiento, no
del mestizaje, sino a través del mestizaje y en el mestizaje). Si bien no
hay ninguna garantía de que esta tarea pueda ser llevada a buen
puerto, ya que, en nuestra opinión, existen varias maneras de
extraviarse. Una consistiría en situarse deliberadamente por encima de
los procesos que van a solicitar nuestra atención; la otra, resueltamente
por debajo. Por encima, dominando, por así decir, la realidad,
organizándola y ordenándola jerárquicamente desde arriba. Por debajo,
buscando un fundamento, un comienzo, un origen. Buscar las
profundidades, los principios, lo que estaría primero, ya sea histórica u
ontológicamente, es perder toda posibilidad de percibir los procesos de
transmutación mestiza, los que no pueden avenirse a lo que está
determinado y presupuesto.
Si la experiencia mestiza -y ante todo la condición del sujeto a quien
se califica de mestizo- es una experiencia exigente que puede ser
dolorosa, el pensamiento mestizo debe ser igualmente exigente, hasta
ascéptico. Por lo tanto, si existe una epistemología mestiza, no puede
ser más que una epistemología de la desapropiación, un modo de
conocimiento que abandone el pensamiento exclusivamente
clasificatorio, en particular la lógica que atribuye y distribuye los
géneros, poniendo cada uno y cada cosa en su lugar, planteando de
una vez por todas lo que depende de lo sensible y de lo inteligible, de la
naturaleza y de la cultura, de la ciencia y de lo político, de lo serio y lo
lúdico, del fondo y la forma (instrumental u ornamental), de la
objetividad y la subjetividad, de la razón y la pasión… Estas relaciones,
analíticas y seriales, hoy responden cada vez menos a la cuestión del
sentido, que es sobre todo la cuestión de la transformación de
pequeñas briznas de sentidos, alternativamente anudadas y
desanudadas en su relación con lo que percibimos en el límite de ese
mismo sentido, y que no dejan de desplazarse. Debemos pensar el
mestizaje en el mismo movimiento de su elaboración teórica. No se
trata de un “objeto” que podría verse confinado a un campo particular
de la experiencia. Lo que en general se escribe “sobre el mestizaje” no
es todavía mestizo, porque se procedió (de manera monológica) a la
previa separación de géneros establecidos, de campos disciplinarios,
hasta de áreas culturales o períodos históricos.
El pensamiento mestizo, pensamiento de la relación -de la
multiplicidad y de la singularidad- y del movimiento, debería permitir que
se encuentren, en un enriquecimiento mutuo, lo que viene de Oriente y
de Occidente, de África* y de Europa*, de Europa y de América…
Debería permitir la reunión de cineastas, pintores, arquitectos, músicos,
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filósofos, antropólogos… Pero no de cualquier manera. Este
pensamiento de la partición y el intercambio, esta “marcha con”
mediante la cual Ricoeur define la interpretación, debe ser una marcha
metódica. Debemos cuidarnos de ceder a una representación
complaciente -hasta populista- de un mestizaje en todas las
direcciones, pero también tenemos que afinar cierta cantidad de
conceptos que son indisolublemente objetos del afecto y de la
percepción, en el sentido que les da Deleuze.
Estos conceptos deben ser operadores lógicos y sensibles,
mediadores, convertidores que exploren un rizoma*, al mismo tiempo
que constituyen una red. Deben remitir unos a otros o más bien
permitirnos caminar unos hacia los otros. Estos conceptos operatorios
no pueden ser considerados como una serie de puntos, puntos de
referencia sobre los cuales uno podría apoyarse o desde los cuales
partir, y con los que uno no tendría otra cosa que hacer más que
relacionarlos entre sí. Ellos revelan un pensamiento de la traza e,
incluso, del trazado. Dibujan curvas, elipses y líneas, y debemos estar
particularmente atentos a los puntos de encuentro entre estas últimas,
en los espacios donde se cruzan y en el momento de su torsión.
Un recorrido mestizo no es ni un trayecto ni una trayectoria. Es un
recorrido nómada, no lineal, que no reduce efectos a causas. Es un
recorrido que avanza girando, envolviendo, desarrollando, desplegando
y, sobre todo, desplazando las literaturas, las músicas, las cocinas, las
lenguas… de un espacio a otro. Lo cual significa que ese conjunto de
conceptos no reúne principios que apunten a estabilizar el pensamiento
imponiéndole un orden.
Para captar ese movimiento de la diferencia y de la variación hasta
en sus matices más ínfimos, resulta indiferente comenzar por tal
concepto -concepto, percepción, afecto- o por tal otro. El pensamiento
mestizo es un pensamiento del medio.
Al lado de estos señaladores del mestizaje, que muestran más de lo
que designan, conviene interrogarnos sobre la sintaxis (preposiciones,
conjunciones, articulaciones), que constituye una gran parte de la
textura viviente y movible de la tensión mestiza. En particular, son esas
palabritas (con*, y no contra; en*, y no sobre; y*, y no o; entre*, y no el
uno, el ser, el todo; hacia*, como visión y no como objetivo) las que
permiten aclarar las conjugaciones de los verbos, los diferentes
regímenes de mestizaje, sus modulaciones (más que sus modalidades),
sus tempos, sus ritmos musicales y cromáticos respectivos. Ellas son
las que contribuyen a crear las flexiones, las inflexiones, las
inclinaciones y que van a ayudarnos a enrollar, desenrollar, hacer
pivotear, atravesar (de frente, de perfil, zigzaguendo, volviendo hacia
atrás), relacionar épocas, ciudades, estilos arquitectónicos, artistas y
géneros que tal vez, hasta ahora, realmente no se habían frecuentado.
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Por último, y sin ninguna pretensión de exhaustividad, presentamos
cierta cantidad de ejemplos -que forman la mayoría de las entradasque consideramos particularmente representativos. A la mirada del
saber oficial, algunos aparecerán como ejemplos desdeñables, oscuros
o carentes de prestigio (beur*, clown*, hip-hop*, java*, mero*, morabito*,
rai*). Otros, por el contrario, se impusieron socialmente como matrices
de significación prestigiosas, centros que irradian luz. Llevan nombres
gloriosos (Andalucía*, Grecia*, Mediterráneo*). Pero para éstos
veremos que no puede existir un mestizaje conquistador, dominante,
victorioso. Sin lugar a dudas, un ideal del mestizaje sería una
contradicción, lo mismo que un mestizaje que en un momento
determinado dejaría de mestizarse. La tensión del devenir mestizo
surge en general de manera infinitamente discreta, en los márgenes de
lo que es reconocido oficialmente. Supone un pensamiento en el modo
menor. Ésa es la razón por la cual aquí estarán mezclados y
considerados, sin ningún orden de prelación ni de dignidad, términos
reputados como graves y solemnes, garantes de seriedad, y otros
bromistas o chistosos, hasta agitadores.
La diversidad de estos ejemplos y la índole a menudo insólita de su
encuentro querrían ser una invitación a una visión plural del mundo que
requiere la variación de las perspectivas, de las lecturas y escrituras.
Así, el mestizaje aparece no sólo como una condición o un ethos, sino
plenamente como una cultura, la cultura del mestizaje -que no debe
confundirse con una cultura mestiza-, con sus fenómenos, sus
tradiciones y su lenguaje: un léxico (nuestros conceptos) y una sintaxis
(nuestras preposiciones y conjunciones). Del mismo modo, una cultura
semejante puede desarrollar un sentido crítico en oposición a lo que
otra, la del divertimento industrializado, quiere “vendernos” como
mestizaje.
Un recorrido nómada del mestizaje no puede tener la pretensión de
cubrir territorios, puesto que el nomadismo* los ignora. La elección de
nuestras entradas no fue establecida como lo habría hecho un
agrimensor, deseoso de balizar un espacio. Por un lado, se efectuó en
función de lo que nos parecía indispensable tratar, conceptos o
ejemplos• para articular un pensamiento del mestizaje, pero también
según el capricho de los deseos, las inspiraciones, los encuentros, en
ocasiones teñidos de una voluntad de travesura, cuando no de
provocación.
Este libro es un viaje sin guía ni mapa porque el mestizaje es ante
todo un devenir. Nos hubiera gustado aventurarnos más por el lado de
la música, de la pintura y de otras artes plásticas, demorarnos en la
novela, hacer escala en muchas ciudades, descender el Danubio como
*
En el cuerpo de este volumen, las entradas de conceptos aparecen en
ejemplos se presentan en minúsculas.
VERSALES.
Los
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7
lo hizo Claudio Magris,2 detenernos en Trieste o en Rumania, derivar
por Europa Central, vagar por Estambul o, cambiando de continente,
jugar al rango en los alrededores de Tijuana; nos hubiera gustado
perdernos en los meandros de la ciencia ficción y las virtuales
voluptuosidades del ciberespacio*. Fuera de los olvidos u omisiones,
reconocemos algunas faltas (Maimónides, Freud, Nietzsche, Rabelais,
Cervantes, Shakespeare, Lautréamont, Joyce, entre otros; la vaguedad
y el caos explorado por la ciencia contemporánea y, de una manera
general, el campo científico), que no las consideramos como páginas
faltantes, sino más bien como citas u ocasiones fallidas, por falta de
tiempo o de capacidad. El plural de mestizaje no es garantía de
exhaustividad y obliga a ser humilde.
El lector podrá observar redundancias, reiteraciones; no creemos que
repitan una misma cosa, sino que la iluminan de otra manera, según el
modo de una comprensión mestiza. También, variedad de tonos y de
estilos: una voluntad de armonización habría sido contraria a la
dinámica del mestizaje. En cambio, elegimos la transversalidad en las
disciplinas que hoy reivindica el saber. Las longitudes de las entradas
no corresponden a su importancia. El mestizaje se burla de las
jerarquías. Si el campo asiático fue tratado sobre todo en la perspectiva
de una antropología de las religiones, fue porque nos parecía
importante hacer surgir esa dimensión entre los fenómenos del
mestizaje, al lado, por ejemplo, de las aproximaciones estéticas o
sociales: a tal punto concierne a todas las manifestaciones humanas. Y
como no concede privilegios, en ocasiones una imagen equivaldrá a
una entrada.
Entonces, ¿por qué una obra que se ofrece como un diccionario, con
lo que éste supone de orden, de disposición, de precisión? Bueno, para
jugar y disfrutar mejor.3 Vean esas entradas como si se tratara de
entradas de artistas. Puertas de entrada que conducen al aire libre. El
mestizaje no tiene esa inocencia pueril que fácilmente le adjudican
cuando lo sitúan en los trópicos, pero de la infancia se quedó con lo
lúdico, que no es otra cosa que levedad, virtud del juego infantil, como
lo destacó Freud, envolviéndose en todas las cualidades de lo serio.
Necesitábamos la aparente rigidez para relacionar y hacer circular
mejor.
F. L. y A. N.
Lyon - Boston - París - Montreal
))((
2
C. Magris, Danube, París, Gallimard, 1988 [trad. esp.: El Danubio, Barcelona,
Anagrama, 1990].
3
Sobre el desorden subversivo del orden del diccionario, véanse informe y rizoma.
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a
adaptación (fragmento)
Si existe un proceso de adaptación mestiza (adaptación en el sentido
social, cultural, pero también novelesco, teatral, musical,
cinematográfico), es el de una relación no de exterioridad con lo que se
recibe sino de secundariedad con lo que se acoge*. La adopción*, fiel
por imitación (por ejemplo, de la lengua o de las costumbres del otro), y
la sustitución lisa y llana (de una cultura por otra, de un texto por otro)
son dos maneras de pasar al lado del mestizaje, que se constituye en la
separación de la adaptación y no en el acuerdo y la coincidencia.
Ante todo, nos proponemos ocuparnos del primer caso
representativo. El calco, la copia, la paráfrasis, la equivalencia, la
sinonimia, el literalismo, la transcripción, la reproducción, la representación
o, incluso, la imitación en estética conducen a la desaparición del
investigador, del traductor o del creador, que no hacen sino transmitir.
Al querer ser fieles a esta concepción que consagra la primacía del
signo, se realiza, así como lo escribe Henri Meschonnic, “la peor de las
infidelidades”: se inmoviliza el tiempo y se procede a la reducción de un
texto o de una cultura a una sola de sus significaciones. No se hace
otra cosa que adoptar un sentido (el de la otra parte o el otro tiempo)
cuando no hay sentido que no sea simultáneamente forma del sentido,
modulación, entonación, inflexión, manera de decir y de escribir
deudora de una infinidad de adaptaciones, y no solamente contenido
inmutable que bastaría con “tomar prestado”.
Existe otra manera de evitar el mestizaje, o de alejarse de él
habiéndolo encontrado, y es la incorporación, actitud esta vez de muy
fuerte implicación que, contrariamente al préstamo y, a fortiori, a la
compilación, puede llegar hasta la destrucción del otro. Contrariamente
a la imitación, que es fidelidad al otro y fidelidad al pie de la letra, la
incorporación (o anexión) consiste en llevarlo todo a uno mismo,
remplazar, corregir, completar, transponer, lo que puede conducir a la
desaparición de la cultura o del texto de “partida”, que entonces son lisa
y llanamente abolidos. Así, para los traductores árabes de la Edad
Media, el texto no poseía ningún interés en sí mismo. Ni siquiera era
conservado. Cuando la traducción estaba terminada, se lo descartaba.
Aquí conviene evocar a Avicena, cuyo modelo no es tanto la
interpretación del “texto primero” como su reemplazo por un “texto
segundo” considerado como superior. El filósofo realmente parte del
texto de Aristóteles, pero, contrariamente a lo que hace Averroes
(véase Ibn Ruchd) en los Grandes comentarios, procede a una
asimilación por islamización de la helenidad. El “texto de llegada”
absorbió y recubrió el “texto de partida”. Borró su huella.
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En nuestra opinión, sólo hay mestizaje en la adaptación, que más
que tener la memoria, hace fructificar la huella no propiamente del
origen, el original o lo original (véase Borges), sino de lo que permitió
llegar a las nuevas formas actuales. Si el texto o la cultura de “partida”
son negados, renegados, destruidos, perdidos u olvidados, o si
inversamente se afirma que son más “auténticos”, mejores, hasta
autosuficientes (y lo que se reivindica es la idea de origen absoluto, en
su pureza monolingüística), entonces el mestizaje tiene pocas
posibilidades de constituirse.
F. L.
d
Diderot, Denis (1713-1784)
Ya en el artículo “Enciclopedia”, Diderot muestra que el ser humano es
un “compuesto”, un “compuesto extraño de cualidades sublimes y
debilidades vergonzosas”. En el Discurso sobre la poesía dramática, él
considera que “en un mismo hombre todo está en una vicisitud
perpetua, ya sea que se lo considere en lo físico o en lo moral”. En la
Refutación de Helvetius se enfrenta a los que Buffon llama “metodistas”,
o sea, los naturalistas que establecen clasificaciones sistemáticas
perfectas en las cuales debe entrar todo lo real, cueste lo que cueste.
Pero ese movilismo de Diderot, para quien todo “se agita” y “se mueve
de una manera desordenada” -no hay “nada estable en este mundo.
Hoy en la cima; mañana bajo la rueda”-, culmina por cierto en los
Diálogos, que son mucho más estimulantes que los de Platón (véase
entrevista). Estos Diálogos, alegres, inestables, contradictorios,
disparatados, deshilvanados, turbulentos, en perpetua ebullición, lo
llevan todo por delante a su paso.
Los Diálogos son dispositivos no sólo verbales sino físicos, cinéticos,
gimnásticos, que, en la disonancia, la inconstancia y las bufonadas,
atropellan la noción de identidad -ese universo donde todo produce un
sentido, el azar está excluido y el tiempo detenido-; la hacen volar en
pedazos. Jacques y su amo o, incluso, “Yo” y “Él” (en El sobrino de
Rameau) forman en sus entrevistas* dúos fantásticos, desequilibrados,
antagonistas pero, en los cuales los personajes se influyen mutuamente
a medida que avanzan en sus payasadas y tironean al lector, cada uno
para su lado. Nacido bajo el signo de Vertumne (divinidad de las
estaciones y el cambio del tiempo), el sobrino “se diferencia
constantemente de sí mismo”. “Vacilando en sus principios” lleva a su
paroxismo el proceso de desasimiento de sí, de la no-coincidencia y el
estallido del sujeto. “Yo”, que primero parece estático en su papel de
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etnógrafo clásico precoz, al observar las fanfarronadas del sobrino, que
por ejemplo evoca los cólicos de la perra Criquette y las “otras ligeras
indisposiciones de sus amos”, es, a su vez, contaminado por la
indecisión. Todo en este diálogo extraño constituye un verdadero palmo
de narices a la seriedad y el dogmatismo de la identidad. “Que el diablo
me lleve si en el fondo sé quién soy”, exclama Rameau.
F. L.
f
falla
Nada es más contrario al mestizaje que la idea de perfección alcanzada
o de absoluto realizado en su pureza. Nada le es más ajeno que la
noción de obra dominada, consumada, acabada y, por consiguiente,
estabilizada. No puede existir un mestizaje feliz, logrado, satisfecho,
triunfal y, a fortiori, que podría dar lugar a una celebración en los fastos
del aniversario. La victoria brillante “jaque y mate” sobre un adversario
aplastado, así como los premios, las clasificaciones (“el más taquillero”,
“primero en el hit-parade”), la notoriedad, los honores, los hurras, los
bravos viniendo a coronar un recorrido sin fisuras, no son el fuerte del
mestizaje, que la mayoría de las veces corre el riesgo de pasar
inadvertido.
Este último nunca es un dispositivo orientado hacia* la realización de
un programa. No deja de errar y a la vez experimentar en formas
sintácticas decididamente gerundias. Siempre provisional, tomándose
mucho tiempo, avanzando de manera, en general, oblicua* por
ensayos, errores y tanteos, nunca “llega”, nunca se lo reconoce y
consagra totalmente (como proceso mestizo logrado, lo que sería
contradictorio en los términos).
El mestizaje no existe sin fallas. Malogra su objetivo porque está
permanentemente amenazado por la irrupción del otro, o, hablando con
propiedad, no tiene objetivo. Como no es ni totalmente consciente ni
plenamente tranquilo, un recorrido mestizo es un recorrido nómada*. Se
equivoca, conoce sinsabores y desengaños. Se evade incesantemente
de un marco asignado y lo hace con los bordes desflecados. Lo que
funciona demasiado bien (y se gana el asentimiento) no puede ser un
proceso mestizo, el cual, padeciendo impactos, se descompone y es
más irregular, desparejo, rugoso y disonante que perfectamente
afinado.
En la falla mestiza, que puede derivar hacia lo “peor” (en el sentido
de Blanchot también de Beckett) y que no busca realizar lo mejor,
entran la insatisfacción y el sufrimiento nacidos del desacuerdo. Lo que
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se roza de manera permanente es la catástrofe y lo que se provoca es
el malestar (que conviene no confundir con la noción de crisis, que
evoca una superación y una resolución) y la incomprensión (haciendo
pasar al que falla por un fracasado y un incompetente).
Si el “éxito siempre fue la mentira más flagrante”, como escribe
Nietzsche, el fracaso definitivo, masivo y sin recursos no es, sin
embargo, constitutivo del mestizaje, que no puede reducirse a la
polaridad de fracasar y tener éxito. Todo fracaso dista, y mucho, de ser
mestizo, así como el éxito no es necesariamente antimestizo. Si el
devenir mestizo, que siempre conlleva un riesgo, se encuentra más bien
amenazado por el éxito en tanto conformidad saludada o integración
ofrecida como ejemplo, el chasco, la ruina, el fiasco que conducen al
desastre, a la abdicación y hasta al exilio tienen poco que ver con el
mestizaje. Así, en la actitud del artista maldito, no considerado,
incomprendido, puede haber mucha complacencia y pathos. Existe una
voluptuosidad del fracaso. Por lo tanto, no conviene reemplazar la
paranoia por la neurosis de fracaso o el masoquismo, ni el orgullo por la
humillación, sino comprender lo que se juega en los defectos, las fallas,
los desfallecimientos, los duelos (de la perfección), el desastre evitado
por poco (o incluso asumido), los lapsus, los contrasentidos.
El mestizaje está en falta (de certidumbre) y en retirada (de ser y de
presencia). No es adecuado a la idea en el sentido platónico.
Precisamente, al no apuntar a la imitación y la reproducción perfecta de
lo mismo, corre el riesgo de aparecer como un déficit de pensamiento.
Sin ese desvío, por lo demás, en ese no-entrelazamiento tenaz de las
formas que jamás coinciden totalmente (y que puede considerarse o
como un avance o como un retroceso), no habría historia.
En el mestizaje hay error (respecto de la lógica de lo claro y lo
indudable), hay defecto (respecto del modelo), hay torpeza (respecto de
la pureza de una forma que ya no se trata de reproducir, sino de la que
uno se aparta porque es trabajada por el otro y no deja de deformarse y
transformarse).
El mestizaje podrá pasar por un fracaso y uno se verá tentado a decir
con Melville: “Quien jamás fracasó en nada no puede ser grande. El
fracaso es la verdadera prueba de fuego de la grandeza”. O con Lacan:
“Eso tiene éxito por donde falla”. Si el mestizaje no es exactamente el
fracaso, no obstante lleva la huella de un fracaso evitado por poco. Es
falla, ensayo*, bosquejo, expectativa… de lo que no se había previsto.
Como escribe François Regnault,1 “la falla es el sitio por donde lo real
pasó por las mallas de tu red. La falla es que, en vez de los peces
habituales que sabías pescar, entró una estrella de mar”.
F. L.
1
F. Regnault, Théâtre/Public, núm. 141, mayo-junio de 1998, p. 10.
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m
Mestizo
La mitología griega nos enseña que una hija de la primera familia
divina, los Titanes, antepasados de los humanos, se llamaba Mestizo,
nacida de Océano y de Tetis. El nombre no tiene ninguna etimología
común con el mestizaje que nos ocupa, pero, ¿cómo resistir a la
tentación de desmenuzar su mitobiografía para encontrar con qué
alimentar nuestra ensoñación?
Por lo pronto su parentela: es hermana de sus tres mil hijos, los ríos,
y de sus tres mil hijas, las ninfas acuáticas, lo que se relaciona con la
metaforización del devenir* mestizo bajo la imagen del río. Dos
episodios, además, retienen nuestra atención. El jefe de los Titanes,
Cronos, por temor al oráculo que le predecía que sería destronado por
uno de sus hijos, sistemáticamente devoraba a su progenie. Zeus
escapó a ese triste destino por una astucia de su madre: en efecto,
Rhea presentó a su marido una piedra envuelta en pañales que éste
tragó. Zeus creció secretamente en Creta y luego, ya adulto, decidió
castigar a su padre y fue su prima, Mestizo, quien lo ayudó. Ella hizo
beber una poción a su tío, que entonces vomitó la piedra así como a
todos sus hijos dioses. Luego desapareció en las profundidades del
universo. Entonces comenzó el reino olímpico de Zeus, una vez
vencidos los Titanes. Esta liberación a granel de los dioses que
pusieron en marcha la historia humana se ubica con seguridad bajo el
signo de la pluralidad.
El segundo episodio presenta rasgos similares. La primera de las
diferentes esposas de Zeus, antes de la oficial Hera, no fue otra que
Mestizo, que poseía más saber que todos los dioses y humanos
reunidos. Pero como sus abuelos, Urano y Gaia, los primeros dioses,
habían advertido a Zeus que cualquier niño nacido de esta unión lo
destronaría, se tragó a Mestizo con la niña que llevaba, Atenea. Mató a
dos pájaros de un tiro: se libró de una amenaza e interiorizó la
sabiduría. Pero de esto resultó un dolor de cabeza insoportable -al
llegar el tiempo del parto- al que puso fin Hefaístos (o Prometeo)
abriendo, con un hacha de bronce, el cráneo del rey de los dioses. De
él salió totalmente armada Atenea, que se convertirá en la protectora de
los héroes (Hércules, Perseo, Ulises, Telémaco), de las artes y las
ciudades. Si la enseñanza del primer episodio tenía que ver con lo
colectivo, éste recae en una dimensión individual. El engendramiento es
una reproducción. ¡Pero un padre que incorpora a la madre y la niña!
Juicio moral aparte, y sin preguntar la opinión de las interesadas, Zeus
se tragó a Mestizo encinta de Atenea, por cierto el entrelazamiento
ofrece un curioso uso del mestizaje.
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Atenea era también la diosa de la Razón. ¿La tenía de su madre?
Mestizo muestra una interesante línea semántica: sabiduría, prudencia,
astucia, perfidia. ¿Algo que ver con el mestizaje? Es perfidia a los ojos
de sus detractores, que lo acusan de duplicidad, pero, a la manera de
ver de observadores más serenos, será alternativamente astucia,
cuando es seducción y encuentro; prudencia, cuando no se congela en
una identidad rígida; y sabiduría, cuando se ofrece como una ética* de
la alteridad*.
A. N.
o
oxímoron
El oxímoron es una de las formas de la escritura de la paradoja. Reúne
en una fórmula muy breve términos que se presentan como
decididamente contradictorios. Así: “Sinceridad insincera” (Gombrowicz);
“oscuridad coloreada” (Walter Benjamin); “locura metódica” (Schönberg);
las “normales anormalidades de la ciudad de Río” (Mario de Andrade);
una obra “inmoralmente moral” (Goethe, a propósito de El sobrino de
Rameau de Diderot); “discordancia armoniosa” (Walter Benjamin);
“fantasía dramática” o “drama alegre” (Jean Renoir, a propósito de su
filme Las reglas del juego); un “joven anciano” (Molière, El enfermo
imaginario); “afirmación no positiva” (Michel Foucault); el “negro
blanco”, acaso una de las figuras del diablo*.
F. L.
t
tango (fragmento)
A mediados del siglo XIX existen dos bailes llamados tango. Uno,
andaluz*, puede ser considerado como una forma de fandango que
implica un fuerte componente gitano. El otro, africano (o más bien
afroamericano), es bailado por los negros de los suburbios de Buenos
Aires y Montevideo.
La palabra tango (del verbo latino tango, que significa “toco”) es
introducida en España desde Cuba y en el continente americano a
través de la lengua creole afroportuguesa de Santo Tomé. A principios
del siglo XIX, designa las casas en las cuales los negros organizan
fiestas y bailan al son de un tambor, que a su vez es llamado tango.
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La génesis del tango argentino es de una rara complejidad. Surge del
encuentro en las dos grandes ciudades del estuario del Río de la Plata Buenos Aires y Montevideo- de ritmos y danzas de tres continentes:
África*, Europa* y América. Integra y transforma conjuntos
instrumentales, musicales y coreográficos de España, África, Caribe*,
Italia, Francia y Alemania. Los marinos cubanos traen la ruptura tan
particular del ritmo (la síncopa llamada corte) de la habanera de La
Habana y el candomblé que, de cubano, va a volverse afrouruguayo en
Buenos Aires y Montevideo. Esta suspensión del ritmo -introducido a su
vez en Cuba a fines del siglo XVIII por plantadores franceses que huían
de Santo Domingo- es una de las características mayores del tango que
se llama argentino, pero que, a fines del siglo XIX, no es más que una
adaptación* de la habanera cubana.
Pero esto no es todo. En la misma época existe una danza popular,
esta vez local, pero ya igualmente mestiza como las precedentes, que
se llama milonga. La milonga (que significa “palabra” en la lengua bantú
quimbuda) tiene su origen en las danzas de parejas del siglo XIX: el
vals, la mazurca, la polca, el scotish. Es interpretada, sobre todo en
ocasión de ferias y mercados, por payadores, que son especies de
trovadores, poetas, cantantes-improvisadores y músicos de la pampa.
La milonga permite reunir periódicamente a habitantes del campo (los
gauchos) y habitantes de los suburbios. También permite realizar el
lazo estrecho que en esa época existía en el Río de la Plata entre la
danza y la prostitución: una prostituta era alguien calificada
familiarmente de milonguita, calificativo que más tarde dará su nombre
a un tango famoso.
La milonga anuncia lo que será el tango. Pero para que éste se
desarrolle todavía faltan algunos ingredientes: la recomposición
instrumental, la formación de una cultura de la inmigración, el
surgimiento de algunas personalidades que van a convertirse en
leyendas y que contribuirán a moldear el mito de la ciudad de Buenos
Aires.
F. L.
z
zen
Sometida a la doble influencia del budismo (indio) y el taoísmo, la
escuela de meditación Chan (nombre que proviene del sánscrito
dhyana “meditación”, “pensamiento”) se impuso en China sobre todo a
partir del siglo IX y fue introducida en el siglo XII en el Japón, donde fue
designada con el término Zen.
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Por lo tanto, el zen nació del encuentro de dos flujos de pensamiento
que se fecundaron mutuamente: del budismo heredó la noción de
despertar; del taoísmo recibió la filosofía intuitiva y espontánea. Este
entrecruzamiento condujo a la idea original de una iluminación lograda
sin trabajo (el japonés satori). La búsqueda laboriosa del despertar
sería absolutamente contraria a la sensibilidad del budismo zen, donde
casi no hay lugar para el esfuerzo: el camino perfecto no implica
ninguna dificultad. Por eso, la iluminación puede acaecer en cualquier
momento y de la manera más natural. Un día, Tao-shin interrogó a
Seng-thsan sobre los secretos de la liberación. “¿Quién te somete?”, le
preguntó el sabio. “Nadie me somete”, respondió Tao-shin. “En ese
caso, ¿por qué buscas la liberación?”, objetó una vez más Seng-thsan.
Fue entonces, se afirma, cuando Tao-shin logró el despertar.1
Con mucha frecuencia se ha dicho que el zen, como el tao*, está
más allá de toda definición. La verdad de ningún modo puede ser
traducida en palabras y el verdadero conocimiento es un conocimiento
sin saber: la ignorancia (iluminada), después de todo, designa la propia
naturaleza del Buda…
G. da S.
1
A. Watts, The Way of Zen, Nueva York, Pantheon Books, 1957.
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